lunes, 29 de marzo de 2021

La antítesis del Rey Midas.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Claire me daba la espalda mientras buscaba en una de sus estanterías la libreta que me había dedicado exclusivamente a mí. La había pillado por sorpresa presentándome de sopetón en su consulta, pero no lo había hecho porque quisiera asustarla, sino porque necesitaba su ayuda, y la necesitaba con urgencia.
               Me había dicho hacía unos días que podía contar con ella para lo que fuera, y que no dudara en mandarla buscar si la necesitaba, pero por la cara que puso cuando me encontró en su despacho nada más llegar, a primera hora de la mañana, empecé a pensar que, quizá, no lo decía del todo en serio. Quizá lo decía por cumplir. Quizá era una de esas frases que sólo son sinceras en las series sobre médicos ya que, a fin de cuentas, los médicos sólo existen en los 45 minutos que dura el capítulo. Supongo que cuando eres médico, o enfermero, o psicólogo, no te hace tanta gracia que tus pacientes se salten a la torera tus horarios. Sobre todo si tu consulta no es privada y no puedes cobrarles un ojo de la cara por cada minuto de tiempo libre que te roben.
               -Alec, ¿qué haces aquí?
               -No podía esperar a verte. Buenos días-hice amago de levantarme, pero mis costillas protestaron. Tenía la rodilla hecha una mierda por el tiempo que había pasado fuera de la cama el día anterior, paseándome de un lado a otro como si mi vida fuera normal. Cuando Sabrae entraba en escena, mi dolor retrocedía hasta una expresión tolerable, haciendo que creyera que podría curarme y volver a mi rutina de siempre en un tiempo récord.
               Luego Sabrae se marchaba y el dolor recuperaba todo el terreno perdido, ensañándose en cada milímetro que ella le había arrebatado sin tan siquiera saberlo. Incluso me había obligado a coger las muletas y atravesar despacio el hospital, ignorando por completo el desayuno. De todos modos, tampoco tenía hambre. Dudaba que pudiera meterme nada entre pecho y espalda; no después del batallón de pesadillas que había tenido a lo largo de la noche, y que me habían hecho despertarme empapado en sudor. Me había costado horrores conseguir que ella se fuera al instituto, y si lo había hecho, había sido porque yo le había insistido hasta la saciedad en que no nos hacía un favor a ninguno empezando a faltar clases.
               Como si necesitara detestarme aún más por las atrocidades que había creado mi subconsciente a lo largo de la noche (tenerla cerca y poder olerla no me hacía bien cuando vencía la ansiedad), había tenido que despedirme de ella fingiendo que aceptaba que no le diera importancia a sus ojeras.
               Ojeras que yo le había puesto ahí. Ojeras de preocupación, en lugar de placer. Por lo menos, no me sentiría culpable por las segundas. Las primeras, sin embargo…
               -Me levantaría, pero creo que está a punto de saltárseme otro punto-jadeé, y Claire se apresuró hacia mí con una mano extendida, como una madre que ve que su niño ha cruzado la calle persiguiendo su pelota en el momento en que se acerca un coche.
               -De eso nada. ¿Cuánto hace que estás aquí?
               -Acabo de llegar.
               Claire suspiró, sus ojos zafiro recriminándome la mentirijilla que había tratado de colarle.
               -Estás frío-acusó en tono suave, como si creyera que lo había dicho para no preocuparla. Es mi psicóloga; se supone que tengo que preocuparla.
               Un momento… sí que lo había dicho para no preocuparla.
               Mierda. ¿Por eso estaba teniendo esas pesadillas? ¿Porque ahora centraba mis energías en no preocupar a Claire, en vez de a Sabrae?
               -¿Cuánto llevas realmente?-sacó una manta del armario de la pared y me la pasó por los hombros.
               -No miré el reloj cuando entré.
               -Algo aproximado-luchó por poner los ojos en blanco, y fracasó. Bueno, quizá no pueda poner cachondas a las lesbianas, pero sí molestarlas; peor es nada.
               -¿Diez minutos?
               -Así que cuarenta-respondió, pasándose una mano por la dorada coleta en tono pensativo. Asintió despacio con la cabeza, me dio un toquecito en el hombro, y fue a por un café para cada uno. También trajo bollitos, y a juzgar por su pinta (mejor de los que me traían a mí), supuse que los había sacado de alguna sala común del personal de Salud Mental. Insistió en que cogiera los que quisiera, y sólo se dio por satisfecha y accedió a preparar la sesión cuando me vio darle un tímido mordisco a uno.
