viernes, 23 de agosto de 2019

Talón de Aquiles.


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-¿Le ha pasado algo a tu móvil?
               Vale, mis esperanzas de que Bey y yo empezáramos bien el día habían sido en vano. Cuando salí de casa y me encontré con que sólo Jordan me estaba esperando, puesto que las gemelas ya se habían ido, quise excusar a mi mejor amiga diciéndome que quería darme espacio y no forzar aún más la conversación que era innegable que acabaríamos teniendo. Decidí darle un voto de confianza por todos los años en que había aguantado mis gilipolleces, pero estaba claro que había sido demasiado bueno haciéndome el inocente.
               No me había dejado ni entrar en clase tranquilo. Lo hice después que Jordan, que tomó un camino diferente al de todos los días para llegar hasta su asiento, en la pareja de mesas al lado de la de Bey y la mía, dejándome al descubierto para que el bombardeo cayera sobre mí. No hay que ser ningún genio para saber el por qué de la maniobra, pero yo no iba a entrar como un toro embravecido al capote. Podía ver al torero, y tenía pensado joder a ese cabrón.
               -Oh, si lo dices porque te preocupa que no haya recibido las quinientas llamadas perdidas ni los doscientos millones de mensajes que me has enviado a lo largo de las últimas 24 horas, no te preocupes. Me llegaron todas-respondí con fingida indiferencia, sorteando a Bey para llegar a mi asiento y tirando la mochila sobre la mesa. Bey se giró sobre sus talones, aún con los brazos cruzados, como una peonza demasiado estilizada, y frunció los labios para contestar alguna sobrada por la que yo tuviera que pararle los pies, pero yo fui más rápido-. Apagué el móvil por la noche para que me dejarais descansar tranquilo-fulminé a Jordan y a Bey con la mirada, y constaté que Tommy aún no había llegado-, pero, claro, mis notificaciones se volvieron locas cuando lo encendí esta mañana para enviarle el mensaje de buenos días a Sabrae. Que Bey, por cierto, esperar a que me pille por otra chica para empezar a darme bola no es la mejor estrategia de apareamiento que ha inventado la madre naturaleza-alcé las cejas en su dirección mientras me repantingaba en la silla, estirando las piernas cuan largo era e ignorando que todos los ojos de la clase estaban fijos en nosotros. Normalmente, nuestras interacciones se basaban en que yo le tocaba los huevos a Bey, ella se cabreaba y me ponía en mi sitio, y yo, con sumisión, aceptaba el orden sagrado de las cosas.
               Que me revolviera como un gato panza arriba era nuevo para todos. Creo que algunos incluso estaban conteniéndose para no sacar el móvil y empezar a grabarnos.
               Bey se masajeó las sienes, se rió para sí misma y negó con la cabeza. Se giró un momento para mirar a Jordan y a su gemela, puede que buscando una idea que desarrollar para que las cosas fueran como habían sido siempre.
                -Lo que me contestas cuando no sabes qué decirme es “vete a la mierda, Alec”-incliné la cabeza hacia un lado y le dediqué una sonrisa radiante, que ella no imitó.
               -Vete a la mierda, Alec. ¿Por qué no me llamaste anoche, cuando llegaste a casa?-preguntó, apoyando una mano en su mesa y la otra en su cadera. Los ojos le llameaban con una fiera determinación. No iba a dejarme ganar la batalla, por mucho que yo me resistiera, pero teníamos un problema: por primera vez en mi vida, había alguien a quien estaba más que dispuesto a poner por delante de Bey. No iba a perdonarle tan fácilmente que hubiera jugado sucio, precisamente porque lo había hecho con Sabrae. Sabrae era mi talón de Aquiles, lo que me hacía fuerte y a la vez tremendamente vulnerable, y que la hubiera mencionado durante la  discusión y hubiera permitido que Tommy la usara como un arma arrojadiza contra mí no era algo que yo estuviera dispuesto a olvidar fácilmente.
               Vaya, vaya. Parece que estaba descubriendo muchas cosas nuevas con Sabrae. La primera había sido que puedo ser celoso, y ahora, me topaba con que también era rencoroso. Claro que supongo que eso me viene en la sangre; no naces en una relación de maltrato y simplemente dejas que la vida fluya.
               Justo cuando tenía una contestación cortante formándoseme en lo más profundo de la garganta,  algo que seguramente nos habría hecho estallar a ambos, me fijé en una cosa: la mano que no tenía en la mesa estaba sobre su piel. Fue entonces cuando le presté verdadera atención a su atuendo: se había puesto esa sudadera de color tofe que tan bien le quedaba a su piel y que casualmente dejaba a la vista su vientre, y esos pantalones de cuero que usaba a veces para ir de fiesta, cuando quería frotarse contra algún cabrón sólo porque disfrutaba poniéndome celoso.
               Había salido a matar; no estábamos disparando con balas de fogueo, sino con putas balas con alas de mariposa, de las que te destrozan la carne y los huesos. Y que hubiera salido a matar significaba sólo una cosa: en el fondo, sabía que la había cagado.
               -Te has puesto un crop top sólo para joderme, ¿a que sí?-pregunté, alzando la vista y aguantándome las ganas de echarme a reír. ¿Estaría por fin ante aquel momento mitológico que los astros habían dibujado en mi destino en el que Bey me pediría perdón por una vez en mi vida? La respuesta, después de la publicidad.
               Se miró su indumentaria como si fuera consciente de repente de que no estaba desnuda. Pues no, nena, desgraciadamente para mi yo de hace unos meses, no lo estás.
               Aunque te estás haciendo un favor a ti misma, viendo que mi yo de hace unos meses no tiene nada que ver con el que soy ahora.
               -No tengo ni idea de qué me hablas. Es lo primero que he cogido-se apartó un mechón de pelo de la cara con un dedo en el que llevaba un anillo muy fino, dejándome ver los pendientes que le había comprado por su último cumpleaños, y me dieron ganas de echarme a reír. Y sí, me habría reído de ella-. Pero no cambies de tema. ¿Hasta cuándo piensas pasar de mí, Alec?
               -Hasta que toque Lengua. Necesito copiarte los ejercicios de sintaxis. No sé por qué cojones nos explican las oraciones complejas si todavía no dominamos todos las simples.
               Volvió a cruzarse de brazos y exhaló un bufido que me despeinó.
               -Alec…
               -No quiero discutir aquí.
               -Oh, ¿vamos a discutir?
               -No lo sé, Beyoncé-la fulminé con la mirada-. ¿Vamos a hacerlo? Porque me da la impresión de que sigues sin saber cuál es tu sitio y te vas a pasar de la raya otra vez. ¿Cómo pretendes que hablemos de que me has sacado a Sabrae en una pelea sin que yo me ponga como una fiera?

               -Comportándote como un adulto. Te quedan menos de dos meses para serlo, ¿no?
               -Entonces, ¿por qué me relaciono con crías?
               -A los tíos os gustan con poca experiencia.
               -¡Bey!-le recriminó Tam, pero yo ya me había levantado a la velocidad de la luz y me estaba encarando a ella. Max y Logan se levantaron como resortes y vinieron a rodearnos mientras la clase exhalaba aullidos indicando que se avecinaba una pelea. En ese instante, Tommy entró en el aula y se nos quedó mirando, un poco desconcertado. Rápidamente, a empellón limpio, se abrió camino en dirección a la silla que ocupaba delante de Bey y de mí. Empezó a sacar las cosas de su mochila de forma mecánica, mirándonos de reojo, disimulando su curiosidad. Se suponía que seguía cabreado conmigo, y definitivamente yo estaba cabreado con él, así que no podía dar muestras de que sabía de mi existencia.
               -¿Es que no te parece suficiente todo lo que has dicho ya sobre ella, Beyoncé?
               -Eres tú el que la ha mencionado primero esta vez, chico-me recordó Bey, dando un paso hacia delante y colocándose tan cerca de mí que la punta de nuestras narices se tocaban. Por un momento, pensé que me soltaría una bofetada, y yo tendría una excusa para devolvérsela.
               Y también pensé que se abalanzaría sobre mí para besarme. Me constaba que las chicas de mi instituto estaban revolucionadas, haciendo una locura detrás de otra sin motivo aparente. Y eso que todavía no había llegado lo peor.
               -Y luego te preguntarás por qué no quería hablar contigo anoche. Precisamente porque te conozco, y sé que no ibas a pedirme perdón por lo que pasó.
               Tommy se giró y se nos quedó mirando, con expresión de haber descubierto hacía un segundo que yo era capaz de hablar inglés. La expresión de absoluta sorpresa que le cruzó la boca valía su peso en oro.
               -¿No hablasteis ayer?
               -Premio, Sherlock.
               -No puedes venir aquí con esa actitud de perdonavidas y pretender que las cosas vayan bien, Alec.
               -Ni tú puedes tocarme los cojones y pretender que no me defienda, Bey.
               -Chicos, vale. Tenéis que hablar de eso, pero está claro que no puede ser ahora. Necesitáis estar tranquilos-nos instó Logan, y Tam asintió.
               -¿Qué os parece si nos intercambiamos los asientos para que no haya problemas?
               -Si ella quiere, adelante. Yo no tengo inconveniente. No tengo tres años-me senté en mi silla, mirando a Bey desde abajo, y ella alzó las cejas.
               -¿Y yo sí?
               Arqueé las mías, ella alzó aún más las suyas, sacudió la cabeza y volvió a reírse, esta vez entre dientes. Karlie ocupó el sitio que Scott había dejado vacante al lado de Tommy cuando la profesora de ciencias entró en clase, arrastrando los pies.
               Dediqué los siguientes veinte minutos a mirar al frente y fingir que prestaba atención a los dibujos del sistema solar y las partes de las estrellas que hacía en la pizarra, con los ojos fijos en la nuca de Tommy cada vez que una palabra para referirse a un astro salía de la boca de la profesora, preguntándome si le revolvería algo por dentro el estar dando uno de los temas favoritos de Scott, sin Scott.
               Bey, por su parte, escribía a toda velocidad en su cuaderno, levantaba la vista, hacía fotos de los dibujos de la pizarra y continuaba escribiendo a toda velocidad, haciendo tachones y poniendo flechas y más flechas donde antes tenía unos apuntes impolutos.
               Me sorprendió levantando el taco de hojas que le quedaban disponibles y arrancando un pedazo de la última de su libreta. Miré de reojo cómo escribía en una letra apretada en ese pedazo, y volví a mirar al frente cuando la vi doblarlo dos veces. Me preparé para devanarme los sesos intentando adivinar qué le estaba diciendo a Tommy, pero Bey me sorprendió una vez más entregándome la notita a mí. La tía estaba que se salía.
               Fruncí el ceño, la miré para confirmar que la nota era para ella, y la desdoblé despacio, rezando porque hubiera algo en su interior que me invitara a enterrar el hacha de guerra.
               ¿Podemos hablar?
               Cogí mi boli y empecé a escribir.
               -Dímelo y punto, Alec-siseó por lo bajo, haciendo de su pelo una cortina que ocultara su boca.
               -¿Te parece que lo que tenemos que hablar pueda hablarse en medio de una puta lección de física cuántica?
               -La física cuántica estudia los átomos, no las puñeteras galaxias, Alec.
               -Cómo odio que tengas que decir la última palabra siempre.
               -¿Quieres hablar, o no?
