miércoles, 23 de diciembre de 2020

Fénix.


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 Y yo que pensaba que no podía haber más tensión y peligro en un espacio cerrado, y que era imposible que esa sensación de seguridad se quedara adherida a las paredes del hospital. Que, cuando Brandon se fuera, milagrosamente sin haberse encontrado con su exmujer, Alec simplemente emitiría un bufido de relajación, pondría los ojos en blanco y lanzaría unos cuantos tacos para terminar de expulsar todo el veneno que su padre había puesto dentro de él.
               Siempre había creído que la suerte me sonreiría sin importar la situación. Que, sin importar cómo se torcieran las cosas, todo terminaría saliendo bien. ¿Qué posibilidades había tenido yo de encontrar a mi familia hacía casi quince años, cuando me abandonaron frente a la puerta de un orfanato en un pequeño capazo con una nota en la que sólo venían mi nombre y mi fecha de nacimiento? ¿Qué posibilidades había tenido yo de que Scott se parara frente a mí, de que nos miráramos a los ojos, y todo hubiera ido rodado desde entonces? ¿Qué posibilidades había tenido de que mi padre fuera cantante, y me regalara el premio más importante que se otorgaba en la música con una canción que llevaba mi nombre? ¿Qué posibilidades había tenido de que mi mejor amiga fuera insistente conmigo, ajena a mis continuos rechazos por mis ansias de ser desdichada en soledad los primeros días de cole? ¿Qué posibilidades había tenido de que Alec, un sol como no había ningún otro caminando sobre la faz de la Tierra, se enamorara de mí?
               Prácticamente ninguna. Pero todo había pasado, así que en lo más profundo de mi ser, me consideraba una de las pocas elegidas por Dios para que todo le saliera bien. No sabía qué había hecho para merecerlo, pero durante años, me había creído su favorita. De ahí había surgido una positividad rayana en la más desvergonzada inocencia, un sentimiento de supervivencia contra el que nada podría competir.
               Pero el universo es cruel, Cruel con mayúscula, y lo que Dios da, también lo quita. Supongo que había agotado toda mi suerte en ese momento, cuando Annie abrió las puertas del ascensor mucho antes de que Brandon se marchara de la habitación, dándose por vencido por primera vez en su vida. Quizá había abusado de mi suerte y no había tenido la suficiente como para evitar ese fatídico encuentro. Quizá, después de todo, estaba deseando imposibles. No sabía nada más que pinceladas generales de la historia de aquellos dos, las que Alec había estado dispuesto  contarme, pero con aquello me bastaba para sospechar que las cosas simplemente estaban siguiendo su curso. Que Brandon había luchado por conservar a Annie a su lado (no, no a su lado; más bien, bajo su yugo) con uñas y dientes, y que, igual que un jaguar, ahora que volvía a tenerla a tiro, no la pensaba soltar.
               Los dos padres de Alec se miraron en silencio durante un instante, como midiéndose. Pude ver que la expresión de Brandon cambiara ligeramente; podía intentar engañarse a sí mismo y también a Alec, a quien no conocía, cuyo rostro no le resultaba más familiar que por el parecido con su otro hijo y el suyo propio, pero Annie llevaba demasiados recuerdos pintados en sus facciones como para poder fingir que la terapia había obrado un cambio real en él. Alec no lo conocía, no del todo, al menos, así que podía intentar engañarlo, sobreponerse a las mentiras que su madre le hubiera contado con respecto a él, convencerlo de que todo eran exageraciones propias de una mujer histérica que se había inventado una historia tan truculenta como maligna para poder abandonarlo e irse con el calzonazos de su amante arquitecto.
               Con Annie, en cambio, no podía fingir ser otra persona. Ella había visto el monstruo que llevaba dentro. Había invocado la maldad de su interior. Y no podía hacer nada contra esa maldad… ni aunque quisiera.
               Brandon abrió la boca para decir algo, seguramente empezar el concurso de insultos en el que no tendría rival. Annie se achantaría como llevaba haciendo años, como había hecho siempre, como aún se achantaba cuando tenía una pesadilla en la que no había escapado de casa a tiempo, en la que aún seguía con él, y el sonido de unas llaves en la cerradura le recordaban a las trompetas indicando la llegada del Juicio Final. De la misma manera que los traumas de Annie se abalanzaban sobre ella cuando nadie estaba mirando, ya fuera para protegerla o simplemente por curiosidad, estos irían de nuevo a por ella y Brandon no tendría rival.
               O eso pensábamos todos, incluido Alec, que se revolvió en la cama, intentando atraer la tención de su padre de nuevo hacia él. Pero Annie nos sorprendió.
               Por segunda vez en su vida y también en la de Alec, fue ella la que cogió el toro por los cuernos. Hacía quince años que había cogido a sus dos hijos, había hecho una maleta apresurada y había salido corriendo (literalmente) de su casa en mitad de la noche, pero dentro de ella aún quedaba ese fuego que la había invitado a escapar. Puede que ya no fuera más que una chispa, pero por lo menos había conseguido levantar el globo aerostático que era su ánimo del suelo. Lo cual era mucho más que lo que podía decirse de Alec.
               -Perdonad lo mucho que he tardado, chicos, había unas colas terribles. Esta hora es horrible para conseguir dulces, parece ser-se encogió de hombros y se acercó nosotras, esquivando con habilidad a Brandon, que incluso tuvo el pequeño detalle de dar un paso atrás, acercándose más a Alec de una forma un tanto peligrosa para su estabilidad emocional. Sin embargo, mi chico estaba demasiado ocupado aterrorizándose por su madre como para fijarse en las pequeñas variaciones de las piezas del rival, ahora que la reina había entrado en el tablero. Curiosamente, en ese ajedrez mental que Alec estaba jugando, la pieza más importante no era el ente masculino con movilidad reducida, sino la figura femenina con libertad de movimientos-. Shasha, cielo, como no sabía muy bien qué te gustaba, te he traído un pequeño surtido. Para la próxima, ya me aprenderé tus preferidos-Annie le dedicó a mi hermana una cálida sonrisa que chisporroteó un momento en sus ojos.
               Por lo menos, hasta que Brandon decidió que ya estaba cansado de que fingiera que no estaba ahí. Si Alec y él estaban jugando al ajedrez sin que las mujeres lo supiéramos, su pieza más importante era, también, la más poderosa. Era reina y rey a la vez, y no iba a consentir que lo ningunearan con unos peones de los que no había oído más que el nombre hasta la fecha.
               -Hola, Annie-saludó, pero lo hizo con un deje en absoluto chulesco, sino con un toque que incluso podría pasar por humildad. Era como si supiera que lo había hecho mal en el pasado, y estuviera tratando de expiar sus oscuros pecados de verdad, y no sólo de fachada. Me recordó a un perrito abandonado que ha sido desterrado a las calles por mal comportamiento, y está decidido a que lo readmitan en su mansión a base de dar pena, fingiendo que ha cambiado.
               Annie, no obstante, ya había experimentado ese hechizo otras veces. De las cuatro fases del maltrato, aquella era precisamente la más peligrosa: no la de los golpes, sino la de la luna de miel. Aquella en la que el maltratador volvía a ponerse la careta y demostraba que era un actor digno de todos los galardones: él no había querido hacerle eso, lo lamentaba mucho, no sabía lo que le había pasado, no estaba pensando, la quería, por favor, perdóname, te juro que no puedo vivir sin ti, te prometo que lo último que quiero es hacerte daño. Los maltratadores son los mejores políticos: prometen, y prometen, y prometen, y rompen sus promesas no nada más tomar el poder, sino incluso antes de llegar a verbalizarlas.
               Y Annie era un pueblo cansado de su clase política, seducido por la anarquía, con ganas de una revolución que lo pusiera todo patas arriba.
               Se volvió hacia su exmarido despacio, fingiendo una seguridad que yo estaba segura de que no sentía. La había visto encogerse numerosas veces con sólo escuchar el nombre de Brandon: cuando Alec lo pronunció por primera vez delante de las dos juntas, la expresión le había mudado a absoluto pánico durante un único instante, el tiempo que tardó en recomponerse para reconfortar a Alec, lo mismo que tardó su cerebro en darse cuenta de que Brandon era pasado y no presente. Cada vez que pensaba en algo de la más tierna infancia de Alec, un velo oscuro teñía todos los recuerdos de un halo de infelicidad: Alec había dado sus primeros pasos sobre la misma madera en la que Brandon le había propinado patadas en el vientre tantas veces que le parecía un milagro ser fértil aún; Alec había mamado de unos senos que debía llevar tapados siempre, por temor a que otros hombres la miraran y eso provocara un trueque de bofetadas y puñetazos; Alec había abierto los primero regalos de su Navidad bajo un árbol colocado en una esquina hacia la que Brandon la había lanzado tantas veces que le parecía imposible que la pared no tuviera las marcas de su silueta tatuadas por siempre en el cemento; Alec se había dado sus primeros baños en la misma bañera sobre la que Annie había frotado con miedo el maquillaje que todas las mañanas se aplicaba sobre sus moratones, para evitar preguntas que no quería responder, dudas que le costarían demasiado caro; Alec había pronunciado sus primeras palabras tumbado en una cama en la que Annie había tenido que dejarse llevar tantas veces que ni lo recordaba.
               Alec había tomado sus primeras papillas en una cocina en la que Brandon casi la había matado.
               Y eso era lo que se veían en los ojos de Annie cuando ésta escuchaba el nombre de su exmarido, del padre de sus dos hijos: los miedos de Alec y los suyos propios, los traumas de Alec y los suyos propios, los pocos momentos de felicidad que había tenido con él, manchados por siempre de asociaciones que no quería hacer bajo ningún concepto, pero que su cerebro le obligaba a mirar como quien es torturado en un interrogatorio policial viendo vídeos de cómo su familia sufre por su silencio.
               Brandon no sólo le había robado la tranquilidad de la infancia a Alec, sino que también le había arrebatado el disfrutar de los momentos más dulces de la maternidad a su esposa de por aquel entonces. Y, ahora que sabía lo que era tener hijos y no temer a la persona que yacía a su lado en la cama, con quien los estaba criando, Annie era más consciente que nunca del infierno por el que había pasado.
               Uno no se da cuenta de las atrocidades a las que ha tenido que sobrevivir hasta que no se las cuenta a otra persona.
               -Brandon-dijo solamente, de forma tan épica que pensé por un instante que estábamos en una película bélica. Ni un saludo, ni un qué tal, ni nada por el estilo. Era la escena culminante, el momento en que héroe y villano se encuentran en el campo de batalla final. Me sorprendió que ninguno de los dos portara armas legendarias que midieran dos tercios de su estatura, y que sólo fueran a luchar con el poder que uno había ostentado en el pasado, y la determinación que otra iba a fingir en el presente.
               Algo que, por cierto, a Annie se le estaba dando de cine. Cuando sus ojos se encontraron, saltaron chispas en la habitación. Sentí que un frío lacerante reptaba por mi pecho en dirección a mi vientre, un carroñero a la espera de lo que iba a suceder a continuación. Brandon captaba la hostilidad de Annie, y le ofendía. Le ofendía más de lo que pensaba que podría ofenderle la zorra que se había atrevido a abandonarlo hacía tantos años, más de lo que nunca le había ofendido la puta con la que se casó. Pero no iba a dejar que su representación se fuera al traste por esta sorprendente audacia de aquella mujer. No iba a dejar que aquella mirada penetrante le hiciera perder los papeles y quedar como el malo de la película.
               Porque oh, Dios, cómo lo estaba mirando Annie. Jamás pensé que pudiera caber tanto odio en una sola persona. No había genocida en toda la historia, real o imaginaria, que hubiera detestado la milésima parte de lo que Annie detestaba a Brandon. Y supe, en ese momento, que aquel odio no tenía que ver con ella, sino con Alec, con Aaron y, por supuesto, con Mimi. Era el odio de una madre que te destrozará si les haces daño a sus hijos.
               Una mirada que sólo podría dedicarme a mí también, si algún día me atrevía a romperle el corazón a su niño.
