domingo, 29 de noviembre de 2020

Burbuja de tranquilidad.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Al principio, me bastaba con el sabor de su boca en la mía. El mero hecho de sentirla tan cerca de mí, de que su aliento se mezclara con el mío y sentir su corazón martilleando junto a su pecho, bastaba para saciar ese apetito que me había estad reconcomiendo por dentro.
               Eso había sido al principio. Porque, ahora que aquellos demonios que se habían dedicado a perseguirme con la visita de mi hermano se habían marchado, de nuevo ese hambre de Sabrae volvió a acaparar toda mi atención. Hacía demasiado tiempo que no la tenía como a mí me gustaba, demasiado tiempo que no la sentía de esa manera profunda y carnal que había hecho que conectáramos en un principio. Puede que mi mente consciente no hubiera tenido tiempo aún de echar eso de menos, tan ocupada como la tenía en tratar de asimilar la miríada de estímulos que me habían acechado nada más despertarme.
               Pero todo eso terminaba pasando a un segundo plano, tarde o temprano, cuando tenía a Sabrae tan cerca. No me ayudaba que se sintiera igual de a gusto conmigo ahora que cuando estábamos en cualquier otro lugar; lo único que nos recordaba a ambos nuestra extraña situación y las limitaciones que ésta conllevaba eran los pitidos de mi pulso en los monitores, a los que les había activado de nuevo el sonido cuando Aaron se marchó, y, por supuesto, mi brazo en cabestrillo, lo único que me impedía que tirara de ella para arrastrarla más hacia mí. Los pitidos y las vendas nos decían a ambos: “¡eh, estáis en un hospital, recordad que tenéis que guardar las formas!”.
               Había, no obstante, un problema: yo estaba cansado de guardar las formas. Para colmo, era incapaz de mantenerlas durante demasiado tiempo con ella tan cerca, y las enfermeras hacían la vista gorda conmigo por mi delicada situación, y por ese carisma del que todo el mundo hablaba y que yo terminaría invocando para que me hicieran algunas concesiones. Ya le había lloriqueado a una de las enfermeras para que dejaran a Sabrae quedarse alguna noche del fin de semana, en la que yo tenía la esperanza de dormir más bien poco, así que suponía que ya se imaginarían lo que pretendía hacer: convertir el hospital en mi picadero personal. Dado que teníamos una cama, sería una tontería no aprovecharla, ¿verdad?
               Además, yo ya estaba tumbado. Lo único que faltaba era que Sabrae se subiera encima de mí.
               Era por eso, por la imperiosa necesidad de ella que me consumía, que había empezado a empujarla de manera inconsciente hacia el centro de la cama. Quizá hacerlo con mi familia tan cerca, a punto de llegar de un momento a otro, y las enfermeras echándome un ojo de vez en cuando para asegurarse de que no me daba un ictus o algo por el estilo, sería demasiado arriesgado.
               Una mamadita, no obstante, era harina de otro costal. Sabrae no necesitaría desplazarse demasiado; de hecho, no tenía mucho que hacer, ya que ya me estaba satisfaciendo a su manera. Quizá sus caricias fueran demasiado superficiales, pero ya habían servido para terminar de despertar la fiera que tenía en la entrepierna, y yo tampoco era tonto: podía oír su excitación, oler su hambre de mí, sentir el debate que se desarrollaba en su interior. Dejarse llevar, y arriesgarse a que la expulsaran pero complacernos a ambos, o mantenerse firme conmigo, diciéndome no una vez más, a pesar de que me había dicho hacía más bien poco que se había cansado de ponerme excusas.
               Todo eso eran excusas como otras cualquiera.
               -¿Al?-preguntó la tercera vez que tuvo que apartarse un poco de la trayectoria de mi mano derecha, que siempre terminaba tirando suavemente de ella hacia abajo.
               -¿Mm?
               -¿Estás intentando obtener algo de mí?-preguntó, divertida, alzando las cejas. Me separé de ella y fruncí el ceño, fingiendo no entender a qué se refería.
               -¿Qué quieres decir?
               -Ya es la tercera vez que tengo que apartarte para que no me empujes hacia cierta zona de tu cuerpo-comentó, soltando una risita adorable y echándole un vistazo de reojo a los monitores, que se chivaban de que mi pulso era más acelerado del normal. Comprensible, también te digo. Si te lías con un tío al que no le suben los latidos a pesar de que te estás dedicando a sobarle la polla, mejor rompe con él. No le van las tías.
               Cosa que a mí, desde luego, no me sucedía.
               Le dediqué una sonrisa radiante, la propia de un niño al que acaban de pillar tramando una fechoría en su libreta de superhéroes preferida. Sabrae se echó a reír y se levantó.
               -¡Eres de lo que no hay!
               -Venga, Saab. ¿Sabes por lo que he pasado? Concederme ciertos caprichos es lo menos que puedes hacer-lloriqueé, incorporándome un poco en la cama y gimiendo por lo bajo la notar que eso hacía que mis costillas se resintieran. Mierda. El dolor era como un ejército enemigo bien atento, preparado para arrebatarme toda la felicidad y el descanso que pudiera centímetro a centímetro, en cuanto yo bajara la guardia-. Estoy bien-añadí, en voz seria, nada juguetona, al ver la expresión que atravesaba su rostro.
               -Claramente, no lo estás. ¿Necesitas que llame a las enfermeras?
               -No. Son todas mayores, tienen pinta de escupir en lugar de tragar, y ya sabes lo que a mí me gusta.
               -¡Alec!-me recriminó, pero volvió a reírse. Le puse ojitos inmediatamente. Venga, nena, venga. Sólo era una mamada; nadie se iba a enterar. Las enfermeras estaban saturadas, de lo último que querían ocuparse era de dos adolescentes salidos proporcionándose alivio sexual el uno al otro. O, bueno, de uno salido, y la otra, complaciente.
               -Bueno, pues si no quieres chupármela, por lo menos méteme mano y hazme una paja como Dios manda-protesté-. Me estás desesperando, acariciándome de esa manera.
               -¿No te gustaba?-preguntó con inocencia, unos ojos grandes como fosas abisales, e igual de profundos. La miré de soslayo.
               -Sabrae. ¿Cuándo me has hecho algo tú que a mí no me guste?
               -Así que te gusta cuando te dejo a medias-acusó, riéndose de nuevo.
               -Perdona, ¿hoy es el Día Mundial de Reírse de los Novios Inválidos, y yo no me he enterado? Porque estás siendo una completa perra conmigo. Va en serio. No te rías. ¡Sabrae!-protesté mientras ella se doblaba de la risa-. ¡No tiene gracia! No tenemos tiempo que perder, venga. Ya no te digo que te la metas en la boca, pero, por Dios, por lo menos menéamela.
               -¿A qué viene tanta urgencia de repente? Creía que te bastaba con estar acurrucados, dándonos mimos.
               -Hay momentos para todo, y eso lo podemos hacer cuando estamos con más gente. Ahora, tenemos que aprovechar que estamos solos. Venga, nena. Apiádate de mí, aunque sea. No te lo pediría si no fuera absolutamente necesario. Ya sabes que yo no tengo ningún problema en cascármela en tu presencia…
               -Pero mira que eres bruto-negó con la cabeza, tapándose la boca para, al menos, que yo no pudiera acusarla de estar pasándoselo bomba a mi costa.
               -… pero no puedo con esta puta escayola de mierda. Me duelen los huevos, Sabrae. ¿Conoces esa sensación? Por tu culpa, los tengo hasta arriba. Tengo demasiado semen acumulado por tu culpa. Necesito aliviarme.
               Sabrae se inclinó hacia atrás, dio una palmada, y tensó los músculos del cuello mientras soltaba la carcajada más estridente que había escuchado en mi vida. Se puso roja como un tomate y lágrimas de risa empezaron a correrle por las mejillas mientras se descojonaba de mí. Una de las enfermeras, que estaba comprobando unos papeles en el mostrador de su puesto de vigilancia, se giró en redondo y se nos quedó mirando por encima de sus gafas de montura de gato. No pudo evitar sonreír al ver lo bien que se lo pasaba Sabrae, aunque una compañera suya, que estaba al otro lado de la pared, en la habitación contigua, frunció el ceño. Un escándalo semejante no era propio de un hospital. El resto de pacientes necesitaban tranquilidad, por el amor de Dios.
               -¡No te rías!-siseé, notando que yo también me ponía rojo, pero más de la rabia que de otra cosa. Pero bueno, ¿qué cojones se creía? ¿Me calentaba simplemente para disfrutar de cómo se me cruzaban los cables al no llegarme suficiente riego al cerebro? Me había manoseado como si quisiera encontrarme algún tumor en la próstata, ¿y se suponía que a mí tenía que darme igual? ¿Que tenía que ponerme a pensar en margaritas y abejorros revoloteando de un lado a otro, cuando hacía semanas que no me tocaba así?
               Bueno, realmente, semanas, lo que se dice semanas, tampoco hacía. Sí una semana. Pero, para mí, ya era más que suficiente. Creo que no había pasado sin sexo tanto tiempo, y eso que había tenido momentos críticos en Grecia con Perséfone, la única a la que me follaba en el país de mi madre. Suerte que, al menos, ella era incapaz de resistirse a mis encantos como lo estaba haciendo Sabrae.
