domingo, 28 de julio de 2019

Netflix & chill.


¡Toca para ir a la lista de caps!

No me sorprendió en absoluto encontrarme a mis amigas esperándome con impaciencia cuando entré en clase, a pesar de que había llegado antes de lo habitual. A pesar de que no me habría importado remolonear en la cama un poco más (Duna, Shasha y yo habíamos dormido en la cama de Scott, lo cual siempre garantizaba un sueño un poco apretado pero muy cómodo), al final habíamos terminado saliendo de casa antes de lo habitual. Y habíamos ido bastante rápido por eso de que no teníamos que esperar a que llegaran Diana, Eleanor… y Tommy.
               Así que debería haber sido la primera de mi grupo de amigas en llegar, la que iniciara la formación de triángulo, o tal vez del símbolo de un arquero muy simplificado, en lugar de la que terminara de cerrar la figura. Taïssa y Kendra estaban apoyadas en la parte delantera de sus sillas, con las piernas estiradas y la mirada fija en la puerta, mientras Momo se había sentado con las piernas cruzadas sobre mi mesa, a la espera de que yo llegara y la echara de allí. Las sonrisas que esbozaron cuando me vieron aparecer valían un millón de libras cada una, y eso que eran baratijas comparadas con el cotilleo que yo les traía y que las había dibujado en sus bocas.
               -Buenos días-canturreé con demasiado buen humor para ser lunes, pero no podía importarme menos. Ni siquiera necesitaba pensar en frío que aquella era la primera semana a la que me enfrentaba con Alec siendo oficialmente mío y yo siendo oficialmente de Alec. Además, habíamos prometido que nos veríamos en el instituto, así que eran todo ventajas. Puede que el lunes se convirtiera en mi día preferido de entre semana; ni en sueños le daría ese título con la semana entera, porque el viernes, el día en que salíamos y nos enrollábamos por ahí existía; también lo hacía el sábado, el día en que habíamos dormido juntos por primera vez; y, por supuesto, estaba el domingo, el día en que amanecía a su lado, y de repente todo, absolutamente todo en mi vida, estaba bien.
               Taïssa y Momo intercambiaron una mirada cargada de intención, acompañadas de sendas sonrisas difícilmente disimuladas, mientras Kendra se apartaba un mechón de pelo de la cara, soltaba una risita por lo bajo, y preguntaba:
               -¿Y bien?
               -¿Bien qué?-pregunté, dejando mi mochila sobre la mesa de Momo, ya que ella no se movía de la mía. Momo alzó las cejas y se deslizó por la mesa, haciendo que su falda se deslizara por su piel hasta casi dejar sus bragas a la vista, pero por suerte el uniforme no nos permitía exhibirnos si nosotras no queríamos, con lo que aún le quedaba bastante tela que cubriera sus atributos femeninos.
               -¿Qué tal el finde?-preguntó, y sus pies tocaron el suelo. Inmediatamente después, se sentó al revés en la silla, con el pecho sobre el respaldo y las piernas rodeando la parte inferior. No pude evitar pensar en que me había sentado así ese mismo fin de semana, pero con una persona haciéndome de silla y con el aire haciéndome de uniforme. Intenté no estremecerme, y creo que me salió bien, porque ninguna me tomó el pelo.
               -Bien-me encogí de hombros, conteniendo una sonrisa y sacando mi archivador para prepararme para la primera clase. Me encantaba eso de hacerme la interesante. Odiaba cuando las demás tenían algo que yo quería saber, pero cuando era yo la que estaba en la posición dominante, de repente me parecía un insulto no aprovecharme de sus ansias.
               -¿Y Alec?-insistió Taïssa. Momo apoyó la barbilla en la silla y Kendra se inclinó un poco hacia mí, preparada para el susurro en el que les confesaría cuántas posturas diferentes del kamasutra habíamos probado.
               -Oh. Bien.
               Y las miré una por una, lanzándoles un mensaje con mis ojos que esperaba que no se perdieran: me había ido más que bien durante el fin de semana, y Alec había estado muchísimo más que “oh, bien”. Y me había regalado muchísimos “oh”, desde luego, más de los que podía esperar de ninguna otra persona, y puede que incluso más de los que me mereciera, pero… sinceramente, no me importaba ser un poco consentida en ese sentido. Sabía que él disfrutaba igual que yo dándome placer. No sólo su erección crecía: también lo hacía su ego.
               Y los chicos te agradecen que hagas que su ego se infle.
               Las tres me jalearon con unas risitas, y las cejas alzadas, y entonces yo decidí que ya estaba bien de tantos preliminares.
               -Follamos como conejos-anuncié, más alto de lo que debería, pero me daba igual. Nadie en mi clase ignoraba con quién había estado el fin de semana después de la foto que había subido: puede que el vídeo en el que le acariciaba con cariño la cabeza a Alec hubiera sido una emisión especial para mi círculo más cerrado, pero la foto en la que llevaba puesto su jersey y le había etiquetado en la rosa había batido un récord de “me gusta”. Incluso había tenido que quitar los comentarios por el aluvión de preguntas de las fans de papá, que por una vez no querían saber cuándo iban a tener música nueva, sino cuándo les iba a presentar al chico que me había regalado el jersey.
               Visto desde fuera era un poco raro que se tomaran tantas confianzas, pero muchas me conocían desde que había nacido, y me habían defendido, a mí y a mi familia, en muchísimas ocasiones en las que habíamos sido atacados sin razón. No es que yo fuera a darles explicaciones, pero tampoco me molestaba su interés, porque sabía que se alegrarían por mí.
               El caso es que, ya que no tenía nada que ocultar y nadie en mi clase dudaba sobre si me había iniciado o no en el mundo del sexo, bien podía decirles a mis amigas lo que había pasado la noche del sábado y el domingo.
               Pero, claro, ellas querían empezar por el principio: ¿cómo me había reconciliado con Alec?
                Empecé a hablarles de la carta que había decidido escribirle después de darme tiempo para analizar mis sentimientos y así poder curarme, y todas exhalaron un gemido cuando me preguntaron qué había hecho con la carta, si algún día se la enseñaría, y yo respondí que se la había dado a Alec y tendrían que pedírsela a él, si querían verla.
               -¿Crees que nos la dejará ver?-preguntó Taïssa, ilusionada, y yo reí por la nariz y respondí:
               -No.
               Es más, dudaba que me la dejara ver a mí. Estaba convencida de que había dormido con ella metida en la funda de su almohada, sintiendo el cariño con el que había escrito mis palabras impregnar su cama y sus sueños. Sería un objeto sagrado, y un objeto sagrado no se comparte con cualquiera.
               Pero yo no soy cualquiera para él pensé, y noté que me ruborizaba, así que seguí hablando.
               Les hablé del mensaje, que yo no les iba a dejar ver porque “era algo privado” (aunque miré a Momo y le guiñé el ojo disimuladamente, guardando el secreto de que ella sí podía verlo; al fin y al cabo, era mi mejor amiga), y por suerte o por desgracia, estaba contándoles cómo quedamos en el parque para hablar en persona y perdonarnos como era debido cuando entró la profesora de Literatura. Así que tuve que sentarme con la espalda recta y comportarme como una alumna decente de notas brillantes que para nada nota un calor entre sus muslos al recordar los gemidos de Alec la mañana anterior, la forma en que todo mi cuerpo se estremecía cuando me manoseaba como si fuera una de estas pelotas antiestrés que cuanto más aprietan, más te relajan, y me gruñía “eres mía” en el oído, mientras su polla castigaba mi interior en una tortura tan deliciosa que incluso con el mero hecho de recordarla podía llegar a correrme.

               Me pasé aquella clase y las dos siguientes fantaseando con lo que habíamos hecho y con nuestro siguiente encuentro, que incluso si era dentro de una hora para mí ya sería demasiado tarde, y cuando sonó el timbre que anunciaba el inicio del recreo, di un brinco en la silla que hizo que Momo se riera por lo bajo. Nunca había tenido una experiencia como la de entonces, de estar anhelando como una boba que pasara el tiempo para que llegara el recreo, y a la vez no darme cuenta en absoluto de cómo iba transcurriendo.
               Nunca había tenido esa sensación porque la otra vez que me había gustado un chico, estaba en la misma clase que yo. Y ahora, no sólo no estaba en la misma clase, sino que ni siquiera iba a mi curso, así que no me quedaba más remedio que conformarme con la llegada del recreo: ni siquiera pasear por mi pasillo sería suficiente para poder ver a ese alguien especial.
               Cuando vimos que el cielo estaba nublado y amenazando lluvia, lejos de abrazar nuestro espíritu aventurero británico y animarnos a salir a tomar un poco el aire desafiando los elementos, me volví hacia las chicas con una sonrisa inocente.
               -¿Os parece si vamos a la cafetería?
               No necesité explicarles por qué, ni tampoco necesité convencerlas. No había terminado con mi relato de lo que había sucedido el fin de semana, así que tenía el poder. Tanto si sugería escaparnos del recinto para irnos a un spa como a la guerra, sabía que me seguirían.
               Y sabía que se las apañarían para encontrar una mesa en la cafetería atestada, que me hizo mucho más difícil mi misión secreta: ver a Alec y sus amigos según entraran. A lo lejos vi que Eleanor tomaba asiento con su grupo de amigas, entre las que se incluían Diana y Mimi, y contuve el impulso de levantarme y volar hacia su mesa para preguntarle a la hermana de Alec dónde estaba él. Era muy raro que aún no hubieran aparecido.
               Pero, por supuesto, ni Momo ni Kendra ni Taïssa me dejarían escaparme así como así, y mientras Momo y yo nos quedábamos guardando el sitio, Taïssa y Kendra iban a la barra para pelearse por unos zumos y unos sándwiches por los que tendrían que matar. Vi que papá y Louis pasaban de largo para ir a la mesa de los profesores, que siempre tenía huecos libres sin importar qué momento del recreo fuera, y yo me revolví en el asiento, oteando entre las cabezas y el bullicio de las sillas moviéndose y las bromas compartiéndose. Momo me puso una mano en el muslo.
               -Sabes que si no lo encontramos ahora podemos ir a buscarlo después, ¿verdad?-se ofreció, y yo alcé las cejas.
               -¿Lo dices de verdad?
               -Pues claro. Siempre puedes seguir contándonos por notitas en clase, o en el grupo de Telegram, pero a tu chico no lo tienes disponible siempre-me guiñó un ojo y se volvió en el momento justo en que Ken y Taïs llegaban cargadas con dos sándwiches bien grasientos y cuatro zumos.
               -Eh, ¿no estarás intentando conseguir una versión extendida de la historia?-acusó Kendra mientras Taïssa se sentaba.
               -Lo que tú no sabes es que yo estuve todo el rato presente en la habitación, como voy a ser su biógrafa oficial…-Momo aleteó con las pestañas y Kendra le dedicó un corte de manga mientras Taïssa exclamaba:
               -¡Sigue contándonos, Saab!
               -Bueno, pues resulta que a la mañana siguiente fui con Scott al centro para levantarle un poco el ánimo y terminé comprando un libro de sitios que hay que visitar antes de morir, porque a él le gusta mucho viajar, y…-empecé, y las chicas se inclinaron hacia mí como si estuviera contándoles el secreto que mantenía el equilibrio del universo, todas ojos y codos anclados en la mesa y rodillas rozándose por debajo de ésta. Me hicieron sentirme importante y especial, como si cada una de las palabras que salieran de mi boca fueran importantes.
               Estaba contándoles cómo habíamos tonteado tanto que pensé que lo haríamos delante de mi hermano y la angustia que me produjo pensar que papá realmente intentaría separarnos cuando un movimiento por el rabillo del ojo me distrajo. No pude evitar girarme, y gracias a Dios que lo hice: fue así como contemplé el desfile de los amigos de Alec en perfecta sincronía, que parecían moverse a cámara lenta siguiendo el ritmo de una canción que sólo podían escuchar ellos. Jordan iba en cabeza, seguido por Logan y Karlie; Bey se colgaba de los hombros de Tommy y le decía algo al oído, riéndose, mientras Tam cerraba la comitiva con Max. Me faltaba uno en ese grupo. Bueno, en realidad, me faltaban dos.
               El primero era mi hermano, por supuesto, pero Scott ni estaba ni se le esperaba.
               Y el segundo era Alec, a quien yo llevaba ansiando desde que me levanté esa misma mañana.
               No puede andar muy lejos, me dije, echando un rápido vistazo en dirección a la barra. A punto estaba de incorporarme para ir a preguntarle a Bey si había visto a su amigo cuando Taïssa me dio un toquecito en el codo para que siguiera contando. Puede que Momo fuera la más cercana de mi grupo de amigas y Kendra la más cotilla, pero Taïssa se desvivía por una bonita historia de amor, y mi vida ahora se había convertido en su favorita.
               Había llegado a la parte en la que subíamos a mi habitación y empezábamos a quitarnos la ropa  (no quería entrar en detalles, y no iba a hacerlo; se trataba de un momento demasiado íntimo para mí, como una prolongación del mensaje de Alec), cuando sentí que su atención se deslizaba de mí hacia algo sobre mi hombro.
               Mi alma lo sintió antes que mi cuerpo, y mi cuerpo lo sintió antes que mi corazón. Me quedé callada y empecé a preguntarles a las chicas qué pasaba, como si la respuesta no fuera a lloverme del cielo como ya lo había hecho él.
               -¿Qué…?-empecé, deteniendo mi monólogo, pero unos dedos me apartaron la trenza del hombro y me acariciaron la piel del cuello, abriendo paso para que los labios que yo más deseaba en mi cuerpo se posaran en él. Alec me dio un suave beso en el punto en que mi cuello se juntaba con mi hombro, y me acarició involuntariamente con los dientes cuando sonrió al escuchar mi risa. Me había hecho cosquillas.
               Me encantaba que me hiciera cosquillas.
               -Te noto concentrada, ¿voy a hablar con Louis para que nos deje sacar un micrófono de la sala de música?-se burló.
