domingo, 15 de noviembre de 2020

Mausoleos y fosas comunes.


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Alec había puesto los ojos en blanco un mínimo de 28 veces (y digo “mínimo” porque no empecé a contarlos desde el principio, sino cuando lo había hecho un puñado de veces en un intervalo de apenas un minuto) en menos de 25 minutos cuando Mimi abrió la boca por fin, y le dijo algo que le hizo mirarme.
               Todo había ido relativamente bien cuando su familia entró a visitarle: no sólo venían sus padres y su hermana, sino que también se habían traído a su abuela, que se echó sobre él nada más verle, gritando palabras que en un inicio me parecieron incongruentes, pero que, después de que Alec sonriera y le diera unas palmaditas en la espalda, consolándola como si la que estuviera mal fuera ella y no él, identifiqué como frases en ruso. Por supuesto. Por mucho que Ekaterina sintiera deferencia por mí y hubiera empezado a cogerme cariño durante su visita, nos habíamos mantenido lo suficientemente alejadas la una de la otra como para olvidársenos, por un instante, que pensábamos en idiomas distintos.
               Con todo, no me molestó. Sabía que no lo hacía con mala intención, y que Alec se sentiría un poco mejor si alguien le hablaba en ese idioma que tanto relacionaba con casa. Dado el tiempo que pasaría en el hospital, cualquier cosa que hiciera que esa fría habitación se pareciera más a un hogar sería más que bienvenida.
               Dylan y yo intercambiamos una mirada de resignación, ya que ninguno de los dos dominaba el idioma en el que se estaban comunicando,  y a nuestra ignorancia compartida había que añadirle las reticencias que teníamos los dos a interrumpir ese momento que tan bien le haría a mi chico.
               Pero todo empezó a torcerse en el momento en que Alec carraspeó y, mirándome de reojo, cambió al inglés. Me pregunté por qué lo hizo durante un instante, el mismo instante en el que olvidé que, para él, Dylan era tan importante como el resto de su familia, por mucho que no compartieran sangre.
               -Familia, tengo una cosa que deciros-dijo tras carraspear, y yo sentí el impulso de levantarme para dejarle un poco de espacio, pero la forma en que me miró por el rabillo del ojo, como asegurándose de que seguía allí, que le estaba apoyando y que no había cambiado de parecer, me hizo permanecer en el sitio. Así llevaban meses siendo las cosas, y así esperábamos que continuaran siendo durante mucho, mucho tiempo: él me apoyaba a mí, y yo le apoyaba a él, los dos contra el mundo, sin excepciones ni condiciones. Sabía que, por mucho que me doliera dejarle marchar, por mucho que nos doliera a ambos, respetaría su decisión, y le defendería de todo aquel que quisiera rebatírsela, hacerle cambiar de opinión incluso aun a riesgo de hacerle daño.
               Le di un apretón en la mano para indicarle que me había percatado de su vistazo, y Alec asintió despacio con la cabeza, como insuflándose ánimos a sí mismo.
               -Esta mañana-decidió mentir para no preocupar a su madre, aunque yo sabía que había leído el correo de madrugada- he recibido un correo de una de las organizadoras del voluntariado, avisándome de que ya está todo listo para que me vaya, y pidiéndome que le diga en qué fecha tengo pensado incorporarme al grupo.
               El silencio que se instaló en la sala no fue sepulcral, ni de ultratumba: fue, más bien, propio del purgatorio.
               Era el tipo de experiencia del infierno que atormentaría a un sordo, pues por mucho que no escuches ningún sonido, sabes que incluso una salva de gritos como cañonazos indicando el principio de la guerra es mil veces mejor.
               -Todavía tengo que decidir en qué fecha me marcho, pero… quería que supierais que los planes de irme de voluntariado siguen en pie. Ahora más que nunca-puntualizó con fingida tranquilidad, intentando rebajar la tensión en el ambiente.
               No lo consiguió. Dylan miró a su mujer, que se había puesto pálida, y luego, después de un segundo de vacilación en el que todo el mundo se quedó expectante del siguiente movimiento, finalmente tiró la primera piedra:
               -¿Perdón?
               Y eso fue exactamente lo que no le concedieron a Alec: un perdón. Nada de una tregua, ni de ocasión para explicarse, ni nada por el estilo. Annie y Ekaterina se lanzaron a por él como dos fieras hambrientas, ansiosas de carne fresca. Annie fue la primera en empezar a protestar, pero ya lo hizo en el idioma materno de su madre, que se lo tomó como una invitación a continuar despotricando de manera que no todos en la habitación pudiéramos entenderla, aunque estaba segura de que no había sido por esa razón.
               Dominaba mejor el ruso que el inglés. En el ruso, podía expresarse mejor.
               Y, también, el ruso era el idioma que Alec asociaba con su infancia, cuando más lo había practicado. Puede que estuviera apelando a ese sentimiento de lealtad que los niños desarrollan hacia sus abuelos en los primeros años de vida, cuando estos son una parte esencial de su desarrollo y los primeros amigos que tienen, aquellos que les consuelan cuando sus padres son demasiado estrictos o que les regalan chuches de contrabando pasado el horario de ingesta de azúcar. Puede que quisiera apelar al niño que Alec llevaba dentro, el que no era capaz de separarse de las faldas de su abuela, el que siempre estaba muy pendiente de ella en el parque, asegurándose de que tenía toda su atención.
               O puede que, simplemente, estuviera tan cabreada que se le hubiera olvidado el idioma de su difunto esposo. Su rostro comenzó a ponerse púrpura a medida que gritaba y gritaba, elevando la voz a un nivel que no todas las divas de la ópera alcanzaban, aunque su hija tampoco se quedaba corta: rodeó la cama por el lado opuesto a Ekaterina, y se plantó delante de mí, inclinada hacia Alec, lanzándole una perorata sin sentido de la que me dio la sensación de que más de la mitad podían pasar por insultos.
               Alec se mantuvo estoico. Empezó a poner los ojos en blanco cuando Annie se volvió,  agitando la cabeza, elevando las manos en el aire y negando tan rápido que pensé que se haría una lesión cervical. Lo apuntó con un dedo acusador varias veces, y Alec volvió a poner los ojos en blanco; agitó la mano en el aire, y Alec puso los ojos en blanco; señaló la puerta y dio un paso hacia él, amenazándolo con algo, y Alec puso los ojos en blanco; exhaló un rugido de frustración y lo encuadró con dos manos de dedos estirados como garras, y Alec puso los ojos en blanco. Ekaterina empezó a señalarla, y Alec puso los ojos en blanco. Se abrazó a sí mismo mientras las dos mujeres se turnaban en un dueto sincronizado, que sonaba a un festival de seseos no del todo desagradable. Alec se abrazó a sí mismo de una forma extraña: quería rodearse la cintura, como protegiéndose de sus ataques o del aburrimiento que estos le producían, pero, dado que tenía el brazo izquierdo completamente inmovilizado, sólo pudo colocarse el brazo en diagonal, atravesando el vientre, y ponerse el codo del brazo libre sobre el cabestrillo, con la mano en la mejilla mientras esperaba a que terminara la tormenta.
               Sólo que la tormenta no terminó. Si ya se enfrentaba a un huracán y un tsunami, ahora tenía que vérselas con la fuerza sorprendentemente tranquila de un volcán entrando en erupción en la distancia: concretamente, en la esquina de la habitación. Mimi se había sentado con las piernas cruzadas, un poco reclinada en la esquina, apoyada en el codo mientras observaba a las dos generaciones anteriores a la suya repartirse las sobras de su hermano. No satisfecha con lo que estaba presenciando, sin embargo, decidió intervenir: lanzó una frase al aire que tenía entonación de pregunta, con los ojos fijos en los de Alec, quien hasta el momento no había posado la vista en ella más que en un par de ocasiones, siempre coincidiendo con veces en que Annie había pasado por delante de ella, eclipsándola durante un breve momento.
               No sé cómo hizo para hacerse oír por encima de los gritos de Annie y Ekaterina, que ya habían llamado la atención de las enfermeras, pero el caso es que lo consiguió: el diluvio de insultos se detuvo de súbito, abuela rusa y madre griega girándose para contemplar a la hija inglesa que acababa de dar justamente en el clavo. Dylan se rascó la nariz, intentando no mirarme: la única que no había comprendido la pregunta que Mimi había hecho era yo, pues si bien él no tenía conocimientos suficientes de ruso como para seguir la conversación completamente (y más si se daban las circunstancias atenuantes de la comprensión que era el tono elevado, la cadencia rápida y la superposición de las voces de su esposa y su suegra), había escuchado a Mimi alto y claro.
               Alec posó por fin los ojos en su hermana, y pronunció dos palabras que sí había conseguido enseñarme:
               -Ona kto?
               Ona. Ella.
               Kto. Quién.
               Mary inclinó la cabeza a un lado, esbozando una sonrisa sarcástica que, lejos de escalarle a los ojos e iluminárselos, se los oscureció con amargura.
                -Ty znayesh kto.
               Ty. Tú.
               Znayesh. Sabes.
               Kto. Quién.
               Alec se había prometido no dejar que aquello me afectara. Incluso mientras el diluvio caía sobre él, incluso mientras Annie no dejaba de repetir mi nombre para recordarle las razones por las que debía quedarse, la gente que no quería que se fuera, la gente a la que había hecho daño, había conseguido no mirarme ni una sola vez. Confió en que yo no sería capaz de comprender “Sabrae” entre la retahíla de balbuceos, y había acertado: a pesar de que Annie me había nombrado más veces de las que le gustaría, Alec no me había mirado ni una sola.
               No fue así esta vez. Aún con la mano en su mejilla, la yema de los dedos presionándole suavemente las sienes, sus ojos se volvieron hacia mí como una mariposa a un campo de flores. Fue apenas un instante. Un par de segundos en el que Alec leyó de mi mirada todo lo que necesitaba saber, lo que acabábamos de hablar y decidir entre los dos: sobreviviríamos a esto. Nuestra historia no empezaría y terminaría en un hospital. Ni siquiera terminaría en un aeropuerto, o a miles y miles de kilómetros de distancia.
               Terminaría con nosotros separados por un mundo cuyas fronteras eran infranqueables, al que llegabas con un billete sólo de ida, y nuestros cuerpos bajo tierra. El único lugar que conseguiría separarnos sería el cementerio, e incluso entonces, seguiríamos estando juntos de alguna forma, física esta vez: aunque me reservaran un mausoleo para mí sola, jamás lo escogería frente a una sepultura al lado de Alec; me daría igual estar incluso en una fosa común, todo con tal de estar a su lado, volviendo al suelo del que habíamos surgido, convirtiéndonos de nuevo en un polvo tan fino que sería imposible distinguirnos, incluso químicamente.
               Incluso si no existiera el cielo y no pudiéramos disfrutar de una eternidad garantizada juntos, siempre nos quedaría el consuelo de que, en algún lugar, Alec y yo siempre seríamos uno.
               Igual que lo estábamos siendo entonces.
               Su familia sería un muro fuerte y duro contra el que chocar si es que se interponían entre nosotros, pero no sería el mayor obstáculo que encontraríamos Alec y yo, ni el más importante que estuviéramos dispuestos a salvar.
               Alec apretó suavemente los labios, detestando tener que meterme en la conversación, no poder seguir fingiendo que las mujeres de su familia habían salido a jugar armadas hasta los dientes.
               -No vais a ponerla contra mí, ni a pillarla por sorpresa-anunció, cambiando al inglés para que yo pudiera entender la conversación. Se había terminado la discusión, a juzgar por el tono sabio que adquirió su voz-. Sabrae y yo ya lo hemos hablado.