               -¡Jamás había estado tanto tiempo sin descargar, no tienes ni idea de lo que se siente…! ¡SABRAE!-bramé cuando ella lanzó un grito, aullando una carcajada y empezó a agitar la mano en el aire, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano. La enfermera del control se mordió el labio para no reírse, y se dio la vuelta a toda velocidad cuando la de la habitación contigua salió de ésta zumbando, en dirección a la mía. Abrió la puerta sin llamar, obviando toda privacidad de la misma manera que Sabrae estaba vulnerando las normas de comportamiento del hospital, y nos recriminó:
               -Pero bueno, ¿qué escándalo es éste? ¿Qué estáis haciendo, Alec?
               Sabrae bufó una risa, intentando tranquilizarse.
               -¡Nada!-qué más quisiera yo.
               -¡Pues haced el favor de bajar la voz! Hay más pacientes en este hospital, ¡no estás tú solo!
               Irónicamente, se fue dando un portazo que hizo que mi corazón se saltara un latido. Sabrae, no obstante, continuó riéndose por lo bajo, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.
               -No sé qué te hace tanta gracia.
               -¿Estás seguro de que no vas a ir a trabajar para Payasos Sin Fronteras, en lugar de la WWF?
               -Eso. Encima, recochineo-gruñí, tumbándome en la cama y tapándome con la sábana. Sabrae se rió de nuevo, pero esta vez su risa fue más tierna que verdaderamente producto de la hilaridad, y se inclinó hacia mí. Me descubrió con los ojos aún húmedos por la gracia que le había hecho mi condición de humano, lo cual me habría cabreado muchísimo si no hubiera esbozado una adorable sonrisa cálida que me derritió un poco por dentro.
               -No te enfades-ronroneó, dándome un beso en la punta (pero fue una punta equivocada: la de la nariz). Exhalé todo el aire que habían podido almacenar mis magullados pulmones, y la fulminé de nuevo con la mirada.
               -Yo no me apunté para esto.
               -¿Para qué?
               -Para que me calentaras también en el hospital. Creía que esas putadas se quedaban sólo para los días en que salimos de fiesta. No tiene gracia que me dejes con las ganas, ¿sabes?
               -Te aseguro que no es mi intención dejarte con las ganas, pero… ya sabes cuáles son mis condiciones-constató, cruzando las piernas y entrelazando sus manos sobre ellas. La miré con suspicacia, rememorando nuestra conversación anterior, antes de que nuestras lenguas hablaran sin emitir ningún sonido.
               -Así que, ¿de eso se trata? Sinceramente, pensaba que ibas a empezar a torturarme sexualmente a partir de mañana. Deberías haberme dejado un margen para que me preparara-acusé, y ella se encogió de hombros.
               -El elemento sorpresa gana guerras.
               -Ah, así que, ¿estamos en guerra?-me pasé una mano por la frente y asentí con la cabeza, ignorando el ramalazo de dolor que me produjo la vía en la cara interna del codo.
               -Sí, contra tu tozudez.
               -Oh, ahora resulta que yo soy el tozudo, ¿no? A ti no te da la gana darme lo que yo quiero, y que tú también quieres (o, de lo contrario, no me habrías sobado de esa manera), pero el tozudo soy yo.
               -Yo no puedo evitar que se me vayan las manos, Al.
               -Pues se te podían ir a otros sitios.
               Puso los ojos en blanco.
               -Todo esto era más fácil cuando no estabas ingresado, y podía sentarme en tu cara para hacer que te callaras.
               -Todavía puedes-contesté, animado de repente, incorporándome de nuevo y jadeando esta vez. Mis costillas no iban a darme tregua-. En serio. Seguro que me las apaño si…
               -Alec, ni siquiera puedes ir al baño solo. No pienso ponerme encima de ti y dejar que me comas el coño.
               -¿Por? Son los dos extremos del aparato digestivo de lo que estamos hablando-Sabrae se rió de nuevo-. Nena, por favor. Si no quieres hacerme nada, al menos deja que yo te lo haga a ti.
               -Ayer me subí encima de ti y, si no te rompí otra costilla, fue de puro milagro. No vamos a correr ese peligro otra vez. De nuevo, no eres consciente de tu estado de salud, sol.
               -Bueno, pues más razón para que el protagonista sea yo, ¿no? Francamente, nena, no sé por qué te pones así de hermética. Sé de sobra cuándo me tocas para calentarme por diversión y cuándo me calientas para prenderme fuego, y esta vez…
               -¿Debo recordarte lo que hemos hablado cientos de veces? ¿Que tengo derecho a cambiar de opinión?
               -Sí, y yo no te discuto eso, sino… te he pedido un favor. Los amigos se hacen favores.
               Sabrae alzó las cejas.
               -¿“Amigos”?
               -¿No somos amigos?-puse cara de besugo-. ¿O es que ahora nos caemos mal? Bueno, mejor no respondas: en lo que a mí respecta, yo sé cuál es la respuesta a esa pregunta, y no creo que te guste.
               Sabrae se rió, entrelazando de nuevo las manos sobre sus piernas cruzadas.
               -¿Y por qué querrías a alguien que te cae mal cerca de tus genitales?
               -Yo podría hacerle la misma pregunta a tu yo de hace unos meses.
               -Tú ya me caías bien cuando me abrí de piernas para ti.
               Alcé una ceja. Sabrae se mordió los labios. Incliné la cabeza hacia un lado. Por fin, a Sabrae se le escapó la sonrisa.
               -Bueno. Un poco, al menos.
               -Qué lejos hemos llegado, ¿eh, nena?-pregunté, apartándole el pelo de los hombros y acariciándole el cuello con toda la mano. Joder, qué suave tenía la piel, qué cálida. Sabrae cerró los ojos, disfrutando de ese contacto cariñoso y conocido, venido de tiempos mejores. Cuántas veces la había tocado yo así cuando ninguno de los dos tenía ropa, y sólo nos cubrían las sábanas de una cama que acabábamos de estrenar, a pesar de haberlo hecho anteriormente sobre ella en más ocasiones. Recorrí su mentón con el pulgar, dejando que mis dedos se adaptaran a la forma de su cuello. Cuando la tuve rodeada, sin hacer presión pero sí haciéndola sentirme, Sabrae abrió los ojos y me miró. Un chispazo de inteligencia y reconocimiento estalló en sus ojos castaños. En el límite de mi visión, vi que sus pechos subían un poco más de lo acostumbrado cuando cogió más aire del normal, inhalando ligeramente más, dejando que su cuello presionara mi mano, y no al revés. Los dos estábamos pensando en lo mismo.
               En aquel primer polvo que para mí había sido bestial, follando con The Weeknd de fondo, y que nos había terminado cortando el rollo. En ella, abriendo las piernas y dejándome hundirme en ella, cogiendo mi mano y poniéndola allí.
               Y en ella, encima de mí, montándome como si fuera su purasangre favorito, espoleándome con sus uñas justo sobre mi carótida. Puede que ese gesto no hubiera empezado con nosotros con buen pie, pero había terminado por encantarnos. Suponía pasión, pero también cariño, la confianza de saber que no nos haríamos daño ni intentándolo.
               El aire que salió de su nariz descendió por su boca y, tras salvar su barbilla, llegó hasta mi mano. Estaba caliente, y también cargado de electricidad. Cuando pudiera volver a mis cabales, sabría que me había comportado como un pesado y le pediría perdón por haber insistido tanto. Pero ahora mismo, en lo único en que podía pensar, era en la calidez de su cuerpo. En lo guapa que estaba. En lo vivos que estábamos ambos.
               Y las ganas que tenía de disfrutar esa vida con ella.
               Me permití acariciarla un momento más. Sabrae iba a dejarme disfrutar de ella todo lo que yo necesitara, pero dentro de unos límites que, ahora que lo pensaba, eran más que racionales. Yo no era gilipollas: podía ver que ella lo deseaba tanto como yo, pero, una vez más, sentando un precedente peligroso, ella era la prudente. Sabía que nos necesitábamos el uno al otro más de lo que nos gustaría admitir, y no podíamos poner en peligro nuestra convivencia de aquella forma. No podíamos traspasar la raya invisible que habían trazado desde la dirección del hospital y abusar de mis privilegios: si mi madre dormía conmigo, era porque sabían de mi delicada situación; si dejaban que Sabrae entrara y saliera al margen del horario de visitas, e incluso iban a permitirle pasar alguna noche conmigo, era porque sabían de mi delicada situación y, también, creían que estaba en una posición especial que se merecía un poco más de consideración por su parte. Yo estaba mal. Lo suficientemente mal como para necesitar apoyo las 24 horas del día, aunque no quisiera admitirlo. Probablemente lo bastante mal como para requerir apoyo psicológico por alguien más cualificado que mi familia y mis amigos.
               Definitivamente, lo bastante mal como para no poder mantener relaciones sexuales.
               Pero no lo suficiente como para no desearlas.
               No estaba muerto. Y, lo que es más importante: Sabrae tampoco.
               Mi pulgar subió hasta su rostro, acariciándole ligeramente el labio inferior. Tiré de él suavemente hacia abajo, descubriendo sus dientes blancos, que tantas veces había temido y, a la vez, me habían hecho disfrutar.
               Me concentré en lo jugosos que tenía los labios. El gloss que se había echado antes de venir había desaparecido en su totalidad, en parte por mi culpa, pero era lo suficientemente bueno como para que un ligero brillo más apetecible de lo normal permaneciera aún sobre su piel. Eso, unido a los recuerdos que me traía esa parte en concreto de su anatomía, bastaría para volverme loco. Quizá debería haberme aprovechado y echarles la culpa a sus labios de mi locura, pero ella se merecía algo mejor. Siempre se merecía algo mejor.