               -Les estaba contando mi fin de semana-expliqué, volviéndome en la silla y apoyándome de forma casual en el reposabrazos. Crucé las piernas y mis amigas se fijaron en mi gesto. Cruzar las piernas implicaba que estabas cómoda. Y a ninguna se les escapó cómo todo mi cuerpo se inclinó hacia Alec en el momento en que él entró en escena.
               -¿Ha sido interesante?-preguntó, acuclillándose a mi lado.
               -Ha tenido sus momentos-ronroneé, acariciándole el hombro-. Estás muy guapo.
               -Es que he dormido muy bien. Ya sabes, tener una cama para mí solo es lo que tiene.
               -Vaya, entonces, ¿no te gusta dormir acompañado?-fingí sorpresa, y Alec se echó a reír.
               -Prefiero hacer otras cosas acompañado, la verdad. Bueno, te dejo con tu público-aludió, haciendo un gesto con la cabeza hacia mis amigas-. No quisiera que perdieras su atención. Además, los chicos me esperan. Tenemos que ocuparnos de ciertos asuntillos-puso los ojos en blanco y me miró un segundo antes de levantarse. Ya te contaré, decía esa mirada, y yo asentí con la cabeza e hice un puchero.
               No miró a mis amigas, pero yo estaba demasiado ocupada anhelando que me diera un beso como para darme cuenta de ello. Y cuando simplemente se marchó tras guiñarme un ojo, descrucé las piernas, junté las rodillas y fruncí el ceño.
               -No me ha dado un beso-comenté, y mientras Momo y Kendra se quedaban calladas, Taïssa lo excusó.
               -Puede que le dé corte con toda la gente.
               -Es Alec Whitelaw-soltó Kendra-. A él no le da corte nada.
               -No hables de él con ese tono, Kendra-la reprendí, y ella cuadró los hombros, lista para contraatacar, pero las miradas de reprobación que le dirigieron tanto Momo como Kendra la detuvieron.
               -Bueno, tu padre está aquí. Puede que eso lo explique.
               -Sí, nos acabas de decir que intentó ponerle límites el sábado, ¿no?-me animó Amoke, dándome un toquecito en el brazo, y para mí, eso fue todo lo que yo necesitaba. El sol se asomó tímidamente entre las nubes y la cafetería empezó a vaciarse. Estudié con muchísima atención la mesa de los amigos de mi hermano, pero ninguno hizo el ademán de levantarse e irse, así que yo recé a los cielos para que a mis amigas no les apeteciera también salir afuera.
               Incluso Eleanor y sus amigas, que siempre se sentaban en el mismo sitio a intercambiar cotilleos, se animaron a salir. O puede que sólo fuera porque Diana necesitaba tener tiempo para sí misma sin tener a Tommy delante. Yo también había buscado un descanso en su momento de mi chico favorito del mundo, así que la entendía.
               Pero, por favor, que el grupo de Eleanor no fuera excusa para que el mío se fuera y no pudiera seguir mirando a Alec.
               Si iban a decir algo de salir, Alec las acalló levantándose con un estruendo, arrastrando la silla hacia atrás y consiguiendo que se cayera. Todos los profesores se lo quedaron mirando;  Louis incluso se volvió hacia mi padre y le dio un codazo, riéndose, mientras papá ponía los ojos en blanco y sacudía la cabeza, dando un sorbo de su café.
               -Mírame con atención, Jordan-le espetó a su mejor amigo, con los ojos de todos sus amigos clavados en él. Alec se arremangó las mangas de su jersey se encaminó derechito hacia mi mesa… hacia mí-. Sabrae, ¿tienes libre el sábado?
               -Pues…
               -Sí lo tiene-cortó Amoke, y yo me la quedé mirando, y ella me miró a mí, se encogió de hombros y volvió a mirar a Alec. Me mordí el labio y asentí despacio con la cabeza-. Guay, porque se me había ocurrido…-empezó, y apoyó la mano en el respaldo de la silla de Kendra, que frunció el ceño al ver cómo se pasaba una mano por el pelo, vacilante-. O sea… si tú quieres… si te apetece, ¿eh?, no te sientas obligada, ni nada por el estilo…
               -Míralo-se burló Jordan a su espalda, columpiándose en la silla-. El más macho de Londres.
               -Te voy a reventar a hostias, Jordan-le ladró, girándose hacia él, y luego volvió la atención a mí-. Bueno, eh, había pensado que podíamos ir a mi casa el sábado que viene. Ya sabes, para compensar. Podríamos ver una peli, o…
               -¿Dónde la veríais? ¿En Netflix o en Pornhub?-preguntó Kendra, alzando las cejas, y Alec clavó los ojos en ella y le lanzó una mirada envenenada.
               -Suena genial. De película-bromeé, y mis amigas se me quedaron mirando, y me sentí la criatura más estúpida del mundo en los escasos segundos que Alec tardó en sonreír, pillando mi broma. Dios mío, el amor verdadero consiste en no permitir que la persona a la que quieres quede mal a base de reírte de cada chiste malo que haga.
               -Guay. Genial. Pues… tenemos plan.
               -Tenemos plan-sonreí, asintiendo con la cabeza, y conteniendo las ganas de ponerme a dar brincos.
               Alec sonrió, dio una palmadita en la silla de Kendra y balbuceó un “bueno… tengo que irme” antes de darse la vuelta y caminar hacia su mesa un poco más rápido y de forma más saltarina de lo normal. Me lo quedé mirando con expresión soñadora todo el tiempo.
               Y, en cuanto él se sentó, yo me levanté.
               -¿Adónde vas?
               -Vengo ahora-repliqué, alisándome la falda y sorteando las mesas en dirección a la de Alec. El cachondeo que se había levantado con su paseíto se acalló en cuanto llegué. Dejé caer la mirada sobre todos los presentes, los nueve de siempre que ahora resultaban ser ocho. Estaba al lado de Tommy, así que aproveché para saludarlos--. Hola, chicos. Escoria-añadí, dirigiéndome a Alec, que se echó a reír y negó con la cabeza.
               -Qué rápido te cambian los humos, ¿no, bombón?
               -Ya ves. Hola, T-añadí, poniéndole una mano en el hombro y rezando porque no me la apartara. Por suerte, no lo hizo, y cuando se giró y me sonrió con calidez, pensé que no todo estaba perdido. Puede que mi hermano aún tuviera esperanzas. Sí, claro que las tenía. Si Alec y yo nos habíamos reconciliado, y no teníamos una conexión tan duradera como la de ellos, bien podían volver Scott y Tommy.
               -Hola, Saab.
               -¿Cómo va todo?
               -Ahora, mal-comentó Alec, que no podía no ser el centro de atención durante dos segundos seguidos.
               -Hush! Contigo no hablo, bicho.
               -Estoy bien, ¿y tú?-respondió Tommy, pero en su voz se escuchaba un deje que indicaba que me había mentido. Menos mal, pensé egoístamente. Si Tommy no estaba bien, había más posibilidades de que todo volviera a la normalidad con Scott.
               -Se te echa de menos por casa-me atreví a decir, y toda la mesa contuvo el aliento. Lo siguiente que dijera Tommy sería crucial.
               Si me contestaba una bordería, se pondría en marcha inmediatamente el plan para reconciliar a Scott y Tommy, por muy arcaico que fuera su prototipo.
               Si me contestaba con algo abierto a la amnistía, ese plan seguiría perfeccionándose. No había prisa. Puede que incluso Scommy se reconciliaran solos.
               -Es bueno saberlo-dijo por fin, y noté cómo todo el mundo se relajaba. Tommy elegía la amnistía. No estaba todo perdido. De hecho, se estaba encauzando. Teníamos tiempo; un pequeño margen, sí, pero margen al fin y al cabo.
               Me dio un toquecito en la mano y para mí fue como si hubiera accedido a ir a mi casa y entrar en la habitación de mi hermano. Después de todo lo que había pasado, todavía seguía queriendo estar cerca de mí, así que por extensión, volvería a querer estar cerca de Scott muy pronto. Sonreí, animada por lo que acababa de descubrir, y me volví hacia Alec.
               -Se me ha ocurrido… no podemos tener una buena sesión de Netflix&chill sin comida, así que la cena va de mi parte. ¿Cómo te gusta la pizza?
               -¿Quién ha dicho nada de Netflix&chill, bombón?-se jactó Alec, arqueando las cejas. Tommy sonrió y cogió un trozo de sandwich que quedaba en el centro de su mesa mientras mi chico se cruzaba de brazos-. De chill nada, yo no estoy chill cuando tú estás cerca, y los polvos que echamos son de todo menos chill.
               Le guiñé un ojo.
               -No quiero que me hagas nada con el estómago vacío y me decepciones, aunque sea solo un poco.
               -No voy a tenerlo vacío-replicó él, cruzándose de brazos. Me eché a reír, asentí con la cabeza y me incorporé.
               -Suena genial. Aunque… no es una cita, ¿eh? Sólo quiero compensarte por cómo me cuidaste en Nochevieja.
               -Creía que ya me habías dado las gracias este finde.
               -No del todo. Te di bastante trabajo.
               -Sí que me lo diste-asintió él, burlón, y yo negué con la cabeza, puse los ojos en blanco y me volví.
               -Pero ten condones a mano, ¿eh?
               -¿No los tengo siempre?
               Parpadeé.
               -Lo del banco de Camden no cuenta. Fue un desliz.
               -¿Qué banco, Alec?
               -Métete en tus asuntos, Tamika.
               -Yo lo sé-festejó Bey.
               -Tú te callas.
               -Ah, y una cosa más.
               Tiré de él para separarlo de la mesa, sostuve su rostro entre mis manos y le di el mayor morreo que le hubieran dado jamás. Le comí la boca como si estuviera famélica, disfrutando del sabor de su pasta de dientes mezclado con el de la comida que había tomado como aperitivo durante el recreo, y descubrí que lo que se suponía que debía ser una mezcla desagradable, sólo por venir de su boca ya me encantaba.
               Cuando me separé de él, tenía los ojos brillantes, las pupilas dilatadas, las mejillas ligeramente enrojecidas y un jadeo escapándosele entre los labios.
               -Me lo debías. Y no me apetecía avisarte de que iba a cobrármelo.
               -Porque sólo tengo un parte más de margen de expulsión, niña, que si no, te arrastraba al baño y te enseñaba a cobrarte bien tus deudas-me prometió, me amenazó, me juró, me advirtió… y me encantó.
               Y entonces, sonó el timbre que indicaba el fin del recreo.
               -Salvada por la campana.
               -Prepárate para esta tarde.
               Entonces sí que me estremecí de pies a cabeza. Con una sonrisa chulesca en los labios, fui al encuentro de mis amigas, asegurándome de agitar mucho las caderas para que la falda se balanceara en mi culo y darle así un buen espectáculo a Al. Ahora que sabía que íbamos a tener una réplica de nuestro fin de semana, no veía la hora de que pasara el tiempo… una vez más.
               Por desgracia, tenía mucho más que esperar, y todavía me quedaba hablar de lo que habíamos hecho el día anterior con mis amigas. Cuando pasé las cosas por encima, no protestaron, y al terminar, sonrieron, asintieron al unísono y se dirigieron a sus sitios, no sin antes decirme que se alegraban mucho por mí… y Taïssa incluso me dijo que esperaba, de corazón, que duráramos, y que consiguiéramos superar el tiempo que él estuviera fuera, a lo que Momo le respondió que por supuesto que lo conseguiríamos. Viendo lo mal que lo habíamos pasado separados, era imposible pensar que no lucharíamos con uñas y dientes por proteger lo nuestro, y que incluso poniendo medio mundo de distancia entre nosotros no nos separaríamos ni un centímetro.
               Y yo me di cuenta de que tenían razón. No nos separaríamos, no después de todo el daño que nos habíamos hecho cuando nos habíamos negado a estar juntos.
               Incluso Scott me había dicho que apostaba por Alec y por mí, nada más dejarnos Eleanor y mi chico solos de nuevo, en una casa que estaba llena de gente pero que a nosotros nos parecía vacía.
               -Olvídate de lo que te dije de que no te acercaras a Alec-me instó mi hermano, y yo me lo quedé mirando. Cuando habíamos empezado y vio que Alec se involucraba conmigo más de lo que se había involucrado con ninguna otra chica, Scott se había preocupado, igual que lo había hecho Tommy, de lo que yo podría hacerle a su amigo. Una hermana pequeña no es tan fácil de combatir como una chica aleatoria, con la que no te ata nada. Y le daba miedo tener que verse un día en la posición de hacer malabares consolándome a mí por una ruptura en la que mi ex había sido un cabrón que no había sabido valorarme, y consolando a la vez a Alec de una ruptura en la que su ex había sido una imbécil que había dejado escapar a un tío genial-. Joder, cría. Pégate a él hasta que seáis inseparables. No sé qué le haces, pero no pares nunca.
               -Creo que ya lo somos-respondí, jugueteando con un hilo de mi chaqueta de estar por casa, pensando en lo bien que me quedaría el jersey que  Alec me había prestado y las ganas que tenía de hacerme una foto con él y guardarla para la posteridad. La imprimiría en papel fotográfico y la colgaría en la pared. La colocaría a mi lado, en la cama, para despertarme cada mañana y que lo primero que viera fuera la mezcla de los dos.
               Me mordí el labio y me quedé mirando a Scott, que había vuelto a clavar la vista en la calle, puede que esperando que Eleanor regresara.
               -¿Por qué me lo dijiste? ¿Tú ya sabías que pasaría esto?
               -No pensé que fuera a pasar tan rápido, pero viendo lo que tú puedes conseguir en la gente, no me habría extrañado nada que consiguieras enamorarlo. Y también me preocupaba por ti. Sé cómo quieres. Eres una Malik. Queremos con todo lo que somos, y… Alec es mayor que tú. Al ser mayores, tenemos una influencia mayor sobre vosotras-reconoció, y yo asentí con la cabeza. No esperaba que Scott creyera que Alec podía influenciarme de algún modo negativo, pero que reconociera el poder que Alec podría tener sobre mí por el mero hecho de la diferencia de edad si él se lo proponía, me hacía sentir incluso más segura. Más a salvo. Scott no permitiría que Alec me pasara por encima incluso si las cosas se torcían hasta el punto de que Alec cambiara tanto como para querer hacerlo-. Pero olvídalo. Eso era antes de que viera lo que le haces-murmuró, alejándose por fin de la ventana. La cortina se balanceó al volver a su sitio, ahora que sus dedos no la sujetaban-. Y ver lo que él te hace a ti.
