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Sabrae arqueó la espalda, ofreciéndome sus senos para que
mi boca los saboreara. La suya estaba abierta en un gesto de placer que hacía
que me estremeciera de pies a cabeza cada vez que me encontraba con sus labios,
y sus piernas dobladas en torno a mí
hacían de muros en una prisión de la que yo no quería escapar, en una fortaleza
en la que yo no necesitaba defensas, porque nadie conseguiría convencerme de
que saliera de allí.
Arqueé
un poco la espalda, casi saliendo de aquel interior que tanto bien me estaba
haciendo, y besé las aureolas sonrosadas de sus pezones. Sabrae ahogó un gemido
y hundió las uñas en el colchón, mientras mi lengua se ocupaba de darle la
atención que se merecía a aquella parte de su anatomía. Se estaba comportando
como una devota en su iglesia, depositando una ofrenda en forma de velas
encendidas o pan frente a la estatua de su santo preferido, y a la vez como una
diosa, regodeándose en mi manera de adorarla.
Exhaló
un suave gemido de satisfacción cuando mis dientes juguetearon con los
montículos de sus pezones, y sus manos volaron a mi espalda al rodear mi lengua
el piercing. Aquel adorno en su cuerpo ya de por sí perfecto era la prueba de
que era una estrella, la mejor de todas: todas las estrellas tenían un poco de
metal en ellas, y Sabrae no iba a ser una excepción.
Miré
desde el valle de sus pechos a su expresión de satisfacción mientras hundía aún
más las uñas en el colchón. Se mordió el labio para contener un gemido que no
logró detener del todo, y que se escurrió de su boca como gotitas de miel que
rebosan de un panal. Sus piernas se cerraron un poco más en torno a mi cintura,
y cuando yo la embestí y acompañé a esa embestida de un último mordisco en su
pezón, Sabrae exhaló todo el aire que retenía en su pecho y se dejó caer sobre
la cama. Su espalda rebotó suavemente sobre el colchón, haciendo una fricción
curiosa en el punto en que nuestros cuerpos eran uno, y entreabrió los ojos,
borracha de mí, para mirarme cuando yo me incorporé lo suficiente como para que
nuestras miradas se encontraran.
Mi
niña preciosa.
Estaba
a punto de llegar.
Me
incliné a probar de nuevo aquel sendero al paraíso que tenía en los labios, la puerta
a un camino curiosamente descendente que llevaba directamente al cielo. Sabrae
entreabrió la boca y me dejó besarle el labio superior primero, y el segundo
después, como había hecho con lo que tenía entre los muslos ahora que por fin
la había visto desnuda.
Sus
manos recorrieron los músculos de mi espalda con sus caderas siguiendo el ritmo
pausado de las mías, empujándola lenta pero firmemente al cielo. Dejó escapar
un suspiro cuando la agarré de las caderas, y se abrazó de mi cuello. Se apartó
el pelo de la cara, que se había derramado por la almohada como el halo de
azabache de una nueva generación de santos que ya no dependían del oro para
demostrar lo importantes que eran, y se ocupó de no dejar mi boca desatendida.
Me
gustó el mordisco que me dio sin poder evitarlo cuando una de mis manos se
deslizó por la curva de su cintura y se coló en el hueco que su sexo hacía en
su anatomía. Recorrí las subidas y bajadas que la componían con el mimo del
explorador que visita su rincón natural preferido por enésima vez, y le dediqué
a su clítoris la atención que se merecía. Lo masajeé en círculos, lo que hizo
que Sabrae perdiera el control de sus caderas, que pasaron a obedecerme sólo a
mí. Se movieron en el sentido de las agujas del reloj, tal y como yo estaba
recorriendo aquel pequeño guisante de su sexo, mientras yo continuaba
embistiéndola despacio. Llenándola. Colmándola. Poseyéndola. Haciéndola mi
mujer, como ella me había pedido.
Y
además, había conseguido estarme callado, como ella quería. Ya no la provocaba,
ya no hacía bromas con ella, ni le recordaba que no sólo éramos amantes sino
también amigos mientras estábamos con los cuerpos unidos. Me había pedido que
no hablara, y yo estaba haciendo eso; cuestión distinta era que mi cuerpo y mi
alma no estuvieran comunicándose con la suya. Lo hacían. Lo hacían, y con muy
buena sintonía. Era como si estuviéramos inventando sobre la marcha un idioma
propio, un idioma hecho a base de gemidos, suspiros y gruñidos, pero también de
sonidos que no venían de nuestra boca: el susurro que nuestra piel arrancaba a
nuestras manos, el leve golpeteo de nuestros cuerpos al llegar al punto en el
que ya no se podían unir más, las sábanas moviéndose a un lado a otro en
nuestros pies a medida que yo cogía impulso para seguir satisfaciendo a Sabrae,
o Sabrae se retorcía debajo de mí en busca de un ángulo mejor.
Ni
siquiera escuchaba el ruido de las canciones que Sabrae había puesto para que
nadie más oyera lo que estábamos haciendo: estaba tan centrado en ella que
cualquier cosa que no viniera de aquel cuerpo lleno de curvas, esa boca llena
de gemidos y esos ojos atestados de estrellas de placer, se me pasaría por
alto, por muy grande que fuera. Todos mis sentidos estaban centrados en ella;
en ella y en lo que quería, en ella y lo que le gustaba, en ella y lo que más
le apetecía, que en ese momento era yo. Jamás pensé que ser el objeto de deseo
de una chica me fuera a hacer sentir tan importante como me estaba sintiendo
entonces, claro que ninguna chica podía compararse a Sabrae.
Sabrae
me rodeó la parte superior de la espalda con los brazos, y jugueteó con el pelo
de mi nuca. No me di cuenta de que había cerrado los ojos para sentir mejor la
presión de su sexo alrededor del mío hasta que ella se incorporó un poco para
hacer que los abriera a base de besarme los párpados. Cuando la miré, estaba
incluso más espectacular que hacía un par de segundos: su piel brillaba con luz
propia, sus ojos chispeaban felicidad, y en su boca una sonrisa bailaba con una
O que haría de chimenea para sus suspiros.
Me
detuve un instante para que nada me distrajera de lo preciosa que estaba, y
entonces...
… se
mordió el labio y sonrió.
-¿Qué?-pregunté
con un hilo de voz ronca, excitada, pero a la vez tierna y cariñosa. Estaba
echando uno de los mejores polvos de mi vida, y me sentía en paz con todo lo
que me rodeaba. Para mí, lo que estábamos haciendo no era sucio, y mira que el
sexo en ocasiones sí que me lo parecía. Ése era, precisamente, su encanto la
mayoría de las veces.
Negó
despacio con la cabeza, recorriendo mi rostro con sus manos, hundiendo sus
dedos en mi pelo.
-Quería
verte-se excusó, encogiéndose de hombros y volviendo a mordisquearse el labio.
Se le llenaron los ojos de lágrimas-. Es que… no puedo creer que estés aquí.
-Pues
estoy-repliqué, frotando mi nariz con la suya y dándole un beso en los labios-.
Estamos aquí. Juntos. Para siempre,
bombón.
Algo
dentro de ella cambió cuando le dije aquello. Noté cómo toda su energía fluía a
un nuevo lugar, cambiando ligeramente de forma, siendo igual y diferente al
mismo tiempo.
Hay
pocas cosas que sienten mejor que el que te juren amor eterno mientras te hacen
el amor.
Sonrió
y buscó mi mano. Entrelazó sus dedos con los míos y me preguntó:
-¿Me
lo prometes?
-Te
lo prometo-asentí, llevándome nuestras manos unidas a la boca y dándole un beso
en el dorso. Su sonrisa se amplió un poco más, rizándose en su boca, y me rodeó
con sus brazos para atraerme hacia sí. Encajó la cabeza en el hueco que había
entre la mía y mi hombro y soltó un suspiro de satisfacción, con sus dedos
bailando en mi nuca.
Todo
su cuerpo se tensó a mi alrededor: sus brazos, sus manos, su sexo. Y lenta, muy
lentamente, Sabrae se dejó llevar en un dulce orgasmo que hizo que los dos nos
estremeciéramos de pies a cabeza. Puede que no hubiera sido tan intenso como
otros, que no hubiera terminado gritando como lo había hecho otras veces, ni
que le hubiera durado tanto, pero aquel, definitivamente, fue especial.
Porque
era el primero que teníamos estando desnudos.
Porque
era el primero que le hacía tener en su cama.
Y
porque era el primero que no había tenido yo, pero del que había disfrutado
como si lo tuviera. Ni llegando yo mismo conseguiría estar tan orgulloso y
sentirme tan bien, así que simplemente me detuve, busqué su boca y le di un
largo beso, de esos que describes más tarde estirando la palabra como si fuera
un chicle.
Me
encantó el sabor de su sonrisa en mis labios, de su felicidad jugando con mis
papilas gustativas. Me acarició una pierna con el pie mientras sus manos seguían
enredándose en mi pelo, y dejó escapar un grito ahogado de sorpresa cuando yo
me dejé caer con todo mi peso sobre ella, aplastándola durante un instante.
Cuando se echó a reír, me deslicé sobre su cuerpo lo suficiente como para
dejarla respirar, pero no lo bastante como para dejar de estar encima de ella.
Estábamos superpuestos, como dos pegatinas idénticas que se colocaban en la
misma superficie pero con unos centímetros de diferencia para darles sensación
de profundidad.
Esperé
hasta que nuestras respiraciones se hubieron normalizado, jugando con la yema
de los dedos en su piel, dibujando patrones que no tenían sentido para nadie,
ni siquiera para mí. Sabrae recorrió mi hombro y mi bíceps con la mano,
moldeándome como si fuera una figura de cera, y ella un alfarero.
-¿Has
disfrutado?-pregunté por fin, porque quería escuchárselo, porque quería que lo
dijera… y porque quería que supiera que me seguía importando, que me esforzaba,
que nada de lo que nos pasara podría hacer que las cosas entre nosotros cambiaran
hasta el punto de que me diera igual cómo se lo pasara ella durante el sexo.
Aunque todo su cuerpo gritara un “sí” rotundo, quería que me lo dijera. Quería
saber que su mente y su cuerpo estaban en sintonía y que a los dos les había
gustado lo que acabábamos de hacer.
Ella
asintió con la cabeza, y con el brazo que tenía debajo de mi cuerpo, hizo una
pequeña prisión terminada en unos dedos que se dedicaron a hacerme cosquillas
en la nuca.
