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Su risa llenó la habitación.
-Hay
tantas versiones de la historia de ese tío como gente ha pasado por su vida,
¿seguro que quieres conocer la mía?-preguntó, reclinándose en la cama y
haciéndome hueco para que yo me tumbara a su lado, usando su brazo de almohada.
Me metí en el espacio que había entre el colchón y su costado y asentí con la
cabeza, dejando que me abrazara.
-Si
algo me ha enseñado este tiempo separados y más el que hemos pasado junto, es a
valorar más la tuya de entre todas las versiones de la verdad que haya.
Alec
carraspeó, una sonrisa bailando en sus labios, tragó saliva y entrecerró los
ojos tras pasarse una mano por el pelo.
-Ni
siquiera sé por dónde empezar.
-Lo
normal es hacerlo por el principio, pero me da que precisamente por eso no vas
a ir por ahí.
-¿Qué
insinúas, Sabrae?-preguntó, fingiendo una mueca de perspicacia que me arrancó
una risa floja. Me hundí un poco más en la cama y lo miré desde abajo, como si
fuera un cocodrilo que se asoma lo justo y necesario por la superficie del agua
para otear la laguna en la que vive y que le hace las veces de bufet libre.
Quería comérmelo, lo admito. Después de la charla inspiradora y de apreciación
de mi cuerpo, con todos sus defectos, que me había dado en el espejo, lo que
más me apetecía era pegarme tanto a él que fuera imposible distinguirnos.
Quería que nos confundiéramos hasta el punto de que nuestras moléculas se
mezclaran y ni la energía de una estrella nos pudiera separar.
Puede
que hubiera dicho demasiado pronto que no quería hacer nada, a juzgar por lo
rápido que habían cambiado mis deseos, pero lo cierto es que, aun con mi
apetito sexual despierto, me encontraba genial. Estaba desnuda, compartiendo
cama con un chico increíble, un chico que me quería como yo le quería a él y
que estaba dispuesto a abrirse para mí como una flor de loto con la llegada de
la primavera. No se me ocurría un gesto más cargado de amor que aquel,
especialmente porque sabía que, dentro de aquella flor de loto, se escondían
unas abejas que no habían hecho más que herir sus pétalos con sus aguijones.
-Bueno,
para empezar, porque no quiero que te lleves una idea equivocada de mí… debo
decir que no mordí a nadie en mi
último campeonato-levantó un dedo índice como deteniendo un coche invisible que
se dirigía hacia nosotros, y yo parpadeé.
-¿Y
qué hay de la patada de la que ha hablado mi hermano?
-Mñé,
eso puede que fuera verdad. Aunque, ¡no fue premeditado! A veces me dan
calambres, y en aquella época me pasaba mucho tiempo encima del ring, así que
las posibilidades de que me sucediera boxeando eran altísimas. De hecho, con la
tensión del momento, lo raro es que sólo me dieran en aquella ocasión-volví a
reírme, lo cual, sospechaba, era su principal objetivo, y esperé a que
siguiera, con mis pestañas haciéndole cosquillas en la piel-. El caso es que, y
perdona que sea pesado, me sorprende mucho que no hayamos hablado de esto ni
una sola vez. Me encantaba boxear; aún me encanta, de hecho. Todas las mierdas
que dicen de los deportes de riesgo acerca de que son terapéuticos, te relajan
y te meten en un trance, es cierto. Cuando tengo los guantes puestos, me
convierto en otra persona. Nada puede hacerme daño, ni nada me desconcentra,
cuando estoy dándole al saco. Y eso que yo tengo muchas cosas aquí dentro-se
tocó la sien con dos dedos- revoloteando como polillas en una noche de verano.
Supongo que por eso llegué hasta donde llegué.
-¿Y
dónde fue eso, exactamente?
-A
los campeonatos nacionales-se rascó el codo con la mirada perdida-. A la final,
para ser más exactos. Me lo curré mucho, ¿sabes? Podría haberlo logrado. Podría
haberme retirado campeón, pero…-se encogió de hombros-. Supongo que hay cosas a
las que no puedes llegar, por mucho que te esfuerces. Por muchos techos de
cristal que rompas, siempre terminas alcanzando uno que es demasiado grueso
para ti, o tú estás demasiado cansado de combatir con los demás, así que…
-¿De
qué hablas? ¿Qué techos de cristal? Es decir, no te ofendas, Al, pero…-me
incorporé hasta quedar sentada a su lado, casi a su altura-, no se me ocurre
nada que pueda haberte frenado a la hora de competir. Y precisamente el boxeo
es uno de los deportes más igualitarios del mundo, ¿no? Las únicas diferencias
se marcan por el peso; ni siquiera la raza es un factor que influya. Bueno… el
sexo sí influye-puse los ojos en blanco y él me imitó, esbozando una sonrisa-,
pero tú perteneces a la cara privilegiada de la moneda. ¿Qué puede haber que te
lastre?
-Dos
cosas. Una fue la razón de que empezara tan pronto, y la otra, la razón de que
lo dejara antes de tiempo.
-¿A
qué edad empezaste?
-Con seis años. Casi siete.
Parpadeé.
Duna acababa de pasar, como quien dice, aquella edad, e imaginármela con unos
guantes de boxeo, subida a un ring y peleándose con otro niño, me daba
escalofríos. A esas edades, un año era mucho más tiempo que con la mía, así que
pensar en una versión más pequeña incluso que mi hermana de Alec en la misma
situación me ponía enferma.
-Pero
no había nada de contacto, ¿eh?-se apresuró a explicar al ver mi expresión, lo
cual me arrancó un suspiro de alivio-. No empiezas con el contacto hasta que no
alcanzas la pubertad.
-¿Y
por qué empezaste tan pronto?
-Bueno,
mamá me apuntó al club de atletismo, pero yo nunca he sido de los que huyen
cuando se presenta una buena pelea, así que eso de correr no era lo mío. Me
daban las clases en el mismo gimnasio al que sigo yendo ahora, tanto para
boxear como para jugar con los chicos a baloncesto, así que creo que el hecho
de que me pusiera unos guantes fue el destino. Me aburrían los
entrenamientos-alargó las vocales e hizo una mueca-. Era inquieto, pero no le
veía la gracia a ir de un lado a otro siempre en línea recta para hacerlo lo
más rápido posible. Así que un día me escapé y me fui a investigar por mi
cuenta en el gimnasio. En aquella época, los tornos estaban a la entrada, así
que daba lo mismo si pagabas por una clase de una hora semanal o que tuvieras
un bono de 24 horas: todos teníamos acceso a todas las instalaciones. Me di una
vuelta, vi la piscina, las canchas internas de baloncesto, y estaba a punto de
volver a la pista de atletismo cuando vi a dos tíos mazadísimos bajando las
escaleras, con unas bolsas de deporte en las que yo cabía perfectamente, y los
guantes colgados por el exterior de la bolsa.
-Menudos
chulos. Si tan grandes eran sus bolsas, ¿por qué no llevaban dentro los
guantes?
-Se
jode la capa exterior que los rodea. Y si es sintética, te la suda, pero cuando
tienes unos guantes de cuero buenos, el más mínimo rasguño te duele más que que
te rompan una costilla.
-Eres
un exagerado-me eché a reír, y al ver que Alec me miraba, serio, me apoyé en
una mano y me incliné hacia un lado-. Venga, Al. ¿Cómo te va a doler más que te
estropeen los guantes que te rompan una costilla?
-Yo
prefiero que me rompan la costilla. Se termina soldando sola. El guante, no.
Abrí
muchísimo los ojos.
-¿Te
rompieron una costilla?
-Ojalá
sólo fuera una-se rió-, pero no adelantemos acontecimientos, ¿eh? Eso es parte
de por qué lo dejé. ¿Por dónde iba…? Ah, ya. Los cachas. El caso es que vi a
los tíos, y me quedé flipando. Cuando eres un crío de seis años que lleva toda
su vida sintiéndose bastante inútil por lo insignificante que es y lo incapaz
que es de defender a quienes más quiere, ver a un par de mastodontes pasar
delante de ti es poco menos que una revelación divina. Se me apareció Dios en
ese momento, Sabrae: estaba seguro de que a esos dos nadie podía hacerles daño,
y me convencí en unos segundos de que nadie intentaría dañar a alguien que les
importara aunque fuera sólo por su aspecto. Así que subí las escaleras al
trote, que para algo pagaba mi madre las clases de atletismo, y llegué a la
zona de boxeo, en la tercera plan...
-Sé
dónde está. Hago kick, ¿recuerdas?
Clavó
los ojos en mí y los entrecerró mínimamente, esbozando una sonrisa.
-¿Qué?
-Nada.
Me estaba acordando… lo haces sola, ¿no?
-¿Cómo
lo sabes?
-Oh,
me he estado informando. Tantos años en el gimnasio me han conseguido un
tratamiento privilegiado, ya me entiendes, bombón-me guiñó un ojo.
-¿Has
preguntado por mí? ¡Qué tierno! Pero siento decepcionarte; todo lo que te hayan
dicho, es mentira. No me relaciono con nadie, vamos Taïssa y yo solitas, como
tú muy bien has dicho, así que la información que te han dado no es fiable.
-¿De
veras? ¿Incluso la que he conseguido del dueño?-abrí los ojos como platos y mi
boca formó una O, lo que hizo que Alec se cruzara de brazos y se riera-. Venga,
nena, ¿de verdad te piensas que yo preguntaría por ahí al primero que pasara?
El hecho de que me haya enamorado de ti ya debería darte una pista de que no
soy de los que se atiborran de beicon cuando pueden conseguir caviar.
-¡No
puedo creer que molestaras a Sergei…!
-Sergei
me molesta a mí. Es mi entrenador-reveló-. Era el único al que no podía pasarle
desapercibido un crío en una sala en la que se supone que no entran críos. La
primera vez que entré en la sala de boxeo, estaba entrenando a uno de sus
campeones de por aquel entonces, pero eso no impedía que se fijara en mí nada
más verme. Como estaba liado, no intentó echarme, y cuando por fin se libró, se
encontró con un crío fascinado con los sacos de boxeo. Vio al boxeador que
llevaba dentro antes de que yo tocara por primera vez unos guantes… y por un
momento, pensó que mi madre se había equivocado apuntándome a mi deporte. Hasta
que me tendió la mano.
-¿Qué
pasó entonces?-dije, ansiosa por saber la continuación de la historia.