               Mi hermano había clavado los ojos en mí una última vez, y luego asintió con la cabeza a modo de despedida antes de subir las escaleras para meterse en su habitación. No tuve que pensar mucho para saber qué había ido a hacer, pues era lo mismo que quería hacer yo: enviarle un mensaje a su pareja para decirle que ya la echaba de menos, incluso aunque no hiciera ni un minuto que se había ido de casa. Me lo había dicho Eleanor durante nuestra conversación en mi habitación, aquella en la que habíamos hablado de lo que Alec me había contado y cómo me había revuelto por dentro lo equivocada que estaba con él. Creía que él se iría de fiesta, que aprovecharía al máximo su libertad. Jamás se me habría pasado por la cabeza que querría dedicar su último año sin preocupaciones a hacer voluntariado, pero ahora que sabía cuáles eran sus verdaderos planes, me sentía decepcionada conmigo misma. Me encajaban a la perfección con él, incluso más que un año de viajes sin otra cosa que una mochila a la espalda y las estrellas a modo de manta.
               Le pregunté a Eleanor si creía que estaba siendo tozuda, si debería cambiar de opinión, pero ella me dijo que siguiera a mi corazón. Y si mi corazón me decía que no estaba preparada para dar un paso más con Alec, estaba bien. Y si mi corazón me decía que lo necesitaba a mi lado, estaba bien. No podía culpar a nadie de mis sentimientos, porque ni siquiera yo misma los provocaba.
                Si hay algo de lo que somos inocentes en esta vida, es de cómo nos sentimos. Pero eso no quería decir que no pudiéramos emplear nuestros sentimientos para hacer cosas buenas, como generar otros sentimientos positivos en otras personas.
               -¿Crees que debería dejarnos espacio para que repose todo lo que hemos pasado esta noche, El? Creo que hemos atravesado bastantes puntos de no retorno, y no quiero que tome decisiones precipitadas por…
               -Estar contigo no es una decisión precipitada-me aseguró Eleanor, poniéndome la mano sobre las mías-. Lleva 17 años esperándote, solo que él no lo sabía. Si quieres hablar con él en cuanto salga por la puerta, hazlo. Si le echas de menos, díselo. Es lo que más me gusta de Scott. Me dice todo lo que siente en cuanto lo siente. Incluso me despierta por la noche si es preciso-sonrió, soñadora, haciéndose un ovillo y mirando por la ventana, una ventana en la que, hacía unos meses, había posado desnuda para mi hermano, un hermano que aún podía dibujarla en todo su esplendor-. ¿Te ha contado que me despertó para decirme que estaba enamorado de mí en cuanto se dio cuenta de ello?
               Parpadeé, negué con la cabeza, y Eleanor procedió a contármelo: había sido durante el fin de semana que habían pasado juntos, el mismo que yo me había pasado en Bradford hablando con Alec a cada minuto que pasaba. Y había sido genial. Habían hecho el amor con el sol saliendo y pintando la habitación del piso de mis padres de colores anaranjados y rosados, y por un instante se habían sentido tan en armonía que habían llegado a ser uno.
               Yo quería eso con Alec. Y me di cuenta de que no podría tenerlo y disfrutarlo del todo si teníamos la fecha límite de su partida a África sobre mi cabeza, así que no estaba equivocada disfrutándolo todo lo que pudiera pero sin exprimirlo del todo. No quería que se marchara totalmente agotado y no volviera. Siempre había que dar un motivo para regresar. Por eso hay que dejar sitios sin visitar en cada lugar al que vas, para así tener una excusa para volver algún día y que nadie se extrañe porque quieras repetir viaje. Ojalá yo fuera un destino al que volver siempre para Alec. Ojalá él lo fuera para mí.
                En eso estaba pensando sentada en mi habitación, con el jersey que me había regalado cubriéndome el pecho, las manos ocultas en unas mangas que me quedaban largas y un hombro saludando al aire por culpa de que la espalda de Alec ocupaba más que la mía más mis pechos, así que siempre me quedaría holgado. Me había hecho un ovillo y miraba las fotos que nos habíamos hecho con el móvil, comprobando a cada segundo si se conectaba en Telegram para poder enviarle una cualquiera, la primera que encontrara, decirle que lo echaba de menos y que tenía muchas ganas de que viniera esa tarde a casa, aunque en realidad viniera a visitar a mi hermano. A esas alturas, con su jersey puesto y mi felicidad por haberlo recuperado, me daba igual si ni siquiera me dirigía la palabra. Me bastaría con que me dejara verlo desde una distancia relativamente cercana. Con admirarlo sería suficiente.
               Tiré del jersey hacia arriba para acercarme la costura del cuello a la nariz y cerré los ojos, inhalando el aroma tan familiar que desprendía. Olía a colonia de chico de las que aún puedes oler incluso cuando el chico lleva días sin visitarte, a suavizante de lavanda y pasta de dientes, y también tenía un toquecito a canela que me hacía sospechar que se lo había puesto para algún desayuno antes de rescatarlo del armario de nuevo y decidir traerlo a mi casa. El olor a canela me dio ganas de ir con él a alguna pastelería del centro, quizá a visitar a Pauline y darle las gracias por haberme contado que le había hablado de mí y había renunciado a ella para poder estar conmigo y sólo conmigo.
               Todo tuyo y solamente tuyo, Sabrae, me había prometido, y yo le creía. Si Alec me decía que la Tierra era plana, le creería, porque él no podía mentirme. Ya no. Una persona orgullosa que se humilla para recuperarte no es capaz de mentirte. El orgullo es el manantial de la mentira, y Alec ya no era orgulloso, al menos, no conmigo. Y yo no lo era con él. Solamente estaba esperando a que terminara lo que le tuviera ocupado y me permitiera acapararlo de nuevo.
               Hundí los dedos de los pies en la alfombra de pelo, recortando el tacto de su piel en la mía la noche anterior. Cómo me había acariciado mientras hablábamos, mientras me contaba con pelos y señales quién era. Jugué con una pelusa suelta mientras recordaba una declaración que sería muy difícil de superar: había sido un buen boxeador, pero ya no lo era, y la culpa era mía.
               Yo podría hacerle tirar la toalla, y que alguien tan obstinado, rayano en lo testarudo, como él me dijera eso me hacía sentir un delicioso calor en mi interior.
               Me mordí la sonrisa, desbloqueé mi móvil y toqué su foto en Telegram. Rápidamente, nuestra conversación se abrió ante mí, con mi contestación de “buenos días” acompañado de un ejército de corazones en respuesta al videomensaje de buenos días que me había enviado él ese mismo día por la mañana haciendo de broche a nuestra charla.
               Empecé a teclear.

Adivina qué: llevo puesto tu jersey y no puedo dejar de pensar en ti, así de ñoña soy. Tengo muchas ganas de verte
Jo, y eso que te he visto hace unas horas🙈
               Bloqueé el teléfono y me quedé mirando las uñas de mis pies. Mm, estaban un poco escachadas aquí y allá. Debería ir pensando en pintármelas. Pero no podía hacerlo muy pronto, o no me aguantarían hasta el sábado.
               ¿Mi vida a partir de entonces iba a ser así? ¿Planeando mis sesiones de pedicura para estar completamente perfecta para cuando quedara con Alec? Porque me encantaría estudiarlo todo al milímetro sólo por ver la cara que él pondría al quitarme la ropa y notar todos mis detalles. Sabía que se fijaba hasta en los más pequeños, y quería que siguiera confundiéndome con una diosa un poco más.
               Mi móvil pitó con el tono característico de Alec en el mismo momento en que la puerta de mi habitación se abría y Scott aparecía por ella.
Hola, preciosa Me encantaría verte siendo ñoña con mi jersey puesto, estoy seguro de que te queda mejor que a mí. Estoy un poco liado ahora mismo, pero espero pasarme en un rato.
               -Hola, Saab. ¿Quieres que veamos una peli?
En un rato me voy a hacer kick con Taïssa, ¿me esperarás si llegas y no estoy?
               -Eo, Sabrae-Scott puso los ojos en blanco y yo levanté un dedo en su dirección, indicándole que esperara.
¿No he esperado años a que volvieras a adorarme? Si medio mundo no es nada, imagínate lo que será una hora 😉.

               Solté una risita y empecé a teclear una respuesta.
               -¿Estás hablando con Alec?-preguntó Scott en tono inocente, y yo me digné por fin a levantar la mirada del teléfono y mirarle. Dios mío, Alec venía a ver a Scott, no a verme a mí, y yo me comportaba como si fuera el centro de su agenda. Mi hermano estaba mal, por eso Alec se pasaba por mi casa; de lo contrario, nos tendría que bastar y sobrar con lo que nos viéramos en el instituto y los fines de semana, quizá un poco entre semana, pero desde luego, en la calle, y no en mi casa.
                Sentí que mi estómago se hundía cuando me encontré con los ojos de Scott, que me confesaron lo que su tono de voz insinuó. Estaba mal, volvía a asomarse a ese pozo sin fondo al que se había caído con Tommy el viernes, cuando se pelearon e incluso llegaron a las manos. Y yo preocupándome por cuándo podría hablar Alec conmigo.
               -Sí.
               -Ah. Vale. Es que no me responde a los mensajes, ¿sabes cuándo va a venir?-Scott se rascó la parte baja de la espalda y se mordisqueó el piercing, nervioso.
               -A mí acaba de contestarme ahora. Puede que a ti conteste también en breve. Quizá esté ocupado, S. Dice que viene en un rato.
               -Vale, genial. Yo, eh… voy a ver una peli, entonces. No te incordio más.
               -No me incordias, S.
               -Pero estás ocupada-observó él, y yo negué con la cabeza, me levanté y caminé hacia él, con el móvil sin desbloquear, su pantalla apagada y, de repente, sintiéndome terriblemente mal. Estaba siendo una mala hermana. Scott se había desvivido por mí desde el primer instante en que me vio, y yo no hacía más que pensar en estar con Alec cuando claramente mi hermano me necesitaba.
               -Para ti nunca voy a estar ocupada, Sott-ronroneé, llamándolo como lo hacía de pequeña, cuando me era imposible pronunciar la C de su nombre. Él sonrió, un poco cansado, pero sé que agradeció que le estrechara muy, muy fuerte entre mis brazos. Me rodeó con los suyos y me acarició la espalda como solía hacer desde que éramos pequeños, especialmente cuando yo estaba enferma o triste y él quería que yo me sintiera mejor, más protegida. Y siempre conseguía que me lo sintiera.
               También me lo sentí entonces, a pesar de que quien estaba cuidando, esta vez, era yo.
               Bajamos las escaleras, cogimos el mando de la televisión y nos acurrucamos en el sofá. Duna pronto se acercó para preguntarnos qué íbamos a ver, y cuando le confesamos que no teníamos ni idea, se aprovechó de la oportunidad de colarnos una peli de dibujos animados que vería ya por decimocuarta vez pero que le encantaba igual que la primera. Consiguió sacar a Shasha de su habitación, y por el escándalo que se había formado, mamá salió de la cama y bajó las escaleras, enrollada en su manta de los resfriados y con la nariz roja. Se había pasado la mañana en casa, cuidando de Scott y también de sí misma, y después de comer se había marchado para echar una siesta mientras papá terminaba de corregir unos exámenes y todos sus hijos se desperdigaban por la casa.
               -¿Cuál es la cartelera de hoy?
               -Cómo entrenar a tu dragón 5-anunció Duna con ilusión, y mamá asintió con la cabeza y se volvió hacia mí.
               -Ve a avisar a tu padre de que vamos a ver una peli, pequeña, haz el favor.
               Shasha se incorporó de un brinco de su asiento.
               -Ya voy yo.
               Shasha, siempre a mi rescate. Ayer se había encargado de lavar los platos cuando me tocaba a mí, sólo para que yo pudiera subir a mi habitación y estar tranquila con Alec. Ya le debía dos. “Eh, ¿para qué están las hermanas?”, me había dicho cuando yo le di las gracias por ocupar mi lugar en la agenda doméstica.
               -¿Podemos hacer palomitas, mami?
               -Bueno, está bien, pero no vas a sacarlas tú del microondas, Duna. La última vez, te quemaste.
               -Yo iré a hacerlas mientras Shasha trae a papá-se ofreció Scott, un poco más animado por sentirse útil. Había ido a comprarle un escritorio a Shasha y lo había montado en su habitación la semana pasada, y lo había hecho por puro aburrimiento. Lo peor que puedes hacer cuando estás triste es despejar tu agenda, y Scott, por desgracia, no tenía demasiadas cosas que hacer en ese momento, al margen de esperar a Alec.
               Mamá se me quedó mirando por encima de su pañuelo arrugado, y por la forma en que se achinaron sus ojos sospeché que estaba sonriendo.
               -Bueno, supongo que hoy volveremos a tener visita, ¿verdad?
               -Alec le prometió a Scott que vendría.
              -Qué rico. Me gusta mucho para ti. Se nota que te trata como una reina. Lo que te mereces.
               -Es muy bueno conmigo. Y sabe darme lo que quiero, cuando quiero.
               Mamá parpadeó.
               -¿Y qué quieres hoy exactamente, Sabrae?
               Me encogí de hombros, hecha un ovillo.
               -Hasta hace poco quería pasar un rato a solas con él en mi habitación, pero viendo cómo está Scott…
               -No debes dejar de vivir tu vida porque tu hermano esté pasando una mala racha. Eso le haría sentirse incluso peor.