               Annie y Ekaterina me fulminaron con la mirada, la primera arrepintiéndose de haberme acogido en su familia con los brazos abiertos, la segunda decidiendo retirarme el privilegio de llamarla Mamushka. La única que se mantuvo con los ojos fijos en Alec, sin hacer el más mínimo caso de mí, fue Mimi, que continuó con los ojos fijos en su hermano. A diferencia de Annie y Ekaterina, ella sabía que la cosa no iba realmente conmigo. Que yo era más aliada que rival en este asunto, porque a mí tampoco me hacía gracia que se marchara.
               Aunque sí que le sorprendía que no hubiera montado una escena delante de ellas, le hubiera dejado a Alec claras mis intenciones, ni hubiera aprovechado ver que tenía apoyos de sobra para lanzarle un ultimátum: o África o yo. Porque todos sabíamos que Alec me escogería a mí.
               Pero si yo hacía eso, jamás me lo merecería. Sería lo más ruin que podría hacerle, pedirle que renunciara a un sueño altruista que tenía, sólo por cumplir mis fantasías egoístas.
               -Y ella me apoya-añadió Alec en tono de recriminación, ya que era el deber de su abuela y de su madre estar de su parte en esto. Se suponía que iba a hacer el bien, no a combatir en una guerra en la que se mancharía las manos de sangre inocente, así que, ¿por qué se cerraban tanto en banda? Deberían estar orgullosas, en vez de horrorizadas-. Le parece bien.
               Eso fue más de lo que Annie podía soportar: podía tener un hijo que hubiera sobrevivido a un terrible accidente de coche, que ahora no quisiera admitir su pésimo estado de salud insistiendo en continuar con unos planes que había hecho cuando tenía una fuerza y resistencia superior a la de cualquiera en el mejor momento de su vida; podía manejar bien su tozudez, pero, ¿alguien que fuera igual de terco que él, apoyándolo, estando a su lado, aplaudiendo una decisión que a ella le parecía, como mínimo, esperpéntica? No, por ahí no iba a pasar. Annie podía con un Alec, para algo era su madre y lo había parido, y lo sabía.
               Sin embargo, ¿dos? O peor, ¿un Alec y una Sabrae? Eso era demasiado para cualquiera. Ni siquiera nosotros mismos éramos capaces de comprender hasta qué punto llegaba la fuerza que teníamos juntos, de tan intensa que era. Mientras que nosotros estábamos metidos en una esfera luminosa que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, los demás se hallaban a la sombra de un monstruo gigantesco, cuya sombra se extendía más allá del horizonte, que convertía el recuerdo del sol en un delirio. Nada podía pararnos si estábamos juntos, ni siquiera nuestros padres, la fuente de la que había surgido ese poder.
               -Ah, ¡bueno! ¡Si a Sabrae le parece bien, entonces está todo bien! ¡Sabrae es la única que te importa, así que perfecto! ¡Si ella está de acuerdo, pues venga! ¡Tírate al cráter de un volcán, si te parece! ¿Quieres que busque en internet cuáles son los más activos del mundo? No me importa haceros ese favor, ahora que de repente tengo muchísimo tiempo libre, porque, ¿para qué molestarme en…?
               -Annie-le recriminó Dylan, antes de que ella dijera algo de lo que pudiera arrepentirse. Annie se volvió hacia él, furiosa, en un resorte rápido que me recordó a los movimientos de Alec en el ring mientras boxeaba frente a mí, en un entrenamiento que no distaba mucho de un combate por el título de campeón de los pesos pesados.
               -¿A ti te parece normal que la única justificación que nos da para su decisión, es que a Sabrae le parece bien? ¿Te parece suficiente, de verdad, Alec?-se volvió hacia su hijo-. ¿Crees que tengo que conformarme con eso? ¿Con saber que ella es la única que tiene algo que decir en este asunto?
               -Annie-repitió Dylan.
               -No estoy diciendo que Sabrae sea la única que tiene opinión en el tema. Todos la tenéis, pero la decisión última sigue siendo mía.
               -¿Seguro? Porque lo único que nos has dicho para justificar este ridículo plan tuyo es que Sabrae se ha subido al carro. Lo cual, perdona que te diga, pero me sorprende muchísimo, niña-acusó, mirándome-. Es decir, después de tanto tiempo y tantas dudas, precisamente con el tema del voluntariado, ¿qué demonios ha cambiado tanto ahora para que no seas capaz de decirle que no, cuando antes no podías decirle que sí?
               -¡Mamá! ¡No le hables así a Sabrae delante de mí!
               -Es que estoy alucinada, hijo. Tantos meses de tira y afloja, comportándoos como novios sin querer serlo por ella, y ahora, de la noche a la mañana, ¿la excusa pasa a ser la razón? No tiene sentido, no entiendo qué ha hecho que cambie de opinión de esta manera, y donde antes decía blanco, ahora diga negro…
               -Lo que ha cambiado es que casi me mato-ladró Alec con voz gélida, y Annie se llevó una mano al pecho, mirándonos-. Casi me mato y… mira, realmente no tenemos por qué darte explicaciones sobre esto, porque nuestra relación sólo nos incumbe a nosotros dos, pero…
               -No os incumbe sólo a vosotros en el momento en que ella te anima a marcharte.
               -Por Dios, mamá, ¡ella no me ha animado a nada! ¡Todo lo contrario! Además, ¿tengo que recordarte que yo llevo con esta idea rondándome la cabeza años? ¡Llevas sabiendo de sobra que me iría de voluntariado este verano meses! ¿Y me montas el pollo ahora?
               -¿Cómo te atreves? ¡Casi te matas!-chilló Annie-. ¡Estuviste en coma siete días! ¡Siete infernales días en que nadie sabía decirme qué te pasaba, si estarías bien cuando te despertaras, si te despertarías siquiera! ¡Y yo estuve sentada a tu lado todo el tiempo, rezando a todos los dioses habidos y por haber porque abrieras los ojos, hablándote, acariciándote, haciendo lo imposible porque despertaras!
               -Igual que Sabrae-constató Alec, tajante.
               -E igual que yo-añadió Mimi, que había subido un pie al sofá.
               -Y ahora la única justificación que nos das es que Sabrae te ha dado su visto bueno, como si fuera la única que importa, la única que lo va a pasar mal…
               -No, no lo es. Pero sí es la única que puede que esté aquí cuando yo vuelva-sentenció, molesto. Había en su voz un tono rabioso que sólo le había escuchado en otra ocasión: discutiendo conmigo, en aquella pelea horrible que tuvimos que casi acaba con todo, y que tanto nos había costado superar.
               -Yo voy a estar siempre-le aseguré, acariciándole la cara interna del brazo, que no había alejado de mí. Mis dedos siguieron la línea de sus venas por debajo de su piel, hasta el punto en que la vía introducía la medicación en su cuerpo-. Y Annie…-Annie me fulminó con la mirada, rabiosa, pero esperó a que yo hablara. No sé si quería perdonarme o que le diera una nueva razón para pelearse, pero el caso es que se mantuvo callada, a la espera-. No es que me parezca bien, pero me he dado cuenta de que tengo dos opciones: no tenerlo cuando vuelva, o tenerlo también cuando se vaya. Porque sé que se va a ir-dije, con un deje triste en la voz que a Alec no se le escapó, y su brazo se giró automáticamente para ser él quien me acariciara y me consolara a mí, y no al revés-. Es como el sol. No puedes impedir que se marche cada noche, pero sí puedes esperar a que asome cada mañana.
               Miré a Alec, que había esbozado una sonrisa triste que, sin embargo, se había animado un poco al escucharme. Por eso le llamaba sol. Por su calor, por su luz, y porque, sin importar el tiempo que estuviéramos separados, por muy oscura que fuera la noche, él siempre volvería para rescatarme de las garras de la oscuridad.
               -Y, respecto al accidente…-arrugué la nariz. No me gustaba pensar en él, incluso si ya lo hubiéramos superado. Ni siquiera cuando Alec saliera del hospital y recuperara la vida que había tenido hasta entonces (lo cual, por desgracia, le llevaría más de lo que nos gustaría) sería un tema fácil de tratar para mí-. No voy a fingir que no ha tenido influencia en el cambio en mi parecer, pero no ha sido todo lo determinante que creéis-los miré a todos, a Dylan, a Ekaterina, a Annie, a Mimi-. Os lo aseguro. Sólo aceleró el proceso. Pero yo llevo… llevo queriendo decirle que sí desde su cumpleaños. Quizá antes. San Valentín…-reflexioné, mirándole, y Alec sonrió-. Alec me ha cambiado la vida en tantos aspectos que ni siquiera puedo decir en qué momento exacto me empecé a plantear en serio el decirle que sí. Supongo que una parte de mí siempre se ha arrepentido de haberle dado calabazas al principio-me reí, y Alec se unió a mí. Fue el único que lo hizo, aunque sentí que la tensión del ambiente disminuía. Y, con que lo hiciera un poco, para mí ya era suficiente-. El accidente me ha hecho darme cuenta de cómo sería la vida sin él-le apreté la mano, y él me acarició los nudillos-. Y no quería vivirla. Todos los días me he sentado en esa UVI, en el sitio que tú mantenías caliente para Mimi y para mí, Annie, y no ha pasado un solo día en el que no lamentara profundamente no haberle dicho todo lo que siento, sin eufemismos ni nada, antes de que le pasara esto. Porque sé que una parte de él va a pensar igual que pensáis vosotros: que hemos pasado un punto crítico por culpa de la dichosa moto, y que ha sido ese punto de inflexión el que ha decantado la balanza hacia él. Como si no llevara toda la vida inclinada. Desde que nació-miré a Alec con los ojos un poco húmedos, y sorbí por la nariz para intentar retener las lágrimas-. Lo único que me he dedicado a hacer estos últimos meses es dar saltos sobre el platillo en el que estaban los contras, para intentar bajarlo un poco y acercarlo aunque fuera a diez kilómetros de los pros. El accidente ha influido, sí, pero ha hundido un poco más lo que ya estaba en el subsuelo. No ha sido decisivo. Lo decisivo ha sido Alec.
               Alec sonrió, acariciándome los nudillos. Se llevó mi mano a la boca y me los besó sin romper el contacto visual, en un gesto caballeroso tan poco de él que, sin embargo, contrastaba sobremanera con el resto de su personalidad. Porque sí, Alec era un caballero, pero también el mayor sinvergüenza que hubiera conocido nunca este país (y, de esos, teníamos muchos). Era ese contraste lo que me volvía completamente loca: el no saber muy bien a qué atenerte cuando estabas con él, pero confiar en que siempre, siempre, sería algo que te haría sentir cómoda como un pijama de franela, una manta bien gordita y una taza de chocolate caliente en las manos, mientras veías tu película preferida en el sofá de casa.
               Porque eso era Alec para mí. Mi casa. Mi casa incluso estando en un lugar que nadie podría considerar un hogar, que ni siquiera lo era para los recién nacidos que no conocían más edificio que el hospital en el que habían llegado al mundo. Era mi casa en la calle, mi casa en los iglús, mi casa en una suite de un hotel de lujo o en una habitación pequeña de un hotel familiar. Mi casa de verano, mi casa de otoño, mi casa de invierno y, por supuesto, mi casa de primavera, una primavera en la que no sólo había nacido, sino también había conseguido la razón por la que vivir.
               Y lo mejor de todo era que no necesitaba hacer nada para ser mi casa, de la misma forma que la casa que había tenido antes que él seguiría siéndolo sin importar la distribución de los muebles, o que las puertas y ventanas desaparecieran. La sensación de hogar no viene por la decoración, sino por lo que haces con ella. Alec me hacía sentir igual de protegida, comprendida y querida con su mera presencia: no necesitaba estar mirándome, o prestándome atención siquiera. No tenía que estar besándome, o hundiéndose en mí, o dándome placer, o simplemente abrazándome por detrás mientras me acurrucaba contra él en la cama. Bastaba con que estuviera ahí.
