domingo, 18 de abril de 2021

La comodidad que viene del amor.

¿Sabéis qué día es el viernes? Jeje.
¡Nos vemos muy pronto!

¡Toca para ir a la lista de caps!

Sabrae estaba preciosa. No, no preciosa; arrebatadora. Puede que los protagonistas de la noche fueran los finalistas, pero se las había apañado para acaparar todos los focos, o por lo menos los que yo manejaba. Se había puesto para la ocasión un vestido azul sin tirantes, con mangas abullonadas que le dejaban los hombros al descubierto, revelando así que no llevaba sujetador. Eso había hecho las delicias de los periodistas, frente a los que había posado como una auténtica estrella de cine de la época dorada de Hollywood del siglo pasado. Lo que más les había gustado a los fotógrafos era, como a mí, su piercing.
               También llevaba el maquillaje a juego con su indumentaria, con los ojos difuminados en un tono azul turquesa que le daba más profundidad a su mirada y destacaba el bronceado de su piel. Sabía que me estaba contradiciendo con todas las veces en que la había visto llevar un solo tono de color, pero el azul definitivamente le pertenecía. Sobre todo cuando se ponía ese tono azul bebé que ahora la convertía en la única diosa posible, y me empujaba a querer darle un nuevo sentido a esos colores.
               A pesar de que estábamos en público y todavía no habían terminado de hacerme efecto los calmantes que me habían suministrado en el hospital, me veía corroído por la necesidad imperiosa de poseerla. Mientras la veía posar frente a las cámaras, pasándoselo en grande con sus hermanos o en soledad, no podía dejar de maravillarme de que, de todas las personas que había en el mundo, yo fuera la única a la que Saab le había concedido el enorme privilegio de tener el derecho a reclamarla como mía. A pesar de por todo lo que había pasado y toda la mierda que aún tenía dentro, me sentía como si estuviera en el ojo del huracán, pero el huracán se moviera conforme a lo hacía yo, de manera que todo a mi alrededor estuviera patas arriba pero sin llegar a afectarme.
               Me sentía elegido, como si las nubes se hubieran abierto sobre mi cabeza y un rayo de luz solar me hubiera señalado como el preferido de todo el universo. Y eso que apenas había podido acercarme a ella en lo que llevábamos de noche, incluso estando tan cerca el uno del otro que podría cogerle la mano si quisiera.
                Dado que ni mis amigos ni yo habíamos salido en televisión a lo largo del programa, y sólo nos ponían cara las fans más acérrimas del grupo de Scott y Tommy, no habíamos tenido que pasar por la alfombra roja que habían preparado para el programa para apoyarlos y, de paso, generar más dinero y expectación. Las familias sí lo habían hecho, pero de todos los que tenían relación con los concursantes, sólo había una persona compartiendo lazos familiares a la que reclamaran en soledad, y esa había sido Sabrae. Lo cual me había permitido observarla desde la distancia, a un lado de la alfombra mientras esperaba para que nos validaran los pases preferentes, y ella sintiera mis ojos sobre su cuerpo y se girara para mirarme.
               En cuanto nuestras miradas se encontraron, me recorrió ese chispazo tan familiar que siempre explotaba en mi interior cuando me volvía repentinamente consciente de que ella no era producto de mi imaginación. Empecé a preguntarme cómo había hecho para convencerme a mí mismo de que sería capaz de alejarla de mí, hacerla odiarme cuando lo único que quería era como mínimo su indiferencia para poder idolatrarla.
               Luego, Sabrae me había sonreído y mis amigos habían tenido que sujetarme para que no me cayera el suelo. Literalmente. Sentí cómo mis rodillas cedían, y pude escuchar en mis oídos el tintineo de su risa por encima de los flashes de los fotógrafos, encantados con ella casi tanto como yo.
               Y ahora ahí estaba de nuevo, caminando entre la multitud, deteniéndose a agradecer a  cualquiera que se le pusiera por delante y le dedicara unas palabras de apoyo la forma en que habían apostado por ella. Se hacía fotos, se reía, firmaba autógrafos a pesar de que decía que ésta era la noche de su hermano, y no la suya, pero yo sabía que disfrutaba con esas atenciones. Ahí fue  cuando supe que nuestra relación funcionaría sin importar el tiempo y la distancia que nos separara: Sabrae era la nueva estrella, la novedad, la persona más importante de la sala en la que entrara por el mero hecho de ser el último gran descubrimiento. La habían hecho para subirla a un pedestal y adorarla, y el mundo hacía eso igual que se había maravillado con el lanzamiento del primer teléfono móvil, la primera canción de su artista favorito, o el descubrimiento del fuego tantos años atrás. Desgraciadamente, esas atenciones se iban tal y como llegaban; por eso Sabrae las estaba disfrutando tanto.
               Porque, conmigo, no tenía la prisa de exprimir hasta el último momento. Me salía solo, y yo la disfrutaría toda mi vida, sorprendiéndome incluso de que alguien como ella, tan divino y perfecto, necesitara respirar, comer o dormir. Incluso de anciano seguiría mirándola dormir a mi lado y le acariciaría la melena salpicada de canas; le prepararía con amor los platos más elaborados y sabrosos que el tiempo me fuera enseñando, y me pondría las colonias masculinas que a ella más le gustaran por el simple hecho de sentir que mis moléculas se mezclaban con las suyas con cada una de sus inhalaciones.
               Ardía por ella. Ardía en un fuego lento, como el de la llama olímpica que llevaba encendido desde el origen de los tiempos. La violencia con que lo hacía equivalía a la de los demás (si por mí fuera, le haría el mismo número de fotos que le estaban haciendo todos los fotógrafos juntos, le pediría los mismos autógrafos y también me arrodillaría para pedirle que fuera mi esposa, cosa que nadie se había atrevido a hacer), pero las ansias con las que me apetecía reclamarla no se debían a que tuviera que agotar mi interés por ella, sino al entusiasmo que me despertaba.
               Sabrae hacía bien llamándome “sol”. Mientras los demás eran incendios forestales, destructivos e impresionantes, yo era más fuerte, más poderoso, y, especialmente, más longevo. Incluso podría mirarlos con ternura pues, a pesar de que no dejábamos de estar compuestos de lo mismo, ellos no eran más que chispas comparados con cualquiera de mis aspectos: intensidad, duración, importancia. El público que ahora adoraba a Sabrae no eran más que las gotas de lluvia salpicando un parque a principios de verano; yo era el océano del que habían salido las nubes que habían generado la tormenta.
               Y me encantaba mirarla así. Tan libre, tan despreocupada, recibiendo todo el amor que se merecía. Rayano en lo infinito a pesar de que, por desgracia, se terminaría; incontable incluso cuando la propia Sabrae no podía vivir eternamente.
               Por primera vez desde que vi cómo el accidente había cambiado mi cuerpo, me moría de ganas de probarla, despreocupado totalmente de lo que escondía debajo de mi ropa. Una ropa que mis amigos me habían elegido a escoger como si albergaran la esperanza de que la noche tuviera un final feliz para mí.
               Estaba tan embobado mirando a Sabrae siendo todo el cielo estrellado de esa noche, brillando más que el collar de diamantes que lucía en torno a su cuello, justo junto a la pequeña cadena de platino con la inicial del hombre que más la adoraría, y sin más pudor, que ni siquiera me percaté de que al otro lado de la barricada que separaba al público del escenario habían aparecido dos figuras.