-Que
le tendí la izquierda.
Alec
arqueó las cejas y yo parpadeé.
-¿Y
eso qué tiene que ver?
-¿Hola?
¡Sabrae! ¡Le tendí la izquierda porque soy
zurdo! Y los zurdos no somos buenos boxeadores, teóricamente. Atacamos con
el mismo lado que nuestros contrincantes, así que hacemos menos daño, y a
cambio, nos hacen más. Nos es más difícil protegernos. Especialmente, la
cara-puso los ojos en blanco.
-Pero
tú lo has conseguido.
-Porque
conseguí convencer a Sergei. Yo no lo sabía, pero él no quería meterse a
entrenar a ningún zurdo hasta que me vio a mí. Ya me había hablado de las
maravillas del boxeo porque había visto mi expresión al ver a todo el mundo,
pero cuando le tendí la mano equivocada, se dio cuenta de que había mucho que hacer
conmigo, y que perdería mucho tiempo y… de no ser porque yo le dije que necesitaba que me enseñara, mi mano
dominante habría sido un obstáculo insalvable. Pero, por suerte, le puse ojitos
y conseguí que me acogiera. Y ser zurdo se convirtió en la excusa perfecta para
empezar a pulirme antes. Lo bueno de que te venga un crío al gimnasio es que es
muy fácil moldearlo para convertirlo en ambidiestro, por lo menos a la hora de
boxear.
-¿Yo
podría cambiar de mano dominante también?
-No.
Ya eres vieja.
De mi
pecho nació un gorjeo semejante a una risa fruto de aquel ataque, y traté de
darle un manotazo en el hombro, pero Alec levantó la mano (la izquierda) y
agarró la mía por la muñeca antes de que yo consiguiera alcanzar su piel.
Sonrió.
-¿Ves?
Entré en ese gimnasio siendo un diamante en bruto, y ahora puedo abrir la Cueva
de las Maravillas cuando a mí me da la gana.
-No
todo lo que te gustaría-bromeé, guiñándole un ojo y echándome el pelo sobre los
hombros, disfrutando de cómo su mirada se deslizó hasta mis pechos desnudos-.
Bueno, rey del cuadrilátero-insté, poniéndole un dedo bajo la mandíbula y
haciendo que levantara la vista a regañadientes-, ¿qué fue lo que te hizo
bajarte de él?
-No
soportaba la abstinencia-soltó, y puse los ojos en blanco.
-Alec…
-Va
en serio. ¿Tienes idea de lo que es tener quince años, estar bueno, que las
tías vayan detrás de ti, y que te tengan en un tratamiento de abstinencia
estricta para que rindas más?
-¿Qué
sentido tiene eso?
-Para
de hacer eso-me instó, y yo le miré y le pregunté a qué se refería-. A eso. No
te eches el pelo hacia atrás y arquees la espalda mientras te hablo de cuando
estaba cachondo como un mono y tenía groupies,
porque tienes unas tetas preciosas y yo no te salido aún del todo de esa
fase-volví a reírme.
-¿Por
qué no podías hacer nada?
-Porque
el sexo cansa, Sabrae. Sorpresa-chasqueó los dedos frente a mí-. Si ahora puedo
estar toda la noche dale que te pego es porque no tengo un combate por la
mañana… o no podría subirme al ring de haber estado en pie.
-Me
extraña que hayas sobrevivido tanto tiempo con tanta tensión sexual, teniendo
en cuenta lo bien que la gestionas.
-Jamás
me has preguntado si he hecho un trío. Pregúntamelo-se mofó, hundiéndose hasta
quedar tumbado en la cama con las manos tras la cabeza-. Te daré los nombres de
las dos chicas y también del tío al que había machacado unas horas antes.
Le
pegué un almohadazo en la cara.
-¿De
veras me crees tan tonta como para tragarme que hicieras tríos con quince años?
-¿Qué?-saltó-.
¿No me crees capaz? Porque tengo aguante de sobra. ¿Quieres que llamemos a
Eleanor y os enseñe a las dos de lo que soy capaz?
-No
dudo de tus capacidades, fiera-gruñí, pasándole una mano por el hombro y
hundiéndole las uñas en el músculo-. De lo que dudo es de que hicieras algo de
eso con quince años.
-No
dudas porque no puedes-replicó, pasándome las manos por las caderas y pegándome
a él, ocasión que aproveché para refregarme contra su pecho como una gatita que
quiere atención del dueño que la ha dejado abandonada en casa toda la tarde-.
Te he hecho correrte demasiadas veces gritando mi nombre como para que te
extrañe nada de lo que yo hago-me abalancé hacia su boca y él me dejó besarlo.
Nuestras lenguas bailaron una danza primitiva, y yo separé las piernas a modo
de respuesta, dándole vía libre para que me hiciera lo que se le antojara-. Y
no nos olvidemos del squirting.
Solté
una carcajada que resonó por toda mi casa.
-Te
sientes especialmente orgulloso de eso, ¿verdad?-ronroneé, acariciándole la
nuca.
-Tengo
la medallita bañada en oro encargada a los mismos que hicieron las medallas de
Londres 2012. Me llega el martes.
-¿De
oro?-me senté a horcajadas sobre él y me aparté el pelo de los hombros agitando
la cabeza.
-Ajá-asintió,
mirándome desde abajo con una sonrisa muy apetecible en los labios.
-Lo
que te mereces-jugueteé con mis manos en su nuca.
-Lo
sé.
-Eres
un poco creído, ¿no te parece?
-Sabrae,
si el universo quisiera que fuera humilde, no me habría hecho guapo, alto y con
una polla grande, ¿no te parece?
Volví
a reírme tan fuerte que creo que desperté de la siesta a algún vecino.
-Además
de payaso.
-Oh,
nena, los chistes se estudian, pero el rabo no se alarga-me guiñó un ojo y yo
volví a reírme, lo cual acentuó su sonrisa.
-Te
adoro. Me apeteces.
-Me
apeteces, nena.
-Pero
no vas a conseguir distraerme de tu momento de confesiones-le acaricié la cara
y deslicé mi pulgar por sus labios-. ¿Por qué lo dejaste?
Tomó
aire y lo expulsó lentamente, eligiendo el camino por el que seguir la
conversación. Podíamos tontear y alejarnos del tema y acercarnos al sexo, o
podíamos acurrucarnos y descubrirle desnudo, con todas sus aristas y sus
grietas, los dos juntos. No le apetecía que yo viera esas grietas, porque no
sabía que por ellas se colaba la luz.
Los
remordimientos subyacentes bajo sus palabras me dirían más de él que cualquier
enciclopedia que pudieran escribirle. Las personas no demostramos del todo
cuánto queremos con gestos de cariño al uso como besos, abrazos o declaraciones
de amor; lo hacemos eligiendo, eligiendo entre dos o más cosas que nos hacen
felices, cosas que no son compatibles entre sí por el mero hecho de nuestra
relación con alguien.
Y me
mostró esos remordimientos. Yo ya los intuía, pero él me los señaló.
El
boxeo le hacía feliz. Su familia le hacía feliz. Se volvieron incompatibles en
un momento de su vida. Y él, antes que boxeador, eligió ser un Whitelaw.
-Mi
familia-me acarició los glúteos, concentrado en mi piel de chocolate-. No sabes
cuánto pueden dolerte las hostias que le dan a otra personas hasta que no
tienes un hijo o un hermano boxeador. Y, claro, el tiempo que yo podía pasar
inconsciente, mis padres y mi hermana lo pasaban despiertos, angustiados por si
no me despertaba. Y eso que el boxeo de adolescentes no es muy agresivo, pero
tú también tienes menos aguante, así que... entre las costillas rotas, y lo
otro…
-¿Qué
es lo otro?-pregunté con un hilo de voz, y Alec me miró.
-Me
hicieron un KO en ese campeonato. Por suerte, fue en la primera ronda, así que
pude pasar a las siguientes venciendo a todos los demás, pero… tuve la mala
suerte de que Mimi estuviera allí. Mi hermana no solía ir a verme; ya sabes
cómo es, no lo pasa nada bien, y… se preocupa mucho. Pensó que me habían
matado, la muy lerda, cuando vio que no me levantaba-puso los ojos en blanco,
restándole importancia, pero yo noté que se me aceleraba el corazón. Intenté
imaginarme a Alec tendido en el suelo, inerte, sin moverse, sin hacer caso de
los golpes de un árbitro escandaloso a su lado…
… y
simplemente, no pude. Alec estaba tan lleno de vida, era tan invencible, tan
protector, lo tenía todo tan bajo su control, que no podía imaginármelo
inconsciente. Simplemente, no era él.
Así
que entendía a la perfección la angustia de Mimi. En cierto sentido, yo estaba
enamorada de mis hermanos, y estaba en la misma posición que ella: me volvería
loca ver a Scott, mi roca, que siempre había estado ahí y siempre estaría,
noqueado. Intentaría por todos los medios alejarlo de lo que fuera que le
hubiera ocasionado eso. Me rompería el corazón hacerlo si aquello le hacía
feliz, pero en cierto sentido, el boxeo era como las drogas. Cada vez que un
boxeador se sube al ring, la suerte lanza una moneda, igual que con rayas de
cocaína consumidas en las esquinas de algún antro.
Muchísimas
veces, cae cara.
Pero,
a veces, toca cruz.
Y yo
daría mi vida por la de Scott si le tocaba cruz, así que sabía que Mimi haría
lo mismo por Alec.
-Así
que cuando me desperté, descubrí que me había arrastrado fuera del ring, a
pesar de que se lo trató de impedir, literalmente, todo el mundo, y me había
estado abrazando y llorando todo el tiempo que estuve inconsciente. Los 37
segundos enteritos-volvió a poner los ojos en blanco y yo me abracé las
rodillas.
-No
puedo culparla. Yo habría hecho lo mismo.
-Así
que eso fue la excusa perfecta para que mi madre me diera un ultimátum. No
podía seguir boxeando. Me habían roto costillas, me habían noqueado… no iba a
dejar que me destrozaran en el ring. Cuando le dije que no había luchado toda
la vida para llegar al campeonato nacional y tirar la toalla en el primer
combate, me amenazó con echarme de casa como siguiera así-bufó-. Tuve que
suplicarle para que me dejara terminarlo, y le prometí a Mimi que lo dejaría
justo después. Por eso peleé como un cabrón. Jamás había peleado tan bien.