               Y ahí era en mi corazón. El único sitio que importaba realmente. El único lugar en el que era él, con todas sus imperfecciones e impurezas, sin miedo a ser su esencia más pura. El único lugar del que jamás se movería, sin importar la distancia que nos separara. Había tardado mucho en comprenderlo, pero por fin lo había hecho: incluso a medio mundo de distancia, Alec se las apañaría para calentar mis noches frías con sus abrazos de oso, me sacaría una sonrisa en mis días tristes con sus bromas ocurrentes, o conseguiría ponerme nerviosa en mis días más tranquilos improvisando de alguna forma un plan conmigo. Ninguno de los dos sabía cómo lo haríamos, pero ambos sabíamos que lo conseguiríamos.
               Medio mundo no es nada. No importa el plan, no importa el lugar: importa la compañía. Y yo tenía la mejor del mundo.
               -Me apeteces-me dijo, y yo sonreí.
               -Te quiero.
               -Oh, cierto, se me había olvidado que ya no jugábamos en modo principiante.
               Annie abrió y cerró las manos, los dedos afilados como las garras de un águila. Cerró los ojos y torció la boca, inclinando la cabeza hacia un lado, apartándola de nosotros como si nuestro olor la repugnara.
               -¿Y qué día será el feliz acontecimiento?-inquirió con un tono lacerante que todos supimos que se debía al profundo dolor que le infligíamos.
               -Mamá…-suspiró Alec, negando con la cabeza.
               -Merezco saberlo, ¿no?
               -Sí, pero… ¿de verdad quieres que hablemos de eso ahora? Me acabo de despertar de un coma.
               -¡Qué interesante! ¿Has oído, Dylan? Tu hijo está demasiado débil para hablar sobre su estúpido voluntariado, pero no lo suficiente como para renunciar a él. Curioso.
               -Muy curioso-asintió su abuela.
               -Mira, no os lo he dicho ni para que os pongáis de morros, ni para que me estéis puteando, ni nada por el estilo. Simplemente creí que merecíais saberlo, ¿de acuerdo? Sois mi familia, y os quiero, y entiendo que os preocupe, pero… de verdad que estoy mejor de lo que parece.
               -Entonces estarás lo suficientemente bien como para darnos a tu abuela y a mí los detalles que otros ya habréis discutido-Annie me fulminó con la mirada, aunque eso no fue nada comparado con la mirada que me echó Ekaterina.
               -No he discutido nada con nadie porque todavía está todo un poco en el aire. Voy a ir, pero no sé cuándo, ¿tan difícil es de entender?
               -¿Depende eso de algo, o es de cuando te dé a ti el aire?-inquirió su abuela.
               -Depende de cómo me vea, Mamushka.
               -Pero hay algún margen, ¿no? Cuando me contaste lo del voluntariado, me hablaste de un visado. Los visados tienen un tiempo de validez, no te lo conceden para que entres y salgas cuando se te antoje. ¿Qué fechas estamos manejando?
               -Bueno… la fecha de inicio del voluntariado suele ser el uno de julio.
               -¿El UNO DE JULIO?-bramó su madre-. ¡ALEC THEODORE WHITELAW! ¡¡Ni en broma vas a dejar a medias tu rehabilitación por irte a salvar a los elefantes de Etiopía!! ¡¡Por encima de mi cadáver, ¿me estás escuchando?!!
               -Por favor, ¿me dejas terminar, mamá?-Alec se frotó la cara-. El uno de julio es el día que marca la fundación como orientativo, porque suele ser en el que más se incorpora la gente, pero no tiene por qué ser necesariamente ése. Hay voluntarios viniendo de todas partes del mundo; según tengo entendido, todas las semanas viene y se marcha alguien.
               -Y ahora pretenderás hacerme creer que te vas a dar todo el margen que necesites, y si tienes que irte en Navidades, te irás en Navidades.
               -No me voy a ir en Navidades-aseguró Alec-. Eso no está encima de la mesa.
               -Ahora mismo-puntualizó su abuela.
               -Pero, ¿qué coño os pasa? Cualquiera diría que desearíais que estuviera en este puto hospital hasta que cumpliera los cuarenta, todo con tal de que no vaya al voluntariado.
               -Es que no creo que seas consciente de la gravedad de tu situación, Alec. Llevas medio cuerpo vendado. Recuperar la fuerza que tenías antes te llevará meses, si no años. Y eso por no hablar de las heridas internas que tienes, que no sabemos cuánto tiempo tardarán en curarse.
               -Estaré bien para cuando me toque irme-aseguró. Yo no las tenía todas conmigo de que así fuera, pero debíamos presentar un frente unido. Ya nos preocuparíamos por aquello más adelante. Primero, tenía que empezar con la rehabilitación y demás.
               -Eso no lo sabes.
               -Tengo un presentimiento.
               -¿Lo juras?
               -Mamushka, es un presentimiento. No es nada que se pueda asegurar, así que jurar sobre eso…
               -Júrame que te irás si y sólo si te encuentras completamente recuperado.
               Alec rechinó los dientes, reticente a comprometerse de aquella manera.
               -No sabemos cuánto me va a llevar recuperarme completamente.
               -Ya. ¿Y qué harás si te pasa algo? ¿Si se te abren las heridas, o si te haces una lesión por forzarte demasiado? Porque no nos engañemos, Alexéi: no vas a dejar que los demás suplan tu trabajo. Seguirás queriendo trabajar a pleno rendimiento, incluso cuando eso suponga forzarte por encima de tus posibilidades.
               Alec rió por lo bajo, negando con la cabeza, pero su abuela no se amedrentó.
               -Eso es lo que nos preocupa. Eso, y que estés solo al otro lado del mundo.
               -No voy a estar solo. Hay muchísima gente que va a estar conmigo. Son campamentos bastante grandes.
               -Sí, pero no vas a tener a nadie que te conozca y te diga que tienes que frenar. Porque tú solo no frenas.
               -Ya empezamos…
               -Es la verdad, Alec: cuando se te mete algo entre ceja y ceja, es imposible sacarte de ahí.
               -Ya, bueno, es que voy para algo, ¿sabéis?
               -¿A ti te ha dicho lo que va a hacer?-me preguntó Mimi, frotándose las manos con los dedos extendidos, y yo me encogí de hombros.
               -¿Acaso debe? Quiero decir… no lo sabe a ciencia cierta, porque hasta que no llegue allí no saben en qué puede encajar mejor, así que…
               -Así que no te ha dicho nada del cuestionario para el perfil que ha tenido que rellenar cuando admitieron su solicitud, ¿verdad?
               -¿Por qué no te callas un poquito, Mary Elizabeth?
               -¿Qué cuestionario?
               -Te lo iba a decir-aseguró él, inclinándose hacia mí.
               -¿Qué cuestionario, Alec?-repliqué yo, apartándome de él para que comprendiera la gravedad del asunto. Algo me decía por dónde iban los tiros, y lo cierto es que no me gustaba en absoluto.
               -Cuando le admitieron la solicitud…
               -Puedo contárselo yo a mi novia, muchas gracias por tu colaboración, Mary Elizabeth-espetó Alec en tono cortante, y Mimi alzó las manos, inclinándose en el sofá, preparada para disfrutar del espectáculo. Alec suspiró-. Vale, cuando me mandaron el primer correo diciendo que estaba en la lista de preadmitidos, me enviaron un cuestionario para rellenarlo y conocerme mejor. Eran cosas bastante sencillas, sobre mis aptitudes y tal, para, básicamente, asegurarse de que no estaban acogiendo a ningún psicópata cuyas únicas intenciones fueran dedicarse a disparar a los animales en peligro de extinción nada más verlos.
               -Vale.
               -Al margen de los estudios terminados, áreas de interés y demás, tuve que hablar de mis aptitudes. Las cosas que se me daban bien, y las que se me daban mal. Las que se me daban mal… bueno, digamos que no voy a ir a ningún departamento de logística.
               -¿Y las que se te daban bien?
               Alec se relamió los labios.
               -No te enfades.
               -Ya estoy enfadada.
               -Aleluya, está enfadada-celebró Annie, alzando las manos. Ekaterina rió por lo bajo.
               -No te enfades mucho.
               -Ya estoy muy enfadada, Alec. ¿Qué dijiste que se te daba bien?
               -Seguro que ya lo imaginas.
               -Sí, pero quiero que me lo digas tú para que escuches la soberana gilipollez que se te está pasando por la cabeza-repliqué, incorporándome en la silla y girándome para tener el cuerpo completamente enfrentado al suyo, lista para pelear. Alec volvió a suspirar, y puso los ojos en blanco por ¿vigésimo novena? vez. 
               -Trabajos manuales.
               -No creo que haya muchas lavadoras en medio de la sabana que tengas que arreglar-respondí, alzando las cejas. Se le daba de cine los aparatos electrónicos, nadie lo dudaba: había arreglado ya varias cosas en mi casa, e incluso había construido con sus propias manos su moto, tomando piezas que iba comprando en desguaces y talleres, de modo que se había ahorrado miles y miles de libras gracias a su maña.
               -Trabajo físico-se corrigió, y yo incliné la cabeza hacia un lado.
               -Ah. Eso me cuadra más.
               Todos los ojos estaban vueltos de nuevo sobre mí, esperando una reacción que, la verdad, no sabía cómo saldría. Un oleaje de sentimientos se batía en mi interior: la preocupación era la de las olas más fuertes, más altas y violentas, pues sabía cómo era Alec, y que su obstinación podía llegar a suponerle un problema, tal y como habían dicho su madre y su abuela. También estaba el miedo, por si le pasaba algo, ya que la distancia no jugaría en nuestro favor, sobre todo en esto.
               Pero allí, un barquito de vela manteniéndose a flote casi de milagro, se guarecía un sentimiento que sobreviviría a la tormenta, como siempre hacía: la confianza. Confianza en nosotros, en su amor por mí, en sus ganas de disfrutarme el resto de nuestras vidas. Ahora que nos teníamos como nunca, yo era su salvavidas. Alec no se hundiría en las profundidades de su terquedad: volvería conmigo, porque la única persona con más ganas de que volviera a Inglaterra que yo sería, precisamente, él.
                -Ya me extrañaba que hubieras cedido tan rápido, Sabrae-rió Annie al ver mi expresión, pero su risa se heló en su garganta cuando constató el cambio en mi mirada, al poder más mi deseo de estar bien con Alec y disfrutar de él todo lo posible sobre las ganas que tenía de soltarle un bofetón. Que no eran pocas.
               -¿De qué tipo?
               -Aún no lo sé.
               La habitación estaba vacía de nuevo. Sólo estábamos él, el futuro incierto, y yo.
               -Pero va a ser duro.
               -Me imagino. Te gustaba sudar trabajando.
               -Aún me gusta. Y no tiene por qué ser sólo trabajando-me dio un codazo y esbozó una sonrisa pícara. No había roto un plato en su vida, o eso quería hacerme creer. Respecto a los platos, no estaba muy segura, pero con los corazones no podía engañarme. Había roto muchos, y rompería más a lo largo de su vida. El mío, sin ir más lejos, cuando se subiera a ese avión.
               -Deja de intentar deslumbrarme.
               -¿Está funcionando?
               -No. Puede. Sí-cedí.
               -Conmigo, no. Ni va a funcionar-sentenció Annie, recogiendo su bolso. Alec se la quedó mirando, pasmado.
               -Pero, ¿qué haces, mamá?
               -Me voy a casa.
               -¿En serio? ¿Como una cría pequeña?
               -Dado que tú eres tan adulto como para tomar tus propias decisiones, no veo por qué me necesitas aquí. Tengo muchas tareas pendientes en casa, así que mejor no pierdo el tiempo allí. Vamos, mamá. Mimi. Dyl.
