lunes, 2 de noviembre de 2020

Diamante.


¡Toca para ir a la lista de caps!

No recordaba ningún instante en toda mi vida en que hubiera sido así de feliz. Así de ligero, de glorioso, tan etéreo que incluso el aire me resultaba demasiado denso. Una deliciosa sensación de calidez se entendía por toda mi piel, calentando todas y cada una de mis células, sacándolas del letargo en que habían estado sumidas a lo largo de toda mi existencia.
               No supe lo que era vivir hasta que Sabrae me dijo que sí. Sólo cuando pude llamarla verdaderamente mía, descubrí lo que era verdaderamente triunfar, sentirse importante, pleno y con un significado. Mi sentido último era estar con ella; mi felicidad dependía de su mirada, y mi existencia, de su respiración y su sonrisa, de la manera en que se le curvaban las comisuras de la boca cuando sus ojos se posaban sobre los míos y la conexión que había entre nosotros se veía reforzada.
               Todo lo que había tenido antes, todo lo que había sido, todo lo que había deseado... se esfumó. La multitud coreando mi nombre en las gradas de los estadios de boxeo, las miradas de admiración de mis compañeros en el gimnasio cuando yo superaba sin esfuerzo lo que para ellos eran límites infranqueables, incluso la sensación de orgullo que me embargaba cuando hacía que una chica se corriera conmigo. Nada de eso tenía la más mínima importancia, ni me causaba ni una pizca de satisfacción, ahora que sabía lo que era la Felicidad Más Absoluta. Así, con mayúsculas.
               Era estar besándola. Era sentir que por fin soltaba las riendas y se dejaba ir, abandonando sus miedos y entregándose a mí como llevábamos deseando meses que se atreviera a hacerlo. Custodiar su corazón y merecerme esos sentimientos que hacían amanecer en mí la primavera se convirtió, a partir de entonces, en mi razón para vivir. Y, aunque fuera un peso inmenso el que recaía sobre mis hombros, la recompensa bien lo merecía.
               Porque era ella. Y escucharle decir lo que llevaba meses ansiando oír. Lo que yo no debería haberle gritado en un parque en medio de un arrebato de rabia, lo que a ella no se le debería haber escapado en los pasillos del instituto el día de mi cumpleaños, lo que no deberíamos haber disfrazado con frases igual de sonoras para nosotros, pero indescifrables para los demás: “te quiero” por “me apeteces”.
               -¿Me lo dices otra vez?-le pedí, mirándola a los ojos a tan poca distancia que nuestras pestañas prácticamente se entrelazaban. Nunca había estado tan cerca de alguien con tantísima ropa puesta (más por ella que por mí), y sin embargo jamás me había sentido tan cómodo. Sabía que no podía pedirle nada más al universo, pero no sólo eso: tampoco lo deseaba.
               Todo lo que quería estaba allí, a mi lado, respirando en mi boca y buceando en mi mirada.
               -Exagerado-repitió, riéndose de mí con un deje de maldad que a mí me encantaba. Seguro que Sabrae consideraba que era cruel conmigo, y en ocasiones, alguien de fuera podría pensar que, efectivamente, era una cabrona. Pero yo sabía que no era así. Era más bien traviesa.
                Y las niñas traviesas son las favoritas de sus padres.
               -No, lo otro-protesté, haciendo un mohín, aunque adoraría cada palabra que saliera de sus labios, fuera cual fuera-. Porfa, que estoy convaleciente.
               Sabrae me cogió la mano. Sus dedos eran suaves en mi palma, cariñosos en su tacto, cálidos y tiernos donde antes no había sentido más que hielo lacerante. Cientos de mujeres me habían tocado de la misma manera antes que ella, pero ninguna era capaz de hacerlo como Sabrae: con sólo una caricia, me proporcionaba más placer y felicidad que todas las chicas de mi pasado juntas, aunando esfuerzos.
               -Te quiero, Alec Theodore Whitelaw.
               Me lo dijo mirándome a los ojos, como si cupiera algún equívoco en aquella frase tan pequeña, y sin embargo, tan importante. Mi nombre completo, ése que sólo escuchaba cuando mi madre se enfadaba tanto conmigo que sacaba la vena de sargento de la marina que todas las mujeres llevan dentro con sus hijos, de repente dejó de sonar como música infernal y pasó a tener la cadencia de una marcha nupcial. Incluso por si me entraba la duda de que estuviera dirigiendo esa frase hacia mí, cuando podía verme reflejado en sus ojos, Sabrae me regalaba un  “te quiero” que nadie más podía quitarme: no había ningún otro Alec Theodore Whitelaw en su vida. Sí otros Whitelaw. Puede que otro Theodore. Quizá, incluso, otro Alec.
               Pero ningún Alec Theodore Whitelaw.
               Todo eso, sólo lo era yo.
               Se acercó a mí de nuevo para besarme; sus labios apena rozaban los míos al principio, mucho más consciente de mi situación que yo mismo. Estaba tan acostumbrado a ser el fuerte, el alto, el grande, el que debía tener cuidado, que ahora que había perdido todos esos atributos simplemente me entregaba a mis instintos más bajos. Normalmente yo era el de la mente fría, especialmente en la cama (por mucho que me costara), pero, ¿hoy? Acababa de volver a nacer hoy. No tenía manera de controlar mi fuerza. Ni siquiera lo deseaba.
               Sin embargo, lo que para mí había supuesto simplemente un salto de línea con dos párrafos a los que ni siquiera había un punto y aparte que los dividiera, para Sabrae había sido una larguísima letanía de lamentos, de dolor, de un suplicio tan absoluto y aterrador que no había forma de describirlo con palabras, pues sólo quienes lo hubieran vivido podrían comprender por lo que ella había pasado. Yo me había teletransportado; ella, corrido una maratón cargando con más de su propio peso muerto a sus espaldas. Lo mío era pura y simple ansia: ansia de tenerla, ansia de disfrutarla, ansia de vivir todo el tiempo que ahora se extendía frente a nosotros como el horizonte desde la cima de una montaña. Pero lo de ella… lo de ella era una meta, la lluvia de champán desde lo más alto del podio festejando la victoria, un resultado conseguido después de tanto esfuerzo que las agujetas, casi instantáneas, resultaban insoportables.
               Sabrae me había llovido del cielo.
               Y yo era un diamante que ella había extraído de la roca, y pulido y pulido y pulido hasta que conseguía reflejar la luz de su portadora como un minúsculo sol.
                Su lengua salió de su boca y acarició lentamente mis labios, no con timidez, sino disfrutando del proceso. La mía hizo lo propio, y se encontraron a medio camino, explorándose, reconociéndose después de tanto tiempo separadas como jamás habían tenido que sufrir. Tenía la boca aún algo pastosa por el tiempo que había pasado sin moverme, pero a ninguno de los dos nos importó: Sabrae llevaba demasiado tiempo esperando poder hacer aquello, y yo… bueno, cuando Sabrae me está besando, no me quedan muchas neuronas con las que ponerme a pensar en los inconvenientes de haber estado en coma.
               ¿Seguro que me había pasado un coche por encima? Porque no me sentía para nada como se suponía: debería escocerme todo, debería retorcerme de dolor, debería costarme incluso respirar. Pero lo único que me costaba hacer, era pensar con claridad. Había demasiadas ideas enmarañándose en mi cabeza, rebotando las unas contra las otras como átomos de gas dentro de un globo.
               Si Sabrae siendo mi novia siempre iba a suponer este caos mental, sería mejor que fuera pidiéndole ya algún tipo de pensión al gobierno, porque estaba más que dispuesto a acostumbrarme.
               Pero, en serio. Estaba tan, tan, tan inmerso en ella, en lo ligero que me sentía, en el cosquilleo que me recorría todo el cuerpo, que se me olvidó que estaba en la cama de un hospital. Incluso se me olvidó que tenía una vía clavada en la cara interna del codo, manteniéndome medio sedado, con la medicación suficiente para que no me desmayara de dolor. Completamente ajeno a mi situación, estiré la mano para acariciarle esa preciosa carita suya, la mejor hecha y la más cuidada de toda la historia…
               (Solía preguntarme qué le habría pasado a su familia biológica para que la abandonaran, pues nadie así de hermoso puede ser indeseado)
               … y me clavé aún más la aguja dentro de la carne, lo cual lanzó un rayo por mi piel, dirección norte.
               Siseé por lo bajo, dando un respingo que Sabrae imitó exagerándolo aún más.
               -¿Qué pasa? ¿Estás bien? ¿Te duele algo? ¿Llamo a…?-se volvió con rapidez hacia el botoncito rojo del timbre, estirando la mano hacia él y cogiéndolo más deprisa de lo que mis ojos pudieron siquiera procesar la información que estaban registrando.
               -Es que besas muy bien-comenté, acariciándole la cara interna del brazo. Sabrae suspiró, arrugó un poco la nariz y parpadeó despacio.
               -Me has asustado, Al.
               -A mí también. ¿Has estado practicando?
               Se rió despacio. Y pensé: qué bonito se ríe. Pensé: es preciosa.
               Y después: es la primera vez que la hago reír directamente, siendo mi novia.
               Y me hinché como un pavo.
               -No quería perder práctica. ¿Crees que podrás perdonarme?
               -No sé. Depende. ¿Eran más guapos que yo?
               -¿Guapos?-frunció ligeramente el ceño, y después sacudió la cabeza, de manera que sus trenzas brincaron en su pecho-. No. Sólo he probado con chicas-confesó, alisando la sábana a mi lado, rehuyendo mi mirada-. De alguna manera tenía que conseguir que las enfermeras hicieran la vista gorda cuando me pasaba del tiempo.
               -Con las enfermeras-repetí. Sabrae asintió-. ¿Con todas ellas? ¿Las viejas incluso?
               -Puag, no-hizo una mueca-. Con las viejas no. Tampoco te quiero tanto. Las jóvenes. Las de prácticas…-se balanceó a derecha e izquierda, sonriendo-. También alguna doctora…
               -¿Y no podías haber hecho que Mimi me despertara durante esas sesiones de besuqueo?-protesté.
               -La verdad, no le pedí a Shasha la contraseña de tu cuenta de Spotify con la esperanza de poder alargar el chollo todo lo que pudiera. Contaba con tener varios meses de margen. ¿Sabes? En junio vienen las nuevas de prácticas.
               -Ya puedes ir haciendo ejercicios de fisioterapia para mandíbulas, porque vas a tener que chupármela mucho para que te perdone esta traición, Sabrae-le advertí, y ella volvió a reírse-. Te lo estoy diciendo en serio-se rió un poco más-. No te rías-se rió más fuerte-. No estoy de broma.
               -Vale-cedió, inclinándose y besándome de nuevo, pero con más ímpetu que antes; tanto, que cuando nos aceleramos, ella no supo pararme los pies, de modo que terminamos morreándonos como hacíamos siempre: como si quisiéramos succionarle la cara al otro. Todo valía entonces, incluidos los mordiscos. O los ángulos raros. O chocar las narices.
               Claro que la mía no estaba sola esta vez. Sabrae se tropezó con mi respirador, que aún seguía mandándoles oxígeno a unos pulmones que llevaban demasiado tiempo sin nadie al timón indicándoles el ritmo a seguir, y lo desvió de mis fosas nasales. La piel en torno a sus ojos se estiró como por efecto de un lifting, y rápidamente me lo recolocó con tanto cariño y cuidado que me dieron ganas de decirle que no era de cristal. Todo lo contrario.
               Por mucho que pareciera iluminado por la luz colándose a través de una vidriera, mi felicidad no desaparecería ni aunque se rompiera el cristal. Manaba de mi interior. Exactamente, donde más la sentía a ella.
               -Todo era más fácil cuando no éramos novios y tú no estabas ingresado.
               -En cuanto terminemos de besarnos, pido el alta. A ver si eso corrige un poco nuestra torpeza.
               Sabrae se volvió a reír. Estaba tan cerca de mí que su suave carcajada resonó en mi caja torácica, colándose directamente en mi corazón. Tenía las pulsaciones aceleradas, nada comparado, sin embargo, con lo que sucedió en mí cuando me puso una mano en el pecho, justo en el órgano que más le pertenecía.
               Bueno, el segundo.
               Primero iba mi polla, claro está.
               -No sabes cómo echaba de menos esto. Tus bromas que parecen tonterías, pero que en realidad son súper inteligentes.
               -Eres tú, que me miras con buenos ojos, nena-levanté la mano (con cuidado de no presionar de nuevo la vía contra mi piel) y le acaricié el mentón. Dios. Qué bonita era.
               Parecía mentira que me hubiera elegido a mí.
               -No hay otra manera de mirarte, sol-contestó, cogiéndome de la muñeca y besándome la palma de la mano. Jugueteó con mis dedos un segundo, disfrutando de la sensación de que estos la sintieran y pudieran devolverle los movimientos. Después, con un suspiro y una sonrisa cansada, murmuró-: bueno, quizá sea hora de dejar de monopolizarte.
               Inconscientemente, miré hacia la ventana. Pude ver a mis amigos apiñados en la puerta de la sala de espera, intentando ver lo máximo posible a pesar del poco espacio que dejaba para sus cabezas. Tommy, el último en salir, era el que más cerca estaba de la puerta, pero no por eso el que más intimidad nos daba.
               En cuanto mis ojos se posaron en mis amigos, volvieron a sentarse en sus sillas, apartando la mirada de nosotros como cuando te pillan haciendo algo que no debes, como hurgarte la nariz o leer el móvil de tu acompañante en el asiento del bus.
               Y descubrí que, aunque les echaba de menos y jamás había sentido vergüenza ni la necesidad de esconderles nada… me alegraba de que hubieran reculado como lo hicieron. Ese momento era mío y de Sabrae. De nadie más. Claro que iba a compartirlo con ellos, pues no soy de los que se guardan las cosas para sí, y menos cuando éstas les hacen felices, pero… quería tener el derecho a decidir qué era privado y qué era de dominio público.
               Pero, sobre todo, quería que supieran que mi tiempo con Sabrae no había terminado aún. No quería renunciar a tenerla así, completamente entregada a mí, sin miedo a mostrarse tal y como era. Puede que mi cuerpo no hubiera notado el desajuste temporal que se produjo entre nosotros cuando aquel coche se me echó encima, pero mi alma aún no estaba cargada del todo.
               Quería disfrutar de ella un poco más. Quién sabe cuándo podríamos volver a estar a solas, verdaderamente a solas, como ahora, que mis amigos custodiaban mi habitación y no permitirían a nadie interrumpirnos. Solamente ver, eso era lo único permitido: nada de oír, y por supuesto, completamente prohibido intervenir.
               Sólo un poco más, hasta que mi alma terminara de desintegrarse al escucharla decir que me quería. Como si no lo supiera ya.
               Pero saberlo era una cosa, y decirlo era otra. Era igual que presenciar un experimento que confirma todas tus teorías. Por mucho que los números cuadren en el papel, si no hay una base sólida con la que puedas certificar que tus cálculos son correctos, de poco sirve todo lo que hayas planteado. Las catedrales no son más que matemáticas y física, pero las catedrales no son sólo matemáticas y física. O, más bien, son todo menos matemáticas y física. Son lo que queda cuando quitas todo lo engorroso del mundo y te quedas sólo con lo hermoso.
                -Un ratito más-ronroneé, acurrucándome en la cama y poniéndole ojitos de cachorrito abandonado. Sí, lo sé. No estaba jugando limpio. Pero lo que importa es ganar, no participar.
               -Pero…-empezó a protestar. De los dos, ella era la que tenía la conciencia aún intacta. Pobrecita mía, qué poco me la merecía, pero qué mucho iba a disfrutarla y con cuanta intensidad iba a trabajar por estar a su altura.
               Otro día, no obstante. Hoy tenía derecho a aprovecharme.
               -Quiero oírtelo decir otra vez-le pedí, y ella entendió. No sólo que quería el te quiero, sino que quería oír el tono en el que lo decía cuando no había nadie escuchando, cuando sus palabras sólo eran para mí. Me incliné para besarla, y le froté la nariz con la mía, con cuidado de mantener el respirador lejos de su piel y que así todo fluyera.