               -¿Qué… qué tal estás?-preguntó su exmarido, incómodo bajo su mirada. No me lo podía creer. Me daban ganas de ponerme a dar saltos de alegría. Me encantaba cómo estaba consiguiendo que se humillara, aunque sólo fuera en apariencia. Al menos, a los Whitelaw les quedaría ese consuelo.
               -Bien-respondió Annie, haciendo un esfuerzo hercúleo por fingir que le estaba costando no hacerle una mueca a Brandon. ¿Qué tal estaba? Vaya pregunta tan absurda. Para empezar, estaba en un hospital, así que eso debería darle pistas-. ¿Y tú?-preguntó con exagerado retintín, demostrándole que no lo hacía por interés, sino por exigencias de educación y cortesía.
               Brandon se rascó la nuca, y tanto Alec como yo clavamos los ojos en los dedos de él. Parte de nosotros esperaba que se sacara un cuchillo de la columna vertebral; la otra parte se estaba escandalizando de que aquel gesto también lo hubiera heredado Alec.
               -También bien. Aunque creo que no tan bien como tú-Annie alzó una ceja e inclinó ligerísimamente la cabeza hacia un lado. Parecía la protagonista de una película de superhéroes (aún no sabía de qué bando; si del de los buenos o del de los malos) decidiendo si se tomaba aquello como una ofensa o no, y cuál sería la respuesta-. Quiero decir… estás…-Brandon carraspeó, como si no hubiera conseguido que Annie aguantara todo lo que aguantó con él a base de fingir ser algo que no era-, estás estupenda.
               Alec exhaló un débil suspiro, tan suave que sólo yo lo escuché, por lo concentrada que estaba en cada uno de sus movimientos. Si era de alivio o porque sabía lo que se avecinaba, no sabría adivinarlo, aunque por lo sorprendente de la contestación de Annie, diría que fue por lo primero.
               -¿Estupenda?–repitió Annie, inclinando aún más la cabeza hacia un lado, como si la palabra misma pesara una tonelada-. Mi hijo-Annie hizo un gesto con la mano en dirección a Alec, que se puso de nuevo en tensión por el tono que su madre estaba empleando –está ingresado, Brandon. No estoy estupenda.
               Alec, Shasha y yo contuvimos la respiración. Juraría que un ligero rubor tiñó las mejillas de Brandon, pero de nuevo, no estaba segura de si era producto de la rabia o de la vergüenza que le producía la gilipollez que acababa de decir.
               -Claro. No, si no lo digo… por esto-Brandon también señaló a Alec con la mano, la palma abierta hacia el techo, como esperando que le lloviera un cuchillo del cielo con el que hacer que nos enteráramos de lo que valía un peine-. Sino a… bueno, físicamente. Estás genial.
               -Gracias-respondió Annie. Nunca había escuchado a nadie decir “vete a la mierda” de esa forma. Se giró y se acercó a Alec, metiéndose entre los dos como si fuera un dique de contención que evitaría una horrible inundación en un hábitat endémico, tan precioso como único. Le mulló la almohada, asegurándose de que estaba como a él le gustaba, y le entregó un pastelito. Se sentó a su lado en la cama, dándole la espalda a Brandon en un acto que muchos considerarían de verdadera valentía, aunque a mí me parecía más bien de estupidez. Le acarició el cuello, el hombro, el cuello de nuevo y la mandíbula a su hijo mientras éste deshacía el envoltorio de su pastelito de chocolate-. ¿Cómo estás, cariño?
               -Bien-baló dócilmente Alec. Annie arqueó las cejas. Le susurró algo en un idioma que yo no entendí; griego, me imagino. Alec le respondió apresuradamente en la misma lengua, y Annie asintió con la cabeza y le cogió la mano que tenía vendada.
               -¿Qué tal está tu madre?-preguntó Brandon. Annie suspiró sonoramente, como quien tiene que lidiar con un niño increíblemente travieso, y respondió:
               -Mi madre está bien. Todos estamos bien-y, entonces, deseosa de ver qué provocaba en ella la temeridad que iba a soltar a continuación, se giró y miró a Brandon otra vez-. Y no es gracias a ti.
                Alec volvió a ponerse rígido, porque vio el ramalazo de ira que atravesó los ojos de Brandon durante una décima de segundo. Shasha, que no estaba versada en esos dramas familiares, miró a Brandon un segundo más tarde de lo necesario, y se perdió ese fogonazo. Yo también pude verlo, por muy sorprendida que estuviera del giro que estaban tomando los acontecimientos.
               ¿Es que Annie estaba completamente loca? Ese hombre era la encarnación de todas sus pesadillas. Su monstruo particular. Alec no podría defenderla de él por mucho que lo deseara (y se notaba en la película de sudor que le cubría la piel, en los ojos clavados en su padre, en sus músculos en tensión, en su semblante ligeramente pálido, olvidado todo rastro de los besos que le había dado el sol mediterráneo en Mykonos), y Brandon le sacaba varias cabezas, así que el factor físico que había condicionado enormemente su relación no había desaparecido. La única variable introducida en la ecuación era yo, deseosa de destrozar a ese grandísimo hijo de puta. Pero Annie no podía estar tan ciega como para ver que me costaría. Había tumbado a tíos mucho mayores que yo en muchas ocasiones, pero una cosa era pelearme con ellos en un ambiente controlado, y otra era hacerlo en un lugar en el que tendría que cuidarme de no hacer daño más que a una de las cuatro personas que había en la habitación, sin incluirme a mí.
               Brandon carraspeó, exhaló un sonido parecido a un “eh” alargado en el tiempo, y se rascó de nuevo la nuca. Pude ver cómo Alec anotaba mentalmente dejar de hacer eso, pues no había nada que odiara más que el que hubiera algo que pudiera relacionarlo con su padre.
               -Respecto a eso…-comenzó Brandon, trastabillando con sus palabras y recuperando el equilibrio con un nuevo carraspeo-. Quería comentarte una cosa, Annie.
               -No hay nada de qué hablar-contestó Annie, encogiéndose de hombros con la serenidad de una emperatriz que tiene en sus manos el futuro de un prisionero de guerra, y con el que no piensa ser misericordiosa-. En serio, Brandon. Lo último que me apetece ahora mismo es hablar contigo.
               -Ni siquiera sabes de qué quiero hablar.
               Annie parpadeó.
               -Es que me da absolutamente igual el tema, Brandon.
               -¿Ni siquiera si es sobre nosotros?
               Annie cerró los ojos, inhaló profundamente y, por fin, dijo:
               -Especialmente sobre nosotros. No hay ningún nosotros, Brandon. Hace quince años que dejó de haber un nosotros. Por si no te había quedado claro en el tiempo que estuviste…-Annie se calló de repente, como si estuviera a punto de pronunciar una palabra tabú. Sus ojos se perdieron un segundo en las manos de su exmarido, y luego levantó la mirada para encontrarse de nuevo con la de él. Su nariz se arrugó ligeramente, acercándose un par de milímetros al espacio entre sus cejas-. Te han soltado.
               No era una pregunta. Lo sabía de sobra. Incluso me lo habían dicho a mí, que había estado en la cárcel, pero no me especificaron el tiempo ni nada; estaba demasiado ocupada celebrando que alguien había pagado por sus crímenes como para preocuparme por detalles mundanos como el de la fecha de la puesta en libertad.
               -Sí. Hace un par de años.
               -¿Buena conducta?-inquirió Annie con aburrimiento, acariciando el edredón a su lado, sin mirar al hombre al que estaba empujando al precipicio de la locura, igual que él no había tenido ninguna consideración con ella hacía tantos años. Pero no los suficientes como para que dejara de doler.
               -Cumplí condena-respondió Brandon de forma tajante, entre dientes. Si hubieran estado solos, las cosas se habrían desarrollado de un modo muy diferente. Él lo sabía. Y Annie, también. Por eso ella se estaba aprovechando de la situación. No era un farol. Realmente estaba cabreada con él. Realmente no iba a dejar que diera ni un paso en falso sin desenmascararlo. Que Alec estuviera en la habitación con ella la volvía valiente, porque la convertía en madre en lugar de exmujer. Y las madres son más fuertes que las exmujeres; ése había sido su problema. Que, durante su relación con Brandon, el único momento en que había conseguido ser madre fue justo al final, cuando escapó con Aaron y Alec bajo el brazo.
               -¿Íntegra?
               -Así es.
               -Ah. Fíjate. El tiempo pasa volando, ¿verdad?
               -Depende de para quién.
               Alec estaba cada vez más y más nervioso. Él no estaba tan seguro de que las cosas fueran a salir bien. No se consideraba afortunado, y la mala suerte es contagiosa.
               -Sí, es verdad. Pasa rápido si estás bien.
               -¿No te lo contaron?-ahora, el que tenía ganas de camorra era Brandon. Calculé el tiempo que tardaría en sortear a Shasha para llegar hasta él si las cosas se ponían feas, y no parecía que mi hermana fuera a ralentizarme demasiado.
               -Quizá. No lo recuerdo.
               Sí que lo recordaba. Annie tuvo que pedir citas dobles con su psicóloga las dos semanas siguientes a la de la recepción de la carta reglamentaria. Por primera vez desde que se separó, había vuelto a tomar somníferos para poder dormir.
               -¿Y tú no te molestaste en preguntar?-esta vez, quien inclinó la cabeza fue Brandon. Y… esbozó una sonrisa chula.
               La misma sonrisa de Fuckboy® de Alec. La diferencia estaba en que, mientras que la de Alec era atrayente, la de Brandon era completamente repulsiva. No había nada que me diera más pánico que aquellos dientes, que tanto habían mordido y tan poco habían besado.
               Y la víctima de aquellos mordiscos estaba allí, con nosotros, en la habitación. Todo el aplomo de Annie desapareció, y ella se esforzó sobremanera en permanecer con nosotros, en no dejar que Brandon venciera, en no hundirse en las arenas movedizas asesinas de su pasado. Tragó saliva y se relamió los labios en un gesto de nerviosismo que no nos pasó desapercibido a ninguno en la habitación, y yo supe que Annie había perdido la batalla al poco de empezarla. Me recordó a aquel capítulo de Juego de Tronos en el que parecía que habría un enfrentamiento tremendo entre dos ejércitos de proporciones similares, pero que terminaba en una absoluta masacre cuando Daenerys aparecía montada a lomos de Drogon, y quemaba a todos sus enemigos antes de que estos pudieran siquiera ponerse a gritar de terror.
               Odiaba sentirme así. Odiaba ver cómo una silueta negra y gigantesca se abría paso entre las nubes, y saber que el final se acercaba sin que yo pudiera hacer nada. Pero no podía. Si Annie no había podido con Brandon, si él la había destrozado hacía tantos años de una manera en la que ni Alec, ni yo, ni nadie podía protegerla, tampoco podríamos nosotros ahora. No había habido ningún cambio significativo, más allá del crecimiento de Alec, que por otro lado continuaba estando tan indefenso como cuando era un bebé.
               -¿A qué has venido, Brandon?-preguntó Annie con una muy bien fingida frialdad, pero colocó las manos sobre el regazo de forma que no pudiéramos ver cómo temblaban, atrayendo de nuevo la atención al único punto que podía delatarla. Su voz se había mantenido plana durante un instante, conservando una calma que, ahora, todos sabíamos que no sentía.
               Me descubrí deseando, fruto de la impotencia, que Shasha supiera pelear como yo. Así, al menos, tendríamos una posibilidad. Sabía que ni siquiera podía fantasear con la posibilidad de que Alec se uniera a nosotras, pues si no estuviera encamado, Brandon ni siquiera se había dignado a aparecer.
               De la misma manera que Drogon, sentí que un fuego nacía en mi vientre y ascendía por mi garganta. Me habría sorprendido no escupir fuego si abría la boca. Me habría sorprendido no echar a volar si saltaba de la cama. Me habría sorprendido que mis dedos no fueran garras, y no desmembraran a Brandon si yo estiraba el brazo y lo tocaba.
