domingo, 13 de diciembre de 2020

Ignición.


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Aquel que diga que el oxígeno es el ingrediente esencial para la vida, miente. Aquel que diga que es un gas, miente. Aquel que diga que es imprescindible para sobrevivir, miente.
               El oxígeno arde en los pulmones.
               El oxígeno es un líquido que se te mete en el pecho y te ahoga más que una tonelada de agua.
               El oxígeno es un veneno que te paraliza el corazón.
               Y si a mí me estaba haciendo daño en lo más profundo de mi ser, no quería ni pensar en lo que le estaría haciendo a Alec. Si yo me asfixiaba, Alec ardía por dentro. Si en mí el oxígeno era líquido, para Alec era un sólido que le arañaba los alveolos. Si a mí se me había parado el corazón, a Alec se le había deshecho, directamente.
               No era para menos, todo hay que decirlo. Mientras Brandon observaba a mi chico (me negaba en redondo a atribuirle un poder sobre él en forma de posesivo que había perdido hacía mucho, mucho tiempo), yo pude detenerme a examinarlo con más atención. La primera impresión a causa de la sorpresa me había revelado a un hombre fuerte en todos los aspectos: a pesar de que sus hombros estaban hundidos, había una fuerza y una seguridad en ellos que no casaban bien con la situación, como si no estuviera acostumbrado a humillarse ante nadie y no supiera muy bien cómo intentarlo siquiera. Como reforzando mi teoría, su mandíbula, más marcada que la de mi hombre favorito en el mundo, se movía a un lado y a otro, rechinando unos dientes que no me extrañaría que hubieran masticado carne humana. Su pelo, un poco menos revuelto que el de Alec, parecía sin embargo el cabello de Medusa, tan mortífero como su dueño, retorciéndose en su cabeza como serpientes del mismo color negro que teñía las raíces de su primogénito.
               Y la nariz parecía hecha para inhalar el olor de la putrefacción, del miedo, del pánico. La tenía ligeramente arrugada, cualquiera diría que por la preocupación, pero a mí me daba la sensación de que se debía, más bien, a que no había encontrado en la habitación a su víctima preferida, y acababa de descubrir que tendría que conformarse con su hijo, a quien había conseguido salvar hacía demasiado tiempo, aunque no el suficiente como para que la herida no siguiera escociendo. La boca, curvada hacia abajo en una mueca de disgusto, se me antojó la de un león rabioso: bien podría ser Scar quien estaba frente a mí, a punto de arrojar a Mufasa a la estampida de búfalos.
               Sus ojos tampoco me engañaban. Por mucho que hubieran pintado una expresión triste en unos iris marrones que, sin embargo, no tenían nada que ver con los de Alec, yo podía ver más allá. Podía ver que no había un alma tras ellos por cuya redención mereciera luchar.
               Podía ver que, por mucho que las facciones más masculinas de Alec fueran herencia de aquel hombre, sus parecidos no podrían ser más distintos. En Alec, los brazos eran sinónimo de protección; la espalda ancha, de apoyo; el pelo, de un campo de juegos para cuando estabas triste; los ojos, dos pozos de chocolate caliente en los que hundirte en los días más crudos del invierno, y la boca una fuente de amor, consuelo y pasión por igual. En Brandon, los brazos eran martillos; la espalda, el yunque; los ojos, dos carniceros; y la boca, la desgarradora.
               Si Alec significaba “protector”, estaba bastante segura de que Brandon significaba “destructor”. No necesitaba buscarlo en Internet. Era evidente la diferencia entre ambos, cómo conjugaban las dos caras de una moneda, el yin y el yan. La diferencia radicaba en que Alec había sido capaz de existir perfectamente sin él, pero Brandon, no estaba tan claro.
               Pude analizarlo tan sólo unos segundos más, unos segundos preciosos en los que Brandon sólo tenía espacio en su retorcida mente para ocuparse de su hijo. En qué estaba pensando, era imposible adivinarlo, pero la tensión que había en el ambiente no parecía haberlo alcanzado aún a él. Mientras que Alec y yo ya estábamos tensos, en un modo lucha-o-pelea en el que jamás nos habíamos encontrado estando juntos (ni tan siquiera cuando fuimos a aquella pelea épica con la que se había desencadenado todo), él parecía completamente ajeno a todo aquello. Cualquier espectador externo que no conociese de su pasado, habría pensado que aquél sólo era un padre ausente que se preocupaba por el bienestar de su hijo, malherido en el hospital.
               Alguien como Shasha, por ejemplo. Shasha. Su nombre reverberó en mi cabeza y se me aceleró el corazón un poco más si cabe. El estómago se me retorció incluso más fuerte que antes, y mi subconsciente me traicionó: mi instinto de protección de hermana mayor era más fuerte que el de supervivencia, y me vi abocada a girarme para comprobar cómo estaba Shash sin poder remediarlo, moviéndome entonces de una manera estúpida, justo lo que no debemos hacer las presas cuando el cazador está mirando en nuestra dirección.
               Si Brandon era un zorro, yo era un conejo. Y acababa de ponerme de pie sobre mis patas traseras, asomándome sobre la hierba.
               Inevitablemente, sus ojos pasaron de los de Alec a mí, y me recorrió un escalofrío que intenté disimular como pude. Me aferré a la barandilla de la cama con disimulo, buscando una estabilidad que necesitaba más que ese venenoso oxígeno que me entraba entonces en los pulmones, y a duras penas conseguí tragar saliva. Le sostuve la mirada conteniendo mis ganas de estrangularlo con mis propias manos por el mero hecho de haber puesto así de nervioso a Alec; de haber tenido la mente un poco más lúcida, me habría regodeado en cómo lo torturaría por todo lo que le había hecho en su infancia.
               Pero una parte de mí empezaba a angustiarse por el hecho de que en aquella habitación fuéramos cuatro, en lugar de tres. Si no quería a alguien como Brandon cerca de Alec, menos aún lo quería de Shasha, que para colmo ni siquiera sabía la historia de su familia, y nos miraba a todos con la confusión tatuada en el rostro en forma de un ceño fruncido y una boca apretada en una fina línea.
               Como yo sospechaba, en cuanto mis ojos se encontraron con los de Brandon, sentí un tremendo vacío más allá. Era como si Alec tuviera una inmensa galaxia, la más luminosa del universo, en su interior, y Brandon el mayor agujero negro jamás visto. Me vi arrastrada hacia él de un modo que no sabría explicar con palabras; era como cuando estás viendo una peli de terror y sabes que se acerca un momento tremendamente desagradable, que no te dejará dormir, pero eres incapaz de apartar la vista.
               Alec bufó sonoramente por detrás de mí. Lo único que le gustaba menos que el que su padre estuviera en su habitación, era que estuviera más cerca de mí que de él. Pude escuchar sus pensamientos en mi cabeza como si los estuviera gritando con un megáfono diminuto dentro de mi cráneo: tengo que conseguir como sea que deje de mirarla. Como sea.
               -¿Qué… qué haces aquí?-titubeó Alec, carraspeando a mitad de la frase al escuchar el miedo que había en su voz de una forma tan clara como el resto de los presentes. Al menos tenía el consuelo de que estaba tan acojonado que Shasha era capaz de saber que no tenía que moverse, ni que respirar más fuerte que las plantas de la habitación. Brandon ya me había visto a mí, pero nada nos garantizaba que la hubiera visto a ella. Disimuladamente, me giré para colocarme entre Brandon y Shasha, para darme cuenta después de que había dejado a Alec completamente expuesto. Me mordí el labio al mirarlo, y los ojos de Alec le traicionaron un segundo cuando me miró. Fue sólo un segundo, pero para ambos fue suficiente: acababa de darse cuenta de que Brandon tenía el camino despejado.
               Todo por mi culpa.
               -Mne zhal-susurré en voz baja, tan baja que por un momento creí que Alec no me escucharía. Pero levantó ligeramente la mano que tenía vendada, la más cercana a mí, y yo supe que había escuchado mi disculpa, al igual que supe que le pedía perdón no por haber elegido entre mi hermana y él, sino por no haberme dado cuenta de las consecuencias de mis actos. Suerte que Alec me había enseñado a disculparme en ruso antes de encontrarnos en esta situación; de lo contrario, habría resultado incluso más sospechoso todo aquello.
