domingo, 9 de junio de 2019

Dioses.


Otra vez te doy el coñazo con un mensaje antes del capítulo, perdóname. Quería decirte que la semana que viene también tengo otro viaje (el último, ¡lo prometo!), por lo que el siguiente domingo no podré subir, pero, ¡no te preocupes! Esta semana escribiré el capítulo siguiente, antes de marcharme, ¡y Sabrae volverá de nuevo el 23!
Espero que disfrutes con este capítulo, perdona por la espera, ¡dale mucho amor aunque yo no esté! 


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Sabrae arqueó la espalda, ofreciéndome sus senos para que mi boca los saboreara. La suya estaba abierta en un gesto de placer que hacía que me estremeciera de pies a cabeza cada vez que me encontraba con sus labios, y sus piernas dobladas  en torno a mí hacían de muros en una prisión de la que yo no quería escapar, en una fortaleza en la que yo no necesitaba defensas, porque nadie conseguiría convencerme de que saliera de allí.
               Arqueé un poco la espalda, casi saliendo de aquel interior que tanto bien me estaba haciendo, y besé las aureolas sonrosadas de sus pezones. Sabrae ahogó un gemido y hundió las uñas en el colchón, mientras mi lengua se ocupaba de darle la atención que se merecía a aquella parte de su anatomía. Se estaba comportando como una devota en su iglesia, depositando una ofrenda en forma de velas encendidas o pan frente a la estatua de su santo preferido, y a la vez como una diosa, regodeándose en mi manera de adorarla.
               Exhaló un suave gemido de satisfacción cuando mis dientes juguetearon con los montículos de sus pezones, y sus manos volaron a mi espalda al rodear mi lengua el piercing. Aquel adorno en su cuerpo ya de por sí perfecto era la prueba de que era una estrella, la mejor de todas: todas las estrellas tenían un poco de metal en ellas, y Sabrae no iba a ser una excepción.
               Miré desde el valle de sus pechos a su expresión de satisfacción mientras hundía aún más las uñas en el colchón. Se mordió el labio para contener un gemido que no logró detener del todo, y que se escurrió de su boca como gotitas de miel que rebosan de un panal. Sus piernas se cerraron un poco más en torno a mi cintura, y cuando yo la embestí y acompañé a esa embestida de un último mordisco en su pezón, Sabrae exhaló todo el aire que retenía en su pecho y se dejó caer sobre la cama. Su espalda rebotó suavemente sobre el colchón, haciendo una fricción curiosa en el punto en que nuestros cuerpos eran uno, y entreabrió los ojos, borracha de mí, para mirarme cuando yo me incorporé lo suficiente como para que nuestras miradas se encontraran.
               Mi niña preciosa.
               Estaba a punto de llegar.
               Me incliné a probar de nuevo aquel sendero al paraíso que tenía en los labios, la puerta a un camino curiosamente descendente que llevaba directamente al cielo. Sabrae entreabrió la boca y me dejó besarle el labio superior primero, y el segundo después, como había hecho con lo que tenía entre los muslos ahora que por fin la había visto desnuda.
               Sus manos recorrieron los músculos de mi espalda con sus caderas siguiendo el ritmo pausado de las mías, empujándola lenta pero firmemente al cielo. Dejó escapar un suspiro cuando la agarré de las caderas, y se abrazó de mi cuello. Se apartó el pelo de la cara, que se había derramado por la almohada como el halo de azabache de una nueva generación de santos que ya no dependían del oro para demostrar lo importantes que eran, y se ocupó de no dejar mi boca desatendida.
               Me gustó el mordisco que me dio sin poder evitarlo cuando una de mis manos se deslizó por la curva de su cintura y se coló en el hueco que su sexo hacía en su anatomía. Recorrí las subidas y bajadas que la componían con el mimo del explorador que visita su rincón natural preferido por enésima vez, y le dediqué a su clítoris la atención que se merecía. Lo masajeé en círculos, lo que hizo que Sabrae perdiera el control de sus caderas, que pasaron a obedecerme sólo a mí. Se movieron en el sentido de las agujas del reloj, tal y como yo estaba recorriendo aquel pequeño guisante de su sexo, mientras yo continuaba embistiéndola despacio. Llenándola. Colmándola. Poseyéndola. Haciéndola mi mujer, como ella me había pedido.
               Y además, había conseguido estarme callado, como ella quería. Ya no la provocaba, ya no hacía bromas con ella, ni le recordaba que no sólo éramos amantes sino también amigos mientras estábamos con los cuerpos unidos. Me había pedido que no hablara, y yo estaba haciendo eso; cuestión distinta era que mi cuerpo y mi alma no estuvieran comunicándose con la suya. Lo hacían. Lo hacían, y con muy buena sintonía. Era como si estuviéramos inventando sobre la marcha un idioma propio, un idioma hecho a base de gemidos, suspiros y gruñidos, pero también de sonidos que no venían de nuestra boca: el susurro que nuestra piel arrancaba a nuestras manos, el leve golpeteo de nuestros cuerpos al llegar al punto en el que ya no se podían unir más, las sábanas moviéndose a un lado a otro en nuestros pies a medida que yo cogía impulso para seguir satisfaciendo a Sabrae, o Sabrae se retorcía debajo de mí en busca de un ángulo mejor.
               Ni siquiera escuchaba el ruido de las canciones que Sabrae había puesto para que nadie más oyera lo que estábamos haciendo: estaba tan centrado en ella que cualquier cosa que no viniera de aquel cuerpo lleno de curvas, esa boca llena de gemidos y esos ojos atestados de estrellas de placer, se me pasaría por alto, por muy grande que fuera. Todos mis sentidos estaban centrados en ella; en ella y en lo que quería, en ella y lo que le gustaba, en ella y lo que más le apetecía, que en ese momento era yo. Jamás pensé que ser el objeto de deseo de una chica me fuera a hacer sentir tan importante como me estaba sintiendo entonces, claro que ninguna chica podía compararse a Sabrae.
               Sabrae me rodeó la parte superior de la espalda con los brazos, y jugueteó con el pelo de mi nuca. No me di cuenta de que había cerrado los ojos para sentir mejor la presión de su sexo alrededor del mío hasta que ella se incorporó un poco para hacer que los abriera a base de besarme los párpados. Cuando la miré, estaba incluso más espectacular que hacía un par de segundos: su piel brillaba con luz propia, sus ojos chispeaban felicidad, y en su boca una sonrisa bailaba con una O que haría de chimenea para sus suspiros.
               Me detuve un instante para que nada me distrajera de lo preciosa que estaba, y entonces...
               … se mordió el labio y sonrió.

               -¿Qué?-pregunté con un hilo de voz ronca, excitada, pero a la vez tierna y cariñosa. Estaba echando uno de los mejores polvos de mi vida, y me sentía en paz con todo lo que me rodeaba. Para mí, lo que estábamos haciendo no era sucio, y mira que el sexo en ocasiones sí que me lo parecía. Ése era, precisamente, su encanto la mayoría de las veces.
               Negó despacio con la cabeza, recorriendo mi rostro con sus manos, hundiendo sus dedos en mi pelo.
               -Quería verte-se excusó, encogiéndose de hombros y volviendo a mordisquearse el labio. Se le llenaron los ojos de lágrimas-. Es que… no puedo creer que estés aquí.
               -Pues estoy-repliqué, frotando mi nariz con la suya y dándole un beso en los labios-. Estamos aquí. Juntos. Para siempre, bombón.
               Algo dentro de ella cambió cuando le dije aquello. Noté cómo toda su energía fluía a un nuevo lugar, cambiando ligeramente de forma, siendo igual y diferente al mismo tiempo.
               Hay pocas cosas que sienten mejor que el que te juren amor eterno mientras te hacen el amor.
               Sonrió y buscó mi mano. Entrelazó sus dedos con los míos y me preguntó:
               -¿Me lo prometes?
               -Te lo prometo-asentí, llevándome nuestras manos unidas a la boca y dándole un beso en el dorso. Su sonrisa se amplió un poco más, rizándose en su boca, y me rodeó con sus brazos para atraerme hacia sí. Encajó la cabeza en el hueco que había entre la mía y mi hombro y soltó un suspiro de satisfacción, con sus dedos bailando en mi nuca.
               Todo su cuerpo se tensó a mi alrededor: sus brazos, sus manos, su sexo. Y lenta, muy lentamente, Sabrae se dejó llevar en un dulce orgasmo que hizo que los dos nos estremeciéramos de pies a cabeza. Puede que no hubiera sido tan intenso como otros, que no hubiera terminado gritando como lo había hecho otras veces, ni que le hubiera durado tanto, pero aquel, definitivamente, fue especial.
               Porque era el primero que teníamos estando desnudos.
               Porque era el primero que le hacía tener en su cama.
               Y porque era el primero que no había tenido yo, pero del que había disfrutado como si lo tuviera. Ni llegando yo mismo conseguiría estar tan orgulloso y sentirme tan bien, así que simplemente me detuve, busqué su boca y le di un largo beso, de esos que describes más tarde estirando la palabra como si fuera un chicle.
               Me encantó el sabor de su sonrisa en mis labios, de su felicidad jugando con mis papilas gustativas. Me acarició una pierna con el pie mientras sus manos seguían enredándose en mi pelo, y dejó escapar un grito ahogado de sorpresa cuando yo me dejé caer con todo mi peso sobre ella, aplastándola durante un instante. Cuando se echó a reír, me deslicé sobre su cuerpo lo suficiente como para dejarla respirar, pero no lo bastante como para dejar de estar encima de ella. Estábamos superpuestos, como dos pegatinas idénticas que se colocaban en la misma superficie pero con unos centímetros de diferencia para darles sensación de profundidad.
               Esperé hasta que nuestras respiraciones se hubieron normalizado, jugando con la yema de los dedos en su piel, dibujando patrones que no tenían sentido para nadie, ni siquiera para mí. Sabrae recorrió mi hombro y mi bíceps con la mano, moldeándome como si fuera una figura de cera, y ella un alfarero.
               -¿Has disfrutado?-pregunté por fin, porque quería escuchárselo, porque quería que lo dijera… y porque quería que supiera que me seguía importando, que me esforzaba, que nada de lo que nos pasara podría hacer que las cosas entre nosotros cambiaran hasta el punto de que me diera igual cómo se lo pasara ella durante el sexo. Aunque todo su cuerpo gritara un “sí” rotundo, quería que me lo dijera. Quería saber que su mente y su cuerpo estaban en sintonía y que a los dos les había gustado lo que acabábamos de hacer.
