domingo, 11 de agosto de 2019

Circo del sol.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Creí que me sonreiría y me haría olvidarme de las cámaras de vigilancia que había en puntos estratégicos del gimnasio para evitar robos o clientes que destrozaran las instalaciones para marcharse sin pagar más tarde, pero me equivoqué. Cuando le pasé un dedo por los hombros y Sabrae se estremeció, pensé de corazón que me miraría con esa mirada suya el tiempo suficiente como para que yo me derritiera y decidiera poseerla en el suelo. La cogería de la cintura, la pegaría a mí y empezaría a besarla con la urgencia del volcán que recuerda el ciclo de crecimiento de la isla en la que vive, un ciclo que ha incumplido durante varios años. Me arrodillaría y me la llevaría conmigo, y antes de que nos diéramos cuenta, yo estaría entre sus piernas, y le habría quitado absolutamente todo excepto sus guantes de boxeo.
               Pero me equivocaba. No íbamos a darles un espectáculo a las cámaras. Porque, en cuanto Taïssa se marchó del gimnasio y yo le hube dado un par de besos con los que satisfacer su sed, Sabrae se separó de mí y se encaminó a las ventanas. Apoyó la frente en el cristal de la más grande y me dejó observar cómo el calor de su cuerpo dibujaba con vaho su silueta difuminada.
               No necesitaba ponerme a su lado para saber qué estaba haciendo: vigilaba que nadie fuera a hacerle daño a Taïssa, algo que no debería molestarme, pero lo hizo en lo más profundo de mi corazón. Viendo cómo esperaba, y esperaba, y esperaba, con la paciencia de un monje budista que hace de la anticipación un pecado, no pude evitar recordar cómo sus amigas la habían dejado tirada en Nochevieja.
               Sabrae era buena amiga, y ellas, no. Pero no me tocaba pensar en eso ahora, o volvería a enfadarme con ellas… y enfadarse con las amigas de Sabrae significaba enfadarse con ella también. Y no podía permitírmelo. No sólo porque ya conocía el mundo sin ella, sino porque estaba tan metido en el mundo que ella me había creado que no podría encontrar la salida ni aunque la buscara con todas mis ganas.
               Así que me volví, aparté de mi camino los guantes, y me dirigí a las bolas de un rincón. Ponerme los guantes en presencia de Sabrae quedaba totalmente descartado: me impedían sentirla como yo quería, y los segundos preciosos que iba a desperdiciar desanudando los guantes me parecían un precio muy caro a pagar por tenerla. Y necesitaba distraerme.
               Y, ¿por qué no? También me apetecía que me viera trabajando, trabajando en condiciones, a plena potencia. Haciéndole de entrenador personal le había dado un aperitivo de lo que yo sabía, pero aún no me había visto currando de verdad sin distracciones, así que decidí esmerarme con la bola. Empecé a golpearla de forma muy rítmica ya desde el principio, y noté los ojos de Sabrae clavados en mí cuando la bola alcanzó su máxima velocidad y mis manos se convertían en un borrón frente a mi cara. Apoyó el hombro en el cristal, y ya no miraba a la calle, sino que me miraba a mí. Se mordió el labio mientras estudiaba mis músculos, que volvían a hincharse como un globo aerostático por el calor del ejercicio, y sólo cuando yo la miré de reojo y le dediqué una sonrisa que le hacía saber que la había cazado, salió de su ensimismamiento y volvió la vista de nuevo a la calle.
               Supe que Taïssa se había marchado sana y salva (con sus padres o con el Papa de Roma, me daba igual) cuando la expresión de ligera preocupación del rostro de Sabrae desapareció. Clavó los ojos en mí de nuevo, y sus pupilas se dilataron ligeramente cuando se dio cuenta de que mi yo de ahora no tenía nada que envidiarle a mi yo de hacía unos minutos.
               -¿Estás intentando distraerme?-pregunté bajo su escrutinio, y agarré la bola para evitar que me diera en la cara. Sabrae se dio un toquecito en la barbilla con un guante y contestó con una sonrisa:
               -Podría decirte lo mismo. Creía que ibas a esperar a que lo retomáramos donde lo habíamos dejado.
               -Lo estoy retomando donde lo habíamos dejado-me encogí de hombros, y me aparté el pelo de la cara-. Lo siguiente en mi entrenamiento eran quince minutos de punching ball.
               Sabrae sonrió, caminó hacia mí con la sensualidad de una diosa del sexo y se quedó plantada a un paso de mí. Podía notar el calor de mi cuerpo acariciando sus curvas, y ver cómo su piel brillaba como si le hubieran echado aceite de bebé con extracto de purpurina por encima. Su cuello, sus hombros y su vientre tenían una pinta deliciosa, así que no quiero ni hablar de cómo me llamaba su escote, que para desgracia para mi estabilidad emocional, subía y bajaba como una ofrenda en una noria.
               -Creía que yo era lo siguiente en mi entrenamiento.
               -Nena-le puse una mano en el cuello y le acaricié el mentón con el pulgar-, tú no eres un entrenamiento, eres la final del campeonato mundial.
               Sabrae me dedicó una sonrisa completa, con sus dientes anclándose en su labio inferior, y sus ojos chispearon ante la travesura que se le estaba ocurriendo.
               -¿Qué tienes pensado hacer después?-preguntó con intención, y yo decidí torearla un poco.
               -Todas las cosas que tengo pensadas se desvanecen en el momento en que entras en escena, bombón.

               -Vaya, yo que quería que me propusieras algún plan que, sin duda, me vería obligada a aceptar después de esta intensísima sesión de entrenamiento gratuito-se llevó una mano al pecho, fingiéndose sorprendida, y yo me eché a reír. Puede que se me pasara un poco el cabreo con su amiga. ¿Qué demonios? Ya ni me acordaba de ella; a duras penas podía acordarme de mi nombre completo, así que imagínate del de una chiquilla irrelevante.
               -¿Vas a cenar en casa?
               -¿Por qué?-preguntó, inclinándose hacia un lado-. ¿Quieres llevarme a algún sitio elegante, de esos a los que vais los chicos para garantizaros un “sí” entusiasmado?
               Tenía las cejas arqueadas, la pequeña sabelotodo. Una pena que yo fuera mayor que ella, y ya sabes lo que dicen… más sabe el diablo por viejo que por diablo. Me incliné hacia su oído y susurré:
               -No necesito llevarte a ningún sitio para garantizarme cien síes entusiasmados de tu parte, Sabrae… ahora, que si te apetece hacerte la dura, sólo tienes que decírmelo: te llevaré al sitio que más te guste, el que te haga quitarte la ropa con más alegría, sólo para mí.
               Se enfrentó a mi mirada con la valentía de un samurái.
               -¿Es que no tienes pensado quitármela tú?-inquirió, inclinándose hacia mi boca y jugueteando con la distancia que había entre nuestros labios.
               -Por mucho que me vuelva loco tocarte, ahora mismo lo que me apetece es verte en todo tu esplendor, bombón.
               Sonrió.
               -Entonces llévame a un sitio en el que tengan buena música-me apartó de ella de un empujón y yo trastabillé hacia atrás, al ritmo de sus carcajadas. No me esperaba que ella tuviera la sartén por el mango; se ve que no aprendo.
               -¿Vas a hacerme un strip tease?-el tono esperanzado que tiñó mi voz me recordó al de los niños en los anuncios de Navidad cuando sus padres (perdón, Papá Noel) les regalan justo lo que ellos quieren, por lo que se han portado tan bien durante el año. No en vano, a mí me habían regalado justo lo que yo quería, y eso que había sido un cabrón toda mi vida.
               -Calma, fiera. He dicho que tengan buena música, no que tenga que sonar-me guiñó un ojo y se volvió hacia su saco de boxeo, ofreciéndome unas vistas impresionantes de su culo. Se giró de nuevo para mirarme por encima de su hombro, y al ver que mi reacción no era la esperada, puso los ojos en blanco y añadió-: Alec, estoy hablando de mi casa. Quiero que luego me acompañes a casa. Si no es mucha molestia, claro.
               Tomé aire y lo solté muy lentamente, intentando concentrarme a pesar de que Sabrae no se estaba quieta. Rodeó varias veces el saco de boxeo que Sergei había instalado recientemente porque yo me había cargado el anterior, y cuando decidió que aquello no era suficiente para ella, se paseó por la sala como la dueña y señora de todo el gimnasio. Parecía una emperatriz que examina su palacio por primera vez después de una reforma, y que se encuentra con que los arquitectos han seguido las instrucciones que les ha dado al pie de la letra.
               Observé el reflejo en su espejo y me di cuenta de que ella también se estaba mirando y disfrutaba de sí misma. Se movía con la sensualidad de una felina, seduciéndome como una gatita… no, no como una gatita. Las gatas son demasiado dóciles, y Sabrae era salvaje y atrevida. No le bastaría con un ovillo de lana para jugar.
               Sus ojos se encontraron con los míos y la mirada que me lanzó tenía la profundidad de la selva. Era una pantera acechando a la mejor presa: yo.
               Jamás me había alegrado tanto de estar tan en forma como en aquel instante, cuando Sabrae deslizó sus ojos por mi reflejo en el espejo de forma tan descarada que prácticamente sentí su mirada como si me estuviera acariciando y adorándome en el proceso. Le gustaba lo que veía, y eso me hacía sentir orgulloso.
               -¿Te vas a quitar las vendas-preguntó por fin-, o quieres que tengamos una pelea?
               -No creo que tú y yo estemos hechos para pelearnos, bombón. No te conviene pelearte conmigo; soy demasiado alto, y, como ya sabes, de vez en cuando me da por dar golpes bajos.
               -Genial, porque a mí me da por jugar sucio también-respondió, acercándose a mí con aires de cazadora.
               -Me encantaría que jugaras sucio conmigo-ronroneé cual gatito; se ve que la cosa iba de felinos. Sabrae arqueó las cejas de nuevo y se pegó a mi pecho, con su respiración acariciándome la piel desnuda allá donde la camiseta no llegaba a cubrirme del todo. Le rodeé la cintura con una mano mientras me llevaba la otra a la boca y, con los ojos fijos en ella, me abría el velcro de la venda con los dientes.