-Sí-asintió,
acariciando mi nariz con la suya como tantas veces había hecho yo porque quería
demostrarle que estaba ahí, para ella-. Ha sido increíble. Estás inspirado
hoy-sonrió, amorosa, con los ojos llenos hasta arriba de cariño y de ternura. Dios, no me puedo creer que sea para mí para
quien se pone tan guapa.
-Es que tengo una musa
increíble-bromeé, y ella alzó las cejas.
-¿Yo
soy tu musa?
-Sí,
mi diosa de las artes. De todas ellas.
Soltó
una risita y acercó su boca a la mía para que selláramos aquella declaración
con un beso, que se convirtió en un par, que se convirtió en tres, que
evolucionó hasta cuatro, y… bueno. Perdí la cuenta enseguida; no es que uno
pueda ponerse a pensar en números cuando tiene a Sabrae, desnuda, debajo.
Sus dedos se deslizaron por mi espalda, arriba
y abajo, arriba y abajo, tan suavemente que apenas sentía su tacto, pero sí su
cercanía. Me había convertido en un violín gigante, o en un arpa, o en el
instrumento del que manara la música más celestial que uno hubiera escuchado
nunca.
-¿Y a
ti?-preguntó en tono enamorado. Su voz danzó en torno a mis oídos, cayendo en
espiral como lo haría una sirena que vuelve por fin al mar después de una
terrible incursión en tierra. Se mordisqueó la sonrisa mientras sus ojos se
paseaban a sus anchas por mi cara, centrándose más en mi mis ojos y en mis
labios, pero sin desatender al resto de mis facciones.
-Sí.
Me ha encantado. He nacido para esto, bombón-le di un beso en la punta de la
nariz y ella la arrugó.
-¿De
veras? Juraría que no has terminado.
-Sí
que he terminado. ¿No me ves?-respondí, mimoso, acurrucándome un poco más
contra ella. Me habría convertido en una bolita sobre ella de no ser porque así
perderíamos superficie de contacto… y el contacto con su piel era lo que más me
estaba gustando de ese momento post-coito.
-Me
refiero a que no te he notado llegar como sí te lo noto otras veces. Bueno-se
encogió de hombros-. Esta vez ha sido muy diferente a las demás. Puede que sean
imaginaciones mías.
Negué
con la cabeza y sostuve su rostro entre mis manos. Había algo que le
preocupaba, y se lo arrancaría sin miramientos. No quería que nada le hiciera
daño a mi chica preferida en todo el mundo y la historia. Conocía sus
inseguridades, aquellas absurdas inseguridades que tenía, y no permitiría que
ensombrecieran un momento tan bonito como aquel por el que estábamos pasando.
-No,
no son imaginaciones tuyas. Realmente no he llegado a correrme-le pasé el
pulgar por el labio inferior y tiré de él ligeramente, haciendo que, cuando se
perdió el contacto entre mi dedo y su boca, su labio rebotó, jugoso, al
regresar a su sitio-. Pero no importa.
-Por
supuesto que importa-replicó ella, frunciendo el ceño con férrea determinación-. Lo hacemos para eso. Para disfrutar los dos.
Jopé, Al…-lloriqueó, debajo de mí, y yo me eché a reír-. No quiero que yo siga
siendo el centro de atención. Por una vez, me gustaría que lo fueras tú.
-Lo seremos los dos-negocié.
-Pues
por eso. Para eso nos acostamos. Para que disfrutemos los dos.
-No-sentencié-.
Lo hago porque te quiero, y quiero hacerte el amor-sus ojos chispearon y una
sonrisa le asomó la boca-. Yo lo que quiero es estar contigo, disfrutar de ti,
amarte, y estar juntos.
Sabrae
se mordió el labio, sus ojos recorrieron la forma de mi cara, paseándose por mi
mentón como le gustaba pasear los dedos. Se removió debajo de mí, frotándose
contra mi cuerpo, sugerente. A ninguno de los dos se le escapaba que,
técnicamente, nuestros cuerpos seguían unidos.
Por
Dios, si incluso yo seguía excitado, dispuesto a satisfacerla. Aún sentía la
presión de su sexo alrededor del mío, como estaba seguro de que ella sentía a
la inversa. Pero no era eso lo que más me interesaba ahora. La había tenido
rodeándome muchas veces; me la había follado en tantas ocasiones que incluso
había perdido la cuenta.
Sin
embargo, ésta era la primera vez que estaba en la cama de una chica y
consideraba que estuviera en casa. El colchón de la cama de Sabrae eran sus
cimientos; las sábanas, las paredes, y la almohada, el tejado que ahuyentaría
los monstruos del exterior y me dejaría disfrutar de un sueño cómodo, cálido y
reparador.
Por
primera vez en mi vida, el sexo había pasado a ser un aditivo. Era el plus de
tu menú preferido en el restaurante al que siempre ibas, como un descuento
sorpresa que no sabías ni siquiera que estaba en camino. Ibas a pedir lo mismo,
pero de una forma incluso mejor.
Llegar
al orgasmo era secundario por primera vez en mi vida.
Quería
que ella lo supiera. Así que la besé, transmitiéndole una tranquilidad que
jamás pensé que pudiera encontrar con ella, que era la que más me
revolucionaba, la que más había dado la vuelta a todo lo que yo había creído
saber. Me había hecho mirar el mundo desde una nueva perspectiva, y yo estaba
ansioso por demostrarle que, a pesar de todo, sería capaz de plasmar al detalle
todo lo que veía en un cuadro cuyo lienzo se componía de su cuerpo.
Me
incorporé hasta quedar encima de ella, suspendida sobre su cuerpo como el
cierre de un sarcófago, y le besé la frente.
-No
tienes por qué hacer esto más que si te apetece. No me debes nada.
-Está
bien-cedió, asintiendo con la cabeza, pero luego colgó su mano de mi cuello y
empezó a toquetearme la nuca-. Si no es por ti, que sea por mí. Yo también
quiero hacerte el amor, Alec. Quiero ver hasta qué punto puedo volver loco a mi
hombre.
Me
estremecí. Mi hombre. Si me llamaba
así un par de veces más, ni siquiera necesitaría de la fricción del sexo. Me
bastaría con ello para alcanzar las estrellas.
-Dilo
otra vez.
Sabrae
sonrió y alzó la barbilla, altiva. Sus cejas formaron dos arcos perfectos
mientras sus pies se paseaban por mis piernas. Tiró de mí suavemente para
hacerme bajar, y disfrutó del gemido que me arrancó sentir cómo me hundía de
nuevo en su delicioso y húmedo interior. Me rodeó la espalda con los brazos
hasta pegarme a su pecho, y entonces, cuando me tuvo bien cogido por todo lo
que ella deseaba, llevó su boca a mis labios y jadeó:
-Mi
hombre.
Y,
sin previo aviso, Sabrae se aferró a mi cintura y utilizó toda la fuerza de sus
piernas para hacerme caer sobre la cama. Con los pies unidos en torno a mis
caderas aún, Sabrae se las apañó para ponerse encima de mí. Me sacó
deliberadamente de su interior, arqueando la espalda y restregándose contra mí
como si no tuviera nada que perder y mucho que ganar, y cuando su rostro estuvo
frente al mío, con su culo en pompa, mi polla sin nadie que le diera las
atenciones que exigía con palpitaciones, y sus tetas sobre mi torso, con su
piercing arañándome la piel, me provocó:
-Veamos
si le queda algún truquito bajo la manda al fuckboy
original.
Me
reí. ¿Esas teníamos? Si quería que me corriera, no necesitaba recurrir a
recordarme mi pasado y las cosas que había aprendido en otra vida. Bastaba con
que siguiera como estábamos hasta entonces; terminaría acabando, lo juro.
Pero
tengo que admitir que Sabrae poniéndose juguetona y sexy cuando antes había
sido tierna y amorosa había activado una parte oscura de mí. Así que, si quería
fuego, fuego tendría. Si quería al Alec que había sido hasta entonces, el Alec
que le había descubierto un universo de placer que no creía que estuviera a su
alcance, lo tendría.
Puede
que estuviéramos pasando la primera noche juntos y que hubiéramos dado un paso
gigante en nuestra relación, que todo estuviera cambiando, pero... también
nosotros seguíamos siendo los mismos. Yo seguía follándome a Sabrae, Sabrae
seguía follándose a un servidor, de manera que siempre quedaría un retazo de
los que éramos cuando estábamos en el sofá de la discoteca de Jordan.
Además,
¿qué coño? Había venido a disfrutar, ¿no? Pues eso haría. Que yo fuera suyo no
estaba reñido con que siguiera siendo el cabrón de Alec Whitelaw, porque
precisamente ese cabrón había sido el que había conseguido meterse en sus
bragas en primer lugar.
Así
que me dejé caer sobre el colchón, me puse las manos por detrás de la cabeza e,
impregnando mi voz del poder que me dio ver cómo los ojos de Sabrae se iban a
los músculos de mi brazo, respondí:
-Nena,
me quedan todos. A ver si he conseguido enseñarte alguno.
Sabrae
se dejó caer sobre mí, frotó sus tetas contra mi pecho, asegurándose de que eso
me endurecía hasta límites insospechados, y replicó:
-Cariño…
la alumna superó al maestro hace mucho tiempo.
-¿En
estar buena?-respondí, recorriendo su perfil con mis manos: tetas, cintura,
caderas, culo. Le di una palmada en una nalga y Sabrae dejó escapar una
exclamación ahogada antes de echarse a reír. La miré a los ojos y me mordí el
labio-. Quizá la alumna en realidad nunca necesitara aprender del maestro,
después de todo.
-Por
fin te das cuenta-rió, inclinándose hacia mí y dejando que la cortina de su
pelo me hiciera cosquillas en el hombro. Hundí mis dedos en la carne de sus
glúteos y Sabrae gruñó cuando sintió lo que eso le hizo a mi polla.
-Sabrae…
cállate, y conviérteme en tu hombre-la provoqué, y ella no necesitó que se lo
dijera dos veces. Con determinación y una pizca de crueldad, por qué no
decirlo, Sabrae apartó su sexo del mío y se quedó con la espalda arqueada, el
culo lejos de mí, con lo que no podía penetrarla, y se estiró para subir el
volumen de la música. Me eché a reír.
-Scott
va a matarnos como lo despertemos.
-¿Quién
es el que no deja de pensar en mi hermano ahora?
