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Creí que me sonreiría y me haría olvidarme de las cámaras
de vigilancia que había en puntos estratégicos del gimnasio para evitar robos o
clientes que destrozaran las instalaciones para marcharse sin pagar más tarde,
pero me equivoqué. Cuando le pasé un dedo por los hombros y Sabrae se
estremeció, pensé de corazón que me miraría con esa mirada suya el tiempo
suficiente como para que yo me derritiera y decidiera poseerla en el suelo. La
cogería de la cintura, la pegaría a mí y empezaría a besarla con la urgencia
del volcán que recuerda el ciclo de crecimiento de la isla en la que vive, un
ciclo que ha incumplido durante varios años. Me arrodillaría y me la llevaría
conmigo, y antes de que nos diéramos cuenta, yo estaría entre sus piernas, y le
habría quitado absolutamente todo excepto sus guantes de boxeo.
Pero
me equivocaba. No íbamos a darles un espectáculo a las cámaras. Porque, en
cuanto Taïssa se marchó del gimnasio y yo le hube dado un par de besos con los
que satisfacer su sed, Sabrae se separó de mí y se encaminó a las ventanas.
Apoyó la frente en el cristal de la más grande y me dejó observar cómo el calor
de su cuerpo dibujaba con vaho su silueta difuminada.
No
necesitaba ponerme a su lado para saber qué estaba haciendo: vigilaba que nadie
fuera a hacerle daño a Taïssa, algo que no debería molestarme, pero lo hizo en
lo más profundo de mi corazón. Viendo cómo esperaba, y esperaba, y esperaba,
con la paciencia de un monje budista que hace de la anticipación un pecado, no
pude evitar recordar cómo sus amigas la habían dejado tirada en Nochevieja.
Sabrae
era buena amiga, y ellas, no. Pero no me tocaba pensar en eso ahora, o volvería
a enfadarme con ellas… y enfadarse con las amigas de Sabrae significaba
enfadarse con ella también. Y no podía permitírmelo. No sólo porque ya conocía
el mundo sin ella, sino porque estaba tan metido en el mundo que ella me había
creado que no podría encontrar la salida ni aunque la buscara con todas mis
ganas.
Así
que me volví, aparté de mi camino los guantes, y me dirigí a las bolas de un
rincón. Ponerme los guantes en presencia de Sabrae quedaba totalmente
descartado: me impedían sentirla como yo quería, y los segundos preciosos que
iba a desperdiciar desanudando los guantes me parecían un precio muy caro a
pagar por tenerla. Y necesitaba distraerme.
Y,
¿por qué no? También me apetecía que me viera trabajando, trabajando en condiciones, a plena potencia.
Haciéndole de entrenador personal le había dado un aperitivo de lo que yo
sabía, pero aún no me había visto currando de verdad sin distracciones, así que
decidí esmerarme con la bola. Empecé a golpearla de forma muy rítmica ya desde
el principio, y noté los ojos de Sabrae clavados en mí cuando la bola alcanzó su
máxima velocidad y mis manos se convertían en un borrón frente a mi cara. Apoyó
el hombro en el cristal, y ya no miraba a la calle, sino que me miraba a mí. Se
mordió el labio mientras estudiaba mis músculos, que volvían a hincharse como
un globo aerostático por el calor del ejercicio, y sólo cuando yo la miré de
reojo y le dediqué una sonrisa que le hacía saber que la había cazado, salió de
su ensimismamiento y volvió la vista de nuevo a la calle.
Supe
que Taïssa se había marchado sana y salva (con sus padres o con el Papa de
Roma, me daba igual) cuando la expresión de ligera preocupación del rostro de
Sabrae desapareció. Clavó los ojos en mí de nuevo, y sus pupilas se dilataron
ligeramente cuando se dio cuenta de que mi yo de ahora no tenía nada que envidiarle
a mi yo de hacía unos minutos.
-¿Estás
intentando distraerme?-pregunté bajo su escrutinio, y agarré la bola para
evitar que me diera en la cara. Sabrae se dio un toquecito en la barbilla con
un guante y contestó con una sonrisa:
-Podría
decirte lo mismo. Creía que ibas a esperar a que lo retomáramos donde lo
habíamos dejado.
-Lo
estoy retomando donde lo habíamos dejado-me encogí de hombros, y me aparté el
pelo de la cara-. Lo siguiente en mi entrenamiento eran quince minutos de punching ball.
Sabrae
sonrió, caminó hacia mí con la sensualidad de una diosa del sexo y se quedó
plantada a un paso de mí. Podía notar el calor de mi cuerpo acariciando sus
curvas, y ver cómo su piel brillaba como si le hubieran echado aceite de bebé
con extracto de purpurina por encima. Su cuello, sus hombros y su vientre
tenían una pinta deliciosa, así que no quiero ni hablar de cómo me llamaba su
escote, que para desgracia para mi estabilidad emocional, subía y bajaba como
una ofrenda en una noria.
-Creía
que yo era lo siguiente en mi entrenamiento.
-Nena-le
puse una mano en el cuello y le acaricié el mentón con el pulgar-, tú no eres
un entrenamiento, eres la final del campeonato mundial.
Sabrae
me dedicó una sonrisa completa, con sus dientes anclándose en su labio inferior,
y sus ojos chispearon ante la travesura que se le estaba ocurriendo.
-¿Qué
tienes pensado hacer después?-preguntó con intención, y yo decidí torearla un
poco.
-Todas
las cosas que tengo pensadas se desvanecen en el momento en que entras en escena,
bombón.
-Vaya,
yo que quería que me propusieras algún plan que, sin duda, me vería obligada a
aceptar después de esta intensísima sesión de entrenamiento gratuito-se llevó
una mano al pecho, fingiéndose sorprendida, y yo me eché a reír. Puede que se
me pasara un poco el cabreo con su amiga. ¿Qué demonios? Ya ni me acordaba de
ella; a duras penas podía acordarme de mi nombre completo, así que imagínate
del de una chiquilla irrelevante.
-¿Vas
a cenar en casa?
-¿Por
qué?-preguntó, inclinándose hacia un lado-. ¿Quieres llevarme a algún sitio
elegante, de esos a los que vais los chicos para garantizaros un “sí”
entusiasmado?
Tenía
las cejas arqueadas, la pequeña sabelotodo. Una pena que yo fuera mayor que
ella, y ya sabes lo que dicen… más sabe el diablo por viejo que por diablo. Me
incliné hacia su oído y susurré:
-No
necesito llevarte a ningún sitio para garantizarme cien síes entusiasmados de
tu parte, Sabrae… ahora, que si te apetece hacerte la dura, sólo tienes que
decírmelo: te llevaré al sitio que más te guste, el que te haga quitarte la
ropa con más alegría, sólo para mí.
Se
enfrentó a mi mirada con la valentía de un samurái.
-¿Es
que no tienes pensado quitármela tú?-inquirió, inclinándose hacia mi boca y
jugueteando con la distancia que había entre nuestros labios.
-Por
mucho que me vuelva loco tocarte, ahora mismo lo que me apetece es verte en
todo tu esplendor, bombón.
Sonrió.
-Entonces
llévame a un sitio en el que tengan buena música-me apartó de ella de un
empujón y yo trastabillé hacia atrás, al ritmo de sus carcajadas. No me
esperaba que ella tuviera la sartén por el mango; se ve que no aprendo.
-¿Vas
a hacerme un strip tease?-el tono
esperanzado que tiñó mi voz me recordó al de los niños en los anuncios de
Navidad cuando sus padres (perdón, Papá Noel) les regalan justo lo que ellos
quieren, por lo que se han portado tan bien durante el año. No en vano, a mí me
habían regalado justo lo que yo quería, y eso que había sido un cabrón toda mi
vida.
-Calma,
fiera. He dicho que tengan buena música, no que tenga que sonar-me guiñó un ojo
y se volvió hacia su saco de boxeo, ofreciéndome unas vistas impresionantes de
su culo. Se giró de nuevo para mirarme por encima de su hombro, y al ver que mi
reacción no era la esperada, puso los ojos en blanco y añadió-: Alec, estoy
hablando de mi casa. Quiero que luego me acompañes a casa. Si no es mucha
molestia, claro.
Tomé
aire y lo solté muy lentamente, intentando concentrarme a pesar de que Sabrae
no se estaba quieta. Rodeó varias veces el saco de boxeo que Sergei había
instalado recientemente porque yo me había cargado el anterior, y cuando
decidió que aquello no era suficiente para ella, se paseó por la sala como la
dueña y señora de todo el gimnasio. Parecía una emperatriz que examina su
palacio por primera vez después de una reforma, y que se encuentra con que los
arquitectos han seguido las instrucciones que les ha dado al pie de la letra.
Observé
el reflejo en su espejo y me di cuenta de que ella también se estaba mirando y
disfrutaba de sí misma. Se movía con la sensualidad de una felina, seduciéndome
como una gatita… no, no como una gatita. Las gatas son demasiado dóciles, y
Sabrae era salvaje y atrevida. No le bastaría con un ovillo de lana para jugar.
Sus
ojos se encontraron con los míos y la mirada que me lanzó tenía la profundidad
de la selva. Era una pantera acechando a la mejor presa: yo.
Jamás
me había alegrado tanto de estar tan en forma como en aquel instante, cuando
Sabrae deslizó sus ojos por mi reflejo en el espejo de forma tan descarada que
prácticamente sentí su mirada como si me estuviera acariciando y adorándome en
el proceso. Le gustaba lo que veía, y eso me hacía sentir orgulloso.
-¿Te
vas a quitar las vendas-preguntó por fin-, o quieres que tengamos una pelea?
-No
creo que tú y yo estemos hechos para pelearnos, bombón. No te conviene pelearte
conmigo; soy demasiado alto, y, como ya sabes, de vez en cuando me da por dar
golpes bajos.
-Genial,
porque a mí me da por jugar sucio también-respondió, acercándose a mí con aires
de cazadora.
-Me
encantaría que jugaras sucio conmigo-ronroneé cual gatito; se ve que la cosa
iba de felinos. Sabrae arqueó las cejas de nuevo y se pegó a mi pecho, con su
respiración acariciándome la piel desnuda allá donde la camiseta no llegaba a
cubrirme del todo. Le rodeé la cintura con una mano mientras me llevaba la otra
a la boca y, con los ojos fijos en ella, me abría el velcro de la venda con los
dientes.
¿Podría
haberlo hecho con la otra mano? Sí, pero no habría tenido el mismo efecto en
ella. Porque los dos sabíamos qué estaba haciendo realmente con los dientes:
nos hacía recordar en qué sitio estaban mejor que en mis muñecas: sus muslos.