               -Necesitaba que me hicieras hueco lo antes posible-le dije mientras revolvía en sus cajones, sacando sus materiales y preparándose para escucharme. Después de colocarme un cojín en la espalda para que estuviera más cómodo, se había dirigido a su estantería. Y así estaba ahora, abriendo y cerrando puertas, recopilando toda la información que le había proporcionado sobre mí. Tenía para varias tesis doctorales con todas las chifladuras que había ido anotando a lo largo de nuestras sesiones, y aun así, parecía no saciar su curiosidad.
               No es curiosidad, me vi obligado a reprenderme. Su trabajo es ayudarme, y para ayudarme me tiene que conocer.
               Pero era difícil pensar que no iba a juzgarme cuando escuchara lo que yo tenía que contarle de la noche anterior.
               -Tengo hueco ahora.
               -¿Fijo? No quiero descuadrarte la agenda ni…
               -Alec, soy una mujer adulta. Sé enfrentarme a los imprevistos-como ilustrando su afirmación, sacó una caja de pañuelos desechables de una bolsa de plástico que había dejado al lado de su escritorio en cuanto entró, en la que yo apenas había reparado. La agitó en el aire con una sonrisa de suficiencia antes de dejarla sobre su escritorio, lo más cerca posible de mí. No podía reprimir la sonrisa, y la verdad es que a mí también me hizo un poco de gracia: una de las primeras cosas que había hecho en la primera sesión que habíamos tenido (la primera en serio, no aquellas chorradas que hicimos con anterioridad) fue sacar el paquete de pañuelos del primer cajón, y colocármelo lo más cerca posible de mí. Yo me había puesto chulo, como el Machito™ (machito con mayúscula y marca registrada, según Sabrae) y le había dicho que no había necesidad de esas “mariconadas”.
               Sobra decir que tardé aproximadamente tres minutos y dieciséis segundos en coger el primer pañuelo. ¿Lo cronometré? Sep. Fue bastante humillante.
               Sobre todo porque Claire tuvo que ir a su bolso y darme su paquetito personal, porque con la caja del hospital resultó no ser suficiente.
               -Bueno, comenzamos cuando quieras-Claire entrecerró las manos y yo tomé aire. Abrí la boca para empezar a hablar, y justo cuando iba a empezar a vomitar palabras sin sentido, me fijé en que Claire no había tocado su reloj de arena, aquel que siempre se traía en su bolsa blanca de Juego de Tronos para marcar el tiempo del que disponíamos. Decía que a los pacientes nos relajaba tener algo en que concentrarnos como un calmado reloj de arena, que, además, no era tan intrusivo como el tic-tac de un reloj, ni tan impersonal como un reloj digital.
               -¿No le das la vuelta?-pregunté, y Claire se giró. Sonrió, sacudió la cabeza, y casi se piensa en decirme que no, que no había prisa.
               Pero sabía que yo necesitaba sentir que tenía el control, de modo que lo giró. Y, cuando la arena comenzó a caer en una diminuta pero firme cascada, intenté concentrarme en una sola de las líneas de mis pensamientos, enmarañados como una bola de lana compartida por una camada entera de gatitos.
               -Las cosas van… mal-dije finalmente. Porque me merezco un puto premio. Porque Einstein, a mi lado, es un puto subnormal. Porque había tardado un mes en reconocer en voz alta que tener un accidente que casi me mata, estar una semana en coma, un mes encamado, y necesitar terapia significaba que “las cosas iban mal”.
               Claire asintió despacio con la cabeza, mordisqueándose los labios.
               -¿Por qué dices que van mal?
               -Pues porque van mal-me defendí. No quería cerrarme herméticamente, pero algo me impedía abrirme con ella. Y yo sabía lo que era ese algo.
               Se llamaba vergüenza.
               Puede que fuera un puto monstruo, pero había fingido ser normal durante el tiempo suficiente como para aprender a imitar los sentimientos de los humanos. Me gustaba su mundo. Me gustaba que ellos estuvieran a gusto conmigo. No quería que me tuvieran miedo. Con que yo me acojonara por los demás, ya era suficiente.
               Y asustaría a Claire.