-Estoy
oyendo esto-meneé la mano delante de ella, abriéndola y cerrándola como si
fuera una boca-, cuando querría oír esto: “oh, sí, Alec, más, más”.
Sabrae
rió, planeó sobre mi cuerpo y respondió contra mis labios:
-O me
estoy callada y te convierto en mi hombre, o no dejo de gemir y de pedirte que
sigas.
Ambos
nos sonreímos. Me encantaba picarla cuando la tensión sexual que había entre
nosotros podía cortarse con cuchillo, pero también me encantaba picarla cuando
ya habíamos terminado con ella y sólo follábamos porque… bueno… éramos un par
de animales salidos que no podían controlarse.
Y
esos animales iban a hacer mucho, mucho ruido.
Así
que yo mismo alcancé el altavoz y giré la rueda del volumen para subirlo un
poco más.
-¿Tienes
pensado quedarte sin voz?-preguntó ella, y yo le acaricié las nalgas, bajé por
la raja de su culo hasta que me encontré con ese rinconcito rizado y mojado en
el que tanto me gustaba meterme: ya fuera la boca, las manos o la polla. Me
daba igual, todo con tal de que pudiera meterlo.
-Depende
de cómo vayas a follarme.
Sabrae rió entre dientes. Mi sonido preferido
en el mundo, tío. Sólo por detrás de sus gemidos cuando le estoy echando el
polvo del siglo, claro.
-Pues…
así-respondió, y la tía se dedicó a fregar el suelo con mi reputación de
vividor. Sin miramientos pero sí con muchas miradas, Sabrae se frotó contra mi
torso, su entrepierna paseándose por mi anatomía, disfrutando de cada uno de
los ángulos que me componían, hasta que por fin dio con lo que deseaba: mi
erección. Cuando intenté agarrármela para poder conducirla mejor a su interior,
Sabrae me cogió las manos y me las puso sobre la cabeza, sujetándome las muñecas
unidas como si fuera un delincuente-. Perdona, ¿me he explicado mal? Yo te voy
a follar a ti, y no al revés.
-Haz
lo que quieras conmigo, nena.
-Eso
tenía pensado-asintió, mordiéndose el labio y echándose hacia atrás, de forma
que ensartara mi polla en su interior. Sabrae asintió con la cabeza, cerró los ojos, y empezó a
moverse. Se apartó el pelo de la cara y balanceó las caderas de un lado a otro,
mientras yo me retorcía debajo de ella, embistiéndola y follándomela mientras
ella me montaba como si fuera un potrillo salvaje que necesita mucha
disciplina, y también mano dura.
Llevé
mis manos a sus caderas y Sabrae abrió los ojos y me miró.
-Si
no quieres que te toque, nena-rezongué, acariciándole las caderas y dándole
otra palmada en la nalga. Jamás lo habíamos hablado, pero Sabrae me parecía del
tipo de chica que se pone cachondísima cuando le dices guarrerías mientras
folláis y también te atreves a soltar un poco la mano con ella. Lo había puesto
en práctica un par de veces durante nuestros polvos, y nunca había protestado,
así que yo había decidido encajarla en aquel grupo de chicas que se
autodenominaban “damas en la calle y perras en la cama”.
Pero
fue esa noche cuando se confirmaron mis sospechas. Cuando le di la nalgada,
Sabrae se estremeció entera, cerró ligeramente las piernas, e incluso se aferró
de una forma primitiva, animal, instintiva, a mi polla. Le encantaba que
hiciera eso, pero era orgullosa y no me lo diría, al menos no de momento.
Suerte
que yo la conociera como la palma de mi mano y fuera lo bastante listo como
para saber la inmensa suerte que tenía: no sólo había encontrado a una diosa
del sexo, sino también del amor. Una diosa que estaba buscando a su complemento
mortal. La diosa de dioses, la diosa absoluta. Y yo conocía lo suficiente la
mitología griega como para saber que el que yo fuera un dios del sexo no estaba
reñido con que ella también lo fuera.
Podríamos
ser dioses juntos. Podría enseñarme a complementarme. Y podría dejarme
adorarla, porque estaba claro que yo no tenía nada que Sabrae no tuviera ya.
Sería su reflejo en el espejo, su imagen en la superficie de un lago boreal.
-Ni
en sueños renuncio yo a tus manos-replicó, llevándose las suyas a sus caderas y
desincrustando mis dedos de su piel-. Aunque se me ocurre algo más útil que
puedes hacer con ellas.
Y las
puso sobre sus tetas. Sabrae me guiñó un ojo y me sonrió al ver mi expresión.
¿Pensaba
que la dejaría ganar? Ni de broma.
Cometió
un tremendo error guiándome por su cuerpo y haciéndome ver qué era lo que quería,
porque si había algo de lo que yo me enorgulleciera era, precisamente, de mi
capacidad de adivinar lo que les gustaba a las chicas incluso cuando ellas no
lo sabían. Y, cuando tienes esa habilidad, te es tremendamente fácil conseguir
darles la vuelta a las tornas, como también terminé haciendo con ella.
A
pesar de que Sabrae se estaba esforzando en conseguir que me corriera, yo
estaba demasiado concentrado en hacer que ella llegara de nuevo al orgasmo como
para perder aquella partida improvisada en la que perdía el primero en acabar.
No me malinterpretes: por supuesto que estaba gozando con todo lo que hacíamos;
me estaba poniendo a mil, y estaba disfrutando como un cabrón, pero correrme
ahora no era mi prioridad. Y yo soy un tío de prioridades. Créeme, si tu
reputación de amante te precede y las chicas acuden a ti sin tener que ir tú a
ellas cuando normalmente es al revés, es porque eres un maestro ordenando prioridades. Y no había nadie con mi reputación,
así que no hace falta que te una los puntos, ¿no?
Si
hay algo que una chica valora por encima del tamaño de tu polla y la maña que
tienes con ella, es tu capacidad para poner su placer por delante del tuyo. No
me costó hacerlo una vez más, especialmente ahora que estaba con una chica que
me importaba como no lo había hecho ninguna otra. Mientras Sabrae me empujaba
por aquella escalera hacia el cielo, yo la estaba haciendo subir en ascensor.
Le magreé las tetas todo lo que quise, tiré de ella para que se me pusiera a
tiro y así poder besarla, junté nuestros labios y nuestras lenguas mientras la
llenaba y ella me hacía llenarla, y de nuevo, la senté sobre mi entrepierna y
la dejé hacer. Gruñí, gemí, le pedí que siguiera igual que ella hacía conmigo;
resultó que éramos de los que se excitan escuchando a su pareja desinhibirse, y
pronto Sabrae se retorcía y gritaba y me mordía los dedos cuando yo le tapé la
boca para no despertar a su familia.
Toda
ella vibró como lo hacen las bombas de las películas un segundo antes de
explotar. Su cuerpo atravesó las turbulencias propias de un banco de nubes
particularmente espeso, y al fin llegó a la luz del sol. Se apoyó en mis
rodillas, haciéndome cosquillas con el pelo que le caía de la cabeza, y una
sonrisa boba le cruzó el rostro.
-Qué
interesante-murmuré, poniendo una mano detrás de mi cabeza mientras la otra
jugueteaba con la piel alrededor de su ombligo, y Sabrae abrió un ojo-. Creía
que estábamos follando porque tú te habías corrido y yo no, así que,
técnicamente, me deberías un orgasmo-me froté la mandíbula-, pero ahora resulta
que tampoco he acabado y tú ya has tenido otro. Así que… ya me debes dos-le
guiñé un ojo, incorporándome hasta quedar apoyado sobre mis codos, y Sabrae
sacudió la cabeza.
-Oh,
maldito cabrón…-gruñó, empujándome y volviendo a la carga. Me eché a reír
cuando sentí la rabia con la que me estaba follando: ya no lo hacía por su
placer, sino por el mío, pero también había una parte de ella que quería
castigarme por mi ocurrencia. ¿Estaba llevando la cuenta de sus orgasmos?,
parecía pensar, lo cual parecía molestarle. Por
supuesto, bombón, me habría gustado decirle, y lo habría hecho si ella me
hubiera dejado, no seré un genio de la
contabilidad, pero con los orgasmos que tienes por mi culpa estoy dispuesto a
hacer una excepción.
Me
pareció incluso divertido su forma de moverse, la verdad. Lo estaba haciendo
genial, con rabia y con pasión, pero yo no sería un buen novio (aunque en
funciones) si hubiera hecho que se sintiera mejor. Además, no picarla no era mi
estilo, y ahora que parecía estar a la que saltaba, se me estaba presentando
una oportunidad de oro que no iba a desaprovechar.
Tardé
en darme cuenta de que no lo estaba haciendo de forma más rápida que antes
porque quisiera quitarme de en medio, sino porque seguía el ritmo de la música.
No fue hasta que no empezó una canción más acelerada que las demás cuando me
percaté de que las caderas de Sabrae seguían el golpeteo rítmico de los bajos
de las canciones que iban sonando, y los
cambios en sus movimientos se acompasaban a los cambios en la melodía
que llenaba la habitación. Puede que no estuviera tan centrado en mí, después
de todo, y sí que ella hubiera conseguido hipnotizarme en cierto sentido, si no
me había dado cuenta de eso porque había estado demasiado ocupado disfrutando
de la sensación de mi sexo en el suyo, su cuerpo sobre el mío, su aliento
rodeándome y las perlas de sudor que ya sentía deslizarse por mi abdomen y por
debajo de sus pechos.
-Guau,
me encanta este puente-bromeé cuando Nick Jonas cambió radicalmente el ritmo de
su canción en Champagne problems. Sabrae
se detuvo y me miró con ojos como platos, estupefacta.
-¿De
verdad estás pasando de mí para escuchar la música?
-Venga,
nena, ¡tú también la estás escuchando!
-¡Eso
no es verdad!
-¡Estás
follando al mismo ritmo que la música!
-¡Pero
no lo hago a posta! Es como cuando estás cocinando y te pones música, ¡terminas
batiendo al mismo ritmo! Dios mío, Alec…-bufó, sacudiendo la cabeza-. No puedo
creer que Nick capte mejor tu atención que yo.
-Te
estaba tomando el pelo, Saab-ronroneé como un gatito y le acaricié la parte
dura de su cadera, donde se notaba ligeramente la pelvis, con los pulgares.
Puso los ojos en blanco.
-¿Me
estoy poniendo pesada?
-¿Qué?
-Con
el sexo. Sé sincero. A veces me pongo pesada, ¿crees que me lo estoy poniendo
ahora?