               Ni corto ni perezoso, abusando de una confianza que había ido a más cuando me había enrollado con su hermana pequeña, Scott me dio un azote en el culo que me hizo dar un brinco y girarme como un resorte, quizá demasiado rápido para que mis piernas no protestaran. Sin embargo, no me entristecí, ni dejé que mi mente divagara a lo que eso podía significar cuando me dieran el alta y tuviera que rendir cuentas en la cama con Sabrae otra vez. Ella estaba demasiado guapa para considerar siquiera la posibilidad de decepcionarla.
               -¿Cómo estamos?-ladró Scott, mirando a todos nuestros amigos e inclinándose para darle un beso a Duna, que se puso a chillar nada más verlo. Tommy hizo lo propio con Dan y Astrid, al cuidado de las gemelas, que les habían jurado y perjurado a Eri que no los perderían de vista ni un instante para que los pequeños pudieran estar cerca del escenario cuando empezara la acción. Les había costado convencerla, pero finalmente había cedido.
               -¿A qué coño ha venido eso? ¿No sabes que estoy delicado de salud? ¡Podría haberme dado un infarto y me habría quedado en el sitio!
               -No tendremos tanta suerte-Scott se rió y me sacó la lengua, pero yo sabía que la posibilidad de que me pasara algo le preocupaba más que nunca. No sólo por mi delicado estado de salud, sino también por lo mucho que nos queríamos y, por supuesto, por cómo afectaría a Sabrae que a mí me pasara algo. Ahora yo era más importante por el mero hecho de ser tan cercano a su hermana.
               -Bueno, bueno, bueno, ¡aquí están la súper estrellas!-festejó Max, estirándose para revolverle el pelo a Tommy, que se apartó haciendo un mohín-. ¿Cómo es que os habéis decidido a bajar y mezclaros con los simples mortales? ¡Y encima, ya vestidos para su actuación! ¡Menudo flipe! ¿De qué vais, de camareros de una recepción real?
               Me reí y choqué los cinco con Max. Dado que yo me había pasado un tiempo de baja como el payaso oficial del grupo, Max se había ocupado de tomarme el relevo para que no me echaran de menos más de lo que correspondía. Se encargaba de las bromas y las gilipolleces, pero las tonterías se las dejaba a Jordan, que se había pasado la semana tratando de convencer a Zoe para que volviera de Nueva York y hablara con Diana, solucionando así su situación.
               No es que Jordan hubiera dejado de preocuparse por mí, ni mucho menos. Cuando les conté que los médicos estaban valorando la posibilidad de si podía ir o no a la final del programa en el que participaban Tommy y Scott, Jor se puso como loco. Desde que les había contado que Claire me había diagnosticado un principio de depresión que podía llegar a ser severa, fruto tanto de mi ansiedad como de la sensación de angustia que me producía el sentir que mis amigos avanzaban sin mí (a pesar de que lo ralentizaban lo más que podían, y lo poco que lo hacían era completamente a regañadientes), todos se habían volcado en hacerme partícipe lo más posible en absolutamente todo lo que pasaba. Tanto, que incluso Jordan había llegado a decirme que “prefería que me sintiera agobiado a que creyera que me estaban dando de lado”, como le dije medio en broma, medio en serio, el día que me di cuenta de que no me habían dejado solo ni un minuto en los varios días que habían pasado desde que les puse al día con mi estado mental.
               Así que no era de extrañar que Jordan se hubiera plantado en la consulta de doctora Watson para ponerla a caldo perejil, recriminándole que no podía dejarme encerrado mientras Scott y Tommy lo petaban en la televisión nacional, desaprovechando así unas entradas que tenían mi nombre grabado en letras doradas. La doctora se puso chula, como es natural, lo cual me puso bastante nervioso durante los diez segundos que Max tardó en sentenciar que echarían abajo el hospital si no me dejaban salir de él, pero por sus cojones que yo iba a ver a Scott y Tommy en directo.
               Si estaba allí esa noche era gracias a mis amigos. Quizá los médicos me hubieran dado permiso incluso sin sus métodos de persuasión; supongo que nunca lo sabríamos, dado que tenía a los mejores amigos del mundo, que habían aparecido por la mañana con bolsas de deporte cargadas de ropa que me dejaron elegir para llevar esa noche. Porque ah, sí, resulta que mi ropa ya no me servía. Me quedaba grande y me hacía tener un cuerpo escombro bastante deprimente; con lo que yo había sido…
               -No le hagáis caso, chicos-ronroneó Bey-. Estáis guapísimos.
               -Es la percha, reina B-sonrió Scott, tirándose de las solapas del traje enteramente blanco que llevaba: chaqueta y pantalones a juego, en contraste con la camiseta de debajo, que era negra-. Todo lo que nos pongamos…
                -¿Va todo bien por aquí?-quiso saber Tommy, mirándome a mí directamente a los ojos. Hacía demasiado que no nos veíamos; normalmente se pasaban los jueves por la mañana, aprovechando el poco tiempo que les dejaban libre antes de empezar a preparar la actuación de la semana siguiente, pero dada la carga de trabajo que suponía preparar la final, llevábamos sin vernos tres semanas. De Scott me separaba menos tiempo por su escapada de emergencia durante el cumpleaños de Sabrae, pero Tommy… Tommy llevaba prácticamente un mes sin verme. Supongo que, para él, el cambio era mucho más acusado: había continuado perdiendo peso y ganando lorzas que, por suerte, no se me veían gracias a la camisa que me había prestado Logan y los vaqueros de Max; seguramente también estuviera más pálido por lo poco que me daba el sol, y quizá se me notaran las ojeras de lo poco que dormía por las noches. Ahora que habían empezado a retirarme en serio los calmantes, me pasaba más de la mitad del reinado de la luna mirando el techo, procurando moverme lo menos posible tanto para no despertar a Mimi o Sabrae cuando dormían conmigo, como para que mis huesos no protestaran.
               Me preocupaba un poco la posibilidad de que esos dolores me acompañaran el resto de mi vida, pues me impedirían boxear. Y, si no podía boxear, no recuperaría el cuerpo que había tenido hasta entonces, lo cual sería catastrófico, sobre todo teniendo en cuenta que ahora parecía más bien un muñeco de vudú a escala de lo que yo había sido en otra vida, hacía apenas mes y medio.
               -Todo genial, T.
               -¿Seguro que todo bien, Al?-sus ojos azules brillaban con preocupación, y una vez más me pregunté cómo el mundo podía estar echándosele encima como lo hacía. Estando en Praga, Tommy, Diana y Layla habían decidido compartir finalmente  que mantenían una relación los tres, lo que había hecho que literalmente todos los medios de comunicación se le echaran encima como hienas, como si mi amigo hubiera matado a alguien. A mí me parecía jodidamente valiente por haberse desnudado así frente al mundo, y, ¿por qué no decirlo?, también jodidamente espabilado por haber conseguido liarse con dos días increíbles a la vez. Una era modelo, joder. Una súper modelo.
               Deberían estar besándole los pies, no echándosele encima. La envidia es malísima.
               -Sí, T. No te preocupes por mí. Vengo dopado de sobra-le guiñé un ojo y Tommy sonrió con una extraña mezcla de alivio y nervios a la vez.
               -Vale. Me alegra saberlo. De todos modos, si necesitas algo, tenemos a alguien pendiente entre el equipo. Por si necesitas más medicación, ya sea pastillas o… no sé, pincharte… no sé si tus calmantes…
               -Guau, Tommy, ¿ni dos minutos llevas siendo famoso, y ya te metes heroína?-protesté, y mis amigos se echaron a reír. No dejé que mis demonios me preguntaran si se reían porque les parecía gracioso de verdad, o porque tenían mi listón en el subsuelo; Claire decía que tenía que dejar de pensar tanto y tratar de bloquear los pensamientos negativos concentrándome en el ahora. Especialmente, cuando el ahora era tan genial como éste-. Desde luego, esta generación está perdida. Los críos de hoy en día cada vez empezáis antes, ¿eh?-le di un codazo y Tommy puso los ojos en blanco.
