domingo, 14 de julio de 2019

El boxeador que habla ruso.


La semana semana que viene ya es 23, así que, ¡nos vemos el martes! 😇

¡Toca para ir a la lista de caps!


Lo confieso: cuando Sabrae me ofreció enseñarme la sala en la que su padre guardaba todos los premios que le habían entregado pensé, igual que Scott, que lo que estaba haciendo era inventarse una excusa un tanto patética para que volviéramos a estar solos y poder echar otro polvo. A fin de cuentas, ya había pasado un tiempo desde el último, y cada uno había estado ocupado hablando con alguien de su mismo sexo, lo que a nuestra edad solía significar que compararíamos experiencia sexual y terminaríamos calentándonos de tanto recordar las guarradas que habíamos hecho. Y, como era inevitable, ese calentón nos llevaría de nuevo a buscar compañía, como habría hecho Scott también si hubiera estado en sus mejores días.
               No me molesté en darle una mala contestación a Scott cuando éste se metió con su hermana por su poca inventiva; Sabrae podía manejarse con él perfectamente, y estaba demasiado ocupado pensando en lo mucho que me apetecía hundirme en ella (o puede que degustarla, la verdad es que no le hacía ascos a nada) como para pensar algo mínimamente inteligente con el que callarle la boca al mayor de los Malik. Cuando ella me levantó del sofá y me tendió la mano para guiarme por su casa, ya estaba saboreando el polvo que echaríamos en una sala aleatoria, y no me avergüenza admitir que barajé todas las habitaciones de su casa, calentándome cada vez más y más con cada paso que dábamos, porque imaginármela desnuda en un sitio diferente a donde ya le había arrancado la ropa hacía que me subiera la temperatura corporal hasta el punto de tener fiebre.
               Por eso, cuando empujó la puerta de una habitación en la que yo recordaba vagamente haber entrado en una vida pasada que ya ni siquiera consideraba mía y me encontré con que se trataba de una especie de sala de exhibición/despacho con una larga mesa de cristal y un único sillón de cuero reclinable y con ruedas, no pude evitar pensar en que me la follaría encima de una mesa por fin, después de tanto tiempo de espera. Las mesas eran mi punto débil y una de las razones por las que me había ganado tan buena reputación entre las chicas londinenses: no todos los tíos eran capaces de echar polvos sobre mesas que duraran más de 5 minutos (7 si eran expertos en eso de pensar en animalitos muertos para posponer el orgasmo) así que yo, con mi aguante casi infinito de media hora, era poco menos que un dios. Me gustaban las mesas por las infinitas posibilidades que traían si sabías utilizarlas, pero también porque había algo tremendamente erótico en eso de utilizar un mueble aparentemente inocente en tareas tan perversas como poseer a una mujer.
               Cada vez que pensaba en los sitios en que las chicas hacían tranquilamente sus tareas del instituto o la universidad, o sus padres preparaban documentos para el trabajo, o simplemente colocaban el frutero, y yo las había hecho correrse para mí, me costaba tanto ocultar la sonrisa que casi siempre hacía que alguien me preguntara de qué me reía.
               Y si a eso le añadíamos el morbo añadido de que claramente aquella habitación era del dominio exclusivo de su padre, mi libido se multiplicaba por mil.
               Sin embargo, lejos de rodearme como una gata lista para saltar sobre mí y pegarme contra un hueco en la pared tras cerrar la puerta, Sabrae caminó por entre las baldas de cristal en las que se sostenían premios de todas las formas y tamaños. Su pelo rizado bailó a su espalda cuando alzó la cabeza para estudiar uno en particular, colocado junto a unas cuantas figuras antropomorfas de varios colores diferentes, con forma de cervatillo dorado que miraba al frente con las orejas alzadas, como si hubiera escuchado a un cazador en la distancia. Ahí fue cuando empecé a sospechar que, quizá, no fuéramos a hacer nada en aquella sala, después de todo.
               Cuando se apartó un mechón de pelo de la cara y se mordisqueó el labio mientras se abrazaba con un brazo la cintura y con la otra frotaba los dedos pulgar e índice, lo supe con seguridad. Me acerqué a ella y me coloqué a su lado, consciente de repente del aura de misticismo que llenaba la habitación.
               -¿Qué es?-pregunté, pues no tenía ni idea de qué hacía un cervatillo dorado al lado de los premios más prestigiosos que se daban en mi país, los Brits. Sabía que One Direction había ganado esos premios en sus años de actividad, y también que lo habían hecho miembros de la banda por separado; el que más, curiosamente, era Niall, que ni siquiera era británico propiamente dicho.
               -Es el Bambi-respondió, parpadeando despacio y examinando la silueta del animalito-. Papá lo ganó junto con los demás-a alguien de fuera le habría chocado que se refiera a One Direction como “los demás” cuando Zayn no había vuelto oficialmente a la banda (no al menos con un comunicado propiamente dicho), pero sí había participado en canciones con ellos e incluso había vuelto a hacer una gira con los otros cuatro, pero yo había pasado toda la vida junto a dos retoños de One Direction, así que estaba más que acostumbrado a ese tipo de expresiones- en 2012, en la categoría de Pop Internacional. Fue antes que Miley Cyrus-se volvió para mirarme-, y después que Lady Gaga.
                Alcé las cejas.

               -Vaya. Menudo caché, ¿eh?-bromeé, y ella sonrió y asintió con la cabeza. Volvió la mirada al Bambi mientras yo me giraba e inspeccionaba la habitación. Era muy diferente a la sala de premios de Louis: mientras que éste la tenía en una habitación en el entrepiso entre el sótano y la planta baja de su casa, con una puerta pequeña que siempre estaba cerrada con llave, y consistía poco más que en un trastero minúsculo en el que tenía amontonados en cajas los premios de toda una vida, Zayn exhibía sus trofeos con orgullo. La habitación tenía amplias ventanas que llegaban prácticamente del suelo al techo, a través de las cuales había vistas al jardín con su piscina. Las paredes eran blancas, y estaban llenas de un tetris de baldosas de cristal con enganches negros que sostenían figuras de todos los tipos, formas, colores y tamaños. Incluso había un par de tablas de coloridas tablas de surf apoyadas en las esquinas; pensaba que, cuando tenías tu primer hijo, ya no te hacía tanta gracia que nombraran una canción en la que decías la palabra “locos” tres veces en el estribillo como la mejor del verano.
               Aunque tenía que admitir que la tabla era una pasada. Molaría llevársela un día a la playa aunque fuera sólo para fardar.
               En las paredes también había colgados cuadros con discos de oro y platino, un par de placas de suscriptores de Youtube (no creí que le enviaran esas cosas a los artistas), y un par de fotos de un Zayn muy joven con sus padres en alguna entrega de premios, o con el pelo muy corto, sonriendo mientras miraba a cámara, inclinado sobre una mesa y con un bolígrafo en la mano, a punto de firmar su primer contrato discográfico en solitario.
               Pero, si había algo que destacara en la habitación, eran precisamente los gramófonos que había colocados en perfecta armonía en la pared frontal, justo sobre el sillón. Me mordí el labio y me acerqué a ellos, atraído por una curiosidad morbosa, y examiné cada una de sus plaquitas, proclamando qué premiaban, a quién, y en qué año.
               Sentí los ojos de Sabrae fijos en mí, y creo que estaba sonriendo. Cuando me encontré con su nombre escrito en la placa de uno de los Grammys, decidí sacarla de su silencio con una pregunta:
               -¿Cuál es tu favorito, Sabrae?-me volví para mirarla y ella desvió la mirada un segundo en dirección al premio que estaba frente a mí, tentada de confesar su egocentrismo, pero me sorprendió esbozando una sonrisa, rodeando la mesa y yendo a la pared contraria a la que había estado mirando. Se puso de puntillas y cogió un premio de base cuadrada, con una pirámide de cristal incrustada en ella, y me lo tendió-. ¿De verdad? ¿Ése?-alcé las cejas; ni siquiera era el más bonito de la habitación. Vale, sí, estaba chulo y podías defenderte de algún ladrón si llegaba a colarse en tu casa pinchándole un ojo con él, pero… ni siquiera era el más importante.
               -Es el primero que papá ganó en solitario-explicó, y había un orgullo en su voz que pocas veces le había escuchado. Deseé que hablara así de mí algún día-. Es el Asian. Si no hubiera seguido en la banda, no habría podido aceptarlo, porque sólo lo dan en reconocimiento del impacto en la sociedad de alguien de orígenes asiáticos. A papá se lo dieron por la música, evidentemente.
               -Aunque aún no había sacado nada-la pinché, alzando una ceja, y ella hinchó los carrillos.
               -Papá ya había demostrado mucho estando en One Direction, ¿o tengo que recordarte la cara que pusiste cuando te puse Strong por primera vez?
               -¿Me he metido yo con él, acaso?-me eché a reír y ella sonrió-. ¿Y el suyo? ¿Cuál es?
               Creí que me mostraría el mismo, pues estaba seguro de que tanto Sher como el resto de la familia de Zayn estaban tan orgullosos de ese premio como lo estaba su hija mayor, pero cuando lo dejó en la estantería y caminó hacia mí y señaló el Grammy que llevaba su nombre, no me extrañó.
               -Guau…-silbé, y ella se infló como un globo aerostático-. Eres la favorita de otra persona que no soy yo.
               -Siempre he sido el ojito derecho de papá, no es ningún secreto-se pavoneó-. Al fin y al cabo, soy la única con nombre de canción.
               Se estiró para cogerlo y entonces, me lo tendió. Yo di un paso atrás, asustado, al comprender que me estaba ofreciendo un puñetero Grammy. Eran los premios más prestigiosos de la música, ¿y me lo daba así, sin más, como quien le entrega una manzana a un vecino en el campo porque su árbol está dando demasiadas?
               -No pasa nada, Al-me animó, con los ojos chispeantes-, de verdad. Mira, está todo mellado, y tiene muchos abollones-observó, y comenzó a señalarme arañazos que se repartían por toda la superficie dorada, convirtiéndolo en una cebra de plata y oro con una forma extrañísima, así como los abollones que no se apreciaban tal y como estaba colocado en la balda de cristal, pero sí ahora. Sabrae lo estiró un poco más en mi dirección y yo acepté a regañadientes cogerlo. Pesaba más de lo que esperaba, y estaba incluso más castigado por el tiempo de lo que te esperas en una habitación así.
               -¿Se os cayó?-quise saber, y Sabrae se mordió el labio e inclinó la cabeza a un lado.
               -Eh… se me cayó-puntualizó-. Varias veces. Me dejaban jugar con él.
               -¿Qué?
               -Bueno, papá dice que es medio mío, y a mí me encantaba de pequeña, no me separaba de él. Le daba leñazos contra todas partes; mamá me lo quitó cuando decidí usarlo como arma contra Scott un día que él me enfadó mucho-se echó a reír-. Le importaba poco que hubieran tenido que echarle cemento al borde de la pared de la entrada ya cinco veces, porque a mí me encantaba darle golpes allí.