               -Te quiero-repitió, nada cansada, las ganas de meses y meses siendo combustible suficiente para mimarme durante siglos.
               Me relamí, retirando de mis labios el sabor de los suyos, del poco bálsamo que aún le quedaba, y sobre todo, de las promesas que había en esa corta pero importantísima oración.
               -Con esto podría vivir seis años-comenté, y ella se sonrió.
               -¿Sólo seis?
               Lo único que pude hacer fue sonreírle. A veces las palabras simplemente sobran. Créeme, yo sé mucho de eso: no sé si lo recuerdas, pero hace tiempo, te dije que era un bocazas.
               Y también que tenía las cosas claras. Que sabía lo que quería.
               Y lo que quería era a ella.
               Así que ya no tenía nada más que pedir.
               Sabrae vio mi cambio de humor en mis iris castaños, en la forma en que mis pupilas se contrajeron ligeramente, como cerrando esa parte de nosotros en una habitación a la que nadie más que ella y yo teníamos acceso. Percibiendo que nuestro tiempo juntos se acababa, pero disfrutándolo tanto como yo, Sabrae me cogió la mano, me besó la palma, y me prometió, como había hecho hacía meses, cuando lo nuestro estaba empezando sin nosotros saberlo:
               -Continuará.
 
La forma en que entraron mis amigos, ordenados y en fila india, mirándonos a Sabrae y a mí como si fuéramos los últimos ejemplares de una especie tan exótica como hermosa, me recordó a las imágenes que emitían en televisión de las recepciones del Papa. Sentían de alguna manera que escapaba a mi comprensión el ambiente sagrado de la habitación, y se comportaban como requería tal ambiente: como si estuvieran entrando al mismísimo Vaticano, en alguna sala reservada a la que sólo los jefes de Estado más importantes tenían acceso.
               A fin de cuentas, alguien igual de importante que la cabeza de la Iglesia les acababa de hacer un gesto invitándoles a entrar. El primero en hacerlo fue Tommy; Scott le siguió entonces, y no se me escapó la manera en que el que hasta entonces había sido mi competencia más directa en el mundo de las mujeres miró a su hermana, sentada aún a mi lado, con los ojos puestos en mí como si fuera lo más hermoso del mundo. Apenas les había dedicado una mirada a mis amigos antes de volver la vista hacia mí de nuevo; supongo que el tiempo que había pasado en coma, con los ojos cerrados, había hecho que se hartara de ver las caras del resto a falta de la mía. La de Scott, sin embargo, era harina de otro costal, pero decidí dejarlo correr. El hecho de que él hubiera entrado en un concurso en el que apenas tenía tiempo para mantener el contacto con su familia había pasado a un segundo plano, eclipsado por el hecho de que yo había estado casi muerto durante más de una semana. Scott tendría que joderse, por una vez: no le tocaba ser el centro de atención en esta ocasión.
               Les siguieron entonces las gemelas, con Karlie de la mano de Tam, apretándosela tan fuerte que los nudillos de la mayor de las gemelas comenzaban a tornarse de un ligero tono púrpura, pero si a Tam no le importaba, menos iba a hacerlo a mí. Después Jordan, Logan, y por último, Max, que se plantó en la puerta y la cerró con el talón para darnos intimidad.
               Sentí la mirada de las enfermeras clavada sobre nosotros, especialmente sobre mí. Un paciente que acaba de despertar de un coma no debería tener tantos estímulos, por no mencionar que ninguna habitación de su planta se había visto tan llena en todos los años que llegaban trabajando. Tampoco es que hubiera ninguna norma limitando las visitas que un paciente pueda recibir, pues los de planta somos distintos a los de UVI, pero… aun así, les causaba cierta preocupación.
               Claro que también, cuanta más gente hubiera conmigo, más ojos había vigilándome y más bocas pidiendo ayuda en el caso de que las cosas se torcieran.
               -¿Algo que contarnos, Al?-preguntó Max con recochineo, leyendo igual que los demás mi expresión de absoluta felicidad. Creo que la última vez que me habían visto sonreír así, venía de comerle el coño a una chica que acababa de conocer en la playa, cumpliendo así una de mis mayores fantasías: hacerlo en un sitio público con una desconocida. Curiosamente, ese mismo día había ocasionado el despertar sexual de Sabrae. Qué cosas.
               Max se dejó caer en el sofá del fondo de la habitación, justo al lado de Logan. Las chicas habían tomado posiciones en la cama de al lado, que estaba vacía, y balanceaban los pies en el aire como niñas ansiosas por la llegada de Papá Noel. Scott y Tommy estaban a los pies de la cama, y Jordan, apoyado al borde de la ventana, lo más cerca posible de mí sin atosigarme.
               -Tíos, ha habido un cambio en mi estado civil-anuncié, y todos prorrumpieron en aplausos, vítores y alaridos que hicieron que las enfermeras vinieran corriendo a llamarnos la atención. Aquello era un hospital, no una sala de fiestas privada con temática sanitaria-. He sido, oficialmente, cazado por una hembra-miré a Sabrae con intención, sabiendo que iba a poner los ojos en blanco nada más oír aquella palabra, ya que la detestaba. Le guiñé el ojo y sacudió la cabeza, pero ni siquiera ella era capaz de fingir indiferencia en un día tan interesante para ambos-. En el intento que habéis tenido de llevarme por delante, lo que habéis conseguido es hacer que mi soltería desapareciera. Os doy las gracias-los chicos volvieron a reírse, no así Bey y Sabrae.
               -Eso no ha tenido ninguna gracia.
               -Yo creo que sí-respondí, encogiéndome de hombros y pasándome la mano por detrás de la nuca. O intentándolo, al menos. La venda que tenía en el hombro me quitaba gran parte de la movilidad. Joder, qué épico habría sido el momento si no estuviera ingresado en un puñetero hospital, confinado en una puñetera cama de la que no podía escapar-. Los chicos se están riendo, así que algo divertido tiene que ser, Saab.
               -Los chicos tienen una idea distinta a mí de lo que significa la diversión.
               Sonreí.
               -Nena, te puedo asegurar que todos se lo pasan bien de noche. El único que no disfruta es Jordan, pobrecito de él… aunque puede que eso cambie pronto, ¿eh, Jor?-le guiñé el ojo y él me hizo un corte de manga.
               -Me caías mejor cuando estabas en coma.
               -Siempre puedes tratar de atropellarme otra vez.
               -Seguro que le haría más daño al coche que a ti.
               -Quizá sea como los gatos, y me queden seis vidas.
               -O cinco. ¿Te acuerdas de aquella vez que Scott te retó a beberte una botellita entera de tabasco?
               -Joder-bufé, pasándome una mano por la cara y echándome a reír, a pesar de que tanto los recuerdos que se me venían a la mente como las sensaciones de ahora (la vía clavándoseme más, el hombro resintiéndose al llegar los puntos al límite de su resistencia) no tenían nada de placenteros. Una noche, estando los seis disfrutando de una noche de tíos (porque las gemelas habían organizado una fiesta de pijamas de la que nos habían excluido ofensivamente), nos habíamos envalentonado tanto en el cobertizo de Jordan que habíamos terminado retándonos los unos a los otros a hacer la mayor gilipollez que se nos pudiera ocurrir, con tan mala suerte de que ninguno se achantó. Ni siquiera yo cuando Scott se puso bravo conmigo y me desafió a beberme la botellita de salsa de tabasco que Tommy había traído para aderezar la comida mexicana que había hecho en mi casa.
               No había acabado en urgencias por un pelo, y ese pelo había sido que yo no paré de insistirles, al borde de las lágrimas, mientras echaba hasta la primera papilla que me había dado mi madre, en que como fuera al hospital, llamarían a mis padres y mi madre me castigaría de por vida. Me mandaría recluido a algún reformatorio que no tuviera nada que envidiarle a Guantánamo.
               -Ese día casi me muero-comenté, escuchando las carcajadas de mis amigos. Sabrae tenía una expresión perspicaz, y fulminaba a su hermano con la mirada sin tan siquiera molestarse en disimularlo. En ese momento, la chiquilla era puro resentimiento. Probablemente porque supiera lo que venía a continuación, y a lo que yo mismo le di pie.
               -Aunque, bueno, ahora que soy casi un Malik, intentaré portarme mejor. Tengo que estar a la altura de la familia, ¿verdad? No sólo se trata de que Scott se dedique a coleccionar cuñados, sino de que estos sean lo más decentes posibles.
               -Pues menos mal-contestó Scott mientras Sabrae protestaba por lo bajo, poniendo de nuevo los ojos en blanco. Si no hubiera hablado él, le habría preguntado qué coño le pasaba. Ya sabía que yo era un bocazas estando con mis amigos, ¿realmente iba a dejar que le amargara la tarde sólo por hacerme el chulo? Jesús, qué susceptible estaba la niña. Qué necesidad de un buen polvo tenía.
               Pensándolo bien… qué necesidad de un buen polvo teníamos.
               Oh, genial. Ahora que se me había pasado por la cabeza la idea del sexo, ya no podría sacármela de la mente sin sacarme otras partes del cuerpo. Sólo esperaba que en los hospitales hubiera una opción a privacidad como en las cárceles, una especie de vis a vis desinfectado.
               O eso pensaba yo, hasta que Scott terminó su intervención estelar.
               -… porque la colección se estaba quedando un poco solitaria.
               Fruncí el ceño, sin comprender. Tommy se mordió el labio y, con la cabeza agachada, sin atreverse a mirarme de repente, cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro. Me di cuenta de que el ambiente en la habitación se había cargado de un elemento extraño, nada parecido a lo que había cuando estábamos todos juntos, o cuando yo estaba con Sabrae. No era electricidad, ni tampoco relajación, era… una especie de bruma. Algo que incluso parecía tóxico, flotando entre nosotros como una nube radiactiva.
               Sabía que no me lo estaba inventando ni era ningún tipo de secuela del accidente. Estaba ahí, realmente ahí, como lo estaban mis amigos y mi chica. Lo supe porque todos se revolvieron, incómodos, cuando Scott comentó esto último. La única que no demostraba incomodidad era Sabrae, pero lo que manaba de ella era mil veces peor, y también más confuso: hostilidad. Resentimiento.
               Miré a mis amigos uno a uno, intentando comprender a qué se refería Scott. Todos rehuyeron mi mirada cuando la posé sobre ellos; el único que fue un poco valiente y me la sostuvo, aunque fuera durante un segundo antes de darse por vencido y retirarla, fue Jordan.
               -Explica eso-dije, reticente a apartar los ojos de mi mejor amigo-, que me he dado un golpe en la cabeza y no estoy tan lúcido como siempre.
               Sabía que me arrepentiría de pedir explicaciones como tantas otras veces, pero tenía que ser así. Siempre que había encontrado a mis amigos en una situación complicada, me había visto obligado a hurgar un poco en la herida antes de poder sanarla y empezar a tratarla. Detestaba tener que hacerlo, pero era la manera más rápida y más eficiente: si encontraba a Bey acurrucada llorando, a Jordan desahogándose con un saco, a Tommy fumando con ansiedad en una esquina o a Logan apartado, callado y cabizbajo, tenía que insistir. Había que remover el puñal en las entrañas antes de sacarlo y ocuparse de la herida. Sólo así se podrían curar.
               Lo que no me esperaba era escuchar lo que escuché. Scott, completamente derrotado, con setenta años de arrepentimientos hundiéndole unos hombros de diecisiete, giró la cabeza y miró a Tommy, como pidiéndole un favor mediante aquella vía telepática que nadie entendía muy bien, pero cuya existencia no se cuestionaba.
               -Eleanor ha roto con Scott-reveló Tommy. Todos los ojos se clavaron en mí. Bueno, no en mí exactamente.
               En la pantalla que mostraba mi ritmo cardíaco, que había dejado un valle recto antes de comenzar a alterarse, dibujando la silueta de un terremoto de grado 8, y que en Londres resultaría mortal. Noté que me subía el calor a las mejillas mientras intentaba procesar la información, que se me llenaba la boca de bilis y que una gota de sudor helado me recorría la espalda, que tenía ya al rojo vivo, a pesar de que la tenía completamente pegada al colchón.
               Sabrae se giró, contemplando con horror y preocupación la pantalla de la máquina indicando que estaba a punto de sufrir un colapso cardíaco. Estiró la mano en mi dirección, y el simple roce de sus dedos, que tantas veces me alteraba, siguió para apaciguarme. Cerré los ojos un segundo y tomé aire lentamente, concentrándome en llenar los pulmones todo lo posible antes de soltarlo aún más despacio, prestando mucha atención al sonido de mis pulsaciones, que escuchaba por duplicado: en la pantalla, con base de pitidos, en los tímpanos, martilleándome como un tambor de guerra que, poco a poco, iba reduciendo la marcha.
               -¿Por…?-inquirí despacio, sabiendo que jamás me había arrepentido tanto de preguntarles nada a mis amigos como en esa ocasión.
               Y entonces, Scott dijo algo rarísimo.
               -Me acosté con Diana.
               Vale, definitivamente el accidente me había dejado secuelas.
               -Y con…-quiso continuar, volviéndose hacia Jordan, pero yo no le dejé.
               -Tommy-pedí, y Scott cerró la boca al instante mientras Sabrae aguantaba la respiración a mi lado, intentando conseguir lo mismo que acababa de lograr yo: tranquilizarse. La diferencia entre ella y yo radicaba en que mi vida corría peligro, y por eso la había intentado proteger de aquella forma. En el caso de Sabrae, la vida que corría peligro era la de su hermano-, ¿la madre que tienes que no te ha parido tiene experiencia en casos contra multinacionales?-pregunté, y Tommy frunció el ceño. Sus ojos azules chispearon un poco, oscureciéndose bajo la sombra de la sospecha.
               -¿Por qué lo dices?
               -Porque me he dado un golpe en la cabeza y creo que no oigo bien. No, más bien estoy seguro de que no oigo bien. Eso, o tengo algún tipo de lesión cerebral. Podría demandar al fabricante de cascos y sacarle un buen pellizco. He creído entenderle a tu hermano de otra madre, aquí presente, que se ha acostado con Diana.
               Tommy se relamió los labios.
               -Es que eso es lo que ha dicho.
               Asentí con la cabeza.
               -Y, para que nos aclaremos, con “acostarse” Scott se refiere a, básicamente, mantener relaciones sexuales, ¿verdad? Follar. Practicar el coito. Copular. ¿Correcto?
               Tommy no contestó. Bey, Tam, Karlie, Logan, Max y Jordan se quedaron completamente callados. Scott se relamió de manera que el piercing de su labio chocó contra sus dientes y asintió con la cabeza. Me costaba respirar. Debajo del agua me habría sido más fácil. Si me hubieran metido gelatina en las fosas nasales, no habría tenido tanta sensación de ahogo como ahora mismo.
               Me eché hacia atrás inconscientemente, fulminando a Scott con la mirada, escaneándolo como si fuera un tigre decidiendo qué parte del pobre corderito desvalido al que estaba acechando engulliría primero.
               -¿Y por qué putísimos cojones de mierda harías eso, Scott?-espeté. Él abrió la boca para hablar, pero de nuevo le interrumpí. Joder, daba gusto estar ingresado. No me habían hecho tanto caso ni se habían callado tantísimas veces para dejarme hablar a mí en mi vida. La contestación estrella a todo lo que yo dijera siempre era “cállate, Alec”, sin excepción. No es que les guardara rencor a mis amigos, pero por eso había empezado a gustarme Sabrae. Bueno, por eso y por más cosas, pero el hecho de que ella se riera de mis tonterías, en lugar de poner los ojos en blanco y mandarme callar, ya hacía que me sintiera incluso más importante que con mis amigos-. ¡Me cago en DIOS!-troné-. ¡¡Joder!! ¡¡Estoy en coma…!!-empecé, y noté que me faltaba el oxígeno, que se me oscurecía el campo de visión y que la cabeza me daba vueltas. Sabrae se levantó y me puso una mano en el hombro.
               -Alec, tranquilízate. Te vas a poner enfermo.