               Ella asintió con la cabeza, y con el brazo que tenía debajo de mi cuerpo, hizo una pequeña prisión terminada en unos dedos que se dedicaron a hacerme cosquillas en la nuca.
               -Sí-asintió, acariciando mi nariz con la suya como tantas veces había hecho yo porque quería demostrarle que estaba ahí, para ella-. Ha sido increíble. Estás inspirado hoy-sonrió, amorosa, con los ojos llenos hasta arriba de cariño y de ternura. Dios, no me puedo creer que sea para mí para quien se pone tan guapa.
               ­-Es que tengo una musa increíble-bromeé, y ella alzó las cejas.
               -¿Yo soy tu musa?
               -Sí, mi diosa de las artes. De todas ellas.
               Soltó una risita y acercó su boca a la mía para que selláramos aquella declaración con un beso, que se convirtió en un par, que se convirtió en tres, que evolucionó hasta cuatro, y… bueno. Perdí la cuenta enseguida; no es que uno pueda ponerse a pensar en números cuando tiene a Sabrae, desnuda, debajo.
                Sus dedos se deslizaron por mi espalda, arriba y abajo, arriba y abajo, tan suavemente que apenas sentía su tacto, pero sí su cercanía. Me había convertido en un violín gigante, o en un arpa, o en el instrumento del que manara la música más celestial que uno hubiera escuchado nunca.
               -¿Y a ti?-preguntó en tono enamorado. Su voz danzó en torno a mis oídos, cayendo en espiral como lo haría una sirena que vuelve por fin al mar después de una terrible incursión en tierra. Se mordisqueó la sonrisa mientras sus ojos se paseaban a sus anchas por mi cara, centrándose más en mi mis ojos y en mis labios, pero sin desatender al resto de mis facciones.
               -Sí. Me ha encantado. He nacido para esto, bombón-le di un beso en la punta de la nariz y ella la arrugó.
               -¿De veras? Juraría que no has terminado.
               -Sí que he terminado. ¿No me ves?-respondí, mimoso, acurrucándome un poco más contra ella. Me habría convertido en una bolita sobre ella de no ser porque así perderíamos superficie de contacto… y el contacto con su piel era lo que más me estaba gustando de ese momento post-coito.
               -Me refiero a que no te he notado llegar como sí te lo noto otras veces. Bueno-se encogió de hombros-. Esta vez ha sido muy diferente a las demás. Puede que sean imaginaciones mías.
               Negué con la cabeza y sostuve su rostro entre mis manos. Había algo que le preocupaba, y se lo arrancaría sin miramientos. No quería que nada le hiciera daño a mi chica preferida en todo el mundo y la historia. Conocía sus inseguridades, aquellas absurdas inseguridades que tenía, y no permitiría que ensombrecieran un momento tan bonito como aquel por el que estábamos pasando.
               -No, no son imaginaciones tuyas. Realmente no he llegado a correrme-le pasé el pulgar por el labio inferior y tiré de él ligeramente, haciendo que, cuando se perdió el contacto entre mi dedo y su boca, su labio rebotó, jugoso, al regresar a su sitio-. Pero no importa.
               -Por supuesto que importa-replicó ella, frunciendo el ceño con férrea determinación-. Lo hacemos para eso. Para disfrutar los dos. Jopé, Al…-lloriqueó, debajo de mí, y yo me eché a reír-. No quiero que yo siga siendo el centro de atención. Por una vez, me gustaría que lo fueras tú.
               -Lo seremos los dos-negocié.
               -Pues por eso. Para eso nos acostamos. Para que disfrutemos los dos.
               -No-sentencié-. Lo hago porque te quiero, y quiero hacerte el amor-sus ojos chispearon y una sonrisa le asomó la boca-. Yo lo que quiero es estar contigo, disfrutar de ti, amarte, y estar juntos.
               Sabrae se mordió el labio, sus ojos recorrieron la forma de mi cara, paseándose por mi mentón como le gustaba pasear los dedos. Se removió debajo de mí, frotándose contra mi cuerpo, sugerente. A ninguno de los dos se le escapaba que, técnicamente, nuestros cuerpos seguían unidos.
               Por Dios, si incluso yo seguía excitado, dispuesto a satisfacerla. Aún sentía la presión de su sexo alrededor del mío, como estaba seguro de que ella sentía a la inversa. Pero no era eso lo que más me interesaba ahora. La había tenido rodeándome muchas veces; me la había follado en tantas ocasiones que incluso había perdido la cuenta.
               Sin embargo, ésta era la primera vez que estaba en la cama de una chica y consideraba que estuviera en casa. El colchón de la cama de Sabrae eran sus cimientos; las sábanas, las paredes, y la almohada, el tejado que ahuyentaría los monstruos del exterior y me dejaría disfrutar de un sueño cómodo, cálido y reparador.
               Por primera vez en mi vida, el sexo había pasado a ser un aditivo. Era el plus de tu menú preferido en el restaurante al que siempre ibas, como un descuento sorpresa que no sabías ni siquiera que estaba en camino. Ibas a pedir lo mismo, pero de una forma incluso mejor.
               Llegar al orgasmo era secundario por primera vez en mi vida.
               Quería que ella lo supiera. Así que la besé, transmitiéndole una tranquilidad que jamás pensé que pudiera encontrar con ella, que era la que más me revolucionaba, la que más había dado la vuelta a todo lo que yo había creído saber. Me había hecho mirar el mundo desde una nueva perspectiva, y yo estaba ansioso por demostrarle que, a pesar de todo, sería capaz de plasmar al detalle todo lo que veía en un cuadro cuyo lienzo se componía de su cuerpo.
               Me incorporé hasta quedar encima de ella, suspendida sobre su cuerpo como el cierre de un sarcófago, y le besé la frente.
               -No tienes por qué hacer esto más que si te apetece. No me debes nada.
               -Está bien-cedió, asintiendo con la cabeza, pero luego colgó su mano de mi cuello y empezó a toquetearme la nuca-. Si no es por ti, que sea por mí. Yo también quiero hacerte el amor, Alec. Quiero ver hasta qué punto puedo volver loco a mi hombre.
               Me estremecí. Mi hombre. Si me llamaba así un par de veces más, ni siquiera necesitaría de la fricción del sexo. Me bastaría con ello para alcanzar las estrellas.
               -Dilo otra vez.
               Sabrae sonrió y alzó la barbilla, altiva. Sus cejas formaron dos arcos perfectos mientras sus pies se paseaban por mis piernas. Tiró de mí suavemente para hacerme bajar, y disfrutó del gemido que me arrancó sentir cómo me hundía de nuevo en su delicioso y húmedo interior. Me rodeó la espalda con los brazos hasta pegarme a su pecho, y entonces, cuando me tuvo bien cogido por todo lo que ella deseaba, llevó su boca a mis labios y jadeó:
               -Mi hombre.
               Y, sin previo aviso, Sabrae se aferró a mi cintura y utilizó toda la fuerza de sus piernas para hacerme caer sobre la cama. Con los pies unidos en torno a mis caderas aún, Sabrae se las apañó para ponerse encima de mí. Me sacó deliberadamente de su interior, arqueando la espalda y restregándose contra mí como si no tuviera nada que perder y mucho que ganar, y cuando su rostro estuvo frente al mío, con su culo en pompa, mi polla sin nadie que le diera las atenciones que exigía con palpitaciones, y sus tetas sobre mi torso, con su piercing arañándome la piel, me provocó:
               -Veamos si le queda algún truquito bajo la manda al fuckboy original.
               Me reí. ¿Esas teníamos? Si quería que me corriera, no necesitaba recurrir a recordarme mi pasado y las cosas que había aprendido en otra vida. Bastaba con que siguiera como estábamos hasta entonces; terminaría acabando, lo juro.
               Pero tengo que admitir que Sabrae poniéndose juguetona y sexy cuando antes había sido tierna y amorosa había activado una parte oscura de mí. Así que, si quería fuego, fuego tendría. Si quería al Alec que había sido hasta entonces, el Alec que le había descubierto un universo de placer que no creía que estuviera a su alcance, lo tendría.
               Puede que estuviéramos pasando la primera noche juntos y que hubiéramos dado un paso gigante en nuestra relación, que todo estuviera cambiando, pero... también nosotros seguíamos siendo los mismos. Yo seguía follándome a Sabrae, Sabrae seguía follándose a un servidor, de manera que siempre quedaría un retazo de los que éramos cuando estábamos en el sofá de la discoteca de Jordan.
               Además, ¿qué coño? Había venido a disfrutar, ¿no? Pues eso haría. Que yo fuera suyo no estaba reñido con que siguiera siendo el cabrón de Alec Whitelaw, porque precisamente ese cabrón había sido el que había conseguido meterse en sus bragas en primer lugar.
               Así que me dejé caer sobre el colchón, me puse las manos por detrás de la cabeza e, impregnando mi voz del poder que me dio ver cómo los ojos de Sabrae se iban a los músculos de mi brazo, respondí:
               -Nena, me quedan todos. A ver si he conseguido enseñarte alguno.
               Sabrae se dejó caer sobre mí, frotó sus tetas contra mi pecho, asegurándose de que eso me endurecía hasta límites insospechados, y replicó:
               -Cariño… la alumna superó al maestro hace mucho tiempo.
               -¿En estar buena?-respondí, recorriendo su perfil con mis manos: tetas, cintura, caderas, culo. Le di una palmada en una nalga y Sabrae dejó escapar una exclamación ahogada antes de echarse a reír. La miré a los ojos y me mordí el labio-. Quizá la alumna en realidad nunca necesitara aprender del maestro, después de todo.
               -Por fin te das cuenta-rió, inclinándose hacia mí y dejando que la cortina de su pelo me hiciera cosquillas en el hombro. Hundí mis dedos en la carne de sus glúteos y Sabrae gruñó cuando sintió lo que eso le hizo a mi polla.
               -Sabrae… cállate, y conviérteme en tu hombre-la provoqué, y ella no necesitó que se lo dijera dos veces. Con determinación y una pizca de crueldad, por qué no decirlo, Sabrae apartó su sexo del mío y se quedó con la espalda arqueada, el culo lejos de mí, con lo que no podía penetrarla, y se estiró para subir el volumen de la música. Me eché a reír.