               -Menuda fiera…-comenté, alucinado.
               -¡Era pequeña y no sabía que era importante, ¿vale?! Además… creo que el valor emocional de haberlo conseguido para mí es mucho mayor que el valor del premio en sí. Es decir… por supuesto que es un orgullo ganar un Grammy, pero a papá le hizo especial ilusión que fuera con Sabrae.
               Lo sopesé en mis manos, pasándolo de una a otra para calcular su peso. Sabrae miró cómo lo hacía bailar sin mostrar indicios de nerviosismo. Si tenía cuidado con su corazón, ¿no iba a tenerlo con uno de los premios de su padre?
               -Creo que también es mi favorito de esta sala-confesé, mirándola a los ojos-. Los demás no tienen nada que me recuerde a ti.
               Sabrae sonrió, y se colgó de mi cuello de un salto, hundiendo la cara en mi pecho y cerrando los ojos. Dejé el premio sobre la mesa de cristal con un tintineo y la rodeé con los brazos. Le besé la cabeza y hundí la nariz en su melena que olía a manzana.
               -Saab…
               -¿Mm?
               -¿Me has traído aquí porque querías hacer algo?
               Ella se separó de mí y se pasó el dorso de la mano por los labios.
               -Me apetecía hacer algo, no te voy a mentir, pero… Scott ha estado muy cortante conmigo-comentó, torciendo el gesto y colocando de nuevo el premio en su lugar original. Tiró de las mangas de la sudadera que se había puesto y se miró los pies.
               -¿Quieres que vaya y le rompa la cara?
               -¡No! Es sólo que… he estado hablando con Eleanor. Y está preocupada por él, más de lo que me esperaba. Es decir… yo estoy preocupada por mi hermano, evidentemente-se le quebró la voz y tiró de la silla para sentarse en ella, que la recibió con un plácido bufido. Apoyó el codo en la mesa y se rascó la frente-. Le he visto toda la semana y va bastante mal, Alec, pero no me imaginaba cuánto. Creo que se hace el fuerte estando en casa, y también con Eleanor, pero… creo que contigo se desahoga un poco. ¿Lo hace?
               Me quedé callado y me apoyé en la mesa. Me pasé la mano por el pelo, me rasqué la nuca y luego crucé los brazos. No podía contarle a Sabrae mi metedura de pata de antes, lo mal que notaba a Scott; no después de que ella lo hubiera pasado tan mal por mi culpa. Se merecía estar bien, no tener más preocupaciones en su vida más allá de los estudios y del tiempo que íbamos a estar separados una vez que llegara el verano y yo cogiera un avión y me fuera durante un año. Podía con Scott y Tommy yo solo. No necesitaba ayuda.
               Pero… ¿no le había prometido sinceridad? La estaba tratando como a una niña pequeña, justo lo que tanto le había molestado de mi comportamiento anterior. Eso la había alejado de mí. Y puede que yo me las apañara con Scott y con Tommy, pero un poco de ayuda nunca estaría de más.
               -Sé que no tengo derecho a preguntarte nada, pero…
               -Tienes derecho a preguntarme lo que quieras, bombón-sentencié, decidido. Scott no me había dicho nada que yo no pudiera contarle a Sabrae y, aun así, la confianza que teníamos me hacía saber que cualquier cosa que yo le dijera iría derecha al baúl de los secretos, de donde Sabrae jamás extraería nada. Si Scott me decía algo y yo se lo contaba a Sabrae, ella actuaría como si no lo supiera.
               Además… quería ser egoísta. Quería que mi chica supiera que me tenía para ella sola, total y absolutamente. Podía ser su hombro sobre el que llorar y el chico al que contarle hasta la más mínima tontería, por mucho que lo pareciera. No la dejaría sola de nuevo: sería mi primera opción, igual que Eleanor era la de Scott. Con Scott podía haber dudas por la presencia de Tommy, pero yo no me veía limitado como sí lo estaba él. Y la pelea que habían tenido había reorganizado las prioridades de mi amigo, igual que nuestra reconciliación había reorganizado las de Sabrae y las mías.
               -Vale. Eh… Scott y tú habéis estado mucho tiempo solos. Y creo que no llevabais mucho echando la partida, ¿me equivoco?-negué con la cabeza y ella se relamió los labios-. Vale, pues… yo… quería saber de qué habéis hablado. Si te ha contado algo. Si… lo ves mal.
               -Sabrae... si no viera mal a tu hermano, es que estaría ciego.
               -No, no me refiero a mal. Scott está mal, lo puede ver cualquiera, pero me refiero a mal… mal. Como ya lo has visto otra vez.
               Entonces, algo en mi cabeza hizo clic. Sabrae no estaba preocupada porque no creyera que Scott no pudiera salir de ésta: estaba preocupada por la salida que pudiera encontrar Scott.
               Y hacía bien preocupándose. No en vano, su hermano era un melodramático de mil pares de cojones que se había intentado tragar un bote de pastillas cuando descubrió que la puta de su novia se la pegaba con dos tíos, para colmo, a la vez.
               Y lo mejor de todo era que yo ni siquiera había pensado en esa posibilidad, lo cual indicaba que sí que necesitaba que alguien me echara una mano. Por suerte, tenía una infiltrada en territorio enemigo: la propia Sabrae.
               Tenía que asegurarme de conseguir una espía en casa de los Tomlinson. Diana estaba más que descartada: Tommy y ella no habían parado de discutir desde que la americana llegó de Nueva York, todavía no sabía por qué, así que si le pedía que me echara una mano a Tommy, se la echaría al cuello. Y Eleanor no estaba en mejor posición, que digamos. Tommy no le dirigía la palabra; la culpaba por lo que había pasado con Scott, como si enamorarse fuera algo que pudiéramos controlar (Tommy es gilipollas, qué vamos a hacerle; si algo había aprendido yo era que no tienes nada que decir en de quién te enamoras, o si no que se lo digan a Sabrae, que ahora dormía con la única persona a la que habría empujado a las vías del tren si se le hubiera presentado la oportunidad hacía unos meses), y cualquier cosa que Eleanor dijera o hiciera sería como un ataque para T.
               -Tu hermano no va a intentar suicidarse-le solté a bocajarro, y Sabrae abrió muchísimo los ojos y se tapó la boca con la manga de la sudadera-. Te lo prometo, Sabrae. Por encima de mi cadáver se va a matar ese cabrón. No tiene cojones.
               -Alec…
               -No me refiero a que suicidarse sea un acto de valentía, ¿eh? Personalmente me parece de ser muy cobarde; a las cosas hay que enfrentarse, no huir de ellas… pero no quería decir eso. Bueno, sí que quería decirlo, pero con lo de que no tiene cojones me refiero a que sabe que, como intente una gilipollez de ese calibre otra vez y la casque, voy al cielo y lo mato.
               Sabrae parpadeó.
               -¿Sabes que sería contraproducente matar a alguien por matarse?
               Chasqueé y meneé la cabeza.
               -Si mi plan tiene fisuras es porque aún es un borrador-respondí, y ella sonrió, y me incliné hasta quedar en cuclillas frente a ella. Le cogí las manos unidas y me las llevé a los labios; le besé los nudillos y la miré a los ojos.
               -Ni a Tommy ni a Scott les va a pasar nada. Te lo prometo-se le humedecieron los ojos y yo le dediqué una media sonrisa-. Y tú sabes que yo cumplo mis promesas. Te prometí que no nos separaríamos y no se lo permití ni a mi puto orgullo. Si soy capaz de arrastrarme por ti, ¿no me crees capaz de coserle la boca a Scott?
               Sabrae se echó a reír.
               -¿Y cómo comería?
               -Sois musulmanes. Tenéis experiencia en esto de pasar hambre. Hacéis Ramadán. Además… si le cosiera la boca, tampoco podría decir las gilipolleces a que nos tiene acostumbrados últimamente.
               Ella puso los ojos en blanco y asintió con la cabeza, pensando en lo beligerante que se había mostrado Scott con ella cuando me preguntó si quería venir a la sala de los premios. Scott le había cortado las alas diciéndole que yo no quería incluso antes de que yo abriera la boca, en un tono tan cortante que incluso yo me había puesto tenso, y eso que sabía por qué venía.
               -Si estás pensando en que ha estado borde contigo, te aseguro que no tiene nada que ver con lo de Tommy-le prometí, incorporándome de nuevo y sentándome sobre la mesa. Sabrae frunció el ceño.
               -¿No? Pero si está pasando por una etapa de muchas… “turbulencias emocionales”, como lo ha llamado Shasha-qué mona, incluso hizo el signo de las comillas y todo-, y llevaba sin estar así desde lo de Ashley. Ya nos había dado contestaciones de ese tipo antes, ¿sabes? Es decir… es mi hermano mayor, es inherentemente gilipollas solo por eso-abrió mucho los ojos y parpadeó rápidamente-, pero lo de hoy ha estado un poco fuera de lugar. A no ser, claro, que crea que te estoy acaparando-se me quedó mirando, pensativa.
               -Personalmente creo que me acaparas más bien poco. Me siento un poco abandonado, nena-incliné la cabeza hacia un lado y Sabrae sonrió-. Pero no es por Tommy, tranquila. La conversación nos ha dado para mucho.
               -¿De veras? ¿De qué habéis hablado?-entrecerró los ojos, perspicaz, y yo suspiré.
               -Pues… de nosotros. Quiero decir, de ti y de mí.
               -¿Y qué le has contado?
               -Eso son intimidades, Sabrae-tiré de mi camiseta y fingí librarme de una pelusilla-. No pretenderás que te las cuente.
               Me puso una mano en la rodilla y me miró con intensidad.
               -Yo te cuento todos mis secretos.
               ¿Eso era una insinuación? Mi polla lo sospechaba. Mi cerebro no estaba seguro.
               Y entonces, subió un par de centímetros la mano por mi piel.
               Definitivamente, era una insinuación. Y mi polla se despertó. Hora de jugar, parecía decir, pero… tenía que decírselo. Tenía que decírselo todo. Puede que en aquel momento consiguiera convencerla, especialmente ahora que tenía una segunda opinión respaldándome.
               -Pues… de que me haces feliz-Sabrae parpadeó y apartó la mano de mi rodilla, pero yo la cogí y la dejé a mi lado, sobre la mesa, le di la vuelta y seguí las líneas de la palma de su mano con gesto distraído-, hasta Scott me lo nota, y… que personalmente cree que eres boba por no dejarte llevar. En eso estamos de acuerdo. Pero, claro, eres una hermana pequeña-la imité, haciendo una mueca y consiguiendo que alzara las cejas, un poco ofendida-, inherentemente testaruda, y basta que tu hermano mayor, más alto, más guapo y más sabio, te diga cualquier cosa para que tú hagas la contraria, y te apuntes al turno de ballet de última hora de la noche en lugar de primera hora de la tarde sólo por fastidiar y… oh, espera. Tú no haces ballet-me la quedé mirando y entrecerré los ojos-. Me he perdido. ¿Por qué me he puesto a hablar de Mimi?-cerré el puño y alargué el pulgar mientras sacudía la cabeza, fingiéndome perdido-. No tiene sentido. ¿De qué estábamos hablando?
