martes, 23 de julio de 2019

Pandora.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Su risa llenó la habitación.
               -Hay tantas versiones de la historia de ese tío como gente ha pasado por su vida, ¿seguro que quieres conocer la mía?-preguntó, reclinándose en la cama y haciéndome hueco para que yo me tumbara a su lado, usando su brazo de almohada. Me metí en el espacio que había entre el colchón y su costado y asentí con la cabeza, dejando que me abrazara.
               -Si algo me ha enseñado este tiempo separados y más el que hemos pasado junto, es a valorar más la tuya de entre todas las versiones de la verdad que haya.
               Alec carraspeó, una sonrisa bailando en sus labios, tragó saliva y entrecerró los ojos tras pasarse una mano por el pelo.
               -Ni siquiera sé por dónde empezar.
               -Lo normal es hacerlo por el principio, pero me da que precisamente por eso no vas a ir por ahí.
               -¿Qué insinúas, Sabrae?-preguntó, fingiendo una mueca de perspicacia que me arrancó una risa floja. Me hundí un poco más en la cama y lo miré desde abajo, como si fuera un cocodrilo que se asoma lo justo y necesario por la superficie del agua para otear la laguna en la que vive y que le hace las veces de bufet libre. Quería comérmelo, lo admito. Después de la charla inspiradora y de apreciación de mi cuerpo, con todos sus defectos, que me había dado en el espejo, lo que más me apetecía era pegarme tanto a él que fuera imposible distinguirnos. Quería que nos confundiéramos hasta el punto de que nuestras moléculas se mezclaran y ni la energía de una estrella nos pudiera separar.
               Puede que hubiera dicho demasiado pronto que no quería hacer nada, a juzgar por lo rápido que habían cambiado mis deseos, pero lo cierto es que, aun con mi apetito sexual despierto, me encontraba genial. Estaba desnuda, compartiendo cama con un chico increíble, un chico que me quería como yo le quería a él y que estaba dispuesto a abrirse para mí como una flor de loto con la llegada de la primavera. No se me ocurría un gesto más cargado de amor que aquel, especialmente porque sabía que, dentro de aquella flor de loto, se escondían unas abejas que no habían hecho más que herir sus pétalos con sus aguijones.
               -Bueno, para empezar, porque no quiero que te lleves una idea equivocada de mí… debo decir que no mordí a nadie en mi último campeonato-levantó un dedo índice como deteniendo un coche invisible que se dirigía hacia nosotros, y yo parpadeé.
               -¿Y qué hay de la patada de la que ha hablado mi hermano?
               -Mñé, eso puede que fuera verdad. Aunque, ¡no fue premeditado! A veces me dan calambres, y en aquella época me pasaba mucho tiempo encima del ring, así que las posibilidades de que me sucediera boxeando eran altísimas. De hecho, con la tensión del momento, lo raro es que sólo me dieran en aquella ocasión-volví a reírme, lo cual, sospechaba, era su principal objetivo, y esperé a que siguiera, con mis pestañas haciéndole cosquillas en la piel-. El caso es que, y perdona que sea pesado, me sorprende mucho que no hayamos hablado de esto ni una sola vez. Me encantaba boxear; aún me encanta, de hecho. Todas las mierdas que dicen de los deportes de riesgo acerca de que son terapéuticos, te relajan y te meten en un trance, es cierto. Cuando tengo los guantes puestos, me convierto en otra persona. Nada puede hacerme daño, ni nada me desconcentra, cuando estoy dándole al saco. Y eso que yo tengo muchas cosas aquí dentro-se tocó la sien con dos dedos- revoloteando como polillas en una noche de verano. Supongo que por eso llegué hasta donde llegué.
               -¿Y dónde fue eso, exactamente?
               -A los campeonatos nacionales-se rascó el codo con la mirada perdida-. A la final, para ser más exactos. Me lo curré mucho, ¿sabes? Podría haberlo logrado. Podría haberme retirado campeón, pero…-se encogió de hombros-. Supongo que hay cosas a las que no puedes llegar, por mucho que te esfuerces. Por muchos techos de cristal que rompas, siempre terminas alcanzando uno que es demasiado grueso para ti, o tú estás demasiado cansado de combatir con los demás, así que…
               -¿De qué hablas? ¿Qué techos de cristal? Es decir, no te ofendas, Al, pero…-me incorporé hasta quedar sentada a su lado, casi a su altura-, no se me ocurre nada que pueda haberte frenado a la hora de competir. Y precisamente el boxeo es uno de los deportes más igualitarios del mundo, ¿no? Las únicas diferencias se marcan por el peso; ni siquiera la raza es un factor que influya. Bueno… el sexo sí influye-puse los ojos en blanco y él me imitó, esbozando una sonrisa-, pero tú perteneces a la cara privilegiada de la moneda. ¿Qué puede haber que te lastre?
               -Dos cosas. Una fue la razón de que empezara tan pronto, y la otra, la razón de que lo dejara antes de tiempo.
               -¿A qué edad empezaste?
                -Con seis años. Casi siete.
               Parpadeé. Duna acababa de pasar, como quien dice, aquella edad, e imaginármela con unos guantes de boxeo, subida a un ring y peleándose con otro niño, me daba escalofríos. A esas edades, un año era mucho más tiempo que con la mía, así que pensar en una versión más pequeña incluso que mi hermana de Alec en la misma situación me ponía enferma.
               -Pero no había nada de contacto, ¿eh?-se apresuró a explicar al ver mi expresión, lo cual me arrancó un suspiro de alivio-. No empiezas con el contacto hasta que no alcanzas la pubertad.
               -¿Y por qué empezaste tan pronto?

               -Bueno, mamá me apuntó al club de atletismo, pero yo nunca he sido de los que huyen cuando se presenta una buena pelea, así que eso de correr no era lo mío. Me daban las clases en el mismo gimnasio al que sigo yendo ahora, tanto para boxear como para jugar con los chicos a baloncesto, así que creo que el hecho de que me pusiera unos guantes fue el destino. Me aburrían los entrenamientos-alargó las vocales e hizo una mueca-. Era inquieto, pero no le veía la gracia a ir de un lado a otro siempre en línea recta para hacerlo lo más rápido posible. Así que un día me escapé y me fui a investigar por mi cuenta en el gimnasio. En aquella época, los tornos estaban a la entrada, así que daba lo mismo si pagabas por una clase de una hora semanal o que tuvieras un bono de 24 horas: todos teníamos acceso a todas las instalaciones. Me di una vuelta, vi la piscina, las canchas internas de baloncesto, y estaba a punto de volver a la pista de atletismo cuando vi a dos tíos mazadísimos bajando las escaleras, con unas bolsas de deporte en las que yo cabía perfectamente, y los guantes colgados por el exterior de la bolsa.
               -Menudos chulos. Si tan grandes eran sus bolsas, ¿por qué no llevaban dentro los guantes?
               -Se jode la capa exterior que los rodea. Y si es sintética, te la suda, pero cuando tienes unos guantes de cuero buenos, el más mínimo rasguño te duele más que que te rompan una costilla.
               -Eres un exagerado-me eché a reír, y al ver que Alec me miraba, serio, me apoyé en una mano y me incliné hacia un lado-. Venga, Al. ¿Cómo te va a doler más que te estropeen los guantes que te rompan una costilla?
               -Yo prefiero que me rompan la costilla. Se termina soldando sola. El guante, no.
               Abrí muchísimo los ojos.
               -¿Te rompieron una costilla?
               -Ojalá sólo fuera una-se rió-, pero no adelantemos acontecimientos, ¿eh? Eso es parte de por qué lo dejé. ¿Por dónde iba…? Ah, ya. Los cachas. El caso es que vi a los tíos, y me quedé flipando. Cuando eres un crío de seis años que lleva toda su vida sintiéndose bastante inútil por lo insignificante que es y lo incapaz que es de defender a quienes más quiere, ver a un par de mastodontes pasar delante de ti es poco menos que una revelación divina. Se me apareció Dios en ese momento, Sabrae: estaba seguro de que a esos dos nadie podía hacerles daño, y me convencí en unos segundos de que nadie intentaría dañar a alguien que les importara aunque fuera sólo por su aspecto. Así que subí las escaleras al trote, que para algo pagaba mi madre las clases de atletismo, y llegué a la zona de boxeo, en la tercera plan...
               -Sé dónde está. Hago kick, ¿recuerdas?
               Clavó los ojos en mí y los entrecerró mínimamente, esbozando una sonrisa.
               -¿Qué?
               -Nada. Me estaba acordando… lo haces sola, ¿no?
               -¿Cómo lo sabes?
               -Oh, me he estado informando. Tantos años en el gimnasio me han conseguido un tratamiento privilegiado, ya me entiendes, bombón-me guiñó un ojo.
               -¿Has preguntado por mí? ¡Qué tierno! Pero siento decepcionarte; todo lo que te hayan dicho, es mentira. No me relaciono con nadie, vamos Taïssa y yo solitas, como tú muy bien has dicho, así que la información que te han dado no es fiable.
               -¿De veras? ¿Incluso la que he conseguido del dueño?-abrí los ojos como platos y mi boca formó una O, lo que hizo que Alec se cruzara de brazos y se riera-. Venga, nena, ¿de verdad te piensas que yo preguntaría por ahí al primero que pasara? El hecho de que me haya enamorado de ti ya debería darte una pista de que no soy de los que se atiborran de beicon cuando pueden conseguir caviar.
               -¡No puedo creer que molestaras a Sergei…!
               -Sergei me molesta a mí. Es mi entrenador-reveló-. Era el único al que no podía pasarle desapercibido un crío en una sala en la que se supone que no entran críos. La primera vez que entré en la sala de boxeo, estaba entrenando a uno de sus campeones de por aquel entonces, pero eso no impedía que se fijara en mí nada más verme. Como estaba liado, no intentó echarme, y cuando por fin se libró, se encontró con un crío fascinado con los sacos de boxeo. Vio al boxeador que llevaba dentro antes de que yo tocara por primera vez unos guantes… y por un momento, pensó que mi madre se había equivocado apuntándome a mi deporte. Hasta que me tendió la mano.