               -Me he comportado como un capullo, ¿verdad?
               Sabrae sonrió, me dio un beso en la yema del pulgar y, a continuación, un mordisquito.
               -Quizá “capullo” sea pasarse. Sí que has sido un poco pesado, pero… resulta bastante halagador, de una forma tóxica y retorcida que no debería gustarme.
               -¿Me harías el favor de no tenérmelo en cuenta?
               -Tranquilo-ronroneó, inclinándose para acariciarme el vientre-. Ya sé de quién me he enamorado-me alabó, rebajando la tensión en el ambiente, y yo me noté sonreír. No es que no lo supiera (créeme, con lo física y sobre todo transparente que era Sabrae, era bastante complicado no adivinar sus sentimientos), pero siempre está bien que te lo recuerden-. Además, es divertido decirte que no-comentó, riéndose y guiñándome el ojo-. Por si no te has dado cuenta, me encanta hacerlo.
               -Oh, sí. Es bastante sutil, pero es que yo soy muy perceptivo, ¿sabes? Por eso me he dado cuenta de algo con respecto a ti.
               -¿De veras? ¿Y qué es?
               Joder, estaba ronroneándome como una gatita que se frotara contra mis piernas. La imagen del animal casi líquido adaptándose a mí para requerir mis atenciones me perturbó un poco, pues no pude evitar relacionarla con la manera en que Sabrae se adaptaba a mi cuerpo. No debería establecer esas relaciones, lo sé. Estoy enfermo, lo sé.
               -Que eres terca como una mula.
               Soltó una risita y se inclinó para acariciarme el cuello. Sus dedos se colaron por mi nuca, y sus uñas se enredaron en mi pelo. Joder. Ya estaba liada. Ahora, necesitaría tomarla. A la mierda todo mi saber estar y lo poco que había conseguido recuperarme.
                -Reconoce que es un poco inapropiado lo que me has pedido.
               -¿Inapropiado? Ni que te hubiera pedido participar en un bukake. Esto era urgente.
               Sabrae parpadeó antes de sonreír.
               -Para ti sería urgente hasta participar en un bukake, Al.
               -Si fuera así, ¿por qué me esperé a los 18?
               -Porque ¿no te dejan antes? La verdad, no lo sé-se encogió de hombros, mordiéndose el labio de una forma tremendamente apetitosa-. ¿Hay sitios para hacerlos?
               -Sí. Y sí, vale, es porque no te dejan entrar a esos sitios en lo que hay fiesta de máscaras que terminan en orgía y todo ese rollo si eres menor de edad. Pero mírame ahora-bufé, señalándome con la mano, aunque no me refería al estado actual de mi cuerpo, sino a las posibilidades que había tenido antes del accidente-. Llego a los 18 y tampoco puedo.
               -¿Por qué? ¿Es que ya no eres tan gallito? ¿Acaso estás funcionalmente tetrapléjico, o algo? No hay que hacer mucho en uno…
               -Hombre, para un fuckboy sí que estoy sexualmente tetrapléjico, pero yo me refería a mi soltería.
               -Ah-su sonrisa regresó, más amplia, más radiante y más bonita-. Eso. Bueno, ese problema tiene fácil solución-ronroneó, sus dedos aún jugando con mi nuca. Madre mía, me iba a dar algo. Me sorprendía no haberme hecho pis del gusto aún.
               -Para ti es fácil decirlo-respondí milagrosamente, ignorando como un campeón el hecho de que estaba a punto de hiperventilar- porque eres un demonio, pero para mí… aún no he dominado esto de la posesión, así que lo veo jodido.
               -Serás imbécil-se echó a reír, dándome un manotazo en el vientre como siempre tenía por costumbre, con la mala suerte de que, esta vez, las costumbres resultaban tremendamente dolorosas. Yo no era el único al que se le olvidaba que estaba mal; a veces, cuando se pasaba demasiado tiempo mirándome a los ojos y tonteando conmigo, Sabrae también dejaba de ser consciente de mi recién adquirida vulnerabilidad.
               No obstante, mi sistema nervioso estaba más que preparado para hacer que ambos la recordáramos, a poder ser por las malas.
               -¡AU!
               -¡¡LO SIENTO!!-chilló, inclinándose hacia mí, estirando las manos hacia mí como si fuera un bebé al que quisiera evitar todo el dolor del mundo. Pobrecita mía. Si supiera que no iba a poder evitar que se me rompiera el corazón en algún momento, cuando se fuera a su casa…
               -Si lo sintieras de verdad, tendrías ahora mismo mis huevos en tu garganta-acusé, pero ya no en serio. Puede que mis ganas de tenerla continuaran ahí, intactas, pero me había vuelto de nuevo fuerte y era capaz de pensar con claridad, por encima de mis instintos. Sabrae soltó de nuevo una risita, se inclinó a darme un beso en los labios, y continuó dándome piquitos hasta que entraron de nuevo mis padres, mi hermana y mi abuela. Respetó, sin que nadie se lo pidiera, el lugar que le correspondía a Mamushka, y se levantó del sillón que había entre mi cama y la ventana para dejar que tomara asiento al lado de su nieto mayor, y también preferido (Mamushka se había negado en redondo hacía mucho, mucho tiempo, a considerar a Aaron su nieto mayor; para ella, ni siquiera había nacido). Mientras mamá parloteaba, aún ilusionada, sobre la visita de Aaron y nos ponía al día sobre las novedades que le había transmitido su hijo, Mamushka se sentó a mi lado, me cogió la mano y me dio unas palmaditas en el dorso, los ojos puestos en mi rostro, analizando mi estado de ánimo como uno de esos anillos que cambian de color en función de cuál sea tu emoción predominante.
               Sabía ver más allá de mi fachada de indiferencia, que había erigido cuidadosamente estando aún a solas con Sabrae, para que mi madre no se sintiera mal. Sabía que estaba tratando de ocultarle algo, pero no me lo sonsacaría mientras mamá estuviera con nosotros. Si escondía mis emociones, era porque sabía que le harían daño a alguien que me importara, y eso era algo por lo que no estaba dispuesto a pasar. Me comería mis miedos y mis preocupaciones una vez más, igual que había hecho tantas veces, cuando había ido a visitarla a Mánchester.
               Aunque también me resultaba más difícil no escuchar a mamá con Sabrae alejada de mí. Era como una burbuja de niebla en la que elegía meterme cuando el sol era demasiado intenso, donde podía guarecerme de su calor e impedir que los rayos UVA me quemaran la piel. Ahora que Sabrae se había apartado de mí, aunque fuera con motivos completamente altruistas, me sentía a la deriva, abandonado en una tundra donde nunca brillaba el sol. Empecé a preocuparme de nuevo, sin poder evitarlo, sin poder reprimir los pensamientos en los que Aaron regresaba, habiendo olvidado algo, o simplemente decidiendo que quería pasar más tiempo con nosotros. Se me aceleró la respiración, haciéndoseme un poco más superficial, mientras mis ojos me engañaban y me hacían ver a mi hermano atravesando de nuevo el pasillo.
               Mamushka me apretó la mano, alertada por el incremento en mis pulsaciones.
               -¿Estás bien, hijo?-preguntó, y mamá se calló al instante. Puede que estuviera emocionada por la visita de Aaron, pero eso no quitaba de que cumpliera a la perfección con su deber de madre, interesándose por mí. Se acercó rápidamente a mí, dejando la conversación con Dylan a medias, y me puso una mano en la frente, en el gesto más universalmente maternal. Levantó los ojos y se concentró en tomarme la temperatura, más que decidida a llamar a las enfermeras si me notaba siquiera una décima de fiebre.
               -Sí, no es nada. Sólo ha sido una punzada en el pecho. Estoy bien.
               -¿Quieres que llamemos a las enfermeras?
               -Mamá, estoy bien-la miré con gesto de fastidio y ella tomó asiento a mi lado, en su sillón de siempre, con los labios ligeramente fruncidos. Noté la mirada inquisitiva de Sabrae sobre mí, y en cuanto nuestros ojos se encontraron, sentí su energía sanadora esparciéndose por mi torrente sanguíneo como si me hubieran inoculado una potentísima vacuna.
               No participé mucho de la conversación de mi familia, pero sí que hice alguna aportación aquí y allá cuando alguien me miraba, preguntándose a qué se debía mi silencio. No sabía qué iba mal, pero algo no terminaba de encajar para mí. Tenía los dedos hundidos en el suave pelaje de Trufas, que dormitaba sobre mí mientras Mamushka y Mimi charlaban tranquilamente, cuando caí finalmente en qué era: era tardísimo, y mis amigos no habían venido a verme.
               Detuve en seco las caricias de Trufas, que abrió un ojo y me miró con gesto acusador. Me preguntaba dónde estarían Jordan y los demás, si tenían pensado venir a verme, por qué no habrían llegado ya. ¿Se habrían encontrado con mi hermano a la puerta del hospital y se estarían peleando con él? ¿Quizá habían seguido a Aaron dondequiera que él fuese cuando lo vieron marcharse con gesto se suficiencia, sabiendo que me había hecho un daño con el que ni siquiera él podía fantasear, al conocer por fin a Sabrae?
