martes, 8 de diciembre de 2020

Dorado.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Aquel sonido me parecía tan propio de una época de mi vida tan alejada como añorada que, por un momento, mi cuerpo no le ofreció la respuesta que le había obligado a interiorizar después años y años escuchándolo.
               Una parte de mi cerebro se desperezó, tratando de localizar la fuente del sonido para, así, saber qué conducta correspondía. Me resultaba vagamente familiar. Me sonaba, valga la redundancia. Esa dulce música que había ido poco a poco in crescendo, bailando en un rincón  sin identificar de mi mente antes de que pudiera fijar mi atención en ella…
               Un cuerpo se removió a mi lado, más cerca de lo que acostumbraba a tener compañía. Sentí su respiración como una presencia cálida y regular mientras los dos nos despertábamos, ella acusando tanto tiempo de funcionamiento a máxima potencia que no era capaz de ponerse en marcha; yo, con tanto banquillo chupado que todavía no era consciente del poder de mi cuerpo. Apenas era capaz de procesar que yo tenía un cuerpo.
               Hasta que…
               -Mm-jadeó Sabrae a mi lado, en ese tono característico que tenía de buena mañana, cuando había pasado tan buena noche que no quería que se terminara. Entonces, por fin, adiviné qué era aquel sonido: el despertador de su móvil. La dulce melodía con la que empezaba los días de clase, pues si se ponía un despertador a la vieja usanza, se sobresaltaba y se pasaba media mañana nerviosa.
               Me giré para mirarla, ignorando el millón de pinchazos de dolor que siguieron a aquel movimiento en el momento exacto en que Sabrae comenzaba a estirarse. Recordé entonces, vagamente, girarme y mirarla a la luz del amanecer, mientras ella se encogía y fruncía el ceño, acusando el frío de la habitación cuando nos pasábamos toda la noche con el aire acondicionado puesto (mamá era la encargada de apagarlo, pues a mí siempre se me olvidaba que estaba ahí, disponible para nosotros), protestando desde sus sueños por lo pronto que salía el sol siempre. Cuando el astro rey había terminado de besar sus párpados y Sabrae había abierto los ojos, me había encontrado mirándola como lo que era: la reina ante la que me postraría hasta el último de mis días. Es curioso, pero por muchas cosas extrañas que me hubieran pasado a lo largo de las últimas dos semanas (la visita de mi hermano, el coma, el accidente, o descubrir que la chica de la que estaba enamorado era amiga de mi cantante preferido), siempre habría alguna que superaría a las demás, eclipsándolas en asombro: la existencia de Sabrae.
               Como si tuviera la suficiente creatividad como para imaginármela solito, cada vez que abría los ojos y me la encontraba durmiendo a mi lado, ya fuera en una cama pensada para compartir o en una improvisación como la que había hecho la noche anterior, me asaltaba la sorpresa de que ella fuera real. Que no hubiera soñado con ella, simplemente, y nuestro contacto se viera restringido al mundo de los sueños.
               -Buenos días-saludé, estirando la mano y apartándole un rizo de color negro y brillo dorado de la mejilla, encontrándome así mejor con sus ojos.
               -Buenos días-respondió ella en el mismo tono suave e íntimo con el que la había saludado yo. Nuestro tono de las mañanas-. ¿Ya te has despertado, novio mío?
               No sé por qué, pensaba que mis heridas internas me causaban más sueño que dolor. Si ella supiera que lo único que no se había vuelto patas arriba en mi vida era mi capacidad para sentir cuándo amanecía, y despertarme a la vez que el nuevo día… eso, y quererla, por supuesto.
               -No del todo. Debo seguir soñando.
               -¿Por?-sonrió.
               -Oírte llamarme así es un sueño.
               Su sonrisa se había ampliado, se había vuelto sonora, y se había semiocultado en el colchón. Sus ojos habían encontrado los míos, y allí se habían quedado, a vivir en mi cuerpo igual que esperaba que su alma lo hiciera en la mía.
               Sus ojos se habían hundido en los míos, su alma se había mezclado con la mía, y nos quedamos así un rato, ignorando al amanecer hasta que éste se dio por vencido, comprendiendo por fin que lo más bonito sobre lo que podían posarse mis ojos no era él. Después de que las luces del cielo pintaran la piel de Sabrae de tonos hermosos, de chocolate con mezcla de oro, bronce, melocotón y después naranja, cuando la primavera dio paso al celeste, Sabrae rodó por el colchón de su cama, se dejó caer suavemente sobre el suelo, y bajó las persianas, sumiéndonos de nuevo en la oscuridad.
               Habíamos vuelto a dormirnos cogiéndonos de la mano, y ella se las había apañado para abrazarse con cuidado a mi brazo vendado, de tal manera que sintiera mi presencia junto a ella, pero no me hiciera sentir dolor a mí.
               Ya en nuestro presente, Sabrae rodó hasta quedar tumbada sobre su espalda y se apartó la melena de la cara, mirando hacia el techo un momento, disfrutando de ese oasis de paz en el que no existíamos más que nosotros. No había habido accidente. No había habido coma. Todo lo que había en aquella habitación éramos nosotros y nuestras ganas de vivir el futuro que se nos presentaba en el horizonte.
               Un futuro que le había quitado 40 minutos de sueño a Sabrae. Bostezó sonoramente antes de frotarse los ojos, sopesando si levantarse o no.
               -Yo no me quejaré si decides quedarte-le dije, asumiendo con orgullo el papel de ser la peor influencia que tenía en su vida. Ella se rió.
               -Hoy tengo un examen.
               -Tampoco sería el primero que no haces por mi culpa.
               Giró la cara para poder mirarme, sus rizos esparcidos por la almohada como los rayos de una estrella, como el halo de una virgen.
               -¿Porfa?-intenté, poniendo ojitos. Es increíble la facilidad con la que me espabilo cuando hay peligro de que Sabrae se vaya. Se volvió a reír de nuevo, negando con la cabeza y buscando mi mano en la penumbra. Al otro lado de la persiana de plástico, las enfermeras se preparaban para empezar la jornada con los pacientes. Habían hecho el cambio de turno hacía menos de media hora, pero la mañana ya se les estaba haciendo cuesta arriba como sólo a un trabajador puede hacérsele. Que me lo digan a mí.
               -¿Qué planes tienes?-inquirió, acariciándome el pecho por encima del pijama, siguiendo las dobleces de las vendas allá donde éstas daban vueltas y vueltas sobre mi torso.
               -Si te los contara, te enfadarías conmigo. Una vez, hace tiempo, decidiste imponerme que nada de sexo en las mañanas lectivas.
               -Oh, lo recuerdo-asintió con la cabeza, rodando de nuevo para tumbarse lo más cerca posible de mí, con el vientre sobre el colchón, el rostro muy cerca del mío, y sus ojos brillantes-. Pero siempre podemos hacer una excepción, ¿no te parece?
               -¿Es en serio?-jadeé, dejando que mi corazón comenzara a galopar. No sabía qué era lo que había cambiado durante la noche; quizá había sido la cercanía, quizá el ver a su hermano hundido y a ella en su mejor momento, amorosamente hablando, pero el hecho de que Sabrae  estuviera dispuesta a cambiar las reglas de juego sobre la marcha, sabiendo lo estricta que era, era motivo de celebración. Joder, estaba entusiasmado. Quizá demasiado. Puede que las enfermeras vinieran a ver qué me pasaba, por qué me latía el corazón a la velocidad a la que lo hacía, pero, ¿qué más me daba? Lo único que importaba era que tenía a Sabrae ahí, a mi lado, dolorosamente disponible, a centímetros de mi cuerpo, a punto de entregarse a mí de nuevo, en esa etapa de mi nueva vida en la que…
               -No-sonrió, retirándose con una risita malvada tras encender la luz sobre mí, el único motivo por el que se me había acercado tanto.
               … nuestra interacción principal seguiría siendo Sabrae dejándome con las ganas.
               -Mfff-bufé con los labios apretados mientras ella saltaba de la cama y se ponía en marcha, todo un torbellino de emociones y preparativos. A decir verdad, la culpa no era del todo mía; por mucho que yo supiera perfectamente lo responsable que era, también sabía que estábamos en una situación excepcional. Que yo sepa, no todo el mundo pasa una noche de su adolescencia en una cama de hospital, durmiendo al lado de su novio recién adquirido y todavía a estrenar (un chico tiene ases guardados en la manga que sólo está dispuesto a sacar con su novia), así que nuestra situación, un poco excepcional, sí que era.
               Lo suficiente como para que, al menos, considerara siquiera la posibilidad de saltarse las normas por una vez. ¿Qué se pensaba? ¿Que iba a venir la policía a detenernos? Desde luego, yo no pensaba llamar a la pasma. Si ella lo hacía, problema suyo.
                Todo rastro de molestia en mi interior se disipó no obstante antes incluso de llegar a tomar forma, de tan contento que me tenía su presencia allí. Era incapaz de interiorizar el hecho de que alguien tan genial (tan buena, tan mona, tan detallista y tan generosa) me hubiera elegido a mí para ser el foco de todo su despilfarro emocional. A pesar de que todos habríamos deseado pasar la noche anterior en circunstancias muy diferentes a las que lo habíamos hecho, en cierto modo, para mí, la noche había sido perfecta. No sólo había acabado con esos demonios que me decían que no era lo suficientemente querido como para generar un cambio en las rutinas de mis amigos, sino que me había hecho sentir tan especial, tan importante, como para que incluso satélites de mi vida como eran las amigas de Sabrae hubieran decidido tener un bonito detalle y mostrarme un poco de deferencia, a pesar de todo lo que habíamos pasado juntos. Me alegraba de que ellas estuvieran a su lado, pues lo de ayer demostraba que, incluso en las poquísimas ocasiones en las que yo no estaría disponible para Sabrae, ella seguiría contando con una amplia y fuerte red de seguridad que la protegería y la ayudaría a levantarse cada vez que se cayera.
               Sé que la gente normal no acostumbraba a tener pensamientos así de profundos de buena mañana, pero la gente normal no estaba saliendo con Sabrae. Yo, sí.
               Hundiendo los dedos en su melena mientras trataba de adecentársela un poco (a pesar de que no se había movido mucho por miedo a hacerme daño, y porque no solíamos movernos demasiado cuando dormíamos juntos, sus rizos como siempre iban por libre y se habían desmadrado con el transcurso de las horas sin vigilancia), y lo más importante, ignorándome completamente, Sabrae se inclinó hacia su mochila y extrajo de ella un neceser. No pude protestar por cómo me dejó solo cuando se metió en el baño, ocupado como estaba en recrearme en la forma redondeada y sabrosa de su culo. Uf. Lo iba a pasar mal. Tenía que decirle que cambiara de sitio la bolsa la próxima vez, si no quería terminar siendo viuda.
               Me arrebujé en la cama y tiré un poco más de las mantas mientras Sabrae hacía sus cosas en el baño, y cuando salió, me encontró tapado hasta la nariz, con mis ojos sobresaliendo sobre el borde redondeado de la manta como los de un cocodrilo en el río. Sonrió, poniendo los brazos en jarras.
               -No tienes por qué seguir despierto sólo porque yo todavía estoy aquí, ¿sabes? Necesitas dormir.
               -Tonterías.
               -La de anoche fue una noche de emociones muy intensas.
               -Ya dormiré cuando me quede solo-repliqué, conteniendo un bostezo. Tanto hablar de dormir me estaba dando sueño.
               -No vas a quedarte solo. Annie me va a dar el relevo para que pueda irme tranquila al instituto.
               -¿Irte tranquila?-repliqué, conteniendo una sonrisa-. ¿Tienes miedo de que tu novio se vaya a hacer una orgía bestial con cuarenta chavalas en cuanto lo dejes sin supervisión?
               -Muéstrale más respeto a mi novio-replicó, sentándose en la cama e inclinándose ligeramente hacia un lado, con una mano peligrosamente cerca de mí-. Él no calificaría como “bestial” una orgía en la que sólo haya cuarenta chicas. A partir del medio centenar es cuando la cosa comienza a ser discutible-se miró las uñas y se mordió el labio para no reírse.
               -A decir verdad, creo que tu novio no calificaría como bestial nada en lo que tú no formaras parte-estiré una mano para acariciarle el brazo y Sabrae exhaló un gemido de adoración. Las comisuras de su boca se curvaron un poco más, y sus dedos jugaron en la palma de mi mano. Puede que lo de fingir ser diestro tampoco estuviera tan mal.
               -No tengo tiempo para esto-murmuró mientras jugueteábamos el uno con los dedos del otro, concentrados en nuestra piel y nada más-. Dylan va a llevarme al instituto antes de irse a trabajar, y no quiero que se retrase.
               -Te quiero.
               -Tengo que desayunar.
               -Te quiero mucho.
                Sabrae se rió para sus adentros.
               -¿Es tu forma de hacerme chantaje para que me quede?
               -¿Está funcionando?
               -No.
               -Entonces, no. Sólo estoy expresando mis sentimientos.
               -Muy bien-retiró la mano y asintió con la cabeza. Hice un puchero.
               -Dime que me quieres.
               -No. Voy a desayunar.
               -Eres mala conmigo.
               -Lo sé.