               ¿Podría haberlo hecho con la otra mano? Sí, pero no habría tenido el mismo efecto en ella. Porque los dos sabíamos qué estaba haciendo realmente con los dientes: nos hacía recordar en qué sitio estaban mejor que en mis muñecas: sus muslos. Lo sabían nuestras pupilas dilatadas y nuestras bocas secas, los ligeros jadeos que se nos escaparon de entre los labios mientras ella miraba mis dientes y yo la miraba a ella.
               Se mordisqueó ligeramente el labio y toda la energía que desprendía su cuerpo cambió de origen: en lugar de manar de ella como el calor de una llama, irradiando en todas direcciones por igual, pasó a focalizarse. Igual que un faro en la distancia que se centra sólo en una dirección por segundo, los pensamientos de Sabrae y su lenguaje no verbal se deslizó suavemente, pero no por ello despacio, en dirección a su entrepierna. Apretó ligeramente los muslos el uno contra el otro y cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro, y yo supe que no sólo estaba ansiosa: también estaba preparada.
               Dios, lo íbamos a hacer como animales. Puede que ni siquiera llegáramos a algún punto ciego de las cámaras, pero me daba lo mismo. Si Sergei confiaba en mí para cerrar su gimnasio, también lo hacía para darme la contraseña de los ordenadores en los que se almacenaban las horas y horas de grabaciones de seguridad. Todo lo que ocurriera y no apareciera en los discos duros sería culpa mía, así que yo jamás había tocado esas grabaciones… pero no podía ser tan difícil pulsar simplemente la tecla de “eliminar”, ¿no?
               Pensando en cómo quedaría la imagen vista desde una esquina, estiré la mano que ya tenía desnuda para quitarle a Sabrae el guante. Ella contuvo la respiración, seguramente recordando cómo la había empezado a desnudar en su casa, lo mucho que nos había gustado empezar con el otro y seguir a solas. Recordó los nervios que había sentido al quitarse el sujetador y las braguitas y el inmenso alivio que le había proporcionado el ver mi reacción, tan anhelada como indudable. La había sabido adorar como a la diosa que era, y no estaba dispuesto a dejar que su divinidad se me escapara entre los dedos ahora.
               Volvería a evocar aquella reina que había sido cuando se quitó la ropa por primera vez para mí, la misma reina que era cada vez que yo la hacía llegar al orgasmo, a base de abrirle las puertas de una fortaleza que jamás había considerado siquiera la idea de hacerle oposición.
               Las puertas eran el cierre de velcro de su guante. Y la ceremonia de apertura empezó con mis dientes. Como hacía con mis propios guantes después de una dura sesión de entrenamiento, tiré del velcro con los dientes, con los ojos fijos en los suyos, que crecieron hasta tener el tamaño de platos de sopa, y disfruté de cómo luchaba por no estremecerse al escuchar el sonido del velcro separándose. Cuando se hubo separado del todo, tiré del guante y lo dejé caer en el suelo. Le desenvolví las vendas que se había enrollado apresuradamente en torno a los nudillos, en ocasiones enroscadas sobre sí mismas, con lo que podían hacerle daño… pero, si nadie le había enseñado cómo hacerlo, debo decir que el resultado era muy respetable.
               -Te las enredas tú sola, ¿verdad?
               -Me gusta hacer cosas por mí misma-contestó con altivez, alzando ligeramente la mandíbula, como si no estuviera comiendo de mi mano.
               -Seguro que odias depender de mí para ciertas cosas-respondí, burlón, dejando caer la venda al suelo, y jugueteando con sus dedos. Le separé el anular del corazón y deslicé mi dedo índice por el centro de la V que había formado en su mano.
               -¿Qué cosas?-ronroneó, casi gimió, y yo sonreí. Buena chica, pensé. Había caminado directamente hacia mi trampa aun a pesar de haberla visto. No es que la hubiera escondido mucho, pero a veces la maniobra de poner muy cachonda a una chica para que empezara a suplicarme lo que quería que le hiciera incluso cuando no había empezado a desnudarla no me salía del todo bien. Había chicas que se creían que por entregarse a sus deseos carnales desde el principio estaban perdiendo un poco de decencia, pero, ¿qué hay de indecente en disfrutar del sexo? Ése era precisamente nuestro origen, e igual que no nos avergonzamos de comer, tampoco deberíamos hacerlo de follar. Pero había chicas que no lo veían así y fingían escandalizarse y no querer lo que estaban deseando con todas sus fuerzas por alguna absurda imposición cultural.
               Suerte que Sabrae no era una de ellas. Gracias a Dios, porque me habría desquiciado.
               Con los ojos clavados en los suyos y ansioso de analizar cada una de sus expresiones faciales, llevé la palma de su mano desnuda a mi boca y le deposité un beso largo en ella. Sabrae sonrió, alzó las cejas y se mordisqueó los labios…
               … y dejó escapar un jadeo cuando de entre los míos surgió la punta de mi lengua, que ascendió desde el centro de su palma hasta el vértice de la V que aún formaban sus dedos. Se estremeció de pies a cabeza, y yo supe que la tenía en el bote. Se me puso dura al escucharla. Joder, nunca pensé que lamerle la palma de la mano a una chica me pondría tan cachondo, pero es que no lo estaba haciendo de una forma cualquiera ni estaba con una chica cualquiera.
               Sabrae era la única que había conseguido que me corriera en sueños después de pasar la pubertad, cuando ya conocía mi cuerpo a la perfección, y también era la única cuyo sabor chispeaba en mi boca cada vez que pensaba en sexo oral. Ya no recordaba el sabor de ninguna otra más que el del suyo, como cuando pruebas la versión del chef de un plato de alta cocina y se te olvidan las ocasiones anteriores que has probado las imitaciones de los pinches, con matices diluidos.
               Empezó a jadear, y su respiración acelerada fue música para mis oídos, pero me apetecía hacérselo pasar un poco mal (lo único mejor que follar directamente con Sabrae era hacerla esperar un poco, porque así ella lo hacía con muchísimas más ganas, y se notaba la anticipación en cada polvo), así que volví a lamerle la palma de la mano una vez más, y una tercera, esta vez con la lengua al completo, como hacía cuando ya estaba lo suficientemente excitada para pasar al siguiente nivel y envolver toda su vulva, y no sólo su clítoris, en mi cunnilingus de rigor.
                Se echó a reír, lo cual no era lo que yo me esperaba. Vale, puede que me hiriera un poco en mi orgullo, ¡estaba intentando ponerla cachonda y hacerla suplicarme que se la metiera, o que se lo comiera, no contándole chistes! A veces me preguntaba por qué me había colgado de una chica tan impredecible, pero luego la miraba y se me pasaba.
               -¿Tan rica estoy, Alec? ¿Vas a estar lamiéndome la mano como un perrito toda la tarde?
               -A ver si te piensas que te llamo bombón sólo por tu delicioso tono de piel-respondí, burlón, y Sabrae se echó a reír de nuevo, pero ahora su risa tenía un cariz distinto. Se quitó el guante que le sobraba y se colgó de mi cuello para empezar a besarme con urgencia, diciéndome con todo su cuerpo pero sin ninguna palabra que estaba lista para entregarse a mí. Que lo deseaba con toda su alma.
               Cuando sus dedos se deslizaron por mi nuca y jugaron con el nacimiento de mi pelo, supe que no soportaría borrar ninguna imagen de nosotros dos haciéndolo, por mucho que no me hiciera gracia que nadie se enterara de lo que pasaba entre nosotros dos. Así que decidí agarrarla por las caderas y separarla un poco de mí. Me costó Dios y ayuda, pero lo conseguí.
               Sabrae me miró, confundida, y cuando hice un gesto a una esquina en la que había una cámara con la mandíbula, asintió con la cabeza y exhaló un suave “ah”. Me miró con ojos de corderito degollado, confiando en que yo tendría una solución.
               Por favor, nena. Mi segundo nombre es Solución.
                -Vamos a los vestuarios-le susurré, recogiendo el guante del suelo y entregándoselo. Nos colgamos nuestras bolsas a los hombros y trotamos en silencio por el gimnasio, en dirección a la planta baja, donde se situaban los vestuarios y la piscina.
               Cuando me dirigí al pequeño pasillo que daba a la puerta de los vestuarios masculinos, que estratégicamente hacía un giro en forma de L para que no se viera nada del interior cada vez que alguien entrara o saliera, me detuve en seco, mirando el cartel con el dibujo del monigote sin falda. Me volví hacia Sabrae, que alzó una ceja.
               -¿Vamos a los mixtos?
               -Estamos solos en el gimnasio, Alec.
               -Te lo decía por si te daba cosa entrar en el vestuario de los chicos, lista.
               -¿Crees que me dan miedo las pollas?-puso los ojos en blanco y yo le di un toquecito en el hombro.
               -Voy a entrar por si aún queda alguien, espera un segundo.
               Sabrae bufó, pero asintió con la cabeza, y se quedó allí clavada mientras yo doblaba la esquina y empujaba la puerta oscilante. Dejé la bolsa de deporte en los bancos centrales y caminé hacia la zona de los baños. Todos tenían la puerta abierta, así que no había dónde esconderse. Vale, ahora las duchas. Me metí en el habitáculo de azulejos aún húmedos, que también estaba vacío, y tenía un grito para Sabrae indicándole que ya podía pasar en la garganta cuando salí de las duchas, pero ella ya había entrado.
               -Te dije que esperaras-espeté con fastidio. No quería imaginármela entrando en los vestuarios y que hubiera algún baboso allí dentro que le dijera cualquier gilipollez que la hiciera sentirse incómoda y que me obligara a reventarle el cráneo contra el suelo. No me malinterpretes: le reventaría el cráneo a cualquiera que hiciera sentirse mal a Sabrae, pero la tarde estaba siendo perfecta para ella (no tanto para mí, pero eso era otra historia) y no quería que ningún payaso se la estropeara.
               -Y esperé. Un segundo, como tú dijiste-sonrió, posando su bolsa de colores de amanecer al lado de la mía y dedicándome una sonrisa llena de dientes. Sacudí la cabeza-. ¿Estamos solos?
               -¿Tanto te importa?
               -La verdad, no. No me molestaría tener público. Seguro que puedo enseñarles un par de cosas, igual que a ti.
               -¿Perdón?-volví a carcajearme-. ¿Qué cosas me enseñas?