               Dios mío, ¿quién acompañaría a Sabrae a casa si ellos no venían? Mimi tenía ballet; no había subido su bolsa de deporte a la habitación, pero supuse que la llevaba en el coche. Así que Dylan la llevaría, y probablemente también a mi abuela que, de todos modos, tampoco era una defensora muy útil en lo físico. Así que Sabrae estaría sola, viajando en transporte público por la noche, haciendo trasbordos en estaciones poco concurridas y sin nadie a quien acudir para que la acompañara cuando tenía que cruzar alguna calle mal iluminada. Lo peor de todo era que ella era demasiado valiente y segura de sí misma como para dejar que eso la frenara, así que se reiría si yo le pedía que llamara a Jordan para que viniera a buscarla. ¿O debería decir insensata?
               También echaba de menos a mis amigos. Me descubrí desinflándome poco a poco, igual que un globo que va perdiendo volumen con el paso de los días, al darme cuenta de que mis amigos no podrían pasarse todas las tardes de toda mi estancia en el hospital conmigo. Tendría que acostumbrarme a la soledad y al aburrimiento, pues tenían más cosas que hacer: Jordan tenía que seguir entrenando; Bey y Tam, practicando sus bailes; Max tendría ganas de ver a Bella, y Logan y Karlie necesitarían estudiar, o socializar con sus “grupos de apoyo de lesbianas”, como yo había llamado al grupo de amigas homosexuales de Karlie, a las que había conocido por redes sociales y con las que quedaba de vez en cuando para ponerse al día de los cotilleos del mundo lésbico. Logan estaría en proceso de construir algo parecido, así que no podía permitirse perder las tardes de más de un mes metido en una habitación de hospital, acusando un accidente que no era en absoluto culpa suya. De Tommy y Scott ya ni hablábamos: los pobres bastante tenían con el concurso, en el que estaban encerrados en una cárcel sin barrotes, como para meterse en un sitio aún más pequeño y aburrido que el edificio en el que grababan, ensayaban, daban clase y subsistían desde que habían entrado en The Talented Generation.
               Constaté con tristeza que esa noche había concurso, y que la tradición que habíamos instaurado de forma improvisada hacía apenas un mes se había terminado antes de que yo pudiera acostumbrarme a ella. Me encantaban las noches de los miércoles, pues implicaban  que me reuniría con mi grupo de amigos al completo, para ponerme negro a comida basura y chillarle a la televisión, jaleando a S y T como se merecían. La sensación de familiaridad, de relajación, de que el ambiente era festivo y, a la vez, no había altas expectativas, era algo que echaría mucho, muchísimo de menos durante mi estancia en el hospital. De hecho, la echaría de menos toda la vida, porque, si Scott y Tommy llegaban a la final (bueno, no si, sino cuando) y el concurso se terminaba, saldrían antes que yo del hospital. Qué pasaría después era aún un misterio, pues todo dependía de en qué posición quedaran (yo estaba convencido de que ganarían; por mucho que Eleanor fuese la mejor voz de la edición, en Chasing the Stars estaba Scott, que movía a más gente que el resto de concursantes juntos), pero estaba claro que la vida de mis amigos ya había cambiado. Les había perdido en cierto sentido, y nunca recuperaría esa pequeña parte de ellos que se había marchado el día de mi cumpleaños, pero, al menos, antes podía consolarme con el resto de mis amigos haciendo esa ruta a la vez que yo. Ellos me entendían. Me acompañaban en el camino, pasaban por lo mismo que yo.
               Ahora, estaba solo. No había nadie que me tomara de la mano y me dijera que no pasaba nada, que lo que había al girar la esquina podía ser incluso mejor que lo que habíamos dejado atrás.
               Supongo que es un poco egoísta por mi parte desear seguir siendo el centro de atención de la vida de mis amigos un poco más. Era duro ver que me dejaban atrás, que continuaban con sus vidas, atendiendo sus responsabilidades, y poniéndome por detrás de sus prioridades. No podía culparlos, o no debería, por no querer echar sus vidas por la borda como había hecho yo. Quizá, por eso me había aferrado tanto a la idea del voluntariado: me resultaría tremendamente duro ver cómo los demás entraban en la universidad y yo me quedaba atrás, aún sin graduarme, repitiendo un curso que detestaría y se me haría tediosísimo sin la compañía de los demás.
               Jamás lo reconocería en voz alta, pero me encantaba ir a clase porque eso suponía que estaría con mis amigos. Creía contar aún con unos meses para disfrutar de ellos hasta que nos separáramos definitivamente en ese aspecto, pero ahora… ahora, me daba cuenta de que el accidente me había quitado mucho más que un trozo de pulmón y mi autonomía: me había arrebatado los últimos meses con mis amigos antes de que nuestros caminos se bifurcaran definitivamente.
               Justo lo que yo necesitaba en ese momento: deprimirme y sentirme solo.
               Solo, y culpable por sentirme solo cuando Sabrae estaba ahí conmigo. Me pregunté cuándo se iría, detestando el momento en que la viera recoger sus cosas y acercarse a mí para darme un beso de despedida, en el que yo me esmeraría para intentar convencerla de que se quedase. Quizá deberíamos aprovechar para dormir, recuperar ambos el sueño que teníamos atrasado, yo por mi semana de inconsciencia y ella por la manera en que trataba de compatibilizar sus estudios con su rol recién asumido de enfermera. Quizá debería cenar una cena ligerita en casa, tumbarse a ver la tele, dejar que sus hermanas y sus padres le dieran mimos, acurrucarse bajo las mantas mientras su hermano mayor aparecía en televisión… puede que hasta incluso hacer videollamada con sus amigas.
                Pero yo no quería que se fuera. No quería que me dejara solo. Todavía no se había marchado, y yo ya la echaba de menos; ya tenía ganas de que fuera el día siguiente para que estuviera de nuevo conmigo, con un nuevo conjunto que me dejara sin palabras, el pelo en un nuevo peinado y un maquillaje ligeramente diferente.
               Durante un angustioso segundo, pensé que, tal vez, Sabrae se fuera con Mimi y Dylan. Fue el mismo segundo que Sabrae tardó en levantarse del sofá y acercarse a su mochila.
               -Tengo que hacer deberes-anunció, sacando un libro de texto y su carpeta de color morado sonrosado con un pequeño taco de folios.
               -Vale-respondí, como si sólo me lo hubiera dicho a mí.
               -¿Te importa si uso tu mesa?-señaló la pequeña mesa de acero, con la que me había dedicado a juguetear por la mañana, que hacía las veces de mesilla de noche y bandeja de desayuno.
               -Claro. Tira.
               Por lo menos, se sentó justo frente a mí, escribiendo con concentración en sus apuntes, consultando el libro de texto y esmerándose en los ejercicios, agitando de vez en cuando la cabeza al ritmo de la música que se había puesto en los auriculares, para que las conversaciones de mi familia no la molestaran. Mimi estaba contando algo súper divertido que habían hecho sus amigas, pero yo no podía concentrarme en lo que decía: estaba mirando los lunares de Sabrae, que se movían de un lado a otro mientras ella arrugaba la nariz, meditando sus respuestas.
               Qué guapa era.
               No me podía creer que  fuera mi novia.
               Y que estuviera poniéndose al día con sus tareas en una incomodísima mesa de hospital, todo porque quería estar el máximo tiempo posible conmigo. Me dio un poco el bajón al darme cuenta de que, tal vez, había planeado ir con sus amigas a la biblioteca para repasar, y se había adaptado a mí por sentir el cambio en mi humor. Estaba convencido de que ella sabía que yo me sentía solo, y quería evitarlo a toda costa.
               Con el sol pintando en el cielo sus típicos tonos anaranjados, unos tres cuartos de hora antes de que llegara la cena, Mimi, Dylan y Mamushka empezaron a prepararse para irse. Se despidieron de mí con besos, abrazos, y promesas de que volverían al día siguiente. Mamá no dejaba de mirar a Sabrae, preocupada por el momento en que se marcharía. Ella seguía con los ojos puestos en sus folios llenos de garabatos de colores, sobre los que, de vez en cuando, hacía algún tipo de marca.
                -¿Sabrae?
               Sabrae levantó la vista, convirtió su boca en un aro olímpico y se quitó un auricular.
               -Oh. ¿Ya es la hora?
               Mamá asintió con la cabeza. Sabrae imitó su gesto, cerró el libro, y empezó a recoger sus cosas. Se me cayó el alma a los pies al darme cuenta de que mis temores eran completamente fundados: Sabrae se marcharía a la vez que los demás.
               Sin embargo, me quedé un poco descolocado cuando, en lugar de coger su abrigo del perchero, ordenó las cosas sobre la mesa, haciendo una pequeña pila con los libros que traía en su interior. Se colgó la mochila al hombro a modo de bolso y avanzó hasta mí.
               -Tengo una sorpresa para ti-anunció, dejándola cuidadosamente a mi lado, de manera que yo pudiera echar un vistazo a su interior-. Mira qué hay dentro.
               Obedecí, por una vez en mi vida y sin que sirva de precedente. Saqué un neceser blanco de topos azul celeste que había visto por su casa en alguna ocasión, y una camiseta y un pantalón de algodón de color rosa.
               Tardé un par de segundos en procesar qué era aquello.
               -¿Te has traído un pijama?
               -Sí-anunció, orgullosa, poniéndose las manos en las caderas-. Y tengo otro para ti.