               -Sabes que ser mala va en contra de todas las religiones, ¿verdad? Sólo las chicas buenas van al cielo.
               -Y las malas, vamos a todas partes-se jactó ella.
               -No me vaciles, Sabrae. Me estoy preocupando por tu alma inmortal. Quiero que vayas al cielo.
               -Alec, soy musulmana, yo no tengo ningún cielo al que ir. Al paraíso, sí.
               -¿No te dejan volver?
               -¿Qué?
               -Al cielo. Del que te caíste-alcé las cejas varias veces al aclarárselo cuando vi que ella no lo entendía, y Sabrae se echó a reír, negó con la cabeza, se inclinó para darme un beso y, milagrosamente, me dijo que me quería antes de dejarme solo de nuevo. Regresó al poco, con un café aguado de máquina, y se sentó a lo indio sobre el colchón de su cama. Observé cómo extendía una servilleta sobre su regazo antes de abrir un paquetito de barritas de bizcocho de arándanos recubiertos de chocolate blanco. Me tendió una, que rechacé.
               -Ahora no pretendas limpiar tu conciencia por no traerle un café a tu novio inválido.
               -¿Querías café?
               -Lo que quería era desayunar contigo-gruñí, haciendo un mohín. Sabrae me respondió algo sobre que ya desayunaríamos juntos el fin de semana, a lo que yo no le presté atención, pues se le había quedado una miguita de chocolate blanco en la comisura de la boca y yo me la había quedado mirando embobado, envidiándola como no había envidiado a nada en toda mi vida. Qué triste.
               No ser aquella miguita de chocolate y deshacerme en su lengua, quiero decir.
               -¿Me estás escuchando?
               -Acabo de despertarme de un coma, bombón, no pretenderás que mantenga discusiones filosóficas contigo.
               -Te despertaste hace cuatro días.
               -Ya, y aun así, estoy fatal.
               -Tú estás fatal cuando te conviene-se rió, hundiendo el bizcocho un poco en su café.
               -¿Me das?
               -¿Bizcocho?
               -Café.
                -No. Necesitas dormir más, no cafeína.
               -Vale, mamá-gruñí, tumbándome sobre mi espalda y exhalando un bufido con el que le dejé muy clara mi opinión al respecto.
               -No me llames eso.
               -¿Por? ¿Te molesta? Creo que se te olvida quién de los dos es el adulto aquí, mamá. Y quién es el mayor, mamá. Soy responsable de mis actos-hice una pausa en la que Sabrae se me quedó mirando desde arriba-. Mamá-puntualicé finalmente, orgulloso de estar sacándola de sus casillas.
               -Como te acostumbres a llamarme así y empieces a decírmelo durante el sexo-dijo ella sin mirarme, mojando el bizcocho de nuevo en el café-, pienso chupártela de tal manera que te dejaré los huevos como un par de uvas pasas.
               -¿Lo prometes?-coqueteé. Sabrae se rió, asintió con la cabeza, y abrió la boca para terminarse el bizcocho, con el que se atragantó en cuanto yo empecé-: mamá, mamá, mamá, mamá, mamá, mamá.
               Me dio un manotazo que, por suerte, no acertó en ninguno de mis masacrados órganos vitales, pero sí fue suficiente para salpicarse el pijama un poco con el poco café que aún le quedaba en el vasito. Recogió la servilleta, la hizo un bola, la lanzó en una perfecta parábola directamente al cubo de basura que tenía a mi lado, y fue a lavarse los dientes. Yo seguí mirándola.
               Y mirándola.
               Y mirándola.
               No quería que se marchara. Con que estuviera allí, sin hacerme el más mínimo caso, para mí era más que suficiente. Adoraba tenerla allí, conmigo, dándole normalidad a la situación más extraña de mi vida. Le daba un cierto deje de cotidianeidad al que no me importaría acostumbrarme: mirarla así, recién levantado, mientras ella desayunaba en la cama a mi lado, se lavaba los dientes y se preparaba para irse a clase en el futuro más inmediato, y en el más lejano, a trabajar. Era como echar un vistazo en el interior de una casa que nosotros mismos construiríamos, un hogar que sería sólo de nosotros dos.
               Quizá el futuro que habíamos planeado empezar el lunes que tuve el accidente sí hubiera empezado, después de todo, pero no el modo en que ambos habíamos previsto. Puede que yo estuviera destinado a representar ese papel: el de público admirado ante su artista predilecta, que se ponía en pie nada más verla entrar o salir del escenario, dispuesto a ovacionarla con toda la fuerza de sus pulmones y sus manos simplemente por respirar.
               Tío, pensé al darme cuenta de que disfrutaba más viendo a Sabrae desaliñada, en pijama y preparándose para un nuevo día tratando de ignorar la urgencia que la atenazaba por volver a la cama y disfrutar de un poco más de sueño, que viendo a un millón de mujeres, de todas las edades y todas las formas, desnudas y predispuestas a pasar la mejor noche de sus vidas conmigo, estás en la más absoluta mierda.
               Y sí, supongo que lo estaba. Supongo que estar enamorado y estar en la más absoluta mierda no tienen tantas cosas que las distingan como para que sea fácil para alguien de fuera. Pero para alguien que está experimentando esa sensación, lo intenso de una conexión como la que teníamos Sabrae y yo, la experiencia era tan diferente como lo era el verano del invierno.
               Sabrae terminó de lavarse los dientes y se examinó un momento en el espejo, decidiendo qué hacía con su pelo. Le tocaba lavárselo esa tarde, así que no estaba muy predispuesta a llevarlo suelto y que todo el mundo viera cómo se le rebelaba. De modo que cogió una goma de su neceser y hundió los dedos en su melena, haciendo que cayera en una única cascada por encima de su cabeza, deslizándose por sus hombros mientras se balanceaba a un lado y a otro cuando ella empezó a pasarse los dedos para intentar adecentarse todo lo posible la coleta.
               Dado que tenía los brazos levantados, se le subió un poco la camiseta, dejando ver una trinchera de piel que hizo que se me cayera la baba, pero no en el mal sentido. No sólo su cara me había dado los buenos días: también lo estaba haciendo su tripita, esa que a ella no le gustaba y que a mí me encantaba mordisquear cuando me dejaba utilizarla como almohada, invirtiéndonos los papeles por una vez. De nuevo, me entró ese hambre de su piel, y me imaginé aquella misma tarde, con las camas aún como estaban colocadas ahora, tumbado sobre ella y soplándole despacio en ese sitio en el que tenía tantas costillas.
               Joder, ¿cómo se podía desear de una forma tan inocente un trozo de piel tan inofensivo?
               Sabrae se dejó caer de nuevo sobre sus talones, examinándose la melena recogida desde varios ángulos, y asintió finalmente con la cabeza. Se dio cuenta de que la estaba mirando, y sus ojos se posaron sobre los míos.
               -¿Qué?-preguntó con delicadeza.
               -Nada-dejé caer la cabeza sobre la almohada una vez más-. Estás muy guapa.
               No pudo evitar sonreír, a pesar de que pensaba llevarme la contraria, como siempre.
               -Al, estoy en pijama.
                Mi respuesta fue una sonrisa torcida, cansada. Mi cuerpo se había vuelto consciente de que pronto se iría, y entonces no merecería la pena seguir despierto.
               Sin embargo, ella supo interpretarla. Se rió, se acercó a mí, me dio un beso en los labios y me apartó un par de mechones que me caían sobre los ojos.
               -Tú también estás muy guapo. Te quiero-ronroneó como una gatita contra mi hombro antes de darme un beso en la piel que el vendaje dejaba libre, y juro que me curó un poco el dolor. Observé cómo se desvestía en silencio, sumida en sus pensamientos, demasiado cansado por la noche anterior y triste por que se fuera ahora como para intentar entablar conversación, tratar de alargarlo más. Sabía que no podría hacer nada más que disfrutar de ella, y eso era lo que tenía pensado hacer.
               Hasta que Sabrae se puso a revolver en su mochila y chasqueó la lengua de nuevo, sacudiendo la cabeza de tal forma que su coleta se convirtió en un péndulo. Se giró y me miró con aire inocente.
               -¿Qué pasa?
               -No he cogido bragas.
               Parpadeé.
               -¿Doña Precavida, yendo por ahí sin ropa interior?
               -¡Déjame!
               -No puedo decir que me sorprenda. Seguro que lo último que pensaste ayer mientras hacías la mochila, era que ibas a tenerlas puestas toda la noche, ¿no es así, so cochina?-me eché a reír y Sabrae me lanzó sus medias enrolladas.
               -No tiene gracia, ¿vale? No tengo tiempo de pasar por casa, y si le digo a Shasha que me coja unas para cambiarme en el baño, se estará metiendo conmigo hasta el día que me muera.
               -Y esto me lo cuentas a mí, que no tengo ningún inconveniente en meterme contigo hasta el día que te mueras, porque…-Sabrae alzó una ceja y yo carraspeé-. Oh. Oh. Oh. Lo has hecho a propósito, ¿verdad?
               -¿El qué?
               -Quieres ir con unos gayumbos míos al instituto-adiviné, y Sabrae se puso colorada, pero no me llevó la contraria, así que no me quedó más remedio que reírme de nuevo-. Adelante, nena. Sírvete. Mi ropa interior es tu ropa interior.
               -¿No te importa?
               -Hombre, debo decir que la idea de que vayas por ahí con el culo al aire me entusiasma más de lo que debería, incluso cuando yo no voy a poder estar contigo para disfrutarlo y calentarte… oye, nena, de verdad que deberíamos considerar la posibilidad de hacer una lista de fantasías sexuales que queremos cumplir, porque acabo de descubrir que me encantaría manosearte mientras vamos por la calle, como en el episodio ése de Euphoria en la que un chaval va agarrándole directamente una nalga a una tía mientras están en el baile de su instituto.
               -¡Gilipollas, digo lo de dejarme tus calzoncillos!
               -Vamos, bombón, ni que fuera la primera vez-le guiñé un ojo y Sabrae se puso más roja aún, recordando el momento exacto en el que se había puesto unos de mis gayumbos por primera vez: la primera noche que pasamos en mi casa, cuando Mimi se llevó los condones y nos obligó a ir corriendo a una farmacia a por el paquete más grande que tuvieran, tales eran nuestras expectativas para la noche. Joder, nos lo habíamos pasado tan bien en los preliminares que el pequeño tanga que había llevad Sabrae parecía más un colador de tela que otra cosa, y la noche no estaba para que cogiera una neumonía vaginal, pobrecita mía.
               Sabrae soltó una risita cómplice, haciéndome ver que sus pensamientos habían flotado hasta el mismo punto en nuestro pasado. Yo estaba intentando no pensar en lo que había pasado después, y he de decir que había fracasado estrepitosamente.
               -Me vienen flashbacks de Vietnam con este asunto.
               -¿Sí? A mí, más bien, del Barrio Rojo de Ámsterdam.
               Para mi gran desgracia, Sabrae se puso la falda antes de quitarse las bragas, y se subió mis calzoncillos sin dejarme echar más que un vistazo de su entrepierna desnuda. Gruñí sonoramente y ella volvió a reírse, lanzando una mirada preocupada en dirección a la puerta mientras abría mi bolsa de deporte.
               -Te dejo aquí las usadas, ¿vale?
               -Uy, sí. Muchas gracias-me incorporé como un resorte y Sabrae se rió más fuerte.
               -No te dediques a olfatearlas, ¿eh? Sólo las estoy guardando aquí. De tarde vendré a por ellas; no es plan de ir paseando mi ropa interior por Londres.
               -Tienes razón. Mejor pasea la mía-ronroneé, inclinando la cabeza a un lado para echar un vistazo aunque fuera al final de la pernera de mis bóxers. Sabrae había cogido unos de Superman que le encantaba cómo me quedaban, porque “me marcaban el paquete hasta el punto de que parecía que tenía el doble de lo que tenía”, a lo que yo le había respondido una vez si no sería que ella era extremadamente flexible ahí abajo y podía asumir sin despeinarse cuarenta centímetros en su interior.
               El poco tiempo que nos quedaba juntos, lo invertimos en besarnos y decirnos que nos queríamos mientras nos acariciábamos mutuamente. El sueño volvía a apoderarse de mí poco a poco, pero de momento tenía cosas más importantes de las que ocuparme que las ganas que tenía mi cerebro de realizar una desconexión total.
               Para cuando llegaron mis padres, estaba un poco mareado de tanto beso, aunque no estaba seguro de si se debía a la falta de oxígeno por no poder usar los pulmones, o al hecho de que Sabrae estuviera tan cerca y tan entregada a mí. Nos separamos a regañadientes en cuanto oímos el carraspeo con el que mi madre trató de cortarnos el rollo, relamiéndonos unos labios en los que aún notábamos los besos del otro.
               -¿Volvemos más tarde?-se ofreció Dylan, conteniendo una risa cuando Sabrae apoyó su frente en la mía y yo froté mi nariz contra la suya. Las pestañas de Sabrae me hacían cosquillas en la mejilla.
               -No-dijimos los dos a la vez, y exhalamos una sonrisa entre dientes al darnos cuenta de que, por mucho que lo último que nos apeteciera fuera separarnos, sabíamos que no nos quedaba otro remedio, y que confiábamos en que en el futuro podríamos retomarlo todo justo donde lo dejamos.