               Sabrae me dedicó su mejor versión de mi sonrisa torcida (lo cual fue una réplica muy fiel; a fin de cuentas, era hermana de Scott, y Scott y yo teníamos la sonrisa patentada), se quitó los zapatos de un puntapié…
               -Vas a coger hongos si no te pones chan…-empecé, pero se bajó los leggings, y yo me quedé callado viendo los músculos de sus piernas, más tonificadas que de costumbre por lo reciente del ejercicio. Mis ojos ascendieron con lujuria desde sus tobillos a sus rodillas, y de sus rodillas a sus muslos, y se quedaron allí plantados, irremediablemente, en el valle invertido que formaban sus bragas en su piel dorada-. Continúa-me escuché gruñir con una voz gutural, sucia, tan oscura que parecía la de un hombre que me doblara la edad. Sabrae abrió un poco más su sonrisa, mostrándome su lengua en ella, y se llevó las manos a los múltiples tirantes del top de deportes, que empezó a bajarse lentamente por los hombros, en la promesa más deliciosa que una chica puede hacerle a un chico.
               No lo soporté más cuando lo único que sostenía su top de deporte sobre sus pechos y los ocultaba a mi vista era la propia forma del top. Con los tirantes ya caídos, sus pechos se habían deslizado ligeramente hacia abajo, pero a mí ya me bastaba para saber que no íbamos a salir de allí sin hacer que nos corriéramos. Y, joder, me moría de ganas por correrme y por hacerla correrse. Así que troté hacia ella, que me esperó con impaciencia, y nuestros cuerpos chocaron cuando por fin la alcancé. Nuestras lenguas se enredaron mientras Sabrae se peleaba con los pliegues de mi camiseta, y pronto tenía el torso desnudo, sólo para su disfrute. Se pegó más y más a mí, recorriendo mis músculos, los ángulos que formaban en mi anatomía, y dejé que me quitara los pantalones. Ya sólo me quedaban los calzoncillos.
               -Tienes demasiada ropa-gimoteó cuando le aparté las manos de mis bóxers.
               -Mira quién habla-repliqué, poniendo las manos sobre sus pechos y masajeándoselos hasta que Sabrae se echó a temblar y comenzó a gemir tan fuerte que creí que la escucharían en Buckingham Palace. Bien. Que toda la familia real le tuviera envidia.
               Le bajé por fin el top para liberar sus pechos y me los llevé a la boca. Sabrae se abrazó a mi cabeza, negándose a que me fuera lejos, y empezó a frotarse contra mí mientras yo torturaba sus pezones con mi lengua y mis dientes. La agarré de los glúteos y la senté sobre el banco, para arrodillarme entre sus piernas. Empecé a bajar por su cuerpo, que tenía un ligero sabor salado por culpa del sudor que me encantaba, y cuando llegué a sus bragas, se las aparté sin miramientos y adoré la vista de su sexo hinchado, abierto y húmedo, sólo para mí.
               Soplé sobre él y Sabrae se estremeció. Se agarró instintivamente a uno de los barrotes que sostenían las baldas superiores de los bancos centrales, donde podías dejar tu bolsa de deporte mientras te vestías, y exhaló algo entre dientes que yo no pude entender.
               -¿Qué?
               -No quiero…-me miró desde arriba, con expresión suplicante, y yo le devolví la mirada desde abajo, como el devoto que no entiende los designios de su diosa, pero la respeta igual.
               -Cómo no vas a querer, Sabrae. Mira cómo estás.
               -No… no quiero eso. Te quiero dentro-me acarició la cara con una ternura que yo no me esperaba, y que me descolocó muchísimo. No cuadraba con lo que estaba diciendo, y sin embargo…-. Muy dentro. Hasta el fondo. Quiero hacerte disfrutar.
               -Yo disfruto dándote placer, bombón.
               Negó con la cabeza.
               … sin embargo, tenía todo el sentido del mundo. Ya no quería que el placer fuera en una dirección. El marcador estaba demasiado avanzado en su favor.
               No. No era cosa del marcador. Era porque me quería. Me quería hasta el punto de poder ser tierna incluso cuando los dos estábamos en llamas, un toquecito de frescura en un incendio.
               No quería tener un orgasmo si no íbamos a compartirlo los dos.
               Me quedé allí, arrodillado, sentado a la japonesa, y me mordí el labio cuando me di cuenta de algo horrible.
               -No tengo condones.
               Sabrae parpadeó, toda ilusión de repente desvaneciéndose de su mirada. Mierda. Estábamos cachondos, nos teníamos muchísimas ganas, y para colmo estaba el morbo de hacerlo en un sitio público, aunque no hubiera peligro de que fuera a entrar nadie. Estaba seguro de que iba a echar uno de los mejores polvos de mi vida, y ahora todo se había desintegrado a mi alrededor con tres putas palabras.
               -¿Tienes tú?-negó con la cabeza y yo puse los ojos en blanco. Me puse en pie mientras me masajeaba el puente de la nariz, pensando qué hacer-. Eres una Malik, por el amor de Dios. Llevar condones a todos lados porque folláis en todas partes es algo que os viene de familia.
               Esta vez le tocó a ella poner los ojos en blanco.
               -No pensaba que fuéramos siquiera a encontrarnos, Alec.
               -Ya, bueno, tu padre tampoco pensaba encontrarse con tu madre cuando la conoció, y llevaba condones encima.
               -Mi padre iba a lo que iba en esa fiesta. Además… mira para lo que les sirvió-me dedicó una mirada cargada de intención y yo agité la cabeza con vehemencia.
               -No. Ni de coña. No. No vas a volver a tomar la píldora. De eso, ni hablar.
               -¿Quién ha dicho nada de la píldora? No, no pienso tomarla, ni ganas que tengo, la verdad. Pero… estoy segura de que no va a pasar nada, Al. Tengo un ciclo muy regular, y estoy en el momento en el que menos posibilidades tienes de dejarme embarazada.
               -Piensa con la cabecita en vez de con el coño, nena. ¿Qué haremos si pasa?
               -Decírselo a mis padres. Tengo confianza con ellos. Y necesito su autorización para abortar-espetó como si nada, y yo la fulminé con la mirada.
               -¿Así, sin más? Abortar puede doler, Sabrae.
               -Más duele parir con 15 años, Alec.
               -No voy a hacer nada que pueda hacerte daño, sea ahora, en una semana, o dentro de nueve meses. No.
               -Pero…
               -Te he prometido que te cuidaría, una y mil veces, pero no voy a hacerte daño sólo para tener esa posibilidad. Me senté a su lado e ignoré la mirada envenenada que me dedicó-. Piénsalo un poco, Sabrae. Joder, no puedo creerme que yo tenga que ser otra vez el cuerdo en la relación-me froté la cara con las manos y suspiré-. Escucha… me vuelves loco. Me vuelves loco y lo sabes, y te follaría hasta Año Nuevo, pero siempre con cuidado, ¿de acuerdo? Es parte de tener una relación. A veces tienes que poner a la otra persona por delante de ti.
               -Y eso estoy haciendo. Estoy harta de dejarte con las ganas.
               -No te preocupes por mí.
               -Pero, ¡es lo que tengo que hacer! Quiero estar contigo. Estar, estar. Aprovechar que estamos solos-puse los ojos en blanco-. ¿Qué pasa?
               -No puedo creerme lo racional que eres siempre, salvo cuando yo me quito la camiseta y me bajo los pantalones.
               -Tú no sabes lo que es ser una adolescente bisexual con un novio que está tan bueno que perfectamente podría participar en el remake de Thor y salir incluso mejor que Chris Hemsworth, Alec.
               Sonreí.
               -¿Acabas de referirte a mí usando la palabra “novio”, Sabrae?
               Sus ojos volvieron a duplicarse en diámetro, pero esta vez por una emoción diferente: vergüenza, en vez de sorpresa. Me acerqué a ella y me apoyé en la balda para dejar las bolsas, suspendido en el aire sobre su cuerpo, que de repente se había hecho muy pequeño. Cuando me di cuenta de que sus mejillas habían adquirido un matiz ligeramente rojizo, me dieron ganas de comérmela, tanto a besos como a mordiscos.
               -A veces…-meditó, arrastrando las palabras mientras se inventaba una excusa que yo pudiera creerme-, estando cachonda… digo tonterías. Tienes razón-decidió, poniéndose rígida de repente, cruzando las piernas y cuadrando los hombros como si hubiera recordado de sopetón que era una dama de alta cuna que debía hacerle honor a su estatus-. Nada de sexo. Nubla la mente, hay muchas canciones que hablan de ello, así que… será mejor que no hagamos nada. Con penetración, al menos-añadió al notarse un poco menos convencida cuando se fijó en mis abdominales, y yo sonreí. Oh, sí, había muchísimas cosas que podíamos hacer sin necesidad de recurrir a la penetración. Puede que fuera la mejor parte del sexo, sí, pero no era la única.
               Además, iba muy en serio con eso de que yo disfrutaba dándole placer. Me lo pasaba genial con la boca entre sus piernas, escuchándola gemir y sintiendo cómo sus muslos hacían presión en mi cabeza cuando hacía que se acercara al orgasmo. Quizá la sensación física no fuera igual que cuando entraba en su interior, pero desde luego, emocionalmente, me gustaba de la misma manera.
               La sonrisa de niña buena que me dedicó hizo que quisiera enterrar el hacha de guerra. Dejé pasar el hecho de que hubiera tratado de venderme que no fuéramos a hacer nada por iniciativa suya, cuando hacía un minuto estaba tratando de convencerme para que se la metiera sin enfundármela en látex, y me incliné a darle un beso, decidido a disfrutarla. Estábamos solos, con la persona más cercana a medio kilómetro de distancia, en un edificio que nos pertenecía sólo a nosotros dos, sin apenas ropa y con muchas ganas de estar juntos. Ella quería acabar con el calentón que le había producido verme entrenar, y yo necesitaba navegar sus curvas para olvidarme de las malas vibraciones con las que había empezado la tarde dentro del gimnasio.
               -Mi niña-ronroneé, tomándola de la cintura y haciendo que se levantara para sentarla sobre mí-. Ven aquí…
               Empecé a besarla despacio, y ella se entregó al beso como si mi boca fuera el único manantial del desierto más grande y caluroso del mundo, y ella, una beduina que hacía su primera travesía a solas por él. Me acarició el cuello y los hombros, y nos fundimos de esa forma tan única y especial con la que sólo podía fundirme con ella. Mi lengua jugó con la suya, mi aliento se mezcló con el suyo, y mi respiración acelerada le acarició la cara mientras ella me pasaba las manos por el cuerpo, leyendo en mi piel su historia preferida en braille, y yo memorizaba sus curvas con la yema de los dedos, preparándome para tallarla.