               -¿Qué pasó entonces?-dije, ansiosa por saber la continuación de la historia.
               -Que le tendí la izquierda.
               Alec arqueó las cejas y yo parpadeé.
               -¿Y eso qué tiene que ver?
               -¿Hola? ¡Sabrae! ¡Le tendí la izquierda porque soy zurdo! Y los zurdos no somos buenos boxeadores, teóricamente. Atacamos con el mismo lado que nuestros contrincantes, así que hacemos menos daño, y a cambio, nos hacen más. Nos es más difícil protegernos. Especialmente, la cara-puso los ojos en blanco.
               -Pero tú lo has conseguido.
               -Porque conseguí convencer a Sergei. Yo no lo sabía, pero él no quería meterse a entrenar a ningún zurdo hasta que me vio a mí. Ya me había hablado de las maravillas del boxeo porque había visto mi expresión al ver a todo el mundo, pero cuando le tendí la mano equivocada, se dio cuenta de que había mucho que hacer conmigo, y que perdería mucho tiempo y… de no ser porque yo le dije que necesitaba que me enseñara, mi mano dominante habría sido un obstáculo insalvable. Pero, por suerte, le puse ojitos y conseguí que me acogiera. Y ser zurdo se convirtió en la excusa perfecta para empezar a pulirme antes. Lo bueno de que te venga un crío al gimnasio es que es muy fácil moldearlo para convertirlo en ambidiestro, por lo menos a la hora de boxear.
               -¿Yo podría cambiar de mano dominante también?
               -No. Ya eres vieja.
               De mi pecho nació un gorjeo semejante a una risa fruto de aquel ataque, y traté de darle un manotazo en el hombro, pero Alec levantó la mano (la izquierda) y agarró la mía por la muñeca antes de que yo consiguiera alcanzar su piel. Sonrió.
               -¿Ves? Entré en ese gimnasio siendo un diamante en bruto, y ahora puedo abrir la Cueva de las Maravillas cuando a mí me da la gana.
               -No todo lo que te gustaría-bromeé, guiñándole un ojo y echándome el pelo sobre los hombros, disfrutando de cómo su mirada se deslizó hasta mis pechos desnudos-. Bueno, rey del cuadrilátero-insté, poniéndole un dedo bajo la mandíbula y haciendo que levantara la vista a regañadientes-, ¿qué fue lo que te hizo bajarte de él?
               -No soportaba la abstinencia-soltó, y puse los ojos en blanco.
               -Alec…
               -Va en serio. ¿Tienes idea de lo que es tener quince años, estar bueno, que las tías vayan detrás de ti, y que te tengan en un tratamiento de abstinencia estricta para que rindas más?
               -¿Qué sentido tiene eso?
               -Para de hacer eso-me instó, y yo le miré y le pregunté a qué se refería-. A eso. No te eches el pelo hacia atrás y arquees la espalda mientras te hablo de cuando estaba cachondo como un mono y tenía groupies, porque tienes unas tetas preciosas y yo no te salido aún del todo de esa fase-volví a reírme.
               -¿Por qué no podías hacer nada?
               -Porque el sexo cansa, Sabrae. Sorpresa-chasqueó los dedos frente a mí-. Si ahora puedo estar toda la noche dale que te pego es porque no tengo un combate por la mañana… o no podría subirme al ring de haber estado en pie.
               -Me extraña que hayas sobrevivido tanto tiempo con tanta tensión sexual, teniendo en cuenta lo bien que la gestionas.
               -Jamás me has preguntado si he hecho un trío. Pregúntamelo-se mofó, hundiéndose hasta quedar tumbado en la cama con las manos tras la cabeza-. Te daré los nombres de las dos chicas y también del tío al que había machacado unas horas antes.
               Le pegué un almohadazo en la cara.
               -¿De veras me crees tan tonta como para tragarme que hicieras tríos con quince años?
               -¿Qué?-saltó-. ¿No me crees capaz? Porque tengo aguante de sobra. ¿Quieres que llamemos a Eleanor y os enseñe a las dos de lo que soy capaz?
               -No dudo de tus capacidades, fiera-gruñí, pasándole una mano por el hombro y hundiéndole las uñas en el músculo-. De lo que dudo es de que hicieras algo de eso con quince años.
               -No dudas porque no puedes-replicó, pasándome las manos por las caderas y pegándome a él, ocasión que aproveché para refregarme contra su pecho como una gatita que quiere atención del dueño que la ha dejado abandonada en casa toda la tarde-. Te he hecho correrte demasiadas veces gritando mi nombre como para que te extrañe nada de lo que yo hago-me abalancé hacia su boca y él me dejó besarlo. Nuestras lenguas bailaron una danza primitiva, y yo separé las piernas a modo de respuesta, dándole vía libre para que me hiciera lo que se le antojara-. Y no nos olvidemos del squirting.
               Solté una carcajada que resonó por toda mi casa.
               -Te sientes especialmente orgulloso de eso, ¿verdad?-ronroneé, acariciándole la nuca.
               -Tengo la medallita bañada en oro encargada a los mismos que hicieron las medallas de Londres 2012. Me llega el martes.
               -¿De oro?-me senté a horcajadas sobre él y me aparté el pelo de los hombros agitando la cabeza.
               -Ajá-asintió, mirándome desde abajo con una sonrisa muy apetecible en los labios.
               -Lo que te mereces-jugueteé con mis manos en su nuca.
               -Lo sé.
               -Eres un poco creído, ¿no te parece?
               -Sabrae, si el universo quisiera que fuera humilde, no me habría hecho guapo, alto y con una polla grande, ¿no te parece?
               Volví a reírme tan fuerte que creo que desperté de la siesta a algún vecino.
               -Además de payaso.
               -Oh, nena, los chistes se estudian, pero el rabo no se alarga-me guiñó un ojo y yo volví a reírme, lo cual acentuó su sonrisa.
               -Te adoro. Me apeteces.
               -Me apeteces, nena.
               -Pero no vas a conseguir distraerme de tu momento de confesiones-le acaricié la cara y deslicé mi pulgar por sus labios-. ¿Por qué lo dejaste?
               Tomó aire y lo expulsó lentamente, eligiendo el camino por el que seguir la conversación. Podíamos tontear y alejarnos del tema y acercarnos al sexo, o podíamos acurrucarnos y descubrirle desnudo, con todas sus aristas y sus grietas, los dos juntos. No le apetecía que yo viera esas grietas, porque no sabía que por ellas se colaba la luz.
               Los remordimientos subyacentes bajo sus palabras me dirían más de él que cualquier enciclopedia que pudieran escribirle. Las personas no demostramos del todo cuánto queremos con gestos de cariño al uso como besos, abrazos o declaraciones de amor; lo hacemos eligiendo, eligiendo entre dos o más cosas que nos hacen felices, cosas que no son compatibles entre sí por el mero hecho de nuestra relación con alguien.
               Y me mostró esos remordimientos. Yo ya los intuía, pero él me los señaló.
               El boxeo le hacía feliz. Su familia le hacía feliz. Se volvieron incompatibles en un momento de su vida. Y él, antes que boxeador, eligió ser un Whitelaw.
               -Mi familia-me acarició los glúteos, concentrado en mi piel de chocolate-. No sabes cuánto pueden dolerte las hostias que le dan a otra personas hasta que no tienes un hijo o un hermano boxeador. Y, claro, el tiempo que yo podía pasar inconsciente, mis padres y mi hermana lo pasaban despiertos, angustiados por si no me despertaba. Y eso que el boxeo de adolescentes no es muy agresivo, pero tú también tienes menos aguante, así que... entre las costillas rotas, y lo otro…
               -¿Qué es lo otro?-pregunté con un hilo de voz, y Alec me miró.
               -Me hicieron un KO en ese campeonato. Por suerte, fue en la primera ronda, así que pude pasar a las siguientes venciendo a todos los demás, pero… tuve la mala suerte de que Mimi estuviera allí. Mi hermana no solía ir a verme; ya sabes cómo es, no lo pasa nada bien, y… se preocupa mucho. Pensó que me habían matado, la muy lerda, cuando vio que no me levantaba-puso los ojos en blanco, restándole importancia, pero yo noté que se me aceleraba el corazón. Intenté imaginarme a Alec tendido en el suelo, inerte, sin moverse, sin hacer caso de los golpes de un árbitro escandaloso a su lado…
               … y simplemente, no pude. Alec estaba tan lleno de vida, era tan invencible, tan protector, lo tenía todo tan bajo su control, que no podía imaginármelo inconsciente. Simplemente, no era él.
               Así que entendía a la perfección la angustia de Mimi. En cierto sentido, yo estaba enamorada de mis hermanos, y estaba en la misma posición que ella: me volvería loca ver a Scott, mi roca, que siempre había estado ahí y siempre estaría, noqueado. Intentaría por todos los medios alejarlo de lo que fuera que le hubiera ocasionado eso. Me rompería el corazón hacerlo si aquello le hacía feliz, pero en cierto sentido, el boxeo era como las drogas. Cada vez que un boxeador se sube al ring, la suerte lanza una moneda, igual que con rayas de cocaína consumidas en las esquinas de algún antro.
               Muchísimas veces, cae cara.
               Pero, a veces, toca cruz.
               Y yo daría mi vida por la de Scott si le tocaba cruz, así que sabía que Mimi haría lo mismo por Alec.
               -Así que cuando me desperté, descubrí que me había arrastrado fuera del ring, a pesar de que se lo trató de impedir, literalmente, todo el mundo, y me había estado abrazando y llorando todo el tiempo que estuve inconsciente. Los 37 segundos enteritos-volvió a poner los ojos en blanco y yo me abracé las rodillas.
               -No puedo culparla. Yo habría hecho lo mismo.
               -Así que eso fue la excusa perfecta para que mi madre me diera un ultimátum. No podía seguir boxeando. Me habían roto costillas, me habían noqueado… no iba a dejar que me destrozaran en el ring. Cuando le dije que no había luchado toda la vida para llegar al campeonato nacional y tirar la toalla en el primer combate, me amenazó con echarme de casa como siguiera así-bufó-. Tuve que suplicarle para que me dejara terminarlo, y le prometí a Mimi que lo dejaría justo después. Por eso peleé como un cabrón. Jamás había peleado tan bien. Quería…-carraspeó, con la voz rota y agachó la cabeza-. Quería retirarme campeón. Pero supongo que no estaba destinado a ello.