               -Claro que quiero hablar, Beyoncé, pero es que ahora no es el momento-gruñí. La de ciencias era conocida por obligar a los alumnos a los que pillaba hablando en clase a compartir su conversación con el resto. Y qué quieres que te diga, no me hacía ninguna gracia que los imbéciles de la esquina contraria se enteraran de que me había peleado con Bey por Sabrae, porque a) eran unos mamarrachos, b)iban detrás de Bey y yo había tenido que espantarlos como si fueran moscas más veces de las que podía contar y c) ni de coña pintaría una diana en la espalda de Sabrae para que aquellos gilipollas me tocaran los huevos molestándola (me apetecía celebrar mi cumpleaños follando con ella en mi cama, no en un puto vis a vis del correccional de menores).
               Rauda y veloz, Bey levantó la mano.
               -¿Sí, señorita Knowles?
               -¿Podría ir un momento al servicio, por favor?
               Me la quedé mirando con el ceño fruncido.
               -¿Tan pronto? ¿Estás con la regla?-pregunté en un susurro.
               -Sí, sí, por supuesto-concedió la profesora, volviendo a sus explicaciones.
               -Invéntate cualquier historia-me indicó Bey-. Te espero a la puerta.
               Al poco de que ella se marchara, yo también salía de clase, aún con las carcajadas de mis compañeros retumbando en el pasillo. Me estaba esperando abrazándose la cintura y mordisqueándose en labio, con las piernas tan juntas que por un instante me recordó a una niña muy tímida a la que le daba miedo el contacto con niños desconocidos porque odiaba que le pegaran cosas al pelo. Le encantaba su pelo esponjoso como una nube, dorado como en un amanecer.
               -¿Qué le has dicho para que te deje salir?
               -Nada. Me ha echado de clase. He puesto un vídeo porno en mi móvil a todo volumen.
               Bey abrió muchísimo los ojos.
               -¿No te dijo Fitz que te expulsaría si te ponían otro parte?
               -Fitz no puede ponerme un parte si yo no voy a su despacho-me toqué la sien con dos dedos, alzando las cejas, y Bey se echó a reír. Salvó la distancia que nos separaba y miró mis manos, deseando que las rodearan. Como yo aún no estaba de humor, y sentía que me traicionaría a mí mismo, las entrelacé a mi espalda, y ella se desinfló un poco-. Bueno, ¿por qué has hecho peligrar mi impoluto expediente escolar?
               Bey suspiró, se mordió el labio, se pasó una mano por la mejilla, y me miró a los ojos.
               -Lamento muchísimo lo que pasó ayer-solté las manos a mi espalda y ella, alentada por mi gesto, una especie de promesa de que me la encontraría a medio camino, continuó-. No estuvo bien. Ni siquiera sé por qué tuve que mencionar a Sabrae. En todo momento supe que no debía hacerlo, que estaba mal, pero… creo que me dejé llevar. Se me ocurrió la absurda idea de que no conseguiría enfadarte de verdad si no era metiéndola en todo esto, y… simplemente tiré p’alante. No quería hacerte daño, Al. Eso nunca. De verdad.
               Suspiré, me rasqué el codo y asentí despacio con la cabeza.
               -Lo sé.
               -Sí, sé que lo sabes, pero aun así, te mereces una disculpa. Los dos os la merecéis. Yo… no quiero que pienses que lo que tienes con Sabrae va a ser algo que nadie utilice contra ti. De verdad. Te lo mereces tanto… después de todo lo que os ha pasado, te mereces estar con ella, y que nadie te lo estropee diciendo gilipolleces sobre vuestra relación. Me alegro muchísimo de que volváis a estar bien, y quiero que sepas que lo que pasó ayer no se va a repetir. Pienso defenderos como si fuera vuestra fan número uno.
               -Ya me consta, Bey-contesté, frotándome la mandíbula para ocultar una sonrisa. En su momento me había molestado, pero ahora, recordar cómo había ido a casa de Sabrae a tratar de convencerla para que saliera conmigo después de que me diera calabazas me enternecía hasta un punto que no pensé que pudiera emocionarme nada que no viniera de Sabrae. Hay que querer muchísimo a alguien para ir a tratar de convencer a la chica que le gusta de que le acepte como su pareja, especialmente estando enamorada de él.
               -No sé qué me pasó. De verdad. Se me cruzaron los cables, dejé de pensar por un instante, tengo mucha tensión acumulada por el tema de Scott y Tommy, y Tommy se está apoyando mucho en mí, y…
               -¿Quieres que yo me ocupe de Tommy?-ofrecí, y ella se me quedó mirando, los ojos brillantes, una tentación danzando frente a ella.
               -No. No, tú ya tienes bastante con Scott; no es necesario que también hagas ahora de padrino de Tommy.
               -¿Sabes? Creo que nuestro plan está bien planteado salvo por el hecho de que Tommy y Scott no tienen ningún tipo de contacto. Que les asignemos dos ángeles de la guarda distintos sólo hace que se distancien incluso más. Puede que no fuera tan buena idea intentar repartírnoslos. A fin de cuentas, ése fue justo el problema que tuvimos Sabrae y yo: no había nada de comunicación entre nosotros. No sabíamos cómo estaba el otro porque no íbamos a preguntar, pero tampoco había nadie en común que nos lo contara, al margen de Scott, que tampoco se quería meter mucho. Sinceramente, creo que si Scott me hubiera insistido en que estaba mal, o le hubiera dicho a Sabrae que yo estaba jodido, nuestra discusión habría durado un par de días en lugar de un par de semanas-medité. Bey parpadeaba despacio, escuchándome-. Yo no me habría follado a medio Londres otra vez, eso desde luego, porque no habría tenido que tratar de olvidarla, y ella…-me callé de repente. A Sabrae no le gustaría que yo le contara a Bey las cosas que había hecho. Se había ido con Hugo para intentar olvidarme, ¿en qué posición podía dejarlo aquello a ojos de mi mejor amiga? Porque estaba claro que Bey se pondría de mi parte. Es decir, yo me había acostado con más chicas, había llegado hasta el final, pero no había conexión emocional con ellas. Si acaso, podría haberla con Pauline y Chrissy, pero ninguna de las dos había querido hacer nada conmigo precisamente porque esa conexión existía.
               En cambio, con Hugo, Sabrae todavía tenía ciertos lazos. Por suerte para mí, no tan fuertes como los de antaño, pero donde hubo fuego siempre quedaban cenizas. Era un cabrón con muchísima suerte porque no hubiera resurgido nada de aquellas cenizas, pero también podría haber pasado y yo estaría ahora mismo lamentándome de mi suerte entre las piernas de alguna tía mientras Sabrae se intercambiaba notitas de amor con aquel crío que ni siquiera sabía cómo tocarla…
               -No quiero que cargues con ese peso. Acabas de recuperar a Sabrae. Te mereces disfrutar de ella.
               -Oh, si no tengo pensado renunciar a nada con ella, reina B. Pero podría estar más cerca de Tommy a partir de ahora… no sé. Podría convertirme en su roca, igual que ahora mismo soy la de Scott, ¿no te parece? Podría sentarme con él, animarlo, esas cosas. Podríamos hacer que me relacionara con estar bien, y también con Scott, y que su subconsciente haga el resto.
               -Sí… podría funcionar. Pero, ¿estás seguro de que puedes con eso?
               -Mira, nena… tenemos que empezar a mover ficha nosotros también. Si nosotros nos hemos peleado, imagínate lo caldeado que estará el ambiente.
               -Tú y yo no necesitamos mucho para pelearnos, Alec-sonrió Bey, metiéndose las manos en los bolsillos traseros de los pantalones, y yo chasqueé la lengua.
               -Joder, reina B, yo que quería que comentaras algo de que el ambiente entre nosotros siempre ha estado caldeado…
               Bey se rió, y su expresión facial cambió por completo cuando terminó de llenar el pasillo con esa música. Esta vez, una media sonrisa le cubrió el rostro, cargada de cariño, y su mirada se sumergió en la mía no para explorar, sino para sembrar árboles que me dieran una sombra bajo la que descansar en el calor sofocante del desierto que estaba a punto de atravesar solo.
               -Ya estamos bien, ¿verdad?-quiso cerciorarse, y yo la tomé de la cintura y la pegué contra mí.
               -Mírame, reina B. ¿A ti te parece que yo he dejado de estar bien alguna vez? No he estado feo ni un puto día de mi vida-volvió a reírse, y esperó.
               -¿No vas a decir nada de que yo estoy tan preciosa como siempre?
               -¿Para qué? Ya lo sabes, y eso sólo me buscaría problemas con Sabrae.
               -No pasa nada porque les digas a otras chicas que son guapas, sobre todo si esas chicas son tus amigas, ¿sabes?
               -No, si con los problemas no me refiero a eso. Estoy seguro de que si te digo que estás preciosa, tú me propondrás un trío, y yo tendré que rechazarlo educadamente en nombre de los dos, lo cual no le haría ninguna gracia a Sabrae…
               -¿Por qué crees que te propondré un trío, payaso?
               -Bey. Te has puesto los pantalones que te pones cuando quieres que te follen como a una perra. ¿Te piensas que soy imbécil? ¿O que estoy ciego? ¿Eh? Por favor, que el trimestre pasado todavía me la pelaba pensando en ti.
               Me dio un manotazo en el hombro, muy parecido a los que me daba Sabrae, pero completamente diferente.
               -¡Serás cerdo! Bueno, ¿y por qué rechazarías el trío? Por mera curiosidad, quiero decir.
               -¿Que por qué…? ¡Madre mía! Porque sois tal para cual. Os encanta joderme, literal, pero más metafóricamente hablando. Estoy seguro de que si yo despejara mi casa para que vinierais, me daríais las gracias por buscaros un sitio íntimo y os iríais a follar sin mí.
               Bey se echó a reír.
               -Yo no soy lesbiana.
               -Y Sabrae tampoco. Os follasteis al mismo tío, ¿recuerdas? Os comisteis la misma polla-solté, hinchándome cual pavo, y Bey alzó una ceja.
               -Yo no hice tal cosa.
               -Pues qué oportunidad más cojonuda de pasártelo bien has dejado escapar, compañera. Bueno, siempre puedes volver a visitar a Sabrae y pedirle que te hable de ese momento en concreto.
               -¡Qué dices! ¿Por fin te ha…?-abrió tantísimo los ojos que le desaparecieron los párpados, y cuando yo asentí con la cabeza, dejó escapar un alarido-. ¡AH! ¡Serás cabrón! ¿¡Por qué no me lo has dicho antes!? Ya me estás contando todos los detalles, o te juro por Dios que te monto tal pollo que lo de ayer no será nada en comparación.
               -¿Hola? ¿Tierra llamando a Bey? Estaba cabreadísimo contigo.
               -Yo soy la razón de que te la hayan chupado, ¿y todavía sigues mosqueado?
               -Tampoco te flipes, tía. Ni que le hubieras dicho tú nada a Sabrae. Lo que pasa es que yo tengo una polla muy apetitosa, y claro, después de la sesión de entrenamiento a la que la sometí, necesitaba tomarse una barrita energética, ¿y qué mejor barrita energética que la que me cuelga entre…?
               -¡WHITELAW!-bramó la profesora de ciencias, que se había asomado a la puerta al escuchar el grito de Bey-. ¡¡Te dije que fueras al despacho del director!!
               -Y tengo pensado ir, lo que pasa es que no me has dicho cuándo, así que todavía me queda mucha mañana por delante. Igual voy a cuarta hora y así me libro del examen de filosofía.