               -Llámame novio otra vez-la piqué, y ella se rió, me rodeó el cuello con los brazos y enredó sus dedos en mi pelo-, que ahora estoy grabando la conversación.
               -Eres más tonto… No sé cómo no han venido a buscarte antes del circo.
               -Si tu sonrisa no fuera tan preciosa, yo no sería un payaso.
               -Un payaso y un espectáculo a la vez-ronroneó-. Deberían reclutarte los del Circo del Sol.
               -Y eso que todavía no te he enseñado de qué soy realmente capaz en la cama-fruncí el ceño, poniéndome serio de repente-. Seguro que piensas que soy un estirado y que no te consiento, pero la verdad es que soy súper flexible.
               -Sí que eres malo-me besó el cuello, justo por donde pasaba la carótida-. Pero es parte de tu encanto-hundió la nariz en mi pelo y dejó escapar un suspiro cargado de emoción-. Por Dios, me encanta este olor-se removió sobre mí, pegándose más a mi cuerpo, lo cual tuvo un efecto curioso en mi entrepierna.
               -¿Qué olor?
               -Olor a ti. Eres tú, sin nada más. Sin tu colonia, ni el perfume de tu ropa, ni nada-jugueteó con el pelo de mi nuca y yo me eché a temblar. Como siguiéramos así, terminaríamos haciéndolo, por mucha resistencia que yo hubiera intentado oponer. Me acarició los hombros, me miró a los ojos y volvió a besarme, pero esta vez, para los dos fue diferente.
               -No podemos, Saab.
               -Ugh, es verdad. Los preservativos. Qué mal. Tenemos que parar.
               -Sí.
               Pero no paramos. Seguimos besándonos y acariciándonos, y nuestras manos se colaron en nuestra ropa interior. Nuestros jadeos llenaron el vestuario. Por suerte, cuando ella notó que yo me aceleraba y que estaba a punto de perder el control, dejó de acariciar mi miembro y me puso una mano en el pecho. Se separó de mí y me miró a los ojos con una mirada cargada de intención que consiguió hacer que me tranquilizara. Perdido en su mirada, recuperé el aliento y negué con la cabeza, pero sólo cuando saqué la mano de sus bragas fue cuando hablé.
               -Nena, tenemos que controlarnos y empezar a pensar un poco más a largo plazo. Cualquier día me revienta una arteria en el cerebro, y será por tu culpa.
               -Para el uso que le das-coqueteó, inclinándose ligeramente hacia atrás y guiñándome un ojo.
               -A ti te encantaría, ¿eh? No tendrías que aguantarme las gilipolleces, y encima mi polla seguiría funcionando porque el sistema es de emergencia, a prueba de cortocircuitos.
               -No seas bobo-me acarició el mentón con la yema de los dedos, sus ojos fijos en los míos como dos topacios opacos-. Necesito que pienses para que puedas llamarme “bombón” por mi delicioso tono de piel.
               -También lo hago por el disfraz-confesé sin pensarlo, y me di cuenta de que era así. Recordaba a la niña ilusionada en su primer Halloween sin padres que parecía una bola de nieve dorada con un lacito negro en su pelo, y que miraba en todas direcciones en busca de alguien que comprendiera de qué iba realmente vestida. Vamos, esa forma y esa combinación de dorado y marrón era inconfundible. Incluso sin la marca de Ferrero era imposible no darse cuenta de que se había disfrutado de su dulce preferido en el mundo.
               Me había encantado que a Sabrae se le ocurriera una idea así. Siempre había sospechado que era lista, pero aquel Halloween, me lo confirmó.
               Y, además, ese Halloween descubrí que también era muy buena. Buena hija, muy obediente; buena hermana, muy cariñosa; y buena persona, muy generosa. Nunca olvidaría cómo me encontré varios paquetitos extra de regaliz, mi golosina favorita, en la parte superior de la calabaza que había usado para recopilar mis dulces, y que ella había colocado allí de noche, mientras dormíamos, porque no quería que yo sintiera que me debía nada.
               Supongo que nuestra historia de amor empezó aquel Halloween, en el que yo pude ver el bombón en el que se convertiría sin siquiera saberlo, y ella pudo descubrir cuánto estaría dispuesta a regalarme en un futuro, aunque fuera sólo con la forma de unos regalices.
               Sabrae se quedó callada un instante, deleitándose en las palabras que acababan de deslizarse por sus oídos. Una sonrisa empezó a pintarse en sus labios, y se la mordió.
               -¿Te acuerdas de eso?
               -Claro que sí. Me acuerdo de tu faldita marrón, el papel de plata pintado con spray y la diadema con un lacito que seguro que te hizo tu madre, porque cada vez que te la colocabas, lo hacías con mucho cuidado. No era el mismo cuidado con el que te recolocabas la falda. Te importaba de verdad que llegara sana y salva a casa. La falda, bueno…-me encogí de hombros, y Sabrae sonrió, emocionada. Sus ojos chispeaban como una noche de lluvia de estrellas-. Me acuerdo de cómo dabas saltitos de la emoción cuando te metían un puñado de golosinas en la calabaza, y cómo corrías con todos nosotros a la calle para ver qué más te habían dado. Me acuerdo de cómo pusiste en fila los bombones que te habían dado porque querías comértelos los últimos, y de cómo mirabas los de los demás. Me acuerdo de que yo conseguí que te los dieran todos, y la forma que tenías de mirarme cambió por eso. Durante mucho tiempo, me miraste como si fuera yo quien ponía las estrellas en el cielo, o el que hacía que el sol se levantara cada mañana, o las dos cosas a la vez. No sabes lo importante que era para mí sentir que alguien creía que no podía hacer nada mal, sobre todo después de lo de mi padre-le confesé, y se le llenaron los ojos de lágrimas-. Ese Halloween fue la primera vez que me miraste así. Como me estás mirando ahora.
               -Yo de pequeña te adoraba. No como lo hago ahora, pero… lo hacía. Me acuerdo de que pensé que eras la mejor persona del mundo por regatear para mí. Ni siquiera a Scott se le había ocurrido, pero a ti te faltó tiempo para convencer a los demás para que me dieran sus bombones. Siempre me he sentido a salvo estando contigo, Al, pero… me hace ilusión enterarme de que a ti también te marcó de alguna manera. Conmigo es normal; yo era una cría, y tú eras mayor, y guapo, y bueno, y listo, y…
               -Lo único que teníamos diferente era que yo era mayor. Tú también eres guapa, y buena, y lista, y preciosa, y adorable, y estoy loco por ti-le besé la punta de la nariz y a ella se le deslizó una lágrima por la mejilla, que yo capturé con mi pulgar-. Me acuerdo de todas nuestras primeras veces, Sabrae. La primera vez que te besé, la primera vez que entré en ti, y también la primera vez que te vi disfrazada, o la primera vez que te vi, a secas. Supongo que era el destino, ¿no? Una parte de mí nunca pudo dejar de pensar que eras la cosa más bonita que había visto nunca (con permiso de Mimi, por supuesto) cuando te vi por primera vez. Y ahora… te tengo aquí, para mí, desnuda, y sólo pienso que… joder, las vueltas que da la vida. Yo tirándome a medio Londres cuando la única chica con la que puedo y quiero hacer el amor está a la vuelta de la esquina, en la habitación de al lado de la de uno de mis mejores amigos.
               Miré cómo unas lágrimas preciosas se deslizaban por sus mejillas como diamantes líquidos que anuncian la llegada del verano en forma de rocío sobre los pétalos de una flor. Por primera vez, me gustó verla llorar, porque no lo hacía de tristeza, sino de la emoción que le producía aquel arrebato mío de sinceridad, pero, ¿qué iba a hacerle? Desde luego, no me quedaría callado. Ella no se lo merecía.
               -Uf-suspiró, riéndose y limpiándose las lágrimas de la cara-. Jolín, Al-se echó a reír, un poco sobrepasada, y yo sonreí. Qué bien sentaba mi diminutivo al lado de una pequeña queja por su parte-. Eres increíble. Sólo tú puedes hacerme llorar de felicidad en un vestuario que apesta a humanidad.
               -¡Eh! Creía que te gustaba mi olor-bromeé, y Sabrae se echó a reír, se mordió el labio y me acarició el pelo.
               -¿Sabes? Por eso me gustas tanto. Tan pronto me tienes caliente como un volcán como me dices cosas tan preciosas que nunca pensé que pudieran contarse sin música. Desde que estoy contigo, entiendo mucho mejor la relación de mis padres. Antes creía que lo que ellos tenían era único, que la gente normal simplemente piensa en dos personas diferentes dependiendo de si le apetece follar sucio o fugarse a una isla paradisíaca del Pacífico a casarse en la playa, pero ahora…-volvió a morderse el labio y sus ojos se achinaron con su sonrisa.
               -Si me estás ofreciendo unas vacaciones, que sepas que voy un poco justo de pasta este mes, pero si pillamos una oferta buena, puede que podamos ir a algún sitio en Pascua.
               -Prométemelo-me pidió después de reírse de nuevo. Madre mía, me encantaba hacerla así de feliz. Me cogió la mano acariciándomela, y cerró sus dedos en torno a mi muñeca-. Prométeme que nos iremos a algún sitio, antes de que tú te marches a Etiopía.
               -¿Tienes alguna preferencia, amor?-pregunté, cogiéndola de los muslos y haciendo que se levantara para estar por encima de mí. Se estremeció al escuchar la última palabra-. ¿El fin del mundo, tal vez?
               Inclinó la cabeza a un lado, la mirada perdida, soñadora.
               -El fin del mundo está bien.
                Como tenía las rodillas ancladas a ambos lados de mi cuerpo, no me fue difícil besarle el vientre. Cerré los ojos, prometiéndome a mí mismo que haría que mi estancia en África fuera para ella como tenerme ahora, y supe al instante que cumpliría esa promesa, porque también la involucraba a ella.
               Sabrae me abrazó, me dio un beso en la cabeza y apoyó su mejilla en ella, y nos quedamos así un rato, en silencio, disfrutando de nuestra mutua compañía, hasta que yo le dejé caer que quizá debiéramos irnos pronto. A fin de cuentas, yo le había prometido a su hermano que iría a visitarla, y se acercaba la hora de cenar.