               No podía dejar de mirar a Brandon como quien mira a una pantera agazapada para conseguir una apetitosa cena. La pregunta de Alec, sin embargo, había conseguido distraerlo de mí, y sus ojos ya no estaban posados como dos discos acusadores sobre mi rostro, ni corrían peligro de posarse tampoco sobre el de mi hermana.
               Incluso frunció el ceño, como si le pareciera absurdo que su presencia pudiera ser cuestionada.
               -He venido a verte-respondió, como si fuera evidente. Lo cual no era mentira: había venido a verle, eso es cierto. Con qué intención, era otra historia.
               Dio un paso hacia Alec y yo ajusté automáticamente mi posición, porque quizá fuera estúpida, pero por lo menos no era una cobarde. Prefería pecar de insensata a de gallina, y morir peleando a vivir una vida en la que me diera vergüenza pensar en mi pasado. Como decían en Esparta, de la batalla se volvía con tu escudo, o sobre él. El cobarde que lo arrojara para poder salir huyendo no se merecía ni siquiera el espacio que dejaría en el recuerdo de los que le conocían, ni siquiera cuando esos recuerdos fueran rabiosos.
                Alec se removió un poco en la cama, y vi por el rabillo del ojo que, en lugar de alejándose del pie de ésta, donde ahora se había situado su padre, lo que estaba haciendo era separarse de mí. Como si no quisiera que me acercara más a él. Se consideraba el ojo del huracán, el punto 0 de la explosión. Era un pararrayos en una tormenta eléctrica, y lo último que quería era que yo estuviera en el epicentro de todo cuando las nubes chocaran sobre nuestras cabezas.
               Pero no contaba con una cosa: de la misma manera que él siempre me defendería y se interpondría entre todos los peligros y yo, yo estaba más que dispuesta a hacer lo mismo. Especialmente ahora, en el momento más vulnerable de su vida. Especialmente ahora, cuando su monstruo particular había venido para hacerle sufrir. Él puede que fuera Superman, pero yo era Wonder Woman; no iba a quedarme de brazos cruzados mientras trataban de envenenarlo con kriptonita, sino que me lo llevaría bien lejos, lo dejaría en un lugar seguro en el que pudiera recuperarse, y regresaría para hacerle todo el daño posible a quienes hubieran intentado herirlo.
               -Me he enterado de que habías tenido un accidente y… bueno… aquí estoy.
               Alec se relamió los labios. Cada hombre tenía los ojos de una Malik sobre él: los míos estaban fijos en Brandon; los de Shasha, en Alec.
               -Es todo un detalle por tu parte-comentó Alec, jugueteando con las sábanas, intentando parecer más grande y robusto de lo que en realidad era, como los animales que se sienten amenazados y tratan de aumentar su tamaño.
               Mi hermana jamás había visto a mi novio comportarse así, tan comedido, tan prudente, tan silencioso. Tan como yo le habría deseado hacía unos meses, cuando no le soportaba. Tan como yo le odiaba ahora, por ser todo lo contrario a lo que amaba tan locamente.
               Brandon esbozó una tímida sonrisa y exhaló una risa por la nariz, agachando la cabeza un momento. Se apoyó en las barandillas de los pies de la cama de Alec y yo tuve que contener el impulso de gritarle, o de ordenarle que se apartara de él. Lo único que me impidió ponerle la mano a Alec en el hombro para tratar de tranquilizarlo, no obstante, no fue mi fuerza de voluntad, sino el pánico que me producía saber que eso pintaría una diana todavía más grande en su pecho. Alec estaba aparentando tranquilidad bastante bien de cara a la galería, por mucho que cualquiera que le conociera supiera que algo no iba bien, tal y como podía apreciar Shasha. Pero ahí estaba el quid de la cuestión:
               Brandon no lo conocía.
               Y teníamos que jugar con eso.
               -Bueno, ¿y qué te pasó?-preguntó en tono de colegueo, como había visto a Louis vacilar a Tommy en muchas ocasiones. Sentí una punzada en el corazón al pensar que mi padre, no obstante, jamás había usado ese tono con Scott. Su relación se había resentido demasiado pronto, y aquellos placeres de que disfrutaban los chicos Tomlinson, en los chicos Malik estaban mucho más restringidos.
               -Oh, bueno, eh… ya sabes-Alec se mordisqueó la cara interna de la mejilla y se encogió de hombros, pero yo noté que me empujaba con muchísima sutileza para que volviera a colocarme con Shasha. Déjame solo.
               En circunstancias normales, le habría dicho que ni en sueños.
               Pero en circunstancias normales, su padre ni siquiera estaría allí, con nosotros, respirando el mismo aire.
               -El tráfico-fue todo lo que dijo cuando yo di un desanimado par de pasos (más bien pasitos) para alejarme de él. Me consolé pensando que, así, me estaba acercando a Shasha.
               -Deberías ir con más cuidado cuando andes por ahí. ¿Ibas borracho?
               -No-Alec contestó con voz gélida, como si no hubiera probado el alcohol en su vida. Recordé la vez que lo habíamos hecho en Los muslos de Lucifer, cuando en medio del polvo que él me había insistido en echar había tenido un momento de confusión inducida por el vodka en el que había empezado a protestar.
               -No, no, no, para-gimió, negando con la cabeza, y yo me había detenido en el acto, creyendo que se estaba haciendo daño-. Para, para, tengo novia.
               Yo me había echado a reír con ganas, deleitándome en el efecto delicioso que eso tenía en nuestra unión.
               -Alec, yo soy tu novia-le recordé, cogiéndole la cara y aplastándole las mejillas de modo que sus labios sobresalieran aún más de su rostro.
               -Ah. Es verdad. Uf-había hundido la cara en mis tetas y había exhalado un suspiro tan profundo como tremendista-. Hoooooolaaaaaaa.
               Cuánto echaba de menos eso. Él, borracho, siéndome fiel incluso cuando no tenía obligación, o ni siquiera era capaz de reconocerme. Yo, con el puntillo, con las bragas por el tobillo y el top en la cintura, y su miembro tan dentro de mí que me sorprendía que mis órganos internos continuaran funcionando con normalidad.
               Me moría si pensaba en lo mucho que lo echaba de menos. El ser normales, el ir de fiesta, el estar en casa, el darnos mimos, el pincharnos sin parar. El sexo. El sexo. El sexo.
               El sexo, que nos encantaba.
               El sexo, que nos distraía.
               El sexo, que nos relajaba.
               El sexo, que necesitábamos.
               El sexo, que nos unía.
               El sexo, que nos remendaba.
               El sexo, con el que habría hecho que Alec se olvidara rápidamente de todo lo que estábamos viviendo. Lo que ya no teníamos. Lo último que nos faltaba para estar completos.
               Y sin el cual, esa visita nos dejaría unas profundas cicatrices muy difíciles de cerrar.
               -Estaba trabajando-puntualizó antes de poder frenarse, y yo vi que se arrepentía en el acto. Apenas había pasado una milésima de segundo desde que había pronunciado esa palabra que había desencadenado en mí esos recuerdos tan dulces y picantes a la vez, pero yo regresé al presente como un clavo.
               Alec parpadeó despacio, recriminándose el haber dejado que sus emociones, su rabia por haberle acusado de ser poco profesional, y el cóctel que formaba ésta con el pánico, le dieran a Brandon más emoción de la estrictamente necesaria. No había que ser ningún genio para adivinar que la familia había intentado mantener su oscuro pasado precisamente allí, en el pasado, y el esfuerzo que habían hecho a lo largo de toda la vida de Alec se había visto ampliamente recompensado, en cuanto que ningún fantasma se había plantado en su puerta para reclamarles un pánico del que hacía mucho que no se alimentaba.
               Hasta ahora.
               Y precisamente ahora que sus peores pesadillas se estaban haciendo realidad, Alec se ponía nervioso y permitía que sus nervios le jugaran una mala pasada, regalando una información que en otras ocasiones habría protegido con muchísimo celo. Casi tanto como con el que me protegería a mí.
