Mimi parecía una payasa. En el sentido literal y
metafórico de la palabra. Sus lágrimas se deslizaban por su rostro en ríos de
un ligerísimo tono plateado que bien podrían ser las marcas de un maquillaje
tan sutil como elaborado. Descendían en diagonal hasta los montes de sus
mejillas, y de ahí, giraban en un ángulo de 90 grados para terminar cayendo en
sus labios, dejándole un deje salado en la sonrisa que le traería muchos
recuerdos a lo largo de su vida.
Y
siempre, siempre, le recordarían a ese momento.
-Estás
despierto-jadeó de nuevo, cogiéndome la mano y llevándosela a los labios. Las
enfermeras aún no se habían percatado del pequeño milagro que acababa de
suceder en su área, tan ocupadas como estaban atendiendo a los demás pacientes,
mucho más interesantes que el chaval en coma cuyas únicas novedades eran las
arritmias que le producía una chica que ni siquiera era su novia. Así que esos
primeros momentos fueron sólo para nosotros dos, para que los disfrutáramos,
para que hiciéramos algo con lo que tomarnos el pelo el uno al otro a base de
recordárselo a nuestros sobrinos.
Jadeé,
intentando celebrar con un glorioso “¡sí!” que, efectivamente, así era. El
sueño tan vívido que había tenido durante esa semana poco a poco se diluía en
mi cabeza, en la que terminaría dejando un poso que sólo podría visitar en el
mundo onírico. Lo único que quedaba de ese tiempo que había pasado como un
fantasma más deslenguado que los demás (y también más desesperadamente
inofensivo) era la sensación de cansancio, de agarrotamiento, de dolor.
De no
ser por lo ajeno que notaba mi cuerpo, nadie habría dicho que había pasado una
semana desde la última vez que había abierto los ojos.
Pero
ahí estaba la sensación de hormigueo. El ardor en los pulmones a causa de tanto
tiempo respirando oxígeno puro, que no tuviera que separar del resto de gases
que componían la atmósfera. La presión que notaba en la parte baja de la
espalda, sobre la que había pasado gran parte de ese tiempo, en la que pronto
habrían comenzado a formárseme heridas. El encharcamiento ahora de mi
respiración, cuando mis pulmones se veían obligados a funcionar de nuevo a
pleno rendimiento, quizá incluso hasta un poco más forzados.
Las
llamaradas que me recorrían el interior, allí donde mis entrañas se habían
quedado al aire, dejándome al descubierto y vulnerable durante más tiempo del
aceptable. No había ningún hueso del cuerpo que no me doliera; incluso el
cráneo acusaba los golpes que había recibido hacía ya tanto tiempo, pero lo que
notaba por dentro era incluso peor. Era como si aún tuviera las manos expertas
de los médicos revolviendo dentro de mí, como si me hubieran vertido ácido por
el ombligo y éste hubiera ido calando mi interior hecho de esponja.
Pero
me sentía bien. Misteriosamente, a pesar de que nunca había estado peor
físicamente, mi cerebro estaba segregando tal cantidad de serotonina que me
sentía hasta mareado. Me estaba emborrachando de felicidad, literalmente, pues
nunca habíamos luchado con tanta vehemencia por nada, y habíamos terminado
lográndolo. La victoria jamás había sido así de dulce.
Ni
importante.
Así
que, movido por esa suerte líquida que me corría por las venas y que hacía que
fuera capaz de poner en un segundo plano el sufrimiento que me ocasionaba la
consciencia, asentí despacio con la cabeza. Me costó horrores parpadear; por
eso lo hice muy despacio.
Por
eso, y porque aún no me acostumbraba del todo a mi cuerpo. Era como si hubiera
vivido una larga vida siendo un ser etéreo, compuesto exclusivamente de
partículas gaseosas, y de repente me hubieran encerrado en un cubículo tan
pequeño que hasta a mí me costaba adaptarme a él. Como si me hubiera
reencarnado en un mosquito cuando antes había sido un elefante.
Como
si me hubieran confinado en el cuerpo de un niño de tres años.
-No
puedo creer que por fin hayas abierto los ojos-jadeó mi hermana, a punto de
empezar una de sus peroratas de felicidad. Sus ojos chispeaban con la luz de
miles de estrellas, convirtiéndome en un navegante que veía su rumbo en las
constelaciones, y que jamás se perdería gracias a ella-. He llegado a pensar
que este momento no iba a llegar nunca… te hemos echado tantísimo de menos, Al…
tienes los ojos más bonitos que he visto jamás.
Bueno, bueno, bueno, dijo una voz en mi
cabeza, desperezándose. Era lo único que no dolía, lo único que seguía
sintiéndose tal y como antes de aquel paréntesis en mi existencia que todavía
no me explicaba del todo bien, cálmate,
niña. Sigo siendo tu hermano.
-Ojalá…-jadeé, tomando aire.
Respirar sin oxígeno con unos pulmones viciados era toda una hazaña, así que
hablar todavía era peor-, pudiera…
Bufé,
frustrado, y giré la cabeza para acercarme de nuevo a la mascarilla, que Mimi
me colocó de nuevo sobre la boca. La bocanada de aire ardiente que me entró en
la garganta me hizo incluso más daño, pero también me alivió. Sentí que se me
despejaban un poco más los sentidos, como si hubiera pasado un trapo por una
ventana cubierta de polvo y grasa. El polvo se había ido, ahora sólo quedaba
fregarla.
-Tómate
tu tiempo, Al. No hay ninguna prisa. Ya no-sonrió Mimi. Pobrecita. No sabía la
que le esperaba. Me dejó dar una larga bocanada, en la que hinché tanto mi
pecho que sentí que las vendas cedían un poco, y con ellas, mis costillas. Un
ramalazo de dolor me ascendió por la columna vertebral: mi pecho protestaba por
el sobreesfuerzo, pero yo no iba a dejar escapar esta oportunidad.
-…
decir lo mismo de…-tomé aire de nuevo. Una gotita de sudor me descendió por el
mentón, fruto del tremendo esfuerzo que estaba haciendo para mantener la
primera conversación de mi nueva vida-…ti. Sigues siendo igual de horrorosa que
siempre.
A
Mimi se le congeló la sonrisa en la boca, y se irguió con dignidad. Su
flequillo ocultó sus cejas, pero no su expresión de cansancio. Pobrecita. No
llevábamos ni cinco minutos juntos de nuevo, y ya había conseguido agotar su
paciencia.
-Creo
que te voy a pegar para que te vuelvas a dormir. Me caías mejor estando en
coma-espetó, cruzándose de brazos y haciendo un mohín. Sonreí. Tuve la
precaución, todavía no sé cómo, de no echarme a reír, porque eso habría
resultado desastroso para mi caja torácica.
-Seguro
que no… soportas… dejar de ser la favorita… otra
vez.
Hundí la cabeza en la
almohada, intentando no asfixiarme. Mimi me recolocó la mascarilla, ligeramente
incorporada en el asiento.
-Oh,
Alec, pero si yo nunca he dejado de
ser la favorita. Ni dejaré de serlo-sonrió-. Después de todo, no soy yo la que
se ha estampado con su estúpida moto y le ha dado un susto de muerte a mamá.
Dios, te la vas a cargar de tal manera…-incluso
se relamió, la putísima psicópata que tengo por hermana. Maldito demonio
pelirrojo. Si Lucifer la conociera, tendría pesadillas con ella-, mamá va a
hacer que desees que el coche te hubiera pasado por encima.
Y,
como animada por la perspectiva de ver cómo nuestra madre me aniquilaba total y
absolutamente, se volvió y avisó a las enfermeras. Ella diría que lo había
hecho por felicidad, movida por un instinto fraternal poderosísimo, pero yo
sabía la verdad: lo único que le interesaba más que el baile a Mimi, era ver a
mamá echándome una bronca de no te menees.
Vale,
quizá esté siendo un pelín cabrón pensando así de mi hermana, y puede que hasta
un poco tonto por no ver que estaba tratándome con la normalidad que yo
desearía más adelante, pero dame un respiro, ¿quieres? Estoy convaleciente,
coño. Me han quitado un trozo de pulmón. Eso me da derecho a ser un poco hijo
de puta y muy, muy quejica, ¿vale? Y pretendo aprovechar que tengo una excusa
para protestar por absolutamente todo.
Así
que no, no diré que Mimi avisó a las enfermeras con los ojos llorosos de nuevo,
con una sonrisa en los labios, y que sólo se apartó de mí cuando ellas se lo
pidieron. El personal médico revoloteó a mi alrededor como si le hubiera
quitado el puesto a la mismísima Beyoncé (la cantante, no mi amiga) y yo fuera
la nueva abeja reina. Todos bailaron a mi alrededor, tomándome las constantes,
poniéndome luces en los ojos para que las siguiera, haciéndome mover los dedos
de las manos y los de los pies para comprobar que no tenía lesiones medulares…
Todos
se hicieron a un lado con respeto en cuanto llegó una mujer de pelo rubio
pajizo, recogido en una coleta, rasgos suaves y mirada oscura e inteligente.
Sonrió nada más verme, más satisfecha consigo misma que conmigo por haber
conseguido hacer su puto trabajo y apañármelas para abrir los ojos.
-Me
alegra ver que te has despertado, Alec. A Peter no le va a hacer ninguna gracia
que lo hayas hecho en su descanso, pero que se aguante-rió, encogiéndose de
hombros-. Soy la doctora Theresa Watson-se presentó, acercándose a mí y
tomándome de la muñeca, comprobando estúpidamente mi pulso-. Fui una de tus
cirujanas en quirófano, y he estado haciéndote el seguimiento junto con Peter
Moravski, el cirujano jefe, desde que llegaste. ¿Cómo tiene la presión
arterial?-preguntó a una de las enfermeras, que le soltó una cifra que yo no
logré entender. La doctora Watson asintió con la cabeza-. Bueno, es normal que
estés débil después de lo que has pasado. Ya hemos avisado a cocina para que te
suban algo para comer; te morirás de hambre, ¿verdad?
Asentí
con la cabeza, incapaz de ignorar por más tiempo la sensación de vacío de mi
interior. No sólo tenía unos dolores tremendos: también me moría de hambre.
-Vamos a tenerte un par de
horas más aquí, en observación, y luego, si todo va bien, te subiremos a
planta, donde ya podrás recibir visitas.
-¿Mi
madre no puede entrar a verlo?-preguntó Mimi, con tono preocupado y no sin
cierto deje desafiante en la voz que a mí me divirtió. No es que Mimi estuviera
dispuesta a pelearse con los médicos, todo lo contrario, pero sabía a ciencia
cierta que mamá no dejaría pasar ni un minuto desde que le dieran la noticia de
que estaba despierto hasta poder comprobarlo con sus propios ojos.
¿Qué
digo un minuto? Mamá no dejaría que pasaran ni tan siquiera diez segundos.
-Por
supuesto que sí. Pero nadie más-advirtió la doctora, señalándonos tanto a Mimi
como a mí, como si yo tuviera alguna culpa de que la UVI hubiera parecido la
alfombra roja de los Oscar, tan cotizada que todo el mundo quería pasearse por
ella.
Bueno,
vale, técnicamente la culpa de que
hubiera estado tan concurrida, y en horarios tan inusuales, era mía. Pero yo no
lo había pedido. Es más, ni siquiera recordaba quiénes habían venido a
visitarme: bien podría haber sido mi círculo social al completo, como mi
hermana en exclusiva. Tenía vagos recuerdos de una vida pasada, flotando sobre
mi cuerpo como un fantasma, pero todo lo que ocurría en ellos me parecía tan
surrealista que no podía ser más que producto de mi imaginación. Eso, o me
había dado un hostiazo en la cabeza y se me había soltado algún tornillo.
Además,
todo estaba tremendamente difuminado. Más que recuerdos, parecían fotogramas de
una película superpuesta sobre otra, tan rápidos y desdibujados que no sería
capaz de distinguirlos. Los más nítidos tenían que ver, como no podía ser de
otra manera, con Sabrae, pero incluso entonces carecían de sentido: había uno
en el que me encendía como la intermitencia de un coche cuando ella me tocaba,
otro en el que se inclinaba sobre mí con mi sudadera puesta, y otro en el que
prefería no pensar, pues se había visto como si estuviera viviendo el Halloween
del que habla Lindsay Lohan en Chicas
malas: como si estuviera intentando ganar el concurso a Miss Fulana de
Inglaterra 2035.
Sí,
me haría bien mantener esa imagen apartada de mi mente, no fuera a darme un
ictus pensando en su escote.
Claro
que el mejor sitio para que te dé un ictus es, precisamente, un hospital.
Pero
bastantes sustos le había dado ya a mi familia esa semana como para añadir un
accidente cerebral a la lista. Necesitaría estar completamente despejado; todo
lo que me lo permitiera mi reciente despertar, al menos. Iba a ser un día muy,
muy movido, y mi cuerpo aún débil, y mi mente todavía adormilada, agotada de no
sabía muy bien qué (supongo que de soñar gilipolleces) no se podían permitir
malgastar ni una pizca de energía en algo diferente a mantener los ojos
abiertos y tratar de tranquilizar al personal. Ya que, si los sanitarios me
habían rondado como buitres a la carroña, debía tener un aspecto lamentable.
El
universo no tardó en mandarme la primera de las pruebas con las que debía
demostrar en esta nueva vida ser merecedor de las muestras de cariño que me
habían ofrecido en la anterior: en cuanto la doctora Watson salió por la puerta
e informó a mis padres de que estaba despierto, ambos intentaron entrar en
tromba en la UVI para comprobar que no era una broma extremadamente cruel. Dado
que no le dieron tiempo a informarle de las limitaciones de aforo que había en
mi cubículo, en el que ya se estaba haciendo una excepción a la norma de un
paciente, un visitante, mamá se puso a dar gritos nada más impedirles dos
celadores que pasaran Dylan y ella juntos. Suerte que mi padrastro era más
paciente y sabía hacer retroceder a mamá cuando no llevaba razón, antes de que
alguien saliera herido. Yo no le oí, pero se ofreció a quedarse atrás y dejar
que mamá disfrutara de mis primeros momentos despierto sin discutir con nadie,
y ella estaba tan atolondrada por el hecho de no tener que sacarme de su
testamento por haberme sobrevivido que ni siquiera protestó. Simplemente empujó
a los celadores y echó a correr, literalmente, hacia mí.
A
pesar de que el sonido debería haberme llegado antes que la imagen, vino tan
rápido y yo estaba tan apijotado que no pude identificar ese golpeteo rítmico
del suelo con sus pasos hasta que no la tuve prácticamente encima de mí. Entró
con la energía de un huracán, arrasando con todo y todos mientras iba a
confirmar que su mayor sueño se había cumplido, y no tendría que sentarse más
junto a un cuerpo inerte.
Sus
ojos se abrieron como platos y una sonrisa radiante se dibujó en su boca,
curvándosela hasta extremos imposibles, con la que su mirada se tornó en
diamante. Emitió un sonoro jadeo cuando sus ojos se encontraron con los míos, y
un tsunami de lágrimas ascendió por ellos.
Es
que imagínate pasar nueve meses de embarazo, un parto relativamente largo, y
que 18 años después, el fruto de tu vientre tenga la cara que tengo yo. No me
extraña que mamá reaccionara así al verme: soy ofensivamente guapo.
-Mi
niño-gimió, andando hacia mí con ese gesto de absoluta felicidad en el rostro,
un gesto que mamá había nacido para tener. Si hubiera estado más espabilado, me
habría puesto a pensar en lo hermosa que habría sido mi infancia si siempre le
hubiera visto ese semblante al estar con mi padre, el hombre que se suponía que
debía protegerla, cuidarla y amarla de la manera que ella necesitaba para poder
florecer como la preciosa flor que ahora era.
Pero
acababa de salir de un coma. En lo único en que podía pensar en que estaba
feliz de estar ahí, feliz de que mi pasado fuera el que era, porque había
conseguido superarlo y había sido capaz de volver a abrir los ojos. Me moría
por volver a la normalidad.
Así
que, invirtiendo una inmensa cantidad de energía en recuperar todo lo que había
sido con anterioridad, mi cerebro ideó un plan infalible con el que le
demostraría al mundo que no todo había cambiado. Puede que sus reacciones al
verme ahora fueran distintas a como lo habían sido hacía una semana, pero yo no
era tan diferente.
Puse
los ojos en ella mientras se acercaba a cogerme de la mano, emocionada, con
la respiración agitada como si hubiera
recorrido la distancia de un maratón en lugar de apenas una decena de metros
para verme, y fruncí ligeramente el ceño.
-Mi
pequeñín-repitió con cariño, cogiéndome la mano y besándome la palma antes de
inclinarse hacia mí. De haber estado un poco más fuerte o algo menos dolorido,
me habría apartado de su gesto.
Pero,
seamos sinceros. Estaba cansado, hecho papilla… y echaba de menos a mamá. Tenía
un caso grave de mamitis aguda, no me
avergüenza reconocerlo. Lo cual no me impedía tomarle un poco el pelo a la
mujer a la que se lo debía literalmente todo.