               Nos dimos un par de piquitos más, como la pareja ñoña e insoportable que éramos, y nos preparamos para ducharnos. Mi experiencia como vividor casi adicto al sexo que ha probado a infinidad de mujeres me hizo esperar que ocurriera algo especial en las duchas; a fin de cuentas, éramos jóvenes y había una química entre nosotros que nada tenía que envidiar a ningún laboratorio (al margen de que estábamos enamorados, claro, pero aquel momento era más físico que espiritual), pero ni recurriendo a las drogas se me habría ocurrido imaginar lo que pasó a continuación.
               Es cierto que el ambiente tierno entre nosotros se fue calentando de nuevo cuando nos quitamos la ropa. Atrás quedaron nuestras mutuas confesiones y palabras de amor; cuando Sabrae terminó de desnudarse y yo hice lo propio, el corazón dio paso al instinto carnal, y nos comimos con los ojos como si fuéramos un aperitivo del banquete que íbamos a tomarnos más adelante (porque la razón nos decía que no podíamos, aunque nos importaba bien poco).
               He de decir que ninguno de los dos se estaba comportando como si no pudiéramos ir más allá: parecíamos disfrutar haciendo que el otro se imaginara mil y una perversiones que no tardaríamos en poner en práctica. Sabrae se quitó las bragas con sensualidad, dándome la espalda a propósito para ofrecerme una vista genial de su culo en pompa y, ¿por qué no?, también de su sexo sonrosado. Y yo, por mi parte, no tuve ningún problema en quitarme los calzoncillos y quedarme como mi madre me había traído al mundo frente a ella, demorándome en coger la toalla que se suponía que tenía que anudarme a la espalda mientras ella se deshacía las trenzas para hacerse un moño apresurado en la cima de su cabeza. Sabrae no me decepcionó, y no dejó escapar la oportunidad de piropearme mientras la toalla que se había anudado sin ganas en el costado se deslizaba por su piel, y apenas cubría ya sus pechos.
               -Me gusta lo que veo-comentó en tono casual y seductor a partes iguales, y yo me eché a reír. Le guiñé un ojo y ella se relamió, ansiosa de que llegáramos a su casa para así poder tenerme sólo para ella.
               Quizá yo fuera un mal amigo pensando en eso en lugar de concentrarme en consolar a Scott, pero, créeme: sería preocupante que tuviera algo que no fuera sexo en la cabeza cuando había una chica en toalla frente a mí. Y, si a eso le añadíamos que la chica era Sabrae… ¿podría alguien esperar que yo tuviera en mente a otra persona, u otra actividad?
               -A mí me lleva gustando bastante tiempo-respondí, y no pude evitar acariciarme un poco, tanto para reducir el calor que sentía en mi entrepierna como por provocarla. Finalmente opté por no enredarme la toalla en la cintura, como solía hacer cuando salía de darme una ducha en casa, y me la colgué sobre el hombro-. ¿Vienes?
               -Enseguida te alcanzo-respondió, envolviendo la coleta que se había recogido con cuidado sobre sí misma y girándola varias veces para captar todo su pelo. La dejé allí, enredando una goma de pelo tremendamente estirada tantas veces que podría haberla mareado, y me dirigí a la sala de las duchas.
               Lejos de calmarme, el agua caliente no hizo más que hacer que mi mente funcionara a toda velocidad, recordándome que ella estaba desnuda al otro lado de la pared y lo mucho que podíamos hacer incluso sin recurrir a la penetración. Se me hacía la boca agua pensando en lo deliciosa que estaría abierta de piernas para mí, goteando excitación en mi lengua mientras le daba placer con la boca y con los dedos, de esa forma que tanto me gustaba.
               Y en ello estaba, imaginándomela gimiendo, con un talón en el suelo y otro en mi espalda, cuando entró. Llevaba las dos manos en el nudo de la toalla como si fuera una joven japonesa que se pone su primer kimono y quiere asegurarse de que está todo perfecto, y su mirada ardiente se deslizó por mi cuerpo mientras se colocaba a mi lado. Por fin, abrió la toalla, dejándome ver su silueta sinuosa en sus pechos y su culo, y la introdujo doblada cuidadosamente en el pequeño compartimento que había frente a los reguladores de la ducha, una obra de ingeniería que me sorprendía que se le hubiera ocurrido a Sergei. Fingiendo que me ignoraba por completo, Sabrae extrajo con cuidado de su neceser un gel concentrado de granada, se echó  unas gotas en las manos, se las frotó para hacer espuma, y comenzó a enjabonarse los hombros.
               Y la espalda.
               Y los pechos.
               Y el vientre.
               Y la entrepierna.
               La entrepierna.
               La entrepierna.
               La entrepierna.
               La madre que la parió, ¡incluso separó las piernas! Le estaba prestando demasiada atención al hueco que había entre sus muslos. Estaba poniéndome celoso, sinceramente. No sabía si quería ser su sexo para sentir sus dedos prestándome esas atenciones, o sus manos para poder deleitarme en los pliegues que la conformaban.
               Su respiración se aceleró, se mordió el labio y continuó acariciándose mientras yo le dedicaba toda mi atención. El agua caía sobre mi piel como la lluvia sobre un árbol: no podía hacer nada, así que bien podía ignorarla. La erección que había hecho crecer mi miembro era tan intensa que incluso me dolía, y ver a Sabrae masturbarse frente a mí de forma superficial, pero sin pudor alguno, me hacía perder la razón.
               Me acerqué a ella sin poder evitar acariciarme la polla, y Sabrae sonrió.
               -Me preguntaba cuándo vendrías a echarme una mano.
               -¿Sólo quieres una?-respondí, colocándome a su espalda y recorriendo su anatomía con mis dos manos. Llegué a su entrepierna y tomé el relevo que hasta entonces había tomado su mano. Le coloqué la otra en el vientre y la pegué contra mí, de forma que la fricción de sus caderas al moverse también me satisficiera.
               Empecé a mover los dedos. En círculos, en zigzag, arriba y abajo, y Sabrae gimió, y gimió, y pegó la nuca a mi pecho, y abrió la boca y yo le mordí los labios mientras me introducía sin pausa pero sin prisa en su interior. Me pregunté a qué sabría su éter mezclado con el jabón de granada, y decidí que probar esa mezcla sería lo primero que haría.
               Bueno, lo segundo. Lo primero sería hacerla correrse.
                Por su parte, Sabrae me puso una mano en el culo para pegarme más a ella y dejarme gozar de esa fricción que había buscado con mi mano en su vientre. Ahora que teníamos la unión asegurada, me deslicé por su torso hasta manosear sus pechos, y pellizcar sus pezones. Sabrae empezó a gemir mi nombre, jadeó palabras inconexas, y llegó al orgasmo con uno de mis dedos en su interior y mi pulgar presionando su clítoris. Se rompió para mí, adhiriéndose a lo poco de mí que estaba en su interior, y se echó a temblar durante el orgasmo, haciendo que mi polla lo celebrara enviando descargas eléctricas por todo mi cuerpo que bien podrían haberse convertido en un orgasmo mío si el suyo hubiera durado lo suficiente.
               Pero, por suerte o por desgracia, su orgasmo fue corto. Se quedó callada un momento, muy quieta, recuperándose de la increíble sensación de que tu cuerpo vuele por encima de las estrellas, y finalmente me miró.
               -Estaba pensando…-se dio la vuelta y me puso contra la pared, debajo de nuevo del chorro de la ducha. Oh, joder, si íbamos a morrearnos debajo del agua mientras ella me la cascaba, creo que no aguantaría ni cinco segundos-. No te he agradecido como es debido todo lo que has hecho por mí.
               -Qué desconsiderada, niña. Renuncié a bombones sólo por ti, y sólo hay un Halloween al año.
               -No me refería a Halloween. Me refería a Nochevieja. Y también sólo hay una al año.
               Dicho lo cual, Sabrae cerró el grifo de su ducha y se inclinó para hacer que de la mía sólo manara un chorrito, que se deslizaba estratégicamente por mi mentón, el cuello, mi pecho y finalmente, mis caderas, cayendo hacia la base de mi miembro. Sonrió, se inclinó para darme un beso en los labios tan profundo como el océano, y, tras pasarme el dedo índice por el labio inferior como si se lo hubiera pensado mejor y quisiera recoger ese beso que acababa de regalarme, siguió la trayectoria de aquel hilillo.
               Por mi mentón.
               Por la nuez de mi garganta.
               Por mis pectorales.
               Se agachó frente a mí.
               Por mis abdominales.
               Sabrae se acuclilló frente a mí. Estiró la mano y cubrió mi erección con sus dedos, y una sonrisa malévola le cruzó el rostro mientras deslizaba la mano arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo, en una lenta tortura que me encantó.
               Y más me gustó lo que hizo a continuación. Tras asegurarse de que tenía el control absoluto de mi cuerpo, se puso con cuidado de rodillas frente a mí, y mi corazón empezó a latir desbocado. No hay que ser un genio para saber qué implica que una chica se arrodille frente a ti; creía que Sabrae iba a limitarse a acariciarme y ya estaba, pero parecía que, por fin, había llegado ese momento que llevaba tanto tiempo esperando. Después de tantos meses, por fin iba a saber lo que era que ella me probara a mí, en lugar de yo probarla a ella.
               Se apartó un par de mechones que se le habían escapado del moño de los hombros y estudió la punta de mi miembro con concentración. Quise bromear con ella, decirle lo seria que se había puesto y la gracia que me hacía, pero no me salieron las palabras. No quería cargarme la emoción del momento, y sinceramente estaba tan nervioso que temía que cualquier cosa que dijera saliera de mis labios en un tono inesperado que hiciera que Sabrae cambiara de opinión.
               Pero despacio, muy despacio, Sabrae se inclinó hacia el prepucio y entreabrió los labios. Cerró los ojos y le dio un besito cariñoso, como si estuviera saludando a un viejo amigo con el que ya no tiene tanta confianza como la última vez que lo vio, y no quiere incomodarlo siendo demasiado invasiva. Sus manos continuaron ocupándose del tronco de mi polla mientras su boca se afanaba en la punta, dando suaves besos y estimulándome con el pulgar como si fuera el joystick de un mando de la consola.
               Entreabrió los labios y se metió la punta despacio en la boca, girando la lengua en torno a su capullo, y yo me estremecí de pies a cabeza. Se lo sacó de nuevo y movió las rodillas por el suelo, que estaba duro, frío y húmedo.