               -A hablar-respondió, sentándose también en la cama de Alec. Los dos se miraron durante un rato tan largo que me costó no echarme a temblar. Se estaban midiendo con la mirada, y era cuestión de tiempo que Brandon se diera por satisfecho con la debilidad de Annie. Era cuestión de tiempo que Annie no apartara la vista, pensé. Era cuestión de tiempo que no se echara a temblar, o exhalara un jadeo y le pidiera con aquella voz suplicante que él tanto echaba de menos que parara, como se lo había hecho tantas y tantas veces en el pasado.
               Pero Annie no apartó la vista. Annie no jadeó. Annie no se echó a temblar. Aguantó y aguantó y aguantó. Por Alec. Siempre por Alec. Notaba en la rigidez de su cuerpo cómo estaba conteniendo las ganas de echar a correr, pero el cambio que se había producido en ella la noche que se escapó de casa era irreversible: siempre sería antes madre, y después, mujer, de modo que siempre protegería a sus hijos, incluso en detrimento de ella misma.
               -Del pasado, precisamente-añadió Brandon en un tono un poco más suave, quizá percatándose de que el espectáculo que nos había preparado estaba desmoronándose ante sus ojos. No podía dejar que se le cayera la careta aún; no, cuando todavía no podía echarle la culpa a Annie de una negativa que todos escuchábamos en el ambiente, una negativa que llevaba tres lustros cuajándose. Si se ponía chulo antes de tiempo, si de su pecho salía un gruñido y no un ronroneo, no recuperaría la oportunidad de dejar de quedar como el malo de la película. Necesitaba seguir siendo dócil. Todavía debía ser un gatito, en vez de un tigre-. Ya te lo he dicho.
               Se inclinó ligeramente hacia ella, y Annie, de una forma instintiva, reculó los mismos centímetros que Brandon había ganado. Estiró una mano para buscar la de Alec, en parte por necesidad de consuelo, en parte para asegurarse de que él estaba bien. Su hijo estaba blanco como la cal, con los ojos tan fijos en su padre como los de los soldados que habían oteado el horizonte en busca del ejército rival, deseando que el cielo continuara siendo azul y blanco, sin manchas oscuras ni sombras de toneladas.
               -Y yo ya te lo he dicho, Brandon. No tengo ganas de hablar del pasado.
               -No tienes que hacer nada-la tranquilizó Brandon-. Sólo escuchar. Con que me escuches, me basta, ¿de acuerdo?
               Annie parpadeó. Miró a Alec, que le devolvió una mirada con la que se dijeron muchas cosas en silencio. Había una complicidad entre ellos que Brandon jamás podría simular con Aaron, y que Aaron desearía tener con su madre, pues así podría controlarla mejor, y servírsela más en bandeja a su padre. Sentí que ese fuego explotaba en mi garganta, producto de la bilis inflamable que me subió por el esófago cuando pensé en Aaron. ¿Cómo de miserable hay que ser para hacerle algo así a una madre?
               Cuando Alec y Annie rompieron el contacto visual, Annie asintió con la cabeza, y Brandon suspiró, aliviado. Estiró la mano hacia ella para cogérsela, probablemente acostumbrado a que el contacto físico fuera el primer modo de control que ejercía sobre ella. Cuántas veces esas manos la habían sometido cuando no lo conseguían sus palabras…
               Sin embargo, Alec no le permitió tocarla. Con el brazo que tenía en cabestrillo, rodeó a su madre por la cintura y tiró suavemente de ella hacia atrás, con toda la fuerza que le permitían sus músculos comprimidos y los huesos rotos. No fue demasiada, pero sí lo suficiente para que él estuviera un poco más tranquilo: había alejado a su madre de Brandon, protegiéndola por primera vez de él, y había hecho que Brandon también comprendiera de qué parte estaba Alec: de la de él, no. De la de él, nunca. De la de él, jamás.
               -Annie-dijo Brandon, en el mismo tono de quien riñe a un niño travieso y adorable a partes iguales. Tenía la mano extendida frente a ella, acercándosela como ofrenda de paz. Annie miró la palma, estudió las líneas, leyó algo en ellas, y volvió a levantar la cabeza.
               Yo sabía que iba a preguntarle si aún le tenía miedo, si todavía estaba con esas… y no iba a consentir que se riera de mi suegra delante de mí.
               -No necesitas tocarla-dije yo, y Alec me miró por detrás de Annie con una expresión que claramente quería decir “¿qué cojones estás haciendo?”-. Así estáis bien. No tienes que estar demasiado cerca de ella; Annie oye genial.
               Shasha se sonrió, hundiendo la cara en su ordenador para que no pudiéramos vera. Alec, no obstante, me estaba fulminando con la mirada de una forma que me aguijoneaba la piel, pero a mí me daba igual. No estaba allí para hacerle gracia; estaba allí para cuidar de él.
               Aparentemente, lo conseguí, porque Brandon asintió con la cabeza, exhaló de nuevo un suspiro, y dejó caer la mano en el colchón, a su lado. La fugaz idea de que quizá agarrara la rodilla de Alec y la apretara hasta rompérsela de nuevo me atravesó la mente como un cometa, pero enseguida la deseché. Todavía no podía sacar al monstruo que llevaba dentro. Todavía no podía hacer nada que le hiciera quedar como el malo de la película.
               -De acuerdo, eh… bueno, Annie, como sabrás, a los condenados por… eso-evitó mirarla a los ojos de la misma forma que evitó pronunciar las palabras deplorables: violencia de género-, nos incluyen en un programa de rehabilitación para que intentemos revertir nuestras conductas, y… en fin, conmigo se puede decir que ha dado resultado, más o menos.
               Alcé una ceja. Alec deseó poder tirarme un piano a la cabeza. Deja de moverte, me decía su aura, sal de su área de atención. Pero yo no podía, no podía. Le odiaba, me daba asco, y quería que supiera cuánto le odiaba y cuánto asco me daba. Quería que supiera que, si fuera por mí, llevaría muerto el mismo tiempo que llevaba dentro de la habitación. Que habría disfrutado bailando sobre su pecho, que le habría reventado la cabeza de una patada, y que habría disfrutado de cada segundo en el que abandonaría mi humanidad para convertirme en una asesina. Cumpliría condena gustosa, pues no sería una criminal, sino una justiciera.
               -El caso es que todavía voy a terapia. Y…-se interrumpió cuando los celadores trajeron la bandeja con la cena de Alec: sopa de fideos y filete de ternera a la plancha con puré de patata. Acusando la cantidad de gente que había en la habitación, el celador miró en derredor con curiosidad, comprobando el parecido físico que había entre el hombre que había a los pies de la cama y el joven paciente. Estableció la conexión en su cabeza, y sin decir nada, se marchó de la habitación, seguro de que pronto podría confirmar sus sospechas.
               Me fijé en que Annie tecleaba a gran velocidad en su teléfono antes de comentar “vaya, qué tarde se ha hecho”, y bloquearlo. Juraría que vi un globo verde en la parte derecha de la pantalla indicando que acababa de enviar el mensaje que había escrito en un apuro.
               Brandon captó la indirecta, y se mordisqueó el labio.
               -Sí. No os preocupéis, esto… enseguida me voy. No creo que nos lleve mucho tiempo.
               -No es nada personal, Brandon-Annie se encogió de hombros-. Es que Alec tiene que dormir.
               -Lo sé. Créeme, lo sé. Todo esto debe de haber sido una lata, ¿verdad? Lo del accidente, y eso.
               -Ni te lo imaginas.
               -Ya. Con lo grande que está, seguro que a sus huesos le llevarán mucho más tiempo que a la media soldarse-bromeó, y Annie tuvo que esbozar una sonrisa cortés.
               -Sí, bueno, la verdad es que es de crecer mucho, ¿no es así, mi amor?-ronroneó, apartándole un mechón de pelo de la frente con gesto amoroso-. ¿Sabes?, estoy bastante segura de que llegará a ser más alto que Aaron.
                -¿Tú crees? Aaron es bastante alto. Es el más alto de la familia.
               -Alec lo será más-sonrió Annie, orgullosa de su hijo mediano, su tesorito más puro, el que había salvado de la corrupción de su familia. Quizá Mary fuera su única hija y por lo tanto tuviera ciertos privilegios que Alec y Aaron no tenían, pero Alec siempre sería su bebé, su ojito derecho, incluso cuando ninguno de los dos estuviera dispuesto a admitirlo.
               Brandon se quedó callado, mirando a madre e hijo con una emoción positiva en la mirada. ¿Ternura, quizá? Me parecía imposible identificar eso en su mirada, pero ahí estaba.
               -Hicimos muchas cosas mal-comentó, y los ojos de Annie cayeron al pecho de Alec, examinando su respiración-, pero lo que hicimos bien, lo hicimos muy bien. ¿No crees?
               Ahí estaba. El punto débil de Annie. El único argumento que podías esgrimir en su contra y que ella no te podría refutar: sus hijos.
               Annie asintió con la cabeza, el dedicó una débil sonrisa a Brandon, y esperó a que él continuara.
               -Vale, ¿por dónde iba? Ah, sí. La terapia. Verás, no sé si Aaron os lo ha contado, pero estando en la cárcel yo… conocí a una mujer. Me he casado-le enseñó la mano izquierda a Annie, en la que lucía una alianza dorada. Annie asintió con la cabeza, cortés-, y tenemos una niña preciosa. Si quieres, luego te la enseño.
               -Está bien-cedió Annie, con un cierto deje animado en la voz. Por supuesto, los niños serían su punto débil siempre, aunque los suyos siempre ocuparían un lugar especial en su corazón.
               -¿En serio? ¡Genial!-celebró Brandon, feliz de que sus trucos estuvieran dando resultando, y en esa ilusión vi, por un instante, al chico del que Annie se había enamorado tan trágicamente hacía más de dos décadas. Pude ver qué le había visto, qué disfraz había usado con ella, y cómo había hecho para atraerla hasta capturarla en sus redes.
               Si no fuera mala persona, Brandon incluso era guapo. Incluso te apetecía complacerle, conseguir que una de esas sonrisas que le acababa de regalar a Annie, te la dedicara a ti, lo que te haría sentir tremendamente especial.
               -Verás, sé que en el pasado lo hice bastante mal, y tuvimos nuestros más y nuestros menos, pero sé que ser buena persona está dentro de mí. Lo sé, Annie-se llevó una mano al pecho y Annie asintió con la cabeza-. Cuando estuvimos juntos yo llegué a un punto muy oscuro, emocional y psicológicamente, y supongo que te hice pagar mucho de lo que había dentro de mí. Y no sabes cuánto lo lamento. Me gustaría que pudieras entender adónde quiero ir a parar con esto: Hope se merece un buen padre. Linda se merece un buen marido. Se merecen lo que tú tuviste al principio, ¿no crees?-Annie no dijo nada, simplemente le escuchaba, pero Brandon continuó de todos modos, como si se trajera el discurso ensayado de casa.
               Parpadeé y fruncí el ceño. Agaché la cabeza, rumiando ahora la idea. Como si se trajera el discurso ensayado de casa…
               Noté que Alec me miraba con cierta perspicacia, y fue entonces cuando caí en la cuenta. Alec ya se había percatado de eso en cuanto Brandon empezó a hablar. Él no era un arma que utilizar para dañar a Annie; era el ensayo general antes del gran debut.
               Sólo esperaba que Brandon no le hubiera tocado la fibra sensible a su madre, porque no se merecía que le perdonaran tantas atrocidades en base a una actuación, por muy buena que ésta fuese.
               -Y yo quiero dárselo. De veras que sí. Por eso, he continuado yendo a terapia incluso después de que me pusieran en libertad. No quiero dejar que las cosas se tuerzan como se torcieron contigo. No quiero meter la pata esta vez, pero… no dejo de pensar en que, si llevo dentro ser buena persona, buen padre y buen esposo, también lo llevo el ser malo. Lo he discutido mucho con mi terapeuta; tener a Hope fue una decisión consensuada entre mi mujer y yo, después de mucho meditarlo, y ella confía en que yo lo conseguiré. Yo no estaba tan seguro, hasta que no lo traté con mi psicólogo, y me dio la llave que necesito para atravesar esa puerta.