martes, 23 de marzo de 2021

Cappuccino.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Intenté por todos los medios recordarme a mí mismo que debía mantener la calma. Que Sabrae, ya de por sí muy intuitiva en lo que a mí respectaba, era capaz de ver los cambios en mi estado anímico como quien ve una película, así que la ayuda que le proporcionaban las pantallas a mi alrededor no me ayudarían a camuflar la angustia que subió a chorro por mi interior.
               Pero era muy difícil.
               Muy, muy, muy difícil.
               No, no, no, no, no… empezaron a rezongar las voces en mi cabeza, un coro infernal compuesto tanto por mis demonios como por aquellas voces que trataban de defenderme de ellos incluso cuando yo sabía que me merecía todo lo malo que me decían. Era mi voz interior, mi conciencia, las voces de mis amigos y demás gente a la que yo quería, modulándose para reproducir la única palabra que le había escuchado a todo el mundo. No puede estar embarazada. No puede estar embarazada. No podemos tener un bebé ahora.
               NO PUEDO SER PADRE.
               NO HE TERMINADO LA TERAPIA.
               NO VOY A SER BUENO PARA ELLOS.
               Y SABRAE NECESITA TENER A ALGUIEN BUENO A SU LADO.
               Dios mío, ¿qué quiere hacer con él? ¿Quiere tenerlo? ¿Quiere abortarlo? Espero que no quiera tenerlo. Estoy fatal de la cabeza; apenas puedo conmigo mismo, ¿cómo voy a ser capaz de cuidar a un bebé? ¿O DE CUIDARLA A ELLA?
               No sabía por qué, pero me preocupaba más por Sabrae, que podía valerse por sí misma, que por un enano cuya agenda se compondría de exclusivamente tres tareas durante meses.
               Además, ¡no tengo un puto penique! ¿Cómo se supone que los voy a cuidar? ¿O a mantener? Entre los viajes y el voluntariado estoy en bancarrota, ni siquiera tengo para pipas, ¿cómo voy a…?
               ¡Ay, mi madre, el voluntariado!
               Sin poder evitarlo, miré mi ordenador, ya componiendo el correo en el que le suplicaría a Valeria Krasnodar que me comprendiera, que estaba a punto de ser padre adolescente, que había tenido un terrible accidente de moto que me impediría reincorporarme a mi puesto de trabajo en una amplia temporada, y que por lo tanto no tenía dinero para cubrir las necesidades de mi pequeña familia inesperada. Asumiría las consecuencias de los daños que le había ocasionado a la Fundación, y me comprometería a devolverle hasta la última libra que había invertido en ellos, intereses e indemnización a considerar exclusivamente por los directivos de WWF incluidos, pero por favor, por favor, necesitaba que me devolvieran todo el dinero que fuera posible, en el menor tiempo que fuera posible.
               Estimada señora Valeria Krasnodar,
               Lamento la tardanza a responder a su correo. Asumo toda responsabilidad de cualquier trastorno que haya podido generarles, a usted y a su Fundación, a la cual respeto mucho. Verá, es que recientemente he sufrido un accidente automovilístico (nada grave; estuve en coma una semana, pero parece ser que no tendré secuelas a largo plazo, más allá de las molestias en los huesos y la posible pérdida de movilidad en el brazo derecho a consecuencia de que una barra de una cabina telefónica me atravesó el hombro como si yo fuera un pincho moruno) que ha trastocado mis planes a corto-medio plazo, por lo que no me sería posible fijar una fecha para mi incorporación al voluntariado hasta dentro de unos meses.
               Lo cual es bastante divertido porque resulta que mi novia está embarazada, así que dentro de unos meses es posible que tenga el doble de su volumen (que, la verdad, tiene bastante gracia, dado que mi novia es minúscula), por lo que, con toda la humildad del mundo, apelo a su sentido de la solidaridad y la empatía, que la caracteriza tanto a usted como a la Fundación a la que representa, para que acceda a liberar el dinero que he desembolsado para el voluntariado, permitiéndome así ocuparme de mi familia.
               Estoy dispuesto a correr con todos los gastos que este cambio de planes genere, así como, por supuesto, devolverle a la Fundación hasta el último penique que ha desembolsado por mí. Intereses incluidos, claro.
               Trabajaré como un negro…
               No, “trabajaré como un negro”, no. Es racista.
