domingo, 18 de agosto de 2019

Prioridades.


¡Toca para ir a la lista de caps!

-Os dije que estaría con él-comentó Scott, sonriente, mirando a papá y a mamá, que se levantaron como resortes para venir a nuestro encuentro. Estaban un poco molestos conmigo por no haberles enviado ningún mensaje avisándoles de que iba a llegar algo más tarde de lo habitual. El triple de tarde, para ser más exactos, porque entre el tiempo que había pasado entrenando con Alec, lo que habíamos tonteado en la sala del boxeo y el episodio del vestuario, el tiempo se había pasado volando.
               Pero la razón de que se levantaran tan rápido no fue para regañarme; Scott había conseguido tranquilizarlos confiando en que la opción más factible de mi tardanza no era un secuestro o un accidente, sino que simplemente me había encontrado con mi chico y nos habíamos entretenido mutuamente hasta el punto de perder la noción del tiempo. Scott confiaba en Alec, sabía que sus promesas valían su peso en oro, y sabía que, si Alec le había prometido el día anterior que iría a visitarle, removería cielo y tierra para aparecer por nuestra casa, aunque fueran sólo cinco minutos. Lo único que podía hacer que se retrasara tanto era yo.
               Así que no, mis padres no se levantaron apresurada para venir a nuestro encuentro para ponerme los puntos sobre las íes, sino por cómo habíamos llegado. De camino a mi casa, nos había pillado desprevenidos una fuerte tormenta cuyos rayos habían iluminado el contorno del centro de Londres en el horizonte, pero por suerte, sobre nosotros no había caído ninguno. Las nubes sólo habían descargado agua sobre nuestras cabezas, como si supieran que habíamos pasado demasiado tiempo capeando un temporal y quisieran darnos un poco de tregua a la vez que nos daban la oportunidad de purificar nuestras almas. Yo llevaba un paraguas plegable en la bolsa, pero Alec no. Y, cuando me había ofrecido a compartirlo con él, él había negado con la cabeza, alegando que así sólo conseguiríamos mojarnos ambos, y se había calado la capucha para taparse un poco la cara. Fuimos prácticamente corriendo durante todo el trayecto, y descubrimos que aquello de “quien corre bajo la lluvia, se moja dos veces” era una verdad como un templo, pero yo no podía ir despacio viendo cómo Alec se calaba hasta los huesos. El mismo instinto protector que le había dicho a él que se negara a aceptar mi paraguas me susurraba apresúrate, Sabrae en el fondo de mi cabeza, y todo lo que apretara el paso simplemente no era suficiente para ese instinto.
               Y allí estábamos, yo bastante mojada por la acción combinada del viento y el agua, y Alec calado hasta los huesos, goteando sobre el suelo del vestíbulo.
               -¡Sabrae! Estáis empapados, ¿por qué no llamaste para que fuéramos a recogeros?-acusó mamá, trotando hacia mí más rápido que papá y quitándome la bolsa de deporte, lo único que no goteaba.
               -No se me ocurrió-me excusé, pensando que era una estúpida y una egoísta por sí haber pensado en ello, pero haber decidido que mi tiempo a solas con Alec era más valioso. Lo miré por el rabillo del ojo mientras él se quitaba la chaqueta y la hacía una bola en sus manos, con su bolsa en el suelo, y miraba a mi padre, dispuesto a suplicarle con tal de conseguir ropa seca. Seguro que teníamos algo por ahí que pudiera servirle, me calmó una voz en mi interior. Había merecido la pena. El tiempo que no habíamos estado luchando contra la lluvia, lo habíamos pasado caminando muy pegados, Alec hablando de su pasado y yo escuchándole con muchísima atención. Cada palabra que salía de su boca era una canción, la más hermosa de todas, y yo era adicta a la música que él tocaba con sólo sus cuerdas vocales. Si antes me gustaba, ahora me encantaba.
               Supongo que en eso consiste enamorarse, en creer que lo sabes todo sobre una persona, y adorar cuando te demuestran que aún hay rincones de ellos por descubrir. No te hace sentir inútil, sino, más bien, como que jamás podrás cansarte. Y yo jamás podría cansarme de escuchar a Alec hablar de sí mismo, tanto lo bueno como de lo malo, porque me daba una perspectiva muchísimo mejor de quién era. Una perspectiva que él, por desgracia, no podía ver, pero que me esforzaría en mostrarle.
               -¿Tenéis una toalla?-preguntó con inocencia, mirando a papá con la mirada gacha. Me recordó a un cachorro que se somete totalmente a la autoridad del líder de la manada, humillándose incluso, todo con tal de conseguir la protección del grupo. Papá lo miró de arriba abajo, y después a mí un par de segundos, antes de volver la vista directamente a los ojos de Alec con cierta severidad. Se me retorció el estómago al comprobar que, en cierta medida, lo culpaba de que yo hubiera llegado a casa también mojada; debería habérsele ocurrido llamarnos, si a mí no se me había pasado por la cabeza.
               Pero, de repente, su expresión se suavizó.
               -Claro, Al-respondió, haciéndose a un lado e invitándolo a pasar-. Lo que necesites. No queremos que cojas una pulmonía. Scott, busca ropa limpia que pueda ponerse-le indicó a mi hermano, que se levantó como un resorte y trotó escaleras arriba. Me pareció curioso cómo Scott no se había movido del sitio, esperando instrucciones, cuando siempre había sido el más resolutivo de los hermanos. A él se le ocurrían las mejores ideas, él era quien trabajaba mejor bajo presión, y era él quien siempre tenía una solución a un problema que tú creías imposible. Noté algo pesado en el estómago cuando vi cómo subía las escaleras en dirección a su habitación y me percaté de que ya no desprendía la vitalidad de antes. Poco a poco, estar distanciado de Tommy le estaba consumiendo.
               Noté que los ojos de Alec también estaban fijos en mi hermano, y mi mirada se vio atraída hacia su rostro como si tuviera un campo magnético del que yo no podía escapar. Me encontré con sus ojos a medio camino, y vi en ellos lo mismo que me imaginé que había en los míos: la melancolía de descubrir que habíamos sido egoístas manteniéndonos alejados de alguien que nos necesitaba tanto.
               Todo porque no podíamos estar sin sexo ni siquiera un día.
               Alec estiró la mano en mi dirección, me pellizcó la barbilla y parpadeó una sonrisa en su boca, que yo imité. Estaba tratando de animarme, y yo intentaba que no se centrara en mí. Por una vez, yo no debía ser su prioridad. Había alguien que le necesitaba más que yo.
               Se cargó su bolsa de deporte del hombro y subió las escaleras delante de mí. Tras quedarse plantado un par de segundos en el pasillo del primer piso de la casa, finalmente entró en el baño cuando mi madre le ordenó a Duna que le entregara una toalla.
               -Sécate tú también, ¿mm?-me indicó, y yo asentí con la cabeza, conmovida por lo muchísimo que se preocupaba por mí incluso cuando ya estaba tiritando de frío, y me quedé apoyada en el marco de la puerta, esperando a que él cerrara la suya cuando se quedara solo.

               A Duna, sin embargo, no le importaba inspeccionar cómo Alec se quitaba la ropa y se pasaba metódicamente la toalla por el cuerpo. Al menos ya sabíamos qué orientación sexual descartar para mi hermana: no era ni asexual ni tampoco lesbiana. Puede que fuera de las mías, o simplemente una hetero corriente. Lo que sí estaba claro era que no pensaba marcharse del baño a no ser que alguien en concreto la echara, y ese alguien no iba a ser yo.
               -Dun-dun, deja a Alec cambiarse tranquilo.
               -Pero, ¡aún no tiene ropa!
               -Scott está en ello.
               -No quiero que se sienta solo. Es triste sentirse solo en una casa llena de gente-reflexionó mi sabia hermana, y aquella frase cayó sobre mí como un jarro de agua fría. Yo lo había sentido en mis propias carnes, y ahora lo estaba sintiendo mi hermano mayor, del que se suponía que yo era la favorita. Y sin embargo mi hermana más pequeña era la más intuitiva y la que sabía en qué dirección debía hacer soplar el viento para que todos llegáramos a un puerto seguro, como una diosa de la mar.
               -Duna, preciosa, ¿te importa?-le preguntó Alec desde el interior el baño, agachándose y pellizcándole la mejilla. A todo el mundo le pellizcaba la mejilla; a mí era a la única a la que le hacía eso en la barbilla, igual que era la única contra la que frotaba su nariz antes o después de un beso, y la única a la que le decía que la quería mientras estaba en su interior. Darme cuenta de eso me hizo sentir increíblemente bien; como el sol que era, Alec encendió una llama en mi interior que hizo que el agua de lluvia adherida a mi cuerpo a través de mi ropa ya no estuviera tan fría. Podría evaporarla con sólo sonreírme si se lo proponía-. No puedo desvestirme delante de chicas tan guapas como tú.
               Duna dejó escapar una risotada histérica y exclamó:
               -¡Claro, claro, jolín, sólo tenías que decirlo! ¡Te estaré esperando aquí!
               Y se colgó del pomo de la puerta para cerrarla. Cuando la puerta chasqueó, se dejó caer en el suelo, con la espalda apoyada a la puerta para asegurarse de que se enteraba al segundo de que Alec ya estaba preparado, y se cruzó de brazos, dispuesta a esperarlo el tiempo que hiciera falta.
               Como yo cuando se vaya a África, pensé, y, sonriendo, dejé mi bolsa de deporte en el suelo para empezar a desvestirme. Con el susurro de mi ropa al deslizarse por mi piel, escuché cómo Scott abría la puerta de su habitación y se enfrentaba a la terrible Duna para poder entregarle una muda seca a Alec.
               -¡No puedes pasar! A Alec le da vergüenza-proclamó Duna, poniéndose en pie de un salto y levantando la mano hacia el cielo para detener a Scott, que se quedó plantado frente a ella, divertido.
               -Dun, he visto a Alec desnudo muchísimas veces. Los dos somos chicos, ¿sabes?
               -Da lo mismo. Sabrae es una chica y también le ha visto desnudo, pero aun así, hoy tiene vergüenza, ¡y yo no quiero que lo pase mal!
               -Pero Duna…
               -¡Que no! Espera a que salga para darle la ropa.
               -Ya, ¿y cómo va a dejar de estar desnudo y poder salir si no tiene ropa que ponerse?