Lo sabían nuestras pupilas dilatadas y nuestras bocas secas, los ligeros jadeos
que se nos escaparon de entre los labios mientras ella miraba mis dientes y yo
la miraba a ella.
Se
mordisqueó ligeramente el labio y toda la energía que desprendía su cuerpo
cambió de origen: en lugar de manar de ella como el calor de una llama,
irradiando en todas direcciones por igual, pasó a focalizarse. Igual que un
faro en la distancia que se centra sólo en una dirección por segundo, los
pensamientos de Sabrae y su lenguaje no verbal se deslizó suavemente, pero no
por ello despacio, en dirección a su entrepierna. Apretó ligeramente los muslos
el uno contra el otro y cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro, y yo supe
que no sólo estaba ansiosa: también estaba preparada.
Dios,
lo íbamos a hacer como animales. Puede que ni siquiera llegáramos a algún punto
ciego de las cámaras, pero me daba lo mismo. Si Sergei confiaba en mí para
cerrar su gimnasio, también lo hacía para darme la contraseña de los
ordenadores en los que se almacenaban las horas y horas de grabaciones de
seguridad. Todo lo que ocurriera y no apareciera en los discos duros sería
culpa mía, así que yo jamás había tocado esas grabaciones… pero no podía ser
tan difícil pulsar simplemente la tecla de “eliminar”, ¿no?
Pensando
en cómo quedaría la imagen vista desde una esquina, estiré la mano que ya tenía
desnuda para quitarle a Sabrae el guante. Ella contuvo la respiración,
seguramente recordando cómo la había empezado a desnudar en su casa, lo mucho
que nos había gustado empezar con el otro y seguir a solas. Recordó los nervios
que había sentido al quitarse el sujetador y las braguitas y el inmenso alivio
que le había proporcionado el ver mi reacción, tan anhelada como indudable. La
había sabido adorar como a la diosa que era, y no estaba dispuesto a dejar que
su divinidad se me escapara entre los dedos ahora.
Volvería
a evocar aquella reina que había sido cuando se quitó la ropa por primera vez
para mí, la misma reina que era cada vez que yo la hacía llegar al orgasmo, a
base de abrirle las puertas de una fortaleza que jamás había considerado
siquiera la idea de hacerle oposición.
Las
puertas eran el cierre de velcro de su guante. Y la ceremonia de apertura
empezó con mis dientes. Como hacía con mis propios guantes después de una dura
sesión de entrenamiento, tiré del velcro con los dientes, con los ojos fijos en
los suyos, que crecieron hasta tener el tamaño de platos de sopa, y disfruté de
cómo luchaba por no estremecerse al escuchar el sonido del velcro separándose.
Cuando se hubo separado del todo, tiré del guante y lo dejé caer en el suelo.
Le desenvolví las vendas que se había enrollado apresuradamente en torno a los
nudillos, en ocasiones enroscadas sobre sí mismas, con lo que podían hacerle
daño… pero, si nadie le había enseñado cómo hacerlo, debo decir que el
resultado era muy respetable.
-Te
las enredas tú sola, ¿verdad?
-Me
gusta hacer cosas por mí misma-contestó con altivez, alzando ligeramente la
mandíbula, como si no estuviera comiendo de mi mano.
-Seguro
que odias depender de mí para ciertas cosas-respondí, burlón, dejando caer la
venda al suelo, y jugueteando con sus dedos. Le separé el anular del corazón y
deslicé mi dedo índice por el centro de la V que había formado en su mano.
-¿Qué
cosas?-ronroneó, casi gimió, y yo sonreí. Buena
chica, pensé. Había caminado directamente hacia mi trampa aun a pesar de haberla
visto. No es que la hubiera escondido mucho, pero a veces la maniobra de poner
muy cachonda a una chica para que empezara a suplicarme lo que quería que le
hiciera incluso cuando no había empezado a desnudarla no me salía del todo
bien. Había chicas que se creían que por entregarse a sus deseos carnales desde
el principio estaban perdiendo un poco de decencia, pero, ¿qué hay de indecente
en disfrutar del sexo? Ése era precisamente nuestro origen, e igual que no nos
avergonzamos de comer, tampoco deberíamos hacerlo de follar. Pero había chicas
que no lo veían así y fingían escandalizarse y no querer lo que estaban
deseando con todas sus fuerzas por alguna absurda imposición cultural.
Suerte
que Sabrae no era una de ellas. Gracias a Dios, porque me habría desquiciado.
Con
los ojos clavados en los suyos y ansioso de analizar cada una de sus
expresiones faciales, llevé la palma de su mano desnuda a mi boca y le deposité
un beso largo en ella. Sabrae sonrió, alzó las cejas y se mordisqueó los
labios…
… y
dejó escapar un jadeo cuando de entre los míos surgió la punta de mi lengua,
que ascendió desde el centro de su palma hasta el vértice de la V que aún
formaban sus dedos. Se estremeció de pies a cabeza, y yo supe que la tenía en
el bote. Se me puso dura al escucharla. Joder, nunca pensé que lamerle la palma
de la mano a una chica me pondría tan cachondo, pero es que no lo estaba
haciendo de una forma cualquiera ni estaba con una chica cualquiera.
Sabrae
era la única que había conseguido que me corriera en sueños después de pasar la
pubertad, cuando ya conocía mi cuerpo a la perfección, y también era la única
cuyo sabor chispeaba en mi boca cada vez que pensaba en sexo oral. Ya no
recordaba el sabor de ninguna otra más que el del suyo, como cuando pruebas la
versión del chef de un plato de alta cocina y se te olvidan las ocasiones
anteriores que has probado las imitaciones de los pinches, con matices
diluidos.
Empezó
a jadear, y su respiración acelerada fue música para mis oídos, pero me
apetecía hacérselo pasar un poco mal (lo único mejor que follar directamente
con Sabrae era hacerla esperar un poco, porque así ella lo hacía con muchísimas
más ganas, y se notaba la anticipación en cada polvo), así que volví a lamerle
la palma de la mano una vez más, y una tercera, esta vez con la lengua al
completo, como hacía cuando ya estaba lo suficientemente excitada para pasar al
siguiente nivel y envolver toda su vulva, y no sólo su clítoris, en mi cunnilingus de rigor.
Se echó a reír, lo cual no era lo que yo me esperaba.
Vale, puede que me hiriera un poco en mi orgullo, ¡estaba intentando ponerla
cachonda y hacerla suplicarme que se la metiera, o que se lo comiera, no
contándole chistes! A veces me preguntaba por qué me había colgado de una chica
tan impredecible, pero luego la miraba y se me pasaba.
-¿Tan
rica estoy, Alec? ¿Vas a estar lamiéndome la mano como un perrito toda la
tarde?
-A
ver si te piensas que te llamo bombón sólo por tu delicioso tono de
piel-respondí, burlón, y Sabrae se echó a reír de nuevo, pero ahora su risa
tenía un cariz distinto. Se quitó el guante que le sobraba y se colgó de mi
cuello para empezar a besarme con urgencia, diciéndome con todo su cuerpo pero
sin ninguna palabra que estaba lista para entregarse a mí. Que lo deseaba con
toda su alma.
Cuando
sus dedos se deslizaron por mi nuca y jugaron con el nacimiento de mi pelo,
supe que no soportaría borrar ninguna imagen de nosotros dos haciéndolo, por
mucho que no me hiciera gracia que nadie se enterara de lo que pasaba entre
nosotros dos. Así que decidí agarrarla por las caderas y separarla un poco de
mí. Me costó Dios y ayuda, pero lo conseguí.
Sabrae
me miró, confundida, y cuando hice un gesto a una esquina en la que había una
cámara con la mandíbula, asintió con la cabeza y exhaló un suave “ah”. Me miró
con ojos de corderito degollado, confiando en que yo tendría una solución.
Por favor, nena. Mi segundo
nombre es Solución.
-Vamos a los vestuarios-le susurré, recogiendo
el guante del suelo y entregándoselo. Nos colgamos nuestras bolsas a los
hombros y trotamos en silencio por el gimnasio, en dirección a la planta baja,
donde se situaban los vestuarios y la piscina.
Cuando
me dirigí al pequeño pasillo que daba a la puerta de los vestuarios masculinos,
que estratégicamente hacía un giro en forma de L para que no se viera nada del
interior cada vez que alguien entrara o saliera, me detuve en seco, mirando el
cartel con el dibujo del monigote sin falda. Me volví hacia Sabrae, que alzó
una ceja.
-¿Vamos
a los mixtos?
-Estamos
solos en el gimnasio, Alec.
-Te
lo decía por si te daba cosa entrar en el vestuario de los chicos, lista.
-¿Crees
que me dan miedo las pollas?-puso los ojos en blanco y yo le di un toquecito en
el hombro.
-Voy
a entrar por si aún queda alguien, espera un segundo.
Sabrae
bufó, pero asintió con la cabeza, y se quedó allí clavada mientras yo doblaba
la esquina y empujaba la puerta oscilante. Dejé la bolsa de deporte en los
bancos centrales y caminé hacia la zona de los baños. Todos tenían la puerta
abierta, así que no había dónde esconderse. Vale,
ahora las duchas. Me metí en el habitáculo de azulejos aún húmedos, que
también estaba vacío, y tenía un grito para Sabrae indicándole que ya podía
pasar en la garganta cuando salí de las duchas, pero ella ya había entrado.
-Te
dije que esperaras-espeté con fastidio. No quería imaginármela entrando en los
vestuarios y que hubiera algún baboso allí dentro que le dijera cualquier
gilipollez que la hiciera sentirse incómoda y que me obligara a reventarle el
cráneo contra el suelo. No me malinterpretes: le reventaría el cráneo a
cualquiera que hiciera sentirse mal a Sabrae, pero la tarde estaba siendo
perfecta para ella (no tanto para mí, pero eso era otra historia) y no quería
que ningún payaso se la estropeara.
-Y
esperé. Un segundo, como tú dijiste-sonrió, posando su bolsa de colores de
amanecer al lado de la mía y dedicándome una sonrisa llena de dientes. Sacudí
la cabeza-. ¿Estamos solos?
-¿Tanto
te importa?
-La
verdad, no. No me molestaría tener público. Seguro que puedo enseñarles un par
de cosas, igual que a ti.
-¿Perdón?-volví
a carcajearme-. ¿Qué cosas me enseñas?