               -¿Trabajando?-Brandon alzó las cejas, impresionado. Seguro que pensaba que Alec era tan inútil como Aaron, que se había hecho con una tienda de deportes para tener una excusa para suspender las clases a las que asistía, y de cuyas lecciones no tenía ni la más mínima idea. La familia paterna de Alec, sin embargo, jamás le echaría nada de eso en cara: de la misma manera que Annie estaba dispuesta a perdonarle todo a su primogénito, el único vástago de Brandon que aún se mantenía fielmente a su lado veía recompensada esa corrupta lealtad con una indulgencia férrea.
               Alec, por el contrario, era un absoluto misterio para el clan Cooper, que había asumido que su falta de información se debía a la falta de noticias acerca de él. Tanto daba. Un chiquillo que le daba la espalda a su padre con esa facilidad no se merecía más atención que las burlas que propiciaba en las reuniones navideñas o los cumpleaños a los que ni se dignaba a asistir.
               Que Alec resultara ser mucho más provechoso para la sociedad y mil veces más autosuficiente años antes que su hermano era algo que no dejaba de sorprender a su padre… y de satisfacerle, también.
               Alec asintió despacio con la cabeza, los ojos de Shasha aún fijos en él, analizando la situación. Estaba convencida de que mi hermana no podía creerse el cambio que ese hombre había obrado en mi chico, y probablemente estuviera comenzando a atar cabos. El tiempo que había hecho que Alec y ella pasaran juntos había bastado para que Shasha se diera cuenta de que Alec no era un hijo, sino un hijastro, para Dylan; el hecho de que lo llamara por su nombre incluso cuando él estaba presente, mientras que nosotras llamábamos a papá “papá” y nunca “Zayn” ya era un argumento de peso con el que sostener esa tesis. Sin embargo, que Dylan y Alec no tuvieran una relación de sangre no significaba que se llevaran mal, ni tampoco tenía por qué justificar una reacción tan desmesurada por parte de Alec ante la persona a la que sí llamaba padre.
               -¡Vaya! No sabía que trabajaras-continuó Brandon, completamente ajeno a la tensión que escalaba en el ambiente y a la manera en que las chicas de la sala conteníamos la respiración. Si Alec no lo hacía, era porque necesitaba hasta la última gota de ese oxígeno abrasador para intentar continuar con su pantomima-. ¿Desde cuándo?
               -Los dieciséis-Alec se puso a juguetear con un hilo de su sábana, intentando tener algo con lo que excusarse para no tener que mirar a su padre. Necesitaba coraje, un coraje que no me dejaba darle.
               -Ah, eso está genial. El trabajo dignifica-comentó, y a mí me dieron ganas de echarme a reír. ¿De verdad se atrevía a hablarle a Alec de dignidad? ¿Él, que protagonizaba sus pesadillas, que había hecho que su esposa saliera corriendo con sus dos hijos bajo el brazo porque su vida peligraba si se quedaba bajo el mismo techo que él? ¿Él, que ni trabajando mil vidas sin parar, sin un instante siquiera para recobrar el aliento, podría compensar a Annie y a Alec por todo el dolor que les había ocasionado?
               ¿Iba a hablarle un infrahumano a hablarle a un dios de dignidad?
               Alec volvió a asentir con la cabeza. Parecía que cada aliento que tuviera que invertir en convertir en una palabra le supiera a ácido en la boca, y por eso prefería hablar lo menos posible. Detestaba verlo así, tan apagado, tan sumiso. Era como descubrir que la noche no se producía por la rotación de la Tierra, sino por una enfermedad cíclica del sol.
               -¿Y de qué trabajas?
               Pude ver cómo Alec vacilaba un instante antes de contarle la verdad.
               -Soy repartidor.
               Y supe exactamente en qué había pensado antes de ser sincero. En su habitación había demasiadas referencias a una profesión que le había sido posible, y a la que había renunciado exclusivamente por amor, no por los sacrificios que le suponía. Los guantes, la chaqueta, los trofeos, las medallas: todo aquello que le conectaba con el mundo del boxeo era, a su vez, una pieza clave en aquella partida que estaba echando con su padre. Podría ser el mejor farol de la historia; si le hacía creer que era boxeador profesional, quizá su padre creyera que había llegado demasiado tarde, que el protector de su madre había crecido demasiado y adquirido demasiada fuerza como para que fuera factible una victoria en un hipotético enfrentamiento.
               Pero también podía salir horriblemente mal. Brandon podía darse cuenta de que Alec no aparecía en ninguna noticia relacionada con el boxeo desde hacía años, e incluso si se molestaba en buscar lo suficiente para encontrarlo, descubriría que, quizá, no era tan bueno como nosotros creíamos. Porque, para empezar, se había retirado. Y, además, lo había hecho perdiendo su último combate oficial.
               A lo que había que añadirle, por supuesto, el hecho de que las heridas que presentaba Alec no se correspondían con las propias de un boxeador profesional. Los boxeadores acababan con costillas rotas, con pulmones perforados, con riñones lacerados, sí… pero no con prácticamente todos los huesos del lado izquierdo del cuerpo rotos, una perforación en el hombro, ni cortes en el torso imposibles de explicar.
               No, desgraciadamente, Alec no podía fardarse de ser un boxeador. No podía usar sus habilidades ni su pasado para defendernos, a él y a nosotras. Y si dejaba caer la bomba en un momento equivocado, la onda expansiva podría hacernos más daño que el ataque que tratáramos de frenar.
               Desgraciadamente, no le quedaba más remedio que decirle la verdad.
               -Ah, sí. Es un trabajo jodido. ¿De qué?
               Me daban arcadas con solo escuchar la voz de Brandon. Esa insistencia, esa curiosidad, ese deseo imperioso por recuperar el tiempo perdido a base de bombardear a Alec con preguntas, completamente ajeno al hecho de que Alec no hacía más que responderle con monosílabos… me picaban las manos, y me costaba mantener los pies en el sitio. Era perfectamente consciente de que mis zapatillas de deporte no harían tanto daño como mis botas militares, pero, si calculaba bien y era lo suficientemente rápida, podría hacerle mucho, mucho daño. El suficiente como para que dejara a Alec respirar tranquilo.
               Si eso significaba dejarlo vegetal, que así fuera.
               -Voy en moto-respondió mi chico, rascándose el codo del brazo que tenía vendado, como hacía cuando quería salirse por la tangente. Yo había aprendido a cazarlo relativamente rápido desde que Annie me había contado que era muy fácil saber cuándo Alec mentía y cuándo decía la verdad, no porque fuera malo haciéndolo (tenía demasiada experiencia escapándose de casa y siendo un completo sinvergüenza como para ser malo), sino porque él no era consciente de que tenía ese tic, de modo que no podía controlarlo. Me dieron ganas de cogerle la mano, darle un suave apretón y prometerle que todo iría bien. Claro que, si fuera él, lo diría rascándome el codo.
               Me pregunté un único segundo por qué no había seguido en su línea de hasta ahora, dando la información exacta que le habían pedido con una precisión tan milimétrica que fuera imposible hacerse una composición de lugar, alejándose para adquirir perspectiva. No tardé en caer: Amazon. Su servicio te permitía solicitar un repartidor en concreto, incluso cuando ésta no fuera su zona, algo que yo no había visto hacer a ninguna otra empresa.
               Una vez más, se protegía, pero esta vez, no con un cuentagotas, sino con evasivas. Si Brandon no sabía en qué trabajaba Alec, no podría pedir que fuera a entregarle los paquetes a casa, y por lo tanto no podría usarlo como arma, lo cual era la única explicación por la que se había presentado esa tarde en su habitación.
               -Oh-el tono de Brandon parecía ligeramente decepcionado, como acabara de caer al mismo tiempo que yo en que Alec era escueto porque no se fiaba de él. ¿Cómo podía decepcionarse de algo así? Apenas lo conocía, para suerte de los Whitelaw. El poco tiempo que habían pasado juntos había sido un verdadero calvario, así que no podía pretender que, de la noche a la mañana, los dos fueran mejores amigos que se contaban todos sus secretos al amparo de dos cervezas, ¿verdad?