                Verle así, derrotado, me rompió el corazón. Sobre todo porque las dos personas que estábamos en aquella cama sabíamos una cosa: Alec había tenido mala suerte. Incluso yo, que nunca le había visto boxear, lo sabía. Era mejor que nadie. Lo habría conseguido de no haber cometido un minúsculo desliz.
               Es increíble cuánto daño puede hacerte una promesa mal hecha.
               Le acaricié los hombros y le di un beso en la cabeza, estrechándolo entre mis brazos. Él me rodeó de la misma forma, y dibujó bocetos en mi espalda con unos dedos de una versatilidad increíble: daban amor y odio, proporcionaban placer a la par que dolor.
               -¿Lo echas de menos?
               -Cada día.
               -¿Volverías?
               -He hecho una promesa, Sabrae-se separó de mí para mirarme, y descubrí que tenía los ojos brillantes. Mi niño. Me invadió una necesidad tremenda de protegerlo, así como una oleada de amor indescriptible. Le costaba mucho mostrarse vulnerable ante los demás, ahora sabía por qué, y que ahora se atreviera y se permitiera llorar frente a mí me decía más que cualquier “te amo” que pudiera dedicarme. Mi amor. Te adoro.
               -Si no la hubieras hecho… ¿volverías?
               -Pero la he hecho-bufó, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano y apartando la mirada.
               -Sé que habrías venido a buscarme igual, aunque no me hubieras prometido que no dejarías que nada nos separase, ni siquiera nosotros-susurré, tomando su rostro entre mis manos y haciendo que me mirara-. Por eso yo quiero liberarte, Alec, aunque no te lo haya prometido. Porque, igual que me dolerá el espacio que haya entre nosotros cuando nos separemos esta tarde…
               -No quiero pensar en eso ahora, Sabrae, por favor, ni lo menciones.
               Le puse un dedo en los labios y sonreí.
               -Igual que me dolerá ese espacio, también me duele lo que a ti te hace daño. Y guardártelo dentro no hace más que clavársete cada vez más hondo. Comparte tu carga conmigo, mi amor-le besé la cara interna de la muñeca-. Todo se hace más llevadero si lo hacemos juntos.
               -Ya no importa-susurró, mirándome a los ojos, acariciándome el mentón.
               -A mí sí me importa.
               -No, me refiero a volver. No importa. No merece la pena.
               -¿A qué te refieres? Alec, has seguido entrenando. Puede que no al mismo nivel, pero estás en perfecta forma física.
               -No. No estoy hablando de eso. Podría volver, mi entrenamiento no es problema. El caso es que no merece la pena si no eres bueno, y no eres bueno si tienes a alguien por quien ser precavido. Y yo lo tengo.
               -Siempre lo has tenido.
               -No-sonrió-. He empezado a tenerla hace meses. Desnuda, no la he tenido hasta esta noche. Ella podría hacer que yo tirara la toalla incluso antes de empezar, porque pensar en que me hagan daño, por pequeño que sea… aunque sólo sea un dedo roto que me duela cuando la abrazo, ya hace que nada de eso merezca la pena.
               Me estremecí, y cerré los ojos, dejando que él me rodeara con sus manos.
               -Antes… te he dicho una verdad a medias. Cuando tengo los guantes puestos, no me alcanza nada, excepto una cosa: tú. Mientras estábamos peleados, me cargué un saco de boxeo. Le reventé el anclaje del techo de lo rabioso que estaba golpeándolo. Sergei nunca había visto nada igual. No puedo sacarte de mi cabeza ni cuando estoy en mi trance de siempre, Sabrae. Tenlo presente cuando alguien intente meterse entre nosotros. Sea quien sea.
               -Te lo prometo.
               Sonrió.
               -No necesito que me lo prometas.
               -Aun así, quiero hacerlo. Te lo prometo. Sé lo importante que es para ti aunque no lo hayamos hablado hasta ahora, pero quiero que sepas que lo valoro, y muchísimo, Al.
               -Me alegro de que lo valores, porque le pegué una paliza a Sergei por ti-me reveló, divertido, echándose hacia atrás-. Y no todos hacemos eso. Para que veas lo que te quiero y lo comprometido que estoy con esta relación. En una escala de protección, tu entrenador va justo después de tu familia directa. Le pegaría una paliza antes a tu hermano que a Sergei, pero, claro… Scott no es tan gilipollas como para provocarme metiéndose contigo.
               -¿Qué te hizo?
               -A mí, nada-se encogió de hombros-. Fue a ti, más bien. Te llamó “mi zorrita”. Y no voy a consentir que nadie te falte al respeto delante de mí.
               Imaginarme a Alec pegándose con su entrenador (no, dándole una paliza, me había dicho) hizo que un escalofrío me recorriera la columna vertebral. Y me puso cachonda. La verdad.
               -Un poco tu zorrita sí que soy-ronroneé.
               -Sí, pero sólo yo puedo llamártelo.
               -Como me llames zorrita, te parto la cara.
               -¿Ni siquiera mientras follamos?
               Tamborileé con los dedos sobre mi labio inferior.
               -Bueno. Vale. Puedes hacerlo mientras follamos.
               -¡Bien!-levantó las manos como un niño al que le anuncian que va a pasar las vacaciones de Navidad en Disneyland, y yo no pude contener una sonrisa. Era increíble cómo podía hacer que su humor cambiara radicalmente en cuestión de segundos: había pasado de estar al borde de las lágrimas, e incluso dejar que un par le vencieran, a bromear de nuevo y hacerme reír como sólo él sabía.
               Ni siquiera sospechaba que esa versatilidad fuera provocada: le conocía demasiado bien. Sabía que se comía mucho la cabeza cuando se lo proponía, y que si una idea le hacía daño era porque había calado bien hondo en su subconsciente pero, a la vez, sabía que quería aprovechar al máximo el tiempo que pasábamos juntos. Valoraba cada instante conmigo de la misma forma que yo lo valoraba con él, y más ahora que habíamos probado nuestras respectivas ausencias.
               Yo era su espacio seguro de la misma manera que él era el mío, lo que pasa es que nunca nos habíamos puesto a prueba el uno al otro. Y yo tenía que seguir construyendo ese santuario en el que refugiarse; en mi presencia, podría acogerse a sagrado y expiar todos los pecados que le atormentaran, fueran suyos o no.
               -Imagina que no hubieras hecho esa promesa-murmuré, acurrucándome a su lado como tanto le gustaba, haciendo que se sintiera útil porque, por un instante, era él quien me protegía, y no yo. Le gustaba convertirse en las murallas de mi fortaleza porque sabía cuánta confianza era necesaria para bajar las defensas tanto con alguien-, ni que las cosas hubieran ido mal. ¿Te habría gustado seguir?
               -¿A qué te refieres con que las cosas fueron mal?-preguntó, jugando con sus dedos en la palma de mi mano.
               -A que no hubieras perdido ese combate, y Mimi no te hubiera obligado a hacer eso.
               -Vaya-sonrió, un poco cínico-. Pensé que hablabas de cuando perdí el último combate.
               -Te vendría bien una pequeña cura de humildad, sol-le besé por debajo de la mandíbula-. ¿Habrías querido seguir?
               Alec se quedó mirando la rosa que me había regalado, congelada para siempre en una bola de nieve que ni siquiera tenía copos dentro. Vivía en un invierno eterno en el que no había tormentas, ni por tanto aludes, pero tampoco posibilidad de esquiar, condenada por toda la eternidad a ser hermosa pero no oler. Y una flor que no huele deja de ser flor tarde o temprano.
               Sabía que se estaba comparando con ella y que sus pensamientos habían seguido el mismo rumbo que los míos. Muchas veces me sorprendería cómo nuestras mentes eran capaces de sincronizarse, y los dos pensábamos lo mismo a la vez, con la misma conclusión llegándonos al unísono.
               El Alec del ring era esa rosa. Un bonito recuerdo del pasado que tenía bien cerca, para echar mano de él cuando sintiera que empezaba a atravesar un bache. Se estiraría y lo cogería y recordaría aquellos tiempos mejores en los que lo había tenido todo, y había aspirado a todo.
               -O no seguir compitiendo-le ayudé, acariciándole la mano que me había pasado por la cintura-. ¿Has pensado en hacer algo relacionado con el boxeo?
               -Dolería mucho-dijo por fin, y yo le entendí. Forzar a Alec a ver a los toros desde la barrera sería como pedirle a papá que dejara de hacer música y se conformara con su faceta de profesor. Hay personas que nacen para preservar las leyendas de otros, y personas que nacen para crear la suya propia.
               -¿Y por eso no sabes qué hacer después de graduarte?
               Se encogió de hombros, mordisqueándose los labios.
               -No sé qué hacer después de graduarme porque no me veo llegando a la universidad. Me alegra que pienses que voy a hacerlo, pero yo no estoy tan convencido, Sabrae.
               -Sí que vas a llegar. Eres inteligente. Eres más inteligente que Scott. ¡Hablas inglés, ruso y griego!-puso los ojos en blanco-. ¿Te crees que todo el mundo habla varias lenguas a la perfección?
               -Tú también hablas varias lenguas.
               -No hablo urdu como hablo inglés.
               Se echó a reír.
               -No me voy a librar de esta conversación, ¿verdad?
               -Es que… odio cómo te subestimas tanto constantemente, Alec. Si fueras tan tonto como piensas, no serías capaz de hablar tres idiomas-volvió a poner los ojos en blanco-. ¡Alec! ¿Tienes idea de la cantidad de puertas que te puede abrir…?
               -Sé que debería abrírmelas, pero no hay nada que me motive, eso es todo. ¿Ahora vas a sugerirme que me meta a traductor? Porque mi madre lleva intentando convencerme de eso desde que era un moco.
               -Tiene que haber algo que te guste y de lo que puedas sacar dinero. ¿De verdad no tienes ninguna profesión en mente?
               Alec clavó los ojos en mí y esbozó su típica sonrisa torcida, así que me tocó a mí poner los ojos en blanco.