Sabrae
me dedicó su mejor versión de mi sonrisa torcida (lo cual fue una réplica muy
fiel; a fin de cuentas, era hermana de Scott, y Scott y yo teníamos la sonrisa
patentada), se quitó los zapatos de un puntapié…
-Vas
a coger hongos si no te pones chan…-empecé, pero se bajó los leggings, y yo me
quedé callado viendo los músculos de sus piernas, más tonificadas que de
costumbre por lo reciente del ejercicio. Mis ojos ascendieron con lujuria desde
sus tobillos a sus rodillas, y de sus rodillas a sus muslos, y se quedaron allí
plantados, irremediablemente, en el valle invertido que formaban sus bragas en
su piel dorada-. Continúa-me escuché gruñir con una voz gutural, sucia, tan
oscura que parecía la de un hombre que me doblara la edad. Sabrae abrió un poco
más su sonrisa, mostrándome su lengua en ella, y se llevó las manos a los
múltiples tirantes del top de deportes, que empezó a bajarse lentamente por los
hombros, en la promesa más deliciosa que una chica puede hacerle a un chico.
No lo
soporté más cuando lo único que sostenía su top de deporte sobre sus pechos y
los ocultaba a mi vista era la propia forma del top. Con los tirantes ya
caídos, sus pechos se habían deslizado ligeramente hacia abajo, pero a mí ya me
bastaba para saber que no íbamos a salir de allí sin hacer que nos corriéramos.
Y, joder, me moría de ganas por correrme y por hacerla correrse. Así que troté
hacia ella, que me esperó con impaciencia, y nuestros cuerpos chocaron cuando
por fin la alcancé. Nuestras lenguas se enredaron mientras Sabrae se peleaba
con los pliegues de mi camiseta, y pronto tenía el torso desnudo, sólo para su
disfrute. Se pegó más y más a mí, recorriendo mis músculos, los ángulos que
formaban en mi anatomía, y dejé que me quitara los pantalones. Ya sólo me
quedaban los calzoncillos.
-Tienes
demasiada ropa-gimoteó cuando le aparté las manos de mis bóxers.
-Mira
quién habla-repliqué, poniendo las manos sobre sus pechos y masajeándoselos
hasta que Sabrae se echó a temblar y comenzó a gemir tan fuerte que creí que la
escucharían en Buckingham Palace. Bien. Que toda la familia real le tuviera
envidia.
Le
bajé por fin el top para liberar sus pechos y me los llevé a la boca. Sabrae se
abrazó a mi cabeza, negándose a que me fuera lejos, y empezó a frotarse contra
mí mientras yo torturaba sus pezones con mi lengua y mis dientes. La agarré de
los glúteos y la senté sobre el banco, para arrodillarme entre sus piernas.
Empecé a bajar por su cuerpo, que tenía un ligero sabor salado por culpa del
sudor que me encantaba, y cuando llegué a sus bragas, se las aparté sin
miramientos y adoré la vista de su sexo hinchado, abierto y húmedo, sólo para
mí.
Soplé
sobre él y Sabrae se estremeció. Se agarró instintivamente a uno de los
barrotes que sostenían las baldas superiores de los bancos centrales, donde
podías dejar tu bolsa de deporte mientras te vestías, y exhaló algo entre
dientes que yo no pude entender.
-¿Qué?
-No
quiero…-me miró desde arriba, con expresión suplicante, y yo le devolví la
mirada desde abajo, como el devoto que no entiende los designios de su diosa,
pero la respeta igual.
-Cómo
no vas a querer, Sabrae. Mira cómo estás.
-No…
no quiero eso. Te quiero dentro-me acarició la cara con una ternura que yo no
me esperaba, y que me descolocó muchísimo. No cuadraba con lo que estaba
diciendo, y sin embargo…-. Muy dentro. Hasta el fondo. Quiero hacerte
disfrutar.
-Yo
disfruto dándote placer, bombón.
Negó
con la cabeza.
… sin
embargo, tenía todo el sentido del mundo. Ya no quería que el placer fuera en
una dirección. El marcador estaba demasiado avanzado en su favor.
No.
No era cosa del marcador. Era porque me quería. Me quería hasta el punto de
poder ser tierna incluso cuando los dos estábamos en llamas, un toquecito de
frescura en un incendio.
No
quería tener un orgasmo si no íbamos a compartirlo los dos.
Me
quedé allí, arrodillado, sentado a la japonesa, y me mordí el labio cuando me
di cuenta de algo horrible.
-No
tengo condones.
Sabrae
parpadeó, toda ilusión de repente desvaneciéndose de su mirada. Mierda.
Estábamos cachondos, nos teníamos muchísimas ganas, y para colmo estaba el
morbo de hacerlo en un sitio público, aunque no hubiera peligro de que fuera a
entrar nadie. Estaba seguro de que iba a echar uno de los mejores polvos de mi
vida, y ahora todo se había desintegrado a mi alrededor con tres putas
palabras.
-¿Tienes
tú?-negó con la cabeza y yo puse los ojos en blanco. Me puse en pie mientras me
masajeaba el puente de la nariz, pensando qué hacer-. Eres una Malik, por el
amor de Dios. Llevar condones a todos lados porque folláis en todas partes es
algo que os viene de familia.
Esta
vez le tocó a ella poner los ojos en blanco.
-No
pensaba que fuéramos siquiera a encontrarnos, Alec.
-Ya,
bueno, tu padre tampoco pensaba encontrarse con tu madre cuando la conoció, y
llevaba condones encima.
-Mi
padre iba a lo que iba en esa fiesta. Además… mira para lo que les sirvió-me
dedicó una mirada cargada de intención y yo agité la cabeza con vehemencia.
-No.
Ni de coña. No. No vas a volver a tomar la píldora. De eso, ni hablar.
-¿Quién
ha dicho nada de la píldora? No, no pienso tomarla, ni ganas que tengo, la
verdad. Pero… estoy segura de que no va a pasar nada, Al. Tengo un ciclo muy
regular, y estoy en el momento en el que menos posibilidades tienes de dejarme
embarazada.
-Piensa
con la cabecita en vez de con el coño, nena. ¿Qué haremos si pasa?
-Decírselo
a mis padres. Tengo confianza con ellos. Y necesito su autorización para
abortar-espetó como si nada, y yo la fulminé con la mirada.
-¿Así,
sin más? Abortar puede doler, Sabrae.
-Más
duele parir con 15 años, Alec.
-No
voy a hacer nada que pueda hacerte daño, sea ahora, en una semana, o dentro de
nueve meses. No.
-Pero…
-Te
he prometido que te cuidaría, una y mil veces, pero no voy a hacerte daño sólo
para tener esa posibilidad. Me senté a su lado e ignoré la mirada envenenada
que me dedicó-. Piénsalo un poco, Sabrae. Joder, no puedo creerme que yo tenga
que ser otra vez el cuerdo en la relación-me froté la cara con las manos y
suspiré-. Escucha… me vuelves loco. Me vuelves loco y lo sabes, y te follaría
hasta Año Nuevo, pero siempre con cuidado, ¿de acuerdo? Es parte de tener una
relación. A veces tienes que poner a la otra persona por delante de ti.
-Y
eso estoy haciendo. Estoy harta de dejarte con las ganas.
-No
te preocupes por mí.
-Pero,
¡es lo que tengo que hacer! Quiero estar contigo. Estar, estar. Aprovechar que estamos solos-puse los ojos en blanco-. ¿Qué
pasa?
-No
puedo creerme lo racional que eres siempre, salvo cuando yo me quito la
camiseta y me bajo los pantalones.
-Tú
no sabes lo que es ser una adolescente bisexual con un novio que está tan bueno
que perfectamente podría participar en el remake
de Thor y salir incluso mejor que
Chris Hemsworth, Alec.
Sonreí.
-¿Acabas
de referirte a mí usando la palabra “novio”, Sabrae?
Sus
ojos volvieron a duplicarse en diámetro, pero esta vez por una emoción
diferente: vergüenza, en vez de sorpresa. Me acerqué a ella y me apoyé en la
balda para dejar las bolsas, suspendido en el aire sobre su cuerpo, que de
repente se había hecho muy pequeño. Cuando me di cuenta de que sus mejillas
habían adquirido un matiz ligeramente rojizo, me dieron ganas de comérmela,
tanto a besos como a mordiscos.
-A
veces…-meditó, arrastrando las palabras mientras se inventaba una excusa que yo
pudiera creerme-, estando cachonda… digo tonterías. Tienes razón-decidió,
poniéndose rígida de repente, cruzando las piernas y cuadrando los hombros como
si hubiera recordado de sopetón que era una dama de alta cuna que debía hacerle
honor a su estatus-. Nada de sexo. Nubla la mente, hay muchas canciones que
hablan de ello, así que… será mejor que no hagamos nada. Con penetración, al
menos-añadió al notarse un poco menos convencida cuando se fijó en mis
abdominales, y yo sonreí. Oh, sí, había muchísimas
cosas que podíamos hacer sin necesidad de recurrir a la penetración. Puede
que fuera la mejor parte del sexo, sí, pero no era la única.
Además,
iba muy en serio con eso de que yo disfrutaba dándole placer. Me lo pasaba
genial con la boca entre sus piernas, escuchándola gemir y sintiendo cómo sus
muslos hacían presión en mi cabeza cuando hacía que se acercara al orgasmo.
Quizá la sensación física no fuera igual que cuando entraba en su interior,
pero desde luego, emocionalmente, me gustaba de la misma manera.
La
sonrisa de niña buena que me dedicó hizo que quisiera enterrar el hacha de
guerra. Dejé pasar el hecho de que hubiera tratado de venderme que no fuéramos
a hacer nada por iniciativa suya, cuando hacía un minuto estaba tratando de
convencerme para que se la metiera sin enfundármela en látex, y me incliné a
darle un beso, decidido a disfrutarla. Estábamos solos, con la persona más
cercana a medio kilómetro de distancia, en un edificio que nos pertenecía sólo
a nosotros dos, sin apenas ropa y con muchas ganas de estar juntos. Ella quería
acabar con el calentón que le había producido verme entrenar, y yo necesitaba
navegar sus curvas para olvidarme de las malas vibraciones con las que había
empezado la tarde dentro del gimnasio.
-Mi
niña-ronroneé, tomándola de la cintura y haciendo que se levantara para
sentarla sobre mí-. Ven aquí…
Empecé
a besarla despacio, y ella se entregó al beso como si mi boca fuera el único
manantial del desierto más grande y caluroso del mundo, y ella, una beduina que
hacía su primera travesía a solas por él. Me acarició el cuello y los hombros,
y nos fundimos de esa forma tan única y especial con la que sólo podía fundirme
con ella. Mi lengua jugó con la suya, mi aliento se mezcló con el suyo, y mi
respiración acelerada le acarició la cara mientras ella me pasaba las manos por
el cuerpo, leyendo en mi piel su historia preferida en braille, y yo memorizaba
sus curvas con la yema de los dedos, preparándome para tallarla.