               Sabrae tragó saliva, jadeó mi nombre en voz baja, de forma que sólo yo pudiera oírla, y se despidió con un dulce:
               -Te quiero.
               -Yo también te quiero, nena-ronroneé, acariciándole el costado. Ella sonrió, me dio un piquito, un último beso en la mejilla, paseó su pulgar por el punto en el que hacía unos segundos habían estado sus labios, y, finalmente, se alejó. Recogió su mochila del suelo, se la colgó al hombro, y se giró para despedirse con un discreto gesto de la mano cuando Dylan le rodeó los hombros y, tras guiñarme el ojo, se la llevó, dejándome a solas con mamá, que miró las dos camas unidas y alzó una ceja.
               -¿Qué?
               -Nada. ¿Tú también has triunfado esta noche?-se burló, y yo me reí.
               -Vaya, así que, ¿así es como vamos a funcionar a partir de ahora? ¿Tú echas polvos y yo tengo que aguantar que me lo restriegues?
               -Sólo estaba siguiendo tu consejo, cariño-respondió, tirando de la cama para colocarla en su posición original, debajo de las lámparas.
               -Qué obediente eres-comenté, y ella se rió.
               -Tienes cara de sueño-insistió.
               -Mamá. En serio, no te preocupes. Sabrae no me tocará un pelo de la cabeza hasta que no le den un informe en el que diga que se me puede levantar sin que haya riesgo de trombosis ni nada por el estilo. Desgraciadamente para mí, voy a tardar bastante en volver a tener sexo. Creo que voy a tener que hacerme a la idea de que la próxima vez que folle, no va a ser con público-miré el control de las enfermeras, que poco a poco se iba llenando de trabajadoras a medida que terminaban las primeras rondas de la mañana y se organizaban para desayunar.
               -No es en la cabeza donde tiene que tocarte, cariño-se rió, antes de sentarse en el sillón que podría llevarse cuando llegara el día en que me dieran el alta. Puse los ojos en blanco y no pude evitar reírme. Hundió los dedos en mi pelo, pensativa, jugueteando con mis mechones rizados mientras su cabeza navegaba por aguas a las que yo no podía llegar-. ¿Te quedaste despierto durante todo el programa anoche?
               Asentí. Y bostecé. Y mamá sonrió.
               -Duerme un poco más entonces, cariño. Yo me ocuparé de que no te despierten cuando te traigan el desayuno, mi amor.
               No necesité que me lo dijera dos veces. Me hundí en el colchón, me arrebujé en las mantas, y la miré en el hueco entre mis pestañas mientras mamá me extendía una nueva manta por encima. Estaba empezando a hacer frío en la habitación; Sabrae se había llevado su calorcito con ella, y ahora sólo me quedaba el tímido frío de mediados de primavera.
               Y así, con los dedos de mi madre jugueteando con mi pelo y el perfume de Sabrae todavía flotando en el aire, la sensación de estar protegido y ser querido y celebrado, me dejé llevar por el sueño, y me quedé dormido.
 
Lo que me trajo de vuelta del mundo de los sueños fue un sonido que no estaba acostumbrado a escuchar en la habitación: risas ahogadas. Normalmente, si yo estaba dormido, me rodeaba el más absoluto de los silencios, tan importante era mi descanso para todos aquellos que se dignaban a venir a visitarme. Entendían que, por una vez, el más relevante de la habitación era yo y no ellos.
               Salvo ellos dos, claro. Aunque, a decir verdad, no podía culparlos. Si toda Inglaterra estuviera a tus pies, tus fans se contaran por miles, y estuvieras en una banda que ya se proyectaba como la más exitosa de la década cuando ni siquiera había terminado el concurso en el que participabas, me gustaría ver qué tal lo llevabas. Se te subiría a la cabeza, ¿verdad?
               En comparación, Tommy y Scott continuaban como siempre, tremendamente humildes, plenamente conscientes de que no eran importantes por el mero hecho de apellidarse Tomlinson y Malik.
               Claro que el hecho de que siguieran siendo relativamente cercanos no impedía que fueran gilipollas, y despertaran a un moribundo cuando éste más necesitaba dormir. Que me había pasado la noche anterior despierto hasta las tantas por ellos, joder, ¿es que no merecía ni un poco de tranquilidad?
               Abrí lentamente los ojos, negándome aún a regresar al mundo consciente, pero sabiendo que pronto tendría que enfrentarme a ellos dos. Tras revolverme un poco en sueños, finalmente, conseguí enfocar lo que tenía ante mí: el rostro preocupado y con un ligero deje de arrepentimiento de Tommy, en cuyos ojos brillaba un deje nostálgico. No debería ser así como nos reuniéramos cada semana, no después de todo lo que habíamos pasado juntos. Nos merecíamos una fiesta en la discoteca más exclusiva de todo Londres, no una tranquila reunión en una habitación de hospital.
               -Te has puesto muy fea esta noche, mamá-comenté tras un bostezo, y Scott se echó a reír.
               -No voy a venir a verte más-amenazó Tommy, y yo me revolví en mi lecho.
               -Me amas. No puedes vivir sin mí, T. Asúmelo ya.
               -¿Cómo te encuentras?
               -Semidesnudo-respondí, empujando la manta para que vieran que me había quitado en sueños, aún no sabía cómo, el pijama que me había traído Sabrae. De ahí que tuviera tanto frío cuando llegó mi madre, pensé-. Y hambriento. ¿Me pasas la camiseta? Está en el armario, en el primer estante.
               Scott se levantó.
               -¿Te dejan dormir desnudo?
               -No-respondí Alec-, pero tengo que dormir, y no puedo dormir con ropa.
               -¿Y te dejan usar tu ropa?
               -Si tanto les jode, que me la quiten.
               -¿Qué tiene de malo la bata que te dan aquí?-preguntó Tommy, y yo le fulminé con la mirada.
               -Para empezar, que es verde.
               -A ti te sienta bien el verde-replicó.
               -A mí me sienta bien todo chaval, pero eso no es lo que estamos discutiendo aquí. Me siento como un puto apio gigante a punto de ser devorado por un hámster mutante-me estremecí de pies a cabeza y ellos se rieron, ajenos a que lo que realmente me preocupaba era el hecho de que, con la bata del hospital, me sentía más enfermo y expuesto que nunca. Detestaba saber que, en cualquier momento, Aaron podría regresar y encontrarme con esa ridícula indumentaria que le recordara, una vez más, que yo no podía defenderme de lo que fuera que quisiera hacerme-. Luego está el hecho de que todo el mundo que tiene cáncer lleva estas putas batas. Es imposible que no tengan correlación.
               -Deberíamos denunciar al fabricante de cascos; está claro que el tuyo te hizo más mal que bien-comentó Scott, inclinándose y revolviendo en los estantes.
               -Yo no me estoy muriendo. Tuve un accidente, y estoy hecho mierda por dentro, pero no me estoy muriendo-gruñí, molesto. Ah, vale, ellos triunfaban en un concurso a nivel nacional y yo era un pobrecito trabajo de beneficencia que hacían nada más despertarse. Genial-. Me deprime esa puñetera bata. Me aburre. Y huele raro. A hospital.
               -¡Qué raro! ¡Ni que estuvieras en un hospital y no en un bungaló en Bahamas!-se cachondeó Tommy. Scott se sentó en el suelo para poder reírse a gusto. Puse los ojos en blanco y traté de cruzarme de brazos, pero, cuando tienes un brazo escayolado de tal forma que te resulta imposible doblarlo, el efecto que consigues es el de hacer una cosa rara con el brazo libre.
               -Además, cuando la llevo puesta, llevo el culo al aire. Y no me gusta-me enfurruñé.
               -Pobrecito, que coge frío en el culito-canturreó Tommy, pellizcándome la mejilla. Me estaba buscando, este puto mocoso. Intenté morderlo, pero fue más rápido que yo.
               -No me siento yo con esa puñetera bata. Y ya está-¿tan difícil era de entender? Vale que ellos no estaban en mi situación, y preferiría que no lo estuvieran nunca, pero… joder. Podían ser un poco más comprensivos-. Prefiero mi ropa. Encima que estoy aquí, muerto del asco, que ni jugar a la Xbox puedo (aunque aprecio el detalle de que me la trajerais), no me voy a poner ropa con la que no estoy cómodo.
               -¿Y las enfermeras?
               -Que digan misa-volví a intentar cruzarme de brazos, sin éxito. Lo único que podía hacer era suspirar, y limitarme a convivir con mis nuevos límites.
               -Aquí sólo hay ropa de tu madre-comentó Scott, que no había aprendido a rebuscar en un armario en su vida, parece ser. Es cierto que mamá había organizado sus cosas de manera que se vieran mejor, pero eso no quitaba de que, claramente, hubiera ropa también mía en el armario, que Sabrae había repartido con esmero.
               -Mira en la mochila-indiqué, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la bolsa de viaje que me habían traído a principios de semana. Scott, sin embargo, se dirigió directamente a una mochila rosa que Mimi se había dejado allí hacía un par de días, en la que guardaba sus cosas-. En esa no, ¿no ves que es rosa? No es mía. La mía es la negra. La masculina.
               Scott giró sobre sus talones, cargando con la bolsa por fin. La depositó a los pies de mi cama, a la distancia suficiente como para no tocarme.
               -¿Todavía no te ha dado mi hermana la charla de “la ropa no tiene género”?
               -La puñetera mochila es de My Little Pony. Ni yo puedo luchar contra esa invasión de estrógenos. Lo único que me faltaba era ponerme a menstruar-hice una mueca y, cuando Scott y Tommy me miraron con una ceja alzada, impresionados por mi ataque de machismo, no pude evitar echarme a reír-. Joder, como Sabrae me escuchara decir esto, me pegaba tal paliza que no me acordaría ni de mi nombre.
               Scott comenzó entonces sus labores de sabueso, con tan mala suerte que encontró la cajetilla de tabaco que Jordan me había escondido disimuladamente al fondo. Genial. Si Scott podía encontrarla sin ningún esfuerzo, eso implicaba que mamá todavía no se había hecho con ella porque no le había dado por registrar mis cosas.
               -Asegúrate de esconder eso bien en el fondo, S-le pedí.
               -¿No se supone que deberías dejarlo? Te han quitado medio pulmón. Y te han visto manchas.
               -No quiero dejar las cosas a medias, T; hasta que no tenga el pulmón lleno, no pienso parar.
               -¿Y los chicles?
               -Para cuando viene tu hermana.
               -¿Te crees que no sabe que fumas?
               -No son para engañarla, son para que no me sepa la boca a tabaco y no le disguste besarme-esbocé una sonrisa pícara y me toqué la sien-. Hay que pensar en todo con las mujeres, S.
               Scott volcó el contenido de la mochila sobre la cama y Tommy le ayudó a escoger entre los trastos que habían salido disparados de la bolsa. Esperé, esperé, y esperé, hasta que Scott se detuvo en seco y señaló un trozo de tela azulada con bordes rosa que apareció entre la ropa. Sabedor de lo que venía, me acerqué la bandeja con el desayuno. Necesitaría toda la azúcar posible para enfrentarme a la conversación que estaba a punto de tener con Scott.
               -Alec.
               -Scott.
               -¿Qué es esto?
               -¿Qué es qué?
               Tommy se encargó de extraer el objeto en cuestión.
               -Ah. Unas bragas.
               Scott y Tommy clavaron los ojos en mí.
               -¿No nos habías dicho que…?
               -Son de Sabrae-aclaré, agotado. ¿Pensaban que les dejaría husmear en la ropa de mi madre como dos pervertidos? Lo llevaban claro.
               Tommy las soltó como si quemaran, algo que francamente me ofendió. Es decir, vale que unas bragas sucias tampoco son el regalo que todo tío quiera encontrarse bajo su árbol de Navidad, pero, ¿no podía mostrarle un poquito más de respeto a las bragas de Sabrae?
               -¿¡Por qué cojones tienes unas bragas de mi hermana en la mochila!?-ladró Scott. Cogí el paquete de galletas pensando señor, qué cruz, y centré mi atención en él-. ¡¡No estarán usadas!!
               -Estás puto enfermo-gruñó Tommy, limpiándose las manos contra la camiseta.
               -¿Para qué coño quiero yo unas bragas de tu hermana limpias?-espeté. Definitivamente, el programa les había vuelto tontos.
               -¿Pero cómo se puede ser así de pervertido?
               -¡Se las estoy guardando!
               -Eso no hay quien se lo crea.
               -Bueno, y aunque no fuera así, ¿qué problema tenéis? ¿Acaso vosotros folláis vestidos?-acusé mientras Tommy se frotaba obsesivamente las manos con las sábanas, intentando quitarse todo rastro de la prenda de su piel-. ¡Es increíble! ¡Hace semanas que no follo y me venís con éstas!-Scott alzó las cejas, mirándome. No se creía que no hubiéramos hecho aún nada porque todavía no sabía hasta qué punto estaba yo jodido-. Es decir, ¡vale, sí, estoy cachondo todo el rato! ¡Estoy que me subo por las paredes, y las enfermeras no ayudan, poniéndome las tetas en la cara a cada ocasión que se les presenta! Yo no soy de piedra, ¿sabéis? Tampoco me parece una aberración tan absoluta que tenga ropa interior de mi novia en la mochila.