-¿A
qué viene eso? Espera, ¿crees que no estoy disfrutando porque… porque he
escuchado la canción?-me incorporé y ella torció la boca, sin querer mirarme-.
Eh. Saab. Mírame. Nos prometimos sinceridad-la tomé de la mandíbula y busqué su
mirada con la mía-. Fue hace mucho, pero mis promesas no caducan. Se hacen más
fuertes. ¿A qué ha venido eso?
-Después
de todo lo que ha pasado, yo… no quiero hacer nada que te moleste-musitó,
dócil-. Te he echado demasiado de menos.
-Y no
has hecho nada que me moleste. Para nada. Mira, ha sido una gilipollez, para
relajar el ambiente. ¿Cómo puedes pensar que no me gusta que tengamos sexo?
Simplemente me pareció que te estabas acelerando un poco, y cuando me he dado
cuenta de que era por la música, pues… pensé en decir eso para ver si te habías
dado cuenta. No quería molestarte, ni que te rayaras, bombón-froté mi nariz con
la suya y ella me acarició los hombros.
-¿Me
estaba acelerando?
-Un
poco.
-¿Y
te gustaba?
-Bueno…
me gustaba más antes, la verdad. Cuando te corriste tú. Ese ritmo era el
perfecto. Llevas un rato que pareces una máquina de extracción de huesos de
aceituna-Sabrae abrió los ojos, impactada-. Claro que serías la máquina de
extracción de huesos de aceituna más guapa de la historia-me apresuré a añadir,
y Sabrae se echó a reír.
-No
puedo que acabes de compararme con un artefacto de ingeniería industrial.
Me
encogí de hombros, cerré los ojos y me mordí la lengua, arrugando la nariz.
-Es
que soy una caja de sorpresas.
-Pero,
entonces, ¿lo estabas disfrutando, o quieres que paremos?
-¿En
serio me estás preguntando si me gusta cómo follamos? El sexo contigo es mi
segunda cosa favorita en el mundo.
-¿Y
cuál es la primera?-preguntó con inocencia.
-Verte
sonreír.
Sabrae
se mordió el labio, luchando contra sus reflejos.
-Vamos,
vamos, nena-canturreé-, no te resistas, hazme feliz.
Sabrae
se echó a reír, sonrió y me tumbó debajo de ella. Me cubrió de besos por el
pecho, volvió a meterme en su interior, y empezó a moverse, primero despacio, luego,
cogiendo velocidad, hasta llegar a un ritmo que podría haberme vuelto loco, con
canciones un poco menos caóticas pero también movidas.
No
nos duró mucho la fiesta, porque justo cuando yo estaba a punto de correrme, y
ella rozaba un tercer orgasmo, la música cambió. Una U larga y suspirada llenó
la habitación, y yo di un brinco al escucharla. Sinceramente, no me la
esperaba: habíamos tenido suerte y, si había canciones lentas en el disco, no
nos habían tocado aún. Pero, claro, cuanto más tiempo pasaba, más difícil era
que no nos encontráramos con una; otra cosa era que no fuera a sorprenderme que
Nick Jonas me bufara en la oreja.
Sabrae
gruñó, exhaló un sonoro suspiro y se estiró para tratar de cambiar la canción,
para lo cual, casi me extrae de su interior.
No.
No. No, no, no, no.
No
quería salir de ella. No podía salir de ella ahora. Se me rompería el corazón.
Estaba casi al borde.
Así
que me incorporé y la rodeé por la cintura, alejándola del altavoz. Puede que
me hubiera sorprendido, pero ahora que lo pensaba en frío, la canción era
perfecta. No había demasiados instrumentos, sólo la voz del cantante y un
ligero acompañamiento que no la ensombrecía. Era una balada en toda regla, un
remanso de paz en una discoteca, como salir fuera a que te dé un poco el aire.
Se
trataba de la canción perfecta para hacer el amor en lugar de follar.
-No
te vayas. Por favor-le besé los pechos y Sabrae me acarició la mejilla con el
dorso de la mano.
-Pero…
es lenta.
-No
me importa. Dijiste que ibas a hacerme el amor. Házmelo.
La
besé en los labios e hice amago de tumbarme, pero ella me lo impidió.
-No. Unhinged es mi canción preferida de este
disco. Quiero hacerlo contigo a la misma altura que yo mientras está sonando.
Como iguales.
Me
callé que no podíamos ser iguales mientras yo la adorara así, porque sabía que
no era verdad. No del todo. Ella me adoraba de la misma forma que lo hacía yo.
Así que asentí con la cabeza, rodeé su cuerpo con mis brazos, y empecé a
besarla mientras continuaba la canción. Ella movió las caderas en una cadencia
lenta y suave, llena de amor, mientras nuestras bocas no dejaban de
encontrarse.
Saab
consiguió que dos posturas que yo siempre había considerado sobrevaloradas
subieran en mi escala de preferencias hasta entrar en las 3 primeras: el
misionero y sentados. Donde otras chicas las volvían excitantes por la fricción
de tanta piel, Sabrae las convirtió en sensuales e íntimas: cuanto más cerca
estábamos, más podíamos acariciarnos y besarnos. Mejor podíamos hacer el amor.
Siempre había tenido miedo de hacerlo sentada con un
chico. En todo internet se decía que estaba genial, que posturas como la de la
amazona eran geniales si las hacías con alguien con quien tuvieras muchísima
confianza y con el que pudieras disfrutar, y yo siempre había creído que
aquello no eran más que cuentos de mujeres que estaban tan enamoradas de sus
novios que no veían más allá de lo poco práctico que parecía estar con los
cuerpos enredados, tan cerca el uno del otro que apenas podíais tontear
mientras lo hacíais.
Hasta
que, claro, lo probé con Alec. Ya lo habíamos hecho más veces en posturas
parecidas, pero siempre había sido porque no nos quedaba más remedio, pero
ahora que podíamos elegir y aun así volvíamos a nuestros orígenes, yo me daba
cuenta de la verdad que puede haber en las palabras de una chica tremendamente
enamorada de su novio, y lo hacía porque yo estaba tremendamente enamorada de
Alec. Lo notaba en mi cuerpo, en la forma en que se adaptaba a él, celebrando
cómo se había incorporado para tenerme sentada sobre sus muslos, impidiendo que
me cayera con sus rodillas, y en cómo le gustaba que mis pies le acariciaran la
parte baja de la espalda mientras me movía con él dentro, saboreando hasta el
último centímetro de contacto que había entre nosotros.
Lo
notaba en mis labios, en cómo se curvaban en una sonrisa que le mostraba todos
mis dientes a su boca, para que él los mordiera si le apetecía, con cada
movimiento de nuestros cuerpos.
Lo
notaba en la forma en que mis senos festejaban el contacto de sus manos, que me
acariciaban como el alfarero que se esmera en su figura maestra hecha de
arcilla.
Lo
notaba en mis dedos, en la manera en que se enredaban en su pelo, aprovechando
que tenía los codos en sus hombros, con mis brazos haciendo de marco al precioso
cuadro que era su cara.
Y lo
notaba en mis ojos, que se reflejaban en los suyos, dos universos llenos de
estrellas a punto de fusionarse sin ninguna violencia; no era un choque, sino
una fundición. Nadie moriría en aquel encuentro, sino que todo lo que nos
componía tendría ahora el espacio extra del cuerpo del otro para expandirse y
rellenar los huecos vacíos.
Me
encantaba follarme a Alec en un sofá, montarlo como si fuera un potro salvaje y
yo una amazona ansiosa de domarlo, pero hacer el amor con él en mi cama, con
nuestros cuerpos unidos como dos enredaderas que se apoyan la una a la otra
para ascender hacia el sol.
La
música suave de Unhinged seguía
sonando en el altavoz, pero yo ya apenas la escuchaba. Estaba demasiado
ensimismada con lo precioso y perfecto que me parecía Alec como para percibir
nada que no fuera él, directa o indirectamente. El mundo podría haberse
desmoronado alrededor de nosotros, que yo seguiría encandilada en la burbuja en
la que él me había metido con la tierna pasión que transmitía su cuerpo.
Tenía
la certeza de que estaba en el momento y el lugar indicados, haciendo
exactamente lo que debía hacer con la única persona que podría llamar mía hasta
el fin de mis días, la única persona que podría reclamarme como suya. Le estaba
haciendo el amor al único hombre que podía hacer que fuera a contar mis
experiencias en internet y decir que sí, efectivamente, aquellas posturas
estaban mejor porque estabais más cerca, más unidos, y había mucha más
intimidad en el contacto que en la distancia, por mucho que os mirarais a los
ojos mientras él se ponía encima de ti y te poseía.
Sentí
cómo la primavera florecía dentro de mí y se expandía a marchas forzadas,
haciendo que mi piel brillara, sensible, y mis muslos se contrajeran en el
paraíso que Alec estaba ayudándome a crear. Sin él, yo tenía un huerto, un
terreno fértil en el que no crecía nada; pero, cuando estábamos juntos, Alec y
yo creábamos un jardín en nuestros cuerpos, con plantas de todos los colores y
formas, venidas de los rincones más exóticos del mundo. Él era las semillas y
las flores, verano de siembra y primavera de florecimiento, lluvia y sol al
mismo tiempo.
Sol.
Mi sol. Mi precioso sol, al que había recuperado después de unas semanas
horribles a la intemperie, con tormentas revolviéndome el espíritu, calándome
hasta los huesos, helándome y haciendo que me perdiera en la oscuridad. Él me
transmitía luz, calor y amor a partes iguales, entremezclados de una forma que
yo nunca pensé que podrían unirse cosas tan diferentes, aristas de lo mismo.
Hundí
la cara en el hueco entre su cuello y su hombro e inhalé el aroma que
desprendía su piel: a hombre, a protección, a sexo, a seguridad, y a amor,
mezclado con la esencia característica de él: loción para el afeitado, lavanda,
pasta de dientes, y una composición química que tardaría toda la vida en
identificar, a la que terminaría refiriéndome mentalmente como “esencia de
Alec” porque no podría definir con palabras el olor que desprendía su cuerpo de
forma natural, parecido a nada que hubiera probado antes.
Alec
respondió haciendo lo mismo que yo: su rostro buscó el hueco que mi cuello
formaba en la unión con mi hombro, inhaló profundamente con los ojos cerrados,
y dejó escapar un suspiro de satisfacción, haciéndome cosquillas en la piel de
la clavícula. Me dio un beso en aquella esquina y sonrió para sus adentros
cuando yo le imité.