               -Que no sea actor porno, a poder ser.
               Sus ánimos se desinflaron visiblemente ante la broma que no había podido terminar de hacer, y yo tuve que reírme. Le di un beso en la mejilla y busqué su mano por debajo de la sábana. No me costó mucho encontrarla.
               -En parte, por eso me marcho a África. Necesito tener tiempo para mí, aclarar mis ideas, y darme cuenta de qué es lo que quiero. Me gradúe o no, necesito tomar distancia de todo lo que tengo en Inglaterra. Y creo que me vendrá bien. ¿Sabías que el voluntariado fortalece el carácter? Te ayuda a desarrollar la empatía y todas esas cualidades buenas que los niños del siglo XXI no tenemos, según los periódicos-hizo una mueca-. Me vendría bien desarrollar esas cualidades de las que carezco.
               -Los dos sabemos que, si te vas, no es por lo bueno del voluntariado, Al. Aquí dentro-le di un toquecito en el pecho, justo donde latía su corazón-, tienes tanto amor que Inglaterra se te queda pequeña, y el mundo necesita que te repartas por más de un continente.
               -Bueno, vale, es una ventaja, pero no es la razón principal. Es que… cuando empecé a boxear, empecé a sentirme como si tuviera un propósito, como si… pudiera proteger a quienes tenían que protegerme, pero por las circunstancias de mi familia, no podían.
               -Mimi y tu madre-asentí-. Entiendo que te sientas así, pero creo que te cargas demasiada responsabilidad. Es decir… tus padres se divorciaron antes de que Mimi naciera, así que, ¿qué daño podía hacerte?
               Alec carraspeó, se removió en la cama y apretó la mandíbula.
               -No he sido del todo sincero contigo, Saab. Verás… además de… bueno… el caso es que… tengo un hermano mayor.
               Me miró con una cierta vergüenza, como si hubiera confesado un crimen que había cometido hacía tiempo pero cuyas consecuencias se extendían hasta el presente, y habían terminado afectándome a mí. Sus ojos brillaron como los de un cachorro que busca perdón aun sabiendo que lo ha hecho mal.
               Intenté procesar la información que acababa de darme como si fuera una secuencia de números que, a todas luces, tenían una lógica, pero que yo era incapaz de ver. Alec, la persona que más se preocupaba por su familia, tenía un hermano del que jamás hablaba. Alec, que me había contado sus mayores miedos, revelado sus secretos más oscuros y liberado sus demonios en mi presencia, aún se guardaba un as en la manga que, a mi entender, no tenía ningún valor.
               Me lo quedé mirando.
               -No te lo he ocultado a posta-se apresuró a decir-, es sólo que… siempre que estamos juntos, me siento genial, y no quiero que hablar de él me lo fastidie. Ha jodido muchas cosas en mi vida, y no pienso consentir que me joda también lo que tengo contigo.
               -¿Cómo se… llama?-pregunté con un hilo de voz, odiándome por lo impactada que sonaba. Tomé aire, lo expulsé despacio, me aparté el pelo de la cara y volví a formular mi pregunta, esta vez en un tono mucho más seguro.
               -Aaron.
               Aaron, repetí para mis adentros. Vaya. Sus iniciales coincidían. Me pregunté si la madre de Alec tenía algo con la letra A, como parecíamos tenerlo en mi familia. Annie, Aaron, y Alec. ¿Cómo se llamaría su exmarido?
               -Y, ¿cómo es?-me escuché preguntar como una completa estúpida. Alec me estaba hablando de que tenía un hermano perdido por ahí, y yo me preocupaba de su aspecto. Mi curiosidad me había pasado por encima y había hecho que mi lengua hablara por sí sola.
               -Como yo-contestó Alec después de un instante, encogiéndose de hombros y jugueteando con un hilillo suelto de la sábana.
               -Dudo que sea como tú. De lo contrario, ya me habrías hablado de él-le acaricié el pecho, jugueteé con la piel de sus clavículas, y lo miré atentamente desde abajo. Apretó la mandíbula, luchando contra sí mismo, decidiendo si merecía la pena hablar de Aaron ahora y satisfacer mi curiosidad o mantenerse en una zona segura y tratar conmigo el tema de que, en realidad, era un hermano mediano y no mayor.
                -Boxear… empezó como un mecanismo de defensa que yo no sabía que existía, pero que necesitaba desesperadamente. Después, con el paso del tiempo, se convirtió en una pasión como pocas he tenido en mi vida, pero… jugármela ya no merecía la pena al final. Ya había cumplido su objetivo y no tenía sentido que yo me jugara el cuello cada vez que subía al ring.
               Se mordió los labios y se pasó una mano por el pelo.
               -Aaron fue la razón de que empezara.
               Cerró los ojos y exhaló un bufido que le salió de lo más profundo de su interior. Estaba pasándolo mal. Estaba recordando cosas que le disgustaban, las mismas de las que había huido toda la vida, sólo por satisfacerme.
               Le acaricié los brazos que me rodeaban, y le miré con tanta intensidad que entre los dos podría haberse desatado un incendio.
               -No puede hacerte daño. No le dejaré.
                En su boca, titiló una sonrisa de alivio, pero mis palabras eran solo eso, palabras, y Alec acababa de abrir una caja de Pandora a la que yo no podía ni acercarme para cerrar de nuevo su tapa.
               A no ser… que le gritara a los cuatro vientos que no pasaba nada si le daba demasiado miedo lo que salía de su interior. No tenía que sacrificarse por mí.
               -No tienes que contarme nada que no quieras.
               Y, para mi sorpresa, eso tuvo el efecto contrario al que yo creía. Lejos de ser un alivio para él, fue el empujón que necesitaba para lanzarse al vacío y poder hacerlo de cabeza. Se sumergiría en las aguas de su pasado y bucearía hasta el fondo del pozo en el que vivía el monstruo, al que mataría en su madriguera sólo porque sabía que eso nos acercaría un poco más.
               -Quiero que lo sepas-sentenció con vehemencia, venciendo sus miedos-. Estoy harto de tener secretos con todo el mundo, y con la última con la que quiero tenerlos es contigo.
               Me besó con esa intensidad que podía provocar un incendio entre nosotros, una intensidad que ardió en mis labios e hizo que mi alma se derritiera para así amoldarse a él. Toda la rabia de su pasado, la volcó en ese beso. Toda la desesperación que había sentido, la saboreé en su lengua. Y todo el alivio cuando Aaron se marchó de casa y puso final al infierno en el que había sumido a sus dos hermanos pequeños se me contagió a través de sus labios.
               -Gracias-dije, enamorada.
               -Eh, te prometí que no dejaría que nada ni nadie nos separara. En nadie también va incluido Aaron-sonrió, cogiéndome la mano y besándome los nudillos. Le acaricié el mentón y, mientras le daba un último beso de agradecimiento, mi mano descendió por su pecho y me coloqué el anillo que le había regalado, que aún llevaba colgado al cuello, en el dedo meñique. Alec apoyó su frente en la mía y miró el anillo que compartíamos momentáneamente, y sonrió.
               -¿Sabes la importancia que tiene que dos personas compartan anillo?-preguntó, y yo me eché a reír.
               -Supongo que la misma que un chico le ofrezca a una chica una manzana. ¿Sabías que en la Antigua Grecia eso era una propuesta de matrimonio?
               Alec alzó las cejas, chulo.
               -Por supuesto que lo sabía, ¿tengo que recordarte dónde paso todos los veranos?
               Me estrechó entre sus brazos y, entonces, empezó a hablar. Me contó que Aaron siempre había odiado que se hubieran ido a vivir con Dylan, que siempre le había culpado de que sus padres se hubieran separado y hubieran iniciado una nueva vida lejos de lo que él conocía, por muy tóxico que fuera el mundo en el que el primogénito de Annie se hubiera criado. Supongo que cuando creces en un ambiente envenenado, el aire puro le hace daño a unos pulmones que están demasiado acostumbrados a filtrar.
               Y todo había ido a peor cuando nació Mimi. Por fin Aaron tenía alguien a quien echarle la culpa de todo lo que había pasado, una representación de su desgracia y una causa tangible de todos sus males que nada tenía que ver con sentimientos que él no entendía. Sus padres dejaron de ser una unidad, y de repente apareció Mimi, así que ella era la que los había separado en la mente de aquel chiquillo.
               -¿Cuántos años…?
               -Siete. Me saca cinco.
               Pero, por supuesto, Aaron no era tonto. Lo que tenía de malo, lo tenía también de inteligente. Jamás le levantó la mano a Mimi delante de su madre, y nunca le hizo ningún gesto feo a ninguno de sus hermanos estando en presencia de algún adulto. Pero, claro, el inicio de la vida de Mimi y la infancia más tierna de Alec se vieron marcadas por las continuas y venidas del juzgado por dos procesos pendientes que su madre tenía con el padre de los dos niños: un divorcio y una causa de malos tratos. Dylan tenía que trabajar, así que dejaban a los niños con una amiga de la madre de Alec que no tenía hijos por aquel entonces, y no sabía lo mucho que puede hacer un niño en sólo cinco segundos.
               Alec era el único que estaba allí cuando Aaron le pegaba a Mimi y se hacía el sueco cuando llegaba algún adulto a preguntar qué pasaba. A todas luces, Mimi era un bebé llorón. Nadie, excepto Aaron y Alec, sabían que en realidad, ella era una niña tranquila que sólo lloraba cuando le hacían daño. Si lloraba a menudo, era porque le hacían daño a menudo.
               La cosa no mejoró con la edad. Incluso empeoró. Aaron crecía más rápido que Mimi, así que su fuerza se multiplicaba más que la resistencia de ella… y Alec simplemente nunca era lo suficiente: lo suficiente astuto para darse cuenta de que Aaron había desaparecido, lo suficiente rápido para ir a buscarlo, ni lo suficiente fuerte para impedir que le hiciera algo.
               El recreo se convirtió en el momento del colegio que menos le gustaba a Alec, porque su hermano parecía tener un don para alcanzar a Mimi en el patio antes que él.
                -Y los profesores…
               -Tarde o temprano, tenían un despiste. No podían estar pendientes de nosotros tres siempre. Y Aaron sabía aprovechar esos despistes.