               Por Dios, ¿en qué mundo vivía este hombre? No podía simplemente aparecer de la nada y desear que las cosas fueran normales entre ellos, cuando o bien no habían sido durante mucho tiempo, o cuando lo eran, eran completamente aberrantes.
               -Así es incluso más peligroso. Creí que… bueno, que trabajarías para una tienda pequeña, de barrio, y tendrías un área más bien reducida.
               Alec negó despacio con la cabeza, relamiéndose el labio, y Brandon decidió no insistir, milagrosamente. No pude creerme la suerte que teníamos de que no continuara por ese camino; no sabía cuánto tiempo aguantaría Alec sin terminar dejando que los nervios le traicionaran de nuevo y metiendo la pata otra vez. Quién sabía hasta dónde.
               Y entonces, los ojos de Brandon volvieron a posarse en mí. Y luego, en Shasha.
               Una gota de sudor helado me bajó por la espalda.
               -A vosotras no os conozco.
               Alec tomó aire sonoramente. Ni un grito horrorizado habría sido más ilustrativo de la angustia que le atenazaba el corazón. Le miré. Brandon también le miró. Shasha permaneció en silencio, prudente como la que más, encajando las piezas por fin y ansiando que todo aquello se acabara. Por ella, por mí, y sobre todo, por Alec.
               -Eh… éstas son Shasha y Sabrae, papá-se aclaró la garganta al atragantarse con mi nombre, cosa que nunca le había sucedido-. Me están ayudando a configurar el móvil. Con el accidente, el mío se quedó inutilizado, así que… eso. Me lo están preparando.
               -Ah. Qué bien. Gracias por ayudar a mi hijo, chicas.
               -No hay de qué-respondí yo, rezándole a todos los dioses habidos y por haber para que no permitieran que Shasha se atreviera a abrir la boca. No sé cuál me contestó, pero el caso es que Shasha se limitó a asentir con la cabeza. Su voz era un regalo que no iba a concederle.
               Los ojos de Brandon volvieron a posarse sobre mí, y a pesar de que supe que eso pondría peor a Alec, por lo menos me consolé pensando que Shasha no estaba en el punto de mira de ese monstruo. Ella era la que estaba más cerca de él ahora que yo me había movido para ponerme al lado de Alec y proporcionarle algún tipo de consuelo, de manera que tenía que hacer lo imposible por conseguir distraerlo.
               -Tú me suenas-me dijo directamente, y noté que el corazón se me aceleraba. Supe con total certeza que Aaron le había ido con el cuento a su padre nada más salir de la habitación del hospital. Que hubiera tardado tanto en venir a comprobar si era verdad que Alec tenía novia era algo que me sorprendía, pero no quería darle más vueltas. Alec era el que tenía tendencia a sobreanalizar las cosas, y ésa era una de las principales causas de que sufriera ansiedad. Yo tenía que mantener la mente fría, y no ponerme bajo ningún concepto en el peor de los escenarios. Me quedaría con el menos malo, por horroroso que resultase-. Alec, ¿es tu…?
               -Sabrae-contestó Alec como un robot, tan rápido que me sorprendió entenderlo. Vi que una gotita de sudor se deslizaba por su cuello y se perdía bajo su camiseta.
               -¿… novia?-terminó de preguntar Brandon, mirándome de nuevo de reojo. Alec y yo nos miramos. Nos dijimos un millón de cosas con esa mirada.
               Ay, mi madre, ay, mi madre, ay mi madre. No puede ser, no puede ser, no. Puede. Ser. Disimula. ¡DISIMULA!
               Entonces, nos echamos a reír, histéricos. Shasha dio un brinco a mi lado, convencida de que se nos había ido la olla.
               -¿Qué?-me eché a reír.
               -¿Perdón?-se rió Alec, nerviosísimo. Era un actor pésimo, aunque yo no es que mejorara mucho su interpretación, precisamente.
               -¿Nosotros…?-nos señalé con el dedo índice balanceándose de un lado a otro, como escogiendo a qué parcela del infierno nos veríamos recluidos por el resto de la eternidad.
               -¿Sabrae y yo?-Alec negó con la cabeza-. Esa sí que es buena. ¿Has… has oído, nena?
               Me puse rígida como un palo. Los chicos normales no llamaban “nena” a sus amigas. Papá nos llamaba “nena” a mis hermanas, a mi madre y a mí, pero porque compartíamos su apellido. Scott me llamaba “nena” porque era su hermanita pequeña. Tommy no llamaba “nena” a Eleanor. Alec no llamaba “nena” a Mimi, aunque sí llamaba “nena” a Bey (aunque, para ser justos, llamaba “nena” a Bey porque, hasta hacía tres meses, estaba más que dispuesto a follársela, así que eso no hacía más que reforzar mi teoría). Sólo las chicas nos llamábamos “nena” entre nosotras.
               Si había algo que me apasionara auditivamente, era escuchar a Alec gruñir “oh, sí, nena”, mientras cabalgaba su polla como la mejor de las amazonas durante el sexo.
               -Desternillante-me reí yo, poniéndole una mano en el hombro en un gesto quizá demasiado íntimo para una amiga, y retirándola demasiado tarde, cuando Brandon vio la forma en que me apoyaba en él, y reaccionaba tras ello.
               -¿Seguro? Porque… se os ve muy cómodos juntos-Brandon comenzaba a sospechar. Se me endurecieron las paredes de la garganta. Miré a Alec. Alec me miró a mí. Mierda.
               -Es que la conozco hace mucho-respondió Alec.
               -Eso es porque follamos a veces-dije yo, a la vez que él. Alec me fulminó con la mirada en el acto, y a mí me dieron ganas de tirarme de los pelos. Brandon parecía a punto de empezar a descojonarse.
               ¿Por qué COJONES le has dicho eso?, me gritaba mentalmente Alec.
               -Sí. A… veces. No muy a menudo.
               -Oh, no.
               -Sólo somos amigos.
               -Así es.
               -La última vez fue… ¿hace cuánto?
               -¿Nochevieja?
               Alec pestañeó. Te voy a matar.
               -¿Tan poco?
               -Bueno, estábamos borrachos.
               -Ah, ya. Sí, es… es verdad-carraspeó.
               -Y, ¿cómo os conocisteis?
               -En el instituto-dije yo.
               -Por mi trabajo-dijo Alec. Brandon frunció el ceño.
               -Es que pedí por Internet unas cosas que necesitaba un proyecto, y Alec me las trajo a casa.
               -Sí, estabas muy agobiada con el proyecto ése de kick boxing… sacaste un diez, por cierto, ¿no?
               -Matrícula, sí-asentí con la cabeza, preguntándome cómo coño pretendía encajar que yo necesitara cosas para el instituto que tuvieran que ver con kick.
               -¿Hacéis proyectos de deporte? Vaya-Brandon silbó-. Impresionante. Cuando yo estudiaba, los proyectos eran de literatura, y si tenías suerte, de ciencias. ¿En qué curso estás, Sabrae?
               -Voy a…
               -En el mismo que yo. Va a otra clase. La del fondo del pasillo, y yo estoy en la primera.
               Era increíble lo bien que estaba manejando la situación Alec ahora que la atención no se centraba sobre él. Quizá lo que debiera hacer fuera continuar distrayendo a Brandon hasta que Al consiguiera recobrarse.
               -Sí, bueno, es que la distribución por apellidos es rara, y como yo me apellido…
               -Belfort-atajó Alec, y Shasha y yo fruncimos el ceño. ¿Sabrae y Shasha Belfort? ¿No se daba cuenta de que eso sonaba…?
               Oh.
               Oh.
               OH.
               Si había algo de lo que Brandon no debía enterarse nunca, era de cómo me apellidaba yo. De quién era familia. Por primera vez en mi vida, el hecho de que no me pareciera ni a mi madre ni a mi padre jugaba en mi beneficio, en vez de en mi contra. No porque mi cabeza valiera más por el mero hecho de ser la hija de Zayn Malik, sino porque Brandon la desearía más por ser hija de Sherezade Malik. La mujer que había conseguido arrebatarle a su esposa, liberándola de sus garras, y lo había metido entre rejas en el mismo proceso.