-Llámame
novio otra vez-la piqué, y ella se rió, me rodeó el cuello con los brazos y
enredó sus dedos en mi pelo-, que ahora estoy grabando la conversación.
-Eres
más tonto… No sé cómo no han venido a buscarte antes del circo.
-Si
tu sonrisa no fuera tan preciosa, yo no sería un payaso.
-Un
payaso y un espectáculo a la vez-ronroneó-. Deberían reclutarte los del Circo
del Sol.
-Y
eso que todavía no te he enseñado de qué soy realmente capaz en la cama-fruncí
el ceño, poniéndome serio de repente-. Seguro que piensas que soy un estirado y
que no te consiento, pero la verdad es que soy súper flexible.
-Sí
que eres malo-me besó el cuello, justo por donde pasaba la carótida-. Pero es
parte de tu encanto-hundió la nariz en mi pelo y dejó escapar un suspiro
cargado de emoción-. Por Dios, me encanta este olor-se removió sobre mí,
pegándose más a mi cuerpo, lo cual tuvo un efecto curioso en mi entrepierna.
-¿Qué
olor?
-Olor
a ti. Eres tú, sin nada más. Sin tu colonia, ni el perfume de tu ropa, ni
nada-jugueteó con el pelo de mi nuca y yo me eché a temblar. Como siguiéramos
así, terminaríamos haciéndolo, por mucha resistencia que yo hubiera intentado
oponer. Me acarició los hombros, me miró a los ojos y volvió a besarme, pero
esta vez, para los dos fue diferente.
-No
podemos, Saab.
-Ugh,
es verdad. Los preservativos. Qué mal. Tenemos que parar.
-Sí.
Pero
no paramos. Seguimos besándonos y acariciándonos, y nuestras manos se colaron
en nuestra ropa interior. Nuestros jadeos llenaron el vestuario. Por suerte,
cuando ella notó que yo me aceleraba y que estaba a punto de perder el control,
dejó de acariciar mi miembro y me puso una mano en el pecho. Se separó de mí y
me miró a los ojos con una mirada cargada de intención que consiguió hacer que
me tranquilizara. Perdido en su mirada, recuperé el aliento y negué con la
cabeza, pero sólo cuando saqué la mano de sus bragas fue cuando hablé.
-Nena,
tenemos que controlarnos y empezar a pensar un poco más a largo plazo.
Cualquier día me revienta una arteria en el cerebro, y será por tu culpa.
-Para
el uso que le das-coqueteó, inclinándose ligeramente hacia atrás y guiñándome
un ojo.
-A ti
te encantaría, ¿eh? No tendrías que aguantarme las gilipolleces, y encima mi
polla seguiría funcionando porque el sistema es de emergencia, a prueba de
cortocircuitos.
-No
seas bobo-me acarició el mentón con la yema de los dedos, sus ojos fijos en los
míos como dos topacios opacos-. Necesito que pienses para que puedas llamarme
“bombón” por mi delicioso tono de piel.
-También
lo hago por el disfraz-confesé sin pensarlo, y me di cuenta de que era así.
Recordaba a la niña ilusionada en su primer Halloween sin padres que parecía
una bola de nieve dorada con un lacito negro en su pelo, y que miraba en todas
direcciones en busca de alguien que comprendiera de qué iba realmente vestida.
Vamos, esa forma y esa combinación de dorado y marrón era inconfundible.
Incluso sin la marca de Ferrero era imposible no darse cuenta de que se había
disfrutado de su dulce preferido en el mundo.
Me
había encantado que a Sabrae se le ocurriera una idea así. Siempre había
sospechado que era lista, pero aquel Halloween, me lo confirmó.
Y,
además, ese Halloween descubrí que también era muy buena. Buena hija, muy
obediente; buena hermana, muy cariñosa; y buena persona, muy generosa. Nunca
olvidaría cómo me encontré varios paquetitos extra de regaliz, mi golosina
favorita, en la parte superior de la calabaza que había usado para recopilar
mis dulces, y que ella había colocado allí de noche, mientras dormíamos, porque
no quería que yo sintiera que me debía nada.
Supongo
que nuestra historia de amor empezó aquel Halloween, en el que yo pude ver el
bombón en el que se convertiría sin siquiera saberlo, y ella pudo descubrir cuánto
estaría dispuesta a regalarme en un futuro, aunque fuera sólo con la forma de
unos regalices.
Sabrae
se quedó callada un instante, deleitándose en las palabras que acababan de
deslizarse por sus oídos. Una sonrisa empezó a pintarse en sus labios, y se la
mordió.
-¿Te
acuerdas de eso?
-Claro
que sí. Me acuerdo de tu faldita marrón, el papel de plata pintado con spray y
la diadema con un lacito que seguro que te hizo tu madre, porque cada vez que
te la colocabas, lo hacías con mucho cuidado. No era el mismo cuidado con el
que te recolocabas la falda. Te importaba de verdad que llegara sana y salva a
casa. La falda, bueno…-me encogí de hombros, y Sabrae sonrió, emocionada. Sus
ojos chispeaban como una noche de lluvia de estrellas-. Me acuerdo de cómo dabas
saltitos de la emoción cuando te metían un puñado de golosinas en la calabaza,
y cómo corrías con todos nosotros a la calle para ver qué más te habían dado.
Me acuerdo de cómo pusiste en fila los bombones que te habían dado porque
querías comértelos los últimos, y de cómo mirabas los de los demás. Me acuerdo
de que yo conseguí que te los dieran todos, y la forma que tenías de mirarme
cambió por eso. Durante mucho tiempo, me miraste como si fuera yo quien ponía
las estrellas en el cielo, o el que hacía que el sol se levantara cada mañana,
o las dos cosas a la vez. No sabes lo importante que era para mí sentir que
alguien creía que no podía hacer nada mal, sobre todo después de lo de mi
padre-le confesé, y se le llenaron los ojos de lágrimas-. Ese Halloween fue la
primera vez que me miraste así. Como me estás mirando ahora.
-Yo
de pequeña te adoraba. No como lo hago ahora, pero… lo hacía. Me acuerdo de que
pensé que eras la mejor persona del mundo por regatear para mí. Ni siquiera a
Scott se le había ocurrido, pero a ti te faltó tiempo para convencer a los
demás para que me dieran sus bombones. Siempre me he sentido a salvo estando
contigo, Al, pero… me hace ilusión enterarme de que a ti también te marcó de
alguna manera. Conmigo es normal; yo era una cría, y tú eras mayor, y guapo, y
bueno, y listo, y…
-Lo
único que teníamos diferente era que yo era mayor. Tú también eres guapa, y
buena, y lista, y preciosa, y adorable, y estoy loco por ti-le besé la punta de
la nariz y a ella se le deslizó una lágrima por la mejilla, que yo capturé con
mi pulgar-. Me acuerdo de todas nuestras primeras veces, Sabrae. La primera vez
que te besé, la primera vez que entré en ti, y también la primera vez que te vi
disfrazada, o la primera vez que te vi, a secas. Supongo que era el destino,
¿no? Una parte de mí nunca pudo dejar de pensar que eras la cosa más bonita que
había visto nunca (con permiso de Mimi, por supuesto) cuando te vi por primera
vez. Y ahora… te tengo aquí, para mí, desnuda, y sólo pienso que… joder, las
vueltas que da la vida. Yo tirándome a medio Londres cuando la única chica con
la que puedo y quiero hacer el amor está a la vuelta de la esquina, en la
habitación de al lado de la de uno de mis mejores amigos.
Miré
cómo unas lágrimas preciosas se deslizaban por sus mejillas como diamantes
líquidos que anuncian la llegada del verano en forma de rocío sobre los pétalos
de una flor. Por primera vez, me gustó verla llorar, porque no lo hacía de
tristeza, sino de la emoción que le producía aquel arrebato mío de sinceridad,
pero, ¿qué iba a hacerle? Desde luego, no me quedaría callado. Ella no se lo
merecía.
-Uf-suspiró,
riéndose y limpiándose las lágrimas de la cara-. Jolín, Al-se echó a reír, un
poco sobrepasada, y yo sonreí. Qué bien sentaba mi diminutivo al lado de una
pequeña queja por su parte-. Eres increíble. Sólo tú puedes hacerme llorar de
felicidad en un vestuario que apesta a humanidad.
-¡Eh!
Creía que te gustaba mi olor-bromeé, y Sabrae se echó a reír, se mordió el
labio y me acarició el pelo.
-¿Sabes?
Por eso me gustas tanto. Tan pronto me tienes caliente como un volcán como me
dices cosas tan preciosas que nunca pensé que pudieran contarse sin música.
Desde que estoy contigo, entiendo mucho mejor la relación de mis padres. Antes
creía que lo que ellos tenían era único, que la gente normal simplemente piensa
en dos personas diferentes dependiendo de si le apetece follar sucio o fugarse
a una isla paradisíaca del Pacífico a casarse en la playa, pero ahora…-volvió a
morderse el labio y sus ojos se achinaron con su sonrisa.
-Si
me estás ofreciendo unas vacaciones, que sepas que voy un poco justo de pasta
este mes, pero si pillamos una oferta buena, puede que podamos ir a algún sitio
en Pascua.
-Prométemelo-me
pidió después de reírse de nuevo. Madre mía, me encantaba hacerla así de feliz.
Me cogió la mano acariciándomela, y cerró sus dedos en torno a mi muñeca-.
Prométeme que nos iremos a algún sitio, antes de que tú te marches a Etiopía.
-¿Tienes
alguna preferencia, amor?-pregunté, cogiéndola de los muslos y haciendo que se
levantara para estar por encima de mí. Se estremeció al escuchar la última
palabra-. ¿El fin del mundo, tal vez?
Inclinó
la cabeza a un lado, la mirada perdida, soñadora.
-El
fin del mundo está bien.
Como tenía las rodillas ancladas a ambos lados
de mi cuerpo, no me fue difícil besarle el vientre. Cerré los ojos,
prometiéndome a mí mismo que haría que mi estancia en África fuera para ella
como tenerme ahora, y supe al instante que cumpliría esa promesa, porque
también la involucraba a ella.
Sabrae
me abrazó, me dio un beso en la cabeza y apoyó su mejilla en ella, y nos
quedamos así un rato, en silencio, disfrutando de nuestra mutua compañía, hasta
que yo le dejé caer que quizá debiéramos irnos pronto. A fin de cuentas, yo le
había prometido a su hermano que iría a visitarla, y se acercaba la hora de
cenar.