               -No puedo creerme que estéis emparentados. Parece un niño horrible.
               -Le conoces, de hecho. Tú no te acuerdas porque eras muy pequeña, pero coincidisteis un par de veces. Incluso se metió contigo, pero, por suerte, Scott y Tommy también estaban ahí para protegerte.
               -¿Ellos no te ayudaban con Mimi?
               -Claro, pero… tú no conoces a Aaron. Nadie era suficiente, ni siquiera mis padres.
               Así que, vista la panorámica, no era de extrañar que el boxeo se convirtiera en un faro de esperanza en cuyas manos Alec estaba más que dispuesto a dejar su vida. Y funcionó. Cuando él aprendió a defenderse, y a defender a Mimi, Aaron le pidió a su madre irse a vivir con sus tías. Y Annie tuvo que concedérselo, con el corazón destrozado, porque la felicidad de tu hijo es más importante que la tuya y, en cierto sentido, le había fallado como madre, por no haber aguantado lo suficiente, por no haber sabido cambiar a su marido, por no…
               -¡Eso es horrible! ¿Aún se siente así?
               -No, ya no, pero al principio, cuando Aaron se fue, se culpó de que lo hiciera. Volvió a echarse la culpa de que su relación con nuestro padre no funcionara. Creo que era eso lo que más quería mi hermano: mandar a la mierda años y años de terapia y devolverla a la casilla de inicio de un plumazo-me acariciaba el brazo con la uña del pulgar, distraído-. ¿Sabes? Creo que, en parte, por eso mi madre está siempre tan encima de mí. Creo que le da miedo que yo la abandone como hizo Aaron con ella. Como si pudiera-puso los ojos en blanco-. Yo no soy un cabrón sin corazón como él. Además… estamos mejor sin él en casa. Estamos en casa, cosa que no se podía decir cuando él vivía con nosotros.
               Apretó la mandíbula.
               -Quince años viviendo ahí, y todavía es capaz de hacerme sentir como encerrado en un sitio hostil cada vez que atraviesa la puerta.
               -Espero que no sea muy regularmente.
               -En Navidad. Y para el cumpleaños de mamá. Y cuando ella lo invita y él tiene a bien venir.
               -Y Mimi, ¿cómo lo lleva?
               -La relación es cordial. Más que conmigo, eso desde luego, porque mi hermana no es rencorosa, pero yo sí-sacudió la cabeza, la vista fija en un punto de la pared-. No puedes hacerle ese daño a mi madre y a mi hermana y esperar que yo te ponga buena cara cada vez que te da por venir a ver a la mujer que te dio la vida, y de cuyo lado te tendrías que haber puesto desde el principio.
               -¿Ves como no necesitas aprender empatía en África?-ronroneé, dándole un sonoro beso en la mejilla. Él sonrió, hinchando los carrillos, y miró nuestros cuerpos enredados bajo las sábanas.
               -Siento haber tardado tanto en contarte esto, sobre todo teniendo en cuenta lo rápido que te abriste tú conmigo. Es que… son venenosos, mi padre y él. Y yo no…
               Le puse un dedo en los labios.
               -No tienes que disculparte, ni darme explicaciones. Lo entiendo perfectamente. Te olvidas de algo, Al: yo soy Sabrae, y tú eres Alec. Y eso significa que no necesitamos explicaciones.
               Sus dedos bailaban por mi espalda, arriba y abajo, arriba y abajo.
               -Desde que sabes que no me voy a vivir la vida sino de voluntariado, pareces más y más decidida a impedir que me marche a Etiopía. ¿Te has dado cuenta?
               -¿A Etiopía es donde irás?
               Asintió, besándome los dedos.
               -Cerca de una reserva. Quizá vea un león-sonrió, acariciándome el pelo-, que me recuerde a mi leoncita preferida.
               -Ahora siento una conexión más especial con Etiopía sólo por saber que vas a ir tú.
               -¿No sentías nada antes?-preguntó, apartándome el pelo del hombro y acariciándome la piel con infinito cariño-. Porque… desde que hablamos de tus orígenes, he estado pensando que quizá deberíamos investigar un poco para conocerlos. Con eso de las pruebas de ADN, y tal… puede que visite el pueblo de alguno de tus antepasados, y esté tan campante.
               -Estaría bien-asentí, besándole la cara interna de la mano y cerrando los ojos. Intenté imaginármelo en Etiopía, salvando a cachorros de león, caminando entre elefantes, echando una mano en obras locales o simplemente sentado en alguna colina, contemplando el horizonte mientras el sol sale o se pone.
               Y me llenó de infinita tristeza saber que se convertiría en otro Alec, un Alec que se quedaría allí y del que yo no podría disfrutar. Me abracé a él y hundí la cara en su pecho.
               -Ojalá las cosas no fueran así-susurré, pensando en qué sería de nosotros una vez llegara el verano-. No nos merecemos esto, estar a medio mundo de distancia.
               -Eh, tranquila, bombón. Lo superaremos, tú y yo. Medio mundo no es nada, si somos Sabrae y Alec.
               Le sonreí desde su pecho.
               -Aunque… puede que debamos inventarnos algo que hacer en la distancia para cuando nos sintamos lejos, como señalar la luna con el pulgar, o esas cosas, como sucede en las pelis.
               Nos echamos a reír y yo me lo quedé mirando, más que decidida a aprovechar el tiempo que teníamos. Cada segundo contaba.
               Tenía el mentón de una estrella de cine, y tumbado en mi cama desprendía el aura de tranquilidad de la que hablan todas las novelas románticas del momento posterior a la primera vez que los protagonistas tienen sexo. Parecía demasiado bueno para ser real. Pero lo era. Gracias a Dios, lo era.
               -No puedo creer la suerte que tengo de que seas mío.
               -Todo tuyo, y solamente tuyo, bombón-me aseguró.


-¿Ves pelis?-la escuché preguntar de repente, sin venir a cuento, y me volví hacia ella. Acabábamos de decidir que sería mejor que fuera vistiéndome y pensando en irme, pues pronto empezaría a oscurecer y no quería darle a mi familia o Jordan (que seguro que llevaba vigilando desde la ventana de su habitación desde el mediodía) un motivo para que me tomaran el pelo relacionado con ella. Bastante me vacilaban ya con Sabrae como para que yo me pasara dos días consecutivos en su casa. Me volví para mirarla, abrochándome el botón de mis vaqueros olvidados en el suelo durante más de doce años. Llevaba puesta mi camisa, se había abotonado un par de botones y tenía la espalda apoyada contra la pared, las piernas dobladas en dos ángulos de cuarenta y cinco grados, una sobre el colchón y la otra haciéndole de anclaje para su codo. Su pelo revuelto y sus ojos brillantes acusaban un polvo que ni siquiera habíamos echado, pero supongo que estar tanto tiempo desnuda, dejando que la mimara y contándole mis secretos era equivalente al sexo.
               -Claro. Soy una persona normal… más o menos-me reí, y Sabrae tragó saliva.
               -Me gustaría que viéramos una peli juntos-comentó.
               -Sabes que no tienes que pedirme otra cosa si lo que quieres es sexo, ¿verdad?
               -Sí, claro, pero el caso es ése: no quiero sexo. O no sólo quiero sexo. Me apetece hacer otras cosas más de… pareja. Como quedar para ver una peli, que tú vengas a mi casa o ir yo a la tuya, llevar comida y todo eso, como tenías pensado ayer con Scott.
               -Scott era una excusa para venir a verte-Sabrae sonrió al escuchar mis palabras, se puso en pie, se puso de puntillas y me dio un beso en los labios-. Me tengo que ir ya, bombón, pero un día de esta semana, si quieres, cumplimos el plan. Me voy a dejar caer mucho por tu casa estos días, así que podemos dejarlo como pendiente.
               -¡Vaya! ¿Quién te ha invitado a venir tanto?-volvió a reírse, jugueteando con mis colgantes, y yo me encogí de hombros y me pasé una mano por el pelo sólo por hacerla rabiar.
               -Ya sabes lo que me toca. Los chicos y yo hemos decidido no venir todos juntos a ver a Scott, y dado que ya veo a Tommy cada día en clase, no quiero que S se sienta solo. Eso no significa que me ponga de parte de tu hermano-la advertí al ver que su expresión cambiaba-, porque los dos han metido la pata hasta el fondo y se están comportando como críos, pero… Scott me necesita más de lo que me necesita Tommy. Y Tommy ya me tiene bastante, así que tengo que compensar un poco la balanza.
               -Gracias por no dejarlo solo-murmuró con un hilo de voz en el que yo pude escuchar la angustia contenida que le producía la situación. Veía cómo su hermano se apagaba poco a poco igual que lo veía yo, pero ella, al menos, no tenía el otro puñal clavándosele que era la propia degradación de Tommy. Por suerte para Sabrae, sólo podía ver un fragmento del cuadro en el que aparecía un solo monstruo, y esperaba que siguiera así. Aunque se hacía la fuerte, yo sabía que estaba agotada emocionalmente por las dos semanas que no habíamos hablado, y que la situación con Scott y Tommy fuera tan mala no le daba el descanso que cabría esperar después de nuestra reconciliación. Conmigo en la habitación había sido feliz, los dos lo habíamos sido, porque nos habíamos metido en una crisálida y nos habíamos aislado del mundo, así que no existían los rencores.
               -Es lo que tengo que hacer-le di un beso en la frente y le rodeé la cintura con los brazos mientras ella hacía lo mismo y reposaba su cabeza en mi pecho desnudo. Ojalá pudiéramos seguir siempre así y todos los problemas del mundo se solucionaran con el contacto de Sabrae.
               Me la zona de los riñones con el pulgar y repitió:
               -Gracias, Al.
               -Ya te he dicho que es lo que tengo que hacer. No tienes que dármelas.
               -Ahora no es por mi hermano.
               -Entonces, ¿por qué es?-la pinché, porque veía que nos estábamos lanzando de nuevo a ese precipicio que tanto nos gustaba visitar estando desnudos, o semidesnudos como era ahora el caso, en el que empezábamos a sincerarnos y terminábamos mostrándonos nuestro corazón desnudo latir al mismo ritmo.