               Se me hundió el estómago cuando la vi dirigirse a la puerta. No, no, no. No podía comportarse así justo ahora. Ella sabía igual que yo que no habría fuerza humana capaz de detener a Alec. O bueno, no exactamente: sí que había, la mía, pero yo no estaba dispuesta a utilizarla. Quería hacerlo feliz, no desdichado. Ya lo había hecho desdichado una vez, y había sido horrible, lo más duro que había hecho en mi vida y el mayor daño que nos había hecho a ambos, así que no tenía intención de volver a pasar por ahí otra vez.
               La madre no me lo perdonaría, pero yo no estaba interesada en la madre. Ella era un daño colateral: a mí, quien me importaba, era el hijo.
               -Annie, venga, no seas tonta. Acaba de despertarse, no lo arruines con esto.
               -¿Yo lo arruino, Dylan? ¿Yo? ¿Se despierta diciendo que va a seguir con el voluntariado, Sabrae le sigue el rollo, y la mala de la película soy yo? Esto es increíble. Increíble.
               Salió por la puerta con los aires de una emperatriz ultrajada, haciendo honor por primera vez desde que la conocía a la sangre que su madre clamaba que tenía. Ekaterina no tardó en seguirla, fulminando a Alec con la mirada y recomendándole muy seriamente que “reconsiderara sus opciones teniendo en cuenta su nueva situación”. Alec las miró marchar con gesto serio, fingiendo que lo único que sentía al verlas irse era enfado, pero cualquiera que le hubiera visto habría adivinado que no hacía más que mantener las apariencias.
               -¡Dylan!-chilló Annie desde el otro lado de la ventana, ganándose la reprimenda de las enfermeras, a las que no les hizo el menor caso. Su marido, a regañadientes, se levantó de la cama en la que se había sentado, que esa misma noche había ocupado su mujer, y se acercó a su hijastro.
               -No se lo tengas en cuenta, hijo. Ha pasado unos días muy difíciles.
               -Yo también. Soy yo el que casi se muere.
               -Francamente, Al, no sé quién de los dos habría perdido más si tú no llegaras a despertarte: tú, o tu madre.
               Alec alzó las cejas, impasible, pero se dejó mimar cuando Dylan se inclinó para darle un beso en la sien. Se pasó la lengua por las muelas, como hacía cuando algo le preocupaba, mientras su padrastro se acercaba al sofá. Mimi lo miró, miró a Alec, me miró a mí, miró la puerta, y se puso en pie. Se estiró la sudadera y cogió una bolsa de viaje, en la que yo no había reparado hasta el momento, y la acercó hasta los pies de la cama, donde la posó con un cuidado que, consideraba, su hermano no estaba teniendo con ella.
               -Papá tiene razón, Al. Mamá está muy mal. Y que tú le vengas con esto ahora…
               Alec bufó por lo bajo, poniendo los ojos en blanco.
               -¿Es completamente definitivo? Es decir… ¿no hay ninguna posibilidad de que…?
               -Ya lo he pagado todo, Mimi.
               -Eso no es problema.
               -Para mí, sí.
               Mimi me miró por el rabillo del ojo. Sabía lo mucho que le jodía a Alec hablar de dinero, especialmente desde que trataba de ganarse la vida y sufragar él mismo sus gastos.
               -Seguro que te lo devuelven.
               -Aunque lo hicieran, ¿de qué serviría? Todo esto-señaló la cama con un gesto de la mano- habría sido por nada. Parte de la razón de que tuviera este accidente es el voluntariado.
               -Y los viajes-le recordé yo-. Si no hubiera insistido en…
               -Quieta ahí. No vas a convertir el mejor fin de semana de mi vida en una carga-negó con la cabeza-. No, si no fuera por el puto voluntariado, me habría llegado con el sueldo y no tendría que hacer horas extras. No estaría ahora aquí.
               -Hay cosas que pasan sin una razón, Al, simplemente suceden, y ya está.
               -No esto, Mimi. Esto, no.
               -Hablaré con ella-prometió Mimi, rodeando la cama y dándole un abrazo y un beso. Su pelo cayó en una cascada caoba por sus hombros, y sus pestañas acariciaron el lóbulo de la oreja de Alec cuando se inclinó para inhalar el aroma que despedía su cuello. Se quedó ahí un rato, empapándose de su olor, que era el de siempre y a la vez no, y cuando se dio por satisfecha, por fin se puso en pie-. Intenta descansar. Tengo que irme. Lo entiendes, ¿no?
               -Cualquiera la aguanta si no te vas-Alec volvió a poner los ojos en blanco, pero asintió con la cabeza, sujetándole la mano un par de segundos más, negándose a que se fuera. Conmigo sería suficiente si nos quedáramos solos, sí, pero supe que Alec se estaría conformando a vivir a medias si no tenía a su familia.
               -Te hemos traído unas cosas de casa-explicó Dylan mientras Mimi se retiraba, con la tensión de la situación humedeciéndole la mirada-. Para que esto no fuera tan… impersonal-explicó, y añadió, en un tono que trató de sonar tranquilizador-: volveremos cuanto antes. Mañana, a más tardar.
               -Pues hasta mañana-Alec se despidió con un asentimiento, y cuando Dylan y Mimi atravesaron el cristal, levantó el brazo a modo de despedida. Al desaparecer ellos, empezó a mordisquearse las uñas. Supe que necesitaba pensar, así que me levanté y abrí la bolsa de viaje, en la que habían metido varias amplias camisetas de tirantes finos, de esas que usaba para boxear, y que no le resguardarían mucho del frío de la habitación, pero sí le levantarían el ánimo. Le extendí una sobre la cama vacía y colgué las demás en el armario de la habitación. Saqué un iPad con la batería cargada a tope, varias revistas de cocina, la funda de unas gafas, un cargador y unos auriculares, enredados de forma tan cuidadosa que sólo podía ser obra de Annie. También había un cactus envuelto en una cajita, y un pequeño muñeco de arcilla que reconocí como una de las cosas que Mimi había empaquetado para tratar de sacarlo del coma. En un pequeño neceser había desodorante, colonia, crema de afeitar con su correspondiente cuchilla, y, ¡sorpresa!, una caja de condones abierta. Me reí por lo bajo, pero Alec no me escuchó, así que continué con mi misión desempaquetando.
               Completaban el ajuar varias mudas de calzoncillos, dos pares de pantalones de chándal y, envueltas en unos trapos para evitar que se rompieran, varias de las fotos que tenía desperdigadas por la habitación. Al fondo del todo, justo al fondo, había una caja de cartón muy bien cuidada, de exterior forrado con plástico. La saqué con cuidado, sospechando lo que habría dentro.
               -Mira, Al. Tengo una sorpresa para ti-anuncié, extendiendo su chaqueta de boxeador frente a mí con la dorsal vuelta hacia él. Alec llevó su mirada de la ventana, que llevaba contemplando varios minutos, y tuvo el detalle de hacer un amago de sonrisa.
               -No sé si la ocasión es lo suficiente especial como para ponérmela-bromeó en tono cansado.
               -Bueno, llevamos un día saliendo. Creo que eso es lo suficiente especial. ¿La cuelgo en el armario?
               -No, déjala en la caja. No quiero que se estropee.
               -Vale. También hay ropa. Te he dejado fuera una camiseta, ¿quieres que te ayude a vestirte?
               -Estoy bien así-respondió, a pesar de que tenía la carne de gallina y yo sabía que le molestaba la bata del hospital. Decidí dejarlo estar. Guardé las cosas en su lugar correspondiente, repartiéndolas por la habitación para que diera una sensación más acogedora, y le quité el precinto de desinfección al baño. Con el sonido de la cisterna cargándose, le pregunté:
               -¿Ya has ido al baño?
               Negó con la cabeza.
               -Y, ¿cómo vas a hacer para ir?-el baño tenía unas barras muy adecuadas para alguien con movilidad reducida en las piernas, pero Alec tenía medio cuerpo inmovilizado.
               -Las desgracias, de una en una, bombón.
               Me reí, cerré la puerta y, tras coger una manta del armario de la ropa y extendérsela hasta la cintura, me senté a su lado, paciente. Alec continuó rumiando lo que fuera que tuviera en la cabeza durante un rato, reflexionando y reflexionando hasta que ya no pudo más.
               -Te estoy aburriendo.
               -Para nada. Eres lo suficientemente guapo como para ser entretenido incluso cuando no estás haciendo nada.
               Se rió, negando con la cabeza.
               -Hablo en serio, Saab.
               -Yo también. Creo, y no puedo creer que me estés haciendo decir esto precisamente tú, Al, que subestimas tu belleza. Supongo que por eso nos han traído condones. Dudan de que pueda resistirme a ti durante mucho más tiempo.
               Frunció el ceño.
               -¿De qué hablas?
               Le enseñé la caja, que le había ocultado mientras terminaba mis labores de cuidadora. Alec la cogió y se echó a reír.
               -Joder. No me lo puedo creer-negó con la cabeza-. ¿Cuánto crees que tardaremos en usarla?
               -Di un número.
               -Me gusta el uno.
               Chasqueé la lengua.
               -Un minuto es muy poco tiempo. No sé si me dará tiempo a quitarte esa sensual bata…-ronroneé, y Alec se echó a reír, me dejó darle un beso en la boca, dejó la caja de condones en las baldas que hacían las veces de su mesilla de noche. Pura costumbre, supongo. Ya me ocuparía yo de quitarlos de ahí cuando él no estuviera mirando para no escandalizar al personal sanitario.
               Volvió a quedarse callado, el ceño fruncido, una expresión de concentración en su mirada. Finalmente, volvió a hablar:
               -Estoy siendo un egoísta y un mal hijo, ¿verdad?
               -No creo que seas un mal hijo por usar métodos anticonceptivos de barrera.
               -Sabrae-puso los ojos en blanco.
               -Lo siento. No ha tenido gracia, perdona-me abracé a su brazo y le di un beso en el bíceps, que ya notaba un poco más delgado que la última vez que había hecho ese mismo gesto, en el hotel de Barcelona, después de acostarnos-. ¿Por qué crees que eres un mal hijo?
               -Por darle este disgusto a mi madre.
               -Más disgusto ha sido el accidente, y lo ha superado. Annie vivirá.
               -¿Crees que debería… renunciar?-preguntó con un hilo de voz, y supe que era la primera vez que se planteaba seriamente la posibilidad de que eso sucediera. De la misma manera que siempre había sido sincero conmigo y había puesto en mis manos la posibilidad de que se quedara, ofreciéndome un verano y un año próximo inolvidables, por primera vez quien se enfrentaba a la encrucijada era él, por sí mismo. Si bien el voluntariado había pendido de un hilo en más ocasiones, aquella era la primera en que quien tomaba la decisión era él.
               Y no le gustaba.
               Porque él sabía lo que quería, precisamente lo opuesto a su madre.
               -Creo-dije, despacio-, que debes pensar muy seriamente el paso que vas a dar, Al. Puedes tener la seguridad de que todos te querremos decidas lo que decidas, pase lo que pase, y nos tendrás siempre. Aunque ya lo hayamos hablado, debido a acontecimientos recientes, me reitero: te esperaré lo que haga falta y aplaudiré cada decisión que tomes. Tienes mi apoyo al ciento uno por ciento. Pero debes decidir si todavía quieres hacer el voluntariado por ti mismo, o si se debe a que te sientes un poco obligado. Puede que el accidente haya tenido un poco de razón de ser en el voluntariado por culpa de las horas extra que has tenido que hacer para sufragártelo, pero yo pienso igual que Mimi: los accidentes son eso, accidentes. No suceden por una causa en concreto. Pasan, y ya está. No hay que buscarles ninguna otra lectura.
               -Sí, pero, ¿qué hay de este en concreto? Lo he tenido en horario lectivo, y yo jamás he trabajado en mi horario normal cuando iba por las mañanas, excepto en vacaciones. ¿No te parece que… bueno, que podemos echarle un poco la culpa?