               -Scott va a matarnos como lo despertemos.
               -¿Quién es el que no deja de pensar en mi hermano ahora?
               -Estoy oyendo esto-meneé la mano delante de ella, abriéndola y cerrándola como si fuera una boca-, cuando querría oír esto: “oh, sí, Alec, más, más”.
               Sabrae rió, planeó sobre mi cuerpo y respondió contra mis labios:
               -O me estoy callada y te convierto en mi hombre, o no dejo de gemir y de pedirte que sigas.
               Ambos nos sonreímos. Me encantaba picarla cuando la tensión sexual que había entre nosotros podía cortarse con cuchillo, pero también me encantaba picarla cuando ya habíamos terminado con ella y sólo follábamos porque… bueno… éramos un par de animales salidos que no podían controlarse.
               Y esos animales iban a hacer mucho, mucho ruido.
               Así que yo mismo alcancé el altavoz y giré la rueda del volumen para subirlo un poco más.
               -¿Tienes pensado quedarte sin voz?-preguntó ella, y yo le acaricié las nalgas, bajé por la raja de su culo hasta que me encontré con ese rinconcito rizado y mojado en el que tanto me gustaba meterme: ya fuera la boca, las manos o la polla. Me daba igual, todo con tal de que pudiera meterlo.
               -Depende de cómo vayas a follarme.
                Sabrae rió entre dientes. Mi sonido preferido en el mundo, tío. Sólo por detrás de sus gemidos cuando le estoy echando el polvo del siglo, claro.
               -Pues… así-respondió, y la tía se dedicó a fregar el suelo con mi reputación de vividor. Sin miramientos pero sí con muchas miradas, Sabrae se frotó contra mi torso, su entrepierna paseándose por mi anatomía, disfrutando de cada uno de los ángulos que me componían, hasta que por fin dio con lo que deseaba: mi erección. Cuando intenté agarrármela para poder conducirla mejor a su interior, Sabrae me cogió las manos y me las puso sobre la cabeza, sujetándome las muñecas unidas como si fuera un delincuente-. Perdona, ¿me he explicado mal? Yo te voy a follar a ti, y no al revés.
               -Haz lo que quieras conmigo, nena.
               -Eso tenía pensado-asintió, mordiéndose el labio y echándose hacia atrás, de forma que ensartara mi polla en su interior. Sabrae asintió  con la cabeza, cerró los ojos, y empezó a moverse. Se apartó el pelo de la cara y balanceó las caderas de un lado a otro, mientras yo me retorcía debajo de ella, embistiéndola y follándomela mientras ella me montaba como si fuera un potrillo salvaje que necesita mucha disciplina, y también mano dura.
               Llevé mis manos a sus caderas y Sabrae abrió los ojos y me miró.
               -Si no quieres que te toque, nena-rezongué, acariciándole las caderas y dándole otra palmada en la nalga. Jamás lo habíamos hablado, pero Sabrae me parecía del tipo de chica que se pone cachondísima cuando le dices guarrerías mientras folláis y también te atreves a soltar un poco la mano con ella. Lo había puesto en práctica un par de veces durante nuestros polvos, y nunca había protestado, así que yo había decidido encajarla en aquel grupo de chicas que se autodenominaban “damas en la calle y perras en la cama”.
               Pero fue esa noche cuando se confirmaron mis sospechas. Cuando le di la nalgada, Sabrae se estremeció entera, cerró ligeramente las piernas, e incluso se aferró de una forma primitiva, animal, instintiva, a mi polla. Le encantaba que hiciera eso, pero era orgullosa y no me lo diría, al menos no de momento.
               Suerte que yo la conociera como la palma de mi mano y fuera lo bastante listo como para saber la inmensa suerte que tenía: no sólo había encontrado a una diosa del sexo, sino también del amor. Una diosa que estaba buscando a su complemento mortal. La diosa de dioses, la diosa absoluta. Y yo conocía lo suficiente la mitología griega como para saber que el que yo fuera un dios del sexo no estaba reñido con que ella también lo fuera.
               Podríamos ser dioses juntos. Podría enseñarme a complementarme. Y podría dejarme adorarla, porque estaba claro que yo no tenía nada que Sabrae no tuviera ya. Sería su reflejo en el espejo, su imagen en la superficie de un lago boreal.
               -Ni en sueños renuncio yo a tus manos-replicó, llevándose las suyas a sus caderas y desincrustando mis dedos de su piel-. Aunque se me ocurre algo más útil que puedes hacer con ellas.
               Y las puso sobre sus tetas. Sabrae me guiñó un ojo y me sonrió al ver mi expresión.
               ¿Pensaba que la dejaría ganar? Ni de broma.
               Cometió un tremendo error guiándome por su cuerpo y haciéndome ver qué era lo que quería, porque si había algo de lo que yo me enorgulleciera era, precisamente, de mi capacidad de adivinar lo que les gustaba a las chicas incluso cuando ellas no lo sabían. Y, cuando tienes esa habilidad, te es tremendamente fácil conseguir darles la vuelta a las tornas, como también terminé haciendo con ella.
               A pesar de que Sabrae se estaba esforzando en conseguir que me corriera, yo estaba demasiado concentrado en hacer que ella llegara de nuevo al orgasmo como para perder aquella partida improvisada en la que perdía el primero en acabar. No me malinterpretes: por supuesto que estaba gozando con todo lo que hacíamos; me estaba poniendo a mil, y estaba disfrutando como un cabrón, pero correrme ahora no era mi prioridad. Y yo soy un tío de prioridades. Créeme, si tu reputación de amante te precede y las chicas acuden a ti sin tener que ir tú a ellas cuando normalmente es al revés, es porque eres un maestro ordenando prioridades. Y no había nadie con mi reputación, así que no hace falta que te una los puntos, ¿no?
               Si hay algo que una chica valora por encima del tamaño de tu polla y la maña que tienes con ella, es tu capacidad para poner su placer por delante del tuyo. No me costó hacerlo una vez más, especialmente ahora que estaba con una chica que me importaba como no lo había hecho ninguna otra. Mientras Sabrae me empujaba por aquella escalera hacia el cielo, yo la estaba haciendo subir en ascensor. Le magreé las tetas todo lo que quise, tiré de ella para que se me pusiera a tiro y así poder besarla, junté nuestros labios y nuestras lenguas mientras la llenaba y ella me hacía llenarla, y de nuevo, la senté sobre mi entrepierna y la dejé hacer. Gruñí, gemí, le pedí que siguiera igual que ella hacía conmigo; resultó que éramos de los que se excitan escuchando a su pareja desinhibirse, y pronto Sabrae se retorcía y gritaba y me mordía los dedos cuando yo le tapé la boca para no despertar a su familia.
               Toda ella vibró como lo hacen las bombas de las películas un segundo antes de explotar. Su cuerpo atravesó las turbulencias propias de un banco de nubes particularmente espeso, y al fin llegó a la luz del sol. Se apoyó en mis rodillas, haciéndome cosquillas con el pelo que le caía de la cabeza, y una sonrisa boba le cruzó el rostro.
               -Qué interesante-murmuré, poniendo una mano detrás de mi cabeza mientras la otra jugueteaba con la piel alrededor de su ombligo, y Sabrae abrió un ojo-. Creía que estábamos follando porque tú te habías corrido y yo no, así que, técnicamente, me deberías un orgasmo-me froté la mandíbula-, pero ahora resulta que tampoco he acabado y tú ya has tenido otro. Así que… ya me debes dos-le guiñé un ojo, incorporándome hasta quedar apoyado sobre mis codos, y Sabrae sacudió la cabeza.
               -Oh, maldito cabrón…-gruñó, empujándome y volviendo a la carga. Me eché a reír cuando sentí la rabia con la que me estaba follando: ya no lo hacía por su placer, sino por el mío, pero también había una parte de ella que quería castigarme por mi ocurrencia. ¿Estaba llevando la cuenta de sus orgasmos?, parecía pensar, lo cual parecía molestarle. Por supuesto, bombón, me habría gustado decirle, y lo habría hecho si ella me hubiera dejado, no seré un genio de la contabilidad, pero con los orgasmos que tienes por mi culpa estoy dispuesto a hacer una excepción.
               Me pareció incluso divertido su forma de moverse, la verdad. Lo estaba haciendo genial, con rabia y con pasión, pero yo no sería un buen novio (aunque en funciones) si hubiera hecho que se sintiera mejor. Además, no picarla no era mi estilo, y ahora que parecía estar a la que saltaba, se me estaba presentando una oportunidad de oro que no iba a desaprovechar.
               Tardé en darme cuenta de que no lo estaba haciendo de forma más rápida que antes porque quisiera quitarme de en medio, sino porque seguía el ritmo de la música. No fue hasta que no empezó una canción más acelerada que las demás cuando me percaté de que las caderas de Sabrae seguían el golpeteo rítmico de los bajos de las canciones que iban sonando, y los  cambios en sus movimientos se acompasaban a los cambios en la melodía que llenaba la habitación. Puede que no estuviera tan centrado en mí, después de todo, y sí que ella hubiera conseguido hipnotizarme en cierto sentido, si no me había dado cuenta de eso porque había estado demasiado ocupado disfrutando de la sensación de mi sexo en el suyo, su cuerpo sobre el mío, su aliento rodeándome y las perlas de sudor que ya sentía deslizarse por mi abdomen y por debajo de sus pechos.
               -Guau, me encanta este puente-bromeé cuando Nick Jonas cambió radicalmente el ritmo de su canción en Champagne problems. Sabrae se detuvo y me miró con ojos como platos, estupefacta.
               -¿De verdad estás pasando de mí para escuchar la música?
               -Venga, nena, ¡tú también la estás escuchando!
               -¡Eso no es verdad!
               -¡Estás follando al mismo ritmo que la música!
               -¡Pero no lo hago a posta! Es como cuando estás cocinando y te pones música, ¡terminas batiendo al mismo ritmo! Dios mío, Alec…-bufó, sacudiendo la cabeza-. No puedo creer que Nick capte mejor tu atención que yo.
               -Te estaba tomando el pelo, Saab-ronroneé como un gatito y le acaricié la parte dura de su cadera, donde se notaba ligeramente la pelvis, con los pulgares. Puso los ojos en blanco.