               -¡¡… una putísima semana, y el mundo se va a la mierda!! ¡¿¡Es que no puedo coquetear con la muerte ni siete días sin que os desmadréis!?! ¿¿Alguien quiere rematarme??
               Bey se removió en el asiento, incómoda, y yo me giré para mirarla más rápido que ningún felino.
               -No irás a decirme tú ahora que resulta que eres lesbiana.
               -Alec-Bey intentó no poner los ojos en blanco, pero incluso aunque consiguió mantenerlos quietos, en su tono iba implícito el gesto-, follé contigo.
               -Eso no quiere decir que no seas lesbiana, Beyoncé, quiere decir que no eres de piedra.
               -No puedo decir que no te culpe-volví a la carga, mirando a Scott, que se empequeñecía ante mi bronca, pero me daba igual. Por su expresión sabía que estaba arrepentido, pero yo necesitaba sacarme de dentro todo el veneno-. Bien sabe Dios que, si Tommy no nos la hubiera presentado después de empezar a follársela, lo habría hecho yo. Me cago en mi madre, Scott-me eché a reír, frotándome la cara y negando con la cabeza, estupefacto-. ¿En qué cojones estabas pensando? Que tienes novia, joder.
               -Tenía-me corrigió Sabrae.
               -Diana está buenísima, tiene un viaje importante, eso lo sabemos todos en esta puta habitación, pero… ¿tan jodidamente complicado era…?
               -No fue sólo con Diana.
               Parpadeé. Miré a Jordan.
               -¿Qué cojones acaba de decir?
               -Que no fue sólo con Diana-repitió Jordan, con los ojos fijos en Scott igual que todos en la habitación, salvo Sabrae, Tommy y yo. Tommy tenía los ojos puestos en mí; Sabrae, en una pelusilla de sus medias. Que reaccionara así cuando vio a su hermano, y que su hermano lo hiciera de aquella manera cuando volvió a entrar en mi habitación acababa de cobrar un nuevo sentido para mí.
               -¿Con quién hostias podrías haber…? No será Taraji-intenté adivinar. Taraji era otra de las concursantes de The Talented Generation, con la que Eleanor había compartido muchos vídeos promocionales y también momentos en la academia, grabados por las cámaras. Se llevaban muy bien, y la chica estaba bastante buena. De mayor edad que nosotros, era algo más alta que Scott y Tommy (sospechaba que medía lo mismo que yo), tenía una figura tonificada, con un culo de infarto y unas piernas largas que quedarían genial en la cintura de cualquier cabrón afortunado para el que quisiera abrirlas.
               De no haber estado con Sabrae, habría sentido el impulso de colarme en el backstage aprovechando mis contactos privilegiados y le habría dado lo que esa chica estaba pidiendo: mucha, mucha guerra. Algo me decía que follaba que te cagas.
               Claro que no como Sabrae.
               -No, Taraji no. Es peor.
               -¿Peor? ¿Qué coño puede ser que la mejor amiga de tu hermana en el concurso, Tom…?
               -La otra fue Zoe-reconoció Scott, girándose para mirar a Jordan con gesto humillado, de disculpa-. Con Zoe especialmente.
               Jordan asintió con la cabeza, como resignado, y dolido. Muy dolido. Más de lo que quería dejar entrever. La rabia que me inundó en ese momento no conocía límites. Ya no tenía  bilis en la boca: era veneno. Para una chica que le gustaba a Jordan, y a la que a ella le gustaba él, y Scott era incapaz de respetar eso.
               Puede que yo me la hubiera follado antes, pero en cuanto los vi juntos, en cuanto vi lo que compartían, había decidido que no volvería a tocarla. Incluso si no me hubiera repugnado mi comportamiento al saber lo que eso le haría a Sabrae, saber que Jordan se sentía atraído por ella me bastaba para considerarla algo completamente prohibido, sin excepciones. Y Scott también los había visto juntos.
               Me eché a reír. No pude evitarlo, pero me eché a reír. Sabrae se giró para mirarme, pero se volvió para enfrentarse a su hermano cuando éste soltó, todo ofendido, digno y esas mierdas con las que se creen derecho a reaccionar los putos primogénitos de los famosos incluso cuando no tienen razón:
               -A mí no me hace ni puta gracia.
               -Ni a mí tampoco, Scott-respondí, cortando mis carcajadas al momento, como si hubiera sido todo un teatro y no me estuviera descojonando de verdad-. ¡Que me ofrecí a darle una paliza a la puta de Ashley por ti, joder! ¡¿Qué se supone que tengo que hacer contigo?!
               -¡Nada, porque soy tu amigo!
               -¡Ya, pero Eleanor también s la mejor amiga de mi hermana pequeña, así que si nadie la protege lo tengo que hacer yo por extensión! Porque me imagino que todo lo hiciste con el beneplácito de Tommy, ¿no es así? O al menos, él te ha perdonado que te tiraras a su novia, o de lo contrario no estaríais aquí los dos, tan juntitos y tan en armonía. ¡Me cago en Dios, Scott! ¡Que creamos un puto monstruo para poder salvarte, no para que te comportaras como si no te importara nada!
               -¡De eso nada! ¡Vosotros no creasteis absolutamente nada, ¿me oyes?! ¡Ahora no me vengas con que soy un adicto al sexo, o algo por el estilo, cuando yo ligaría con más tías, pero el que más follaba eras tú! ¡Joder, si cuando te pasabas dos días seguidos sin echar un polvo, no había quien te soportara!
               -¡Tú follabas para salvarte, chaval! ¡Yo follaba porque me encanta! No te confundas, payaso.
               -¿También te encantó follarte a Zoe mientras Sabrae estaba en casa llorando porque…?-empezó Tommy, presto a defender a muerte a Sabrae, que se levantó nada más escuchar el nombre de la que jamás había llegado a ser su rival.
               -Thomas Louis Tomlinson-dijo mientras yo empezaba a protestar: “cómo te atreves, cómo eres tan sinvergüenza, cállate la boca, puto gilipollas, como se te vuelva a ocurrir meter a Sabrae en esto te juro por Dios que…”-. Por Dios, Alec, cierra la boca. Y tú-se volvió hacia Tommy-, como se te ocurra intentar ir por ahí, te juro que…-cerró los ojos, apretó los puños e inhaló profundamente por la nariz-. No es que sea de tu incumbencia, pero yo le di permiso a Alec para que hiciera lo que le apeteciera con Zoe.
               -Y no es que me apeteciera hacerlo con ella. Sabes lo jodido que estaba entonces. Hay que ser muy cabrón para intentar echarme en cara esa mierda.
               -Y aun así, aunque Alec estuviera bien, vosotros teníais un único deber, que era serles fieles a vuestras novias, y ni de eso fuisteis capaces.
               -No la toméis con Tommy. Él sólo…-Scott bufó, apoyándose a los pies de la cama-. Mirad, ya sabemos que lo hemos hecho mal, ¿vale? No queremos que nos perdonéis, ni que nos excuséis, ni…
               -Es que no les corresponde a tus amigos perdonarte por ponerle los cuernos a Eleanor, Scott.
               -Simplemente queríamos decíroslo. Para que toméis las medidas pertinentes.
               Logan frunció el ceño.
               -¿A qué medidas te refieres, S?
               -Pues a las que consideréis oportunas.
               -Eh, eh, eh, tiempo muerto-levanté el brazo que tenía enyesado-. ¿De qué coño habla Scott? ¿Acaso nuestra Bey aquí presente ha hecho un curso acelerado y no sólo se ha sacado ya Derecho, sino que es jueza o algo así? ¿Tanto has aprovechado mi coma, reina B?
               -Nosotros no vamos a castigarte, S-le aseguró Karlie y todos asentimos. Todos salvo Sabrae. Scott puso los ojos en ella, y luego, en mí.
               -¿Seguro?
               Me reí entre dientes.
               -¿Qué quieres que te diga, Scott? ¿Que vamos a dejar de ser amigos sólo porque eres gilipollas? Llevo sabiendo eso prácticamente desde que te conocí.
               -Creo que esto es, con diferencia, la gilipollez más grave que he hecho en toda mi vida-confesó Scott, apoyándose en el pie de la cama, con los codos hundidos en ella.
               -Ajá-asintió su hermana.
               -Pero eres mi amigo. Yo no te voy a dar la espalda, y creo que hablo por todos los demás cuando os digo eso a los dos. Además… tú encontraste a Sabrae-se me hizo un nudo en la garganta de la emoción, y los ojos de Scott volvieron a saltar a mirar a mi chica, que había puesto los ojos en mí, y los dedos en mi antebrazo-. Y por eso voy a estar en deuda contigo toda la vida. Lo mío sí que es personal.
               -Es que es jodido, el asunto.
               -Mimi lo superará.
               -No lo digo sólo por Mimi-contestó, mirando a Jordan, que tenía la mirada gacha, y se mordisqueaba el labio con gesto pensativo. Estaba abstraído, pensando en sus cosas.
               -Bueno, no puedo decir que no se lo advirtiera. ¿Te lo puto dije, o no te lo puto dije, Jordan?-pregunté, y él frunció el ceño-. No te fíes de las pelirrojas.
               -Tu hermana y tu madre son pelirrojas.
               -Más razón para que me escucharas, tronco. Hablo con conocimiento de causa.
               -De menuda perlita te has tenido que prendar, Jor-bufó Scott.
               -Bueno, de alguna manera tenía que compensar el buen gusto que tiene a la hora de elegir a sus mejores amigos-solté, y vi que Sabrae me miraba por encima del hombro-. Jesús, ¿qué pasa ahora, Sabrae?
               -Nada. Que estás hablando como el Alec gilipollas que eras hace dos años.
               -¿Ah, sí? Pues te recuerdo que te hacías dedos pensando en el Alec gilipollas de hace dos años. Yo de ti no hablaría muy mal de él. No te sienta bien ser una hipócrita, cielo.
               -Fui una hipócrita cuando me abrí de piernas para ti, entonces-contestó, reclinándose en la silla y echándose una trenza sobre el hombro.
               -No te equivoques, guapa: que se te dé genial ser una hipócrita no quiere decir que te siente bien.
               -¿Es que no tengo buena cara?
               -Yo no usaría el adjetivo “buena” para describir tu cara, nena.
               -Quizá lo que te gustara de mí fuera mi soltería.
               -O quizá tú no pilles que tienes la cara como las tetas o el culo: simplemente, cojonudos, bombón.
               Sabrae se sonrió, satisfecha, y por la forma en que cruzó las piernas y se mordisqueó ligeramente el labio, sin tan siquiera ser consciente de ello, supe que estaba pensando también en las posibilidades que habría de que hubiera un horario privado.
               -Por mucho que me apasione la tensión sexual que hay en el ambiente-intervino Tam-, creo que ahora mismo deberíamos centrarnos en el hecho de que, bueno… cómo decirlo suavemente… Scott es un puto infiel.
               -Gracias por la parte que me toca, Tamika.
               -A ver, técnicamente, no es mentira. Sería como decir que yo soy el más guapo de esta habitación.
               -¿El más guapo no se supone que es Scott?-se burló Max.
               -No, Scott es el más adúltero.
               -No son categorías estancas, Alec. Se pueden ser varias cosas a la vez.
               -De acuerdo, preguntémosle al homosexual del grupo. Logan, ¿a quién te follarías antes? ¿A mí, o a Scott?
               -A ninguno.
               -¿Lo has oído, Scott? Así es como se dice “no”. Te recomiendo que lo pruebes-le guiñé un ojo y me dejé caer de nuevo en la cama. Scott emitió un bufido.
               -Vale, lo que hicimos está mal, pero tampoco tan mal como pensáis. Si hubierais estado en nuestra situación… no nos dejaron escapatoria.
               -¿Os violaron a punta de pistola, o qué?
               -Nos dio cocaína y básicamente nos ató a la cama.
               -No nos ató a la cama, Scott-replicó Tommy mientras yo me reía.
               -Guau, S, eres toda una víctima, ¿eh?
               -Sabíamos lo que hacíamos, y aun así lo hicimos. He mirado en Internet los efectos de la cocaína-Tommy Tomlinson, damas y caballeros. El Sherlock Holmes del siglo XXI-. Te sube la libido. Estábamos cachondos como monos.
               -Así vivo yo y no me ves tirándome a todo lo que se mueve.
               -Alec, en esta habitación hay cuatro chicas y te has tirado a dos-me recordó Tam.
               -¡Karlie es prácticamente lesbiana y tú seguro que tienes dientes en el coño, Tamika! Deja de menospreciar mis hazañas sexuales, por favor.
               -Alec, no soy “prácticamente lesbiana”, soy lesbiana-Karlie hizo altavoz uniendo sus manos sobre su boca.
               -Sí, bueno, no me lo recuerdes, que todavía estoy medio atontado y sabe Dios con qué puedo soñar esta noche.
               -Suerte que no tengas cocaína a mano y tu libido se mantenga en niveles normales-se burló Max mientras Tommy y Scott los fulminaban con la mirada.
               -¿Qué creéis que pasaría si Alec se la tomara? En otro momento, quiero decir, no ahora, con tanta medicación-preguntó Bey.
               -Que revienta-respondió su gemela, y las dos se echaron a reír.
               -¿No os da vergüenza reíros de un moribundo?-ladré por encima de las carcajadas histéricas de Sabrae-. Venga, bombón, no ha tenido tanta gracia.
               -Perdón, perdón. Es que me parece una comedia, todo esto. No me río de lo tuyo, aunque sí que ha tenido su punto-se limpió las lágrimas con el dorso de la mano-. Qué ironía, ¿eh, Scott?-me di cuenta entonces de que era la primera vez que se dirigía a su hermano en todo lo que llevaban juntos-. Toda tu vida puteando a papá por lo de Perrie y compañía, y ahora vas tú y haces lo mismo que él. Dios mío, el karma es real y es una verdadera perra, ¿no te parece?
               -Igual es genético-se defendió Scott.
               -O igual eres un chulo perdonavidas de mierda a quien le ha caído el escupitajo por fin en la cara-espetó Sabrae-. Amén de un sinvergüenza por intentar ir de víctima de abuso ahora que todo te ha explotado en la cara. Debería caérsete la cara de vergüenza por dar esas excusas de mierda. “Me drogó”-Sabrae puso los ojos en blanco-. ¿Te drogó, o te ofreció droga?
               -Me ofreció droga.
               -¿Pues entonces?
               -No necesito que me sermonees, ¿vale, pava? Bastante me odia ya mamá como para que encima ahora me empieces a pinchar tú también.
               -¿Mamá? ¿Odiarte? Por favor-Sabrae volvió a poner los ojos en blanco, incrédula-. Le ha robado la sudadera de la Nasa a Shasha, y se pasea por casa con tus gorras y aferrada a tu almohada como un alma en pena. Incluso se sienta en el sofá y se pone a llorar viendo tus puñeteras ecografías. Mamá está hecha mierda. Y quiere quedarse embarazada otra vez. Le habrá dejado caer el tema a papá como unas 20 veces.
               Tommy abrió los ojos como platos.
               -Hostia puta.
               -¿Y él qué dice?
               -Pues que no pueden ponerse a tener más hijos mientras no sepan si Duna va a salir normal como Shasha o como yo o se va a convertir en una cabra loca cuando cumpla los 13, como te pasó a ti.
               -Se mueren por reemplazarme, ¿no es así?-escupió Scott-. ¿Tan vergonzoso soy?
               -Vergonzoso no sé, pero victimista eres un rato-me dieron ganas de levantarme y aplaudir. Scott metía la pata hasta el fondo, ¿y se las apañaba para ir de perjudicado? Venga, no me jodas-. El caso es que eso mismo es lo que le dijo papá. Y ella le respondió que la culpa de que te hubieras ido es suya, que había estado en una banda y eso te dio la idea a ti.
               -La idea fue mía-confesó Tommy, y Sabrae meneó la mano.
               -Da lo mismo. El caso es que a mamá poco le falta para sacarse una ley de la manga y conseguir arrastrarte de vuelta a casa. Así que no, Scott, la mujer que te parió no te odia. Está cabreadísima contigo, pero no te odia.
               Bey llamó al orden para centrarnos de nuevo en lo que verdaderamente nos importaba: la confesión de Scott y Tommy, en lugar de los dramas familiares del primero.