               -Pues… ya sabes-Alec se encogió de hombros-. Ella está de las primeras, y yo de los últimos, pero han hecho el recuento al revés, así que mi clase es la primera en el pasillo.
               -Qué raro. Nunca había escuchado nada igual-Brandon volvía a fruncir el ceño, sospechando como nunca que aquí había algo que no cuadraba. Intenté normalizar mi respiración, a punto del caos y de la hiperventilación.
               -Sí, bueno-Alec dio una palmada, recuperando la atención perdida-. El sistema educativo de Inglaterra. ¿Qué vamos a hacerle?
               Brandon asintió despacio con la cabeza, mirándome de reojo una última vez. Alec nos preguntó a Shasha y a mí cuánto nos faltaba con el móvil, dándome la excusa perfecta para alejarme de él si lo deseaba. No lo deseaba, pero como capté la tensión que manaba de su cuerpo al tenerme tan cerca, supuse que quería un poco de distancia.
               Puede que su padre fuera muchas cosas, pero gilipollas no era una de ellas. Al ver que Alec y yo mentíamos para no contarle la verdad sobre nosotros, le habíamos contado más de lo que habríamos admitido bajo tortura o tras ingerir dos litros de suero de la verdad. Por mucho que odiáramos haber dicho que no había nada entre nosotros, había sido con una buena intención; otra cosa era que nos hubiera salido el tiro por la culata al mentir tan mal, ya que Brandon sospechaba más que nunca que íbamos muchísimo más en serio de lo que queríamos hacerle creer. No mentiríamos sobre mí si yo no fuera importante.
               Por eso, Alec tenía que distraerle. Como fuera. Lo únicamente relevante ahora mismo era conseguir que sus ojos se alejaran de mí. Y lo haría, lo haría sin dudarlo, incluso si eso suponía arriesgarnos a provocar un ataque por su parte.
               -Esto… papá, ¿a qué has venido?
               Brandon volvió a poner los ojos sobre mi novio como si le hubiera apuñalado directamente en el corazón. Para él, la pregunta no tenía ningún sentido. ¿Cómo que a qué había venido? A ajustar cuentas, estaba claro.
               -¿Es que un padre necesita una excusa para ver a sus retoños?-se rió de su propia broma sin gracia, aunque lo hizo en solitario. Shasha buscó mi mano y yo se la estreché con fuerza. La miré para infundirle valor antes de soltarla. Tenía que estar tranquila a cualquier precio.
               Siguió tecleando en su ordenador, intentando concentrarse en una hoja de Word en la que no hacía más que escribir cosas sin sentido. Supe que no era un código por la combinación aleatoria de símbolos que estaba introduciendo en ella: Shasha tecleaba rápido cuando programaba, de modo que esto no era más que una tapadera. Una distracción. Sí, cariño, piensa en otra cosa, pensé yo.
               Alec estaba esperando una respuesta sincera a su pregunta, mirando a Brandon con ojos inocentes, como si no comprendiera de qué se estaba riendo su padre, aunque el objetivo de la broma fuera precisamente él. Tras unos instantes en los que la risa de Brandon reverberó por la habitación, finalmente se calló, asintió con la cabeza, y hundió los hombros de nuevo, como si se dispusiera a hacernos una terrible confesión. Nervioso, se golpeó la palma de la mano con el dorso del puño. Alec y yo volvimos a mirarnos.
               Los dos nos habíamos dado cuenta de que ese gesto era una herencia genética que mi chico había recibido.
               -Bueno, en realidad… venía a comprobar que estuvieras bien.
               -Lo estoy-le aseguró Alec, como si no tuviera a un equipo médico al completo pendiente las 24 horas el día de él. Como si no hubiera salido de un coma esa misma semana. Como si tuviera exactamente el mismo peso en materia de órganos vitales que hacía quince días. Como si estuviera en un hospital por voluntad propia, y no porque un coche hubiera estado a punto de acabar con su vida.
               No obstante, no le quedaba otra opción que mentir. Mentir era nuestra única escapatoria, el único puente que no habíamos quemado; por muy débil que estuviera, era mejor que las corrientes furiosas que rugían entre las dos orillas en que nos encontrábamos. No podíamos saltar y confiar en que conseguiríamos llegar al otro lado: una cosa es ser optimista, y otra ser completamente necio.
               Brandon no podía saber que Alec estaría más de un mes en el hospital. No podíamos dejar que se enterara de que ni siquiera podía ir al baño solo. No podía hacerse una idea, ni tan siquiera abstracta, de lo mal que estaba realmente. Alec era lo único que podía interponerse entre su verdadero objetivo y él, y si no conseguía disuadirle, ni todas las fuerzas de los elementos reunidas serían capaces de detenerle.
               -La verdad, hijo… no sé si eso es del todo cierto-torció la boca en una mueca de disgusto que no nos engañó a ninguno, ni tan siquiera a Shasha. Puede que Alec estuviera en mejor forma de la que él se esperaba, pero eso no implicaba que sus planes se hubieran visto alterados. Quizá Alec estaba mejor, pero no lo suficientemente mejor como para ejercer esa disuasión que mi chico había ido perfeccionando a lo largo de los años, entrenándose a conciencia, adquiriendo experiencia en combate.
               Todo para ese momento, ahora lo veía. Alec no era un luchador porque necesitara la gloria de los combates, no cazaba porque disfrutara de la sangre. Luchaba porque no quería que le derrotaran, porque no quería ser presa.
               -Tiene mejor pinta de lo que parece-Alec intentó esbozar una sonrisa, luchando contra unas comisuras que intentaban por todos los medios revolverse contra su amo. Le dolía cada palabra amable que le dedicaba, le dolía no poder abalanzarse sobre él. Le dolía, y le cabreaba, y le repugnaba. No quería tener que sonreírle mientras Brandon le llamaba “hijo”, de la misma forma que no sonríes a alguien que no hace más que insultarte.
               Supe que Alec prefería escuchar un millón de insultos de parte de sus seres queridos, oírme decir a mí cosas horribles, antes que las palabras de falso cariño que Brandon trataba de dedicarle.
               Brandon asintió con la cabeza, aceptando que Alec era demasiado terco como para cederle aunque fuera un centímetro. Demasiado valiente, o tal vez simplemente estúpido. Pero la cuestión era que jamás le diría que estaba mal, aunque estuviera en su lecho de muerte.
               El hombre tamborileó con los dedos sobre la barandilla de los pies de Alec, pensando su siguiente movimiento. Tres pares de ojos estaban fijos en él, y no sabría decir quién lo escudriñaba con más intensidad. Tras dar un par de suaves golpecitos con los nudillos en la barandilla de metal, tomó aire y lo soltó despacio, exhalando un suspiro tremendista bastante irónico en un monstruo como él. Alec no dejaba de mirarle las manos; sus ojos saltaban de ellas a su rostro como monos en una jungla.
               Por fin, después de lo que nos pareció una eternidad, por fin Brandon levantó la mirada.
               -Yo… tengo que admitir que no he venido aquí sólo por verte. Sé que la relación entre nosotros está muy resentida, y que ambos nos hemos alejado el uno del otro de una forma en la que no estoy seguro que podamos superar, pero…-Brandon tragó saliva. Alec estaba absolutamente inmóvil. Lo único que hacía era parpadear.
               Deseé que mis oídos fueran más sensibles al débil sonido de los latidos de su corazón, o que mis ojos fueran capaces de ver más allá de su piel, para así poder asegurarme de que Alec no se había quedado petrificado en el sitio, latidos incluidos. Ojalá hubiera tenido la manera de comprobar sus constantes vitales sin darle ninguna pista a Brandon de mi preocupación, o del estado en que se encontraba Alec realmente. Añoré el pitido monótono de los monitores indicando los latidos del corazón de Alec, con los que, al menos, tenía una pista de si se encontraba bien o mal. No debía alterarse en un estado tan delicado como en el que estaba, pero visto lo visto, dudaba que pudieran darle el alta a principios de mayo. Si conseguía salir del hospital en octubre, ya me parecería un milagro.