Sus
manos se deslizaron por mi espalda hasta llegar a mi cintura. Me separó de él
para poder echarle un vistazo a mi rostro, y cuando lo tuve frente a frente, me
puso las manos en la mandíbula y me acarició las mejillas con el pulgar. Sus
ojos bailaron por mi mirada.
-Eres
preciosa.
-Y
tú, Al-respondí, jugando con los rizos que se le formaban en la nuca-. Eres
genial. Me apeteces como no me ha apetecido ningún otro-sonreí, moviéndome en
círculos en torno a él, haciendo que se acercara al clímax, haciendo que yo me
acercara también-. Y eres el único que haga que desee ser suya. El único-le
tomé una mano por la muñeca y lo miré con intensidad, y él sonrió. Me rodeó la
cintura con el brazo que tenía libre y tiró de mí para pegarme a él, tanto que
casi rompe nuestra unión, pero a ninguno nos importó. Lo que estábamos
experimentando trascendía lo físico, lo espiritual, lo emocional… lo trascendía
todo. Estaba ayudándome a entrar en un plano astral que jamás había sido
explorado antes.
-Dilo
otra vez-me provocó, sonriendo-. Que eres mía.
Sonreí.
-Me
apeteces.
Alec
rió por lo bajo.
-Jamás
me darás lo que yo quiero, ¿eh?
-¿Lo
que tú quieres no soy yo? Porque eso te estoy dando: a mí misma.
-Cómo
no vas a ser tú-chasqueó la lengua y negó con la cabeza-, si eres lo único que
existe.
Mi
sonrisa se hizo un poco más amplia y le besé los labios.
-Córrete
para mí, Al. Córrete conmigo.
Siempre
haría lo que yo le pidiera, siempre. Si le pedía la luna, me la bajaría del
cielo. Si le pedía las estrellas, las arrancaría una por una del techo en el
que estaban incrustadas. Si le pedía el sol, se quemaría trayéndomelo. Y si le
pedía su corazón, me lo entregaría sin miramientos, porque eso es lo que haces
cuando estás enamorado.
Su
orgasmo no fue una excepción a aquella regla preciosa que acababa de descubrir.
Se dejó llevar en un orgasmo dulce, calmado pero tan satisfactorio como los
otros que yo le había dado, y lo entremezcló con el mío. Nos corrimos a la vez,
sin dejar de movernos despacio por el placer del otro y no del nuestro, y
cuando terminamos, yo mucho después que él gracias a la madre naturaleza,
seguimos sentados el uno en torno al otro, mirándonos a los ojos y sonriendo
como bobos. Me dolían las mejillas de tanto sonreír, pero ni aunque se me
quedaran insensibles lograría dejar de hacerlo. Estaba tan feliz… jamás me
había sentido tan en paz conmigo misma y en conexión con las cosas buenas que
me rodeaban, que eran una infinidad.
Mis
manos seguían las líneas de los músculos de su espalda, que parecían torrentes
excavados por las estaciones lluviosas durante millones de años. Me encantaba
aquella espalda, lo fuerte que era y a la vez con cuánto cariño podía protegerte.
-Me
encanta tu espalda-ronroneé como una gatita, y él sonrió, siguiendo la línea de
mi columna vertebral.
-Y a
mí la tuya, bombón.
-Y tu
pecho-añadí, acurrucándome contra él, apoyando la cabeza en su hombro y el
costado en su pecho y soltando un profundo suspiro. Él se echó a reír.
-Yo
podría decir lo mismo del tuyo-respondió, besándome la mano-. Encajamos bien,
¿no te parece?
Asentí
con la cabeza, jugueteando con sus dedos.
-Empezamos
con mal pie, pero nos hemos cogido la medida por fin.
-Eso
sólo fueron nervios, bombón-me besó la cabeza y yo sonreí. Levanté la mirada y
me encontré con su boca, a la que no me pude resistir. Volví a colocarme de
forma que estuviera frente a él, y él sonrió cuando mi cuerpo empezó a
responder a sus besos con más insistencia, aferrándose a cada milímetro de su
piel como si fuera un salvavidas. Me sorprendió que esa noche fuera yo quien
tomaba la iniciativa, cuando normalmente Alec se aceleraba y se veía obligado a
frenarse constantemente por culpa de que, a veces, iba demasiado rápido para
mí. Parecíamos el ying y el yang,
complementándonos hasta formar siempre un todo perfecto. El universo al
completo éramos nosotros dos.
Tenía
sus manos en mis caderas. Le acaricié los dedos y fui subiendo por sus brazos,
en una trayectoria que me encantaba, hasta que finalmente llegué a sus hombros.
Le acaricié aquellos músculos tan fuertes y bien definidos, pero no tan
abultados que me causaran rechazo: Alec estaba en perfecto equilibrio entre el
músculo y la fibra, como los chicos que veía en el gimnasio con más nivel que
los que no tenían una rutina fija pero que no estaban tan mazados que
parecieran aspirantes a deportistas de élite. Era perfecto, absolutamente
perfecto.
Y esa
noche, era todo mío.
Apoyé
la cabeza de nuevo en su hombro, la que decidí que sería mi almohada favorita a
partir de entonces, y seguí las líneas de las venas del brazo contrario con la
yema de los dedos. Sus ojos no se apartaban de mí ni de mis curvas,
escaneándome como un láser al que le entregan una vasija hallada en una
excavación arqueológica y que tiene que documentar urgentemente. Era curioso el
contraste que mi piel morena tenía con la suya, también besada por el sol, pero
no con el mismo tono de cacao. Me recordaba a la crema de cacao de varios
sabores, chocolate puro y chocolate blanco, algo que nunca me había
entusiasmado hasta que la comparé con Alec y conmigo.
Y
entonces, empezó a gustarme.
-Amo
tu piel, Sabrae-espetó él de repente, y yo sonreí-. Es preciosa. Quiero casarme
con ella.
-Pues
vamos en pack-bromeé.
-Pues
te soportaré con tal de verla todos los días-me dio un beso en la frente y yo
me sentí derretirme entre sus brazos.
-A mí
también me gusta mi piel-a pesar de que no compartía tono con mi familia, en
cierto sentido era también mi sello de identidad. Puede que en ocasiones me
recordara que mis orígenes eran diferentes, pero la gran mayoría de las veces
me hacía sentir especial en lugar de fuera de lugar. Hacía que recordara que me
habían elegido, que no había sido un golpe de suerte sino un triunfo buscado.
-Normal-sentenció
él-. Parece hecha de oro y chocolate. Mira cómo brillas. Joder, eres
preciosa-bufó-, me pasaría la vida besándose esta piel de chocolate tuya.
-Yo
me pasaría la vida dejando que me la besaras-ronroneé de nuevo, regodeándome en
mi ensoñación de Alec besándome cada centímetro de mi piel, haciendo que me
volviera absolutamente loca, en todos los sentidos en que un hombre puede
volver loca a una mujer.
-Y el
cáliz entre tus muslos-casi gimió, acariciándome los glúteos unidos sobre su
regazo, ahora que me había sentado de lado sobre él para poder dejar que me
recogiera como a un cachorrito-. Uf.
-¿Qué
cáliz?-me eché a reír suavemente-. Es mi sexo-le recordé, dándole un
mordisquito por debajo de la mandíbula. Alec no me tenía acostumbrada a hablar
así. La metafórica y poética de la relación era yo. Él era… distinto. Hacía de
las palabras más simples pura magia, pero también era más explícito que yo.
Me
estaba encantando aquel cambio en él. Me demostraba que las cosas estaban
llegando a un nuevo nivel.
-Eres
deliciosa. Si sólo pudiera probar un sabor durante el resto de mi vida y me
dieran a elegir, te elegiría a ti sin pensármelo dos veces.
-¡Alec,
para!-me eché a reír-. Me vas a poner roja. Basta.
-Tengo
que decírtelo-respondió, incorporándose un poco y mirándome desde arriba, como
un dios mira a su más fiel servidora cuando ésta se ha equivocado en algún
rito: con cierta severidad, pero también con mucho amor y gratitud-. Eres
deliciosa. El alcohol es mierda a tu lado, y mira la cantidad de alcohólicos
que hay. Sabes tan bien, Sabrae… eres el éter de los dioses del que tanto
hablan en Grecia. ¿Seguro que eres mortal?
Sonreí.
¿Me estaba llamando lo que creía que me estaba llamando? Él me hacía sentir
como una diosa cuando estábamos juntos; concretamente, como la diosa del sexo
si me quitaba la ropa. Pero una cosa era que me lo hiciera sentir, y otra que
me lo llamara. Eso lo hacía más real.
-Nadie
tiene constancia de que haya nacido de una humana, puede que haya decidido
materializarme en la tierra así, sin más-me encogí de hombros, restándole
importancia.
-O
puede que hayas nacido de una flor-cogió mi mano y jugueteó con mis dedos entre
los suyos-. Quizá un día, la flor más bonita del mundo se abrió y tú saliste de
ella, como los abejorros cuando se quedan dormidos durante la noche dentro de
sus pétalos.
Me
eché a reír.
-¿Qué
te pasa esta noche, Shakespeare? Voy a empezar a pensar que te traías el
discurso preparado.
Alec
sonrió.
-He
estado leyendo sonetos de amor para poder recitártelos, y ya sabes que odio
leer.
-Me
quieres mucho-reí.
-¿Y
tú a mí?-preguntó él con intensidad, pero no pudo ocultar su sonrisa durante
mucho más tiempo.
Sonreí,
me colgué de su cuello, arrugué la nariz y negué con la cabeza. Él puso los
ojos en blanco.
-Sí,
ya-pero me dejó darle un beso para sellar mi broma. Nos enrollamos un poco
antes de que yo me separara de él y lo llamara por su diminutivo, algo que le
encantaba-. ¿Mm?
-A mí
también me encanta tu cuerpo. Le haría el amor toda la noche.
Me
adoré a mí misma por ser capaz de poner en sus labios sonrisas tan bonitas como
la que esbozó entonces.
-Pues…
no voy a ser yo quien incumpla uno de tus deseos, divinidad.
Me
agarró de las caderas y me tumbó debajo de él, haciendo que soltara un chillido
peligroso, pues la música ya se había acabado y no quedaba nada que pudiera
tapar nuestros ruidos. A pesar de que sonrió mientras me besaba el escuchar el
sonido que salió de mi boca, yo me las apañé para mirar hacia lo que para mí
era arriba, donde mi móvil descansaba sobre la pequeña plataforma de altavoces,
al lado del reloj de la mesilla de noche. Me sorprendió lo tarde que era, lo
rápido que había pasado el tiempo estando juntos. Detesté el andar de aquellas
agujas, que parecían reírse de mí mientras iban picando poco a poco la montaña
que era nuestra primera noche juntos.