               -La próxima vez ni me molesto en preocuparme por ti, puto payaso. Iba a decirte que te habíamos preparado un asiento especial, reservado para ti y todo por si necesitas sentarte, pero dado que eres el puto vejestorio de este grupo, supongo que se quedará vacío.
               -Oh, qué romántico, ¿estás intentando ficharme para convertir tu triángulo amoroso en un cuadrado? No me van los tíos, pero contigo estoy dispuesto a hacer una excepción, guapito de cara-le acaricié el mentón y Tommy se apartó.
               -Ya te gustaría a ti que te dejara acercarte a menos de diez metros de Layla. S-se giró hacia Scott, que estaba haciéndole carantoñas a Duna-, tenemos que avisar a June para que retiren el asiento reservado a Alec. No se lo merece.
               -Me da igual que no se lo merezca; va a posar el culo en él sí o sí.
               -Seguro que ese asiento ni existe.
               -Te lo vamos a enseñar-sentenció Tommy-, pero sólo para que veas lo imbécil que eres a veces.
               E, ignorando los gritos de protesta de los fans enloquecidos, caminaron por las barricadas en dirección a la mismísima esquina de la pista, donde habían colocado un sillón decorado como si fuera un trono, en cuyo regazo había una corona con una inscripción.
               La inscripción rezaba “subnormal oficial de Inglaterra”.
               Empezaron a descojonarse en cuanto me vieron leerla.
               -Creo que os habéis equivocado de corona. Y, ¿cómo pensáis ponérosla, por cierto? Sólo hay una, y por mucho que no las uséis, seguís teniendo dos cabezas.
               -Tenemos que irnos a triunfar en la vida, no como otros.
               -Lleváis un mes trabajando como esclavos, madrugando como cabrones y haciendo el ridículo delante de toda Inglaterra mientras yo me pegaba la vida padre, comiendo en la cama todos los días y viviendo del cuento, ¿seguro que sois vosotros los que estáis triunfando en la vida?
                Incliné la cabeza a un lado, sonriendo mientras ellos se reían.
               -Definitivamente, el accidente no te ha arreglado la cabeza.
               -Bueno, respecto a eso hay opiniones.
               Recogí la corona con gesto ceremonial y me la puse sobre la cabeza haciendo que se rieran todavía más. No estaba muy seguro de ser el subnormal oficial de Inglaterra, como ellos me querían adjudicar; no obstante, lo de ser el payaso nacional… lo tenía un poco más claro.
               Sobre todo, porque me encantaba este nuevo rumbo que habían tomados mis pensamientos. Ahora que había empezado a interiorizar todo lo que me decía Claire, encontraba un poco más fácil creerme bueno de verdad. Todavía me quedaba un buen trecho por recorrer, pero la conversación con mi madre en su despacho había hecho que viera las cosas desde una nueva perspectiva.
               Por primera vez en toda mi vida, a pesar de que siempre había reconocido que todo el mundo tenía derecho a su opinión y que había tantos mundos como puntos de vista desde los que percibirlo, había aprendido que yo mismo también podía ser un prisma. Y que me había pasado dieciocho años mirándome a mí mismo a través del reflejo de mi padre, en lugar de lo que realmente era: el reflejo de mamá. El de mi hermana. El de Dylan, y el de mis amigos. Y, por supuesto, el de Sabrae. Todos me querían por cómo era, conocían facetas de mí de las que yo ni era consciente, y si me conservaban a su lado no era por otra cosa que no fuera esa curiosa comodidad que sólo puede provenir del amor.
               No era por pena. Ni por miedo. Ni porque quisieran sentirse bien comparándose conmigo. Era porque yo les hacía sentirse bien siendo como era, animándoles incluso cuando yo no me veía capaz de conseguir lo que aseguraba que ellos sí, haciendo bromas cuando a mí no me apetecía una mierda reírme.
               Fue por eso por lo que no me sentí mal cuando Scott y Tommy hicieron una mueca y se llevaron una mano al pinganillo que tenían el oído, el que yo siempre me había preguntado para qué les serviría. Ahora ya lo sabía.
               -Nos tenemos que ir ya-Scott puso los ojos en blanco.
               -Nos están insultando. Tampoco es que nos digan cosas peores de las que nos hayas dicho tú alguna vez, pero… ya sabes. Tenemos un ridículo que hacer.
               -Lo de antes era coña, tíos. A mí no me parece que hayáis hecho el ridículo ni un puto segundo en este programa. Más bien al contrario. Me da pena por los que vengan detrás de vosotros; me parece imposible superaros. Claro que tampoco se está tan mal viviendo a vuestra sombra-les saqué la lengua, y Scott se rió.
               -Tú no estás a nuestra sombra, Al. Estamos los tres al mismo nivel. Estamos juntos en esto-contestó, y me estrechó con cuidado entre sus brazos. Incluso me dio un besito, porque estaba sentimental, y porque sabía que yo sabía que era su momento y no podía estropeárselo, así que más me valía no fastidiar su salida del armario y su declaración de amor por mí en la noche en que se proclamaría vencedor en aquel programa con el que había hecho historia.
               -Vuelve con los demás-instó Tommy-, que no queremos que molestes a nuestras fans.
               Cada uno tenía una manera personal de decir “te quiero”, y la de Tommy y Scott era ésa: tomarme el pelo, fingir que mi presencia era más un inconveniente que una ventaja, y que les gustaba más verme molesto que contento o relajado. No obstante, yo sabía que Tommy me había dicho que volviera con los demás no porque no me quisieran lo más cerca posible de ellos en el escenario, sino porque los demás me cuidarían y me protegerían.
               Les obedecí, también por primera vez en mi vida. Supongo que aquella noche fue un manantial de precursores.
               Justo en el momento en que yo llegué con mis amigos, también lo hacía Sabrae. Había terminado de abrirse paso a golpe de autógrafos y sonrisas para selfies, pero ninguna podía compararse a la que esbozó cuando se acercó a mí.
               -Hola, sol-ronroneó, metiéndose entre mis brazos para darme un muy merecido achuchón. Me estaba comportando como un verdadero campeón, aguantando su ausencia y no reclamándola mientras una marabunta de completos desconocidos fingían ser lo más importante de su vida-. Qué guapo-dijo con ojos chispeantes, mirándome a los ojos después de escanearme con la mirada, con un interés genuino. Nunca había visto esa camisa que Logan me había prestado, a pesar de que Sabrae se sabía mi armario prácticamente de memoria, ya no sólo por pedirme que me pusiera determinadas prendas para ir los dos a juego en aquella época en la que aún no éramos novios de manera “oficial” (simplemente estábamos tremendamente casados), sino también por asaltarlo cada vez que se le antojaba-. Te sienta genial esta camisa-jugueteó con los botones del cuello de la camisa azul, de un tono bastante parecido al de su vestido; ahí dejé de sospechar que mis amigos me habían insistido en que ésta era la mejor para que fuera combinado con Sabrae, y lo supe a ciencia cierta-, aunque lo mejor es la corona. ¿Por fin has asumido que eres un rey?-coqueteó, y yo me reí y le di un beso.