               … trabajaré como el que más para saldar lo antes posible mi deuda, del importe que sea. Lo único que no estoy dispuesto a ofrecerle es la vida de mi primogénito, porque resulta también serlo del amor de mi vida, y no puedo hacerle eso a la chica con la que espero envejecer.
               Eso, claro, si no me abandona y establece un régimen de visitas más bien reducido para que no pueda transmitirle a nuestro hijo mi inutilidad congénita. Ni mi estupidez. Ni mi descaro por hacerle esta petición.
               Atentamente y con mucho arrepentimiento por tener que hacerle esta petición,
               Alec Whitelaw.
               PD: En realidad, todo esto del bebé es un favor que el destino le hace a su Fundación. Estoy en una forma física pésima, por lo que le supondría más gasto que beneficio. Créame, no estoy exagerando; antes era capaz de pasarme toda la noche follando, y ahora apenas consigo llegar a las puertas del ascensor de mi planta sin ponerme a jadear como un emú.
               PD2: ¡Suerte con los furtivos! Le enviaré todas las balas que me pida para freír a tiros a esos cabrones.
               PD3: ¿No conocerá usted a alguien que necesite un empleado a tiempo completo en jornada nocturna, verdad? Como le digo, ando bastante corto de dinero, y dada mi pasada experiencia corriéndome juergas hasta las tantas, sé que dormir está sobrevalorado.
               PD4: Por favor, no piense que soy un irresponsable por lo de las juergas. Voy a ser padre, necesito ese trabajo.
               PD5: Que vaya a ser padre con dieciocho años no habla muy bien de mi sentido de la responsabilidad, pero en mi defensa diré que NUNCA he sido yo el que ha tenido la idea de hacerlo sin protección las veces que me he acostado con mi novia sin usar ningún método de barrera. Y siempre he costeado yo la píldora del día después. Mi novia tiene bastante filia con el semen, pero…
                A nadie le interesa lo mucho que os pone a ti y a Sabrae follar a pelo, Alec, me dijo una voz en mi cabeza, y yo volví al momento presente. Sabrae seguía allí plantada, con la caja blanca y azul en las manos en cuenco, como si fuera una estatua de algún templo en cuyas palmas tuvieran que flotar siempre flores de loto bailando al ritmo de una corriente que ni siquiera debía existir.
               Estaba pálida. Estaba pálida y con los ojos abiertos como si hubiera visto un fantasma, y temblaba como una hoja. La caja blanca y azul vibraba en sus manos igual que lo hacía mi móvil en la mesilla de noche cada mañana, cuando mi vida aún no se había ido a la mierda, tenía los pulmones completos (tenía que asegurarme de hacer mención a que me habían extirpado un pulmón en el correo) y no iba a ser padre con dieciocho putos años.
               Dieciocho.
               Putos.
               Años.
               Que Sabrae fuera a serlo con quince me parecía tan grave que prefería no pensar en ello, porque me daría un infarto, en serio. Bastante mal la estaba viendo ya, así que imagínate si estuviera en modo albóndiga con sorpresa en su interior, haciendo los exámenes en dos mesas porque su barriga no le permitía escribir en una, o de…
               De…

domingo, 14 de marzo de 2021

Serendipia.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Mientras Shash y Momo se peleaban por ver quién de las dos se hacía con la última catedral de cristal que había en la tienda de regalos, aproveché para sentarme en uno de los pequeños bancos acolchados para los acompañantes y me saqué el móvil del bolso. Me dolían los pies, y todavía me sentía un poco torpe debido a la ingente cantidad de comida que había tomado a lo largo de ese día, pero a pesar del malestar, me sentía feliz, tremendamente feliz.
               El día estaba siendo genial. Ya desde mi despertar comencé a sospechar que aquel se convertiría en uno de mis cumple-adopción preferidos, cuando todavía en la inconsciencia de mi duermevela me acurruqué contra un cuerpo masculino, cálido y acogedor como pocos había en el mundo.
               Lo primero que noté de él fue su aroma a hogar, ése que tanto miedo me había dado que perdiera cuando anunció que se iba de casa para participar en un concurso, como si Scott fuera a dejar de ser el mismo por el simple hecho de que todo el país descubriera que había heredado de papá algo más que su físico. Así que, en cuanto mi subconsciente me gritó “¡es Scott!” en tono de celebración, me incorporé como un resorte y exhalé un grito de gozo.