El
tiempo era lo que todo el mundo más deseaba y a la vez más odiaba. Cuando
estabas con alguien a quien querías, necesitabas tener tiempo juntos, y éste
parecía burlarse de ti pasando a toda velocidad. Y, cada vez que os separabais
y le poníais una fecha de caducidad a vuestra soledad, éste decidía alagarse y
alargarse y alargarse y alargarse. Cuando estábamos juntos, odiábamos el andar
de las manecillas del reloj.
Y
cuando estábamos separados, nos encantaba que caminaran, aunque jamás lo hacían
a la velocidad que queríamos.
Ni
siquiera un niño consentido y malcriado era tan caprichoso como el tiempo.
Noté que estaba distraída por la forma en que comenzó a
acariciarme el pelo, como lo hacía siempre que su cabeza estaba en otra parte,
pero su cuerpo aún seguía registrando la presencia del mío. Terminé de besarle
los pechos, poniendo más atención en el que no tenía el piercing (me había
pasado un poco en eso de discriminarlo porque no tenía ningún adorno) y la miré
desde abajo. Tenía mis manos en sus caderas, y podría haber bebido de ella si
quisiera, pero no podía dejar escapar la oportunidad de mirarla. Me encantaba
cuando toda su atención estaba centrada en mí, pero también cuando no me hacía
el menor caso. Era una sensación rara, esa de sentirla a gusto conmigo hasta el
punto de que se ponía a divagar silenciosamente, abriendo puertas y ventanas de
un castillo tan inmenso como el mismo mundo en el que vivíamos.
-¿En
qué piensas?-pregunté, besándole la tripa, observando los contornos de su
figura contra la luz de la mesilla de noche, que habíamos encendido durante nuestro
primer polvo, cuando todavía no podía creerme que estuviéramos desnudos y en su
cama y necesitara toda la luz posible para verla.
Sabrae
tragó saliva, la curva de su mandíbula cambiando con la acción de su cuello.
-En
el tiempo. En lo rápido que se me están pasando estas horas y lo despacio que
iban cuando no estábamos juntos. ¿No te parece increíble?-preguntó, mirándome
desde arriba, con unos ojos brillantes por el sexo y la felicidad que yo (sí,
¡yo!) había puesto en ellos. Sonreí y le di un beso en la tripa.
-Me
halaga que me digas que el tiempo se te pasa rápido cuando estoy contigo, Saab.
Eso quiere decir que estoy haciendo algo bien.
Sabrae
puso los ojos en blanco y se incorporó un poco. Intenté no mirar su busto, pero
fracasé estrepitosamente, aunque creo que no le molestó demasiado que se me
fuera la vista.
-¿No
te parece muy injusto? El tiempo es muy poco fiable. Debería ser un poco más…
no sé. Considerado-decidió, abrazándose a sí misma y mirando el reloj de su
mesilla de noche-. Hace apenas dos días, me pasaba las noches en vela pensando
en lo que estarías haciendo…
-Yo
también me las pasaba pensando en ti.
-… y
se me hacían larguísimas, y ahora que sé dónde estás y con quién, es como si
todo se hubiera acelerado cien veces. O doscientas. O incluso mil. No es
justo-hizo un puchero y yo me eché a reír, atrayéndola hacia mí.
-Puede
que así sea como aprendemos a valorar a las personas.
Se me
quedó mirando con gesto soñador, acariciándome el mentón con la yema de los
dedos, siguiendo las líneas de mi mandíbula con los ojos.
-Supongo
que tienes razón, ¿no? Cuanto más quieres a una persona, más cambia el tiempo
dependiendo de si estás o no con ella.
-¿Te
me acabas de declarar?-bromeé, riéndome, y ella se unió a mis carcajadas y
pronto se acercó a mí para pedirme un beso sin palabras. Se lo concedí; ése, y
muchos después, a modo de propina, porque se estaba portando genial conmigo y
me estaba dejando portarme genial con ella, y ser buenos era algo que debíamos
celebrar. Le rodeé la cintura con las manos y bajé por sus muslos, pero ella no
terminaba de separar las piernas, señal que yo interpreté como que estaba
cansada y quería disfrutar un poco de simplemente estar juntos, y no sólo del
sexo. Necesitábamos volver a ser un par de individuos compartiendo un momento y
lugar, con todo lo que eso implicaba: que pudiéramos volver a nuestros cuerpos
y sentir las emociones que el otro nos despertaba.
-Ya
que estás filosófica… creo que es hora de que paremos un ratito.
Sabrae
se mordió el labio.
-He
cortado el rollo, ¿verdad?
-Un
poco-le pellizqué la nariz y ella hizo una mueca-. Pero no pasa nada. Así
podemos evitar quemarnos. Que ésta sea la primera noche no quiere decir que
también deba ser la última-le guiñé un ojo y ella rió y asintió con la cabeza.
Me rodeó los hombros con los brazos, volvió a inclinarse a darme un beso, y yo
me dejé hacer. ¿Cómo iba a resistirme a ella, la criatura más hermosa que se
hubiera creado jamás?
Su
lengua se volvió más insistente, sus labios más atrevidos, y sus manos, más
descaradas, pero yo estaba como en trance. No dejaba de pensar en lo que me
había dicho, en lo poderosa que era con respecto a mí. Me tenía en la palma de
la mano y yo no hacía más que volverme más y más vulnerable, para que me
moldeara como quisiera, entregándole lo único que tenía realmente: mi tiempo y
mi cuerpo. Quería pasar la noche con ella, en el sentido más amplio de la
palabra: quería hacerle el amor, cosa que ya había sucedido; quería tumbarme a
hablar de la vida con ella, y también quería dormirme con su pelo haciéndome
cosquillas en la cara.
Ya
habíamos hecho lo primero, así que nos quedaban dos cosas pendientes.
-Saab.
Eh. Saab. ¿Te apetece hacerlo un poco más?-le pregunté directamente, y ella me
miró como si estuviera borracha, tratando de enfocarme. Se estaba dejando
llevar por lo que su cuerpo le pedía que
hiciera, pero la notaba cansada en lo más profundo de sus movimientos. Habían
sido unas semanas muy intensas y unas noches de reconciliación más moviditas
aún, y todo le estaba pasando factura.
Se
separó un poco de mí y se apartó mechones de pelo sueltos tras las orejas,
mordisqueándose el labio.
-Creo…
no sé. Sólo quiero pasar la noche contigo. Y hacer lo que tú quieras.
-Hay
muchas formas de pasar la noche. Y yo lo quiero hacer todo contigo. Sexo,
mimos, y dormir-le acaricié la nariz con la mía y ella dejó escapar una
exhalación-. ¿Te parece si lo vamos dosificando un poco? Ya hemos tenido el
sexo, y también los mimos, así que ahora…
-Nos
toca dormir-adivinó, sonriente, y asintió con la cabeza-. Sí, me parece una
buena idea.
Y,
sin previo aviso, se recogió el pelo con las dos manos, se lo echó sobre los
hombros y salió de la cama. Me quedé helado viendo cómo se alejaba de mí.
¿Adónde se suponía que iba? ¿Es que no… no íbamos a dormir juntos? No iría a
prepararme la cama, ¿verdad? Quería compartirla con ella, sentir su cuerpo
pequeño y cálido al lado del mío, haciendo presión en el colchón de la misma
forma que lo hacía el mío, atrayéndola hacia mí como un campo gravitatorio
tenue como el sonido de la lluvia a través de los cristales.
-¿Qué…
qué haces?-pregunté, viendo cómo se detenía frente al armario. Se volvió hacia
mí con el ceño fruncido.
-Pues…
coger el pijama.
Tuve
que morderme los labios para no soltar una risotada. Vamos, Al, tío, relájate. Sólo iba a por el pijama. Y yo pensando
que me iba a echar de su cama porque no podía dormir acompañada, o algo así. Es
increíble lo paranoico que puede llegar a volverte una persona a la que
quieres.
-Pijama-repetí,
tumbándome sobre mi costado y apoyando la cabeza en mi hombro. Sabrae asintió
con la cabeza.
-Sí.
Incluso fui a la habitación de Scott a coger unos pantalones de pijama para ti
también. Siempre tuve la esperanza de que durmieras conmigo, ¿sabes? En el
fondo, sabía que lograría convencerte-presumió, hinchándose cual pavo.
-Así
que sólo me has buscado pantalones, ¿eh? ¿Y qué hay de la parte de arriba?
-No
pienso dejarte usar parte de arriba-sentenció, seria, y ahí sí que me eché a
reír.
-¿La
mitad superior de mi cuerpo es la que más te gusta?
-Ahí
tienes la boca.
-Y yo
que creía que lo que más te interesaba de mí era otra cosa…
-Las
manos están en segundo lugar-me sacó la lengua y me tendió los pantalones, pero
yo los rechacé con un gesto-. ¿No los quieres?
-Te
lo dije, nena. Duermo en calzoncillos.
Puso
los ojos en blanco.
-En
invierno, te ponías pantalones.
-No,
si estoy acompañado.
-Por
supuesto que sí.
-¿Y
tú, bombón, cómo piensas dormir?
-Con
una camiseta muy mona-aleteó con las pestañas y posó para mí como la modelo más
preciosa de la historia.
-¿De
verdad?-hice una mueca de angustia-. ¿Es que no tienes pensado hacer una
excepción esta noche? ¿Por mí?
-¿Acaso
piensas hacerla tú?
-Depende
de cómo se presente la noche-le guiñé un ojo y me pasé las dos manos por detrás
de la cabeza, esbozando mi mejor sonrisa torcida, ésa que tanto les gustaba a las
chicas, ésa que tanto le pertenecía a Sabrae-. A veces, me lo quito todo. Si veo
que la suerte me sonríe y la chica está dispuesta también a quitárselo, claro.
-¿Y
qué pasa si no?
-Si
no, me visto, me emborracho, me voy a mi casa, me acuesto en mi camita… y me
duermo en calzoncillos-le guiñé un ojo.
-¿Y
por tu chica favorita en el mundo no estás dispuesto a ceder aunque sea sólo un
poco?-coqueteó, acercándoseme con sensualidad, dispuesta a seducirme, y yo abrí
los brazos.