               -Escucha, Alec. Sé que no he sido el mejor padre del mundo para ti, ni tampoco el mejor esposo del mundo para tu madre-dijo, el muy gilipollas. Acababa de descubrir el fuego en una sociedad que ya había colonizado otros planetas-. Estaba en un lugar muy oscuro cuando tú eras pequeño, y… no quiero excusar mi comportamiento, en absoluto, ni quitarle importancia a lo que os hice. Pero ahora soy una persona completamente nueva. Me ha costado mucho tiempo, mucho esfuerzo, y sobre todo mucha guía por parte de ayuda profesional, pero…-
               En el momento en que pronunció las palabras mágicas, “ayuda profesional”, yo no pude evitar girarme y mirar a Alec con una ceja levantada, como diciéndole “¿ves?, hasta un demonio puede volverse medianamente soportable con la ayuda correcta”, y él contuvo el impulso de poner los ojos en blanco, porque los dos sabíamos la verdad: un maltratador como él no se rehabilitaba. Punto.
               -… ahora estoy en un punto de mi vida en el que soy más consciente del daño que les hago a los demás con mi comportamiento. Y estoy en pleno proceso de sanación. No sé si lo sabías, pero he conocido a otra mujer. Me he casado. ¡Incluso tengo una hija!-le dedicó a Alec una sonrisa radiante, ansiosa de su empatía, y Alec se limitó a parpadear. Quizá para Brandon fuera una buena noticia el haberse reproducido de nuevo, pero nadie iba a compartir su entusiasmo-. Ellas son la luz de mi vida. Consiguen sacar lo mejor de mí, pero a mí me queda esa espinita clavada en el corazón al pensar en las cosas de que soy capaz. Una parte de mí piensa que, si le hice daño a alguien a quien amaba una vez, nada me impedirá volver a hacerlo en el futuro, porque está dentro de mí. ¿Entiendes lo que te digo?
               Esta vez, quien miró de soslayo fue Alec a mí. Me miró por debajo de sus cejas un instante, como diciéndome “¿lo ves?, ser mala persona también puede ser genético”. Tuve que morderme la lengua para decirle que no había heredado ninguna maldad de su padre, sino todo lo contrario: lo que había adquirido de él le había servido para proteger en lugar de atacar, para construir en vez de destruir. Alec era todo lo contrario a su padre.
               Alec asintió despacio, y Brandon se metió una mano en el bolsillo y se frotó la mandíbula.
               -Y el caso es que… bueno. La verdad es que me aterroriza pensar en que eso todavía esté dentro de mí.
               ¿Te aterroriza pensar que eso esté dentro de ti aún?, pensé. Imagínate lo que le aterrorizará a Alec. O lo que aterrorizaría a Annie, si estuviera aquí. Tú no eres la víctima.
               Brandon tragó saliva, carraspeó, y por fin se irguió cuan alto era. Shasha se revolvió en el asiento, incómoda, valorando su estatura y las posibilidades de supervivencia que tendríamos si nos enfrentábamos a él. Ella, muchísimas: la echaría de la habitación antes de que las cosas se pusieran feas, y ya me las apañaría yo con mi suegro. Por descontado, haría lo imposible por impedir que tocara a Alec, dentro de lo cual se incluía empujarlo hacia la ventana, y arrojarme con él al vacío si era preciso.
               -Por suerte, mi terapeuta dice que puedo convertirme en una nueva persona si estoy dispuesto a dejar atrás ese capítulo de mi vida. Y la verdad es que lo estoy. Quiero ser un buen esposo, y un buen padre para mi pequeña. Acaba de cumplir dos años, ¿sabes? La edad que tú tenías cuando nos…-se quedó callado de repente y su semblante se ensombreció. Vi cómo Alec contenía una sonrisa, regodeándose en cierta medida al ver que el monstruo que lo había engendrado jamás podría superar el día que perdió. Era su triunfo personal, algo en lo que Alec se refugiaría toda la vida-… separamos-terminó Brandon, satisfecho consigo mismo por haber encontrado las palabras adecuadas.
               Desgraciadamente para él, nadie en esa habitación se estaba tragando su treta. Tanto Alec como yo éramos capaces de ver más allá de ese jueguecito: estaba tratando de apelar al corazón bondadoso de Alec, conseguir acercarse de nuevo a él, para hacerle daño a Annie con lo que más le dolía: el hijo que había conseguido salvar de sus afiladas garras.
               Alec no se iba a dejar engañar. Yo no iba a dejar que le engañaran.
               -¿La quieres ver?-preguntó de repente, mucho más animado. Incluso consiguió que sus ojos emitieran un chispazo al pensar en ese bebé, como si fuera su salvación, la tabla a la que aferrarse cuando la marea amenazara con llevárselo a mar abierto. Le estaba tendiendo el mejor cebo de que disponía a Alec, y confiaba en que éste aceptaría, como efectivamente hizo. Alec cedió con un hilo de voz, sin ningún tipo de entusiasmo, la voz carente de toda emoción.
               Era lo que había aprendido desde que nació: a Brandon no había que llevarle la contraria, había que dárselo todo, para posponer en todo lo posible la erupción, que terminaría llegando, pero cuanto más tarde, mejor. De la misma manera que en las misiones espaciales puede demorarse la fecha en la que los ingenieros pronuncien el ansiado “ignición”, con Brandon sucedía lo mismo: quizá no fuera hoy, quizá no fuera tampoco mañana ni el mes que viene, pero terminaba sucediendo. Siempre sucedía. Como con las misiones espaciales: se invertían demasiados millones como para dejar un cohete en tierra por el mero hecho de que ya había pasado el momento de ponerlo en órbita.
               Brandon sonrió, representando a la perfección su papel, y se llevó una mano al bolsillo trasero del pantalón. Alec se puso rígido en el asiento, la espalda envarada, el cuello estirado y los ojos bien atentos, como un perro guardián que oye un ruido al otro lado del seto de su casa. Podía sacar cualquier cosa de sus pantalones. Cualquier cosa.
               Esta vez, fue un móvil. Pero podía haber sido una navaja. O una pistola. Aquí no eran tan fáciles de conseguir como en Estados Unidos, donde las mujeres maltratadas lo tenían mil veces peor, pero todos los años había alguna noticia de algún tiroteo o un atentado terrorista con armas de fuego. Era como si todos los maltratadores tuvieran una carta de derechos privada y oculta al resto que les garantizara el acceso a instrumentos profesionales con los que hacer más daño.
               Brandon deslizó los dedos por la pantalla, abriendo las aplicaciones y buscando la foto en cuestión. Se acercó a Alec que, en un acto reflejo, levantó el brazo izquierdo en vez del derecho. Y Brandon se quedó quieto.
               -¿Eres zurdo?
               Alec levantó la vista para encontrarse con sus ojos. Por primera vez desde que había entrado en la habitación, había un reproche en ellos. Cómo vas a ser un buen padre para él, si ni siquiera sabías eso.
               Sin decir nada, Alec extendió la otra mano y cogió el teléfono que le tendía su visita. Analizó un par de segundos la foto antes de devolverle el teléfono a Brandon, pero éste tenía ganas de que le dedicaran un cumplido a su retoño.
               -Mira, tengo más…
               Alec se mordió el labio e inhaló muy despacio. Comprendí entonces que no es que le interesara la niña, sino que no le gustaba tener a Brandon tan cerca. Me giré para mirar el puesto de las enfermeras, preguntándome cuándo traerían sus medicinas o la cena, proporcionándole así una excusa perfecta a Alec para alejarse de su padre.
               -Es mona-dijo Alec por fin, desesperado por hacer que Brandon se alejara de él.
               -A ver-pedí yo, y Brandon se giró. Alec se puso pálido cuando vio que me tendía el teléfono y su atención se volvía hacia mí, pero yo haría lo que fuera con tal de distraerlo.