               -¿Usada?-se rió Scott.
               -Bueno, si quisiera unas bragas a estrenar, le habría pedido a cualquiera que me trajera un paquete sin abrir de Primark, ¿no? Además, ¿qué gracia tienen las bragas limpias?
               -A ti habría que inventarte, si no existieras-bufó Tommy.
               -Es la medicación, que me tiene…-silbé y negué con la cabeza, consciente de repente de cómo me dolía, me daba vueltas y me parecía demasiado pequeña para el tamaño de mi cerebro, todo a la vez.
               -Sí, la medicación, que te hace ser tal cual eres tú, Al.
               -Que no rijo bien, te digo, Tommy-protesté-. Y bueno, tu hermana, también… tela con ella. ¿Sabes que no ha traído una muda para irse al instituto? He tenido que dejarle unos gayumbos para que no fuera con el culo al aire.
               -Qué tragedia más grande-se burló Tommy.
               -Y tú con un trauma de esos que necesitan psicólogo semanal-contestó Scott, metiendo el objeto de la discordia en la mochila y cerrando sus cremalleras con furia.
               -Si llego a saberlo, se lo pedía nada más despertar, también te lo digo.
               -Estás mal de la cabeza. Los dos estáis mal de la cabeza.
               -Venga, T, tienes que reconocer que huele bien cuando están excitadas-ronroneé. Tommy puso los ojos en blanco, pero Scott tuvo que darme la razón encogiéndose de hombros, lo cual escandalizó todavía más al más pequeño de los tres.
               -Bueno, vale, la verdad es que te pone como una moto.
               -¡Scott!
               -Pero de que te guste cuando estáis en el tema-rebatió mi cuñado-, a que te pongas a oler bragas en tus ratos libres…
               -No las he tocado.
               -Sí, ya.
               -Te lo juro. No he hecho nada con ellas. ¿Me molesta tenerlas ahí? No, todo lo contrario. Incluso me da morbo. ¿Qué te acabo de decir? Estoy a cien todo el puto día, las enfermeras no me ayudan, y luego llega la tarde y Sabrae viene y se me sienta aquí al lado-señalé con la cabeza el sofá que ocupaba mi madre cuando me había echado a dormir-, y encima viene con esos escotes que me trae siempre (que para mí que está intentando que me estalle el corazón o algo así), ¿y os pensáis que yo necesito unas bragas para ponerme nervioso? Por favor-puse los ojos en blanco y me acerqué el café-. Adónde vamos a parar. Con la imaginación que yo tengo. Con la memoria que yo tengo-negué con la cabeza, doblé la cama hasta tener el torso en un ángulo recto y examiné la bandeja con el desayuno. Me peleé con un envase de plástico con mermelada bajo sus miradas.
               -Y, si se quitó las bragas…-empezó Scott.
               -¿Podéis dejar ya el puto temita?
               -Tienes dos novias, Tommy-clavé los ojos en Tommy-. Va siendo hora de que te familiarices con la ropa interior femenina.
               -Estoy muy familiarizado, muchas gracias por tu interés. Pero una cosa es hablar de bragas en general, y otra muy diferente son las bragas usadas que guardas en tu mochila para olisquearlas cuando nadie mira.
               -¡Y dale! ¡Que no las olisqueo!
               -Tíos-exigió Scott. Le miramos-. Si se las quitó, ¿qué hicisteis después?
               Me eché a reír. Oh, así que era eso lo que le preocupaba: que corrompiera a su pobre hermanita indefensa. Si él supiera que me costaba más convencerla de que me hiciera algo, cualquier cosa de mínima índole sexual, que el que me dejara marcharme a África…
               -No tengo la capacidad para convencerla de follar en esta habitación. Y no será por no haberlo intentado-aparté el envase, harto de sentirme un completo inútil-. Te vas a cagar, hijo de puta-musité, cogiendo el cuchillo de plástico y clavándolo en el centro del envase, que saltó sobre sí mismo, haciendo una voltereta, y me salpicó con mermelada verde y trocitos del plástico desintegrado del pequeño cuchillo, ahora inservible. Hice una mueca.
               -¿Se fue sin más?
               -Le presté mis gayumbos, Tommy, no le hice firmar una hipoteca ni nada por el estilo.
               -¿Quién coño se ha creído que es?-ladró Scott.
               -No es la primera vez que utiliza mis calzoncillos.
               -Eleanor me los quitaba cuando tenía la regla-intervino Tommy, y yo le miré. La sola mención del nombre de su hermana debería tener un efecto devastador en Scott, pero éste ni se inmutó. A juzgar por lo que habíamos visto la noche anterior, o estaba dando pasos de gigante en su carrera como actor, o su cerebro se había desconectado y no pensaba en Eleanor como su novi, lo cual me pareció bastante triste, a decir verdad. No me acostumbraba a eso de que Eleanor y Scott no estuvieran juntos
               Dios, qué raro era pensar que “ex” se refiriera a Eleanor en referencia a Scott.
               -Ya, si a mí también me los cogía, pero eso no quiere decir que se pueda dedicar a robar calzoncillos por ahí.
               -No los roba por ahí, Scott, no seas melodramático-me eché como pude un poco de mermelada en una tostada y lo unté con el dedo. Una cerdada, lo sé, pero prueba a hacerlo tú con una mano vendada-. Se los doy yo. Y me gusta. Joder, me encanta pensar que los lleva puestos. Igual que me encanta pensar que usa mi sudadera de boxear cuando está por casa.
               Tommy se reclinó en el asiento, con una sonrisa socarrona que compartía con Scott.
               -Scott, ¿puede estar Alec más enamorado de Sabrae?
               -No lo sé, Tommy, ¿puede?
               -La respuesta empieza por N y acaba por O.
               -Gilipollas-sonreí mientras me observaban desayunar. Lo de la tostada no fue nada comparado con la odisea que resultó tratar de echarme azúcar en el café: dado que no podía abrir el sobre con una sola mano, tuve frotarlo por un extremo y, harto de que eso no sirviera de nada, lo mordí y me tiré todo el azúcar por encima. Les gruñí a Scott y Tommy para que no me ayudaran. Tenía que hacerlo solo. Mamá no podía estar ahí siempre; si se había ido, era porque necesitaba un momento de tranquilidad. La semana había sido una horrible montaña rusa para ella, y yo no la obligaría a continuar sobre el cochecito, dando vueltas a toda velocidad mientras desafiaba la gravedad.
               -Eh… ¿llamamos a una enfermera?-preguntó Tommy cuando me tiré el azúcar encima
               -No creo que en su contrato laboral figure “lamerle el pecho a los pacientes”. Pero si queréis preguntar…-me encogí de hombros, recogiendo granitos de azúcar y echándolos de uno en uno en el café. Tommy estiró la mano para darme la cucharilla.
               -Para-ordené-. No estoy impedido-gruñí-. Tiradme la camiseta-Scott se levantó y me la lanzó. Por lo menos, fui capaz de cogerla al vuelo, lo cual supuso un importante subidón en mi autoestima.
               Ponérmela fue otro cantar; me quedé atrapado dentro como un chiflado en una camisa de fuerza. Tuve que tragarme mi orgullo y pedirles ayuda, pero como ellos se burlaron de mí, tomándome el pelo por tratar de conservar un poco de independencia, los mandé a la mierda y continué pegándome a solas con la camiseta, ladrando casi literalmente cada vez que ellos estiraban las manos en mi dirección.
               Lo conseguí. Por fin. Solo. Lo cual me dio la satisfacción de poder hacerles un corte de manga a ambos.
               El paquete de galletas que descansaba sin abrir en una esquina pudo conmigo. Traté de abrirlo repitiendo la operación de antes, frotándolo por un borde, pero Tommy se cansó de tanta historia, me lo quitó y me lo abrió. Cuando me lo tendió, le dije que ya no quería más, y al insistir él, me cabreé. Ellos eran los únicos con los que no tenía que fingir: estaban lo suficientemente ocupados como para que yo no tuviera que andarme con rodeos, y podía decirles lo mal que me sentía. Se preocuparían, pero tenían las suficientes cosas pendientes para distraerse, de modo que todos ganábamos: ellos sabían la verdad, y yo me desfogaba con alguien.
               -Me cago en Dios, Tommy, ¿te tengo que dar una hostia? ¿A que te aplasto con la escayola? Estabas mejor invirtiendo tus energías en hacer que Eleanor perdone a Scott que dándome de comer a mí como si fuera un bebé.
               -Vaya, estamos un poco gruñones hoy, ¿eh?-se burló Scott.
               -Estoy gruñón desde que me desperté del coma, Scott. Estoy hasta los cojones de estar aquí encerrado. Ni en una silla de ruedas me puedo sentar para poder ir a que me dé el aire, o acercarme a la autopista y que me lleve por delante un camión. Dime algo que no sepa, hazme el favor.
               -No puedes ir a una autopista, hay límite de velocidad-razonó Tommy, con diferencia la persona más gilipollas que había conocido nunca.
               -Y nosotros no podemos quedarnos sin bebé que alimentar-añadió Scott, que cogió una servilleta y me la puso a modo de babero-. Venga, abre la boca, que viene el tren.
               -Os odio a los dos.
               Se dedicaron a hacerme de rabiar, y no pararon hasta que una de las enfermeras no les miró desde el mostrador, reprobando su conducta. Entonces, mansamente, se sentaron en los sillones y esperaron a que yo terminara de desayunar. Parecían ansiosos por algo, pero pronto lo adiviné.
               De la misma manera que ellos eran mi salvoconducto, yo era el suyo. Podían acudir a mí para que yo fuera sincero con ellos, y les diera una nueva perspectiva desde las que mirar las cosas. He de confesar que me gustaba sentirme así de útil: era una novedad a la que no me importaría acostumbrarme, aunque preferiría que mis consejos fueran en otra dirección que no fuera la de cómo conseguir que Eleanor perdonara a Scott.
               -¿Visteis ayer el programa?-preguntó Tommy, frotándose las manos, gesto que hacía cuando estaba nervioso y no sabía no irse por las ramas. Asentí -. ¿Qué te pareció la actuación?
               -Cojonuda-respondí, chupándome los dedos-, aunque no me acuerdo de nada, del impacto que me causó la de Eleanor con ese mamarracho, así que se me olvidó lo que hicisteis, igual que a vosotros se os debió de olvidar lo que os dije de ella.
               Scott puso los ojos en blanco y se recostó sobre su asiento, mordisqueándose los dedos, fingiendo una indiferencia que no aparentaba en absoluto.
               -Que es…-me animó Tommy a seguir, porque si no me daban cancha, yo no sabría dónde estaban mis límites. Por mucho que conociera a Scott desde que ambos teníamos uso de razón, yo no estaba pasando por lo que él, y Tommy sí. Sólo Tommy sabía hasta dónde debía llegar mi preocupación, hasta dónde debía tener tacto. Me volví como un resorte hacia S.
               -Has dejado que te humillara delante de toda Inglaterra y parte de Europa, y encima con ese payaso, que ni media hostia tiene. Podría pegarle una paliza y no despeinarme aun sin salir de esta cama-le increpé. Scott suspiró.
               -No merece la pena.
               -¡¿Que no qué?!
               -Eleanor no va a querer volver conmigo nunca. Ayer tuvo movida también con Tommy.
               -Yo me peleo constantemente con Mary. Es mi hermana. Es mi deber.
               -Da igual, Al. Prefiero no joder más las cosas entre ellos dos.
               -Chato, Tommy es su hermano, da igual dónde esté. Pero tú tienes que trabajarte tu relación con ella, ¿me entiendes, flipado? No puedes ir por la vida dependiendo de lo guapita que tienes la cara. Eleanor es inmune a eso. Tienes que ganártela.
               -Que no va a haber manera, que te lo digo yo, Alec, que la conozco.
               -Vale, ¿y se puede saber por qué?
               -Soy un perro infiel.
               Tommy se aguantó las ganas de reírse, pero yo no dije nada.
               -Yo no diría tanto-comenté, terminándome mi café-, eres, más bien, un cachorrito infiel. Un cachorrito infiel bastante vago.
               -Tú no sabes lo tenso que es estar con ella.
               -Me suda la polla lo tenso que sea-me di una palmada en la pierna-. Hay que ser un tío como Dios manda, y si le tocas el coño a tu chica, le pides perdón, te rebozas en la miseria, y la reconquistas. Hostia puta ya. Joder. Cómo me tocáis la moral-arrugué el vaso entre las manos y negué con la cabeza-. Tanto victimismo, y tanta historia. Y ella también. Anda que no se comportó poco como una perra en celo en enero, frotándose contra todos los tíos que se le ponían a tiro para ponerte celoso. Me cago en Dios. Si sois tal para cual. Dios os cría, vosotros os juntáis-negué con la cabeza, y Scott miró a Tommy, que no tuvo más remedio que darme la razón.
               -La verdad es que en eso tiene razón.
               -¡Pues claro que la tengo! Escúchame, Scott-me incorporé un poco, a pesar de lo mucho que me dolía el vientre por hacer ese gesto, pero aquello era más importante que mis dolores-. No te voy a consentir que tires la toalla, ¿te enteras? Eleanor es la chica a la que estás destinado. Por mi madre que volvéis. Como si tengo que convencerla yo cuando me den el alta.