               -Espera-le pedí, y me di la vuelta para coger mi toalla y tendérsela. Sabrae me miró sin entender-. Para que no te lastimes las rodillas-expliqué, y Sabrae alzó las cejas, asintió con la cabeza y me sonrió, agradecida.
               Cuando volvió a inclinarse hacia mi polla, ahora con la toalla doblada debajo de sus rodillas, dejó una estela de besos por la parte inferior. Como si estuviera haciendo la línea de puntos de un eje por el que luego alguien tendría que cortar un patrón exacto, su lengua me dividió en dos mientras sus ojos seguían fijos en los míos, asegurándose de que estaba haciéndolo todo bien, y consiguiendo que yo disfrutara.
               Joder, lo estaba haciendo genial. Cuando su boca llegó a mis testículos y no los dejó sin atenciones, clavé una mano en la pared y dejé escapar un jadeo. No me esperaba que supiera que cada rincón era importante, y más si teníamos en cuenta que los hombres no tenemos tantas terminaciones nerviosas como las mujeres en nuestros genitales. La paciencia y el cuidado eran una virtud, y Sabrae las tenía ambas. Con su mirada fija en la mía se aseguraba de que todo lo que me hiciera me gustara, y de ir por el camino que todo mi cuerpo le indicaba sin necesidad de que yo lo hiciera con palabras.
               -Tú ya has hecho esto antes, ¿verdad?-pregunté cuando su lengua volvió a dibujar el contorno de mi polla en dirección a la punta.
               -Ni confirmo ni desmiento que haya practicado con un plátano-comentó en tono tan serio que tenía que ser de broma. Imaginármela haciendo todo eso, sentada frente al espejo de su habitación, con un plátano, hizo que me entraran ganas de reír. Era una situación tan absurda que debería haberme cortado el rollo, pero es que Sabrae lo estaba haciendo mejor de lo que yo me esperaba. Puede que, después de todo, yo no fuera el primero al que se metía en la boca. Llevaba creyéndolo desde la primera vez que le insinué que podía hacerme una mamada y ella había respondido a la defensiva; aquel primer contacto había sido crucial para que yo me negara a que me lo hiciera en cualquier sitio a partir de entonces. Quería que la primera vez fuera tranquila, en algún lugar en el que pudiera estar cómoda y concentrarse en lo orgulloso que te hace sentir poder darle placer a una persona con tu boca, que se  supone que no está pensada para eso. Y quería que lo hiciera por voluntad propia, sin sentir que me debía nada, en un ambiente de la suficiente confianza como para que no temiera preguntarme todas sus dudas.
               -¿Qué?-repliqué entre jadeos, intentando concentrarme un poco más en sus palabras y un poco menos en la presión de sus manos y lo caliente de su aliento en mi sexo. Sabrae se echó a reír, todo rastro de seriedad borrado de su expresión, y por un momento pareció que estuviéramos de cachondeo en un parque, en lugar de encerrados en unos vestuarios en plena mamada.
               -¡Estoy de coña! ¿Te imaginas que fuera en serio?-negó con la cabeza y se apartó un mechón de pelo imaginario detrás de la oreja, concentrada de nuevo en mi sexo. Pensé que no diría nada más, pero añadió a continuación-: aunque, si te soy sincera, en algún momento he pensado en practicar con algo. Me da miedo que no te guste.
               -Me está encantando-le aseguré, y ella sonrió, agradecida.
               -Quiero estar a la altura. Es un poco inconsciente lo que estoy haciendo, porque una no puede tener de novio al Fuckboy Original y no estar preparada, pero…
               -¿Qué me has llamado?
               -Fuckboy Original-sonrió, pagada de sí misma.
               -No, lo otro.
               -No se habla con la boca llena-sentenció, y dicho lo cual, se metió mi polla en la boca todo lo profundo que pudo. Cerró los ojos y siguió masajeándome la base con las manos, mientras se ocupaba con la lengua de darme placer. Yo también cerré los ojos y me abandoné a las sensaciones que me embargaban, enviando latigazos de placer por todo mi cuerpo y haciendo que por un momento perdiera el control de mi ser.
               Me encantaba que me la chuparan. Era una de las mejores cosas de ser chico: tienes algo entre las piernas que sobresale entre lo demás, como una piruleta, y que como una piruleta puede ser succionado para causarte el mayor placer. Nosotros no tenemos días en los que estemos indispuestos, así que cualquier momento es bueno para que una chica te hurgue en los pantalones, se saque tu polla y decida que te mereces pasártelo bien.
               Hice acopio de toda mi fuerza de voluntad para no ponerle una mano en la nuca y dirigirla; no quería agobiarla, pero Sabrae tenía otras cosas en mente. Después del rato de cuidado del principio, se había ido creciendo al sentir que a mí me encantaba lo que estaba haciendo, y en un momento dado decidió cometer una locura y metérsela hasta el fondo de la garganta, de forma que toda mi polla desapareció en su boca.
               Y le dio una arcada. Evidentemente. A cualquier chica le daría una arcada con una polla normal en la boca, ya no digamos si es inexperta, o la polla es muy grande. Y nosotros combinábamos las dos cosas.
               -¡No te la metas entera, mujer!
               Se la sacó, muy alarmada, y me miró desde abajo.
               -¿Es que no te gusta?
               -Joder, que si me gusta-gruñí, y ella volvió a reírse-. Pero no es bueno, Sabrae. Quiero que estés a gusto.
               Puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.
               -Alec, deja de cuidarme, aunque sea solo cinco minutos, y céntrate en ti por una vez en tu vida.
               Dicho lo cual, volvió a pasarme la lengua en círculos antes de volver a metérsela despacio en la boca. Se movió adelante y atrás, haciéndome ver las estrellas, consiguiendo que perdiera la razón. Estaba a punto de volverme loco; nada sería igual después de probar su deliciosa boca con una de las partes más sensibles de todo mi cuerpo. ¿Cómo se suponía que iba a sobrevivir a esto?
               Cuando abrí los ojos y la miré desde arriba, dándome cuenta de que teníamos los papeles cambiados (yo era el dios, y ella la adoradora), me di cuenta de que estaba sonriendo. No fue hasta entonces cuando caí en que había estado gimiendo, gruñendo y jadeando que no parara.
               -Saab…
               -Mmf.
               -¿Te puedes soltar la melena?
               Quería verla. Quería verla en todo su esplendor, con el pelo cayéndole en cascada por los hombros mojados, siendo completamente libre igual que me lo estaba haciendo sentir a mí. Asintió, y sin dejar de chupármela, se llevó las manos al moño y se lo desenredó. Sus mechones de azabache explotaron como los fuegos artificiales sobre Londres la noche del cinco de noviembre, deslizándose por su piel a medida que se iban mojando y ella se iba moviendo cada vez más rápido.
               Porque oh, sí. Se soltó la melena, literal y metafóricamente. Dejó de tener cuidado, y me volvió loco, y me folló con la boca con tantas ganas que pensé que nos fundiríamos. Cuando notó que yo también me aceleraba, dio el último paso y se aprovechó de sus dientes, que usó con un cuidado que no me esperaba en ella.
               A modo de respuesta, la agarré y me masturbé contra su boca, perdiendo la poca lucidez que aún me quedaba.
               -Voy a correrme-gruñí, y Sabrae me miró desde abajo, me guiñó un ojo, y siguió a lo suyo.
               Pues córrete, significaba eso.
               Y me puso tan cachondo que no le importara que me corriera en su boca que acabé en ese mismo instante. La embestí un par de veces más, y finalmente me quedé muy quieto, sintiendo que mi alma se separaba de mi cuerpo en un proceso que no era nada doloroso. Estaba comulgando con el cielo y las estrellas.
               La saqué de su interior y Sabrae tomó aire. Se dejó caer sobre la toalla, sentada con las piernas dobladas, mientras se apartaba el pelo de la cara y luchaba por recuperar el aliento. Miré el suelo en busca de una mancha blanquecina que se acercara al desagüe, pero no vi nada.
               -¿No te lo habrás tragado?
               Me miró desde abajo, un poco cansada.
               -¿Y qué si lo he hecho?
               -Joder… ven aquí, Sabrae-la insté, agarrándola de la muñeca y levantándola para darle un profundo e intenso beso que tenía un regusto salado. Éste es mi sabor, pensé, invadiendo su boca como enloquecido. Sabrae se colgó de mi cuello, con las piernas un poco dormidas por el rato que había estado de rodillas frente a mí-. Dios, ahora tengo que tomarte yo a ti, o me volveré loco. Quiero estar dentro de ti. Necesito sentir tu dulce y húmeda bienvenida.
               -¡Alec!-me riñó, echándose a reír, pero no me importaba. Estaba loco, sí, pero estaba loco por ella, así que no era una locura negativa; todo lo contrario. Si no estuviera loco por ella, sería imbécil, lo cual era infinitamente peor-. ¿Qué ha sido de lo de ser el responsable de la relación?
               -¿Yo, responsable, y tú, desnuda? Me suena a conceptos totalmente incompatibles, nena-le besé la frente y la estreché entre mis brazos, y ella se dejó hacer. Cerró los ojos y pegó la mejilla a mi pecho, que estaba resbaladizo por el agua que había seguido cayendo de sobre mi cabeza.
               -Entonces, ¿he estado bien?-quiso asegurarse, y yo le saqué la lengua.
               -¿A ti qué te parece?
               -No lo sé. Los tíos sois bastante simples; no tenéis los matices que tenemos nosotras, y no estoy segura de que se pueda chupar una polla de una forma que no os guste, pero… en fin, me gustaría saber qué te ha parecido.
               -Se notan las ganas en la ejecución, aunque ha sido un poco chapucera, lo cual se refleja en el emplatado; es un poco caótico, pero poniéndote las pilas, estoy seguro de que entrarás en el grupo de los favoritos del jurado muy pronto-respondí en tono profesional, el mismo que usaban los jurados de Masterchef en los inicios de cada edición, que Tommy siempre nos invitaba a ver en su casa. Me descubrí echando de menos esas noches en casa de los Tomlinson, rodeado de mis amigos e inflándonos a comida mientras comentábamos las pintas de los platos que los aspirantes les presentaban a los jueces.