Quería…-carraspeó, con la voz rota y agachó la cabeza-. Quería retirarme
campeón. Pero supongo que no estaba destinado a ello.
Verle así, derrotado, me rompió el corazón.
Sobre todo porque las dos personas que estábamos en aquella cama sabíamos una
cosa: Alec había tenido mala suerte. Incluso yo, que nunca le había visto
boxear, lo sabía. Era mejor que nadie. Lo habría conseguido de no haber
cometido un minúsculo desliz.
Es
increíble cuánto daño puede hacerte una promesa mal hecha.
Le
acaricié los hombros y le di un beso en la cabeza, estrechándolo entre mis
brazos. Él me rodeó de la misma forma, y dibujó bocetos en mi espalda con unos
dedos de una versatilidad increíble: daban amor y odio, proporcionaban placer a
la par que dolor.
-¿Lo
echas de menos?
-Cada
día.
-¿Volverías?
-He
hecho una promesa, Sabrae-se separó de mí para mirarme, y descubrí que tenía
los ojos brillantes. Mi niño. Me
invadió una necesidad tremenda de protegerlo, así como una oleada de amor
indescriptible. Le costaba mucho mostrarse vulnerable ante los demás, ahora
sabía por qué, y que ahora se atreviera y se permitiera llorar frente a mí me
decía más que cualquier “te amo” que pudiera dedicarme. Mi amor. Te adoro.
-Si no la hubieras hecho…
¿volverías?
-Pero
la he hecho-bufó, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano y apartando
la mirada.
-Sé
que habrías venido a buscarme igual, aunque no me hubieras prometido que no
dejarías que nada nos separase, ni siquiera nosotros-susurré, tomando su rostro
entre mis manos y haciendo que me mirara-. Por eso yo quiero liberarte, Alec,
aunque no te lo haya prometido. Porque, igual que me dolerá el espacio que haya
entre nosotros cuando nos separemos esta tarde…
-No
quiero pensar en eso ahora, Sabrae, por favor, ni lo menciones.
Le
puse un dedo en los labios y sonreí.
-Igual
que me dolerá ese espacio, también me duele lo que a ti te hace daño. Y
guardártelo dentro no hace más que clavársete cada vez más hondo. Comparte tu
carga conmigo, mi amor-le besé la cara interna de la muñeca-. Todo se hace más
llevadero si lo hacemos juntos.
-Ya
no importa-susurró, mirándome a los ojos, acariciándome el mentón.
-A mí
sí me importa.
-No,
me refiero a volver. No importa. No merece la pena.
-¿A
qué te refieres? Alec, has seguido entrenando. Puede que no al mismo nivel,
pero estás en perfecta forma física.
-No.
No estoy hablando de eso. Podría volver, mi entrenamiento no es problema. El
caso es que no merece la pena si no eres bueno, y no eres bueno si tienes a
alguien por quien ser precavido. Y yo lo tengo.
-Siempre
lo has tenido.
-No-sonrió-.
He empezado a tenerla hace meses. Desnuda, no la he tenido hasta esta noche.
Ella podría hacer que yo tirara la toalla incluso antes de empezar, porque
pensar en que me hagan daño, por pequeño que sea… aunque sólo sea un dedo roto
que me duela cuando la abrazo, ya hace que nada de eso merezca la pena.
Me
estremecí, y cerré los ojos, dejando que él me rodeara con sus manos.
-Antes…
te he dicho una verdad a medias. Cuando tengo los guantes puestos, no me
alcanza nada, excepto una cosa: tú. Mientras estábamos peleados, me cargué un
saco de boxeo. Le reventé el anclaje del techo de lo rabioso que estaba
golpeándolo. Sergei nunca había visto nada igual. No puedo sacarte de mi cabeza
ni cuando estoy en mi trance de siempre, Sabrae. Tenlo presente cuando alguien
intente meterse entre nosotros. Sea quien sea.
-Te
lo prometo.
Sonrió.
-No
necesito que me lo prometas.
-Aun
así, quiero hacerlo. Te lo prometo. Sé lo importante que es para ti aunque no
lo hayamos hablado hasta ahora, pero quiero que sepas que lo valoro, y
muchísimo, Al.
-Me
alegro de que lo valores, porque le pegué una paliza a Sergei por ti-me reveló,
divertido, echándose hacia atrás-. Y no todos hacemos eso. Para que veas lo que
te quiero y lo comprometido que estoy con esta relación. En una escala de
protección, tu entrenador va justo después de tu familia directa. Le pegaría
una paliza antes a tu hermano que a Sergei, pero, claro… Scott no es tan
gilipollas como para provocarme metiéndose contigo.
-¿Qué
te hizo?
-A
mí, nada-se encogió de hombros-. Fue a ti, más bien. Te llamó “mi zorrita”. Y
no voy a consentir que nadie te falte
al respeto delante de mí.
Imaginarme
a Alec pegándose con su entrenador (no, dándole una paliza, me había dicho)
hizo que un escalofrío me recorriera la columna vertebral. Y me puso cachonda.
La verdad.
-Un
poco tu zorrita sí que soy-ronroneé.
-Sí,
pero sólo yo puedo llamártelo.
-Como
me llames zorrita, te parto la cara.
-¿Ni
siquiera mientras follamos?
Tamborileé
con los dedos sobre mi labio inferior.
-Bueno.
Vale. Puedes hacerlo mientras follamos.
-¡Bien!-levantó
las manos como un niño al que le anuncian que va a pasar las vacaciones de
Navidad en Disneyland, y yo no pude contener una sonrisa. Era increíble cómo
podía hacer que su humor cambiara radicalmente en cuestión de segundos: había
pasado de estar al borde de las lágrimas, e incluso dejar que un par le
vencieran, a bromear de nuevo y hacerme reír como sólo él sabía.
Ni
siquiera sospechaba que esa versatilidad fuera provocada: le conocía demasiado
bien. Sabía que se comía mucho la cabeza cuando se lo proponía, y que si una
idea le hacía daño era porque había calado bien hondo en su subconsciente pero,
a la vez, sabía que quería aprovechar al máximo el tiempo que pasábamos juntos.
Valoraba cada instante conmigo de la misma forma que yo lo valoraba con él, y
más ahora que habíamos probado nuestras respectivas ausencias.
Yo
era su espacio seguro de la misma manera que él era el mío, lo que pasa es que
nunca nos habíamos puesto a prueba el uno al otro. Y yo tenía que seguir
construyendo ese santuario en el que refugiarse; en mi presencia, podría
acogerse a sagrado y expiar todos los pecados que le atormentaran, fueran suyos
o no.
-Imagina
que no hubieras hecho esa promesa-murmuré, acurrucándome a su lado como tanto
le gustaba, haciendo que se sintiera útil porque, por un instante, era él quien
me protegía, y no yo. Le gustaba convertirse en las murallas de mi fortaleza
porque sabía cuánta confianza era necesaria para bajar las defensas tanto con
alguien-, ni que las cosas hubieran ido mal. ¿Te habría gustado seguir?
-¿A
qué te refieres con que las cosas fueron mal?-preguntó, jugando con sus dedos
en la palma de mi mano.
-A
que no hubieras perdido ese combate, y Mimi no te hubiera obligado a hacer eso.
-Vaya-sonrió,
un poco cínico-. Pensé que hablabas de cuando perdí el último combate.
-Te
vendría bien una pequeña cura de humildad, sol-le besé por debajo de la
mandíbula-. ¿Habrías querido seguir?
Alec
se quedó mirando la rosa que me había regalado, congelada para siempre en una
bola de nieve que ni siquiera tenía copos dentro. Vivía en un invierno eterno
en el que no había tormentas, ni por tanto aludes, pero tampoco posibilidad de
esquiar, condenada por toda la eternidad a ser hermosa pero no oler. Y una flor
que no huele deja de ser flor tarde o temprano.
Sabía
que se estaba comparando con ella y que sus pensamientos habían seguido el
mismo rumbo que los míos. Muchas veces me sorprendería cómo nuestras mentes
eran capaces de sincronizarse, y los dos pensábamos lo mismo a la vez, con la
misma conclusión llegándonos al unísono.
El
Alec del ring era esa rosa. Un bonito recuerdo del pasado que tenía bien cerca,
para echar mano de él cuando sintiera que empezaba a atravesar un bache. Se
estiraría y lo cogería y recordaría aquellos tiempos mejores en los que lo
había tenido todo, y había aspirado a todo.
-O no
seguir compitiendo-le ayudé, acariciándole la mano que me había pasado por la cintura-.
¿Has pensado en hacer algo relacionado con el boxeo?
-Dolería
mucho-dijo por fin, y yo le entendí. Forzar a Alec a ver a los toros desde la
barrera sería como pedirle a papá que dejara de hacer música y se conformara
con su faceta de profesor. Hay personas que nacen para preservar las leyendas
de otros, y personas que nacen para crear la suya propia.
-¿Y
por eso no sabes qué hacer después de graduarte?
Se
encogió de hombros, mordisqueándose los labios.
-No
sé qué hacer después de graduarme porque no me veo llegando a la universidad.
Me alegra que pienses que voy a hacerlo, pero yo no estoy tan convencido,
Sabrae.
-Sí
que vas a llegar. Eres inteligente. Eres más inteligente que Scott. ¡Hablas
inglés, ruso y griego!-puso los ojos en blanco-. ¿Te crees que todo el mundo
habla varias lenguas a la perfección?
-Tú
también hablas varias lenguas.
-No
hablo urdu como hablo inglés.
Se
echó a reír.
-No
me voy a librar de esta conversación, ¿verdad?
-Es
que… odio cómo te subestimas tanto constantemente, Alec. Si fueras tan tonto
como piensas, no serías capaz de hablar tres idiomas-volvió a poner los ojos en
blanco-. ¡Alec! ¿Tienes idea de la cantidad de puertas que te puede abrir…?
-Sé
que debería abrírmelas, pero no hay nada que me motive, eso es todo. ¿Ahora vas
a sugerirme que me meta a traductor? Porque mi madre lleva intentando
convencerme de eso desde que era un moco.
-Tiene
que haber algo que te guste y de lo que puedas sacar dinero. ¿De verdad no
tienes ninguna profesión en mente?
Alec
clavó los ojos en mí y esbozó su típica sonrisa torcida, así que me tocó a mí
poner los ojos en blanco.