               Y todo eso terminaba derivando en más sexo, porque de la misma forma que nos gustaba acurrucarnos frente a la hoguera de nuestros sentimientos por el otro, también nos encantaba lanzarnos a las llamas y dejar que nos consumieran.
               Pero, por mucho que me apeteciera meterme de nuevo en aquel glorioso cuerpo suyo, de verdad, de verdad que tenía que marcharme. Si volvía a entrar en su cama, no me quedaría más remedio que dormirme allí.
               Y verme marchar con su hermana al instituto al día siguiente mientras él se quedaba una vez más en casa era algo que machacaría a Scott. Lo sabía.
               -¿Por quedarme y comerme tu comida?-probé, y ella levantó la mirada y se encontró con mis ojos con una sonrisa.
               -Por lo de hoy. Y por lo de anoche.
               Intuí, más que vi, cómo me ponía un poco rojo al pensar en lo que habíamos hecho, y ver nuestro reflejo en el espejo por el rabillo del ojo no ayudó a tranquilizarme. Recordé cómo me la había follado frente al espejo, de pie, con tanta rudeza que debería haberle hecho daño en circunstancias normales, pero estaba tan mojada y tan ansiosa que sólo le había causado placer; cómo la había provocado en la sala de los premios de su padre, cómo había disfrutado besando todo su cuerpo desnudo por primera vez, cómo había sido mirarla a los ojos mientras entraba en su interior, tomándola por primera vez en su cama, cómo me había sentido dejándola acariciarme y acariciándola y despertándome por primera vez a su lado, la sensación de estar donde debía estar, justo donde el universo me había dejado un hueco con mi forma exacta en el que nadie más podía encajar.
               Las primeras veces en general no importan; da lo mismo que pierdas la virginidad haciéndolo en una playa, en la fiesta de graduación del instituto, en un viaje de esquí, en el asiento trasero de un coche o en el sótano de la casa de uno de tus amigos. Esas cosas no dejan tanta huella como nos hacen creer, y normalmente son desastrosas porque el universo está harto de que le demos tanta importancia a las iniciaciones en abstracto.
               Lo que sí es importante es la persona con que las experimentas. La persona puede llegar a serlo todo. Mi primera vez había sido buena porque la había tenido con Perséfone, que era importante para mí por aquel entonces, pero yo sabía que, en mi lecho de muerte, cuando fuera un anciano que no podía ni con los huevos y que añoraba la época en la que lo había tenido absolutamente todo, no pensaría en cómo me había hundido en una chica por primera vez en una playa de Grecia. Pensaría en Sabrae, en lo hermosa que era quitándose la ropa, lo increíblemente preciosa que era estando de pie frente a mí, completamente desnuda, y lo mucho que la adoré cuando la tumbé debajo de mi cuerpo, la miré a los ojos mientras le separaba las piernas, y le hice el amor por primera vez.
               -¿Bromeas? Fue la mejor noche de mi vida. Y eso que mis noches son cojonudas, mucho mejores que mis días.
               A pesar de que me había puesto en modo gallito, yo sabía que Sabrae había leído mis pensamientos una vez más. Y seguro que estaba valorando lo mismo que yo: puede que Hugo hubiera sido el primer chico con el que había estado en el sentido más bíblico de la palabra (bueno, coránico, que ella era musulmana), pero yo le estaba dejando una huella mucho mayor que la que el otro podía aspirar, siquiera, a dejarle.
               Con esa sonrisa de siempre en los labios, que tanto me gustaba porque a) se la ponía yo y b) sus sonrisas eran preciosas, Sabrae volvió a ponerse de puntillas y rozó sus labios con los míos. Se desabotonó la camisa y se la quitó despacio, dejándome mirarla una última vez. Me mordí el labio tan fuerte que pensé que me haría sangre cuando la contemplé desnuda ante mí, orgullosa de sus curvas de nuevo, y de no cumplir con esos absurdos estándares de belleza que les imponían a las mujeres.
               -Ponte ropa o no podré irme-me escuché decir con la voz ronca, sintiendo una presión muy familiar en los pantalones, y no del todo desagradable. A la mierda Scott, a la mierda mis padres, y a la mierda Zayn. Me daba lo mismo que me notaran lo pillado que estaba por Sabrae y lo muchísimo que la necesitaba. A veces ser tío es una mierda porque todo el mundo nota en qué estás pensando si piensas en una cosa en concreto, pero otras veces esa sinceridad que te forzaba a tener tu cuerpo era el mejor indicador de lo que sentías.
               Y  no voy a mentir, me encantaba que a Sabrae se le fueran los ojos.
               Se echó a reír, asintió con la cabeza, y en menos de un minuto ya se había puesto un sujetador y una camiseta con la que ya pude empezar a pensar con claridad. Estuve a punto de ponerme el jersey que había llevado la noche anterior, pero tras pensármelo un segundo, decidí dejárselo en su habitación “por accidente”. Lo miré por el rabillo del ojo cuando Sabrae se sacó la camiseta de los leggings negros estirados que usaba para andar por casa y trotó hasta mí, saltando para colgarse de mi cuello como el más bonito de los koalas.
               -¿Hablamos?-le preguntó a mi boca, deseando probarla otra vez.
               -Dentro de menos de quince días, por favor-le pedí, y ella se echó a reír, asintió con la cabeza y se giró un momento para mirar su habitación. La cama estaba deshecha, la almohada, todavía hundida donde yo había tenido apoyada la cabeza; la alfombra se había deslizado por la habitación hasta chocar contra el armario y doblarse allí donde no podía ir más allá; la silla del escritorio estaba echada hacia atrás, por ser donde había dejado la ropa; el cargador del teléfono colgaba de su mesilla de noche, y unos cuantos paquetitos de condones descansaban al lado de éste.
               Y mi jersey seguía en la cama.
               -Creo que te dejas algo.
               -Me parece que no.
               Sabrae se volvió para mirarme y abrió mucho los ojos. Asentí con la cabeza.
               -¿De verdad?
               -Es un préstamo-le advertí-. No ando muy boyante de jerséis, así que… digamos que lo dejaré cuidándote hasta que me pidas una sudadera.
               Volvió a rodearme la cintura y a descansar su mejilla en mi pecho.
               -No quiero que te vayas.
               -¿Y yo sí?
               -¡Ya sé! Te acompañaré a casa y así nos despedimos allí. Tengo que asegurarme de que llegues bien.
               -Ni de coña, porque entonces, luego, te acompañaré yo a ti de vuelta. Y estaremos toda la tarde acompañándonos.
               -Me parece bien-se encogió de hombros.
               -A mí también. Ése es el problema. Venga, nena, no puedo ser yo el racional de la relación.
               Se rió una vez más, volviendo a abrazarme y se posó de nuevo sobre sus talones, como una dulce y tierna mariposa que por fin encuentra una flor que le atraiga lo suficiente como para manchar sus patitas de polen. Le di un beso en la cabeza, susurré un suave “mi niña”, y tanteé a mi espalda para encontrar el pomo de la puerta.
               Bajé abrochándome la camisa, porque no podía perder ni un segundo vistiéndome en su habitación, y cuando llegamos a la parte baja de las escaleras, nos encontramos a Scott y Eleanor mirándonos divertidos.
               Noté dos pares de ojos que se clavaban en mí desde lo más hondo de la casa, y cuando me giré, vi a Zayn y Sherezade mirándome. Para gran alivio mío, los dos parecían contentos de verme, aunque puede que Zayn se alegrara de que ya me fuera a mi casa y dejara así de llevar a su pobre e inocente hija por el camino del pecado. Sherezade, por otro lado, tenía una expresión soñadora en la mirada. Recé porque me imaginara vestido de traje esperándola en un altar en lugar de alegrándose también de que me fuera, aunque si teníamos que ser justos, no me imaginaba a la madre de Scott y Sabrae alegrándose de que se hubiera terminado un fin de semana romántico para ninguno de sus hijos.
               -¿Ya te vas, Al?-quiso confirmar Zayn, porque los petardos están caros y no conviene malgastarlos. Asentí con la cabeza y noté que Sabrae me acariciaba la mano con los dedos mientras pasaba a mi lado para despedirse de Eleanor.
               -Gracias por todo. Me lo he pasado genial-solté antes de poder frenarme, y Zayn rió, pasó una página del periódico que estaba leyendo, y comentó:             
               -Apuesto a que sí.
               -¡Zayn!-le recriminó su esposa mientras sus hijos hacían caso omiso de la pulla que acababa de lanzarme. Aproveché que las chicas se estaban despidiendo para acercarme a Scott. Estaba un poco más animado ahora que había estado con Eleanor, y había que ser ciego para no darse cuenta de a qué se debía eso. Le brillaban los ojos y tenía una sonrisa boba bailándole en los labios que no podía disimular por mucho que intentara ponerse serio.
               -Mañana vengo a verte-le anuncié, y Scott puso los ojos en blanco. Detestaba sentirse como un niño pequeño, pero… era lo que le tocaba estando conmigo. A fin de cuentas, no le llevaba casi dos meses por nada.
               -¿Me vas a traer vino del caro?-bromeó, y eso me dio esperanzas. Si Eleanor seguía haciéndole su magia, puede que pudiera sobrevivir al tiempo que tardara Tommy en dejar de odiar cada vez que alguien mencionaba su nombre.
               -Yo te traigo lo que quieras, ladrón-contesté, dándole una palmadita en la mejilla a modo de despedida y le susurré al oído-: piensa en lo que te dije.
               Scott asintió con la cabeza al mirarme, sopesando las posibilidades de ser él quien diera el paso en lugar de Tommy (puede que Tommy se hubiera alejado, pero eso no significaba que fuera el único que podía zanjar la situación; compartían ese poder entre dos, y Scott tenía la suerte de ser la otra mitad), y me volví hacia Sabrae, que ya había terminado de decirle adiós a Eleanor.
               -Adiós, Al-ronroneó, haciéndose la dura. Me encantaba que cambiáramos tanto estando con gente; cuando estábamos solos, nos declarábamos amor eterno, pero en cuanto había alguien en la habitación con nosotros, volvíamos al flirteo de los inicios que, por favor, no quería perder bajo ninguna circunstancia.