               -¿Ya ha terminado en el baño, señorita Knowles?
               Bey me lanzó una mirada de disculpa.
               -De hecho, estamos en medio de una conversación.
               -Tengo que volver con mis cometas-se excusó Bey, señalando la puerta con el pulgar por encima de su hombro.
               -Pero, ¡serás hija de puta, Bey! ¡¡Para una clase que me parece interesante, y vas y haces que me la pierda!!
               -Puedes reincorporarte a la lección cuando hayas ido a ver al director, Whitelaw.
               -Pasando. Me voy al patio a hacer señales de humo a alguna tribu comanche que viva cerca-me llevé la mano al bolsillo del pecho de la camisa y saqué un cigarro. Los ojos de la profesora se abrieron como platos.
               -Aquí no se puede fumar.
               -En el patio, sí.
               -Es malísimo para tu salud. No deberías jugar con ella así.
               -Vaaaaaaaamoooooos. Que son los mismos átomos que había cuando el Big Bang, profe. Científicamente hablando, todo es polvo de estrellas: apenas hay diferencia entre que me coma una manzana y que me fume un porro del tamaño de mi antebrazo. Salvo por lo del viaje interestelar, claro. Eso no hay manzana que me lo pueda dar.
               La profesora desencajó la mandíbula, harta de mis gilipolleces.
               -¿Quieres que te acompañe al despacho del director?
               -No, no. Ya voy yo solo. No deje de desentrañar los secretos del universo para mis compañeros-le guiñé un ojo a Bey y me giré sobre mis talones, emprendiendo el mismo camino que había hecho el día anterior por la mañana…
               … pero perdiéndome, accidentalmente, y yendo a parar al pasillo del curso de Sabrae. Me apoyé en la pared frente a su puerta y esperé con ansia a que sonara el timbre; jamás lo había anticipado tanto.
               Cuando por fin atravesó el silencio del pasillo como una bala atraviesa un cristal, mi corazón empezó a acelerarse, y eso que la había visto por última vez hacía menos de doce horas. La puerta de su clase se abrió y una marea de estudiantes salieron en tromba de ella, en busca de la libertad de los pasillos o el alivio de una visita al baño.
               Sentada en tercera fila, con sus trenzas perfectamente peinadas y su uniforme azul y blanco dándole un aspecto estudioso que me encantó (si le pido follar con el uniforme puesto, ¿me mirará raro?), la vi girarse con las piernas cruzadas para hablar con sus amigas. Mientras se volvía, su mirada hizo un barrido por toda la clase, y notó que algo no cuadraba. Volvió a inspeccionarla y, por fin, se fue más allá de las fronteras de su aula, hasta encontrarse conmigo.
               Una sonrisa que bien podría iluminar todo Londres durante lo que le quedara de vida a la humanidad le iluminó la cara. Se giró un momento para decirles algo a sus amigas, y se incorporó como un resorte para venir a mi encuentro.
               -¡Hola, sol!-celebró, echándose en mis brazos y hundiendo la cara en mi pecho-. ¿Cómo tú por aquí?
               -Te echaba mucho de menos, bombón, así que me he pasado a saludarte.
               -¿Tan rápido? ¿Es que puedes teletransportarte?-preguntó con fingida ingenuidad, pero yo sacudí la cabeza.
                -Qué va. Ojalá. Así estaríamos más tiempo juntos. No, es que he me han echado de clase.
               -¡¿Qué?! ¿Por qué?
               -Me puse a mirar el panel de novedades de Pornhub con el volumen al máximo. Error de novato, ¿te lo puedes creer?
               Sabrae hizo una mueca, pero no dijo nada.
               -En realidad, lo hice a propósito. No creas que te follas a un subnormal.
               -No estoy segura, ¿por qué ibas a hacer que te echaran de clase a propósito? Y yo no me follo a un subnormal. Estoy con un subnormal.
               -Mm-ronroneé, inclinándome hacia su boca-. ¿Significa eso lo que creo que significa?
               -¿Eso que noto en mi culo es tu mano?
               -¿No prefieres que hablemos del bulto que notas contra tu vientre?-le acaricié los labios con los míos, a punto de besarla… y entonces ella me puso las manos en el pecho y me hizo coger distancia. Joder. ¡Que había venido a verla, hostia! ¡Un piquito, al menos! Ni que fuéramos a follar en el pasillo.
               Que, bueno, si ella quería follar en el pasillo, yo por mí encantado, ¿eh? No voy a ser yo quien se niegue a echar un polvo.
               Mierda, qué difíciles iban a ser esos días de abstinencia. O hacía que Scott y Tommy se reconciliaran ya o yo moriría por tensión sexual no resuelta. Seguro que es la principal causa de mortalidad entre adolescentes, muy por encima de las drogas o los accidentes de tráfico.
               -Alec, que por qué has hecho que te echen de clase, sabiendo que sólo te pueden poner otro parte.
               -Quería hablar con Bey. Me ha pedido disculpas por lo de ayer.
               -Oh.
               -Y yo la he perdonado.
               -Ah.
               -¿Te parece bien?
               -Claro que sí. ¿Habría de parecerme mal?
               -Sólo quería asegurarme. Ese “ah” no ha sonado muy entusiasmado.
               -Me ha cogido por sorpresa, eso es todo-jugueteó con las solapas de mi camisa, distraída, y me miró desde abajo-. ¿Y qué hay del parte, entonces?
               -No he ido al despacho de Fitz.
               -Eres todo un fuera de la ley-se echó a reír a mandíbula batiente, y a mí me dieron ganas de darle un mordisquito en la barbilla.
               -Para que veas lo que estoy dispuesto a hacer por ti. Mira, te voy a ser sincero: no me apetecía bajar a verle el careto a Fitz otra vez, así que se me ocurrió que podía hacer que mi mañana mejorara por momentos.
               -¿Y está mejorando?
               -Te tengo delante, ¿no?
               Sabrae sonrió, complacida, se puso de puntillas, y se inclinó para besarme, pero yo me incorporé.
               -Llego tarde a clase-decidí, y ella protestó con un lastimero “¡oye!”-. Ah, te aguantas. Ahora el que no quiere besos soy yo.
               -Estaba preocupada-respondió, colgándose de mi cuello, jugando con mi nuca y besándome por fin. Mm. Dios, qué bien sabían sus labios por la mañana. Iba a tener que secuestrarla y obligarla a dormir conmigo para que sus besos fueran lo primero que experimentara cada día. Qué boca más suave y deliciosa.
               -Y yo, por si ya no te apetecía, no te digo.
               -Claro que me apeteces. Mucho-ronroneó, mimosa, abrazándose a mí. Le di unas palmaditas en la espalda y miré hacia sus amigas, que tenían los ojos fijos en nosotros… y ni se molestaron en apartar la mirada cuando se percataron de que las había pillado in fraganti.
               -Tenemos público-Sabrae abrió un ojo y miró a sus amigas.
               -Déjalas. Son unas cotillas-volvió a hundir su cara en mi pecho y soltó un suspiro de satisfacción-. Oye, ¿sería mucha molestia si hicieras que te echaran de cada clase para poder venir a verme entre clase y clase? Me ha venido la regla esta mañana, y siempre me pongo muy mimosa.
               -En el recreo voy a mi casa, preparo la bolsa de deporte y me voy a vivir a la tuya hasta que se te quite-sentencié, con los ojos aún fijos en sus amigas. Sabrae dejó escapar un perezoso “bien”, con los ojos cerrados y su mejilla frotándose contra mi pecho.
               -Qué bien hueles…
               -Oye, creo que están esperando a que vaya y les diga algo. ¿Crees que debería disculparme ahora?
               -Como te muevas un centímetro, te pego un mordisco en la yugular.
               -Ah. Vale. Pues nada. Le diremos a Louis que hoy no puedes dar clase de música.
               -Mierda, ¿ya está Louis?
               -Sí, Sabrae, pero tú tranquila, ¿eh? Tómate el tiempo que quieras.
               -Jopé. Bueno, Al, nos vemos en el recreo, ¿vale? Hasta luego. Me apeteces-me dio un piquito y entró corriendo en su clase, dejándome como un puto calzonazos mirando la puerta embobado. Entré en la mía de milagro, sorteando estudiantes de cursos inferiores que abarrotaban los pasillos, colándome por el hueco de la puerta justo antes de que el siguiente profesor la cerrara y declarara que nadie más podía pasar.
               Terminaríamos la clase pronto y Sabrae se sorprendería al encontrarme de nuevo frente a su puerta. “¡No te habrán vuelto a echar!”, me diría; “No, no me dejaron entrar por llegar tarde, así que llevo una hora aquí sentado como un palomo”, le contestaría antes de darle un beso, y después le confesaría la verdad…
               … pero antes, tenía que lidiar con Tommy. Cuando regresé a clase, no se molestó en disimular la curiosidad que le despertaba la conversación que había mantenido con Bey. Ella se revolvió en el asiento, mirando el hueco vacío al lado de él que Karlie había dejado, y me dedicó una sonrisa de agradecimiento cuando yo recogí mi mochila y me senté en el sitio de Scott.
               Tommy me miró de reojo un momento, como asegurándose de que efectivamente alguien había ocupado el lugar de quien hasta entonces había sido su mejor amigo, su alma gemela, la persona de la cual no podía separarse. Luego, siguió pasando páginas de su libreta y fijó la vista al frente, a pesar de que el profesor no estaba explicando aún. Era el único con interés en que la clase comenzara.
               Y, apenas empezó, se volvió hacia mí con un renovado nerviosismo.
               -No tienes por qué sentarte aquí si no quieres.
               -Un poco tarde para decírmelo, si quieres que me vaya-respondí. Se mordió el labio.
               -No quiero que te vayas. Simplemente, te lo digo. No quiero que te sientas obligado a nada.
               -Me siento obligado a muchas cosas últimamente, Tommy, pero sentarme contigo no es una de ellas.
               Tragó saliva, asintió con la cabeza, y volvió la vista al frente. No aguantó ni un minuto de esa guisa.
                -¿Qué hiciste ayer, después de irte de la cancha?
               -¿Me estás preguntando si fui a ver a Scott?-me miró con ojos de cordero degollado, una lucha encarnizadísima desatándose en su interior.  Con toda su fuerza de voluntad, consiguió negar con la cabeza, y tras aclararse la garganta, respondió:
               -No. Sólo quiero saber qué hiciste.
               -Boxear. Estuve allí un buen rato. Cerré yo el gimnasio, y luego sí, fui a visitar a Scott.
               -¿Cerraste el gimnasio? Si faltaban varias horas para que llegara la hora de cierre.
               -Tenía cosas que quitarme de encima-le dediqué una mirada dura que hizo que Tommy se amedrentara.
               -Ya. Bueno… respecto eso… Bey y yo hemos estado hablando-miró por encima del hombro hacia mi amiga, que asintió en su dirección para infundirle ánimos-. Y quería pedirte perdón.
               -Perdón, ¿por qué?-fingí que no me daba cuenta de qué estaba hablando, pero tenía el corazón martilleándome en los tímpanos. Puede que las cosas no estuvieran tan mal, después de todo. Puede que Tommy hubiera visto lo que Scott y él nos estaban haciendo a los demás. Puede que la salida estuviera más cerca de lo que nosotros creyéramos, y, bueno… puede que yo no tuviera que dividirme en dos, como una célula que se dispone a iniciar el milagro de la vida.