Nos
dimos un par de piquitos más, como la pareja ñoña e insoportable que éramos, y
nos preparamos para ducharnos. Mi experiencia como vividor casi adicto al sexo
que ha probado a infinidad de mujeres me hizo esperar que ocurriera algo
especial en las duchas; a fin de cuentas, éramos jóvenes y había una química
entre nosotros que nada tenía que envidiar a ningún laboratorio (al margen de
que estábamos enamorados, claro, pero aquel momento era más físico que
espiritual), pero ni recurriendo a las drogas se me habría ocurrido imaginar lo
que pasó a continuación.
Es
cierto que el ambiente tierno entre nosotros se fue calentando de nuevo cuando
nos quitamos la ropa. Atrás quedaron nuestras mutuas confesiones y palabras de
amor; cuando Sabrae terminó de desnudarse y yo hice lo propio, el corazón dio
paso al instinto carnal, y nos comimos con los ojos como si fuéramos un
aperitivo del banquete que íbamos a tomarnos más adelante (porque la razón nos
decía que no podíamos, aunque nos importaba bien poco).
He de
decir que ninguno de los dos se estaba comportando como si no pudiéramos ir más
allá: parecíamos disfrutar haciendo que el otro se imaginara mil y una
perversiones que no tardaríamos en poner en práctica. Sabrae se quitó las
bragas con sensualidad, dándome la espalda a propósito para ofrecerme una vista
genial de su culo en pompa y, ¿por qué no?, también de su sexo sonrosado. Y yo,
por mi parte, no tuve ningún problema en quitarme los calzoncillos y quedarme
como mi madre me había traído al mundo frente a ella, demorándome en coger la
toalla que se suponía que tenía que anudarme a la espalda mientras ella se
deshacía las trenzas para hacerse un moño apresurado en la cima de su cabeza. Sabrae
no me decepcionó, y no dejó escapar la oportunidad de piropearme mientras la
toalla que se había anudado sin ganas en el costado se deslizaba por su piel, y
apenas cubría ya sus pechos.
-Me
gusta lo que veo-comentó en tono casual y seductor a partes iguales, y yo me
eché a reír. Le guiñé un ojo y ella se relamió, ansiosa de que llegáramos a su
casa para así poder tenerme sólo para ella.
Quizá
yo fuera un mal amigo pensando en eso en lugar de concentrarme en consolar a
Scott, pero, créeme: sería preocupante que tuviera algo que no fuera sexo en la
cabeza cuando había una chica en toalla frente a mí. Y, si a eso le añadíamos
que la chica era Sabrae… ¿podría alguien esperar
que yo tuviera en mente a otra persona, u otra actividad?
-A mí
me lleva gustando bastante tiempo-respondí, y no pude evitar acariciarme un
poco, tanto para reducir el calor que sentía en mi entrepierna como por
provocarla. Finalmente opté por no enredarme la toalla en la cintura, como
solía hacer cuando salía de darme una ducha en casa, y me la colgué sobre el
hombro-. ¿Vienes?
-Enseguida
te alcanzo-respondió, envolviendo la coleta que se había recogido con cuidado
sobre sí misma y girándola varias veces para captar todo su pelo. La dejé allí,
enredando una goma de pelo tremendamente estirada tantas veces que podría
haberla mareado, y me dirigí a la sala de las duchas.
Lejos
de calmarme, el agua caliente no hizo más que hacer que mi mente funcionara a
toda velocidad, recordándome que ella estaba desnuda al otro lado de la pared y
lo mucho que podíamos hacer incluso sin recurrir a la penetración. Se me hacía
la boca agua pensando en lo deliciosa que estaría abierta de piernas para mí,
goteando excitación en mi lengua mientras le daba placer con la boca y con los
dedos, de esa forma que tanto me gustaba.
Y en
ello estaba, imaginándomela gimiendo, con un talón en el suelo y otro en mi
espalda, cuando entró. Llevaba las dos manos en el nudo de la toalla como si
fuera una joven japonesa que se pone su primer kimono y quiere asegurarse de que
está todo perfecto, y su mirada ardiente se deslizó por mi cuerpo mientras se
colocaba a mi lado. Por fin, abrió la toalla, dejándome ver su silueta sinuosa
en sus pechos y su culo, y la introdujo doblada cuidadosamente en el pequeño
compartimento que había frente a los reguladores de la ducha, una obra de
ingeniería que me sorprendía que se le hubiera ocurrido a Sergei. Fingiendo que
me ignoraba por completo, Sabrae extrajo con cuidado de su neceser un gel
concentrado de granada, se echó unas
gotas en las manos, se las frotó para hacer espuma, y comenzó a enjabonarse los
hombros.
Y la
espalda.
Y los
pechos.
Y el
vientre.
Y la
entrepierna.
La
entrepierna.
La
entrepierna.
La entrepierna.
La madre que la parió,
¡incluso separó las piernas! Le estaba prestando demasiada atención al hueco
que había entre sus muslos. Estaba poniéndome celoso, sinceramente. No sabía si
quería ser su sexo para sentir sus dedos prestándome esas atenciones, o sus
manos para poder deleitarme en los pliegues que la conformaban.
Su
respiración se aceleró, se mordió el labio y continuó acariciándose mientras yo
le dedicaba toda mi atención. El agua caía sobre mi piel como la lluvia sobre
un árbol: no podía hacer nada, así que bien podía ignorarla. La erección que
había hecho crecer mi miembro era tan intensa que incluso me dolía, y ver a
Sabrae masturbarse frente a mí de forma superficial, pero sin pudor alguno, me
hacía perder la razón.
Me
acerqué a ella sin poder evitar acariciarme la polla, y Sabrae sonrió.
-Me
preguntaba cuándo vendrías a echarme una mano.
-¿Sólo
quieres una?-respondí, colocándome a su espalda y recorriendo su anatomía con
mis dos manos. Llegué a su entrepierna y tomé el relevo que hasta entonces
había tomado su mano. Le coloqué la otra en el vientre y la pegué contra mí, de
forma que la fricción de sus caderas al moverse también me satisficiera.
Empecé
a mover los dedos. En círculos, en zigzag, arriba y abajo, y Sabrae gimió, y
gimió, y pegó la nuca a mi pecho, y abrió la boca y yo le mordí los labios mientras
me introducía sin pausa pero sin prisa en su interior. Me pregunté a qué sabría
su éter mezclado con el jabón de granada, y decidí que probar esa mezcla sería
lo primero que haría.
Bueno,
lo segundo. Lo primero sería hacerla correrse.
Por su parte, Sabrae me puso una mano en el
culo para pegarme más a ella y dejarme gozar de esa fricción que había buscado
con mi mano en su vientre. Ahora que teníamos la unión asegurada, me deslicé
por su torso hasta manosear sus pechos, y pellizcar sus pezones. Sabrae empezó
a gemir mi nombre, jadeó palabras inconexas, y llegó al orgasmo con uno de mis
dedos en su interior y mi pulgar presionando su clítoris. Se rompió para mí,
adhiriéndose a lo poco de mí que estaba en su interior, y se echó a temblar
durante el orgasmo, haciendo que mi polla lo celebrara enviando descargas
eléctricas por todo mi cuerpo que bien podrían haberse convertido en un orgasmo
mío si el suyo hubiera durado lo suficiente.
Pero,
por suerte o por desgracia, su orgasmo fue corto. Se quedó callada un momento,
muy quieta, recuperándose de la increíble sensación de que tu cuerpo vuele por
encima de las estrellas, y finalmente me miró.
-Estaba
pensando…-se dio la vuelta y me puso contra la pared, debajo de nuevo del
chorro de la ducha. Oh, joder, si íbamos a morrearnos debajo del agua mientras
ella me la cascaba, creo que no aguantaría ni cinco segundos-. No te he
agradecido como es debido todo lo que has hecho por mí.
-Qué
desconsiderada, niña. Renuncié a bombones sólo por ti, y sólo hay un Halloween
al año.
-No
me refería a Halloween. Me refería a Nochevieja. Y también sólo hay una al año.
Dicho
lo cual, Sabrae cerró el grifo de su ducha y se inclinó para hacer que de la
mía sólo manara un chorrito, que se deslizaba estratégicamente por mi mentón,
el cuello, mi pecho y finalmente, mis caderas, cayendo hacia la base de mi
miembro. Sonrió, se inclinó para darme un beso en los labios tan profundo como
el océano, y, tras pasarme el dedo índice por el labio inferior como si se lo
hubiera pensado mejor y quisiera recoger ese beso que acababa de regalarme,
siguió la trayectoria de aquel hilillo.
Por
mi mentón.
Por
la nuez de mi garganta.
Por
mis pectorales.
Se
agachó frente a mí.
Por
mis abdominales.
Sabrae
se acuclilló frente a mí. Estiró la mano y cubrió mi erección con sus dedos, y
una sonrisa malévola le cruzó el rostro mientras deslizaba la mano arriba y
abajo, arriba y abajo, arriba y abajo, en una lenta tortura que me encantó.
Y más
me gustó lo que hizo a continuación. Tras asegurarse de que tenía el control
absoluto de mi cuerpo, se puso con cuidado de rodillas frente a mí, y mi
corazón empezó a latir desbocado. No hay que ser un genio para saber qué
implica que una chica se arrodille frente a ti; creía que Sabrae iba a
limitarse a acariciarme y ya estaba, pero parecía que, por fin, había llegado
ese momento que llevaba tanto tiempo esperando. Después de tantos meses, por
fin iba a saber lo que era que ella me probara a mí, en lugar de yo probarla a
ella.
Se
apartó un par de mechones que se le habían escapado del moño de los hombros y
estudió la punta de mi miembro con concentración. Quise bromear con ella,
decirle lo seria que se había puesto y la gracia que me hacía, pero no me
salieron las palabras. No quería cargarme la emoción del momento, y
sinceramente estaba tan nervioso que temía que cualquier cosa que dijera
saliera de mis labios en un tono inesperado que hiciera que Sabrae cambiara de
opinión.
Pero
despacio, muy despacio, Sabrae se inclinó hacia el prepucio y entreabrió los
labios. Cerró los ojos y le dio un besito cariñoso, como si estuviera saludando
a un viejo amigo con el que ya no tiene tanta confianza como la última vez que
lo vio, y no quiere incomodarlo siendo demasiado invasiva. Sus manos
continuaron ocupándose del tronco de mi polla mientras su boca se afanaba en la
punta, dando suaves besos y estimulándome con el pulgar como si fuera el joystick de un mando de la consola.