               Efectivamente, la niña era mona. En la foto que le habían hecho, bastante reciente a juzgar por la ropa que llevaba (un vestidito de pana con flores, zapatitos de charol, medias blancas y una diadema), aparecía sonriendo y mordisqueándose la mano, con un osito de peluche de color crema y patitas teñidas del verde del prado en el que se encontraba. Parecía un parque.
               -Sí que lo es. Mucho—se la enseñé a Shasha, que estaba más lejos de Alec aún. Le devolví entonces el teléfono a Brandon, en absoluto dispuesta a que tocara a mi hermana.
               -Se llama Hope.
               -Es un buen nombre. Muy… apropiado-comenté, y Brandon me sonrió, y me dieron ganas de saltarle todos los dientes de una patada.
               -De verdad que quiero hacerlo todo bien con ella. Es tan… buena. Me parece mentira que sea hija mía.
               Alec hizo un esfuerzo tremendo por no poner los ojos en blanco. Escuché sus pensamientos en mi cabeza, pues yo había pensado exactamente lo mismo. Créeme, a mí también.
               -No digo que tú no lo fueras-se apresuró a decir Brandon-. Por supuesto. Ni tu hermano, ni Annie…
               -Vale.
               -Es cierto que todos los matrimonios tienen problemas…
               -¿Problemas?-estalló Alec, al límite de su paciencia ya. Se me aceleró el corazón-. Papá, le pegabas palizas. Eso son más que problemas.
               Shasha tomó aire sonoramente a mi lado, impresionada. Sus peores sospechas acababan de confirmarse.
               -Sí. Lo sé. Y no me estoy justificando, en absoluto. Yo… como te he dicho, no estaba en un buen estado mental. Y lamento mucho todo lo que os hice pasar. Aunque tú no lo recuerdes…
               Alec tragó saliva. Sí que lo recordaba. Lo recordaba de sobra. Como él mismo me había dicho, su primer recuerdo era de su madre llorando en silencio, intentando no hacer ruido mientras su padre la golpeaba. Brandon no sabía lo que eso podía hacerle a un niño. Yo, sí. Lo veía siempre que Alec se acordaba de él, siempre que se comportaba de una forma ligeramente reprochable: comenzaba a comerse la cabeza, a decirse que no se merecía amor, a imaginarnos a él y a mí en las posiciones de su padre y su madre. Decidía que no tenía derecho a ser feliz, porque no era buena persona, según los demonios de su cabeza. Demonios que se alimentaban directamente de esos recuerdos. De esos llantos. Esos golpes. Ese terror con el que había vivido sus primeros años.
               Sí que lo recordaba, pero no diría nunca nada. No, viendo que su padre era una bomba a punto de estallar. Cuando te corre dinamita por las venas, sabes la violencia con la que puedes destruirlo todo a tu alrededor.
               -Vale-dijo, de nuevo en tono monocorde, carente de emoción. Brandon se sentó en la cama, y vi cómo Alec se controlaba para no alejarse de él. No debía mostrar miedo. No debía vacilar. Tenía que ser valiente. Vamos, cariño, vamos. Tú puedes con esto. Confío en ti. Proyecté mis pensamientos hacia él, convirtiéndolos en aviones de papel que flotaban entre nosotros, haciendo piruetas en el aire.
               Alec debió de sentir las energías que le enviaba, pues me miró.
               -Te quiero-le dije en silencio, animándole, y eso pareció relajarlo un poco. Sólo un poco. Su padre aún seguía demasiado cerca; era aún demasiado peligroso.
               Joder. Para una puta semana en toda su vida en la que no podía pelearse con cinco tíos a la vez, y era justo la semana que escogía su demonio personal para materializarse en su habitación directamente desde sus recuerdos. Alá tenía un sentido del humor pésimo, y eso por darle el beneficio de la duda; a estas alturas, comenzaba a dudar que un dios capaz de maltratar tanto a una persona tan buena como Alec se mereciera siquiera respeto, ya no digamos idolatría.
               ¿O quizá estaba celoso porque prefería a Alec antes que a Él? ¿Porque sólo había podido creer firmemente en Él la primera vez que me masturbé pensando en Alec? ¿Porque cuanto más cercana a Él me sentía, era estando con Alec, surcando el cielo los dos juntos?
               ¿Es eso? ¿Tienes celos? Pues no voy a dejar que me lo quites, ni que le hagas daño.
               -Al-dijo Brandon, extralimitándose completamente. Deseé que el hospital se derrumbara con todos nosotros dentro; aquello sería mejor que escucharle llamarlo así-. Sé que lo que os hice es imperdonable, pero… me gustaría… pedirte perdón.
               Alec se quedó callado, los ojos como platos, gotitas de sudor producto del terror descendiéndole por el cuello.
               No quería decirlo. No quería decirlo. Prefería morir antes que decirlo, pero… sus ojos se desplazaron hacia la esquina de la habitación, donde Mimi había colocado un reloj.
               Y entonces, me di cuenta. Por qué era tan dócil, por qué no luchaba. Hacía años que no sucedía una cosa semejante: Annie y Brandon estaban en el mismo edificio, a quién sabe cuántos metros de distancia.
               No quería decirlo. No quería decirlo. No quería decirlo. Decirlo sería una traición terrible, incluso aunque lo hiciera sin pretenderlo, aunque fuera la mayor de sus mentiras.
               Pero, antes que fiel, Alec era protector. Y tenía que cuidar de su madre costara lo que costara.
               -Te perdono-aseguró con cierta ansiedad en la voz, y Brandon sonrió. Exhaló un suspiro de alivio con el que yo me puse enferma. Deberías estar ahogándote con tu sangre, no sonriendo así.
               -Gracias. Gracias, de verdad, hijo. Significa mucho para mí-le dio unas palmaditas en la pierna a Alec, que no pudo evitarlo y se apartó-. Oh, perdona. ¿Te duele?
               -Ajá-dijo Alec, demasiado rápido, demasiado aliviado por tener una excusa para alejarse de Brandon como para siquiera molestarse en disimular.
               -Lo siento mucho. No sabía… ¿también tienes vendas en…?
               -Tengo una pierna rota.
               -¡Ah!-Brandon se levantó a toda velocidad, comprometido con su papel. A Alec le entraron ganas de llorar de alivio. A mí, de alivio y rabia. No podía creerme que Brandon fuera a salirse con la suya, que todos estuviéramos jugando a su juego y nadie rechistara-. Bueno, esto… ya que estoy en pleno proceso de cambio, y no me porté nada bien contigo, también había pensado que, si te parece bien, podríamos recuperar el tiempo perdido…
               Alec se puso pálido. Shasha, también. Yo estaba demasiado ocupada pensando en cómo me las apañaría para robar un camión cargado de ácido y atropellar a Brandon con él como para que mi cuerpo pudiera reaccionar.
               -B-bueno… yo… tengo mucho que… eh… estudiar, y… y… eso me cuesta, así que… no sé si… dispongo de… t-tiempo-tartamudeó Alec. Las lágrimas se agolparon en mis ojos, un sollozo erupcionó en mi garganta. De todas las personas del mundo, él era la última que se merecía pasar por un trago así. Era tan bueno, tan desinteresado, tan considerado…
               -No pasa nada. Lo entiendo-respondió Brandon-. Sólo quiero que sepa que tienes un padre aquí para ti. Para lo que necesites.
               -Sí-asintió Alec en un siseo-. Gracias.
               -Esto… eh… quizá… ¿podría venir a verte?-pidió.
               ¡QUE LO DEJES TRANQUILO!
               -Me dan el alta enseguida-mintió Alec como el mejor de los actores-. En unos pocos días. Te dije que estaba bien.
               -Oh. Y en casa…
               -En casa no es una opción-zanjó mi chico, con tanta valentía que me costó no abalanzarme sobre él y meterme su polla en la garganta.
               -Me refiero a la mía-se apresuró a aclarar Brandon, y entonces, lo escuchamos todos.
               Lo que nos habría sacado de dudas de haberlas tenido.
               El deje de desprecio en su voz. Esa chulería que parecía asegurar que él nunca pisaría el hogar de Alec, al que él consideraba el epicentro de todo, la mansión de la traición, la fortaleza de su derrota. Ya lo creo que no lo haría. Alec mismo le prendería fuego a su casa con tal de impedir que entrara en ella.