-¿Quién
es usted, señora?-le pregunté en un hilo de voz por encima del sonido del
respirador introduciendo oxígeno en mis pulmones que yo convertiría en una
soberana vacilada.
Mamá
se quedó helada en el sitio. No sabía cómo procesar las cuatro palabras que
acababa de escuchar de mi boca: las más horribles, las más inesperadas, su
pesadilla más vívida. Rápidamente, empezó a repasar la brevísima conversación
que había tenido con la doctora a la entrada de la UVI. Buscó una inflexión en
la voz que se le hubiera pasado por alto, algo que le indicara que su hijo ya
no era su hijo, o al menos no del todo, no completamente, no como lo había sido
antes. ¿Acaso… acaso había perdido la memoria? ¿Acaso tenía una lesión cerebral
como la que llevaban anunciando a bombo y platillo las enfermeras más agoreras?
¿Acaso mis lagunas mentales eran selectivas, y todos los años que habíamos
pasado juntos, las risas y los llantos, las peleas y los mimos, se habían desvanecido
de mi mente y ahora sólo ella era su custodio?
¿Acaso
había quedado relegada al fondo de mi memoria, donde interpretaría un papel sin
palabras, como figurante en un escenario que ella misma había creado con sus
propias manos, el sudor de su frente, y la sangre de su seno?
¿Seguía
siendo mi madre si yo no recordaba el vínculo que nos unía?
¿Volvería
a escucharme decir la palabra con la que me refería a ella con el cariño con el
que lo hacía cuando estaba falto, con el peloteo con el que lo hacía cuando
quería algo, o con el fastidio con el que la pronunciaba cuando ella me
avergonzaba en público?
Si yo
no recordaba quién era, mamá dejaba de ser mamá. Toda su persona, todo su
carácter y toda su historia se había construido con la base de un único punto
de inflexión: yo.
Si se
había armado de valor para marcharse del infierno en el que mi padre la había
sumido, era porque no quería perderme. Porque mi vida valía tanto, o más, que
la suya. Y si yo no recordaba eso, si no recordaba su esencia misma… Annie
Whitelaw simplemente desaparecía.
Pero
su preocupación no se veía exclusivamente restringida a ella. Es más: como
buena madre que era, le preocupaba más cómo me afectaba a mí no recordarla. ¿Me convertiría eso en alguien diferente? ¿Me
causaría algún tipo de daño el no recordar quién era mi madre? ¿Me estaba
molestando? ¿Me estaba dando miedo? ¿Había algo dentro de mí roto a un nivel
incluso más profundo que mi alma, si no era capaz de reconocer ni a mi familia
más cercana? ¿Me dolía? ¿Me recuperaría? ¿Quién era yo, si ya no era…?
-¡HAS
PICA…! ¡¡¡AUUU!!!!-aullé,
retorciéndome de dolor. Satisfecho con mi broma (y puede que un poco
arrepentido del extremo al que la había llevado, no lo voy a negar), me había
incorporado un poco para señalarla en el típico gesto de “¡inocente!”.
Lo
que pasa es que el inocente había sido yo, al pensar que mi cuerpo era el de
siempre y que mis acciones no tendrían consecuencias. Porque, en cuanto levanté
la mano, un tirón me recorrió todo el brazo, instalándoseme en el hombro en
forma de explosión. Mis costillas también se resintieron, protestando por el
movimiento repentino con lo que a mí me sonó como un chasquido… y, por si fuera
poco, los músculos de mi abdomen estallaron en un mar de llamas que hizo que me
desplomara de nuevo sobre la cama.
Se me
dispararon las pulsaciones, como no es para menos, si tenemos en cuenta que
estaba viviendo un puto calvario del que no iba a ser capaz de salir en mucho,
mucho tiempo. Mamá se inclinó hacia mí, me pasó una mano por la frente perlada
de sudor, y trató de tranquilizarme, de normalizar esa respiración jadeante que
hacía que me subiera todavía más el pulso. A más rápido latiera mi corazón, más
rápido se esparcía también por mi cuerpo la ponzoña en que se había convertido
mi sangre, mezclada con mi dolor y la medicación con la que habían tratado de
mantenerme con vida, ya no digamos despierto.
-¿Te
duele?-preguntó mamá, angustiada, y yo me mordí el labio y negué con la cabeza,
apretando tanto los dientes que podría haberme hecho sangre. Mamá llamó a las
enfermeras, que volvieron a rodearme con la diligencia de los mejores escoltas,
y tras ver mi expresión, le pidieron que saliera un momento.
Sorprendentemente,
mamá obedeció sin rechistar. Se retiraron al otro lado del biombo, donde no
podían verme, y esperaron allí con impaciencia mientras las enfermeras me
destapaban, me quitaban las vendas (en las que había aparecido una mancha roja
nada halagüeña) y me volvían a colocar los puntos que se me habían saltado. Por
suerte para mí, tan sólo fuero tres, pero dolían como treinta.
-No
más movimientos bruscos-me advirtió la enfermera jefe, señalándome con un dedo
acusador. No sabría decir quién tenía más ganas de que me fuera de la UVI, si
ella o yo-. O tendremos que inmovilizarte.
Me
dieron ganas de contestarle con un sardónico “¿más?”, pero me mordí la lengua
en el último momento, hecho que me pareció sorprendente y un gran indicativo de
que las cosas estaban cambiando, y efectivamente era un Alec nuevo. Me quedé
allí, calladito y formal, mientras dejaba paso a las mujeres de mi vida.
Bueno,
las que compartían sangre conmigo. Todavía no quería ponerme a pensar muy
intensamente en Sabrae, o me entraría la ansiedad. ¿Por qué no estaba conmigo?
Estaba seguro de que, si me pasara algo grave, ella no me dejaría.
Ay,
mi madre. ¿Le había pasado algo a ella?
Intenté hacer memoria de lo que me había dicho la doctora. “Es normal que estés
débil después de lo que has pasado”. Vale, pero, ¿qué había pasado? ¿Lo había
pasado solo?
Joder,
¿me había pasado algo con la moto?
Mierda,
mierda, mierda. Había cogido la costumbre de llevarme a Sabrae en moto de vez
en cuando. Puede que…
-Yo
te lo traduzco: no más payasadas-me instó mamá, con un gesto que intentó ser
duro pero no le salió del todo bien. Las lágrimas que se habían acumulado en
sus ojos cuando me vio con los míos abiertos se habían derramado hacía tiempo-.
Mi amor… ¿cómo estás?-sentándose a mi lado y acariciándome la frente con unos
dedos que bailaron sobre mi piel, convirtiéndome en el mejor escenario de
danza.
-Sabrae-jadeé,
sintiendo que el corazón iba a salírseme del pecho. Podía escuchar los latidos
doblemente: por un lado, retumbándome en los tímpanos; y por otro, en las
máquinas que me rodeaban, el único indicativo de que continuaba con vida
durante la anterior semana, que para mí ni siquiera existía-. ¿Sabrae está
bien?
Cada
exhalación era un suplicio. Cada sílaba, un puñal en mi garganta. Me ardía el
oxígeno en los pulmones; sería capaz de trazar el recorrido de mi aparato
respiratorio con sólo seguir la línea de fuego que entraba y salía
continuamente de mi interior, con cada respiración.
Pero
aquello no era nada comparado con el
malestar que me producía estar dentro de mi cabeza, ese lugar que constituía el
hogar de mis demonios, los monstruos que me hacían creer que ella podía estar
como yo.
Ni
siquiera era capaz de plantearme que le hubiera pasado algo más grave que a mí,
y eso que yo estaba como si una manda de rinocerontes me hubiera utilizado como
tablao flamenco. La idea de un mundo en el que Sabrae no fuera más que un
recuerdo bastaba para pulverizarme el alma, y el alma era lo único que tenía
intacto, de momento. Lo único sano. Lo único que podría entregarle para que lo
poseyera como quisiera. No iba a darle nada roto.
-Todavía
no he podido avisarla-dijo Mimi en tono de disculpa, y mis ojos saltaron hacia
ella-. Tiene el móvil apagado.
-¿Avisarla?
A
ella jamás se le apagaba el móvil. Estaba muy pendiente de su batería. Tenía
como una especie de don. Sabía que sus padres podían necesitarla, y no quería
ponerlos en la tesitura de preocuparse por ella, por dónde estaría, por si
estaría bien. Sabía perfectamente lo mucho que sufrirían Zayn y Sherezade si no
eran capaces de localizarla: yo mismo lo estaba sufriendo entonces.
-Está
en el instituto-respondió mamá, leyendo mis temores en mis ojos. El suspiro que
exhalé la hizo sonreír, y juro que en mi torrente sanguíneo fue como una
corriente de agua fría que se vierte justo en el centro de un volcán a punto de
erupcionar, evitando así una catástrofe.
-Gracias a Dios…-musité en griego, y mamá sonrió.
-Lleva
visitándote una hora todos los días desde que ingresaste. No ha fallado ni una
sola vez. De hecho, hasta que Mimi no te ha despertado, Sabrae ha sido la que
más avances había hecho contigo.
-¿Avances?
-Supimos
que nos escuchabas porque reaccionabas a ella. Cada vez que ella decía “mi
amor”, te daba un vuelco el corazón-comentó con cariño, jugueteando con un
mechón de pelo que se empeñaba en rizárseme en la frente, justo sobre el ojo, y
que yo no me podía apartar-. Sabía que la querías, mi vida, pero no me esperé
que la amaras tantísimo como para demostrarlo de una forma tan física.
-¿Ella
me hablaba?
-Oh,
sí, todos lo hacíamos, en realidad. Te hablábamos, intentábamos que olieras
cosas, incluso te dimos a tocar diferentes objetos con la esperanza de que lo
notaras. Pero nunca hacías nada. Te daban pequeñas convulsiones de vez en
cuando, pero…
-Era
yo-dije con seguridad, a pesar de que no lo recordaba, pues lo sentía cierto.
Una parte de mí, esa parte que se había bloqueado y que se guardaba detrás de
cada vez más y más cerrojos ahora, sabía que había estado más consciente de lo
que recordaba durante ese periodo. No era propio de mí dejar que mi cuerpo
tomara las riendas. Yo jamás me quedaría de brazos cruzados y dejaría que
pensaran que no estaba ahí. Si me tocaran… si yo las sentía… me aseguraría de
que ellas me sintieran a mí.
Mamá
sonrió.
-Sabrae
estaba segura de que eras tú. Pero dejaste de moverte llegado un punto, y…
recurrimos a otros métodos. Hasta que descubrimos que nos oías, así que nos
centramos en eso. Mimi te puso música-miró a mi hermana, que sonrió y asintió
con la cabeza, orgullosa de haberse ocupado del plan que había hecho que
encontrara el camino de vuelta-. Yo te hablaba, y Sabrae te cantaba. De vez en
cuando llamábamos por teléfono a tus amigos, para probar y ver si alguna de sus
voces era la indicada… pero, por lo demás, la verdad es que protagonizábamos
bastante la acción, ¿verdad que sí, Mím?
Miré
a mi hermana, que sabía exactamente por dónde estaban yendo mis pensamientos.
-Sabrae
te cantaba, Al-repitió, para permitirme terminar de interiorizarlo-. Se iba
todos los días medio afónica, hablaba lo menos posible para descansar la voz
todo lo que pudiera, y cuando volvía al día siguiente, se sentaba y empezaba
otra vez hasta que se quedaba sin voz. Podíamos oírla al otro lado de la
puerta. No dejó de intentarlo ni un instante.
Sentí
que se me llenaban los ojos de lágrimas. Imaginarme a Sabrae peleando a mi
lado, cogiéndome la mano, cantando y cantando y cantando, sabiendo que su voz
me guiaría hacia la salvación como el canto de una sirena invertida, y
siguiendo incluso cuando le abandonaban las fuerzas, sin perder la esperanza,
era algo que removía todo lo que yo tenía dentro. La visualicé a mi lado,
sonriéndome, cogiéndome la mano y repasando todo el repertorio de las canciones
que habíamos escuchado juntos, bendiciendo mis oídos con esa voz suya que el
mundo no se merecía, pero que ella nos regalaba igual.
La de
cosas que me habría dicho con la música y las palabras de otros, y que yo era
incapaz de recordar ahora.
De
qué mil maneras me había dicho que me quería usando las canciones de otros,
confiando en que yo la escucharía.
-No
lo ha hecho porque me quiere. Lo ha hecho para no sentirse culpable al
despertarme y no estar aquí-bromeé, y mamá y Mimi se sonrieron-. Así no tendría
tanto cargo de conciencia.
Descansé
la cabeza en la almohada y cerré los ojos un momento. Sabrae estaba bien. Yo
estaba despierto. Volveríamos a vernos, y eso sería todo.
Un
segundo… eso no sería todo. Todavía
me faltaba la pieza más importante del puzzle.
-Espera…
has dicho que lleva visitándome una hora todos los días. ¿Cuántos días se
supone que son eso?
Mimi
se mordisqueó el labio, mirando a mamá, que abrió la boca, indecisa, dispuesta
a darme una evasiva…
…
pero alguien se lo impidió. Una figura alta y esbelta, muy propio de los
personajes de las películas de Tim Burton, había aparecido por detrás de mi
hermana. Incluso si no fuera por su bata blanca, el aire con el que se movía
por la estancia, como si estuviera acostumbrado a lidiar con la muerte y la
enfermedad día tras día, teniéndoles respeto pero ya no miedo, me indicó que
aquel era uno de los miembros del equipo médico del hospital.
-Alec.
Me alegra ver que estás despierto. Soy el doctor Peter Moravski-anunció,
acercándose a mí y cogiéndome la muñeca para comprobar mi pulso-. Theresa me ha
avisado de que estabas despierto, y no podía posponer ni un minuto más conocer
a mi paciente estrella.
-Hola.
-¿Cómo
te sientes? ¿Tienes alguna molestia? ¿Dolores? ¿Náuseas, quizá?
-Estoy…
bien.
Bueno, salvo por el hecho de que tengo como
doscientos millones de fallas dentro por entre las que se cuela magma al rojo…
pero sí, doc, estoy bien.
El doctor sonrió.
-Eres
valiente, ¿eh? No podíamos administrarte morfina hasta que no te despertaras, y
todavía no han empezado con tu dosis. Pero no te preocupes: Theresa ya ha dado
aviso a la farmacia y tu medicación está en camino-asentí con la cabeza-. No
obstante, para la próxima, que sepas que preferimos a los pacientes sinceros
sobre los valientes. Los quejicas suelen vivir más. Y tú tienes motivos de
sobra para quejarte.
-Estoy
bien. Saldré de ésta. He salido de cosas peores.
-Tu
madre me ha dicho que eres boxeador. ¿Cierto?
-Bueno,
sí, lo era. Estoy retirado, ¿sabe? Les daba…-me detuve un segundo a respirar-.
Les daba yuyu verme competir.
-El
boxeo es un deporte peligroso. ¿Alguna lesión grave?-inquirió como quien no
quiere la cosa, comprobando mis músculos.
-Eh…
una vez me rompieron una costilla.
Chasqueó
la lengua.
-Sí,
lo he visto.
-Usted
me operó, ¿no?
-Ajá.
Junto con Theresa. He de decir que tienes el par de pulmones más desarrollados
que he visto en mi vida. Nunca había tratado con un deportista de élite, así
que ha sido interesante ver lo que el nivel de exigencia de deporte al más alto
nivel provoca en el cuerpo.
-Bueno…
me gusta cuidarme.
-Se
nota, se nota… por curiosidad, Alec, ¿podrías decirme qué día es hoy?
Parpadeé.
Este tío me estaba tocando los huevos. Aparecía sin avisar, se dedicaba a
manosearme, ¿y ahora se ponía a preguntarme gilipolleces? Quería que me dejara
tranquilo. Quería estar con mamá y con Mimi. Esperar con ellas a que llegara
Sabrae.
-No lo
sé, Doc. Usted es el que tiene una carrera universitaria-jadeé en busca de
aliento-. ¿Tengo pinta de calendario?
-¿Qué
es lo último que recuerdas?
Parpadeé.
Revolver en mi memoria era otro cantar. Una cosa era pensar en lo que había
pasado hacía tiempo, cuando podía situarlo todo en alguna fecha concreta. Pero
decir lo último que recordaba era… bueno, jodido. Principalmente porque no
sabía qué era lo que estaba buscando. Sobre todo, porque tenía recuerdos
bloqueados.
Especialmente,
porque mi mente consciente había vivido una línea temporal distinta a la que
había disfrutado mi subconsciente.
-Eh…
me estaba zorreando una macizorra-contesté, recordando a la secretaria del
distrito financiero. Me costó un poco tirar del hilo: la única referencia que
tenía era el concierto de The Weeknd. A partir de ahí, había tenido que
reconstruir todo el fin de semana: la fiesta en la terraza del Wela, Sabrae y
yo follando al llegar, Sabrae y yo follando al despertarnos, Sabrae y yo
saliendo a desayunar, Sabrae y yo follando en el baño (joder, no hacíamos más
que follar), Sabrae y yo yéndonos de turismo, Sabrae y yo comiendo unas tapas,
Sabrae follándome en la playa (pero ¡!¡!
esta chiquilla es una puta sinvergüenza), Sabrae y yo duchándonos antes de
irnos (y follando, por supuesto, porque estábamos salidos), Sabrae y yo en el
aeropuerto, corriendo para no perder el avión… y, cómo no, follando en los
baños.