               Duna se quedó callada un rato.
               -Bueno, podemos taparnos los ojos cuando termine de secarse y nos avise para así poder empezar a vestirse.
               Alec soltó una carcajada desde el interior del baño.
               -Y dicen que ya no quedan caballeros, ¿eh, S? Mira cómo me defienden.
               -No me puedo creer el festival de hormonas que hay en esta casa-bufó Scott, sentándose en el suelo frente a Duna con la ropa seca preparada.
               -Es que las tengo loquitas a todas, aunque no me extraña. Para una vez que tienen a un chico guapo en casa…-bromeó, y Scott puso los ojos en blanco.
               -Vete a la puta mierda, Alec, ¿a que no te doy mi ropa?
               -Seguro que a más de una le encantaría que me paseara desnudo por tu casa.
               Sentí que el rubor me subía por las mejillas al imaginarme a Alec como su madre lo había traído al mundo en diversos sitios de mi casa: en la sala de juegos, tumbado en el sofá, viendo una película; en el salón, contemplando la lluvia caer o calentándose frente a la chimenea, sin más abrigo que el aire cálido que lo vestía; en mi habitación, mirando cómo me quitaba la ropa para recibirlo entre mis piernas; en el baño, duchándose, con el agua lamiendo su piel y convirtiéndolo en el único dios griego verdadero, quitándose el sudor después de un polvo bestial conmigo… Pensar que al otro lado de la pared, Alec estaba desnudo, secándose ese cuerpo esculpido por los dioses, me hacía sentir escalofríos… y calores, al mismo tiempo.
               No debería estar pensando en eso. Mi hermano estaba mal, y Alec le había prometido pasar tiempo con él, y bastante le habíamos robado ya en el gimnasio, pero… él estaba desnudo, yo estaba desnuda, y para colmo, ahora sí teníamos condones a mano. Podríamos echar uno rapidito. En menos de 20 minutos, mi hermano podría estar tomándose una cerveza en el piso de abajo con Alec, mientras yo permanecía tumbada en mi cama, sintiendo aún su inmensa polla llenar mi interior hambriento de él. Incluso podría volver a…
               Sabrae, me recriminé a mí misma, obligándome a recordar que le había dicho que no tendríamos más sexo hasta que Scott estuviera bien. Alec era como una droga para mí; cuanta más tomaba, más quería. Me nublaba la mente y embotaba a la vez que agudizaba mis sentidos, haciéndome vivir para él, prácticamente. Por eso, precisamente, en un momento de cordura había llegado a la conclusión de que no debíamos hacer absolutamente nada que me proporcionara placer a mí, más allá de besarnos. Él era capaz de mantener la cabeza fría, e incluso había recordado su promesa con mi hermano después de que yo se la chupara. Si le hubiera dejado practicarme sexo oral, todavía estaríamos en el gimnasio, yo suplicándole que me la metiera y él haciendo acopio de cada gramo de sensatez que había en su cuerpo para no hacer caso de mis ruegos.
               Tenía que mantenerme alejada de él, dejar que hiciera su magia con Scott de la misma forma que lo había hecho conmigo. ¡Acababa de ver a mi hermano mustio como una planta a la que llevan tiempo sin regar, y ahora que iba a lloverle encima, yo quería meterla dentro de casa para que la lluvia no la dañara! Cabeza fría, chica, cabeza fría.
               Era más fácil pensarlo que aplicárselo, sin embargo. Por mucho que hubiera pasado ya un rato de que había tenido su miembro en mi boca, una parte de mí aún se regodeaba en los gemidos de placer que emitió mientras mi lengua y labios se ocupaban de llevarlo al séptimo cielo. Había temido no saber hacerlo bien, como él se merecía, pero parece ser que le había gustado. No, le había encantado. Había perdido la razón y se había dejado llevar por mi boca, agarrándome del pelo incluso en algunas ocasiones para guiarme, lo cual no había hecho más que excitarme. Me había tocado un poco mientras me ocupaba de él, y mi cuerpo acumulaba esa tensión sexual que no habíamos resuelto conmigo pero que en Alec ya estaba disipada. Quería regodearme. Quería recordarlo de alguna manera, pero no podía masturbarme, porque el piso estaba lleno de gente, y eso sólo serviría para que me volviera aún más loca y decidiera saltar sobre Alec, incumpliendo mis propósitos.
               Así que hice lo único que puedes hacer en esos casos en los que estás tan excitada que sientes que tu temperatura corporal ha subido como si tuvieras fiebre pero no puedes satisfacerte como desearías: coger el teléfono y marcar el número de alguna amiga para contarle que sí, después de todo, sí que puedes portarte muy mal y que te siente muy bien.
               Marqué el teléfono de Momo e, ignorando mi desnudez (sólo llevaba puestas las bragas), me tumbé en la cama y doblé las rodillas, a la espera de que me cogiera el teléfono. No tardó ni cinco segundos.
               -Precisamente estaba pensando en ti. Me preguntaba cuándo dejarías de montar a Alec y te dignarías a llamarme para contarme que has conseguido un entrenador nuevo. ¿Podrás ir mañana a clase por las agujetas?
               Me eché a reír.
               -Alec tampoco me ha dado tanta caña-comenté, doblando las rodillas y jugueteando con mi pelo aún un poco húmedo. Puede que tuviera que cambiar la almohada más tarde, pero de momento me apetecía regodearme un poco en las pruebas que me quedaban de la sesión de sexo en el vestuario con él-. Sólo me ha ayudado a corregir posturas y a ser más eficiente-me mordí la lengua al volver a sonreír, pensando en que el doble sentido le venía que ni pintado. No sólo me había ayudado con el entrenamiento; también me había guiado mientras estábamos en el baño, enseñándome lo que le gustaba y evitando que hiciera lo que no con tanta sutileza que seguro que creía que no me había dado cuenta… pero me la había dado. Y me había encantado, tanto en el fondo como en las formas.
               -Sí, ¿verdad? ¿Qué posturas son esas, si puede saberse? ¿La del perrito, quizás?-Momo se lo estaba pasando en grande tratando de humillarme; una lástima que yo fuera años luz por delante de ella. Definitivamente, el saber es poder.
               -No hemos hecho nada, Momo, en serio.
               -Sí, ya. Y voy yo, y me creo que has estado con Alec todo sudado entrenando como si tal cosa.
               -No ha pasado nada. Sólo se la he chupado-sonreí, mirándome las manos, y mordisqueándome una uña mientras esperaba la reacción de Momo, que no tardó mucho en llegar. Mi amiga jadeó al otro lado de la línea y la escuché incorporarse en la cama: supe entonces que había estado tumbada, en la misma posición que yo, con las piernas dobladas y una sobre la otra, un pie balanceándose en el aire como si fuera un metrónomo de una canción que no paraba de cambiar de ritmo.
               -¿¡CÓMO DICES!? ¡Ahora mismo me voy a tu casa y me lo cuentas todo con pelos y señales, perra!
               -¡NI SE TE OCURRA!-troné, incorporándome yo esta vez y mirándome en el espejo de mi habitación. Mi piercing brilló con luz propia cuando lo hice, como si fuera una estrella que me recordara cómo mi cuerpo podía convertirse en todo un cosmos si conseguía la estimulación adecuada. Con un estremecimiento, decidiendo que ya era suficiente provocación, me incorporé y fui hacia el armario en busca de una camiseta, mientras susurraba en tono apresurado-: Alec está en mi casa. No quiero que se entere de lo poco que he aguantado sin contarle esto a nadie.
               -¿Qué hace aún en tu casa? Es entre semana, ¿ahora resulta que también vas a echar polvos entre semana?
               -Eres lerda perdida, Amoke. Me ha acompañado a casa porque es noche cerrada, y se ha quedado para estar un poco con mi hermano, por el que, por cierto, todavía no me has preguntado.
               -Perdona si sueno un poco borde, pero no quiero andarme con rodeos contigo, así que te lo voy a decir tal cual: me importa un pimiento tu hermano ahora mismo. O me cuentas inmediatamente cómo es eso de que se la has chupado a Alec, o me visto y me planto en tu casa y te obligo a ilustrarme en vivo y en directo.
               Volví a reírme, aunque sabía que Momo lo decía completamente en serio. No podía resistirse a un buen cotilleo, y menos cuando era picante; en eso, éramos iguales. Así que me senté de nuevo en la cama, ya vestida con una camiseta de Scott que me quedaba bastante grande, pero que me serviría para cubrirme y no tener pensamientos demasiado subidos de tono, y carraspeé.
               -Bueno, como me imagino que Taïssa te habrá contado (porque sé de sobra que te abrió conversación apenas nos dejó solos a Alec y a mí, no soy tonta), Alec y yo nos quedamos un rato más, entrenando y tonteando. El caso es que fuimos al vestuario a… “rebajar un poco la tensión”, tú ya me entiendes.
               -¡TE LO HAS FOLLADO EN UN LUGAR PÚBLICO!
               -Estábamos solos, Amoke. No había absolutamente nadie. ¿Qué clase de degenerada te crees que soy?
               -Ninguna. A mí me pondría hacerlo en un sitio como ese, sinceramente. Bueno, salvo por el festival de hongos, y tal-meditó un segundo, tamborileando con los dedos en su barbilla y con el ceño ligeramente fruncido-. En fin, da lo mismo. Sigue contando.
               -Pues el caso es que una cosa llevó a la otra, nos quitamos la ropa, él casi me lo come…
               -Oh, espera. ¿Cómo que “casi”? ¿Por qué no siguió? ¿Es que de repente se ha vuelto un crítico gastronómico y no le van los coños si no tienen una presentación de estrella Michelín?
               -Tranquila, fiera. Fui yo quien le dijo que no lo hiciera. Él estaba más que dispuesto, créeme. Incluso diría que le fastidió un poco que no le dejara seguir.
               -Sabrae, eres idiota-declaró Momo-. Cuando un chico quiere bajar, no le cortas la carretera: le haces una autopista.
               -¿Quiere que te lo cuente o llamo a Kendra?
               -Como llames a Kendra y se lo cuentes antes que a mí, te juro que no te vuelvo a hablar.
               -Perdona, ¿quién tiene el poder ahora mismo? ¿Te parece inteligente amenazarme?
               -Perdón, perdón. Sigue contando, por favor.