               -¿¡Te vas a quedar a dormir conmigo!?-grité, y mis pulsaciones salieron disparadas, galopando frenéticamente en dirección al cielo. Sabrae se echó a reír y asintió.
               -¡Claro! ¿No sabes qué día es hoy? Es miércoles. Hoy hay concurso. He pensado que, ya que no podía llevarte a casa para la fiesta, bueno… podía traer la fiesta aquí.
               Se giró para mirar la puerta, que en ese momento atravesaban Jordan y Bey.
               -¡¡Hola!!-corearon mis amigos, los seis, al unísono y con júbilo. Se me cayó la mandíbula sobre el esternón.
               -¿TÍOS?
               -¡Sorpresa!-anunció Karlie, abriendo los brazos. Tam la miró y se rió, aunque luego, se unió a las carcajadas de los demás al ver mi expresión alucinada.
               -¿Qué? ¿No te habías dado cuenta de que no habíamos venido hoy?
               -Joder, casi me da una depresión, os lo juro-bufé, frotándome la cara.
               Mamá se estaba riendo como la que más, segura de que habían conseguido engañarme como a un niño al que le convencen de que es el favorito de Papá Noel.
               -Te habías puesto tan mustio, hijo-me acarició la cara-. Casi te cuento nuestros planes para que te animaras un poco, tesoro.
               -Le viene bien sufrir un poco, Annie. Lo tienes demasiado mimado-pinchó Max.
               -Tú cállate, que me ha pasado un autobús por encima.
               -¿No era un coche?
               -Prueba a dejar que te pase un coche por encima y luego un bus, a ver si notas diferencia.
               -¿Me lo cuidaréis bien?-preguntó mamá, mirando directamente a Jordan. Sabía que no tenía que pedirle a Sabrae que se esmerara conmigo; le salía solo-. Puedo volver de madrugada, cuando termine, si queréis…
               -Está bien dejarle un poco de libertad, Annie-la regañó Dylan, rodeándole la espalda.
               -Pero es que me da no sé qué que Sabrae…
               -Estaré bien, Annie, no te preocupes por mí.
               -Sí, mamá, no seas pesada, anda. Vete a casa, date un baño, cena bien, ve una peli acurrucada con Dylan y deja que te eche un buen polvo, que te lo mereces.
               -No te pases, Alec-me espetó mamá.
               -Menos reñirle y más hacerle caso-instó Dylan, y yo me reí. Repartí besos, más animado, e incluso levanté la mano escayolada para decirles adiós. Sentí un poco de vértigo al ver a mamá recoger sus cosas para irse a pasar la noche en casa, pero más por ella que por mí. Hacía demasiado que no dormía en su cama; tanto, que puede que ya la sintiera extraña, inmerecidamente cómoda en comparación con la cama que compartía conmigo en mi habitación, o el sillón en el que me había velado durante mi coma.
               Miré a mis amigos, completamente alucinado, cuando por fin nos dejaron solos.
               -¿Por qué habéis tardado tanto?-acusé, y Bey arqueó las cejas.
               -¿Disculpa? No teníamos obligación de venir, ¿sabes? Te estamos haciendo un favor.
               -Serías una amiga de mierda si me dejaras tirado ahora que más te necesito.
               -Como me sigas criticando, te quedas sin cena-instó, agarrando la bolsa que Jordan llevaba colgada de su mano y escondiéndola tras su espalda. Fruncí el ceño, incorporándome y olfateando el ambiente, tratando de adivinar qué me traían, pero la bolsa estaba cerrada a cal y canto y no había sido capaz de ver su logo.
               -¿Qué me traéis?
               -Una deliciosa ensaladita.
               -Jordan, está mal reírse de los moribundos.
               -Tú tienes de moribundo lo que yo tengo de blanco, payaso-se cachondeó, pero cuando le puse ojitos, se apiadó de mi pobre alma magullada y recuperó la bolsa, que levantó en el aire para mostrarme el logotipo: Burger King.
               -¡No!
               -¡Sí!
               -¡¡No!!
               -¡¡¡Sí!!!
               -¿Es lo que yo creo…?
               -Un menú completo de Steakhouse, patatas supreme, Pepsi y un cubo de entrantes con el doble de chilli cheese bites.
               -¿Qué salsa has pedido?
               -Me ofendes, Alec. ¿Qué salsa crees que te he pedido? Miel y mostaza, por supuesto.
               -¿Y la Pepsi?
               -Light.
               -Joder, joder, joder, se me está poniendo dura. Ahora entiendo por qué te van los tíos, L-le dije a Logan, estirando las manos en dirección a Jordan-. Me están dando unas ganas tremendas de comerle la polla a Jordan.
               -¿Por qué pides la Pepsi light?-preguntó Sabrae, riéndose y frunciendo el ceño-. ¿Por las calorías extra? ¿Crees que influye después de comerte medio restaurante?
               -Perdona, nena, ¿eres deportista de élite?
               -No.
               -Pues entonces, cierra esa preciosa boquita que tienes si no tienes ni puta idea. Joder, mierda. Me voy a correr, en serio-gruñí cuando Jordan posó la bolsa sobre mí, y el aroma de la comida basura flotó hasta mí. Sin embargo, cuando metí la mano dentro de la bolsa, Bey me dio un manotazo.
               -De eso nada. Aún faltan un par de horas para que empiece el concurso. Hasta entonces, nada de empezar a comer.
               -¿Va en serio?
               -Completamente.
               -Estaba mejor estando en coma-gruñí.
               -Te he oído.
               -Eso pretendía-escupí, secuestrando un chilli cheese bite, y gritándole a Sabrae cuando intentó robármelo. Puede que la amara, que besara el suelo por donde ella pisaba y la considerara una diosa, pero toda adoración tenía un límite, incluso la mía hacia ella, y fuera de ese límite se encontraban los chilli cheese bites. No iba a consentir que me cogiera ni uno solo; no, dado que yo estaba convaleciente, y ella fresca como una lechuga.
               Los celadores se extrañaron cuando rechacé la bandeja con la cena; siempre me quedaba con hambre, y así se lo decía cuando ellos me preguntaban qué tal había estado todo. No es que la comida fuera de restaurante de tres estrellas Michelín precisamente, pero por lo menos tenía el consuelo de llevarme algo a la boca, por insípido que fuera, y así calmar esa hambre que me mordisqueaba el estómago de continuo. Luego venía el gigantesco problema de ir al baño, por supuesto, pero procuraba no pensar en eso cuando me tomaba mis sopas sosas, mis purés con tropezones o mis filetes insípidos.
               Tuve que esperar lo que me pareció un millón de años para, por fin, poder llevarme algo decente a la boca. Yo no lo sabía, pero estábamos esperando un momento crucial en mi estancia en el hospital: el reencuentro con mis queridas cuñadas, que me habían echado terriblemente de menos a pesar de que, hasta hacía tan solo unos meses, había sido una presencia más parecida a una lejana estrella en sus vidas: débil e intermitente. Sin embargo, cuando vi a Shasha y Duna atravesar el pasillo del hospital, me di cuenta de que me había acostumbrado a ellas tanto como a moverme por casa de Sabrae, e incluso a las amigas de ésta, que también hicieron acto de presencia al poco. No pude evitar esbozar una sonrisa radiante cuando vi llegar a las hermanas de Sabrae, que Shasha me devolvió con creces, lo cual me hizo darme cuenta de lo mucho que me había echado de menos también.
               Duna, por su parte, lanzó un alarido y echó a correr nada más verme.
               -¡Alec!
               -¡Hola, guapísima!
               Escaló a la velocidad del rayo hacia mi cama, como un pequeño mono precioso al que no le costaba ningún esfuerzo subirse a los rincones más complicados de cualquier árbol. Ignorando mis vendajes como sólo las niñas de su edad podían hacer, me estrechó con fuerza entre sus minúsculos brazos, más fuertes de lo que recordaba. El pequeño toque de atención que supuso ese suave estallido de dolor al que me vi abocado cuando Duna me abrazó me hizo ser plenamente consciente de lo increíblemente frágil que era, y lo débil que estaba. Nunca antes, por mucho que se esforzara en ello (alentada siempre por mí, y siempre con el permiso de sus padres para portarse un poco mal), había conseguido la benjamina de los Malik causarme la más mínima molestia.
               Y ahora… ahora estaba completamente a su merced, pero no iba a dejar que eso la privara de abrazarme. Ni a mí tampoco de sentir sus abrazos, ya puestos.
               -Te he echado mucho de menos-lloriqueó, con los ojos húmedos. Mi pobre niña. Sabrae estaba recostada en el sillón de las visitas, mirándonos a ambos con veneración. Apenas les había dedicado un vistazo a sus padres: en cuanto Duna chilló, su atención se fijó en ella y nadie más. La contemplaba con aire maternal, sintiéndose responsable de ella a la par que de mí.
               -Yo también, mi niña-susurré, dándole un beso en la frente y acariciándole la espalda.
               -¿Qué te ha pasado? Estaba muy preocupada. Sabrae decía que estabas dormido y que no te despertabas. ¿Es verdad que has dormido una semana?
               -Sí-sonreí, mirando a su hermana de reojo, que había hecho una mueca de disgusto-, es que tenía sueño acumulado. Lo que, por cierto, es culpa suya.
               Duna torció la cabeza, tratando de comprender mi broma.
               -¿Sí? ¿Y eso?-quiso saber, y yo me regodeé en cómo Sabrae se ponía colorada y me daba un manotazo, como diciendo “no se te ocurra decirle la verdad”. Me eché a reír y la senté sobre mi pierna buena.