En
cuanto la viera, le diría muy en serio que teníamos que ir al psicólogo. No
podía ser que nos dedicáramos a echar siete polvos por día. Nos iba a dar un
infarto a los dos. Ella ni siquiera llegaría a la mayoría de edad.
A
estas alturas de la película, era un puto milagro que no la hubiera dejado
embarazada de quintillizos. Al paso que íbamos, romperíamos el récord de Apu y
Abdullah.
Luego
la despedida en el aeropuerto, el absoluto y soberano Cansancio con mayúscula
al llegar a casa (no es para menos), lo difícil que me había sido levantarme…
ir a fichar… los rascacielos… los planes para esa misma tarde, en la que…
-¿Qué
día es hoy?
-Lunes.
-¿¡LUNES!?
Joder, Doc, ¡me tiene que dar el alta! ¡He quedado para ir a la biblio con
Sabrae! ¿Qué puta hora es?
-Vas
un poco tarde para eso, Al-Mimi puso los ojos en blanco. Puede que hubiera
leído mis pensamientos: había quedado con Sabrae para ir a estudiar, y yo
confiaba en obtener mi recompensa. Si me portaba bien y trabajaba lo
suficiente, después de una intensa sesión de estudio venía una sesión de sexo
aún más intenso.
Porque
no te equivoques: que me pareciera que Sabrae y yo folláramos muchísimo no
significaba necesariamente que
quisiera que bajáramos el ritmo. Ni de coña. Me pasaría dentro de ella 25 horas
al día, 8 días a la semana. Si ella me dejara, que no era el caso. Pero
encontraría la forma de convencerla.
Joder,
no sabía de qué cojones tenía el coño esa chiquilla, pero en lo que a mí
respectaba, era pura cocaína.
-¿Por
qué? ¿Cuánto he…?
-Has
tenido un accidente mientras trabajabas, Alec-me reveló el doctor, y yo me lo
quedé mirando.
-¿Quién?-pregunté.
Porque si ya de normal soy gilipollas, imagínate cuando me ha pasado un coche
por encima.
-Tú.
Y ha sido bastante gordo. Has pasado por quirófano dos veces para tratarte, y
te has pasado algunos días inconsciente.
-¿Inconsciente?
Mamá
se mordió el labio. Mimi apartó la vista.
-En
coma-informó el doctor, a regañadientes-. Has estado en coma una semana.
La
cabeza empezó a darme vueltas. Se me volvieron a acelerar las pulsaciones, y el
dolor subió como la marea.
-Intenta
descansar un poco, ¿quieres?-me dijo-. La medicación llegará enseguida, y te
aliviará bastante el dolor. Ya hablaremos cuando estés un poco más fuerte. Come
algo, duerme si lo necesitas, y piensa que lo peor ha pasado ya.
Apenas
tuve tiempo de digerir lo que me había dicho el doctor antes de que éste se
fuera. Mira, entiendo que estaría hasta arriba de trabajo y sus pacientes
moribundos le necesitarían más que un chaval que ni siquiera sabía en qué día
vivía, pero ¿realmente eran esas maneras de decirle las cosas a alguien que
acababa de viajar en el tiempo la friolera de siete días?
Siete
días… una puñetera semana. Sí que empezaba bien mi puta nueva vida, ingresado
en un hospital sin darme cuenta de que estaba obrando un milagro sólo al
alcance de las películas de ciencia ficción: convertir días en microsegundos.
Mimi
frunció el ceño, fulminando con la mirada el espacio donde antes había estado
el doctor.
-El
doctor tiene una empatía de mierda, las cosas como son-acusó, encerrándose en
su polo del instituto, abrazándose a sí misma como me gustaría poder hacerlo
yo. Pero estaba impedido.
Y no
me daba la gana de ceder tan pronto el protagonismo.
-Mary
Elizabeth-le recriminó mamá-. No digas nada malo de él. Ha salvado a tu
hermano.
Mimi
apretó los labios, sin decir nada más, visiblemente en desacuerdo con aquel
comentario, pero demasiado emocionada por haber perdido la mitad de la herencia
de nuestros padres como para aguar la ocasión. Mamá se volvió hacia mí y se
dedicó a arrullarme como si fuera un bebé.
-Estate
tranquilo, cariño. No me voy a separar de ti-me dio un beso en la cabeza, algo
que comenzaba a agobiarme un pelín. ¿Ni un segundo, nada más? Necesitaba un
poco de tiempo a solas. Me dolía demasiado el tarro como para seguir soportando
que ella continuara besándomelo durante mucho más tiempo.
-Mamá…
igual me agobio un poco-le dije, y ella alzó las cejas, sorprendida de que
tuviera opiniones propias.
-Soy
tu madre.
-Tengo
18 años, mamá. Tú tuviste un bebé, pero yo ya soy un señor. Tengo la fuerza
física de un octogenario.
-Razón
de más para quedarme contigo.
Puse
los ojos en blanco y negué con la cabeza. Las tripas empezaron a rugirme al
poco, acusando el tiempo que estaban tardando en traerme mi comida. ¿Es que no
había en ese puñetero hospital ni un triste paquete de galletas que pudiera
llevarme a la boca?
-Mamá.
-Dime,
tesoro.
-¿Cómo
es que Dylan no viene a verme?-inquirí después de un rato con los ojos
cerrados. Mimi continuaba intentando contactar con Sabrae a través del móvil,
pero siempre obtenía la misma respuesta: el número que ha llamado está apagado
o fuera de cobertura. Por favor, inténtelo de nuevo más tarde. Me estaba
poniendo la cabeza como un bombo.
Había
escuchado la voz de Jor al otro lado del teléfono una vez, no obstante. Mis
amigos venían para acá. Pronto, la UVI volvería a convertirse en el escenario
de un seminario internacional, más concurrido que si la ponencia la diera una
eminencia en su campo.
Me
moría de ganas de verlos. Y no sólo porque albergara la esperanza de que se
trajeran consigo a Sabrae, sino porque les echaba muchísimo de menos. Puede que
aquella no fuera la mejor manera de reunirnos los nueve otra vez, pero peor era
nada.
-¿Tienes
ganas de verlo?-su tono de sorpresa no se me escapó, y decidí no dejarlo estar.
Me sentía levemente más fuerte, lo suficiente como para ponerme un poco chulo
con ella, especialmente porque sabía que ella no me buscaría las cosquillas. Se
alegraba tanto de que estuviera despierto que no habría pestañeado si le dijera
que había dejado embarazadas a 20 tías.
-Joder,
¡claro, mamá!-lamenté ese grito en cuanto lo exhalé, pues me obligó a hacer una
pausa para tomar aire que, sin embargo, ella respetó-. Es mi padre.
-No
entra porque ya hemos superado el límite de visitas. Sólo podemos entrar de uno
en uno, pero… si quieres…-se inclinó hacia atrás, echando un vistazo por entre
los cubículos, en dirección al lugar por el que habían venido.
-¿Está
aquí?
-Claro
que sí. Es tu padre-sonrió al repetir mis palabras, como si alguna vez yo
hubiera insinuado que fueran mentira. Mi apellido no era lo único que me había
dado Dylan. En cierto modo, me lo había dado todo. Había ayudado a convertirme
en la persona que era ahora, nos había dado un hogar a mi madre y a mí cuando
no teníamos donde guarecernos de la lluvia, me había dado una hermana un tanto
rompe huevos a la que sin embargo adoraba, y había hecho que el final de mi
infancia fuera feliz. Me había enseñado a afeitarme, me había dado La Charla
Por Excelencia De La Pubertad, y aplacaba un poco a mamá cuando ella se ponía como
un basilisco conmigo por alguna tontería.
Lo
único que no me había dado era la sangre, e incluso eso podía remediarse.
-Viene
a traerme y llevarme durante las visitas-informó Mimi-. Y espera a la puerta
por si necesitamos algo.
-Sí,
siempre tenía un bocadillo o un pastelito que ofrecerme mientras te
cuidaba-comentó mamá, incorporándose y haciendo un gesto hacia su pecho. Puso
los ojos en blanco, desapareció un momento, y cuando regresó, venía acompañada
de su marido.
Y
entonces, teniéndolos a todos juntos, me permití compararlos con los recuerdos
que tenía de ellos. Todos tenía el pelo algo alborotado, al ser la menor de sus
preocupaciones mientras yo estaba ingresado; unas profundas ojeras enmarcaban
su mirada, y alrededor de los ojos de mamá y Dylan se habían formado unas
arrugas de preocupación que en Mimi sólo se intuían si fruncía el ceño, al ser
ella mucho más joven.
Pero
el cansancio era visible, palpable, casi imposible de esconder. Cansancio
nacido de la preocupación, todo por mi culpa.
Y, sin
embargo, el gran alivio que sentían poco a poco iba diluyendo aquellas marcas
de sufrimiento en un nuevo mar de tranquilidad. Las sonrisas eran genuinas, no
impostadas. Los ojos chispeaban con una nueva luz. Las arrugas de preocupación
se acentuaban, pero sólo porque los ojos se achinaban al sonreír.
-¿Qué
hay, chaval?-sonrió, acercándose y revolviéndome el pelo. Mamá protestó, pero
como yo no dije nada, Dylan decidió
pasar por alto aquel comentario recriminatorio de ella-. Tu madre me ha dicho
que tenías ganas de verme.
-Ya
ves… tanta mujer por aquí. Cualquiera lo diría-suspiré-. ¿Qué tal?
-Alec,
eres tú el que está en una camilla. Deja que seamos nosotros los que nos
preocupemos, por una vez-se rió, inclinándose y dándome un beso en la mejilla.
Su barba pinchaba. Me pregunté si a mamá le gustaría tan larga.
Me
pregunté por qué a Sabrae le gustaba que me dejara la barba, si rascaba, y
picaba, y pinchaba. Vale que estaba muy guapo (más que de costumbre, quiero
decir), pero… ¿merecía la pena? Claro que a ella parecía encantarle la
sensación. Quizá fuera masoquista.
Hice
lo que Dylan me pedía: me dejé mimar, me dediqué a descansar, y sólo dejé que
las emociones más intensas me embargaran en dos ocasiones:
La
primera, cuando llegó la comida. Se trataba de una bandeja de plástico, cerrada
de manera que parecía una caja ancha pero baja, dentro de la que me esperaba un
filete de pollo con unas pocas verduras, una sopa aguada y un vasito de yogur.
La verdad, para ser la primera comida que tomaba en mi nueva vida, resultaba un
poco triste, y eso que la única comparación que tenía era la leche que había
tomado en mis primeros días de vida. Comparada con aquella dulce lluvia de
dioses que salía del pecho de todas las madres (te quiero, mami, gracias por
dejar que tu cuerpo se destrozara para tenerme), aquel almuerzo resultaba un
puto insulto.
Pero
yo me lo comí como si fuera el manjar más delicioso del mundo. Eso sí, protesté
un poco cuando vi que el acompañamiento del pollo eran un par de patatas
cocidas. Las enfermeras me habían cambiado la mascarilla por un tubo mucho más
fino que se posaba en mi nariz y me permitía usar la boca sin ahogarme, así que
me vine un poco arriba cuando pude tomarme la sopa sin tener que dar pequeños
sorbos ridículos antes de volver a colocármela a toda velocidad.
La
morfina comenzaba a hacer efecto en mi cuerpo, pero el ardor seguía ahí. Si
bien no era tan intenso, seguía molestándome en lo más profundo de mi interior,
y cada movimiento hacía que mis entrañas lanzaran un quejido, recordándome que
no estaba tan bien como fingía o quería hacer ver. Debía ser fuerte, me decía
cada vez que me movía un latigazo me doblaba en dos. Para no lanzar un quejido
que alarmara a mi familia, cerraba los ojos un instante y suspiraba muy, muy
despacio, expulsando el alarido que me apetecía emitir en forma de soplido
relajado. Y creo que se lo tragaban.
-Mamá-murmuré
al abrir el cuenco en el que venía el pollo y encontrarme con las patatas
cocidas. ¿En puto serio?
Que
me había pasado un coche por encima, joder.
Que
me había pasado una semana en coma.
Que
me habían operado a corazón abierto.
¿No
me merecía unas putas patatas fritas? ¿Acaso estaba pidiendo la
putísima Luna, o qué?
-No
protestes-ordenó mamá, y con eso quedó zanjada toda discusión.
Y la
segunda vez que dejé que las emociones me embargaran fue…
…
cuando escuché un mar de pasos al otro lado de la pared, atravesando la puerta.
Me quedaba una media hora en la UVI, pero mis amigos no iban a esperar ni un
segundo más para verme despierto. Entraron en tromba en la sala, ignorando las
protestas de las enfermeras, tan incautas que creyeron que respetarían su
autoridad y no tendrían que llamar a seguridad.
Tenía
el corazón en un puño. Me subieron tanto las pulsaciones que el efecto de la
morfina quedó un poco mitigado por mis nervios. No era sólo mi cuerpo
protestando, sino también mi cabeza, recordándome que pronto recuperaría todo
por lo que había luchado tanto, de una forma tan feroz que el daño que me había
hecho había sido eliminado de mi memoria para no sufrir más.
Estarían
todos, lo presentía. Jordan, Bey, Tam, Max, Karlie, Logan, Scott, Tommy…
… y
ella, por supuesto.
Sabrae.
Sólo
esperaba no estar demasiado hecho mierda como para dejar de gustarle. No quería
que se decepcionara. Sospechaba que tenía un aspecto de mierda (quiero decir,
si me dolía todo y me había pasado
tanto tiempo sin comer que me había saciado con un triste filete de pollo, algo
había tenido que cambiar en mi físico), así que ya no era el chico por el que
se sentía tremendamente atraída. Sólo esperaba que la química que había entre
nosotros no se viera tan reducida que la mecánica de nuestra relación cambiara,
porque la iba a necesitar, y mucho, hasta que me dieran el alta.
Bueno,
y ¿qué coño?, hasta que me muriera.
Aunque,
por lo menos, contaba con sus sentimientos. Porque si podía estar seguro de
algo, era de que Sabrae estaba enamorada de mí, me quería con la locura con la
que yo la quería a ella, y no se daría por vencida. Pero lamentaría mucho que
las chispas que saltaban entre nosotros cada vez que nos veíamos se apagaran,
aunque fuera hasta que recuperara mi antiguo aspecto físico.
Inhalé
con toda la profundidad que pude, llenando mis pulmones a máxima capacidad,
hasta que las costillas volvieron a resentírseme. Y esperé.
Y
esperé.
Y
esperé.
Hasta
que los chicos empezaron a aparecer. Como era de esperar, Bey y Jordan
encabezaban la marcha, pastoreando a los demás como la mejor cabecera de una
comitiva real. El pelo de Bey era más esponjoso que nunca, la sonrisa de Jordan
jamás había sido tan blanca, Karlie y Tam nunca se habían alegrado tanto de
verme y Max y Logan no recordaban ningún momento en el que hubieran
experimentado más felicidad; ni cuando Bella aceptó salir con él en el caso de
Max, ni cuando salió del armario con nosotros en el de Logan.
Y ya
estaba. De los nueve de siempre, de los diez que yo necesitaba, sólo habían
venido seis. No había rastro ni de Scott ni de Tommy.
Ni
tampoco, por desgracia, de Sabrae.
Mentiría
si dijera que no me sentí un poco decepcionado al no verla. Me moría de ganas
de estar con ella otra vez; ni siquiera le robaría mucho tiempo si estaba muy
ocupada, pero necesitaba que me empapara con su presencia de nuevo. No habría
nacido por completo otra vez hasta que no nos encontráramos.
Me
sentí sucio, rastrero y vil por pensar, siquiera por un instante, que mis
amigos no eran suficiente, pero… es que era la realidad. Estaba un poco
decepcionado.
Aunque
también me invadía una gran felicidad, pues era perfectamente consciente de que
estaban haciendo un gran sacrificio viniendo a verme.
-¡Alec!-celebraron
todos a una, como si llevara años desaparecido en el Tíbet y de repente hubiera
vuelto, sano y salvo, predicando los milagros de un dios exótico.
-Heyyy-saludé,
devolviéndoles la sonrisa radiante que me dedicaban.
Bey
parpadeó, estupefacta. Su sonrisa desapareció con la misma velocidad con que
había aparecido, a pesar de que se había pasado una hora tratando de
contenerla, precisamente desde que Mimi consiguió hablar con Jordan y él les
trasladó las buenas noticias.
-¿Heyy?-repitió-.
¿¡Te pasas una semana EN COMA, nos
das un susto de muerte, y cuando nos vemos por primera vez nos dices
HEYYYY?!-bramó, abalanzándose hacia mí con la rabia de una tigresa hambrienta.
La cabeza empezó a darme vueltas, pero no en el mal sentido.
No
era como si un huracán me estuviera sacudiendo por el cielo, sino más bien,
como si fuera una lavadora en pleno centrifugado. Había nacido para hacer lo que estaba a punto de hacer: vacilar a mi
mejor amiga.