               -Pues eso. El caso es que le dije que no quería que me hiciera eso, sino que quería llegar hasta el final, pero… sorpresa, sorpresa. No teníamos condones encima.
               Momo se dio una palmada en la frente.
               -Odio las enfermedades de transmisión sexual.
               -Fue por el riesgo de embarazo, no por las ETS. Los dos estamos limpios.
               Se quedó callada un momento.
               -Perdona, me estaba imaginando a Alec follándose a pelo a una chica, y creo que voy a tener que cortar la llamada para darme una duchita de agua fría.
               -No te preocupes, nena. Llamaré a Kendra mientras tú te duchas.
               -¡QUE NO LLAMES A KENDRA!
               -Total, que al final él me convenció para que no hiciéramos nada, porque era peligroso y no quería que tomara la píldora (ya ves, es un caballero)-la pinché, pero ella no entró al trapo. Sabía que no le correspondía y que se merecía esa pequeña pulla)-, y como fue tan bueno conmigo, yo ya estaba poniendo en marcha mi plan diabólico para hacerlo disfrutar. Sabía que no se esperaba nada por el estilo, así que el factor sorpresa jugó un papel importante. De modo que nos desnudamos…
               -Sí.
               -… tonteamos un poco más.
               -Sí.
               -Él se fue a la ducha, completamente desnudo, con la toalla al hombro…
               -Oh. Sí.
               -Y yo fui envuelta en la toalla…
               -Ajá.
               -Y cuando llegué, me la quité delante de él… evidentemente, no iba a ducharme vestida…
               -Chica lista.
               -Y me di la vuelta.
               -Sí.
               -Y le dije que no le había dado las gracias por cómo me había cuidado en Nochevieja…
               -Fue muy bueno contigo-concedió Momo, un poco fastidiada por los recuerdos que le traía esa noche en particular y todo lo que había desencadenado después.
               -Y empecé a bajar por su cuerpo, deseando que me dijera que había sido un placer para responderle que el placer llegaría ahora… pero, por desgracia, no lo hizo-hice una pausa, pero Momo estaba conteniendo el aliento. Ya no iba a interrumpirme más-. Así que me puse de rodillas, le acaricié un poco, y muy lentamente… me la metí en la boca.
               -¡¡Oh, sí!! ¡¡Ésa es mi chica!!
               -Y el resto, bueno, es historia-puse los pies en la pared y sonreí, recordando la sensación del miembro de Alec dentro de mi boca, sus caderas escapando a su control y abandonándose al ritmo que yo marcaba con mi lengua, sus jadeos, sus gemidos, sus “joder, Sabrae”…
               Me di cuenta de que había sido una mala idea llamar a Momo. Lo único que había conseguido con la llamada había sido aumentar mis ganas de masturbarme.
               -¿Qué clase de historia? ¿Cómo se desarrolló? ¡Quiero planteamiento, nudo y desenlace, Saab! No puedes dejarme así.
               -No hay mucho que contar. Fue una mamada normal, Momo, no sé. No es como echar un polvo, que tienes más variedad de movimientos y tal. Fue bastante mecánico, pero… me gustó. Me gustó mucho. Y a él también.
               -Apuesto a que sí.
               -Por supuesto que sí. Soy muy buena con todo lo que hago. Además, no me aparté para que se corriera.
               -¿Que hiciste qué?
               -Y… tampoco escupí nada.
               -¿QUE HICISTE QUÉ?
               Escuché que alguien tomaba aire, sorprendido, en la puerta de mi habitación, y me giré rápidamente. En un ángulo de 90 grados muy extraño que la hacía parecer Spiderman, Shasha se encontraba plantada en el marco de la puerta de mi habitación, con los ojos como platos y ligeramente sonrojada.
               -¡Ay, mi madre!-exhaló al verme, ahora que ya había sido descubierta.
               -¡Shasha! ¡Te mato! ¡Puta cotilla, ¿cuánto has oído?!
               -¡Lo suficiente para que no quiera que me des ningún otro beso durante el resto de mi vida!-chilló.
               -¡VETE DE MI HABITACIÓN!
               -¡YA ESTOY FUERA DE TU HABITACIÓN!
               -LARGO, COTILLA. ¿TAN ABURRIDA ES TU VIDA QUE TIENES QUE ESCUCHAR A ESCONDIDAS LO QUE HABLO O DEJO DE HABLAR CON MIS AMIGAS?
               -¡NO ES MI CULPA QUE TE PONGAS A HABLAR DE CÓMO HAS TRATADO LA POLLA DE ALEC COMO UN POLO DE FRESA EN UN DÍA DE VERANO CON LA PUERTA ABIERTA DE PAR EN PAR!
               -¡¡CÁLLATE!!-chillé, levantándome y abalanzándome sobre ella, dejando olvidado mi teléfono en la cama. Del impulso que llevaba con mi rabia y mis ganas de darle su merecido, conseguí tirarla al suelo y ganar ventaja con respecto a ella, que era más alta que yo. Le solté un manotazo en el hombro y ella me dio uno en la cara, y antes de que yo me diera cuenta, estábamos luchando como si fuéramos hienas que se disputan el último hueso de una presa deliciosa. Todo valía: patadas, mordiscos, arañazos y pellizcos, con tal de no salir derrotadas.
               -¡Scott!-chilló mamá con voz nasal desde el piso de abajo-. ¿Las estás separando?
               Scott se puso pálido al escuchar a nuestra madre subiendo las escaleras y cayó sobre nosotras con la furia justiciera de un relámpago. Metió un brazo en el hueco que había entre mi cuerpo y el de Shasha y me apartó de ella, sujetándome contra su pecho mientras yo pataleaba para alcanzarla. Shasha se levantó y dio un paso hacia mí, preparada para aprovechar la más mínima ventaja.
               -Quieta ahí, cría-le advirtió Scott, y Shasha se detuvo y lo fulminó con la mirada. Los pasos en la escalera se detuvieron, y mamá agudizó el oído.
               -Ha empezado ella.
               -Y yo lo he terminado-sentenció Scott-. Vete a tu habitación.
               -Tú no me mandas.
               -Shasha, haz caso a tu hermano-instó mamá, un poco más abajo de lo que me esperaba oírla. Había empezado a bajar las escaleras otra vez, lo cual hizo que Scott respirara tranquilo.
               -¡UGH!-tronó mi hermana con frustración, girándose a toda velocidad para flagelarnos con su pelo, y obedeció a Scott atravesando el pasillo con grandes zancadas y cerrando la puerta con un sonoro portazo.
               -Y tú, relájate un poquito, pequeña fiera-me ordenó, y yo puse los ojos en blanco. Miré de reojo en dirección a la puerta del baño, desde la que me miraban tanto Duna como Alec.
               -¿Os peleabais por mí?-bromeó mi chico.
               -Ya te gustaría-contestamos Shasha y yo a la vez. Alec sacudió la cabeza, divertido, y continuó secándose.
               Cuando volví a coger el teléfono, lo hice con la precaución de tener la puerta cerrada.
               -Perdona, me he peleado con la pesada de mi hermana, que es una cotilla que no sabe dejar de meter las narices donde no la llaman.
               -Te he oído-acusó Shasha con retintín desde el otro lado de la pared.
               -Eso pretendía-me burlé yo, y la escuché levantarse como un resorte de la cama. Me preparé para un segundo asalto, pero Scott la detuvo con un “Shasha…” de advertencia que hizo milagros en mi hermana. Sonreí con suficiencia al constatar que yo había ganado esa batalla.
               -Si te soy sincera, la entiendo. Es más, con algo tan jugoso, me decepcionaría que Shasha no quisiera enterarse de hasta el más mínimo detalle.
               -Tenía pensado contárselo, pero cuando a mí me diera la gana, no cuando a ella le viniera bien. Ahora no pienso decirle ni media.
               -Sabes que es mentira.
               -Sí, es mentira, porque ella es mi debilidad, pero de algún modo tengo que desfogarme.
               -Claro, porque tú, al contrario que Alec, no has podido-se echó a reír y yo puse los ojos en blanco.
               -Qué graciosa eres, Momo.
               -Sólo digo la verdad, Saab. Que, hablando de verdad, ¿es cierto que Alec también ayudó a Taïssa? Porque ella me ha dicho que fue bastante amable con ella, pero no estoy segura de si estaba diciendo la verdad. Ya sabes lo buena que es, lo mucho que le gusta suavizar el comportamiento de las personas. No quiere pensar mal de nadie y tampoco quiere que lo hagamos nosotras.
               Fruncí el ceño.
               -¿A qué viene eso, Momo?
               -Es que… mira, Saab, que no te parezca mal, pero sinceramente me ha dejado un poco sorprendida enterarme de que él… bueno, la ha tratado normal.
               -Pues claro, ¿cómo querías que la tratara? Ha cambiado. Ya no les tira los tejos a todas las chicas que se le ponen por delante. Espero que eso no os moleste, dado que fue precisamente una de las cosas que más criticasteis de él: que fuera de flor en flor.
               -No, si sé que ése ya no es su modus operandi. Es sólo que… bueno…
               -¿Qué pasa, Momo? Me lo puedes decir, venga. No me va a parecer mal. Sé que todo lo que me dices es porque te preocupas por mí, y que no vas a malas.
               -Mira, es que me parece un poco raro que os lo encontréis en el gimnasio y trate a Taïssa como si no hubiera pasado nada, pero luego nos lo encontremos en el instituto y haga como si no existiéramos.
               Suspiré.
               -¿Tú también estás con eso?
               -¿Taïs ya te lo ha dicho?
               -Sí. No hablamos mucho de ello, simplemente me lo mencionó, pero… a ver, Amoke, no puedes pretender que venga a verme a mí y se comporte como si estuviera encantado de vernos a todas.
               -No es lo que pretendo, Saab. Pero de alegrarse muchísimo de que estemos ahí, a hacer como si no existiéramos, hay una diferencia abismal.
               Me quedé callada, escuchando los sonidos que entraban en mi habitación procedentes del pasillo. Los pasos de Alec, Scott y Duna retumbaban en las paredes mientras iban escaleras abajo.
               -¿Él te ha dicho algo de nosotras?
               -¿A qué te refieres?
               -A cualquier cosa.