               -Para reina tú, amor. Estás increíble, por cierto-comenté, acariciándole el brazo y deleitándome en la manera en que el vestido se ceñía a sus curvas como una segunda piel. Ahora que la tenía cerca, iluminada por los focos que continuaban bailando sobre el escenario aún vacío, esperando a que las luces generales se apagaran, podía apreciarla mejor. Y lo que veía me encantaba.
               -¿Te gusta?-respondió, girando sobre sus talones con aire juguetón, y luego se apartó el pelo del hombro con ceremonia-. Oh, es el primer trapito que he cogido del armario.
               -Seguro que sí-me eché a reír y Sabrae se deshizo de amor. Se acercó de nuevo para salvar la distancia que había impuesto entre nosotros de forma involuntaria al dar su vuelta de exhibición, y aproveché para rodearle la cintura con el brazo y pegarla todavía más a mí, encajándola contra mi costado. Un ramalazo de dolor me recorrió de arriba abajo, naciendo justo en el punto de contacto del esqueleto de Sabrae con el mío, pero se me hizo fácil ignorarlo.
               Cuando tenía a Sabrae tan cerca, me resultaba muy fácil no hacer caso de las llamaradas que me abrasaban vivo; había otro fuego con ella que me interesaba mucho más. Con ella de esa guisa, cálida, hermosa y curvilínea, no sentía más molestia que la de la ropa que nos separaba.
               Sabrae emitió un suspiro de satisfacción cuando yo le besé la cabeza y le dije que, de verdad, estaba increíble. Que no lo decía por decir. Que me sorprendía que mis ojos no se hubieran derretido en sus cuencas de verla así de bonita. A esto último, reaccionó con una suave carcajada que sólo pude escuchar yo. A nuestro alrededor, el mundo había continuado girando, regalándole al país una noche que no olvidaría, una de las más importantes en la vida de mis amigos.
               -Tú sí que estás guapísimo, mi amor-ronroneó, poniéndome una cálida mano en el pecho que me insufló de nuevo la vida, como cuando en Atlantis se curaban unos a otros poniéndose los colgantes de cristal sobre las heridas y presionándolos suavemente con la palma de la mano.
               Entonces, hambrienta de mí, acusando que efectivamente me había arreglado más de lo que acostumbraba últimamente, Sabrae se inclinó hacia mi oído y susurró:
               -Es peligroso verte con ropa de calle fuera del hospital. Me hace tener pensamientos oscuros.
               Me reí, pero ya no me hizo tanta gracia lo siguiente que dijo:
               -Qué ganas tengo de que por fin vuelvas a ser completamente mío.
               Y, agarrándome el culo con posesividad, me mordió el lóbulo de la oreja, haciendo que por un momento me olvidara de absolutamente todo lo que nos rodeara. La miré con ojos de pupilas omnipresentes, sólo para verme reflejado en las suyas, también soberanas de su mirada. Sabrae se mordió el labio y sus ojos bajaron en caída libre hasta mi boca.
               -Nena…-jadeé, bajando la mano de su cadera hacia su culo. Las luces se habían apagado y yo, bueno, digamos que tenía una fantasía sexual bastante idealizada en la que me follaba a una tía durante un concierto.
               Ni que decir tiene que, desde hacía seis meses, la tía era Sabrae.
               Bajé su mano hacia su culo, deleitándome en lo firmes y a la vez blanditas que tenía las nalgas. Sabía incluso cómo se sentía esa parte de su anatomía en la boca, entre los dientes, y cómo se ponía ella si me atrevía a pegarle un buen mordisco. Sabrae emitió también un gemido, y su boca se acercó a la mía, inconsciente.
               No sé qué habría sido de nosotros si no hubiera empezado la canción. Habíamos ignorado completamente la bienvenida de Robert a la final de The Talented Generation; en lo que a mí respectaba, bien podía haber hablado durante 30 segundos o 30 horas. También habíamos pasado olímpicamente de las palmadas y la música instrumental de Uptown funk, la canción con la que los finalistas abrían la gala final; para ambos, lo más interesante ahora mismo era el otro. Estábamos embrujados por un hechizo de oscuridad que hacía que todo el mundo estuviera en tinieblas, y por tanto fuera irreconocible, salvo nosotros dos.
               Por suerte o por desgracia, los finalistas comenzaron a cantar. Y eso rompió la burbuja.
               Aunque no acabó, ni mucho menos, con nuestra diversión.
               A pesar de que la cantidad de canciones que los finalistas tenían que cantar superaba, incluso, la de las primeras galas en los que el concurso estaba abarrotado, la noche se me hizo corta. A cada canción que pasaba, yo me sorprendía brincando con mis amigos, mi hermana y sus amigas, y Sabrae y sus amigas, como si nada en mi vida hubiera cambiado. Nada en absoluto. Sentía el subidón propio de los conciertos, a los que puedes ir con la cabeza debajo del brazo, hecho una auténtica mierda, y que al apagarse las luces y comenzar la música se te curen todos los males.
               Ojalá la final hubiera sido mucho antes, hacía un mes; así no sentiría que me habría perdido nada de mi vida. Seguramente Scott, Tommy y compañía habrían podido sacarme ellos solos del coma, o incluso curarme esas heridas que tanto les habían costado a los sanitarios.
               Era perfectamente consciente de que parte de ese subidón se debía a la compañía. Por primera vez desde el accidente, mis amigos me trataban como el Alec de siempre, el Al dispuesto a todo con tal de hacerlos  reír, y al que no le importaba el peligro que corriera con tal de correrse una buena juerga. Si hubiera tenido dinero, puede que hubiera terminado en el extranjero, como ya me había pasado en otras ocasiones.
               Una parte de mí tampoco podía evitar pensar en lo mucho que se parecía esta situación a la última vez que había vivido mi vida tal y como yo la había construido, sin que nadie me impusiera las limitaciones que habían caído sobre mí durante mi estancia en el hospital. La noche era muy parecida a la última que había pasado junto a Sabrae en Barcelona, en presencia de The Weeknd bendiciendo nuestra unión. Sabrae y yo cantamos, reímos, chillamos y jaleamos sin hacer distinción entre Chasing the Stars, Eleanor, o incluso Jake, a pesar del rechazo que nos producía a ambos por cómo había aprovechado el distanciamiento entre Scott y Eleanor para meterse entre ellos. Esas cosas no se hacían, pero estábamos dispuestos a perdonarle aunque fuera sólo por esta vez.
               Lo que sí eché de menos de la gala fue lo que más me había gustado de la actuación de The Weeknd en el festival de Barcelona: las canciones lentas. No me malinterpretes: adoro la música movida y soy el primero en salir corriendo a la pista de baile si me ponen un temazo con el que pegar saltos hasta quedarme prácticamente sin aliento, pero… ahora que tenía a Sabrae, no me importaba quedarme un poco en el sitio y tener una excusa para estrecharla entre mis brazos y darle todos aquellos mimos que el tiempo se había dedicado a negarnos. Quería volver a abrazarla como lo habíamos hecho delante de mi cantante preferido, para que ahora fuera mi grupo preferido el que nos bendijera como pareja. Bailando con The Weeknd habíamos hecho perpetuos los lazos que nos unían, pero si estuviéramos acaramelados delante de Chasing the Stars, habríamos conseguido una felicidad eterna.