               -De Scott.
               -Ah, ya. Es verdad. Vale, ya sé la conexión neuronal que ha hecho mi cerebro de proporciones interdimensionales. Hermanas pequeñas-sentencié, echándome hacia atrás en la mesa-: lerdas a más no poder. A veces se me olvida que tú también eres una de esas repelentes criaturas.
               -Voy a fingir que no me has llamado repelente cuando hace dos horas literalmente me habrías besado el culo si te lo hubiera pedido-espetó, arqueando las cejas-, y te voy a recordar mis motivos para…
               -Te estaba tomando el pelo, bombón. No necesito que me recuerdes nada. Me los has contado y yo te he escuchado como te escucharía literalmente hasta leyendo el diccionario, porque así de comprometido estoy con esta relación-le dediqué una radiante sonrisa y ella bufó, divertida-, pero no puedes pretender que no entienda a Scott… especialmente si Scott me da la razón. Es tu decisión. Y yo la respeto, al igual que tus motivos, pero personalmente estoy más cerca del punto de vista de Scott que del tuyo.
               -¿Y ese punto de vista es…?-preguntó con fingido aburrimiento, torciendo el gesto y dejándose caer en el sillón.
               -No puedes tener miedo a echar de menos a alguien y por eso cerrarte a todas las emociones que vienen antes de echar de menos.
                Sabrae suspiró.
               -Sí, me da miedo echarte de menos porque sé lo doloroso que es, pero el resto no es así, Alec. No estoy cerrándome a las emociones, simplemente las estoy… seleccionando. Por así decirlo. Intentando que pasen por un hueco muy pequeño, porque tenemos poco tiempo.
               -Tengo 17 años, no 70.
               -Ya sabes a qué me refiero. No puedo simplemente dejarme llevar y arriesgarme a ser algo que no… no sé si podría ser. Podría perderme a mí misma intentando cambiar para ti.
               -No quiero que cambies. Me gustas tal y como eres. Eres diferente al resto de chicas, ¿no crees que habría elegido a cualquiera de ellas, que se cuentan por millones, si quisiera algo diferente a ti?
               -Quieres a una chica devota, y fiel, y paciente, que te espere con una sonrisa en la boca y a la que el tiempo se le pase volando porque no deje de pensar en ti, pero a mí no se me va a pasar volando. Va a ser un infierno ya estando así, imagínate si vamos a más. No puedo ser lo que quieres. Tú quieres una Eleanor-casi acusó-. No puedo ser Eleanor.
               -No quiero una Eleanor-sentencié, duro-. Quiero una Sabrae. Quiero a la chica que tengo ahora. La del nombre de canción, a la que le consiguen Grammys y que juega con ellos como si fueran peluches. La que hace que me emborrache y le hable de ella a todo el mundo en lugar de intentar tirarme a todo lo que se mueva. La que me cabrea hasta límites insospechados y aun así consigue que quiera irme con ella una, y otra, y otra vez. La que se despierta de noche y me abraza y me besa hasta que se queda dormida, y yo con ella, sin tener que tener sexo para así relajar la tensión. A la que le puedo contar cualquier cosa y también estar en silencio. La del sexo sucísimo y los mimos tiernísimos. La que me cambia el nombre cada noche, cuando se abre de piernas y me pide que no pare, a pesar de que mi madre ya me dio uno cuando nací. La que misteriosamente me llama “sol”, como si ella no fuera la fuente de todo lo bueno y luminoso del mundo… como si no fuera, no sé, la puta luna y cada estrella.
               Sabrae entrelazó sus dedos con los míos, pero yo la solté y la tomé de la mandíbula.
               -No te atrevas a volver a decirme que yo quiero a otra cuando tú eres la única que ha conseguido que me pregunte si quiero tener hijos y que la respuesta sea sí. Porque ni siquiera me había molestado en pensar en ello en serio hasta que tú me lo preguntaste. Y por mis cojones que vas a dar a luz a mis hijos, Sabrae-le juré-. Y por mis cojones también que me voy a ir a África siendo tu novio. Te lo juro por mi madre.
               Le acaricié la mejilla y ella cerró los ojos. Se abrazó a mi muñeca, me dio un beso en la palma de la mano y se acunó contra ella, dejando que un torrente de energía purísima nos recorriera de un extremo a otro, limpiando cada cosa mala que habíamos hecho a lo largo de nuestra vida por el mero hecho de estar juntos.
               El silencio nos rodeó, en lugar de caer sobre nosotros: no fue pesado ni incómodo, sino que nos permitió disfrutar de la presencia del otro, tranquilizarnos y disfrutar del juego ahora que todas las cartas estaban sobre la mesa.
               -Alec…
               -¿Qué?
               -¿Y si te dijera que no quiero pasar por un embarazo?-preguntó, y abrió los ojos y se me quedó mirando desde abajo.
               -Ya te convenceré. Puedo ser muy persuasivo.
               Se echó a reír.
               -Me gusta que me digas estas cosas-confesó.
               -Lo sé. Por eso te las digo.
               -Qué tonto.
               -No entiendas lo que te conviene, ¿quieres, niña? Lo digo porque lo siento, pero también porque sé que te gusta. O sea… sólo tú estás lo suficientemente mal de la cabeza como para que te digan que vas a parir a los hijos de un mamarracho de mi calibre y que te haga gracia en lugar de salir corriendo.
               -No me hace gracia. Estoy comprometida con esta especie-sentenció-. Y hay que multiplicar tus genes. Es un sacrificio que estoy dispuesta a hacer por el resto de la humanidad.
               -Así que sacrificio, ¿eh?-le acaricié el mentón y descendí por su cuello, y Sabrae sonrió y asintió con la cabeza.
               -Sí. Sacrificio.
               -Vaya. Te van a nombrar mártir. Santa Sabrae.
               Empezó a reírse, y más cuando yo me incliné y llené su cuello de pequeños besos. Me acarició nuca y jadeó cuando le di un mordisco en el punto en que su cuello se unía a sus hombros.
               -¿Esto también es un sacrificio?
               -Ajá…-gimoteó, lo cual me encendió muchísimo, y sin poder evitarlo la agarré de la cintura, la levanté de la silla y la pegué a la mesa. La tumbé sobre ella y continué besándola mientras su respiración se aceleraba y mi erección crecía en mis pantalones.
               -¿Y esto?-pregunté, torturándola, tirando de los suyos y dejando un retazo de piel de gallina al descubierto. Sabrae se retorció encima de la mesa y se le escapó un gemido cuando le di un mordisquito bajo el ombligo. Tiré un poco más y me encontré con la advertencia de la tela de sus bragas.
               Y tiré un poco más, descubriendo el inicio de su monte de Venus.
               -Alec…
               -Van a terminar canonizándote. Serás la siguiente Madre Teresa de Calcuta-le prometí, tirando de sus bragas y liberando su sexo, que estaba hinchado y listo para que yo lo poseyera como más me placiera. Se me hacía la boca agua sólo de ver su excitación. Ya había empezado a mojarse.
               Joder, si tuviéramos un condón a mano… desde luego, sólo se nos ocurría a nosotros dos pasearnos por su casa sin llevar una caja de preservativos en una mano y ropa limpia en la otra.
               Bueno… ¿para qué me había dado la madre naturaleza una boca, sino para usarla?
               Soplé sobre su pubis y Sabrae arqueó la espalda. Le di un beso en el clítoris y ella arañó la superficie de cristal de la mesa.
               -¿Demasiado sacrificio para ti?
               -Alec…-jadeó, con mucho esfuerzo-. Aquí no.
               -¿No? ¿Por qué no?-pregunté, siguiendo los pliegues de su sexo mientras mi mano volaba al interior de mi pantalón. Me estremecí al sentir la presión de mis dedos en mi erección.
               -Puede… entrar alguien… en cualquier momento… a buscarnos.
               -Alicientes-repliqué, masajeándola y volviéndola loca. Todo su cuerpo me decía que siguiera, ¿por qué no podía dejarse llevar, aunque fuera sólo una vez?
               Respiró profundo un par de veces mientras trataba de decidir, y entonces…
               -No-repitió. Y yo me separé de ella. A regañadientes, pero lo hice.
               Le subí las bragas, le di un beso en el vientre, susurré un dócil “vale” y me senté sobre la silla. Me pregunté si Zayn se habría follado a Sherezade encima se esa mesa.
               Me pregunté si la habría mirado como yo estaba ahora mirando a Sabrae, sentado en la silla y entre sus piernas.
               Sabrae se frotó la cara, se mordió el labio, tomó aire y lo soltó despacio, calmándose, y luego se subió los pantalones. Yo entrelacé los dedos y esperé a que se incorporara, y cuando lo hizo, constaté con toda la calma del mundo:
               -Algún día te follaré en esta sala.
               Se puso coloradísima.
               -No estaría bien.
               -Pues por eso mismo quiero hacerlo: porque no estaría bien. ¿Y por qué no estaría bien?-quise saber, y Sabrae se apartó el pelo de la cara.
               -Porque es como… no sé. Violento. Es como hacerlo con su música. Me hace pensar en él.
               -Pues no sabes lo que te pierdes no pudiendo follar con la música que hace tu padre. Todavía no me explico cómo no hay tías que se hayan quedado preñadas con algunas canciones suyas.
               -Sí la hay-sonrió Sabrae, frotándose las manos contra las piernas-. Le dio tres hijos.
               -Le dio cuatro-repliqué, y ella sonrió, se bajó de la mesa y me besó despacio.
               -¿Quieres que te haga algo?
               -Estaría bien que cambiaras mi estado civil, sí.
               Me dio un empujón mientras se echaba a reír.
               -¡Tonto!
               -Preciosa-repliqué yo, agarrándola de los muslos y sentándola a horcajadas sobre mí. Me encantó el sonido de sorpresa que escapó de sus labios cuando la agarré, pero más me gustó la sonrisa que esbozaron cuando junté nuestras frentes, acaricié su nariz con la mía y le di un beso en los labios. Sabrae me pasó los brazos por los hombros, enredó sus dedos en mi pelo y se entregó a un beso tranquilo, sin prisa. Puede que, en cierto sentido, lo nuestro tuviera una fecha de caducidad (o, por lo menos, un período de suspensión ya programado), pero en ese instante nos permitimos sentirnos eternos.