Entreabrió
los labios y se metió la punta despacio en la boca, girando la lengua en torno
a su capullo, y yo me estremecí de pies a cabeza. Se lo sacó de nuevo y movió
las rodillas por el suelo, que estaba duro, frío y húmedo.
-Espera-le
pedí, y me di la vuelta para coger mi toalla y tendérsela. Sabrae me miró sin
entender-. Para que no te lastimes las rodillas-expliqué, y Sabrae alzó las
cejas, asintió con la cabeza y me sonrió, agradecida.
Cuando
volvió a inclinarse hacia mi polla, ahora con la toalla doblada debajo de sus
rodillas, dejó una estela de besos por la parte inferior. Como si estuviera haciendo
la línea de puntos de un eje por el que luego alguien tendría que cortar un
patrón exacto, su lengua me dividió en dos mientras sus ojos seguían fijos en
los míos, asegurándose de que estaba haciéndolo todo bien, y consiguiendo que
yo disfrutara.
Joder,
lo estaba haciendo genial. Cuando su boca llegó a mis testículos y no los dejó
sin atenciones, clavé una mano en la pared y dejé escapar un jadeo. No me
esperaba que supiera que cada rincón era importante, y más si teníamos en
cuenta que los hombres no tenemos tantas terminaciones nerviosas como las
mujeres en nuestros genitales. La paciencia y el cuidado eran una virtud, y
Sabrae las tenía ambas. Con su mirada fija en la mía se aseguraba de que todo
lo que me hiciera me gustara, y de ir por el camino que todo mi cuerpo le
indicaba sin necesidad de que yo lo hiciera con palabras.
-Tú
ya has hecho esto antes, ¿verdad?-pregunté cuando su lengua volvió a dibujar el
contorno de mi polla en dirección a la punta.
-Ni
confirmo ni desmiento que haya practicado con un plátano-comentó en tono tan
serio que tenía que ser de broma. Imaginármela haciendo todo eso, sentada
frente al espejo de su habitación, con un plátano, hizo que me entraran ganas
de reír. Era una situación tan absurda que debería haberme cortado el rollo,
pero es que Sabrae lo estaba haciendo mejor de lo que yo me esperaba. Puede
que, después de todo, yo no fuera el primero al que se metía en la boca.
Llevaba creyéndolo desde la primera vez que le insinué que podía hacerme una
mamada y ella había respondido a la defensiva; aquel primer contacto había sido
crucial para que yo me negara a que me lo hiciera en cualquier sitio a partir
de entonces. Quería que la primera vez fuera tranquila, en algún lugar en el
que pudiera estar cómoda y concentrarse en lo orgulloso que te hace sentir
poder darle placer a una persona con tu boca, que se supone que no está pensada para eso. Y quería
que lo hiciera por voluntad propia, sin sentir que me debía nada, en un
ambiente de la suficiente confianza como para que no temiera preguntarme todas
sus dudas.
-¿Qué?-repliqué
entre jadeos, intentando concentrarme un poco más en sus palabras y un poco
menos en la presión de sus manos y lo caliente de su aliento en mi sexo. Sabrae
se echó a reír, todo rastro de seriedad borrado de su expresión, y por un
momento pareció que estuviéramos de cachondeo en un parque, en lugar de
encerrados en unos vestuarios en plena mamada.
-¡Estoy
de coña! ¿Te imaginas que fuera en serio?-negó con la cabeza y se apartó un
mechón de pelo imaginario detrás de la oreja, concentrada de nuevo en mi sexo.
Pensé que no diría nada más, pero añadió a continuación-: aunque, si te soy
sincera, en algún momento he pensado en practicar con algo. Me da miedo que no
te guste.
-Me
está encantando-le aseguré, y ella sonrió, agradecida.
-Quiero
estar a la altura. Es un poco inconsciente lo que estoy haciendo, porque una no
puede tener de novio al Fuckboy Original y no estar preparada, pero…
-¿Qué
me has llamado?
-Fuckboy
Original-sonrió, pagada de sí misma.
-No,
lo otro.
-No
se habla con la boca llena-sentenció, y dicho lo cual, se metió mi polla en la
boca todo lo profundo que pudo. Cerró los ojos y siguió masajeándome la base
con las manos, mientras se ocupaba con la lengua de darme placer. Yo también
cerré los ojos y me abandoné a las sensaciones que me embargaban, enviando
latigazos de placer por todo mi cuerpo y haciendo que por un momento perdiera
el control de mi ser.
Me
encantaba que me la chuparan. Era una de las mejores cosas de ser chico: tienes
algo entre las piernas que sobresale entre lo demás, como una piruleta, y que
como una piruleta puede ser succionado para causarte el mayor placer. Nosotros
no tenemos días en los que estemos indispuestos, así que cualquier momento es
bueno para que una chica te hurgue en los pantalones, se saque tu polla y
decida que te mereces pasártelo bien.
Hice
acopio de toda mi fuerza de voluntad para no ponerle una mano en la nuca y
dirigirla; no quería agobiarla, pero Sabrae tenía otras cosas en mente. Después
del rato de cuidado del principio, se había ido creciendo al sentir que a mí me
encantaba lo que estaba haciendo, y en un momento dado decidió cometer una
locura y metérsela hasta el fondo de la garganta, de forma que toda mi polla
desapareció en su boca.
Y le
dio una arcada. Evidentemente. A cualquier chica le daría una arcada con una
polla normal en la boca, ya no digamos si es inexperta, o la polla es muy
grande. Y nosotros combinábamos las dos cosas.
-¡No
te la metas entera, mujer!
Se la
sacó, muy alarmada, y me miró desde abajo.
-¿Es
que no te gusta?
-Joder,
que si me gusta-gruñí, y ella volvió a reírse-. Pero no es bueno, Sabrae.
Quiero que estés a gusto.
Puso
los ojos en blanco y negó con la cabeza.
-Alec,
deja de cuidarme, aunque sea solo cinco minutos, y céntrate en ti por una vez
en tu vida.
Dicho
lo cual, volvió a pasarme la lengua en círculos antes de volver a metérsela
despacio en la boca. Se movió adelante y atrás, haciéndome ver las estrellas,
consiguiendo que perdiera la razón. Estaba a punto de volverme loco; nada sería
igual después de probar su deliciosa boca con una de las partes más sensibles
de todo mi cuerpo. ¿Cómo se suponía que iba a sobrevivir a esto?
Cuando
abrí los ojos y la miré desde arriba, dándome cuenta de que teníamos los
papeles cambiados (yo era el dios, y ella la adoradora), me di cuenta de que
estaba sonriendo. No fue hasta entonces cuando caí en que había estado
gimiendo, gruñendo y jadeando que no parara.
-Saab…
-Mmf.
-¿Te
puedes soltar la melena?
Quería
verla. Quería verla en todo su esplendor, con el pelo cayéndole en cascada por
los hombros mojados, siendo completamente libre igual que me lo estaba haciendo
sentir a mí. Asintió, y sin dejar de chupármela, se llevó las manos al moño y
se lo desenredó. Sus mechones de azabache explotaron como los fuegos
artificiales sobre Londres la noche del cinco de noviembre, deslizándose por su
piel a medida que se iban mojando y ella se iba moviendo cada vez más rápido.
Porque
oh, sí. Se soltó la melena, literal y metafóricamente. Dejó de tener cuidado, y
me volvió loco, y me folló con la boca con tantas ganas que pensé que nos
fundiríamos. Cuando notó que yo también me aceleraba, dio el último paso y se
aprovechó de sus dientes, que usó con un cuidado que no me esperaba en ella.
A
modo de respuesta, la agarré y me masturbé contra su boca, perdiendo la poca
lucidez que aún me quedaba.
-Voy
a correrme-gruñí, y Sabrae me miró desde abajo, me guiñó un ojo, y siguió a lo
suyo.
Pues córrete, significaba eso.
Y me
puso tan cachondo que no le importara que me corriera en su boca que acabé en
ese mismo instante. La embestí un par de veces más, y finalmente me quedé muy
quieto, sintiendo que mi alma se separaba de mi cuerpo en un proceso que no era
nada doloroso. Estaba comulgando con el cielo y las estrellas.
La
saqué de su interior y Sabrae tomó aire. Se dejó caer sobre la toalla, sentada
con las piernas dobladas, mientras se apartaba el pelo de la cara y luchaba por
recuperar el aliento. Miré el suelo en busca de una mancha blanquecina que se
acercara al desagüe, pero no vi nada.
-¿No
te lo habrás tragado?
Me
miró desde abajo, un poco cansada.
-¿Y
qué si lo he hecho?
-Joder…
ven aquí, Sabrae-la insté, agarrándola de la muñeca y levantándola para darle
un profundo e intenso beso que tenía un regusto salado. Éste es mi sabor, pensé, invadiendo su boca como enloquecido.
Sabrae se colgó de mi cuello, con las piernas un poco dormidas por el rato que
había estado de rodillas frente a mí-. Dios, ahora tengo que tomarte yo a ti, o
me volveré loco. Quiero estar dentro de ti. Necesito sentir tu dulce y húmeda
bienvenida.
-¡Alec!-me
riñó, echándose a reír, pero no me importaba. Estaba loco, sí, pero estaba loco
por ella, así que no era una locura negativa; todo lo contrario. Si no estuviera
loco por ella, sería imbécil, lo cual era infinitamente peor-. ¿Qué ha sido de
lo de ser el responsable de la relación?
-¿Yo,
responsable, y tú, desnuda? Me suena a conceptos totalmente incompatibles,
nena-le besé la frente y la estreché entre mis brazos, y ella se dejó hacer.
Cerró los ojos y pegó la mejilla a mi pecho, que estaba resbaladizo por el agua
que había seguido cayendo de sobre mi cabeza.
-Entonces,
¿he estado bien?-quiso asegurarse, y yo le saqué la lengua.
-¿A
ti qué te parece?
-No
lo sé. Los tíos sois bastante simples; no tenéis los matices que tenemos
nosotras, y no estoy segura de que se pueda chupar una polla de una forma que
no os guste, pero… en fin, me gustaría saber qué te ha parecido.
-Se
notan las ganas en la ejecución, aunque ha sido un poco chapucera, lo cual se
refleja en el emplatado; es un poco caótico, pero poniéndote las pilas, estoy
seguro de que entrarás en el grupo de los favoritos del jurado muy
pronto-respondí en tono profesional, el mismo que usaban los jurados de
Masterchef en los inicios de cada edición, que Tommy siempre nos invitaba a ver
en su casa. Me descubrí echando de menos esas noches en casa de los Tomlinson,
rodeado de mis amigos e inflándonos a comida mientras comentábamos las pintas
de los platos que los aspirantes les presentaban a los jueces.