               Y yo le ayudaría.
               -Me gustaría que conocieras a tu hermana pequeña.
               Alec se pasó la lengua por los dientes, aterrorizado y rabioso a partes iguales.
               -Claro-consiguió articular. Alec ya conocía a su hermana pequeña. Había aprendido a boxear por ella.
               Brandon sonrió, satisfecho. Le había salido todo a pedir de boca salvo, quizá, lo de seguir en contacto con Alec una vez éste saliera del hospital. Pero, por lo menos, había obtenido la promesa de que sus hijos se conocerían.
               ¿Cómo podía ser tan inocente? Era tremendamente evidente que Alec no estaba haciendo otra cosa más que darle la razón como a los locos. Se notaba el terror que impregnaba cada una de sus acciones, ese salvaje instinto de supervivencia que le incitaba a moverse con pies de plomo cuando antes se dedicaba a corretear como un toro.
               Hasta que me di cuenta de la triste verdad. Brandon estaba tragándose todo lo que Alec le estaba diciendo no porque no lo conociera (no podía saber que Alec era hablador, y esa taciturnidad suya resultaba preocupante), ni porque no percibiera que Alec no estaba cómodo en su presencia, sino porque así es como había sido siempre su relación. Brandon sólo conocía a Alec aterrorizado. No le conocía en su gloriosa valentía, en su bravura, en su generosidad protegiendo a los demás.
               Sólo le conocía acorralado, venido a menos, inofensivo y desarmado. Para él, esto era lo normal. Por eso quería recuperarlo. Para sentir siempre el poder que le proporcionaba ver que podía aterrorizar a alguien simplemente con respirar.
               -Esto… papá-Alec se aclaró la garganta, escupiendo la palabra como si fuera una comida putrefacta que le hubieran servido unos anfitriones increíblemente descuidados y sensibles-. Enseguida me llevarán a hacerme más pruebas, y no sé cuánto tardarán, así que, si ya te has sincerado y has hecho las paces ya te puedes ir a... hacer tus cosas. Estar con tu mujer, con tu hija… Hope, habías dicho que se llamaba, ¿no?
               -Sí. Tu hermanita se llama Hope.
               ¡Y dale! ¡Su hermanita se llama Mary Elizabeth Whitelaw!
               -Pero… ¿no decías que te darán el alta pronto?-preguntó con el ceño fruncido, y Alec tragó saliva, atrapado en su mentira-. Creía que las pruebas eran al principio de todo.
               -Sí, pero quieren asegurarse de que está todo en orden, ya sabes. Es lo corriente ahora.
               -Ajá. Vale. Entiendo. Pero… antes me gustaría ver a tu madre.
               Shasha y yo giramos los cuellos como la niña de El exorcista. Alec se atragantó con su saliva.
               -¿A mamá?-repitió con un deje de absoluto pánico en la voz. Eso sí que no podía disimularlo.
               -Sí.
               -Bueno, no va a ser posible porque ella… tiene recados.
               -Esperaré-prometió Brandon.
               -No sabemos cuándo va a volver. Mejor le digo que te llame.
               -Prefiero disculparme en persona.
               -Bueno, tú mismo. Pero no creo que hoy pueda ser. Tenía muchas cosas que hacer.
               -No tengo ninguna prisa. Pasa las noches contigo, ¿no? En casa no me esperan hasta…
               -Quién te ha dicho eso-espetó Alec, pero lo hizo en un tono en que no era pregunta. Brandon frunció el ceño.
               -¿El qué?
               -Que mamá pasa las noches conmigo. Quién te ha dicho eso.
               -¿Quién me lo va a decir? Pues tu hermano.
               -Pues dile a Aaron que confirme primero sus fuentes. Mamá no duerme conmigo. Paso las noches solo.
               Me daban ganas de levantarme, sacar unos pompones y ponerme a dar brincos. De manejar a su padre como un artillero maneja una bomba cuya cuenta atrás no puede cuantificar, pero sí escuchar, había pasado a enfrentarse a él como un tigre acorralado. Si se ponía a dar zarpazos, yo aplaudiría.
               Y después, se la chuparía.
               Porque se lo merecía.
               Más que de costumbre, quiero decir.
               -¿En tu estado?-Brandon arqueó una ceja, incrédulo, y eso terminó de cabrear a Alec.
               -Por si no te habías dado cuenta, estoy en un putísimo hospital. Un edificio en el que tienen a gente que literalmente estudia carreras universitarias para poder cuidarme.
               -Dejarte solo aquí no parece algo propio de tu madre.
               -¿Y tú qué sabes que es propio de…?
               Alec se quedó callado de repente. Se puso pálido. Después, azul. Luego, rojo. A continuación, verde. Y luego, otra vez pálido.
               Por tercera vez esa semana, me giré para sorprenderme al ver quién estaba en la puerta. Esta vez, fue alguien a quien había visto ya mil veces, pero con la que nunca había experimentado esa sensación.
               El oxígeno se incendió en mis pulmones. Se volvió un sólido que me arañaba los alveolos. Me deshizo el corazón.
               Aunque supongo que lo mío no era nada, nada, comparado con lo que estaba experimentando Annie al encontrarse en la misma habitación que su exmarido por primera vez en quince años.



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2 comentarios:

  1. Es increíble la tensión tan bien reflejada en este capítulo, la angustia, el pesar y la desesperacion. Es flipante como una vez mas te coronas y consigues transportar a la gente que lee a esa misma sala de habitación y sentir de una forma casi estremecedora todas las sensaciones narradas.
    Me siento totalmente desubicada a la par que fascinada por el rumbo que va a tomar esta trama que para mi es la mas importante de toda la historia si cabe. No consigo tratar de imaginar que pretende el padre de Alec, mas allá de lo obvio, y cual será la reacción de Alec al verse en la misma habitación después de 15 años con sus dos padres. Me retumba la cabeza solo de pensarlo e intentar descifrar tu próximo movimiento.
    Gracias una vez más dejándolo todo escribiendo. Esto está siendo increíble.

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  2. MENUDO PEDAZO DE CAPÍTULO, ES QUE ESTOY CHILLANDO TE LO JURO. Es de los mejores capítulos que he leído tuyos sin duda, has reflejado súper bien toda la tensión y me has causado una angustia tremenda durante todo el capítulo.
    - Me ha encantado que Sabrae narrara el capítulo porque hemos podido ver cómo Alec ni si quiera parecía él mismo en presencia de Brandon. No quiero ni imaginarme el shock que ha supuesto para él que se presentara allí 15 años después.
    - Luego una de las cosas que más me ha gustado es cómo Sabrae ha comparado los rasgos en los que Alec y Brandon aparentemente se parecen y ha visto como en cada uno implicaban cosas completamente opuestas (me ha encantado como lo has explicado con protector vs destructor). También te digo que estoy segura de que cuando narre Alec se va a ver igual que su padre.
    - Bua y no me había acordado de que Sher le había llevado el divorcio a Annie hasta que lo ha mencionado a Sabrae y me he puesto más nerviosa todavía, es que a saber lo que les haría si se entera.
    -Bueno y no puedo con el falso arrepentimiento con el que viene el gilipollas de Brandon. Encima el muy hijo de puta dice que tenía algunos problemas con Annie, algunos problemas es pegarle palizas a tu mujer cabrón???????? Es que no puedo, encima queriendo recuperar el tiempo perdido con Alec y que le perdonen????? Es que no lo soporto, me pongo mala solo de pensarlo.
    -Y el final del capítulo me ha dejado: mal. Es que no quiero ni pensar cómo se tiene que sentir Annie al verle después de 15 años y encima en la habitación de hospital de su hijo.
    MIEDO PÁNICO TERROR por lo que vayas a hacer Erika, no seas muy mala por favor que yo no aguanto tantos disgustos.
    Jo y de verdad que agradezco un montón que un día me diera por empezar a leerte porque lo que haces es una maravilla en serio, la manera en la que consigues que conectemos con la historia es alucinante <3 Enhorabuena porque no haces más que coronarte con estos pedazo de capítulos.

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