-¿Qué
le importa a Mary Elizabeth que duerma en bolas o no?
Sabrae
abrió los ojos, una carcajada silenciosa subiéndole por la garganta, y me quitó
la almohada de debajo de la cabeza a la velocidad del rayo. Me golpeó en la
cara con ella con toda la fuerza que pudieron acumular sus brazos, y yo me dejé
avasallar, porque era divertido hacerla de rabiar. Cuando consideré que ya se
había desquitado bastante conmigo, la agarré de la cintura, la tiré sobre la
calma y le di un manotazo en el culo.
-Estás
tan guapa cuando te picas…
-Pues
no debo de estarlo mucho ahora, porque no estoy nada picada-sentenció,
orgullosa, inflando sus mofletes. Le di un beso en la nariz y ella hizo un puchero
hasta que le di un piquito, que me premió con una radiante sonrisa-. ¿Al?
-¿Mm?
-No
voy a poder dejarte marchar mañana.
Sonreí.
-Me
dolería que pudieras, mi niña-le di un beso en la frente y ella sonrió-. Venga,
a dormir, que te me estás poniendo un poco pesada-le di otra palmada en el culo
y ella se rió y asintió con la cabeza, girándose para recoger lo que fuera que
hubiera dejado preparado, pero yo se lo impedí-. No te vistas esta noche-le
pedí, mirándola desde abajo, y ella parpadeó.
-No
me fío mucho de dormir desnuda, la verdad.
-¿Por
qué? ¿Piensas que voy a hacerte algo? A ver, Saab, que soy un poco cromañón,
pero…
-No,
no es por ti. Es que... pronto me va a venir la regla. Debería venirme mañana,
pero a veces se me adelanta y me baja de madrugada.
Parpadeé.
¿Era sólo eso? No iba a renunciar a sentir sus curvas desnudas junto a las mías
porque su cuerpo decidiera hacer redecoración de interiores.
-¿Y
qué pasa?
-Me
da vergüenza, Alec. No te quiero manchar.
-No
me importaría.
Sabrae
se quedó callada, debatiendo consigo misma. Su mirada se oscureció un segundo,
eligiendo entre las opciones que se mostraban ante ella: complacerme o estar
cómoda. Le acaricié el costado, recordándome a mí mismo que debía ponerla por
encima de mí siempre, ahora más que nunca, así que le di un beso en la tripa y le
hice cosquillas en la espalda, allí donde se acababa su pelo.
-Perdona,
bombón. Vístete si lo necesitas. Lo primero es que estés cómoda. Aunque… por
favor, si no es mucho pedir… que sea sólo una prenda. Las bragas y ya está,
¿vale? Quiero abrazarte de noche.
Ella
asintió con la cabeza.
-Te
dejo espacio para que te vistas-le besé los nudillos, y ella frunció el ceño
ligeramente.
-¿Qué
vas a hacer?
-Ir
al baño. Ya sabes, tenemos que ocuparnos de…-chasqueé la lengua y señalé mi
miembro, aún enfundado en el condón, y Sabrae abrió la boca y asintió con la cabeza.
-Claro.
Es verdad. La segunda puerta a la izquierda-soltó de repente, y yo me la quedé
mirando.
-Ya
sé dónde está el baño, Saab. Lo sé desde antes que tú-y me eché a reír ante lo
absurdo de su frase. Estaba nerviosa. Menos mal que yo no era el único.
-Es
verdad-se unió a mis carcajadas-. Es que se me hace raro tenerte aquí.
-¿Raro?-pregunté,
echándome hacia atrás y apoyándome en mis manos, dándole una buena perspectiva
del perfecto ejemplar de macho humano que se estaba perdiendo.
-Distinto-se
corrigió.
-Te
voy a dar yo a ti raro-me burlé, agarrándola y tirando de ella para tumbarla
sobre mí. Empecé a besarla con urgencia, a
la mierda dormir, pensé, sintiendo el suave tacto de su piel contra la mía.
Me volvían loco sus curvas desnudas deslizándose por mi cuerpo como si fuera el
agua de la cascada más erótica del mundo. Sabrae me acarició el cuello,
entregándose a ese beso como si fuera el último, toda intención de vestirse o
dormir ya olvidada, y me rodeó cintura con sus piernas. Se detuvo un instante.
-¿Cuánto
puede usarse un preservativo antes de que se rompa?
Alcé
las cejas. ¿Eso era lo que quería? No iba a consentirlo. No iba a arriesgarlo
todo de esa forma. Sí, follaríamos, pero no con ese condón, que ya estaba en
las últimas. Lo haríamos a lo grande, en posturas que no hubiéramos probado
antes juntos, pero que yo sabía que causaban estragos entre las chicas.
La
atravesé con la mirada.
-No
voy a dejar que vuelvas a tener que tomar la píldora. Aún no me perdono el
haberte hecho pasar por eso una vez.
Sabrae
se mordió los labios mientras yo me levantaba y le besaba las manos.
-Ya
no quiero dormir, Alec. Quiero hacerlo otra vez.
-¿Y
quién dice que vayamos a dormir?
-Te
estás marchando-me acusó, y yo sacudí la cabeza.
-Sólo
voy a por agua. Estoy seco, chica, pero todavía me quedan un par de asaltos
antes de que me dejes KO-Sabrae sonrió-. ¿Necesitas que te suba algo, aparte de
mi bonito culo?
Inclinó
la cabeza a un lado, considerando mi oferta, y entonces pronunció la última
frase que se me hubiera ocurrido entonces. Ella era mucho más lista que yo, y
me lo demostró entonces.
-Súbenos
una manzana.
Me
estremecí de pies a cabeza. Súbenos, no
súbeme. Íbamos a jugar con ella de la
misma forma que yo jugaba con su cuerpo y ella jugaba con el mío. Me parecía
muy bien. Me parecía genial, de hecho. Estaba bien pensar en dormir cuando
Sabrae se ponía mimosa conmigo, pero era mejor pensar en follar cuando la tenía
desnuda y dispuesta para mí. ¿Qué me estaba haciendo? Me había subido en una
montaña rusa de emociones, llevándome de un sitio a otro según se le antojara.
Le
guiñé un ojo, me quité el condón y me puse los calzoncillos y el pantalón que
ella había rescatado de la habitación de Scott, y le di un último beso antes de
atravesar la puerta. Intenté no echar a correr, por eso de que todo el mundo en
la casa dormía y bastante ruido estábamos haciendo Sabrae y yo. No me
preocupaba que Scott pudiera oírnos: si estuviera despierto ya se habría
quejado, y si se había dormido ya no había quien lo despertara. Esperaba que
Eleanor le hubiera cansado lo suficiente como para sumirlo en un sueño lo
bastante profundo como para que sus problemas con Tommy no lo alcanzaran y
pudiera descansar; mi amigo se lo merecía.
Zayn,
por su parte, era harina de otro costal. Seguro que no había pegado ojo en toda
la noche, afinando el oído para intentar escuchar algo, aunque yo confiaba en
que la distancia que había entre su habitación y la de Sabrae y los muros de su
casa fueran suficiente como para que no pudiera echarme en cara nada. Sabrae
podía decir misa sobre él: yo me había metido en la cama de su niña y eso era
algo que ningún padre le perdonaría a un mamarracho adolescente revolucionado
por las hormonas y lo buenísima que estaba su preciosa hija. Él y yo veíamos versiones
radicalmente opuestas de Sabrae: él, su niña inocente que no había roto un
plato en su vida; yo, la joven descarada que se volvía una fiera entre las
sábanas. Mejor sería no recordarle cuál de las dos Sabrae estaba ahora en su
habitación al hombre bajo cuyo techo iba a dormir.
Bajé
a paso ligero las escaleras, entré en la cocina, me serví el vaso de agua y
elegí la manzana verde más grande y apetitosa del frutero. Incluso fantaseé con
la posibilidad de que Sabrae me dejara atarla a la cama y verter el zumo de la
fruta sobre su cuerpo, para lamerlo después y volverla absolutamente loca. En
mis ensoñaciones, no me importaba que Sabrae gritara y gritara y Zayn pudiera
venir a interrumpirnos; estaría demasiado ocupado lamiendo sus curvas y
metiéndome entre las bragas que de seguro tendría que arrancarle como para darme
cuenta de que me estaban arrancando la cabeza.
En
ello estaba, imaginándome cómo gemiría Sabrae, con una erección importante,
cuando se abrió la puerta de la cocina y la luz proveniente del salón bañó la
estancia. Me había ayudado de la luz del extractor para orientarme por la
cocina como si fuera un vulgar ladrón, y ver que alguien entraba sin temor a
las consecuencias hizo que se me erizara el vello de la nuca.
Durante
un instante, pensé que Zayn había aprovechado que había salido de mi refugio
para abrirme en canal, pero, por suerte, cuando me volví, la figura que había
frente a mí no era tan alta, ni de lejos tan imponente.
Resultó
que Sabrae y yo no éramos los únicos despiertos en aquella casa. Shasha también
estaba en pie, con una bolsa de comida basura vacía en la mano, y los dedos recubiertos
de polvo de doritos.
-Buenas noches-carraspeé, aclarándome la
garganta, recordando de repente que era un hombre y que se me notaba la excitación.
Por un instante deseé ser una chica y que nadie supiera en qué estaba pensando
pero, claro, si fuera una chica no podría hacer con Sabrae las cosas que
hacíamos. No habría un abanico tan amplio de posturas en el que elegir.
-Lo
serán para ti-acusó Shasha sin miramientos, mirándome de arriba abajo como bien
le habría gustado hacerlo a su padre si hubiera estado allí. Lo había dicho en
tono borde, cansado, de quien quiere echarse una buena siesta y no dejan de
impedírselo hasta que ya llega casi la hora de irse a la cama, y dormir pasa de
ser un acto de cuidado personal y revolucionario a pura rutina.
-¿Te
hemos despertado?-pregunté con inocencia en un tono que no me reconocí. No
pensé que una mocosa como Shasha pudiera intimidarme pero, claro, si pensábamos
que Shasha era alguien importante para la persona más importante de mi vida, la
cosa cambia. Y mucho.
-Me
habéis desvelado, que no es lo mismo-bufó, cansada, y se inclinó para rebuscar
en la nevera-. A ver, me alegro mucho por vosotros, y entiendo que lo tenéis
que celebrar, y todo eso, pero, ¡en serio! ¿Quién coño está dos horas gimiendo
así?-hizo una mueca y negó con la cabeza, con su pelo azabache cayéndole en
cascada alrededor de la cara.