               Pero no quería ser desagradecido, ni dejar que las lamentaciones me nublaran el pensamiento. Estaba allí, de vuelta con mis amigos, viviéndolo todo como si mi vida fuera normal, recuperando la rutina y viviendo todo lo que me correspondía a mi edad otra vez. Que le jodieran a la ansiedad. Que le jodieran a la convalecencia. Que les jodieran a mis heridas, mis huesos rotos y mi cambio físico. Estaba ahí, viviendo el momento, disfrutando de las actuaciones de dos de mis mejores amigos, que habían escogido canciones cojonudas, que incluso se nos acercaron y nos hicieron partícipes de una (Don’t wana go home, de Jason Derulo, con la que nos acercaban el micrófono en el estribillo). Esa noche, a oscuras, con las luces de colores iluminando exclusivamente a otros que no eran yo, con mis amigos rodeándome y mi chica preferida en el mundo, volvía a ser yo. El Alec de siempre. El puto Alec Whitelaw, el que se me había escurrido entre los dedos una mañana de principios de primavera.
               Solo que, esta vez, era una versión mejorada. Aquel mamarracho de hacía unos meses no tenía a Sabrae consigo. Éste, sí. Y Sabrae bien merecía un pedazo de pulmón, costillas rotas y pinchazos en la rodilla al andar.
               -¿Te lo estás pasando bien, sol?-preguntó ella en un momento dado, justo después de que One Direction se unieran a Chasing the Stars para interpretar juntos Little white lies. Como si pudiera darle una respuesta distinta a “por supuesto”, incluso sin ser yo súper fan de la banda. Sentía que estaba presenciando acontecimientos históricos, lo cual, sumado a mi estado de euforia, hacía que todo me pareciera increíble.
               -Ajá. Espectacular, ¿y tú?
               -Yo también-sonrió ella, retirándose de nuevo el pelo del hombro y haciéndome pensar que, quizá, no estuviera tan lejos de cumplir aquella fantasía mía de practicar sexo en un lugar abarrotado de gente. Como siguiera coqueteando así conmigo, aunque lo hiciera sin pretenderlo, conseguiría encontrarme-. Así que, ¿todo bien? ¿Te duele algo?
               -No puedo decirte lo que te duele porque eres una dama-respondí, y Sabrae se echó a reír.
               -¿Estás seguro?
               Y entonces, ¿no va ella, la muy sinvergüenza, y se levanta un poco la falda a toda velocidad para  dejarme echarle un vistazo a su ropa interior? Y yo que pensaba que la noche no podía ir mejor.
               -¡Sabrae!-protesté, escandalizado, como si no me hubiera encantado descubrir que debajo de su vestido llevaba un culotte de encaje azul marino.
               -Así no me echarás de menos cuando me vaya, que será en breve. Para que no te escandalices viendo que no pienso interpretar a una señorita en el escenario-anunció, poniendo los brazos en jarras con los puños cerrados sobre las caderas. No pude evitar reírme, aunque no me hiciera mucha gracia eso de dejar que se marchara.
               -¿Es que voy a tener que andarme con cuidado contigo a partir de ahora porque te has vuelto súper influenciable?
               -Mi amor, ¿de verdad piensas que esto ha sido para demostrarte que no soy ninguna niña bien? Porque, a estas alturas de la película, ya deberías saber que cuando me pongo lencería, lo hago con la intención de enseñártela, sin importarme las consecuencias.
               La sonrisa que me dedicó bien podría haber ocupado la primera plana de toda la prensa, nacional e internacional, regular, deportiva y del corazón; incluso las revistas científicas. Un fenómeno como el de su sonrisa de Diosa©.
               -Bueno, quizá tú no seas una dama, pero yo sí soy un caballero-respondí, riéndome y dándome una palmada en el culo mientras le besaba la cabeza. Sabrae también se rió-, así que no permitiré que hagas nada con lo que puedan detenerte por escándalo público, o algo así.
               -Te lo voy a poner difícil.
               -Adoro los retos, bombón. Nosotros somos la prueba de eso.
               Sonrió, se puso de puntillas y me dio un beso en los labios.
               -Eso es lo que más me gusta de ti. Que no te das por vencido, no importa lo duro que sea algo.
               -Créeme, nena: a más duro, más difícil dar marcha atrás.
               Sabrae soltó una risotada y, tras darme un suave apretón en la mano, se marchó con dos chicos de producción a los camerinos, para prepararse para su actuación. Que, aunque esté feo que yo lo diga, fue la mejor de la noche.
               Eleanor había preparado una pequeña sorpresa para el público, consistente en escoger una canción perteneciente a una de las juezas, Nicki, con la intención de hacerles creer que sería ella la mujer que colaboraría con ella interpretando Side to side. Sin embargo, cuando llegó la parte de Nicki en la canción, las cámaras se volvieron para enfocar su silla, en la que estaba sentada Sabrae, enfundada en su mono de látex rosa y con los botines blancos de tacón bien acordonados. Tenía los pies entrelazados sobre la mesa, y sonreía con chulería a la cámara, entregándose a la canción a pesar de que apenas se la escuchaba entre los gritos de la gente.
               Que se pusieran a la cola, que ya había alguien dispuesto a dejarse los pulmones celebrándola, y ese alguien era yo.
               -This the new style with the fresh type of flow…-sonrió Sabrae, inclinando la cabeza a un lado y pasándose la mano que tenía libre por el cuerpo, como me encantaría haber hecho a mí-, wrist icicle, ride dick bicycle. Come through you, get you this type of blow, if you want a ménage, I got a tricycle.
               En ese momento, los bailarines se inclinaron hacia ella, que había extendido la mano, y tiraron de ella para ponerla de pie. La gente chilló más fuerte. (La gente soy yo).
               -All these bitches flows is my mini-me-continuó, caminando al ritmo de la música, a toda velocidad en dirección hacia Eleanor, que la esperaba sentada en las escaleras del escenario con las piernas cruzadas y las cejas alzadas, moviendo la cabeza al ritmo de la canción sin quitarle ni un ápice de atención a Sabrae-. Body smoking so they call me Young Nicki Chimney-Sabrae se detuvo y se abanicó, sonriéndole a la cámara-, rappers in they feelings’ cause they feeling me-guiñó el ojo al llegar hasta Eleanor, se dio la vuelta para darle la espalda-Uh, I-I give zero fucks-se sentó por fin-, and I got zero chill in me. Kissing me-Eleanor y ella cruzaron las piernas a la vez, la primera sonriendo con chulería, la segunda  seria, totalmente metida en el papel-, copped the blue box that say Tiffany. Curry with the shot, just tell ‘me to call me Stephanie-Sabrae y Eleanor se incorporaron-, gun pop, then I make my gum pop, I’m the queen of rap-se llevó una mano a la cabeza, como poniéndose una corona, y se giró para mirar a Eleanor-, young Ariana run pop, uh.
               -These friends keep talking way too much…-recuperó Eleanor.
               -Way too much-le hizo los coros Saab.
               -Say I should give em up.
               -Give me up.
               -Can’t hear them, no, cause I…-Eleanor empezó a alargar la nota, subiéndola y subiéndola.
               -Hit those high notes, bitch!-le gritó Sabrae, elevando las manos al lado de Eleanor hasta que ésta se cansó de mantener a todo el mundo en vilo, y continuó con el estribillo con Sabrae por detrás, apoyándola tanto física como vocalmente.
               Y entonces, al final del último estribillo, Sabrae recuperó su parte.
               -This the new style with the fresh type of flow. Wrist icicle, ride dick bicycle. Come through, yo-las dos se dieron la vuelta, mirando a cámara y público por igual por encima del hombro-, get you this type of blow. If you want a ménage, I got a tricycle.
               Y sonrieron, confiadas en que lo habían hecho genial (como, efectivamente, así era). Seguramente los médicos me riñeran al día siguiente de lo resentidas que tendría las cuerdas vocales, pero no me importaba: había venido a pasármelo bien y hacer lo que me diera la gana, y eso precisamente estaba haciendo.