               -¿Me estoy poniendo pesada?
               -¿Qué?
               -Con el sexo. Sé sincero. A veces me pongo pesada, ¿crees que me lo estoy poniendo ahora?
               -¿A qué viene eso? Espera, ¿crees que no estoy disfrutando porque… porque he escuchado la canción?-me incorporé y ella torció la boca, sin querer mirarme-. Eh. Saab. Mírame. Nos prometimos sinceridad-la tomé de la mandíbula y busqué su mirada con la mía-. Fue hace mucho, pero mis promesas no caducan. Se hacen más fuertes. ¿A qué ha venido eso?
               -Después de todo lo que ha pasado, yo… no quiero hacer nada que te moleste-musitó, dócil-. Te he echado demasiado de menos.
               -Y no has hecho nada que me moleste. Para nada. Mira, ha sido una gilipollez, para relajar el ambiente. ¿Cómo puedes pensar que no me gusta que tengamos sexo? Simplemente me pareció que te estabas acelerando un poco, y cuando me he dado cuenta de que era por la música, pues… pensé en decir eso para ver si te habías dado cuenta. No quería molestarte, ni que te rayaras, bombón-froté mi nariz con la suya y ella me acarició los hombros.
               -¿Me estaba acelerando?
               -Un poco.
               -¿Y te gustaba?
               -Bueno… me gustaba más antes, la verdad. Cuando te corriste tú. Ese ritmo era el perfecto. Llevas un rato que pareces una máquina de extracción de huesos de aceituna-Sabrae abrió los ojos, impactada-. Claro que serías la máquina de extracción de huesos de aceituna más guapa de la historia-me apresuré a añadir, y Sabrae se echó a reír.
               -No puedo que acabes de compararme con un artefacto de ingeniería industrial.
               Me encogí de hombros, cerré los ojos y me mordí la lengua, arrugando la nariz.
               -Es que soy una caja de sorpresas.
               -Pero, entonces, ¿lo estabas disfrutando, o quieres que paremos?
               -¿En serio me estás preguntando si me gusta cómo follamos? El sexo contigo es mi segunda cosa favorita en el mundo.
               -¿Y cuál es la primera?-preguntó con inocencia.
               -Verte sonreír.
               Sabrae se mordió el labio, luchando contra sus reflejos.
               -Vamos, vamos, nena-canturreé-, no te resistas, hazme feliz.
               Sabrae se echó a reír, sonrió y me tumbó debajo de ella. Me cubrió de besos por el pecho, volvió a meterme en su interior, y empezó a moverse, primero despacio, luego, cogiendo velocidad, hasta llegar a un ritmo que podría haberme vuelto loco, con canciones un poco menos caóticas pero también movidas.
               No nos duró mucho la fiesta, porque justo cuando yo estaba a punto de correrme, y ella rozaba un tercer orgasmo, la música cambió. Una U larga y suspirada llenó la habitación, y yo di un brinco al escucharla. Sinceramente, no me la esperaba: habíamos tenido suerte y, si había canciones lentas en el disco, no nos habían tocado aún. Pero, claro, cuanto más tiempo pasaba, más difícil era que no nos encontráramos con una; otra cosa era que no fuera a sorprenderme que Nick Jonas me bufara en la oreja.
               Sabrae gruñó, exhaló un sonoro suspiro y se estiró para tratar de cambiar la canción, para lo cual, casi me extrae de su interior.
               No. No. No, no, no, no.
               No quería salir de ella. No podía salir de ella ahora. Se me rompería el corazón. Estaba casi al borde.
               Así que me incorporé y la rodeé por la cintura, alejándola del altavoz. Puede que me hubiera sorprendido, pero ahora que lo pensaba en frío, la canción era perfecta. No había demasiados instrumentos, sólo la voz del cantante y un ligero acompañamiento que no la ensombrecía. Era una balada en toda regla, un remanso de paz en una discoteca, como salir fuera a que te dé un poco el aire.
               Se trataba de la canción perfecta para hacer el amor en lugar de follar.
               -No te vayas. Por favor-le besé los pechos y Sabrae me acarició la mejilla con el dorso de la mano.
               -Pero… es lenta.
               -No me importa. Dijiste que ibas a hacerme el amor. Házmelo.
               La besé en los labios e hice amago de tumbarme, pero ella me lo impidió.
               -No. Unhinged es mi canción preferida de este disco. Quiero hacerlo contigo a la misma altura que yo mientras está sonando. Como iguales.
               Me callé que no podíamos ser iguales mientras yo la adorara así, porque sabía que no era verdad. No del todo. Ella me adoraba de la misma forma que lo hacía yo. Así que asentí con la cabeza, rodeé su cuerpo con mis brazos, y empecé a besarla mientras continuaba la canción. Ella movió las caderas en una cadencia lenta y suave, llena de amor, mientras nuestras bocas no dejaban de encontrarse.
               Saab consiguió que dos posturas que yo siempre había considerado sobrevaloradas subieran en mi escala de preferencias hasta entrar en las 3 primeras: el misionero y sentados. Donde otras chicas las volvían excitantes por la fricción de tanta piel, Sabrae las convirtió en sensuales e íntimas: cuanto más cerca estábamos, más podíamos acariciarnos y besarnos. Mejor podíamos hacer el amor.


Siempre había tenido miedo de hacerlo sentada con un chico. En todo internet se decía que estaba genial, que posturas como la de la amazona eran geniales si las hacías con alguien con quien tuvieras muchísima confianza y con el que pudieras disfrutar, y yo siempre había creído que aquello no eran más que cuentos de mujeres que estaban tan enamoradas de sus novios que no veían más allá de lo poco práctico que parecía estar con los cuerpos enredados, tan cerca el uno del otro que apenas podíais tontear mientras lo hacíais.
               Hasta que, claro, lo probé con Alec. Ya lo habíamos hecho más veces en posturas parecidas, pero siempre había sido porque no nos quedaba más remedio, pero ahora que podíamos elegir y aun así volvíamos a nuestros orígenes, yo me daba cuenta de la verdad que puede haber en las palabras de una chica tremendamente enamorada de su novio, y lo hacía porque yo estaba tremendamente enamorada de Alec. Lo notaba en mi cuerpo, en la forma en que se adaptaba a él, celebrando cómo se había incorporado para tenerme sentada sobre sus muslos, impidiendo que me cayera con sus rodillas, y en cómo le gustaba que mis pies le acariciaran la parte baja de la espalda mientras me movía con él dentro, saboreando hasta el último centímetro de contacto que había entre nosotros.
               Lo notaba en mis labios, en cómo se curvaban en una sonrisa que le mostraba todos mis dientes a su boca, para que él los mordiera si le apetecía, con cada movimiento de nuestros cuerpos.
               Lo notaba en la forma en que mis senos festejaban el contacto de sus manos, que me acariciaban como el alfarero que se esmera en su figura maestra hecha de arcilla.
               Lo notaba en mis dedos, en la manera en que se enredaban en su pelo, aprovechando que tenía los codos en sus hombros, con mis brazos haciendo de marco al precioso cuadro que era su cara.
               Y lo notaba en mis ojos, que se reflejaban en los suyos, dos universos llenos de estrellas a punto de fusionarse sin ninguna violencia; no era un choque, sino una fundición. Nadie moriría en aquel encuentro, sino que todo lo que nos componía tendría ahora el espacio extra del cuerpo del otro para expandirse y rellenar los huecos vacíos.
               Me encantaba follarme a Alec en un sofá, montarlo como si fuera un potro salvaje y yo una amazona ansiosa de domarlo, pero hacer el amor con él en mi cama, con nuestros cuerpos unidos como dos enredaderas que se apoyan la una a la otra para ascender hacia el sol.
               La música suave de Unhinged seguía sonando en el altavoz, pero yo ya apenas la escuchaba. Estaba demasiado ensimismada con lo precioso y perfecto que me parecía Alec como para percibir nada que no fuera él, directa o indirectamente. El mundo podría haberse desmoronado alrededor de nosotros, que yo seguiría encandilada en la burbuja en la que él me había metido con la tierna pasión que transmitía su cuerpo.
               Tenía la certeza de que estaba en el momento y el lugar indicados, haciendo exactamente lo que debía hacer con la única persona que podría llamar mía hasta el fin de mis días, la única persona que podría reclamarme como suya. Le estaba haciendo el amor al único hombre que podía hacer que fuera a contar mis experiencias en internet y decir que sí, efectivamente, aquellas posturas estaban mejor porque estabais más cerca, más unidos, y había mucha más intimidad en el contacto que en la distancia, por mucho que os mirarais a los ojos mientras él se ponía encima de ti y te poseía.
               Sentí cómo la primavera florecía dentro de mí y se expandía a marchas forzadas, haciendo que mi piel brillara, sensible, y mis muslos se contrajeran en el paraíso que Alec estaba ayudándome a crear. Sin él, yo tenía un huerto, un terreno fértil en el que no crecía nada; pero, cuando estábamos juntos, Alec y yo creábamos un jardín en nuestros cuerpos, con plantas de todos los colores y formas, venidas de los rincones más exóticos del mundo. Él era las semillas y las flores, verano de siembra y primavera de florecimiento, lluvia y sol al mismo tiempo.
               Sol. Mi sol. Mi precioso sol, al que había recuperado después de unas semanas horribles a la intemperie, con tormentas revolviéndome el espíritu, calándome hasta los huesos, helándome y haciendo que me perdiera en la oscuridad. Él me transmitía luz, calor y amor a partes iguales, entremezclados de una forma que yo nunca pensé que podrían unirse cosas tan diferentes, aristas de lo mismo.
               Hundí la cara en el hueco entre su cuello y su hombro e inhalé el aroma que desprendía su piel: a hombre, a protección, a sexo, a seguridad, y a amor, mezclado con la esencia característica de él: loción para el afeitado, lavanda, pasta de dientes, y una composición química que tardaría toda la vida en identificar, a la que terminaría refiriéndome mentalmente como “esencia de Alec” porque no podría definir con palabras el olor que desprendía su cuerpo de forma natural, parecido a nada que hubiera probado antes.