               - No es que no vaya a hacer nada nunca más, es sólo que… bueno. Me siento un poco mal pensando en esas cosas cuando Alec viene para que Scott no esté solo todo el rato. Pero no estoy dejando de vivir mi vida, mamá; todo lo contrario. De hecho, hoy me ha invitado a ir a su casa el sábado. ¿Te parece bien?-pregunté, de repente consciente de que quizá debería haberle pedido permiso a mi madre antes de decidir incluso la ropa interior que iba a llevar.
               Pero, por suerte, ella no me daría problemas.
               -Por supuesto que sí. Siempre que a Annie no le cause molestias, no veo por qué no puedes ir a dormir con Alec. Prefiero que hagáis lo que tengáis que hacer en una casa a que lo hagáis por ahí, en cualquier sitio en el que podéis pillar cualquier cosa. Donde esté una cama, que se quite lo demás.
               -O una mesa-solté sin poder contenerme, recordando lo bien que me lo había hecho pasar durante aquellos breves instantes en los que había creído que terminaríamos haciéndolo en la sala de los Grammys.
               Mamá se me quedó mirando.
               -¿Cómo dices, querida?
               Noté que me sonrojaba. Vaya, parece que aún me quedaba un poco de vergüenza.
               -Pues… verás, mamá. Voy a ser franca contigo, que para algo llevas años ganándote mi confianza.
               -Te lo agradezco, tesoro-mamá cerró los ojos y se sonó con fuerza.
               -Alec y yo casi lo hacemos en la sala de los Grammys.
              Se me quedó mirando un momento, procesando la información, decidiendo si la engañaba. Y entonces…
               … dio un manotazo al sofá.
               -¡Esa sala es de Zayn y mía, Sabrae! ¿Es que no tienes respeto por nada? ¡Déjanos a tu padre y a mí algún rincón de esta casa! ¡Nos pertenece!
               -Ya no-presumí-. O no del todo, al menos. Al final no hicimos nada, sólo nos besamos, pero… tienes que reconocer que tiene morbo.
               -¿Me lo dices, o me lo cuentas?-se limpió una gotita que le colgaba de la nariz y dobló el pañuelo en cuatro partes-. No sé qué les pasa a los hombres, pero ven unos cuantos premios y se vuelven locos. Y yo encantada, que conste. Doy gracias a Dios todos los días porque tu padre componga tan bien y le premien tanto. Madre mía. Cada vez que viene con un premio nuevo que es decente, me coge con unas ganas que pienso que pronto tendré un nieto nuevo que presentarles a tus abuelos.
               Me eché a reír.
               -¿Estás segura de que quieres que deje la sala intacta? Porque me has dado un motivo más para profanarla.
               -¿Profanar qué sala?-quiso saber papá, entrando tras Shasha en la habitación.
               -Adivina dónde ayer casi nos pervierten a nuestra hija.
               Papá se me quedó mirando, horrorizado.
               -Mañana mismo le pongo cerradura. Con el pestillo interior no basta.
               Me eché a reír, Shasha me miró con curiosidad, pero no dijo nada, y nadie se molestó en explicarle. Toda la familia se congregó en torno a la televisión, y cuando dio inicio la película que había elegido Duna, nos dimos un festín de palomitas, gominolas que Scott había sacado de su escondite, patatas fritas y nachos con salsa de queso, amén de tantos refrescos como personas había en casa.
               Me encantó esa sesión de cine familiar. No es que no la hiciéramos a menudo, pero siempre era en una noche que estaba ya más o menos reservada para ello. Era una parte fundamental de nuestra rutina, pero era eso, rutina. Lo genial de aquel momento era que manifestaba lo unidos que estábamos y lo dispuestos que estábamos a cuidarnos, dejándolo todo por animar a uno de los nuestros, y también nuestra capacidad para darnos sorpresas. Para cuando empezaron los créditos, Scott estaba mucho más animado, y la montaña de pañuelos usados frente a mamá había aumentado de forma proporcional a la felicidad de mi hermano.
               -Bueno, pues ya está-Duna se levantó del suelo y se limpió las piernas.
               -¿Queréis ver otra?-ofreció mamá, mirando a papá.
               -Los exámenes no corren prisa, así que, por mí…
               -¿Puede ser Princesa por sorpresa?-Duna empezó a brincar para que le hiciéramos caso.
               -¡No! ¡Yo quiero ver Crazy rich asians! Me toca elegir a mí, mamá-le recordó Shasha a mamá. Duna hinchó los carrillos y se sentó en el suelo. Papá y mamá miraron a Scott. La última palabra la tenía él.
               -Gemma Chan está buena-dijo simplemente, y con eso nos bastó.
               La protagonista, Rachel Chu, acababa de entrar en la casa de la que se suponía que iba a ser su abuela política cuando llamaron a la puerta, y de repente yo recordé dónde estábamos, qué día era, y qué se suponía que estaba esperando. Me levanté zumbando del sofá y corrí hacia la puerta, tras calcular el tiempo que había pasado desde que había hablado con Alec. Pues sí que le había llevado un rato ocuparse de sus asuntos antes de venir a verme… digo, a ver a Scott.
               Abrí la puerta con toda la ilusión del mundo, dispuesta a lanzarme a sus brazos… y me di de morros con la realidad cuando me encontré con que no era Alec quien había venido a buscarme, sino Taïssa.
               -¡Hola!-saludó mi amiga, tirando de la correa de su bolsa de deporte morada y azul de Nike-. Como tardabas en venir, he decidido venir a tu encuentro para ir calentando. ¿Lista para retomar la rutina? Oh, espera… ¿estás sin cambiar?-preguntó, desilusionada de repente, y yo me sentí la peor amiga del mundo. Se me había olvidado por completo que habíamos quedado para ir al gimnasio. Con todo lo de las películas, se me había ido el santo al cielo. Habían pasado dos horas desde la última vez que había mirado el móvil; bien podía tenerlo lleno de mensajes.
               -Sí, perdona, es que… nos hemos puesto a ver una peli, y…
               -¿Quieres que lo dejemos para otro día?-ofreció Taïssa con un hilo de voz, pero yo negué con la cabeza.
               -¡No! No, claro que no, es sólo que se me ha ido el santo al cielo, eso es todo. Pasa. Estamos viendo Crazy rich asians. Siéntate un momento mientras me cambio. Mamá, papá, está aquí Taïssa. Voy a cambiarme para ir al gimnasio, ¿no os importa, verdad? ¿S?-balbuceé, ansiosa, mirando a mi hermano y retorciendo mi camiseta entre mis manos. Scott se me quedó mirando, arrugó la nariz y soltó:
               -Casi mejor que te vayas, sí. Has comido más palomitas que Shasha y yo juntos. Luego protestas porque los vaqueros te duran menos que a papá los peinados.
               -Scott-riñó papá, más por la pulla hacia mí que hacia él. Sin embargo, yo no necesitaba que me defendieran, porque saqué sin miramientos el cojín de debajo del culo de Shasha y le arreé con todas mis fuerzas con él a Scott en la cara.
               No fue lo bastante rápido como para atraparme antes de que alcanzara las escaleras, así que diez minutos después, yo las bajaba con mis trenzas recién hechas y bien apretadas, enfundada en mis leggings y con mi top anaranjado haciendo juego con mis deportivas y mi bolsa.
               Cuando cerré la puerta de mi casa y troté escaleras abajo para reunirme con Taïssa en la acera, ella me sonrió con timidez.
               -Creía que ibas a darme plantón.
               -No, amiga-repliqué, colgándome de sus hombros en un apresurado abrazo.
               -No me molestaría, de verdad. Es más, me lo merezco, por lo que te hice en la biblioteca…
               -Taïs, ya lo hemos hablado. Lo de la biblioteca está olvidado. Todas hicimos cosas de las que nos arrepentimos, y de las cuatro, tú fuiste la que mejor se comportó. Así que no te preocupes por eso-le di un beso en la mejilla y ella sonrió, sintiéndose un poco mejor.
               -Bueno, es que… como hoy venía Alec a verte, y tal…
               -No venía a verme a mí, viene a ver a mi hermano. Y aún no había llegado a casa. Pero da lo mismo; aunque estuviera, hemos quedado, y eso es sagrado, lo sabes. No voy a empezar a dejaros colgadas por un chico, por mucho que ese chico sea Alec.
               Taïssa suspiró, aliviada.
               -Pues menos mal, porque si ahora resulta que estabas con él, y llego yo y os la fastidio, las cosas se pondrían incluso peor.
               -¿A qué te refieres?-pregunté, deteniéndome un momento en medio de la calle, pero Taïssa se giró y tiró de mí para que no me quedara parada justo por donde pasaban los coches.
               -¿De veras no lo has notado? No nos miró, a ninguna de nosotras, ninguna de las dos veces que vino a nuestra mesa.
               -Seguro que sí, tía. Es sólo que el finde está muy reciente, y los dos tenemos una sola cosa en mente cuando estamos juntos.
               -Sé cuándo me ignoran, Saab, y Alec lo ha hecho esta mañana.
               Me mordí el labio.
               -¿Crees que nos guarda rencor? No me gusta llevarme mal con nadie, y él me cae muy bien.
               -Que no te parezca mal, Taïs, pero no hablamos de vosotras en todo el fin de semana. Es decir… teníamos otras cosas que tratar. Sin desmerecer la importancia que tenéis en mi vida-me apresuré a añadir para no herir sus frágiles sentimientos, y Taïssa asintió con la cabeza.
               -No, no. Claro, claro, por supuesto. Lo entiendo.
               -Pero puede que os tenga un poco de tirria. Lo hablaré con él, no te preocupes. Yo tampoco quiero que os llevéis mal. Sois mis amigas, y él es mi chico. Sois esenciales en mi vida, y no puedo permitirme que seáis incompatibles-bromeé, y Taïssa sonrió, asintió con la cabeza, y sus trencitas azules bailaron al hacerlo.
               Para cuando llegamos al gimnasio, volvía a ser la de siempre. No le preocupaba nada que tuviera relación conmigo, porque las cosas entre nosotras habían vuelto a la normalidad. Como siempre, echamos una carrera para ver quién llegaba antes a la sala de boxeo una vez atravesamos las puertas automáticas del gimnasio; como siempre, echamos un vistazo a la piscina y las carreras que el club de natación hacía en ella a modo de entrenamiento; y como siempre, nos fijamos en los horarios de actividades extraordinarias que había colgadas en los tablones de anuncios del piso de la sala de boxeo, por si había algún taller de defensa personal que pudiera ayudarnos a perfeccionar nuestro repertorio de ataques.
               También como siempre, una vez llegamos a la sala de boxeo nos centramos en simplemente encontrar un saco libre que pudiéramos compartir, sin fijarnos en nada más. Siempre nos había causado cierta impresión el ver a todos los boxeadores golpeando sus sacos, tan musculados y tan cubiertos de sudor, tan precisos en sus golpes. Nos hacían sentir pequeñas y un poco torpes, a pesar de que en realidad éramos muy buenas y habíamos entrenado nuestro equilibrio hasta el punto de ser como grullas ninja, pero, bueno… cuando aprendes por tu cuenta y no con un profesional, siempre te impone mucho respeto el mundo al que tienes acceso sólo de refilón. Conoces sus peligros, pero no cómo sortearlos.
               Nos fijamos en que, en un rincón, había un saco libre con pinta de ser más nuevo que los demás. A los que allí entrenaban no les solían gustar las novedades, siempre iban a lo seguro, por lo que a nosotras solían tocarnos las cosas más nuevas precisamente por esa desconfianza. Sorteamos al resto de boxeadores con la vista fija en nuestro saco, como si por no mirarlo pudieran quitárnoslo, y dejamos nuestras cosas en el suelo, pegadas a la pared, en cuanto lo alcanzamos.
               Saqué los guantes de mi bolsa, me los coloqué en las manos, me di unos golpecitos con ellos para asegurarme de que los tenía bien situados, y caminé hacia el saco mientras Taïssa terminaba de prepararse.
               Fulminé al saco con la mirada, como si quisiera asustarlo, empecé a botar sobre mis pies, cambiando el peso de mi cuerpo con cada saltito que daba, y le solté un gancho de derechas, que se convirtió en uno de izquierdas, que se convirtió en una retahíla.
               -¿Es que no calientas antes de empezar?-preguntó una voz a mi costado, una voz que me resultaba tan familiar que me sorprendió no haberme fijado antes en su presencia.
               Vi en el reflejo del espejo cómo Taïssa se quedaba con la boca abierta.
               Porque a mi lado, con el pelo húmedo cayéndole sobre los ojos, el cuerpo cubierto de sudor, los músculos hinchados por el ejercicio físico, unos pantalones por la rodilla y una camiseta de tirantes que dejaba al aire los músculos de sus brazos, espalda y pecho, y una sonrisa torcida propia de quien tiene la mejor mano de la mesa de póker, estaba Alec.
                

Un rayo de esperanza se abrió ante mí cuando Sabrae se acercó a nuestra mesa y le dijo a Tommy que en su casa le echaban de menos, y mi amigo le respondió que era bueno saberlo. Cuando había llegado a clase esa mañana, mis amigos me preguntaron qué tal había visto a Scott, y dado que me tocaba estar sentado al lado de Tommy ese día (nos íbamos turnando para que no estuviera solo, ya que Scott siempre se sentaba con él en todas las clases), decidí aprovechar aquella oportunidad que se me presentaba en bandeja de plata y hablar de lo mal que estaba Scott, lo mucho que lamentaba lo que había pasado y las ganas que teníamos él, su familia y yo de que todo volviera a la normalidad.
               Tommy, que había estado fingiendo que no prestaba atención, se volvió hacia mí y me quitó la palabra de la boca con sólo pronunciar mi nombre. Pensé que me pediría que mediara por él, que me confesara que el orgullo le impedía hacer lo que más deseaba… pero me decepcionó mucho cuando preguntó:
               -¿Te importaría no hablar de él conmigo delante, por favor?