               Cuando Sabrae volvió conmigo, lo hizo vestida aún con el mono, y nos quedamos juntos el resto de la noche, hasta que llegó el momento del gran anuncio. Jake había quedado tercero,  así que cantó con Layla la canción que había escogido a modo de despedida, Strip that down.
               Chasing the Stars cantaron emocionadísimos We own the night, de The Wanted, y Eleanor se metió al público en el bolsillo con Bang bang, a pesar de que la actuación ya no contaba para las votaciones, que habían quedado cerradas al final de la noche.
               Tommy, Layla, Diana, Scott, Chad y Eleanor se quedaron en el escenario con las manos cruzadas, esperando impacientes a que Robert dejara de estirar el chicle hasta el infinito y anunciara el dichoso ganador.
               -La audiencia ha decidido que el ganador de la tercera edición de The Talented Generation, que firmará su propio contrato discográfico y dirigirá el tour este verano, es…
               Se escucharon latidos de corazón amplificados en los altavoces. Sabrae se llevó mi mano a la boca y comenzó a mordisquearme los nudillos, nerviosa. Bey tragó saliva. Karlie y Tam se agarraban con fuerza de las manos (estaba bastante seguro de que ya habían echado un polvo y se lo estaban ocultando a todos, pero como no tenía dudas ni tampoco pruebas, me tenía que joder con mis conspiraciones). Jordan bufó de nervios. Max se pasó una mano por el pelo. Logan tenía las manos unidas por las palmas pegadas a la boca, como si rezara. Mimi se mordía directamente las uñas.
               A mí me latía el corazón a mil por hora, y estaba sudando como un cabrón, aunque no sabría decir si de nervios o de cansancio.
               -¡¡¡ELEANOR!!!-anunció Robert, y el rostro radiante y emocionado de Eleanor ocupó las pantallas de detrás del escenario. Mimi chilló. Sus amigas empezaron a aullar.
               -¡¡¡¡¡¡¡BUUUUUUUUUUUUU!!!!!!-protesté yo, y Mimi me pegó un manotazo.
               -¡CÁLLATE, GILIPOLLAS!
               -¡MENUDO TONGO! ¡¿Y EL BESO DE SCOMMY?! ¡ESTO ES HOMOFOBIA PURA Y DURA! ¡¡LOGAN, HAZ ALGO!!-protesté, aunque la verdad es que me alegraba por Eleanor. Pero… quería que ganaran Chasing the Stars. Quería que Scott y Tommy ganaran. Se lo merecían muchísimo.
               Y quería ver si eran hombres de palabra y se daban un morreo si realmente ganaban, como habían prometido que harían al final de su actuación de Never enough, cuando Diana se había metido entre ellos dos justo cuando parecía que efectivamente iban a darse un pico.
               -¡Tongo, tongo, tongo, tongo!-protesté-. ¡Queremos beso, queremos beso, queremos be…!
               -¡¡¡HOSTIA PUTA JODER!!!-bramamos todos cuando, efectivamente.
               Scott. Y. Tommy. Se. Dieron. Un. Morreo.
               Sabrae estaba llorando, muy feliz por su amiga pero se puso a gritar igual que todo el mundo al verlos.
               Y, cuando Scott pronunció la frase mágica, empezó a sollozar como nunca.
               -Definitivamente, vamos a seguir juntos-sentenció mi amigo cuando Robert le preguntó por lo que tenían pensado-. Esto no es lo último de Chasing the Stars.
 
 
 
-Bueno, Al, ¿cómo te sientes?-preguntó Claire, con las piernas cruzadas y la libreta de las notas abierta sobre su regazo. Desde que había accedido con más o menos docilidad a la terapia con acompañantes, sentía que nuestra relación había dado un paso más. Que ya no éramos sólo paciente y terapeuta, sino que incluso podíamos considerarnos amigos. Una parte de mí tenía ganas de ver qué pasaba si le proponía tomar algo después de que a mí me dieran el alta, no porque no creyera que Claire trataría de poner barreras y decirme que no tomaba cañas con sus pacientes, sino porque sabía que terminaría cediendo y acabaríamos discutiendo de la vida en alguna terraza.
               -Bien. Ya se me está bajando el subidón del domingo-bromeé, y ella sonrió. La sesión del lunes había sido bastante interesante, ya que Claire apenas había tenido tiempo de abrir la boca; yo estaba demasiado ocupado parloteando sin parar sobre lo bien que me lo había pasado, lo increíble que lo había hecho Sabrae, lo genial que había sido todo y las ganas que tenía de pegarme el fiestón padre cuando me dieran el alta. Le prometí Claire que no aparecería por casa en un fin de semana entero, a lo que me expresó su preocupación, de modo que me tocó tranquilizarla por una vez, diciéndole que ya lo había hecho otras veces y no me había pasado nada.
               -Puede, pero ahora tu estado de salud es un poco más delicado que…
               -Estoy como un toro, Claire, lo que pasa es que soy tan guapo que no sabéis qué movida inventaros para mantenerme aquí retenido, como si fuera un oso panda en algún zoo, o algo así. Bueno, el caso es que cuando fuimos al backstage a felicitar a mis amigos, ¿no va la chivata de mi hermana y le suelta a Eleanor que la abucheé? Pero si adoro a esa niña. La adoro. La conozco desde que nació. Ha dormido en mi casa más que Sabrae, y mira que Sabrae se está esforzando en batir su récord, pero de momento le toma la delantera. Además, Eleanor es adorable. Y tiene un vozarrón increíble. Francamente, si no hubiera ganado le habría prendido fuego a este país. Hay que estar muy sordo para no reconocer su talento, ¡en serio! Así que lo había hecho de coña. Supongo que hay algo en mi cabeza que se desconecta cuando llega tal hora de la noche, como el carruaje de la Cenicienta, que vuelve a convertirse en calabaza. Pero, en serio, la noche estuvo genial. Estarías orgullosa de mí, porque no bebí absolutamente nada, ya que me lo prohibió la doctora Watson. Me he comportado como un chico bueno, ¡me merezco una recompensa! Aunque, bueno, estar con mis amigos de fiesta ya ha sido recompensa suficiente.
               -Se te saltaron algunos puntos, Alec-me recordó Claire.
               -Sí, bueno, chorradas, nada grave-agité la mano en el aire y me repantingué en la silla-. Las enfermeras son un poco histéricas a veces. Les he partido la cara con una costilla rota a payasos sobre un ring, ¿qué me va a hacer una puta canción de David Guetta? Son inofensivas. La que no es inofensiva es Sabrae. Dos veces me propuso follar a lo largo de la noche; la primera, antes del after party, pero le dije que ya que habíamos esperado tanto, lo mejor sería esperar un poco más. Y que lamentaba que se hubiera puesto lencería para nada. Se puso lencería, ¿sabes? Salía a matar, la muy cabrona. Un culotte azul marino de encaje que… Dios mío-me dolía el puño-. Espero de corazón que el accidente no me haya afectado a la polla, porque lo que tengo pensado hacerle requiere cinturón negro de kamasutra como mínimo. Y luego quiso hacerlo más adelante, porque estaba un poco borracha; ella sí que bebió, con lo que le tocó ir con un poco de resaca al instituto. Nada que no se solucione con un buen polvo, pero, ya sabes-me llevé una mano a la cara y me encogí de hombros-. Estoy en modo monje. Sigo las recomendaciones de mis médicos, como el niño bueno y obediente que soy. Theresa me ha dicho que no haga esfuerzos, y yo me dejo la polla guardada en los pantalones. A veces es difícil, ¿eh? Sabrae tiene unos muslos preciosos, a pesar de que no deja de protestar porque los tiene gorditos, aunque yo, personalmente, pienso que son perfectos. Así hay más donde agarrar. Y no son flácidos, los tiene muy fuertes por el ejercicio. En fin, el caso es que siempre se pone camisetas mías para dormir (de lo cual yo no me quejo, aunque si te soy sincero, preferiría que durmiera desnuda, pero bueno, eso es otro tema) y, aunque le quedan grandes de sobra, no son lo bastante como para que no se le vean parte de los muslos. Y la carne es débil. Yo no soy de piedra. Tengo 18 años, Claire, estoy en la flor de mi despertar sexual, y llevo un mes sin sexo. Estoy que me subo por las paredes. No puede hacerme esto. ¿Sabes cómo se me frotó bailando durante la fiesta? Si perrear embarazara, Sabrae estaría ahora mismo embarazada de gemelos. O trillizos. No sé por qué, pero me da la impresión de que yo podría tener trillizos. ¿No crees?