               Alec respondió haciendo lo mismo que yo: su rostro buscó el hueco que mi cuello formaba en la unión con mi hombro, inhaló profundamente con los ojos cerrados, y dejó escapar un suspiro de satisfacción, haciéndome cosquillas en la piel de la clavícula. Me dio un beso en aquella esquina y sonrió para sus adentros cuando yo le imité.
               Sus manos se deslizaron por mi espalda hasta llegar a mi cintura. Me separó de él para poder echarle un vistazo a mi rostro, y cuando lo tuve frente a frente, me puso las manos en la mandíbula y me acarició las mejillas con el pulgar. Sus ojos bailaron por mi mirada.
               -Eres preciosa.
               -Y tú, Al-respondí, jugando con los rizos que se le formaban en la nuca-. Eres genial. Me apeteces como no me ha apetecido ningún otro-sonreí, moviéndome en círculos en torno a él, haciendo que se acercara al clímax, haciendo que yo me acercara también-. Y eres el único que haga que desee ser suya. El único-le tomé una mano por la muñeca y lo miré con intensidad, y él sonrió. Me rodeó la cintura con el brazo que tenía libre y tiró de mí para pegarme a él, tanto que casi rompe nuestra unión, pero a ninguno nos importó. Lo que estábamos experimentando trascendía lo físico, lo espiritual, lo emocional… lo trascendía todo. Estaba ayudándome a entrar en un plano astral que jamás había sido explorado antes.
               -Dilo otra vez-me provocó, sonriendo-. Que eres mía.
               Sonreí.
               -Me apeteces.
               Alec rió por lo bajo.
               -Jamás me darás lo que yo quiero, ¿eh?
               -¿Lo que tú quieres no soy yo? Porque eso te estoy dando: a mí misma.
               -Cómo no vas a ser tú-chasqueó la lengua y negó con la cabeza-, si eres lo único que existe.
               Mi sonrisa se hizo un poco más amplia y le besé los labios.
               -Córrete para mí, Al. Córrete conmigo.
               Siempre haría lo que yo le pidiera, siempre. Si le pedía la luna, me la bajaría del cielo. Si le pedía las estrellas, las arrancaría una por una del techo en el que estaban incrustadas. Si le pedía el sol, se quemaría trayéndomelo. Y si le pedía su corazón, me lo entregaría sin miramientos, porque eso es lo que haces cuando estás enamorado.
               Su orgasmo no fue una excepción a aquella regla preciosa que acababa de descubrir. Se dejó llevar en un orgasmo dulce, calmado pero tan satisfactorio como los otros que yo le había dado, y lo entremezcló con el mío. Nos corrimos a la vez, sin dejar de movernos despacio por el placer del otro y no del nuestro, y cuando terminamos, yo mucho después que él gracias a la madre naturaleza, seguimos sentados el uno en torno al otro, mirándonos a los ojos y sonriendo como bobos. Me dolían las mejillas de tanto sonreír, pero ni aunque se me quedaran insensibles lograría dejar de hacerlo. Estaba tan feliz… jamás me había sentido tan en paz conmigo misma y en conexión con las cosas buenas que me rodeaban, que eran una infinidad.
               Mis manos seguían las líneas de los músculos de su espalda, que parecían torrentes excavados por las estaciones lluviosas durante millones de años. Me encantaba aquella espalda, lo fuerte que era y a la vez con cuánto cariño podía protegerte.
               -Me encanta tu espalda-ronroneé como una gatita, y él sonrió, siguiendo la línea de mi columna vertebral.
               -Y a mí la tuya, bombón.
               -Y tu pecho-añadí, acurrucándome contra él, apoyando la cabeza en su hombro y el costado en su pecho y soltando un profundo suspiro. Él se echó a reír.
               -Yo podría decir lo mismo del tuyo-respondió, besándome la mano-. Encajamos bien, ¿no te parece?
               Asentí con la cabeza, jugueteando con sus dedos.
               -Empezamos con mal pie, pero nos hemos cogido la medida por fin.
               -Eso sólo fueron nervios, bombón-me besó la cabeza y yo sonreí. Levanté la mirada y me encontré con su boca, a la que no me pude resistir. Volví a colocarme de forma que estuviera frente a él, y él sonrió cuando mi cuerpo empezó a responder a sus besos con más insistencia, aferrándose a cada milímetro de su piel como si fuera un salvavidas. Me sorprendió que esa noche fuera yo quien tomaba la iniciativa, cuando normalmente Alec se aceleraba y se veía obligado a frenarse constantemente por culpa de que, a veces, iba demasiado rápido para mí.  Parecíamos el ying y el yang, complementándonos hasta formar siempre un todo perfecto. El universo al completo éramos nosotros dos.
               Tenía sus manos en mis caderas. Le acaricié los dedos y fui subiendo por sus brazos, en una trayectoria que me encantaba, hasta que finalmente llegué a sus hombros. Le acaricié aquellos músculos tan fuertes y bien definidos, pero no tan abultados que me causaran rechazo: Alec estaba en perfecto equilibrio entre el músculo y la fibra, como los chicos que veía en el gimnasio con más nivel que los que no tenían una rutina fija pero que no estaban tan mazados que parecieran aspirantes a deportistas de élite. Era perfecto, absolutamente perfecto.
               Y esa noche, era todo mío.
               Apoyé la cabeza de nuevo en su hombro, la que decidí que sería mi almohada favorita a partir de entonces, y seguí las líneas de las venas del brazo contrario con la yema de los dedos. Sus ojos no se apartaban de mí ni de mis curvas, escaneándome como un láser al que le entregan una vasija hallada en una excavación arqueológica y que tiene que documentar urgentemente. Era curioso el contraste que mi piel morena tenía con la suya, también besada por el sol, pero no con el mismo tono de cacao. Me recordaba a la crema de cacao de varios sabores, chocolate puro y chocolate blanco, algo que nunca me había entusiasmado hasta que la comparé con Alec y conmigo.
               Y entonces, empezó a gustarme.
               -Amo tu piel, Sabrae-espetó él de repente, y yo sonreí-. Es preciosa. Quiero casarme con ella.
               -Pues vamos en pack-bromeé.
               -Pues te soportaré con tal de verla todos los días-me dio un beso en la frente y yo me sentí derretirme entre sus brazos.
               -A mí también me gusta mi piel-a pesar de que no compartía tono con mi familia, en cierto sentido era también mi sello de identidad. Puede que en ocasiones me recordara que mis orígenes eran diferentes, pero la gran mayoría de las veces me hacía sentir especial en lugar de fuera de lugar. Hacía que recordara que me habían elegido, que no había sido un golpe de suerte sino un triunfo buscado.
               -Normal-sentenció él-. Parece hecha de oro y chocolate. Mira cómo brillas. Joder, eres preciosa-bufó-, me pasaría la vida besándose esta piel de chocolate tuya.
               -Yo me pasaría la vida dejando que me la besaras-ronroneé de nuevo, regodeándome en mi ensoñación de Alec besándome cada centímetro de mi piel, haciendo que me volviera absolutamente loca, en todos los sentidos en que un hombre puede volver loca a una mujer.
               -Y el cáliz entre tus muslos-casi gimió, acariciándome los glúteos unidos sobre su regazo, ahora que me había sentado de lado sobre él para poder dejar que me recogiera como a un cachorrito-. Uf.
               -¿Qué cáliz?-me eché a reír suavemente-. Es mi sexo-le recordé, dándole un mordisquito por debajo de la mandíbula. Alec no me tenía acostumbrada a hablar así. La metafórica y poética de la relación era yo. Él era… distinto. Hacía de las palabras más simples pura magia, pero también era más explícito que yo.
               Me estaba encantando aquel cambio en él. Me demostraba que las cosas estaban llegando a un nuevo nivel.
               -Eres deliciosa. Si sólo pudiera probar un sabor durante el resto de mi vida y me dieran a elegir, te elegiría a ti sin pensármelo dos veces.
               -¡Alec, para!-me eché a reír-. Me vas a poner roja. Basta.
               -Tengo que decírtelo-respondió, incorporándose un poco y mirándome desde arriba, como un dios mira a su más fiel servidora cuando ésta se ha equivocado en algún rito: con cierta severidad, pero también con mucho amor y gratitud-. Eres deliciosa. El alcohol es mierda a tu lado, y mira la cantidad de alcohólicos que hay. Sabes tan bien, Sabrae… eres el éter de los dioses del que tanto hablan en Grecia. ¿Seguro que eres mortal?
               Sonreí. ¿Me estaba llamando lo que creía que me estaba llamando? Él me hacía sentir como una diosa cuando estábamos juntos; concretamente, como la diosa del sexo si me quitaba la ropa. Pero una cosa era que me lo hiciera sentir, y otra que me lo llamara. Eso lo hacía más real.
               -Nadie tiene constancia de que haya nacido de una humana, puede que haya decidido materializarme en la tierra así, sin más-me encogí de hombros, restándole importancia.
               -O puede que hayas nacido de una flor-cogió mi mano y jugueteó con mis dedos entre los suyos-. Quizá un día, la flor más bonita del mundo se abrió y tú saliste de ella, como los abejorros cuando se quedan dormidos durante la noche dentro de sus pétalos.
               Me eché a reír.
               -¿Qué te pasa esta noche, Shakespeare? Voy a empezar a pensar que te traías el discurso preparado.
               Alec sonrió.
               -He estado leyendo sonetos de amor para poder recitártelos, y ya sabes que odio leer.
               -Me quieres mucho-reí.
               -¿Y tú a mí?-preguntó él con intensidad, pero no pudo ocultar su sonrisa durante mucho más tiempo.
               Sonreí, me colgué de su cuello, arrugué la nariz y negué con la cabeza. Él puso los ojos en blanco.
               -Sí, ya-pero me dejó darle un beso para sellar mi broma. Nos enrollamos un poco antes de que yo me separara de él y lo llamara por su diminutivo, algo que le encantaba-. ¿Mm?
               -A mí también me encanta tu cuerpo. Le haría el amor toda la noche.
               Me adoré a mí misma por ser capaz de poner en sus labios sonrisas tan bonitas como la que esbozó entonces.
               -Pues… no voy a ser yo quien incumpla uno de tus deseos, divinidad.