¿Cómo
que dos horas? Habíamos estado más de dos horas. A mí esta niñata no iba a
insultarme. Abrí la boca para contestarle, pero me lo pensé mejor (recuerda que también es hija de Zayn, no
quieres buscarle las cosquillas con dos de sus hijas; con una ya basta), y
me limité a responder:
-Tu
hermana.
-Ya-asintió,
y me miró por encima del hombro-. ¿Y aparte de ella?
-Pues…
las chavalas con las que me acosté antes que ella, Shasha, bonita, que para
algo se me da de cine follar.
Shasha
puso los ojos en blanco.
-Ojalá
tuviera yo dos horas libres para poder malgastarlas con ese mete-saca
estúpido-Shasha chasqueó la lengua y leyó las etiquetas de dos zumos que
acababa de sacar de la nevera.
-Tranquila,
princesa: de pensar que el sexo es sólo mete-saca se sale, te lo digo yo. Lo
ideal es que te busques a uno como yo que ya lo sepa, para… tener una buena
experiencia-me burlé, y Shasha se volvió para mirarme.
-¿Te
me estás insinuando?
Aquella
pregunta me borró la sonrisa de los labios como una bofetada. ¿Acaso había
sonado así? ¿De dónde coño…? Pero, ¿qué les pasaba a las mujeres de esa
familia? Shasha y yo nos llevábamos bien antes, cuando Sabrae y yo no nos
soportábamos. ¿Es que siempre tenía que haber una Malik que no me aguantara?
Shasha
soltó una carcajada.
-¡Menuda
cara has puesto! Te estoy tomando el pelo, Alec. Esta madrugada hay una entrega
de premios muy importantes en la industria musical de Asia, y la estoy viendo
en la tele. Mi plan era verlos en la cama, pero el wifi me iba fatal, no sé si
es que Nick Jonas hacía interferencia o lo hacía el temblor de la casa mientras
estabais ahí, dale que te pego, así que… me bajé al salón. No tengo nada en
contra tuya-sonrió, dándome un golpecito con las caderas, en un gesto muy
típico también de Sabrae. Me fijé en que su cadera quedaba más arriba que la de
mi chica; su hermana menor ya era más alta que ella.
Carraspeé.
-Así
que… ¿la noche se presenta interesante?
-Oh,
sí, bueno… le han robado varios premios a artistas que me gustaban, pero, ¿cómo
podría quejarme? Le da emoción al asunto, cosa que me falta, ya sabes…-alzó las
cejas y yo fruncí el ceño.
-Eh…
no, no sé.
-A
ver, Alec, que es sábado por la noche y mis dos hermanos mayores, que no se
pierden una fiesta, están metidos en sus habitaciones con sus respectivas
parejas. ¿Crees que soy la que mejor noche está teniendo de la familia? Mamá
debe de estar que trina. No suele ser la que da vueltas en la cama mientras
escucha a gente correrse en casa.
Si
hubiera estado bebiendo, habría escupido el líquido como un surtidor, tanto por
la nariz como por la boca. Pero, como no lo estaba haciendo, me atraganté con
mi saliva, lo cual no es, ni de lejos, tan estiloso.
-¿Se
escucha lo que pasa en la habitación de vuestros padres en la tuya?-inquirí, y
Shasha asintió con la cabeza y se encogió de hombros.
-Pero
no me da yuyu ni nada, ¿eh? Estoy acostumbrada. A ver, somos cuatro hermanos en
casa. Está claro que a nuestros padres les va la marcha, y el sexo es algo
natural. Es gracioso; de todas las personas del mundo, tú eres el último de
quien me habría esperado que se escandalizara porque supiera que mis padres
tienen una vida sexual activa.
-La
vida sexual de tus padres es lo que menos me preocupa, la verdad. Tengo ojos en
la cara, Shasha: entiendo que Zayn no pueda mantenerla en los pantalones si
comparte cama con tu madre-Shasha parpadeó y yo me di cuenta de lo que acababa
de decir-. Por favor, no le cuentes que he dicho esto a…
-Tranquilo-se
apresuró a cortarme-. Bastante mal ha estado Sabrae estos días porque habíais
cortado como para que yo quisiera meter cizaña y haceros romper. Tu secreto
está a salvo conmigo.
-¿Qué?
No me refería a Sabrae, sino a Scott. Le molestan un huevo esos comentarios
sobre su madre.
-Ah.
Vale. Bueno… no diré nada, tranquilo-me dedicó una sonrisa radiante y cerró de
una patada la nevera. Se alcanzó una nueva bolsa de comida basura y se volvió
para mirarme-. Bueno… ha sido genial charlar contigo, pero… el deber de fan me
llama. Tengo que volver-señaló la puerta de la cocina- e insultar a los
productores de una entrega de premios tan amañada. Y tú tienes que volver con mi
hermana, ponerla a cuatro patas o hacer lo que sea que hagáis las parejas
serias.
-Sabrae
y yo no somos una pareja seria-la corregí, y Shasha se paró en seco y me miró,
con la puerta entreabierta y el ceño fruncido.
-¿Cómo
que no? Los ruidos que venían de su habitación no me parecían de…
-No
tiene que ver nuestro estatus con mi talento para hacer que tu hermana se corra
ocho veces seguidas.
Shasha
abrió los ojos como platos.
-¿Puedes
correrte ocho veces seguidas y no morir?
Vaya. Vaya. Vaya-Shasha saboreó la
palabra, estupefacta, flipando más y más con cada segundo que pasaba.
-Es
una metáfora, Shash. Lo que quiero decir es que… lo mío con Sabrae no es…
-Como
digas que no es más que sexo, te pegaré. Ella te quiere. Y mucho. Y si tú no lo
sabes, es que eres un pelín gilipollas-me la quedé mirando-. ¿Qué? No me mires
así. Soy la borde de la familia. Mi hermana bebe los vientos por ti, lo cual es
gracioso, porque hace meses no te soportaba, pero las historias con un buen
desarrollo de personaje son las que más me gustan, y tú has hecho que mi
hermana pegue un cambio impresionante, así que, ¡te saludo, Alec Whitelaw!-Shasha
hizo una reverencia en mi dirección, sonriente.
-No
iba a decir que era solo sexo. Por supuesto que no lo es, para ninguno de los
dos, y menos para mí. Si alguno fuera a decírtelo, desde luego, sería ella.
-Ella
no lo haría. Fijo que está planeando vuestra boda. Aunque no esperes que adopte
tu apellido. En esta casa pasamos de esos rollos machistas. Sherezade Malik nos inculcó esos valores. ¿He
hecho suficiente hincapié en el Malik?
-El
caso-la corté-, es que Sabrae y yo no somos… nada.
Shasha
parpadeó.
-No
me trates de boba, Alec. Reconozco a mi cuñado cuando lo tengo delante. Y al
padre de mis sobrinos, también. Pero no le digas a Sabrae que te he hablado sobre
la noche que nos pasamos mezclando vuestras fotos en un simulador de bebés-rió,
malvada, así que supe que aquello que me estaba diciendo no era más que una
provocación para que su hermana saliera de su cama y bajara las escaleras y la
arrastrara de los pelos por media ciudad. Créeme, sé distinguir un farol cuando
lo veo. Yo también tengo hermanas pequeñas tocapelotas.
-Voy
en serio, Shasha. No somos nada.
Shasha
se quedó allí, plantada, mirándome, y vio algo en mi rostro que la hizo
recapacitar. Su expresión divertida, de que no se creía mi broma, fue cambiando
poco a poco hasta contraerse en una mueca de seria preocupación. ¿Qué sabía
ella que a mí se me escapaba?
-¿No
le has pedido?-preguntó, estupefacta, y yo me puse rígido. No pensé que Sabrae no
fuera a contarle a su hermana pequeña, con la que tenía muy buena relación, que
le había pedido ser mi novia y ella me había dicho que no. Pensé que le habría
impactado de alguna forma, que aquello había marcado un antes y un después en
su vida; quizá no tan importante como el momento en que se inventó la escritura
y se pasó de la prehistoria a la historia, pero… no sé. Algo tipo la Revolución
Francesa, que marcó el inicio de una nueva era.
-Deberías
pedirle-me aconsejó, sosteniendo la puerta abierta para mí-. Es el momento ideal.
Ya sabe lo que es estar sin ti, y ya sabe lo que es estar contigo, y…
-Ya
le pedí una vez. Y me dijo que no-murmuré, jugueteando con la manzana. Me sentía
fuera de lugar. Todo mi entorno se había enterado del rechazo de Sabrae, y en
cambio, en su casa, ella no había dicho nada. Sé que no debería afectarme, que
cada uno cuenta lo que quiere a quien quiere, pero… habían sido dos veces. Dos malditas
veces, joder. ¿De verdad ni siquiera se lo había mencionado a Shasha, aunque
fuera solo de pasada? Shasha, déjame esa
falda que tanto te gusta. Ah, por cierto, Alec me ha pedido salir, pero le he
dicho que no.
Me
estaba sintiendo tremendamente insignificante.
-Ya. Pero
puedes pedirle una vez más. Ya sabes lo que dicen-Shasha me guiñó el ojo,
girándose-. A la tercera va la vencida.
Y,
sin más, me dejó solo en la cocina, con la manzana aún entre los dedos,
muchísimas dudas reverberando en mi
cabeza, y una certeza.
Shasha
tenía razón. A la tercera va la vencida.
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ME HA ENCANTADO EL CAPÍTULO CHILLO. De verdad que lo llevo yo esperando a que estos dos follen en una cama y sean cuquisimos y monisimos ha sido demasiado. Me duele el corazon de lo bonitos y monos que son y también me duele por la conversación con Shasha que aunque ha sido inesperada me ha gusta muchísimo pero también me ha dado pena porque ahora Alec va a pedirle otra vez y todos sabemos lo que se viene. No estoy lista para verlo sufrir otra vez aunque vaya a ver momentáneo. Lloro de verdad por mi pobre hijito.
ResponderEliminarIgual y solo igual no me muero de un ataque al corazón de lo cuquísimos que son, es que me da algo
ResponderEliminarY la conversación de Shasha y Alec BUENÍSIMO como la cría le vacila jajajajajaja lo que me ha dado mucha angustia es que ella le diga que lo intente otra vez lo de ser novios porque Sabrae le va a decir otra vez que no y yo ya con tanto sufrimiento no voy a poder