¡Hola, delicia! Aquí vuelvo con la opinión de un libro
que he leído hace poco:
¡Locos, ricos y
asiáticos! Si me sigues en Twitter,
probablemente ya hayas oído hablar de esta obra, aunque más en el formato de
película que en el de libro. Esta vez, en lugar de radiar todo lo que iba
leyendo como hice con A todos los chicos
de los que me enamoré, simplemente me dejé atrapar por la novela; una que
casi no leo por mi estúpida política de “no leer libros cuyas películas ya he
visto” (porque tengo demasiados libros pendientes, y es un poco tontería
consumir la misma historia dos veces). Pero, por suerte, A todos los chicos de los que me enamoré se
convirtió en una excepción que podía sentar precedente para Locos, ricos y asiáticos, y… allá que me
embarqué.
Prepárate para la invasión de gifs de la película, porque no tengo vergüenza ni la he conocido nunca. |
Debo decir que me metí en la historia segura de que
leería uno de esos libros que ganan cuando son llevados a la gran pantalla. A
fin de cuentas, que te hablen de unos zapatos tremendamente lujosos, un vestido
precioso, una mujer estilosa o una mansión palaciega no puede compararse con
que te lo muestren, especialmente si no eres una experta en moda, arte,
arquitectura o flores como es mi caso. Bueno, pues me equivocaba. Locos, ricos y
asiáticos gana a la hora de leer el libro a pesar de que la película te
encante, como es (¡vaya, qué sorpresa!) también mi caso. Puedo decir sin
vergüenza que he visto la película cuatro veces, lo cual no es mucho si tenemos
en cuenta que se estrenó el año pasado y
yo la vi por primera vez en enero del presente. Puedo decir sin vergüenza
que la película es una especie de zona de confort para mí, un guilty pleasure de esos tan inocentes
que ni siquiera entiendes por qué necesitas justificarlo. La historia es genial
y divertida, es preciosa de ver y te da una visión de Asia que tú no te
esperabas…
… y, sorprendentemente, eso no son aportaciones del cine.
Es cierto que hay muchísimas diferencias
entre el libro y la película, casi tan independientes hasta el punto de que
puedas considerarlas historias entrelazadas, pero no la misma. Pero no; Locos, ricos y asiáticos es divertida,
extravagante, exagerada y ridícula en proporciones tan grandes que resulta
apoteósica.
Por si no sabes de qué va, un brevísimo resumen: cuando
acompaña a su novio de varios años a Singapur por la boda del mejor amigo de
éste, a quien acude en calidad de padrino, Rachel descubre que su familia
política, de la que Nick no le ha hablado apenas es rica. Millonaria. Asquerosamente millonaria, o “locamente”,
como tradujeron el título de la película en Latinoamérica. La sinopsis ya
prometía en la película, y terminó siendo incluso mejor de lo que esperaba; lo
mismo con el libro, a pesar de las altas expectativas.
No hay tantas diferencias como las hay, por ejemplo, en
la adaptación de A todos los chicos de
los que me enamoré, pero sí las suficientes como para que sientas que el tiempo
invertido en leer la novela no es un tiempo desperdiciado porque podrías estar
leyendo otras cosas (véase mi lista de pendientes que, en lugar de menguar, no
para de crecer). Además, he de decir que en las distancias cortas, los
personajes ganan: a pesar de que el narrador es en tercera persona, cada
capítulo tiene un protagonista concreto a través del cual nos describen el
mundo que le rodea y la acción que se desarrolla en él, dándonos de vez en
cuando en un aparte sus impresiones, juntando
así lo mejor del narrador omnisciente con el narrador protagonista.
A eso debemos sumarle la forma de escribir del autor,
Kevin Kwan. Dicen de él que “sus personajes se portan fatal, y es inmensamente
divertido”, y es completamente cierto. La
novela está tan recargada de extravagancias que todas las situaciones terminan
siendo ridículas, pero en el buen sentido de la palabra. Locos, ricos y asiáticos no
es un circo, pero desde luego es un espectáculo que hace que quieras
recostarte en el asiento, coger el mayor bol de palomitas que puedas encontrar,
y disfrutar de lo que te llega… o, aplicándolo a la lectura, hacerte con el
bote de protección solar más grande que puedas encontrarte por casa,
embadurnarte con él hasta el punto de que brilles como un diamante al sol, y te
pases tardes y tardes enteras vuelta y vuelta, inmerso en el mundo de la élite
económica y social de Singapur. Si esta novela no te hace adorar y odiar a los
ricos a partes iguales, no sé qué lo hará.
Si he de ponerle un pero, es precisamente lo comprometido
que está el autor, que se ha criado en círculos como los que describe en su
historia (de ahí la credibilidad de su obra), con ser fiel a la realidad. Aunque
es de agradecer que te explique lo que pasa y las expresiones en mandarín,
cantonés y demás idiomas que salpican la novela como virutas de chocolate en la
nata de un cupcake, son tantas, y
algunas tan complicadas, que hacen que te pierdas un poco. Las más importantes (como
Ah Ma, por ejemplo) se te quedarán grabadas en la memoria a fuerza de repetirlas,
pero hay otras que aparecen más de vez en cuando y, por desgracia, el autor
sólo las explica una vez.
Sin embargo, esas notas al pie, que llegan a superar la
centena, siguen manteniendo el tono divertido con el que el autor nos cuenta su
historia, por lo que tampoco te distraen demasiado de la narración, y es bastante
fácil saltar de las notas de vuelta a la trama una vez que te acostumbras a los
continuos incisos. ¿Puede costarte un poco pillarle el truco, y hasta entonces
perderás el hilo? Sí. No te voy a engañar; a mí me ha pasado. Pero merece
muchísimo la pena, de verdad.
Lo mejor: la
historia es adictiva, en todos los sentidos: despierta tu curiosidad, es ligera
pero a la vez no insulsa, y sientes que estás aprendiendo algo de otra cultura
mientras te ríes de vez en cuando ante las ocurrencias de los personajes.
Lo peor: las
notas al pie, especialmente cuando se refieren a comida. Señor Kwan, no sé lo
que es un teriyaki, voy a saber lo que es un plato de alta cocina, insignia de
un restaurante cuyo chef no estoy segura de que exista.
La molécula
efervescente: «Durante toda su vida la habían tratado como una flor de
invernadero cuando, en realidad, era una flor silvestre a la que nunca habían
permitido florecer del todo».
«La casa es real. Tú eres el sueño. » Madre mía, ¿dónde
está mi heredero asiático súper romántico? @Correos, pedí entrega urgente.
Grado cósmico: Galaxia
{5/5}. No sé si es que últimamente estoy muy generosa, o no dejo de encontrarme
con libros que parecían destinados a mí.
¿Y tú? ¿Has leído la novela? ¡No te cortes en contarme tu
impresión! Puedes hacerlo escribiéndome el comentario aquí, ya que tengo un problema con
Blogger que aún debo resolver.