               Intenté que no se notara que estaba conteniendo el aliento, pero estaba conteniendo el aliento.
               -Por lo que te dije de Sabrae. No era justo-me lo quedé mirando, y Tommy se calló. Buscaba las palabras, algo bueno que decirme, pero yo no necesitaba algo bueno: necesitaba algo sincero.
               -No. No lo era.
               -Yo… no te voy a mentir, Al. Creo que te viene bien ponerte de parte de Scott, aunque sólo sea por el tema de Sabrae, pero…
               -No me pongo de parte de Scott porque me venga bien; me porto de parte de Scott porque creo que los dos estáis siendo unos niñatos con una rabieta impresionante, pero tú, encima, te estás comportando como un auténtico capullo con todo el mundo.
               -¿Y si las cosas fueran al revés?-preguntó en tono ligeramente desafiante, y yo me preparé para discutir. Me había pasado de optimista creyendo que la sangre no llegaría al río-. ¿Y si fuera Scott el que se estuviera pasando? ¿Te pondrías de mi lado, aun sabiendo que eso haría más complicado que vieras a Sabrae?
               -Sabrae no es la princesa Fiona; no está encerrada en el castillo más alto, en la más alta torre, custodiada por una dragona con tendencias zoofílicas. Puede salir de su casa y puedo verla  fuera si se me antoja; la única razón de que esté con ella en su casa es porque allí también está Scott. Que me necesita. También te necesita a ti, por cierto-le recordé-. Yo estoy haciendo de sustituto, pero el papel que estoy interpretando ahora no me corresponde.
               -No me has contestado.
               -Sí que lo he hecho, lo que pasa que los dos estáis tan obcecados en que todo el mundo os odia y sois las víctimas oficiales de Inglaterra que necesitáis desesperadamente que os expliquen con pelos y señales lo especiales que sois.
               -¿Vendrías, entonces?-me preguntó, girándose en el asiento y deslizándose por él hasta estar casi suspendido en el aire en el espacio que había entre su silla y la mía. Suspiré.
               -¿Tu disculpa está condicionada a lo que yo conteste? Porque, si es así, no la quiero-negó despacio con la cabeza y yo volví a suspirar-. Sí, Tommy, sí iría. Al contrario de lo que os pueda parecer a todos, yo no pienso con la polla, ¿sabes? Sé perfectamente que puedo ser amigo tuyo y estar con Sabrae. No son cosas incompatibles. No es como si fuera un nazi, o algo así.
               -¿Qué tiene que ver el ser nazi con Sabrae?
               -Tommy-chasqueé la lengua y contuve una risa-. Que es negra. Y musulmana. Y…-iba a continuar, pero luego pensé que quizá, sólo quizá, Tommy no supiera de su condición sexual. Y si me había callado la de Logan, también debía callarme la de mi novia extraoficial.
               -La palabra que estás buscando es “bisexual”-sonrió, y yo asentí, y no pude evitar sonreír también.
               -Pues eso. Que yo no soy un puto nazi, y me encantan las negras, musulmanas y bisexuales; sobre todo, una en particular. Y haría lo que fuera por ella, salvo traicionar a mis principios. Mis principios son, precisamente, lo que me la han dado, y no voy a fingir ser alguien que no soy sólo por estar más tiempo juntos. Me gusta estar con Sabrae porque puedo ser yo mismo, al 110%, T. No me pondría una careta en su presencia ni aunque pudiera. Ella no se lo merece, pero yo tampoco.
               Tommy asintió con la cabeza, conteniendo una sonrisa.
               -Borra esa expresión de bendito de tu cara, Tomlinson, que ya sabías lo pillado que estaba por ella. ¡Si os doy la turra con lo guapa que es cuando me emborracho, por Dios!
               -No me río de eso, es que… me alegro de que me digas las cosas como son, Al.
               -¿Yo? Siempre.
               -Sí, pero… me alegro de que no dejes que lo que te dije ayer sobre Sabrae influya en cómo te comportarías si las cosas fueran distintas.
               -Ah. Eso. Bueno, ya me conoces-me encogí de hombros-. Tengo un sentido del honor y el deber un pelín asiático.
               Hundió los hombros, derrotado, pero una sonrisa le curvaba la boca ligeramente hacia arriba, como la silueta de una montaña rusa.
                -Lo siento mucho, Al.
               -Lo sé.
               -Perdona por haberte dado el golpe bajo con Sabrae. Te prometo que no se repetirá.
               -Tranqui, T. Está olvidado.
               Tommy sonrió, me dio una palmadita en la nuca y dejó descansar allí su mano, estableciendo una conexión conmigo que yo no iba a romper. ¿La razón? Muy simple. Me necesitaba, y yo no abandonaba a mis amigos, mucho menos cuando me necesitaban.
               -No sé qué me pasa últimamente, tío. Estoy a gresca con todo el mundo. Con Diana, con Eleanor, ahora también contigo… Joder. Parece que, para lo único que me muevo, es para meter la pata.
               -Sabes de sobra qué es lo que te pasa. Hay un nombre que no has dicho-le recordé, y él retiró la mano de mi cuello y la dejó caer sobre su rodilla. De repente, tenía 40 años más, y contemplaba una vida que había dejado pasar sin pena ni gloria, lamentando cada una de las decisiones que le habían llevado hasta allí.
               -¿Cómo está Scott?
               -¿Por qué no vienes hoy conmigo a verlo, T? Te echa mucho de menos, igual que tú a él.
               Negó con la cabeza y se colocó en su asiento.
               -No creo que eso sea verdad. Sólo lo dices por reconfortarme.
               -¿Cuándo te he mentido yo para reconfortarte, T? Mírame a los ojos y repíteme que no crees que eso sea verdad. Scott lo está pasando mal, igual que tú. En tus manos está arreglar las cosas como las has arreglado conmigo.
               -No es tan fácil.
               -¿Por qué?
               -Pues porque tú no me has hecho el daño que me ha hecho él. Tú apenas…-miró en dirección al profesor, que seguía con su charla sin darse cuenta de que nosotros no habíamos empezado la clase, siquiera-. Tú apenas me has hecho daño. Es decir, me rayé muchísimo pensando que ahora tú también ibas a enfadarte conmigo, y en lo incómodo que iba a ser para todos estar en el grupo los dos… y en que las cosas se habían jodido, y si me costaría que todo fuera como antes, pero con Scott… con Scott, las cosas no van a volver a su cauce, ¿entiendes?
               -¿Por qué dices eso?
               -Porque nos hemos peleado. Llevamos una semana si hablarnos, exactamente. Una puta semana, Alec. Cuando voy de vacaciones, necesito llamarlo cada dos días, o empiezo a enfermar, ¡y eso que sé que estamos bien! ¿Cómo se supone que he sobrevivido a una semana sin él? Las cosas han cambiado demasiado, y me estoy adaptando a ello. Y no quiero adaptarme, pero no me queda otra-suspiró.
               -Sí que te queda. Puedes venir conmigo y hablar las cosas con él. Que tenéis 17 años, hostia. Ya tenéis pelos en los huevos, ¿tanto os cuesta comportaros como hombres?-me miró-. A la vida hay que echarle cojones, Tommy. ¿Crees que a mí me sirvió de algo sentarme a lloriquear porque Sabrae pasaba de mí? ¿Crees que el que yo me cepillara a todo lo que se me pusiera por delante sirvió de algo para reconciliarnos? A ver, que cada cual se merece su tiempo para hacer el gilipollas cuando se ha cabreado con alguien, pero Scott y tú agotasteis vuestro cupo hace ya tiempo. No entiendo por qué te da tanto miedo hablar con él, cuando está claro que las cosas sólo pueden ir a mejor.
               -Eso pensábamos todos el viernes, hasta que nos dimos de hostias-me recordó, y yo puse los ojos en blanco-. Es que… tú no lo entiendes, Al, pero ahora mismo no tengo ninguna esperanza. Lo único que puedo pensar es en que con el paso del tiempo, me resignaré, y dejará de dolerme. Si sobreviviré al paso del tiempo es otra historia, o cuánto me va a llevar eso, pero… lo mío con Scott no es comparable con lo tuyo con Sabrae. A ella no llegaste a odiarla, ¿a que no?
               Me quedé callado, reacio a admitir la verdad. Que sí que la había odiado, pero por motivos muy diferentes, y mi enfado no había sido dirigido hacia ella, sino a que no me hubiera elegido a mí.
               -Respóndeme, Alec.
               -No la odié, no.
               -¿Ves? Como se supone que tienen que ser las cosas. Yo, en cambio… detesto a Scott. Me tiene tan harto, estoy tan cabreado, que…-sacudió la cabeza-. No puedo tenerlo delante. No puedo echarlo de menos como lo hago y, aun así, estar enfadado con él. Es como si me estuviera partiendo en dos.
               Le di un toquecito en el hombro y le acaricié la espalda.
               -Tío, no tienes que pasar por esto si no quieres.
               -Claro que tengo que pasar por esto, ¿qué otra opción me queda?
               -La solución está en tus manos, T.
               -Te equivocas. Se me ha ido todo de las manos, y ahora no sé cómo salir de este lío. El Tommy que era hace una semana murió. Está bien enterrado. Scott y yo nos encargamos de eso, y lo hicimos de puta madre-murmuró con amargura-. Tiene gracia. Creía que seríamos los padrinos de los hijos del otro, y hemos acabado siendo los padrinos de sus cadáveres.
               Noté que algo en mi interior se retorcía al escuchar su tono. Teníamos que actuar, y teníamos que hacerlo ya, pero las cosas entre ellos dos estaban tan jodidas que no se me ocurría nada. Piensa, Alec, piensa, por tu madre. Ya había estado en situaciones peores. ¡Había nacido en un hogar en el que escaseaba el amor y sobraban los malos tratos, joder! Una riña entre dos amigos no debería ser nada.
               Y sin embargo, ahí estaba yo, anclado frente a Tommy, apalominado completamente, sin nada coherente que pudiera decirle y que le causara un poco de alivio en su sufrimiento. Sabía que, cada palabra que saliera de mi boca, Tommy la convertiría en algo más con lo que autoflagelarse.
               Tenía que intentar algo, lo que fuera. A la desesperada, me incliné hacia él.
               -Entiendo que te dé miedo intentar hablar las cosas con Scott. A mí me aterrorizaba hacerlo con Sabrae, pero, ¿sabes qué? Todos tus miedos son infundados. Te propongo algo: hoy, cuando salga de trabajar, quedamos en mi casa y vamos juntos a verlo. Yo haré de mediador, para que las cosas se salgan de madre. ¿Te parece bien?
               -No merece la pena.
               -¿Por qué, tío? Es Scott. Tú eres Tommy. Tenéis la típica relación que haría que millones de personas crearan arte a vuestro alrededor, sólo por lo especial de vuestra conexión. Si alguien escribiera vuestra historia, seguro que miles y miles llorarían si se enteraran de que alguna vez, os enfadasteis. Espera… eso puede dar mucho dinero, ¿me concedes los derechos de escribir tu biografía?
               Tommy rió sin ganas.
               -Eso se acabó, Al. No va a elegirme.
               -¿Cómo que no?
               -Eligió a Eleanor-se me quedó mirando, hundido, absolutamente derrotado. Era un pequeño país que se había visto envuelto en una guerra que ni quería, ni podía sobrevivir-. Y yo eso no voy a poder olvidarlo.
               -Nadie ha elegido a nadie. Esto no es una partida de la play, ¿sabes? Eleanor y tú no sois incompatibles.