               -¿Me estás preguntando si ha vuelto a decirme que no debería estar con vosotras porque me dejasteis tirada en Nochevieja?-pregunté, y Momo se quedó callada, así que supuse que por ahí iban los tiros precisamente-. Momo, de verdad, no tienes que preocuparte por eso. Hemos hecho las paces y no hay malos rollos entre Alec y yo, ni entre vosotras y yo. De la misma forma que vosotras sabéis que no pienso consentiros que os metáis con él, él también sabe que no pienso dejar que diga nada malo de vosotras. Ese tren ya pasó.
               -¿Ni una sola palabra?-preguntó Momo con cierta desesperanza. Parecía que su respiración dependiera de mi respuesta.
               -No hablamos de vosotras. No ha salido el tema.
               -¿No ha salido el tema, o él lo está evitando?
               El silencio que siguió a la pregunta de mi amiga retumbó en la habitación cual trueno en pleno bosque. Puede que Momo tuviera razón. Habíamos hablado de muchísimas cosas durante nuestro fin de semana, cosas de lo más variadas, desde el futuro más inmediato hasta el pasado más lejano de Alec, pero en ningún momento nos habíamos parado a comentar el tema de mis amigas. Kendra, Taïssa y Momo se habían convertido en el elefante en la habitación que no hacía más que apretujarnos contra las paredes pero del que ni Alec ni yo queríamos hablar, porque eso sería como hacerlo más corpóreo, más molesto, más grande.
               -¿Saab?
               -No había pensado en eso.
               -Pero, ¿tú quieres hablar de nosotras con él?-preguntó con un hilo de voz, y yo asentí con la cabeza. Por supuesto que quería. Mis amigas eran una parte fundamental de mi vida; eran una parte de mí de la misma forma que lo eran mis ideales, mis ilusiones, mis miedos o mi cuerpo. Y no había pensado en ello hasta ahora, tan ocupada como estaba regodeándome en lo bien que nos iba a Alec y a mí ahora que habíamos conseguido que las aguas volvieran a su cauce.
               Pero que las aguas hubieran vuelto a su cauce no significaba que el caudal del río fuera el adecuado. No podía navegarse aún.
               -Claro que sí, Momo.
               -Vale. Es sólo que… bueno, no tenía muy claro si habíais hablado de nosotras y no querías decírnoslo, o simplemente no habíais tocado aún el tema. Porque, ¿puedo hablarte con franqueza?
               -Me dolería que no lo hicieras.
               -Creo que él sigue enfadado con nosotras. Y, a ver, está en su derecho, pero por otro lado, es un poco egoísta de su parte comportarse así. Eso sólo lo hace todo mucho más incómodo. Vais a veros cuando nosotras no estemos, eso está claro, pero también os vais a ver cuando estés con nosotras, y… no quiero que te sientas mal.
               -No iba a sentirme mal, Amoke. Ni siquiera me había dado cuenta de que se estaba comportando de forma rara con vosotras hasta que no me lo habéis dicho.
               -Ya, pero ahora que te lo hemos dicho, estoy segura de que no dejarás de darle vueltas, ¿verdad?
               Miré la rosa amarilla que me había regalado antes de que yo me marchara a Bradford y que yo había enjaulado en la inmortalidad en la ciudad de mis abuelos. Momo tenía razón. Comerme la cabeza era uno de mis principales defectos, y cuanto más quería a alguien, más analizaba todo lo que me relacionaba con esa persona.
               Y también tenía razón en lo de que hubiera una tensión entre Alec y mis amigas sólo haría que las cosas entre nosotros se volvieran un poco más tirantes. Necesitaba que todo fuera como la seda entre ellos; no quería convertirme en una de esas personas que tiene dos mundos completamente paralelos en su vida, el de su pareja y el de sus amistades. Puede que Alec no fuera mi novio oficial, pero yo lo sentía como tal en muchísimos aspectos, y el social era uno de los que más peso tenía. El saber que haríamos cosas juntos de la misma forma que teníamos exclusividad emocional y sexual me hacía afrontar la vida de una forma diferente, me creaba miedos que no existían y destruía otros que siempre habían estado ahí.
               No pondría eso en peligro porque las personas más importantes de mi vida no pudieran comportarse con naturalidad mutuamente.
               -Sí. Es verdad-musité-. Se lo comentaré.
               -Si sirve de algo, dile que yo ya he olvidado las cosas que me dijo en la discoteca. Sé que estaba enfadado, así que no le guardo rencor.
               -Vale.
               -Sé que para ti es importante, y que lo has pasado muy mal por culpa de todos nosotros, así que… sólo quiero que las cosas te sean más fáciles, Saab.
               Noté que se me humedecían los ojos y que la vista se me nublaba. Sorbí por la nariz y me aparté el pelo de la cara, intentando tranquilizarme.
               -Gracias, Momo. Lo aprecio de verdad.
               -Te quiero mucho, ¿lo sabes, no?
               -Claro que sí. Y yo también te quiero, muchísimo-jadeé, y Momo jadeó al otro lado de la línea, y las dos nos echamos a reír, porque no podíamos decirnos que nos queríamos sin terminar emocionándonos en situaciones así. Charlamos un poco más hasta que conseguimos tranquilizarnos, y finalmente, cuando colgué el teléfono, me sentía con energías renovadas pero sorprendentemente tranquila. Confiaba en que todo iría bien con Alec, y en que vendría a verme antes de irse, así que simplemente cogí el libro de mi mesita de noche y me senté en el suelo, hundiendo los pies en la alfombra peluda, a disfrutar de la lectura.
               O, por lo menos, a intentar disfrutar. Porque mi mente siempre terminaba marchándose bien lejos, a visitar una playa de Grecia que yo no había visto nunca pero Alec conocía como la palma de su mano: la playa en la que había aprendido a nadar, la playa en la que había recibido muchas veces al solsticio de verano, y la playa en la que había estado con una chica por primera vez, una primera vez que simplemente había surgido, y punto. Quizá por eso la suya hubiera sido tan buena, y la mía tan mediocre. Las cosas que planeas con antelación tienden a decepcionarte, pero las que simplemente surgen de forma improvisada son las que pasan a la historia.
               -Lo hicimos en una playa-me había dicho, encogiéndose de hombros-. Nos apeteció, y punto.
               -¿Y cómo fue?-quise saber, porque quería imaginármelo como había sido para ella, inexperto, un poco torpe, pero cuidadoso, eso siempre. Incluso si jamás la veía sabía que él la habría puesto por delante, siempre por delante. Esas cosas no se aprenden, simplemente naces con ellas, y la empatía de Alec lo acompañaba desde el momento en que había abierto los ojos por primera vez. Me pregunté si la chica sabía lo especial que era por tener ese recuerdo de él. Perséfone. Incluso su nombre era bonito. Sentía envidia y celos de ella, pero también una fascinación increíble. Ella lo había convertido en lo que era hoy en día, de lo que yo tanto disfrutaba.
               -Corto-sonrió, perdido en sus recuerdos, negando con la cabeza-. Pero intenso. Me gustó muchísimo, aunque me han gustado más otras veces. Especialmente otras primeras veces-me miró y yo sonreí. Siempre sabía qué decir. Siempre sabía cómo hacerme sentir más especial que ninguna otra persona-. Y creo que a ella también le gustó. De lo contrario, no lo habríamos repetido la segunda vez. Ni la tercera. Ni la cuarta. Ni la quinta-se echó a reír tapándose la boca, y yo le quité la mano para poder ver esa preciosa sonrisa suya-. Yo acabé pilladísimo de ella, y creo que ella también de mí.
               -Me pregunto qué te habría visto-bromeé, y él me sacó la lengua.
               -Era la mítica historia de un amor de verano en que te lo pasas todo con ella, y el año entero pensando en ella, y cuando vuelvo al año siguiente descubro que se ha echado novio-puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.
               -¡Ni que tú hubieras permanecido casto y puro para ella!
               -Estuve practicando mucho el griego para que no se me oxidara, ¡y todo para nada!
               -Sí, el griego, y lo que no es el griego-me eché a reír-. ¿Lo dominabas?
               -¿El qué?
               -El griego. No quiero ni pensar en cómo debe ser perder la virginidad con alguien que no habla tu idioma.
               Alec me dedicó su típica sonrisa torcida, ésa que teníamos que renombrar urgentemente, y entonces dijo algo que yo no entendí.
               -¿Qué acabas de decir?
               -Que Perséfone no la perdió con alguien que no hablaba su idioma.
               -No has dicho “Perséfone” en ningún momento-me eché a reír, y él puso los ojos en blanco.
               -A veces se me olvida lo lista que eres, bombón. Sólo he dicho “pero yo domino el griego”.
               -Ojalá pudieras enseñármelo-ronroneé, y él me cogió de la cintura-. Me encantaría poder entenderte si algún día quieres hablarme así. Suena precioso.
               -Tú pide por esa boquita.
               Me mordí el labio y pasé la página del libro sin darme cuenta de que lo hacía. Mi cabeza estaba bien lejos, en aquel gimnasio en el que me había mostrado otro rincón de él que yo no conocía y cuya existencia siquiera ignoraba.
               Todo iría bien, lo sabía. Simplemente tenía que ser paciente. No tenía nada por lo que preocuparme, ni tampoco por lo que distraerme. Además, en el libro estaban describiendo una escena de una boda millonaria en pleno corazón de Asia, con todo tipo de lujos y espectáculos de esos que sólo pueden existir en la literatura, pues ni el cine puede reunir tanta perfección. Me apetecía disfrutar de cómo mi imaginación volaba, así que pasé varias páginas hacia atrás, y, hundiendo los dedos en la alfombra de piel, decidí visitar Asia cual turista armada con una cámara de fotos y tres tarjetas de memoria diferentes: estaba lista para que no se me pasara nada por alto.
               Me sumergí en aquel mundo de color y espectáculo tanto que ni escuché a mi padre preguntándome por qué me había vuelto a sentar en el suelo en lugar de hacerlo en el columpio de mi habitación, o en la cama, y continué con aquella boda de platos exóticos más allá de lo que pensé que me lo permitiría la presencia de Alec en mi casa.
               Sólo un sonido pudo sacarme de mi ensoñación: el timbre de la notificación de un mensaje en Telegram de Alec. Cogí el móvil y deslicé el dedo por la pantalla para abrir el mensaje, que consistía en una foto de mí misma sentada con las piernas encogidas, los dedos semiocultos en el campo níveo de la alfombra, y el pelo cayéndome en bucles sobre los hombros, con los ojos ligeramente entrecerrados y el ceño fruncido en un gesto de concentración.