               Annie no dijo nada. Se limitó a esperar, incluso cuando Brandon se quedó callado para que le preguntara cuál era esa llave. Después de un instante de silencio desesperado por su parte, de curiosidad por la de Shasha, de incredulidad por la de Annie y de rabia por la mía y la de Alec, Brandon continuó.
               -Verás, Annie. Sé que quizá creas que te estoy pidiendo demasiado, pero… de verdad necesito pedirte que me perdones por todo lo que te hice.
               Annie se estremeció de pies a cabeza, pero Brandon levantó una mano para que le dejara continuar.
               -Sé que te resultará chocante, pero ahora estoy intentando ser un hombre nuevo. Y, para poder ser esa persona, tengo que cerrar para siempre ese capítulo de mi vida en el que dejé que nos hiciéramos tanto daño. Y la única forma que tengo de hacerlo es, según mi terapeuta, consiguiendo que me perdones. Es la única manera que hay de que yo pueda pasar página. Así que… ¿me perdonas?
               -¿Por qué?-preguntó Annie. Brandon se relamió los labios.
               -Por… por dejar que todo degenerara como degeneró. Por no haber parado las cosas cuando debería. Por haber dejado que todo se fuera de madre, y que nuestros problemas nos superaran. Quiero que me perdones por lo que te hice. Por favor-añadió, al darse cuenta de que, quizá, no le estaba quedando todo tan elocuente como antes.
               Casi la tenía. Annie no dejaba de mirarlo con la concentración de una polilla que se acerca a la luz que la matará. Los dos estaban quietísimos, como dos estatuas. En la habitación sólo se escuchaba el susurro de las gafas de oxígeno de Alec, proporcionándole el sustento que necesitaba.
               Annie no quería. Annie jamás perdonaría a Brandon, incluso aunque le dijera que sí. Le había dejado heridas demasiado profundas. Le había hecho tanto daño que no podría recuperarse nunca. Había cosas que no podía hacer con Dylan porque le traían recuerdos horribles; cosas que yo sí podía llevar a cabo con Alec en la cama porque para mí eran inocentes, juegos excitantes, para Annie no eran más que viejas torturas que volvían de entre los muertos para atormentarla. Había perdido a un hijo por el camino, y quién sabe si a más de los que nunca había hablado.
               Pero Brandon tenía una hija…
               -¿Me dejas ver a tu niña?-preguntó Annie, y Brandon asintió, aliviado. Se sacó el móvil del bolsillo del pantalón, lo desbloqueó, seleccionó una foto y se la tendió a Annie, que aceptó el teléfono con cuidado.
               Brandon tenía una hija. Brandon quería ser un buen padre. Y Annie sabía lo mucho que habían sufrido sus hijos por no tener un buen padre. Era una buena persona, por encima de todo, y no permitiría que una niña creciera en el mismo ambiente en que lo habían hecho los suyos, por mucho que le doliera el pasado. La madre que había en ella procuraría que todos los niños del mundo estuvieran bien.
               -Qué mona es…-admiró, sonriendo, y a Alec y a mí se nos paró el corazón.
               Durante dos latidos.
               Los que tardó Annie en preguntar:
               -¿A su madre también la estampas contra las paredes si no hace todo lo que tú quieres?
               Shasha se puso pálida. Yo noté que toda la sangre de mi rostro lo abandonaba a gran velocidad. Alec volvió a cambiar de color varias veces, como un camaleón cuya piel no respondía a su voluntad, sino a sus emociones. Se puso verde antes de blanco como la cal, de un tono en el que yo no lo había visto nunca, ni quería verlo jamás.
               Aunque lo mejor no fue eso. Lo mejor fue el rojo que tiñó el rostro de Brandon mientras Annie lo miraba, completamente ajena a lo que sucedía a su alrededor. Sólo tenía ojos para su exmarido, unos ojos que, parecía, brillaban con el orgullo que sólo puede proporcionarte la venganza.
               -Annie…-suspiró Brandon, presionándose el puente de la nariz. Annie se encogió de hombros.
               -Sólo quiero saber si yo era especial o algo, o si me veías más tonta que a las demás, y por eso me apalizabas cada vez que se te apetecía-respondió Annie en tono gélido. El mismo tono con el que habría hablado si se lo hubiera encontrado hace quince años, cuando se marchó a la carrera, dejándolo todo atrás. Se había enfrentado a él una vez, y no dudaría en hacerlo más.
               Porque puede que los niños del mundo se merecieran tener buenos padres, pero Aaron y Alec también habían sido niños, y no habían tenido esa suerte.
               Y eso Annie no se lo perdonaría.
               -Mira, Annie, no pienso entrar en tu juego-respondió Brandon, estirando la mano para recuperar su teléfono, que voló en el aire de la mano de Annie cuando ésta abrió los brazos.
               -Ah, ¿que era un juego? Está bien saberlo, aunque es una lástima que me haya enterado tan tarde. Habría pedido un cambio de equipo, o tiempo muerto; me habría venido genial, aunque, ¡tú te lo tomabas en serio, ¿eh?! Apuesto a que ningún jurado habría menospreciado los moratones que me hiciste, que demostraban lo mucho que mandabas sobre mí y lo macho que eres.
               -Los dos hicimos cosas de las que nos arrepentimos, estoy seguro.
               Annie se rió entre dientes.
               -Creo que tienes una percepción distorsionada de la realidad, Brandon. Me da la sensación de que nadie te ha dicho qué es lo que me hiciste realmente. Me parece genial que vayas a terapia y trates de ser mejor persona, pero tus intenciones de ahora no te eximen de lo que me hiciste en el pasado.
               -¡Por eso, precisamente, he venido a pedirte perdón, Annie!
               -Lo cual está muy bien, pero yo tengo todo el derecho del mundo a no creerme una mierda de lo que me acabas de decir, porque sé que no estás siendo sincero. Tú no quieres que yo te perdone; sé que te irías exactamente igual si te dijera que no pasa nada, que está todo olvidado, o si te dijera que jamás te perdonaré lo que nos hiciste a mí y a mis hijos. Tus hijos, Brandon. A mí me encontraste por la calle, pero a ellos los hicimos los dos, y a ti eso te daba absolutamente igual hace quince, veinte años.
               -Pero ahora no me lo da. Quiero ser un buen padre.
               -Para tu hija. No para los chicos. No me has pedido perdón por lo que les hiciste a ellos, y eso es lo que más me duele de todo.
               -No te angusties. Ya lo he hecho-aseguró, incorporándose y pasándose las dos manos por el pelo, echándoselo hacia atrás como si tuviera una larguísima melena-. Ya he hablado con Alec, y está todo arreglado.
               Annie hizo un mohín. Evidentemente, no sabía que Brandon le estaba diciendo la verdad; por lo menos, en lo que respectaba a Brandon. Sin embargo, a Alec lo conocía lo suficiente como para no necesitar estar en la misma habitación que él para saber que todo lo que él le dijera a Brandon, sería para aplacarlo, no porque lo sintiera de veras.
               -No está todo arreglado. Alec no es el único que tiene que perdonarte todo lo que nos hiciste, y yo no pienso hacerlo.
               -¿Puedo saber por qué?
               -No tengo por qué darte ninguna explicación.
               -Aun así, creo que me la merezco, Annie.
               -¿Que te la mereces?-Annie se puso en pie también y lo señaló con un dedo acusador. Alec seguía pálido. Presté atención a su pecho para asegurarme de que estaba respirando, pues las gafas no le servirían de nada si los pulmones no se contraían y se relajaban; cuando vi que su torso subía y bajaba de forma casi imperceptible, me relajé y volví la vista hacia Annie-. ¡Yo también me merecía estar tranquila hace veinte años, Brandon! ¡Me merecía que no me pegaran una paliza día sí, día también, por cosas que no eran culpa mía! ¡Me merecía que mi marido no fuera el protagonista de todas y cada una de mis pesadillas, sino de mis sueños! ¡Me merecía que mis hijos tuvieran un padre que pudiera cogerlos sin que yo me preocupara de lo que podía hacerles sólo para hacerles daño! ¡Me merecía que me quisieras, Brandon! ¡Te di un hogar, te di una familia, te di mi cuerpo, y lo único que tú querías de mí era mi terror! ¿Crees que puedes presentarte aquí después de quince años, los quince años más tranquilos de mi vida, en los que he perdido a un hijo, en los que tengo que ver cómo los dos que me quedan se entristecen cuando alguien pronuncia tu nombre y yo me encojo del pánico que has grabado a fuego en mis entrañas? Tú me destrozaste. Me destrozaste de una forma en que parece imposible destrozar a una persona. Cogiste todo lo que te estaba ofreciendo, que era todo lo que yo tenía, y lo tiraste al suelo y lo pisoteaste y te aseguraste de que yo fuera incapaz de levantar cabeza a base de la más absoluta violencia. ¿Has empezado a ir al psicólogo en la cárcel? ¡Me alegro, porque yo empecé a ir en pleno proceso de divorcio, porque no podía soportar las ideas intrusivas que me decían que en cualquier momento aparecerías y terminaste lo que me prometiste! Estaba segura de que no permitirías que diera a luz a mi hija. Estaba convencida de que no dejarías que Alec soplara más velas si no era bajo tu techo. Y ahora vienes aquí, y pretendes quitarme la felicidad que he conseguido yo sola, con todo el esfuerzo que me supone no pensar en ti y en las heridas que me has dejado, y quieres que me quede plantada mientras te escucho hablar de cómo nos hicimos daño. ¿Nosotros nos hicimos daño? ¿El uno al otro? No, Brandon-Annie sacudió la cabeza-. No. Nosotros me hicimos daño. La única que salió mal parada de esa relación fui yo.
               -Creo que se te olvida que vaciaste mi casa cuando te llevaste a los niños-la acusó Brandon-, y que no pude volver allí en muchos, muchos años.
               -¡¡PORQUE TE CONDENARON POR MALTRATO, BRANDON!! ¡Todo lo que has pasado estos años ha sido fruto exclusivamente de lo que hiciste! ¡Lo único que hice yo fue denunciarte, y créeme, es de lo único de lo que no me arrepiento con respecto a ti!
               Brandon levantó las manos a ambos lados de sus hombros.
               -¿Sabes? Creo que volveré cuando estés más tranquila, y podamos hablarlo como personas civilizadas.
               -Tú no has sido una persona civilizada en tu vida.
               Brandon rió entre dientes.
               -Vale, Annie, lo que tú digas.
               -Ahora no me vengas dándome la razón como a los locos, chato. Puede que esto te funcionara antes, pero ahora sé que la loca no soy yo. ¿Acaso has oído algo de lo que me has dicho? Una sola palabra. ¡Dime una sola palabra de lo que me has dicho que no sea absolutamente vomitivo! Me has faltado al respeto de tantas formas que no sé cómo me las he apañado para seguir aquí, sentada a tu lado, escuchándote decir gilipollez tras gilipollez tras gilipollez…
               -Te sorprendería la cantidad de mujeres que terminaron con sus exmaridos en los mismos términos que tú conmigo que los han perdonado.
               -¿Te estás oyendo, Brandon? ¡Has pasado años en la cárcel y aun así eres incapaz de reconocer que me maltratabas! ¡Que abusabas de mí todo lo que te apetecía! Me alegro por esas mujeres si les perdonaron porque les haya aportado paz, pero sé que yo no podría perdonarte ni aunque quisiera. Y mucho menos con esa patética excusa que me has traído. Has hablado de que quieres cerrar un capítulo de tu vida, como si lo que me hiciste no fuera más que un punto y coma en tu historia, cuando a mí me cambió la vida para siempre. El daño que me hiciste me acompañará hasta la tumba. Tú crees que nos hicimos daño, y yo estoy segura de que yo jamás te hice nada. No podía. La sola idea de revolverme me hacía morirme del miedo. Me habrías matado si yo te hubiera dado la oportunidad, Brandon-lo miró a los ojos con unos llenos de lágrimas, brillantes por el miedo de otra época que se había convertido ahora en rabia-. Me destruiste por completo y a ti te da absolutamente igual. Me aniquilaste y pretendes que te ponga una mano en el hombro y te diga que no pasa nada, que estas cosas pasan, que es normal que los maridos peguen a las esposas y que es normal que los padres utilicen a los hijos como armas arrojadizas contra las madres.