               -No lo pases muy mal sin mí, bombón-le guiñé un ojo y le di un abrazo, arrancándole otra carcajada. Sí, definitivamente debería considerar en serio escaparme al circo y ponerme una nariz de payaso. Tenía un don para la comedia-. Atenta al móvil, ¿vale?
               Increíble, Alec. Aún no te has ido y ya te estás asegurando de tenerla más tiempo esta noche.
               -¿Hablamos de noche?-ofreció.
               -Si no, ¿qué?-la piqué, y ella puso los ojos en blanco-. ¿Me llamas?
               -Te llamo. O me puedes llamar tú a mí-aleteó con las pestañas, coqueta.
               -Como quieras. El que menos aguante.
               -Vaya, que te voy a llamar yo-puso los ojos en blanco y se echó a reír.
               -Eh, perdona, Sabrae, pero no sé por qué piensas eso. Está claro que yo soy quien menos aguanta; si por ti fuera, aún seguiríamos cabreados.
               -Tenía pensado abrirte conversación mañana-se excusó, apartándose un pelo de la cara con gesto teatral.
               -Sí, claro.
               -¿Nos vemos mañana?
               -Vais al mismo instituto, Sabrae-interrumpió Scott, que llevaba demasiado tiempo escuchando nuestra conversación.
               -Sé bueno con tu hermana-le recriminó Eleanor, dándole un toquecito en la cadera con la suya.
               -Pero, ¡si lo soy siempre!
               -Intenta impedírmelo, bombón-le prometí, besándole la frente y estrechándola una última vez entre mis brazos.
               -¿Alec? Me apeteces.
               -Tú a mí también, nena.
               Le di un piquito y, entonces, con una fuerza de voluntad férrea, me volví hacia Eleanor y le hice una profunda reverencia tras abrirle la puerta. Eleanor se volvió hacia Scott con las cejas arqueadas.
               -A ver si aprendes algo de Alec.
               -Sí, tío, a ver si aprendes algo de mí.
               -Lárgate ya, macho.
               Le tiré un beso a Scott y le guiñé el ojo a Sabrae por el puro placer de ver cómo Scott ponía los ojos en blanco y me llamaba fantasma, y bajé las escaleras del porche de los Malik con Eleanor. Cuando atravesamos la verja de su finca y echamos a andar por la calle, tanto Eleanor y yo soltamos un suspiro profundísimo en el que nuestras almas podrían haber abandonado nuestros cuerpos, y nos miramos, sonrientes.
               -¿Qué? ¿Qué tal la noche? ¿Movidita?
               -Yo podría preguntarte lo mismo-se burló ella, y yo sacudí la cabeza, colando mis manos en los bolsillos de los pantalones.
                -Hagamos un trato: yo no te tomo el pelo con Scott si tú no me lo tomas con Sabrae.
               -Me parece justo. Sé que Mimi lo va a hacer por mí, así que…
               Volví a negar con la cabeza, riéndome, y acompañé a Eleanor a su casa con la intención de hacerle una visita a Tommy para ver cómo estaba. Dado lo mal que había salido el partido de baloncesto del viernes pasado, sospechaba que no iría esa tarde a jugar. Sinceramente, yo daba por cancelado el partido, y no tenía pensado plantarme en la cancha de siempre: estaba demasiado cansado por la noche de sexo con Sabrae como para pensar en echar unas canastas.
               No tuve que esperar mucho para que la profecía de Eleanor se cumpliera: cuando llegamos a su casa y yo pregunté por Tommy, su madre me informó de que estaba en su habitación con Layla Payne, y yo no necesité más. Las cosas con Diana estaban muy mal; que yo supiera, incluso lo habían dejado, así que no iba a juzgar a mi amigo por buscar consuelo en otra mujer. Bien sabía Dios que yo lo había hecho en otras ocasiones, muchas de ellas en las que ni siquiera lo necesitaba, y sólo había estado tan mal como Tommy cuando lo de Sabrae, así que… esperaba de corazón que le saliera bien.
               Así que me dirigí a mi casa y entré por una de las ventanas del garaje. Sabía que Mimi no me dejaría en paz si me oía llegar: mi única esperanza de estar tranquilo y poder llegar a mi habitación sano y salvo a descansar pasaba por ser un puto ninja en mi casa. Cruzaría el salón de puntillas y subiría las escaleras a toda velocidad, cerrando la puerta de mi habitación y poniendo una silla antes de que mi hermana pudiera siquiera intuir que ya no estaba sola.
               Que, por cierto, no tenía mucho que intuir, porque mis padres estaban sentados en el sofá cuando yo me asomé al salón.
               Y, como si hubiera formado un verdadero escándalo al entrar, se giraron a la vez para mirarme como un par de muñecos diabólicos.
               -¡Alec!-celebró mamá, levantándose y viniendo a darme un beso, haciendo que mi entrada de ninja saltara por los aires.
               -Hola. Creía que ibais a salir.
               -Oh, al final decidimos quedarnos en casa. A Dylan no le apetecía mucho hacer nada con este frío. ¿Y tu jersey?
               -Lo perdí. Así que hace demasiado frío para que salgas, ¿eh, Dylan?
               Cabrón.
               Mi padrastro sonrió, levantando una cerveza en mi dirección.
               -No quería perderme la sonrisa bobalicona con la que volverías de casa de Scott. ¿O debería decir… de casa de Sabrae?
               Noté que me sonrojaba un poco. Joder, odiaba mi cuerpo en ese momento. Olvídate del parrafito tope positivo de unas páginas más atrás. ¿Por qué siempre tenía que delatarme? ¿Por qué tenía que ser tan transparente?
               -¿Lo perdiste, o se lo ha quedado ella?-preguntó mamá, alzando una ceja.
               -Pero bueno, ¿qué es esto, una redada policial? Casi soy mayor de edad. Puedo hacer lo que quiera con mis cosas. ¡Como si me da por ir por ahí desnudo porque regale toda mi ropa! Me lo he dejado en casa de Scott; mañana volveré a por él.
               -Mi hijo, el rey de las excusas. Un movimiento magistral por tu parte, cariño-mamá me dio un codazo y me guiñó el ojo-, dejarte allí el jersey para poder ir a por él mañana, y así ver a Sabrae.
               -No necesito excusas para ver a Sabrae. Ya tenía pensado ir igual mañana.
               -¿Has oído, Dylan? ¡Han quedado para verse mañana!-mamá dio una palmada y yo puse los ojos en blanco.
               -No, no hemos quedado para vernos. Quiero asegurarme de estar ahí para Scott. Es mi amigo, y me necesita.
               -¿También vas a ir a ver a Tommy?
               -No tenía pensado, ¿por qué?
               -Ah, claro…-mamá alargó mucho las vocales e intercambió una mirada perspicaz con su marido-. Como Tommy y Sabrae no viven en la misma casa…
               Me eché a reír.
               -Mamá, te quiero, pero a veces no hay quien te soporte. Me voy a la ducha.
               -Asegúrate de limpiarte bien el cuello, cariño. No queremos que los arañazos que tienes se te infecten-atacó mamá, regresando al sofá tras darme un beso en la mejilla.
               -¡Yo no tengo arañazos en el cuello!-protesté. Sí que los tenía.
               Por eso Mimi no podía verme; tenía que dejar que pasaran unas horas más para que terminaran de cambiar de color. Así que volé escaleras arriba, olvidado ya todo intento de ser sigiloso, y entré zumbando en mi habitación antes de que mi hermana pudiera salir de la suya.
               Cuál fue mi sorpresa cuando me la encontré tumbada en mi cama, ojeando una revista con las piernas dobladas y los pies en el aire. Me quedé plantado como un gilipollas en la puerta, sin saber qué hacer, mientras Trufas se levantaba de un salto de al lado de mi hermana y corría a mi encuentro para embestirme. El único que no parecía querer amargarme la fiesta era el conejo.
               -¿Qué haces aquí, Mary Elizabeth?
               -Quería asegurarme de verte nada más llegar. Te he echado de menos. Han sido 20 horas muy tristes en mi vida.
               -¿Las has contado? Qué rica. Piérdete; quiero dormir.
               -Vaya, vaya, ¿tan bien ha ido tu noche romántica?
               Fue entonces cuando se dignó a mirarme, y esbozó una sonrisa lobuna que me dio ganas de sacarla de los pelos de mi habitación. Pero Trufas se frotó contra mí, mimoso, exigiendo atenciones, así que calmó un poco la bestia de mi interior.
               -Hombre… muy romántica no ha sido-respondí, pero aquella respuesta cortante se convirtió en un alardeo, y Mimi alzó las cejas.
               -¿Y esa sonrisita?-intenté borrarla en cuanto la mencionó, pero no me salió bien. Sólo luché contra ella de esa forma tan patética en que lo hacen en las películas cuando cazan al quarterback liándose con la capitana de las animadoras.
               Y mi mente, por supuesto, decidió imaginarse a Sabrae vestida con traje de animadora, una falda muy cortita que apenas le cubriera la ropa interior, un top que le dejara el ombligo al descubierto, y… uf, que llegue ya Halloween.
               -¿Vuelves soltero, hermano?
               Aquella pregunta desinfló toda mi felicidad. Joder, ¿por qué todo el mundo se preocupaba tanto por mi estado civil?
               -Sí.
               -¿De veras?-Mimi alzó una ceja, convencida de que le estaba tomando el pelo, así que la palabra que pronuncié a continuación sonó más bien a gruñido.
               -Sí.
               El tono con el que lo dije hizo que sonaran las alarmas en la cabeza de mi hermana. Se incorporó hasta quedar sentada, con su sudadera de la academia de ballet deslizándose por su vientre ahora que la gravedad se había acordado de nuevo de ella. Sus ojos transmitían tristeza; toda su expresión lamentaba lo que acababa de decirle.
               -¿Quieres que hable yo con ella?-se ofreció, triste, y yo me eché a reír.
               -Mimi, no necesito que me saques las castañas del fuego. ¿De verdad crees que podrías convencerla de algo que yo no puedo?
               -Tengo mis mecanismos de persuasión.
               -Yo también. 21 centímetros de mecanismo, para ser más exactos.