-Que
no sea actor porno, a poder ser.
Sus
ánimos se desinflaron visiblemente ante la broma que no había podido terminar
de hacer, y yo tuve que reírme. Le di un beso en la mejilla y busqué su mano
por debajo de la sábana. No me costó mucho encontrarla.
-En
parte, por eso me marcho a África. Necesito tener tiempo para mí, aclarar mis
ideas, y darme cuenta de qué es lo que quiero. Me gradúe o no, necesito tomar
distancia de todo lo que tengo en Inglaterra. Y creo que me vendrá bien.
¿Sabías que el voluntariado fortalece el carácter? Te ayuda a desarrollar la
empatía y todas esas cualidades buenas que los niños del siglo XXI no tenemos,
según los periódicos-hizo una mueca-. Me vendría bien desarrollar esas
cualidades de las que carezco.
-Los
dos sabemos que, si te vas, no es por lo bueno del voluntariado, Al. Aquí
dentro-le di un toquecito en el pecho, justo donde latía su corazón-, tienes
tanto amor que Inglaterra se te queda pequeña, y el mundo necesita que te
repartas por más de un continente.
-Bueno,
vale, es una ventaja, pero no es la razón principal. Es que… cuando empecé a
boxear, empecé a sentirme como si tuviera un propósito, como si… pudiera
proteger a quienes tenían que protegerme, pero por las circunstancias de mi
familia, no podían.
-Mimi
y tu madre-asentí-. Entiendo que te sientas así, pero creo que te cargas
demasiada responsabilidad. Es decir… tus padres se divorciaron antes de que
Mimi naciera, así que, ¿qué daño podía hacerte?
Alec
carraspeó, se removió en la cama y apretó la mandíbula.
-No
he sido del todo sincero contigo, Saab. Verás… además de… bueno… el caso es
que… tengo un hermano mayor.
Me
miró con una cierta vergüenza, como si hubiera confesado un crimen que había
cometido hacía tiempo pero cuyas consecuencias se extendían hasta el presente,
y habían terminado afectándome a mí. Sus ojos brillaron como los de un cachorro
que busca perdón aun sabiendo que lo ha hecho mal.
Intenté
procesar la información que acababa de darme como si fuera una secuencia de
números que, a todas luces, tenían una lógica, pero que yo era incapaz de ver.
Alec, la persona que más se preocupaba por su familia, tenía un hermano del que
jamás hablaba. Alec, que me había contado sus mayores miedos, revelado sus
secretos más oscuros y liberado sus demonios en mi presencia, aún se guardaba
un as en la manga que, a mi entender, no tenía ningún valor.
Me lo
quedé mirando.
-No
te lo he ocultado a posta-se apresuró a decir-, es sólo que… siempre que
estamos juntos, me siento genial, y no quiero que hablar de él me lo fastidie.
Ha jodido muchas cosas en mi vida, y no pienso consentir que me joda también lo
que tengo contigo.
-¿Cómo
se… llama?-pregunté con un hilo de voz, odiándome por lo impactada que sonaba.
Tomé aire, lo expulsé despacio, me aparté el pelo de la cara y volví a formular
mi pregunta, esta vez en un tono mucho más seguro.
-Aaron.
Aaron, repetí para mis adentros. Vaya.
Sus iniciales coincidían. Me pregunté si la madre de Alec tenía algo con la
letra A, como parecíamos tenerlo en mi familia. Annie, Aaron, y Alec. ¿Cómo se
llamaría su exmarido?
-Y,
¿cómo es?-me escuché preguntar como una completa estúpida. Alec me estaba
hablando de que tenía un hermano perdido por ahí, y yo me preocupaba de su
aspecto. Mi curiosidad me había pasado por encima y había hecho que mi lengua
hablara por sí sola.
-Como
yo-contestó Alec después de un instante, encogiéndose de hombros y jugueteando
con un hilillo suelto de la sábana.
-Dudo
que sea como tú. De lo contrario, ya me habrías hablado de él-le acaricié el
pecho, jugueteé con la piel de sus clavículas, y lo miré atentamente desde
abajo. Apretó la mandíbula, luchando contra sí mismo, decidiendo si merecía la
pena hablar de Aaron ahora y satisfacer mi curiosidad o mantenerse en una zona
segura y tratar conmigo el tema de que, en realidad, era un hermano mediano y
no mayor.
-Boxear… empezó como un mecanismo de defensa
que yo no sabía que existía, pero que necesitaba desesperadamente. Después, con
el paso del tiempo, se convirtió en una pasión como pocas he tenido en mi vida,
pero… jugármela ya no merecía la pena al final. Ya había cumplido su objetivo y
no tenía sentido que yo me jugara el cuello cada vez que subía al ring.
Se
mordió los labios y se pasó una mano por el pelo.
-Aaron
fue la razón de que empezara.
Cerró
los ojos y exhaló un bufido que le salió de lo más profundo de su interior.
Estaba pasándolo mal. Estaba recordando cosas que le disgustaban, las mismas de
las que había huido toda la vida, sólo por satisfacerme.
Le
acaricié los brazos que me rodeaban, y le miré con tanta intensidad que entre
los dos podría haberse desatado un incendio.
-No
puede hacerte daño. No le dejaré.
En su boca, titiló una sonrisa de alivio, pero
mis palabras eran solo eso, palabras, y Alec acababa de abrir una caja de
Pandora a la que yo no podía ni acercarme para cerrar de nuevo su tapa.
A no
ser… que le gritara a los cuatro vientos que no pasaba nada si le daba
demasiado miedo lo que salía de su interior. No tenía que sacrificarse por mí.
-No
tienes que contarme nada que no quieras.
Y,
para mi sorpresa, eso tuvo el efecto contrario al que yo creía. Lejos de ser un
alivio para él, fue el empujón que necesitaba para lanzarse al vacío y poder
hacerlo de cabeza. Se sumergiría en las aguas de su pasado y bucearía hasta el
fondo del pozo en el que vivía el monstruo, al que mataría en su madriguera
sólo porque sabía que eso nos acercaría un poco más.
-Quiero
que lo sepas-sentenció con vehemencia, venciendo sus miedos-. Estoy harto de
tener secretos con todo el mundo, y con la última con la que quiero tenerlos es
contigo.
Me
besó con esa intensidad que podía provocar un incendio entre nosotros, una
intensidad que ardió en mis labios e hizo que mi alma se derritiera para así
amoldarse a él. Toda la rabia de su pasado, la volcó en ese beso. Toda la
desesperación que había sentido, la saboreé en su lengua. Y todo el alivio
cuando Aaron se marchó de casa y puso final al infierno en el que había sumido
a sus dos hermanos pequeños se me contagió a través de sus labios.
-Gracias-dije,
enamorada.
-Eh,
te prometí que no dejaría que nada ni nadie nos separara. En nadie también va
incluido Aaron-sonrió, cogiéndome la mano y besándome los nudillos. Le acaricié
el mentón y, mientras le daba un último beso de agradecimiento, mi mano
descendió por su pecho y me coloqué el anillo que le había regalado, que aún
llevaba colgado al cuello, en el dedo meñique. Alec apoyó su frente en la mía y
miró el anillo que compartíamos momentáneamente, y sonrió.
-¿Sabes
la importancia que tiene que dos personas compartan anillo?-preguntó, y yo me
eché a reír.
-Supongo
que la misma que un chico le ofrezca a una chica una manzana. ¿Sabías que en la
Antigua Grecia eso era una propuesta de matrimonio?
Alec
alzó las cejas, chulo.
-Por
supuesto que lo sabía, ¿tengo que recordarte dónde paso todos los veranos?
Me
estrechó entre sus brazos y, entonces, empezó a hablar. Me contó que Aaron
siempre había odiado que se hubieran ido a vivir con Dylan, que siempre le
había culpado de que sus padres se hubieran separado y hubieran iniciado una
nueva vida lejos de lo que él conocía, por muy tóxico que fuera el mundo en el
que el primogénito de Annie se hubiera criado. Supongo que cuando creces en un
ambiente envenenado, el aire puro le hace daño a unos pulmones que están
demasiado acostumbrados a filtrar.
Y
todo había ido a peor cuando nació Mimi. Por fin Aaron tenía alguien a quien
echarle la culpa de todo lo que había pasado, una representación de su
desgracia y una causa tangible de todos sus males que nada tenía que ver con
sentimientos que él no entendía. Sus padres dejaron de ser una unidad, y de
repente apareció Mimi, así que ella era la que los había separado en la mente
de aquel chiquillo.
-¿Cuántos
años…?
-Siete.
Me saca cinco.
Pero,
por supuesto, Aaron no era tonto. Lo que tenía de malo, lo tenía también de
inteligente. Jamás le levantó la mano a Mimi delante de su madre, y nunca le
hizo ningún gesto feo a ninguno de sus hermanos estando en presencia de algún
adulto. Pero, claro, el inicio de la vida de Mimi y la infancia más tierna de
Alec se vieron marcadas por las continuas y venidas del juzgado por dos
procesos pendientes que su madre tenía con el padre de los dos niños: un
divorcio y una causa de malos tratos. Dylan tenía que trabajar, así que dejaban
a los niños con una amiga de la madre de Alec que no tenía hijos por aquel
entonces, y no sabía lo mucho que puede hacer un niño en sólo cinco segundos.
Alec
era el único que estaba allí cuando Aaron le pegaba a Mimi y se hacía el sueco
cuando llegaba algún adulto a preguntar qué pasaba. A todas luces, Mimi era un
bebé llorón. Nadie, excepto Aaron y Alec, sabían que en realidad, ella era una
niña tranquila que sólo lloraba cuando le hacían daño. Si lloraba a menudo, era
porque le hacían daño a menudo.
La
cosa no mejoró con la edad. Incluso empeoró. Aaron crecía más rápido que Mimi,
así que su fuerza se multiplicaba más que la resistencia de ella… y Alec
simplemente nunca era lo suficiente: lo suficiente astuto para darse cuenta de
que Aaron había desaparecido, lo suficiente rápido para ir a buscarlo, ni lo
suficiente fuerte para impedir que le hiciera algo.
El
recreo se convirtió en el momento del colegio que menos le gustaba a Alec,
porque su hermano parecía tener un don para alcanzar a Mimi en el patio antes
que él.
-Y los profesores…
-Tarde
o temprano, tenían un despiste. No podían estar pendientes de nosotros tres
siempre. Y Aaron sabía aprovechar esos despistes.