               Cuando nos dimos por satisfechos, o por lo menos decidimos que necesitábamos respirar más que besarnos (o respirar para seguir besándonos más adelante), ella se acomodó sobre mis piernas y estudió mi cara como si fuera una obra de arte que llevaba mucho tiempo deseando ver. Se mordió los labios y clavó sus ojos en los míos, haciendo que por un momento mi alma saliera disparada fuera de mi cuerpo y surcara la galaxia que había en su interior.
               -Confío en lo nuestro-me aseguró, y yo asentí con la cabeza.
               -Lo sé, bombón.
               -Es sólo que… las relaciones a distancia son muy duras-volví a asentir.
               -Sí, ya lo sé. Y nosotros somos muy físicos-le acaricié las piernas y ella rió. Pensar que llegaría un día en que sólo podría escuchar su risa por teléfono hizo que me dieran ganas de llorar, pero con la misma rapidez con que esa idea surgió en mi mente, la deseché. Ya tendría tiempo de sobra para echarla de menos cuando no la tuviera; al contrario que ella, yo no era de los que se angustiaban por el futuro. Me tocaría vivir lo que me tocase vivir, y tanto si mi destino estaba escrito como si no, tenía claro que no merecía la pena preocuparse por lo que me estuviera esperando a la vuelta de la esquina. No ahora que la tenía, al menos.
               Cuando estaba con ella, el futuro y el pasado se disipaban, y sólo existía el presente. Por algo tenía nombre de regalo: porque lo disfrutábamos juntos.
               -No es por eso. Es decir… no sólo por eso-negó con la cabeza-. También es la distancia emocional. Tú estarás haciendo cosas, yo estaré haciendo cosas… serán cosas diferentes. No nos contestaremos tan rápido. Nos volveremos más selectivos. Ya no nos contaremos tonterías nimias porque no tenemos tiempo para tonterías nimias, y necesitamos aprovechar lo poco que tengamos haciendo cosas importantes.
               -Todo lo que hagas tú me parecerá importante.
               -¿Más que el sexo a distancia?-quiso saber, y yo puse los ojos en blanco.
               -Dependiendo del día-le concedí.
               -Lo que intento decir es que… me gusta que ahora todo sea inmediato. Que me pase algo y tú seas el primero en enterarte, y al revés. Era de las cosas que más echaba de menos durante nuestras peleas: el hacer cualquier cosa y contarte que lo estaba haciendo para que tú me la hicieras incluso más amena. Me va a costar muchísimo acostumbrarme a que tú seas la séptima persona en enterarte de mis tonterías-murmuró, alicaída-, porque mis tonterías son importantes.
               -No tengo por qué serlo, Saab-la tomé de la mandíbula y la miré-. Puedes hablarme todo lo que quieras, y yo te contestaré a todo. Sabes que sacaremos tiempo de donde sea, ¿no lo estamos haciendo ya?-le sonreí, y ella asintió despacio-. No te preocupes por eso. Que yo esté en un continente y tú en otro no va a hacer que nos distanciemos en ese sentido. Yo creo que, incluso, nos unirá más. Al fin y al cabo, no me voy a un continente cualquiera, ¿recuerdas? Seguro que soy yo quien te bombardea a mensajes, y no al revés. Voy a ver muchos animales salvajes, así que seguro que me acuerdo de ti a menudo-bromeé, y ella hizo un puchero.
               -Estoy hablando en serio.
               -Yo también, sobre todo cuando digo que no te preocupes. Pueden pasar muchas cosas. Puede acabarse el mundo antes de que yo me vaya, y tú no haber sido mi novia. Eso sí que me parece sangrante, Sabrae, no que no tenga dónde cargar el teléfono. Y, si no se acaba, también podrías venir a verme. No me voy a Marte.
               -Pero, ¿tú tienes pensado venir de visita alguna vez?
               Me froté la nuca y me encogí de hombros. La verdad es que no le había dado muchas vueltas a todo aquello y apenas había investigado por internet, pero daba por sentado que me dejarían volver a casa de vez en cuando, que tendría días propios que podría juntar para volver una semana a casa y estar con mi familia. Desde luego, el decimoctavo cumpleaños de Tommy no tenía pensado perdérmelo, y eso que era en octubre, cuando yo ya debería llevar varios meses de voluntariado.
               Tenía que mirarlo todo más a fondo, sobre todo ahora que tenía una razón mayor que las demás para regresar a mi Inglaterra natal.
               Asentí con la cabeza, distraído, y Sabrae me miró, perspicaz.
               -¿Cuántas?
               -¿Cuántas tengo que decir para que me digas que sí?
               Puso los ojos en blanco, me sacó la lengua y se echó a reír, subiéndose a la mesa como lo había hecho yo antes. Se recostó y echó la cabeza hacia atrás, de manera que su pelo acariciaba la superficie de cristal como un plumero de última generación y diseño lujoso.
               Y luego, empezó a reírse.
               -¿Qué?
               -Nada. Estaba pensando… con la cantidad de cosas que podrías hacer, Alec… y decides irte a África. ¿Es que no hay suficientes niños necesitados en Gran Bretaña, o en Europa, que tienes que ir a la otra punta del mundo? En Grecia todavía están trabajando en el asentamiento de refugiados, y tú tienes casa allí. ¿Por qué África?
               Me encogí de hombros. ¿Qué por qué África? Porque nunca había estado, y me llamaba muchísimo la atención. Porque había crecido con las películas de El Rey León, la de dibujos y la de ordenador, y siempre había querido saber qué se sentía al ver el sol levantarse en un horizonte que ya venía con banda sonora. Porque, aunque no había sido el escenario de grandes guerras, había sido el campo de explotación más grande jamás creado, y sentía que tenía una deuda con ese continente por el mero hecho de ser europeo, ya no sólo inglés. Porque había millones de personas muriéndose de hambre mientras otras derrochaban el dinero en comida que casi directamente tiraban a la basura. Porque los pastos se estaban marchitando, las lagunas se secaban, y los animales se iban declarando en peligro de extinción a marchas forzadas por ser muy buenas alfombras, muy buenos bolsos, muy buenas botas, muy buenos joyeros o, simplemente, gloriosos trofeos de caza.
               Especialmente, por eso. Porque no había tantas especies en peligro en ningún otro sitio como las africanas, y todos mirábamos hacia otro lado. Mientras hubiera una pareja de leones en el zoo que de vez en cuando tuvieran cachorros a los que admirar, ¿qué importaban los que vivían en libertad?
               Si había algún sitio en el que mi existencia pudiera tener más posibilidades de un impacto positivo, ése era África.
               -Mis padres estaban viendo un documental de China-tenía la vista perdida, recordando el momento en el que dejé a un lado la consola y me quedé mirando la pantalla en la que se sucedían los soldados de terracota que, se suponía, servían para proteger al emperador de las amenazas del más allá- en el que salía la muralla, y me puse a buscar información sobre ella porque… la verdad, me pareció interesante. ¿Tienes idea de la cantidad de gente que fue sepultada entre las piedras sólo porque tuvieron la osadía de morir construyéndola? ¿Cuánta gente tuvo que morir para la creación de un mito y la gloria de un puñado de hombres? Las cosas no deberían ser así, Sabrae. Quiero ayudar a cambiar las cosas. A matar mitos para que sobrevivan miles, en lugar de matar miles para que sobrevivan mitos.
               La forma en que me miraba habría hecho que me amedrentara en cualquier otra situación, excepto en esta. Estaba tan seguro de mi decisión y de que había sido la correcta que sabía que ella no me cuestionaría; no podría ni aunque quisiera.
               -Y en África es donde nos quedan más asuntos pendientes. Creo que es el sitio más inocente del mundo, y también el que más está sufriendo. Necesitan gente con fuerzas y tiempo y ganas de ayudar, y a mí todo eso me sobra. Las fuerzas, el tiempo… y las ganas de ayudar.
               Sabrae se me quedó mirando, la boca seca y los ojos abiertos y opacos. No podía ver absolutamente nada a través de ellos, era como si hubiera cerrado todas las ventanas de la catedral que era su mente porque tenía que dar una ceremonia tan sagrada que la más mínima interrupción la profanaría. Creo que me estaba evaluando; el discursito había estado muy bien, y técnicamente no era mentira (se me había ocurrido la idea del voluntariado viendo el documental, sí, pero también le había echado literatura; en realidad, África me atraía y punto), aunque visto en retrospectiva parecía que me había quedado un pelín pedante. ¿Matar mitos para que sobrevivan miles? ¿En serio?
               -Bájate los pantalones-espetó, sin embargo, dándome un suave empujón y poniéndose en pie-. Te la voy a chupar.
               Las ruedas de la silla chocaron contra la pared posterior, y yo me la quedé mirando, estupefacto.
               Me la imaginé poniéndose de rodillas frente a mí, bajándome los pantalones, mirándome a los ojos mientras jugaba con mi miembro y metiéndoselo después en la boca, haciendo con sus labios unas maravillas de las que yo no la creía capaz.
               Y lo hizo.
               Ponerse de rodillas, quiero decir.
               Lo otro, no. Sorprendentemente, se lo impedí. Cuando alargó las manos para llevarlas a mi entrepierna, se las cogí y negué con la cabeza.
               -Aquí, no-Sabrae tomó aire y luchó contra una sonrisa, incapaz de creerse que acabara de usar su frase en su contra-. Y menos por eso. No quiero que me aplaudan. No lo hago para colgarme medallas.
               -Por eso precisamente quiero hacerlo, porque sé que no lo haces para que nadie te premie.
               -El único premio que necesitaré será una llamada de teléfono cada noche con mi chica preferida en el mundo-sonreí, ayudándola a levantarse y colándola entre mi piernas. Sabrae jugó con mis rizos mientras yo hundía la cara en su pecho y respiraba su aroma a maracuyá y suavizante.
               -Llámala a cobro revertido. Estará más que encantada de garantizarse esas llamadas corriendo con los gastos.
               La miré desde abajo.
               -Pónmelo por escrito.
               Rió de nuevo. Estaba de tan buen humor esa mañana… ojalá pudiera despertarme a su lado siempre y asegurarme de que empezaba el día así de sonriente y feliz. No es por ser egocéntrico, pero sabía que su felicidad era causa de mi presencia en su casa.
               -Pídeme lo que quieras.
               Alcé las cejas y le dediqué una sonrisa torcida, mi mejor sonrisa de Fuckboy®, a la que tendríamos que rebautizar pronto, porque ahora se la reservaba a ella, y encima había dejado de ser ese rompecorazones que había ido perfeccionando a lo largo de los años.
               Vi cómo mudaba la expresión al darse cuenta de que me había dado una muy peligrosa carta blanca, pero no tenía de qué preocuparse. Bombón, ¿no confías en mí?
               Se me estaba presentando una ocasión buenísima, una ocasión que no iba a desperdiciar.
               -Quiero tortilla de patata para comer.