               Annie temblaba de pies a cabeza, pero yo sabía que no era de miedo, sino de la rabia que la atenazaba.
               -No pienso perdonarte.
               -Supongo que estás en tu derecho-Brandon se encogió de hombros.
               -Me da igual que me concedas o no esa elección. La voy a coger de todos modos. Porque me pertenece. No pienso darte una nueva razón para que te rías de mí como hiciste durante tantos años. Y créeme si te digo que lo siento de veras por tu nueva mujer y por tu hija, y que nada me haría más feliz que que fueras todo lo que se supone que quieres ser-le tiró el teléfono, que Brandon cogió con habilidad. Años y años de práctica haciendo que su mujer no se escapara por muy rápida que ésta intentara ser le daban unos reflejos increíbles-. Pero tengo mi dignidad. No voy a volver a ponerte por delante de mí. No pienso seguir traicionándome a mí misma, como hacía cada vez que me tumbaba a tu lado en la cama después de que hartaras de pegarme. Y me da igual que hayas cumplido con tu psicólogo, y que me dejes como el demonio delante de él o de toda Inglaterra. Me da completamente igual, Brandon. Nada me honraría más que ser la villana de tu historia si eso significa que voy a seguir estando a mando de la mía.
                Brandon asintió con la cabeza.
               -De acuerdo. ¿Algo más?
               Miré a Alec sin poder evitarlo. Otra característica distintiva de él era su chulería. Y ver que, mientras en Alec era un chulo vacilón, su padre era un chulo a secas,  de los que se ganan a pulso una hostia, no ayudaba a que sintiera ningún tipo de empatía por él.
               Annie se rió entre dientes y negó con la cabeza.
               -Estarás encantado, después de todo.
               -Te he pedido perdón y no me lo has concedido, ¿por qué iba a estarlo?
               -Porque te acabo de demostrar que puedes seguir haciéndome daño. Qué estúpida soy, ¿verdad?
               -Annie, yo nunca te haría daño. En serio.
               Alec gruñó. Literalmente. Como si fuera un perro. Yo me incorporé de un salto, dispuesta a cumplir los deseos de destrucción de Alec, pero Annie se limitó a fulminar a Brandon con la mirada.
               -Vete de aquí-ordenó-. No vas a volver a decirme esas mentiras delante de mi hijo otra vez.
               -Voy en serio.
               -Yo también-Annie se remangó el jersey y le mostró la cara interna del codo-. De cuando no querías hacerme daño-le enseñó una cicatriz en el bíceps-. De cuando no querías hacerme daño-se apartó el pelo de la cabeza y le mostró una línea irregular y sonrosada justo al lado de la oreja-. De cuando no querías hacerme daño-se bajó un poco los vaqueros para mostrarle un bultito que tenía en la cadera, en el que yo nunca me había fijado-. ¿Quieres que siga, o ya tienes bastante?
               -Créeme si te digo que lo lamento de veras.
               -Y tú créeme a mí si te digo que después de años y años mintiéndome, no voy a dejar que lo hagas más.
               -Otra vez-dijo despacio Brandon, como si le costara ceder en ese aspecto-, supongo que estás en tu derecho.
               -Y otra vez-respondió Annie, rodeándolo y yendo a abrir la puerta de la habitación-, te digo que lo estoy.
               -¿Tendrás la conciencia tranquila, sabiendo que si al final les pasa algo a mis chicas, la culpa será sólo tuya?-la acusó, y Annie se echó a reír.
               -Brandon. Los años que has pasado en la cárcel mientras yo dormía tranquila al lado de un hombre que me quiere de verdad me han enseñado algo: yo no tenía la culpa de lo que tú me hacías. La culpa la teníais tú, y el demonio que llevas dentro, exclusivamente.
               -Hay opiniones.
               -Sí, e igual que las de los que defienden que la Tierra es plana, la tuya tampoco me interesa-le hizo un gesto en dirección a la puerta y arqueó las cejas. Brandon se mordisqueó la cara interna de la mejilla, asintió con la cabeza, soltó una risita, y finalmente, después de dar un paso en dirección a la puerta y hacernos creer que se había rendido finalmente, y que reconocía la victoria de Annie en el asalto, dijo:
               -Bueno, Al… ya te llamaré más adelante, por si quieres quedar algún día.
               Annie se había girado para comprobar que estábamos bien, abrazándose a sí misma para consolarse por el mal rato que le habíamos hecho pasar entre todos… y su expresión cambió radicalmente. De la angustia que le producía saber que, quizá, se había extralimitado con Brandon (no por las palabras ni por la forma en que lo había dicho todo, él se merecía mucho más; sino, más bien, por cómo se había defendido con una ferocidad que antes le habría costado muy, muy cara), una ira incontenible mudó completamente sus facciones. Se giró a la velocidad del rayo, como le había visto a hacer a Alec en multitud de ocasiones, y con una voz no gélida, sino ardiente, inquirió de forma lacerante:
               -¿Disculpa?
               -Vamos, Annie, ya es mayorcito.
               -¿Te… has… atrevido… a… llamarlo… Al?-con cada palabra que pronunciaba, Annie daba un paso amenazante hacia Brandon.
               Todo su cuerpo temblaba, y descubrí en ese momento que lo de antes había sido un farol. Que, a pesar de que las palabras eran invocadas por la rabia, el enfrentamiento que habían tenido los dos padres de Alec había sido producto de la más absoluta desesperación de Annie: igual que mi chico, lo único que deseaba en ese momento era que Brandon se alejara de la persona que más le importaba en el mundo. Sólo que Alec quería que se alejara de Annie; y Annie, de Alec. Era un ciclo perfecto, sin fisuras ni interrupciones.  
               Ahora, no era así. Ahora, Annie era todo rabia. Sólo y exclusivamente rabia.
               -Puedo llamarlo como quiera, Anastasia-instó su exmarido, intentando atacarla donde más le dolía, un nombre que nadie utilizaba con ella, y ante el que a Annie le costaba responder-. También es mi hijo.
               Lo supe en ese momento. Lo poco que quedaba del autocontrol de Annie se desconectó ante nuestros ojos, evaporándose en el aire y dejando unas toxinas negras en su lugar. Entonces, la vi como lo que realmente era: no un dragón que, si bien era muy difícil de matar, era mortal. Annie era un fénix. Un fénix que resurgía de sus cenizas, al que no se podía condenar al Más Allá: con unos poderes que trascendían los de su especie, era capaz de quemarlo todo a su paso, ella incluida, y renacer en un mundo nuevo, purificado con sus llamas.
               -¿También es tu hijo?-escupió, con un asco que yo no le había escuchado a nadie en todos mis años de vida; ni siquiera a los más racistas, que se creían con derecho a darme sus opiniones de mierda respecto a mi existencia o mi lugar de residencia-. Ah, bueno, ¡eso deberías haberlo pensado antes de PEGARME PALIZAS CUANDO ÉL ERA UN BEBÉ!-Annie fue subiendo el tono de voz hasta llegar hasta el tope de sus cuerdas vocales en la última palabra-. ¡O CUANDO ME AMENAZASTE CON MATARLO CUANDO TE ENTERASTE DE QUE ESTABA EMBARAZADA DE MIMI!-tronó, acercándose todavía más a él, de una forma en la que lo hacían los depredadores que sabían que sus presas no tenían escapatoria. Por fin, había sucedido: Annie había encontrado en su interior la valentía que necesitaba para plantarle cara de una vez por todas a su pesadilla personal, y ahora que había abierto los ojos y se había hecho con el control del sueño, no iba a renunciar a ese control tan fácilmente. Quizá se hubiera quedado más que a gusto con todo lo que le había dicho con anterioridad respecto a ella, pero jamás se daría por satisfecha en lo que respectaba a Alec y a Mimi.
               Tanto mejor, porque por lo menos podía intentarlo.
               -¡Te dejé que te quedaras a Aaron!-amenazó, negando con la cabeza y cortando el aire con su mano derecha, como si estuviera ejecutando un magistral movimiento en diagonal de esgrima-. ¡Te dejé que te quedaras a Aaron porque bien sabe Dios que es más como tú que como yo! ¡Pero a Alec no me lo vas a quitar! ¡¿Está claro?! ¡ALEC ES MÍO!-se dio un golpe en el pecho como un gorila, más fuerte que ninguno que le hubiera dado Brandon jamás, como si quisiera incrustarse el nombre de su hijo entre las costillas-. ¡¡Y TÚ NO ME LO VAS A QUITAR!!
               -¡No pretendo quitártelo, Annie! ¡Ya sé que es tu hijo, pero también es el mío! ¡Y él ya es mayorcito para decidir con quién quiere pasar su…!
               -¿Por qué cojones piensas que te ha dejado estar en la habitación hasta ahora, Brandon? ¿Qué mierda te hace creer que te elegiría a ti no ya antes que a mí, sino antes que a nada? Estoy bastante segura de que Alec preferiría morir a pasar diez minutos a solas contigo. ¡Él sabe lo que eres! ¡Sabe el monstruo que fuiste durante su infancia! ¡Quizá hayas podido engañar a Aaron, pero no vas a engañarlo a él! Él es más listo que Aaron, es más bueno, ¡más todo lo que tú no eres! Lo suficientemente listo como para no querer saber nada de ti. ¿Crees que le impedía estar cerca de ti por mí? ¿Que me daba miedo que lo volvieras en mi contra? Él jamás me haría eso. Jamás. Si no has vuelto a saber de él, era porque le estaba protegiendo.
               -¿De su propio padre?
               -Sí. De su propio padre. Porque lo único que hace que él no se sienta perfecto es ser hijo tuyo. No le ha faltado de nada, te lo aseguro. Padre no es el que le da la sangre a un niño. Padre es el que lo cría. Padre no es el que le crea unos traumas horribles en la infancia, que le acompañarán el resto de su vida y que podrían llegar a afectarle incluso en sus relaciones sociales-Alec y yo nos miramos, sabiendo de sobra de a qué relaciones se refería: a la nuestra. Al momento destructivo en el que Alec había pensado que había más de Brandon en él que su sangre-. Lo es el que lo acuna por las noches, y lo abraza hasta que se duerme, porque es incapaz de dormir. Y todas sus pesadillas son recuerdos, Brandon. No sé cómo tienes la desfachatez de presentarte aquí y fingir que no pasó nada entre nosotros que afectara a mi hijo, cuando todo lo que me hiciste, también se lo hiciste a él. ¡No sé cómo te has atrevido a presentarte aquí después de quince años, quince años, Brandon, en los que mi hijo ha rehecho su vida con gente que le quiere y le cuida como se merece, intentando una absurda reclamación sobre él! ¡Y pidiéndome a mí unas disculpas de mierda, en las que ni siquiera lo incluyes, porque en el fondo no sientes un ápice haberme pegado, Brandon! ¡Lo único que sientes es no haberme matado cuando se te presentó la ocasión para así poder seguir abusando de mi niño!
               Annie se detuvo para tomar aliento; estaba roja como un tomate, y Alec estaba aguantando la respiración. Fue entonces cuando descubrí que yo también.
               -No vas a parar hasta que nos destruyas. Pues vas a estar años así. Yo ya no soy la pobre chiquilla asustada que se encoge ante tu sombra. Ahora soy madre. Y no vas a tocar a mis hijos. No permitiré que hagas que tengan pesadillas contigo. Con que sea yo la que duerme mal por las noches, ya basta, Brandon.