               -Cosas de mayores.
               Duna me miró con suspicacia. Sabía que había algo detrás de mi broma, y creo que también sospechaba que estaba siendo la víctima de una broma, pues todos en la habitación, incluso Shasha, trataban de no sonreír para que no se sintiera mal. Sin embargo, aquellos amagos de sonrisa servían para que yo me sintiera lo suficientemente bien conmigo mismo como para no creerme mezquino por haber creído que mis amigos me darían la espalda tan fácilmente. Eso había estado mal por mi parte, lo sabía, lo sabía en cualquier momento, pero más ahora, rodeado de todos ellos, siendo el centro de todas sus atenciones, e incluso recibiendo las disculpas de Sher y Zayn por no poder quedarse más tiempo: habían venido a dejar a sus hijas antes de irse a la gala en la que participaría el hermano de éstas, y sólo disponían de unos minutos antes de seguir su camino. Astrid y Dan se habían quedado con mis padres, de ahí que mamá hubiera accedido a irse; sólo una obligación de maternidad podía hacer que delegara sus potestades en Sabrae, la única capacitada para cuidar de mí casi tan bien como ella. Si no fuera por los pequeños Tomlinson, seguramente mamá habría ocupado uno de los sillones, en los que ya se había acostumbrado a dormir, pues no permitiría que Sabrae le cediera la cama para que continuara dando buen uso de ella.
               Las amigas de Sabrae llegaron poco antes de que empezara el programa, disculpándose por el retraso y con pijamas por debajo de sus abrigos. Mis amigos no habían llegado tan lejos, pero porque no se habían tomado el concepto de “fiesta de pijamas en la habitación de Alec”, como Sabrae las había convocado, al pie de la letra. Me alegré de verlas, todas asperezas ya olvidadas, pues si estaban allí, era porque querían apoyar a Sabrae.
               -Traemos mexicano-anunció Amoke, levantando una bolsa en el aire.
               -Y por eso os quiere Sabrae-sonreí, viendo cómo mi chica se incorporaba para coger un taco.
               -Como si tú no nos hubieras cogido cariño-se burló Kendra, extendiendo una de mis mantas y sentándose en el suelo. Lo tenían todo planeado al dedillo: usaron mantas viejas que traían en sus mochilas a modo de colchón para su picnic, e incluso habían traído manteles sobre los que sentarse a comer. Jordan encendió la tele, Shasha la hackeó con mi iPad para que yo pudiera verla el tiempo que quisiera sin tener que abonar ni un penique, y mis amigos se sentaron rodeándome, pasándose la comida unos a otros, con los ojos siempre fijos en mí.
               Cuando abrí la bolsa del Burger King por fin, ya con permiso para comerme hasta las cajas de cartón donde venían las patatas (que, por cierto, se habían enfriado, algo que hice notar y que me granjeó varios cortes de manga por parte de las gemelas), descubrí que había un montón de papeles que Jordan se había encargado de meter allí a propósito. Incluso si no hubiera visto su expresión de orgullo al verme sacarlos y ojearlos, había visto los suficientes dirigidos hacia mí como para identificarlos al momento: eran notas con números de teléfono.
               Uno podría pensar que, en pleno 2035, ya se habría superado el viejo truco de la servilleta con el teléfono… pero no. A las mujeres les van los trucos de la vieja escuela, y si uno quiere seducirlas, tiene que jugar con sus normas.
               Levanté la vista y miré a Jordan.
               -¿Para mí? Qué detalle, pero ya no estoy soltero-me burlé, y Jordan puso los ojos en blanco.
               -Ni siquiera sé por qué me molesto-bufó, arrebatándomelos para que no los manchara de kétchup. Me alegró comprobar que los guardaba a buen recaudo, ya que eso significaba que no tenía pensado volver con Zoe, quien no se lo merecía. Me reí, y estiré la escayola en su dirección ante su expresión de fastidio, como si fuera a acariciarlo.
               -Jor, en serio, me alegro un montón por ti. Estoy orgulloso. Ya iba siendo hora de que empezaras a pensar en mojar el churro.
               Bey puso los ojos en blanco, lamiendo el borde de su kebab, pero no dijo absolutamente nada, ni siquiera cuando Jordan se hinchó como un pavo y respondió:
               -Gracias. La verdad es que, si hubiera sabido que las tías se me iban a tirar encima de este modo, me habría quitado las rastas mucho antes.
               Lo cual me sorprendió bastante, pues Bey siempre había defendido las rastas de Jordan.
               -Me pregunto a quién le echarás la culpa cuando todo esto de la novedad pase y las tías ya no te miren, Jor-se burló Tam, y yo me reí con ella. Sabrae, sin embargo, tenía su propia opinión al respecto.
               -Es curioso que, desde que te quitaste las rastas, no dejes de triunfar con las chicas, Jor. A mí siempre me has parecido guapo.
               -¿Desde cuándo?-protesté yo, pero Sabrae no me hizo caso.
               -Se llama racismo, cariño-contestó Momo, y yo asentí.
               -Sí, Saab, lo creas o no, no todo el mundo es tan abierto como yo.
               -¿De mente?
               -No será de piernas. La de las piernas eres tú-la pinché, y lejos de ofenderse, Sabrae se rió-. Cuanto antes lo interiorices, antes dejarás de sufrir por ello.
               -¿No te parece triste?
               -Más triste me parece estar mordiendo una puñetera hamburguesa en lugar de ese culazo que tienes, pero así es la vida-comenté, dando un bocado inmenso que hizo que las enfermeras me llamaran la atención. Cuando puse los ojos en blanco al irse ellas, Bey asintió con la cabeza.
               -Sí, la verdad es que tienen razón. Una cosa es que te traigamos comida basura, y otra que te la comas como si te la fuéramos a quitar. Podrías atragantarte.
               -¿Sabes cuánto hace que no como algo que tenga un mínimo de sabor, reina B? Déjame disfrutar un poco de la vida, anda, que hay presos que viven mejor que yo.
               -Yo sólo digo que verás la gracia que te hará como te ahogues con un trozo de hamburguesa.
               -Qué audacia tienes, echándome la bronca cuando soy el único con experiencia enfrentándose a la muerte en esta habitación.
               -Sh-siseó Shasha.
               -Sh tú.
               -¡Eh! No le contestes a mi hermana.
               -¡Callaos! ¡Ya empieza!-anunció, subiendo las piernas a la silla y engullendo el último trozo de kebab que le había pedido a Max.
               -Pero, ¡serás imbécil! Que te estoy defendiendo, ¡so lerda!
                -¡Cállate, culo gordo! Está Robert en antena, ¿no lo quieres ver?
               -Ya tiene a un blanco que le haga caso, no le hace falta otro-rió Amoke, y Sabrae me quitó la almohada para tirársela a la cabeza.
               -Agresiones no, por favor. Vamos a llevarnos bien, que hay Alec de sobra para todas.
               Todas, absolutamente todas las mujeres de la habitación se giraron para fulminarme con la mirada.
               -Como si nos fuéramos a pelear por ti-dijeron al unísono.
               -Yo me pelearía por ti-ronroneó Duna amorosamente, abrazándose de nuevo a mi costado, justo donde me habían puesto puntos. Contuve mi mueca de dolor para que la chiquilla no se preocupara en exceso por mí. Para una aliada que tenía en aquella habitación, no debía darla por sentado.
               En cuanto se encendieron las luces del escenario con la primera actuación, mi habitación desapareció. Los monitores, el resto de pacientes, las vías o mis vendas: todo se esfumó en el aire, dejándonos a mis amigos y a mí. El accidente era un mal sueño colectivo del que nos habíamos despertado sudorosos a la vez, y la pantalla de televisión, algo más pequeña que la de casa de Sabrae, simplemente un apaño mientras arreglaban la otra.
               Los chicos lo hicieron genial, absolutamente genial. Todas las concursantes femeninas salieron cantando Tan cierto como tú y De cero a héroe, con Diana y Eleanor compartiendo planos en los que no se notaba la tensión entre ellas. Era como si no hubiera sucedido nada de lo que nos había asaltado la semana pasada: no me había atropellado un coche, Scott no le había puesto los cuernos a Eleanor, su vida no se había puesto patas arriba. Todo estaba en orden.
               Para cuando les llegó el turno a los concursantes masculinos, que hicieron una versión de Todo un hombre haré de ti en la que Scott fue quien más destacó, la ilusión era tan perfecta y elaborada que no había forma de, siquiera, pensar que algo en el mundo iba mal. Había paz, sobraba la comida y escaseaba el hambre, y yo sólo iba a hacer el voluntariado por viajar, no porque hubiera necesidad de manos ayudando en algún rincón del mundo. Absolutamente todo el universo estaba en armonía. Chasing the Stars cantaron Yo voy a ser el rey león, transmitiendo tanto buen rollo que se me curaron todas las heridas, se me soldaron las costillas y me volvió a crecer el trocito de pulmón que me habían extirpado.
               Y entonces, Eleanor cantó Un mundo ideal, la canción de amor por excelencia, con un chico que no era Scott. El puto Jake de los cojones. Mimi lo detestaba, y Mimi no detestaba a nadie. Me generaba mucha desconfianza, me transmitía muy mal rollo, ese puto tío. Eleanor lo estaba haciendo por joder a Scott, estaba seguro.