               -No es tan raro, después de todo, ¿no?-musitó, agotado-. A ti también te pasó.
               -¿Con quién?
               Cerró los ojos y musitó algo por lo bajo.
               -Tommy. Con quién.
               -Ya sabes con quién.
               -No tengo ni idea de a qué te refieres.
               -Sabrae-explicó, y yo me quedé helado-. A ti también te pasó. Eligió a sus amigas antes que a ti. Y eso es lo lógico, ¿no? Scott debería haberse quedado conmigo, no con mi hermana. Bros before hoes, siempre lo decimos.
               -Tu hermana no es una guarra, y Sabrae… Sabrae no eligió a nadie.
               -Bueno, de todos modos, ya no importa. Las cosas te van bien, y me alegro por ti, hermano. Te lo mereces. Eres una buena persona.
               -Tú también te lo mereces, T.
               -No, yo ya… no-negó con la cabeza, cogió el boli y comenzó a garabatear en su hoja. Me giré y miré a Bey, que alzó las cejas en mi dirección, preguntándome si las cosas habían mejorado en algo. Sacudí lentamente la cabeza y ella hizo una mueca; todavía no sabía que yo había hecho que el abismo entre Scott y Tommy creciera.
               Sabía lo mucho que costaba confesar en voz alta que alguien no te había elegido a ti. Y lo poderosas que podían llegar a ser las palabras, lo mucho que profundizaban los sentimientos, tanto positivos como negativos. Igual que escuchar a alguien que sabes que te quiere decírtelo te hace sentirte más querido, decir tú en voz alta que has perdido a alguien sólo lo aleja más de ti.
               Ojalá tuviéramos aún una cuerda lo bastante larga como para volver a unir los dos extremos de las islas que eran Tommy y Scott, y que ellos pudieran construir de nuevo sus puentes a partir de esos restos.
               Las palabras de Tommy hicieron que yo me reafirmara en mis intenciones de ir a hablar con las amigas de Sabrae. En el fondo, tenía razón: las había elegido a ellas, y yo tenía que conseguir que todo el universo de Sabrae se uniera en una tela en la que absolutamente todo estuviese conectado. Quizá suene egoísta, pero quería tener relación con todo en su vida. Quería hacerla feliz, y que esa felicidad calara hasta lo más hondo de su corazón, y que cada recuerdo que tuviera conmigo estuviera iluminado con una tenue luz dorada que lo hiciera todo un poco más bonito, aunque fuera sólo un poco.
               Y la única forma de hacerla completamente feliz pasaba por perdonar a sus amigas por lo que nos habían hecho, por hacerla elegir. Bueno, si eso es lo que había que hacer… no iba a perder a Sabrae por ser rencoroso.
               Así que, cuando llegamos a la cafetería y las localicé, le di una palmadita en la cintura a Bey.
               -Guardadme un sitio. Ahora voy.
               Bey asintió con la cabeza y, con sus ojos y los de Tommy (estos últimos algo cansados, envidiando lo fácil que había sido para mí y lamentando lo imposible que era para él) puestos en mí, avancé entre las sillas en dirección a la mesa de Sabrae, que se hizo a un lado para saludarme, colgándose de mi cuello y dándome un largo beso en el que noté su sonrisa floreciendo como los cerezos japoneses. Y, como hacían los japoneses, yo quise sentarme a contemplar su belleza primaveral.
               Pero para sentarme, primero tenía que preparar el terreno.
               -Hola, chicas.
               Ellas sonrieron, complacidas de que estuviera a punto de humillarme por Sabrae. Lo que se merece.
               -Cógete una silla, sol.
               -No tenía pensado quedarme mucho, yo sólo… quería hablar con vosotras. Con las tres. Sabrae… bueno, no sé qué más decirte que tú a no sepas, bombón, así que…-la miré, y ella sonrió, y yo tomé aire y lo expulsé lentamente. Estaba nervioso, sorprendentemente nervioso-. Veréis, Saab y yo hemos estado hablando de lo que nos pasó, y he estado dándole muchas vueltas a cómo me comporté con vosotras en la discoteca…
               -Espera, Al. ¿Te importa si digo algo antes?-me pidió mi chica, estirando la mano y entrelazándola con la mía. Y yo, que le entregaría el sol en bandeja si me lo pidiera, aunque eso significara quemarme las manos y destruirme los brazos por el peso de la estrella, asentí con la cabeza. Sabrae se me quedó mirando, acarició el dorso de mi mano con su pulgar, y comenzó:
               -Me has hecho dudar de mis sentimientos. Has hecho que sufra y tardaste tanto en moverte para que yo dejara de pasarlo mal que tardé muchísimo más en recuperarme, y en recuperar lo que me hacía feliz. Has hecho que apueste no por lo que me hace feliz, sino por lo que me resultaba más fácil y más cómodo, basándome en un pasado y en prejuicios que ya sabemos que ni son justos, ni son acertados. Y me abandonaste cuando yo más te necesitaba. ¿Qué tienes que decir sobre eso… Amoke?
               Amoke la miró con ojos como platos, la boca abierta en una O casi perfecta. Sabrae volvió la vista hacia ella, muy tranquila, y esperó pacientemente a que su amiga se disculpara.
               -Kendra-miró a su otra amiga-. Me convenciste de que estar con Alec era un error. ¿Por qué?
               Kendra se revolvió en el asiento, me miró de reojo y agachó la cabeza, incómoda.
               -Taïssa-continuó Sabrae-. De ti sólo puedo decir que me dejaste sola en la biblioteca, y que no me defendiste como yo te defendería a ti, con uñas y dientes, cuando Momo y yo nos peleamos. ¿Por qué?
               Taïssa, la más tímida y retraída, que siempre rehuía tu mirada si la pillabas mirándote, que no tenía el valor de las demás, fue, sin embargo, la más valiente de las tres. Tragó saliva, sorbió por la nariz y respondió:
               -No quería que cambiaras por él. Eres perfecta, tal y como eres, y creía que lo estabas haciendo.
               Sabrae asintió despacio con la cabeza, y entonces, miró a Kendra.
               -Pensaba que era diferente-reconoció-. Más egoísta. Más el típico machito con el que no queremos relacionarnos, pero que irremediablemente te termina conquistando. No quería que fueras hipócrita.
               Sabrae volvió a asentir, y, por fin, miró a Amoke, que sorbió por la nariz y la miró a través de una cortina de lágrimas.
               -No quería perderte-confesó, estirando una mano y cogiendo una servilleta con la que sonarse la nariz-. No quería que cambiaras. Me daba miedo cómo estabas cambiando… cómo has cambiado. Pero ahora veo que ha sido para mejor. Sigo pensando que aún no ha nacido un chico que te merezca, Saab…
               -Sí que ha nacido-constató Sabrae tranquilamente-. El 5 de marzo de 2017.
               Intenté contener una sonrisa. Había muy poca gente que hubiera nacido el 5 de marzo de 2017. Yo era uno de ellos.
                -Y creo que… me puse celosa-hipó, y Sabrae tragó saliva-. No quería que llegara el día en que yo no fuera tu prioridad máxima. Supongo que no estoy lista para ganar la medalla de plata.
               -Sabrae no es un concurso que se gane o se pierda-respondí con más dureza de la que debería, y Sabrae me miró desde abajo, con los ojos anegados en lágrimas y esbozando una sonrisa.
               -Y que hayas dicho eso demuestra que cometió un error volviendo con nosotras antes que contigo-respondió Amoke, y Sabrae sonrió.
               -Os quiero muchísimo. A los cuatro-me miró, y yo procuré no pensar en que era la primera vez que me decía que me quería, porque técnicamente me había metido en un saco y no se había confesado conmigo solamente. Era como ir a un concierto y sentir que The Weeknd te había dicho que te quería a ti, personalmente, sólo porque hubiera gritado en el escenario “¡os quiero a todos!”-. Sois las personas más importantes de mi vida. Sois mi familia. Y no quiero que mi familia se lleve mal. Alec venía dispuesto a pediros perdón, a pesar de que no se arrepiente, sólo porque sabía que eso me haría más feliz. Me haría muy feliz que vosotras también le pidierais perdón a él. No sólo por hacer que nos peleáramos, sino por la Nochevieja que nos quitasteis, y la relación tan bonita que estaríamos teniendo ahora si las cosas hubieran salido de otra manera. ¿Os importaría concederme ese capri…?
               -Lo siento muchísimo, Al-musitó Taïssa, y yo asentí con la cabeza en su dirección-. No deberíamos haberla emborrachado de esa manera, ni habernos enfadado con ella también sólo porque tú la defendiste.
               Posé mi mirada en Kendra.
               -Siento haber pensado que eras un conquistador de esos. Y siento haber creído que sólo ibas detrás de ella porque era un reto mayor que las demás.
               -Si te sirve de consuelo, sí que soy un conquistador de esos.
               -Pero es justo lo que yo necesitaba. Porque, ya sabes…-Sabrae cruzó las piernas y me miró desde abajo-. Soy una jodida zorra y necesito alguien que esté a la altura.
               -Pues él es muy alto-comentó Taïssa, riéndose, y todos nos unimos a sus carcajadas.
               Por último, le llegó el turno a Amoke, que sorbió por la nariz y me miró a los ojos.
               -Siento no haber abogado por ti tanto como debería. Siento haber dejado que entre las tres le comiéramos la cabeza para que te rechazara. Siento haberla emborrachado para intentar arreglarlo, en lugar de respetar su decisión. Siento haberos fastidiado la fiesta. Siento haberle hecho daño cuando más me necesitaba. Siento no haberla consolado cuando os peleasteis. Siento que os pelearais por mi culpa. Y siento que me dé miedo que tú me reemplaces. Porque, de los que estamos en esta mesa, tú eres quien más se merece ser su primera opción, y no yo.
               Sabrae se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y le dio un apretón a Amoke en la suya, que le sonrió con tristeza y se me quedó mirando.
               -Yo siento haber…
               -No tienes que hacer esto, Al.
               -No, quiero hacerlo. Ellas me han pedido perdón, Saab, así que es lo justo que yo también lo haga. Vale, siento cómo me puse con vosotras cuando me dijisteis que habíais sido vosotras quienes emborrachasteis a Sabrae.
               -¿Lo sientes de veras?-preguntó Kendra, alzando una ceja, y Taïssa y Amoke la mandaron callar.
               -No-respondí, echándome a reír. Me froté la cara-. Joder, os habría matado si Jordan no me hubiera agarrado a tiempo. Jodidas mocosas… hostia. Lo siento. Eso sí que lo siento. Vale, siento haberme peleado con Sabrae cuando debería haberme peleado con vosotras. Siento haberos odiado y haberle recordado que la disteis de lado, porque yo también lo hice y nadie habla de eso. Siento no haberos hablado ayer; fue muy infantil, así que os pido perdón. Y, sobre todo, siento que penséis que yo soy malo para Sabrae. No soy lo bastante bueno para ella, eso está claro, por mucho que haya nacido el día que ella dice que nació el chico que la merece, pero…-Sabrae sonrió, mirándose las rodillas-. Sí que soy bueno. Os prometo que me desvivo por hacerla feliz. Estoy enamorado de ella. Es la primera chica de la que me enamoro, y por muy promiscuo que haya sido en el pasado, estoy descubriendo que me encanta la monogamia. He nacido para ser monógamo, y ya he encontrado a mi pareja, y no tengo intención de buscar otra chica, básicamente porque, para mí, ya no la hay. Entiendo que no quisierais que cambiara por mí, porque yo la veo como la veis vosotras, como ella no puede verse: preciosa, perfecta, única e irrepetible. Pero, por eso precisamente, por cómo es, deberíais querer que estuviera con ella. No hay nada de ella que no me guste (salvo, quizá, esa inseguridad que la asalta cuando se mira desnuda frente al espejo, porque no puede verse como yo la veo), así que no tiene que daros miedo que yo intente cambiarla. Haré lo que sea por conservarla tal y como es-le acaricié la mejilla y Sabrae cerró los ojos.