               -Claro-espeté, lacerante, al ver su expresión de fingida indiferencia. Era un estúpido que estaba permitiendo que todo se desmoronara a su alrededor sólo porque no quería reconocer que él, como Scott, había metido la pata. Los dos tenían culpa en esta pelea, y que actuaran como si fueran inocentes no hacía más que joderlo todo. Yo, al menos, había admitido que lo había hecho mal metiéndome en asuntos que no me llamaban, pero ellos eran tan tercos que jamás darían su brazo a torcer-. ¿A su graciosa majestad le apetecería algo más? ¿Reinstaurar el derecho de pernada, o algo? ¿Quieres el himen de mi esposa cuando contraiga matrimonio con ella y la convierta en la nueva marquesa de Winchester?
               -No puedes apellidarte Whitelaw si eres el marqués de Winchester-intervino Bey a mi espalda, y yo puse los ojos en blanco y me recliné en el asiento hasta tocar la pared con la nuca, recordando la conversación que habíamos tenido la tarde anterior.
               Después de que yo volviera de casa de Sabrae y me echara una siesta reparador que mi gran amigo Jordan decidió interrumpir tratando de romperme las costillas, Bey me puso al día sobre lo que había pasado la noche anterior. Tommy había salido con el grupo, y Diana había salido por su cuenta, y todos sabíamos de buena tinta que Diana se había acostado con varios chicos esa noche, ahora que volvía a estar soltera y quería poner a Tommy en su sitio (qué curioso, mucha gente quería poner a Tommy en su sitio, tal vez debiera hacérselo mirar). Tommy estaba machacado, por supuesto, y las gemelas ni siquiera se habían sorprendido cuando éste se plantó a la puerta de su casa y les pidió que lo acogieran durante la noche, una noche en la que, por cierto, Tam le había dado de su mercancía. Ya tendría yo unas palabras con la gilipollas de la gemela de las trenzas cuando estuviéramos a solas.
               El caso es que Jordan, Bey y yo llegamos a la conclusión de que Scott estaba hecho mierda y Tommy estaba descontrolándose, y había que actuar ya. Para lo cual, pondríamos en marcha un plan en el que el grupo se dividiría en dos mitades que no necesariamente tenían que ser equitativas: al fin y al cabo, no podíamos visitar a Scott todos juntos. Le dolía demasiado ver que íbamos todos y que faltaba uno en la habitación, el más importante. Así que nos repartiríamos, cada uno iría con quien le pareciera que tuviera más posibilidades de cuidar, y nos ocuparíamos de ir preparando el terreno para una reconciliación que estaba tardando demasiado en llegar. Más incluso que la mía con Sabrae, y eso que nosotros habíamos estado enfadados más tiempo.
                El reparto de tareas fue muy fácil: Tommy había ido a pedirle ayuda a Bey, y había dormido en su casa, así que sería para ella. Por su parte, Scott se apoyaría en mí, y más ahora que yo tenía una excusa para que le visitara, en forma de una chica preciosa por la que estaba loco. Todo parecía encajar como el mecanismo de un reloj, pero, ¿cómo hacer para ponerlo en marcha? Ésa era la gran pregunta. Bey no quería que Tommy me cogiera tirria por ponerme de parte de Scott; yo lo veía como algo inevitable, pero Sabrae volvería a hacerme de excusa también con él.
               -Tommy no es tonto, y sabe que no daréis puntada sin hilo ahora que Alec está con Sabrae. A ti es a quien más le interesa que las cosas vuelvan a la normalidad-había comentado Jordan, tumbado en el suelo de mi habitación, mientras Bey tamborileaba con los dedos en sus rodillas, sentada a lo indio sobre mi funda nórdica.
               -¿Qué quieres decir, Jor?
               -Quiero decir que Alec aquí no puede ser neutral. Incluso si no toma parte por Scott, incluso si se quedara con Tommy, él seguiría pensando que crees que él tiene razón y Tommy se equivoca.
               -Es que Scott tiene más razón que Tommy-respondí, y Bey puso los ojos en blanco-. ¿Qué? Es la verdad. Así es como lo siento yo, al menos. Es decir… Scott metió la pata hasta el fondo mintiendo a Tommy, pero Tommy se habría cabreado de todos modos porque se ha liado con Eleanor, así que… que intentara llevarlo a escondidas me parece lógico-me encogí de hombros, y Bey entrecerró los ojos.
               -¿Pero no crees que toda esta movida habría sido mucho menor si Scott no hubiera mentido?
               -Sí, pero también nos ha hecho a nosotros un favor. Tommy se habría cabreado con él igual, y nosotros no podríamos  repartirnos para ponernos de su parte.
               -Ya veo…
               -Como iba diciendo-intervino de nuevo Jordan, impaciente por exponernos su plan maestro-, Tommy no te verá como alguien que quiere apostar por él si no pasase algo entre tú y Sabrae…
               -Cosa que no va a suceder.
               -… pero sí puede ver que alguien está dispuesto a defenderlo incluso por encima de los lazos que la atan a ti.
               Dicho lo cual, hizo una pausa dramática en la que giró el rostro para enfocar a Bey. Bey frunció el ceño, levantó una pierna hasta apoyar el codo en su rodilla, y se nos quedó mirando a ambos alternativamente.
               -Espera, ¿estás diciendo que tengo que montar un numerito con Alec para que Tommy me deje cuidarlo?
               -Es la única manera, Bey. Eres demasiado cercana a Alec como para que Tommy no piense que vas a interceder por Scott, sólo por sacar a Alec del compromiso en el que está metido.
               -Pero es que yo no estoy metido en ningún compromiso, Jordan. Incluso si no estuviera con Sabrae, seguiría pensando como pienso. ¿Tengo que recordarte que yo intenté hacer entrar en razón a Tommy antes de que las cosas con Sabrae volvieran a la normalidad? ¿Qué habría sacado yo entonces? Incluso me habría venido mal que se reconciliaran en el momento. Todavía no me hablaba con Sabrae cuando intentamos que se perdonaran durante el partido de baloncesto. De hecho, fue a raíz de eso cuando me decidí a hablar con ella y pedirle perdón.
               -No, Al. Lo estás enfocando desde el ángulo equivocado-arguyó Bey, poniéndome una mano en la rodilla. Señaló a Jordan-. Entiendo a qué te refieres, Jor. Es verdad. Alec es el único de todos nosotros que está entre la espada y la pared, o al menos así puede verlo Tommy, así que… lo mejor es sacarlo de ese hueco. Que Tommy piense que ha elegido y que no es a él.
               -¿Pero de qué estáis hablando? Me estoy perdiendo, reina B.
               -¿De verdad no lo pillas, Al? Tenemos que tomar bandos opuestos-reveló, y yo parpadeé, sorprendido-. Sólo así Tommy sentirá que le apoyan de verdad.
               -¿Y tú le apoyas de verdad?
               -¿Tú no lo haces?
               Hice un mohín, negando con la cabeza.
               -Bey… es mi amigo. Creo que se equivoca, pero sigue siendo mi amigo. Sabes de sobra que le apoyaré en las buenas y en las malas.
               -Por eso tienes que hacer como si estuvieras dispuesto a tirar la toalla con él-Bey me acarició la rodilla y yo me la quedé mirando-. Jordan tiene razón. Tenemos que pelearnos por él.
               -Tommy no va a tragárselo. No es tonto.
               -Tommy no es Tommy ahora mismo. Y, viendo que se ha peleado con Scott, estoy segura de que será mucho más fácil que se trague que nosotros discutamos también.
               -¿Y qué sugieres que hagamos, genia? ¿Voy mañana a clase con una foto de Scott como bandera, y tú con una de Tommy, y nos retamos a un duelo a muerte delante de todo el instituto?
               -No, estúpido-Bey puso los ojos en blanco-. Tenemos tiempo para pensarlo, tú sólo… espera a que yo piense en algo. Puedes hacerlo, ¿verdad?-ironizó.
               -Mi segundo nombre es Esperar a que a Bey se le ocurra una Gran Idea.
               Bey se había reído entre dientes y había negado con la cabeza.
               -No tenemos que tardar mucho-comentó Jordan.
               -¿Se lo diremos a los demás?
               -Claro que sí. No podemos dejarlos en la sombra. Necesitan saber que, pase lo que pase, las cosas no irán en serio. No del todo, al menos.
                Tengo que reconocer que me preocupaba tener que montar un numerito con Bey. Se me daba mal mentir, y se me daba peor aún controlarme durante una discusión. Lo había aprendido por las malas durante la que había tenido con Sabrae: un monstruo vivía dentro de mí, y, si no me andaba con cuidado, ese monstruo podía liberarse y tomar control de mi cuerpo.
               Mis preocupaciones se diluyeron un poco cuando Sabrae vino e intercambió unas palabras con Tommy. Lo noté más receptivo, y no pude evitar lanzarle una mirada a Bey. Puede que, después de todo, no tuviéramos que levantar el telón. Tommy le había sonreído a Sabrae y le había dado un toquecito en la mano; desde luego, mucho más de lo que todos podíamos esperar.
               Y, para mi gran felicidad, Tommy me preguntó por él durante las clases. Estábamos en plena clase de música, con una de las suplentes hablándonos sobre no sé qué obra del renacimiento, cuando Tommy se inclinó hacia mí y me preguntó en un susurro:
               -¿Cómo está Scott?
               Me quedé clavado en el sitio, incapaz de creerme lo que oían mis oídos. Tenía que haberle entendido mal, fijo.
               Pero cuando lo miré y me percaté de la angustia que había en su mirada, como si su vida dependiera de que mi contestación fuera un desganado “bien”, comprendí que el destino había echado una moneda al aire, y en mis manos quedaba ganar la apuesta a base de decidir si lo que quería era cara o cruz.
                Alcé una ceja y sonreí.
               -Bien. Todo lo bien que puede estar sin ti, claro.
               Tommy tragó saliva sonoramente… y yo me di cuenta de que había metido la pata hasta el fondo. Tommy no quería que Scott estuviera bien, y yo era un imbécil por no darme cuenta. Quería que le dijera que le echaba de menos, que no veía la hora de que las cosas volvieran a ser como antes.
               Clavó la vista la frente, orgulloso, y dijo sin mirarme:
               -Si tanto me echa de menos, que me pida perdón.
               Noté que Bey se revolvía en el asiento detrás de mí, intentando escuchar nuestra conversación. Por primera vez en mucho tiempo, su media para entrar en la universidad era su segunda preocupación dentro de un aula. Lo que estábamos hablando Tommy y yo estaba en la cúspide de sus prioridades.
               Y supe que no íbamos a tener otro remedio que poner en marcha nuestro pequeño espectáculo, así que mejor empezar ya con los créditos. Empezaría a ponerme de parte de Scott ya mismo, sólo para que a Tommy no el extrañara que me quitara la careta y me descubriera como el fan número 1 de Scott Malik más adelante, y corriera a los brazos de Bey cuando ella le revelara que era la suya.
               -Si tanto te importa cómo está él, pídeselo tú primero.
               -No tengo por qué disculparme, Al-volvió la vista a mí y yo puse los ojos en blanco, sacando la lengua-. Es cierto. Me engañó, me mintió. Se estuvo riendo de mí en mi puta cara más de dos meses.
               -A mí también me mintió, y no me ves lloriqueando por las esquinas-acusé-. Madura, T. Estas cosas pasan, y es ahora cuando demuestras lo mucho que quieres a Scott. Además, lo hizo por una buena causa-añadí en un momento de inspiración-. Si yo fuera una tía, me sentiría halagada de estar escondiéndome todo el rato, sólo porque él no quiere contarles a sus amigos que estamos juntos y arriesgarse a que ellos hagan lo imposible por separarnos en cuanto se enteren.
               -¿Es por eso que Sabrae sólo es tu amiga?-preguntó con absoluta indiferencia, y yo abrí la boca, estupefacto. De todas las cosas que podría haberme dicho, ésa era la última que yo me esperaba.
               Puede que no tuviera que fingir durante la pelea con Bey, después de todo. Puede que entendiera a Scott mejor de lo que nadie podía entenderlo. Podía ver el gilipollas de manual en el que Tommy se convertiría si él quisiera.
               -Estoy de tu chulería hasta los mismísimos cojones-le susurré en voz baja, con una voz tan cortante que me asustó hasta a mí. Tommy se revolvió en el asiento, incapaz de mantener la compostura por mucho que lo intentara-. Ni se te ocurra meterla a ella en esto. Para decir su nombre, lo primero, te lavas la boca, gilipollas.
               Tommy se volvió hacia mí, la boca entreabierta para contestarme y darme una excusa para romperle la cara (porque, a diferencia de Scott, yo no necesitaba que él me tocara mucho los huevos para soltarle un guantazo), cuando los dos nos dimos cuenta de que había algo raro en la clase: absoluto silencio.
               Nos volvimos hacia la profesora y nos dimos cuenta de que todos nuestros compañeros nos estaban mirando. Me estaban mirando a mí.
               -Cuarenta y tres-espeté, y Tommy se unió a las miradas extrañadas. Frunció el ceño y yo puse los ojos en blanco-. Bueno, venga. Cuarenta y siete.
               Marge suspiró, claramente agotada. Le quedaban pocos años para jubilarse, y de no ser por Tommy, Louis podría impartir esa clase por ella, que prefería mil veces quedarse corrigiendo exámenes a tener que aguantar a un grupo de adolescentes revolucionados.
               -Te he preguntado quién compuso Claro de Luna, Alec.
               Mierda. Ahora no había manera de salir del atolladero. Sabía que había sido Beethoven, pero Marge me bombardearía con un millón de preguntas para saber por qué no le había estado prestando atención.
               -Bueno, venga. Cincuenta y dos.
               Las carcajadas de mis compañeros rebajaron la tensión que había entre Tommy y yo, lo cual me permitió respirar tranquilo. Sin embargo, Marge detuvo el crecimiento de mi orgullo y tranquilidad con una palmada.
               -Haz el favor de dejar de tocare las uvas, y prestar atención en clase.
               -Bueno, Marge, en mi defensa diré que tienen más tamaño de ciruela que de otra cosa-solté antes de poder frenarme, y supe que me había pasado de la raya. Joder, ¿por qué no tenía ningún tipo de filtro, y menos cuando todavía estaba algo cabreado?