-Madre
mía-gruñí, frotándome la cabeza con una mano que notaba un poco adormecida-.
¿Qué coño pasa? ¿Está Venus en retroceso, o algo así?
-¡¡Vete
a la mierda, putísimo gilipollas!!-chilló Bey, levantando tanto la voz que les
ahorró a las enfermeras el llamar a seguridad. Acababa de convocarlos ella
misma.
-Bueno,
Bey, nena, tampoco hace falta que nos pongamos así. Estoy malito-le recordé,
alisando la sábana un poco sobre mi cintura y poniendo ojos de corderito-,
¿recuerdas?
Jordan
se echó a reír.
-Nos
tenías preocupadísimos, tío. No sabes lo mal que lo hemos pasado todos.
-Teníais
que haberle amenazado con que vendría a verle antes-comentó Bey, dirigiéndose a
Jordan, y después se volvió hacia mí-. ¿Sabes? Hoy iba a venir a verte. Se ve
que necesitabas un estímulo un pelín más potente que Jordan prometiéndote que
se quitaría las rastas si te despertabas.
Guo, guo, guo. ¿Que Jordan va a hacer qué? De repente, la medicación se evaporó
de mi organismo, así como el dolor y la semana de inactividad cerebral. Me giré
y miré a Jordan con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado.
-Discúlpame,
Jor, ¿de qué está hablando nuestra querida Bey?
-Pues…-Jordan
se pasó una mano por el cuello, masajeándose el hombro y también la nuca-. Te
veía tan mal que… yo… hice una promesa. Me quitaría las rastas si tú te
despertabas.
-Pues
estoy despierto-constaté con calma.
-Eso
ya lo veo.
-Y tú
tienes aún las rastas.
-¿Quieres
que me las corte aquí?
-¿Lo
vas a hacer?
-¡Claro
que lo voy a hacer, tío! Tú me importas más que mis rastas, ¿sabes? No soy tan
mal amigo.
-¿Así
que sólo necesitabas eso?
-¿El
qué?
-Que
yo me estampara con la moto. De haberlo sabido, me habría metido debajo de un
coche nada más montarla. Así, te las habrías quitado mucho antes y no habrías
llegado virgen a tu edad. Debería…
-Que
no soy virgen, Alec-a pesar de que llevaba aproximadamente un minuto
aguantándome, Jordan ya estaba hasta los cojones de mí. Pues no le quedaba
nada. Pensaba putearlo todo lo que pudiera.
-…
caérsete la cara de vergüenza, privándole a Londres de tu sabrosura solamente
porque necesitabas una motivación para quitarte eso-sacudí la cabeza-. ¿Qué harías sin mí?
-Vivir
tranquilo.
-Tranquilo
y virgen.
Jordan
puso los ojos en blanco.
-¿Por
qué estamos aquí, Beyoncé?
-¡Eh!
Nada de llamarla Beyoncé. Sólo yo la
llamo Beyoncé. ¿Qué es esto? ¿Me paso una semana inconsciente y ya me quitáis
mis privilegios?
-¿Era
así de insoportable antes?-rió Tam.
-He
tenido una experiencia cercana a la muerte; puedo ser todo lo protestón que
quiera.
-Vaya,
vaya, parece que alguien se ha levantado con el pie izquierdo.
-Bueno,
teniendo en cuenta que, para empezar, soy zurdo, y además tengo la parte
izquierda del cuerpo vendada… no sé si esa es la expresión más adecuada.
-Vaya,
vaya, así que tenemos el día gruñón-ronroneó Bey, inclinándose hacia mí y
dándome un sonoro beso en la mejilla que, sinceramente, hizo que me derritiera
un poco por dentro. Jo. Cómo la quería. Y
qué bien sabía manejarme. Siempre me tocaba justo en mi punto más débil.
Esbocé
una sonrisa bobalicona y todos se echaron a reír. Empezaron a preguntarme qué
tal estaba, si me encontraba bien, qué recordaba, si necesitaba algo.
Francamente, a pesar de que normalmente disfrutaba con la atención, lo cierto
es que me sentía un poco incómodo. Mis amigos se preocupaban por mí, sí, pero
no estaba acostumbrado a que lo hicieran tanto
ni con tanta intensidad. Así que
tuve que seguir tomándoles el pelo para demostrarles que todo iba bien, y de
paso relajar un poco el ambiente.
-Oíd,
está muy bien eso de darme conversación, pero creo que os estáis pasando con
los preliminares y la anticipación. Podéis darme mi regalo cuando queráis.
-¿Perdona?-rió
Max, arqueando las cejas, considerando la posibilidad de que me hubiera
golpeado la cabeza y no estuviera en mis cabales.
-A
Jesucristo le hicieron una religión cuando volvió de entre los muertos. ¿Qué me
vais a regalar a mí?-se miraron entre ellos-. Porque, como mínimo, quiero un
yate.
-Sí,
justo eso te vamos a pillar-se burló Logan-. Tommy y Scott están eligiéndolo.
-Menos
mal-suspiré-. Espero que sea grande. Me va lo grande, ¿sabéis? Pega
conmigo-bromeé, y todos se rieron, especialmente Bey, que ya se había sentado
en mi cama y todo. Menudas confianzas se tomaba la tía-. Qué aliviada estás,
¿eh, reina B? Es un poco feo masturbarse pensando en un muerto.
-Qué
guapo estás cuando estás callado-respondió, pero lo hizo con una sonrisa que no
casaba con el tono de falso cabreo con el que había hablado.
-Es
una lástima que el concurso de Míster Universo no haya sido esta semana. Debo
de haber estado increíble.
-Anda
que…-rió Karlie-. Haces cada bobada con tal de llamar la atención, Al.
-Puede,
pero he conseguido que vengáis corriendo todos, así que yo gano.
-No
todos-me recordó Tam, y yo me recosté de nuevo en la almohada.
-Ah,
sí. Nos faltan los gemelos, y por supuesto, mi amantísima esposa. ¿Alguien sabe
algo de ella? ¿Ha aprovechado esta semana de libertad para ponerme tal
cornamenta que no podré salir por la puerta?
Karlie
se rió.
-Siempre
nos informaba de tus avances. Que, por cierto, eran muy pocos.
-Más
bien nulos-la corrigió Tam.
-Así
que no, no te ha puesto los cuernos. No ha tenido tiempo.
-Ni
podría, realmente. Te recuerdo que no sois nada, oficialmente.
-Beyoncé-le
cogí la mano a mi amiga-. Sabrae se toma mi semen como la gente normal se toma
un Actimel después de comer. Siento ser yo quien te lo diga, pero vamos
bastante en serio.
Todos
se rieron de nuevo. Joder. Tendría que estamparme más a menudo. Esto del coma
me había hecho una persona divertidísima, según parece.
-Vale,
tío listo. Si es así, ¿dónde está?
-Eligiendo
el yate con Scommy, ¿no?
-No
hemos podido localizarla. Ni a ellos tampoco, a decir verdad.
-¿Scott
y Tommy no saben que estoy despierto?-negué con la cabeza y extendí la mano,
pidiendo algún teléfono. Bey me tendió el suyo, me lo desbloqueó, y dejó que
entrara en la app de mensajes. Vi que Tommy se había conectado hacía menos que
Scott, así que le envié el mensaje a él.
Llámame cuando
puedas. Buenas noticias☺.
-Menuda mierda esto de
escribir con una sola mano, y encima con la derecha. Los diestros sois gente
rarísima, ¿lo sab…?-empecé, pero me detuve antes de terminar la frase, ya que
el teléfono empezó a sonar. Tommy no había dejado pasar ni diez segundos entre
la recepción del mensaje y la llamada. Exhalé una risa malévola y toqué el
icono del teléfono verde para aceptar la llamada.
-¿Qué
pasa?-chilló, lleno de ansiedad-. ¿Ha movido un dedo, o algo?
Pobrecito.
Me lo imaginé sentado en la cama de su habitación minúscula, con Diana tumbada
a su lado, desnuda, a medio polvo. Debía de tener muchas ganas de verme si
había dejado que sus emociones le dominaran así.
-¿Que
si he movido un dedo?-me cachondeé-. ¡Estoy como un toro, chaval! Te voy a
robar las novias, y todo. ¡A las dos! Y sin despeinarme.
Tommy
empezó a gritar. No sabría decir si lo hizo en inglés o en español; el caso es
que no entendí una palabra. A sus gritos le acompañaron golpes, ruidos, y más
gritos, un poco más alejados, con la voz de Scott.
-Pero,
¡THOMAS!
-Vístete,
deprisa. Hay que ir a ver a Al.
-¿Qué
pasa? ¿Qué le pasa? ¿Está peor?
-¿Peor?
¡El muy hijo de puta está despierto!
-Moved
el culo, que estoy estable dentro de la gravedad-ordené, y colgué sin más
preámbulos. Me crucé de brazos (bueno, crucé el brazo) y alcé las cejas-. Y así
es como se hace, niños. Márcame el número de mi mujer, anda. Voy a cantarle las
cuarenta por tenerme abandonado.
Se me
quedaron mirando, no sin cierta sorpresa, cuando recité de memoria el número de
Sabrae para que no tuvieran que buscarlo en la agenda. Me tomaron un poco el
pelo, diciéndome lo súper en serio que íbamos Sabrae y yo si me había tomado la
molestia de aprenderme su teléfono, y yo sacudí la cabeza y desactivé el
altavoz. Sonará egoísta, pero quería tenerla sólo para mí. Quería que su
primera reacción fuera un recuerdo que sólo yo atesorara, algo íntimo de los
dos, que no merecía ser compartido con nadie más.
Había
decidido ignorar que Mimi me había dicho que tenía el móvil apagado. Conmigo,
sería diferente. Podríamos hablar cuanto quisiéramos, conseguiríamos
contactarnos el uno al otro, y el mundo volvería a girar sobre su eje, a la
velocidad y en el sentido de siempre.
Mi
imaginación voló en el tiempo que el móvil de Bey tardó en conectar con el
servidor para hacer la llamada. La vi con la misma nitidez que si la tuviera
delante: ella, inclinándose hacia su escuche al ver que éste se encendía
misteriosamente, comprobando que era ni más ni menos que una llamada de Bey lo
que había interrumpido su sesión de estudio. Cómo cogería el teléfono con manos
temblorosas, pero a la velocidad del rayo: quizá se odiase por haber anticipado
un poco las malas noticias, pero había decidido ser optimista. Algo dentro de
ella había cambiado hacía unas horas, algo que la invitaba a soñar de nuevo,
tiempo después de haber perdido las esperanzas.
Deslizaría
el dedo por la pantalla de su teléfono y jadearía:
-¿Sí?
-¿Qué,
no vienes a verme?-la acusaría yo, incapaz de contener la sonrisa que me
producía el mero sonido de su voz. Y ella se pondría a chillar. Y acabaría
expulsada por usar el móvil en el instituto, y ambos seríamos los parias de la
biblioteca cuando me dieran el alta y nos fuéramos a estudiar, intentando
reencauzar mi vida puede que un pelín tarde, pero no demasiado, no con ella,
que era capaz de obrar milagros.
Sin
embargo, no fui especial en ese aspecto. Igual que Bey antes que yo y Mimi
antes que ella, fui incapaz de contactar con Sabrae para recriminarle que no
hubiera estado ahí cuando abrí los ojos. Los dos nos merecíamos que ella
hubiera sido lo primero que veía en esta nueva vida mía.
Le devolví el teléfono a Bey y torcí la boca,
negando con la cabeza.
-Es
una chica responsable-la excusé, y Max me sonrió.
-Ya
verás cómo viene corriendo en cuanto se dé cuenta de lo que significan tantas
llamadas-me prometió, tratando de animarme, y esta vez me tocó asentir a mí.
Sí, no dudaba ni un ápice que Sabrae se apresuraría para reunirnos, pero eso no
hacía que yo la añorara menos. Quería verla por mis propios ojos, no en mi
imaginación; olerla con mi nariz y no con mis recuerdos, oírla con mis oídos en
lugar de con la memoria, y tocarla con los dedos en lugar de con la piel del
pasado.
No sabía cuánto tiempo tardaba la piel en
renovarse completamente, pero no estaba dispuesto a dejar que en mi cuerpo
llegara a haber algún lugar virgen de sus caricias. Necesitaba volver a
tocarla. Sería la única manera de comprobar que era real, y no un sueño.
Las
enfermeras no dejaron que mis amigos le sacaran mucha más ventaja a mi chica.
Al poco tiempo de intentar la llamada, los expulsaron de la UVI para que no
estuvieran por allí molestando mientras me preparaban para subir a planta.
Después de ajustarme todos los cables y vías necesarios para mi supervivencia
(hablar de comodidad sería más adecuado, pero yo no me sentía cómodo en
absoluto con medio cuerpo vendado y viendo cómo me paseaban de un lado a otro
al ser incapaz de moverme yo), me sacaron de la UVI por una puerta diferente,
me empujaron por los pasillos privados del hospital, y me metieron en el
ascensor.
-Vamos
a echarte de menos-me confesó la enfermera que me acompañaba, controlando mis
constantes por si acaso algo se torcía durante el viaje. Los celadores, un
chico y una chica, asintieron con la cabeza.
-Seguro
que os he encantado como paciente. No me he quejado ni una sola vez en toda la
semana.
-En
realidad, es por los conciertos privados que hemos tenido gracias a ti-se
sonrió, adelantando la cama rápidamente, de forma que su coleta se balanceó de
un lado a otro como el péndulo de un reloj.
Me
recosté sobre la almohada, deseando que el tiempo pasara más rápido, que Sabrae
llegara ya y pudiera reproducir aquellos famosos conciertos que estaban en boca
de todo el mundo.
Me
tocó una habitación para mí solo, la 238, lo cual fue una suerte, pues entre
mis amigos y mi familia, superaríamos el límite de aforo hasta casi duplicarlo.
Mimi,
Dylan y mamá se quedaron un rato conmigo antes de bajar a la cafetería: mamá
necesitaba reponer fuerzas, e ir poco a poco recuperando el color en la piel.
La mujer intentó comerme a besos, pero no resulté demasiado nutritivo, de
manera que me dejaron con mis amigos, poniéndonos al día y haciendo planes
épicos para cuando me dieran el alta. Le tomé el pelo todo lo que quise y más a
Jordan con su inminente cambio de look, pero
él lo aguantó sin perder la sonrisa. Todos se alegraban tanto de verme de nuevo
despierto que no les importaba que les vacilara hasta hartarme, igual que
también esperaban con paciencia a que terminara mis frases entrecortadas, que
se dividían con largos jadeos como un texto se divide con comas, puntos y coma,
y puntos y puntos y aparte. Aguantaron con paciencia cada vez que yo convertía
una simple frase en un párrafo, porque necesitaba
tomar aire
antes de continuar.
Logan
me estaba poniendo al día, junto con Tam y Bey, de todos los dramas
estudiantiles que me había perdido, los cuales aparentemente no eran pocos,
cuando llegaron los dos invitados de honor. Eran dos borrones atravesando el
hospital a gran velocidad, ofendidos con los ascensores por el tiempo que les
había llevado conducirlos hasta mi planta.
La
verdad, pensé que Scott y Tommy tardarían menos.
Vi
cómo aparecían como una exhalación por la ventana de mi habitación, que daba
tanto al control de las enfermeras como a una sala de espera para aquellas
visitas que no pudieran estar en la habitación de su paciente. Más que echar
una carrera, Scott y Tommy parecían estar corriendo por su vida, intentando
superar al tiempo en lugar del uno al otro.
Sabedores
de que su momento había pasado y ahora las estrellas en la habitación eran las
estrellas también de la televisión de nuestro grupo, mis amigos les sonrieron y
se retiraron un poco para dejar que Tommy, Scott y yo nos reencontráramos. Me
miraron con cara de no haber roto un plato en su vida, humillándose ante mí al
ponerse a mi disposición para que yo decidiera si estaba enfadado o encantado
con ellos. Por supuesto, era lo primero, pero no iba a ponérselo fácil.
A
pesar de que los efectos de la morfina empezaban a diluirse en mi cuerpo,
todavía me quedaban energías para un poco de bulla.
-¿Habéis
visto lo que tengo que hacer para que Karlie se digne a juntarse con
nosotros?-bromeé, y alcé la mirada para contemplar a Karlie, que hizo una mueca
y me sacó la lengua mientras balanceaba las piernas sobre la cama contigua, aún
vacía. Las risas de mis amigos me recompensaron por aquella ocurrencia, que
quizá no habría tenido tanta gracia ni tan buena acogida de haber estado yo en
óptimas condiciones.
-¿Cómo
estás, Al?-preguntó Tommy. Mis ojos saltaron de él a Scott alternativamente,
analizando los cambios que se habían producido en ellos. En la televisión,
parecían estrellas de cine que habían nacido para estar sobre un escenario,
escuchando a un público enloquecido coreando sus nombres. Ambos eran putas
estrellas del rock, la representación de lo máximo a lo que podía aspirar
cualquier mortal.
Ahora,
sin embargo, parecían más humanos que nunca. Si bien en ellos no había el
rastro de la preocupación que sí se había instalado en el resto de mis amigos,
y que en mi familia había causado estragos, sí que había un deje de cansancio.