-No
puedo creerme que estéis emparentados. Parece un niño horrible.
-Le
conoces, de hecho. Tú no te acuerdas porque eras muy pequeña, pero
coincidisteis un par de veces. Incluso se metió contigo, pero, por suerte,
Scott y Tommy también estaban ahí para protegerte.
-¿Ellos
no te ayudaban con Mimi?
-Claro,
pero… tú no conoces a Aaron. Nadie era suficiente, ni siquiera mis padres.
Así
que, vista la panorámica, no era de extrañar que el boxeo se convirtiera en un
faro de esperanza en cuyas manos Alec estaba más que dispuesto a dejar su vida.
Y funcionó. Cuando él aprendió a defenderse, y a defender a Mimi, Aaron le
pidió a su madre irse a vivir con sus tías. Y Annie tuvo que concedérselo, con
el corazón destrozado, porque la felicidad de tu hijo es más importante que la
tuya y, en cierto sentido, le había fallado como madre, por no haber aguantado
lo suficiente, por no haber sabido cambiar a su marido, por no…
-¡Eso
es horrible! ¿Aún se siente así?
-No,
ya no, pero al principio, cuando Aaron se fue, se culpó de que lo hiciera.
Volvió a echarse la culpa de que su relación con nuestro padre no funcionara.
Creo que era eso lo que más quería mi hermano: mandar a la mierda años y años
de terapia y devolverla a la casilla de inicio de un plumazo-me acariciaba el brazo
con la uña del pulgar, distraído-. ¿Sabes? Creo que, en parte, por eso mi madre
está siempre tan encima de mí. Creo que le da miedo que yo la abandone como
hizo Aaron con ella. Como si pudiera-puso los ojos en blanco-. Yo no soy un
cabrón sin corazón como él. Además… estamos mejor sin él en casa. Estamos en
casa, cosa que no se podía decir cuando él vivía con nosotros.
Apretó
la mandíbula.
-Quince
años viviendo ahí, y todavía es capaz de hacerme sentir como encerrado en un
sitio hostil cada vez que atraviesa la puerta.
-Espero
que no sea muy regularmente.
-En
Navidad. Y para el cumpleaños de mamá. Y cuando ella lo invita y él tiene a
bien venir.
-Y
Mimi, ¿cómo lo lleva?
-La
relación es cordial. Más que conmigo, eso desde luego, porque mi hermana no es
rencorosa, pero yo sí-sacudió la cabeza, la vista fija en un punto de la
pared-. No puedes hacerle ese daño a mi madre y a mi hermana y esperar que yo
te ponga buena cara cada vez que te da por venir a ver a la mujer que te dio la
vida, y de cuyo lado te tendrías que haber puesto desde el principio.
-¿Ves
como no necesitas aprender empatía en África?-ronroneé, dándole un sonoro beso
en la mejilla. Él sonrió, hinchando los carrillos, y miró nuestros cuerpos
enredados bajo las sábanas.
-Siento
haber tardado tanto en contarte esto, sobre todo teniendo en cuenta lo rápido
que te abriste tú conmigo. Es que… son venenosos, mi padre y él. Y yo no…
Le
puse un dedo en los labios.
-No
tienes que disculparte, ni darme explicaciones. Lo entiendo perfectamente. Te
olvidas de algo, Al: yo soy Sabrae, y tú eres Alec. Y eso significa que no
necesitamos explicaciones.
Sus
dedos bailaban por mi espalda, arriba y abajo, arriba y abajo.
-Desde
que sabes que no me voy a vivir la vida sino de voluntariado, pareces más y más
decidida a impedir que me marche a Etiopía. ¿Te has dado cuenta?
-¿A
Etiopía es donde irás?
Asintió,
besándome los dedos.
-Cerca
de una reserva. Quizá vea un león-sonrió, acariciándome el pelo-, que me
recuerde a mi leoncita preferida.
-Ahora
siento una conexión más especial con Etiopía sólo por saber que vas a ir tú.
-¿No
sentías nada antes?-preguntó, apartándome el pelo del hombro y acariciándome la
piel con infinito cariño-. Porque… desde que hablamos de tus orígenes, he
estado pensando que quizá deberíamos investigar un poco para conocerlos. Con
eso de las pruebas de ADN, y tal… puede que visite el pueblo de alguno de tus
antepasados, y esté tan campante.
-Estaría
bien-asentí, besándole la cara interna de la mano y cerrando los ojos. Intenté
imaginármelo en Etiopía, salvando a cachorros de león, caminando entre
elefantes, echando una mano en obras locales o simplemente sentado en alguna
colina, contemplando el horizonte mientras el sol sale o se pone.
Y me
llenó de infinita tristeza saber que se convertiría en otro Alec, un Alec que
se quedaría allí y del que yo no podría disfrutar. Me abracé a él y hundí la
cara en su pecho.
-Ojalá
las cosas no fueran así-susurré, pensando en qué sería de nosotros una vez
llegara el verano-. No nos merecemos esto, estar a medio mundo de distancia.
-Eh,
tranquila, bombón. Lo superaremos, tú y yo. Medio mundo no es nada, si somos
Sabrae y Alec.
Le
sonreí desde su pecho.
-Aunque…
puede que debamos inventarnos algo que hacer en la distancia para cuando nos
sintamos lejos, como señalar la luna con el pulgar, o esas cosas, como sucede
en las pelis.
Nos
echamos a reír y yo me lo quedé mirando, más que decidida a aprovechar el
tiempo que teníamos. Cada segundo contaba.
Tenía
el mentón de una estrella de cine, y tumbado en mi cama desprendía el aura de
tranquilidad de la que hablan todas las novelas románticas del momento
posterior a la primera vez que los protagonistas tienen sexo. Parecía demasiado
bueno para ser real. Pero lo era. Gracias a Dios, lo era.
-No
puedo creer la suerte que tengo de que seas mío.
-Todo
tuyo, y solamente tuyo, bombón-me aseguró.
-¿Ves pelis?-la escuché preguntar de repente, sin venir a
cuento, y me volví hacia ella. Acabábamos de decidir que sería mejor que fuera
vistiéndome y pensando en irme, pues pronto empezaría a oscurecer y no quería
darle a mi familia o Jordan (que seguro que llevaba vigilando desde la ventana
de su habitación desde el mediodía) un motivo para que me tomaran el pelo
relacionado con ella. Bastante me vacilaban ya con Sabrae como para que yo me
pasara dos días consecutivos en su casa. Me volví para mirarla, abrochándome el
botón de mis vaqueros olvidados en el suelo durante más de doce años. Llevaba
puesta mi camisa, se había abotonado un par de botones y tenía la espalda
apoyada contra la pared, las piernas dobladas en dos ángulos de cuarenta y
cinco grados, una sobre el colchón y la otra haciéndole de anclaje para su
codo. Su pelo revuelto y sus ojos brillantes acusaban un polvo que ni siquiera
habíamos echado, pero supongo que estar tanto tiempo desnuda, dejando que la
mimara y contándole mis secretos era equivalente al sexo.
-Claro.
Soy una persona normal… más o menos-me reí, y Sabrae tragó saliva.
-Me
gustaría que viéramos una peli juntos-comentó.
-Sabes
que no tienes que pedirme otra cosa si lo que quieres es sexo, ¿verdad?
-Sí,
claro, pero el caso es ése: no quiero sexo. O no sólo quiero sexo. Me apetece
hacer otras cosas más de… pareja. Como quedar para ver una peli, que tú vengas
a mi casa o ir yo a la tuya, llevar comida y todo eso, como tenías pensado ayer
con Scott.
-Scott
era una excusa para venir a verte-Sabrae sonrió al escuchar mis palabras, se
puso en pie, se puso de puntillas y me dio un beso en los labios-. Me tengo que
ir ya, bombón, pero un día de esta semana, si quieres, cumplimos el plan. Me
voy a dejar caer mucho por tu casa estos días, así que podemos dejarlo como
pendiente.
-¡Vaya!
¿Quién te ha invitado a venir tanto?-volvió a reírse, jugueteando con mis
colgantes, y yo me encogí de hombros y me pasé una mano por el pelo sólo por
hacerla rabiar.
-Ya
sabes lo que me toca. Los chicos y yo hemos decidido no venir todos juntos a
ver a Scott, y dado que ya veo a Tommy cada día en clase, no quiero que S se
sienta solo. Eso no significa que me ponga de parte de tu hermano-la advertí al
ver que su expresión cambiaba-, porque los dos han metido la pata hasta el
fondo y se están comportando como críos, pero… Scott me necesita más de lo que
me necesita Tommy. Y Tommy ya me tiene bastante, así que tengo que compensar un
poco la balanza.
-Gracias
por no dejarlo solo-murmuró con un hilo de voz en el que yo pude escuchar la
angustia contenida que le producía la situación. Veía cómo su hermano se
apagaba poco a poco igual que lo veía yo, pero ella, al menos, no tenía el otro
puñal clavándosele que era la propia degradación de Tommy. Por suerte para
Sabrae, sólo podía ver un fragmento del cuadro en el que aparecía un solo
monstruo, y esperaba que siguiera así. Aunque se hacía la fuerte, yo sabía que
estaba agotada emocionalmente por las dos semanas que no habíamos hablado, y
que la situación con Scott y Tommy fuera tan mala no le daba el descanso que
cabría esperar después de nuestra reconciliación. Conmigo en la habitación
había sido feliz, los dos lo habíamos sido, porque nos habíamos metido en una
crisálida y nos habíamos aislado del mundo, así que no existían los rencores.
-Es
lo que tengo que hacer-le di un beso en la frente y le rodeé la cintura con los
brazos mientras ella hacía lo mismo y reposaba su cabeza en mi pecho desnudo.
Ojalá pudiéramos seguir siempre así y todos los problemas del mundo se
solucionaran con el contacto de Sabrae.
Me la
zona de los riñones con el pulgar y repitió:
-Gracias,
Al.
-Ya
te he dicho que es lo que tengo que hacer. No tienes que dármelas.
-Ahora
no es por mi hermano.
-Entonces,
¿por qué es?-la pinché, porque veía que nos estábamos lanzando de nuevo a ese
precipicio que tanto nos gustaba visitar estando desnudos, o semidesnudos como
era ahora el caso, en el que empezábamos a sincerarnos y terminábamos
mostrándonos nuestro corazón desnudo latir al mismo ritmo.