               -Mm-gruñó él, encogiéndose un poco más en la cama y apretando los ojos con fuerza, resistiéndose a abandonar un sueño que ni siquiera había llegado a alcanzar-, Sabrae, no grites, es demasiado temprano-protestó, pero yo le sacudí para que abriera los ojos y me mirara. No pudo mantener su papel mucho tiempo más: cuando me echó un vistazo por entre sus pestañas, disimulando de una forma pésima, se echó a reír y se incorporó para estrujarme entre sus brazos y cubrirme de besos, como siempre hacía en los dos cumples que me correspondían al año. Me susurró un nuevo “felicidades” que me supo a gloria, y yo solté una risita mientras me dejaba mimar.
               Habíamos venido a Praga el día anterior, con el pretexto de que toda la familia pudiera pasar el aniversario de mi adopción unida. Eso incluía también a los Tomlinson, y el hecho de que saliera corriendo para encontrarme con Tommy nada más nos los encontramos en la suite de su hotel hizo que Scott fuera víctima de un tremendo ataque de celos, aún no sé si fingidos. Me había fulminado con la mirada y al principio incluso se había resistido a mis besos, sólo para terminar cediendo ante mi insistencia más por sus ganas que por mi propio interés. Pero, ¿acaso podía culparme? Llevaba sin ver a Tommy desde el cumpleaños de Scott, y éste no había tenido ocasión de felicitarme como me lo merecía, aunque el detalle de la videollamada hubiera sido precioso.
               No habíamos podido estar mucho con ellos, no obstante. A pesar de que todos los padres de Chasing the Stars…
               -Tócate los huevos-se rió Louis, haciendo que Niall soltara automáticamente una carcajada incluso antes de lo que tenía que decir-. Tuvimos un mejor debut en Estados Unidos incluso que los Beatles, y ahora somos “los padres de Chasing the Stars”-puso los ojos en blanco y negó con la cabeza cuando el director del hotel en que se alojaban mis hermanos y el resto de su banda salió a recibirnos preguntando si éramos la familia de CTS.
               -No te pongas nervioso, Louis; preguntan por Tommy, no por Eleanor, así que tú también puedes venir-le pinchó papá, y Louis lo fulminó con la mirada.
               -¿Qué quieres decir?
               -Bueno, a juzgar por el rango vocal que tiene, es evidente que Eleanor no es tuya… ¿verdad, Eri?
               Louis miró alternativamente a papá y a su mujer como si ambos se hubieran convertido en una pareja de cocodrilos arcoíris con alitas de mariposa.
               -¿Y de quién coño podría ser entonces Eleanor, Zayn? Porque la cría no es subnormal, así que a ti ya tenemos que descartarte.
               -De Liam-atajó Niall. Liam chasqueó la lengua.
               -Niall, tío, ¿tú no querías volver de tour con la banda? ¿Qué coño podemos ofrecerles si ahora se va Louis? ¿Quién va a escribir, tú?
               -Niall lo que quiere es que nos pongamos a cantar canciones tradicionales irlandesas, sentados en círculo sobre el escenario mientras nos iluminan con las linternas de sus móviles-se burló Harry.
               -Joder, lo sugerí una vez, en el Día de San Patricio, y porque estaba borracho.
               -¿También estabas borracho el día que te caíste jugando al golf en prime time?
               -Al menos yo no tengo un puto gorrión gordo tatuado en el brazo.
               -Bueno, podría ser peor; podría tener tatuada a una exnovia.
               -¿Por qué siempre tienes que meterme en medio de tus mierdas, Louis? Me tienes hasta los putísimos cojones-ladró papá.
               -Bueno, las chicas y yo nos vamos al bar del hotel-se despidió Eri, cogiendo del brazo a Vee, la madre de Chad-. Cuando dejéis de comportaros como críos, venís a buscarnos.
               -¿Te das cuenta de que siempre se pelean por ti, Eri?-rió Noemí, la madre de Diana-. Eres como la Yoko Ono de este grupo.
               -Sí, solo que se les acopló en lugar de separarlos-apostilló Alba, la madre de Layla, sacudiendo la cabeza.
               -Lo dices como si lo hubiera hecho por gusto, en lugar de para cubrir de emergencia una plaza vacante.
               -Erika, hija, que soy el padrino de tus hijos-le recordó papá-. ¿Voy a tener que dejar de hacerles regalos en Navidad para que me respetes un poco?