               -Dado que hoy tienes el día tan parlanchín, ¿por qué no te vas un rato a hablar con el director?
               -No, no, me portaré bien. Seré bueno.
               -No, insisto, seguro que tendréis una conversación muy interesante.
               Suspiré, me levanté, asentí con la cabeza y esquivé las mesas para salir de clase. Escuché a Marge aclararse la garganta para continuar con su lección cuando yo abrí la puerta y pregunté:
               -No fue Mozart, ¿a que no?
               -¡Alec!
               -Vale, al director, lo pillo. Joder, menuda con la educación pública de este país, luego se quejan de cómo andan en Estados Unidos-bufé, dando un portazo detrás de mí y reprendiéndome por la ocasión tan buena de juntar de nuevo a Scott y Tommy que acababa de perder. Todo por no haber sabido interpretar bien las señales que me traía el viento.
               Cuando atravesé el pasillo del vestíbulo del instituto en dirección a Jefatura de Estudios,  ninguno de los conserjes se extrañó de verme allí. Parecía estar haciéndome con una colección de partes que se iban añadiendo a mi expediente como muescas de asesinatos en el cinturón de un vaquero, y ésa sería sólo una más para la colección. Llamé a la puerta del director Fitz con los nudillos, y él tampoco se extrañó al verme cuando asomé la cabeza en su despacho.
               -Whitelaw-saludó como quien se encuentra con el panadero por la calle, y yo asentí con la cabeza.
               -Vengo a avisar de que Marge me ha echado de clase, porque estaba hablando, otra vez. No he hecho nada más. Simplemente no estaba prestando atención.
               -Ya veo.
               -Bueno, me voy a la mesa de siempre hasta que empiece la siguiente hora, ¿verdad?
               -No, no. Me alegro de que te hayan hecho venir. Ven, siéntate-instó, haciendo un gesto con la mano en dirección a la silla que estaba frente a su escritorio. Cerré la puerta, extrañado, y comencé a rezar a todos los dioses que conocía, cristianos y paganos, hablara su lengua o no, para que aquello no fuera más que una bronca. Mamá me mataría, literalmente, si me echaban del instituto, y yo ya no tenía más margen de maniobra.
               Con el corazón martilleándome en los oídos, me senté en la silla y fingí despreocupación.
               -¿De qué se trata?-pregunté con un hilo de voz, consiguiendo controlar a duras penas un gallo. Fitz se acodó en la mesa, unió sus dedos por las yemas y se inclinó hacia mí.
               -Verás, como ya sabrás, hemos expulsado a uno de tus compañeros de clase, Scott Malik. Me consta que sois amigos, ¿no?
               -Sí. Es una putada lo que le ha pasado a Scott. ¿No tenéis pensado readmitirlo?
               -Le dimos opción a que la expulsión fuera temporal, pero él no quiso. Supongo que tú puedes echarnos una mano donde tu amigo no ha querido, ¿verdad?-preguntó, extendiendo la mano en dirección a su iPad y abriendo su funda. Se me encogió el estómago mientras miraba la pantalla vuelta del revés de la tableta, preguntándome a qué jueguecito querría someterme Fitz.
               Abrió la galería y deslizó el dedo a través del historial de multimedia, buscando algo en concreto… un vídeo. Cuando lo encontró, se detuvo, me miró y sonrió.
               -Supongo que recuerdas que a mediados del trimestre pasado, nos encontramos a un estudiante en el gimnasio. Le habían pegado una paliza junto a otros muchachos a los que se había traído y los habían tenido encerrados durante varios días. Tuvieron que ir a urgencias, uno incluso se quedó ingresado para que lo trataran, porque había cogido una pulmonía.
               Una gota de sudor se deslizó por mi espalda mientras me recorría un escalofrío. La pelea que habíamos tenido hacía meses. Ya apenas me acordaba de ella. Lo más relevante de la noche hasta entonces había sido que ésa fue la primera vez que follé con Sabrae. Había sido el principio de todo para nosotros dos.
               -No sabíamos que había pasado hasta que nos dio por revisar las grabaciones de las cámaras de seguridad, y nos encontramos con esto-dicho lo cual, Fitz tocó con ceremonia la pantalla de su iPad y la volvió hacia mí para mostrarme un plano del vestíbulo del instituto visto desde una esquina. Enfocaba a la puerta que daba a los pasillos, y dentro de ese plano, un chico apareció caminando en dirección a las entrañas del instituto.
               Fitz clavó los ojos en mí.
               -¿Se supone que ése es Scott? Podría ser cualquiera. Ni siquiera sabes si es del instituto.
               Fitz sonrió, levantó un dedo y respondió:
               -Verás lo poco que tarda en encontrar el camino de vuelta.
               Y, efectivamente, a los treinta segundos aproximadamente, el tiempo exacto que se tardaba en ir caminando al gimnasio y volver, el mismo chico aparecía en el plano, esta vez dando la cara.
               Me quedé mirando a Scott, en blanco y negro, con su piercing inconfundible bailándole en el labio mientras se lo mordisqueaba. Miré a Fitz.
               -Eso no prueba nada. Scott podría haber entrado por cualquier otra cosa.
               -Scott admitió haber estado en el gimnasio la noche que les pegaron la paliza a esos chavales. Admitió haber sido él quien les pegaba la paliza, y haber vuelto más tarde para hacer control de daños-Fitz clavó los ojos en mí-. Pero, claro, no pensarás que somos tan tontos de creer que lo hizo solo, ¿verdad?
               -¿Qué es lo que quiere?-pregunté, removiéndome en el asiento y notando cómo me subía la sangre a la cara, dispuesto a pelear. Si ya me habían cabreado aquellos imbéciles que ni siquiera habían llegado a hacerle verdadero daño a Eleanor, imagínate lo que me producía tener al gilipollas del director delante.
               No iba a dejar que ese imbécil me acorralara. No iba a vender a mis amigos.
               -Sabemos que Scott no pudo hacerlo solo. Serían seis contra uno, la mayoría de una complexión superior a la de Scott. Puede que hubiera podido con el chico de dos cursos por debajo, pero no con los otros cinco, a cada cual más robusto que el anterior. Algunos tenían costillas rotas-intenté no sonreír, y no sé si lo logré-. Uno tenía la nariz. Y a otro le saltaron varios dientes. Soy aficionado al boxeo, Alec. Sé reconocer las marcas del trabajo de un boxeador cuando las veo. Incluso cuando es un amateur.
               Me quedé callado.
               Por supuesto, cuando confrontamos a Scott con esto, él no dijo nada. Fue muy noble por su parte, pero no le sirvió de nada. Tarde o temprano, las pistas nos llevarían a ti. Sólo necesitamos que nos aclares lo que pasó. Danos los nombres de quienes estuvieron con vosotros en el gimnasio, y te prometo que no te pasará nada. Sólo queremos aclarar todo esto.
               Me mordí el labio y aparté la mirada. En la pared colgaban diplomas de las universidades más prestigiosas del país, con nombres y carreras diferentes, el orgullo de la gente a quien Fitz había apadrinado. Mis amigos podrían estar en esa pared algún día.
               Yo, no. Scott, tampoco.
               Pero no iba a venderlos. Scott no nos había vendido incluso sabiendo que le costaría su futuro, y yo, que ni siquiera tenía un futuro, no iba a poner en peligro el de Max y Logan sólo por evitarme una regañina.
               -Tendrá que creerme si le digo que sólo estábamos Scott y yo solos. No había nadie más con nosotros. Soy muy bueno boxeando, y no me importa jugar sucio. Es fácil reducir a unos gilipollas sin experiencia.
               -Es imposible que lo hicierais entre dos.
               -Pues lo hicimos. ¿Va a expulsarme?-me crucé de brazos y me repantingué en la silla. Bueno, si me expulsaba, tendría tiempo de sobra para estar con Scott. Se nos haría más amena la espera hasta la llegada del verano. Además, tendría más tiempo libre, así que podría trabajar más, tener más dinero y llevar a Sabrae a sitios pijos, de esos que tanto les gustan a las tías.
               Fitz suspiró.
               -No-negó con la cabeza y me miró por debajo de sus gafas sin montura-. No porque no crea que lo hiciste, porque estoy convencido de ello, sino porque no creo que sirva de nada expulsar a todos los chicos de último curso sólo porque Scott Malik no quiere recapacitar.
               -Scott es un lerdo que no sabe aprovechar una buena oportunidad cuando se le presenta-le aseguré-, pero yo no soy un cabrón que venda a sus amigos a la primera de cambio-me levanté de la silla y tiré de mi jersey hacia abajo-. Si me necesita, estaré en la mesa de los castigados viendo el tiempo pas…
               Los ojos de Fitz refulgían.
               -Así que admites que en el gimnasio había más gente además de Scott y de ti.
               Mierda. Eres gilipollas perdido, Alec.
               -Eso es lo que usted ha dicho, ¿no? Ya lo ha decidido, así que… supongo que sólo le valen los nombres de mis amigos. Es evidente que yo no me voy a ir a pegarle una paliza a nadie con gente a la que apenas conozco, ni un imbécil se tragaría eso. Pues perdone si no le quiero dar ni sus iniciales.
               Fitz se reclinó en el asiento, disfrutando del espectáculo que estaba dándole.
               -No me esperaba menos de ti, Alec. Como compensación, y como muestra de buena fe, ni siquiera te pondré el último parte que puede tolerar tu expediente.
               -No quiero su compensación, ni su buena fe. Quiero que traiga a Scott de vuelta. No tiene ningún derecho a joderle la vida como se la ha jodido. Él no ha hecho nada malo.
               -¿Así es como os justificáis? ¿Pegarles una paliza a unos chicos indefensos no es hacer nada malo?
               -No estaban indefensos. Y no lo es si es por justicia.
               -¿Qué clase de justicia?
               Abrí la boca para contestarle, pero, por suerte, la cerré a tiempo. Si decía que uno de ellos había intentado violar a Eleanor, pondría a Tommy en el punto de mira, y él ni siquiera había estado allí. No iba a joderla. Esta vez, no.
               -Olvídelo. Es evidente que no se va a poner de mi parte, así que póngame un parte si quiere. No le debo nada.
               -Alec…
               -Para usted, soy Whitelaw-respondí, dirigiéndome a la puerta y cerrándola con fuerza detrás de mí. A pesar de que había metido la pata hasta el fondo enemistándome con el director, supe que había hecho lo que tenía que hacer. Jamás vendería a mis amigos. Jamás.
               -¿Le dijiste eso de verdad?-me preguntó Max cuando les conté lo que había pasado en el despacho de Fitz esa misma tarde, echando la partida de baloncesto de todos los días. Asentí con la cabeza mientras Bey se paseaba de un lado a otro de la cancha, haciendo estiramientos.
                -Sí. Me sorprende que no viniera detrás de mí o que no me pusiera algún micrófono en el culo para enterarse de todo lo que hablo. Está mal de la cabeza, tíos. Se cree algún experto del CSI. Es flipante.
               -Así que sigue detrás de nosotros, después de todo lo que ha pasado. Joder, pero si ya ha echado a Scott-bufó Logan, meneando la cabeza.
               -Es evidente que sabe que Scott no lo hizo solo-intervino Tommy, robándole la pelota a Jordan-. Por muy bueno que seas, no reduces a 6 gorilas sin ayuda.
               -Sí, y mira cómo se lo pagas, Tommy-acusó Jordan, y yo lo miré un segundo, con los brazos en jarras. ¿Eso era una señal? Porque, desde luego, lo parecía. Bey y él debían de haber hablado durante la clase que me perdí. Había tenido una tarde intensita, yendo a trabajar y luego corriendo a casa para coger las cosas del gimnasio e ir pitando a encontrarme con los chicos.
               Bey asintió con la cabeza, confirmando mis sospechas. Hora del baile, nene. Tomé aire y asentí imperceptiblemente con la cabeza. Me dejaría llevar. No creí que Jordan fuera a tomar parte activa en la pelea, pero pensándolo bien, lo cierto era que tenía sentido. Nadie se creería que yo me metiera en una movida sin Jordan, por mucho que la movida fuera con Bey.
                -Perdona, ¿se lo pedí yo?-atacó Tommy-. ¿Eh? Yo quería ir, ¿recuerdas? ¿Por qué te quedaste tú también atrás?
               -Paso de tus movidas-respondió Jordan, negando con la cabeza, y yo puse los ojos en blanco y saqué la lengua.
               -Jor tiene razón, T. Ya te lo he dicho. La verdad es que podrías ir a verlo, aunque sólo fuera por respeto hacia lo que…
               -No pienso ir a ver a Scott-ladró, ofendido ante la idea de que él fuera humano y pudiera equivocarse-. Sería como dar luz verde a lo que se trae con Eleanor.  Y no me parece bien. Yo no le pedí que fuera a pegarles una paliza, de hecho, si yo no estoy expulsado es porque él no me dejó, ¿recuerdas, Al?-me fulminó con la mirada y noté cómo empezaba a calentarme, lo cual no era bueno para mi relación con Tommy, pero sí para la relación de Tommy con Scott, así que adelante.
               -Por dios, Tommy, ¿quieres dejar de lloriquear? Vale, sí, no estuvo bien que te mintiera y toda esa mierda, pero, ¡que está saliendo con tu hermana, no ha sido el cabrón que intentó violarla, por el amor de dios! ¡Montas más bronca que Bey cuando tiene la regla!
               -Te tenía que venir a ti, subnormal, para que supieras lo que es-rugió Bey.
               -Seré un subnormal, sí-asentí, poniéndome de puntillas para mirarla por encima de los hombros de Tommy-. Pero de los que estamos aquí por lo menos soy el único que consigue ser neutral en todo esto.
               Max, Logan y Karlie se quedaron callados y clavados en el sitio, desperdigados por la cancha de baloncesto. Tommy se giró para mirar a Bey, esperando su contestación, mientras Jordan bufaba, negaba con la cabeza, empezaba a pasearse a mis espaldas, y Tam nos miraba a Bey y a mí alternativamente, sin poder creer lo que parecía estar a punto de suceder.