               Estás preciosa cuando lees, rezaba la fase que venía debajo de la foto. Me giré para mirarlo, y sonreí al verlo apoyado en el marco de mi puerta de forma casual, con el móvil en una mano la otra en el bolsillo de unos vaqueros que le quedaban un poco cortos. Vestía una sudadera azul de mi hermano que Scott no solía ponerse mucho, y unas botas marrones que harían juego con el jersey que me había prestado.
               -Qué guapo-comenté, cerrando mi libro y esperando a que entrara, lo cual hizo. Miró el columpio de mi habitación y se sonrió al comprobar que no me apetecía usarlo, y se quedó plantado delante de mí, hasta que decidió sentarse a lo indio con mucho cuidado; le apretaban los pantalones, y también la sudadera.
               -Aunque un poco mal combinado. ¿Cómo estás? ¿Ya te has secado?
               -Yo no estaba tan mojada como tú.
               -Me consta. Aunque, sinceramente, creí que vendrías a verme al baño. Te di la excusa perfecta para poder estar a solas otra vez.
               -Sabes en qué habría terminado eso.
               -Sí, pero ahora podríamos hacerlo, ¿no?-hizo un gesto con la cabeza en dirección a mi mesilla de noche, donde aún reposaba la caja de condones que habíamos usado la otra noche. Contuve mis ganas de reír; a veces se me olvidaba que Alec tenía un sexto sentido para localizar los preservativos disponibles en una habitación, con independencia de si estaban a la vista o no.
               -Creía que te gustaba que gritara-coqueteé, inclinándome hacia él y depositando un suave beso en sus labios. Tuve que apoyarme en su muslo para acercar mi boca a la suya, movimiento que aprovechó para mover un poco mi mano en dirección a su miembro.
               -Sí, pero esta tarde he descubierto métodos muy eficaces para taparte la boca.
               Me separé de él, los ojos abiertos como platos, y le di un manotazo en el hombro cuando se echó a reír.
               -¡Alec!
               -¡Me lo has puesto a huevo, nena!-dejé que terminara de reírse y puse los ojos en blanco. Dobló una pierna y se abrazó la rodilla-. Tenía una comitiva esperándome cuando salí del baño, y pensé que tú estarías dirigiéndola.
               -Yo no soy tu mayor fan. Lo es mi hermana. Creo que te has confundido de Malik.
               -Imposible confundirse de Malik mientras ése sea tu apellido, bombón-respondió, mirándome a los ojos y dejando que una sonrisa bailoteara en su boca. Jo, qué rico era. Le adoraba.
               Concéntrate, Sabrae.
               Dejé el libro sobre la cama y entrelacé los dedos de las manos.
               -Qué seria te has puesto-bromeó.
               -Quería hablar contigo de una cosa.
               -Vale-tiró de su sudadera hacia abajo para que le cubriera los riñones y se ajustó el cuello de la capucha-. Hablemos.
               -Pero antes… ¿no prefieres cambiarte de ropa? Puedes coger los pantalones de mi hermano que te pusiste el domingo. Y tu jersey.
               -¿Estás dispuesta a renunciar a mi jersey por mi comodidad?
               -Te voy  a ser sincera: por muy guapo que estés con una sudadera, creo que te prefiero bien vestido.
               Me dedicó una sonrisa oscura.
               -Qué novedad, Sabrae. ¿Por qué te crees que apenas uso camisetas? Las tías perdéis las bragas por los botones de una camisa.
               Alcé la mirada al cielo, negué con la cabeza y me eché a reír. Me levanté para entregarle su jersey y revolví en mi armario en busca de algún pantalón de chándal viejo de Scott, de los que me ponía cuando hacía mucho frío en la casa, y se los tendí.
               Alec tuvo la genial idea de quitarse la ropa y vestirse delante de mí, y preguntarme mientras estaba sin camiseta, con los pantalones vaqueros aún puestos, de qué era de lo que quería hablar.
               -Eh… ¿del tiempo?-pregunté, haciendo un esfuerzo por levantar la vista de su torso y clavarla en sus ojos.
               -Hace calor, ¿eh?-se burló, y yo le hice un corte de manga y me senté en la cama. Cogí el móvil para tener algo con lo que distraerme mientras se quitaba los pantalones (madre mía) y se enfundaba el chándal de mi hermano. Se sentó a mi lado en la cama, con las piernas pegadas a las mías, y se inclinó hacia delante. Con los codos anclados en las rodillas, me miró, expectante. Subí ambas piernas a mi cama y me senté a lo indio, como había hecho él antes de cambiarse de ropa, y vi cómo sus ojos se deslizaban por mi anatomía hasta adentrarse en el rombo formado por mis piernas. Se mordió el labio, puede que pensando en lo que se suponía que no debíamos hacer, y esperó a que hablara con los ojos fijos en la caída de mi camiseta en mi entrepierna, ocultando la tela de unas bragas cuyo color no necesitaba adivinar, pues las había visto en persona.
               -Quería que habláramos sobre mis amigas-le revelé, y él suspiró, asintió con la cabeza y estiró la espalda. Se incorporó lo suficiente como para poder caer de lleno en la cama, con la espalda pegada a la pared. Entrelazó los dedos de las manos como lo había hecho yo antes, y cruzó los pies, que sobresalían de la cama como la tabla por la que los piratas obligaban a pasear a sus prisioneros.
               -Tarde o temprano tenía que salir el tema, ¿verdad?
               -Así que tenemos algo de lo que hablar-constaté, alzando las cejas, y él se encogió de hombros.
               -Hace tiempo te dije que podías hablar conmigo de lo que quisieras, ¿no? Estoy aquí para escucharte.
               -Quiero tener una conversación, no un monólogo con un público muy reducido.
               -Este público te haría mucho caso.
               -Alec-suspiré, alzando una ceja-. ¿Te pasa algo con ellas?
               Me aguantó la mirada y trató de no sonreír.
               -No puedo creerme que me hayas hecho esa pregunta. ¿A qué viene eso ahora? ¿Es que no traté bien a Taïssa en el gimnasio?
               -No es lo del gimnasio lo que tengo en mente ahora mismo, sino lo del recreo. No les dijiste nada, ni siquiera un triste hola.
               Negó con la cabeza, apartando un momento la mirada.
               -Es que no me hace gracia, Sabrae-bufó, y yo parpadeé.
               -¿El qué?
               -Pues ellas, en general. No es que me entusiasmen. La única a la que puedo tragar es Taïssa, pero las otras dos…-negó con la cabeza y masculló algo que yo no pude entender, pero me imaginé que si lo había dicho de aquella forma era porque quería soltarlo sin que yo lo comprendiera, así que no le insistí-. No voy a pedirte que cortes toda relación con ellas, eso está claro, pero tú tampoco deberías pedirme que me comportara como si se hubieran portado genial conmigo, porque no es así.
               -Tú tampoco has sido modélico con ellas… y lo he estado hablando con Momo, y quiero que sepas que te perdonan lo de la discoteca. Te pasaste un poco con ellas, tienes que reconocerlo, pero dadas las circunstancias, también lo entienden. Y no quieren que llegue la sangre al río.
               -No es por lo de la discoteca. Me da igual lo de la discoteca, y me da igual si me perdonan eso o no. No creo que lo hiciera mal; puede que fallara en las formas, pero sólo te estaba protegiendo. ¿Es eso un crimen? Porque si lo es, estoy dispuesto a que me esposen-me tendió las manos unidas como hacían en las películas americanas en las que el bueno e inocente siempre se ofrecía a la policía para que lo llevaran preso, y los agentes jamás lo hacían.
               Tampoco lo hice yo entonces. Simplemente le aguanté la mirada y esperé.
               -Entonces, ¿qué es lo que te molesta?
               -Ellas fueron las que nos separaron-me recordó, y yo puse los ojos en blanco, chasqueé la lengua y negué con la cabeza.
               -Ya lo sé, Al. Pero estamos aquí, juntos, de nuevo, ¿no? No deberías anclarte en el pasado, o sea… eso pasó, y ya está. No pienses más en ello. Nos ha hecho llegar donde estamos ahora. No te preocupes más por ellas.
               -Fueron las que nos hicieron hacernos daño, Sabrae. No puedo no preocuparme, sin más. No es mi estilo.
               Gateé hasta él y me quedé a unos centímetros de su preciosa cara. Le acaricié el mentón mientras buceaba en aquellas dulces mareas de chocolate, el sueño prohibido de cualquier diabético. Él me acarició el dorso de la mano con la que yo le estaba tocando con la yema de los dedos, y cerró los ojos.
               -Sé que lamentan todo el año que nos hicieron, Al. Todo el daño que te hicieron a ti.
               -Me importa una mierda el daño que hayan podido hacerme a mí, Saab. Lo que me importa es que me hicieron hacerte daño. Te hice muchísimo daño sólo porque quería demostrarles hasta qué punto tú me necesitabas, y… hasta qué punto se equivocaban conmigo. Pero supongo que si hice las cosas que hice, no andarían tan desencaminadas, ¿verdad?
               ¿A qué venía eso? Todas las cosas malas que habían dicho las chicas sobre Alec habían resultado ser mentira. Sí, vale, estaba su pasado, pero todas lo habíamos juzgado por él, yo incluida. No había sido algo exclusivo de ellas. Y él me había demostrado con creces que, por mucho que un capítulo de un libro empezara de una manera, bien podía hacerlo de otra completamente diferente. No estábamos definidos por lo que habíamos hecho en el pasado, sino que nuestra actitud con los errores cometidos en otro tiempo eran los que decían de verdad quiénes éramos.
               Pero, ¿acaso habían sido errores lo que había hecho Alec? Simplemente había vivido su vida, había disfrutado de su sexualidad igual que lo habían hecho las chicas que se habían acostado con él. Y no las habíamos juzgado a ninguna de ellas. ¿Por qué someterlo a él a ese doble rasero? No era justo. No era justo ni para él, ni tampoco para mí. Yo no tenía que estar defendiéndolo, porque no había nada que defender. Él no había hecho nada. No había más que ver cómo se preocupaba por mí, cómo me ponía por delante de sí mismo una y otra vez, ya no sólo en el sexo, sino también en el perdón. Me importa una mierda el daño que hayan podido hacerme a mí, Saab.