               -Sí, pero de la misma manera que lo interpretas como algo que refuerza tu deber de ir, también puedes interpretarlo como un toque de atención. Como algo que te dice “carpe diem, aprovecha el día, sé egoísta, haz lo que te gusta y no lo que creas que necesiten los demás”-me encogí de hombros bajo su atenta mirada.
               -¿Crees que es lo que debería hacer?
               -Eso tienes que decidirlo tú.
               -Y, ¿qué harías tú en mi lugar?
               Me lo pensé un momento antes de contestar, la boca torcida, los ojos entrecerrados.
               -Yo me quedaría-por la cara que puso, supe que ésa no era la contestación que él se esperaba-. Pero, antes que llegues a ninguna conclusión precipitada, déjame explicarte por qué-me eché el pelo sobre el hombro y me incliné hacia él, cogiéndole la mano-. Yo me quedaría, porque seguramente no me habría planteado lo del voluntariado, en primer lugar. Ésa es la principal diferencia entre tú y yo. Yo quizá habría planeado un par de meses en algún sitio, cercano o no, y luego habría aprovechado mi año sabático para ver mundo. Tú, no. Tú te vas todo un año a trabajar duro, y lo único que te preocupa no es si te cansarás, o si correrás peligro, sino si la gente que te quiere preferiría que te quedaras. Ésa es la principal diferencia entre tú y yo, Al: yo soy egoísta, y tú piensas primero en los demás, y luego, si acaso, si queda tiempo, en ti. Es lo que haces conmigo, y lo que haces con el resto.
               -Pero tú también eres buena-respondió-. A mí no me pareces egoísta.
               -Pues lo he sido cuatro meses-sonreí, inclinándome hacia delante-. Pero ya no más. Me pillas en un mal momento. Hace un par de semanas, te habría dicho que me quedaría y te habría intentado convencer de que puedes ayudar desde aquí, a mi lado, pero eso no es lo que tú quieres, ¿verdad? Para cambiar el mundo, hay que arremangarse-le acaricié la palma de la mano bajo su atenta mirada.
               -¿Crees que estoy haciendo lo correcto?
               Asentí.
               -Aunque duela.
               -La mayoría de lo que es correcto suele doler. Lo único que no duele es el amor correcto. Por eso estar contigo no duele-susurré, inclinándome hacia él, acariciándole la nuca y sonriendo a centímetros de su boca. Me devolvió la sonrisa y yo me tranquilicé.
               Estábamos besándonos despacio, reconciliándonos por la bronca que no habíamos llegado a tener, cuando llegaron sus amigos.
               -¡Bueno, bueno, bueno!-aulló Max-. ¡La habitación es de un hospital, no de un hotel, ¿eh?! ¡Relajaos un poco y que corra el aire!
               Y Alec, contra todo pronóstico, se rió. Supe que sus amigos conseguirían distraerle, aunque el dolor siguiera ahí, en el fondo. Tenía la suerte de no saber qué era que tus padres no te apoyaran, pero por la expresión taciturna de Alec, sabía que dolía más de lo que uno podía dejar entrever. Así que me alegraba de que sus amigos estuvieran allí, cuidándole como iba a hacer yo.
 
 
Las gemelas trotaron hacia mí y me dieron un beso cada una en una mejilla diferente, convirtiéndome en ese sándwich de besos que tanto me había gustado cuando era pequeño. Sabrae se retiró a un discreto segundo plano, sentándose en el sofá blanco del fondo, justo debajo de la televisión que todavía no habíamos encendido, y que esperaba no tener que encender.
               Le había echado un vistazo de reojo a las cosas que habían traído mis padres desde casa mientras rumiaba sobre lo que debía hacer con el voluntariado. Quedarme se postulaba como la única opción plausible, especialmente ahora que mamá me había dejado bien claras sus ideas respecto a mi pésimo estado físico. Yo era perfectamente consciente de que no podría hacer desde el principio las tareas que se me habrían asignado de haber llegado sin tener que pasar por el quirófano, la UVI y la cama del hospital; no había que ser un lumbreras para darse cuenta de que no podría hacer trabajos físicos como los de antes, pero sí tenía la esperanza de terminar resultando útil. Como le había dicho a Sabrae, todas las manos eran más que bien recibidas.
               Pero… ¿y si realmente me hacía daño? ¿Y si hacía daño a quienes quería? Una cosa era marcharme en plenas facultades físicas y mentales, y otra irme a medio curar, con unas heridas complicadas que no serían tan fáciles de tratar en campamentos donde los hospitales tuvieran el techo de una tienda de campaña. No me preocupaban las secuelas físicas que el voluntariado pudiera generarme, sino cómo lo llevarían quienes me querían. Ya había lidiado con lesiones bastante gordas en el pasado, pero esto era diferente. Mi madre me lo había hecho saber.
               Y yo no quería que viviera un año entero preocupada, levantándose a las tantas y consultando sus emails y sus mensajes para saber si me habían ingresado por si se me habían saltado los puntos. Sabía lo mal que se ponía cuando me mandaban a la lona en los combates, así que esto sería mil veces peor.
               Por suerte, mis amigos llegaron justo en el momento en que más les necesitaba. Estaba a punto de decidir renunciar al voluntariado, por mucho que me doliera y por poco sentido que le quedara entonces al accidente, especialmente después de saber la opinión de Sabrae al respecto (de todas las personas del mundo, ella era la principal interesada en que me quedara), cuando entraron en tromba en mi habitación, haciéndome olvidar por un momento mis dramas personales.
               Max había asumido el papel que me correspondía a mí cuando alguien se encontraba con su pareja, y debo decir que era un alumno brillante. Nos sonrió a Sabrae y a mí con intención, de la misma manera que lo había hecho yo cada vez que lo veía irse con Bella a quién sabía dónde.
               -Uf, cuántas atenciones. Creo que me voy a sumir en comas profundos más a menudo. ¿Cuándo fue la última vez que me diste un beso, Tam?-bromeé mientras Sabrae se sentaba en el sofá, sonriente, agradecida de que tuviera una red de seguridad tan amplia como ellos. Si ella supiera que, con una compañera como ella, no necesitaba ninguna red por debajo…
               -Teníamos… ¿seis años?
               -Seis o siete-asintió Karlie, dándome un beso en la punta de la nariz y tomando asiento al lado de Tam, que se ajustó automáticamente a ella como un satélite se ajusta a su estrella.
               -¿No echas en falta a nadie?-preguntó Logan mientras Bey cogía su mochila, intentando no reírse por lo bajo. Siempre hacía lo mismo: cuando la acechaba la risa, se inclinaba hacia delante y usaba su voluminosa melena como escudo. Me encogí de hombros, fingiendo indiferencia. ¡Por supuesto que lo echaba! El gilipollas de Jordan, haciendo una entrada triunfal en el último momento, como siempre. No podría recriminarle nada; el pobre era así.
               -Sí. ¿Bella no ha podido venir?-le pregunté a Max, que negó con la cabeza y se echó a reír, tomando asiento al lado de Sabrae, a la que le dio un toquecito en la rodilla y le preguntó si estaba bien-. Eh, cuidado con dónde pones las manos, ¿me oyes? Que soy muy celoso si me lo propongo.              
               -Pues no te lo propongas-respondió Sabrae, sonriendo. Alcé las cejas.
               -Oh, ¿también te gusta? Claro, se me olvidaba. Max también es blanco.
               -Eres un imbécil-respondió Sabrae, pero se echó a reír. Se giró para mirar a quien entraba por la puerta, que no era otro que mi mejor amigo en persona. Llevaba puesta una sudadera roja que le oscurecía aún más la piel, con la capucha subida y las manos en los bolsillos.
               -Llegas tarde-acusé, y Jordan sonrió.
               -Un rey nunca llega tarde; son los demás los que llegan simplemente temprano.
               -¿Ahora me citas Princesa por sorpresa? Joder, el que está para ingresar eres tú-me froté la cara y negué con la cabeza.
               -Prepárate para que tu vida cambie-replicó Bey, que ya nos veía a Jordan y a mí enzarzándonos en una pelea verbal de la que no podríamos salir. Fruncí el ceño.
               -¿Más? Quiero decir… me han quitado un trozo de pulmón, he pasado una semana de la que no soy consciente en un coma que sorprendentemente no ha sido etílico, y no estoy soltero. ¿Qué más puede…?
               Entonces, Jordan, sonriendo, se quitó la capucha de la sudadera, echándola hacia atrás y agitando la cabeza como siempre hacía cuando quería liberar sus rastas.
               Sólo que ya no había rastas que liberar. Allí donde antes su pelo se enrollaba sobre sí mismo como la melena de Medusa, cayéndole por la espalda en una cascada hecha de troncos de árbol en lugar de agua, ahora no había nada. Nada más que una mata de corto pelo rizado, negro como el carbón, más negro incluso que el de Sabrae, cuyos rizos se enroscaban sobre sí mismos, ofreciendo una mata esponjosa de algodón de azúcar de ébano donde antes había tronquitos de regaliz.
               Y toda la cara de Jordan había cambiado. Era como si ya no fuera tan alargada, como si sus facciones estuvieran más equilibradas. Aparentaba su edad por fin, y parecía relajado, joven y guapo como yo no recordaba haberlo visto nunca.
               -Beyoncé, ¿quién es éste? Que estoy convaleciente, no me puedes dar estos sustos-miré a mi mejor amiga, que se echó a reír y se puso una mano en la cadera.
               -¿Te gusta? Le he cortado yo el pelo-presumió.
               -Estoy guapo, ¿eh?-bromeó Jordan, pasándose una mano por el pelo. Silbé.
               -Joder, Jor, harías lo que fuera por quitarme protagonismo, ¿eh? Ahora vas a tener que apartar a las tías a escobazos. Si necesitas consejo de cómo quitártelas de encima, pregúntale a Tommy. Con lo poco que liga, su método es infalible.
               Todos se echaron a reír.
               -¿No te da vergüenza reírte así de Tommy cuando él no está aquí para defenderse?
               -Nah. Lo superará. Pero, en serio, Jor. Estoy flipando, tío. ¿Cómo se te ocurre…? Llevabas dejándote crecer las rastas como dos milenios.
               -Hice una promesa: si mi mejor amigo se despertaba, me las quitaría. Y te has despertado, así que…
               -Sí, fijo que ha sido por mí. Fijísimo, vamos-me reí-. A ti lo que te pasa es que has visto un nicho de mercado impresionante ahora que Scott y yo estamos encerrados, y crees que tienes la ocasión de perder la virginidad.
               -¿Qué pasa, Al? ¿Ahora que tú no te dedicas a folletear por ahí, los demás no podemos disfrutar de la vida?
               Miré a Sabrae, que se sonrió, los pies encima del sofá.
               -¿Quién dice que yo no folletee por ahí? Estoy en un hospital. ¿Cuántos habéis echado un polvo en un hospital?-pregunté, y Tam levantó la mano. Su hermana la miró, estupefacta.
               -¿Disculpa?
               -Tenía un cliente en uno. Estaba muy bueno, y no tenía pasta, así que…-se encogió de hombros.
               -Sabes que eso te convierte en una prostituta, ¿no, Tamika?
               -Técnicamente, el que tuvo sexo a cambio de algo fue él, no yo-Tam se echó a reír, y Bey negó con la cabeza mientras Karlie fruncía el ceño.
               -¿Hay médicos que vienen colocados a trabajar?
               -Oh, créeme, K, si yo tuviera pacientes como éste de aquí-Tam me señaló con la cabeza-, yo vendría catatónica, si pudiera.
               -Soy un amor de paciente. Las enfermeras me adoran. En una semana que llevo aquí, no me he quejado ni una sola vez de absolutamente nada.
               -Lo cual tendría algún mérito si hubieras estado consciente-contestó Bey, sacando un iPad de su bolso y deslizando el dedo por la pantalla.