               Claire había mirado a Dylan, que se había pedido el día libre para participar en la sesión conjunta conmigo.
               -Si quiere ir a tomarse un café mientras él parlotea, señor Whitelaw…
               -No pasa nada. Me gusta ver a mi hijo tan animado-Dylan sonrió, indulgente.
               -Jo, lo siento un montón, Dylan, en serio. Ojalá pudiera concentrarme en la terapia, pero es que, ¡perdona! Todavía estoy demasiado hypeado por la noche de ayer como para pensar en otra cosa. Por cierto, ¿te dije que Sabrae se ha traído el mono a casa?-le pregunté a Claire-. Necesito que me hagas un volante o algo así impidiendo que me lo ponga mientras yo esté aquí ingresado, porque la veo capaz. La veo muy capaz. De hecho, ¿podrías hacerme una receta diciendo que no se lo ponga nunca, y punto? Estoy bastante seguro de que me dará un aneurisma.
               -Yo sí que necesito un café. O una tila-comentó Claire, levantándose de su silla.
               -¿Me traes uno?
               -Ni de broma.
                Las siguientes sesiones habían ido bastante bien. Después de charlar todo lo que me dio la gana (al final Dylan se había marchado a tomar algo para “darnos intimidad”, como si yo tuviera algún problema en describir punto por punto las partes que más me gustaban de la anatomía de Sabrae –todas– con él delante) con Claire durante casi dos horas (viendo lo seca que tenía la garganta, entendía por qué Sher cobraba tanto), mi padrastro había regresado para tratar los traumas de mi infancia conmigo.
               El pobre Dylan era un santo. No sólo por lo que le aguantaba a mi madre, sino por lo que me aguantaba a mí. Había sido paciente y cariñoso conmigo en absolutamente todo momento, jamás había perdido los nervios y me adoraba exactamente igual que a Mimi. A sus ojos, entre ella y yo no había ninguna diferencia. Los dos éramos hijos suyos, porque no era la sangre lo que determinaba los vínculos.
               -Pero yo soy más difícil de llevar que Mimi-respondí, con los ojos húmedos después de mucho llorar (otra vez) mientras me abría en canal para él. Dylan se encogió de hombros.
               -Eres distinto. Tú eres boxeador. Ella es bailarina. Cada uno se ocupa de sus problemas de manera diferente.
               -¿Hay algo de que te arrepientas con Alec? ¿Algo que te gustaría que fuera distinto?
               Dylan se había relamido el labio, había bajado la mirada hacia su alianza y se había puesto a juguetear con ella.
               -Me parece que no.
               -¿Seguro?-insistió Claire, y me miró como diciendo “ya sabemos de dónde has sacado ese hermetismo”. Me hinché internamente como un pavo, pensando en que había sacado algo de Dylan, aunque fuera una cosa mala. Eso significaba que también le pertenecía un poco a él.
               -Bueno… de pequeño, me llamaba “papá”. No sé por qué dejó de hacerlo, ni qué hice yo para que dejara de hacerlo, pero… me habría gustado que siguieras-continuó, mirándome-.  Sé que ahora ya no puedes, que ya no te sale, pero…
               -No es por ti. Es que… tú no eres mi padre, Dylan. Y gracias a Dios. Eres mucho más que eso.
               -Es una lástima, porque tú sí eres mi hijo-contestó, y yo le dediqué una sonrisa triste.
               -Qué más quisiera yo que lo fueras. Nos habríamos ahorrado estar hoy aquí, pero… necesito recordar de dónde vengo, y también adónde voy. Qué es mi pasado, y qué es mi presente. De qué estoy hecho, y qué puedo llegar a ser. De qué estoy hecho es mi padre, pero lo que puedo ser eres tú.
               -¿Y qué soy yo?
               -Un padrastro mejor que un padre. El mejor que hay en todo el mundo.
               Dylan sonrió, y se le escaparon unas lágrimas. Miró a Claire tras limpiárselas con el pañuelo.
               -¿Entiendes ahora por qué lo quiero tanto?
               -No era yo la que necesitaba entenderlo, Dylan, sino él.
               Creía que la sesión con Dylan sería la más complicada de todas porque, incluso si mi abuela no me dejaba terminar las frases y se ponía a insultarme en ruso cuando yo decía que no me sentía bien, que creía que no valía o que había un mal inherente en mí del que no podía escapar, por lo menos con ella sí podía sincerarme. Pensaba que con Dylan me costaría más de lo que me costó, me imagino que porque nunca habíamos tenido una conversación profunda sobre nuestra relación, a pesar de que yo sí que lo consideraba un padre en todos los aspectos salvo en el genético. Le había dicho que, si le hacía ilusión, volvería a llamarlo “papá”, pero él me dijo que no hacía falta, que el título que le había otorgado le gustaba más, porque era elegido, no accidental.
               Igual que con Mimi, con la que me costó muchísimo más ser sincero. Pensé que me sería más fácil, ya que con ella sí que tenía confianza, y podía hablar prácticamente de todo siempre y cuando no se muriera de vergüenza (lo cual debería descartar el sexo) pero, en cuanto me tuve delante, me di cuenta de que no sabía qué decir. O, más bien, cómo decírselo.
               Porque Mimi era la otra cara de la moneda. Hasta que Claire no me sentó a hablar con ella, no me di cuenta de algo que mi subconsciente siempre había tenido muy claro, una teoría grabada en piedra y más antigua que nuestras existencias: yo siempre le había debido algo a Mimi. Siempre.
               La razón por la que había creído que ella era la favorita de mamá era porque llevaba 18 años pensando que mamá se había escapado de casa de mi padre por salvar a Mimi. Creía erróneamente que se había quedado con Brandon por mí, y si no fuera por Mimi, jamás habría encontrado la manera de escapar de allí.
               Brandon había amenazado a mamá conmigo porque Mimi y yo no éramos compatibles en su mundo, y mi cerebro había dibujado un mapa en el que la X estaba colocada sobre la cabeza de Mimi, y no la mía. Mimi siempre había sido el tesoro.
               Hasta que yo le dije a mi hermana que lo sentía mucho por todo el peligro al que había expuesto a mamá sin yo saberlo, y ella me cogió la mano y me dijo que la única razón de que no hubiera nacido bajo el techo de Brandon era yo. Que, si Brandon no me hubiera utilizado como arma para mamá, ella jamás le habría abandonado.
               Que las cosas serían muy diferentes si yo no formara parte de la ecuación. Que yo era el imprescindible.