               -Escu…
               -No, escúchame tú a mí. Ahora vas a ser tú el que se calle y escuche. Tuviste tiempo de sobra para decirme todo lo que querías los años que estuvimos casados, pero preferías que tus puños hablaran por ti. Bien, pues ahora es mi turno. Se acabó, Brandon. Se acabó. ¿Tu psicólogo quiere que cierres el capítulo y me pidas perdón? Que os jodan a ti y a tu psicólogo. ¿Qué hay de mí? ¿De mis hijos? ¿De las noches llorando por lo que me hiciste? ¿De las cicatrices que nunca se me van a curar? ¿De las cosas que me hiciste sufrir, y las cosas por las que me hiciste pasar, que no tienen perdón? ¿De los traumas que aún tengo? ¿Y los que aún tiene mi hijo? ¿De las veces que he tenido que convencerlo de que lo único que ha obtenido de ti es tu rostro, porque es la persona más generosa y cariñosa y buena que he conocido nunca? ¿Quieres echar eso a perder también? ¿O va incluido en el pack del perdón? ¿Tengo que disculparte porque estabas “en un mal lugar”?-hizo un mohín-. Adivina qué, Brandon: yo sigo en ese lugar con sólo mirarte. Seguiré ahí siempre, porque me basta con escuchar tu nombre para que mi cabeza vuelva a ese infierno. Pero no voy a permitir que le hagas lo mismo a mi hijo. Definitivamente, yo me equivoqué de posición en nuestra relación. Pero no me confundí con mis hijos.
               -Tú no…
               -Dios mío, ¿no lo entiendes, verdad?-Annie se acercó a él, estaban frente a frente. No había visto a Alec tan tenso en su vida; todo su cuerpo estaba rígido, preparado para saltar a defender a su madre, vendas y vías y huesos rotos y todo-. Te mereces arder por lo que me hiciste. Lamento que hayas encontrado otra mujer y hayas creado a otra niña a la que torturar. Lo lamento por ellas. Nadie se merece eso. Y menos, mis hijos. El que menos, mi pequeño. Si hay algo de lo que me arrepiento en esta vida, es de no haberme ido con Dylan mucho antes, lo suficientemente pronto como para que Alec no pudiera acordarse de ti, y así no tuviera las pesadillas que tengo yo contigo. Aaron era un caso perdido de todos modos-Annie dio un paso atrás y miró a Alec. Le puso una mano en el brazo vendado para calmarlo, y éste se relajó mínimamente-. Pero a Alec no te lo vas a llevar contigo. Por encima de mi cadáver-escupió-. Tendrás que matarme, si te lo quieres llevar.
               Cogió con firmeza la mano de su hijo y lo miró. Parecía estar en llamas.
               -Pero ten cuidado. Esta vez, no voy a salir corriendo. Me defenderé.
               Brandon frunció el ceño. Apretó los puños. Instintivamente, me deslicé hacia un lado para alcanzar la bandeja. Esa noche, el menú nos había dado un regalo inesperado: un cuchillo bien afilado que me serviría para rajar un cuello, si me lo proponía. Durante un brevísimo segundo, me pregunté si sería capaz de hacerlo. Acaricié el filo con la punta del dedo, y mis dudas se disiparon cuando Brandon dio un paso, el tiempo que yo me cuestioné si sería capaz de llevarme por delante una vida.
               Antes de que pudiera darme cuenta siquiera, había saltado al suelo y me había interpuesto entre él y Annie. De la misma manera, Alec se había incorporado con rapidez, quedando sentado de una forma en la que llevaba semanas sin sentarse. En esa postura, las costillas se le clavaban en los músculos del pecho, haciendo que le ardiera de nuevo el torso como cuando había tenido los pulmones al aire.
               -Vamos, nene-ronroneé yo-. Dame una excusa.
               Brandon me fulminó con la mirada, dándose cuenta por primera vez de que mis piernas no sólo servían para caminar, o para separarse y dejar que su hijo me follara de lo lindo. También servían para correr, para defenderme, para atacar, para luchar. Oh, sí. Especialmente, para luchar.
               Y sí. Me di cuenta en ese instante de que podría matarlo. De hecho, tenía ganas de que me diera algo a lo que aferrarme y atacarlo. A Brandon, sí. Él tenía la culpa de que Alec se sintiera como se sentía cuando se hundía en la miseria. Él era el rostro que veía cuando pensaba en el miedo. Le había hecho más daño que nadie, y yo le haría más daño que nadie a Brandon.
               -Hazlo-le retó Annie, los hombros cuadrados, los pies preparados para correr hacia él, en lugar de de él, por primera vez en su vida-. Quizá te sorprenda, después de todo. Quizá hasta te las devuelva. Veremos hasta dónde quieres llegar realmente con todo este circo.
               Brandon se relamió los labios, fulminándola de nuevo con la mirada.
               -A ver si lo que me decías hace 17 años eran promesas vacías, o realmente amenazas que estabas dispuesto a cumplir-Brandon sacudió la cabeza-. Aunque me pregunto qué te quedará después de eso. Quién te calentará la cama. Y cuántos años pueden caerte.
               Brandon inclinó la cabeza hacia un lado, y por un momento, sólo un momento, Alec creyó que iba a arriesgarse. Que odiaba a su madre más de lo que se quería a sí mismo, y que estaba dispuesto a caer al vacío con tal de arrastrarla a ella con él. La va a matar, pensó Alec. La va a matar. Ha venido a terminar lo que empezó, y le da igual cómo. La va a matar.
               Pero entones, Brandon abrió el puño en gesto derrotado. Negó con la cabeza, sacudió la mano hacia un lado y gruñó:
               -Tú misma. Vosotros os lo perdéis.
               -No nos estamos perdiendo nada-acusó Annie, sonriendo con maldad cuando Brandon llegó a la puerta y la miró de nuevo-. Tengo un hombre increíble en mi vida. Que me da lo que quiero, como lo quiero y cuando lo quiero. Y, por si quedaba alguna duda… ese hombre no es Alec.
               Brandon cuadró la mandíbula, la fulminó con la mirada y se despidió con un:
               -Púdrete en el infierno, zorra.
               -No lo creo, cerdo. No conseguirás recuperarme.
               -Que te jodan, sucia puta.
               Cerró la puerta de un portazo, iniciando la nueva vida de Annie de la misma forma que el universo: con una explosión.
               Pasado el peligro, Annie se derrumbó en el sillón de invitados, expulsó todo el aire que estaba conteniendo, y se echó a llorar. Si era de alivio o de miedo, no lo sabía, ni tampoco me interesaba demasiado averiguarlo. Me abalancé hacia Alec, para comprobar si estaba bien: todavía seguía en esa incomodísima postura, semi incorporado, con lo que debía tirarle de los abdominales de una forma horrible. Le cogí la mano y comprobé que la tenía helada, a pesar de que estaba sudando y temblando como una hoja. Conecté sus pulsaciones, y vi que llegaban a la friolera de 200. Se me dispararon las mías al ver el número tan elevado.
               -Alec, ¿estás bien? ¿Te duele algo? Tienes que calmarte, Al, o te…
               Y entonces…
               … Alec se incorporó. Saltó de la cama y salió, literalmente, corriendo en dirección al baño, tirando las perchas con los sueros y todo a su paso, de forma que los monitores se inclinaron peligrosamente hacia delante. Lo único que impidió que se cayeran al suelo fueron sus soportes. Un rastro de gotitas de sangre persiguió a Alec como una hilera de miguitas de pan; en su carrera hacia el baño, se había arrancado la vía.
               -¡Alec!-chillé, aterrorizada, y una de las enfermeras del control se giró para comprobar qué ocurría. Corrí tras él, seguida por Annie, que tuvo que apoyarse en Shasha para no caerse debido a sus débiles rodillas.
               Alec había cerrado la puerta, pero se le escuchaba vomitar al otro lado con la rabia de quien come una comida muy pesada y necesita purgarse de ella. Intenté empujarla, pero ésta no cedió: por un momento, pensé que Alec le había echado el pestillo. Empecé a darle patadas para echarla abajo. Cuando recordé que las puertas del hospital no tenían pestillo para evitar que los pacientes se cayeran y se quedaran encerrados dentro sin ayuda, bajé la fuerza de mis patadas. Alec la había atrancado con algo, y sospechaba que era su pierna.
               -Alec, Alec. Abre, Alec, por favor-sollocé, dando golpes y puñetazos; patadas también, pero ya no para abrir, sino para que me escuchara por encima del sonido de mis arcadas-. Alec, mi amor, por favor.
               -No-gimió con voz débil entre arcada y arcada. Suplicando. Desesperado.
               -Por favor, Alec-supliqué. Un enjambre de enfermeras y médicos estaban entrando por la puerta de la habitación-. Por favor, déjame ayudarte.
               -Estoy bien-dijo atropelladamente, en una nueva arcada… que hizo que se moviera un poco y yo pudiera abrir la puerta.
               La estampa que me encontré entonces fue de absoluta desolación: él, inclinado en el suelo, arrodillado no sé muy bien cómo frente a la tapa, sobre un charco de sangre, lágrimas, mocos y un líquido amarillento que tardé un poco en identificar.
               -No me mires-me suplicó con desesperación, pero yo salté hacia él, lo cogí por los hombros y le puse una mano en la frente para impedir que se golpeara la cabeza con la taza del váter-. Déjame…-se echó a llorar con más fuerza, ahogándose en sus propias lágrimas. Empezó a temblar, y Annie comenzó a chillar de pura angustia.
               -¡Sacadlas de aquí!-gritó una voz, no sé si masculina o femenina, joven o vieja, amigo o enemigo.
               Enemigo. Porque, siguiendo sus instrucciones, me apartaron de Alec.
               -¡No! ¡NO! ¡TENGO QUE ESTAR CON ÉL!-grité, pataleando y tratando de zafarme de un par de brazos que pronto se convirtieron en dos, y luego en tres, y luego en cuatro.
               -Déjalos trabajar, Saab-instó Shasha.
               -¡Llamad a Beth!
               Transilium, daos prisa!
               -¡No lo cojáis así, le estáis presionando la arteria de la vía!
               -Por favor-supliqué, y una enfermera se detuvo ante mí, a la puerta del baño-. Por favor. No me apartéis de él.
               -¿Sabrae?-me llamó Alec.
               -¡Estoy aquí!
               -No mires-gimió. La enfermera me puso una mano en el hombro y me dio un apretón afectuoso.
               -Déjanos ayudarlo, tesoro.
               La miré con lágrimas en los ojos, pero la bondad que había en los suyos consiguió tranquilizarme lo suficiente como para que volviera a pensar con cabeza otra vez. Di un paso atrás, y Shasha me agarró del brazo y tiró de mí para llevarme con Annie, a la que ya había arrastrado fuera de la habitación. Mi hermanita nos miró a ambas, miró la ventana de la habitación de Alec, y sólo cuando un celador la cerró, nos instó a irnos a la sala de espera, sentarnos en el sofá y esperar a que nos llamaran.
               -Tenemos que dejar que hagan su trabajo. No tenemos que molestarles. A mamá no le gusta que los familiares de sus clientes intercedan en sus asuntos, y aquí es lo mismo-razonó, empujándonos suavemente hacia la puerta de la sala. Nos sentó en una esquina con una paciencia infinita, cogió una manta que alguien había dejado olvidada en un sillón, y nos la pasó por los hombros. Annie me apretaba las manos con fuerza mientras sollozaba y repetía una y otra y otra vez que todo aquello era culpa suya-. Voy a por un poco de comida. Es tarde-reflexionó Shasha-. Nos vendrá bien a todas. ¿Qué queréis?
               -Ver a Alec-dijimos Annie y yo a la vez, y Shasha hizo una mueca.
               -Vale, ¿y algo que tenga algún valor nutritivo?
               Las dos negamos con la cabeza y Shasha se fue, pero cuando pasados unos minutos volvió con una barrita de Kinder Bueno White, las dos cogimos un cuadradito y comenzamos a rumiarlo.