               -No estaba inconsciente, estaba absorto pensando en tu belleza, reina B-le confesé, poniendo ojos de corderito. A Bey se le escapó la risa y se volvió hacia Sabrae.
               -¿Cómo haces para aguantarlo?
               -La tiene grande-explicó Sabrae.
               -¿Y nada más?-protesté yo.
               -Y sabe cómo usarla-me concedió, y yo sonreí.
               -Te quiero, nena.
               Sabrae me guiñó un ojo y me respondió que ella también, y se quedó mirando su móvil mientras mis amigos me ponían al día con todo. Habían pasado demasiadas cosas a lo largo de la semana; la más importante, la actuación en el desfile de Victoria’s Secret que habían tenido Chasing the Stars, a quienes nos tocaría ver al día siguiente de noche. Me mostraron la actuación, pero tuvieron que quitarla cuando empezaron a salir las modelos y a mí se me subieron las pulsaciones, aunque no por ellas, sino por imaginarme a Sabrae paseándose por aquella pasarela con unos tacones de infarto y un conjunto de lencería que no dejaría absolutamente nada a la imaginación, al margen de las formas en que se lo quitaría.
               Vino una enfermera a comprobar si mis constantes vitales estaban bien, a qué se debía el subidón que había tenido mi pulso, y cuando vio de reojo la pantalla del iPad, frunció los labios y se marchó.
               -No es lo que parece-le aseguraron mis amigos.
               -¿Qué es, entonces?
               -Estamos enseñándole una actuación de un concurso. The Talented Generation, ¿lo conoces? Chasing the Stars son amigos nuestros.
               -Eso parece un desfile de ropa interior.  
               -Es que es una prueba especial.
               -Ajá.
               -Podría ser peor. Podrían estar enseñándome porno duro-rebatí, y todos se me quedaron mirando-. ¿Qué pasa? Es la verdad.
               -En cuanto llegue el doctor, por favor, dígale que pase a examinarlo. Claramente, ya está bien, así que no hay necesidad de que esté ocupando una cama de hospital a lo tonto-le pidió Sabrae, y la enfermera asintió con la cabeza, un amago de sonrisa cruzándole el rostro.
               Bey hizo amago de intentar hacerme estudiar para que no “perdiera completamente el curso”, pero, por suerte, conseguimos darle la suficiente pena como para que todo se quedara en una intentona. No estudiaba estando en el instituto, ¿lo iba a hacer estando ingresado? Bey estaba como una cabra si creía que iba a poder ponerme frente a un libro.
               Lo mejor de la tarde fue la videollamada que hicimos con Scott y Tommy, todos apelotonados en torno a mí mientras mi cuñado y el hermano de mi cuñado nos contaban las novedades, que eran más bien pocas. Llevaban todo el día levantados, ocupándose de los últimos retoques de su actuación antes del gran ensayo general, y habían conseguido hacernos un hueco en su apretadísima agenda de súper estrellas, lo que nos dejaron bien claro en un par de ocasiones.
               Con el tema de Eleanor, sin embargo, no había tanta suerte. Scott estaba muy desanimado y se frustraba por lo poco que podía pararse a pensar en cómo solventar la situación, de tan agobiados que los tenía en el programa. Él era, con diferencia, en quien más recaían las exigencias de los directivos: sabían que era al que más audiencia movía, y no querían dejarlo demasiado tranquilo, ni que se relajara hasta el punto de que el público perdiera interés por él.
               -Scott, ¿no te parece que lo único que estás haciendo es poner excusas?-preguntó Bey, sentada a mi lado mientras Sabrae mordisqueaba con hastío un bollito que había cogido de la máquina expendedora del pasillo. Se había negado a aparecer en la videollamada, aludiendo que ya éramos demasiados asomándonos en la pantalla, pero yo sabía que aún seguía molesta con Scott por lo que había sucedido con Eleanor. No podía culparla: si yo sintiera por alguien lo que ella sentía por Scott, y ese alguien demostraba ser un humano que cometía errores en lugar de poco menos que un dios que no lo hacía nada mal, la decepción que me llevaría probablemente me postrara en la cama durante semanas. Sabrae estaba siendo más fuerte de lo que yo podría, aunque tampoco le quedaban demasiadas opciones: o se derrumbaba ante mí, dándome más cosas de las que preocuparme, o se mantenía fuerte y castigaba a su hermano con su gélida indiferencia.
               Sería lo segundo.
               -Vale, sé que no estoy avanzando nada, pero es que ¡no sé qué hacer! Por un lado pienso que es mejor que respete su decisión y mantenga un poco las distancias, pero por otro me parece que lo único que hago no haciendo nada es alejar a Eleanor de mí. Y es muy frustrante sentir que, hagas lo que hagas, va a estar mal.
               -Tío, tienes que arriesgar un poco, ¿sabes?
               -Es que es demasiado frustrante todo esto, Log. No puedo más. Siento que llevo el peso del mundo sobre los hombros, que todos observan cada paso que doy, y no quiero meter la pata. No quiero exponer a Eleanor a nada que pueda hacerle más  daño.
               -Espera, ¿le estás echando la culpa al programa de lo que ha pasado?-inquirí yo, frunciendo el ceño-. Scott, eso no tiene puto sentido.
               -No estoy diciendo que la culpa sea del programa. Pero todo sería más fácil si no estuviéramos aquí, ¿no crees? La convivencia es imposible. Apenas soporto ver a Diana…
               -Eso es parte del problema-gorgojó Sabrae, apuñalando un brick de zumo de piña con su pajita minúscula incorporada.
               -… y no hace falta que os recuerde que tenemos que estar juntos gran parte del tiempo, así que, ¿de qué humor me pongo?
               -Estamos los dos un pelín insoportables-confesó Tommy.
               -Ya, tío, pero no sé, creo que sigues estancado en la historia ésa de que Diana es la culpable de todo, cuando… mira, S, yo te quiero un montón, y lo sabes, y Dios me libre de decirte nada para hacerte daño, pero… cuanto más sigas en este plan, peor va a ser para todos. Tienes que pasar página, tío.
               -Te podría comer la polla ahora mismo-dijo Sabrae.
               -¿Pasar página? Alec, ¿cómo tratarías tú a la tía que te engatusó para que le pusieras los cuernos a Sabrae? ¿Qué harías tú, si estuvieras en mi lugar?
               -Para empezar, Diana no te engatusó. Que yo recuerde, no tienen que insistirte mucho para que te lleves unos polvitos mágicos a las napias. De todos modos, tampoco tengo por qué entrarte al trapo ni ponerme en esa tesitura, porque aunque se me ha presentado la ocasión algunas veces, yo jamás he considerado aprovecharla, porque no soy un mierdas como tú, Scott.
               Scott parpadeó, impresionado.
               -Guau-dijo Tommy-. Sabrae está ahí, ¿verdad?
               -Síp-dijo ella, sorbiendo sonoramente su zumo. Lo agitó en el aire, cerca de su oído, para comprobar que no quedaba más líquido en su interior.
               -¿Y no piensas decir nada para defender a tu hermano?
               -Es que hora mismo estoy de acuerdo con lo que ha dicho Alec, T. No es por nada, pero los dos me parecéis un poco mierdas y unos cobardes por echarle la culpa a Diana con esto. Ya lo hemos hablado-Sabrae se encogió de hombros, de vuelva a mi lado, de modo que podía ver a Scott y Tommy y ellos podían verla a ella-. Quiero muchísimo a mi hermano, y creo que con Eleanor es como mejor va a estar, pero eso no significa ni que apruebe lo que ha hecho, ni que piense que ella se lo merece. Porque, francamente, lo único en lo que veo que os estáis esforzando es en poner excusas, en lugar de echarle huevos al asunto y coger el toro por los cuernos.
               -Pero bueno, puta cría, ¿tú qué coño sabes sobre lo que estoy pasando yo? ¿Has oído lo que acabo de decir?
               -¿Y tú a mí? Porque yo, de lo único que te he escuchado quejarte, es de lo mucho que te explotan en el programa y del poco tiempo que tienes para idear un plan. Deberías dejar de escudarte en cosas que se supone que ya deberías saber (especialmente, apellidándote como te apellidas) y empezar a usar la cabeza para algo más que para autocompadecerte. Te aseguro que a Eleanor no le das ninguna pena. Y, si tuvieras la mente fría, descubrirías que no eres tú de quien la gente debe sentir lástima, sino de ella.
               -Todo parece más fácil visto desde fuera-respondió Tommy, que siempre defendería a Scott, incluso si no tenía razón. Sabrae alzó las cejas.
               -¿Sí? Porque desde fuera también es como se tiene la mejor perspectiva. Y desde fuera, parece que lo único que os importa es seguir en vuestro pedestal. Si lo que os preocupa es hacer el ridículo, bueno… quizá Eleanor esté mejor lejos de vosotros. Eleanor, o cualquier otra chica-Sabrae volvió a encogerse de hombros y saltó de la cama para regresar a su sofá-. Pero bueno, ¿qué sabré yo, verdad? Seguramente penséis que yo quiero actos heroicos porque estoy saliendo con alguien a quien no le importa arrojarse debajo de un coche con tal de obtener un sí mío.
               -Me preguntaba si te darías cuenta de que lo había hecho por ti, nena-ronroneé, y Sabrae sonrió, dejándose caer con gracilidad en el sofá y reabriendo la revista que tenía en el regazo. No volvió a abrir la boca durante el resto de la videollamada, con la excepción de la despedida, en la que les dijo a Scott y Tommy que hicieran el favor de dejar de comportarse como críos, y aprovecharan cada oportunidad que se les presentara como los hombres que ya eran.
               -O bueno, casi-sonrió Sabrae, mirándome por encima de su revista-. Sólo hay una persona en esta habitación que ya es mayor de edad.
               Lo cual me hizo hincharme como un pavo.
               La tarde dio lugar a la noche, el sol se ocultó en el horizonte y mis amigos empezaron con los preparativos para marcharse. No me atreví a decirles nada de lo de África, pues aún no me veía con fuerzas para enfrentarme a una nueva pelea, de modo que me despedí de ellos con un asentimiento de cabeza y prometiéndoles que estaría “por aquí” al día siguiente, cuando vinieran a ver el concurso en la televisión aún sin estrenar.
               Sabrae y yo nos quedamos solos de nuevo, y ella ocupó otra vez el hueco libre en el sillón que, se suponía, debía ser para mí. Un celador vino a traerme la cena, y Sabrae se sentó a mi lado, masticando el bocadillo de pollo con miel y mostaza que le había pedido a Jordan que le subiera antes de irse.
               Yo procuraba no pensar en mi madre. Procuraba mantener bien lejos el disgusto que debía de haberle dado para que ella no quisiera ni venir a pasar la noche conmigo, pero me sentía tremendamente vacío, solo, y por encima de todo, egoísta. Todo el trabajo que había hecho convenciendo a Sabrae, el esfuerzo mental que me había supuesto resistirme a mis propios deseos de quedarme con tal de estar con ella, se habían ido al traste esa misma tarde. No había pensado en la posibilidad de que mi madre también hubiera llegado a la misma conclusión que Sabrae, así que no me había preparado para el chaparrón emocional a que me enfrentaría. Y ahora, tenía serias dudas de ser capaz de irme. No ya por el voluntariado en sí, sino porque había despertado en mi madre una vena protectora que…
               -¿Te echo una mano?-se ofreció Sabrae, señalando la bandeja de plástico que me habían puesto delante. Llevaba un rato dándole vueltas al puré de verduras que me habían preparado, así que debía de pensar que necesitaba ayuda.
               -Estoy bien.
               -Vale.
               Entonces, recogió las miguitas de pan que se le habían caído sobre el regazo doblando la servilleta que había usado de mantel, la tiró en la papelera y comenzó a soltarse el pelo. Rodeó mi cama bajo mi atenta mirada, y cuando se encaminó hacia el armario para sacar unos pantalones, adiviné qué se proponía.