No habían tenido demasiado tiempo para detenerse a reflexionar sobre lo que me
había ocurrido, pues la espiral hipnótica y acelerada en que se habían
convertido sus vidas les había impedido centrarse en los dramas ajenos. Yo aún
no lo sabía, pero Scott y Tommy ya tenían bastante con lo suyo, incluso si no
contábamos el programa.
Pero
ahí estaba: el cansancio, la preocupación, esa apariencia mate que les hacía
salir perdiendo cuando tomabas como referencia su resplandor en la música.
-Más
bueno que Scott-sentencié-. Y eso es lo único que importa.
Se
echaron a reír, aliviados de que, al menos, conservara mi sentido del humor. Yo
sin mis ocurrencias no era realmente yo, sino una sombra de mi ser del pasado,
y lo que más habían temido todos era, precisamente, la posibilidad de que el
carácter me cambiara al verme en un cuerpo inútil, dolorido y roto cuando antes
había sido mi mayor orgullo. Suerte que Sabrae había empezado a hacer un
magnífico trabajo conmigo, plantando flores en las grietas que me componían y
regando regularmente con infinito mimo para que yo viera que en mi interior
también había cosas que celebrar.
Los ojos
de Tommy se anegaron de lágrimas, y yo alcé las cejas.
-Pero
vamos, Tommy, no llores. Si Scott se pone las pilas y recurre a la cirugía,
podrá volver a hacerme la competencia.
-Eres
gilipollas, macho-jadeó, negando con la cabeza-. Pensábamos que te ibas a
morir.
-Y
voy y me despierto-chasqueé la lengua-. Mecachis en la mar. Las desgracias
nunca vienen solas.
-Pues sí-asintió Scott, aprovechándose de que
yo ahora no tenía los reflejos tan rápidos, ni podía moverme tan deprisa como
quisiera, para pellizcarme la mejilla-, la verdad es que ya te hemos visto más
feo. No te queda mal esa barba de vagabundo indigente que te estás
dejando-comentó, pasándome la mano por la mandíbula y dándome una pequeña torta
en la cara. Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza, pensando por enésima
vez en cómo reaccionaría Sabrae al verme. Siempre le había gustado con barba,
pero, ¿qué decir de ahora? Me había echado un vistazo a mí mismo en el espejo
del ascensor, antes de que los celadores terminaran de darme la vuelta para
colocarme de cara a la puerta y poder sacarme sin dar marcha atrás. Por suerte,
los ascensores eran amplios, así que lo hicieron con bastante rapidez y
sencillez.
Aun
así, yo había tenido tiempo más que de sobra para hacerme una composición de lugar.
No me había molestado en mirarme el cuerpo: lo tenía bastante dolorido e
inmovilizado como para saber que tendría un aspecto lamentable, amén de que
tampoco serviría de mucho levantar las sábanas, pues las vendas cubrían todo lo
que merecía la pena mirar. La cara presentaba mejor aspecto: el casco había
impedido que sufriera lesiones, dejando los cortes para mi torso y mis piernas.
Eso no quitaba que me hubiera hecho un moratón en la parte izquierda de la
cabeza, al impactar contra el cráneo.
Ni de
que me hubiera crecido una barba que yo no había llegado a ver jamás tan larga,
ni tan oscura en un rostro tan pálido por la falta de sol y vitaminas, que
también parecía algo chupado. Se me marcaba un poco más la mandíbula, tenía los
ojos un poco hundidos y se me notaban dos círculos cerúleos en torno a los
ojos. Además, también me faltaban las mejillas, esas a las que Sabrae le
encantaba dar mordisquitos.
¿Me había agobiado? Pues un poco, la verdad.
No esperaba estar así de mal. Evidentemente, tampoco esperaba ganar ningún
concurso de belleza recién salido de un coma, pero las cosas se me habían ido
un poco de las manos.
Parecía
cansado, herido y enfermo.
Y yo
nunca había parecido cansado, herido ni
enfermo.
No
quería que nuestro primer Reencuentro con mayúsculas fuera una decepción. Pero
la echaba tanto de menos que estaba decidido a arriesgarme.
-Oye,
Al-intervino Tommy, cambiando radicalmente el tono de la conversación. Mientras
que Scott quería bromear, fingir que no había pasado nada y que la nuestra era
una reunión normal, él quería asegurarse de que todo estaba bien, o al menos
todo lo bien que podía estar-. ¿Sientes algo?
Intenté
controlar mis ganas de contestarle una bordería, pero la forma en que me había
hablado me superaba. Ya había pasado lo peor; no necesitaba que me tratasen
como a un niño depresivo al que no se le puede decir que los Reyes son los
padres.
-No
lo sé, Thomas-respondí, sin embargo, en un deje desagradable que no pude
controlar-. Si me estás haciendo una paja, lo cierto es que deberías mejorar la
técnica.
Vale,
me había pasado, y me sentí mal en el acto. No debía pagar mis frustraciones
con mis amigos; bastante mal se lo había hecho pasar ya, como para que ahora
encima tuvieran que soportarme comportándome como un verdadero capullo.
-No
le llames Thomas-le defendió Scott.
-Estoy
convaleciente-protesté.
-Me
refiero a si te puedes mover, coño-espetó Tommy, sin acusar el golpe bajo que
acababa de asestarle-. Le tengo cariño a Sabrae, no me gustaría que se follara
a un tetrapléjico.
Desearía
no haberme reído, pero el cabrón tenía su gracia, así que no lo pude evitar.
-No
he probado aún-mentí, viendo por el rabillo del ojo cómo los demás alzaban las
cejas, sorprendidos por lo mentiroso que podía llegar a ser-. La verdad es que…
me cuesta un poco…-tragué saliva, fingiendo que hacía un esfuerzo sobrehumano,
cuando en realidad ni siquiera estaba intentando moverme-. ¿Puedes levantar la
sábana? Voy a ver si puedo mover los pies.
La
atmósfera en la habitación cambió, y todos se inclinaron hacia delante, aunque
no más que Tommy, que tiró de la sábana hacia arriba y prácticamente me tocó
los dedos de los pies con la nariz.
Me lo
dejó a huevo para darle la patada del siglo en la mandíbula, lanzándolo contra
el techo mientras me echaba a reír sonoramente, seguido pronto por todos mis
amigos. Al único al que no le hizo gracia fue a él, pero me daba lo mismo.
Conseguimos
así que se relajara el ambiente, y pronto estábamos bromeando como siempre: yo
me metía con Tommy, así que Scott salía a defenderlo; entonces, me metía con
Scott, y Tommy lo defendía recordándome el vínculo que había entre la víctima
de mis bromas y mi persona favorita en el mundo, a lo que yo respondía con un
comentario mordaz que los chicos celebraban con una risa nada falsa, que les
salía de dentro, aunque todos sabíamos muy bien que estaban siendo buenos
conmigo por el mero hecho de que acababa de despertarme. Pronto, no me dejarían
tregua, así que tendría que aprovecharme.
Me
preguntaron por el accidente, ése del que apenas tenía información, y cuando
les confesé que tenía una laguna importante, que no recordaba nada después de
salir de las oficinas en la que una secretaria que estaba buenísima había tratado de que me fuera con ella a la cama, sentí
que de nuevo una bruma se instalaba en mi pecho. Sabía lo que pensaban todos, o
por lo menos de lo que me acusarían: me había saltado un semáforo. Mi condición
de motorista me hacía sospechoso siempre en esas situaciones. Estaba claro que
la culpa siempre era del motorista, la parte más temeraria e inconsciente de
los implicados en los accidentes. Siempre, siempre, siempre. Pero no era así.
De verdad que no. Me tomaba en serio las normas de tráfico cuando estaba
trabajando, especialmente de mañana. Sí que recordaba tener un poco de prisa,
pero más por las ganas que tenía de que llegara la tarde e irme a estudiar con
Sabrae (¿ves lo enfermo que estaba en mi otra vida? Tenía ganas de estudiar, por el amor de Dios) que por terminar el reparto
en sí. Había hecho un cambio y ya contaba con perder toda la mañana, aunque si
hubiera sido previsor, también habría hecho un justificante en el instituto
para que no me pusieran falta la semana entera.
Los
chicos me pusieron una mano en los brazos, en las piernas, en la cabeza,
mostrándome su apoyo. El Alec que había bromeado con que dos macizorras lo
habían subido a la planta en una cama, viviendo una vida mejor que la de un
millonario, e incluso había hecho un dab para
celebrarlo había quedado atrás, a pesar de que habíamos vivido en el mismo
minuto. Me angustiaba pensar en que el accidente hubiera podido ser culpa mía,
a pesar de que estaba seguro de que lo había hecho todo bien. No me había
saltado ningún semáforo, no me había metido en ninguna dirección prohibida, no
había cruzado ninguna intersección sin mirar. No podía ser culpa mía.
Y aun
así…
-No
me acuerdo del coche, ni de nada. Aunque estoy seguro de que no me salté ningún
semáforo-recordaba, como en un sueño, escuchar a las enfermeras hablar de que
había algún semáforo involucrado, pero yo los respetaba como respetaba a las
mujeres. Los leía igual que a ellas, y actuaba en consecuencia: naranja
significaba precaución, rojo, ni lo intentes; y verde, vía libre, pasa sin
preocupaciones-. Me conocéis, tíos. Sabéis que sólo me los salto de noche,
cuando no viene nadie. No soy tan imbécil, ¿sabéis?
Porque
sí, al hecho de que eso me hacía quedar como un irresponsable había que sumar
que era de ser simple y llanamente gilipollas saltarse un semáforo en plena
hora punta en el distrito financiero. Ni siquiera los peatones tenían tantas
agallas, e incluso cuando se respetaban a rajatabla las señalizaciones, siempre
había algún despiste que podía degenerar en tragedia.
-No
creemos que te lo saltaras, Al-me consoló Tam, y sentí que los ojos se me
anegaban de nuevo en lágrimas. Yo no era el único afectado por este puñetero
accidente.
-Odio
lo que le he hecho a mi madre. ¿La habéis visto?-asintieron, pero yo continué-.
Está hecha mierda. No parece ella. Mi hermana… joder, mi hermana parece enferma,
pero mi madre parece muerta por dentro. Dylan me ha dicho que apenas ha
dormido. Yo aquí, en coma, y ella despierta a mi lado todo el tiempo. Manda
cojones-negué con la cabeza, tragando saliva.
-No
es culpa tuya, Al.
-Si
hubiera sabido que lo estaba pasando así de mal, yo… no sé. Habría luchado más.
Habría intentado despertarme antes. No habría dejado que esto llegara tan
lejos.
-Eh,
eh, Al. No tenías ningún control sobre ello-Bey me puso una mano en la barbilla
y me acarició la mejilla.
-Es
muy frustrante-jadeé, negando con la cabeza, mirando lo que el accidente había
generado en mi cuerpo. Cobré plena consciencia de repente de lo frágil que era:
por mucho que hubiera parecido duro y fuerte, en el fondo seguía hecho de
materiales tan delicados como las figuras de cristal que se exponían en los
museos.
Puede
que incluso aún más delicado. El brazo escayolado, las vías en el codo, las
vendas en el pecho, haciendo presión en mis costillas, atestiguaban en ese
sentido.
No pienses en eso ahora. Es hora
de mirar hacia delante, me dijo una voz en mi cabeza, a la que tuve que
darle la razón. Sacudí aquellos malos pensamientos de mi mente, agitando la
cabeza como si fueran monos escalando por un árbol de ramas móviles, e
imaginando que se iban volando lejos, donde no pudieran alcanzarme ni tampoco
hacerme daño. Tenía que volver a ser el Alec de siempre cuanto antes para que
las cosas volvieran a funcionar.
Y lo
hice.
-Y
encima, por culpa de esta mierda, me pierdo vuestra puñetera actuación en el
desfile de Victoria’s Secret-protesté, mirando a Tommy y Scott, que se quedaron
estupefactos un rato, antes de echarse a reír. Recordaba haberles dicho que les
tenía muchísima envidia hacía dos semanas, cuando me anunciaron que ya habían
terminado de grabar su actuación entre las modelos más buenorras del mundo,
cuando en realidad, en lo único en que podía pensar era en Sabrae enfundada en
uno de esos conjuntos de lencería que hacían babear a mujeres y hombres por
igual.
Sabrae…
no dejé de pensar en ella mientras Tommy y Scott me contaban con pelos y
señales cómo había sido la experiencia, sin duda la más estimulante de sus
vidas. Puede que yo no pudiera verlo pronto, dijeron, porque mi pobre corazón
no soportaría tantas emociones, a lo que les respondí diciéndoles que me
comieran los huevos. No dejaron de describirme los atuendos de las modelos, sus
sensaciones mientras esperaban en el backstage,
desde el que habían partido para cantar con Chad una versión de Sexy bitch en la que sólo habían
participado ellos tres, y en la que Diana había desfilado dos veces. Y yo
pensé: me pregunto cuánto se chulearía
Sabrae si a ella le tocara ser Diana en ese momento.
Después, me contaron que
Diana y Layla se les unieron para cantar Work
from home. Y yo pensé: me pregunto
qué ropa escogería Sabrae para hacer una actuación con baile en un desfile de
lencería de alta costura.
Y luego, me contaron que
Layla conmovió al público cantando sola una balada de Ciara, Dance like we’re making love. Y yo
pensé: así bailamos nosotros (Sabrae
y yo, evidentemente), como si
estuviéramos haciendo el amor.
Y yo pensé: me pregunto qué canción escogería ella.
Y luego pensé: me pregunto qué canción de The Weeknd sería
su elegida.
Y al final pensé: evidentemente, Often.
Era
incapaz de quitármela de la cabeza. No me extrañaría que, si me abrieran el
cráneo, de él surgiera ella como una seta al llegar el otoño. La echaba de
menos, quería verla ya. No soportaba más, no podía seguir fingiendo más tiempo
que estaba concentrado escuchando lo que mis amigos me decían. Una parte de mi
cerebro estaba lejos, muy lejos, en un lugar indeterminado.
Y
entonces, como si el cielo hubiera escuchado mis plegarias, el aire cambió a mi
alrededor. Percibí de un modo familiar y, a la vez, completamente nuevo, ese
torrente de energía tranquilizadora, pero estática y brillante a la vez, que irradiaba
su cuerpo como la más potente y palpable de las auras.
Fue
uno de esos momentos de la vida en que haces lo indicado en el momento justo.
Motivado por un instinto ancestral, un impulso que no sabría explicar, giré la
cabeza y miré hacia la ventana de mi habitación en el momento en que la veía
pasar.
Se me
detuvo el corazón un instante, lo suficiente como para poner a todo el que
estuviera mirando mi electrocardiograma sobre aviso de que algo estaba a punto
de pasar.
Desapareció
un instante, sólo un instante, mientras giraba la esquina de la puerta.
Enseguida estuvo de vuelta, pero a mí me pareció una eternidad.
Sus
ojos del color del chocolate a la taza se encontraron con los míos,
conectándose de una forma casi magnética.
Todo
el dolor se esfumó de mi cuerpo.
Volvía
a estar en perfectas condiciones.
No me
había pasado absolutamente nada.
Sabrae
estaba conmigo. Estaba ahí. Me estaba
mirando, y estaba preciosa, más preciosa que nunca, más preciosa de lo que
podría verla jamás.
En
cuanto la vi, lo supe. Todo el dolor, todo el sufrimiento, todo el esfuerzo y
el cansancio habían merecido la pena, y la seguirían mereciendo hasta el día en
que desapareciera de la faz de la tierra, que no sería el mismo en el que
exhalara mi último aliento. Porque, de todas las personas del mundo, Sabrae era
la única capaz de salvarme la vida… de hacerme resucitar.
Apenas pegué ojo la noche del domingo al lunes,
terminando de encajar las piezas del puzzle incompleto que Alec me había
entregado hacía tiempo. No porque pensara que él lo había ocultado a propósito,
sino porque ni siquiera él mismo se daba cuenta de la importancia que tenía
Mimi en su historia. Su hermana cumplía un papel importantísimo. Había sido la
primera en salvarle la vida, y puede que también fuera la indicada la segunda
vez que la vida de él pendiera de un hilo.
Escuché
cómo se preparaban por la mañana, tumbada desnuda en la cama de Alec, que aún
olía a él, vestida sólo con su chaqueta de boxeador, con ese tacto tan suave
que casi consolaba mi corazón destrozado. No podía dejar de pensar en la
cantidad de veces en que había sentido las sábanas rozándome todo mi cuerpo,
algodón contra piel, y me había encantado esa sensación. Sin embargo, ahora la
aborrecía.
Lo
que me gustaba de su cama no era lo suaves que eran sus sábanas, lo mullido de
su colchón o lo cómodo de su almohada: era la pendiente que su cabeza formaba
en la almohada, la pequeña depresión que su cuerpo hacía en el colchón, tirando
del mío; lo cálido de las sábanas mientras él me abrazaba, me acariciaba, me
besaba o me hacía el amor.
Había
sido increíblemente feliz en aquel lugar. Había conocido un placer que no tenía
límites.
Y
esa noche me había tocado compensar todo
lo bueno que había sentido allí.
