¡Toca para ir a la lista de caps! |
-¿Qué estás haciendo, cabrón?-le recriminé al chico que
apareció en la pincelada del espejo que había recuperado del vaho con mi mano.
El gilipollas que había al otro lado del cristal me miraba con el ceño
fruncido, una expresión fiera en los ojos que no tenía nada que envidiar a la
de un león.
Me
sentía sucio. Miserable. Sabía que lo que estaba a punto de hacer estaba mal en
todos los sentidos. Supongo que por eso había dejado que el aleatorio de
Spotify eligiera las canciones que cubrirían el sonido del agua mientras me
duchaba, para que mi cerebro estuviera ocupado reproduciendo la letra y
disfrutando de ella y no se pusiera a pensar en las consecuencias de mis actos.
Toda mi vida había sido un gilipollas, pero jamás lo había sido a propósito: si
me había metido en líos, siempre había sido por no pensar las cosas y actuar
directamente, pero ése no era el caso. Era un cabrón por lo que iba a hacerle a
Sabrae, y era más cabrón todavía porque sabía lo que eso le haría. No podía
alejarla de mí, así que haría que fuera ella la que nos alejara, la que pusiera
distancia entre nosotros.
Como
si el mundo me estuviera mandando señales de que me estaba equivocando, cuando
ya me había llenado las manos de la espuma del champú, Spotify decidió que era
un buen momento para poner Evolve, el
disco de Imagine Dragons, en aleatorio. Había cantado a voz en grito las
canciones según se iban sucediendo, pero a medida que el orden iba cobrando un
sentido, fui cayendo en lo que significaba todo lo que estaban cantando en la
banda originaria de Las Vegas. Con Whatever
it takes, mi boca dejó de cantar las letras y mi cerebro empezó a darle
vueltas de nuevo a lo que llevaba haciéndolo toda la semana, desde que había
visto a mi hermano. Intenté bailar frente al espejo con I Don’t Know Why, que la siguió, pero no podía dejar de pensar en
lo que haría esa noche, en si sería capaz de clavar el primer clavo en el ataúd
de mi relación con Sabrae y pasarle el martillo. Believer me hizo ver que me equivocaba.
Y Next to me me jodió a niveles en los que
no pensé que pudiera joderme jamás ninguna canción. Me recordó que ella me
había hecho mejor persona, invencible, poderoso, y que era perfectamente capaz
de conseguir que las cosas entre nosotros se encauzaran.
No. No pueden encauzarse. No soy bueno para
ella. Me lo había repetido por activa y por pasiva cuando no podía dormir
por las noches y entraba en la conversación que habíamos compartido y que yo
rezaba porque ella no eliminara cuando se enterara de que había hecho aquello
para lo que le había pedido permiso sin querer que me lo concediera.
Estaba
en un callejón sin salida, y para colmo me había pintado una diana en el pecho
y otra en la frente, indicándole tanto a la mafia como a los policías que me
perseguían que yo era el topo, y que valía lo mismo vivo que muerto.
Había
ido a ver a Diana con la esperanza de que ella le contara a Sabrae lo que
pretendía hacer, y que Sabrae viniera a pedirme explicaciones por estar
recuperando mi comportamiento de vividor gilipollas y capullo que no tiene
escrúpulos en términos de sexo. Me estaba volviendo peor persona que cuando me
follaba a tías que tenían novios pero muy pocas ganas de serles fieles, porque
ahora quien estaba a punto de ser infiel era yo, y en lugar de estar encerrado
en mi habitación con música a todo trapo que callara los demonios de mi cabeza,
a lo que me estaba dedicando era a afeitarme con cuidado y ponerme bien guapo,
no fuera a ser que no consiguiera seducir a Zoe y todo mi plan se fuera a la
mierda.
Pero
Sabrae no había venido. Supongo que ya se había dado por vencida conmigo, o
peor aún, que considerara que estaba en mi derecho de liarme con otras chicas
simplemente porque no tenía “novia” estrictamente hablando, aunque yo así lo
sentía. Como un mamarracho. La madre que
te parió. En lugar de dedicarme a alejar de mi vida a la única chica que me
había importado de la forma en que sólo se importan las personas en las
películas románticas que tanto les gustan a las tías, debería estar ocupado
luchando por merecerla, mejorando como persona, combatiendo esos demonios
contra los que yo sabía que Sabrae
podría destruir. Ella los había creado, ¿no? Pues bien podría destruirlos.
Puse
las manos a ambos lados del lavamanos y apreté tanto los dedos en el mármol que
los nudillos se me pusieron blancos, y hundí los hombros. El peso de todo el
mundo recaía sobre mi espalda, un mundo en el que el dolor de Sabrae ya estaba
impregnado hasta el núcleo interno, haciéndolo más masivo que el mayor de los
agujeros negros. Sabrae no me perdonaría esto, Sabrae me mandaría a la mierda,
y Sabrae necesitaba mandarme a la mierda y seguir con su vida. Estaba jodido,
jodidísimo a escalas insospechadas; tanto, que cualquier psiquiatra saldría
corriendo sólo con hacerme una exploración. Y todo por culpa de mi maldita
sangre. Lo que daría por no ser hijo de quien era, por no tener mis genes…
Ojalá
Dylan fuera mi padre. Ojalá su apellido fuera el mío desde el momento en que
nací, y no hubiera ninguna tachadura en el Registro Civil que ocultara un
apellido del que me avergonzaba y que ponía nombre a un legado del que yo me
había pasado la vida huyendo, sólo para encontrármelo de bruces al girar la
esquina. Él habría tenido un hijo que se mereciera a Sabrae. Un hijo que le
aguantara la puerta por caballerosidad, y jamás porque eso le brindaba la
oportunidad ideal de mirarle el culo. Un hijo que no aceptara que lo invitaran,
sabiendo que él tenía un trabajo y ella no. Un hijo que no permitiría que la
emborracharan hasta el punto de no tenerse en pie y no poder defenderse si un
baboso se intentaba aprovechar de ella. Un hijo que en ningún momento
permitiría que ningún baboso se le acercara.
Un
hijo que siempre la hiciera sentirse segura, sin importar la ropa que llevara o
la distancia que hubiera entre ellos, con el que ella jamás tendría miedo y
siempre estaría a gusto.
Un
hijo con el que no tuviera que gemir con un hilo de voz “no me gusta” estando
en la cama.
Un
hijo que no disfrutara poniéndole las manos en el cuello y se corriera al
descubrir la vomitiva sensación de poder que siempre te invade cuando tienes la
vida de alguien en tus manos.
Un
hijo como él, y no como yo. Un Whitelaw de verdad, y no un Cooper con una
moralidad que luego no llevaba a la práctica. No me gustaba ser un Cooper.
Jamás me había gustado y jamás lo haría, pero ahora, lo único que podía salvar
a Sabrae era esa naturaleza que yo me había esforzado en ocultar.