               Iba a pasar la noche conmigo.
               -¿Te importa…?-preguntó, señalando mis pantalones grises, aquellos por los que sentía más debilidad.
               -Nunca me ha importado, ¿por qué iba a hacerlo ahora que eres mi novia?
               Se rió, descolgó los pantalones, y giró la persiana para impedir que la vieran cambiándose de ropa desde el pasillo. Sabrae se sentó entonces sobre la cama, se descalzó las botas militares que había traído, se quitó los calcetines, y se quitó el jersey de color crema bajo mi atentísima mirada.
               Se me había olvidado todo lo referente a mi madre. Se me había olvidado todo, en realidad. Ni siquiera recordaba mi nombre. ¿Siempre había sido así de guapa? ¿Siempre había estado así de buena? Joder, ¿cómo había hecho para no follármela sin parar antes?
               Sabrae recogió la camiseta que había sacado hacía eones para mí, anudó los tirantes para acordarlos un poco, y se los pasó por la cabeza. Sacó su melena negra de entre ellos y se aseguró de que el colgante con mi inicial estuviera bien colocado antes de quitarse los vaqueros y, de un brinco, aterrizar en el suelo.
               Se me sacó la boca cuando se inclinó para ponerse mis pantalones de chándal.
               -Sabrae-jadeé. Ella se giró y me miró.
               -¿Qué?
               -Ven-extendí un brazo hacia ella, el brazo que tenía vendado, pero le sirvió. Sonrió, confusa, y se acercó a mí.
               -¿Te encuentras b…?
               No dejé que terminara la frase. En cuanto la tuve a tiro, me abalancé sobre ella.
 
No pensé que lo de cambiarme de ropa delante de él fuera a tener un efecto tan intenso y tan veloz, pero, como siempre, le subestimaba. Vi por el rabillo del ojo cómo sus ojos se oscurecían cuando me empecé a quitar las botas, anticipando lo que iba a suceder.
               Con lo que no contaba era con la reacción de mi cuerpo. No estaba preparada para que él se mostrara así de entusiasta, rayando incluso en lo invasivo conmigo. Alec se giró en la cama, aprovechando la posición privilegiada que le daba la diferencia de altura, y se las apañó para acercarse aún más a mí, encajonándome entre su torso vendado y su brazo enyesado.
               Su boca era infernal. Hacía calor por todas partes, y de repente me descubrí agradeciendo que tuviera tanta experiencia desnudando mujeres que pudiera hacerlo con una sola mano, ni siquiera teniendo que ser la dominante, porque podría darme lo que yo necesitaba. Habían pasado demasiados días desde nuestra última vez. Demasiados días en los que yo no había sentido la necesidad de masturbarme, pues bastante tenía yo con lo mío.
               Pero, ahora… ahora toda esa tensión acumulada cargaba contra mí como un toro rabioso, dispuesto a abrirme en canal con los cuernos con tal de saciar su sed de sangre.
               La mano derecha de Alec llegó entonces a mi cuerpo, y no perdió el tiempo: mientras nos besábamos a lo bestia, como no lo habíamos hecho en mucho tiempo, ni siquiera en nuestras sesiones de morreo que habíamos tenido días atrás, se coló por la espalda de mi (su) camiseta y me desabrochó el sujetador, que había tenido la prudencia de dejarme puesto para no provocarle un aneurisma.
               Alec gruñó por lo bajo al escuchar el clic del enganche al desencajarse, y deslizó el tirante más cercano por mi brazo con un solo movimiento de pulgar. Guau… y pensar que ni siquiera yo era capaz de hacer algo así.
               Quería más, muchísimo más que unos simples besos, por muy subidos de tono que fueran. Lo notaba él, y lo notaba yo. No le bastaban, y a mí, sinceramente, tampoco.
               -Alec…-jadeé contra su boca.
               -Déjame verlas.
               Iban a echarme. Como nos pillaran haciendo esto, me echarían.
               -Alec…
               -Por favor, Sabrae, déjame verlas.
               No me lo pensé dos veces. Su tono suplicante era demasiado para mí. Me había pedido demasiadas veces que me corriera para él en ese mismo tono como para que yo no me humedeciera en el acto, perdiendo el sentido de la orientación y también del decoro. Me eché hacia atrás y me quité la camiseta por la cabeza, arrojándola en el aire en una parábola terminada en la misma cama sobre la que había estado sentada un minuto antes, sobre la que pretendía dormir.
               Alec jadeó al ver mis pechos al aire, los pezones erectos por el contraste entre el frío de la habitación y el calor de lo que estaba sintiendo.
               Se inclinó y los besó. No, no los besó: los adoró con su boca, y yo me estremecí de pies a cabeza, sintiendo que me abría como una flor, que me humedecía como una esponja arrojada al agua. Me pellizcó un pezón mientras jugaba con el otro, rodeándolo con la lengua, y yo gemí sonoramente, lo cual fue demasiado para él.
               Me iban a echar, y me prohibirían la entrada.
               ¿Alguna vez habéis follado en un hospital?, resonó su voz en mi cabeza mientras me subía de un brinco a la cama, espoleada por él, que se incorporó hasta quedar sentado y me agarró del culo para impedir que me alejara más de dos centímetros de su cuerpo. No podía pensar, no podía respirar, no podía hacer nada que no fuera disfrutar de la sensación de su boca en mis tetas, de su mano en mi culo, de su aliento deslizándoseme por la piel y de las palpitaciones de mi interior.
               -Nena, sí…
               Alec mordisqueó mi piercing y yo contuve un grito. Noté que sonreía en mi piel.
               -Joder, me encanta cuando haces eso, bombón.
               Me pegué a él mientras continuaba castigándome, rodeándole el cuello con los hombros, aprisionándolo contra mi busto, y entonces, gracias a Dios, cuando puse las manos en su nuca y me apoyé contra su pecho, rocé con el codo su venda del hombro.
               Lo notamos los dos. Él se quejó sonoramente, siseando por lo bajo mientras se apartaba instintivamente, pero su libido era más fuerte que su sentido de la supervivencia. Mi conciencia, sin embargo, era más fuerte que nada.
               -Alec-dije, intentando pararlo. Ahora tenía la mente más lúcida, y podía pensar con relativa claridad. Por mucho que me encantara la sensación de su boca en mis senos, tenía que parar. Necesitaba venir a verlo todos los días, y no podría si me echaban del hospital. En cualquier momento, podría venir alguien-. Alec, puede entrar alguien…
               -Me da igual. Que miren.
               Por supuesto. Por. Supuesto. A él nada le suponía un problema si había sexo de por medio.
               Y a mí, de normal, tampoco. No me importaba follar en una casa llena de gente, no me importaba que Alec me la clavara de forma brusca y yo chillar contra la almohada, no me importaba la posibilidad de que alguien abriera la puerta y nos interrumpiera… normalmente. Pero hoy, sí.
               -No podemos-le dije, cogiéndole el rostro entre las manos y tratando de hacer que me mirara.
               -Sí podemos. Lo necesito. Estás tan buena… quiero hundirme en tu delicioso, húmedo y cálido interior. Hace tanto que no estoy realmente vivo…-gruñó, peleándose con mis pantalones para intentar bajármelos. Notaba los músculos de los glúteos tensos mientras me mantenía en esa posición, a la mayor distancia posible de su pierna rota.
               -¿Y qué hay de tus vendajes?
               -Me dan igual.
               -A mí no.
               -Sabrae…
               -Alec, de verdad, no podemos-le puse una mano en la mandíbula y le hice mirarme. Negué despacio con la cabeza, y aunque reconocí una chispa de inteligencia en la oscuridad de sus ojos, pude ver que aún continuaba obcecado-. Sé lo mucho que lo deseas, mi amor, pero ahora no es el mejor momento. Sé que quieres saciarte…
               -Jamás me voy a saciar de ti, nena. Ja-puto-más. Necesito… necesito… deseo tenerte. Necesito dejar de pensar.
               Necesito dejar de pensar. Necesito dejar de pensar. Necesito dejar de pensar. Necesito dejar de pensar. Necesito dejar de pensar.
               Necesito dejar de pensar.
               Me apoyé contra él, sabiendo que el tiempo jugaba en mi favor.
               -¿Pensar en qué, mi amor?
               -No sé. En todo. Sabrae, por favor, sé que tú también quieres. Sé que… Dios, joder, Sabrae, te puedo oler.
               -Si mi cercanía te va a suponer una distracción…-respondí, intentando alejarme entonces de él, pero él me agarró del brazo y me miró con el ceño fruncido, sin comprender.
               -Pero, ¿qué te pasa?
               -Pasa que no quiero acompañarte de vuelta a ese pozo.
               -¿De qué hablas?
               -¿Qué habíamos hablado de usar el sexo como distracción, Al?
               Alec se quedó callado. Me soltó el brazo y volvió a mirar por la ventana, con los ojos entrecerrados. Me apoyé sobre su pierna buena, abrazándome el pecho para ocultar mis senos y poder pensar los dos con más claridad. Ninguno de los dos estaba del todo en sus cabales cuando yo tenía los pezones al aire.
               Cuando por fin me miró, supe que podía continuar.
               -¿Qué habíamos hablado de las idas de olla emocionales?
               -Que no se resuelven follando-respondió tras una pausa, acariciándome el costado. Asentí con la cabeza.
               -Escucha, mi sol, no te haces una idea de las ganas que te tengo. No hay cosa que más desee que poder estar contigo en ese aspecto. Te echo muchísimo de menos, pero… no es el mejor momento. Tú no estás bien. Tanto física, como emocionalmente. Necesitas otras cosas más que a mi cuerpo. ¿Lo entiendes?-Alec asintió despacio con la cabeza-. Amor. Dilo en voz alta. ¿Lo entiendes?
               -Sí. Lo entiendo. Yo… ha sido… lo siento, Saab-se presionó el puente de la nariz y yo negué con la cabeza.
               -Eh, eh, eh. No te martirices, ¿quieres? Me ha gustado este amago de polvo que hemos tenido-me reí, cogiéndole la mano y dándole un beso en la palma. Una sonrisa relampagueó en su boca-. Ha hecho que tenga muchas más ganas del próximo, pero me temo que vamos a tener que esperar un poco aún.
               -Tú no deberías ser la que cuidara de mí. Quiero decir… eres pequeña.
               -¡Disculpa! ¡Mido un muy digno metro cincuenta y siete!-protesté, y él se rió. Se recostó en la cama, cansado, y me miró con una mirada somnolienta.
               -Ya sabes a qué me refiero.
               -No te preocupes ahora por eso, ¿quieres, Al? Déjame cuidarte. Me gusta ser tu enfermera-respondí, mimosa, abrazándome a él con cuidado de no provocar ningún crujido sospechoso-. El problema es que tenemos la relación demasiado difusa.
               -¿Perdón?
               -Bueno, al ser tu novia, tu enfermera, tu amiga y tu compañera de habitación, las líneas de lo que podemos y no podemos hacer no están del todo definidas, ¿no te parece?
               -He visto a gente peor montándoselo igual de bien.
               -Ah, ¿que nosotros no nos lo montamos bien?
               Volvió a reírse, me invitó a echarme a su lado en la cama, pero yo fui más lista y, primero, me puse la camiseta. Sólo cuando estuve completamente vestida accedí a tumbarme a su lado, y dejé que él me acariciara la cara y me diera todos los besos que quisiera, sediento de amor.
               -Dime que me quieres.
               -¿No quieres que salga de mí?
               -Estoy convaleciente, Sabrae.
               -¿Cuánto tiempo vas a seguir con el cuento?-pregunté, riéndome, y sus ojos chispearon.
               -El que sea necesario. Hay partes de mí que están bien, ¿sabes?-ronroneó, frotándose no tan sutilmente como debería contra mí.