               El sabor dulce del chocolate con avellana no consiguió tranquilizarme. Me sabía a ácido en la lengua, mezclado con la sal de mis lágrimas. Me costó horrores tragarlo; si lo conseguí fue porque, en ese momento, una figura apareció corriendo por el pasillo, entrando fulminante en la habitación de Alec. Los médicos la echaron, y la que le seguía se quedó plantada justo frente a la puerta de la sala de espera.
               Reconocí sus gafas, su barba de hipster pasada de moda hacía años, sus eternos jerséis.
               -Dylan-lo llamé, incorporándome un poco. Dylan se giró hacia el sonido de su nombre, y cuando su cerebro procesó que su esposa y su jovencísima nuera estaban metidas en una sala de espera, lejos de su hijo, se puso en lo peor.
               -Sabrae. ¡Annie!-se abalanzó hacia su mujer y la agarró por los hombros-. ¿Estáis bien? ¿Estás bien, mi amor? ¿Te ha hecho algo? ¿Te ha puesto la mano encima? Como te haya tocado un solo pelo, aunque sea de forma amistosa-jadeó, abrazando a Annie con fuerza-, le mataré. Te juro que le mataré. Maldito hijo de puta… ¿te ha hecho algo?
               Estaba atacado. Todo su cuerpo temblaba, pero era de furia y no de miedo; en su interior hacía calor, en vez de frío. No hacía más que echar pestes, y continuó blasfemando incluso cuando Mimi entró en la pequeña sala y se quedó en la puerta, apoyada en el vano con la cabeza vuelta hacia la habitación de su hermano.
               -¿Qué ha pasado? ¿Por qué estáis aquí fuera? ¿Alec está bien?
               -Le ha dado un ataque de pánico-explicó Shasha, y Mimi y Dylan se volvieron como resortes para mirarla. No se habían dado cuenta de que estaba ahí hasta que abrió la boca-. Lo estaba llevando bastante bien hasta que se ha marchado. O, al menos, eso creo-me miró con cautela, y yo asentí con la cabeza-. Pero, en cuanto Brandon se ha ido, se ha puesto como loco. Se ha encerrado en el baño para vomitar, y… creo que le han puesto medicación para tranquilizarlo.
               -¿Más?
               -Estaba muy mal, Dylan-gimió Annie, negando con la cabeza-. Si hubieras visto… no le había visto tan blanco jamás. Y, cuando Sabrae ha encendido el monitor de sus pulsaciones, las tenía a casi 200. Es un milagro que haya conseguido levantarse siquiera de la cama. Podría haberle dado cualquier cosa. Quizá le esté dando ahora mismo…-se mordió el labio al mirar la persiana bajada y contuvo un sollozo.
               -Pero, ¿por qué se ha puesto así?-Dylan se arrodilló frente a ella y le cogió las manos-. ¿Estás bien? ¿Ese hijo de puta te ha hecho algo?
               -No. No, qué va. Simplemente me ha insultado cuando se ha ido, pero nada que me importe.
               -Deberíais haber estado ahí-Shasha silbó-. Annie le ha dado un repaso impresionante.
               -¿En serio?-preguntó Mimi, y yo asentí.
               -Lo ha puesto en su sitio. Es increíble la cantidad de cosas que le ha dicho. Ha conseguido que recule, y todo. Me ha parecido bestial. Has estado genial, Annie.
               -Yo sólo… sólo estaba defendiendo a mi niño. Ha venido con no sé qué excusa de mierda acerca de su psicólogo, y…
               -¿Ese chalado va al puto psicólogo? Debería estar en un psiquiatra, como poco-ladró Dylan.
               -Sí, al parecer sí, y ha venido con la excusa de que quería pedirme perdón por lo que me hizo cuando estábamos juntos, y yo… yo me he vuelto loca, Dyl. No sé qué me ha pasado, pero no podía pasar más por el aro. No podía. Que se atreviera siquiera a pedirme disculpas con todo lo que me hizo… después de…-Annie negó con la cabeza-. Me parecía una falta de respeto. No sólo por mí, sino también por Alec y por Mimi. Incluso por ti.
               -Se acabó-sentenció Dylan-. No volveré a dejaros solos-se puso en pie y apretó los puños-. No, mientras ese psicópata esté por ahí suelto y Alec esté aquí, ingresado y vulnerable. Me pediré la baja en el despacho, o quizá me dejen trabajar a distancia. Podría hacer los diseños en la…
               -No, Dylan-Annie tiró de su jersey y negó con la cabeza-. No digas eso. Yo… necesito hablar con Sherezade-lo miró desde abajo, suplicante-. Tenemos que ver qué podemos hacer para solucionar esto.
               -¿Sherezade? ¿Crees que Sherezade puede hacer algo?
               -Mamá es todopoderosa-comentó Shasha, y yo la miré y le sonreí con cansancio. Era todo un detalle por su parte que tratara de animarnos con sus comentarios, incluso cuando, quizá, fueran demasiado enérgicos para la ocasión.
               -Verás, Dyl… no puedo hablar mucho ahora de ello porque todo es demasiado reciente, pero…
               -No te preocupes, cariño. Cuéntame lo que puedas. Y si prefieres que hablemos de otra cosa…
               -No. No quiero hablar de otra cosa. Si me hubieras visto… la forma en que le hablé… no le he hablado así a Brandon en mi vida. Le he puesto los puntos sobre las íes por primera vez desde que lo conozco.
               -¿Qué quieres decir?
               -Bueno… lo he insultado.
               Dylan parpadeó.
               -¿Que has hecho qué, Annie?
               -Lo he insultado.
               -Dios mío-negó con la cabeza y se sentó en el suelo, riéndose-. Dios mío.
               -Y me he revuelto a cada cosa que él me decía, y le he retado, y… y le he dicho todo el daño que me hizo, y que no tenía pensado perdonarle nunca… y que no dejaría que se acercara a Alec… y que estaba más que dispuesta a pelearme con él. Que tendría que pasar por encima de mí, si lo quería. Y que, esta vez, me defendería. Incluso le invité a…
               Dylan la miró desde abajo, con la cabeza apoyada en el reposabrazos de su sillón. Parpadeó, expectante.
               -¿Le invitaste a qué, Annie?
               -A que me pusiera la mano encima-reconoció ella con cierta vergüenza, y Dylan se incorporó.
               -¿Es que estás mal de la cabeza?
               -No me habría hecho nada. Hay demasiada… e incluso si me hubiera hecho algo, Alec estaría a salvo.
               -No me preocupo por Alec. O no sólo. También me preocupas tú.
               -Sé que no se atrevería a hacerme nada. Había demasiada gente mirando… demasiados que pudieran ayudarme…
               -¡Me da igual, Annie! ¿Cómo se te ocurre…?
               -¡Así será más fácil para Sher!
               Dylan frunció el ceño.
               -¿Para Sher?
               -Para que lo meta en la cárcel otra vez-explicó-. Le he provocado por algo. Bueno, al final no, pero al principio todo iba conforme a un plan. En cuanto le vi… no podía creérmelo, pero en cuanto le vi, una parte de mí pensó que había venido por algo. Era el universo compensándome por lo que me hizo pasar con él. ¿Recuerdas todo lo que lloré cuando lo soltaron? Sherezade puede hacer que lo encierren otra vez. Y así, Alec y Mimi estarán a salvo.
               -¿Y no has pensado en que nuestros hijos prefieren estar preocupados pero con su madre, a a salvo y huérfanos?
               -Era lo que tenía que hacer-respondió Annie, uniendo las rodillas y tapándose los hombros con la manta-. Soy su madre.
               -Y yo soy tu marido-le recordó-. Se supone que tienes que escucharme, aunque luego no me hagas ni caso.
               -Llama a Sher, por favor, Dyl-le pidió Annie, apoyando la mejilla en su cabeza. Dylan suspiró.
               -Algún día me vas a dar un disgusto, hija…-Dylan se sacó el móvil del bolsillo, desbloqueó la pantalla y buscó en la agenda el número de mi madre. Mamá tardó dos toques nada más en responder: con los Whitelaw nunca se había hecho la ocupada, y menos ahora, que éramos prácticamente familia-. Sher, hola. Soy Dylan. Mira, lamento molestarte a estas horas, pero… ya, bueno, pero nunca está de más pedir disculpas. Además, estás en tus horas de descanso… de acuerdo, sí. Vale. El caso es que necesitaba preguntarte si podrías venir al hospital… no, tranquila. Alec está bien. Y tus hijas también-nos miró a Shasha y a mí-. Es sólo que ha pasado una cosa… y nos gustaría comentarla contigo. No te pediría que vinieras ahora si no fuera urgente, de verdad. Perdona si… oh. Oh, ¿le toca a Zayn?-sonrió-. Bueno, entonces tampoco dejas completamente desatendida a Duna. Pobrecita. ¿Seguro que no te causa…? Te pagaremos la tarifa de horas nocturnas, por supuesto. Que sí, Sherezade. ¡Sherezade!-protestó Dylan-. A Sabrae la acogemos porque hace feliz a nuestro hijo, y además, la queremos. Me da igual la amistad. El trabajo se paga… tú misma. Sé cuál es tu cuenta bancaria. Mañana llamo a una de tus socias y le pido que me diga la tarifa por horas. A correr desde ya… efectivamente, ¡será por dinero!... de acuerdo. Bueno, te esperamos. ¿Quieres que…? Por supuesto-me tendió el teléfono y yo me lo acerqué a la oreja.
               -¿Mamá?
               -Mi niña. ¿Todo bien?-suspiró. Había un cierto deje de alivio en su voz. Asentí con la cabeza.
               -Sí, mamá. Shasha y yo estamos bien.
               -¿Habéis comido algo? Hace bastante de la hora del almuerzo.
               -Un Kinder Bueno.
               -Eso no es comida, Sabrae-casi podía verla poniendo los ojos en blanco.
               -No tenemos hambre. Oye, mamá, ¿pasa algo?
               -No, tesoro. ¿Por qué?
               -No sé. Es que, como le has pedido a Dylan que te pase conmigo…
               -Estaba preocupada. ¿Seguro que todo va bien? Es un poco raro que me llamen a estas horas y que tengan tanta urgencia en que vaya si todo está en orden.
               -Será mejor que te enteres cuando llegues.
               Mamá chasqueó la lengua al otro lado de la línea.
               -De acuerdo. En media hora estaré por ahí. Te quiero, bichita. Y a tu hermana, también.
               -Y yo a ti, mami.
               Colgué el teléfono y se lo tendí a Dylan, que lo hizo girar entre sus dedos. Al cabo, nos avisaron de que ya podíamos entrar en la habitación de Alec, y eso hicimos.
               Resultó que la medicación que le habían dado era acorde con la crisis que había tenido mi chico. Ésta había sido tan fuerte que se habían visto obligados a sedarlo, manteniéndolo otra vez en un estado de sueño que me trajo horribles recuerdos. Cuando me acerqué a él, pude comprobar que le habían puesto la bata que él tanto odiaba, y le habían sustituido unos cuantos vendajes. Las pulsaciones estaban en una franja normal, tres veces menos de las que tenía cuando lo dejé.
               Dylan se quedó plantado a los pies de la cama, observando a su hijastro con pena y dolor. Annie le acarició una mejilla a su niño, y los ojos de éste se movieron bajo sus párpados, acusando el contacto.
               -Tengo que ver a Aaron-meditó Annie en voz baja, y Dylan la miró.
               -¿Ahora?
               -Alec ha tenido un ataque de ansiedad. No podemos seguir viviendo así-contestó, sentándose de nuevo en el sillón del lado de la ventana y dándole unas suaves palmaditas en la mano a Alec-. He dejado que esto vaya demasiado lejos. Y lo lamento muchísimo, mi niño-se disculpó, besándole el dorso de la mano.
               Yo le cogí la otra mano, la vendada, y ascendí por su palma, la cara interna del brazo, el codo, el hombro y el cuello. Alec exhaló un suspiro y yo me relajé, especialmente cuando su rostro siguió la línea de retirada de mi mano. Me resultaba un dulce consuelo pensar que, al menos, así no estaba siendo perseguido por sus demonios, aunque los recuerdos que me traía aquel estado suyo eran de lo más amargos. Me descubrí de nuevo en la UVI, rodeándolo y hablándole como si esperara que me respondiera, ansiando que lo hiciera.