Y
recordé que, ahora mismo, no teníamos garantizada esa noche de doble C, comida
y colegas, para la siguiente edición. Había que trabajar en Scommy, y Bey y yo
lo estábamos haciendo en bandos separados.
-¿Qué
pasa?-preguntó Sabrae, a la que había ignorado en su contestación resuelta.
Negué con la cabeza y me obligué a mirarla y a esbozar una sonrisa que la
tranquilizara, pero como mi sonrisa no escaló a mis ojos, sólo sirvió para
preocuparla más. No le gustaba que fingiera que iba todo bien. La sinceridad no
era hacer muecas, sino quitarse la careta, incluso cuando te sentías demasiado
vulnerable.
-No
es nada, bombón. De verdad. No te preocupes.
-Algo
tiene que ser para que te cambie la cara así. ¿Por qué no me lo cuentas? Estoy
segura de que podremos encontrar una solución entre los dos-tomó mi mano entre
las suyas y me dio un beso en la palma, y yo suspiré.
-Vale,
pero si vamos a hablar de eso, necesito que nos pongamos más ropa.
Un
minuto después, estábamos compartiendo toalla (la mía estaba inservible por el
tema de que había estado todo el rato en el suelo, protegiendo las rodillas de
Sabrae) y vistiéndonos metódicamente, como si estuviéramos en el ejército.
Con
unos leggings limpios, las zapatillas de deporte de antes y una sudadera a
juego con sus zapatillas y su bolsa que tapaba una camiseta blanca, Sabrae se
sentó en el banco mientras yo me enfundaba mis pantalones de chándal largos y
una camiseta negra de Iron Maiden. Se colocó un mechón de pelo detrás de la
oreja y dio unas palmaditas en el hueco que había a su lado en el banco para
que yo me sentara en él, cosa que hice. Me espatarré cuan largo era y di un
profundo suspiro mientras me pasaba una mano por el pelo. ¿Cómo hablar de lo
que me había pasado con Bey sin herir sus sentimientos? Lo que me había hecho
estaba genial, y si me había distraído rápido había sido culpa exclusiva de una
desafortunada asociación de ideas. No es que no me hubiera marcado su mamada;
todo lo contrario. Sospechaba que soñaría con ella muchas noches, y también
recurriría a ella durante mis sesiones masturbatorias nocturnas, pero… tenía la
cabeza en otra parte.
-Verás,
Bey, Jordan y yo hemos hablado de la situación que tienen Tommy y Scott, y
hemos decidido que tenemos que intervenir.
-Estoy
de acuerdo. Cuantos más ayudemos, mejor. Sinceramente, creo que están metidos
en tal lío que son incapaces de salir solos.
-Estoy
de acuerdo. Y Bey y Jor lo piensan así, así que hemos decidido que tenemos que
tomar parte por Scott o por Tommy. No podemos hacerlo por los dos. Adivina a
quién me ha tocado a mí-la miré con la cabeza gacha, y Sabrae parpadeó.
-¿Lo
has decidido tú o lo han decidido ellos? Porque Tommy te quiere mucho, Al. No
deberías sentir que tienes que serle más fiel a uno u a otro sólo por con quién
compartes cama.
-Vamos,
Sabrae, no sólo compartimos cama.
-Era
una forma de hablar, pero lo siento si te ha parecido demasiado impersonal.
Podría haber buscado otra expresión. ¿Qué te parece “con quién sales”?-bromeó,
deseosa de animarme. La sonrisa esperanzada que le cruzó la boca hizo que a mí
se me iluminara el corazón.
-Esa
expresión me gusta más. Pero, volviendo al tema… no es sólo por ti. Es decir, tú influyes mucho; a fin de cuentas, no
podría ponerme del lado de Tommy y seguir yendo a verte, eso está claro. Pero
el caso es que, si tengo que ponerme de parte de alguien, lo cierto es que
entiendo mejor a Scott en la situación. Es decir, tu hermano ha metido la pata
hasta el fondo, creo que los dos estamos de acuerdo en eso-esperé un segundo a
que asintiera, y cuando lo hizo, continué-, pero creo que todo se ha salido un
poco de madre y que la reacción de Tommy ha sido un poco exagerada. Aunque por
otro lado lo entiendo, porque se ve que las cosas con Diana no están muy para
tirar cohetes, pero… Scott no tiene la culpa de eso. No es el malo de la
película, como lo está pintando Tommy… y Tommy tampoco es el malo de la
película, como está tratando ahora de convencerse tu hermano. Pero, de tomar
posiciones, lo cierto es que me siento más cerca de Scott que de Tommy en toda
esta locura. Aunque supongo que no puedo ser imparcial; yo fui el primero de
todo mi grupo de amigos en enterarme de que estaban juntos. Te conté lo de la
tienda de Aaron, ¿verdad? Cuando estaban en su “luna de miel”-hice el gesto de
las comillas y puse los ojos en blanco-, y a Eleanor le vino la regla, y no
tenía ropa que ponerse y Scott me llamó para que fuera a abrirles y ella
pudiera cogerse algo-Sabrae asintió-. Bueno, pues desde entonces, yo he sido un
poco el confidente de Scott. Su apoyo moral cuando las cosas no le iban bien
con Eleanor, ¿sabes? Tommy no puede pedirme que simplemente haga como si todas
esas noches haciendo que un Scott borrachísimo vea que su novia le sigue
queriendo a pesar de que ella le dé ultimátum tras ultimátum no hubieran
existido. No sería justo pedírmelo, y yo tampoco podría hacerlo aunque
quisiera. Me como la cabeza mucho, aunque no lo parezca-sonreí, cansado, y
Sabrae me acarició la espalda y me besó un hombro-. Pero bueno. El caso es que
eso es lo que hemos decidido entre Bey, Jordan y yo. Supongo que los demás se
quedarán con Tommy, porque es al que más ven, y yo le tengo que hacer de niñera
a Scott. Pero, claro, no había manera de poner todo esto en marcha y que Tommy se
sintiera apoyado sin montar un numerito delante de él, así que Bey y yo
acordamos que nos pelearíamos delante de Tommy para que él viera que hay gente
que le apoya y que la discusión con Scott está desgastando también a nuestro
grupo de amigos. No es algo que les afecte a ellos dos. Nos afecta a todos.
Me quedé callado, pensando cómo seguir. No sé
por qué siempre tenía dudas sobre si andar con pies de plomo con Sabrae, o ir
directo al grano.
-¿Y
la discusión no ha salido como esperabas?-adivinó ella, y yo asentí con la
cabeza y tragué saliva.
-O
sea, yo estaba más que dispuesto a perdonarle todas las pullas que me soltara a
Bey. A fin de cuentas, sólo estábamos haciendo el paripé, pero… te sacó a ti a
colación-me la quedé mirando-. Y eso no me gustó una mierda, nena. Que se metan
conmigo lo que quieran, pero a ti ni tocarte, sea quien sea: mi madre, Bey, o
alguien al que me encuentre por la calle. Para mí, eres sagrada.
-Me
pasa igual-sonrió, dándome un beso en la mejilla.
-Y
bueno… supongo que eso es todo. Me enfadé muchísimo con Bey por jugar sucio,
porque la verdad es que no me lo esperaba de ella, y me dije que me piraba y
que no iba a volver a jugar a baloncesto hasta que Tommy y Scott no arreglaran
las cosas. Y me vine a boxear. Y estaba descargando tensión cuando tú me
encontraste. Así que… en eso se resume mi tarde-le dediqué una sonrisa
bobalicona, amplia como la cubierta de un barco, pero de labios pegados. Sabrae
asintió, jugando con mi pelo-. El caso… es que no quiero que pienses que no me
ha gustado lo que me has hecho. Para nada. Me ha encantado, y me ha despejado
la cabeza, lo cual es muy difícil últimamente. Tengo muchas cosas en las que
pensar. Bueno, ahora que tú y yo estamos bien, menos, pero… sigo dándole
vueltas al tema de Scott y Tommy.
-Yo
también-admitió, sentándose de nuevo sobre el banco. Había subido a él sus
rodillas para poder abrazarme y demostrarme su apoyo, pero ahora que ya no lo
necesitaba, era hora de las confesiones. Y las confesiones se hacían con el
culo en el banco, no sobre los pies-. De hecho, esta tarde me he dado cuenta de
que no estoy haciendo todo lo que podría por mi hermano. Quiero decir, le
mantengo ocupado y lo distraigo todo lo que puedo, pero muchas veces, se me va
la cabeza pensando en ti, ¿sabes? Por ejemplo, cuando hablamos por Telegram, él
vino a ofrecerme ver una peli y yo básicamente pasé de él. Y no puedo
permitirme pasar de Scott ahora. Necesita todo el apoyo del mundo. No estoy siendo
una buena hermana.
-Creo
que estás siendo un poco dura contigo misma, bombón. Eres muy buena hermana,
simplemente tienes más cosas en la cabeza. Tu vida no gira en torno a Scott.
-Antes
lo hacía.
-Pero
antes no tenías novio-le dediqué una sonrisa llena de dientes y Sabrae puso los
ojos en blanco.
-Lo
que estoy intentando decir es que Scott necesita ser una prioridad para alguien,
y yo soy muy buena ordenando mis prioridades… y, sinceramente, creo que pocas
cosas le harían tanta ilusión a Scott como que yo lo llene de mimos y le preste
toda mi atención. Él jamás lo admitirá, pero…
-Eres
su favorita-sentencié, y ella me miró con el ceño fruncido.
-¿Cómo
lo sabes?
-Es
de mis mejores amigos. Es mi trabajo saber estas cosas. Además, tampoco es que
sea muy difícil adivinarlo. Habla más de ti sola que de Shasha y Duna juntas…
claro que también eres mayor y sois más cercanos, ¿no es así?
Sabrae
sonrió.
-¿Te
lo ha dicho alguna vez?
-Oh,
sí, ¿borracho? Un montón. Incluso sobrio me lo admitió un par de veces, aunque
puede que fuera sólo por hacerme rabiar, porque siempre era cuando no nos
llevábamos bien-medité-. De todas formas, tampoco es algo que no sea muy común,
¿eh? Todos tenemos favoritos. La mía es Mary, por razones obvias. Y la de Tommy
es Eleanor. Por eso este lío es tan gordo; ahora mismo, Tommy se debate entre
sus dos favoritos: Scott y Eleanor. Por eso está tan descontrolado.
Sabrae
se mordisqueaba el dedo índice para ocultar su sonrisa.
-Te
parecerá una tontería, pero me hace ilusión que me digas que Scott admite
abiertamente que yo soy su favorita. Sobre todo porque él es el favorito en
casa. Papá tiene debilidad por mí, pero Scott es el único chico, y mamá… mamá
directamente lo adora.