               Yo era su prioridad. Y él era la mía. Lo tenía claro como el agua que bañaba la costa de Grecia en la que Alec se había convertido en un hombre, tristemente sin mí.
               Me acarició la cara mientras reflexionaba, y sus dedos se detuvieron en mi barbilla. Malinterpretó mi silencio y mi expresión reflexiva, y una vez más me demostró que yo no me lo merecía cuando murmuró:
               -Te importan de verdad, ¿no es así?-mis ojos volvieron a enfocar los suyos-. Si tanto significa para ti, estoy dispuesto a hablarlo con ellas. Y pedirles perdón.
               Mi cabeza comenzó a dar vueltas. Pedirles perdón.
               -¿Perdón? ¿Por qué?
               Se encogió de hombros.
               -No lo sé. Perdón por si las he hecho sentir incómodas. No quiero que a ti te resulte violento que nos encontremos si estás con ellas. No quiero que se nos pongan en contra.
               -No van a ponérsenos en contra.
               -Eso no lo sabes.
               -No van a hacerlo, Alec-le puse una mano en la mejilla y se la acaricié con el pulgar-. Saben lo que siento por ti.
               -También sabían lo que yo sentía por ti cuando te dijeron que yo no te merecía, y, por mucho que tenga que darles la razón, no… no puedo permitirme tenerlas en contra. No quiero arriesgar esto otra vez. Tengo bien claras mis prioridades. Prefiero arrastrarme como un cabrón y conservarte a seguir con mi orgullo intacto y perderte otra vez.
               Mi mano se había movido por su cara, mi pulgar ahora estaba en sus labios, y tiró ligeramente de él hacia abajo mientras sus palabras me llenaban como el agua de una regadera llena la maceta de una flor al borde de la sequía. Estaba a punto de morirme de sed, pero entonces llegaba él y me hacía recuperar el aire.
               -Yo también tengo claras mis prioridades-me acerqué un poco más a él, que me pasó un brazo por la cintura-. Y créeme que todas se basan en disfrutar de ti todo lo que pueda. Me pregunto cómo has podido tardar tanto en conseguir que me enamorara de ti.
               Sonrió, y su aliento se coló en mi boca mientras su nariz se frotaba contra la mía.
               -Las cosas de palacio van despacio, y tú eres una princesa.
               -¿Cuál?-le pregunté, depositando un suave beso en sus labios.
               -La que tú quieras-me apartó el pelo de la cara y dejó su mano allí anclada, a un lado de mi cabeza, sosteniendo mis rizos para que no nos molestaran, mientras me miraba con la intensidad de un millón de soles-. Blancanieves, la Bella Durmiente…-enumeró, dándome suaves piquitos en los labios. Era exactamente la respuesta que esperaba que me diera: las historias de ambas tenían relación con algún beso de amor verdadero, los que nos estábamos dando.
               -Yo estaba pensando más bien en Bella, de La bella y la bestia.
               -Eso explicaría el cambio que has hecho en mí.
               -No te subestimes tanto, Al-le pasé las manos por el pelo, deslizándolas desde su frente hasta su nuca-. Tú no eres tan peludo.
               -Depende de la zona-me pinchó, y yo me eché a reír y seguí besándolo y besándolo y besándolo. Podría quedarme así todo el día, pero el sonido de las puertas de la cocina abriéndose y cerrándose me indicó que quizá fuera hora de dejarlo marchar… o pedirle que se quedara conmigo un poco más.
               Como soy tremendamente egoísta, hice lo segundo.
               -¿Te quedas a cenar?
               -¿Estás en el menú?-me dio una palmadita en el costado y yo me reí.
               -¿No te ha parecido suficiente lo de antes?
               -La única que se llevó algo a la boca fuiste tú, Sabrae-esta vez, la palmada fue en el culo, y yo me senté en la cama a modo de castigo. Alec hizo un puchero-. Vale, vale, ya me voy.
               -No te estaba echando. Quiero de verdad que te quedes a cenar. Y a dormir, si es lo que te apetece-sus ojos chispearon y yo suspiré-. A dormir, Al. Ya hemos hablado de lo que me pasa con el sexo.
               -Tú te vuelves loca, pero yo pienso de puta madre después de que me la chupes-le pegué un almohadazo y él se echó a reír-. No, en serio. Aprecio la invitación, pero me esperan en casa. Le he calentado la cabeza a mi madre para que pida al chino, no puedo simplemente no aparecer.
               -Oh. Bueno. Supongo que nos vemos mañana, entonces.
               -Por la mañana y por la tarde-ofreció, con una sonrisa pagada de sí misma cubriéndole los labios-. Te buscaré en el recreo para hablar con tus amigas, y de tarde… puedo adaptarme. ¿A qué hora vas a ir al gimnasio?
               -Cómo, ¿tienes pensado seguir boxeando?
               -Sí. Con lo de la pelea de Bey, la verdad es que no me apetece mucho jugar al baloncesto con los demás.
               -Alec, no quiero que lo nuestro afecte a tu relación con tus amigos. Mira cómo están Tommy y Scott por culpa de meter a sus parejas en medio.
               -Pero tú también eres mi amiga-sentenció, repentinamente serio-, y no van a convertirte en un arma a usar contra mí. Sólo tú puedes decidir hacerme daño contigo misma. No pienso darle ese poder a nadie más-se inclinó a darme un último beso, más profundo que los anteriores, y alcanzó el libro que había dejado sobre la cama hacía un rato-. Estás preciosa leyendo. ¿Mañana me dejas mirarte mientras lo haces?
               Me aparté un mechón de pelo de la cara, y noté que mis mejillas ardían en la yema de mis dedos.
               -No sé si me concentraré.
               -Bueno, siempre puedes leerme en voz alta-me guiñó un ojo, incorporándose-. Locos, ricos y asiáticos. ¿De qué va?
               -De chinos que están forrados, y muy mal de la cabeza-Alec torció la boca.
               -¿Y eso no es racista?
               -Lo ha escrito un asiático.
               -Ah. Vale.
               -Pero podemos cambiar de temática. Tengo un par de libros eróticos por ahí. Tú pide por esa boca.
               La sonrisa que esbozó me dijo todo lo que yo necesitaba saber: que ya estaba eligiendo el más subido de tono para que lo leyéramos juntos.
               -Nena… estoy deseando que llegue mañana por la tarde para corregir las escenas de sexo contigo.
               Dicho lo cual, se dirigió a la puerta de mi habitación.

              
La tarde me había salido redonda, y eso que había empezado con una pinta de mierda, las cosas como son. Pero Sabrae había conseguido darle la vuelta a la tortilla en cuestión de horas. No sólo me había puesto súper cachondo en la sala de boxeo (creo que ya nunca podría ponerme los guantes sin empalmarme aunque fuera sólo un poco), me la había chupado de cine y me había hecho confesarme a ella como si fuera un pecador y ella la sacerdotisa que conseguiría mi salvación, sino que también había hecho que tuviera unas ganas tremendas de que llegara mañana por la mañana para verla en el instituto. Les demostraría a sus amigas que no era el cabrón que ellas se pensaban y que me merecía el amor de Sabrae, por lo menos en cuanto a lo que se refería a cómo iba a tratarla.
               Como le había dicho, pedirle perdón a esas memas no era ningún obstáculo para mí si con eso conseguía a Sabrae. Me parecía el chollo del siglo, sinceramente.
               Con el sabor de su bálsamo labial aún en los labios, abrí la puerta de su habitación y atravesé el vano.
               -Espera-me indicó, poniéndose en pie y viniendo tras de mí-. Voy contigo hasta la puerta. Además, aún no te he dicho a qué hora voy al gimnasio. No estás a lo que hay que estar-me recriminó en broma. Y yo me la comí con los ojos. Joder, ¿en qué momento había accedido a no follar con ella hasta que Scott y Tommy no solucionaran sus mierdas? Mi esperanza de vida iba a disminuir varias décadas si seguíamos en este plan, con ella en bragas y camiseta, sin sujetador, y yo yendo a visitarla cada vez que me dejaba caer por casa de Scott.
               Tendría que hacer de diplomático en misión especial con Scott y Tommy si no quería que Sabrae me hiciera tener un infarto.
               -Me pregunto quién tiene la culpa de que yo me distraiga tanto.
               -Annie. La pobre te parió como pudo-me dio un toquecito en la cadera con la suya y se echó a reír, juguetona. Dios, aún no me había marchado, y ya la echaba de menos.
               Sabrae lanzó una mirada furtiva a la puerta de la habitación de Scott.
               -Normalmente quedo con Taïssa para ir a entrenar los martes también, pero no quiero dejar a Scott solo. Mañana tengo pensado pedirle a mamá que me lleve al centro a comprar ingredientes para hacerle unos donuts y animarlo un poco.
               -No quieres dejar a Scott solo, pero le vas a pedir a tu madre que te lleve al centro. Muy lógico-levanté el pulgar en su dirección, y ella decidió ignorarme.
               -También podría comprar algo para ti. ¿Cómo te gustan los donuts?
               -De cualquier manera. No soy quisquilloso.
               -Alec-protestó ella alargando la segunda vocal de mi nombre y poniendo los ojos en blanco-. Quiero hacer algo que esté de rechupete, que te vuelva loco.
               -Pues entonces échate nata en las bragas y espérame en tu habitación sólo con ellas puestas.
               -¡Eres LERDO!-gritó, dándome un empujón en dirección a las escaleras, y yo me eché a reír y empecé a bajarlas. Un trueno retumbó en las paredes, y las luces de su casa titilaron un segundo. Nos miramos un momento y ella levantó las manos-. La oferta de mi cama sigue en pie.
               -No pensarás irte con la que está cayendo, ¿verdad?-preguntó Sherezade, que se había convertido en una especie de vampiresa resfriada, con una capa hecha de una manta y una túnica de albornoz-. No llegarás ni a la vuelta de la esquina antes de calarte hasta los huesos otra vez.
               -Es que mi madre me está esperando-dije, no muy convencido, mirando cómo la lluvia golpeaba el cristal de las ventanas de la casa de Sabrae con furia, como si quisiera entrar. El viento aullaba más allá de las paredes y de vez en cuando una ráfaga arrastraba las hojas de los árboles que habían sobrevivido al invierno. Menos mal que Scott tenía por ahí unas botas que pudieran servirme; no llegaría ni al primer escalón del porche de su casa antes de dejarme los dientes en el jardín.