               -Los médicos dicen que no sufres, pero no saben si te enteras de algo, aunque yo creo que te enteras de todo-le había dicho una vez-. Personalmente… creo que tienes de sobra. Sé lo del examen de historia, por cierto. Sé que te tenía preocupado, y por eso probablemente hayas montado todo este pifostio. Aunque, si te soy sincera, me sorprende que a ti te preocupe nada de historia cuando no necesitas estudiarlo, porque eres un evento histórico en ti mismo. Pero bueno. Supongo que el miedo es muy libre.
               O bien:
               -Estás tan guapo… tengo que pedirles a las enfermeras que te den la vuelta. Echo de menos ese culito tuyo.
               O quizá:
               -No sé si debería decirte esto porque bastante tienes con lo tuyo, pero… he conocido a un enfermero guapísimo de camino a la UVI. Creo que ha sido amor a primera vista, y… como no me gustaría ponerte los cuernos, quisiera que te despertaras para poder hablar sobre esto. ¿Puedes?-había esperado pacientemente, pero ni sus celos funcionaban.
               Incluso había probado abogando por su corazoncito.
               -¿Cuánto tiempo vas a hacerme esperar, Al? ¿El mismo que yo a ti? Porque no sé si aguantaré… ¿cuánto tengo que aguantar? ¿Cuál dirías que es nuestra fecha, por cierto? ¿El primer beso, o el primer polvo? Hay un día de diferencia, creo que la franja horaria es importante… aunque, si te soy sincera, a mí  me apetecía empezar algo cuando nos peleamos. Demostramos muchísima sincronización, ¿no crees? En fin. Supongo que no importa, pero el caso es que son muchos meses, y yo no voy a aguantar tanto tiempo sin sexo. Y sé lo que estás pensando: no me voy a follar a Bey, ni lo vamos a grabar para intentar despertarte. Aunque… con Chrissy… por otro lado…
               Me senté a su lado, directamente en la cama, y le cogí la mano. Entrelacé mis dedos con los suyos y me incliné para darle un beso en la mejilla.
               -Mi amor-lo llamé. Alec se revolvió, y yo sonreí. Mis labios acariciaron el lóbulo de su oreja-. Mi amor. Vuelve conmigo. Sonará egoísta, pero detesto verte dormir.
               Le acaricié el pelo y le di un nuevo beso en la mejilla, que mutó en dos, y luego en tres, y llegó hasta los labios, y Alec comenzó a sonreír en sueños. Yo también sonreí, al igual que todos en la habitación.
               Sus ojos se abrieron lentamente, y sus discos de chocolate se contrajeron cuando su pupila se dilató para conseguir enfocarme.
               -Buenos días, mi sol-ronroneé, cariñosa. Alec comenzó a sonreírme.
               Y entonces, su sonrisa se convirtió en una mueca al recordar todo lo que había hacía tan poco tiempo. Sus pulsaciones se dispararon de nuevo. Volvió a ponerse blanco. Y comenzó a buscar a su demonio entre los presentes, pero de su boca se escapaba un nombre muy diferente.
               -¿Mimi? ¿Mimi? ¿Dónde está Mimi? ¿Está Mary Elizabeth? ¿Mary…?
               -Estoy aquí-Mimi se materializó a mi lado, en el campo visual de Alec, y éste emitió un gemido de alivio que se condensó en sus ojos. Sus pulsaciones se ralentizaron un poco a causa del alivio, y Mimi se inclinó hacia él.
               -Sh, sh. Estoy aquí, no te preocupes. Todo está bien, Al. Has tenido un ataque de ansiedad.
               -¿Dónde está?
               -Se ha ido.
               -¿Te ha visto?
               -No. He venido con papá.
               -¿No ha vuelto?
               -No. Tranquilo. Y no creo que lo haga-respondió Annie, cogiéndole la mano. Alec la miró sin comprender. ¿Cómo podía estar segura de eso?-. He llamado a Sher. Viene de camino. Discutiremos esto cuando ella llegue.
               -¿Discutir? No hay nada que…-Alec jadeó.
               -No hagas esfuerzos-le pedí, y sus ojos volvieron a centrarse en mí.
               -Sabrae…-gimió-. Lo siento muchísimo.  
               -¿Por qué?
               -Ahora, conoce a tu hermana también.
               -Oh, ¿eso? No te preocupes.
               -Pero podría hacerle daño…
               -No te preocupes, Al. De verdad. Yo cuidaré de Shasha. Y de Mimi. Y de ti. De todos-le prometí, inclinándome para abrazarlo. Exhaló un suspiro de frustración, pero cuando hundió la nariz en mi pelo, noté que se relajaba, así que me quedé allí, tumbada mitad sobre él, mitad sobre el colchón, susurrándole palabras tranquilizadoras hasta que llegó mi madre, con su eterno repiqueteo en los tacones y la seguridad que le otorgaba todo lo que sabía en el campo del Derecho. Entró sin llamar, y se detuvo en seco al encontrarnos de esa guisa, como en un panegírico, todos adorando a Alec, yo la primera. Yo, la que más.
               -¿No podíais haberle pedido a algún trabajador que os hiciera una foto, que me lo teníais que pedir a mí?-bromeó, y Annie y Dylan se giraron hacia ella. Annie se levantó.
               -Querida… tengo tanto que contarte. Menos mal que ya has venido.
               -Aquí me tienes-contestó mamá, dejando su bolso de color crema sobre el sofá y quitándose el abrigo con gesto relajado, que desapareció cuando los Whitelaw comenzaron a contarle lo que había sucedido. Mientras tanto, yo me tumbé al lado de Alec, que no dijo ni media palabra. Dylan tomó el relevo de Annie las veces que ésta necesitó hacer una pausa, que fueron más bien pocas a lo largo del relato, pero fueron proliferando a medida que se acercaba al final.
               Alec me cogió la mano y la levantó en el aire, concentrado en nuestros dedos.
               -¿Estás bien?-le pregunté. Asintió con gesto serio. Se relajó un poco cuando le di un beso.
               -¿Podemos hacer algo?-preguntó Dylan, y mamá se rascó un gemelo con la punta del zapato contrario. Se había sentado en la cama que yo iba a ocupar esa noche, para estar más cerca y también mostrárselo con los Whitelaw. Torció la boca, pensativa.
               -Me temo que la orden de alejamiento que teníamos contra él expiró con el cumpleaños de Alec. Habíamos conseguido extenderla hasta que él fuera menor de edad, excepto si Brandon continuaba preso por las circunstancias que fueran, pero al haber salido y ser Alec mayor de edad… no hay mucho que podamos hacer.
               -O sea, que puede pasearse por aquí si se le apetece, ¿no?
               -Tampoco es eso. Podríamos pedir otra, alegando que Mary corre peligro por la misma razón por la que lo corría Alec, pero al no ser hija suya, es un poco más complicado de conseguir. Es decir, puede hacerse, pero requiere de mucha más justificación. Además, si Annie se ha enfrentado a él, y él no ha hecho nada, no nos deja muchas opciones a argumentar que continúa siendo violento.
               -Yo lo hice por ponerte más fáciles las cosas…
               -Lo sé, querida, y créeme que te lo agradezco. Has sido muy valiente-mamá se llevó una mano al corazón, al no poder estrecharle la mano a Annie-. Estoy muy orgullosa de ti. Y, si quieres que intentemos ir a por la orden de alejamiento, ya sabes que estoy encantada de vapulear a un machito y ayudar a una amiga. Pero el proceso será largo. No será tan fácil como antes.
               -Antes tampoco fue fácil.
               -Lo sé.
               -No sé qué hacer... me sabe mal por ti, porque te hemos hecho venir, pero creía que tendríamos más opciones. Tengo que pensarlo. Yo sólo quiero que esta pesadilla se acabe-Annie suspiró y Dylan le dio unas palmaditas en los hombros-. Todo es tan complicado.
               -No tiene por qué-contestó Alec, que hablaba por primera vez en casi una hora. Todos lo miramos, yo incluida.
               -¿Qué insinúas?
               -Bueno, él actúa como si fuera invencible, pero no lo es. Nadie lo es. El accidente me lo ha demostrado. Hay una manera.
               Mamá parpadeó.
               -Shasha, Sabrae. Salid de la habitación.
               -¿Qué? ¿Por qué?
               -Porque lo digo yo. Obedeced.
               -No quiero dejar a Alec. No pienso dejar a Alec-la reté, y mamá me fulminó con la mirada. Shasha estaba entre las dos, sin saber elegir entre ser una mala hija o una mala hermana.
               -¿En qué estás pensando, Alec?-preguntó Dylan, y Alec lo miró y alzó una ceja.
               -¿De verdad a vosotros no se os ha pasado por la cabeza?
               -Fuera, niñas-ordenó mamá. Shasha se incorporó.
               -¿A qué tanto secretismo?
               -Mamá… ¿es en serio?
               -¡Alec!
               -¡Sabrae!-ladró mamá, pero Alec no le hizo caso, y por fin, reveló lo que se le había ocurrido.
               -¿Por qué no lo matamos?




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2 comentarios:

  1. Bueno, sin duda alguna es uno de los capítulos más épicos de toda la novela. No me canso de flipar con como has desarrollado los últimos tres capítulos y el arco perfecto que conforman. Es increíble lo bien que lo has desarrollado y lo poco previsible que ha resultado esta trama. He temblado de pura emoción con Annie y he chillado cuando Sabrae ha agarrado el cuchillo.

    Eso sí, he muerto de pena con Alec y su reacción. Estoy totalmente apenada y necesito que comience a ir al psicólogo de una vez y supere esta mierda con la ayuda de este y Sabrae.
    A parte de todo esto, me parece fantasioso ese final de capítulo y solo espere que eso último ocurra y sea llevado a cabo por Alec y Sabrae.

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  2. MADRE MÍA
    MADRE MÍA
    MADRE MÍA
    Menudo capítulo, estoy flipando te lo juro osea lo de los últimos tres capítulos??? OTRO PUTO ROLLO. No me esperaba para nada esta trama y me está encantando aunque lo esté pasando fatal no, lo siguiente.
    La tensión que ya habías creado en el capítulo anterior ha seguido y ha ido aumentando cada vez más y más hasta que ha estallado. La angustia que he sentido no ha sido normal te lo juro, me da la sensación de que he estado conteniendo la respiración todo el capítulo.
    - Me ha encantado cómo la actitud de Annie ha ido cambiando, empezando por ignorarlo, luego siendo cortés y finalmente plantándole cara y cantándole las cuarenta al hijo de puta este.
    - Cada vez que Annie y Brandon se miraban yo creía que me daba algo osea sentía la tensión que emanaba de ellos como si estuviera ahí.
    - Me encanta la complicidad de Annie y Alec <3
    - Toda la tensión del capítulo se ha multiplicado por 1000 cuando Annie ha dicho “¿A su madre también la estampas contra las paredes si no hace todo lo que tú quieres?” te juro que estaba leyendo tumbada y me he sentado de golpe. Y cuando Annie ha empezado a plantarle cara ha estallado todo y yo he empezado a llorar osea que bien narrado Eri en serio.
    - Con el ataque de pánico de Alec también se me ha caído alguna lagrima de la angustia, lo he pasado fatal. Necesito que Alec empiece a ir al psicólogo de verdad.
    - Y el final?? Pues una fantasía la verdad. Mi sueño: que ocurra.
    Tenía muchísimas ganas de este capítulo y por supuesto que no ha decepcionado (y si, la verdad es que me ha sorprendido jajajaja). Menudo pedazo de capítulo en serio osea aún mejor que el anterior si es que eso es posible. He tenido una imagen clarísima de todo el capítulo en mi cabeza, lo has retratado todo super bien. Me ha encantado y estoy desenado leer el siguiente.

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