               -Entonces, entenderás por qué nos daba celos que estuvierais juntos. No queríamos que la absorbieras.
               -No pienso hacerlo. Sólo quiero estar con ella, pero eso no implica que no pueda estar con vosotras.
               -¿No habéis visto cómo lo llamo?-intervino Sabrae, mirándolas-. Le llamo “sol”. Compartimos sol con otros ocho planetas…
               -Así me gusta, nena, defendiendo a Plutón.
               -Siempre-se rió Sabrae, y continuó-. Compartimos sol con otros ocho planetas, y eso no significa que brille menos ni nos dé menos calor.
               -Pero tú no eres un sol, Saab. Eres una persona-comentó Taïssa, intentando hacerla entrar en razón.
               -Una persona que es el sol, la luna y las estrellas-repliqué yo, y Sabrae me besó la palma de la mano-. Cuando no tienes a uno, tienes a las otras. No está tan mal.
               Kendra y Taïssa intercambiaron una mirada; Taïssa se apartó una trenza detrás de la oreja, y Amoke me miró.
               -Yo no quería haceros daño. Solamente no quería perder a mi mejor amiga.
               -No vas a perder a tu mejor amiga, Momo-Sabrae le habló con voz tierna, acariciándole la mano-. Las cosas entre nosotras seguirán igual que siempre, sólo que, ahora, tenemos a alguien más en el grupo. Como un pequeño fantasma.
               -Bueno, eso de pequeño-comentó Kendra, mirándome de arriba abajo.
               -No voy a absorberla, eso os lo prometo.
               -¿Acabas de perder la ocasión de hacer una coña con el tamaño de tu polla, Alec?-preguntó Sabrae, sorprendida.
               -Para que veas lo mucho que me importas, bombón: prefiero que tus amigas estén tranquilas a que sepan lo bien dotado que estoy.
               -Ya lo saben. ¿Te piensas que no les cuento cada polvo que echamos?
               Las miré y esbocé una sonrisa torcida.
               -Ah, ya lo pillo. Vosotras lo que queríais era pelearos por mí, ¿no es así?-Kendra y Amoke se echaron a reír mientras Taïssa se ponía roja como un tomate-. No os preocupéis, chicas. Podéis coger turno para acompañar a Sabrae.
               -¡Deja tranquilas a mis amigas!-Sabrae me dio un manotazo en el brazo-. ¿Has terminado ya de disculparte?
               -Eh… creo que no. ¿Os he pedido perdón por ser tan guapo que vuestra amistad peligre?
               -Ya te puedes ir, Alec-instó Sabrae, molesta, y yo me incliné y le soplé en el cuello, arrancándole una risotada-. ¡Alec! ¡Para!
               Sus amigas nos miraron con una sonrisa en los labios, la sonrisa de quien se da cuenta que ha estado equivocado durante mucho tiempo, pero al que no le importa admitir su error.
               -¿Te veo hoy de tarde?
               -¿No decías que no ibas a ir al gimnasio?
               -No tenía pensado. Voy los sábados en los que tengo resaca, o cuando sé que me voy a pillar una buena moña, y entre semana, cuando estoy cabreado.
               -¿Entrenas los sábados?-espetó Taïssa, estupefacta.
               -Oh, ya lo creo. Es el mejor día para ir. Voy a primera hora de la mañana, cuando vuelvo de fiesta. No me acuesto.
               -Bicho raro-se burló Sabrae.
               -Cállate tú. Me ayuda a rendir, o a que la resaca sea menos. Además, como es sábado, está todo vacío, y puedo pensar en mis cosas.
               -O sea, en mí en bolas.
               -Tía, me caes un poco mal, ¿lo sabías? Cómo se nota que nunca has intentado hacerte una paja con unos guantes de boxeo. Qué ignorante eres.
               -¿Y tú sí?
               -Sí, Sabrae: ayer-se cachondeó Taïssa, riéndose, y yo me uní a ella. Sabrae alzó las cejas, la mirada perdida, y negó con la cabeza.
               -Increíble, mi capacidad para rodearme de imbéciles.
               -¿Te veo de tarde, sí o no, niña?
               -Que sí, niño, ¿o piensas que voy a dejar de ir a mi casa sólo porque estés tú?
               -Cosas más raras te he visto hacer.
               -¡¿Como cuáles?!
               -¡Adiós, chicas!
               -¡¡Alec!! ¿¿Qué cosas raras me has visto hacer??
               -¡No te oigo con todo este barullo, Sabrae!
               -¡Gilipollas!
               -¡Eso sí lo he oído!
               -¡Eso pretendía!
                

Como me esperaba, no estaba en su casa cuando llegué después de trabajar, cargado con un montón de ideas para empezar a comerle la cabeza a Scott. Tommy había tirado la toalla hacía tiempo, así que la esperanza recaía en el mayor de los Malik. Llamé a la puerta y Sher me indicó desde el salón que estaba abierta; la despreocupación de esa familia porque pudieran robarles me fascinaba. Eran los más confiados del mundo, pero yo no iba a quejarme de ello: gracias a que no temían a los ladrones, yo podía entrar y salir cuando me diera la gana.
               Avancé por la casa sumida en un silencio pesado, propio del de un hospital con un ala cerrada para catástrofes aéreas o naturales. Sherezade estaba viendo la televisión en el piso inferior, acurrucada en el sofá en posición fetal, con una caja de pañuelos frente a ella y varias bolitas arrugadas a su alrededor, como planetas desordenados en un sistema solar un poco indeciso.
               -Hola, Al-sonrió al verme, con una nariz roja como un tomate y los ojos un poco llorosos.
               -Hola, Sher. Joder, tienes una pinta horrible-me escuché decir (¿qué cojones, tío?), pero ella se echó a reír. Recordé que Sabrae había dicho que iba a ir con ella a comprar ingredientes para hacer unos dulces que animaran a su hermano, pero visto lo visto, había sido su padre quien finalmente le estaba haciendo de chófer. Supuse que sus hermanas también estaban con ella, y Sher se había quedado en casa convenientemente, para así no contagiar a todo Londres de la peste y también tener un ojo puesto en Scott.
               Claro que, ¿cómo podía vigilar a Scott si no estaba en la misma habitación que su hijo?
               -Sí. He cogido gripe.
               -Vaya, pues que te mejores. Bueno… ¿la alegría de la huerta?
               -Se ha ido con su padre de compras-explicó, sorbiendo por la nariz una vez más y parpadeando trabajosamente en mi dirección. ¿Cómo? ¿Habían conseguido sacar a Scott de casa, y me lo decía como si me estuviera hablando del tiempo? ¡Joder, si Scott había salido era que estaba mucho más animado! ¡Puede que se le hubiera ocurrido pasarse por casa de Tommy, y hubiera usado lo de las compras de Sabrae a modo de excusa!
               -¿Habéis conseguido sacarlo de casa?-pregunté con una esperanza ilusionada que ni me molesté en disimular.
               -¿Qué?
               -Scott. ¿Ha salido de veras? ¿No me necesitáis?
               -¡Ah! Perdona, tesoro, creía que…
               -Joder, Sherezade-bufé-; estás perdonadísima. Llámame “tesoro” todas las veces que quieras-me eché a reír y ella me acompañó. Puede que no sirviera de mucho que yo estuviera de allí para aliviar el dolor emocional de su hijo, pero por lo menos a ella podía hacerle más amena la convalecencia.
               -Qué encanto. Pensaba que te referías a Sabrae-se sonó de nuevo-. Está arriba. Se acaba de echar a dormir la siesta, pero no sé si estará dormido-oh, vaya. Eso era justo lo último que necesitábamos: que Scott durmiera por el día y se dedicara a comerse el coco por la noche. Tendría que hablarle de madrugada para asegurarme de que lo tenía entretenido. Mi intención era agotarlo de alguna manera para que durmiera del tirón durante la noche, y que los demonios que lo acechaban lo pillaran roque y no pudieran hacerle daño-. Lo siento, no tengo fuerzas para pelearme con él.
               -No, si no pasa nada, mujer-tal vez si subía y le metía caña, sería como si no se hubiera acostado-. Para eso estoy yo aquí. Bueno, voy a ver si consigo sacarlo de la cama. Seguro que Eleanor se deja caer por aquí de noche. Odia verlo así.
               -Yo también, cariño, yo también-contestó la madre del susodicho mientras yo subía las escaleras de dos en dos. Ahora mismo, Mary Elizabeth y Eleanor estaban dando una vuelta por el centro, contándose sus respectivas penas y trazando un plan complementario al mío con el que animar a Scott a acercarse a Tommy, después de que yo hablara con mi hermana en la comida y la pusiera al corriente de mi conversación con mi amigo.
               Mimi había puesto el tenedor a un lado de su plato mientras masticaba, y empujó con inteligencia sus gafas por el puente de su nariz.
               -Deberíamos centrarnos más en Scott, tienes razón. ¿Has pensado algo?
               -Acercarlo de forma sutil, pero a mí no me va a escuchar. La única que puede meterle una idea en la cabeza es Eleanor.
               -Eleanor bastante tiene con lo suyo como para encima tener que preocuparse también de jugar al ajedrez con su novio, Al. Es el único consuelo que tiene, ¿sabes lo culpable que se siente?
               -¿Scott y Tommy siguen enfadados?-preguntó mamá, y los dos asentimos con la cabeza-. Bueno, quizá lo mejor que podáis hacer sea estar allí, queriéndolos y haciendo que se sientan apoyados. A veces lo único que puedes hacer para ayudar a alguien es esperar a que estire la mano en tu dirección. Le quieres y le quieres hasta que se cura solo-mamá miró a Dylan, que sonrió, le cogió la mano y le dio un beso en los nudillos. Mi padrastro era tan caballero que ni siquiera manchó la piel de mi madre de salsa, a pesar de que ella era más que generosa con la boloñesa de los espaguetis.
               Abrí la puerta de su habitación como Kuzco en El emperador y sus locuras, y vi cómo Scott se encogía automáticamente, tapado bajo las mantas. Eso me animó un poco. Se había movido lo bastante rápido como para engañarme. Estaba despierto. Me acerqué a su cama y cogí la manta por los pies, tirando de ella con tanto ímpetu que voló por los aires, desvelando a un Scott encogido también en posición fetal, igual que su madre, con los ojos cerrados y un ligero temblor en el cuerpo cuando el frío de la casa cayó sobre él. La verdad era que no me sobraría una sudadera, pero había colgado el abrigo en el perchero de la entrada, y me daba miedo que Scott aprovechara para atrancar la puerta ahora que sabía que estaba en casa y que mi objetivo era él.