               -Scott Malik, niño traicionero-canturreé, haciendo un bailecito y echándome a reír de lo esperpéntica que me parecía la situación. De todas las personas que podrían haberme dado una noticia semejante, Scott era, literalmente, la última de cuya boca me esperaría que fueran a salir esas palabras. Pero, por mucho que mi comportamiento se debiera a mi incredulidad, Scott estaba demasiado tenso como para interpretarlo todo bien, así que tuvo que controlarse para no venir a por mí y asfixiarme con la almohada; suerte que se conformó con un corte de manga, porque Sabrae me habría defendido con vehemencia, sin distinguir amigo de enemigo- ¿Cuándo fue eso?-quise saber, decidido a hacerme una composición de lugar con la que poder trabajar. No era lo mismo si había sido durante el concurso, antes de que ellos salieran (porque lo cierto es que todos habíamos notado un comportamiento extraño por parte de la pareja, pero lo habíamos achacado al hecho de que habían hecho decir a Scott que estaba soltero por cuestiones de publicidad), que si había sido hacía poco, durante sus vacaciones. El grupo al completo se había marchado a una casita en una playa minúscula de Ibiza, así que bien se había podido unir Zoe para cubrir el hueco que Eleanor había dejado libre, al preferir quedarse en casa recuperando el tiempo perdido con sus amigas y su familia.
               -A los dos días de tu accidente, aproximadamente-replicó, algo que yo no me esperaba en absoluto. ¿Mi… accidente?
               ¿Yo estaba en puto coma y Scott andaba repartiendo rabo por ahí? ¿¡Es que no tenía vergüenza!? Me eché a reír de la incredulidad.
               -Os agradezco de corazón que hubierais esperado para decírmelo, ¡no me FUERA A DESPERTAR DEL PUTÍSIMO COMA DEL SUSTO!-bramé de repente, haciéndoles dar un brinco a todos. Mala idea. El esfuerzo había sido tal que tuve que inclinarme hacia atrás para recuperar el aliento y, mareado, cerré los ojos. Mientras me masajeaba las sienes para intentar minimizar los efectos del mareo bajo la atenta mirada de Sabrae, que seguía pegada a mí como la más fiel centinela, Logan me tomó el relevo.
               -¿Cómo pasó?
               -¿Qué más da cómo pasara, Logan? Se tiró a Zoe y a Diana, yo también me las tiré, pero, de alguna manera, Layla me ha perdonado y Eleanor a Scott, no.
               -Bueno, es que no parece muy arrepentido-acusó Sabrae, cruzándose de brazos y hundiéndose en el sillón que ocupaba una vez comprobó que yo estaba perfectamente. Scott se volvió hacia su hermana.
               -¿Que yo no parezco arrepentido? ¡Las puñeteras americanas se pasean por ahí como si nada, y yo soy quien debería parecer arrepentido!
               -Zoe y Diana no le pusieron los cuernos a Eleanor. Fuiste tú-espetó Sabrae, y aquellas palabras cayeron como un jarro de agua fría sobre Scott.
               -Me queda el consuelo de que podremos estrangularlas con las rastas de Jordan-comenté, notando la tensión que manaba de Sabrae y decidido a aplacarla de algún modo. Scott y Sabrae no debían pelearse justo ahora; les haría demasiado daño a ambos.
               -Cállate, Alec.
               -¿Sabíais que se las va a quitar? Hizo una promesa: si yo me despertaba, Jordan se rapaba las rastas. Joder, vaya día: Sabrae me dice que sí y Jordan se va a quitar esas mierdas.
               -¿A que no lo hago?
               -¿A que te pego una paliza por no cumplir con tu palabra cuando salga de aquí?
               -¿A que te mando de vuelta como intentes tocarme…?
               -Chicos-llamó Bey-. Recordad. Punto uno del orden del día.
               -¿Que es…?-bufé.
               -Hacer que Scott recupere a Eleanor-comentó Tam.
               -¿Has probado a comprarle flores?-quiso saber Logan.
               -No.
               -Eso es porque no estás del todo arrepentido.
               -Sabrae, en serio, como no cierres ya la boquita, te cuelgo de la azotea con las trenzas.
               -Ven a tocarla, si tienes cojones-repliqué, pasando un brazo alrededor de los hombros de mi chica. Como si Sabrae necesitara que la defendieran o algo. Pero, por muy absurdo que resultara ese instinto, yo seguía teniéndolo. Y, francamente, me enorgullecía tener de manera oficial el papel de protector, por mucho que ella no lo necesitara.
               Scott clavó los ojos en mí, sintiendo el desafío que le había lanzado de manera directa. Por primera vez en su vida, alguien le disputaba la posición de protector número uno de Sabrae, y no sólo eso: también podía echarle en cara que la abandonara para ser él quien se enfrentara a ella. Lo peor de todo es que me daba igual: puede que suene fuerte, pero quería más a Sabrae de lo que quería a Scott. Sabía de sobra dónde recaían mis lealtades más profundas.
               Y Scott también.
               Aunque los dos llegamos a la misma conclusión: yo no podría hacerle daño a Scott, no demasiado, al menos; y él no podía tirarse encima de mí estando yo como estaba. Todo era demasiado confuso, la situación era desesperada, así que la presencia de dos gallitos en el corral estaba más que justificada.
               -Quizás, si nos dierais más detalles, se nos podría ocurrir un plan…-aventuró Bey, mirando a Tommy, que negó con la cabeza.
               -Estábamos borrachos y colocados, Bey. Apenas nos acordamos de nada.
               -¿Nada?-repitió ella, un poco decepcionada. Tommy se pasó una mano por el pelo y miró a Scott en busca de ayuda.
               -Bueno… creo, y sólo creo, que yo estuve más tiempo con ellas.
               -¿Te importaría ser más específico?
               -Que hizo un trío, coño-saltó Scott, mientras Tommy le miraba con gesto sumiso-. Aunque estoy bastante seguro de que yo también.
               Esbocé una sonrisa socarrona al imaginarme el percal, sin poder evitarlo.
               -¿No te digo yo, Jordan, que hay gente que nace con suerte? Es el primero en hacer un trío, y ahora encima lo repite con una modelo-me volví hacia Scott-. ¿A ti no te da puta vergüenza? Con la madre que tienes, y vas y te tiras a Diana. Yo me conformaría con pasarme el día rezando para verla en bikini.
               -¿Qué cojones tiene que ver mi madre en todo esto, Alec?
               -¡Tu madre está de toma pan y moja, Scott! ¡¡No tienes derecho a follarte a una modelo, ¿es que no hay justicia universal en este mundo, o algo por el estilo?!!-jadeé, sintiendo que volvía a marearme. Sabrae musitó  un nuevo “tranquilízate” por lo bajo. Cualquiera diría que podía ver igual que yo cómo los bordes de mi campo de visión se volvían oscuros-. Llamad a las enfermeras-solté, y todos se pusieron tensos un segundo, lo que tardé en terminar la frase-, que me estoy mareando. ¡Ah, no, que es LA IRA!
               -A ti te falta un hervor-susurró Sabrae, sacudiendo la cabeza.
               -¿Sólo uno?-respondió Bey, alzando las cejas. Puse los ojos en blanco.
               -Sólo estoy diciendo que no me parece ni medio normal que, con la vida que se pega, todavía se queje porque ha hecho un trío.
               -Para empezar, no me quejo de haber hecho un trío. Ni siquiera me acuerdo.
               -¿Y Tommy?
               -Tengo lagunas.
               -Menudo desgraciado estás tú hecho.
               -Estás postrado en una cama, ¿de verdad quieres hacer esto, Alec?
               -Yo estaré postrado en una cama, pero me acuerdo perfectamente de todos y cada uno de los polvos que he echado. Incluidos los tríos-Sabrae me miró, impresionada-. Y, si hubiera hecho uno con una modelo, lo recordaría perfectamente. Me das hasta pena, fíjate lo que te digo, ¿quieres tumbarte a mi lado, y que te dé mimos?
               -Esto es surrealista-Karlie se masajeó las sienes.
               -¿Max? Tú eres el experto en relaciones. Llevas casado como dos milenios con Bella-constató Tam-. ¿Algún consejo?
               -Disculpad, ¿qué? Sigo en shock, todavía estoy asimilando que Scott le haya puesto los cuernos a nadie. Que es Scott, por el amor de Dios. Que no hay animal más fiel que él en todo el universo.
               -Gracias, Max-respondió Scott.
               -Pues estamos jodidos-dijo Sabrae a la vez que él. Scott la fulminó con la mirada.
               -Tú podrías ponerte de mi parte, ¿no? Eres mi puñetera hermana.
               -Se me ha caído un mito contigo, S, ¿qué quieres que te diga?-acusó Sabrae, decidida a ser escuchada-. Seguramente ya sabrás que lo has hecho mal, no tengo necesidad de darte una palmadita en la espalda.
               -¡Estaba drogado!
               -¡Y dale! ¡Mira que eres cansino! ¿Y qué más da eso? ¡Te repito que no tienes derecho a ir de víctima, porque no lo eres! Además, todas las acciones tienen consecuencias. ¿Perdonarías tú a alguien que me violase en un callejón oscuro sólo porque iba puesto de coca?-inquirió. Scott se quedó callado, con los labios fruncidos, controlando la misma ira que me estaba envenenando a mí por dentro. Sólo que yo tenía una imagen más nítida que evocar para ponerme en esa horrible situación: la de las pesadillas que había tenido cuando pensaba que mis tendencias sexuales no eran sino herencia de mi padre, en lugar de preferencias que años y años de exposición al porno me habían terminado grabando en el subconsciente-. No, ¿verdad? Pues esto es lo mismo. Has metido la pata, asume las malditas consecuencias.
               -¿Me vas a decir algo que no sepa ya?
               -¿Qué estás haciendo para que Eleanor te perdone?-quiso saber Bey.
               -No mucho-respondió Tommy, y Scott se volvió hacia él, estupefacto.
               -¿De parte de quién estás tú?
               -A ver, S. Es la verdad.
               -Es que no tengo tiempo-se disculpó Scott.
               -Pf. Ya estamos. La excusa estándar del machito herido-Karlie sacudió la cabeza.
               -Pues no duermas-sentencié yo.
               -Llevas literalmente una semana sin hacer otra cosa que no sea dormir-peleó de nuevo Tommy, viendo cómo acorralábamos a Scott. Seguro que pensaban que no nos estábamos poniendo en su piel; créeme, lo hacíamos, pero no teníamos el sentimiento de culpabilidad nublándonos la mente hasta el punto de hacernos pensar que éramos víctimas en lugar de verdugos. Por mucho que no hubiéramos estado allí, entendíamos por lo que habían pasado: no había nadie en esta habitación que no se hubiera visto tentado alguna vez. La diferencia es que ninguno había caído, salvo ellos dos.
               -Te aseguro que no fue por gusto, Tommy.
               -¿Zoe o Diana le han pedido disculpas?-preguntó Jordan. Scott negó con la cabeza.
               -La americana… bueno, las dos lo son. Diana lo intentó. Eleanor la mandó a la mierda, naturalmente. No tenemos noticias de Zoe. Lo dudo. Para las personas como ella, los que les rodean no son seres humanos. Fijo que le da igual cómo esté.
               -Se marchó sin preocuparse de que Diana se quedaba aquí sola.
               -No se fue sin preocuparse-respondió Jordan-. Me pidió que cuidara de ella y luego apagó el móvil. No he vuelto a saber de ella desde entonces-dijo con tono triste, hundiendo los hombros de nuevo. La odié en ese mismo instante. Me había dado motivos de sobra hasta entonces, haciéndonos daño a Sabrae y a mí a base de no pararme los pies cuando había buscado hacerle daño a la mujercita de mi vida, pero esto era imperdonable. No podía seducir a Jordan para luego desenmascararse, demostrando ser la hija de puta con la que Diana y ella tanto bromeaban que era.
               -Qué delicia de criatura-solté, irónico. Scott y Tommy intercambiaron una mirada de, ¿culpabilidad, quizás?
               -¿Cómo se supone que ibas a cuidar de Diana, si ella está en el programa con nosotros?-bufó Scott.
               -Por lo que me escribió, no parecía muy segura de que Diana fuera a continuar en el programa durante mucho más tiempo.
               -Quizá sabía que le iba a hacer la vida imposible y confiaba en que Diana no aguantara y decidiera marcharse-caviló Tommy, y Scott clavó la mirada en él, reflexionando sobre algo que no nos habían contado, pero que parecía igual de importante. Lo cierto es que yo empecé a sospechar también.
               Había algo en la relación de Diana y Zoe que no me cuadraba. Una especie de… tensión que no existía entre el resto de gente que yo conocía. Si me hubieran hecho poner la mano en el fuego por que las americanas no se acostaban, me habría negado en redondo. ¿Y si había algo más detrás? No podía ni pensar en lo que supondría que me separaran de Jordan sin previo aviso; lo de África pendía sobre nosotros como la espada de Damocles, pero al menos habíamos tenido tiempo para prepararnos. ¿Cómo lo llevaríamos si, de repente, mandaran a uno de nosotros al otro lado del océano?
               O peor… ¿cómo lo llevaríamos Sabrae y yo, si mis sospechas eran ciertas?
               -Menuda movida-escuché decir a Logan, frotándose la cara y negando con la cabeza. Tommy y yo asentimos. Sí, efectivamente, menuda movida.
               -¿Qué habéis probado?-preguntó Tam, y los dos la miraron-. Con Eleanor-aclaró-. ¿Qué habéis intentado?
               -Le pedí disculpas cuando se lo conté.
               -¿Quieres que te diga por dónde se pasa Bella las disculpas de éste?-inquirí, señalando a Max, que puso los ojos en blanco. Como si fuese mentira.
               -Las palabras se las lleva el viento, Scott-respondió Bey.
               -¿Sabes qué, reina B? Yo sólo… estoy cansado-respondió Scott, completamente derrotad. Había envejecido diez años más a lo largo de la conversación: ahora, tenía ochenta en vez de setenta-. No siento nada. No siento nada desde que ella me mandó a la mierda. Me apetece tirarme en la cama y dormir y dormir y dormir y no despertarme. Así es como me siento. No tengo fuerzas para hacer nada. Además, aunque lo intentara… Eleanor no quiere ni que me acerque. No me dirige la palabra.
               Eso me conmovió. No más de lo que debería, porque a fin de cuentas, Scott era más amigo mío de lo que lo era Eleanor. Por mucho que quisiera protegerla también a ella por su relación con mi hermana, sus posiciones para mí simplemente no eran comparables.
               Además… yo era feliz, y quería que todo el mundo lo fuera. Scott no se merecía ser desgraciado cuando yo estaba en mi mejor momento. Quería que pasara por algo como por lo que estaba pasando yo. Que pudiera disfrutar de mi felicidad sin verse empapado por alguna especie de envidia o resentimiento, porque él se merecía estar como yo.
               ¿Había metido la pata hasta el fondo? Sí. Sin duda. Y más le valía enmendarlo.
               Ahora bien, ¿quería yo que rompiera para siempre con Eleanor? Ni de coña. Scott y Eleanor eran mis putos padres. Verlos separados me hacía pupa en el corazón.
               -¿Y contigo, Tommy?
               -Conmigo habla. Monosílabos, básicamente. Pero habla. En fin, soy su hermano, yo no le he hecho nada, ¿no es así?
               -Quizás deberías interceder por Scott.
               -No quiero que Tommy tenga también una bronca con ella por mi culpa, Tam.
               -Entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Quedarte sentado mientras todo esto pasa? Porque eso no es una opción.
               -¿Acaso tengo otra alternativa?
               -¿Has probado a comerle el coño?-pregunté. Todos se me quedaron mirando, como si hubiera dicho una gilipollez en lugar de lo más sabio que había salido de mi boca jamás. Sabrae incluso enarcó las cejas y parpadeó, aturdida, segura de que no había escuchado bien.
               Bey se levantó, rodeó la cama y le dio unos golpecitos al cristal que daba al pasillo, a través del que se encontraba el puesto de las enfermeras.