               Me agarró de las caderas y me tumbó debajo de él, haciendo que soltara un chillido peligroso, pues la música ya se había acabado y no quedaba nada que pudiera tapar nuestros ruidos. A pesar de que sonrió mientras me besaba el escuchar el sonido que salió de mi boca, yo me las apañé para mirar hacia lo que para mí era arriba, donde mi móvil descansaba sobre la pequeña plataforma de altavoces, al lado del reloj de la mesilla de noche. Me sorprendió lo tarde que era, lo rápido que había pasado el tiempo estando juntos. Detesté el andar de aquellas agujas, que parecían reírse de mí mientras iban picando poco a poco la montaña que era nuestra primera noche juntos.
               El tiempo era lo que todo el mundo más deseaba y a la vez más odiaba. Cuando estabas con alguien a quien querías, necesitabas tener tiempo juntos, y éste parecía burlarse de ti pasando a toda velocidad. Y, cada vez que os separabais y le poníais una fecha de caducidad a vuestra soledad, éste decidía alagarse y alargarse y alargarse y alargarse. Cuando estábamos juntos, odiábamos el andar de las manecillas del reloj.
               Y cuando estábamos separados, nos encantaba que caminaran, aunque jamás lo hacían a la velocidad que queríamos.
               Ni siquiera un niño consentido y malcriado era tan caprichoso como el tiempo.


Noté que estaba distraída por la forma en que comenzó a acariciarme el pelo, como lo hacía siempre que su cabeza estaba en otra parte, pero su cuerpo aún seguía registrando la presencia del mío. Terminé de besarle los pechos, poniendo más atención en el que no tenía el piercing (me había pasado un poco en eso de discriminarlo porque no tenía ningún adorno) y la miré desde abajo. Tenía mis manos en sus caderas, y podría haber bebido de ella si quisiera, pero no podía dejar escapar la oportunidad de mirarla. Me encantaba cuando toda su atención estaba centrada en mí, pero también cuando no me hacía el menor caso. Era una sensación rara, esa de sentirla a gusto conmigo hasta el punto de que se ponía a divagar silenciosamente, abriendo puertas y ventanas de un castillo tan inmenso como el mismo mundo en el que vivíamos.
               -¿En qué piensas?-pregunté, besándole la tripa, observando los contornos de su figura contra la luz de la mesilla de noche, que habíamos encendido durante nuestro primer polvo, cuando todavía no podía creerme que estuviéramos desnudos y en su cama y necesitara toda la luz posible para verla.
               Sabrae tragó saliva, la curva de su mandíbula cambiando con la acción de su cuello.
               -En el tiempo. En lo rápido que se me están pasando estas horas y lo despacio que iban cuando no estábamos juntos. ¿No te parece increíble?-preguntó, mirándome desde arriba, con unos ojos brillantes por el sexo y la felicidad que yo (sí, ¡yo!) había puesto en ellos. Sonreí y le di un beso en la tripa.
               -Me halaga que me digas que el tiempo se te pasa rápido cuando estoy contigo, Saab. Eso quiere decir que estoy haciendo algo bien.
               Sabrae puso los ojos en blanco y se incorporó un poco. Intenté no mirar su busto, pero fracasé estrepitosamente, aunque creo que no le molestó demasiado que se me fuera la vista.
               -¿No te parece muy injusto? El tiempo es muy poco fiable. Debería ser un poco más… no sé. Considerado-decidió, abrazándose a sí misma y mirando el reloj de su mesilla de noche-. Hace apenas dos días, me pasaba las noches en vela pensando en lo que estarías haciendo…
               -Yo también me las pasaba pensando en ti.
               -… y se me hacían larguísimas, y ahora que sé dónde estás y con quién, es como si todo se hubiera acelerado cien veces. O doscientas. O incluso mil. No es justo-hizo un puchero y yo me eché a reír, atrayéndola hacia mí.
               -Puede que así sea como aprendemos a valorar a las personas.
               Se me quedó mirando con gesto soñador, acariciándome el mentón con la yema de los dedos, siguiendo las líneas de mi mandíbula con los ojos.
               -Supongo que tienes razón, ¿no? Cuanto más quieres a una persona, más cambia el tiempo dependiendo de si estás o no con ella.
               -¿Te me acabas de declarar?-bromeé, riéndome, y ella se unió a mis carcajadas y pronto se acercó a mí para pedirme un beso sin palabras. Se lo concedí; ése, y muchos después, a modo de propina, porque se estaba portando genial conmigo y me estaba dejando portarme genial con ella, y ser buenos era algo que debíamos celebrar. Le rodeé la cintura con las manos y bajé por sus muslos, pero ella no terminaba de separar las piernas, señal que yo interpreté como que estaba cansada y quería disfrutar un poco de simplemente estar juntos, y no sólo del sexo. Necesitábamos volver a ser un par de individuos compartiendo un momento y lugar, con todo lo que eso implicaba: que pudiéramos volver a nuestros cuerpos y sentir las emociones que el otro nos despertaba.
               -Ya que estás filosófica… creo que es hora de que paremos un ratito.
               Sabrae se mordió el labio.
               -He cortado el rollo, ¿verdad?
               -Un poco-le pellizqué la nariz y ella hizo una mueca-. Pero no pasa nada. Así podemos evitar quemarnos. Que ésta sea la primera noche no quiere decir que también deba ser la última-le guiñé un ojo y ella rió y asintió con la cabeza. Me rodeó los hombros con los brazos, volvió a inclinarse a darme un beso, y yo me dejé hacer. ¿Cómo iba a resistirme a ella, la criatura más hermosa que se hubiera creado jamás?
               Su lengua se volvió más insistente, sus labios más atrevidos, y sus manos, más descaradas, pero yo estaba como en trance. No dejaba de pensar en lo que me había dicho, en lo poderosa que era con respecto a mí. Me tenía en la palma de la mano y yo no hacía más que volverme más y más vulnerable, para que me moldeara como quisiera, entregándole lo único que tenía realmente: mi tiempo y mi cuerpo. Quería pasar la noche con ella, en el sentido más amplio de la palabra: quería hacerle el amor, cosa que ya había sucedido; quería tumbarme a hablar de la vida con ella, y también quería dormirme con su pelo haciéndome cosquillas en la cara.
               Ya habíamos hecho lo primero, así que nos quedaban dos cosas pendientes.
               -Saab. Eh. Saab. ¿Te apetece hacerlo un poco más?-le pregunté directamente, y ella me miró como si estuviera borracha, tratando de enfocarme. Se estaba dejando llevar por lo que  su cuerpo le pedía que hiciera, pero la notaba cansada en lo más profundo de sus movimientos. Habían sido unas semanas muy intensas y unas noches de reconciliación más moviditas aún, y todo le estaba pasando factura.
               Se separó un poco de mí y se apartó mechones de pelo sueltos tras las orejas, mordisqueándose el labio.
               -Creo… no sé. Sólo quiero pasar la noche contigo. Y hacer lo que tú quieras.
               -Hay muchas formas de pasar la noche. Y yo lo quiero hacer todo contigo. Sexo, mimos, y dormir-le acaricié la nariz con la mía y ella dejó escapar una exhalación-. ¿Te parece si lo vamos dosificando un poco? Ya hemos tenido el sexo, y también los mimos, así que ahora…
               -Nos toca dormir-adivinó, sonriente, y asintió con la cabeza-. Sí, me parece una buena idea.
               Y, sin previo aviso, se recogió el pelo con las dos manos, se lo echó sobre los hombros y salió de la cama. Me quedé helado viendo cómo se alejaba de mí. ¿Adónde se suponía que iba? ¿Es que no… no íbamos a dormir juntos? No iría a prepararme la cama, ¿verdad? Quería compartirla con ella, sentir su cuerpo pequeño y cálido al lado del mío, haciendo presión en el colchón de la misma forma que lo hacía el mío, atrayéndola hacia mí como un campo gravitatorio tenue como el sonido de la lluvia a través de los cristales.
               -¿Qué… qué haces?-pregunté, viendo cómo se detenía frente al armario. Se volvió hacia mí con el ceño fruncido.
               -Pues… coger el pijama.
               Tuve que morderme los labios para no soltar una risotada. Vamos, Al, tío, relájate. Sólo iba a por el pijama. Y yo pensando que me iba a echar de su cama porque no podía dormir acompañada, o algo así. Es increíble lo paranoico que puede llegar a volverte una persona a la que quieres.
               -Pijama-repetí, tumbándome sobre mi costado y apoyando la cabeza en mi hombro. Sabrae asintió con la cabeza.
               -Sí. Incluso fui a la habitación de Scott a coger unos pantalones de pijama para ti también. Siempre tuve la esperanza de que durmieras conmigo, ¿sabes? En el fondo, sabía que lograría convencerte-presumió, hinchándose cual pavo.
               -Así que sólo me has buscado pantalones, ¿eh? ¿Y qué hay de la parte de arriba?
               -No pienso dejarte usar parte de arriba-sentenció, seria, y ahí sí que me eché a reír.
               -¿La mitad superior de mi cuerpo es la que más te gusta?
               -Ahí tienes la boca.
               -Y yo que creía que lo que más te interesaba de mí era otra cosa…
               -Las manos están en segundo lugar-me sacó la lengua y me tendió los pantalones, pero yo los rechacé con un gesto-. ¿No los quieres?
               -Te lo dije, nena. Duermo en calzoncillos.
               Puso los ojos en blanco.
               -En invierno, te ponías pantalones.
               -No, si estoy acompañado.
               -Por supuesto que sí.
               -¿Y tú, bombón, cómo piensas dormir?
               -Con una camiseta muy mona-aleteó con las pestañas y posó para mí como la modelo más preciosa de la historia.
               -¿De verdad?-hice una mueca de angustia-. ¿Es que no tienes pensado hacer una excepción esta noche? ¿Por mí?
               -¿Acaso piensas hacerla tú?
               -Depende de cómo se presente la noche-le guiñé un ojo y me pasé las dos manos por detrás de la cabeza, esbozando mi mejor sonrisa torcida, ésa que tanto les gustaba a las chicas, ésa que tanto le pertenecía a Sabrae-. A veces, me lo quito todo. Si veo que la suerte me sonríe y la chica está dispuesta también a quitárselo, claro.
               -¿Y qué pasa si no?
               -Si no, me visto, me emborracho, me voy a mi casa, me acuesto en mi camita… y me duermo en calzoncillos-le guiñé un ojo.