-Tu
madre es un cielo. Os adora a todos.
-Sí, pero
un poquito más a Scott. Pero bueno, que me estoy desviando del tema-se aclaró
la garganta y clavó en mí una mirada decidida-. Todo esto viene a colación de
que, bueno, lo he estado pensando mucho, y creo que será mejor que, mientras Scott
y Tommy estén peleados, tú y yo no tengamos más relaciones sexuales.
Hice una
mueca.
-Hemos
ido demasiado rápido.
-¿A
qué te refieres?
-No
deberías haberte tragado mi semen la primera vez. Tienes que cogerle el gusto a
chupármela antes de empezar a tragarte mi material genético, Sabrae.
Soltó
una carcajada que resonó por todo el vestuario, y que me arrancó una sonrisa. Se
dio unas cuantas palmadas en las piernas y negó con la cabeza, de forma que sus
rizos salieron disparados como los anillos de un planeta que aún estaba por
descubrir, y dejaría en pañales la belleza del sistema solar.
-No
tiene nada que ver con eso. Me ha gustado que tú seas el único al que he
saboreado. No era lo que me esperaba, pero… no ha sido desagradable.
¿El único
al que había saboreado? Esta vez, quien puso los ojos como platos era yo. ¿De
verdad no había hecho nada semejante con ningún chico antes que yo? Vaya. Me
había engañado completamente, ¡y yo que pensaba que tenía un poco de
experiencia en eso! Es cierto que la había notado dubitativa y un poco verde en
ciertos aspectos, pero no pensé que fuera primeriza en eso de comerse un buen
nabo. En general, había ido con cuidado y se había mostrado inexperta, pero había
habido momentos en los que había derrochado una confianza que me hizo estar
convencido de que yo no era el primero que tenía el inmenso honor de follarse
su boca.
-¿Ha
sido tu primera vez?-pregunté con un cierto tono ilusionado que no debería
tener un chaval de 17 años que ha tenido más compañeras sexuales que meses de
cotización a la Seguridad Social.
Negó con
la cabeza. Ah. Vale. Mi gozo en un pozo.
-No
es la primera mamada que hago. O la que intento, al menos. Pero sí que es la
primera vez que permito que se corran en mi boca. Siéntete afortunado-me dio un
codazo y me guiñó el ojo.
-Pues
muy mal hecho, Sabrae. Podría haberte pegado una ETS.
-Nah,
no lo creo-subió un pie al banco y ancló el codo de ese lado del cuerpo en la
rodilla respectiva, inclinando a un lado la cabeza.
-¿Por
qué no? Podría haberme tirado a medio Londres sin condón mientras estábamos
peleados. Resuelvo mis idas de olla emocionales follando, ¿recuerdas? Pues nuestra
pelea me dio una ida de olla muy intensa; de las de recorrer el mundo varias
veces, para ser exactos. Puede que estuviera tan triste que no hubiera usado
condón.
-Pero
no lo has hecho.
-¿Cómo
lo sabes?
-Porque
confío en ti. Y no me habrías dejado ni acercarme a tu polla si hubiera una
remota posibilidad de que me pegaras algo.
Sonreí.
-¿Tan
transparente soy?
-Más bien luminoso, sol-se inclinó para darme
un beso en la mejilla, y yo hice un puchero para pedirle más, pero no me hizo
caso-. No pienses que mi decisión tiene algo que ver contigo, porque es todo lo
contrario. Tú me haces tener ganas de hacerlo sin parar, pero tengo que pensar
con la cabeza. No quiero tener sexo mientras mi hermano esté mal, porque me
vuelvo literalmente loca. Ya has visto cómo me he puesto antes, tratando de
convencerte de que me la metieras con todo lo que eso implica. No podemos
permitirnos que yo me ponga así en casa y Scott me oiga, aunque sea de
casualidad. No quiero que piense que vas a ir a verlo sólo por tener una excusa
para estar conmigo. Además… así lo cogeremos con más energía.
Asentí
con la cabeza y, de repente, me descubrí echando cuentas desde la última vez
que Sabrae había tenido que pararme los pies por culpa de cierto momento en la
vida reproductiva de las chicas. ¿No había sido hacía casi un mes?
Dios mío, ¿¡no tendría un retraso!?
-Puede que nos venga hasta bien. ¿No deberías tener la regla
pronto?
-Mañana-declaró.
-Mira
qué bien. Me mola eso de solapar justificaciones-levanté el pulgar en su
dirección y Sabrae sonrió.
-No
estoy solapando nada.
Me la
quedé mirando. ¿Significaba eso lo que creía que significaba? Alcé las cejas en
su dirección, rezando porque me comprendiera. ¿De verdad habíamos superado esa
gran barrera de las relaciones que suponía la regla de las chicas? ¿Podríamos
tener sexo sin tener que mirar el calendario?
Sabrae
parpadeó a modo de respuesta, completamente inmóvil, pero igual que ella había
leído mi pregunta en mis ojos, yo leí la respuesta en los suyos.
-Ah,
vale. Genial. Como si no tuviera poco en lo que pensar, ya-bufé, negando con la
cabeza, y Sabrae se echó a reír.
-Si
te parece bien, claro.
-Por supuesto
que me parece bien, Sabrae. ¿Estamos locos? Hemos pasado de cero a cien en
menos de una tarde. Y yo soy un adicto a la velocidad. Va en serio, ¡no te
rías! Tengo una moto, y me compraré un deportivo cuando sea mayor y millonario.
Coleccionaré multas de tráfico como los ancianos coleccionan sellos.
-No
pensé que fuera a hacerte tanta ilusión.
-¡Como
para no! Ya no es sólo que pueda ser cuando queramos, Saab. También hay una
parte de mí a la que le hace ilusión que hagamos algo que no has hecho con
nadie.
-Eso
es un poco machista, ¿sabes? Lo que hacemos o no debería gustarte sin más, sin
importar si ya lo he hecho antes.
-No
es por la idea ésta de la virginidad en la que estás pensando, sino porque creo
que pasamos al siguiente nivel, ¿sabes? Que estamos llegando a un sitio que no has
visitado antes, y me hace ilusión que me elijas a mí para ello. ¿A ti no te
hace ilusión pensar que eres la primera chica a la que le digo que estoy
enamorado de ella?
Sonrió.
-Sí.
-Pues
con esto, es lo mismo. No me malinterpretes-me giré para estar frente a frente
con ella-. Me ha encantado lo que ha pasado antes, y ojalá se repita una y mil
veces. No tiene nada que ver una cosa con otra.
-Tampoco
hay mucha diferencia. Mi primera vez practicando sexo oral fue con Hugo, pero a
él no le gustó-puse los ojos en blanco.
-¿Estamos
seguros de que ese chaval no es gay?
-Alec-me
advirtió, levantando un dedo en mi dirección.
-Es
que me parece imposible cómo puede no gustarle a alguien tu manera de chuparla.
Ha estado muy bien, de verdad-se encogió de hombros.
-Era
tan tímido que se ponía nervioso. Y no sabía qué hacer.
-Bueno,
él se lo pierde-comenté, encogiéndome de hombros. No iba a ser yo quien se
metiera con la forma de ser del chaval, especialmente si había sido la causa de
que Sabrae y él terminaran cortando…
…
pero es que no podía aguantarme las ganas de seguir con el tema. Me parecía
increíble que ningún chico rechazara a nadie por ser demasiado físico, ¡ya no
digamos a Sabrae! Por supuesto que podía imponerte, yo mismo me encontraba en
ocasiones preguntándome qué había hecho para merecer a semejante diosa, pero, ¿rechazarla?
¡Y yo que me consideraba gilipollas! Cuando una tía despampanante se planta
ante ti y tú estás seguro de que no te la mereces, te callas y aprovechas el
tiempo que tengas con ella antes de que ella también se dé cuenta.
-Sois
muy distintos, ¿eh?-comenté, y Sabrae arqueó las cejas.
-Cuando
estábamos juntos, antes del sexo, creía que nos compenetrábamos a la perfección
precisamente por eso. Pero supongo que, dependiendo de las diferencias, eso de
que los polos opuestos se atraen no siempre es de aplicación. Y cuando
empezamos a acostarnos, queríamos cosas demasiado distintas por nuestra forma
de ser. A él le bastaba con hacerlo y ya, pero yo quería más, ya sabes cómo soy…
y él se esforzaba. La verdad es que siempre fue un cielo, siempre se preocupó
por mí, pero… si no te sale natural, como me pasa contigo…-se llevó las manos a
la boca y me miró-. Oh, Dios. Lo siento. No debería haber dicho eso. No es que
os compare, ni nada por el estilo.
-No
te preocupes. De todas formas, yo estoy saliendo muy bien parado-me eché a
reír.
-¿Te
molesta que te hable de él?
-No,
¿por qué habría de molestarme? Tú tienes tu pasado, y yo tengo el mío.
Sabrae
parpadeó.
-Sí,
pero supongo que tu pasado es más difuso que el mío. Es decir, yo tengo nombres
propios, chicos con los que nos encontramos continuamente, pero tú… es como más
distante.
-Yo también
tengo nombres propios.
-¿Me
dices alguno?
-¿Me
estás preguntando el nombre de la chica con la que perdí la virginidad?
Sabrae
se mordió los labios, y asintió una única vez, tímida. Me llevé las manos al
colgante del diente de tiburón, un recuerdo eterno de mis veranos en Grecia.
-Se
llama Perséfone. Es una amiga. De Grecia. La veo todos los veranos-Sabrae abrió
la boca para preguntar, pero la cerró casi al momento. Me pregunté si no quería
saber o no quería preguntar para no invadir mi espacio. Pero, como no puedes
invadir algo que te pertenece enteramente, decidí animarla-. Puedes preguntarme
lo que quieras. Yo sé tu historia. Ahora es tu turno de conocer la mía.
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Ayyyy me ha encantado este capítulo sos. THE MAMADA IS HERE. En verdad me ha gustado el capítulo más por la conversación que han tenido, tanto antes como despues, que la mamada en si. Me encanta que follen como locos y sin dos dedos d efrente y sean tan sexuales y cariñosos y que Justo después de eso también sean capaces de abrirse totalmente con el otro y contarle lo que sea o expresarse sus preocupaciones. Es que real que esto del capítulo del hoy me ha encantado porque refleja lo sano de una relación a mi parecer y digo relación porque Sabrae le ha llamado ya novio dos veces ASI QUE OFICIALMENTE SON NOVIOS JA.
ResponderEliminarPd: Deseando leer la historia de Alec con Perséfone