               -¡No llames así a mi mujer!
               -¡Es literalmente su nombre, Louis!
               -¡Me da igual! ¡Así sólo la llaman su madre y la mía!
               … perdón, One Direction (y resto de familiares de Chasing the Stars) nos habíamos desplazado a Praga para darles a los chicos todo el apoyo que necesitaban, resultó que estaban tan agobiados con sus actuaciones que el poco tiempo libre que les dejaban los ensayos preferían pasarlo alejados de ellos, pues Scott, Tommy, Diana, Chad y Layla ya atraían suficiente atención sin que Zayn, Louis, Harry, Niall y Liam entraran en escena. Había cantidad de fotos de ellos paseándose por las calles de la ciudad tratando de hacer turismo normal como para añadir a la ecuación a las estrellas indiscutibles de la década del 2010.
               Así que yo estaba decidida a perdonar a mi hermano y conformarme con cruzarme con él de camino a nuestras respectivas suites, separadas para darnos libertad y también independencia. Por lo menos, el hotel en el que nos alejábamos, en el corazón de la ciudad, había tenido el detalle de reservar la suite más grande para nosotros, ya que nuestro grupo se componía de cinco matrimonios con su respectiva prole, amistades de Chad incluidas (su novio, Aiden; y su mejor amiga, Kiara, que resultó ser un amor de chica, además de guapísima, con su piel de ébano y sus ojos cálidos y amigables, con la que Momo y yo conectamos enseguida).
               Lo que no me esperaba, ni en un millón de años, era que se colara en mi habitación para darme los buenos días y hacer que, siquiera por un momento, mi vida volviera a ser como lo había sido hasta la fecha. Scott se había levantado más temprano que de costumbre, a pesar de sus horarios de locura y su clara falta de sueño debido a un ritmo de trabajo frenético, y había entrado de puntillas en una suite atestada con la única intención de hacer que empezara el día lo más feliz posible.
               Era genial.
               En definitiva, era Scott.
               Hacía que todo mereciera la pena, y que la distancia se evaporara, sin importar que hubiera paredes a secas, o paredes y kilómetros en conjunto. Sabía que lo que yo necesitaba era despertarme al lado de uno de los chicos esenciales de mi vida, y sabía que una parte de mí, aunque esa parte estuviera perdiendo terreno poco a poco, siempre, siempre, siempre necesitaría que fuera él el que estuviera a mi lado en la cama la primera vez que abriera los ojos.
               Lo cual no obstaba que echara de menos a Alec, ni mucho menos. Scott consiguió que no le añorara hasta el desayuno, cuando el servicio de habitaciones subió varios carros cargados hasta los topes con las delicias que se servían en el buffet del hotel. En cuanto vi todo el despliegue de comida venida de todos los rincones no sólo del país, sino también del mundo, no pude evitar recordar el primer desayuno en casa de Alec, con una exhibición parecida, o el desayuno de su cumpleaños, cuando había ido a darle aquella sorpresa que tanto nos encantó a ambos.
               Deseé que estuviera en un avión,  en el aeropuerto, o en el vestíbulo del hotel, a punto de hacer su aparición estelar como la estrella de cine favorita del público que era, y su papel más importante, el que interpretaba en mi vida. Era egoísta querer que alguien en su estado físico tomara un avión y se plantara en un país cuyo idioma no conocía, pero el amor tiene de posesivo e irrazonable lo que tiene de ciego.
               Por suerte para ambos, cuando aún estábamos juntos, la parte buena y que quería lo mejor para él se había sobrepuesto a la que sólo pensaba en mi felicidad. La tarde anterior, justo antes de coger el avión, me había pasado acurrucada a él todo el tiempo posible, buscando compensar el tiempo que no podríamos pasar juntos al día siguiente. Él me había acariciado la espalda y el costado, había jugueteado con mi pelo (me había soltado las trenzas cuando él me lo pidió, principalmente porque me hizo chantaje emocional diciendo que “era lo menos que podía hacer, dado que iba a abandonar a su novio moribundo para irme de farra por el extranjero”) y me había dado tantos besitos en la cabeza como le había permitido su busto vendado.
               -Podría pedir que me dieran un permiso para ir en un avión médico…
               -Ni de broma. Tú te quedas aquí.
               -Pero, ¡es tu segundo cumpleaños!-se quejó.