Sabía
que estaba cometiendo un sacrilegio utilizando su chaqueta como pijama,
pero también sabía que él lo entendería.
Alec me quería demasiado como para enfadarse conmigo, por muy ofensivo que
resultara lo que yo hiciera. Siempre vería lo mejor de mí, la luz entre la
oscuridad, por muy débil que fuera. Sabía que me vería bonita incluso en mi
peor momento, agradable en mis peores días, generosa cuando fuera egoísta e
inteligente hasta diciendo tonterías. Él era así.
Inherentemente
bueno.
Así
que sólo me quedaba castigarme, seguir pensando y pensando, rumiando maneras de
recuperarle. Estaba encerrado en su cuerpo y yo ya no era la única capaz de
sacarle, estaba segura. Al menos, eso me decía mi reflejo en claraboya, en la
que me había mirado un millón de veces, disfrutando de manera morbosa del
placer que él me daba. Me gustaba mirarme cuando él me satisfacía casi tanto
como a él; me gustaba vernos unidos, me gustaba sentir que servíamos a un
propósito común, que nos dábamos algo que el resto del mundo no podía darnos.
Quizá para él no fuera así, pero para mí, sí.
Había
creído estar enamorada una vez, así que ya sabía identificar la sensación, de
modo que sabía a ciencia cierta lo que suponían mis sentimientos: Alec era mi
primer amor igual que yo era el suyo, de modo que nuestra historia no podía
acabar en un hospital. El destino nos lo debía.
No podía morirse estando soltero,
no mientras yo respirara. No sería justo.
Y te das cuenta ahora, rió el Alec de mi
cabeza, que se había tumbado a mi lado en la cama. Le miré.
-Siempre
dices que soy la lista de la relación-contesté-, pero no soy yo la que habla
ocho idiomas.
Se
echó a reír, una risa que no tenía comparación con su risa auténtica. Era el
eco de aquel sonido que a mí tanto me gustaba, igual que él no era más que un
fantasma de la persona a la que estaba destinada.
Tuve
que contenerme para no acompañar a Mimi al hospital por la mañana; sólo después
de que me insistiera en que era importante que no me perdiera ningún examen
para poder volver con más facilidad a la
normalidad cuando todo pasara, y recurriera a mi punto flaco (Alec se disgustará cuando se despierte y se
entere de que has dejado a un lado tus estudios), entré en razón.
-Pero
tú no has ido a la audición de la Royal por visitarle, ¿qué diferencia hay?
-Que
yo no iba a entrar-contestó con tristeza-. Pero tú sí vas a sacar notazas.
Lo
dudaba bastante, la verdad. El poco tiempo que le había dedicado al examen de
esa mañana en casa había sido completamente inútil. Era incapaz de
concentrarme, no dejaba de darle vueltas a cuál sería la canción que Alec
necesitaba. De tanto mirar la Wikipedia de The Weeknd para estudiarme su
discografía, me la había terminado aprendiendo de memoria. Y eso que no es que tuviera
pocas canciones, precisamente.
Estaba
convencida de que sería Abel el que le despertara, absolutamente convencida. La
importancia que tenía en nuestra relación era mil veces superior al siguiente
artista relevante para nosotros: había sido nuestro primer concierto juntos,
junto con nuestro primer viaje; la primera canción que le había cantado, el
primer disco que habíamos escuchado íntegramente juntos, el cantante al que
Alec no había dejado entrar en el dormitorio mientras estaba con una chica
hasta que llegué yo. Tenía que ser
The Weeknd. Y estaba convencida de que sería
Often, pero, ¿qué estaba haciendo mal? Había cantado cien veces esa
canción, de todas las maneras posibles, y ni por esas.
Ni
siquiera llegué a considerar la posibilidad de que estuviera haciendo un
planteamiento erróneo de la situación. Eso fue lo que nos condenó.
Así
que no, no iba a sacar notazas. No creía que fuera a suspenderlo, aunque sí me
bajaría la media bastante, y lo peor de todo es que me daba absolutamente
igual.
Cuando
Jordan me recogió para ir al instituto, parecía igual de animado que yo. Era
como si la revelación que ninguno había experimentado nos rondara a todos, pero
sin que ninguno de nosotros pudiera llegar a alcanzarla. Era algo flotando en
el ambiente, una niebla en la distancia que poco a poco se acercaba a nosotros,
a la que todavía no habíamos sido capaces de identificar.
Me
dio un toquecito en la espalda a modo de ánimo; ahora que no estaban ni Scott
ni Alec, había asumido el papel de hermano mayor. Que, la verdad, le quedaba un
poco grande. Jordan era el hermano pequeño de su casa: estaba acostumbrado a
que lo consolaran, no a consolar, y en momentos como ése no sabía muy bien qué
hacer. Estaba haciendo un gran esfuerzo conmigo, lo cual demostraba lo mucho
que le importaba, aunque sólo fuera por lo que yo le importaba a Alec, pero ese
esfuerzo a veces no era suficiente.
O
puede que, quizá, yo estuviera demasiado nerviosa como para permitirme ningún
avance. En clase apenas contestaba a las preguntas de los profesores; había
dejado de hacer los deberes porque me quitaban demasiado tiempo de mis
investigaciones en busca de una mejora para Alec, y mis notas pronto se
resentirían. Mimi tenía razón: a Alec no le gustaría ver cómo bajaba el nivel
“por su culpa”, pero yo no podía hacer nada para remediarlo. Y tampoco dejaba
que nadie lo hiciera, o no permitía que lo que hicieran por mí (que no era
poco) me hiciera mejorar.
Por
suerte para mí, mis amigas no se rendían. Me escuchaban mientras yo me
desahogaba hasta quedarme sin lágrimas en el recreo, me daban todos los mimos
de los que yo ahora notaba una carencia tremenda (Alec decía que no, pero era
increíblemente mimoso y yo ya me había acostumbrado a tenerlo siempre
rondándome), y se mostraban increíblemente pacientes conmigo cuando yo
rechazaba un plan que habían ideado sólo para intentar animarme. Me decían que
tenía que salir, que no debía quedarme en casa, que necesitaba despejarme para
estar fuerte y mantener una actitud positiva que ayudara a Alec, pero de lo
único de lo que tenía ganas cuando llegaba del hospital, era de ponerme el
pijama, meterme en la cama, llorar hasta agotar las pocas lágrimas que me
quedaban, y dormirme para viajar en el tiempo y repetir el bucle una, y otra, y
otra vez.
Mi
cuerpo apenas generaba positividad, y toda la que tenía la reservaba para Alec.
No podía permitirle verme así, completamente destruida. Nada me garantizaba que
me oyera solamente, así que prefería estar lo mejor posible, engañar mis
energías, cuidar de mi aura y hacer como si todo fuera bien y me encantara
visitarle en la UVI.
Momo
me recogió en la puerta del instituto, como tenía por costumbre. Me rodeó los
hombros con su brazo, me dio un beso en la mejilla, de modo que sus rizos color
fuego me hicieron cosquillas en la nariz, me dio los buenos días y me preguntó
cómo estaba.
-Mal.
Siempre
era mal. Siempre era fatal. No podía estar de otra manera, porque ni siquiera
estaba ahí. Estar lejos de Alec me mataba, pues sentía que le estaba
traicionando, pero, a la vez, sabía que había perdido la oportunidad de ocupar
el sitio de Annie hacía meses, cuando me había negado a ser su novia.
Y la
respuesta de Momo siempre era:
-Bueno.
Un
“bueno” paciente, un “bueno” que indicaba “bueno, no te preocupes, la cosa
mejorará”, un bueno que decía “bueno, yo siempre voy a estar aquí, apoyándote,
¿sabes?”. Y lo sabía, por supuesto que sí.
Y
otro beso, porque sabía que yo echaba terriblemente en falta los de Alec, y,
aunque sabía que los suyos no tenían nada que ver con los de él, mi piel los
agradecía. Jamás había recibido tal cantidad de besos en toda mi vida: todo el
mundo se había volcado conmigo, mis padres, mis hermanas, mis amigas… incluso
los amigos de Alec se comportaban como si yo fuera su viuda.
Añoraba
los días de avances y pequeños descubrimientos que a mí me sabían a la
invención de la penicilina, porque en aquellos días me levantaba con ilusión,
sintiendo que me acercaba al despertar de Alec. Ahora, sin embargo, a medida
que iba pasando el tiempo, cada vez lo veía más y más lejos. Estaba caminando
hacia atrás, despidiéndome de él, en lugar de saludándolo.
O eso
me decía mi parte negativa, que cada vez estaba ganando más y más peso, por
mucho que yo se lo impidiera.
Y
todo por el estúpido The Weeknd.
-He
intentado hacer los deberes de Mates. Son imposibles, ¿no crees?
-Yo
ni siquiera les he echado un vistazo. Lo siento.
-No
te preocupes, Saab-Momo volvió a darme un beso en la sien, tirando de mí con
cariño, haciéndome avanzar en lugar de estancarme en aquel pozo de
autocompasión-. Tomaremos apuntes más rápido de lo normal, y con más interés,
¿te parece?-ofreció, animada, y yo la miré, siendo plenamente consciente de la
inmensa suerte que tenía de que Momo fuera mi amiga. No había nadie como ella,
nadie que me aguantara con tanta paciencia todas mis épocas difíciles, nadie
que me tendiera la mano con amabilidad y cariño cuando me caía, ofreciéndome
levantarme con más ánimo que cuando había besado el suelo.
Bueno,
sí que la había. Por esa persona estaba así.
Al
menos, ese día, mis amigas consiguieron distraerme. El departamento de
Literatura había empezado a preparar el festival del Día del Libro, que Scott
siempre se había tomado con mucha responsabilidad por coincidir con su
cumpleaños. Siempre hacíamos juegos que tuvieran que ver con obras o autores
relacionados con una temática que aún estaba por decidir, y precisamente de eso
teníamos que debatir en clase, defendiendo a muerte un punto de vista en el
debate final que tendría lugar el viernes. Taïssa, Kendra y Momo estuvieron muy
atentas conmigo, escuchando mis tímidas sugerencias en lo que a ideas
respectaba, todas girando en torno al amor o la felicidad, temas muy trillados
pero que siempre eran una apuesta segura (y precisamente lo que no querían los
profesores).
-Sí,
deberíamos hablar del cambio en las mujeres en las novelas de amor, desde el
inicio hasta la actualidad.
-O
cómo el modelo de felicidad ha cambiado para ellas; en el siglo XIX, tenían que
casarse para poder ser felices, pero ahora lo que se busca es el desarrollo
personal.
-¿Sabéis?
Eso me recuerda al libro que leí el mes pasado…
Yo me
entretenía escuchándolas. Incluso me animaba un poco. Estar con mis amigas era
como recargar las pilas; tanto, que al final, terminé sacando el libro de Naturales
y colocándolo disimuladamente entre mis piernas y la mesa, para intentar
estudiar algo sin que la profesora se enterara. Por supuesto, cuando me
pillaron, Kendra y Momo me cubrieron mientras Taïssa continuaba escribiendo en
su libreta, reforzando la teoría de que estaba buscando una idea muy
interesante que había leído en un apartado del tema de biología en el que se
ponían en duda los estudios que determinaban que las mujeres éramos
genéticamente más empáticas y sensibles. Kendra hizo un trabajo excelente
convenciendo la profesora, y cuando se marchó, casi convencida de que
tendríamos que elegir ese tema, se giró y me ofreció pasarse el recreo
estudiando en la biblioteca.
Cosa
que ella detestaba, pero me quería
tanto que sabía lo mucho que me preocupaba de cuidar mi media para tener la
mayor cantidad de opciones disponibles a la hora de ir a la universidad… y
también sabía lo poco que podía hacer estando la situación de Alec como estaba.
De
modo que, en cuanto sonó la sirena, recogimos nuestras cosas y pusimos rumbo a
la biblioteca, en la que nos encontramos a unos cuantos compañeros de clase
salpicados aquí y allá, entre los alumnos de último curso aprovechando para dar
el último repaso a sus exámenes. Nos sentamos en una esquina de una de las
alargadas mesas del fondo, desparramando nuestras cosas por toda la superficie,
y consultando los esquemas que Taïssa había hecho a modo de repaso. Sus
esquemas eran legendarios: como chuletas, pero muchísimo mayores (del tamaño de
folios), contenían toda la información de un tema, sin importar lo extenso que
fuera, en tan solo una cara, de modo que tenías toda la información a golpe de
vista.
-Jo,
me encanta tu letra, Taïs-comenté en voz baja, y Taïs, Ken y Momo se miraron y
se sonrieron. Había conseguido distraerme un poco de todo lo que me rodeaba,
hasta el punto de conseguir hacerle un cumplido a una de mis amigas.
Sé
que no parece mucho, pero créeme, en mi situación, lo era.
-¿Cómo
lo ves?-preguntó Momo, y suspiré.
-Voy
a suspender.
-¿Qué
dices? Es imposible que suspendas. Eres como la reina de los estudios. Lo sabes
todo-me recordó Kendra, ignorando el
siseo que le dedicó un estudiante de último curso volcado sobre sus apuntes.
-No
lo sé todo, tía. Necesito preparar los exámenes, pero con éste no he podido.
-¿Quieres
que hagamos chuletas rapidísimamente?
-¡Shh!
-¡Shh
tú!
-¡Ni
de coña! No voy a copiar-protesté, escandalizada. Ése no era mi estilo. Mamá no
me había criado para que fuera una tramposa.
-Bueno,
yo sólo lo sugería.
-La
cosa no está tan mal, después de todo. Saab quizá baje del Sobresaliente, pero
por lo menos sigue siendo honrada-bromeó Taïssa, y Momo soltó una risita por lo
bajo que se convirtió en un sonoro siseo de las cuatro cuando el mismo pesado
de último curso nos mandó callar.
-¡Eres
pesadísimo!
-¡Métete
en tus asuntos!
-¡Si
te preocuparas de verdad por tu examen, no estarías poniendo la oreja!
-¡Cierra
la boca!
El
chico se sacó unos auriculares del estuche, exhaló un sonoro gruñido que hizo
que toda la biblioteca lo mirara, y se puso a escuchar música.
-Si
tan fácil era, ¿por qué no lo ha hecho antes?-protestó Kendra.
-Porque
es un chico-contesté-, no les da la cabeza para ello.
Mis
amigas alzaron las cejas. Yo me encogí de hombros y volví a los esquemas de
Taïssa.
Conseguí
centrarme y memorizar bastante antes de que sonara el timbre para volver a las
clases, y con ánimos renovados, continué estudiando incluso por el pasillo.
Habría
hecho el examen concentradísima, e incluso sorteando el Notable y rascando el
Sobresaliente (ya que justo nos preguntaron lo último que yo había sido capaz
de estudiar, como le pasaba a Scott, que hacía selección de los temas y siempre
le pedían lo que había escogido), de no ser porque tuve una distracción
terrible: mi padre.
Mientras
esperaba a que abrieran la puerta de clase, levanté un segundo la cabeza para
resolverle una duda a Taïssa en el preciso instante en que papá hacía acto de
presencia en el altillo del pasillo. Habría pensado que se dirigía a una de sus
clases y quería aprovechar para pasar a saludarme y ver qué tal estaba, de no
ser por la forma en que su expresión cambió radicalmente, de la determinación a
la duda, cuando me vio con un libro en la mano. Recordó, de repente, que le
había comentado hacía unas semanas que me habían puesto ese examen ese día,
precisamente un lunes, con lo que yo detestaba estudiar los domingos.
-Bueno,
siempre puedes estudiar los sábados-bromeó papá, y yo le había fulminado con la
mirada.
-Eso
no tiene ninguna gracia, papi-había protestado yo, haciendo un mohín que a él
le había parecido adorable y que le había empujado a comerme a besos. Cómo
cambiaban las cosas. Hacía un par de semanas, papá no necesitaría ningún
estímulo para ponerse cariñoso conmigo, pues sabía que yo le devolvería con
creces el favor.
Ahora,
no obstante, me daba mimos porque me notaba triste, y se frustraba al ver que
yo era incapaz de animarme lo suficiente como para participar en sus juegos.
-Mierda-leí
que decían sus labios, y fruncí el ceño, preguntándome qué le habría pasado…
…
hasta que me fijé en que sostenía el móvil contra su oreja.
De
repente, caí en que no había mirado mi teléfono ni una sola vez. Dejé caer mi
mochila en el suelo, revolví hasta encontrar el estuche, lo abrí, y extraje el
móvil del interior. Accioné el botón de bloqueo, y como me temía, me encontré
con el dibujo de una pila descargada indicándome que debía cargar la batería.
Me
puse en pie como un resorte, mirando la pantalla de mi teléfono sin poder
creerme que no me hubiera acordado de él hasta ahora. Había dejado que se
descargara durante la noche, tan obcecada estaba con darle vueltas a la idea de
que Mimi tenía la clave del despertar de Alec. Y ahora no había manera de
contactarme.
-¿Qué
pasa, Saab?
-¿Podéis
ponerme a cargar el móvil? Tengo que hacer una cosa.