               -Estoy segura de que Annie no querrá que vayas por ahí con esta tormenta. ¿Por qué no la llamas y le dices que te quedas, por lo menos hasta que escampe?-ofreció Sher, y Scott se asomó a la cocina y se encogió de hombros.
               -Podemos echar otra partida al GTA mientras esperamos a que pase. No tardará mucho.
               Por muy tentador que sonara todo, la verdad era que no aguantaba más con la ropa de Scott. Me quedaba pequeña, por mucho que mi amigo y yo midiéramos casi lo mismo, no teníamos la misma masa muscular, y eso se notaba. Quería ponerme mi ropa de andar por casa, andar descalzo por el suelo climatizado, sentarme a la mesa y devorar un bol de fideos chinos que, por la gloria de mi madre, esperaba que Mimi no se hubiera comido aprovechando que yo tardaba en llegar. Porque te juro que me cargaría a esa mocosa como se hubiera atrevido a poner sus sucias zarpas cerca de mis fideos.
               Y estaba cansado. Muy cansado. Como ya he dicho, había sido un día muy intenso, y quería tumbarme en mi cama a relajarme escuchando a The Weeknd, puede que cascándomela pensando en cómo me la había chupado Sabrae, o simplemente a mirar la tormenta a través del tragaluz.
               El único incentivo que tenía para quedarme en casa de los Malik era precisamente Sabrae, pero ella también parecía cansada y no me iba a dejar hacerle nada, así que, por mí, el día estaba culminado.
               Tampoco es que me apeteciera mucho mojarme, he de decir.
               -No puedo quedarme, de verdad. Pero, si no os importa, esperaré un poco a que amaine. Podéis ir cenando, será como si yo no estuviera.
               -¿Eres bobo, Al? No voy a dejarte como si fueras un vendedor de aspiradoras que espera a que cojan la cartera. Me quedaré contigo hasta que te vayas-prometió Sabrae.
               -Sí, tío, no vamos a dejarte solo, ¿de qué coño hablas? Encima que vienes… manda huevos contigo, macho.
               -Me prepararé para llevarte en coche, si lo prefieres-comentó Sherezade, empezando a subir las escaleras, momento en el cual Zayn hizo su aparición.
               -¿Cenas con nosotros, chaval?
               -Voy a llevarlo a su casa, Z.
               -¿Con ese catarrazo? Ni de coña. Tú no sales de casa, Sher. Ya me ocupo yo de él.
               -La mesa está puesta.
               -Pues siéntate a cenar-sentenció Zayn, mirándome-. Me calzo y nos vamos, ¿vale, Alec? Vete yendo al garaje, que enseguida te alcanzo.
               Un minuto después, le daba un abrazo a Scott a la puerta del garaje, prometiéndole que vendría a verle al día siguiente.
               -Vale, gracias.
               -Eh, tío, ¿te has dado un golpe en la cabeza? No se dan las gracias. Para eso estamos.
               Scott sonrió y asintió con la cabeza, mordisqueándose el piercing. Sabrae dio un paso al frente y se colgó de mi cuello. La estreché entre mis brazos mientras ella me daba un beso en la mejilla.
               -Gracias por lo de hoy.
               -Eh, tío, ¿te has dado un golpe en la cabeza?-me imitó ella, agravando su voz de forma muy falsa-. No se dan las gracias. Para eso estamos.
               -Por lo que has hecho por mí hoy, sí.
               -Ha sido un placer.
               -El placer ha sido mío, bombón. Créeme.
               Sabrae se puso de puntillas para robarme un beso y sonrió contra mi boca.
               -Te creo.
               -Entra en casa, Sabrae. ¿O es que quieres coger un catarro tú también?-acusó Zayn-. No estamos en verano, haz el favor de ponerte unos pantalones.
               Ella se despidió discretamente con la mano y se quedó en el escalón del garaje que daba a la puerta de su casa, expectante. Zayn arrancó el motor con un suave ronroneo, y el coche empezó a vibrar a mis pies. Encendió las luces y se quedó esperando. Y esperando. Y esperando. Y esperando. Sabrae no se marchaba, pero su padre no iba a abrir la puerta del garaje hasta que no se hubiera ido.
               -¡Sabrae! ¡Cierra la puerta y entra en casa!-la llamó Sher, y Sabrae sonrió.
               -¡Será al revés, mamá!-instó, metiéndose dentro y cerrando por fin la puerta. Zayn puso los ojos en blanco y, por fin, accionó el botón del mando que abría la puerta del garaje.
                El trayecto en el coche con Zayn fue de los momentos más incómodos de mi vida. Él no abrió la boca ni encendió la radio, de manera que nos pasamos los diez minutos que tardamos en llegar a mi casa (sorteó varias calles con muchos árboles para que no nos cayeran encima) en el más absoluto silencio, concentrado en la carretera… o fingiendo que lo estaba.
               Porque yo sabía que no tenía la atención completa fija en la conducción. Estaba convencido de ello. De él manaba una hostilidad increíble, era como si su cuerpo estuviera cargado de electricidad, una electricidad que a mí me incomodaba muchísimo. No podía dejar de pensar en que estaba a punto de echarme la bronca por cómo había dejado que Sabrae viniera conmigo con esa tormenta en lugar de haberlos llamado por teléfono para que vinieran a buscarla. Seguro que estaba muy sensibilizado con el tema de los resfriados; a fin de cuentas, Sherezade tenía una gripe bastante considerable que la había mantenido en bata todo el fin de semana y en casa la mañana entera. Puede que estuviera tomando antibióticos.
               Y ahora venía el gilipollas del crío con el que Sabrae se había enrollado y la traía de paseo, como si fuera un perro de aguas, bajo una tormenta con la única protección de un paraguas plegable que, de seguro, ella había querido compartir con él. Porque estaba claro que yo la tenía hechizada y no la hacía pensar con claridad.
               Y seguro que yo insistía en no ponerme condón porque, claro, ya se sabe en qué piensan los chavales de mi edad: en meterla, y en meterla sin fundita, porque “no se siente igual”, “tiene más morbo hacerlo a pelo”, “es que me aprieta el condón…”, en fin, todas esas gilipolleces que los payasos patéticos les dicen a las tías para poder echar un polvo y luego fardar delante de sus amigos de que son los más machos (golpe en el pecho), los más vividores (golpe en el pecho), los que más follan (golpe en el pecho) y los que más hacen chillar (golpe en el pecho) a las golfas esas (unga, unga).
               Joder, Zayn iba a arrancarme la cabeza. Por eso estaba callado, porque estaba planeándolo todo. Seguro que estaba calculando en qué río iba a tirar mi cuerpo sin vida.
               Repasé mentalmente cada error que había cometido con Sabrae del que él tuviera constancia. Ahora que las cosas nos iban bien, no podía simplemente arrebatármela, ¿verdad? No sería justo. Yo la haría feliz, si él me lo permitía.
               Por fin, después de una eternidad, el coche finalmente giró la esquina de mi calle y se deslizó despacio por el asfalto húmedo, en el que se formaban pequeños ríos arrastrando hojas como si fueran barcos de recreo, balanceándolos de un lado a otro. Se detuvo frente a la puerta de mi casa y, con el agua repiqueteando en el capó y la luna, me preparé para salir corriendo antes de que sacara un cuchillo de la guantera y me lo clavara en el esternón. Me enredé la cinta de la bolsa de deporte en la mano tan fuerte que empezó a ponérseme roja por la falta de circulación, y llevé la libre a la manilla de la puerta.
               -Muchas gracias por traerme-dije con un inocente hilo de voz, abriendo la puerta lentamente, no fuera a ser que cualquier movimiento brusco lo pusiera en alerta, y se fastidiara mi plan de supervivencia.
               -Espera, Alec-instó, y yo me quedé helado en el sitio-. Tenemos que hablar.
               Me volví para mirarlo y empecé a vomitar palabras según me venían a la cabeza. Estaba seguro de que aquella sería la última vez en mi vida que usaría la lengua, así que ya podía esmerarme con todo lo que dijera.
               -Escucha, Zayn, si es por Sabrae, quiero que sepas que no es necesario. Es decir,  puedes despotricar contra mí todo lo que quieras; estás en tu derecho, o sea… ha sido un poco inconsciente traerla caminando con este frío y este tiempo, debería habérseme ocurrido llamaros para que nos recogierais… y también debería haberla convencido de que se pusiera unos pantalones, porque lo que tú dices, es facilísimo coger un resfriado hoy en día, y no quisiera que ella cayera enferma por mi culpa, pero es que cuando estoy con ella no pienso, ¿sabes? Bueno, y cuando no estoy tampoco. Sobre todo, cuando no estoy. Pero te juro que mis intenciones con ella son buenas, es decir, entiendo perfectamente que no te haga gracia que esté conmigo, porque tengo el currículum que tengo y soy un elemento de mil pares de cojones; yo no querría a un cabrón de mi calibre a menos de quinientos metros de mi hija, y entiendo perfectamente que me tengas tirria…
               -¿Qué?
               -… pero de verdad que voy a cuidarla, me voy a esmerar como un cabrón, me voy a romper los cuernos, la voy a tratar como a una reina. Lo de estas últimas semanas no tiene nada que ver con cómo pienso tratarla, de verdad; es que tuvimos una discusión bastante puto inmensa, pero no queremos repetirla, es decir…-sentía que el corazón me latía a toda velocidad en el pecho-. Yo la quiero muchísimo, estoy loco por ella, y no puedo vivir sin ella, y no quiero que nos pase nada, y la voy a proteger, pero tampoco la voy a tratar como a una nenita desvalida, porque eso se acabó. Lo de tratarla como una nenita desvalida se acabó, porque no lo es; es una joven mujer fuerte e independiente, tremendamente inteligente, que sabe lo que quiere, con un coeficiente intelectual por encima de la media, estoy seguro, y yo sé que no me la merezco, pero créeme si te digo que me voy a esforzar muchísimo para merecérmela, y hacerla feliz, y me voy a desvivir por ella, y todo lo que le haga se lo haré con muchísimo respeto, porque, ¡Dios me libre de faltarle al respeto, o de faltártelo a ti, Zayn! No quisiera yo que…
               Entonces, Zayn se echó a reír ante mi incontenible vómito de palabras, y yo me quedé callado, con el pulso retumbándome en las sienes, la cabeza dándome vueltas. No había servido de nada. Joder, que espectáculo más patético acababa de darle.
