¡Hola, flores! Voy a intentar, y subrayo el intentar, subir capítulo este lunes 26, en celebración del cumpleaños de Sabrae. Y digo "intentar" porque este domingo 25 son los Oscar, así que no sé cuánto podré escribir el fin de semana ni lo cansada que estaré el lunes para terminarlo (es probable que mucho, así que no te hagas demasiadas ilusiones, por favor; detestaría decepcionarte). Para el caso de que no suba capítulo el 26, tendréis uno el día 1 de mayo, en celebración de la adopción de nuestra pequeña reina. Estad atentas a mi twitter para ver cómo avanzo con la escritura, que quizá tengamos suerte y volvamos a vernos antes ☺
Que disfrutes del capítulo, feliz cumpleaños de Scott, y feliz Día del Libro🎆🎆🎆
Que disfrutes del capítulo, feliz cumpleaños de Scott, y feliz Día del Libro🎆🎆🎆
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Al hecho de que mi estancia había sido larguísima, elevando la media de convalecencias en todo el hospital en casi dos semanas, teníamos que añadir que el viernes me habían traído a un compañero de habitación que reclamó su espacio, como es natural, en los armarios y las estanterías comunes. Su nombre era Josh, tenía once años, y lo habían trasladado a mi habitación porque estaban reparando una fuga en el área de Pediatría, así que tenían que reubicar a todos los pacientes de su planta como buenamente podían. Claire había sido la encargada de darme la noticia, preparada para defender la decisión de la gerencia del hospital contra mis reticencias a perder la poca independencia de que había gozado durante mi convalecencia alegando que me vendría bien tener un compañero con el que entretenerme, pero la verdad es que no protesté. Me parecía una locura haber aguantado mes y medio sin compañía en el hospital; sospechaba que los de administración habían hecho auténticos malabares para conseguir que la cama a mi lado estuviera siempre vacía para que mi madre pudiera dormir en ella entre semana (y no descartaba que las galletas que les horneaba regularmente tuvieran algo que ver en sus esfuerzos).
Además, me gustaban los críos. Claire lo sabía. Así que no tendría ningún problema con un enano al que chinchar cuando nos dejaran solos. Aunque me hundió un poco ver el estado de mi compañero; no sé por qué, en mi cabeza me había imaginado a un crío relativamente sano, con una pierna escayolada como mucho, no un pequeño delgaducho de piel pálida y pelo rapado prácticamente al cero. Se me hundió el estómago al darme cuenta de qué enfermedad lo tenía encerrado en el hospital, el tiempo que llevaba y el que aún le quedaría, haciendo que lo mío fuera un paseo. Sin embargo, pude recomponerme rápido gracias a esos reflejos de jaguar que me caracterizaban; aún no había perdido todas mis dotes de boxeador (solamente el físico, por desgracia), algo que agradecieron sus padres. De modo que, cuando el crío entró con timidez y curiosidad a la vez, me incorporé en la cama y le dediqué la más amplia de mis sonrisas, mientras mi madre miraba a los padres del pequeño con mal disimulada lástima.
-¡Hey! ¿Qué pasa, figura? Soy Alec, tu compañero de farra.
-Yo soy Josh.
-Ah, qué guay, como Josh Hutcherson. El de Los juegos del hambre-especifiqué cuando vi que arrugaba la nariz-. Venga, ¿no has visto la peli?
-No.
-Bueno, ya tenemos algo que hacer, entonces. ¿No crees? Podríamos hacernos unas palomitas, bajar las persianas, correr las cortinas y montarnos una buena sesión de cine, ¿qué opinas?-me dedicó una sonrisa radiante, de dientes un poco torcidos.
-¡Guay!
-¡Genial! Tenemos plan. Choca-estiré la mano y él me la golpeó con ganas, pero yo sabía que podía hacer más-. ¡Más fuerte, hombre, que no se diga!-le insté, y él me dio con más fuerza, riéndose. Me daba la sensación de que llevaba tiempo sin que nadie le dijera que podía hacer más de lo que hacía. Le entendía. Es jodido estar en un lugar en el que no te dejan hacer nada y que todo el mundo te atosigue diciendo que lo estás haciendo fenomenal simplemente por respirar-. ¡Au! ¡Hala, qué fuerza tienes, tío! ¡Acorde con ese pelo de tipo duro que me traes de campeón de lucha libre!
El crío y yo tardamos aproximadamente cinco minutos en adorarnos, con lo que pude dejar apartadas mis comeduras de coco respecto a mi aspecto físico ahora que Sabrae tenía la obligación de comportarse para no traumatizarlo. Al final, hasta me había venido bien que viniera.
Claro que no había previsto que Sabrae aprovecharía la necesidad de recoger los bártulos de la habitación para escoger la ropa que luego me quitaría, eligiendo el envoltorio de su regalo más esperado como un niño privilegiado que se aprovecha de que ya sabe quiénes son los Reyes y que ya conoce lo que va a recibir con detalle para planear su tiempo de juegos. Me había dejado una camisa de un suave tono anaranjado, una de mis preferidas, los vaqueros claros y las Converse blancas, y se las había apañado para escoger precisamente lo que más grande me quedaba. Dado que la camisa y los vaqueros eran de lo que más me gustaban de mi armario, Sabrae y yo prácticamente nos peleábamos por usarlos, de modo que se habían estirado por el uso y estaban adaptados a mi cuerpo de antes del accidente, que nada tenía que ver con el de ahora.
¿Y no se me ocurre a mí, el mayor subnormal de todo Reino Unido, coger y llamar a mis amigos para pedirles auxilio? Josh estaba recibiendo quimio y no volvería hasta dentro de un par de horas, pues sus padres dejaban que dormitara en el parque infantil con el resto de los amiguitos que había ido haciendo a lo largo del tiempo, así que yo tenía cancha para convertirme en el rey del drama que había nacido para ser. Cuando mis amigos llegaron a la habitación, atacados de los nervios, algunos saltándose las clases y otros las entrevistas que tenían que grabar esa tarde, me encontraron hecho un manojo de nervios, correteando por la habitación porque no estaba físicamente preparado para subirme por las paredes.
Si estuviera físicamente preparado para subirme por las paredes, no tendría necesidad de hacerlo, ya que estaría también físicamente preparado para echarle a Sabrae el polvazo que se merecía… y que también me apetecía echarle, la verdad sea dicha. Llevábamos demasiado tiempo de sequía, joder. No podía tirarme en la cama como si fuera una estrella de mar y dejar que ella hiciera todo el trabajo.
-Tendrás que tomártelo con calma-me dijeron a principios de semana, cuando empecé a dar por culo preguntando cuándo me iban a soltar-. Que te vayas a casa no significa que puedas hacer vida normal.
-¿Cómo que me lo tome con calma?-protesté-. Si no queréis que folle, no me deis el alta.