-Pero,
¿y el examen…?-empezó Taïssa, pero yo ya me estaba alejando a la carrera,
abandonando la mochila entre los pies de mis amigas. Papá había dado la vuelta
y sorteaba a los estudiantes que le iban en dirección contraria, tratando de
poner distancia entre nosotros.
-¡Espera,
espera!-le pedí, pero papá no me hizo el menor caso, hasta que dije la palabra
mágica, ésa que hacía que todo el mundo se detuviera y nos mirara-. ¡PAPÁ!
Como
ya me esperaba, todos los que me rodeaban se detuvieron y clavaron los ojos en
mí. Sabrae Malik, la hija del de Literatura, Zayn, el que también es cantante,
pidiéndole un favor a su papaíto. Qué sorpresa. Normal que sea la primera de su
clase; seguro que papi convence a sus compañeros de que sean más benevolentes
corrigiendo con ella.
Papá
hundió los hombros, agachó la cabeza, suspiró y se volvió.
-¿Qué
pasa?
-Nada.
-Mientes
fatal, papá. ¿Qué pasa? Venías a verme, ¿verdad?
Dado
que sabía que no era capaz de mentirnos a las chicas de su vida (no a mí, no a Shasha,
no a Duna, y por supuesto, no a mamá), papá simplemente se limitó a quedarse
callado, mirándome fijamente. Recordé todo lo que había hecho por nosotros, por
su familia, desde el principio: compartiendo lo justo con el mundo para
satisfacer la curiosidad de las fans, pero siempre cuidando con celo de su
privacidad, manteniendo bien separados los dos aspectos de su vida: su fama y
su paternidad, impidiendo que se conectaran incluso cuando contaminaba su arte
con su familia, como había hecho con la canción que había compuesto para ser
tocaya mía.
Haría
lo que fuera por protegernos.
La
cuestión es, ¿yo necesitaba que me protegieran?
-Te
he visto hablando por teléfono, y yo tengo el mío sin batería. Ha pasado algo,
¿a que sí?
Papá
se relamió los labios.
-Por
favor, papá-supliqué, con los ojos llenos de lágrimas. Tragó saliva y suspiró
profundamente, como si odiara lo que me tenía que decir.
Ya
estaba.
Mimi
tenía la clave.
Pero
en el mal sentido.
Igual
que le había dado la vida, también se la había quitado.
-¿Es
Alec?-debería decir que pregunté, pero en realidad, lo que hice fue chillar.
Papá
asintió con la cabeza.
-Sí,
es Alec.
-¿Se
encuentra bien?
-Tienes
un examen, Sabrae-me dijo-. Si te lo cuento, no lo vas a hacer.
-Me
da igual el puto examen-rezongué, notando las lágrimas calientes bajarme por la
mejilla. ¿Por qué no me abrazaba? ¿Por qué no se acercaba y me estrechaba entre
sus brazos? ¿Por qué no me mentía y me decía que todo iría bien? ¿Por qué no
intentaba consolarme incluso cuando yo ya no tenía consuelo?
Alec
no iba a despertarse.
Alec…
era pasado. Yo tenía futuro; él, no. Así que mi futuro no me interesaba.
-Dímelo-rogué-.
Dímelo. Dime que ya no tengo razones para vivir.
Papá
dio un paso hacia mí. Solo uno. Pero fue una zancada, así que me puso al
alcance de su mano, y me la cogió. Sentí en el tacto la energía de un mundo
oscuro, el mundo que se hacía real a través del primer consuelo que iba a
recibir.
Sabrae Malik, pondría mi epitafio. Muerta en vida durante seis segundos, la
viuda más joven de la historia, primera y única en adquirir esta condición sin
tan siquiera haber sido nueva.
La entierran sin corazón.
-Sí que las tienes, mi niña-me
dijo, pegándome a su pecho y acariciándome la cabeza-. Claro que las tienes.
-No-sollocé-.
No, papá, yo no…
-Él
está bien.
Y
entonces, dijo unas palabras rarísimas. La primera, “está”. La segunda,
“despierto”.
Levanté
la cabeza y lo miré sin comprender. Está despierto. Está despierto. ¿Qué coño
significa está despierto?
Mi
corazón se detuvo un instante; mi cerebro era incapaz de trabajar a la
suficiente velocidad con todo el ruido que había en el ambiente, de manera que
ordenó silencio durante unos segundos.
-Y ha
preguntado por ti.
Está
DESPIERTO.
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ESTÁ
DESPIERTO!!!!!!!!!!!!
ESTÁ
DESPIERTO
El
corazón ganó entonces la batalla a la razón, igual que la primavera siempre
vencía al invierno. El mundo se desperezó con la luz de un nuevo día, un
amanecer precioso, dorado y sonrosado, que ocurría a media mañana. No había nubes,
ni sombra, ni tampoco oscuridad.
Alec
estaba despierto.
Alec
estaba bien.
-Gracias-jadeé, no sé a
quién: si a mi padre, si a Dios, o a mí misma por haber sido lo bastante fuerte
como para haber sobrevivido. Había algo igual de horrible que yo siendo viuda
de Alec: él siendo viudo de mí.
Pero
ya había pasado todo.
-Gracias,
gracias, gracias…-recité a la velocidad del rayo. Papá me acarició la espalda,
dejó que llorara en su pecho, y alucinó cuando me separé de él y eché a correr
en dirección a las escaleras.
-¿Adónde
vas?
-¡VOY
A VERLO!-chillé, bajando a toda velocidad, y le escuché correr tras de mí,
puede que para impedir que me cayera, o para abrirme las puertas que yo no
viera de tan acelerada que estaba, o…
…
para traicionarme y cogerme del brazo.
-De
eso nada-respondió, tirando de mí-, tienes un examen que hacer.
-¿¡Es
coña!?
-No,
señora-sentenció papá, arrastrándome de
vuelta al pasillo, ignorando mis sonoras protestas-. Oye, a mí me hace
la misma ilusión que a ti que hagas este puto examen, pero entiéndeme, niña:
¿sabes el pollo que me va a montar tu
madre como se entere de que te he dejado saltarte un examen?
-¡Es
tu mujer, papá! ¡No será la primera vez que te pelees con ella!
-¡Es abogada!-me recordó-. ¡Cuando termine
conmigo, me tendréis que recoger con el recogedor y meterme en una urna! ¡De
eso nada! No pienso dejar que me machaque por lo ansiosa que eres, ¡tengo una
puta canción cojonudísima que va a ganar un Grammy metida en la cabeza, y
todavía no he terminado de grabarla! Cuando acabe con ella, que tu madre me
mate si quiere, pero… ¡SABRAE!-bramó cuando le mordí el brazo para que me
soltara, y me cruzó la cara de un tortazo, que no voy a decir que no me mereciera,
porque sí que lo hacía-. ¡Vete a clase AHORA
MISMO o llamo a tu madre, y entonces te
puedes preparar!
-¡¡¡No
le tengo miedo a mamá!!!
-¡¡¡Lo
cual demuestra que eres una putísima inconsciente!!! ¡¡Tira!!-ladró, dándome
una palmada en el culo y subiendo las escaleras tras de mí. Esperó en el aula
mientras el profesor repartía los exámenes, y yo lo fulminé con la mirada
durante todo el rato, hasta que me di cuenta de que él no se iba a ir hasta que
yo no escribiera en el papel.
Así
que escribí mi nombre. Comprobé que él se despedía de su compañero con un
“adiós, Bertie”. Salió del aula.
Conté
un minuto entero, el más largo de mi vida, y entonces me levanté, troté hasta
la mesa del profesor y le entregué la hoja en blanco.
-Pero,
¿qué es esto, Sabrae?
-Mi
examen. No me sé nada. Lo siento. Me tengo que ir.
-Pero…
-Lo
prepararé más para la recuperación, lo prometo-aseguré, agachándome para
recoger mi cartera (tendría que coger un taxi para llegar cuanto antes al
hospital) y dejando la mochila junto a Momo, para que ella me la llevara a
casa. Toda la clase alucinaba.
Salí
por la puerta con toda la dignidad del mundo, y luego, eché a correr hacia la
salida, con tan mala suerte que me di de bruces con papá.
-¿Adónde
cojones te crees que vas?
Giré
sobre mis talones y volví por el pasillo, en el que me tenía acorralada. Papá
empezó a soltar improperios, me dijo que debería darme vergüenza, que era la
vergüenza de la familia (algo que mamá siempre nos decía si la cabreábamos lo
suficiente, y que hacía que Scott y yo nos partiéramos de risa y nos ganáramos
un tortazo), que no sabía de dónde lo había sacado…
De
modo que, como vi que mi herencia acababa de esfumarse y que ya no podía caer más
bajo para mi padre, decidí que tenía que tenía que llevar la última expresión a
lo más literal posible.
Así
que me abalancé hacia la ventana y la descorrí a la velocidad del rayo.
-¿PERO,
QUÉ HACES?-tronó papá.
-¡ME
VOY!-anuncié, subiéndome al radiador y escalando hacia la ventana.
-¿POR
LA VENTANA? ¡ESTAMOS EN UN SEGUNDO PISO!
-¡ABAJO
HAY SETOS! ¡AMORTIGUARÁN MI CAÍDA! ¡ADIÓS, PA…!-me despedí, pero él me cogió de
la cintura y me alejó de la ventana, tirándome al suelo. Empecé a luchar para
levantarme, detestando no poder usar mis conocimientos como reina del kick boxing con él precisamente por los
lazos que nos unían, lo cual me quitaba una gran ventaja.
-Para,
para, ¡para!-ordenó papá, y yo me detuve y lo miré con desconfianza. Si Louis
estaba de camino e iba a ayudarle, estaría en demasiada desventaja-. ¡Joder!-bufó-.
Quién cojones me mandaría… con lo bien que estábamos tu madre y yo con Scott.
¡Me cago en Dios! Está bien, ¡coge tus cosas!
-¿Para
qué?-inquirí con desconfianza.
-Te
voy a llevar al putísimo hospital.
-¡TE
QUIERO! ¡ERES EL MEJOR PADRE DEL MUNDO!-celebré, dándole un beso, poniéndome en
pie de un salto y entrando como un ciclón en la clase. Mientras recogía mis
cosas, papá le pidió a mi profesor que le dijera a Louis, el nuevo jefe de
estudios, que se iba.
-Pero,
¿no tienes guardia de biblioteca?-quiso saber mi profesor.
-Si
Louis tiene algún problema… que me coma los cojones-sentenció papá.
Cuando
entró en el coche, yo ya tenía el cinturón de seguridad abrochado, había
arrancado el coche y apagado la radio.
-Corre,
corre, corre-le pedí a la velocidad del rayo. Nos fuimos respetando todas las
señales de tráfico y los límites de velocidad. Deseé estar en un coche patrulla
o un camión de bomberos; así te dejaban vía libre, y no tenías que someterte a
las mismas normas que el resto.
Curiosamente,
no pensé en las ambulancias. Demasiadas malas experiencias con ellas.
-¿De
verdad ibas a saltar por la ventana?-preguntó papá en un semáforo, muy cerca ya
del hospital. Yo temblaba como una hoja cuando le miré.
-Sí.
Papá
rió entre dientes.
-La
madre que me parió… y menos mal que hace un año no lo soportabas.
-Hemos
cambiado mucho, los dos. Ahora nos conocemos mejor.
-Sí,
ahora le conoces la polla.
-¡PAPÁ!-protesté.
-¡Es
la verdad! Voy a hablar de esto con Sherezade. No pienso dejar que Shasha
también se vuelva loca. Nada de chicos hasta que tenga, por lo menos, 30 años.
-Shasha
no va a tener novio en su vida. Le dais asco los hombres.
Papá
torció la boca, meditabundo.
-Está
bien, pues a Duna.
-Shasha
es la lista de la familia. Personalmente creo que esa opinión suya respecto a
los hombres es lo más sensato que he oído nunca.
-Sí,
ya lo veo, doña “Me voy a tirar por la ventana para ir a ver a mi no-novio, con
el que casualmente tengo una relación más formal que mis padres, que llevan
casados 10 años”.
-Papá,
llevas más de 10 años casado con mamá.
-Soy
profesor de Literatura, no de Matemáticas. Y tu madre lo hace breve. Cuando
quiere.
Le
sonreí.
-Sabes
que el semáforo lleva diez segundos en verde, ¿no?-me dijo.
-Es
que te pones muy guapo cuando hablas de mamá.
Papá
puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar sonreírme. Me dejó en la puerta
principal del hospital, y esperó a que yo entrara como una loca para irse a
aparcar. Ni siquiera pensó en que Scott estaría allí arriba, con los demás. Por
mucho que le echara de menos, sabía que Alec y yo necesitábamos intimidad.
Llamé
al ascensor, pero tras tres segundos de espera, le pregunté a un enfermero
dónde estaban las escaleras y subí a toda velocidad por ellas. No me faltó el
aliento en ningún momento, a pesar de que nunca había hecho tanto esfuerzo. No
tenía adrenalina en la sangre, sino sangre en la adrenalina. Podría haber
corrido una maratón en media hora sin enterarme, siempre y cuando en la meta
estuviera mi objetivo, mi glorioso e impresionante objetivo: Alec.
Atravesé
el pasillo y rodeé la puerta de su habitación casi derrapando, sin poder
creerme que estuviera a punto de pasar lo que sabía que iba a pasar. Había
demasiada electricidad en el ambiente como para que él no estuviera consciente.
Y,
cuando nuestros ojos se encontraron, todo el mundo se apagó.
Madre mía. Estaba guapísima, con su pelo alborotado, la
falda arrugada, las mejillas encendidas y los ojos brillantes.
Dios mío. Estaba guapísimo. Increíblemente consciente,
con los ojos brillantes, y su sonrisa torcida de siempre en la cara. No podía
disimularla ni aunque quisiera. Tenía la barba más larga de lo que se la había
visto nunca, las mejillas un poco chupadas, y unas ligeras ojeras en los ojos,
pero yo nunca le había visto más guapo.
-Debería
darte vergüenza-me soltó-, ¿qué hacías, que no estabas al pie de mi cama cuando
me desperté?
Me
reí.
Sabrae esbozó una sonrisa, una preciosa sonrisa que hizo
que mi corazón brincara en el pecho, ignorando las costillas que me ardían
alrededor. Sus ojos se humedecieron, intentando contener las lágrimas de felicidad
al verme despierto, y muy bien. Joder, claro que estaba muy bien. La estaba viendo.
Sin
embargo, sabedora de que había un papel que interpretar, se puso una mano en la
cadera y se mordió el labio.
-Mi
vida no gira en torno a ti, Alec.
-¿Acaso
no es ésa la mayor de las trolas?-espeté-. Justo por delante del…
-… heliocentrismo, y que el tamaño no importa.
Negué
con la cabeza, acercándome a él. En silencio, nos estábamos comunicando.
Estás aquí.
Estoy aquí.
Estás despierto.
Has venido.
No podía no despertarme.
No podía no venir.
Avancé hacia él. Necesitaba tocarlo,
confirmar que era real. Lentamente, preparándome para el impacto que supondría
sentir la vida en su piel, coloqué la mano en las barras de metal que impedirían
que él se cayera, y después, le acaricié la mano. Me la cogió a la velocidad
del rayo, como si fuera a irme. Como si no tuviera todo el tiempo del mundo
para hacerlo.
Sabía que tenía todo el tiempo del mundo para hacerlo.
Pero cuando
quieres a alguien como yo quiero a Sabrae, incluso mil vidas te parecen
insuficientes.
Me estremecí
de pies a cabeza, sintiendo que una corriente eléctrica nos recorría a ambos. Eran
nuestras energías, reequilibrándose después de tanto tiempo escoradas hacia un
lado.
¿Realmente
había existido esa semana en la que no había sido plenamente consciente de las
caricias de Sabrae?
¿Realmente había existido en esa semana en que no había
podido hundirme en la mirada de Alec?
-¿Cuánto
has tardado en venir?-me preguntó, y yo puse los ojos en blanco, sabiendo por dónde
iban los tiros.
-Como
diez minutos desde que terminé el examen.
-Vale-asintió
él-. Pues descuéntalos de nuestro siguiente polvo.
Me
reí de nuevo.
-O
sea, que nos quedamos en dos, ¿verdad?
-Cabrona-gruñó
él por lo bajo. Le acaricié el mentón, y le noté derretirse.
Uf.
Madre.
Mía. Nena. Dame. Putos. Críos.
Me rozó
el mentón con el dorso de los dedos, y yo creí que me volvería loco. Me consumía
un deseo voraz; necesitaba todo de ella, y mucho, muchísimo más.
-No
pasa nada. Me gustan los rapiditos.
-Apuesto
a que sí-sonreí, pensando en la cantidad de veces en que la había hecho llegar
al orgasmo en tiempo récord… y en la misma cantidad de veces en que ella me
había mirado a los ojos, completamente saciada, y me había dicho: “ahora, tú”.
-Qué
remedio me queda. Estoy acostumbrada al sexo efímero.
Alzó las
cejas, frunciendo ligeramente el ceño. Te prometo que no había visto a nadie
tan guapo como él.
-¿Sí?
En cuanto me quiten los puntos, te me sientas encina, nena; ya te daré yo sexo
efímero-sacudió la cabeza-. La madre que te parió.