               Debería haber exhalado un suspiro de alivio, porque había sido muy bueno (demasiado) eligiendo el capricho que se había obligado a concederme, pero en lugar de eso, frunció el ceño. Se separó un poco de mí y alzó las cejas, segura de que no había oído bien. Puede que, después de todo, prefiriera que yo la pillara desprevenida y la hiciera convertirse en mi novia en lugar de cambiar el menú del día. Ni siquiera sabía qué íbamos a comer, puede que algo más sabroso, pero la tortilla de patata me traía buenos recuerdos, recuerdos en los que Tommy nos arrastraba a todos a la cocina y nos ponía a trabajar en un plato que podría hacer con los ojos cerrados y una mano atada a la espalda. Siempre que íbamos a su casa a cenar, le pedíamos que nos hiciera el mismo plato, y él siempre suspiraba, como si fuéramos lo más agotador del mundo, asentía con la cabeza y nos llevaba todos a una a la cocina para que le ayudáramos. Siempre terminábamos liando alguna, y pasando más tiempo limpiando que comiendo, bebiendo o pasándonoslo bien, pero nos daba igual. Hacer una tortilla suponía estar todos juntos, reírse y portarse un poco mal.
               Eso era lo que Scott necesitaba. Estar rodeado de gente, reírse, y portarse un poco mal.
               Bueno, vale, y la verdad era que también me apetecía comerla. A mi madre no le quedaban tan ricas como a Tommy, y Eleanor tenía que saber hacerla tan bien como su hermano. A fin de cuentas, compartían lazos con España a través de su madre.
               Sabrae puso los ojos en blanco cuando comprendió que no estaba bromeando, asintió con la cabeza y tiró de mí para sacarme de la sala de los premios y conducirme con Scott y Eleanor, que seguían acurrucados en el sofá. Estaban acaramelados, pero no todo lo que era de esperar: habían pasado la noche juntos, por el amor de Dios, ¡S debería estar metiéndole mano a su chica! ¿Por qué se limitaba a rodearle la cintura y ya estaba?
               Sabrae hacía bien preocupándose por él. Puede que Scott no estuviera tan mal como ella se temía, pero estaba claro que tampoco estaba para tirar cohetes. Por suerte, me tenía a mí para levantarle la moral mientras lo distraía un poco.
               -No os vais a creer lo que Alec quiere pediros-anunció Sabrae, atrayendo la atención de la pareja, que dejó de mirar la televisión con aburrimiento y se giró al unísono para encontrarse con nuestras miradas.
               -Un trío-sentenció Scott, haciéndose el graciosillo, mordisqueándose el piercing mientras trataba de contener su sonrisa. Arqué las cejas.
               -Ah, ¿que me prestas a Eleanor un ratito?-pregunté, y antes de que pudiera verlo venir, Sabrae me dio un manotazo que prendió fuego a mi brazo. Le había molestado mi pulla a su hermano, aunque no iba en serio, evidentemente.
               Es decir… Eleanor, por muy guapa que fuera, era como una hermana pequeña para mí. Era la mejor amiga de mi hermana y la hermana de uno de mis mejores amigos; liarse con ella tenía algo de incestuoso que no terminaba de molarme.
               Sabrae también es la hermana de uno de tus mejores amigos y no tienes problema en meterte en sus bragas cada vez que se te presenta la ocasión, me susurró una voz oscura en la cabeza, y yo me mordí la cara interna de la mejilla. De acuerdo, Eleanor sólo era como mi hermana pequeña por la conexión que tenía con mi hermana, no por la sangre que la unía a Tommy.
               -¡Eleanor no es de la propiedad de Scott!-protestó Sabrae-. ¡No nos trates a las mujeres como si fuéramos objetos al servicio de tu placer, Alec!
               ¿Perdón? ¿Objetos al servicio de mi placer? Hacía unos minutos, se había puesto de rodillas para intentar hacerme una mamada. Lo único que había hecho que ahora mismo no tuviera mi polla en su boca había sido que yo le había parado los pies.
               -Sí, como que te molesta mucho darme placer—repliqué, sin embargo, porque podíamos hablar de aquello cuando Scott no estuviera presente y… sí, de acuerdo, me había pasado un poco con mi comentario. Es decir, no es lo mismo hablar de Eleanor de una forma cuando no está presente que cuando lo está, igual que los comentarios de Jordan tomándome el pelo con Sabrae me picaban un poco cuando estábamos solos, pero no consentiría que los hiciera en su presencia.
               Sabrae se puso de morros, que era lo que hacía cuando no encontraba una contestación decente con la que ponerme en mi sitio (lo cual, tengo que concederle, no pasaba muy a menudo) y yo me eché a reír.
               -A mí no me hace gracia, Al-instó.
               -Joder, estás tan preciosa cuando te enfadas-repliqué, cogiéndola del hombro y besándole la frente, mi niña preciosa. ¿Qué haría yo sin ella? Soltó un bufido que quería hacerme ver que no estaba convenciéndola de nada, pero yo sabía que la había reblandecido, aunque fuera sólo un poquito. Le di un mordisquito en el nacimiento del pelo y ella no pudo disimular del todo una sonrisa, así que yo me di por satisfecho-. El caso, S-volví la atención a mi amigo-, es que ¡Dios me libre de querer faltarle al respeto a tu madre, dado que ella me ha invitado a cocinar!, pero… dado que tienes una novia medio española…
               -¿Quieres preparar una tortilla española en mi casa?-Scott se aseguró de hacer énfasis en el posesivo, porque la verdad es que nunca habíamos comido tortilla en otro sitio que no fuera en casa de Tommy. Aunque, ¡venga! Seguro que Scott sabía prepararla igual de bien. Prácticamente vivían uno en casa del otro. No había semana en la que no compartieran habitación por lo menos un día.
               -Ya sé que aquí tenéis una cultura diferente, pero si queréis, me podéis preparar cuscús de primer plato-sentencié, poniendo las manos tras la espalda y balanceándome en mis pies. Sabrae se dio una palmada en la cara, estupefacta por lo que acababa de decir. Por Dios, ¿y ahora qué pasaba? ¿A qué minoría se suponía que había ofendido ya?
               -¿Qué?
               -¡El cuscús es marroquí!-proclamó mi chica, a la que le encantaba aleccionarme.
               -¿Y?
               -¿Cómo que “y”? ¡Mis padres son pakistaníes!
               -Tus abuelos, Sabrae-la corrigió Scott, mordisqueándose el pulgar, visiblemente divertido por el repasito que estaba a punto de darme su hermana.
               -Sí, bueno, mis bisabuelos son pakistaníes, ¡no puedes pedirnos cuscús como un plato tradicional! ¡Es como si yo le pido a Eleanor que me haga tacos sólo porque habla español!
               -¿Eleanor no sabe preparar tacos?-miré a Eleanor, que se limitó a encogerse de hombros. ¿Cómo no iba a saber preparar tacos? ¡Si era un plato súper internacional! Hasta yo sabía, más o menos.
               Es decir… se me daba genial llamar al mexicano, pedirle lo que me hubieran apuntado mis amigos en una hoja, y darle mi dirección. Fijo que eso contaba.
               -Es comida mexicana-se limitó a explicar Eleanor.
               -Creí que se comía lo mismo en España que en México. O sea… habláis igual.
               -Jesús, Alec-bufó Sabrae.
               -¡Bueno, perdona, catedrática de Geografía, yo sólo quiero una puta tortilla, no creo que esté atentando contra los derechos de nadie!-ladré, levantando las manos. ¡Ni que la estuviera insultando! ¿Íbamos a preparar la tortilla, sí o no? A Tommy le llevaba mucho tiempo incluso cuando tenía muchos pinches, así que nosotros, que éramos menos de la mitad del grupo, necesitaríamos más del doble de lo que a él le llevaba.
               Y quería disfrutar de una buena sobremesa al más puro estilo continental sentado al lado de Sabrae con la barriga bien llena.
               -Es que es súper irrespetuoso, es como si yo voy a tu casa y le pido a tu madre un plato de Rusia…-empezó Sabrae con su perorata, y Scott rió entre dientes ante su elección. De todos los países del mundo, había tenido que elegir precisamente aquel cuya lengua había sido la primera que había aprendido en mi infancia, con permiso del inglés.
               -Mi abuela es rusa-revelé como quien dice que se acercan unas nubes y por lo tanto hay que mete la colada dentro de casa. Sabrae abrió los ojos, estupefacta, aunque la verdad es que no podía culparla. Yo era lo más antirruso que puede ser una persona: tenía los ojos y el pelo castaños, lejos del rubio casi platino de las modelos que exportaba el país más grande del mundo y los ojos azules como los glaciares que se apretujaban en sus costas. Pero la genética es así.
               Lo único que sí había sacado de la Madre Rusia era la estatura, pero eso no me venía de la rama eslava de mi familia, sino más bien de la parte de la que a mí no me gustaba hablar. No sé si es porque yo era muy pequeño o porque mi padre era muy alto de verdad, pero yo siempre lo había recordado como una figura mastodóntica, así que no me extrañaría descubrir que medía dos metros. De hecho, me sorprendería que no lo hiciera.
               -No me lo habías dicho-comentó, y yo me encogí de hombros.
               -No me lo habías preguntado-me encogí de hombros y dejé que ella nadara en mi mirada, en busca de más información sorprendente que no nos habíamos revelado. Recordé la conversación que habíamos tenido cuando nos encontramos en Camden, compartiendo chili cheese bites primero y un yogur helado después, en la que nos habíamos dado cuenta de que sabíamos cosas el uno del otro que no le revelaríamos ni a un terapeuta, pero nos faltaba lo más básico. Siguiendo con el símil de las catedrales, mis conocimientos de Sabrae y los que ella tenía de mí nos permitían llenar las vidrieras y replicarlas en mil y una iglesias, pero cuando se trataba de la planta del templo, no teníamos ni idea de si era cuadrada, circular, o de cruz.
               -Si tu abuela es rusa… sabrás alguna palabra, ¿no?
               No pude evitar echarme a reír.
               -¿Alguna palabra? Pregúntame, más bien, si hablo el idioma.
               -¿Hablas ruso?
               -Da.
               Sabrae frunció el ceño y su hermano se echó a reír.
               -Significa “sí”-explicó Scott, y Sabrae tomó aire y lo soltó en un alargado “ah”. Eleanor sonrió, arrebujándose en el sofá al lado de Scott, demasiado contenta sólo por vernos como para intervenir en la conversación. Sabía que mi hermana le había enseñado unas cuantas palabras, pero no era nada comparado con el español que Tommy le había enseñado a Scott.
               -Entonces, aquella vez en el metro… las chicas eran rusas, ¿verdad?-echó la vista atrás, a una de las tardes que habíamos pasado juntos por el centro de Londres, en el que nos habíamos encontrado con un par de turistas que no hacían más que mirar un mapa e intercambiar deducciones sobre qué dirección sería mejor tomar para regresar a su hotel. Estaban preocupadas porque era su primer día en Londres y habían leído en internet que el metro cerraba pronto, y temían alejarse demasiado de la zona en la que se suponía que tenían que dormir y gastarse un dineral en un taxi.