               -Mira, Alec-gruñó ella haciendo la interpretación de su vida, acercándose a mí con un dedo amenazante-: entiendo perfectamente que tengas tu opinión, y que pienses que Tommy no está haciendo las cosas bien, pero no te consiento que vengas a decirnos a los demás que estamos equivocados haciendo lo que hacemos, intentando no meternos más en la mierda.
               -Es que estáis equivocados.                       
               -¿Por qué? Yo entiendo perfectamente que a Tommy le moleste, ya sabes cómo estaba Eleanor con él y ni siquiera lo vivimos de primera mano. Pueden hacerse daño.
               Un escalofrío me recorrió la columna vertebral. ¿Hacerse daño? Era la misma excusa que Sabrae me había puesto a mí la primera vez que me rechazó. Bey debería tener más cuidado con sus palabras.
               -¿Y? No entiendo tu punto; todo el mundo puede hacer daño, incluso si no son Scott y Eleanor. Si los vierais juntos, no pensaríais que esto es un juego, Bey.
               -¡Ahí es donde quiero llegar! No los he podido ver juntos porque Scott ha estado mintiéndonos mucho tiempo, todo lo que lleva con ella: ¿no es sospechoso?
               -No sabes lo que dices, tía.
               -No, Alec. Eres el que no sabe lo que dice. ¿Por qué te cuesta tanto ver que no tienes razón?
               -¡Porque la tengo, Beyoncé! ¡No puedes venir y decirme que no quieres fastidiar más las cosas manteniéndote al margen cuando tienes que poner de tu parte para ser neutral en esto! Entiendo a Tommy y entiendo a Scott; Tommy está cabreado con Scott porque nos mintió y Scott nos mintió porque no quería que sucediera justo esto, ¿y me ves viniendo a jugar y luego yéndome a mi casa como haces tú? No, yo voy a ver a Scott y luego vengo con vosotros, estoy ahí para él y para Tommy;  ésa es la diferencia entre vosotros y yo.
               -Por favor, no vayas de que eres mucho mejor que nosotros sólo porque aprovechas para ir a ver a Scott cada tarde mientras vas a ver a Sabrae, que no cuela-ella alzó las manos, y yo me la quedé mirando. Noté que me ponía pálido un segundo antes de ponerme rojo.
               No. Sabrae, no. No vas a meter a Sabrae en esto.
               -¿A qué coño viene eso?-pregunté, caminando hacia ella, sorteando a Tommy, que estaba en medio. Max se metió entre nosotros dos para impedir que yo la alcanzara, pero yo lo sorteé.
               -Esto, chicos, creo que…-empezó, pero yo me pegué a Bey, desafiante.
               -No, Max, ahora deja que se explique.
               -Sabes de sobra lo que Bey ha querido decir-espetó Tommy con rabia contenida, y me giré para mirarlo.
               -¿Que es…? ¿Nos ilustras?
               -Te pones de su lado porque no quieres que te diga nada cuando te follas a Sabrae, Alec-soltó, y Karlie y Logan tomaron aire sonoramente. Tam abrió tanto los ojos que parecía un búho, mientras Jordan miraba a Bey y le hacía un gesto para que se tranquilizara. Me estaban llevando  a un límite, y no querían hacerme atravesarlo-. No te estamos juzgando, créeme, yo haría lo mismo, pero no vayas de héroe, porque no cuela.
               Me eché a reír.
               -¿Tú de verdad te crees que necesito el permiso de Scott para acostarme con Sabrae? Porque su hermana es un ente propio, no necesita autorización alguna de su hermano; y Scott no es tan gilipollas de creerse con derecho a decirnos “so” cuando los dos estamos en plan “arre”. Cosa que no se puede decir de otros.
               -Estamos hablando de que Tommy está cabreado porque Scott nos engañó, no porque Scott se acueste con Eleanor-se metió de nuevo Bey, y yo me volví hacia ella.
               -Si piensas en serio que toda esta bronca no viene porque Scott y Eleanor están juntos simplemente, es que eres más gilipollas de lo que en un principio pareces, Bey.
               -A mí no me llama gilipollas ni mi padre, ¿estamos, chaval?-ladró, y sin venir a cuento, me soltó una bofetada que yo ni siquiera pude esquivar. No la vi venir.
               Lo cual me recordó mucho a cierto momento con Sabrae.
               Y todos mis sistemas de contención se desactivaron. Aquello ya no era un paripé que estuviéramos haciendo, sino una bronca en toda regla. Bey había cruzado una línea roja metiendo a Sabrae en todo aquello, precisamente el único punto que yo defendería a muerte.
               Me pegué a ella, dispuesto a devolverle el tortazo si ella se atrevía a darme otro.
               -Vuelve a tocarme así, si tienes cojones-la urgí, amenazante, y ella levantó la barbilla, altiva.
               -No tengo cojones, tengo coño, que vale para másque para medírselo con los demás y ver quién es más machito.
               -“¿Más machito?”, ¿pero tú te estás oyendo, chavala? Mira, tía, paso de ti y de tus tonterías. Ya veo lo imparcial que eres, chata. Y vosotros-miré a los demás, señalándolos con un índice acusador-, ¿no decíais que queríais ser neutrales? Pues jugando al baloncesto con Tommy y luego pasando de ir a ver a Scott, os estáis poniendo del lado de Tommy. Y a mí no me sale de la polla ponerme del lado de Tommy, porque aquí él no tiene razón.
               -Cierra la boca, Alec; tú lo único que pretendes no dejando a Scott tirado es camelártelo para que no te diga nada por salir con Sabrae-atacó de nuevo Bey.
               Increíble.
               In.
               Puto.
               Creíble.
               No pensaba quedarme allí viendo cómo se metían con ella y conmigo, cómo usaban mi relación como cebo, sólo para que Tommy se diera cuenta de que era un capullo de manual. Ni de broma. Ya había llegado a mi límite.
               -Scott no puede decir nada porque, ¡sorpresa, Bey! ¡Con quién salga Sabrae es sólo problema de ella! ¡Y si queremos follar, Scott que diga misa! Que haya nacido antes que ella no implica que automáticamente posea a su hermana, ¿sabéis? Algunos os tendríais que aplicar el cuento-añadí, clavando la vista en Tommy, que me sostuvo la mirada durante dos segundos. Al menos tuvo la decencia de agachar la cabeza, incómodo. Dejé caer la pelota, ahora que ya se había cumplido mi objetivo, y abrí los brazos-: me abro. Cuando dejéis de ser putos críos todos, me avisáis, y vuelvo a jugar.
               Recogí mi bolsa del suelo, me la colgué al cuello, y me di la vuelta para mirar a mis amigos. Me encontré con los ojos de Bey, que parecían transmitir rabia por su capa superficial, pero yo no iba a meterme a ver qué había más allá. No podía. No quería. Puede que hubiera traído a Sabrae a colación porque sabía que sólo así me enfadaría, pero le había dado una oportunidad genial a Tommy de meterse con ella, y yo eso no podía perdonárselo tan fácilmente. Negué con la cabeza, indicándole que ya hablaríamos luego, y atravesé las puertas oscilantes del gimnasio, en dirección a los pisos superiores.
               Conocía la sensación que me corría por las venas. Necesitaba boxear y olvidarme así de todo. Por suerte, tenía mi par de guantes viejos en la bolsa, como si mi yo de hacía unas horas supiera que puede que los necesitara más adelante.
               Se suponía que después del partido iría a ver a Sabrae, pero necesitaba despejar mis ideas. Me habían calentado la cabeza de forma horrible, y no quería ver a nadie hasta que no pusiera en orden mis caóticos pensamientos. Los guantes y el saco me ayudarían. Sólo necesitaba un poco de mi terapia particular.
               Cuando entré en la sala, me encontré con que había bastantes sacos grandes vacíos, aunque todas las punching balls estaban ocupadas. Casi mejor, decidí. Así podría descargar rápido mi adrenalina, con golpes fuertes y efectivos.
               Dejé caer mi bolsa en uno de los rincones de la sala y me encaminé con los guantes puestos al saco más viejo, que se situaba justo al lado del ring que Sergei había montado hacía mucho para preparar a sus campeones… en el que me había preparado a mí una vez.
               No me sorprendió encontrármelo allí.
               -Vaya, vaya. Mirad a quién tenemos aquí-admiró, colgándose de las cuerdas e ignorando a los dos chavales que trataban de destrozarse el uno al otro en el cuadrilátero-. Pero si es mi campeón favorito.
               -No estoy de humor para mierdas, Sergei.
               -Hay que tener mucho valor para venir aquí después del pollo que me montaste la última vez-comentó, señalando el vendaje que tenía en la nariz. Sus ojos aún estaban un poco rojos de los puñetazos que le había dado en la cara.
               -El boxeo no es para cobardes, tú mismo lo dijiste.
               Se rió, se bajó del ring y caminó hacia mí lo más erguido posible. Era más alto que yo, pero también más viejo. Puede que se creyera con posibilidades contra mí, pero la paliza que le había dado el otro día me demostraba que no tenía nada que hacer. No daríamos un buen espectáculo, y mucho menos como el que habíamos dado Bey y yo hacía un par de minutos.
               -¿Mal de amores de nuevo?-preguntó, y yo sacudí la cabeza.
               -Sergei, créeme. Lo de la última vez serían cosquillas comparado con lo que podría hacerte ahora. Estoy de mala hostia, y quiero bajarme los humos.
               -Yo te los bajaré, niñato-se ofreció en voz más alta, y toda la sala se quedó en silencio. Dejaron de golpearse sacos, dejaron de sacudirse bolas, y dejaron de intercambiarse golpes en el ring. Me eché a reír.
               -Mira, si quieres que me vaya y me busque otro gimnasio, sólo tienes que decírmelo, y te prometo que lo haré, es sólo que… ahora necesito relajarme, de verdad. No me verás más el pelo si no quieres.
               -¿Estás de broma, chaval? No he conocido a ningún boxeador con la mitad de cojones de los que tienes tú. Dame la revancha. Te prometo que esta vez, me defenderé. ¿Por qué malgastar tanto talento con un estúpido saco inerte, cuando puedes hacerlo con un boxeador de verdad?
               Notaba todos los ojos clavados en mí. La verdad era que la oferta era tentadora. Me di cuenta entonces de que hablar de mi pasado con Sabrae había hecho que echara de menos el subidón de adrenalina que sentía al subirme al ring.
               -Vamos, campeón-me instó Sergei, dándome un toquecito en el hombro e inclinándose hacia mi oído-. ¿O tienes miedo de que entre tu chica y me vea dándote una paliza?
               Solté una carcajada que retumbó en los espejos de la sala.
               -Tienes mucha suerte de que te haya roto la nariz hace unos días; de lo contrario, te partiría la cara ahora mismo.
               -Demuéstralo, chaval-instó Sergei, dando un par de pasos atrás y abriendo los brazos.
               Unos minutos después, estaba subido al ring, con un protector dental que no iba a necesitar, y un instinto asesino latiéndome por las venas.
               Sergei me dio la paliza de mi vida y yo le di la de la suya. Con eso de que no podíamos tocarnos la cara, una regla tácita que ninguno de los dos incumplió, teníamos más libertad para ser innovadores y exponernos más. Le había subestimado; puede que fuera viejo, pero no menos ágil, y el combate estuvo muy igualado hasta que yo me cansé de bailar delante de él y ataqué de verdad. Descargué toda mi rabia en el cuerpo de mi entrenador, el hombre que me había convertido en quien era, y redescubrí lo terapéutico que podía llegar a ser el boxeo.
               Cuando se acabó el combate, mucho más rápido por ser a muerte súbita, se me había olvidado todo lo que había pasado con Bey, Tommy y los demás. Sólo sabía que quería seguir, y Sergei sonrió, comprobando que nuestra relación había superado aquel bache que había supuesto la paliza que le había pegado, y me dio un toquecito en la nuca.
               -¿No deberías estar en la cancha de baloncesto?
               -He decidido dejar de jugar.
               -Quieres ponerte en forma para tu zorrita, ¿eh?
               -¿A ti te parece que esto-pregunté, levantándome la camiseta y mostrándole mis abdominales- es no estar en forma?
               Sergei se echó a reír, negó con la cabeza, se levantó y extendió la mano en mi dirección para ayudarme a levantarme, pero yo le di un manotazo y me incorporé de un brinco.
               -¿Esas tenemos? Hazme saco quince minutos mientras te busco una comba. Tienes las piernas lentas otra vez. Has follado este fin de semana, ¿eh, cabrón?
               -Como un puto conejo, entrenador.
               Sergei se echó a reír, negó con la cabeza, se pasó una mano por el pelo rubio, cortado al uno, y salió de la sala, donde todo el mundo volvía a sus tareas. Había llegado mucha gente desde que empecé el combate, y sospechaba que se debía a que se había corrido la voz de lo que estaba pasando. Sudoroso, cansado pero muy contento conmigo mismo por lo bien que me había defendido y lo genial que había atacado, empecé a golpear el saco a toda velocidad, con ese ritmo que sólo tenía yo.
               Y entonces, el universo decidió sonreírme haciendo que un par de chicas pasaran a mi lado, una de las cuales era la razón de que yo estuviera tan contento: puede que enfadado fuera el boxeador de siempre, pero cuando estaba bien anímicamente, me convertía en un manta, y lo mejor de todo era que valía la pena porque ella me hacía ser así.
               Sabrae, que llevaba puestos unos leggings que le lamían las piernas como le apetecía hacer a mi lengua, se inclinó a dejar su bolsa de deporte naranja y amarilla de Puma en el suelo. Sus zapatillas de deporte iban a juego con su bolsa, así como su top, de tirantes que se extendían por los músculos de su espalda como una tela de araña. Sacó unos guantes blancos del interior de su bolsa cerró la cremallera, y se aculilló para abrochárselos mientras su amiga, Taïssa, hacía lo propio.
               Mirando su culo mientras se enfundaba los guantes, un pensamiento oscuro me pasó por la cabeza.
               Tenemos que follar así.