Me reí
en voz baja, y luego, me hundí en sus ojos.
No sabes cómo he echado de menos
mirarte.
Ojalá supieras que a mi alma le
ha cundido este tiempo separados como mil años, Saab.
Nada va a volver a separarnos, Al.
Nada.
Algo se movió en el límite de
mi campo de visión… y me volví.
No me
había fijado en que la habitación estaba llena hasta que Tommy no se movió. Todos
sus amigos estaban allí: Karlie, Tam, Bey, Jordan, Logan, Max, Tommy, e incluso
Scott. Es curioso: si bien me alegraba de ver a mi hermano, era muy, muy en el
fondo.
Ahora
mismo, Alec tenía el monopolio casi absoluto de mi felicidad.
Alec me
acarició los nudillos, reclamando la atención que le había negado.
-Todo
el mundo fuera-ordenó Tommy, y nadie rechistó. Salieron obedientemente,
ordenados y eficientes, dejándonos solos.
Una extraña
sensación de vértigo se instaló en mi estómago. Intenté recordar la última vez
que me había puesto nerviosa estando con Alec a solas.
Y me
di cuenta de que fue en nuestra primera vez.
¿He dicho alguna vez que Tommy Tomlinson es un puto dios
infravalorado, el mejor amigo que uno puede tener, y que se merece todo lo
bueno del mundo?
¿No?
Bueno,
pues don Tommy Tomlinson es un puto dios infravalorado, el mejor amigo que uno
puede tener, y se merece todo lo bueno del mundo.
Si hubiera
estado en condiciones, me habría levantado de la cama y le habría besado los
pies por decirles a los demás que se fueran para dejarnos solos a Sabrae y a
mí. No era imbécil: sabía que se pondrían a cotillear a través de la ventana,
pero nada nos arrebataría la sensación de intimidad que tendríamos estando
solos.
Sabrae
me miró cuando todos hubieron salido, se acercó la silla de los acompañantes, y
se sentó alisándose la falda. No rompió el contacto visual conmigo en ningún momento,
lo cual le agradecí.
Igual
que me gustaba ver su expresión cuando me hundía en ella, también quería ver
cómo cambiaba su mirada cuando pasara a ser mía.
Porque
no te equivoques, colega lector: llevaba sabiendo que ella aceptaría ser mi
novia desde que abrí los ojos.
Por eso tenía tantas ganas de verla (bueno,
por eso, y porque es guapísima, está buenísima, es graciosísima, buenísima, y
yo la adoro).
Porque
estaba hasta los cojones de no ser oficialmente suyo.
-¿Estás bien?-le pregunté con un hilo de voz, afinando el
oído para escuchar el timbre nervioso que había oído en el aire. Me latía el
corazón a mil por hora. Estiré la mano instintivamente y le acaricié la suya. Llevábamos
demasiado tiempo separándonos como para no estar tocándonos todo el rato.
-Bueno,
menos por los cables, los tornillos y tal…-hizo una mueca y sonrió, agotado-. Pero…
sobreviviré.
-Yo… tenía
el móvil apagado. Sin batería. Lo siento.
-No
pasa nada.
-No
he podido venir antes.
-Que
no pasa nada, Saab. Tenías un examen, y eso es…
-Lo
he entregado en blanco. No podía concentrarme. A decir verdad-sonreí-, ni
siquiera recuerdo lo que me han preguntado.
Sonrió.
-Doña
Estudios, sacando un cero. Vivir para ver. Literalmente-comentó, riéndose, y yo
sonreí, notando los ojos húmedos-. Bueno, lo que importa es que estás aquí.
Sabía
reconocer perfectamente eso: era un pie. Me tendía la mano, y me sacaba a
bailar. Era hora de dar el siguiente paso de lo que, esperaba, fuera una danza
larguísima. De mil años, por lo menos.
-Alec…-empecé
entono vacilante, y la sonrisa de él se ensanchó un poco más.
-Me
gusta ese tono. Me invita a pensar que voy a disfrutar de esta conversación.
Puse los
ojos en blanco, pero supe que no me estaba desconcentrando a propósito. O, por
lo menos, no para fastidiarme, sino más bien lo contrario: me tomaba de la
mandíbula, me decía que podía con él, que me dilataba, y poco a poco se hundía
en mí.
Salvo
que esta vez, a mí me gustaba desde el principio.
Así que
tomé aire y, muy lentamente, disfrutando del proceso y eligiendo las palabras,
empecé.
-Cuando
me enteré de lo de tu accidente, yo… vine a verte nada más saberlo. No me
separé de ti hasta que las enfermeras no me echaban para casa. Me dieron
privilegios de horarios, pero toda paciencia tiene un límite.
-Entiéndelas,
bombón-sonrió él, señalando su cuerpo-. Me querían sólo para ellas. ¿Puedes
culparlas?
-Se
me paró el corazón-continué-, no podía respirar.
Recordar
aquello era demasiado duro; suerte que él ya era él otra vez, y me cogió la
mano y me besó el dorso.
-Si
llego a saber que tenía que estamparme con la moto para que me hicieras este
caso, habría ido derechito hacia un muro hace mucho, mucho tiempo-bromeó. Sonreí,
me toqueteé las trenzas, y me llevé su mano a los labios. Qué cálida me parecía
ahora que volvía a estar viva.
-Estaba
aterrorizada. Por mí, por lo que me hizo saber lo que te había pasado, por ti…
-Ah,
menos mal. Ya pensaba que sólo te ibas a preocupar por ti en este asunto-rió,
apoyando la cabeza en la almohada, y yo sonreí. Me relamí los labios.
-No
podía dejar de pensar en lo que te dice hace meses. Fui tan tozuda-jadeé, negando con la cabeza, recordando cómo había sido
tajante en mi negativa-. Mi peor pesadilla era venir un día y ver que tu cama
estaba vacía, pero incluso mi yo más egoísta tenía que ceder ante esa posibilidad.
Porque aunque tú seas mi dios personal, Alec-sus ojos chispearon; él sabía lo
importante que era mi fe para mí, y que lo pusiera a la altura de quien se
suponía que no debía compartir su posición con nadie era muy ilustrativo de lo
muchísimo que me importaba-, y los sentimientos que me despiertas no puedan ser
de este mundo de tan hermosos… eres humano. Igual que yo. Tienes el tiempo en
este mundo contado, por muy injusto que eso me parezca.
»El
caso es que… he tenido muchísimo tiempo para pensar, y pensar, y pensar. Y tú
no te ibas de mi cabeza ni aunque intentara hacer el esfuerzo de sacarte de
ella, aunque lo cierto es que jamás lo intenté. Pensar en ti y sufrir el
equivalente a lo que tú estabas sufriendo me parecía penitencia suficiente para
todo lo que te he hecho estos meses. Me he dado cuenta de que he sido una
imbécil por no querer estar contigo, y una estúpida, y una gilipollas por
pensar que podría pararlo, además de una cabrona y una egoísta, y… oye, párame
cuando quieras, ¿eh?-bromeé, y Alec sonrió.
-Es
que de momento estoy de acuerdo contigo en todo.
Los dos
nos reímos, y él me acarició la cara.
-Nunca
pensé que llegaríamos a esto. De todas las personas del mundo… y pensar que te
he tenido al alcance de la mano toda la vida, y no he querido conocerte hasta
ahora. Me he sentado cada día durante siete días a cogerte de la mano y tratar
de traerte de vuelta porque tengo que darte las gracias. Gracias por dejar que
me cuestione cosas de mis orígenes, y ayudarme a entender que cuestionarme eso
no implica dudar de mí, de mi familia, ni de mi futuro. Gracias por dejarme
incluirte en ese proyecto de futuro. Gracias por enseñarme lo que es ver el
sol. Gracias por enseñarme lo que es el amor. Gracias por hacerme reír como
nadie, disfrutar como nadie, e incluso sufrir como nadie. Gracias por hacer que
haya vivido en tan solo unos meses lo que muchos se pasan toda la vida buscando.
Gracias por haber dejado que te conociera.
Alec me
sonrió. Tenía los ojos anegados en lágrimas.
-Gracias
por ser Alec. Y gracias por hacerme ser Sabrae. Sabrae no es la cobarde que le
pone frenos inútiles a sus sentimientos, sino la que vive cada día como si
fuera el último, ríe a carcajadas, llora a moco tendido y, sobre todo, quiere a
rabiar. Porque lo hago. Te quiero, Alec Theodore Whitelaw. Con tus tonterías,
tus protestas, en tus días malos, y en tus días buenos. Te quiero cuando estás
inconsciente y te quiero cuando estás consciente. Te quiero cuando me abrazas
en la cama, cuando me besas mientras lo hacemos, cuando me guiñas el ojo desde
el otro extremo del pasillo, o cuando me mandas un mensaje simplemente para
recordarme que tú estás aquí, en mi vida. De donde no quiero que salgas. No quiero
ver ningún amanecer, a no ser que sea a través de los vídeos que me envías cada
mañana. No quiero dormir en otra cama que no sea la tuya, o la nuestra en casa
de mis padres, o la de un hotel que hemos reservado juntos. No quiero crecer y
convertirme en una mujer que no es lo bastante libre como para entregarse al
hombre al que ama, y ese hombre eres tú, Alec.
Le cogí
el rostro entre las manos y le acaricié la mandíbula.
-Sé
que no me lo merezco, así que no te voy a preguntar si tu oferta sigue en pie…
-Sigue
en pie-respondió él apresuradamente, y yo me reí.
-¿Temes
que cambie de opinión?
-No. Quiero
que sepas que Scott me dijo que, como no te esperara, lo lamentaría toda mi
vida. Y que sería si intentara gilipollas si intentara pasar página y olvidarme
de esto, Saab.
Tragué
saliva y lo miré. Y lo miré, y lo miré.
-Por
suerte, en todas las familias hay un hermano guapo y un hermano listo. Y, en la
mía, yo resulto ser los dos-se jactó. Sonrió. Sonreí-. Así que claro que sigue
en pie, nena. Seguirá en pie por siempre-me acarició el hombro y siguió la
línea de mi cuello, masajeándome la mandíbula con su pulgar.
¿Me dejas narrar?
No. Ahora es mi turno.
Bueno, me la suda. Sólo quería decir que te quiero
muchísimo y que no me imagino una vida sin ti.
Eres de tonto…
-Pues
la acepto-sonreí, exultante. Nunca había sido tan feliz.
Yo tampoco.
Me pregunté si sería posible morir de felicidad igual que
de pena, si había algo parecido a una sobredosis de serotonina.
Yo también.
¡Déjame a mí! Te estás cargando la emoción del momento.
Vaale. Te quiero, mi amor.
Yo también te quiero♡.
-Aunque
no sé si se me dará bien esto de estar en pareja-bromeé-, ni a ti ser monógamo,
pero…
-Venga,
amor. Si estamos casados-sonrió Alec, acariciándome la mejilla y haciendo que
me echara a reír-. Además, yo soy como un perrito. Leal a muerte. Soy un Golden
Retriever-se jactó.
-A mí
me recuerdas, más bien, a un chihuahua.
-Mira,
Sabrae-protestó, incorporándose un poco en la cama-. Si queremos que esto funcione,
vamos a tener que admitir que soy masculino como un Golden Retriever. Un chihuahua
no me sirve.
-Los
chihuahuas son monos. Los puedes llevar en el bolso.
-Los
chihuahuas son ratas-sentenció, tozudo. Puse los ojos en blanco y me eché a
reír.
-Está
bien. Puedes ser un Golden Retriever, si…
-¿Perdón?
¿Cómo que si…? ¿Tengo que recordarte
que me acaban de abrir en canal? Dame un respiro.
-Calla
y escucha mis condiciones. Si queremos que esto funcione-le miré con intención
y él puso los ojos en blanco-, tenemos que escucharnos el uno al otro.
-Está
bien, está bien. A ver, ¿qué me vas a imponer ahora? ¿Es un trío?-preguntó en
un susurro-. ¿Con Chrissy, como acordamos?
-Mejor.
-¿Mejor que un trío con Chrissy? Ay, mi madre.
¿Vamos a hacer una orgía con Diana también?
-¡Calla
y escucha!-se acomodó en la cama, impaciente, y yo me reí. Carraspeé, tragué
saliva y continué-. Bien, como te iba diciendo… no te voy a preguntar si tu
oferta sigue en pie. Aunque ya la haya aceptado-añadí apresuradamente al ver la
cara que me ponía-. A cambio… te voy a hacer otra.
-¿Cuál
es?
-Sal
conmigo. Déjame presumirte delante de todo el mundo, llevarte a reuniones
familiares y obligar a mis amigas a aguantarte. Hacerte regalos ñoños, celebrar
por todo lo alto nuestro aniversario, y poder exigirte todos los besos que yo quiera,
y ponerme de morros cuando tú te canses de mí y sentencies que no me vas a dar
más. Déjame poder decirte que te quiero cuando a mí me dé la gana, porque va a
ser a todas horas. Y déjame tener el gran placer de escuchar cómo dices que soy
tuya. Incluso aunque no pueda ser de nadie. Quiero ser tuya, Alec. ¿Me dejas
ser tuya?
-Pues
claro que sí-sonrió él, inclinándose para besarme. Dios. Nuestro primer beso en
nuestra nueva vida juntos. Me puse rígida de los nervios, pero luego me dije “sólo
es Alec”. Y me puse más nerviosa aún.
Porque
no podía ser “sólo” si se trataba de “Alec”.
-Eres
una reina, Sabrae Malik-murmuró, admirado, contemplando mis facciones.
-¿Por
qué?
-Porque
me lo dices precisamente en el único momento en que no podemos echar un polvazo
de celebración. Eres la reina,
chica-bromeó, y yo me eché a reír. Estaba eclipsado por mi belleza. La verdad,
nunca me había sentido tan bien-. Oye, nena… en la boca no tengo puntos,
¿sabes?
Jadeé
una risa, me puse en pie, tiré de la barra para bajarla y que no nos molestara,
y le besé.
Me besó.
A mí.
A su
novio.
¡Hola!
¡Soy su novio!
ERES INSOPORTABLE.
El beso
fue lento incluso para uno de película, mágico incluso para un cuento de hadas,
emotivo incluso para una despedida, porque no era una despedida, sino todo lo
contrario. Lo alargamos todo lo que quisimos, con el tiempo en nuestras manos,
haciendo pequeñas pausas para que Alec pudiera respirar, y yo reírme, apoyando
la frente sobre la de él e inhalando su delicioso aliento. Miré por el rabillo
del ojo las constantes vitales de Alec, y me mordí la sonrisa al ver que se le
habían disparado las pulsaciones.
-¿Te
duele?-le pinché. Sabía que no.
-Sólo
cuando paras-me respondió.
-Entonces,
se te va a olvidar lo que es el dolor, porque no pienso parar de
hacerlo-contesté, acercando mi boca de nuevo a la suya.
-Lo
dudo. Cada día que pasa, te pones más guapa.
-Calla.
Exagerado…
-¿Me
lo dices otra vez?
-Exagerado-repetí,
riéndome de él de forma cruel.
-No. Lo
otro-protestó, como un niño pequeño-. Porfa, que estoy convaleciente-me
recordó, y yo me reí de nuevo, entrelacé mis dedos con los suyos, y repetí:
-Te
quiero, Alec Theodore Whitelaw.
Y continuamos
besándonos, disfrutando el uno del otro, y de la vida que se extendía ante
nosotros, con un amplio abanico de posibilidades, todas preciosas, porque no
contemplábamos ninguna en la que no estuviéramos nosotros.
Y me
di cuenta de una cosa: el romanticismo no está en los lugares bonitos, en los
detalles caros o en las declaraciones trabajadas. Está en los “te quieros”
verdaderamente sentidos, y en decirlos sin miedo, con todo el orgullo del
mundo. Porque creía que lo que más podía enorgullecerme era ser negra en un
mundo de blancos, ser musulmana en un mundo de cristianos, ser bisexual en un
mundo de heterosexuales, ser buena en un mundo egoísta, feminista en un mundo
machista, inteligente en un mundo nada curioso, o una mujer en un mundo de
hombres.
Pero lo
que más me enorgullecía ahora era ser suya.
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Es muy heavy pasarte tres años esperando a leer un capítulo que ya has leído previamente solo exclusivamente por el significado que tiene, porque sabes que supone un punto y a parte para una historia que se ha convertido en todo para ti, aun cuando la empezaste pensabas que sería otra mas.
ResponderEliminarNo puedo expresar todo lo que he sentido leyendo este capítulo porque ha sido demasiado, desde el momento de Alec comenzando a ser consciente de todo lo que ha ocurrido, Sabrae y sus aventuras con las ventanas, la parte de Zayn que me ha hecho descojonar viva y EL MOMENTO (Si en mayúsculas)
Ha sido increíble el discurso de Sabrae, me ha dejado prácticamente temblando y leerla por fin decirle con todas las letras a Alec el esperadisimo “Te quiero” ha sido ver una estrella fugaz en un cielo despejado Erika. Te has coronado con este capítulo ha sido jodidamente increíble y me tiemblan las piernas solo de pensar en todo lo que se viene a partir de ahora, va a ser legendario. No puedo esperar tía, estoy deseosa.