               -Cuando a ti te den el alta, seguramente ya esté casada con el gilipollas de Jake.
               -Pues matas al subnormal ése. Tienes que tener hijos con ella. Eres mi cuñado; tus hijos serían mis sobrinos. Y yo quiero sobrinos de pata negra, ¿me oyes? Nada de críos con una tía que conozcas en alguna firma o donde sea. No. O tienes hijos con Eleanor, o yo te la corto. Así que tú decides.
               Scott hundió un poco los hombros. Cogí el cuchillo roto y me lo acerqué a la boca. Le pasé la lengua, recogiendo la poca mermelada que aún le quedaba. Lo deposité tranquilamente sobre la mesa.
               -¿Y bien? ¿Qué va a ser?
               -La reconquisto.
               -Eso es lo que quería oír. De acuerdo, como veo que entre los dos no juntáis ni media neurona, voy a tener que ocuparme yo-doblé una manga ficticia de su escayola-. ¿Qué estás haciendo para reconquistarla?
               -Pues… ¿hago que mi aura se vuelva de un arrepentido color naranja?
               Parpadeé.
               -¿Qué se supone que significa esa gilipollez mística?
               -Que la mira desde la distancia con cara de cachorrito abandonado-aclaró Tommy. Lo miré. Miré a Scott. Volví a mirar a Tommy, y me llevé una mano a la frente.
               -Madre mía. Cómo está el patio-de acuerdo. De. Acuerdo. Quizá, para sentirme útil, necesitaría recurrir a expertas en el perdón. Extendí la mano en dirección al teléfono de mi madre-.Dame el móvil. Siri, llama a mi novia.
               -Tiene nombre-protestó Scott.
               -La tengo guardada con el puñetero emoticono del chocolate y la corona, ya me dirás tú cómo cojones pronuncio eso.
               Puse el altavoz y esperé. Se escucharon un par de toques antes de que, por fin, la voz que más me gustaba en el mundo empezó a sonar en susurros al otro lado de la línea.
               -Alec-susurró Sabrae de repente-, ¿qué pasa? Estoy en clase ahora, no puedo mandarte…
               -Calla, tigresa-insté, fingiendo dureza, pero vi cómo Scott y Tommy me miraban antes de intercambiar una mirada, constatando que mi tono se había vuelto un poco más dulce hablando con ellos -, que está escuchando tu hermano, y no quiero que me apalee. Bien, pregunta. Cuando te enfadaste conmigo a principios de año, ¿en qué ayudó que yo estuviera lloriqueando por las esquinas?
               Sabrae se lo pensó un momento, abrazándose el torso, probablemente.
               -En poco, la verdad.
               -Me habría venido mejor que dijeras que en nada, pero bueno-suspiré-, como eres así, qué vamos a hacerle. Y, ¿cuándo me perdonaste?
               -Cuando me llamaste para hablar y me pediste perdón.
               La expresión de Scott cambió radicalmente, como si aquella fuera la respuesta que más tiempo llevara temiendo. Levanté la palma de la mano buena, en una clara invitación a reflexionar.
               -Es que no quiere hablar conmigo.
               -No estaréis urdiendo un plan para volver a juntarlos-espetó Sabrae, sospechosa.
               -Bombón, por favor. Me ofende cómo puedes pensar tan bajo de mí.
               -Alec-advirtió Sabrae.
               -¡Es que tu hermano está muy mal!-protesté. Sabrae suspiró.
               -¿Ha probado a pedirle perdón de nuevo?
               -No, no se me había ocurrido, genio, mesías, diosa de la sabiduría y la audacia, ¿qué sacrificio quieres que te ofrezca?-ladró Scott. Sabrae volvió a suspirar.
               -Os tengo que dejar. Tengo que volver a clase.
               -Vale. Te quiero. Adiós, bombón.
               -Adiós, Al. Te quiero.
               Corté la llamada y miré a Scott, que tenía la vista perdida en un punto en el horizonte. Estaba pensando. Justo lo que yo necesitaba que hiciera. Cuando Scott reflexionaba, era razonablemente fácil hacer que llegara a una conclusión compartida por ti, si ésta tenía sentido. Y lo tenía.
               -No hacer nada-le dije - es lo peor que puedes hacer con mucha diferencia. Si algo me ha enseñado tu hermana-levanté el móvil de mi madre y lo agité en el aire-, es que tienes que luchar por lo que quieres. Siempre. Hasta que no puedas más.
               -Es que… tengo miedo de lo que me pueda decir-Scott se miró las manos, avergonzado al admitir que las palabras de Eleanor eran las que más le dolían.
               -¿A qué te refieres?
               -Me dijo que me parecía a mi padre-explicó Scott, frotándose las manos-. Y de todas las cosas que podría haberme dicho, esa fue la que más me jodió.
               -Te conoce casi tan bien como yo-intervino Tommy, y ambos le miramos -. Lo dijo porque sabía que te dolería. No lo piensa. Y, aunque lo piense en serio, no es tan malo ser como Zayn.
               -Me siento mal, ¿sabéis? No debería joderme tantísimo que me diga que me parezco a él. Es mi padre. Es Zayn-susurró, como intentando convencerse de que la celebridad estaba por encima del padre-. Le quiero-nos miró a uno y a otro, como asegurándose de que le entendíamos.
               -Ya.
               -Lo adoro.
               -Tampoco nos pasemos, Scott-le dije-. Sabes que, en el fondo, eso es mentira. Y está muy bien, ¿sabes? No tienes por qué idolatrar a tu padre. Con quererle, es suficiente. Al menos tú le quieres. Yo, al mío, le odio.
               -Pero no es lo mismo, Al.
               -Siguen siendo nuestros padres-medité, ahora yo con la mirada perdida-. Por mucho que nos joda. Por mucho que queramos cambiarlo.
               Scott no dijo nada, sabedor de que estaba de más decirle al hijo de un maltratador que por poco mata a su madre que él, en realidad, no quería cambiar su filiación. Sólo le gustaría que el pasado fuera un poquito diferente.
               -No sabes por qué es eso-le dijo Tommy a Scott, cuyos ojos también vagaban por la habitación-. Pero yo sí. La sigues viendo-aclaró-. La ves cuando la miras a él, o cuando se acuerda de ella. Te la imaginas con otros, igual que a tu padre te lo imaginas con otras. Y tienes que parar, Scott. Ella ya no puede hacerte daño, si tú no le dejas. Ni siquiera piensas en ella; llevas años sin pensar en ella. La única puerta que le dejas abierta a Ashley, es la de compararla con Zayn. Y tienes que parar, porque va a acabar matándote.
               -Ashley no es mi padre.
               -Y tú tampoco-respondí.
               -No puedo parar.
               -Pues tienes que hacerlo, S. Por ti. Por nosotros. Por Eleanor.
               Scott guardó silencio, valorando las posibilidades. Una nube de tensión se formó en el ambiente mientras buscábamos desesperadamente qué decir, con la quietud de la sala oprimiéndonos los tímpanos como si estuviera en primera fila de un concierto, justo frente a los altavoces, pero sin la adrenalina de ver las gotas de sudor cayendo por la frente del artista.          
               Era demasiado para mí. Así que les mostré un truco que había perfeccionado durante mi estancia en la habitación, los momentos muertos y el aburrimiento. Podía bajarme las pulsaciones si quería, con solo aguantar la respiración. Se echaron a reír cuando descubrieron, después de un rato sin comprender a qué se debía mi expresión de orgullo, y negaron con la cabeza.
               -Este chaval es tonto-comentó Scott.
               -Ojalá pudiéramos achacárselo al accidente, y sacarle un pastizal al seguro.
               Scott se echó a reír, los pensamientos que más le preocupaban, tan lejos que no podían hacerle ningún daño.
               -El cuerpo humano es fascinante, ¿no os parece?-celebré.
               -Tienes demasiado tiempo libre, tío.
               Me recosté de nuevo en la cama y lancé un suspiro tremendista.
               -No soy la compañía más animada de Londres, precisamente. Hay un montón de cosas que no puedo hacer. Mamá se sienta ahí y me pregunta cada cinco minutos si necesito algo. A veces no sé cómo me las apaño para no gritarle que quiero volver al coma. Allí, por lo menos, soñaba. Y caminaba, y hacía cosas interesantes. Soñé con vosotros-recordé, y Tommy y Scott abrieron mucho los ojos, como si fuera súper descabellado que ellos formaran parte de mi subconsciente-. Que veníais a verme, y que me llevabais a la playa, y que íbamos a hacer cosas. También soñé con mi hermana. Que la veía en el Teatro Real, bailando un solo. Y con mis padres. Con Dylan y mamá, quiero decir. Y con Sabrae-me revolví en la cama y cerré los ojos un momento, disfrutando de aquellos momentos que mi cerebro me había regalado y que no había compartido aún con nadie; ni siquiera con Sabrae. Sin embargo, me gustaba estar sincerándome con T y S. Se lo merecían-. Soñé mucho con Sabrae. Una parte de mí cree que, en realidad, me daba miedo despertarme, ¿sabéis? Creo que por eso tardé tanto. No me apetecía. Me daba miedo hacerlo y que ella no estuviera. O que no viniera a verme-me miré la mano-. Son gilipolleces, ya lo sé. Pero nadie nunca me ha importado tanto como me importa ella, chicos.
               -No son gilipolleces, Al-Tommy me tocó el antebrazo en un gesto cariñoso, fraternal, de esos que necesitabas cuando tenías mal de amores, y yo le sonreí.
               -Seguramente os la sude, incluso os moleste, que yo esté así con ella. Por las movidas que tenéis. Pero… Dios-bufé-. Es tan genial, tíos. Es tan genial. Las tardes en que viene se me pasan volando. Es aparecer ella por la puerta, y en un suspiro ya es de noche y se tiene que marchar. No es justo, tío-negué con la cabeza-. Con todo el tiempo que tuvimos antes…
               -Ya lo tendréis cuando salgas.
               -¿Qué hacéis cuando viene?-preguntó S-. Quizás podamos hacerlo contigo, o explicárselo a Annie, para que se te hagan más amenas las mañanas.
               -Sin ánimo de ofender, pero no es lo que hacemos. Es la compañía. Con esto no os digo que no me gusta que vengáis a verme. Me encanta y no lo cambiaría por nada del mundo. ¿Que qué hacemos? Muchas veces, nada. Viene, se sienta, nos cogemos de la mano y hablamos, o nos besamos, o vemos la tele, o simplemente estamos callados o mirándonos. Ella nunca la aparta. La mano, quiero decir. A veces se le duerme. Se lo noto. Y ella, aun así, no la aparta. Solo la quita si yo la quito primero. Y me pregunta si estoy bien, y yo le digo que sí, y ella me dice “cómo vas a estar bien, si estás en un hospital, si estás todo escayolado”. Y se ríe y… uf, no sabéis qué bien lo hace. Cuando escuchas una risa así, te das cuenta de que el resto del mundo se ríe mal. No es normal que su risa sea tan bonita y las de los demás sean tan… del montón. Y se lo digo en parte para que se ría, y en parte porque es verdad. Porque puede que esté en un hospital, chicos, puede que no pueda levantarme de la cama, pero… joder. Sabrae me hace estar genial. Sabrae es genial. No puedo creerme que tenga la suerte de poder decir que es mi novia. Es como… parece demasiado bueno para ser verdad, ¿me entendéis?
               Sentí un poco de vergüenza de repente por la forma en que me había expuesto. No solía hablar de mis sentimientos de aquella manera antes de que Sabrae entrara en mi vida, y puede que me hubiera extralimitado, teniendo en cuenta cómo estaban Scott y Tommy en sus vidas amorosas y cómo estaba yo…
               … pero ellos dos me sonrieron, y entonces, lo supe.
               Quizá Scott y Tommy no estuvieran bien con sus chicas, pero encontraban consuelo en que yo sí lo estuviera con la mía. Saber que había felicidad en el mundo, aunque les estuviera esquivando, les bastaba para no perder la fe en la humanidad, ni la esperanza en que todo mejoraría.
               Mi trabajo a partir de ahora sería ocuparme de que las cosas volvieran a la normalidad. Devolverles a mis amigos la felicidad que habían perdido, compartir la que yo estaba monopolizando de una forma deliciosamente egoísta. Así que, cuando Tommy se dio una palmada en las rodillas, se frotó los glúteos y preguntó cuál era el plan, yo me entregué a la lluvia de ideas como si me fuera la vida en ello.
               En cierto sentido, así era.
               Yo no podía estar bien si mis amigos estaban mal. Y, ahora que sabía lo que era estar por fin bien, estaba decidido a no perder ese estatus nunca.
 
 
-¿Te queda mucho?
               Shasha emitió un sonoro bufido con el que bien podría haber echado abajo las paredes de casa.
               -Casi está. ¿Quieres dejar de estresarme? Voy todo lo rápido que puedo, ¿sabes? No es fácil hacer una copia de seguridad de un disco duro que está físicamente estropeado.
               -Vale. Entonces, ¿puedes volver a probar las albóndigas y decirme si te parecen las mejores que has probado en tu vida?