               Yo había estado a punto de acercarme para ayudarlas, pero Sabrae se había movido a mi lado y había recuperado mi atención, de donde nunca había tenido que irse. Ni siquiera le di importancia al hecho de que las chicas fueran dos y parecieran modelos, cumpliendo con los estándares de belleza nacional que todos les atribuíamos a los rusos; simplemente le había rodeado la cintura con el brazo y le había besado la cabeza, creyendo que tenía frío cuando, en realidad, lo que tenía eran celos.
               Porque pensaba que lo que me había llamado la atención de las chicas era su belleza, y no su procedencia.
               -Estaban perdidas.
               -Creí que te gustaban. Eran muy guapas-comentó, intentando excusarse, apartándose un mechón de pelo de la cara.
               -No me di cuenta. No me gusta ninguna chica cuando estás cerca tú, bombón-le pasé el pulgar por los labios y sentí la tentación de besarla, pero ella agachó la cabeza y se puso coloradísima por la vergüenza que le producía el haberse puesto celosa de unas chicas a las que les había encontrado interesante su idioma, y nada más.
               Eleanor exhaló un enternecido y alargado “au”, y con eso fue suficiente para que mi chica saliera de su trance. Se apartó un mechón de pelo de la cara, nerviosa, recordando de repente que estábamos en público, y que la ternura la reservábamos para cuando estábamos solos, y empezó a tratar de picarme sacando platos de todas las nacionalidades. Metió la pata empezando por Grecia, y ella misma se dio cuenta, así que pasó a Turquía, donde un tío abuelo mío se había casado; Bélgica, el país de origen de mi bisabuelo; y China, donde se había casado mi tía mayor. Se dio por vencida allí, así que por fin pudimos pasar a la cocina. Expulsamos a Zayn y yo me senté en la isla a fingir que estaba demasiado ocupado picando muy despacio unas cebollas que se suponía que no íbamos a usar (a Eleanor no le gustaba echarle cebolla a la tortilla; a mí me daba igual, pero a Scott y Sabrae, no, así que la prepararían a traición) y me felicité a mí mismo por lo bien que me había salido el plan cuando vi a mi amigo concentrado y pasándoselo bien a partes iguales. No había ni rastro del semblante duro y triste que había lucido  durante nuestra conversación, tanto por Tommy como por mi situación con Sabrae.
               Los chefs de los programas culinarios de por las mañanas tenían razón: la cocina era terapéutica. Con razón a Tommy le gustaba tanto guisar.
               Sherezade y Shasha entraron en la cocina cuando estaba todo casi listo, dispuestas a poner la mesa. Frunció el ceño al vernos a todos allí reunidos.
               -¿Hoy se cocina por parejas y yo no me he enterado?-preguntó, y yo erguí la espalda y solté:
               -Yo estoy libre, Sher. Si nos ponemos las pilas, todavía podemos cogerlos.
               Sherezade se echó a reír, negó con la cabeza y le indicó a Shasha que se ocupara de poner la mesa. La mediana de las hermanas estaba sacando los platos de las alacenas cuando la pequeña hizo su entrada estelar, frotándose los ojos y lanzando al aire un inmenso bostezo. Cuando me vio sentado en su cocina, pegó un alarido que bien podrían haber escuchado en Tailandia (donde, por cierto, yo no tengo familia, pero eso no íbamos a decírselo a Sabrae).
               -¡Alec!-chilló, abrazándose a mi pierna.
               -¡Hola, guapísima!-la separé de mi pierna y la senté en mi regazo para poder darle un beso en la mejilla, lo cual le arrancó una risita nerviosa. Scott puso los ojos en blanco: no le gustaba que le quitaran protagonismo-. Te he echado de menos, ¿por qué no has venido a verme antes?
               -No sabía que estabas-hizo un puchero y yo le saqué la lengua.
               -Ya, ya. Cualquier excusa es buena para tenerme desatendido.
               -Perdóname-gimoteó, agarrándose a mi camiseta como si fuera su chaleco salvavidas. Fingí que me lo pensaba porque soy un sádico que disfruta con el sufrimiento de las niñas pequeñas, y cuando me pareció que Duna estaba lo bastante angustiada, hinché una mejilla para que me diera un beso, lo cual hizo con mucho alivio.
               Sherezade atravesó la cocina para colocar el asado en una fuente porque “Scott no tiene ni idea, lo cual es preocupante si tenemos en cuenta que no se pierde ningún programa de Masterchef”…
               -¿Disculpa?-se ofendió su primogénito.
               … y nos indicó que nos fuéramos al comedor para no molestarla.
               Duna saltó de mi regazo y empezó a revolotear a mi alrededor, mientras Sabrae pasaba delante de mí y me dedicaba una sonrisa alegre que me hizo sospechar que no iba a dejarme comer del todo tranquilo. Ni siquiera me dio tiempo a imaginarme su mano subiendo por mi glúteo pierna en dirección a mi entrepierna, pues Duna empezó a tirar de mí para recuperar la atención que nunca debía haber dejado de prestarle.
               -¿Te sientas conmigo?-inquirió, ilusionada y desesperada a partes iguales-. Mamá, yo me quiero sentar con Alec-anunció, y Sher asintió, distraída-. Alec, ¿dónde nos sentamos?-Shasha pasó a nuestro lado, colocando los cubiertos, e hizo lo posible por no echarse a reír-. Alec, yo a tu lado, ¿vale? Mamá-llamó, girándose en dirección a la puerta de la cocina-, me puedo sentar al lado de Alec, ¿verdad? Al…-continuó, pero su madre la cortó.
               -Duna, no seas pesada.
               La chiquilla se quedó callada, con los ojos vidriosos, a punto de derramar lágrimas del tamaño de melocotones.
               -Déjala, Sherezade, si no me molesta-al contrario, me hacía gracia que estuviera tan preocupada por asegurarse mis atenciones-, ¿a que no, preciosa?
               Scott tomó asiento y volvió a poner los ojos en blanco cuando Duna dejó escapar una risita nerviosa. Sabrae tenía las manos puestas sobre el respaldo de una silla, esperando a mi siguiente movimiento.
               -¿Dónde te vas a sentar, Al?-preguntó la pequeña de la casa con timidez, y yo supe que tenía su corazón en mis manos. Lo trataría con guantes de seda, decidí, así que me acuclillé para ponerme a su altura, le pellizqué la nariz y le sonreí cuando respondí.
               -A tu lado, ¿no, guapita?
               Ella lanzó un gritito y salió corriendo en dirección al salón, en busca de lo que yo más tarde descubriría que sería un cojín para estar aún más a mi altura. Caminó con decisión, aunque le costaba un poco no darse contra las esquinas de los muebles, y lo tiró sobre una de las sillas.
               -Duna, ese cojín es muy alto. No te puedes subir a él-empezó a protestar Zayn mientras dejaba el plato con la tortilla sobre la mesa, pero Duna, mucho más espabilada de lo que parecía, levantó los manos y me preguntó si la levantaba. Así lo hice, e incluso me permití darle un beso en la mejilla que hizo que ella soltara una nueva risita, aplaudiera y tirara de la silla en dirección a la mesa.
               Sabrae se sentó en la silla de al lado, dejando un hueco libre entre ella y Scott, y Duna la fulminó con la mirada.
               -Es broma, es broma, Dun-dun-se echó a reír, cambiándose de sitio, y Duna me dedicó una sonrisa radiante cuando por fin se aseguró de que comeríamos juntos.
               Ya cada uno en su sitio, empezamos con el ritual propio de una familia numerosa como la de los Malik en que la comida se dedicaba a bailar por encima de la mesa en un complicado vals de platos y cestas de pan que no tenía nada que envidiar a los que se celebraban en el teatro Bolshói. Eleanor me acercó un trozo de tortilla que Sher y Zayn ya habían alabado, y del otro lado me llegó la cesta del pan, procedente de Shasha, que no perdió la oportunidad de meterse con Sabrae tras quedarse un momento mirando mis brazos.
               Si no hubiera sabido por la madrugada anterior que la tenía de mi parte y que quería más que nadie que su hermana me dijera que sí, casi habría creído que lo que intentaba era enfadarla y conseguir quedárseme para ella sola (todo lo que Duna le permitiera, al menos).
               -¿Qué le pides que te haga con esos brazos?-preguntó con todo el descaro del mundo, y yo no pude evitar sonreír, lo cual era un poco peligroso en presencia de Zayn. Sabrae, por su parte, ni siquiera se molestó en mirar dos segundos seguidos a su hermana: puso los ojos en blanco y se lanzaron a un intercambio de pullas en el que sus padres no intervinieron. Eran peores que Mimi y yo cuando los dos teníamos el día cruzado.
               Lo único que despertó a Sherezade fue Duna pasándome las manitas por los brazos, admirando mis músculos.
               -Tus brazos son geniales-prácticamente se lamentó la benjamina de la casa.
               -¡Duna!
               -Mamá, la culpa no es de ella; los brazos de Alec son el doble que los de Scott.
               -Tampoco te sobres, Shasha, que yo no estoy mal tampoco-espetó Scott, celoso, y ahí sí que no pude parar de sonreír.
               -Con algo tengo que competir contra tus ojos, cielo-aleteé con las pestañas en su dirección y Scott, ni corto ni perezoso, me tiró un beso y se volvió a centrar en su plato.
               -Debes de hacer mucho baloncesto para tenerlos así-meditó Duna, decidida a no abandonar tan rápido el tema de mis brazos. Si hablábamos de ellos, podía mirarlos y tocarlos todo lo que le apeteciera.
               -O pesas-sugirió Shasha.
               -Sí, encima de mí-coincidió Sabrae, desmenuzando un trozo de tortilla y metiéndoselo en la boca-; te haríamos una demostración esta tarde, pero seguro que le coges el vicio y me pides estar presente el resto de veces, lo cual no sería muy normal, aunque, bueno, eso está bastante en tu línea.
               -Lo cierto es que no tengo mucho margen para ser más normal, viendo los modelos de conducta que tengo en casa-atacó Shasha.
               -¡Niñas!-trona Sher-, ¡Sc…! Oh, vaya. Lo siento, S-se disculpó con su hijo, que simplemente sacudió la cabeza, restándole importancia-. Vale ya. Tengamos la fiesta en paz, ¿queréis?
               -A mí me está entreteniendo, Sher-intervino Zayn-. Además, no puedes pretender que nuestro nuevo invitado no cause un poco de revuelo. No todos los días Sabrae se trae a su novio a comer.
               Sentí los ojos de Zayn clavarse en mí, y yo tuve la genial idea de atragantarme y quedármelo mirando como un animal salvaje al que los faros del camión pillan en medio de la carretera.