               -Enfermera, prepare el papeleo para darle el alta, que ya está bien-todos rieron.
               -Lo digo en serio. Todas las tías sois rencorosas hasta que os dan unos lengüetazos en el clítoris; a partir de entonces, os da igual todo.
               -Eres un diplomático natural, ¿eh, Al?-comentó Sabrae, sarcástica-. Deberías estudiar para embajador.
               -¿Viajes gratis, fiestas elegantes y putas de lujo? ¿Dónde tengo que firmar?-inquirí, y ella puso los ojos en blanco. Jo, me encantaba pincharla.
               -Que no me dirige la puta palabra-repitió Scott, tenso.
               -Chico, Scott, de verdad. Pareces subnormal. Ella no tiene que mover la lengua, se trata de que la muevas tú. Un buen cunnilingus te da la razón, aunque no la tengas-sonreí con picardía y miré a Sabrae de reojo, indicando en su dirección con un gesto de la cabeza-. Anda que no habremos solucionado broncas en Barcelona, Sabrae y yo, así.
               -A mí no me convences de nada comiéndome el coño, fantasma-replicó ella, a la defensiva.
               -Podrás engañarme a mí, Sabrae-respondí, girándome para mirarla. Le dediqué mi mejor sonrisa de Fuckboy®-, pero no puedes engañar a Dios.
               Levanté un centímetro la escayola en dirección al cielo. Sabrae suspiró y negó con la cabeza, recostándose sobre su espalda y cruzando los brazos.
               -Creo que te prefería cuando estabas en coma y no te dedicabas a decir gilipolleces.
               Me eché a reír y, no pude evitarlo, le dio un beso en la sien, arrancándole una sonrisa. Scott bufó, captando la atención de todos de nuevo.
               -Eleanor no me habla-dijo por fin-. Y, si os soy sincero, me lo merezco. Me merezco cada puto segundo de su vacío y cada gotita del odio que siente hacia mí. La he traicionado. He sido una mierda con ella. No podría hacerle nada peor.
               ¿Cómo, cómo, cómo? ¿Scott Yasser Malik, nuestro Señor y Salvador, el rey indiscutible de la noche y el único rival que había tenido a mi altura en nuestra época de conquistadores, tirando la toalla?
               Ah. No. No, señor. No durante mi guardia. Me incorporé un poco.
               -¿No te estarás resignando?-escupí, haciendo de aquella palabra el peor de los insultos. Scott me miró, derrotado, los hombros hundidos, la cabeza gacha. Me mostró las palmas de las manos en un gesto de rendición que detesté.
               -Es lo que me merezco. Es mi castigo. Si encuentra a otro, pues… me alegraré por ella.
               -¿Qué putísima gilipollez es esa de que te resignas a que ella encuentre a otro? Eres Scott Malik, por el amor de Dios-le recordé-. Permíteme que te lo recuerde por si la cocaína te ha afectado al cerebro. Eres un puto rey, ¿me estás escuchando? Y a los reyes no les quitan a sus reinas los plebeyos que andan por ahí. Ni de puta coña. No lo pienso permitir-me intenté cruzar de brazos, pero salió un poco mal por el tema de que tenía medio cuerpo escayolado-. Tú eres su novio. Eres el puto amor de su vida. Ella es tu novia. Ella es el amor de tu vida. Y Tommy, tú, y yo, hacemos lo que sea por estar con el amor de nuestras vidas. Nos arrastramos por el fango, nos metemos en la más absoluta mierda, lo que sea. Si tenemos que volver de entre los putos muertos-solté una risa-, joder, que se preparen en los cementerios, porque volvemos, ¿está claro?-rugí.
               Todos se me quedaron mirando. Respiré un poco, intentando tranquilizarse, recuperar el aliento que había perdido por ese discurso digno de Oscar.
               -Quiero un hijo tuyo-soltó Sabrae de repente, medio en broma, medio en serio.
               -Me lo suelen decir-respondí, como si tal cosa-. Ven, sube aquí-añadí, descubriendo que la echaba tanto de menos que no soportaba más tiempo alejado de ella. Di una palmada a mi lado, en la cama, y Sabrae escaló hasta tumbarse cerca de mí, poniendo cuidado de no tocar la vía de mi codo ni los vendajes de mi pecho-. Jordan-exigñi, y Jordan se acercó y se sentó en el sillón que hasta hacía unos segundos ocupaba Sabrae.
               -No hay nada que yo pueda hacer, Al-respondió Scott.
               -Sí: vas, y la recuperas. Y si ya la tiene otro, pues coges, y te lo cargas. Y no estoy de puta coña-le acaricié la pierna a Sabrae en el pequeño rincón que había entre su medias y su falda, y ella se hundió un poco más en la cama, dejándose relajar por mí, como si fuera una gatita a la que mis manos estuvieran calmando-. La mitad de los tíos del programa son unos jodidos subnormales. Mi hermana no los soporta, y ya sabéis cómo es Mimi: le encuentra excusas hasta al demonio.
               -Pues está tonteando con Jake-informó Tommy, y yo puse los ojos en blanco.
               -¡Hala! ¿No tenía otro? Menudo subnormal, con gusto le pasaría por encima con la moto.
               -Nada de motos-bufó Sabrae, terca como una mula.
               -Ella me odia, Alec.
               -¿Te ha dicho eso?
               -Es evidente.
               -Las tías te dicen lo que sea con tal de ponerte a prueba para ver si insistes y mereces la pena, Scott.
               -Por Dios, menuda machistada acabas de soltar por esa boca, Alec.
               -Tú a callar, Sabrae. Hasta hace unos meses no soportabas estar en la misma habitación que yo, y mírate ahora: acurrucada contra mí como si fueras un lagarto sobre una piedra caliente.
               Ella parpadeó despacio, fulminándome con la mirada.
               -¿Tengo razón o no?-como no dijo nada, yo me reí-. Ya me parecía. El caso, Scott… mira, sé que te cuesta un poco pillarlo porque ahora mismo debes de tener la única neurona que te funciona correctamente demasiado ocupada sintiendo tanta culpabilidad que te quieres morir, pero… El caso es que se nota un huevo cuando las chicas no quieren nada contigo, y las que son más ambiguas, te lo terminan dejando claro soltándote una hostia. Si Eleanor te rechaza, tú insiste e insiste, hasta que ceda, o te suelte un bofetón.
               -Eleanor es más de bofetón-comentó Tommy.
               -Joder, Tommy, gracias por los ánimos. Menos mal que las animadoras no son un deporte olímpico, porque de lo contrario, tendrías más oros en tu casa que un puto faraón.
               -Vale, tío duro, experto en novias, ¿qué me sugieres que haga, listillo?-espetó Scott, molesto.
               -Lo que te he dicho: si tienes que arrastrarte, te arrastras. Si tienes que sufrir, sufres. Si tienes que dejar que se pisotee, te dejas pisotear. Y si te tienes que dar una hostia como una catedral con una moto, te la das-bromeé, mirando a Sabrae-. Nunca falla-Sabrae sonrió y entrelazó sus dedos con los míos.
               Scott asintió, despacio.
               -¿Saab?-preguntó.
               Sabrae parpadeó.
               -Ya sabes mi opinión al respecto, Scott.
               -No, no la sé, porque cuando os lo dije en casa, tú estabas demasiado ocupada con otros…-me miró, sin saber qué palabra utilizar- asuntos.
               -Puedes decirlo tranquilo, S: nigromancia. Sabrae estaba intentando perfeccionar sus dotes de hechicera oscura para traerme de vuelta de entre los muertos.
               -¿Te he dicho alguna vez lo puñeteramente insoportable que eres, Alec?
               -Es un sentimiento un poco curioso para tener respecto a un novio, nena-ronroneé, mirándola con tanta devoción que ninguno fue capaz de no sonreír. Ni siquiera ella, con lo que mi devoción, evidentemente, aumentó-. Pero supongo que no se pueden controlar los sentimientos.
               Sabrae se relamió los labios un momento, se inclinó para darme un beso en la punta de la nariz, y, con sus dedos aún en los míos, afianzó su lazo un segundo. Se lo quedó mirando, pensativa, buscando las palabras que siempre se le escapaban cuando se encontraba en una situación que la incomodaba, en la que tenía que hacer un poco más de daño a la gente a la que quería para que estos comprendieran que no llevaban la razón.
               -Mentiría si dijera que…-se rascó la nariz y, por fin, levantó la cabeza- no me cogió por sorpresa. Y que no estoy enfadadísima contigo, y muy decepcionada, y… que creo que me va a costar volver a verte como lo hacía antes de esto. Pero eres mi hermano, S. Estoy enfadada contigo, estoy muy disgustada, pero te quiero, y quiero que seas feliz. Eleanor es lo que te hace feliz. Y, aunque no sé si te la mereces, sí que estoy segura de eso, de que ella es lo que necesitas para estar bien. Así que… creo que estoy de acuerdo con Al. Tienes que hacer todo lo que esté en tu mano para recuperarla. Pero también tienes que considerar la posibilidad de que ella… no quiera volver. Y está en su derecho de decidir eso, y tú debes respetar su decisión.
               -Me sorprende que te lo tomes tan bien, Saab-comentó Tommy, y Sabrae se encogió de hombros, jugueteando con un hilo de mi sábana.
               -Es mi hermano. Seguro que tiene una actitud de mierda últimamente.
               -La tiene. Los dos la tenemos, de hecho. No estamos pasando por nuestro mejor momento, la verdad.
               -Pues es ahora cuando os toca demostrar que sois buenas personas. Hacerlo cuando las cosas os van bien no tiene ningún mérito.
               -Tienes 14 años-admiró Karlie-, ¿cómo puedes hablar así?
               -Mi padre es Zayn Malik, ¿has visto las canciones que escribe?
               Todos reímos un poco. Como si el hecho de que Sabrae tuviera una mente comparable a un palacio de cristal fuera mérito de su padre, en lugar de suyo.
               -O sea, que crees que debería luchar por ella-quiso zanjar Scott. Sabrae asintió.
               -¿Sabes, S? Yo nunca creí que odiaras a papá por lo que le hizo a Perrie, sino por cómo lo llevó después. Todos cometemos errores, sí, y papá está lejos de ser perfecto, incluso yo puedo verlo, con lo que le quiero, pero… lo decepcionante, lo que a ti te molestaba realmente, no era lo que hiciera o dejara de hacer. Era que nunca pidió perdón, o que lo hizo demasiado tarde. Es lo único que lamenta, y tú lo sabes: no se disculpó con Perrie, no se disculpó con nadie cuando debía hacerlo. Tú tienes la oportunidad de ser mejor que él ahora. Consigue que Eleanor te perdone. Aunque no vuelva contigo. Entonces, serás mejor que él. Es tu deber. Nos lo debes a todos. Especialmente, a ella y a papá. No cometas los mismos errores que él, S. No la dejes escapar.
               Scott tragó saliva.
               -Te echaba de menos, enana.
               Sabrae se incorporó un poco y abrió los brazos. Scott se apresuró a estrecharla entre ellos mientras yo le acariciaba la espalda, los riñones. Sabía que le había costado ser pragmática con su hermano, que estaba muy decepcionada con él y que querría haberle cantado las cuarenta, pero había momentos y momentos, y aquel no era uno de ellos. Scott cerró los ojos y hundió la cara en su pelo, inhalando el aroma que despedían sus trenzas.
               -¿Chicos?-preguntó. Todos asentimos, uno por uno, asegurándonos de que Tommy y él nos veían. Tendrían nuestro apoyo, siempre, pasara lo que pasase. Francamente, no me imaginaba nada que pudieran hacer Scott y Tommy que yo considerara imperdonable, pues todo lo que a mí me parecía imperdonable era también algo que sabía que ellos no harían jamás. Los demás pensaban igual que yo, y menos mal: de no haber obtenido unanimidad, Scott jamás habría creído que se merecía levantar cabeza. Se volvió hacia Jordan el último, que asintió con la cabeza.
               -Siento que lo tuyo con Zoe no funcionara. No me gusta para ti, especialmente después de esto, pero sé que ella era importante.
               -Estaba condenado a fracasar-respondió Jordan, cansado-. Vive al otro lado del océano.
               -De hecho-intervino Bey-, creo que sería buena idea que intentarais perdonarla. Si no asumes tu culpa, la de los dos-miró a Scott y Tommy alternativamente, y yo asentí-, nunca podrás arrepentirte de verdad.
               -¿A qué te refieres?
               -No puedes conseguir que Eleanor te perdone si primero no perdonas tú a Zoe y a Diana. Las tenéis que perdonar ambos.
               -Para vosotras es fácil decirlo. No estabais allí-protestó Tommy.
               -Me jodieron la vida-dijo Scott.
               -Y tú se la jodiste a Eleanor-replicó Tam-. Los tres habéis hecho lo mismo. A los tres se os tiene que perdonar.
               Scott reflexionó sobre aquello. Vi en sus dudas que no iba a conseguirlo, no si perdía a Eleanor. Jamás perdonaría a Diana si Eleanor se alejaba de él para siempre.
               Scott tragó saliva y se encogió de hombros, como diciendo “lo pensaré”.  Se apoyó en mi cama y murmuró algo más, pero yo ya no le estaba prestando atención. Había visto la expresión distraída de su hermana, que se había hundido de nuevo en la cama y ahora se dedicaba a juguetear con el mismo hilo que había visto suelto en mi almohada. Paseé los dedos por su cintura y Sabrae me miró.
               -¿Estás bien?
               Asintió despacio con la cabeza, pero yo supe que lo decía para no preocuparme, o porque no quería sincerarse con la habitación llena de gente. Fuera como fuese, yo detestaba esa expresión triste de su mirada. Le di un beso en la frente, y con la boca aún pegada a su piel, susurré:
               -Te quiero.
               -Yo también.
               -¿Me lo cuentas luego?
               -Ajá-dijo con un hilo de voz, y entonces supe que había acertado. No es que no quisiera preocuparme, sino que no quería sincerarse con los demás allí presentes. Sospeché que tenía algo que ver con su hermano.
               Miré el contorno de su cuerpo al lado del mío, la forma en que la sábana se estiraba allá donde ella hacía más presión, la cama se hundía justo donde su cuerpo descansaba. Los latidos de mi corazón eran un poco más acelerados que antes, cuando no se había tumbado sobre mí, pero aun así, tenían un ritmo más o menos estable que mantenía alejadas a las enfermeras. Su piel era cálida sobre la mía, e incluso a través de la ropa que me cubría se notaba su suavidad. Tenía un deje melancólico en la mirada, un deje melancólico que detesté. Por fin éramos del otro, ¡deberíamos estar celebrándolo, en lugar de regodeándonos en las miserias de los demás! Que a Scott no le fuera bien empañaba un poco nuestra felicidad, cierto, pero no nos impedía completamente disfrutarla, ¿verdad?
               Tenía que relajar un poco el ambiente. Por ello, solté:
               -Cambiando radicalmente de tema-anuncié con voz solemne, y todos me miraron, incluso ella, preguntándose qué se me había ocurrido ahora-. Sabrae y yo llevamos diez minutos siendo novios.
               -Por favor, Al, dime que no vas a ser ese tipo de novio-suplicó Max en tono hastiado, mientras Logan fingía una arcada.
               -Los diez mejores de tu vida, ¿eh?-respondió Sabrae, reclinándose contra mí para recibir mejor un beso en los labios.
               -Ew-Jordan fingió un escalofrío-. Se me va a hacer eterna, esta puta relación.
               -Ni un cuarto de horade hora llevan-protestó Tam-, y yo ya quiero vomitarles encima.
               -¡A aguantarse! No es culpa mía que no me hayáis hecho lobby como se lo hemos hecho a Scott. Me ha costado muchísimo librarme de la pesada carga que me suponía mi soltería, así que, ¡es hora de festejar que Alec soltero ha muerto! ¡Descanse en paz! ¡Recemos por él!-celebré, levantando los brazos, de manera que dejé a Sabrae un momento desatendida, con lo que se inclinó hacia delante para pegarse un poco más a mí.
               -¿Hasta cuándo piensas estar así?-se quejó, fulminándome con la mirada, pero yo podía ver cómo su fastidio no ascendía hasta sus ojos.