               Shasha me miró con desconfianza, como si estuviera intentando envenenarla con métodos no demasiado sutiles. Mamá intentó no echarse a reír en mi cara, lo cual le costó bastante.
               -¿Les has echado algo más?
               -No, pero quiero asegurarme de que no has cambiado de opinión.
               -Si engordo y tengo que comprarme nuevos pantalones por tu culpa, espero que por lo menos seas mínimamente decente y te dignes a pagármelos-gruñó mi hermanita, saltando del taburete en el que llevaba sentada desde que yo había empezado con las albóndigas y acercándose de nuevo a la encimera. De forma confiada y chula a la vez, Shasha se inclinó hacia mí con la boca abierta para que yo misma le diera a probar mis mágicas albóndigas.
               Era viernes. El viernes de la primera semana que llevaba saliendo de manera oficial con Alec, y estaba más que decidida a darle un motivo al que agarrarse para que esos días no le parecieran sombríos. Yo sabía que daría lo que fuera por poder haber pasado cada segundo juntos por ahí, en un parque, ya fuera de flores o de atracciones, yendo a comer en restaurantes de comida basura o tumbándonos en la cama del otro a no hacer absolutamente nada, o absolutamente todo, y que le frustraba no poder darme todo aquello que no sólo pensaba que me merecía, sino que también me debía. No es que fuera estúpida: por mucho que viera cómo se alegraba de verme cada vez que atravesaba la puerta de su habitación del hospital, también era capaz de ver el chispazo de arrepentimiento y culpa que había en su mirada cuando yo me sentaba en una de las sillas a su lado.
               Se culpaba, por esa estúpida manía suya de asumir las culpas de absolutamente todo, de lo que le había pasado, algo que él consideraba un desencadenante para que nuestra relación evolucionara. Era como si hubiera forzado una prueba de fuego que había hecho a nuestra relación más fuerte, algo así como aquello a lo que se enfrentaban las Winx cuando conseguían una nueva evolución en sus formas mágicas.
               No sólo me había dado un susto de muerte, preocupándome más de lo que él se merecía, consideraba Alec, sino que, para colmo, había impedido que disfrutáramos de nuestra mágica primera semana juntos como realmente nos merecíamos (o, a sus ojos, me merecía en exclusiva). Eso había hecho que una nube opaca se colocara sobre su cabeza, impidiéndole ver el sol, haciendo que viera sombras y conformismo donde yo sólo le mostraba luz y la felicidad más absoluta, pues era lo que sentía.
               ¿Me habría gustado que pudiéramos hacer un millón de cosas especiales juntos, que pudiéramos seguir disfrutando de la libertad de atarnos al uno al otro más allá de aquellas paredes a las que se veía reducida su existencia? Por supuesto que sí. Estaba decidida a ser la mejor novia del mundo, consentirle y hacer que se lo pasara en grande cada minuto.
               Ahora bien, ¿eso impedía que el tiempo que pasábamos juntos fuera absolutamente perfecto? No. De ninguna manera. Por mucho que con Hugo hubiera disfrutado de una experiencia similar, lo que había tenido con mi primer novio y lo que tenía con el amor de mi vida ahora no tenía nada que ver. Hugo me había dado mariposas en el estómago; Alec, ballenas con alas. Hugo había hecho que todo oliera a rosas; Alec, a primavera.
               Hugo había hecho que todo fuera de color de rosa; Alec, dorado.
               Y no estaba dispuesta a que pensara que lo que teníamos era bronce pulido, o como mucho, plata.
               Así que había ideado un pequeño evento para el día siguiente, cuando tendríamos todo el día para estar juntos: había decidido prepararle yo la comida, disfrutar de un picnic improvisado en el que fingiríamos que estábamos en un iglú de proporciones extrañas, en lugar de en su habitación de hospital, y nos pasaríamos la tarde como haríamos en una situación normal, con la salvedad de que no habría nada de sexo. No es que fuera imposible para nosotros: ya habíamos estado de sesión de mimos cuando yo estaba con el periodo, y Alec no se había quejado en ningún momento. Todo lo que yo le diera, le parecía más que suficiente, así que eso tenía pensado darle: absolutamente todo, excepto la única cosa que podría separarnos.
               Como no hay un picnic en condiciones sin una buena comida, me había pasado los trayectos en transporte público o en coche memorizando la receta de las albóndigas de Annie, que había compartido conmigo muy amablemente sin tan siquiera hacerme darle ningún tipo de explicación. Algo en la forma en que me miró cuando le pregunté si, por favor, sería tan amable de explicarle qué les hacía a las albóndigas que tan loco volvían a Alec me hizo sospechar que quería darle una sorpresa a su hijo, en lugar de plagiarle una receta que debería estar en un restaurante de tres estrellas Michelín. Me había contado con pelos y señales cómo era su ritual de cocinado con el plato preferido de Alec mientras yo tomaba notas a toda velocidad en mi móvil, y cuando me había traído un par de folios escritos a mano, con caligrafía hermosa y clara a la vez, me había abalanzado sobre ella y le había dicho que aquel sería mi nuevo Corán.
               -Con que sigas la receta al pie de la letra es suficiente, cariño-se rió ella, acariciándome el pelo y dándome palmaditas en la espalda.
               Hasta el día anterior no había tenido tiempo de ensayar la receta, pues me había pasado las tardes completas en la habitación de Alec, haciéndole compañía y más amena la espera hasta que decidieran que ya estaba lo suficientemente bien como para, por lo menos, quitarse la escayola y entretenerse solo. Que sus amigos le hubieran llevado la consola había sido todo un detalle de su parte, pero ahora mismo, sólo contribuía a frustrarlo más que a animarlo: echaba de menos divertirse en soledad (no en una forma sexual, sino simplemente jugando a videojuegos), y el cubo de la Xbox allí plantado, muerto de risa, sólo servía para recordarle lo que le había pasado. Por suerte, no había protestado cuando Mimi y yo la tapamos disimuladamente, colocando frente a ella un póster de una película que íbamos cambiando cada día, y el muñequito de arcilla que ella le había hecho siendo una niña, al que Alec miraba con cariño cada vez que sus ojos vagabundeaban por la habitación.
               Eso nos había tocado entonces a todos: ir a hacerle compañía, charlar con él, ver películas o simplemente estar abrazados, besándonos y acariciándonos (bueno, esto último era patrimonio exclusivo mío), y yo le había monopolizado durante los principios de la semana, con lo que no había tenido tiempo apenas para nada más. Incluso había tenido que llevarme los deberes atrasados a su habitación el día de la actuación de Scott, y había llegado a considerar seriamente la posibilidad de trasladar las sesiones de estudio con mis amigas en la biblioteca a la habitación de Alec, pues me preocupaba que se sintieran desplazadas. Por suerte, ellas comprendían a la perfección que aquélla era una situación anómala sobre la que yo no tenía ningún tipo de control, y en ningún momento me habían echado en cara mi ausencia total en el grupo fuera del horario escolar. Cuando me habían preguntado, incluso, si podían ir como siempre a ver con nosotros el programa de esa semana de The Talented Generation, yo me había echado a llorar, sobrepasada por la situación. Ellas gimieron y me abrazaron, haciendo conmigo un dónut cargado de amor y comprensión. Me parecía increíble lo mal que habían empezado y lo bien que se llevaban ahora, y todo porque me querían más a mí de lo que se detestaban entre ellos. Realmente tenía mucha suerte.
               Por suerte para mí, si bien mis amigas estaban más que dispuestas a compartirme el tiempo que hiciera falta con Alec, los amigos de éste eran otro cantar. Todos agradecían mucho el esfuerzo hercúleo que estaba haciendo con Alec, haciendo unos malabarismos increíbles para conseguir llegar a todo sin que hubiera bajas en mi expediente académico, pero también me estaba entrometiendo en un terreno que no me correspondía. Por mucho que Alec me adorara y yo le adorara a él, lo cierto es que éramos personas separadas que necesitaban un poco de espacio de vez en cuando. Necesitábamos intimidad, estar con nuestra familia, con nuestros amigos.
               El primero en pedirme un tiempo a solas con Alec había sido Jordan. El mismo jueves por la mañana, mientras yo iba al laboratorio para Biología, Jordan me había cazado entre la marea de compañeros de mi mismo curso y de otros y me había llevado a un aparte.
               -¿Qué tal se ha despertado hoy?-preguntó con un cierto nerviosismo que me conmovió. No es que Alec necesitara que lo protegiéramos, ni mucho menos, pero saber que había más gente que sentía esa necesidad de cuidar de él que me corría por la venas me tranquilizaba. Especialmente, viniendo de Jordan, un bicho de la misma altura que Alec y con los mismos músculos, capaz de abrirte la cabeza si quería.
               Claro que no había muchas cosas peligrosas en el hospital que pudieran hacerle daño a Alec. Seguramente, lo más preocupante fueran las enfermeras, cuya paciencia estábamos agotando a base de tantear sus límites una, y otra, y otra vez. Suerte que eran comprensivas con nosotros y preferían dejarnos un poco más de espacio y libertad de la que nos merecíamos.
               -Bien. No quería que me fuera-confesé, abrazándome a la carpeta. Jordan sonrió.
               -Típico de él.
               -¿Llegasteis bien a casa anoche? ¿Habéis dormido suficiente?-pregunté, tomándolo como portavoz del resto del grupo. Cuando Alec tuvo el accidente y yo había adquirido el privilegio de visitarlo todos los días durante más tiempo del que me correspondía, había asumido también la responsabilidad de contarles a sus amigos cómo se encontraba, responsabilidad que solía cristalizar en Jordan o Bey preguntándome directamente y transmitiéndoles directamente el mensaje a los demás. Nadie había preguntado por qué no usábamos el grupo de las citas nocturnas de la CTS squad, quizá porque todos sabíamos la razón: ése era un grupo de alegrías, no de tristeza, y los ojos firmemente cerrados de Alec nos causaban más dolor que dicha. Simplemente, yo le transmitía las novedades a uno de los dos mensajeros designados, y ellos se hacían eco de la información que yo les proporcionaba. Así me imaginé que iba a ser, entonces, nuestra conversación: un eco de las anteriores.
               -Sí, sí, todo bien. Yo mismo acompañé a tus amigas a sus casas antes de irme a la mía, para asegurarme de que llegaban bien, pero no te preocupes. Llegamos bastante temprano.
               -Lo sé. Me lo dijeron. Y te lo agradezco mucho, Jor.
               -Ya. No es nada. Oye, Saab, me estaba preguntando… bueno, ¿hoy vas a ir directamente al hospital? Nada más comer, quiero decir.
               Yo había parpadeado e inclinado la cabeza a un lado, preguntándome adónde quería llegar Jordan. Sentí cómo mi pelo me acariciaba el cuello al deslizarse por mi espalda.
               -Eh… pues la verdad es que sí, eso tenía pensado. Es decir, tengo que darme una ducha rápida para lavarme el pelo, pero después, la verdad es que mi intención era ir pronto. ¿Por qué? ¿Hoy quieres acompañarme tú?
               -De hecho…-Jordan dio un par de golpecitos con el dorso del puño cerrado en la mano contraria, mordisqueándose el labio inferior-. Estaba pensando si te importaría ir un poco más tarde.
               -¿No te viene bien después de comer?
               -No, no es que no me venga bien, todo lo contrario, sino que… verás… hace bastante que no estamos él y yo a solas.
               Parpadeé.
               -No es que nos estorbes, todo lo contrario, pero…
               -Oh. Oh. ¡Oh!-abrí los ojos como platos y me llevé una mano a la frente-. ¡Ya te entiendo, Jor! ¡Faltaría más, claro, eh…! Necesitáis intimidad para hablar de vuestras cosas, lo cual yo respeto muchísimo. Faltaría más. Por supuesto. Iré más tarde. ¿A las… seis te parece bien?
               -No nos molestas, ¿eh? Puedes venir antes, si quieres.
               -No, no. De verdad, no es problema. Podemos estar un poco separados. Nos vendrá bien. Creo que estaba empezando a atosigarle un poco. Ay, madre, ¿no le habré estado acaparando, verdad?
               Jordan se rió.
               -Bueno… un poco.
               -Jo, lo siento mucho, de veras. ¿Por qué no me habéis dicho nada antes? No era mi intención desplazaros ni nada por el estilo, yo…
               -Eh, Saab, de verdad que no pasa nada. No te comas el coco, ¿quieres? Simplemente estás ahí para él, lo cual todos te agradecemos mucho, y la verdad, creo que Alec prefiere que lo atosigues a que pases de él, así que, por favor, no dejes de hacerlo. Sólo te estoy pidiendo si… bueno… podrías darnos un poco de margen a los demás para que lo atosiguemos también.
               -Claro, claro, ¡por supuesto! Dios, soy boba. Perdóname, en serio. No ha sido a propósito… ¿te quedas tú toda la tarde con él, entonces? ¿Voy a verle a la hora de la cena?
               -Chica, las seis está más que bien. No le abandones, en serio-Jordan se echó a reír.
               -Vale. Oye, ya voy tarde a Biología, pero, ¿hablamos? Ya tienes mi número. Avísame con lo que sea. No me importa verlo sólo diez minutos, de veras. Estate con él todo el tiempo que quieras.