               Me mordí el labio y contuve mis ganas de ir y darle una palmada en el culo, porque ni siquiera tendría gracia: no podría sentir la firmeza de sus glúteos por culpa de mis estúpidos guantes, así que sólo me quedaba esperar.
               Sabrae se echó las trenzas a la espalda, tiró un poco de sus leggings para que le taparan el vientre, y se dirigió hacia el saco de boxeo que había a mi lado, el que todo el mundo elegía en último lugar, por ser el más nuevo.
               Para mi sorpresa, empezó a golpearlo sin hacer estiramientos, ajena a mí. Y, por mucho que me gustara su expresión de concentración, más me gustaría tenerla frente a mí, viéndome en mi máximo esplendor de atractivo sexual. Decidí hacerla rabiar un poco.
               -¿Es que no calientas antes de empezar?-pregunté, cruzándome de brazos y apoyándome ligeramente en el saco, en una maniobra de equilibrio digna del Circo del Sol.
               La amiga de Sabrae se quedó helada al verme, pero yo estaba demasiado ocupado viendo cómo Sabrae se me comía con los ojos como para preocuparme lo más mínimo por ella. Mi chica se mordió el labio, se apartó una trenza del hombro con un movimiento de la cabeza, y contestó:
               -¿No quieres calentarme tú?
               Me eché a reír, caminé hacia ella y le rodeé la cintura con las manos. Me gustaba sujetarla con los guantes.
               -Hola-canturreé.
               -Hola-ronroneó Sabrae, con las hormonas revolucionadas por los efectos que el ejercicio tenía en mí.
               -Te daría un abrazo, pero estoy todo sudado, y no quiero ensuciarte.
               -Madre mía-gimoteó, completamente fuera de sí-. Y yo no quiero que no me ensucies, Al. Te quitaría el sudor a lengüetazos, si pudiera.
               Me eché a reír, me incliné y le di un suave beso en los labios, que no era lo que ella buscaba, pero me divirtió dejarla con ganas de más. Cuando nos separamos, su amiga seguía de pie, abrazándose la cintura con una mano en fundada en un guante, y la otra no. Asentí con la cabeza en su dirección a modo de saludo.
               -Te acuerdas de Taïssa, ¿no?-preguntó Sabrae, trayéndola a mi lado y mirándome con expresión apaciguadora. Sé bueno, me decía, pero yo no quería ser bueno. Quería ser muy malo, y quería serlo con ella.
               -Como para no-respondí-extendiendo un puño para que ella me lo chocara. Taïssa se lo quedó mirando, y yo arqueé las cejas-. Tienes que chocármelo. Saludo de boxeadores. ¿No has visto Rocky?
               Las dos negaron con la cabeza.
               -¿En serio? ¿Y las de Creed?
               -Las de Creed sí-se jactó Sabrae-. Michael B. Jordan está buenísimo, ¡como para no haber visto esas películas!
               -Mm, estoy demasiado ocupado ofendiéndome contigo por no haber visto Rocky como para ponerme celoso de Michael B. Jordan, bombón-la agarré de la cintura y disfruté de cómo se reía.
               -Se me ocurre una solución a ese pequeño problema-coqueteó.
               -¿Ah, sí? Venga, dímelo: yo estoy más bueno que Michael B. Jordan.
               -Ya te gustaría. Me refería a que podríamos verlas juntos. ¿Recuerdas la promesa que me hiciste sobre ver películas?-me guiñó un ojo y yo abrí la boca para contestarle, pero Sergei habló detrás de mí.
               -Perdonad, tortolitos, pero igual tengo mal mi reloj. Alec, hace un instante, quince minutos duraban lo mismo que han durado toda la vida, ¿no?-preguntó, y yo puse los ojos en blanco al volverme hacia él.
               -Sólo estaba descansando, Sergei. Ya vuelvo con tu entrenamiento tiránico.
               Sergei entrecerró los ojos, mirando a las dos chicas; en especial, a la que yo tenía entre mis brazos.
               -¿Y ésta quién es?-quiso saber, perspicaz. Tomé aire y lo expulsé lentamente; de tener las manos libres, me habría apretado el puente de la nariz.
               -Ella es…
               -Su zorrita-explicó Sabrae, esbozando una sonrisa radiante. Y yo contuve las ganas de echarme a reír ante la expresión de Sergei, que tuvo la consideración de mostrarse un poco avergonzado.
               -Yo... no pensaba que…
               -Alec me lo cuenta todo, no te preocupes-Sabrae me rodeó la cintura con un brazo y le sonrió-. Pero, ¡no te preocupes! La verdad es que el nombre me viene que ni pintado, ¿no es así?
               -Sí, pero es un poco irrespetuoso.
               -Sí que lo es. Gracias, sol. Así que, como Alec y yo coincidimos, supongo que no te sorprenderás si alguno de los dos te rompe la cara si te escucha llamándome así otra vez, ¿no? Sé que Alec sigue el código de honor de los boxeadores, que no da golpes bajos, y todo eso. Pero yo hago kick, así que los golpes bajos no existen si también peleas con las piernas. Ándate con ojo-le soltó, y yo tuve que volverme para no echarme a reír ante la cara que acababa de poner Sergei-. Bueno, sol. Te dejo que entrenes-Sabrae me buscó y se puso de puntillas para darme un pico-. No te canses mucho, ¿mm?
               -¿Tienes miedo de que me canse demasiado para ti? Nunca, nena-le di una palmada en el culo y se echó a reír. Negó con la cabeza y se reunió con Taïssa, que me miraba aún con ojos como platos.
               Sergei no me dio tregua. Si se había puesto de buen humor por cómo había vuelto bajo su ala y lo bien que me había estado portando durante el entrenamiento, descubrir que no le había guardado el secreto a Sabrae de cómo la llamaba realmente echó por tierra todo aquello. Me dio caña a más no poder, me torturó, me machacó, y para cuando terminó conmigo, estaba jadeando, con todos los músculos doloridos, pero contento por la exhibición de poder que me había ayudado a hacerle a Sabrae.
               -De esta te vas a acordar, chaval-me prometió al marcharse; pronto tendría que empezar a cerrar las diferentes alas del gimnasio. Eché un vistazo al exterior por las ventanas, y descubrí que ya era noche cerrada. Traté de calcular el tiempo que habría pasado desde que salí de casa, pero con lo cortos que eran los días en invierno, era prácticamente imposible conseguirlo. Sólo con la referencia de que Sergei se iba para empezar a cerrar podía hacerme una idea.
               Y, aun así, las chicas seguían allí, posiblemente dispuestas a practicar hasta que las echaran. Me senté en el suelo, con la espalda pegada al espejo, y me quedé mirando cómo Sabrae le daba patadas al aire, y de vez en cuando, también al saco. Su amiga hacía lo mismo, y me sorprendió la coordinación que demostraban aun no teniendo a nadie que las entrenara.
               Las observé con atención, sorprendido de lo bien que lo hacían, hasta que vi que Taïssa hacía un giro extraño con el tobillo, aguantando el otro pie en el aire, para dar una patada aún más amplia. Ese giro podría ocasionarle un esguince, y de repente me di cuenta de la verdadera importancia de un entrenador: no te hacía aprender más rápido, sino aprender de forma más segura.
               Así que me levanté y me dirigí hacia ellas.
               -No deberíais hacer eso. Es peligroso. Podríais lesionaros-comenté, señalando el pie de Taïssa, que me miró de nuevo con expresión de lechuza. Por Dios, ¿cuál era el diámetro normal de los ojos de esta chica?-. Tienes que tener el pie anclado en el suelo. Sólo puedes moverlo hacia delante: ten en cuenta que todo el peso de tu cuerpo descansa ahora sobre tu tobillo-me acuclillé y le puse dos dedos sobre la articulación-. ¿Notas la presión? Pues imagínate todo tu peso haciendo la misma fuerza sobre el tobillo, aunque sea solo un momento.
               -Pero cuando estoy dando una patada, no lo noto.
               -Porque estás concentrada en otra cosa—expliqué, y Sabrae sonrió, apartándose un mechón de pelo rebelde que se le había escapado de la trenza.
               -¿Hay algo que yo haga mal, entrenador?-preguntó, y yo me eché a reír.
               -No soy entrenador, sólo tengo experiencia, nena. Pero, ya que lo dices… cuando des un golpe, gira más rápido la cadera. Lo haces tan despacio que prácticamente te quedas rígida. Mira…-le puse las manos en la cintura y la coloqué frente al saco-. Golpéalo-hizo lo que le pedía bajo la atenta mirada de Taïssa-. Y ahora, muévete tú entera para darle el puñetazo. Otra vez. ¿Notas la diferencia? Así tienes más potencia.
               Sabrae se volvió, asintió con la cabeza y probó varias veces a seguir mi consejo. Cada vez que daba un golpe, conseguía desplazar el saco sobre su eje, y cada vez que lo hacía, sonreía.  No sabía que pudiera ser tan fuerte, y le gustaba descubrir su nuevo poder.
               Taïssa se sentó en el suelo a ver cómo poníamos en práctica nuevas posiciones y trucos, y pronto pasamos a ocuparnos de las piernas de Sabrae, que yo ni siquiera sabía que pudiera corregir. Sabrae dio una patada al aire, con todo el pie anclado en el suelo, y yo le ordené que repitiera el movimiento pero con el talón en el aire.
               -Así voy a caerme.
               -No te vas a caer.
               -¡Que sí, Alec!
               -Prueba poniéndome la pierna encima.
               -¡Oh!-exhaló Taïssa, pero ninguno de los dos le hizo caso. Sabrae se rió.
               -No pienso ponerte la pierna encima.
               -Ah, claro, tienes razón. A veces se me olvida que eres paticorta y no llegas a mis hombros.
               -¡Que no…! ¡Ya verás!-tronó, levantando el pie todo lo alto que pudo, y colocándome el talón en el pecho. Me eché a reír.
               -¿Eso es todo lo que puedes subir?
               -Me estoy preparando. Cierra la boca.
               Empezó a subir más y más su pie, y yo me reí, sumándome a los gritos de ánimo de Taïssa, hasta que Sabrae llegó a su límite y se quedó anclada en el sitio, sin poder casi moverse por miedo a perder el equilibrio. La sujeté por la cintura y ella se puso tensa.
               -¿Qué vas a hacer?
               -¿Confías en mí?
               Puso los ojos en blanco.
               -Ya sabes que sí, Al.
               -Es verdad, pero me gusta oírtelo decir. Me pone muchísimo-le acaricié la cara interna del muslo y Sabrae clavó los ojos en mí. Se relamió los labios, que tenía secos, y accedió a intentar subir un poco más la pierna cuando yo le pedí que lo hiciera.
               -Súbela todo lo que puedas.
               Como sospechaba, sólo necesitaba relajarse. Aunque no podía poner su talón en mi hombro, sí que consiguió subirla bastante más de lo que ella misma se esperaba. Abrió muchísimo los ojos y miró a Taïssa, riéndose ante su hazaña, y Taïssa empezó a aplaudirla como una loca. Le pasé una mano por el muslo para comprobar que no tuviera demasiada tirantez, y Taïssa y Sabrae se quedaron calladas. Asentí con la cabeza y le indiqué que hiciera lo mismo con la otra pierna, y cuando consiguió subirla ella sola tanto como lo había hecho con mi ayuda, le di un beso en la cara interna del tobillo, que sus zapatillas de deporte dejaban al descubierto, y Sabrae sonrió.
               -Deberías pensar en dedicarte a la fisioterapia. Se te da muy bien.
               -Sólo cuando toco a la chica que quiero-respondí, pasándole de nuevo los dedos por los músculos de la pierna.
               -Es importante calentar, ¿eh?
               -Siempre, bombón-le guiñé un ojo y Sabrae se mordió el labio, observando los míos con ansias.
               Taïssa se puso en pie, de repente sobrepasada por nuestro tonteo, y se quitó los guantes, echando un vistazo en dirección a la puerta, por la que se había asomado Sergei.
               -Alec, yo me piro. Cierras tú, ¿de acuerdo?
               -Sin problema.
               -Yo también me voy, Saab. No te importa, ¿verdad?
               -¿Qué? Oh, no, claro. Tienes razón, es tarde, deberíamos...-musitó Sabrae, aterrizando de nuevo sobre su pie y mirando a su amiga como si la viera por primera vez. Se había olvidado de que estaba ahí. Y yo también, la verdad.
               -No, no te preocupes por mí. Está claro que tú todavía tienes cosas que perfeccionar, así que…
               -Pero no puedes irte sola, Taïs. Es de noche.
               -Llamaré a mi padre para que venga a buscarme, no te preocupes-sentenció, dándole un beso en la mejilla a su amiga y susurrándole algo al oído que hizo que la expresión del rostro de Sabrae cambiara radicalmente. Sabrae la empujó y Taïssa se echó a reír, negó con la cabeza y caminó hacia la puerta.
               -Pasadlo bien, chicos-nos guiñó un ojo antes de desaparecer escaleras abajo.
               -Gracias-exclamamos los dos, y Sabrae se volvió hacia mí, fingiendo inocencia.
               -Bueno, entrenador… ¿cuál es el siguiente ejercicio que me toca?
               Sonreí, le aparté una trenza del hombro y le acaricié la piel desnuda.
               -Se me ocurren un par de cosas… y para ninguna vas a necesitar los guantes.



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1 comentario:

  1. Diooooos, me he encantado el capítulo joder. Estaba deseando poder leer ya alguna escena de ambos siendo novios en pleno instituto, sin son más goals me revienta una teta joder. Adoro lo mono que es Alec con ella de verdad, es que es súper dulce y vacilon y es que !!!!
    Tengo ganas de que charlen con las amigas de Saab y resuelvan el problema y aunque espero que Alec les de alguno que otro zasquita se que en vd mi niño las va a perdonar en cero coma, más bueno y no nace.
    La escena del gimnasio ha sido canelita en rama y la cerrada de boca de Sabrae a Sergei ha sido legendaria tío, me he reído un montón.
    Pd: mamada is coming

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