               -Arriba, joder. Hace un día precioso-me acerqué a su ventana y subí las persianas, haciendo que la luz bañara su habitación. Era verdad; nos había tocado un soleado día de invierno de esos que sólo aparecen en las películas sobre la Navidad, justo después de que los hijos de la sufrida protagonista consigan sus preciados trineos. La temperatura coqueteaba con las dos cifras y una pequeña capa de nieve que nadie se había molestado en quitar cubría el jardín de su casa. Podríamos hacer un muñeco de nieve si quisiéramos, pero creo que ilusionarse con eso sería pasarse de optimista-. Las mujeres existen, y hay muchas posibilidades de que tú y yo follemos hoy-después de ver a Sabrae en el instituto, ya no las tenía todas conmigo respecto de nuestra autoimpuesta abstinencia sexual-. Pero por separado-añadí, en broma-. El gay es Logan.
               -Déjame tranquilo, Alec-dejó escapar un gemido lastimero que me dio ganas de darle un tortazo.
               -¿Quieres mimos en la cama? ¡Pues vas dado! Venga, me he pasado toda la noche descargando versiones pirata modificadas del Call of Duty. Tengo una versión con la que le podmos poner la cara de Donald Trump a los nazis. ¿No es genial? Tú odias a Trump, yo dio a Trump, todo el mundo odia a Trump… ¿no es maravilloso formar parte de la especie humana?-aleteé con las pestañas lo mejor que pude en su dirección, pero ni por esas fui capaz de hacer que se moviera.
               -No quiero pegarle tiros a nadie, Alec-bueno, al menos era un avance. Por lo menos no me había dicho que quería dejar a Tommy como un colador, lo cual habría sido una respuesta más que esperada por su parte hacía un par de días, cuando la sola mención de su nombre lo ponía literalmente histérico. Puede que mamá tenga razón y las cosas se vayan a encauzar solas.
               Scott se dio la vuelta, intentando ignorar mi presencia, pero yo estaba decidido a hacer que se levantara de aquella cama. Ya no era solo preocupación por él; tampoco quería quedar mal delante de Sabrae o de Eleanor, y tener que esperarlas sentado en el salón con Sherezade, viendo alguna película mala mientras preparaba mi confesión: lo siento, no he podido sacar a Scott de la cama porque soy un puto inútil, ¿tendrás tú más suerte? De manera que lo agarré del cuello de la camiseta que llevaba puesta y tiré de él para obligarlo a incorporarse.
               -Que no es una oferta, coño. O sales tú de esta puta cama, o te saco yo.
               -Pues sácame tú-sentenció, tozudo, zafándose de mis manos y cayendo de nuevo sobre la cama. El muy cabrón se aferró con uñas (literal) y dientes (no literalmente) al colchón cuando yo lo agarré de un pie y traté de sacarlo de la cama. Por suerte, yo era más fuerte y tenía mejor agarre, con lo que pude arrastrarlo hasta el borde de la cama y conseguir que su posición peligrara.
               No iba a darse por vencido, el cabrón. Me obligó a tirar el colchón al suelo, y ni por esas lo soltó. Lo agarré de los pantalones, le piqué diciendo que quería verle el culo cuando me preguntó qué cojones hacía, y tiré y tiré de él, pero no fui capaz de moverlo.
               -¡Levántate de ese colchón, Scott!
               -¡No!
               -¡QUE LEVANTES EL CULO!
               -¡NO!
               Le solté. Estaba claro que no iba a conseguir nada con él de esa guisa. Necesitaba refuerzos. Puede que Sherezade pudiera ayudarme con esto.
               Espera un momento… Sherezade me había dicho que Sabrae se había ido con su padre. No había mencionado a sus hermanas. ¿Estaría Shasha en casa?
               -¿Esas tenemos? Muy bien. Te vas a cagar. Tú no sabes quién soy yo.
               Scott levantó la cabeza y se quedó mirando cómo salía de su habitación y atravesaba el pasillo en dirección a la de la mediana de sus hermanas. Llamé a la puerta y la empujé antes de que me dijeran que podía entrar, pero Shasha no se extrañó de mi presencia. Tenía puestos unos cascos que le cubrían media cabeza y estaba concentrada en algo que veía en su iPad. Levantó la vista y se me quedó mirando.
               -Necesito tu ayuda.
               Shasha no dijo nada, simplemente se quitó los cascos, se bajó de su cama y me siguió de vuelta a la habitación de Scott.
               -¿Qué hago?-preguntó cuando nos lo encontramos aún tirado en el suelo, negándose categóricamente a moverse. No parecía sorprendida por el espectáculo que estaba dando Scott, lo cual me hizo preguntarme cómo de dramático era mi amigo en casa.
               -Ayúdame a levantar un poco el colchón. Pesa demasiado con tu hermano encima, incluso para mí. Luego, yo le daré la vuelta.
               Scott nos fulminó a ambos con la mirada, desconfiado, mientras nos colocábamos en posición, yo a la altura de su hombro, y Shasha a la de su rodilla. Contamos hasta 3 y empezamos a levantar el colchón, al que Scott se aferró como lo hicieron los pasajeros del Titanic a los restos del barco. Parecía decidido a que no lo tiráramos al suelo, a cualquier precio.
               Conseguimos ponerlo en vertical con mucho esfuerzo por nuestra parte, pero más le estaba costando a Scott mantenerse en su sitio. Si las miradas matasen, Scott me habría liquidado en un instante.
               -¿Tus últimas palabras?-pregunté.
               -Eres el ser más despreciable que he conocido en mi vida-escupió.
               -Qué bonito lo que me dices-sonreí-. Luego te hago una mamadita de agradecimiento, venga-le guiñé un ojo, y sin previo aviso, empujé el colchón para hacer que cayera sobre el lado en el que estaba Scott. Él se quedó atrapado entre el suelo y el colchón, y Shasha lo tomó como la oportunidad de su vida para avasallar a su hermano. Sinceramente, no podía culparla.
               -¡QUÍTATEME DE ENCIMA, PUTA CRÍA DE LOS COJONES!-ladró Scott cuando sintió a Shasha sentarse sobre donde calculaba que estaba su cara. Harto de tanta pataleta, lo agarré por los pies y lo arrastré fuera del colchón, donde Shasha no podía usarlo de cama elástica y él no podía ocultarse. Se quedó mirando mis dos colgantes, el del anillo que me había dado Sabrae y el del diente de tiburón, con una idea formándosele en la mente.
               -¿Piensas estrangularme?
               Scott bufó, negando con la cabeza, decidiendo que ya estaba bien. Y, entonces, algo en su expresión cambió. No sabía si estaba sometido a una prueba, pero, desde luego, la había superado. Creo que algo dentro de él le susurró que yo me preocupaba por él, que todavía había gente a la que le importaba y, bueno, eso era algo que celebrar. No era tan inútil ni odioso como pensaba, después de todo. Quizá se mereciera un poco de amor.
               -Así que… lo de la mamada-comentó, y yo me eché a reír, le tendí la mano y tiré de él para levantarlo a plomo. Shasha, que no era la más cariñosa de su familia, ni mucho menos la más expresiva, chocó los cinco conmigo e incluso le dio un rápido abrazo a Scott, que se me quedó mirando alucinado. Vaya, sí que estaban mal las cosas.
               -Shash, ¿nos acompañas a jugar?-le pregunté, confiando en que la suerte no me abandonara. Shasha nos haría buena compañía y evitaría que Scott se sintiera solo, aunque estuviera en mi presencia. Me daba miedo no ser suficiente y terminar no bastándole.
               -¡Claro!
               Bajamos al piso inferior, al cuarto de juegos. Aunque Shasha no aguanta mucho con nosotros, sí lo hace lo suficiente como para que yo decida que debo darle las gracias. No es que sea un experto en ella, pero la conozco lo suficiente como para saber que ha hecho un esfuerzo por ayudarme a ayudar a su hermano.
               Cuando nos quedamos solos, la atmósfera entre nosotros cambia. Noto que Scott está más cómodo ahora que no tiene que hacerse un poco el fuerte por su hermana. Ser el hermano mayor suele ser una puta mierda, pero pasa a otro nivel cuando estás mal y tus hermanos están preocupados por ti. Te enfrentas entonces a la difícil tarea de combatir tus emociones a la par que finges que todo va bien, para no preocuparlos.
               Scott se distrae más. Me mira de vez en cuando. Me protege. Se comporta conmigo como sé que se comporta con Tommy. Y, cuando sus ojos no están fijos en los míos, sé que está pensando en él.
               -Al-me llamó dos veces, y yo le pedí que esperara. Estábamos a punto de completar la misión, no era momento para ponerse sensible. Porque, oh, sabía que iba a ponerse sensible-. Gracias por ser el único hermano que me queda.
               En sus ojos había cierta desesperanza, como si quisiera resignarse conmigo pero no terminara de ser capaz. Sabía que yo era bueno, que se merecía a alguien como yo, pero aspiraba a tener a otra persona. Puede que alguien a quien se mereciera más; en ese momento de depresión, Scott creía que no valía mis esfuerzos ni los de la gente que le rodeaba. El pobre no tenía ni idea de que valía su peso en oro.
               Y, como yo no estaba preparado para tener esa conversación con él (bastante me había sincerado ya a lo largo del día), decidí rebajar la tensión del ambiente con una broma.
               -¡Ah, no! ¡Ni de puta coña! ¿Hermanos, tú y yo? Qué pereza, eso es ir tirando el dinero por la vida; o sea, ¡no voy yo, tonto de mí, y le compro unas zapatillas de ballet a Mary, porque estaba que no cagaba con que las suyas eran muy viejas, para Navidades, y va la muy psicópata, y cuando se las doy, lo primero que hace (bueno, lo segundo, lo primero es darme un beso, porque tengo muy bien educada a mi señorita), es ponerse a darles hostias contra el suelo, como una salvaje! ¡Como una troglodita! ¿A ti te parece puto normal? ¡Salgo ahí a la calle a ganarme el pan, voy de punta a punta de Londres entregando paquetes con mi puñetera moto, saltándome semáforos para llegar antes, arriesgando mi vida como pocos héroes de guerra, para pagar 150 libras por unas putas zapatillas que parecen más bien calcetines duros, para que ella les dé contra el suelo! ¡Pues ni puta gracia me hace!-noté que me había emocionado demasiado recordando el momento en el que Mimi se había puesto a golpear el suelo con las zapatillas recién compradas, pero Scott se echó a reír, así que seguí por ese camino-. ¡Además! ¡El préstamo que pedí para la cena del sábado, lo tengo por el cuello! No sé si voy a poder pagarlo, verás como me tenga que prostituir, le coja el vicio y no me veáis más el pelo-Scott se agarró la tripa, muerto de risa -. Ahora en serio, golosón. No hay de qué-le guiñé un ojo-. Si ya sabes que yo a esa carita no le puedo decir que no.
               -Qué bonito, ¿me das un besito?-nos tomamos un poco el pelo, él a mí pero yo más a él, pero me da lo mismo. Está bien y eso es lo que importa, lo suficientemente bien como para bromear conmigo. Pero, de repente, se vuelve a poner serio-. Pero, de verdad, Al. Que sepas que agradezco un montón lo que estás haciendo por mí, no quedándote a jugar a baloncesto, y todo ese rollo. Puede parecer que no lo aprecio porque estoy algo plof, pero lo hago, de veras que sí. Prometo que, cuando esté bien, te lo compensaré.
               Sonreí. Cuando esté bien. No si estoy bien, no si me recupero, no si consigo salir de esta. No. Cuando esté bien. Scott quería salir de ahí, confiaba en que encontraría una solución. Él era nuestra esperanza. Había elegido el bando vencedor, el de los jedi.