               -Están más que bien-repliqué, devolviéndole los besos y emborrachándome de su respiración. No sabía cómo haría para levantarme e irme a la cama en el momento en que las enfermeras apagaran las luces.
               Supuse que necesitaría un milagro, y eso fue lo que obtuvimos.
               Alec me había pasado el brazo por debajo del cuerpo y me había pegado un poco más a él, alimentándose de mi calor aun a costa de la presión que mi cuerpo ejercía contra el suyo, con el correspondiente dolor que esto podía generarle, y me estaba acariciando la espalda cuando llamaron a la puerta. Los dos levantamos la cabeza, preparados para separarnos a la velocidad del rayo y evitar que el celador de turno nos riñera, pero suspiramos aliviados cuando la figura en sombras dio un paso al frente, revelando su pelo cobrizo y su expresión arrepentida.
               Annie. Había vuelto para pasar la noche con su hijo.
               Me incorporé, le di un beso en los labios a Alec a modo de despedida, y me preparé para irme.
               -Me ha traído Dylan-explicó Annie con la voz rota, y justo en ese preciso instante entró su marido. Alec y yo asentimos con la cabeza, y yo comprendí a qué venía aquella información: tenía chófer para volver a casa-. Siento lo de esta tarde, yo… perdóname, hijo-y se echó a llorar.
               Alec negó con la cabeza, abriendo los brazos para que su madre se acercara.
               -No pasa nada, mamá.
               -No, sí que pasa, cariño…-y se acurrucó en el pecho de Alec como tantas veces había hecho yo, buscando el mismo consuelo que me había dado a mí en numerosas ocasiones. Les dejamos solos; madre e hijo tenían demasiado que decirse, y se había hecho tarde. Cuanto antes llegara a casa, me pusiera un pijama calentito y me metiera en la cama, antes llegaría el día siguiente.
               -Queríamos llegar antes, pero había un tráfico horrible-se excusó Dylan-. No pensé que esta zona fuera a estar tan concurrida a estas horas.
               -No pasa nada. Yo le he hecho compañía.
               -Y te lo agradezco mucho, no sabes cuánto. Escucha, Sabrae, respecto a lo que ha dicho Annie esta tarde…
               -No te preocupes. Todos decimos cosas que no sentimos realmente cuando estamos enfadados. No le guardo ningún rencor.
               -Se arrepiente mucho de haberse puesto contigo como lo ha hecho, pero, entiéndela. Antes, ella era la prioridad número uno de Alec, y ahora…
               -De verdad, Dylan, no tenéis por qué justificaros. Alec la sigue queriendo muchísimo, y es perfectamente normal que se sienta un poco… “amenazada”-puse los ojos en blanco y sacudí la cabeza al pronunciar aquella palabra- por mí, pero no es mi intención, ni mucho menos, quitarle el sitio. Te lo aseguro. Y, aunque quisiera, no podría. Alec la adora, aunque se haga el duro con ella. Os adora a todos-añadí, sonriendo, y dándole un amoroso apretón en el brazo. Dylan suspiró, aliviado.
               -Me preocupaba mucho que empezáramos con mal pie. Para una chica que le gusta y con la que quiere tener algo, de la que nos habla a todas horas… me dolería mucho que la relación fuera tirante.
               -No tiene por qué serlo. Al menos, no por mi parte. Yo también os tengo mucho cariño. Sois como mi familia adoptiva-bromeé, y Dylan se unió a mis risas.
               -Gracias, Sabrae. Para Annie es importante saber que todo está bien.
               -No se dan. Y para mí también.
               Pude demostrárselo a mi suegra al día anterior, acompañando al resto de su familia, madre rusa aún un poco malhumorada incluida, a ver a Alec le llevábamos una sorpresa con la que él no contaba: Mimi había pensado que le levantaría un poco el ánimo tener a toda la familia reunida, lo cual incluía, por supuesto, a Trufas.
               El pobre animalito iba nerviosísimo en su transportín, en el que sólo lo metían cuando se lo llevaban de vacaciones o cuando le tocaba visita con el veterinario, y, dado que no era verano, sospechaba del destino de nuestro viaje. No paró de lanzarle bufidos en todo el trayecto a Mimi, y cuando yo intenté acercarle la mano para acariciarle el lomo y así tranquilizarlo, me soltó una dentellada que esquivé por muy poco.
               -¡Trufi!-bramó Mimi, retirando el trocito de zanahoria que le estaba ofreciendo para intentar calmarlo-. ¡Eso no se hace!-le regañó.
               El humor del pobre Trufas era pésimo cuando llegamos al ascensor: pesaba tanto que a Mimi le costaba llevarlo, pero si lo hacía otra que no fuera ella, el conejo se ponía como loco y montaba un espectáculo de chillidos y embestidas que haría que se lo llevaran los servicios sociales.
               -Normalmente, quien carga con él de camino al veterinario es Alec-me confesó Mimi, y yo asentí con la cabeza. Tenía sentido. No sabía cuánto pesaba Trufas, ni cuál era la media de su raza, pero a mí me parecía un poco rellenito. Me sorprendía que fuera tan ágil con el sobrepeso que tenía, pero yo jamás lo comentaría en voz alta con nadie más que con Alec, e incluso con él lo diría con mucho tacto. Una no sabe qué tipo de respuesta puede despertar una crítica a una mascota.
               Y tampoco sabe el tipo de respuesta que va a obtener de su mascota.
               Troté hacia Alec nada más verlo, ansiosa por darle un beso en los labios. Después, para alivio de Annie, la saludé con un beso en la mejilla, y le pedí que no se levantara del sillón. Quería que disfrutara de ese momento con su hijo, y también verlo todo desde un poco más lejos, con una mejor perspectiva.
               -Te hemos preparado una sorpresa-anuncié, orgullosa, y Alec alzó una ceja. Pero, cuando vio entrar a Mimi con el transportín, lo comprendió.
               Trufas!-gritó, y el conejo, reconociendo la voz de su tío, se volvió loco. Empezó a embestir la puerta del transportín para intentar abrirlo, y cuando Dylan cerró la puerta para evitar que se escapara y Mimi lo dejó libre, salió disparado como una bala en dirección al pecho de Alec, que exhaló un nuevo grito al verlo y se echó a reír mientras el conejo se frotaba frenéticamente contra él-. ¡Hola, gordito! ¡Hola, precioso! ¿Me echabas de menos?
               Trufas empezó a hacer cabriolas en el regazo de Alec; saltó por la cama, brincó de la mesilla de noche a la cama libre que Annie ya había preparado, pasó por encima de mi regazo, rehízo su recorrido, se frotó más y más contra Alec, y continuó su carrera por el regazo de Annie, rodeando la habitación, brincando y brincando en todas direcciones con la felicidad inocente que sólo tienen los animales. Nos reímos muchísimo al ver cómo se volvía loco, y gritamos a una de las enfermeras en prácticas cuando entró corriendo a ver qué le pasaba a Alec, por qué no ofrecía más lecturas: en su frenética carrera, Trufas había pasado por detrás de la cama de Alec y se había colado por entre los cables de las máquinas que medían su pulso, desenchufándolas y activando una alerta en el área de las enfermeras, avisando de que algo iba mal.
               Recogí a Trufas del suelo y lo dejé sobre el regazo de Alec, donde el animal pareció tranquilizarse. Se tumbó panza arriba y meneó las patitas mientras le hacía cosquillas en la tripa, con una expresión feliz que hacía mucho que no le veía. Me puse contenta de inmediato.
               -¿Te ha gustado la sorpresa, Al?-preguntó Dylan.
               -Me ha encantado. ¡Gracias! Te echaba de menos, bola de pelo del demonio-le confesó al conejo, dándole un besito en la nariz.
               -Creo que el sentimiento es mutuo-comenté yo, y Alec sonrió y me miró, pero entonces, algo justo detrás de mí captó su atención. Su sonrisa se congeló en su boca, su expresión se volvió automáticamente más dura, y vi cómo las pulsaciones se le disparaban.
               -¿Qué cojones hace él aquí?-murmuró por lo bajo. Yo me giré para ver a quién se refería, pero la persona que le había distraído ya había girado la esquina de la puerta y había entrado en la habitación.
               Un chaval de unos veintipocos años acababa de atravesar la puerta con una sonrisa tímida, un poco incómoda, en los labios.
               -Hola-dijo con una voz cuyo deje me resultaba familiar.
               Tardé un segundo en darme cuenta. El mismo segundo que tardé en mirarlo bien. Cabello ensortijado, pero negro en vez de castaño; piel ligeramente bronceada, aunque no besada por el sol del Mediterráneo; hombros anchos, aunque no de boxeador; figura atlética, aunque no de atleta; nariz recta, aunque no del todo griega; mandíbula afilada, aunque no atractiva.
               No caí en que ya le había visto hasta que no me di cuenta del parecido físico que tenía con su hermano: había sido en la foto del invernadero de Annie, cuando Alec me habló de su existencia por primera vez.
               Tardé un segundo en darme cuenta, el mismo segundo que Annie en ponerse de pie para ir a abrazarlo.
               -¡Cariño! ¡Has podido venir!
               El chico esbozó una sonrisa radiante, abriendo los brazos para recibir a su minúscula madre entre ellos. Alec era todo tensión, y no era para menos. La relación con su hermano no era un camino de rosas, que digamos, e incluso me había dicho en varias ocasiones que, cuanto más lejos de él, mejor. Pero ya no había escapatoria.
               Ante mí estaba el mismísimo Aaron Cooper.



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2 comentarios:

  1. Me ha gustado el cap. Comento por partes lo que más me ha gustado jejejeje
    - Sabrae hablando de Alec es lo mejor del mundo. Yo me muero con estos dos, ME SUPERA LO MUCHISIMO QUE SE QUIEREN EN SERIO. (Me ha encantado verla admitir que quería decirle que si a Alec desde hace tanto tiempo).
    - Me ha gustado mucho ver a Sabrae apoyando a Alec y demostrándole que va a estar de su parte respetando su decisión de irse si eso es lo que quiere.
    - Sufro un montón cuando nos das a entender lo que le va a costar a Alec volver a ser lo que era :((
    - No sé porque me ha hecho muchísima gracia la frase de Annie de “¡ALEC THEODORE WHITELAW! ¡¡Ni en broma vas a dejar a medias tu rehabilitación por irte a salvar elefantes a Etiopía!! ¡¡Por encima de mi cadáver, ¿me estás escuchando?!!” Osea me he reído en alto te lo juro.
    - Jordan por fin quitándose las rastas oleeeeeee
    - No te imaginas lo que me encanta la relación mimi-alec en serio. Y me ha encantado que le llevara a Trufas :’)
    - No sé cuánto tiempo más van a aguantar Alec y Sabrae sin follar, ya pensaba que lo iban a hacer ahí con Alec medio inmovilizado JAJAJAJAJAJAJ
    - Respecto al final, pues quiero que Aaron Cooper se vaya por donde ha venido POR FAVOR Y GRACIAS. Espero que no traiga problemas en serio, porque ya lo que nos faltaba.

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  2. Estos últimos capítulos me están pareciendo terriblemente preciosos y es especialmente porque por fin veo un cambio en su relación a la hora de la comunicación y sobre todo una actitud receptiva por parte de Alec y eso significa sólo el inicio de una Preciosa transformadora individual por su parte que se va a gestar y desarrollar poco a poco y que me muero por leer tía, estoy jodidamente emocionada por ello.

    Un capítulo en el que no han pasado cosas importantes pero que por otro lado y en contraposición ha sido muy importante para su relación. Me ha encantado todo, desde el momento con Annie, al momento de Jordan y al momento cachondo que Jesús la taquicardia. Mención especial al monólogo del principio de Sabrae hablando de Alec, que manera de estar pilladisima y enamoradisima hasta el tuétano Cristo de la salud.
    Pd: deseando que quiere el pesado de mierda del hermanao.

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