Y
todo eso terminaba derivando en más sexo, porque de la misma forma que nos
gustaba acurrucarnos frente a la hoguera de nuestros sentimientos por el otro,
también nos encantaba lanzarnos a las llamas y dejar que nos consumieran.
Pero,
por mucho que me apeteciera meterme de nuevo en aquel glorioso cuerpo suyo, de
verdad, de verdad que tenía que
marcharme. Si volvía a entrar en su cama, no me quedaría más remedio que
dormirme allí.
Y
verme marchar con su hermana al instituto al día siguiente mientras él se
quedaba una vez más en casa era algo que machacaría a Scott. Lo sabía.
-¿Por
quedarme y comerme tu comida?-probé, y ella levantó la mirada y se encontró con
mis ojos con una sonrisa.
-Por
lo de hoy. Y por lo de anoche.
Intuí,
más que vi, cómo me ponía un poco rojo al pensar en lo que habíamos hecho, y
ver nuestro reflejo en el espejo por el rabillo del ojo no ayudó a
tranquilizarme. Recordé cómo me la había follado frente al espejo, de pie, con
tanta rudeza que debería haberle hecho daño en circunstancias normales, pero
estaba tan mojada y tan ansiosa que sólo le había causado placer; cómo la había
provocado en la sala de los premios de su padre, cómo había disfrutado besando
todo su cuerpo desnudo por primera vez, cómo había sido mirarla a los ojos
mientras entraba en su interior, tomándola por primera vez en su cama, cómo me
había sentido dejándola acariciarme y acariciándola y despertándome por primera
vez a su lado, la sensación de estar donde debía estar, justo donde el universo
me había dejado un hueco con mi forma exacta en el que nadie más podía encajar.
Las
primeras veces en general no importan; da lo mismo que pierdas la virginidad
haciéndolo en una playa, en la fiesta de graduación del instituto, en un viaje
de esquí, en el asiento trasero de un coche o en el sótano de la casa de uno de
tus amigos. Esas cosas no dejan tanta huella como nos hacen creer, y
normalmente son desastrosas porque el universo está harto de que le demos tanta
importancia a las iniciaciones en abstracto.
Lo
que sí es importante es la persona con que las experimentas. La persona puede
llegar a serlo todo. Mi primera vez había sido buena porque la había tenido con
Perséfone, que era importante para mí por aquel entonces, pero yo sabía que, en
mi lecho de muerte, cuando fuera un anciano que no podía ni con los huevos y
que añoraba la época en la que lo había tenido absolutamente todo, no pensaría
en cómo me había hundido en una chica por primera vez en una playa de Grecia.
Pensaría en Sabrae, en lo hermosa que era quitándose la ropa, lo increíblemente
preciosa que era estando de pie frente a mí, completamente desnuda, y lo mucho
que la adoré cuando la tumbé debajo de mi cuerpo, la miré a los ojos mientras
le separaba las piernas, y le hice el amor por primera vez.
-¿Bromeas?
Fue la mejor noche de mi vida. Y eso que mis noches son cojonudas, mucho
mejores que mis días.
A
pesar de que me había puesto en modo gallito, yo sabía que Sabrae había leído
mis pensamientos una vez más. Y seguro que estaba valorando lo mismo que yo:
puede que Hugo hubiera sido el primer chico con el que había estado en el
sentido más bíblico de la palabra (bueno, coránico, que ella era musulmana),
pero yo le estaba dejando una huella mucho mayor que la que el otro podía
aspirar, siquiera, a dejarle.
Con
esa sonrisa de siempre en los labios, que tanto me gustaba porque a) se la
ponía yo y b) sus sonrisas eran preciosas, Sabrae volvió a ponerse de puntillas
y rozó sus labios con los míos. Se desabotonó la camisa y se la quitó despacio,
dejándome mirarla una última vez. Me mordí el labio tan fuerte que pensé que me
haría sangre cuando la contemplé desnuda ante mí, orgullosa de sus curvas de
nuevo, y de no cumplir con esos absurdos estándares de belleza que les imponían
a las mujeres.
-Ponte
ropa o no podré irme-me escuché decir con la voz ronca, sintiendo una presión muy
familiar en los pantalones, y no del todo desagradable. A la mierda Scott, a la
mierda mis padres, y a la mierda Zayn. Me daba lo mismo que me notaran lo
pillado que estaba por Sabrae y lo muchísimo que la necesitaba. A veces ser tío
es una mierda porque todo el mundo nota en qué estás pensando si piensas en una
cosa en concreto, pero otras veces esa sinceridad que te forzaba a tener tu
cuerpo era el mejor indicador de lo que sentías.
Y no voy a mentir, me encantaba que a Sabrae se
le fueran los ojos.
Se
echó a reír, asintió con la cabeza, y en menos de un minuto ya se había puesto
un sujetador y una camiseta con la que ya pude empezar a pensar con claridad.
Estuve a punto de ponerme el jersey que había llevado la noche anterior, pero
tras pensármelo un segundo, decidí dejárselo en su habitación “por accidente”.
Lo miré por el rabillo del ojo cuando Sabrae se sacó la camiseta de los
leggings negros estirados que usaba para andar por casa y trotó hasta mí,
saltando para colgarse de mi cuello como el más bonito de los koalas.
-¿Hablamos?-le
preguntó a mi boca, deseando probarla otra vez.
-Dentro
de menos de quince días, por favor-le pedí, y ella se echó a reír, asintió con
la cabeza y se giró un momento para mirar su habitación. La cama estaba
deshecha, la almohada, todavía hundida donde yo había tenido apoyada la cabeza;
la alfombra se había deslizado por la habitación hasta chocar contra el armario
y doblarse allí donde no podía ir más allá; la silla del escritorio estaba
echada hacia atrás, por ser donde había dejado la ropa; el cargador del
teléfono colgaba de su mesilla de noche, y unos cuantos paquetitos de condones
descansaban al lado de éste.
Y mi
jersey seguía en la cama.
-Creo
que te dejas algo.
-Me
parece que no.
Sabrae
se volvió para mirarme y abrió mucho los ojos. Asentí con la cabeza.
-¿De
verdad?
-Es
un préstamo-le advertí-. No ando muy boyante de jerséis, así que… digamos que
lo dejaré cuidándote hasta que me pidas una sudadera.
Volvió
a rodearme la cintura y a descansar su mejilla en mi pecho.
-No
quiero que te vayas.
-¿Y
yo sí?
-¡Ya
sé! Te acompañaré a casa y así nos despedimos allí. Tengo que asegurarme de que
llegues bien.
-Ni
de coña, porque entonces, luego, te acompañaré yo a ti de vuelta. Y estaremos
toda la tarde acompañándonos.
-Me
parece bien-se encogió de hombros.
-A mí
también. Ése es el problema. Venga, nena, no puedo ser yo el racional de la
relación.
Se
rió una vez más, volviendo a abrazarme y se posó de nuevo sobre sus talones,
como una dulce y tierna mariposa que por fin encuentra una flor que le atraiga
lo suficiente como para manchar sus patitas de polen. Le di un beso en la
cabeza, susurré un suave “mi niña”, y tanteé a mi espalda para encontrar el
pomo de la puerta.
Bajé
abrochándome la camisa, porque no podía perder ni un segundo vistiéndome en su
habitación, y cuando llegamos a la parte baja de las escaleras, nos encontramos
a Scott y Eleanor mirándonos divertidos.
Noté
dos pares de ojos que se clavaban en mí desde lo más hondo de la casa, y cuando
me giré, vi a Zayn y Sherezade mirándome. Para gran alivio mío, los dos
parecían contentos de verme, aunque puede que Zayn se alegrara de que ya me
fuera a mi casa y dejara así de llevar a su pobre e inocente hija por el camino
del pecado. Sherezade, por otro lado, tenía una expresión soñadora en la
mirada. Recé porque me imaginara vestido de traje esperándola en un altar en
lugar de alegrándose también de que me fuera, aunque si teníamos que ser
justos, no me imaginaba a la madre de Scott y Sabrae alegrándose de que se
hubiera terminado un fin de semana romántico para ninguno de sus hijos.
-¿Ya
te vas, Al?-quiso confirmar Zayn, porque los petardos están caros y no conviene
malgastarlos. Asentí con la cabeza y noté que Sabrae me acariciaba la mano con
los dedos mientras pasaba a mi lado para despedirse de Eleanor.
-Gracias
por todo. Me lo he pasado genial-solté antes de poder frenarme, y Zayn rió,
pasó una página del periódico que estaba leyendo, y comentó:
-Apuesto
a que sí.
-¡Zayn!-le
recriminó su esposa mientras sus hijos hacían caso omiso de la pulla que
acababa de lanzarme. Aproveché que las chicas se estaban despidiendo para
acercarme a Scott. Estaba un poco más animado ahora que había estado con
Eleanor, y había que ser ciego para no darse cuenta de a qué se debía eso. Le
brillaban los ojos y tenía una sonrisa boba bailándole en los labios que no podía
disimular por mucho que intentara ponerse serio.
-Mañana
vengo a verte-le anuncié, y Scott puso los ojos en blanco. Detestaba sentirse
como un niño pequeño, pero… era lo que le tocaba estando conmigo. A fin de
cuentas, no le llevaba casi dos meses por nada.
-¿Me
vas a traer vino del caro?-bromeó, y eso me dio esperanzas. Si Eleanor seguía
haciéndole su magia, puede que pudiera sobrevivir al tiempo que tardara Tommy
en dejar de odiar cada vez que alguien mencionaba su nombre.
-Yo
te traigo lo que quieras, ladrón-contesté, dándole una palmadita en la mejilla
a modo de despedida y le susurré al oído-: piensa en lo que te dije.
Scott
asintió con la cabeza al mirarme, sopesando las posibilidades de ser él quien
diera el paso en lugar de Tommy (puede que Tommy se hubiera alejado, pero eso
no significaba que fuera el único que podía zanjar la situación; compartían ese
poder entre dos, y Scott tenía la suerte de ser la otra mitad), y me volví
hacia Sabrae, que ya había terminado de decirle adiós a Eleanor.
-Adiós,
Al-ronroneó, haciéndose la dura. Me encantaba que cambiáramos tanto estando con
gente; cuando estábamos solos, nos declarábamos amor eterno, pero en cuanto
había alguien en la habitación con nosotros, volvíamos al flirteo de los
inicios que, por favor, no quería perder bajo ninguna circunstancia.