               Y recordé que, ahora mismo, no teníamos garantizada esa noche de doble C, comida y colegas, para la siguiente edición. Había que trabajar en Scommy, y Bey y yo lo estábamos haciendo en bandos separados.
               -¿Qué pasa?-preguntó Sabrae, a la que había ignorado en su contestación resuelta. Negué con la cabeza y me obligué a mirarla y a esbozar una sonrisa que la tranquilizara, pero como mi sonrisa no escaló a mis ojos, sólo sirvió para preocuparla más. No le gustaba que fingiera que iba todo bien. La sinceridad no era hacer muecas, sino quitarse la careta, incluso cuando te sentías demasiado vulnerable.
               -No es nada, bombón. De verdad. No te preocupes.
               -Algo tiene que ser para que te cambie la cara así. ¿Por qué no me lo cuentas? Estoy segura de que podremos encontrar una solución entre los dos-tomó mi mano entre las suyas y me dio un beso en la palma, y yo suspiré.
               -Vale, pero si vamos a hablar de eso, necesito que nos pongamos más ropa.
               Un minuto después, estábamos compartiendo toalla (la mía estaba inservible por el tema de que había estado todo el rato en el suelo, protegiendo las rodillas de Sabrae) y vistiéndonos metódicamente, como si estuviéramos en el ejército.
               Con unos leggings limpios, las zapatillas de deporte de antes y una sudadera a juego con sus zapatillas y su bolsa que tapaba una camiseta blanca, Sabrae se sentó en el banco mientras yo me enfundaba mis pantalones de chándal largos y una camiseta negra de Iron Maiden. Se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y dio unas palmaditas en el hueco que había a su lado en el banco para que yo me sentara en él, cosa que hice. Me espatarré cuan largo era y di un profundo suspiro mientras me pasaba una mano por el pelo. ¿Cómo hablar de lo que me había pasado con Bey sin herir sus sentimientos? Lo que me había hecho estaba genial, y si me había distraído rápido había sido culpa exclusiva de una desafortunada asociación de ideas. No es que no me hubiera marcado su mamada; todo lo contrario. Sospechaba que soñaría con ella muchas noches, y también recurriría a ella durante mis sesiones masturbatorias nocturnas, pero… tenía la cabeza en otra parte.
               -Verás, Bey, Jordan y yo hemos hablado de la situación que tienen Tommy y Scott, y hemos decidido que tenemos que intervenir.
               -Estoy de acuerdo. Cuantos más ayudemos, mejor. Sinceramente, creo que están metidos en tal lío que son incapaces de salir solos.
               -Estoy de acuerdo. Y Bey y Jor lo piensan así, así que hemos decidido que tenemos que tomar parte por Scott o por Tommy. No podemos hacerlo por los dos. Adivina a quién me ha tocado a mí-la miré con la cabeza gacha, y Sabrae parpadeó.
               -¿Lo has decidido tú o lo han decidido ellos? Porque Tommy te quiere mucho, Al. No deberías sentir que tienes que serle más fiel a uno u a otro sólo por con quién compartes cama.
               -Vamos, Sabrae, no sólo compartimos cama.
               -Era una forma de hablar, pero lo siento si te ha parecido demasiado impersonal. Podría haber buscado otra expresión. ¿Qué te parece “con quién sales”?-bromeó, deseosa de animarme. La sonrisa esperanzada que le cruzó la boca hizo que a mí se me iluminara el corazón.
               -Esa expresión me gusta más. Pero, volviendo al tema… no es sólo por ti. Es decir, tú influyes mucho; a fin de cuentas, no podría ponerme del lado de Tommy y seguir yendo a verte, eso está claro. Pero el caso es que, si tengo que ponerme de parte de alguien, lo cierto es que entiendo mejor a Scott en la situación. Es decir, tu hermano ha metido la pata hasta el fondo, creo que los dos estamos de acuerdo en eso-esperé un segundo a que asintiera, y cuando lo hizo, continué-, pero creo que todo se ha salido un poco de madre y que la reacción de Tommy ha sido un poco exagerada. Aunque por otro lado lo entiendo, porque se ve que las cosas con Diana no están muy para tirar cohetes, pero… Scott no tiene la culpa de eso. No es el malo de la película, como lo está pintando Tommy… y Tommy tampoco es el malo de la película, como está tratando ahora de convencerse tu hermano. Pero, de tomar posiciones, lo cierto es que me siento más cerca de Scott que de Tommy en toda esta locura. Aunque supongo que no puedo ser imparcial; yo fui el primero de todo mi grupo de amigos en enterarme de que estaban juntos. Te conté lo de la tienda de Aaron, ¿verdad? Cuando estaban en su “luna de miel”-hice el gesto de las comillas y puse los ojos en blanco-, y a Eleanor le vino la regla, y no tenía ropa que ponerse y Scott me llamó para que fuera a abrirles y ella pudiera cogerse algo-Sabrae asintió-. Bueno, pues desde entonces, yo he sido un poco el confidente de Scott. Su apoyo moral cuando las cosas no le iban bien con Eleanor, ¿sabes? Tommy no puede pedirme que simplemente haga como si todas esas noches haciendo que un Scott borrachísimo vea que su novia le sigue queriendo a pesar de que ella le dé ultimátum tras ultimátum no hubieran existido. No sería justo pedírmelo, y yo tampoco podría hacerlo aunque quisiera. Me como la cabeza mucho, aunque no lo parezca-sonreí, cansado, y Sabrae me acarició la espalda y me besó un hombro-. Pero bueno. El caso es que eso es lo que hemos decidido entre Bey, Jordan y yo. Supongo que los demás se quedarán con Tommy, porque es al que más ven, y yo le tengo que hacer de niñera a Scott. Pero, claro, no había manera de poner todo esto en marcha y que Tommy se sintiera apoyado sin montar un numerito delante de él, así que Bey y yo acordamos que nos pelearíamos delante de Tommy para que él viera que hay gente que le apoya y que la discusión con Scott está desgastando también a nuestro grupo de amigos. No es algo que les afecte a ellos dos. Nos afecta a todos.
                Me quedé callado, pensando cómo seguir. No sé por qué siempre tenía dudas sobre si andar con pies de plomo con Sabrae, o ir directo al grano.
               -¿Y la discusión no ha salido como esperabas?-adivinó ella, y yo asentí con la cabeza y tragué saliva.
               -O sea, yo estaba más que dispuesto a perdonarle todas las pullas que me soltara a Bey. A fin de cuentas, sólo estábamos haciendo el paripé, pero… te sacó a ti a colación-me la quedé mirando-. Y eso no me gustó una mierda, nena. Que se metan conmigo lo que quieran, pero a ti ni tocarte, sea quien sea: mi madre, Bey, o alguien al que me encuentre por la calle. Para mí, eres sagrada.
               -Me pasa igual-sonrió, dándome un beso en la mejilla.
               -Y bueno… supongo que eso es todo. Me enfadé muchísimo con Bey por jugar sucio, porque la verdad es que no me lo esperaba de ella, y me dije que me piraba y que no iba a volver a jugar a baloncesto hasta que Tommy y Scott no arreglaran las cosas. Y me vine a boxear. Y estaba descargando tensión cuando tú me encontraste. Así que… en eso se resume mi tarde-le dediqué una sonrisa bobalicona, amplia como la cubierta de un barco, pero de labios pegados. Sabrae asintió, jugando con mi pelo-. El caso… es que no quiero que pienses que no me ha gustado lo que me has hecho. Para nada. Me ha encantado, y me ha despejado la cabeza, lo cual es muy difícil últimamente. Tengo muchas cosas en las que pensar. Bueno, ahora que tú y yo estamos bien, menos, pero… sigo dándole vueltas al tema de Scott y Tommy.
               -Yo también-admitió, sentándose de nuevo sobre el banco. Había subido a él sus rodillas para poder abrazarme y demostrarme su apoyo, pero ahora que ya no lo necesitaba, era hora de las confesiones. Y las confesiones se hacían con el culo en el banco, no sobre los pies-. De hecho, esta tarde me he dado cuenta de que no estoy haciendo todo lo que podría por mi hermano. Quiero decir, le mantengo ocupado y lo distraigo todo lo que puedo, pero muchas veces, se me va la cabeza pensando en ti, ¿sabes? Por ejemplo, cuando hablamos por Telegram, él vino a ofrecerme ver una peli y yo básicamente pasé de él. Y no puedo permitirme pasar de Scott ahora. Necesita todo el apoyo del mundo. No estoy siendo una buena hermana.
               -Creo que estás siendo un poco dura contigo misma, bombón. Eres muy buena hermana, simplemente tienes más cosas en la cabeza. Tu vida no gira en torno a Scott.
               -Antes lo hacía.
               -Pero antes no tenías novio-le dediqué una sonrisa llena de dientes y Sabrae puso los ojos en blanco.
               -Lo que estoy intentando decir es que Scott necesita ser una prioridad para alguien, y yo soy muy buena ordenando mis prioridades… y, sinceramente, creo que pocas cosas le harían tanta ilusión a Scott como que yo lo llene de mimos y le preste toda mi atención. Él jamás lo admitirá, pero…
               -Eres su favorita-sentencié, y ella me miró con el ceño fruncido.
               -¿Cómo lo sabes?
               -Es de mis mejores amigos. Es mi trabajo saber estas cosas. Además, tampoco es que sea muy difícil adivinarlo. Habla más de ti sola que de Shasha y Duna juntas… claro que también eres mayor y sois más cercanos, ¿no es así?
               Sabrae sonrió.
               -¿Te lo ha dicho alguna vez?
               -Oh, sí, ¿borracho? Un montón. Incluso sobrio me lo admitió un par de veces, aunque puede que fuera sólo por hacerme rabiar, porque siempre era cuando no nos llevábamos bien-medité-. De todas formas, tampoco es algo que no sea muy común, ¿eh? Todos tenemos favoritos. La mía es Mary, por razones obvias. Y la de Tommy es Eleanor. Por eso este lío es tan gordo; ahora mismo, Tommy se debate entre sus dos favoritos: Scott y Eleanor. Por eso está tan descontrolado.
               Sabrae se mordisqueaba el dedo índice para ocultar su sonrisa.
               -Te parecerá una tontería, pero me hace ilusión que me digas que Scott admite abiertamente que yo soy su favorita. Sobre todo porque él es el favorito en casa. Papá tiene debilidad por mí, pero Scott es el único chico, y mamá… mamá directamente lo adora.