               -Sabrae, soy tu novio. Voy a estar así hasta que me muera.
               -O hasta que te deje.
               -Es lo mismo-me encogí de hombros y ella sonrió-. Mira, si esto te viene grande y te da un poco de vértigo (cosa para nada propia de ti)-ironicé-, podemos volver a la categoría de amigos íntimos que están muy enamorados, también follan duro y se comportan como un matrimonio de quince años de puertas para afuera.
               -Es una etiqueta un poco larga.
               -Más largo tengo yo el rabo, y bien que te gusta. ¡Madre!-saludé, viendo que mamá se abría paso entre mis amigos, acercándose a mí con gesto impetuoso. Había recuperado un poco de color; ya no parecía tan pálida, y se había peinado un poco. Me pregunté si habría pasado por casa, o si se habría acicalado con los productos que vendían en alguna de las tiendas de la planta baja del hospital, que yo terminaría frecuentando más de lo que me gustaría.
               -¡Tengo muy buenas noticias!-anuncié, mientras ella avanzaba hacia mí, dedicándoles una mirada agradecida a mis amigos, seguida por mi hermana y Dylan. Sin embargo, cuando se encontró con Sabrae, su mirada se tornó horrorizada.
               -¡Sabrae! Ten cuidado, por favor. Le están soldando las costillas.
               -Ups. Lo siento, Annie. Se me olvidaba-comentó, tratando de incorporarse, pero yo se lo impedí. La fuerza que tenía ahora no era nada comparada con la que había tenido en mi vida anterior, lo que pronto empezaría a llamar “mi época dorada”, pero aun así, fue suficiente.
               -Ni se te ocurra moverte. Mamá, ¿sabes que Sabrae y yo ahora somos novios?
               -¿Es que se lo vas a decir a todo el puñetero mundo, Alec?
               -Pues sí-contesté con chulería-, y si no te gusta, déjame; aunque recuerda que estoy en el hospital. ¿Vas a ser tan hija de puta de romper con tu novio mientras él está en el hospital?-alcé las cejas y Sabrae puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar reírse.
               -Simplemente quiero saber si tengo que acostumbrarme a que se lo digas a todo el mundo, o si piensas parar algún día.
               -Pararé algún día, cuando tengamos nietos. De todas formas, ¡esta señora me parió, Sabrae! Tendrá derecho a estar informada de mi vida sentimental, ¿no?
               -Cuando tengamos nietos, calculo que ya deberíamos estar casados.
               La sonrisa que esbocé no se le escapó a nadie, estuviera o no en la habitación. Tommy y Scott tuvieron que irse poco después, dejándome con los demás, que se marcharían a eso de la hora de cenar, para recuperar el tiempo que habíamos perdido. El doctor Moravski vino a visitarme al poco de irse Scott y Tommy, aunque la información que venía a proporcionarme ya la sabían, de modo que no se perdieron mucho.
               Cuando entró en la habitación, se tiró de la bata de modo que ocultara también sus rodillas, intentando esconderse detrás de toda la parafernalia posible antes de hacer despertar al dragón que dormía dentro de mí. No fue hasta que empezó a relatarme todo lo que padecía que me di cuenta de que mis amigos se habían quedado conmigo para apoyarme en tan duros momentos, intentando minimizar los efectos negativos que escuchar por fin mi diagnóstico podría generarme.
               Estaba hecho mierda, la verdad. Laceraciones en el riñón, los huesos de la parte izquierda del cuerpo con múltiples roturas que tardarían en curárseme, los músculos del hombro atravesados por una barra con la que había llegado al hospital, y que me habían extraído en quirófano para intentar minimizar la hemorragia; una gran pérdida de sangre que había requerido de diversas trasfusiones, de donantes que incluso estaban presentes (Sabrae sonrió con orgullo cuando el doctor pronunció aquellas palabras, y deduje que había sido ella una de las donantes), esquirlas alojadas en los pulmones que me habían retirado en una operación delicada y larga, con la subsiguiente extirpación de un trocito de pulmón (muy pequeño; no tardaría en notar que no lo tenía) en el que, por cierto, también tenía manchas, muy probablemente producto del tabaco (a lo cual mi madre me fulminó con la mirada mientras mis amigos se encogían en sus asientos, avergonzados por hacerme partícipe de sus vicios). Y, por supuesto, la ulterior pérdida de conocimiento, que no podían explicar muy bien. No debería haber estado en coma tanto tiempo.
               -Hemos preferido esperar a que te despertaras para no tener ningún tipo de lectura falsa de tu actividad cerebral, pero mañana empezaremos con las pruebas para… descartar posibilidades.
               -¿Qué clase de posibilidades?-preguntó mi madre, que me había cogido la mano. Sabrae estaba ahora sentada al otro lado de la cama, de modo que las dos mujeres de mi vida me custodiaban como las almenas a un castillo.
               -Bueno, teniendo en cuenta que la movilidad y la sensibilidad es total, podemos descartar que sufra de algún tipo de incidencia psicomotriz-qué manera más rara de decir “está tetrapléjico”, la de “incidencia psicomotriz”-. Pero todavía hay cosas que tenemos que medir. Si ve bien, qué tal oye, si se ha visto alterado el sentido del equilibrio, o si tiene algún otro tipo de lesión que no se haya manifestado hasta ahora, para poder cogerla a tiempo.
               -Y, ¿cuánto van a llevar esas pruebas?-quise saber. No se me había escapado que había perdido una semana crucial de mi vida; ya no sólo por el tiempo que pasaría preparándome para los exámenes con Sabrae, sino porque ya era abril.
               Estábamos en el mes del cumpleaños de ella. Y yo estaba decidido a hacerle pasar el mejor de la historia. No iba a poder organizárselo correctamente en un hospital.
               -No mucho. A finales de semana, ya deberíamos tener los resultados de todas. Pediré que se apresuren los compañeros de Radios, y demás.
               -¿Le dolerán?-quiso saber Sabrae, acariciándome la mano vendada. El doctor Moravski negó con la cabeza.
               -Ni un poquito.
               -Y después, ¿podré irme?
               Todo el mundo se revolvió en su asiento, incómodo. Jordan, que había vuelto a colocarse pegado a la ventana, cambió el peso de su cuerpo de un extremo a otro. Dylan le puso una mano a mamá en el hombro y le dio un suave apretón; Mimi descruzó las piernas y las volvió a cruzar, sentada en la cama lo más cerca posible de mí, justo al lado de Bey.
               -Me temo que tendrás que estar aquí ingresado un poco más.
               -¿Quince días?
               Bueno, quince días eran manejables. Estaba un poco pillado con el cumpleaños de Sabrae, el día 26, pero podría apañármelas organizándolo todo desde la habitación. Sólo necesitaría mi teléfono, que Pauline me contestara pronto a los mensajes, y que Chrissy me trajera los paquetes que había pensado recoger yo mismo de la central al hospital. Ah, y que Mimi no se me pusiera chula e hiciera lo que le pedía, por una vez en su vida (aunque, siendo sincero, contaba con que lo haría).
               -Tomémoslo con más calma, ¿eh, Al?-me instó Dylan, dedicándome una sonrisa triste. El doctor carraspeó, juntó las manos por detrás de su espalda y, con gesto serio, respondió:
               -Alec… entiendo que, teniendo en cuenta el tiempo que ya llevas en el hospital, incluso sin ser consciente de él, te esté pasando factura, y que desees salir lo antes posible. Sin embargo… creo que no comprendes la gravedad del accidente que has tenido.
               -La comprendo perfectamente, Doc. No suelo pegarme hostias que me dejan sin sentido una semana y con las que me quitan un trozo de pulmón.
               -No le interrumpas, Alec-me instó mi madre con paciente dulzura.
               -Verás, Alec. A juzgar por las marcas que tenías en la caja torácica, creo que sabes lo molestas que pueden ser las costillas volviéndose a soldar, ¿me equivoco?
               -Sí-me había roto algunas costillas boxeando; nada grave, o al menos eso decía yo. Mamá siempre ponía el grito en el cielo ante aquellas maniobras ilegales que podían matarte, pero todos los que nos poníamos guantes les restábamos importancia. Los golpes peligrosos eran los permitidos, no los ilegales, porque esos no te los paraba el árbitro-. Pero no se preocupe por eso. Le prometo que le diré a mi novia que habrá que reducir la intensidad de las sesiones de sado-miré a Sabrae con intención, pero ella, en lugar de reírse, apretó los labios-. Ya sabes, nena-moví la mano escayolada para ponerla sobre su pierna, como si le estuviera agarrando el muslo-. Hay que relajarse un poco.
               Esta vez, sí que se rió.
               -También te hemos tenido que coserte el hombro, ponerte bastantes puntos en el pulmón que irás expulsando a lo largo de estas dos semanas (y que te resultará bastante doloroso, todo hay que decirlo), y… ¿demasiado por ahora?-preguntó al ver que comenzaba a ponerme pálido, entendiendo por dónde iban los tiros-. Podemos dejarlo para otro momento.
               -Estoy bien, sólo estaba pensando…-carraspeé. No podía soltarle eso a bocajarro, o Sabrae me pondría a parir. De modo que simplemente le quité hierro al asunto preguntando-: ¿cuánto me vais a pagar?
               -¿Perdón?
               -Por el trozo de pulmón. Tendréis que pagarme algo, ¿no? Eso os sirve para vuestras investigaciones.
               El doctor se rió.
               -Lo hablaré con el departamento financiero.
               -Guay, porque mire, Doc, si le puedo ser sincero…-intenté incorporarme un poco, pero aquello dolía demasiado. Los efectos de la morfina ya se habían pasado en mi cuerpo, e incluso respirar me resultaba tremendamente doloroso. Hice una mueca y todos en la habitación dieron un paso hacia mí. Excepto, por supuesto, el único que cobraba por cuidarme. Cómo no.
               -¿Ves a lo que me refiero? Es virtualmente imposible darte el alta en quince días. Te queda un largo camino por recorrer.
               -¿No puede darme una fecha? Para hacerme a la idea…
               El doctor miró a mi madre, que asintió con la cabeza, mordisqueándose el labio. Hundió aún más los hombros y contestó:
               -Siendo optimistas… mes y medio. Un mes, como mínimo, si avanzaras a pasos agigantados.
               Un mes.
               Un. Puto. Mes.
               Un puto mes allí encerrado. Todo abril, metido en el hospital. Eché cuentas. Dentro de un mes… ya sería mayo. Ni siquiera estaría fuera para celebrar el aniversario de la adopción de Sabrae.
               Empecé a hiperventilar. No, no, no, no, no. Esto no era lo que yo quería. No era lo que tenía planeado. Podía vivir sin graduarme, pero, ¿echar a perder el primer cumpleaños de Sabrae que iba a pasar con ella? No, me resultaba insoportable. No quería. No podía. No debía… tenía que estar con ella. ¡Le tenía planeadas tantas cosas guays! Me había pasado de rácano con el tema del viaje a Barcelona porque tenía la esperanza de llevármela a alguna capital europea a pasar el fin de semana. Su cumpleaños coincidía a finales de semana, y eso unido a su adopción, justo el  1 de mayo, que resultaba ser festivo, hacía un puente genial. Había estado mirando posibles destinos, pero era incapaz de escoger entre Grecia (donde me ahorraría la estancia en un hotel al ir a casa de mi familia), o París (por razones obvias). Ambos destinos tenían razones de peso para escogerlos, y aunque me hacía especial ilusión llevármela a Grecia, e incluso presentársela a Perséfone, lo cierto es que yo sabía que terminaría llevándomela a París. Los vuelos eran un poco más baratos, y también estaba el Eurostar. Los hoteles jugaban en su contra, pero… ¿la ciudad de la luz con mi chica de luz? ¡Venga ya! Sonaba demasiado bueno para ser real.
               Porque, efectivamente, lo era.
               Mierda, mierda, mierda. ¿Qué se suponía que iba a hacer ahora? Había dedicado tanto tiempo a planear el viaje con los pocos recursos que tenía a mi alcance que ni siquiera me había detenido a pensar en qué pasaría si no podíamos ir. Claro que yo siempre había contado con que, si Sher y Zayn la habían dejado ir a Barcelona, París tampoco sería un problema, ¿verdad? Joder, ¿y ahora qué…?
               -Eh, eh, eh. Deja de hacer eso-Sabrae tomó mi rostro entre sus manos y me obligó a mirarla-. Ni se te ocurra seguir por ahí, ¿me escuchas?
               Y sí, la escuchaba. A pesar del retumbar atronador de mi corazón en los tímpanos, la escuchaba. Siempre la escucharía. La escucharía hasta sobre los aullidos de un huracán, hasta sobre la furia de los dioses; la escucharía incluso estando sordo, de alguna manera milagrosa que la ciencia fuera incapaz de explicar.
               -Pero… tu cumpleaños.
               -¿Qué le pasa a mi cumpleaños?-sonrió Sabrae.
               -Es… es el 26 de abril.
               -Así es. Me alegra saber que me prestas atención. ¿A que soy muy Tauro?-sonrió, abriendo los brazos.
               -Yo… te… había hecho planes.
               -Puedes reservarlos para el año que viene-sonrió, guiñándome el ojo y acurrucándose de nuevo contra mí, abrazándome el pecho, con cuidado de no presionar demasiado mis vendas.
               -Pero yo quería que fuera especial.
               -Oh, y lo va a ser-levantó la mirada y me miró desde abajo, en un cuadro invertido de lo que veníamos siendo nosotros: yo su más humilde servidor, y ella, la diosa que me insuflaba la vida-. Con el novio tan genial que voy a tener para ese día, va a ser inmejorable, créeme.
               Me dio un beso en la escayola que yo, sin embargo, sentí en la piel como si me lo hubiera dado directamente sobre ella. Cerré los ojos y me estremecí.
               -¿Seguro que no te importa?
               -Me importa más que te recuperes completamente y lo menos dolorosamente posible para poder celebrar tantos cumpleaños como podamos los dos juntos. Soy capaz de renunciar a uno de ellos-se encogió de hombros, sonriente, y no me dio ocasión a decir nada más. Su lógica resultaba aplastante. Un día, por especial que éste fuera, resultaba insignificante al lado de toda una vida, que resultaba ser lo que queríamos ambos.
               Además… no es el cuándo, ni el dónde, sino el con quién. Puede que tuviéramos que renunciar a París ese año, o a Grecia, o a lo que fuera, pero eso no significaba que no pudiéramos hacer nada especial. Apenas le presté atención al doctor Moravski mientras seguía relatándome todas las pruebas que me harían. Francamente, me daba igual: ya las iría descubriendo a medida que las experimentaban, e iría descartando diagnósticos que yo no sabía que se me aplicaban una vez que se demostrara que yo no tenía los síntomas. Un plan comenzó a trazarse en mi mente, un plan que terminaría de pulir a lo largo de los siguientes días, aprovechando el tiempo de aislamiento que me tocaba vivir.
               El ambiente se relajó un poco cuando el doctor por fin se marchó, y al empezar a teñirse el cielo con los colores del Crepúsculo, mis amigos anunciaron que era hora de marcharse.
               -Volveremos mañana-dijo Max, y yo asentí. Me había dedicado a dormitar con ellos presentes la última media hora, de tan agotado como estaba.
               -Salvo que no quieras-añadió Bey, picándome.
               -¡Claro que quiero!
               -Guay. Traeremos para estudiar-decidió-, para que no te quedes atrás.
               -Ugh.
               -Secundo la moción-sonrió Sabrae, bajándose de un brinco de la cama y alisándose la falda-. Yo también me voy.
               -¿Qué? ¿No vas a quedarte?
               -Sólo hay una cama-Sabrae señaló la de a mi lado, en la que mamá ya había pedido permiso para dormir esa noche, y todas las que siguieran. Me sentía un poco mal por dejar que mi anciana madre durmiera en un hospital, al lado de su hijo tullido, en lugar de junto al cuerpo caliente de su marido en una cama matrimonial, pero, ¿qué coño? Que no me hubiera tenido si no quería cuidarme.
               (Es broma, mamá. Te quiero.)
               -¿Desde cuándo eso te ha supuesto un problema?-respondí, y Sabrae se echó a reír.