               Cuando terminaron la actuación y enfocaron a los concursantes un momento, que se habían puesto de pie para aplaudirlos, todos en la habitación contuvimos la respiración. Nos fijamos en Scott, que permanecía impasible, con una cara de póker que, cualquiera que lo conociera, sabría desenmascarar. Le dolía. Le dolía más de lo que quería dejar entrever, más de lo que le había dolido nada nunca. Vi que Sabrae se revolvía en el asiento, incómoda. No le gustaba ver sufrir a su hermano, por mucho que pensara que se lo mereciera. Eleanor estaba en su derecho de rehacer su vida y castigar a Scott, sí, pero, ¿con Jake? Ni siquiera a Sabrae le caía bien. Eleanor no podría haber elegido peor.
               Todos intentamos convencernos de que Eleanor no había sustituido a Scott completamente por ese mamarracho, nos dijimos que sólo había cantado una canción con ese tío por restregarle en las narices a nuestro amigo que ya no estaban juntos, pero no había nada más. No podía haber nada más.
               Parecía increíble el curso que habían tomado los acontecimientos: todo el mundo deseaba que Scott y Eleanor, como mínimo, cantaran juntos. Quienes los conocíamos, no obstante, habríamos hecho una peregrinación con tal de que tuvieran tres hijos y seis perros, un ático con vistas al Támesis y una casa en la playa en la que veranear, y si era en España, mejor.
               Cuando Diana salió a cantar Burnin’ up, pensé que la situación no podía volverse más surrealista. No porque no lo hiciera bien, todo lo contrario: lo petó. Cantó como una reina, se adueñó del escenario y se metió al público en el bolsillo con la primera nota, pero de nuevo, otra de las chicas de mi círculo social no elegía a uno de mis amigos como compañero de canción, sino a un chaval al que habían expulsado en la primera gala. Todo con tal de no cantar con Tommy.
               -Esto es el mundo al revés-comentó Karlie, y Tam la miró y asintió con la cabeza. Sabrae se relamió los labios, los ojos fijos en la pantalla mientras Diana terminaba su canción, jadeante y feliz. O, al menos, lo parecía. La americana era muy buena disimulando; según me había dicho Sabrae, se lo estaban haciendo pasar fatal, y Eleanor se jactaba de ser mala con ella, tal y como le confesaba a mi hermana en sus llamadas diarias. Y, sin embargo, allí estaba, resurgiendo de sus cenizas igual que un fénix.
               Finalmente, como ganadora de la gala anterior y antes de abrirse el período de votaciones, Eleanor salió a cantar una nueva canción, ésta en solitario: Sorry not sorry. Se lució vocalmente, se contoneó con las bailarinas, y disfrutó como nadie de su interpretación, lanzando un claro mensaje a todo aquel que quisiera escucharla: no se arrepentía de nada de lo que había hecho, y cada paso que daba era seguro y firme.
               Enfocaron a los concursantes de nuevo mientras Eleanor cantaba, y no pude evitar sonreír viendo la expresión de Scott. Era una mezcla entre sufrimiento por lo mucho que le dolía haberle hecho daño, y sufrimiento por lo mucho que la deseaba. Eleanor se había puesto guapísima, dejaba mucha carne al aire, y eso mi amigo lo notaba. Definitivamente, lo estaba castigando de todas las formas posibles.
               -Mirad cómo lo castiga-comentó Tam, y me pareció oír un deje de risa en su voz cuando Scott comenzó a mordisquearse el labio, cosa que hacía cuando anhelaba desesperadamente a una chica.
               -Poco le hace-me escuché decir, y en ese momento me di cuenta de cuál era el verdadero problema conmigo: yo necesitaba que Scott estuviera bien, necesitaba que Eleanor lo perdonara, pero estaba tremendamente decepcionado con él. Esperaba más de él. Scott siempre había sido mi guía espiritual, el que mejor me aconsejaba cuando me encontraba en una encrucijada respecto a chicas, ya que era el que mejor me entendía. Me había dejado un listón muy alto que yo me había esforzado por superar en cada ocasión, y ahora, Scott había tirado al suelo ese listón para poder saltarlo sin preocuparse por nada. Tenía que mejorar. Tenía que ser el Scott de antes, porque ése no era el Scott de siempre-. Se merece más. ¿Os acordáis de cómo nos dio por culo con los cuernos de Ashley? Me parece puto imposible que haya sido infiel.
               -La gente te sorprende-comentó Sabrae.
               -Sí, pero, ¿tan para mal? Me parece increíble. Me parece… me parece que necesito un puto cigarro. ¿Jordan?-gruñí, notando cómo la ansiedad se apoderaba de mí de nuevo, pero era una distinta: no era la de mi hermano, sino una distinta. Ansias por hacer las cosas bien, por recuperar un poco de la normalidad que había perdido en aquel puñetero accidente de mierda, de la que había tenido una dulce ilusión hacía apenas unos minutos, en la que quería vivir toda la vida.
               -Ah, no. Ni de broma. No vas a ponerte a fumar otra vez-acusó Bey.
               -¿Quién eres, Bey? ¿La policía de la sanidad?
               -Estás en el hospital, Alec-me recordó.
               -Ya, y si no me ha matado la moto, no lo hará el cáncer. Tendría que ser muy puto pringado para que me diera cáncer de pulmón y me muriera de eso.
               -No vas a encender un cigarro y punto-sentenció Sabrae, y yo la fulminé con la mirada-. Ponte como quieras. Se te acabó el fumar.
               -Ya lo veremos.
               -Oh, ya lo creo que lo veremos-respondió, mirándome con los ojos entrecerrados.
               Eleanor terminó su actuación, que calificaron como una de las mejores de las que había hecho hasta entonces, y la burbuja de tranquilidad en que vivimos hasta entonces explotó. Todos cogieron sus móviles y se pusieron a votar como locos por el grupo de Scott y Tommy, mientras Duna y yo nos dábamos mimos el uno al otro, ella encantada por mis atenciones, y yo pensando en tragarme mi orgullo y pedirles un móvil nuevo a mis padres. Lo necesitaba, y ahora que no iba a poder trabajar en una temporada, mis ingresos se verían reducidos al mínimo.
               Mientras nosotros votábamos como locos, Tommy salió a cantar Back to you, una versión de una de las primeras canciones de Louis que hizo que el público se volviera loco.
               -Tommy canta genial-alabó Duna mientras yo me la comía a besos, falto de cariño. No quería que el programa se terminara, pues significaría que tendrían que irse y yo volvería a estar encerrado en la habitación, atrapado en mi cama.
               Pero, como todo lo bueno, se terminó. Anunciaron el ganador, que por supuesto resultó ser Eleanor, como no nos cabía ninguna duda, y mis amigos empezaron a recoger. Detesté no poder ayudarlos. Por muy poco que hiciera en casa, al menos con ellos sí que colaboraba, y me sentía un completo inútil viendo cómo separaban las bolsas para reciclar mientras yo sólo podía acariciar a Duna en la espalda, haciéndole unos arrumacos que ella me devolvía multiplicados por mil.
               Al menos, tuve la suerte de que mis amigos se quedaron hasta que los padres de Sabrae vinieron a recoger a sus hijas y sus amigas. Repartí besos y abrazos a diestro y siniestro, dije mil veces “hasta mañana”, y me hundí en la cama cuando Sabrae cerró la puerta y apagó la luz del techo, dejando sólo la de encima de mi cama. Estábamos solos de nuevo, y la habitación se me comía. Me parecía inmensa ahora que estaba vacía, escandalosamente silenciosa, opresivamente enorme, angustiosamente tranquila.
               -Por un momento, he tenido miedo de que tú también fueras a marcharte-comenté, y Sabrae se rió. Negó con la cabeza.
               -No, me ha costado demasiado convencer a las enfermeras para que me dejaran usar esto como un hotel, así que te va a tocar aguantarme.
               -Menos mal-ronroneé. Sabrae me sonrió con cariño, se inclinó para darme un beso en los labios y, en un alarde de prudencia al que no me tenía acostumbrado, cogió su pijama y fue a cambiarse al baño. Se lavó los dientes, se cepilló el pelo, y se enfundó unas zapatillas de zarpas de oso que le había visto utilizar en invierno, a pesar de que la habitación estaba a unos agradables 20 grados que impedían que yo me congelara con la bata del hospital.
               -Bueno, ¿qué tal el día, entonces?-quiso saber, extrayendo el uniforme del instituto de la mochila y guardando la ropa con la que había venido entonces-. En líneas generales, ¿dirías que bien, o mal?
               -¿Me estás preguntando si ya me he relajado con la visita de Aaron, o todavía no?
               Sonrió.
               -¿Tan evidente es?
               -Estoy bien.
               Asintió con la cabeza, mordisqueándose los labios. Se quedó un momento allí plantada, a los pies de mi cama, escuchando el silencio sólo interrumpido por las pulsaciones de los monitores. Miró al control de las enfermeras, silencioso y a oscuras, y a continuación, rodeó mi cama y se puso a arrastrar los monitores hacia atrás.
               -¿Qué haces?
               -Se me ha ocurrido una idea.
               Después de poner los monitores y el gotero detrás de mí, movió la mesa primero, y arrastró el sillón de visitas después, hasta los pies de mi cama. Cuando hubo despejado el camino, le quitó los frenos a la cama que usaba mi madre y la empujó suavemente hasta hacerla chocar con la mía. La miré con desconfianza, sin comprender adónde quería ir a parar.