               -Tampoco es tan importante-yo había negado con la cabeza y le había dado un beso en costado, plenamente consciente de las vueltas que daban las vendas justo en ese punto. Él no se quejó, y una vez más, me pregunté si no se quejaba porque no le dolía, o porque no quería que dejara de darle besos si me enteraba de que le hacía daño.
               -Me prometiste que el de la semana pasada sería el único programa que veríamos separados, y mañana vas a estar en Praga. No rompas también la promesa de que seremos sinceros el uno con el otro-ronroneó.
               -¿Y qué solución me sugieres para que no rompa mi promesa?
               -No vayas-lloriqueó. Llevaba haciéndolo desde que le anuncié que me marchaba.
               -Vale. Si es lo que quieres, me quedaré.
               -Es broma-rectificó, como había hecho siempre que yo le había propuesto quedarme. De igual manera que yo le tenía como prioridad en ese momento, él me tenía a mí como la suya. Así que lo que haríamos era obvio: pondríamos un mar y varios países entre nosotros, y nos echaríamos terriblemente de menos, con la intensidad de los enamorados y el dramatismo de los adolescentes.
               Por eso no había soltado el móvil en todo el día. Normalmente, me gustaba hacer fotos y vídeos de lo que me pasaba e iba haciendo, sobre todo en las ocasiones especiales, para poder guardarlos en otro sitio aparte de mi memoria, y poder acudir a ese rinconcito cuando estuviera triste a recordar tiempos mejores, como cuando hace mal tiempo y te acurrucas en tu habitación a leer un libro que trata sobre el verano, o cuando tienes el corazón roto y te haces un ovillo bajo las mantas para escuchar canciones románticas y suspirar por lo que pudo ser y no fue.
               Esta vez, había alguien más a quien le estaba enseñando mi día a día. No estaba presumiendo de la suerte que tenía de ser una Malik y de todo lo que ello conllevaba, sino compartiendo con la única persona que me importaba y que no me acompañaba lo que me ocurría, de modo que pareciera que estábamos juntos, aunque a distintos lados de una pared de cristal.
               Pero, Dios, lo que Alec estaba haciendo con esa pared de cristal… cada vez que yo hacía algo, él me enviaba un montón de corazones, cogiendo un rotulador rosa y escribiendo “te quiero” en mil idiomas distintos, y dibujando un marco en mi cara para poder verme como si fuera una princesa. Cosa que subía, cosa a la que era el primero, literalmente, en reaccionar. No sólo tenía las notificaciones de cada cosa que yo hiciera activadas, sino que estaba pendiente del móvil por si yo daba señales de vida. Había probado a subir historias, compartir publicaciones de gente felicitándome (las fans de papá eran auténticos soles, y no dudaban en sacar su lado más creativo para tener un detalle conmigo en un día tan especial), e incluso subir una foto posando en el puente de al lado del Palacio de la Ópera de Praga, con el Puente de Carlos al fondo.
               Y en todo lo que yo hacía, Alec aparecía el primero.

viernes, 5 de marzo de 2021

Los tambores de mil guerras.

Antes de que empieces a leer, y porque creo que no resulta redundante, quiero decirte que no debes tomarte este capítulo como una guía para formarte tu opinión sobre la Psicología en absoluto. Las opiniones de Alec son muy cínicas por motivos que descubriremos pronto, pero puedo asegurarte que ir a terapia salva vidas. Así que, si estás dudando entre acudir a un profesional o no, esta es la señal que necesitas para hacerlo. Nadie que yo conozca que haya ido al psicólogo se arrepiente de haberlo hecho; quizá tardes un poco en encontrar uno con el que seas afín, pero igual que vas al médico para que te vende una pierna rota sin dudarlo, tampoco deberías pensártelo dos veces en buscar ayuda profesional.
Dicho esto, y deseándole un felicísimo cumpleaños a nuestro rey preferido, Alec, ¡disfruta del capítulo!  
mirad qué hermoso ejemplar de ser humano NO PUEDO MÁS



 
Ahora más que nunca, mi curación y mi confianza en Claire pendía de un hilo. Los dos habíamos hecho pasar al otro por lo suficiente como para que hubiera un trasfondo en nuestras acciones que ninguno de los dos podía obviar, y nuestra relación era tan intensa como pocas había tenido en mi vida. Me atrevería a decir, incluso, que era la que había tenido el despegue más rápido (incluso con la de Sabrae).