               -No me hagas esto más difícil, porfa.
               -No te preocupes, Sabrae: yo no pienso dejar que te quedes. Necesitas ir a casa a descansar.
               -¡Mamá!
               -¡Ni mamá ni nada, Alec! Ni siquiera ella es capaz de decirte que no a nada estando tú como estás. No quiero despertarme por la mañana y descubrir que te han dejado en el vestíbulo para que te recojamos y te llevemos al hospital por intentar alguna cochinada.
               -Le prometimos al doctor Moravski que no haríamos nada sado. Serían un par de polvos vainilla. Estoy necesitado, mamá-ronroneé, pero mi madre se mostró implacable-. Uf, está bien. Bueno, mañana te quiero aquí nada más salir del instituto, ¿estamos?
               -¿No puedo ni comer en casa?
               -Ya comerás aquí. Un bocadillo, o lo que sea. Va en serio, Sabrae-la amenacé al ver que ponía esa cara que quería decir “lo que tú digas”-. Como te vea venir con la ropa de la calle…
               -¿Y si me cambio en el ascensor, qué?
               -Me gustaría ver eso-sonreí, pensando en ella, desnudándose a toda prisa mientras ascendían las plantas. No es que tuviera poca experiencia quitándose la ropa a toda prisa: el problema vendría cuando tuviera que vestirse-. Pero, en serio. Ven derecha.
               -¡Pero bueno! ¿Desde cuándo eres tan mandón? Definitivamente, creo que alguien se ha dado un buen golpe en la cabeza. Ya te enseñaré yo modales-y empezó a darme besitos por la frente, la sien, los ojos, la nariz, y por último, los labios. Para cuando terminó, se reía. Y yo no podía seguir enfadado con ella si se me ponía en ese plan. Hizo amago de irse, pero yo le enganché la mano y la miré con ojos de corderito.
               -¿No se te olvida algo?
               Sabrae se lo pensó un momento, y finalmente negó con la cabeza, sin adivinar qué era lo que quería yo.
               -No me has dicho que me quieres.
               Se echó a reír.
               -¿Me lo dices antes de irte?
               -Me lo pensaré.
               -¡Porfa, Sabrae, que estoy convaleciente! ¡Porfa!
               Se rió un poco más fuerte, se inclinó hacia mí, y me besó despacio en los labios. Me acarició la mejilla y, tras una larga mirada a los ojos, me concedió:
               -Te quiero, Alec.
               Me dio un último beso, un beso de auténtica despedida, y tras acariciarme los nudillos, se reunió con mis amigos y, sin más, se marchó. Me acurruqué en la cama bajo la atenta mirada de mi familia, que no dejaban de sonreír.
               -Límpiate un poco, Al, que se te cae la baba-me picó Mimi, y yo me mordí el labio.
               -No os hacéis una idea de lo mucho que me alegro de haberme despertado, aunque sólo sea por oírselo decir.
               -Sí que nos la hacemos. Es la misma alegría que tenemos nosotros, mi amor-mamá me dio un beso en la sien y me acarició el pelo-. Tanto porque te has despertado, como por oírselo decir. Ya iba siendo hora.
               Sí.
               Lo cierto es que sí, ya iba siendo hora.
 
 
-Ha sido un placer conocerte.
               Shasha me había cogido las manos, y me miraba con expresión compungida, deseosa de hacerme saber que ser mi hermana había sido uno de los orgullos de su vida. Me quedé pasmada ante tal expresión de afecto, al que no me tenía en absoluto acostumbrada (yo era la que se ponía cariñosa y le dedicaba mil palabras de amor, a las que ella se limitaba a responder con un “sí, yo igual”, o “yo más” si la pillabas en un buen día), y traté de responder como pude al apretón que me había dado en las manos, tan afectuoso como el que se da en los funerales a la inconsolable viuda.
               Yo estaba aún demasiado pletórica para dejar que el pesimismo que flotaba en casa, y que había empapado a Shasha hasta empujarla a venir a buscarme y advertirme de alguna manera de que mi muerte se acercaba, me afectara. El día había sido perfecto: ni con Alec y yo tomando un picnic en el parque, compartiendo frutas y verduras y dándonoslas de comer mutuamente, habría conseguido que el día fuera más genial y especial. Me moría de ganas de gritarlo a los cuatro vientos, aunque hubiera fingido fastidio ante el entusiasmo de él: ¡ya no estaba soltera!
               ¡Después de más de un año, había vuelto a embarcarme en la emocionante aventura que era iniciar una relación!
               ¡Y con qué compañero de viaje!
               Me daban ganas de dar saltos de alegría; tanto, que los amigos de Alec se habían reído al verme juguetear con las barras del metro, convirtiéndolas en las farolas de Cantando bajo la lluvia y girando en torno a ellas como un satélite rota en torno a su planeta. No podía esperar a que llegara el día de mañana y poder seguir disfrutando de Alec, de mi novio, pensaba maravillada, deleitándome en la sensación de saborear la palabra, escuchando su sonoridad en mi cabeza. Aún no lo sabía, pero me pasaría la noche en vela, diciendo aquella palabra que tanto había rehuido antes, “novio”, en voz baja, y riéndome como una boba al escucharla rebotar en mi habitación, aquel lugar sagrado en que nos habíamos visto desnudos por primera vez. En cierta manera, en mi habitación había pasado algo tan importante como en aquella habitación de hospital, o en la sala del sofá: habíamos tenido una primera vez que atesoraríamos siempre en el baúl de nuestros recuerdos, regodeándonos en ella en nuestros momentos más felices y también en los más tristes, donde la añoraríamos y utilizaríamos como guía para intentar solucionar nuestros problemas. Quería ponerme su sudadera, acurrucarme bajo las mantas, y cerrar los ojos para poder imaginar mejor que él estaba allí. Conmigo. Durmiendo a mi lado, proporcionándome calor, seguridad, protección, y por supuesto, amor. Un amor tan fiero que ahuyentaría a mis peores pesadillas, un amor tan tierno que dibujaría los sueños más preciosos en mi mente, en tonos pastel y formas redondeadas.
               Le quería. Le quería, le amaba, era mío, y yo suya. Y eso me colmaba de una felicidad que no recordaba haber sentido nunca: la alegría que me había supuesto saber que Hugo correspondía a mis sentimientos, hacía un millón de años, no era nada comparado con lo que estaba pasando ahora. Era una vela en la distancia, en el límite del horizonte.
               Lo que Alec me estaba dando era un día soleado, despejado de nubes.
               Pero mis planes se vieron truncados en cuanto atravesé la puerta. No es que fueran a echar a perder mi día, ni mucho menos… pero una nubecita estaba asomando por el horizonte, y se dirigía con decisión hacia el sol.
               Entré en casa muy confusa, escuchando aún las voces de los amigos de Alec, que me habían acompañado hasta la verja (no hasta la puerta, como hacía hasta él, pero no me importaba; lo consideraría un privilegio que sólo se le concedería a mi novio) y dejando que Shasha la cerrara tras de mí, tan despacio que la cerradura apenas emitió un discreto “clic”.
               Pero para mamá, fue más que suficiente. Salió de la cocina, en la que estaba preparando alguna pieza de repostería con la que celebrar el despertar de Alec, como un toro embravecido.
               No, como un toro no. Más bien como un Tiranosaurio hambriento y decidido a engullir al pobre diablo que se hubiera atrevido a poner un pie en su madriguera.
               -¡¡SABRAE GUGULETHU MALIK!!-bramó a plena potencia de sus pulmones, echándose sobre mí como el invierno sobre los Alpes. Di un respingo y un paso atrás inconscientemente,   mientras veía por el rabillo del ojo a Shasha escabullirse lo más rápidamente posible: cuando mamá estaba así de enfadada, lo mejor era salir corriendo incluso aunque no fuera contigo la cosa. Las tornas podían girar muy rápido y terminar siendo tú el que estaba en el ojo del huracán-. ¿QUÉ ES ESO QUE ME HA CONTADO TU PADRE DE QUE HAS INTENTADO SALTAR POR LA VENTANA DE UN SEGUNDO PISO? ¡¡ESTÁS CASTIGADÍSIMA!! ¡¡NO VAS A VOLVER A VER LA LUZ DEL SOL HASTA QUE CUMPLAS LOS CUARENTA!! ¡YA SABÍA YO QUE TE ESTÁBAMOS DANDO DEMASIADA LIBERTAD, HIJA MÍA, PERO JAMÁS PENSÉ QUE FUERAS A AGARRARNOS DEL BRAZO DE ESTA MANERA! ¡¡TE TENDRÍA QUE DAR VERGÜENZA!! ¿¡Y TAMBIÉN TE HAS SALTADO UN EXAMEN!? ¡¡MÁS TE VALE TENER UNA BUENA EXPLICACIÓN PARA TODO ESTO, SEÑORITA!!
               No me di cuenta de que me había hecho recular hasta quedarme encajonada entre ella y la pared hasta que mi espalda no chocó contra el frío muro.
               -Lo siento mucho, mamá.
               -¡Más te vale! ¡Me has dado un susto tremendo! ¡Cuando me han llamado del instituto…! ¡¡Pensé que te había pasado algo!! ¿Tienes idea de lo muchísimo que me costó saber dónde estabas? ¡¡ESTABA EN MEDIO DE UN JUICIO, SABRAE! ¡¡HE TENIDO QUE POSPONERLO PARA PODER AVERIGUAR QUÉ ES LO QUE TE PASABA!!
               -Pero mamá, ¡estaba bien! Me fui con papá, no sé por qué tuvieron que llamarte siquiera cuando…
               -¡Pero será chivata!-protestó papá, saliendo de la habitación de los graffitis. Se quedó clavado en el sitio  en cuanto mamá se giró para mirarlo.
               -¡FUERA DE MI VISTA, ZAYN! ¡¡NO TE QUIERO NI VER!!
               Papá me miró un momento, articuló un “lo siento” con los labios, y entró pitando en la habitación de la que acababa de salir. Mamá se masajeó las sienes, bufó sonoramente y puso los brazos en jarras.
               -No sé en qué he fallado contigo. No lo sé. No sé qué te pasa, ni qué he hecho yo mal, ni en qué me he equivocado… tu hermano es un caso perdido, no tiene perdón, al pobre lo hicimos estando borrachos, y claro, algo tiene que influir. Pero tú eras la esperanza de la familia. Siempre tan formal, siempre tan responsable, con la cabeza bien amueblada, ¡y ahora esto…! No te reconozco, Sabrae, sinceramente.
               -Mamá, sé que lo que he hecho está mal. De verdad. Y estoy muy arrepentida. Pero tengo maneras de solucionarlo…
               -¿Ah, sí? ¿Me podrías decir cuáles?
               -Déjame hablar. Por favor. Antes de enfadarte conmigo y castigarme hasta el día que me muera, sólo déjame explicártelo, ¿vale? Mira, he hecho lo más conveniente para todos. Si me marchaba entregando el examen en blanco, seguramente me dieran una segunda oportunidad. Sabes las buenas notas que saco…
               -¿De qué demonios hablas?
               La miré, confusa.
               -¿No estás enfadada porque me he saltado un examen?
               -¿Qué? No. Bueno, sí, eso también, pero por lo que estoy furiosa es por la completa falta de raciocinio que has exhibido esta mañana, por no hablar del poco aprecio que pareces tenerle a tu vida. ¿¿Tienes idea de lo que te habría podido pasar si hubieras saltado por la ventana?? ¿¿En qué coño pensabas, Sabrae??
               -¡Alec acababa de despertarse y quería ir a verlo, mamá!
               -¿Y no podías ir por las escaleras?
               -Pues… pues…
               -Pues, ¿qué? Como llevabas mucho tiempo sin verlo, has decidido que no podías perder ni los dos segundos que te supondría bajar por las escaleras, ¿no? ¿Es eso?
               -Es que me puse nerviosa.
               -¡Se puso nerviosa! ¡Dios bendito, se puso nerviosa!-gritó, levantando las manos hacia el cielo y sacudiéndolas en el aire como una protagonista de culebrones-. ¿Y tú, cuando te pones nerviosa, decides que vas a romperte una pierna como mínimo e ir al hospital? ¡Podrías haberte roto algo, Sabrae! ¡O mucho peor! Es que no quiero ni pensarlo, ¡¿me oyes?! ¡Ni pensarlo! ¡Mi propia hija!-se sentó en el sofá, aferrándose el vientre-. ¡Mi pequeña, mi bebé! ¡La llevo en el vientre nueve meses, y así me lo paga!
               -Mamá… no quiero ser puñetera, pero tú no me pariste. Soy adoptada.
               -¡¡¡A MÍ NO ME CONTESTES!!!-tronó, poniéndose en pie y apuntándome con un dedo índice que me dio más miedo que el cañón de un fusil-. ¡¡HABRASE VISTO, LA SINVERGÜENZA ÉSTA!! ¡¡NO HABÍA VISTO TAL FALTA DE DECORO NI DE RESPETO POR UNA MADRE EN MI VIDA!! ¡¡EN MI VIDA, SABRAE!! ¿TAN POCO ME QUIERES?
               -¡Tenía que ir a ver a Alec, mamá! De entre todas las personas del mundo, tú eres la que más debería entenderlo-supliqué, y ella me fulminó con la mirada-. Cuando tú te quedaste embarazada, removiste cielo y tierra hasta dar con papá. Yo hice lo mismo. ¡Las dos cometimos locuras por los hombres a los que queríamos!
               -Yo no quería a tu padre de aquellas.
               -¡Yo sí!-dijo papá, al otro lado de la puerta, donde todos somos mucho más valientes. Mamá puso los ojos en blanco.
               -Me refería a Scott.
               Mamá se giró de nuevo para mirarme, y entrecerró ligeramente los ojos, escudriñándome con la inteligencia del maestro del ajedrez que prevé el jaque de su rival, pero sabe que ya no puede hacer nada, y se dedica a estudiar sus movimientos para ver en cuál se condenó.
               -No uses a tu hermano en mi contra. Eso no es justo. Además, no es lo mismo. Yo no me expuse a los mismos peligros que tú.
               -Tienes razón. Te expusiste a más. Yo sólo me habría roto una pierna, o vale, me habría salido un chichón. Pero tú… tú sabes por lo que pasaste; no hay necesidad de recordártelo. Pero tuviste suerte, nada salió mal, y ahora, aquí estás. Con un marido que bebe los vientos por ti, y cuatro hijos que te veneran. Especialmente, la mayor de tus hijas. La segunda de tu prole-le sonreí-. Como tú te mereces.
               Me acerqué a ella y le rodeé la cintura con los brazos, hundiendo la cara en su pecho. Emití un bufido de placer.
               -Estás muy equivocada si te crees que esos truquitos baratos van a funcionar conmigo. Yo no soy tu padre.
               -Jo. Lo siento mucho, mami-ronroneé, aún pegada a ella. Sentí cómo se ablandaba en cuanto pronuncié la última palabra.
               ¿Soy un poco mala?
               Sí. Cualquiera podría dar fe. Alec, el primero. Pero, ¿realmente está mal jugar las cartas que te ha dado la vida? Si yo soy adorable, no lo puedo remediar. Tendré que aprovecharlo un poco cuando los demás se enfadan conmigo.
               -Porfa, perdóname. No era mi intención disgustarte. Te quiero mucho.
               Mamá suspiró.
               -Pero que mucho, mucho, mucho.
               No pudo evitarlo: me rodeó con las manos, estrechándome un poco más contra ella, y yo sonreí.
               -Eres mala como el demonio, Sabrae-me acusó-. Melocotoncito tramposo…
               Me dio un beso en la cabeza y puso los ojos en blanco cuando yo le dediqué mi sonrisa más afable.
               -¿Qué voy a hacer contigo?
               -Oh, venga, mamá. ¡Ni que me dedicara a hacer parkour con el mobiliario escolar todos los días! Se me han cruzado los cables, eso es todo. ¿Cómo lo llamáis en el mundo jurídico?-arqueé las cejas-. Acción en cortocircuito, ¿no? Tú has conseguido absolver a clientas por eso.