               Sin embargo, sus hijas salieron a mi rescate. Dos de ellas, concretamente: Sabrae, con un:
               -No es mi novio.
               Y Duna, con un:
               -No es su novio.
               Zayn elevó una de las comisuras de su boca en una sonrisa y clavó los ojos en Duna, a la que estábamos mirando todos.
               -Alec y yo somos novios-expuso, y yo me atraganté con el vaso de agua que estaba bebiendo al subirme a borbotones una carcajada por la garganta-. Me trae chuches, me está cortejando.
               Sabrae abrió la boca para responder, pero ni se le ocurrió nada ni yo le di tiempo a hacerlo.
               -Sí, pero tú sólo me quieres por mi dinero, ¿eh, preciosa? Ni un triste beso te apetece darme si no te traigo golosinas.
               -Es que hay que hacerse la dura-replicó, sonriente, cortándose un poco de tortilla con cuchillo y tenedor, como una gran dama de la era victoriana-. Soy heredera de un gran imperio.
               -Hay que joderse-Zayn se echó a reír, negando con la cabeza-. Ésta tampoco es mía, ¿a que no?-le preguntó a su mujer-. Es demasiado espabilada.
               Por toda respuesta, Sherezade se echó más agua en su vaso y apuró lo que le quedaba para no contestar.
               -Y, ¿por qué no sois novios?
               Me giré y miré a Sabrae por encima del hombro, que arrugó la nariz en una mueca que denotaba mucho cariño, y ambos nos encogimos de hombros. Me apeteció darle un beso para recordarle que así estábamos bien, pero estábamos delante de toda su familia y, la verdad, me intimidaba un poco.
               -Os dais mimos-meditó Duna, estirando sus dedos como si estuviera enumerando una conducta fácilmente comprobable (sí, era innegable que Sabrae y yo nos dedicábamos muchas muestras de cariño)-, y también os besáis como hacéis los mayores, chupándoos la boca, puaj-chasqueó la lengua y todos nos reímos-. Y dormís juntos. Y hacéis esas cosas de mayores… Alec, no intentes negármelo-me pidió, aunque la verdad es que no tenía intención-, que sepas que estoy muy dolida.
               -Yo sólo tengo ojos para ti, princesa.
               -¡Oy!-soltó, echándose a reír, con las mejillas coloradas y hecha un manojo de nervios. Se cruzó de brazos, intentando serenarse, y sentenció-: ¡No! No me vas a camelar. Tenemos que hablar muy seriamente.
               -Vale-sonreí, tirando de su silla para colocarla frente a mí y así poder tener una conversación mucho más profunda-. Hablemos.
               -Jo, no me mires así, que me da vergüencita-gimoteó, tapándose los ojos con las manos, lo cual hizo que su padre se riera y me tomara el pelo diciendo que, si lo de Sabrae no resultaba y seguía queriendo tener parentesco con la familia, siempre podía esperar unos años y probar suerte con Duna.
               -Le saca casi 10 años, papá-le recordó Shasha, y Zayn chasqueó la lengua, asintió con la cabeza y comentó:
               -Sí, y no es actor, así que la gente se les echaría encima.
               -Duermes con Sabrae-continuó Duna, haciendo caso omiso de su padre-. ¿Qué diferencia hay entre vosotros y papá y mamá?
               Esta vez, la que se atragantó fue Sherezade, mientras Scott y Eleanor se miraban, Shasha abría muchísimo los ojos, y Sabrae sonreía tras su vaso de agua.
               -Que entre nosotros hay papeles-respondió Zayn sin más, y Sher se volvió hacia él.
               -¡Zayn!-tronó.
               -¿Qué?
               -¡Tenemos hijos también! ¡Hace 18 años que estamos juntos!
               -Sherezade, los papeles. Es la verdad. Ésa es la diferencia.
               Sher entrecerró los ojos.
               -¿Eso significa para ti nuestro matrimonio?
               Zayn se dio cuenta entonces de que había metido la pata hasta el fondo. Se reclinó en la silla, chasqueó la lengua, y cuando Sher alzó las cejas, el dedicó una sonrisa de corderito degollado.
               -Esto me va a costar caro, ¿verdad?-preguntó, y sus hijas rieron.
               -Hoy duermes en el sofá.
               Y entonces, hicieron algo que yo no me esperé que nadie fuera capaz de hacer con su arte: Zayn negoció con Sherezade cuántos discos tenía que dedicarle para que se le pasara el enfado. Quedaron en cinco.
               Mi cara debió de ser un poema, porque Sabrae enseguida se lanzó a explicarme que era una especie de broma interna que tenían sus padres, de la que habían hecho partícipes a sus hijos: el único disco que Zayn no había escrito pensando en Sher era el primero; todos los demás habían salido después de conocerla, así que no había que devanarse mucho los sesos intentando averiguar de quién hablaban todas y cada una de sus canciones.
               -Excepto, por supuesto, las que tienen nombre propio-añadió, y esbozó una sonrisa orgullosa.
               -O las que hablan de drogas-comentó Scott.
               -¡O las que ponen verdes a One Direction!-añadió Shasha.
               -¡Yo no he puesto verde a One Direction en ninguna canción!-protestó Zayn-. ¡Liam literalmente dice “estuve en 1d, ahora soy libre”, y nadie dice que ponga verde a One Direction, ¿por qué siempre estáis con esas?!
               -Porque Liam no se marchó y tú sí, Zayn-le recordó Eleanor, encogiéndose de hombros, y Zayn puso los ojos en blanco, se recostó en la silla y negó con la cabeza.
               -Le he dado a la industria musical horas y horas de arte. La última vez que saqué un disco de menos de una hora de duración, ni siquiera era padre. ¿Y decidís traerme a colación cada vez que podéis una canción promocional, de la cual ni hice vídeo, ni promoción, ni nada?
               -Papá, tú nunca haces promoción de nada-le recordó Sabrae-. Me sorprende que podamos vivir en esta casa. Pones más tweets cada vez que tienes un hijo que cuando sacas un disco.
               -Porque cuando tengo un hijo nuevo es más especial-sus hijos sonrieron-. Y sólo puse un par de tweets cuando nació Duna. Las fans se merecen saber qué hago.
               -¿Cuánto llevabas sin meterte en Twitter?-acusó Sabrae, riéndose, y Zayn puso los ojos en blanco.
               -No sé. ¿Un año? ¿Año y medio?
               -Más bien un año y nueve meses-respondió Sher, y Zayn se volvió hacia ella.
               -Pero bueno, ¿tú también, Sherezade? ¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio? ¿Llamo a alguna de tus compañeras de despacho para que vengan a representarme?
               -O a un biógrafo. A papá se lo han ofrecido-comentó Eleanor, y Zayn se la quedó mirando.
               -¿Y qué va a contar tu padre? ¿La cantidad de alcohol en sangre que llevaba cuando decidió tatuarse el gorrión gordo?-preguntó, y toda la mesa se echó a reír-. Dios mío. Alucinante-negó con la cabeza.
               -Si te sirve de consuelo, yo la compraría-comenté, y Zayn se me quedó mirando-. Es decir… es algo diferente. Sabrae me ha enseñado el cuarto de los premios-miró a su hija, que asintió con la cabeza-, y sabía que tenías muchos, pero no me imaginé que tantos. A mí me molaría saber cómo una persona puede llegar de una ciudad obrera del norte de Inglaterra a tener una habitación como ésa en la capital.
               Zayn sonrió.
               -Seguro que la verdad te decepcionaría un poco, Al. Además, la mitad ya la sabes.
               -Sí, lo sé. Es decir… te conozco desde que era un crío, pero para mí, y no sé si soy el único al que le pasa-miré a Sabrae, que asintió con la cabeza-, es como si el padre de mi amigo y el cantante fueran personas completamente diferentes. Y eso hace que me despierten sentimientos diferentes.
               -¿Por ejemplo?
               -Pues… a ver. A ti como padre de Scott no me importa hacerte ciertas preguntas que como cantante no te haría. Y al revés. Hay cosas que te preguntaría por ser cantante que por ser padre de uno de mis amigos no me… sale.
               -No te cortes, hombre.
               Miré a Sabrae, que asintió con la cabeza, dándome ánimos.
               -Yo sólo quiero saber… ¿a vosotros os pasa?
               -Constantemente-sonrió Sher-. De hecho, en esta casa nunca ha entrado Zayn Malik, la superestrella… perdón, cariño-le puso una mano en el brazo a su marido-. Zayn con mayúsculas. Nada de Malik-Zayn sonrió, alzando la vista al cielo.
               -Pregunta, chaval.
               -¿Incluso sobre significados de canciones?-Zayn asintió con la cabeza-. Vale, eh…
               -Pero ten en cuenta que soy tu suegro-añadió, lo cual no hizo más que ponerme nervioso.
               -¡Papá!
               -Estoy bromeando, pequeña-alzó las cejas en mi dirección y yo asentí con la cabeza.
               -De acuerdo, a ver… es un poco personal, espero que no te importe, pero…
               -Si la canción es posterior a 2016, la chica de la que hablo es Sherezade-sentenció.
               -No, si eso lo sé, pero me refiero… he estado escuchando tus discos, escuchándolos de verdad, ahora que Saab me ha puesto en la onda correcta, justo antes de que os fuerais a Bradford.
               -Alec-me cortó Zayn-. Me han preguntado si estaba bajo el efecto de alguna sustancia mientras escribía algunas canciones. Sea lo que sea lo que quieras saber, no me va a ofender. Dilo y punto.
               -Vale. Cruel-elegí, y Sabrae sonrió, sabedora de lo que venía ahora-. ¿Nos situamos?
               -Ajá.
               -Cuando dices “I’ve been by myself thinking about you”…
               -¿Sí?
               -¿A qué te refieres?
               Zayn esbozó una sonrisa torcida.
               -¿A ti a qué te parece que me refiero?
                Me aguanté la sonrisa. Lo sabía.
               -¿A qué te refieres, papi?-preguntó Duna, y Zayn agitó la mano en su dirección.
               -Algún día te lo explicaré, ahora estoy con Alec. ¿Algo más?
               -De hecho, sí. Lo he hablado con Sabrae-volví a mirarla y ella frunció el ceño, preguntándose de qué iba a hablar ahora- y… ¿tú has hecho algo con tu música de fondo?
               Se hizo un silencio sepulcral en la mesa. Y, justo cuando pensé que me había pasado y que había metido la pata hasta el fondo, Zayn y Sher se miraron y sonrieron. Sher se apartó un mechón de pelo de la cara y apartó la mirada.
               -La pregunta es-dijo su marido-, ¿quién no ha hecho algo con mi música?
               -Yo-sentenció Scott.
               -Pero S, eso es normal. Es porque es tu padre, sería como si yo hiciera algo con música de papá-intervino Eleanor.
               -Es que la música de Louis es más bien para llorar-comentó Sabrae.