               -Tu madre es un cielo. Os adora a todos.
               -Sí, pero un poquito más a Scott. Pero bueno, que me estoy desviando del tema-se aclaró la garganta y clavó en mí una mirada decidida-. Todo esto viene a colación de que, bueno, lo he estado pensando mucho, y creo que será mejor que, mientras Scott y Tommy estén peleados, tú y yo no tengamos más relaciones sexuales.
               Hice una mueca.
               -Hemos ido demasiado rápido.
               -¿A qué te refieres?
               -No deberías haberte tragado mi semen la primera vez. Tienes que cogerle el gusto a chupármela antes de empezar a tragarte mi material genético, Sabrae.
               Soltó una carcajada que resonó por todo el vestuario, y que me arrancó una sonrisa. Se dio unas cuantas palmadas en las piernas y negó con la cabeza, de forma que sus rizos salieron disparados como los anillos de un planeta que aún estaba por descubrir, y dejaría en pañales la belleza del sistema solar.
               -No tiene nada que ver con eso. Me ha gustado que tú seas el único al que he saboreado. No era lo que me esperaba, pero… no ha sido desagradable.
               ¿El único al que había saboreado? Esta vez, quien puso los ojos como platos era yo. ¿De verdad no había hecho nada semejante con ningún chico antes que yo? Vaya. Me había engañado completamente, ¡y yo que pensaba que tenía un poco de experiencia en eso! Es cierto que la había notado dubitativa y un poco verde en ciertos aspectos, pero no pensé que fuera primeriza en eso de comerse un buen nabo. En general, había ido con cuidado y se había mostrado inexperta, pero había habido momentos en los que había derrochado una confianza que me hizo estar convencido de que yo no era el primero que tenía el inmenso honor de follarse su boca.
               -¿Ha sido tu primera vez?-pregunté con un cierto tono ilusionado que no debería tener un chaval de 17 años que ha tenido más compañeras sexuales que meses de cotización a la Seguridad Social.
               Negó con la cabeza. Ah. Vale. Mi gozo en un pozo.
               -No es la primera mamada que hago. O la que intento, al menos. Pero sí que es la primera vez que permito que se corran en mi boca. Siéntete afortunado-me dio un codazo y me guiñó el ojo.
               -Pues muy mal hecho, Sabrae. Podría haberte pegado una ETS.
               -Nah, no lo creo-subió un pie al banco y ancló el codo de ese lado del cuerpo en la rodilla respectiva, inclinando a un lado la cabeza.
               -¿Por qué no? Podría haberme tirado a medio Londres sin condón mientras estábamos peleados. Resuelvo mis idas de olla emocionales follando, ¿recuerdas? Pues nuestra pelea me dio una ida de olla muy intensa; de las de recorrer el mundo varias veces, para ser exactos. Puede que estuviera tan triste que no hubiera usado condón.
               -Pero no lo has hecho.
               -¿Cómo lo sabes?
               -Porque confío en ti. Y no me habrías dejado ni acercarme a tu polla si hubiera una remota posibilidad de que me pegaras algo.
               Sonreí.
               -¿Tan transparente soy?
                -Más bien luminoso, sol-se inclinó para darme un beso en la mejilla, y yo hice un puchero para pedirle más, pero no me hizo caso-. No pienses que mi decisión tiene algo que ver contigo, porque es todo lo contrario. Tú me haces tener ganas de hacerlo sin parar, pero tengo que pensar con la cabeza. No quiero tener sexo mientras mi hermano esté mal, porque me vuelvo literalmente loca. Ya has visto cómo me he puesto antes, tratando de convencerte de que me la metieras con todo lo que eso implica. No podemos permitirnos que yo me ponga así en casa y Scott me oiga, aunque sea de casualidad. No quiero que piense que vas a ir a verlo sólo por tener una excusa para estar conmigo. Además… así lo cogeremos con más energía.
               Asentí con la cabeza y, de repente, me descubrí echando cuentas desde la última vez que Sabrae había tenido que pararme los pies por culpa de cierto momento en la vida reproductiva de las chicas. ¿No había sido hacía casi un mes?
               Dios mío, ¿¡no tendría un retraso!?
               -Puede que nos venga hasta bien. ¿No deberías tener la regla pronto?
               -Mañana-declaró.
               -Mira qué bien. Me mola eso de solapar justificaciones-levanté el pulgar en su dirección y Sabrae sonrió.
               -No estoy solapando nada.
               Me la quedé mirando. ¿Significaba eso lo que creía que significaba? Alcé las cejas en su dirección, rezando porque me comprendiera. ¿De verdad habíamos superado esa gran barrera de las relaciones que suponía la regla de las chicas? ¿Podríamos tener sexo sin tener que mirar el calendario?
               Sabrae parpadeó a modo de respuesta, completamente inmóvil, pero igual que ella había leído mi pregunta en mis ojos, yo leí la respuesta en los suyos.
               -Ah, vale. Genial. Como si no tuviera poco en lo que pensar, ya-bufé, negando con la cabeza, y Sabrae se echó a reír.
               -Si te parece bien, claro.
               -Por supuesto que me parece bien, Sabrae. ¿Estamos locos? Hemos pasado de cero a cien en menos de una tarde. Y yo soy un adicto a la velocidad. Va en serio, ¡no te rías! Tengo una moto, y me compraré un deportivo cuando sea mayor y millonario. Coleccionaré multas de tráfico como los ancianos coleccionan sellos.
               -No pensé que fuera a hacerte tanta ilusión.
               -¡Como para no! Ya no es sólo que pueda ser cuando queramos, Saab. También hay una parte de mí a la que le hace ilusión que hagamos algo que no has hecho con nadie.
               -Eso es un poco machista, ¿sabes? Lo que hacemos o no debería gustarte sin más, sin importar si ya lo he hecho antes.
               -No es por la idea ésta de la virginidad en la que estás pensando, sino porque creo que pasamos al siguiente nivel, ¿sabes? Que estamos llegando a un sitio que no has visitado antes, y me hace ilusión que me elijas a mí para ello. ¿A ti no te hace ilusión pensar que eres la primera chica a la que le digo que estoy enamorado de ella?
               Sonrió.
               -Sí.
               -Pues con esto, es lo mismo. No me malinterpretes-me giré para estar frente a frente con ella-. Me ha encantado lo que ha pasado antes, y ojalá se repita una y mil veces. No tiene nada que ver una cosa con otra.
               -Tampoco hay mucha diferencia. Mi primera vez practicando sexo oral fue con Hugo, pero a él no le gustó-puse los ojos en blanco.
               -¿Estamos seguros de que ese chaval no es gay?
               -Alec-me advirtió, levantando un dedo en mi dirección.
               -Es que me parece imposible cómo puede no gustarle a alguien tu manera de chuparla. Ha estado muy bien, de verdad-se encogió de hombros.
               -Era tan tímido que se ponía nervioso. Y no sabía qué hacer.
               -Bueno, él se lo pierde-comenté, encogiéndome de hombros. No iba a ser yo quien se metiera con la forma de ser del chaval, especialmente si había sido la causa de que Sabrae y él terminaran cortando…
               … pero es que no podía aguantarme las ganas de seguir con el tema. Me parecía increíble que ningún chico rechazara a nadie por ser demasiado físico, ¡ya no digamos a Sabrae! Por supuesto que podía imponerte, yo mismo me encontraba en ocasiones preguntándome qué había hecho para merecer a semejante diosa, pero, ¿rechazarla? ¡Y yo que me consideraba gilipollas! Cuando una tía despampanante se planta ante ti y tú estás seguro de que no te la mereces, te callas y aprovechas el tiempo que tengas con ella antes de que ella también se dé cuenta.
               -Sois muy distintos, ¿eh?-comenté, y Sabrae arqueó las cejas.
               -Cuando estábamos juntos, antes del sexo, creía que nos compenetrábamos a la perfección precisamente por eso. Pero supongo que, dependiendo de las diferencias, eso de que los polos opuestos se atraen no siempre es de aplicación. Y cuando empezamos a acostarnos, queríamos cosas demasiado distintas por nuestra forma de ser. A él le bastaba con hacerlo y ya, pero yo quería más, ya sabes cómo soy… y él se esforzaba. La verdad es que siempre fue un cielo, siempre se preocupó por mí, pero… si no te sale natural, como me pasa contigo…-se llevó las manos a la boca y me miró-. Oh, Dios. Lo siento. No debería haber dicho eso. No es que os compare, ni nada por el estilo.
               -No te preocupes. De todas formas, yo estoy saliendo muy bien parado-me eché a reír.
               -¿Te molesta que te hable de él?
               -No, ¿por qué habría de molestarme? Tú tienes tu pasado, y yo tengo el mío.
               Sabrae parpadeó.
               -Sí, pero supongo que tu pasado es más difuso que el mío. Es decir, yo tengo nombres propios, chicos con los que nos encontramos continuamente, pero tú… es como más distante.
               -Yo también tengo nombres propios.
               -¿Me dices alguno?
               -¿Me estás preguntando el nombre de la chica con la que perdí la virginidad?
               Sabrae se mordió los labios, y asintió una única vez, tímida. Me llevé las manos al colgante del diente de tiburón, un recuerdo eterno de mis veranos en Grecia.
               -Se llama Perséfone. Es una amiga. De Grecia. La veo todos los veranos-Sabrae abrió la boca para preguntar, pero la cerró casi al momento. Me pregunté si no quería saber o no quería preguntar para no invadir mi espacio. Pero, como no puedes invadir algo que te pertenece enteramente, decidí animarla-. Puedes preguntarme lo que quieras. Yo sé tu historia. Ahora es tu turno de conocer la mía.



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1 comentario:

  1. Ayyyy me ha encantado este capítulo sos. THE MAMADA IS HERE. En verdad me ha gustado el capítulo más por la conversación que han tenido, tanto antes como despues, que la mamada en si. Me encanta que follen como locos y sin dos dedos d efrente y sean tan sexuales y cariñosos y que Justo después de eso también sean capaces de abrirse totalmente con el otro y contarle lo que sea o expresarse sus preocupaciones. Es que real que esto del capítulo del hoy me ha encantado porque refleja lo sano de una relación a mi parecer y digo relación porque Sabrae le ha llamado ya novio dos veces ASI QUE OFICIALMENTE SON NOVIOS JA.
    Pd: Deseando leer la historia de Alec con Perséfone

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