               -Bueno, Alec… yo quería hablarte de otras cosas, como tus estudios, pero si quieres que hablemos de mi hija, adelante. Hablemos de Sabrae-echó el freno de mano y se abrazó una rodilla, mirándome con diversión. Noté que me ponía pálido y, después, colorado.
               -¿Qué? ¿No ibas a... asesinarme entre terribles sufrimientos, ni nada por el estilo?
               -¿Por qué debería hacer eso?-preguntó.
               -Porque… bueno. Me he traído a Sabrae en medio de esta tormenta con sólo un paraguas plegable, he dejado que ande por casa sólo en bragas, y…
               -Eso son cosas de ella. A ver, no te voy a mentir, vuestra relación me interesa, pero hay cosas que me preocupan más de ti. Sé que vas a tratar bien a mi hija, por la cuenta que te trae.
               -Sí, señor.
               -Pero no era eso de lo que te quería hablar. Verás, Alec, con todo lo que ha pasado con la expulsión de Scott y demás, estoy bastante sensibilizado ahora con el futuro de todo el mundo. Yo también fui adolescente una vez, ¿sabes? Pero, a tu edad, me habían puesto en una de las bandas más exitosas de todos los tiempos y básicamente me soltaron al mundo para que me las apañara yo solito, junto con Louis, Liam, Niall y Harry, que eran unos críos igual que yo… y toda nuestra vida se vio ya condicionada por las cosas que nos pasaron a esa edad. Sé que eres muy joven y que piensas que todo eso te queda muy lejos, pero, créeme, no está tan lejos como piensas, y las cosas que hagas ahora pueden tener un impacto en tu futuro que ni siquiera te esperas. Te estoy hablando no sólo como profesor, Alec, sino también como alguien que se siente responsable de ti, un poco como tu padrino, o algo así, y, ¿por qué no?, también como un suegro, porque lo que hagas puede afectarle a Sabrae… céntrate-me soltó, y yo me lo quedé mirando-. Céntrate, porque tienes capacidades, y sé que Sabrae te habla de ello, pero, mira, ya que lo dices, piensa también que si queréis tener un futuro juntos, y no quieres lastrarla, tienes que mirar un poco más por ti y esforzarte en lo que haces.
               Me costaba un poco respirar, la verdad. De todas las cosas de las que podía esperar a hablar con Zayn, desde luego, mi expediente académico no era una de ellas. Nunca me había dado clase por la sencilla razón de que siempre había estado con Scott, con lo que él no podía ser nuestro profesor, de la misma forma que tampoco me la había dado Louis, pero saber que me tenía controlado en ese aspecto me hacía sentir de una forma que me costaba describir. Era algo extraño, una mezcla de emociones, entre alivio por saber que no tenía nada que ver con ningún plan de asesinato, responsabilidad por la carga que tenía a mis espaldas, y una especie de nueva motivación.
                -¿Te ha contado Sabrae que tengo ansiedad?-soltó a bocajarro, y yo lo miré con ojos como platos. Como vi que no contestaba, negué despacio con la cabeza, y a continuación carraspeé. Era increíble lo mucho que se me había secado la boca mientras escuchaba a Zayn, en comparación con lo poco que lo había hecho cuando estaba hablando y hablando sin parar.
               -No, pero ya lo sabía.
               -Me dio cuando el grupo-confesó-, y tengo recaídas de vez en cuando. Son más a menudo cuando voy a sacar algún disco. Por eso no hice gira con el primero, y casi tampoco la hago con el segundo. Y estaba empezando a darme esta tarde, pensando que le había pasado algo. No es propio de Sabrae no dar señales de vida. Solía tener la cabeza más fría. Si mi hija se va a volver una inconsciente, quiero asegurarme de que lo hace con alguien que va a desvivirse por asegurarse de que esté bien-clavó los ojos en mí-. Sólo te pido que la cuides, Alec. Cuídala bien.
               Se mordió el labio, exactamente donde Scott llevaba el piercing. Sus tatuajes brillaban con sombras extrañas por culpa de la lluvia que se deslizaba por la ventanilla. No dijo nada más pero yo no necesité que lo hiciera, porque escuché de sobra su petición, la orden que nunca llegó a darme.
               Cuídala mejor.
               Asentí con la cabeza. No podía decir nada. Las palabras me habían abandonado por completo; ni aunque me hubieran puesto una pistola en la sien habría acertado a formar una frase coherente.
               -Ahora estás conmigo en esto, chaval-me dio una palmada en el hombro y yo lo miré-. En mi casa hay cinco tesoros, y quiero protegerlos a toda costa. No es nada personal, Alec. Tan sólo tienes que estar a la altura.
               -Lo intentaré.
               Zayn sonrió, cansado, asintió con la cabeza y me hizo un gesto que me indicaba que ya podía marcharme. No necesité que me lo repitiera dos veces. Atravesé corriendo el camino de mi casa y me apalanqué en la puerta. Llamé al timbre con rabia, deseando que me abrieran rápido para que Zayn no se diera cuenta de que me iba de casa sin llaves, lo cual era algo bastante inconsciente, la verdad.
               Después de otra eternidad en la que sentía los ojos de Zayn fijos en mí, la puerta finalmente se abrió, y la figura menuda de mi madre me miró desde abajo. Se hizo a un lado para que entrara en casa y yo lo hice con sumisión, esperando la bronca que iba a caerme. Las palabras de Zayn me habían dejado completamente desarmado, porque ni me las esperaba ni me había parado a pensar en que mis decisiones a largo plazo también afectarían a Sabrae. Había tirado el curso por la borda, pero ahora tenía que graduarme, aunque fuera después de volver de África, sólo para no “lastrarla”, como había dicho él.
               -¡¿Se puede saber dónde narices estabas?! ¡¡Te he estado llamando como una loca más de una hora, ¿tanto te costaba enviarme un mensaje para decirme que estabas bien?!! ¡¡Creía que te habías quedado atrapado en medio de la tormenta, en alguna marquesina o algo así, por tu puñetera manía de ir a todas partes sólo con el teléfono, al que no le das ningún uso!! ¿Para qué lo tienes si no es para cogérmelo cuando te llamo, Alec? ¿De dónde coño vienes? ¿Y quién era la del coche? ¿Ya estás otra vez folleteando por ahí?
               -No estoy folleteando por ningún sitio, mamá-bufé, dejando la bolsa empapada en el suelo-. Vengo de casa de Sabrae. Me la encontré en el gimnasio, la acompañé a casa, estuve un poco con Scott, y me han traído en coche. “La” del coche era Zayn-informé, y mi madre me miró con ojos como platos. Se volvió hacia la puerta y pegó la cara al cristal de la entrada, intentando ver más allá de la cortina de agua, como si esperara que Zayn siguiera aún ahí, esperando a que le invitáramos a entrar.
               -No puedo creer que les hayas hecho traerte en coche.
               -Iba a esperar a que amainara un poco, pero ellos insistieron.
               -¿Y no podías avisarme? ¡Habría ido a buscarte!
               -Mamá, estaba con Sabrae-pinchó Mimi, apareciendo por la puerta de la cocina con un bol de fideos en la mano. Enredó varios en sus palillos y sonrió con maldad-. Le deja de llegar el riego al cerebro cuando está con ella, es normal que no piense.
               -¿Te quieres callar, niñata? Nadie te ha dado vela en este entierro; métete los fideos en la boca y calla.
               Mimi me dedicó una sonrisa de suficiencia cuando mi madre exclamó “¡Encima no te pongas chulo con tu hermana!”, y se dirigió de nuevo a la cocina, de donde llegaba un aroma a comida china recién sacada del cajón de la moto de algún pobre repartidor mal pagado.
               -Bueno, por lo menos no estabas por ahí tirado haciendo el indio bajo la tormenta. Ve a cambiarte; te he puesto la sudadera y los pantalones que usas por casa sobre el radiador, para que los tengas calentitos. No me mereces, Alec, ¿eres consciente de ello?
               -Soy consciente de que no me merezco a las mujeres de mi vida, no.
               Mamá sonrió con malicia.
               -¿Cuánto le ha costado a Sabrae convencerte para que no te quedes a dormir con ella?
               -La comida china que sabía que me estaba esperando en casa. Fui yo el que le dijo que no podía quedarse, y no al revés.
               Mamá alzó las cejas.
               -Te la habría guardado para mañana, hombre.
               -Todo con tal de tener contento a tu hijo favorito, ¿verdad?
               -Yo no tengo hijos favoritos.
               -Guau, ¿puedes repetir eso, por favor? Quiero grabarte y enviárselo a Aaron.
               Mamá puso los ojos en blanco, negó con la cabeza y cogió un trapo en la cocina usaríamos de mantel mientras cenábamos delante de la televisión, viendo el programa sobre viajes que tanto nos gustaba.
               -Ah, y en cuanto cenemos, tienes que llamar a Bey. Se dejó caer por casa después de que te fueras, y parecía algo preocupada.
               Puse los ojos en blanco y me saqué el móvil del bolsillo. Tenía cinco llamadas perdidas de mamá, y varios mensajes de Bey pidiéndome que la avisara en cuanto llegara a casa. Teníamos cosas serias que tratar.
               Pero no me apetecía que me jodieran el día. A pesar del bache que había supuesto la conversación con Zayn, me había ido genial. Quería centrarme en lo positivo, en lo bien que había estado con Sabrae. Ya me preocuparía mañana de mi mejor amiga y de las amigas de Sabrae.
               Así que, en lugar de enviarle un mensaje diciendo que ya había llegado, apagué el móvil y lo lancé sobre mi cama.


¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺

1 comentario:

  1. DIOOOOOS, ME HA ENCANTADO EL CAPÍTULO MUCHÍSIMO. Me ha encantado el hecho de que Alec ya sea practicamente un Malik y su presencia en la casa sea totalmente normal, me encanta eso porque es algo súper de novios y ains me muero de amor, a la vez que me descojono con como Duna se desvive por él.
    Me ha parecido super adorable lo de hacerle la foto mientras leía, me apuesto un brazo a que se la ha puesto de fondo de pantalla vaya.
    Por cierto, la charla con Zayn me ha gustado mucho y que Alec lo haya visto por una parte como una pequeña motivación. Estoy deseando ver como poco a poco va a empezar a creer mas en el mismo.

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