               -Tranquila, Saab-le escuché reírse cuando me fui acelerada, más por haber sido tan insensible a las necesidades de todos que porque realmente llegara tarde. Sólo conseguí una leve reprimenda por parte de mi profesora, y Momo alzó una ceja cuando me vio llegar toda acalorada: me tomaba en serio las clases, pero no hasta el punto de estresarme de esa manera por tres minutos de retraso.
               -¿Estás bien?
               -Acabo de darme cuenta de que soy siendo una novia agujero negro.
               -¿¡Qué!?-rió Momo, tapándose la boca con la mano para que no nos riñeran más.
               -Sí. Resulta que no me había dado cuenta, pero tengo a Alec completamente absorbido. Jordan me lo acaba de decir.
               -¿Jordan te ha llamado agujero negro?-Momo frunció el ceño, dispuesta a pelearse incluso con su crush máximo.
               -No, ¡qué va! Él es demasiado bueno para decirme nada de eso. Sólo me ha pedido que le deje ir a ver a Alec a solas esta tarde, lo cual es completamente absurdo si lo piensas fríamente, porque lleva conociéndolo y queriéndolo mucho más tiempo que yo, ¿no crees?
               -Ah, menos mal. Ya pensaba que iba a tener que cancelarlo-Momo suspiró, aliviada-. Ya tengo miradas un par de fechas…
               -¿Me has oído? ¡Estoy monopolizando a Alec!
               -¿No es eso lo que hacen las novias? Monopolizar a sus novios. A partes de su cuerpo, al menos.
               -¡AMOKE!-bramé, totalmente escandalizada mientras la profesora pasaba lista. Momo se puso a mordisquear el portaminas, conteniendo la risa.
               -Dado que la señorita Malik tiene tanto afán de protagonismo esta mañana, ¿por qué no empieza ella corrigiendo los deberes?-sugirió agriamente la profe, y yo recogí mi libreta y salté de mi asiento.
               -Eso, monopoliza la tiza de la clase como monopolizas la de Alec-se cachondeó Momo. Le di un libretazo en la cabeza sin poder reprimirme-. ¡Au!
               -¡Señorita Malik!
               -Perdón, ha sido un espasmo. ¿Estás bien, Amoke?
               -No.
               -Mejor-escupí, contoneándome en dirección a la pizarra.
               Había invertido la tarde en repetir la receta de Annie con un kilo de carne que compré para la ocasión de la que venía del instituto, y al que mamá había mirado con curiosidad cuando aparecí con él colgando de la mano.
               -¿Zayn?
               -A mí tampoco ha querido decirme para qué lo quiere, así que no te molestes, Sher.
               Claro que, cuando me había encerrado en la cocina, pelo recogido en un moño y delantal anudado en la espalda con férrea determinación, les quedó bastante claro cuál era mi plan de la tarde. Mamá y papá me habían espiado con sospecha desde la puerta del comedor, preguntándose qué bicho me había picado ahora.
               -¿Nos saldrán normales las otras dos?-preguntó mamá cuando me vio bufarle con rabia a una albóndiga por no ser lo suficientemente redonda.
               -No deberíamos juzgar a Shasha y Duna por los antecedentes de Sabrae y Scott. Sabrae se puso enferma de bebé. Puede que se haya quedado mal.
               -¿Y qué hay de Scott?
               -Lo hicimos borrachos, Sher. No había mucho margen para que saliera bien.
               -Mira que te dije que no dejaras que Sabrae chupara tanto su Grammy-le recriminó.
               -¿Sabéis que os estoy oyendo?
               -¿Qué haces, princesita?-preguntó papá, fingiendo que no estaban hablando de mí y de mis taras mentales hacía un segundo.
               -Albóndigas.
               -¿Por tercera vez?
               -Estoy intentando que me salgan como los de Annie.
               -Ah. ¿Y has…?
               -Shh. No me desconcentréis. Tengo que estar súper centrada-dije, echando una a freír y observando con la cara pegada a la sartén cómo flotaba suavemente en el aceite hirviendo. Mamá y papá intercambiaron una mirada a mi espalda.
               -Creo que tus tetas dan leche desnatada, Sher. Si no, no se explica.
               Intenté no reírme cuando mamá le soltó un manotazo que resonó por toda la casa a papá. Fracasé estrepitosamente; no así con las albóndigas, que me quedaron bastante similares a las de Annie.
               Ahora, sin embargo, me parecía que estaban perfectas. Pero, claro, ya no sabía si era en base a la comparativa de las que había hecho el día anterior, o porque realmente eran calcadas a las que había hecho mi suegra durante mi primer fin de semana en su casa. Sólo Shasha, crítica como ella sola y sin pelos en la lengua, podría aportarme la seguridad que necesitaba.
               Esperé con impaciencia y un nudo en la boca del estómago a que mi hermana me diera su veredicto. Shasha levantó los ojos al cielo, abrió y cerró la boca como un pececito, saboreando la salsa, y finalmente asintió despacio con la cabeza. Mamá, que estaba ocupada haciendo natillas, no pudo evitar sonreírse ante mi desesperación.
               -¿Y bien?
               -Están ricas.
               -Ya, pero, ¿cómo ricas? ¿Ricas nivel “me comería dos toneladas”, “me gustan, pero no repetiría plato”, o “quiero que me entierren en su salsa”?
               Shasha me miró al bies, segura de que estaba chalada.
               -Mamá, creo que Sabrae tiene una intoxicación por lejía. ¿Seguro que no crees debamos llevarla al médico?
               -Eres una gilipollas.
               -Tu hermana sólo está nerviosa.
               -Son sólo albóndigas.
               -¡No para Alec!
               -¿Esto es una especie de… extraño ritual de apareamiento?-preguntó, fulminándome con la mirada-. Porque no estoy segura de querer que me alcance la pubertad si me voy a poner a cocinar diez kilos de albóndigas sólo para poder echar un polvo.
               -Con esa cara que tú tienes, ni diez toneladas de albóndigas serían capaces de conseguir que te echaran un polvo.
               -¡Ya te gustaría a ti, payasa! ¿A que te formateo otra vez el móvil de Alec y te buscas la vida con un hacker de pacotilla que te cobre cien libras por no hacerte nada?
               -¡¡No tendrás valor, zorra asquerosa!!
               -¡Ven a verlo, caraculo!
               -¡¡Marrana!!
               -¡¡Zorra!!
               -¡Cerda!
               -¡Imbécil!
               -¡Friki!
               -¿FRIKI YO?
               -¡Sí, tú! ¡Friki!
               -¡ENANA DE CRECIMIENTO RETARDADO!
               -¿A QUIÉN LLAMAS TÚ ENANA, SO SINVERGÜENZA?
               -¡Eh, eh, eh! Nada de pelearse delante de mis natillas. Si queréis pegaros, os vais al salón-instó mamá, creyendo que no lo haríamos. Pobre infeliz. Shasha incluso me sostuvo la puerta para salir de la cocina, pensando que podría abalanzarse sobre mí: lo que no esperaba era que yo me agachara y la hiciera caerse al suelo antes de darle un tortazo, al que ella respondió agarrándome del pelo y dándome un mordisco que me dejó marcados todos sus dientes-. Pero, ¡NIÑAS! ¡SC…! Oh, Scott no está, es verd… ¡SABRAE!-bramó cuando le di un rodillazo a Shasha en las costillas y ella jadeó, antes de incorporarse y arrastrarme dos metros de los pelos-. ¡SHASHA! ¡¡ZAYN, VEN A AYUDARME A SEPARARLAS!!
               -¡TE VOY A MATAR, HIJA DE PUTA!
               -¡NO SI YO TE MATO ANTES, PERRA DE MIERDA!
               -¡PELEA, PELEA, PELEA, PELEA!-bramó Duna, haciendo cabriolas en el sofá y jaleándonos a Shasha y a mí a partes iguales mientras Shasha y yo nos matábamos y mamá llamaba a gritos a papá. Cuando por fin llegó papá y lograron separarnos, un feo moratón me crecía en el costado y la huella de mi mano se teñía de un rojo neón en la mejilla de Shasha. Mamá nos cruzó la cara a ambas y amenazó a Duna con castigarla sin postre un mes como se le ocurriera seguir jaleándonos de esa manera cada vez que Shasha y yo nos enzarzábamos.
               -Haced las paces-ordenó papá. Shasha y yo dimos un paso la una hacia la otra-. Sin mierdas. ¿Me estáis escuchando?
               Me metí en los brazos de Shasha y ella me dio unas palmaditas en la espalda.
               -Has estado fina-comentó en mi oído.
               -Gracias. Lo de cogerme del pelo ha sido alucinante.
               -¿A que sí? Lo he visto en un anime, y tenía ganas de probarlo.
               -Tienes que enseñarme.
               -Cuando quieras.
               -¿Qué cuchicheáis?
               -Nada, mami. Lo mucho que nos queremos y lo arrepentidas que estamos-Shasha le puso ojitos a mamá, que puso los ojos en blanco y regresó a la cocina. Diez minutos después, cuando Annie llamó a nuestra puerta y nos encontró con las trenzas deshechas y claros signos de lucha en nuestros cuerpos, miró a mi madre y ésta se limitó a encogerse de hombros.
               -Hiciste bien parando cuando tuviste la primera hija-le dijo mamá, y Annie no insistió más en el asunto. Tras calentarle las albóndigas y decirme tanto ella como Dylan que no notaban diferencia entre las de ella y las mías, las guardé en la nevera y les eché una maldición, para que todo aquel que las comiera sin mi permiso se quedara sin dientes en menos de una semana.
               -Estás chiflada-bufó Shasha, que me había escuchado en pleno ritual mientras recogía sus cosas. La fulminé con la mirada, pero no entré al trapo: no quería que Annie viera que podía convertirme en una fiera si quería.
               Ya en el hospital, me costó horrores no confesarle mi sorpresa del día siguiente a Alec quien, perspicaz como él solo, me dijo que olía distinto, pero bien, nada más darme un beso.
               -¿Sí? ¿A qué?-preguntó Shasha, a la que me dieron ganas de asesinar.
               -No sé. Como a… comida. ¿Has estado cocinando?
               -Sí. He estado haciendo la cena.
               -Es muy dedicada-comentó Shasha, sentándose en la cama al lado de las chicas antes de continuar configurándole el nuevo móvil a Alec. Tam y Karlie se inclinaron para mirar cómo tecleaba en el ordenador, concentrándose en la velocidad a la que mi hermana presionaba las teclas.
               -¿Qué has estado haciendo?
               -Costillas-mentí como una gacela, haciendo que Annie se sonriera. Se había sentado en el sillón entre la cama de Alec y la ventana, pues en el que solía ocupar, ahora, estaba Bey. Después de perfilar mi plan la tarde anterior, y practicar y practicar y practicar hasta que había llegado a sospechar que hoy conseguiría consumar mi receta perfecta, me había puesto de acuerdo con Bey para que me dejara un tiempo a modo de excusa que pudiera utilizar con Alec.
               Me consiguió una coartada sublime: de la misma manera que Jordan había pasado tiempo a solas con Alec el día anterior, era fácilmente justificable que ella, su mejor amiga, también quisiera pasar tiempo a solas con él. Alec había festejado su llegada en solitario nada más verla, e incluso había bromeado con que tenían poco tiempo antes de que yo llegara, quitándose la camiseta y dando unas palmaditas a su lado en la cama. Por supuesto, Bey se echó a reír, se inclinó y le dio un beso en la mejilla, feliz de comprobar que el sentido del humor de Alec siguiera intacto, pero segura de que la proposición jamás había ido menos en serio.
               Se habían puesto al día, se habían dado mimos y se habían preocupado el uno por el otro, cosa que a Bey le hizo gracia, pues él era el único con todo el cuerpo vendado, pero Alec era así: podía estar hecho papilla en el suelo, que te tendería una tirita si te hacías un corte con una hoja de papel en la yema del dedo.
               Para cuando llegaron Tam y Karlie, Alec estaba de un humor resplandeciente que nadie, ni siquiera Tam con sus comentarios mordaces, sería capaz de apagar ni aunque hubiese querido. Claro que la mayor de las gemelas tampoco quería aguar la fiesta, y se limitó a darle caña igual que él se la daba a ella.
               Me alegró comprobar que las chicas habían conseguido levantarle la moral hasta la estratosfera a Alec. Quizá debía sentirme mal por mi imposibilidad de ser suficiente, pero lo cierto es que comprendía que Alec necesitara más apoyo que el mío en aquellos difíciles momentos.
               -¿Ya me puedo ir?-preguntó Bey cuando me senté en la cama de Alec y le cogí la mano, mirándolo a los ojos mientras él acunaba mi cara con su mano buena. Alec la miró y frunció el ceño.
               -No finjas que te ha supuesto un esfuerzo tremendo estar aquí conmigo, reina B. Nada te habría gustado más que el que un meteorito cayera justo sobre la cabecita de Sabrae.
               -Qué pena que no te haya dado ninguna parálisis en la lengua. El mundo era un lugar mejor cuando estabas en coma y no podías hablar-protestó Bey, incorporándose y dándole un beso en la frente.