               -¿Y por tu chica favorita en el mundo no estás dispuesto a ceder aunque sea sólo un poco?-coqueteó, acercándoseme con sensualidad, dispuesta a seducirme, y yo abrí los brazos.
               -¿Qué le importa a Mary Elizabeth que duerma en bolas o no?
               Sabrae abrió los ojos, una carcajada silenciosa subiéndole por la garganta, y me quitó la almohada de debajo de la cabeza a la velocidad del rayo. Me golpeó en la cara con ella con toda la fuerza que pudieron acumular sus brazos, y yo me dejé avasallar, porque era divertido hacerla de rabiar. Cuando consideré que ya se había desquitado bastante conmigo, la agarré de la cintura, la tiré sobre la calma y le di un manotazo en el culo.
               -Estás tan guapa cuando te picas…
               -Pues no debo de estarlo mucho ahora, porque no estoy nada picada-sentenció, orgullosa, inflando sus mofletes. Le di un beso en la nariz y ella hizo un puchero hasta que le di un piquito, que me premió con una radiante sonrisa-. ¿Al?
               -¿Mm?
               -No voy a poder dejarte marchar mañana.
               Sonreí.
               -Me dolería que pudieras, mi niña-le di un beso en la frente y ella sonrió-. Venga, a dormir, que te me estás poniendo un poco pesada-le di otra palmada en el culo y ella se rió y asintió con la cabeza, girándose para recoger lo que fuera que hubiera dejado preparado, pero yo se lo impedí-. No te vistas esta noche-le pedí, mirándola desde abajo, y ella parpadeó.
               -No me fío mucho de dormir desnuda, la verdad.
               -¿Por qué? ¿Piensas que voy a hacerte algo? A ver, Saab, que soy un poco cromañón, pero…
               -No, no es por ti. Es que... pronto me va a venir la regla. Debería venirme mañana, pero a veces se me adelanta y me baja de madrugada.
               Parpadeé. ¿Era sólo eso? No iba a renunciar a sentir sus curvas desnudas junto a las mías porque su cuerpo decidiera hacer redecoración de interiores.
               -¿Y qué pasa?
               -Me da vergüenza, Alec. No te quiero manchar. 
               -No me importaría.
               Sabrae se quedó callada, debatiendo consigo misma. Su mirada se oscureció un segundo, eligiendo entre las opciones que se mostraban ante ella: complacerme o estar cómoda. Le acaricié el costado, recordándome a mí mismo que debía ponerla por encima de mí siempre, ahora más que nunca, así que le di un beso en la tripa y le hice cosquillas en la espalda, allí donde se acababa su pelo.
               -Perdona, bombón. Vístete si lo necesitas. Lo primero es que estés cómoda. Aunque… por favor, si no es mucho pedir… que sea sólo una prenda. Las bragas y ya está, ¿vale? Quiero abrazarte de noche.
               Ella asintió con la cabeza.
               -Te dejo espacio para que te vistas-le besé los nudillos, y ella frunció el ceño ligeramente.
               -¿Qué vas a hacer?
               -Ir al baño. Ya sabes, tenemos que ocuparnos de…-chasqueé la lengua y señalé mi miembro, aún enfundado en el condón, y Sabrae abrió la boca y asintió con la cabeza.
               -Claro. Es verdad. La segunda puerta a la izquierda-soltó de repente, y yo me la quedé mirando.
               -Ya sé dónde está el baño, Saab. Lo sé desde antes que tú-y me eché a reír ante lo absurdo de su frase. Estaba nerviosa. Menos mal que yo no era el único.
               -Es verdad-se unió a mis carcajadas-. Es que se me hace raro tenerte aquí.
               -¿Raro?-pregunté, echándome hacia atrás y apoyándome en mis manos, dándole una buena perspectiva del perfecto ejemplar de macho humano que se estaba perdiendo.
               -Distinto-se corrigió.
               -Te voy a dar yo a ti raro-me burlé, agarrándola y tirando de ella para tumbarla sobre mí. Empecé a besarla con urgencia, a la mierda dormir, pensé, sintiendo el suave tacto de su piel contra la mía. Me volvían loco sus curvas desnudas deslizándose por mi cuerpo como si fuera el agua de la cascada más erótica del mundo. Sabrae me acarició el cuello, entregándose a ese beso como si fuera el último, toda intención de vestirse o dormir ya olvidada, y me rodeó cintura con sus piernas. Se detuvo un instante.
               -¿Cuánto puede usarse un preservativo antes de que se rompa?
               Alcé las cejas. ¿Eso era lo que quería? No iba a consentirlo. No iba a arriesgarlo todo de esa forma. Sí, follaríamos, pero no con ese condón, que ya estaba en las últimas. Lo haríamos a lo grande, en posturas que no hubiéramos probado antes juntos, pero que yo sabía que causaban estragos entre las chicas.
               La atravesé con la mirada.
               -No voy a dejar que vuelvas a tener que tomar la píldora. Aún no me perdono el haberte hecho pasar por eso una vez.
               Sabrae se mordió los labios mientras yo me levantaba y le besaba las manos.
               -Ya no quiero dormir, Alec. Quiero hacerlo otra vez.
               -¿Y quién dice que vayamos a dormir?
               -Te estás marchando-me acusó, y yo sacudí la cabeza.
               -Sólo voy a por agua. Estoy seco, chica, pero todavía me quedan un par de asaltos antes de que me dejes KO-Sabrae sonrió-. ¿Necesitas que te suba algo, aparte de mi bonito culo?
               Inclinó la cabeza a un lado, considerando mi oferta, y entonces pronunció la última frase que se me hubiera ocurrido entonces. Ella era mucho más lista que yo, y me lo demostró entonces.
               -Súbenos una manzana.
               Me estremecí de pies a cabeza. Súbenos, no súbeme. Íbamos a jugar con ella de la misma forma que yo jugaba con su cuerpo y ella jugaba con el mío. Me parecía muy bien. Me parecía genial, de hecho. Estaba bien pensar en dormir cuando Sabrae se ponía mimosa conmigo, pero era mejor pensar en follar cuando la tenía desnuda y dispuesta para mí. ¿Qué me estaba haciendo? Me había subido en una montaña rusa de emociones, llevándome de un sitio a otro según se le antojara.
               Le guiñé un ojo, me quité el condón y me puse los calzoncillos y el pantalón que ella había rescatado de la habitación de Scott, y le di un último beso antes de atravesar la puerta. Intenté no echar a correr, por eso de que todo el mundo en la casa dormía y bastante ruido estábamos haciendo Sabrae y yo. No me preocupaba que Scott pudiera oírnos: si estuviera despierto ya se habría quejado, y si se había dormido ya no había quien lo despertara. Esperaba que Eleanor le hubiera cansado lo suficiente como para sumirlo en un sueño lo bastante profundo como para que sus problemas con Tommy no lo alcanzaran y pudiera descansar; mi amigo se lo merecía.
               Zayn, por su parte, era harina de otro costal. Seguro que no había pegado ojo en toda la noche, afinando el oído para intentar escuchar algo, aunque yo confiaba en que la distancia que había entre su habitación y la de Sabrae y los muros de su casa fueran suficiente como para que no pudiera echarme en cara nada. Sabrae podía decir misa sobre él: yo me había metido en la cama de su niña y eso era algo que ningún padre le perdonaría a un mamarracho adolescente revolucionado por las hormonas y lo buenísima que estaba su preciosa hija. Él y yo veíamos versiones radicalmente opuestas de Sabrae: él, su niña inocente que no había roto un plato en su vida; yo, la joven descarada que se volvía una fiera entre las sábanas. Mejor sería no recordarle cuál de las dos Sabrae estaba ahora en su habitación al hombre bajo cuyo techo iba a dormir.
               Bajé a paso ligero las escaleras, entré en la cocina, me serví el vaso de agua y elegí la manzana verde más grande y apetitosa del frutero. Incluso fantaseé con la posibilidad de que Sabrae me dejara atarla a la cama y verter el zumo de la fruta sobre su cuerpo, para lamerlo después y volverla absolutamente loca. En mis ensoñaciones, no me importaba que Sabrae gritara y gritara y Zayn pudiera venir a interrumpirnos; estaría demasiado ocupado lamiendo sus curvas y metiéndome entre las bragas que de seguro tendría que arrancarle como para darme cuenta de que me estaban arrancando la cabeza.
               En ello estaba, imaginándome cómo gemiría Sabrae, con una erección importante, cuando se abrió la puerta de la cocina y la luz proveniente del salón bañó la estancia. Me había ayudado de la luz del extractor para orientarme por la cocina como si fuera un vulgar ladrón, y ver que alguien entraba sin temor a las consecuencias hizo que se me erizara el vello de la nuca.
               Durante un instante, pensé que Zayn había aprovechado que había salido de mi refugio para abrirme en canal, pero, por suerte, cuando me volví, la figura que había frente a mí no era tan alta, ni de lejos tan imponente.
               Resultó que Sabrae y yo no éramos los únicos despiertos en aquella casa. Shasha también estaba en pie, con una bolsa de comida basura vacía en la mano, y los dedos recubiertos de polvo de doritos.
                -Buenas noches-carraspeé, aclarándome la garganta, recordando de repente que era un hombre y que se me notaba la excitación. Por un instante deseé ser una chica y que nadie supiera en qué estaba pensando pero, claro, si fuera una chica no podría hacer con Sabrae las cosas que hacíamos. No habría un abanico tan amplio de posturas en el que elegir.
               -Lo serán para ti-acusó Shasha sin miramientos, mirándome de arriba abajo como bien le habría gustado hacerlo a su padre si hubiera estado allí. Lo había dicho en tono borde, cansado, de quien quiere echarse una buena siesta y no dejan de impedírselo hasta que ya llega casi la hora de irse a la cama, y dormir pasa de ser un acto de cuidado personal y revolucionario a pura rutina.
               -¿Te hemos despertado?-pregunté con inocencia en un tono que no me reconocí. No pensé que una mocosa como Shasha pudiera intimidarme pero, claro, si pensábamos que Shasha era alguien importante para la persona más importante de mi vida, la cosa cambia. Y mucho.
               -Me habéis desvelado, que no es lo mismo-bufó, cansada, y se inclinó para rebuscar en la nevera-. A ver, me alegro mucho por vosotros, y entiendo que lo tenéis que celebrar, y todo eso, pero, ¡en serio! ¿Quién coño está dos horas gimiendo así?-hizo una mueca y negó con la cabeza, con su pelo azabache cayéndole en cascada alrededor de la cara.