-No
lo pases muy mal sin mí, bombón-le guiñé un ojo y le di un abrazo, arrancándole
otra carcajada. Sí, definitivamente debería considerar en serio escaparme al
circo y ponerme una nariz de payaso. Tenía un don para la comedia-. Atenta al
móvil, ¿vale?
Increíble, Alec. Aún no te has ido y ya te
estás asegurando de tenerla más tiempo esta noche.
-¿Hablamos de noche?-ofreció.
-Si
no, ¿qué?-la piqué, y ella puso los ojos en blanco-. ¿Me llamas?
-Te
llamo. O me puedes llamar tú a mí-aleteó con las pestañas, coqueta.
-Como
quieras. El que menos aguante.
-Vaya,
que te voy a llamar yo-puso los ojos en blanco y se echó a reír.
-Eh,
perdona, Sabrae, pero no sé por qué piensas eso. Está claro que yo soy quien menos
aguanta; si por ti fuera, aún seguiríamos cabreados.
-Tenía
pensado abrirte conversación mañana-se excusó, apartándose un pelo de la cara
con gesto teatral.
-Sí,
claro.
-¿Nos
vemos mañana?
-Vais
al mismo instituto, Sabrae-interrumpió Scott, que llevaba demasiado tiempo
escuchando nuestra conversación.
-Sé
bueno con tu hermana-le recriminó Eleanor, dándole un toquecito en la cadera
con la suya.
-Pero,
¡si lo soy siempre!
-Intenta
impedírmelo, bombón-le prometí, besándole la frente y estrechándola una última
vez entre mis brazos.
-¿Alec?
Me apeteces.
-Tú a
mí también, nena.
Le di
un piquito y, entonces, con una fuerza de voluntad férrea, me volví hacia
Eleanor y le hice una profunda reverencia tras abrirle la puerta. Eleanor se
volvió hacia Scott con las cejas arqueadas.
-A
ver si aprendes algo de Alec.
-Sí,
tío, a ver si aprendes algo de mí.
-Lárgate
ya, macho.
Le
tiré un beso a Scott y le guiñé el ojo a Sabrae por el puro placer de ver cómo
Scott ponía los ojos en blanco y me llamaba fantasma, y bajé las escaleras del
porche de los Malik con Eleanor. Cuando atravesamos la verja de su finca y
echamos a andar por la calle, tanto Eleanor y yo soltamos un suspiro
profundísimo en el que nuestras almas podrían haber abandonado nuestros
cuerpos, y nos miramos, sonrientes.
-¿Qué?
¿Qué tal la noche? ¿Movidita?
-Yo
podría preguntarte lo mismo-se burló ella, y yo sacudí la cabeza, colando mis
manos en los bolsillos de los pantalones.
-Hagamos un trato: yo no te tomo el pelo con
Scott si tú no me lo tomas con Sabrae.
-Me
parece justo. Sé que Mimi lo va a hacer por mí, así que…
Volví
a negar con la cabeza, riéndome, y acompañé a Eleanor a su casa con la
intención de hacerle una visita a Tommy para ver cómo estaba. Dado lo mal que
había salido el partido de baloncesto del viernes pasado, sospechaba que no
iría esa tarde a jugar. Sinceramente, yo daba por cancelado el partido, y no
tenía pensado plantarme en la cancha de siempre: estaba demasiado cansado por
la noche de sexo con Sabrae como para pensar en echar unas canastas.
No
tuve que esperar mucho para que la profecía de Eleanor se cumpliera: cuando
llegamos a su casa y yo pregunté por Tommy, su madre me informó de que estaba
en su habitación con Layla Payne, y yo no necesité más. Las cosas con Diana
estaban muy mal; que yo supiera, incluso lo habían dejado, así que no iba a
juzgar a mi amigo por buscar consuelo en otra mujer. Bien sabía Dios que yo lo
había hecho en otras ocasiones, muchas de ellas en las que ni siquiera lo
necesitaba, y sólo había estado tan mal como Tommy cuando lo de Sabrae, así
que… esperaba de corazón que le saliera bien.
Así que
me dirigí a mi casa y entré por una de las ventanas del garaje. Sabía que Mimi
no me dejaría en paz si me oía llegar: mi única esperanza de estar tranquilo y
poder llegar a mi habitación sano y salvo a descansar pasaba por ser un puto
ninja en mi casa. Cruzaría el salón de puntillas y subiría las escaleras a toda
velocidad, cerrando la puerta de mi habitación y poniendo una silla antes de
que mi hermana pudiera siquiera intuir que ya no estaba sola.
Que,
por cierto, no tenía mucho que intuir, porque mis padres estaban sentados en el
sofá cuando yo me asomé al salón.
Y,
como si hubiera formado un verdadero escándalo al entrar, se giraron a la vez
para mirarme como un par de muñecos diabólicos.
-¡Alec!-celebró
mamá, levantándose y viniendo a darme un beso, haciendo que mi entrada de ninja
saltara por los aires.
-Hola.
Creía que ibais a salir.
-Oh,
al final decidimos quedarnos en casa. A Dylan no le apetecía mucho hacer nada
con este frío. ¿Y tu jersey?
-Lo
perdí. Así que hace demasiado frío para que salgas, ¿eh, Dylan?
Cabrón.
Mi
padrastro sonrió, levantando una cerveza en mi dirección.
-No
quería perderme la sonrisa bobalicona con la que volverías de casa de Scott. ¿O
debería decir… de casa de Sabrae?
Noté
que me sonrojaba un poco. Joder, odiaba mi cuerpo en ese momento. Olvídate del
parrafito tope positivo de unas páginas más atrás. ¿Por qué siempre tenía que
delatarme? ¿Por qué tenía que ser tan transparente?
-¿Lo
perdiste, o se lo ha quedado ella?-preguntó mamá, alzando una ceja.
-Pero
bueno, ¿qué es esto, una redada policial? Casi soy mayor de edad. Puedo hacer
lo que quiera con mis cosas. ¡Como si me da por ir por ahí desnudo porque
regale toda mi ropa! Me lo he dejado en casa de Scott; mañana volveré a por él.
-Mi
hijo, el rey de las excusas. Un movimiento magistral por tu parte, cariño-mamá
me dio un codazo y me guiñó el ojo-, dejarte allí el jersey para poder ir a por
él mañana, y así ver a Sabrae.
-No
necesito excusas para ver a Sabrae. Ya tenía pensado ir igual mañana.
-¿Has
oído, Dylan? ¡Han quedado para verse mañana!-mamá dio una palmada y yo puse los
ojos en blanco.
-No,
no hemos quedado para vernos. Quiero asegurarme de estar ahí para Scott. Es mi
amigo, y me necesita.
-¿También
vas a ir a ver a Tommy?
-No
tenía pensado, ¿por qué?
-Ah,
claro…-mamá alargó mucho las vocales e intercambió una mirada perspicaz con su
marido-. Como Tommy y Sabrae no viven en la misma casa…
Me
eché a reír.
-Mamá,
te quiero, pero a veces no hay quien te soporte. Me voy a la ducha.
-Asegúrate
de limpiarte bien el cuello, cariño. No queremos que los arañazos que tienes se
te infecten-atacó mamá, regresando al sofá tras darme un beso en la mejilla.
-¡Yo no
tengo arañazos en el cuello!-protesté. Sí que los tenía.
Por
eso Mimi no podía verme; tenía que dejar que pasaran unas horas más para que
terminaran de cambiar de color. Así que volé escaleras arriba, olvidado ya todo
intento de ser sigiloso, y entré zumbando en mi habitación antes de que mi
hermana pudiera salir de la suya.
Cuál
fue mi sorpresa cuando me la encontré tumbada en mi cama, ojeando una revista
con las piernas dobladas y los pies en el aire. Me quedé plantado como un gilipollas
en la puerta, sin saber qué hacer, mientras Trufas
se levantaba de un salto de al lado de mi hermana y corría a mi encuentro para
embestirme. El único que no parecía querer amargarme la fiesta era el conejo.
-¿Qué
haces aquí, Mary Elizabeth?
-Quería
asegurarme de verte nada más llegar. Te he echado de menos. Han sido 20 horas
muy tristes en mi vida.
-¿Las
has contado? Qué rica. Piérdete; quiero dormir.
-Vaya,
vaya, ¿tan bien ha ido tu noche romántica?
Fue entonces
cuando se dignó a mirarme, y esbozó una sonrisa lobuna que me dio ganas de
sacarla de los pelos de mi habitación. Pero Trufas
se frotó contra mí, mimoso, exigiendo atenciones, así que calmó un poco la bestia
de mi interior.
-Hombre…
muy romántica no ha sido-respondí, pero aquella respuesta cortante se convirtió
en un alardeo, y Mimi alzó las cejas.
-¿Y
esa sonrisita?-intenté borrarla en cuanto la mencionó, pero no me salió bien. Sólo
luché contra ella de esa forma tan patética en que lo hacen en las películas
cuando cazan al quarterback liándose con la capitana de las animadoras.
Y mi
mente, por supuesto, decidió imaginarse a Sabrae vestida con traje de animadora,
una falda muy cortita que apenas le cubriera la ropa interior, un top que le
dejara el ombligo al descubierto, y… uf,
que llegue ya Halloween.
-¿Vuelves
soltero, hermano?
Aquella
pregunta desinfló toda mi felicidad. Joder, ¿por qué todo el mundo se
preocupaba tanto por mi estado civil?
-Sí.
-¿De
veras?-Mimi alzó una ceja, convencida de que le estaba tomando el pelo, así que
la palabra que pronuncié a continuación sonó más bien a gruñido.
-Sí.
El tono
con el que lo dije hizo que sonaran las alarmas en la cabeza de mi hermana. Se incorporó
hasta quedar sentada, con su sudadera de la academia de ballet deslizándose por
su vientre ahora que la gravedad se había acordado de nuevo de ella. Sus ojos
transmitían tristeza; toda su expresión lamentaba lo que acababa de decirle.
-¿Quieres
que hable yo con ella?-se ofreció, triste, y yo me eché a reír.
-Mimi,
no necesito que me saques las castañas del fuego. ¿De verdad crees que podrías
convencerla de algo que yo no puedo?
-Tengo
mis mecanismos de persuasión.