               -¿Lo dices por su voz, hija?-atacó Zayn, mirando a Eleanor, que ni corta ni perezosa le hizo un corte de manga.
               -No. Es porque es música diferente.
               -Sí, es cierto. Son para momentos diferentes y hablan de cosas diferentes-coincidió-. La mía es más… no sé. De cama. Es lo que tiene hacer R&B.
               -Bueno, y también está genial para hacer ejercicio. Sour Diesel es la hostia para darle al saco.
               Scott asintió con la cabeza, y Shasha me miró.
               -¿Darle al saco? ¿Tú también haces kick?
               -¿Qué? No. Boxeo regular-especifiqué, y Sabrae se volvió para mirarme.
               -¿Qué? ¿Desde cuándo?
               -¿Cómo que desde cuándo, Sabrae? Estuve en campeonatos internacionales. ¡Te lo dije!               -Jamás hemos hablado de que tú boxearas. ¡Me acordaría! De hecho, nunca lo habías mencionado.
               -¿Y por qué pensaste que tengo estos brazos o que peleo tan bien?-pregunté-. No sólo hago baloncesto. Juego a basket porque ellos juegan-señalé a Scott con la mandíbula-, pero también boxeo, aunque no tanto como antes. Voy mínimo una vez a la semana, a veces dos… dependiendo de lo que me cabreen estos cabrones… ¿qué?-pregunté en un tono mucho más suave al sentir cómo su mirada se volvía dulce. Ella negó con la cabeza.
               -Nada, es que… yo hago kick. Me sorprende que nunca hayamos hablado de eso y sí de muchas otras cosas-me acarició el brazo y yo sonreí. Me alegraba saber que yo no era el único que pensaba a menudo en la conversación que habíamos tenido en Camden, aunque por suerte, ahora tendríamos mucho más tiempo para llenar aquellos huecos.
               -¿Ves, bombón, cómo me das calabazas sin fundamento? Fui campeón junior de Inglaterra con 11 años.
               -Llegaste a la final-me cortó Scott, y Sabrae se giró para mirarlo con estupefacción. Se había olvidado de que toda su familia estaba allí, todo su cuerpo me lo dijo.
               -Fui campeón-protesté.
               -Te descalificaron-pinchó Scott.
               -No le di una patada a aquel gilipollas. Fue un espasmo.
               -No te echaron por la patada.
               -¿Hablas del mordisco? Era un beso, por lo bueno que había sido el asalto.
               -Le mordiste.
               -Eso es una falacia, Scott-puse los ojos en blanco.
               -Estaba ahí, Alec. Me acuerdo.
               -Pues te acuerdas mal. El caso, Saab, que… no quería decírtelo para que no te sintieras mal, pero soy un partidazo. Cuando escriba mis memorias, te va a arrepentir de no haberme dicho que sí antes-le saqué la lengua y ella sonrió-. Ahora en serio, tía, ¿cómo sabes si te gusto si no miras para mí? Hoy te enteras de que hablo ruso, de que tengo familia por todo el mundo, de que soy boxeador… ¿quieres saber algo más? ¿Si soy diestro o zurdo? La respuesta te sorprenderá-me jacté, pero ella negó con la cabeza.
               -Sé que eres zurdo, Al-me acarició el brazo y me dio un beso en la mejilla, cariñosa. Ya habíamos tomado el postre, unas deliciosas natillas caseras que Sherezade había preparado la noche anterior.
               -Pues menos mal. ¿Sientes curiosidad por algo más?-inquirí, ahora mucho más suave y cariñoso que antes-. ¿Si tengo hermanas? ¿Mi apellido, o algo por el estilo?
               -Yo sólo quiero saber si te apetece que subamos a mi habitación y tengamos una charla filosófica-me susurró al oído, y me dio un beso en el brazo que hizo que saltaran todas mis alarmas.
               -La duda ofende-ronroneé, y Sabrae se echó a reír, asintió con la cabeza y tiró de mí para levantarme. Ese día no le tocaba recoger la mesa, así que era libre desde ya para hacer lo que quisiera, como entregarse a mí, por ejemplo. Pero oye, sin presiones.
               Cuando cerró la puerta de su habitación, tiré de ella para empezar a besarla, y pronto estábamos al lado de la cama. La parte trasera de sus piernas acariciaba el colchón mientras la delantera estaba cubierta por mí. Sabía genial, a hogar y a vacaciones lejos, a sexo y a mimos, a rutina y sorpresas. Me separé de ella para mirarla, y ella se mordió los labios, estudiando mi boca, y susurró:
               -¿Nos quitamos la ropa?
               Le acaricié los labios como si quisiera recoger las palabras que acababa de pronunciar, y asentí con la cabeza.
               -¿Quieres…?-pregunté, en parte con ganas de hacerlo, y por otra sin terminar de apetecerme del todo. Sé que por la mañana había estado muy activo y con muchas ganas de probarla, y que me había emocionado quizá hasta en exceso en la sala de los premios, pero ahora… después de la comida, sentía que nuestra relación había dado un paso de gigante incluso aunque no hubiera cambiado de categoría. Y quería saborear esa nueva sensación.
               -Sólo quiero hablar-respondió, poniéndose de puntillas para acariciar mi nariz con la suya-. Tú y yo, en la cama, desnudos, hablando y acariciándonos…-suspiró trágicamente, anhelando una vida que no tenía porque no quería. Bien sabía Dios que yo estaba más que dispuesto a morir intentando dársela, y nadie pediría mi cabeza por querer a Sabrae.
               Tiré ligeramente de su labio inferior con mi pulgar y asentí con la cabeza, y la sonrisa que me dedicó bien podría conseguir, después de todo, que no me marchara. Me alejé de ella para quitarme la camiseta por la cabeza, y ella se quitó los pantalones. Cuando hice ademán de deshacer el nudo de los míos, ella puso sus manos sobre las mías y me miró a los ojos. Las dejé caer a los costados y dejé que tirara de uno de los cordones y deslizara lentamente los pantalones por mis piernas.
               Cuando estuve en calzoncillos, ella se levantó y se apartó el pelo de los hombros con un firme movimiento del cuello. Me miró con la barbilla alzada y levantó los brazos cuando yo le retiré la camiseta y le desabroché el sujetador, que se deslizó por su piel como la caricia de un amante.
               Noté que miraba un segundo algo que había a mi espalda con cierto nerviosismo, y cuando me giré y vi el espejo de su habitación, en el que estábamos reflejados los dos (ella semioculta por mi cuerpo), me di cuenta de que había algo que la tenía preocupada. Inconscientemente, se llevó una mano a la tripa, un poco más hinchada de lo que solía tenerla normalmente, todo por culpa de la comida, y yo me la quedé mirando.
               -¿Qué?
               Sabrae se mojó los labios con la lengua, y negó con la cabeza.
               -Estaba pensando… en lo fácil que haces que me resulte quitarme la ropa delante de ti.
               -Ojalá lo hicieras más a menudo-respondí con ternura, no porque deseara verla desnuda (bueno, eso también), sino porque me encantaba la confianza que demostraba el hecho de que pudiera mostrarse ante mí tal y como era. Sin nada que la escondiera, sin nada que tapara sus inseguridades, ni nada que hiciera que los defectos que ella pensaba que tenía estuvieran más disimulados, sólo piel y aire, y una pizquita de sensualidad-. Mira-la tomé de la mano y la puse delante de mí, frente al espejo. Vi cómo sus ojos se deslizaban desde sus pies hasta su rostro, haciendo pequeñas paradas en las partes de su cuerpo que, si pudiera, cambiaría.
               Eran sus piernas, sus caderas y su vientre, y creo que también sus pechos. A mí todo me parecía perfecto, y estaba decidido a conseguir que le gustara.
               -Me encantan tus piernas-murmuré, acariciándole el hombro y descendiendo por su brazo hasta entrelazar mis dedos con los suyos-. Las usas para ir a los sitios en los que quedamos, y también para rodearme mientras te poseo.
               Sabrae sonrió y se llevó una mano al bajo vientre, controlando su respiración.
               -También me encanta tu tripa-añadí, retirando los dedos de su piel y examinando la pequeña curva que describía en su silueta-. Ahí es donde va a parar lo que tomas mientras comemos juntos, y sabes que me encanta comer juntos porque comer no es sólo comer, sino también hablar y reírnos-sus ojos chispearon, mirándome en el espejo-. Y también porque es la frontera donde se unen nuestros cuerpos mientras te poseo.
               Algo cambió en ella. No sabría decir qué: si su actitud, su forma de pensar, o algo que yo no conocía porque no era una chica, pero el caso es que pude notar cómo todo en su interior se reorganizaba para tener un nuevo orden.
               Se irguió con cierto orgullo, esperando a que continuara.
               -Y también me encantan tus pechos-los acaricié despacio, y el pequeño piercing lanzó un destello contra la pared, parecido a una estrella fugaz que obedecía las órdenes de arquero celestial-. Son perfectos besarlos mientras te poseo, igual que tu boca. Y tus ojos… guau-silbé, y ella soltó una risita, segura de que era un payaso, pero un payaso que sólo se ponía la nariz roja cuando estaba con ella, porque sólo sus carcajadas merecían la pena-. Y tu melena para acariciarla y que me haga cosquillas a mí… y tu sexo.
               -¿Qué tiene mi sexo?-preguntó con suavidad.
               -Que es una fuente. Y es el sitio donde eres capaz de recibir placer, y también de darlo.
               Vi en sus ojos un destello tan brillante como el de una supernova.
               -También soy capaz de sentir placer aquí-contestó, cogiendo mi mano y colocándola debajo de su pecho izquierdo, el del piercing del corazón, para que yo pudiera sentir su pulso acelerado.
               -No quiero que tengas complejos, bombón-le besé el hombro mientras me maravillaba con el golpeteo rítmico de los latidos de su corazón en mis dedos. Su mano ascendió por mi brazo, mi cuello, me acarició la mandíbula y se enredó en el pelo de mi nuca.
               -Es difícil no tenerlos cuando me quiere un dios-respondió, perdida en mi mirada. Se dio la vuelta y me miró a los ojos-. Terminemos de quitarnos la ropa y metámonos en la cama, Al-me pidió-. Quiero que termines de contarme tu historia.
               -No sé si es muy interesante. ¿Tienes predilección por alguna parte en particular?
               Sonrió.
               -Cuéntame la parte del boxeador que habla ruso.



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1 comentario:

  1. AYYYYYY me ha encantado este capítulo. Estoy deseando que las cosas empiecen a ir más rápido y poderlos ver actuando como novios en otros escenarios. Me ha encantado el momento con los premios y la charla de todos comiendo.
    El momento del espejo era algo que no sabía que necesitaba hasta que lo he visto, simplemente maravilloso jo. No sé como lo haces pero todo lo que suelta Alec por la boca es pura fantasía.

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