               -¿Bombón?
               -No puedo dormir en la misma habitación que tú, pero en camas separadas. Sería raro, ¿no crees?-inquirió, escalando su cama y gateando por el colchón. Abrió las sábanas por el lado que estaba más cerca de mí, y se hundió en ellas,  embutiéndose como una oruga en su capullo para convertirse en mariposa. Se inclinó para mullir mi almohada, de modo que estuviera más cómodo, como la más atenta y cariñosa de las enfermeras, y, por fin, se tumbó sobre el colchón, reposando la mejilla sobre su almohada. Estiró el brazo y me acarició el mentón, y sonrió cuando yo subí la mano para capturar la suya e impedirla alejarse de mí.
               -¿Estás cómodo?
               Asentí.
               -¿Tienes sueño?
               Negué con la cabeza. Sabrae sonrió. Sus dientes refulgieron con el reflejo de la luz que había sobre mí, a pesar de que su rostro era un mosaico de sombras.
               -¿Y tú?
               Negó con la cabeza.
               -Pero deberías dormir. Mañana tienes clase.
               -Y tú también, sólo que no vas-se rió por lo bajo.
               -¿Apago la luz?
               -Espera un momentito. Quiero mirarte un ratito más.
               -Vale-sonreí, y estiré el brazo escayolado para acariciarle la silueta. Puede que no la sintiera físicamente, pero nuestra conexión era tan fuerte, tan trascendental, que mi alma era capaz de sentir que, lo que había al otro lado de las vendas, era ella y no otra cosa igual de apetecible, igual de buena, igual de cálida y hermosa-. ¿Ya?
               -Un segundo.
               -Uno…-conté deliberadamente lento, y Sabrae soltó una adorable risita.
               -¿Uno más? ¿Prórroga? Porfa.
               Esta vez, el que se rió fui yo.
               -Deberías dormir, nena. Mañana te toca madrugar más de lo normal.
               -No tengo inconveniente en levantarme con el amanecer si hace falta, siempre y cuando lo vea con mi persona favorita.
               -¿Yo soy tu persona favorita?
               Podría haberme tomado el pelo, como teníamos por costumbre en nuestra relación, pero no lo hizo. Ruborizada, Sabrae asintió con la cabeza y se hundió un poco más en la almohada, arrebujándose contra ella con suavidad.
               -Tú también eres mi persona favorita-le confesé.
               -Lo sé-dijo con suavidad.
               -Vale-suspiré, sonriendo.
               -Vale.
               -Vale.
               -Vale-se rió, y sus ojos chispearon.
               -Vale-repetí, y ella se volvió a reír.
               -¿Estás mejor? ¿Más animado?
               -Sí.
               -Me alegro. Estaba preocupada, ¿sabes? Sé que esto es difícil para ti. Estás tan acostumbrado a ir a tu bola, entrar y salir… sé que es muy duro.
               -Estaré bien, Saab. Tampoco está tan mal, ¿no te parece? A fin de cuentas, te pasas toda la tarde conmigo.
               -Sí, pero no hacemos todo lo que nos apetece.
               -Me basta con que estemos juntos para estar bien, en serio.
               -Pues a mí no-suspiró-. Tengo muchas ganas de hacerle el amor a mi novio. No sólo de follármelo como una animal, sino de hacerle el amor también con mucho, mucho cariño.
               -Sí, creo que tu novio va a necesitar que se lo hagas con mucho, mucho cariño durante un tiempo.
               -Seré buena.
               -Como siempre.
               -¿Apagas la luz?
               -¿Ya te has cansado de mirarme la carita?
               -No, pero tenemos que dormir. Sobre todo, tú. Tienes que descansar.
               -De acuerdo-levanté la mano en busca del interruptor de la luz, y cuando mi dedo lo rozó, Sabrae me instó:
               -¡Espera!
               -¿Qué pasa?
               Se incorporó ligeramente para acercarse a mí, y con sus labios a centímetros de los míos, sus ojos puestos en los míos, susurró:
               -Te quiero.
               Selló su declaración con un suave beso, y yo le devolví ambos. Apagué la luz, y le cogí la mano en la oscuridad. Sabrae me acarició el mentón, jugueteando con mi barba, haciendo dibujos en mi piel que me hicieron entrar en trance.
               -Es la primera vez que nos dormimos en la misma cama sin haber tenido sexo-comentó en la oscuridad de la habitación. En el control de las enfermeras, el reloj digital cambió de hora.
               -No es verdad. Cuando fuimos a casa de mi abuela tampoco hicimos nada.
               -Porque iba a venirme la regla.
               -Es verdad-asentí, chasqueando la lengua. Parecía que habían pasado siglos desde aquella noche en que nos habíamos limitado a besarnos y acariciarnos en una cama minúscula.
               Sabrae se quedó quieta, y yo, perdido en mis pensamientos, creyendo que dormía, me quedé quieto también.
               -Al, ¿estás dormido?-preguntó con un hilo de voz.
               -No. ¿Y  tú?
               -No-respondió con obviedad, pero sin ningún deje sarcástico en la voz-. ¿Crees que tendrás teléfono? En África-especificó-. ¿Crees que tendrás teléfono?
               -Supongo-respondí, encogiéndome de hombros. Lo cierto es que no me había parado a pensarlo porque, hasta Sabrae, no había acostumbrado a hablar por teléfono mucho tiempo. Sabía que podía mandarles cartas a mis padres desde el voluntariado, y con eso me conformaría. La cuestión es, ¿lo haría con ella?
               -Menos mal-suspiró, y yo supe que no, no iba a conformarme con cartas, no si la receptora era Sabrae. Necesitaba escuchar sus suspiros, los rizos que hacía su voz al hablar, la forma en que pronunciaba cada palabra, sus silencios, su respiración-. No quiero pasarme un año sin oír tu voz.
               Me reí por lo bajo.
               -Captado. Te mandaré muchos más audios ahora. Prepárate.
               Ella se unió a mis risas.
               -Ya sabes a qué me refiero, mi amor.
               Mi amor. Me estremecí ante la inmensidad de la palabra, lo infinita que era, el millón de promesas que había en ella, y todas, yo las quería con Sabrae.
               -Yo también quiero poder oír tu voz-me giré y la observé en la oscuridad. La luz de la luna, que se colaba débilmente a través de la ventana, dibujaba su silueta con un deje plateado, algo muy apropiado para mi diosa de oro-. Así que, si no lo tienen, se lo pediré.
               Noté cómo sonreía en la penumbra, y su mano descendió hasta la mía, la escayolada, para cogerla y acercársela a los labios. Besó suavemente el lugar donde estaban mis nudillos, y yo me estremecí de pies a cabeza. Lo supe en ese momento; todas mis dudas se disiparon cuando sentí en mi interior lo que Sabrae hacía en mi exterior.
               Me marcharía siendo su novio, y volvería siendo su novio. Medio mundo, efectivamente, no sería nada para nosotros. Estaríamos bien. Estaríamos juntos, y a mí con eso me bastaba, y a ella, también.
               Eso pensaba yo, que con nosotros dos nos bastaba.
               Y Sabrae también. Estaba convencida de ello…
               … hasta que el pasado volvió a llamar a mi puerta, unos días después.


¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺
      

2 comentarios:

  1. Jo me ha gustado mucho el capítulo, yo encantada con el fanservice la verdad.
    He estado leyendo todo el principio del capítulo con una sonrisa tonta en cara y meandome de la risa con lo dramático que es Alec por llevar una semana sin follar en serio jajajajajajja
    Luego cuando Alec se ha puesto a pensar que ya nada va a ser como antes y en cómo se siente solo pues me ha entrado la bajona y se me ha caído alguna lagrima, no te voy a mentir.
    Me ha encantado que Sabrae haya organizado todo para ver el programa todos en la habitación de Alec y me ha gustado mucho el reencuentro de Alec con Duna y Shasha. Además, me ha parecido super bonito que hayan ido las amigas de Saab.
    Y bueno siempre viene bien recordar como Eleanor fregó el suelo de Inglaterra con Scott en televisión cantando sorry not sorry, es que es una REINA, LA ADOROOOOO. Por otro lado, estoy completamente de acuerdo con todo lo que ha dicho Alec sobre Scott ósea yo pensé exactamente lo mismo cuando lo leí en cts.
    La última parte del capítulo me ha puesto super soft ósea es que Sabralec son monísimos en serio.
    En cuanto a la frase final, me has dejado con una intriga alucinante, tengo un poco de miedo por lo que vaya a pasar, pero bueno….
    PD. No sé si lo he dicho en algún otro momento, pero ME FLIPA como terminas siempre los capítulos ósea me dejas SIEMPRE con una intriga alucinante con la última frase te lo juro.

    ResponderEliminar
  2. Me ha gustado mucho este cap y me han dado mazo ganas de leer el polvo post salida del hospital que lo flipas sos ����
    Me ha parecido muy adorable como Alec ha empezado a ponerse nervioso por quedarse sin Sabrae y la sorpresa que le han dado todos los amigos, estoy deseando que narres el cap de Sabrae yendo a The Talent Generation y Scott cantando la canción de Zayn, ESTOY DESEANDOLO SOS.
    La parte final me ha puesto super soft, imaginandomelos asi a oscuritas hablando en susurros y tocándose ����
    Pd: ya te vale con el puto hype con la ultima frase, te odio macho

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