               -No estás en deuda conmigo, S. Ya que nos estamos sincerando, te voy a decir algo: me quedo porque soy optimista, y tengo la esperanza de que Sabrae venga con ganas de echarme un polvo-Scott se echó a reír, negó con la cabeza y se hundió un poco en el sofá.
               Como si los hubiéramos invocado, el sonido de un coche entrando en el garaje llenó la estancia. Aguzamos el oído y, cuando oímos varios pares de pasos recorrer el garaje y entrar en casa, decidimos que era momento de jugar con el volumen silenciado.
               Media hora después, Sabrae se dejó caer en el sofá, a mi lado, y me acarició la piel detrás de la oreja.
               -Me preguntaba cuándo vendrías, bombón.
               -Estaba haciéndome de rogar. Tenía que ducharme, ¿sabes el calor que hacía en el interior del New Eden?-preguntó, abanicándose, y yo alcé las cejas.
               -¿Has ido al New Eden?
               -Así es. Te he traído un yogur helado del Funny Danny, el que pediste cuando coincidimos en Camden. Eleanor me ha dicho que está al caer, S-se giró para mirar a su hermano, que asintió con la cabeza-, y pensaba hacer unos donuts, pero dice que trae ella, así que… ¿os importa si cambio la receta?
               -¿En qué estás pensando?
               -Quiero hacer cupcakes.
               -Ah, entonces, todo tuyo, chica.
               Scott y yo subimos al piso superior, donde hicimos compañía a Sherezade mientras Sabrae, Shasha y Zayn se afanaban en la cocina. Llamaron a la puerta, y Scott fue a abrirle a su chica mientras yo me quedaba apoltronado en el sofá, pasándole pañuelos a Sherezade cuando se empezaba a estirar para alcanzarlos y acercándole la botella de agua que había dejado sobre la mesa. Me estaba comportando como un yerno modélico. Incluso fui a rellenar su botella a la cocina y le cogí una de zumo, lo cual hizo que Duna se volviera loca y convenciera a su padre para que nos intercambiáramos los papeles.
               A partir de entonces, les hice de pinche a las hermanas mientras Zayn cuidaba de su mujer, y Eleanor cuidaba de Scott. Me gustó sentirme parte de algo; las chicas me hicieron sentir útil e integrado, haciéndome partícipe de sus bromas y de sus juegos de hermanas como si ya fuera parte de la familia. Y lo mejor de todo era que no lo estaban haciendo a propósito; les salía así, solo. Sabían que me preocupaba por Scott igual que ellas, y que quería a Sabrae igual que todos los que compartían ese techo, así que a sus ojos, yo ya formaba parte de su familia.
               Sabrae me miró por encima del hombro un instante, sonriente, notando mis ojos fijos en su espalda mientras se ocupaba de mezclar otro ingrediente más en la masa con la eficiencia de un robot de cocina con una programación específica para cada tipo de elaboración. Estaba pensando en lo preciosa que estaba con las mejillas un poco manchadas de harina, sus trenzas de andar por casa y su gesto de concentración, haciendo algo que la apasionaba como lo hacía la repostería. Y me la imaginaba en mi casa, sintiéndose ligera e integrada como me lo estaba sintiendo yo, cocinando con mi madre o con mi hermana o con mi padrastro mientras yo me sentaba a mirar e intervenía lo mínimo posible, no fuera a ser que estropeara todo por lo que habían trabajado los demás.
               Vierten la masa de los cupcakes en sus moldes, y Duna es la encargada de meterlos en el horno, armada con unos guantes que le llegan hasta los codos. Sabrae y Shasha la ayudan, y yo la aúpo para que pueda programar el horno. 20 minutos a 180 grados y… ¡a esperar!
               -Te vas a quedar a cenar, ¿verdad, Al?-pregunta Duna, esperanzada, y Sabrae me mira.
               -Lo siento mucho, preciosa, pero me esperan en casa.
               -¡No! ¿Por qué nunca te quedas a cenar?-se queja Duna, palmeándose las piernas-. ¡No es justo!
               -Pero no tiene que irse aún, Dun-dun-comentó Sabrae, inclinándose para ponerse a su altura-. Él ha participado en los cupcakes, así que se va a llevar unos cuantos, ¿o no quieres?
               -Bueno…-Duna me miró desde abajo, considerando si merecía llevarme tan preciado tesoro si jamás me quedaba en casa.
               -Así tendremos garantizado que esté en casa durante los próximos 30 minutos-le confió Sabrae al oído, y la cara de Duna se iluminó.
               -¡Él también ha hecho cupcakes! Es lo justo-sentenció, y me cogió de la mano-. ¿Te apuntas a una partida al parchís, Al?
               -Pero, ¡eso siempre nos lleva más de media hora, Dun!-Sabrae se echó a reír, y Shasha la tomó de la mano.
               -Vamos, Dun-dun. Seguro que papá y mamá prefieren que juguemos con ellos. Mamá está pachucha y seguro que agradece los mimos.
               Con gran habilidad, Shasha consiguió llevarse a Duna de la cocina sin que ésta protestara demasiado. Sabrae se giró para comprobar los cupcakes en el interior del horno, y luego, se volvió hacia mí.
               -¿Te apetece subir a mi habitación?
               -Ya creía que no ibas a proponérmelo, bombón.
               Sabrae se echó a reír, se inclinó hacia mí, me dio un beso en los labios mientras me acariciaba la nuca y me pidió que la esperara en su habitación. Fue al baño a limpiarse un poco la harina de la cara y las manos, y cuando se reunió conmigo, sonrió al encontrarme ya tumbado en su cama. Me sentía más cómodo en ella que en la mía, y eso que apenas la había catado durante una noche. Sin embargo, había sido más que suficiente.
               Se arrodilló a mi lado y gateó por la cama hasta ponerse a mi altura, sonriendo, y se tumbó junto a mí como deseé que lo hiciera el resto de noches de mi vida. Me tocó el labio inferior y susurró un juguetón “hola”, y yo contesté con otro juguetón “hola” antes de morderle aquel dedo que me había acariciado sin pedir permiso.
               Empezamos a besarnos, yo me puse encima de ella, entre sus piernas, y nuestras manos tomaron conciencia propia. Las caricias se volvieron más profundas, y los suspiros más largos y sentidos. Estábamos a punto. Ella quería, yo quería, los dos queríamos, estábamos cómodos… ¿qué problema había?
               -Para, para, para-jadeó, incorporándose un poco y mirándome con ojos brillantes y el pelo un pelín revuelto-. Voto de castidad, ¿recuerdas?
                -¿Por qué tenemos que sufrir los dos porque no sepas controlar tu adicción al sexo?-me quejé en broma. Bueno, al menos ya sabía dónde estaba el límite-. Es injusto.
               -Lo siento, amor, pero necesito estar concentrada. No obstante, si quieres… si nos da tiempo…-lanzó una mirada furtiva al reloj, y yo me reí.
               -Te estoy tomando el pelo. No quiero que hagamos nada. Hasta donde tú quieras llegar está bien para mí.
               Sabrae se tumbó sobre su vientre y dobló las rodillas, balanceando sus pies sobre su cuerpo como dos cometas que aprovechan un vendaval.
               -Quería hablar contigo sobre lo de esta mañana. Me ha encantado la pequeña charla que les has dado a mis amigas, aunque me ha sorprendido un poco enterarme de que les preocupa que no pase mucho tiempo con ellas.
               -Eso es porque tú no sabes lo que es estar contigo. Eres adictiva-le aparté una trenza del hombro, se lo besé, y ella se rió.
               -Aun así, gracias por perdonarlas. Sé que para ti no ha sido fácil.
               -Iba a darles un buen mitin sobre cómo me parecían unas niñatas entrometidas, aunque entendiese sus reservas, pero que iba a perdonarlas porque sé que vais en pack, pero… la verdad es que todo el venenito que iba a escupirles se desvaneció en cuanto empezaste a hablar tú. La verdad, no me esperaba que hicieras eso. Y no digamos ellas.
               -¿Por qué no lo esperabas?
               -No sé, Sabrae. Jamás habría pensado que me defenderías de esa forma. Fue un movimiento arriesgado, pero nos salió bien.
               -Para mí no era arriesgado en absoluto. Era, simplemente, poner mis cartas sobre la mesa. Me defendiste de Sergei porque soy tu chica. Y tú eres mi chico, así que te defenderé de quien sea. Incluso de mis amigas. No me arrepiento de nuestra discusión, porque me demostró que no puedo estar sin ti, ni tampoco quiero. La pelea me ha hecho relativizarlo un poco todo, y me he dado cuenta de, igual que yo soy tu prioridad, tú también eres la mía. Sólo quería que mis amigas lo supieran. Meterse contigo es meterse también conmigo-se encogió de hombros y se miró las uñas.
               -¿Sabes? No creo que tus amigas y yo seamos incompatibles. Tú misma lo has dicho, ¿no? Somos parte de ti, y no puedes simplemente intentar ponernos a unos por delante de otros. Intentar que elijamos con quién nos quedamos de entre la gente a la que queremos hace que las cosas se nos vayan de las manos, como les pasa a Scott y Tommy. ¿Sabías que he hablado con él, y básicamente me ha dicho que no se atreve a pedirle perdón a Scott porque cree que tu hermano ya ha elegido? Y yo le dije que no tenía que pensar así, que eso era lo que nos había separado, y tú no habías elegido realmente, pero no quiso escucharme.
               Sabrae se mordió el labio.
               -Pues yo creo que tiene razón. Yo elegí. Pero elegí mal, ahora lo veo.
               Sonreí. No estaba de acuerdo con eso, pero a la vez no podía evitar sentirme tremendamente halagado.
               -Me quieres muchísimo, ¿verdad?-sonrió, se mordió el labio y asintió con la cabeza-. ¿Cuánto?
               -De aquí a la luna-le besé el hombro.
               -Y yo a ti.
               -¿Nada más? Estamos empezando, se supone que tienes que decir un sitio más lejano.
               -No quiero pensar en distancia cuando se trata de ti, bombón-Sabrae sonrió, se inclinó para besarme, y pronto las cosas se nos fueron de las manos otra vez. Cuando quisimos darnos cuenta, su mano estaba en mis pantalones, y puede que todo hubiera fluido un poco más lejos si Shasha no hubiera entrado en la habitación para avisar de que los cupcakes ya estaban. Nos incorporamos de un brinco y rehuimos su mirada acusadora.
               -Menos mal que he llegado antes de que tengas que lavarte los dientes, en lugar de las manos-comentó, y, sin más, cerró la puerta de la habitación de Sabrae. Ella y yo nos miramos y nos echamos a reír.
                Todavía nos quedaban unos cuantos obstáculos que salvar, pero yo veía el futuro un poco más brillante a esas horas de la tarde (que se creía noche) que cuando me había levantado por la mañana.
               Por desgracia, esa semana iba a demostrarme que, igual que las cosas pueden mejorar cuando ya piensas que es imposible, también pueden volverse más oscuras. Mucho más oscuras.



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1 comentario:

  1. Me ha encantado este capítulo porque he sentido de verdad que es la primera vez que veo a Alec esta integradisimo en la familia Malik, tan cómodo y tan feliz de ser querido es que de verdad lo que se merece mi bebé. Me ha gustado mucho tmb la charla con las amigas y como se han sincerado todos entre ellos, ha sido super sincero y divertido también. Estoy deseando que ya reconcilies a Scommy jo.

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