-Yo
también. 21 centímetros de mecanismo, para ser más exactos.
Mimi puso
los ojos en blanco y fingió una arcada.
-Voy
a hacer como que no has dicho eso-cogió su revista, se levantó de la cama y se
alisó los leggings. Se acercó a mí, recogió
a Trufas del suelo y se lo afianzó en
el regazo mientras me miraba. Me puso una mano en el hombro y clavó sus ojos en
los míos-. Pero, en serio, Alec, ¿no quieres que haga nada? Sabrae y yo somos
casi amigas, podríamos…
Negué
con la cabeza.
-Está
bien así, Mím.
-Pero…
¡tú quieres que sea tu novia!
-No,
yo quiero que esté conmigo. Y ya está conmigo, así que todo está bien. ¿Qué más
da que nos llamemos de una forma o de otra? Por mucho que llames “perro” a un
lobo, no va a dejar de aullarle a la luna llena, ¿no?
Mimi sonrió,
frunciendo un poco el ceño.
-No
sé qué te está haciendo Sabrae… pero espero que no pare.
-Bueno,
hay un par de cosas que…
-¡No
quiero oírlas!-Mimi se llevó las dos manos a los oídos; suerte que Trufas tiene buenos reflejos y pudo
saltar antes de que eso sucediera. Me eché a reír, le di un beso en la mejilla
para echarla de la habitación, de esos que iban acompañados de un lametón, y
cerré la puerta tras ella. Escuché a Trufas
rascar para que le dejara entrar, pero no estaba de humor. Necesitaba descansar
tras esa larguísima noche en la que le había contado a Sabrae mis planes de
futuro y también mi pasado, en la que le había abierto mi corazón y también mis
miedos.
Me sentía
liberado, y a la vez, con una nueva presión. Después de hablar de lo de África,
entendía su postura más que nunca, aunque seguía sin compartirla. Cuanto más
tiempo pasáramos juntos, más nos dolería estar luego separados, pero yo, al
contrario que ella, era un animal de presente que no se preocupaba mucho por el
futuro; saltaba a la vista con sólo echarles un vistazo rápido a mis notas.
Me quedé
mirando la cama, donde había hecho tantas cosas, había estado tan cómodo y
siempre me había alegrado de llegar después de una noche de fiesta, en la que
el alcohol y la música corrían como ríos, y nunca me había faltado alguna chica
con la que navegarlos. Y ahora… ahora, lejos de ser un refugio, era un
recordatorio de lo que ya no tenía: a Sabrae, allí, conmigo. Donde antes tenía
el tamaño perfecto ahora era inmensa, donde antes había cumplido con su deber,
ahora estaba vacía. Era un mueble sin encanto, sin pena ni gloria, ahora que
sabía cómo era la cama de Sabrae, increíblemente diferente a pesar del parecido
que había entre ellas.
Pero,
claro. En la cama de Sabrae, dormía Sabrae, así que tenía muchos más incentivos
que mi propia cama.
Una idea
empezó a formarse en mi mente. Antes, las camas eran un mundo de posibilidades,
pero ahora… ahora sólo había una interesante, aquella en la que ella se
tumbaba.
Y
podía tumbarse en camas diferentes.
Sonreí,
me acerqué a la cama, abrí las sábanas, me saqué el móvil del bolsillo del
pantalón y lo dejé encima de la mesa, con la pantalla vuelta hacia arriba,
mientras me quitaba la ropa. Fue muy duro para mí quitarme la camisa: a pesar
de que la había llevado puesta poco tiempo, Sabrae había conseguido que el
delicioso aroma de su cuerpo se quedara impregnado en la tela.
Después
de considerarlo mucho (bueno, vale, en realidad, sólo un segundo), decidí que
no pasaba nada por cambiar mi rutina y dormir, por una vez, con algo
cubriéndome el pecho, así que me metí dentro de la cama vestido con los
pantalones de pijama y la camisa.
Cerré
los ojos y viajé en el tiempo, hasta unas horas más tarde, en las que una mole
cayó sobre mí como un meteorito que se precipitara sobre la Tierra,
arrancándome de los brazos de Morfeo y de la tranquilidad de un sueño en el que
Sabrae estaba tumbada a mi lado, desnuda, en un prado, dejándome acariciarla y
acariciándome a mí como si fuéramos ciegos leyendo su libro preferido en
braille.
Me levanté
de un brinco, intentando zafarme de aquella presión sobre mi pecho, y me quedé
mirando a las dos figuras que había en la habitación, a mi lado.
-¡Jordan!-recriminó
la más esbelta, con una cabeza inmensa. Ah, no. Era Bey-. ¡No tenías que
hacerle una llave de lucha libre!
-No
he podido resistirme. ¿Qué pasa, Romeo?-bromeó mi amigo, dándome unas
palmaditas en la mejilla para hacerme espabilar. Me incorporé trabajosamente,
con el corazón en un puño.
-¿Qué
cojones te pasa, tío?-gruñí, frotándome la cara.
-Tommy
no ha venido a echar el partido de los domingos-explicó Jordan, y yo gemí.
Estaba hablando demasiado alto, me sentía como si tuviera resaca.
Eso
es lo que te pasa cuando duermes con la chica de tus sueños y luego tienes que
dormir solo, que te entra mono más rápido que si fueras cocainómano.
-¿Y a
mí qué…? Tíos, no es por ser borde, pero quiero puto dormir, joder. ¿Qué
maldita hora es?-bufé, estirando la mano en dirección al móvil.
-Sabemos
que estás cansado, Al, pero… es que estoy preocupada por Tommy. Verás, ha
pasado la noche en mi casa, incluso ha dormido con nosotras y luego nos ha
hecho el desayuno, y… le veo muy machacado, tenemos que hacer algo, jamás le había
visto tan mal, ya sabes que él…
Bey siguió
parloteando sin parar, pero yo ya no le estaba haciendo caso. En la pantalla de
mi móvil habían aparecido varias pestañas con notificaciones, a cada cual más
importante que la anterior.
La más
antigua, en la parte más baja de la cascada, era un mensaje de Sabrae, que me
había enviado apenas había atravesado la puerta de su casa para irme.
Acabas de marcharte, y ya te echo de
menos❤ qué
ganas de esta noche☺
Y,
sobre ellas, varias notificaciones de Instagram.
¡Saab.👑🍫 (@sabraemalik) te ha etiquetado en una publicación!
Deslicé el dedo en ese primer
rectángulo y entré en la aplicación.
Y allí
estaba ella, más preciosa que nunca, de pie frente a su espejo, sonriéndole a
su reflejo y también a la cámara, con un brazo estirado, descalza, y con mi
jersey cubriéndole los hombros, el torso, y parte de los muslos. La descripción
de la foto era sencilla: unos guantes de boxeo, una corona, y un corazón.
Toqué
en el icono para ver a las personas etiquetadas mientras el número de “me gusta”
salía disparado y la foto se llenaba de comentarios, y sonreí al ver que, en
una esquina de la foto, se veía la flor que le había regalado antes de
marcharse a Bradford, precisamente donde ella había decidido etiquetarme.
Yo
también le di “me gusta”, y estaba a punto de escribirle algún comentario
gracioso del estilo “creo que te has
confundido de talla, no pierdas el ticket, que vas a necesitarlo” cuando Jordan
chasqueó los dedos frente a mí.
-Alec.
-Estoy
escuchando-aseguré, bloqueando el teléfono y mirando a Bey.
-Vale,
bueno, pues resulta que he hablado con Tommy y, no te lo vas a creer, pero Diana
se ha ido con otros chicos esta noche (porque no ha salido con nosotros), se ha
enrollado con varios, y…
No soy
mal amigo, lo prometo. En cualquier otro momento, habría prestado plena
atención a lo que me estaba contando Bey, pero ahora tenía la cabeza en otra
cosa. Mi noche con Sabrae era demasiado reciente, acababan de despertarme, y tenía
como un millón de notificaciones en el teléfono, algunas de ellas, procedentes
de mi chica. La tentación era muy grande y la carne es demasiado débil, así que
encendí de nuevo la pantalla y me quedé mirando la otra notificación que aún se
mantenía.
¡Saab.👑🍫 (@sabraemalik) te ha mencionado en su
historia!
Deslicé
el dedo y me quedé helado un segundo cuando vi que había subido un vídeo a la
lista de “mejores amigos” en el que aparecía yo, vuelto de espaldas, con la
espalda al descubierto y el pelo alborotado por la noche de sexo, de sueño, y
sus caricias. Había escrito dos palabras bien grandes tapando media pantalla,
puede que restringiendo la intimidad que ella quería compartir, o puede que,
simplemente, presumiendo de mí.
Aquellas
dos palabras eran “mi sol”.
Y me
entraron ganas de llorar pensando en lo importante que era ese paso que acababa
de dar: estaba anunciando que estábamos juntos, que era suyo y ella era mía.
Toqué
el icono del avión de papel y escribí rápidamente, sin importarme mucho que Bey
pudiera enfadarse.
Repetimos INMEDIATAMENTE, por favor????
No tardó
ni 10 segundos en empezar a escribir.
Dime hora y lugar 😉♥
-¿Alec? ¡Hooooooolaaaaaaaa!-me
llamó Bey, suspirando y estirando la mano en dirección al teléfono. La pasó por
delante de la pantalla y me sacó de mi trance.
-Perdona, reina B, es que… Sabrae…
ha subido una foto, y…-Bey y Jordan intercambiaron una mirada, divertidos ante
mi sonrisa, y yo tomé aire, asentí con la cabeza-, guau. En fin-dejé el móvil
encima de la mesilla de noche, me froté la cara y me los quedé mirando--. ¿Qué
decías de Tommy?
¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆
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Ayyyyyy me ha gustado mucho el capítulo. Esta charla me ha parecido super bonita y necesaria porque Alec finalmente se ha desahogado y ahora realmente no tiene secretos son Sabrae y joder va a ser tan bonito como gana confianza poco a poco y cree más en el con el tiempo y con la ayuda de Saab. Va a ser maravilloso de leer, la verdad.
ResponderEliminarPor cierto, me ha vuelto a hitear que en esta parte scommy siguen peleados y jo me duele el corazoncito, hasta aqui en sabrae quiero que se reconcilien ya, lo preciso. Estoy deseando leer los próximos capítulos sabiendo ciertas cosas que pasan y que me va a encantar leer desde la perspectiva de estos dos.