               -Pegarle siete hachazos a tu marido maltratador es una cosa, Sabrae. Intentar saltar por la ventana es algo muy, muy diferente.
               -¿Y qué se supone que es lo grave?
               -¡Lo tuyo, por supuesto, porque eres mi hija! Menudo susto me has dado-me atrajo hacia ella y me acunó contra su pecho-. Prométeme que no vas a volver a hacer el tonto de esa manera.
               -¡Mamá, pero si soy tan cuidadosa que incluso salto los charcos hasta cuando llevo botas de agua! Dame un voto de confianza, ¿quieres? Tenía algo muy importante que hacer.
               -¿Y se puede saber qué es eso? Y no me digas que era ver a Alec, porque él podía esperar.
               -Sí, pero pedirle salir, no-anuncié, orgullosa, hinchándome como un pavo y poniendo los brazos en jarras. Mamá clavó los ojos en mí y Shasha se asomó a las escaleras.
               -¿¡Le has pedido salir a Alec después de darle calabazas!? ¡Tienes un morro que te lo pisas, zorra culogordo!
               -¡Cierra la boca, perra caraculo! ¡Métete en tus asuntos, que a ti nadie te ha dado vela en este entierro! Estoy hablando con mamá, ésta es una conversación privada.
               -Cuando mamá os riñe es de todo, menos privado.
               -Shasha…-advirtió mamá, y mi hermana salió disparada hacia su habitación. Después, me miró-. Guau, Sabrae, estoy…-parpadeó rápidamente, intentando procesar-. La verdad, estoy…
               -¿Contenta? ¿Ilusionada? ¿Ansiosa por estrenar cuñado?
               -Feliz, claro. Contenta, ilusionada, pero… ¿por qué ahora? ¿Por qué no cuando le dieran el alta, o se graduara, o…?
               -¡Ya está bien, Sherezade! Admite que has perdido y suelta la pasta, guapa-papá avanzó hacia nosotras con la mano estirada mientras mamá lo fulminaba con la mirada.
               -¿Habíais apostado por ver cuándo le decía que sí a Alec?
               -Yo no pierdo una ocasión de quitarle nada a tu madre ni muerto, Sabrae. Ya sea la ropa o el dinero, me da igual.
               -¿Tanto te costaba aguantar hasta tu cumpleaños?-preguntó mamá con cierto deje de fastidio en la voz.
               -¿Mi cumpleaños era el límite?
               -Sabrae-dijeron los dos a la vez, y luego papá continuó-: ¿es que no has visto cómo te mira Alec? Si no te sacara un anillo de compromiso en tu cumpleaños y te pidiera matrimonio, francamente, me sorprendería. Aunque no me ha pedido aún tu mano…
               -Ni lo va a hacer-atajó mamá-, que tú no eres nadie para decidir con quién puede o no puede casarse.
               -Soy su padre, Sherezade.
               -Ya, pero eso son cosas de mujeres-mamá se miró las uñas y deslumbró a papá con una radiante sonrisa. A papá se le secó la boca y la miró de arriba abajo, antes de girarse y decirme:
               -Cariño, mamá y yo nos alegramos mucho por ti, y después lo celebramos. Pero, si nos disculpas… hace una semana que no hacemos nada. No sé tu madre, pero yo ya no puedo más. Así que vamos a hacer el amor. En una hora hablamos.
               -Aún sigo enfadada contigo.
               -Ven conmigo a la habitación y ya verás qué rápido hago que se te pase.
               Más tarde, Shasha me contaría que una mamá medio histérica había abordado a papá nada más llegar él a casa. Había conseguido contactar con él cuando yo me bajé del coche en el hospital, pero no esperaba que tardara tanto en llegar.
               -Perdona, gatita. Estaba con los niños.
               Nadie necesitaba especificar quiénes eran “los niños”. El género masculino le pertenecía por completo a mi hermano.
               -Ajá. ¿Y qué tal tu hijo?-preguntó mamá, fingiendo indiferencia, revolviendo una masa a la que pronto le daría forma de galletas.
               -Ahí va.
               -Ajá.
               -¿Sigues enfadada con él?
               Mamá clavó la vista en la encimera de la cocina, tomó aire lentamente, intentando calmarse y fracasando estrepitosamente en el intento, y se volvió para mirar a papá.
               -¿Tú no?
               -Es un crío, Sherezade. Igual que lo era yo. No es que lo esté excusando, pero…
               -Estoy decepcionada con los dos-atajó mamá.
               -¿Conmigo también?
               -Con lo mal que te ha tratado desde siempre, y tú vas, y te pones de su lado sin más. Mira, Zayn, es mi hijo, y le quiero más que a nada en esta vida, pero tú eres mi marido y a ti también te quiero muchísimo, y no entiendo cómo puedes simplemente… fingir sin más que lo mal que lo has pasado estos años no ha sucedido.
               -Porque yo también lo hice, Sher. Sé por lo que está pasando. Y es mi hijo, le quiero, y no quiero que sufra. Bastante mal se estará tratando él a sí mismo como para que nosotros nos sumemos a ese dolor. Hasta Sabrae está enfadada con él; me lo ha dicho.
               -No me extraña. Se le ha caído un mito. Sabes que lo adora.
               -Sí, pero ahora Scott está lejos de casa, bajo el escrutinio de todo el país y con el peso del mundo sobre sus hombros. Es el Harry de su grupo, pero la cara es la mía. Le van a exigir cincuenta veces más que a mí, porque le van a hacer cincuenta veces más caso del que le hicieron a Harry. La ha cagado. Y tienes todo el derecho a enfadarte con él, porque no le educamos para que hiciera esto, pero… no es momento de darle la espalda.
               -¿Yo le estoy dando la espalda?-acusó mamá-. ¿Yo, que voy a verlo, que lo apoyo, que lo estrecho entre mis brazos y le digo que lo ha hecho genial, y…?
               -Le dices que lo ha hecho genial porque es la verdad, Sherezade. La cuestión es, ¿lo harías, visto lo visto, si nuestro hijo no fuera cojonudo en lo que hace?
               Mamá se había puesto como un basilisco con él, pero papá no se había amedrentado como cuando yo llegué a casa. Se pelearon como pocas veces, con la rabia con la que sólo podían pelearse cuando había un tema como ése en juego: nosotros.
               Cuando se separaron, papá se dio cuenta de que había sido injusto con ella. Mamá trataba bien a Scott, con el cariño de siempre, con la paciencia de siempre. Y cuando se separaron, mamá se dio cuenta de que había sido injusta con él. Sí que no veía a Scott de la misma manera. Sí que había cambiado un poco su percepción de él. Y sí que tenía que perdonarle.
               Así que ése era un día de perdones. Primero, Alec me perdonó a mí por ser tan estúpida y haber tardado tanto en entregarme a mis deseos. Después, yo empecé a perdonar a mi hermano, aunque me costaría un tiempo terminar de hacerlo. Y, por último, les había tocado el turno a mis padres, que no iban a hacer de lo que les había unido un motivo de discordia.
               Papá atrajo a mamá hacia sí y empezó a mordisquearle el cuello, a lo que ella no pudo resistirse. Me lanzó una mirada de disculpa y yo me reí, agitando la mano en el aire para dispensarlos, pensando en cuándo podríamos hacer Alec y yo lo mismo que ellos se disponían a hacer. De nuevo, me sobrevino el reconocimiento de lo increíblemente afortunada que era, al tener unos padres que me apoyaban como lo hacían y también se querían tan intensamente como el primer día, si acaso más. Me pregunté si Alec y yo seríamos así con nuestros hijos, tratando todo lo de la vida con la naturalidad con la que lo hacían papá y mamá.
               Y supe que sí. Que ellos también crecerían acostumbrados a estas muestras de cariño, a que el sexo fuera parte de nuestra relación, que lo vieran como lo que era: algo normal, natural, e incluso necesario.
               Con las risas de mamá, subí a mi habitación sin poder ocultar la sonrisa.
               Lo que no me esperaba era encontrarme a mis amigas allí, esperándome. Se pusieron todas en pie y empezaron a chillar a la vez, levantando las manos en gesto de celebración.
               -¿Tienes algo que contarnos?-preguntó Taïssa, la más romántica de las tres (de las cuatro, lo era yo), con unos ojos relucientes que competían en felicidad con los de las demás. Cerré la puerta de mi habitación y solté una risita tonta.
               -Chicas… tengo algo que deciros.
               -¡Oh, venga, Saab, no seas así! ¡Dilo YA!-chilló Momo, subiéndose a mi cama de un brinco.
               -¡¡Tengo novio!!-anuncié, y las cuatro nos pusimos a chillar más fuerte, a saltar y a abrazarnos. Sí, fue un día genial, absolutamente genial. Cuando vinieron a mi casa para dejarme la mochila y decidieron esperar, rezaron por tener que hacerlo durante mucho, mucho tiempo, pues eso significaría que Alec estaba bien y yo estaba con él. Sus esperanzas más alocadas incluso anticipaban una noticia semejante, pero desearlo era algo y tenerlo era otra cosa muy diferente.
               Pero yo lo tenía. Lo tenía y lo valoraba y lo celebraba de todas las maneras posibles: compartiendo mi postre, suplicando a mis amigas que se quedaran a dormir, cubriendo a todos a mi alcance de besos y canturreando cuando estaba en soledad, dando vueltas y más vueltas en la cama, deseando que llegara el momento de reencontrarme con él.
               Con mi novio.
               La sola idea me hacía flotar en una nube deliciosa.
               Así que, cuando llegué a su habitación el día siguiente, brincando como un hada de una flor a otra, y lo encontré distraído y distante, empecé a emparanoiarme. Algo no iba bien. Lo notaba. Evitaba mirarme durante mucho tiempo seguido, y cuando me contestaba, lo hacía con los ojos fijos en otro extremo de la habitación. No dejaba de juguetear con el móvil de su madre, que se lo había prestado mientras se hacían con uno nuevo (que quería pagar él, por supuesto), mirándolo de reojo y moviéndolo entre sus dedos, cambiándolo de posición sobre la mesa, y la cama, y su regazo.
               Sabía que me iba a arrepentir de preguntarlo. Lo sabía. Pero no podía seguir así. No podía continuar comiéndome la cabeza ni un segundo más, preguntándome si había cambiado de opinión, si había visto algo que le hubiera hecho darse cuenta de que era demasiado tarde.
               -Alec, ¿te encuentras bien?
               -¿Yo?-me miró, sorprendido, como si la pregunta fuera un disparate. Quizá así fuera.
               -Sí.
               Se relamió, pensativo, mordisqueándose los labios. Pero, al menos, no había apartado la vista.
               -Digo, al margen de lo obvio, ya sabes…-señalé con la cabeza los monitores, riéndome con nerviosismo.
               -Sí, estoy bien, eh… es que… yo… quería… Saab, necesito preguntarte…
               Ay, Dios, ay, Dios, ay, Dios. Me quedé sin aliento, me latía el corazón a mil. Por favor, que no me deje. Por favor, que no me deje. No puedo vivir una vida sin él ahora que ya sé lo que es vivirla con él.
               -Alec, por favor, sea lo que sea, dilo ya. Me estás asustando-le pedí con un deje histérico en la voz.
               -Quería saber por qué… ¿por qué me has dicho que sí?
               Me quedé pasmada. ¿Cómo que por qué le había dicho que sí? La pregunta correcta sería cómo me las había apañado para decirle que no. Le quería. Estaba enamorada de él. Era la persona más maravillosa que había conocido nunca. Era bueno, listo, gracioso, guapo, agradable, amable, generoso, humilde, bueno otra vez, listo otra vez, gracioso otra vez y guapo otra vez. Era increíble. La típica persona que parece que sólo existe en los libros o en las películas, pero él era real. Estaba ahí. Me hacía sentir como una reina, me hacía sentir única y especial, me hacía reír como nadie, eliminaba mis inseguridades y era estupendo en la cama.
               Cualquier chica sería tremendamente afortunada de tenerlo. Y yo era esa chica.
               -Porque me he cansado de ponerte excusas-contesté-. Porque la pregunta no es por qué te he dicho que sí, sino cómo hice para decirte que no.
               -Tenías tus motivos-contestó, mirándose las manos-, y me preguntaba si… crees que esos motivos ya no existen.
               -¿A qué te refieres?
               Estaba perdida. Realmente perdida. No sabía a qué venía esto, ni me hacía una idea de dónde podía proceder. Me encontraba dando palos de ciego en un lugar del que ni siquiera era capaz de reconocer la superficie del suelo: podía estar en el gran salón de un palacio, en el desierto, o en un zulo.
               -¿No es por África?-dijo por fin.
               Y yo me quedé callada. Y pensé. Y pensé. Y pensé.
               Me había cansado de ponerle excusas, sí. Era increíble, sí. Le deseaba, sí. Deseaba ser suya, sí.
               Pero ahí estaba. Una minúscula posibilidad en el pasado, que ahora era inmensa. La razón principal de que yo tuviera miedo y siguiera en mis trece cuando me demostró que mis miedos respecto a cómo era él eran infundados. Iba a marcharse. Hacía dos semanas, iba a marcharse durante un año.
               Y ahora… no.
               Y descubrí que eso me aliviaba. Incluso siendo consciente de que daría el paso en un momento u otro, más pronto que tarde, pensar que él no se iría al voluntariado también influía en mi decisión. Había hecho que dejara de tener miedo, porque ya no había nada que temer.
               Sí, África había influido.
               -Sí-admití-, África ha influido, aunque sea un poco.
               Alec asintió con la cabeza, se mordió de nuevo el labio y apartó la mirada.
               -Me lo temía.
               -¿Qué quieres decir?
               Y entonces, ahí llegó. Cayó del cielo silbando, una bomba presta a destruirnos a mí y a mi felicidad.
               -Sabrae… mis intenciones no han cambiado. Voy a ir a hacer el voluntariado de todos modos este verano.



¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺
      

2 comentarios:

  1. Paulaa @legendaryravens en twitter
    Bueno ya que estoy al día después de mes y medio empiezo a comentar jejejejejeje. ME HA ENCANTADO EL CAPÍTULO y creo que lo he disfrutado mucho porque sabía que hasta dentro de una semana no voy a poder leer nada más.
    Primero, no puedo con lo enamorados que están estos dos ósea es que cómo hablan el uno del otro?????? OTRO PUTO ROLLO. Mira si mi futuro novio no es como Alec NO LE QUIERO.
    Me ha gustado mucho leer todo este momento desde el punto vista de Alec: cómo ha flipado cuando se ha enterado de que Scott se acostó con Diana y con Zoe, cómo se ha sentido fatal por Jor y cómo se ha negado a que Scott se rinda y le ha animado a conseguir recuperar a Eleanor. Además, me ha representado mucho cuando ha dicho que Sceleanor son sus padres la verdad.
    Me encantan los momentos en los que están los nueve juntos y estoy deseando leer momentos que ya he leído en cts, pero desde el punto de vista de Alec y/o Sabrae. Aunque creo que ahora mismo de lo que más tengo ganas es del cumpleaños de Sabrae.
    Luego, espero que la rehabilitación no se le haga muy cuesta arriba a Alec y que, con la ayuda de sus amigos, de su familia y sobre todo de Saab no lleve muy mal estar tanto tiempo encerrado en el hospital.
    Y luego el final. Mira que te gusta un buen drama e??? Yo esto no lo había visto venir, ni se me había pasado por la cabeza que Sabrae pensase que Alec no iba a irse a África, supongo que porque sabía que si que se iba a ir. Espero que esto no haga que Sabrae vuelva a cerrarse en banda.

    ResponderEliminar
  2. BUENO YO NO SE COMO HACES QUE DE UN CAPÍTULO FELICISIMO LO TUERCES TODO EN EL ÚLTIMO MOMENTO. NO MEREZCO ESTO VALE, NO LO MEREZCO.
    Me ha encantado volver a releer este despertar de Alec con todos sus amigos y los poquitos nuevos diálogos que has añadido que me han sacado alguna lágrima de la melancolía y la risa.
    Este final me ha dejado malita, me veía venir esa conver tarde o temprano pero no me la esperaba YA, tengo ganas de ver como la atajan y lo resuelven.

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