               Mimi puso los ojos en blanco y fingió una arcada.
               -Voy a hacer como que no has dicho eso-cogió su revista, se levantó de la cama y se alisó los leggings. Se acercó a mí,  recogió a Trufas del suelo y se lo afianzó en el regazo mientras me miraba. Me puso una mano en el hombro y clavó sus ojos en los míos-. Pero, en serio, Alec, ¿no quieres que haga nada? Sabrae y yo somos casi amigas, podríamos…
               Negué con la cabeza.
               -Está bien así, Mím.
               -Pero… ¡tú quieres que sea tu novia!
               -No, yo quiero que esté conmigo. Y ya está conmigo, así que todo está bien. ¿Qué más da que nos llamemos de una forma o de otra? Por mucho que llames “perro” a un lobo, no va a dejar de aullarle a la luna llena, ¿no?
               Mimi sonrió, frunciendo un poco el ceño.
               -No sé qué te está haciendo Sabrae… pero espero que no pare.
               -Bueno, hay un par de cosas que…
               -¡No quiero oírlas!-Mimi se llevó las dos manos a los oídos; suerte que Trufas tiene buenos reflejos y pudo saltar antes de que eso sucediera. Me eché a reír, le di un beso en la mejilla para echarla de la habitación, de esos que iban acompañados de un lametón, y cerré la puerta tras ella. Escuché a Trufas rascar para que le dejara entrar, pero no estaba de humor. Necesitaba descansar tras esa larguísima noche en la que le había contado a Sabrae mis planes de futuro y también mi pasado, en la que le había abierto mi corazón y también mis miedos.
               Me sentía liberado, y a la vez, con una nueva presión. Después de hablar de lo de África, entendía su postura más que nunca, aunque seguía sin compartirla. Cuanto más tiempo pasáramos juntos, más nos dolería estar luego separados, pero yo, al contrario que ella, era un animal de presente que no se preocupaba mucho por el futuro; saltaba a la vista con sólo echarles un vistazo rápido a mis notas.
               Me quedé mirando la cama, donde había hecho tantas cosas, había estado tan cómodo y siempre me había alegrado de llegar después de una noche de fiesta, en la que el alcohol y la música corrían como ríos, y nunca me había faltado alguna chica con la que navegarlos. Y ahora… ahora, lejos de ser un refugio, era un recordatorio de lo que ya no tenía: a Sabrae, allí, conmigo. Donde antes tenía el tamaño perfecto ahora era inmensa, donde antes había cumplido con su deber, ahora estaba vacía. Era un mueble sin encanto, sin pena ni gloria, ahora que sabía cómo era la cama de Sabrae, increíblemente diferente a pesar del parecido que había entre ellas.
               Pero, claro. En la cama de Sabrae, dormía Sabrae, así que tenía muchos más incentivos que mi propia cama.
               Una idea empezó a formarse en mi mente. Antes, las camas eran un mundo de posibilidades, pero ahora… ahora sólo había una interesante, aquella en la que ella se tumbaba.
               Y podía tumbarse en camas diferentes.
               Sonreí, me acerqué a la cama, abrí las sábanas, me saqué el móvil del bolsillo del pantalón y lo dejé encima de la mesa, con la pantalla vuelta hacia arriba, mientras me quitaba la ropa. Fue muy duro para mí quitarme la camisa: a pesar de que la había llevado puesta poco tiempo, Sabrae había conseguido que el delicioso aroma de su cuerpo se quedara impregnado en la tela.
               Después de considerarlo mucho (bueno, vale, en realidad, sólo un segundo), decidí que no pasaba nada por cambiar mi rutina y dormir, por una vez, con algo cubriéndome el pecho, así que me metí dentro de la cama vestido con los pantalones de pijama y la camisa.
               Cerré los ojos y viajé en el tiempo, hasta unas horas más tarde, en las que una mole cayó sobre mí como un meteorito que se precipitara sobre la Tierra, arrancándome de los brazos de Morfeo y de la tranquilidad de un sueño en el que Sabrae estaba tumbada a mi lado, desnuda, en un prado, dejándome acariciarla y acariciándome a mí como si fuéramos ciegos leyendo su libro preferido en braille.
               Me levanté de un brinco, intentando zafarme de aquella presión sobre mi pecho, y me quedé mirando a las dos figuras que había en la habitación, a mi lado.
               -¡Jordan!-recriminó la más esbelta, con una cabeza inmensa. Ah, no. Era Bey-. ¡No tenías que hacerle una llave de lucha libre!
               -No he podido resistirme. ¿Qué pasa, Romeo?-bromeó mi amigo, dándome unas palmaditas en la mejilla para hacerme espabilar. Me incorporé trabajosamente, con el corazón en un puño.
               -¿Qué cojones te pasa, tío?-gruñí, frotándome la cara.
               -Tommy no ha venido a echar el partido de los domingos-explicó Jordan, y yo gemí. Estaba hablando demasiado alto, me sentía como si tuviera resaca.
               Eso es lo que te pasa cuando duermes con la chica de tus sueños y luego tienes que dormir solo, que te entra mono más rápido que si fueras cocainómano.
               -¿Y a mí qué…? Tíos, no es por ser borde, pero quiero puto dormir, joder. ¿Qué maldita hora es?-bufé, estirando la mano en dirección al móvil.
               -Sabemos que estás cansado, Al, pero… es que estoy preocupada por Tommy. Verás, ha pasado la noche en mi casa, incluso ha dormido con nosotras y luego nos ha hecho el desayuno, y… le veo muy machacado, tenemos que hacer algo, jamás le había visto tan mal, ya sabes que él…
               Bey siguió parloteando sin parar, pero yo ya no le estaba haciendo caso. En la pantalla de mi móvil habían aparecido varias pestañas con notificaciones, a cada cual más importante que la anterior.
               La más antigua, en la parte más baja de la cascada, era un mensaje de Sabrae, que me había enviado apenas había atravesado la puerta de su casa para irme.
Acabas de marcharte, y ya te echo de menos qué ganas de esta noche
               Y, sobre ellas, varias notificaciones de Instagram.
               ¡Saab.👑🍫 (@sabraemalik) te ha etiquetado en una publicación!
               Deslicé el dedo en ese primer rectángulo y entré en la aplicación.
               Y allí estaba ella, más preciosa que nunca, de pie frente a su espejo, sonriéndole a su reflejo y también a la cámara, con un brazo estirado, descalza, y con mi jersey cubriéndole los hombros, el torso, y parte de los muslos. La descripción de la foto era sencilla: unos guantes de boxeo, una corona, y un corazón.
               Toqué en el icono para ver a las personas etiquetadas mientras el número de “me gusta” salía disparado y la foto se llenaba de comentarios, y sonreí al ver que, en una esquina de la foto, se veía la flor que le había regalado antes de marcharse a Bradford, precisamente donde ella había decidido etiquetarme.
               Yo también le di “me gusta”, y estaba a punto de escribirle algún comentario gracioso  del estilo “creo que te has confundido de talla, no pierdas el ticket, que vas a necesitarlo” cuando Jordan chasqueó los dedos frente a mí.
               -Alec.
               -Estoy escuchando-aseguré, bloqueando el teléfono y mirando a Bey.
               -Vale, bueno, pues resulta que he hablado con Tommy y, no te lo vas a creer, pero Diana se ha ido con otros chicos esta noche (porque no ha salido con nosotros), se ha enrollado con varios, y…
               No soy mal amigo, lo prometo. En cualquier otro momento, habría prestado plena atención a lo que me estaba contando Bey, pero ahora tenía la cabeza en otra cosa. Mi noche con Sabrae era demasiado reciente, acababan de despertarme, y tenía como un millón de notificaciones en el teléfono, algunas de ellas, procedentes de mi chica. La tentación era muy grande y la carne es demasiado débil, así que encendí de nuevo la pantalla y me quedé mirando la otra notificación que aún se mantenía.
                ¡Saab.👑🍫 (@sabraemalik) te ha mencionado en su historia!
               Deslicé el dedo y me quedé helado un segundo cuando vi que había subido un vídeo a la lista de “mejores amigos” en el que aparecía yo, vuelto de espaldas, con la espalda al descubierto y el pelo alborotado por la noche de sexo, de sueño, y sus caricias. Había escrito dos palabras bien grandes tapando media pantalla, puede que restringiendo la intimidad que ella quería compartir, o puede que, simplemente, presumiendo de mí.
               Aquellas dos palabras eran “mi sol”.
               Y me entraron ganas de llorar pensando en lo importante que era ese paso que acababa de dar: estaba anunciando que estábamos juntos, que era suyo y ella era mía.
               Toqué el icono del avión de papel y escribí rápidamente, sin importarme mucho que Bey pudiera enfadarse.
Repetimos INMEDIATAMENTE, por favor????
               No tardó ni 10 segundos en empezar a escribir.
Dime hora y lugar 😉
               -¿Alec? ¡Hooooooolaaaaaaaa!-me llamó Bey, suspirando y estirando la mano en dirección al teléfono. La pasó por delante de la pantalla y me sacó de mi trance.
               -Perdona, reina B, es que… Sabrae… ha subido una foto, y…-Bey y Jordan intercambiaron una mirada, divertidos ante mi sonrisa, y yo tomé aire, asentí con la cabeza-, guau. En fin-dejé el móvil encima de la mesilla de noche, me froté la cara y me los quedé mirando--. ¿Qué decías de Tommy?  




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1 comentario:

  1. Ayyyyyy me ha gustado mucho el capítulo. Esta charla me ha parecido super bonita y necesaria porque Alec finalmente se ha desahogado y ahora realmente no tiene secretos son Sabrae y joder va a ser tan bonito como gana confianza poco a poco y cree más en el con el tiempo y con la ayuda de Saab. Va a ser maravilloso de leer, la verdad.
    Por cierto, me ha vuelto a hitear que en esta parte scommy siguen peleados y jo me duele el corazoncito, hasta aqui en sabrae quiero que se reconcilien ya, lo preciso. Estoy deseando leer los próximos capítulos sabiendo ciertas cosas que pasan y que me va a encantar leer desde la perspectiva de estos dos.

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