               ¿Cómo que dos horas? Habíamos estado más de dos horas. A mí esta niñata no iba a insultarme. Abrí la boca para contestarle, pero me lo pensé mejor (recuerda que también es hija de Zayn, no quieres buscarle las cosquillas con dos de sus hijas; con una ya basta), y me limité a responder:
               -Tu hermana.
               -Ya-asintió, y me miró por encima del hombro-. ¿Y aparte de ella?
               -Pues… las chavalas con las que me acosté antes que ella, Shasha, bonita, que para algo se me da de cine follar.
               Shasha puso los ojos en blanco.
               -Ojalá tuviera yo dos horas libres para poder malgastarlas con ese mete-saca estúpido-Shasha chasqueó la lengua y leyó las etiquetas de dos zumos que acababa de sacar de la nevera.
               -Tranquila, princesa: de pensar que el sexo es sólo mete-saca se sale, te lo digo yo. Lo ideal es que te busques a uno como yo que ya lo sepa, para… tener una buena experiencia-me burlé, y Shasha se volvió para mirarme.
               -¿Te me estás insinuando?
               Aquella pregunta me borró la sonrisa de los labios como una bofetada. ¿Acaso había sonado así? ¿De dónde coño…? Pero, ¿qué les pasaba a las mujeres de esa familia? Shasha y yo nos llevábamos bien antes, cuando Sabrae y yo no nos soportábamos. ¿Es que siempre tenía que haber una Malik que no me aguantara?
               Shasha soltó una carcajada.
               -¡Menuda cara has puesto! Te estoy tomando el pelo, Alec. Esta madrugada hay una entrega de premios muy importantes en la industria musical de Asia, y la estoy viendo en la tele. Mi plan era verlos en la cama, pero el wifi me iba fatal, no sé si es que Nick Jonas hacía interferencia o lo hacía el temblor de la casa mientras estabais ahí, dale que te pego, así que… me bajé al salón. No tengo nada en contra tuya-sonrió, dándome un golpecito con las caderas, en un gesto muy típico también de Sabrae. Me fijé en que su cadera quedaba más arriba que la de mi chica; su hermana menor ya era más alta que ella.
               Carraspeé.
               -Así que… ¿la noche se presenta interesante?
               -Oh, sí, bueno… le han robado varios premios a artistas que me gustaban, pero, ¿cómo podría quejarme? Le da emoción al asunto, cosa que me falta, ya sabes…-alzó las cejas y yo fruncí el ceño.
               -Eh… no, no sé.
               -A ver, Alec, que es sábado por la noche y mis dos hermanos mayores, que no se pierden una fiesta, están metidos en sus habitaciones con sus respectivas parejas. ¿Crees que soy la que mejor noche está teniendo de la familia? Mamá debe de estar que trina. No suele ser la que da vueltas en la cama mientras escucha a gente correrse en casa.
               Si hubiera estado bebiendo, habría escupido el líquido como un surtidor, tanto por la nariz como por la boca. Pero, como no lo estaba haciendo, me atraganté con mi saliva, lo cual no es, ni de lejos, tan estiloso.
               -¿Se escucha lo que pasa en la habitación de vuestros padres en la tuya?-inquirí, y Shasha asintió con la cabeza y se encogió de hombros.
               -Pero no me da yuyu ni nada, ¿eh? Estoy acostumbrada. A ver, somos cuatro hermanos en casa. Está claro que a nuestros padres les va la marcha, y el sexo es algo natural. Es gracioso; de todas las personas del mundo, tú eres el último de quien me habría esperado que se escandalizara porque supiera que mis padres tienen una vida sexual activa.
               -La vida sexual de tus padres es lo que menos me preocupa, la verdad. Tengo ojos en la cara, Shasha: entiendo que Zayn no pueda mantenerla en los pantalones si comparte cama con tu madre-Shasha parpadeó y yo me di cuenta de lo que acababa de decir-. Por favor, no le cuentes que he dicho esto a…
               -Tranquilo-se apresuró a cortarme-. Bastante mal ha estado Sabrae estos días porque habíais cortado como para que yo quisiera meter cizaña y haceros romper. Tu secreto está a salvo conmigo.
               -¿Qué? No me refería a Sabrae, sino a Scott. Le molestan un huevo esos comentarios sobre su madre.
               -Ah. Vale. Bueno… no diré nada, tranquilo-me dedicó una sonrisa radiante y cerró de una patada la nevera. Se alcanzó una nueva bolsa de comida basura y se volvió para mirarme-. Bueno… ha sido genial charlar contigo, pero… el deber de fan me llama. Tengo que volver-señaló la puerta de la cocina- e insultar a los productores de una entrega de premios tan amañada. Y tú tienes que volver con mi hermana, ponerla a cuatro patas o hacer lo que sea que hagáis las parejas serias.
               -Sabrae y yo no somos una pareja seria-la corregí, y Shasha se paró en seco y me miró, con la puerta entreabierta y el ceño fruncido.
               -¿Cómo que no? Los ruidos que venían de su habitación no me parecían de…
               -No tiene que ver nuestro estatus con mi talento para hacer que tu hermana se corra ocho veces seguidas.
               Shasha abrió los ojos como platos.
               -¿Puedes correrte ocho veces seguidas y no morir? Vaya. Vaya. Vaya-Shasha saboreó la palabra, estupefacta, flipando más y más con cada segundo que pasaba.
               -Es una metáfora, Shash. Lo que quiero decir es que… lo mío con Sabrae no es…
               -Como digas que no es más que sexo, te pegaré. Ella te quiere. Y mucho. Y si tú no lo sabes, es que eres un pelín gilipollas-me la quedé mirando-. ¿Qué? No me mires así. Soy la borde de la familia. Mi hermana bebe los vientos por ti, lo cual es gracioso, porque hace meses no te soportaba, pero las historias con un buen desarrollo de personaje son las que más me gustan, y tú has hecho que mi hermana pegue un cambio impresionante, así que, ¡te saludo, Alec Whitelaw!-Shasha hizo una reverencia en mi dirección, sonriente.
               -No iba a decir que era solo sexo. Por supuesto que no lo es, para ninguno de los dos, y menos para mí. Si alguno fuera a decírtelo, desde luego, sería ella.
               -Ella no lo haría. Fijo que está planeando vuestra boda. Aunque no esperes que adopte tu apellido. En esta casa pasamos de esos rollos machistas. Sherezade Malik nos inculcó esos valores. ¿He hecho suficiente hincapié en el Malik?
               -El caso-la corté-, es que Sabrae y yo no somos… nada.
               Shasha parpadeó.
               -No me trates de boba, Alec. Reconozco a mi cuñado cuando lo tengo delante. Y al padre de mis sobrinos, también. Pero no le digas a Sabrae que te he hablado sobre la noche que nos pasamos mezclando vuestras fotos en un simulador de bebés-rió, malvada, así que supe que aquello que me estaba diciendo no era más que una provocación para que su hermana saliera de su cama y bajara las escaleras y la arrastrara de los pelos por media ciudad. Créeme, sé distinguir un farol cuando lo veo. Yo también tengo hermanas pequeñas tocapelotas.
               -Voy en serio, Shasha. No somos nada.
               Shasha se quedó allí, plantada, mirándome, y vio algo en mi rostro que la hizo recapacitar. Su expresión divertida, de que no se creía mi broma, fue cambiando poco a poco hasta contraerse en una mueca de seria preocupación. ¿Qué sabía ella que a mí se me escapaba?
               -¿No le has pedido?-preguntó, estupefacta, y yo me puse rígido. No pensé que Sabrae no fuera a contarle a su hermana pequeña, con la que tenía muy buena relación, que le había pedido ser mi novia y ella me había dicho que no. Pensé que le habría impactado de alguna forma, que aquello había marcado un antes y un después en su vida; quizá no tan importante como el momento en que se inventó la escritura y se pasó de la prehistoria a la historia, pero… no sé. Algo tipo la Revolución Francesa, que marcó el inicio de una nueva era.
               -Deberías pedirle-me aconsejó, sosteniendo la puerta abierta para mí-. Es el momento ideal. Ya sabe lo que es estar sin ti, y ya sabe lo que es estar contigo, y…
               -Ya le pedí una vez. Y me dijo que no-murmuré, jugueteando con la manzana. Me sentía fuera de lugar. Todo mi entorno se había enterado del rechazo de Sabrae, y en cambio, en su casa, ella no había dicho nada. Sé que no debería afectarme, que cada uno cuenta lo que quiere a quien quiere, pero… habían sido dos veces. Dos malditas veces, joder. ¿De verdad ni siquiera se lo había mencionado a Shasha, aunque fuera solo de pasada? Shasha, déjame esa falda que tanto te gusta. Ah, por cierto, Alec me ha pedido salir, pero le he dicho que no.
               Me estaba sintiendo tremendamente insignificante.
               -Ya. Pero puedes pedirle una vez más. Ya sabes lo que dicen-Shasha me guiñó el ojo, girándose-. A la tercera va la vencida.
               Y, sin más, me dejó solo en la cocina, con la manzana aún entre los dedos, muchísimas  dudas reverberando en mi cabeza, y una certeza.
               Shasha tenía razón. A la tercera va la vencida.
                


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2 comentarios:

  1. ME HA ENCANTADO EL CAPÍTULO CHILLO. De verdad que lo llevo yo esperando a que estos dos follen en una cama y sean cuquisimos y monisimos ha sido demasiado. Me duele el corazon de lo bonitos y monos que son y también me duele por la conversación con Shasha que aunque ha sido inesperada me ha gusta muchísimo pero también me ha dado pena porque ahora Alec va a pedirle otra vez y todos sabemos lo que se viene. No estoy lista para verlo sufrir otra vez aunque vaya a ver momentáneo. Lloro de verdad por mi pobre hijito.

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  2. Igual y solo igual no me muero de un ataque al corazón de lo cuquísimos que son, es que me da algo

    Y la conversación de Shasha y Alec BUENÍSIMO como la cría le vacila jajajajajaja lo que me ha dado mucha angustia es que ella le diga que lo intente otra vez lo de ser novios porque Sabrae le va a decir otra vez que no y yo ya con tanto sufrimiento no voy a poder

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