               Diría que también era la más intensa, pero creo que eso sería exagerar un poco. Básicamente, porque no me follaba a mi psicóloga. No por nada; la tía estaba tremenda, las cosas como son, pero yo soy hombre de una sola mujer, y Sabrae me había echado el lazo bien. Puede que incluso me fastidiara un poco perder la oportunidad de tener una de las relaciones más morbosas de mi vida (las películas y las series llegaban a su punto culminante, en mi opinión, cuando los pacientes se liaban con sus psicólogos), pero eso sólo lo pensaba cuando estaba con Claire. Porque Claire y Sabrae se excluían la una a la otra; a pesar de que eran complementarias, jamás habían estado en la misma habitación a la vez… igual que Hannah Montana y Miley Stewart.
               Lo cual resultaría un poco sospechoso si no fuera porque mi psicóloga se parecían lo que un huevo a una castaña.
               Cuando la había conocido, me había llevado una grata sorpresa con ella. Que Sabrae hubiera hablado con los médicos antes de que yo pudiera volver a cambiar de opinión y negarme a recibir terapia (bendita mayoría de edad) había sido una jugada maestra de mi chica, que sabía meterse en mi cabeza como si viviera en ella, y la navegaba mejor incluso que yo mismo. Sabía que me echaría atrás en cuanto pudiera, que mis dudas me comerían vivo, y que terminaría convenciéndome a mí mismo de que estaba haciendo una soberana gilipollez, poniéndome en manos de un desconocido cuyo único interés sería ver qué trastorno conseguía diagnosticarme para colgarse medallitas en vez de tratar de ayudarme realmente. Por lo menos, pensaba, tenía el consuelo de que no le pagaría las consultas, así que iríamos un poco más rápido en ese viaje de exploración que podía llevar años en otros pacientes. Yo sólo tenía unos cuantos meses, aunque me los podía hacer muy cuesta arriba, me dije.
               Me quitaría tiempo con mis amigos, me haría comerme la cabeza, me obligaría a hablar de cosas que yo prefería dejar enterradas, y me trataría como a un puto juguete roto cuando yo sabía que no estaba roto, sino destrozado. Me haría mirarme al espejo y se horrorizaría con lo que había en el reflejo, lo mucho que pueden engañar las apariencias… y me dejaría sin el consuelo de los momentos de locura en que pensaba que me merecía lo bueno que me pasaba, porque por mucho que la maldad que llevaba dentro tirara de mí, yo me esforzaba en no hacerle caso.
               Claro que me parecía más fácil ser bueno estando con Sabrae, así que con ella me parecía incluso factible la idea de que fuera capaz de hacer un esfuerzo por merecérmela. No que me la mereciera, pero, por lo menos, que fuera capaz de luchar por ella.
               Y también iba a perder el control que me suponía estar cerca de ella, porque tendría que dejarme solo. Quería y debía enfrentarme a mis demonios en soledad; quería, para que no descubriera hasta qué punto tenía monstruos dentro que podrían terminar por herirla si alguna vez yo perdía el control; y debía, porque me pasaría demasiado tiempo sin nadie que me conociera y que apostara por mí cuando me fuera de voluntariado. Joder, ¿en qué puto momento se me había ocurrido que era buena idea marcharme a seis mil kilómetros de distancia y tratar de empezar de cero aunque sólo fuera un año?
               Mis temores habían ido tomando forma y se habían convertido en alucinaciones de cómo serían los siguientes meses de mi vida. No tendría camisa de fuerza, porque no era peligroso para los demás, pero quien se ocuparía de desgranar como una mazorca de maíz mi pobre mente enferma sería una especie de científico loco, el villano propio de una peli de miedo cutre en el que te parece imposible que confíen los protagonistas, porque se le nota a leguas que es un cabrón. Tendría el pelo canoso y tan tupido como una tela de araña en una mansión abandonada en la época victoriana; enormes gafas de culo de botella que le magnificarían unos ojos inmensamente retorcidos, y unas manos que retorcería como las garras de un ave de presa mientras una sonrisa en la que le destacarían los colmillos se formaba en su boca de finos labios cuando yo llegara al corazón de mis traumas. Disfrutaría con mi dolor. Sería horrible, y no se molestaría en disimularlo, el puto vejestorio.