               -Por mí no os vayáis, ¿eh? No nos molestáis para nada-comenté, y Tam se echó a reír.
               -Demasiadas mujeres en una habitación. Alec aún está delicado de salud; será mejor que apartemos ciertas tentaciones de su mente.
               -¿Lo de las mujeres también lo dices por ti, Tam?-la pinchó Alec, y ella le hizo un corte de manga, pero le dio un beso y se acercó a su hermana mientras Karlie se despedía de Alec con un beso y un abrazo. Karlie se apartó un mechón de pelo de la cara al incorporarse, capturándolo tras su oreja, y Tam, que se había quedado rezagada para esperarla, le retiró un pelo del labio que se le había quedado adherido ahí por culpa de su gloss. Shasha y yo nos miramos y nos sonreímos.
               -¿Qué pasa?-preguntó Alec cuando las chicas se hubieron ido.
               -Nada.
               -Algo pasa. ¿De qué os reís?
               Shasha y yo nos miramos otra vez, y nos echamos a reír.
               -Karlie es…-le dije a Alec, elevando la mano y girándola hacia abajo exclusivamente por la muñeca, dejándola ahí muerta en un gesto pijo con un significado claro. Alec asintió despacio.
               -A-já…-consiguió que la palabra tuviera ocho sílabas, en lugar de sólo dos.
               -Y, ¿Tam es…?-Shasha repitió mi gesto, y Alec se la quedó mirando sin comprender.
               -¿Qué? ¿Tam? No. ¡No!-Alec se echó a reír-. No, ni de coña. No.
               -Que tú no lo quieras ver no significa que no esté ahí-sonrió Shasha. Ya se había fijado en la pareja la primera noche que vinieron a nuestra casa, pero decía que la última noche había sido tan evidente que le sorprendía que nadie hubiera extendido una manta para que se pusieran a hacerlo en el suelo.
               -¡Shasha!-había protestado yo, riéndome, y mi hermanita se había encogido de hombros y había asentido con la cabeza.
               -Es la verdad.
               A mí también me había parecido que algo se traían aquellas dos, pero cuando lo comenté con mis amigas y Taïssa me preguntó, contrariada, si no eran novias en serio, ya me pareció sangrante de tan evidente: Tam y Karlie se gustaban. Por qué no eran novias era un misterio que mi grupo de amigas y mi hermana estábamos dispuestas a desentrañar.
               -¿Tamika? ¿LESBIANA? No, ni hablar. Le apasionan las pollas, créeme.
               -No tiene por qué ser lesbiana. Yo también soy…-hice el gesto y Shasha soltó una risita-, y no soy lesbiana.
               -Bueno, vale, cabe esa remotísima posibilidad.
               -¿Remotísima? ¿Qué tienen de malo las mujeres, don Machito Heterosexual?
               -Dios me libre de decir nada malo de las mujeres, pero, ¿Karlie y Tam? Es… es… aberrante.
               -¡Eres un homófobo!
               -¡Cállate, Sabrae! No lo digo porque sean dos chicas. Lo digo porque son Karlie y Tam.
               -Oh, vamos, ¿ahora pretendes decirme que eso lo hacemos las chicas con nuestras amigas?
               -¿No lo haces tú con Amoke?
               Me reí.
               -Sí, pero también me di mi primer beso con Momo. De hecho, fue con Momo con la que descubrí que me gustaban también las chicas.
               -Bueeeeno-baló Shasha, cruzando las piernas y mirando a Annie-. Se ha quedado buena tarde, ¿no crees, Annie? Una tarde deliciosa para tomar el té.
               Me puse roja como un tomate de repente. Una cosa era que Alec se enterara de que me había besado con mi mejor amiga, pero que lo hiciera con su madre presente era algo completamente distinto. Ni siquiera me atrevía a mirarla. Dejé que mi pelo cayera en cortina entre ella y yo, para así evitar siquiera el más mínimo contacto visual.
               Annie, que era una santa, captó mi incomodidad y se incorporó.
               -Creo que voy a dar una vuelta al piso inferior, a ver si tienen algún pastelito. ¿Os traigo un aperitivo?
               -Vale-cedió Shasha.
               -¿Prefieres dulce, o salado, Shash?
               -A Sabrae no le hagas esa pregunta, mamá, que igual cortocircuita.
               Le tiré una almohada a la cara a Alec, que se echó a reír sonoramente, acompañado de mi hermana, el mayor demonio que haya pisado la faz de la tierra.
               -No tiene gracia. ¡No tiene gracia! Dios mío, ¡te odio! No puedo creer que… ¡tu madre!-balbuceé, correteando por la habitación-. ¡No puedo creer que hayas dejado que suelte eso delante de tu madre!
               -Bombón, no es por nada, pero yo no sabía lo que me ibas a decir hasta que lo dijiste. Pero tranquila, mi madre es una tía enrollada, y todas esas cosas le dan igual. Es muy moderna. Muy tolerante. Mira el hijo al que ha criado. Su novia le dice que se mete la lengua hasta el esófago con su mejor amiga, y ni parpadea.
               -¡Yo no me meto la lengua hasta el esófago con Momo! ¡Fueron unos piquitos de nada! Éramos unas niñas, nunca habíamos besado a ningún chico y… ¿¡por qué te lo estoy contando!?
               Alec sonrió.
               -No sé, nena, pero espero que no pares, te lo digo de verdad.
               -Esto es divertidísimo-se burló Shasha, y yo no sabía dónde meterme. De verdad. Tuve que contener las ganas de esconderme bajo la cama.
               -Yo… ¡no tengo por qué daros explicaciones de mi vida privada a ninguno de los dos!
               -Eh… Sabrae, soy tu novio.
               -Y yo soy tu hermana.
               -Si alguien tiene derecho a saber de tu vida privada, somos nosotros.
               -Síp. Escucha al tullido-Shasha señaló a Alec con el pulgar.
               -No le llames eso, Shasha.
               -Hazle caso a la superdotada-Alec señaló a Shasha con la barbilla.
               -Te quiero, Al. Eres mi cuñado favorito.
               -Si yo te contara cuánto tardó Sabrae en decirme eso…
               -Eres el único cuñado que tiene, tampoco te emociones.
               -Uuuh, alguien está celosa de nuestra conexión-rió Shasha, estirando la mano y chocando el puño con Alec.
               -Oh, ¿ahora sois coleguitas?
               -Mira, Sabrae, tengo que confesarte algo-Alec carraspeó-: la única razón por la que empezamos a acostarnos es porque quería acercarme a Shasha. Me parece una tía tope inteligente, y quería proponerle un negocio de informática. Ella se encarga de la programación, y yo de los componentes.
               -Así es-anunció Shasha con orgullo-. Se llamará Shashalec Electronics.
               -Es el nombre más estúpido que he oído en toda mi vida.
               -¿Ahora eres sorda a la palabra “Sabralec”?
               -Uf-gimió Alec, dejándose caer sobre el colchón-. Donde más duele-se echó a reír, miró a Shasha, y entonces, vio algo tras mi hermana.
               Cualquiera diría que había visto un fantasma. Un monstruo.
               Si le preguntaras a Alec, te habría dicho que ambas cosas. Su risa se congeló en su boca, sus ojos se agrandaron hasta ocupar dos tercios de su cara, y sus pupilas se contrajeron hasta ser menores que la cabeza de un alfiler.
               Se le disparó el pulso, pero no al nivel normal en el que se le aceleraba el corazón cuando teníamos sexo o hacía deporte: fue la taquicardia más rápida que había visto nunca, con su pulso triplicándose en apenas unos segundos.
               Se incorporó como un resorte y, como temiendo que lo que fuera que hubiese visto fuese capaz de oler el miedo, se inclinó y desenchufó las máquinas que indicaban sus constantes vitales, que ya aparecían tan alteradas que se me hundió el estómago. Miré las pantallas durante un segundo más, a pesar de que se apagaron al instante en que las desenchufó: en mis retinas, aún se conservaba el tatuaje de las cordilleras superpuestas de su ritmo cardíaco a más de 180 latidos por minuto.
               Alec empezó a jadear, se puso pálido, y una fina capa de sudor le cubrió la piel por todo el cuerpo. Shasha se había quedado paralizada.
               -Alec-jadeé.
               -Sabrae-gimió, colocándose las gafas de oxígeno-. Ven-me suplicó-. Ven, ven, ven.
               Sólo pude dar un paso hacia él antes de perder de nuevo su atención. Sus ojos pasaron de estar sobre mí a desenfocarse por completo, como si estuvieran fijos en algo que yo tenía detrás. Shasha se giró, siguiendo la línea de su mirada, y yo me volví muy despacio, temiendo encontrarme lo que fuera que hubiera puesto a Alec de esa manera.
               En la entrada de la habitación, que de repente parecía más pequeña debido al recién llegado, se había materializado un hombre de aproximadamente metro noventa, espaldas anchas y brazos fuertes; quizá no tanto como los había tenido Alec en su época dorada, pero sí lo bastante como para hacerte intuir que era mejor que no te metieras con ese tío. Tenía los hombros hundidos, los pies ligeramente separados, y se metió unas manos grandes en los bolsillos que yo no pude evitar comparar.
               Igual que su complexión.
               Igual que su pelo.
               Igual que su mandíbula.
               Igual que su nariz.
               -¿Alec?-jadeó el hombre, examinándolo como quien examina a un pura sangre por el que ha pagado una dinerada, y que descubre que es más magnífico incluso de lo que dicen todos. No parecía creerse que Alec fuera Alec, pero había algo en él que no había cambiado. No, desde la última vez que lo había visto, a pesar de que apenas era un niño.
               Incluso si Alec no hubiera dicho absolutamente nada, incluso si Alec no hubiera reaccionado de ninguna forma, sería imposible no adivinar quién era ese hombre, igual que me había sucedido con Aaron.
               Pero Alec pronunció dos palabras. Dos palabras que jamás habría esperado escuchar de sus labios. Lo hizo con un hilo de voz, con un deje que yo detesté nada más escucharlo, pues sonaba incluso más angustiado que las pulsaciones alocadas en los monitores.
               Fueron solo dos palabras, con las que Alec consiguió malamente disimular su angustia. Pero fueron más que suficiente para que a mí se me oprimiera el corazón.
               -Hola, papá.



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2 comentarios:

  1. Te has hecho de rogar con este capítulo Eri, pero te lo perdono porque me ha ENCANTADO. Además, me he reído muchoo.
    Comento por partes jejejeje
    - Alec hablando de Sabrae es lo más bonito del mundo, no se puede estar más enamorado y yo es que no puedo más con estos dos, un día me va a una subida de azúcar que me va a dejar en el sitio.
    - Por otro lado, temo por la salud de Alec y no por el accidente sino PORQUE VEO IMPOSIBLE QUE ESTE CHAVAL AGUANTE MUCHO MÁS SIN FOLLAR.
    - Luego, como no podía ser de otra forma toda la parte con Scommy (aka la mejor amistad jamás escrita) me ha encantado. Me ha gustado mucho ver toda esta conversación desde el punto de vista de Alec y la parte de las bragas es buenísima ósea me he reído en alto te lo juro. Luego todo lo de la ruptura Sceleanor me parte el corazón, pero es que tío Scott está a por uvas y Alec tenía que decirle cuatro cosas bien dichas. Buenísimo cuando Scott le dice a Alec que está haciendo que su aura se vuelva de un arrepentido color naranja y Alec en plan ¿¿qué cojones dice este payaso??
    - Sabrae haciéndole albóndigas a Alec y tomándoselo como si le fuera la vida en ello no hace más que demostrarnos lo mucho que le conoce y le quiere, estoy deseando ver la reacción de Alec cuando se las lleve.
    - Luego es que yo me parto con Zayn ósea cuando ha dicho “Creo que tus tetas dan leche desnatada, Sher. Si no, no se explica” casi me meo de la risa en serio.
    - La relación de Shasha y Alec me flipa, me encanta como la has desarrollado.
    - Estoy esperando a que Tam se de cuenta de que le gusta Karlie y empiecen a salir, vengo necesitando que esto ocurra desde hace un tiempecito JAJAJAAJAJA
    - Y LUEGO EL PUTO FINAL, MENUDO PEDAZO DE FINAL DE CAPÍTULO. Me ha dejado muy angustiada ósea no me esperaba PARA NADA esto, nunca se me había pasado por la cabeza que el padre de Alec fuera a aparecer. Además, la reacción de Alec me ha puesto los pelos de punta, el pánico que ha sentido me ha dado escalofríos.
    Deseando leer el siguiente cap!! <3 (aunque miedo me da lo que vaya a pasar).

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  2. Bueno me he leído el capítulo al final en el tren de vuelta a casa y he de decir que estoy emocionadisima por ese final. Eres una zorra hija de puta, no esperaba para nada que la persona del pasado de Alec fuese su puto padre.
    Me ha gustado mucho el capítulo y sobre todo la parte del final antes de que llegase la tormenta, la parte de Sabrae muriendo de vergüenza por decir eso delante de Annie y lo nerviosa que se ha puesto delante de Alec y Sasha mientras estes la vacilaban.
    Pd: espero ciegamente que Annie no se encuentre con el padre de Alec, que lo mande a la puta mierda y que si puede ser lo maten el y Sabrae a palos.

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