               -Puede que tú seas el que se tuvo que cambiar el apellido, pero si yo soy una Whitelaw es gracias a ti, Al. Toda la familia se sustenta sobre un pilar, y ese pilar eres tú.
               Había llorado tanto que le había agotado las cajas de papel a Claire. Tuvo que salir a por un rollo de papel higiénico al baño. Todavía tenía la piel alrededor de los ojos un poco irritada, pero por lo demás, ya estaba bien.
               -¿Y tu familia?
               -Bien, gracias por preguntar.
               -¿Tus amigos?
               -Claire-sonreí, cansado-. Normalmente me regodeo mucho en los preliminares, pero la verdad es que me pone un poco nervioso que intentes prepararme el terreno ahora. ¿No podemos, simplemente, pasar a la razón por la que estamos aquí?
               Claire y yo habíamos acordado el orden con el que hablaríamos con mi familia; yo creía que Mimi sería la primera, después Dylan y luego mi abuela, pero ella lo veía de otra forma: puesto que mis problemas eran fundamentalmente con mis figuras paternas, creía que tenía que sanar heridas primero con Dylan, y por último, con mi hermana. Todavía no habíamos acordado el orden de las siguientes sesiones, pero que no tuviera un título en Psicología no suponía que fuera gilipollas: sabía de sobra que la siguiente sería Sabrae.
               A pesar de que nunca habíamos mencionado su nombre.
               -De acuerdo, como prefieras. Verás-se incorporó y rodeó el escritorio hasta estar frente a mí, apoyada sobre su mesa-, hemos hecho grandes progresos, y estoy muy satisfecha con cómo estás avanzando con las sesiones. Lo estás haciendo genial, y en tiempo récord, lo cual me hace pensar que pronto podré darte buenas noticias… pero todo a su debido tiempo-añadió al ver mi expresión ilusionada-. No obstante, hoy quiero probar algo un poco distinto.
               Parpadeé.
               -¿Distinto?
               -Sí. Seguiremos con la terapia por parejas pero, si a ti te parece bien, me gustaría que una colega mía estuviera presente para echarme una mano con la sesión. ¿Te importa? Por supuesto, no tienes que preocuparte porque cuente nada de lo que tú digas o hagas aquí. El secreto de nuestras conversaciones se extiende a todos los que estén presentes, especialmente si son compañeros de profesión.
               -Has dicho “una colega”. ¿Es una chica?-pregunté, entrecerrando los ojos. Claire asintió.
               -¿Supone eso un problema?
               -Depende. ¿Está buena?
               Claire parpadeó, puso los ojos en blanco y suspiró.
               -Objetivamente, Claire. Eres lesbiana-le recordé-. Y tu mujer no se enterará. ¿Es celosa?
               -Mucho-sonrió.
               -Pues eso es malo.
               -No, no digo que mi mujer sea celosa. Digo que mi colega está muy buena.
               -Uy, uy, uy. Preveo dramita lésbico-extendí las manos y moví los dedos frente a ella, como un hada esparciendo sus polvos-. ¿Te mola? Y, si es así, ¿vas a dejar a tu mujer? Porque, si vas a dejarla, tengo a una amiga lesbiana a la que seguro que le encantaría conocer.
               -¿Tu amiga Karlie sabe que estás empeñado en buscarle novia?
               -Es una sorpresa que me reservo para el Día Internacional de las Lesbianas.
                -No tendrás que hablar con ella si tú no quieres-continuó Claire, ignorándome como había aprendido a hacer cada vez que yo intentaba salirme por la tangente. Qué aburrido-. Simplemente quiero que esté para ayudarme con la sesión. Dos pares de orejas escuchan mejor que uno. Además, suelo acudir a ella para consultarle estrategias sobre terapias.
               -¿Le has hablado de mí?
               -Puede-dijo con cautela, sabiendo que se estaba metiendo en un terreno pantanoso.
               -¿Qué le has dicho?
               -Simplemente he debatido con ella maneras de… solucionar tus problemas.
               -¿No le has dicho que soy guapo?
               -No. ¿Debería?
               -Hombre, pues sí. Eres lesbiana, no ciega. Estas cosas se comentan-protesté, cruzándome de brazos. Claire puso los ojos en blanco de nuevo; estaba bastante seguro de que se moría por darme un tortazo.
               -¿Te importa que esté con nosotros en la sesión, o no?
               Estaba a punto de hacer un chiste sobre porno lésbico; luego me acordé de que Sabrae me había puesto a vuelta y media una vez que me escuchó bromear sobre las lesbianas y el porno, y me mordí la lengua. No estaba bien. Las lesbianas no estaban “más admitidas” que los gays por la sociedad; estaban más sexualizadas. Lo cual era pésimo, en mi opinión. No porque no fueran gente guapísima e increíble y, ¿por qué no decirlo?, también sexy, sino porque, según Sabrae, eso hacía que las minusvaloraran todavía más que a una mujer heterosexual. Las trataban todavía más como objetos de consumo. Y Sabrae aseguraba que a mí no me gustaría que me trataran como un objeto de consumo.
               -A mí me gusta que hagas conmigo lo que quieras-le había dicho, y ella puso los ojos en blanco.
               -No me parece que pienses que tener a millones de desconocidas, de absolutamente cualquier tipo, fantaseando con tener sexo contigo, también de todo tipo, sea algo que te hace especial ilusión, ¿verdad?
               -Que fantaseen lo que quieran, que yo ahora soy hombre de una sola mujer-había tonteado, acariciándole el brazo. Sabrae me había soltado un bufido sin miramientos, y no me había dejado tocarla hasta que no dejé de tomarme el asunto a cachondeo y le presté la atención que requería.
               Solía funcionarle eso de no dejar que me acercara a ella.
                -No será la primera vez que me desnudo delante de dos mujeres a la vez-sentencié.
               -Seremos tres-constató Claire, irguiéndose y estirándose la bata.
               -Qué suerte la mía.
               Claire puso los ojos en blanco de nuevo, pero no hizo ningún comentario respecto a las ganas que tenía de ponerme en mi sitio aunque fuera de un bofetón. Ya había renunciado hacía demasiado tiempo a conseguir que me callara, y afrontaba mis bromas con profesional resignación.
               Se merecía el Nobel de Psicología, si es que existía.
               Con un gesto de la mano, me indicó que abandonaríamos la oficina, y me condujo por el pasillo principal de Salud Mental en dirección a una puerta al fondo. Cuando la abrió, no pude evitar dejar escapar un silbido: era la típica oficina de psicólogo a que me tenían acostumbrados las películas y series. Tenía un amplio ventanal al fondo que, como pude comprobar, daba al parque de juegos en los que se entretenían los niños de Medicina Infantil y tomaban el sol los ancianos que llevaban estancias tan largas que su piel se volvía del color del papel. A lo largo de la habitación, estanterías de madera oscura le daban a la estancia un cierto aire institucional, con todos los libros que albergaban. En el centro de la estancia había una amplia mesa ovalada, también de madera oscura, rodeada por sillones de color crema muy parecidos a los que veías en las series de abogados y corredores de bolsa corruptos.
               Pero, lo que más me gustó de la habitación, fue rincón de la esquina de los ventanales, en el que se veía tanto el hospital como la silueta de Londres recortada contra el cielo, donde había colocados un par de sillones de cuero marrón ajado, una estantería baja con juguetes de física, y… un diván de terciopelo rojo y patas de madera negra, como de león, sobre el que estaba sentada Sabrae.
               Me quedé pasmado al verla, como si me esperara encontrarme a la Reina allí antes que a ella. Llevaba el pelo suelto en sus bucles negros de siempre, y se había puesto un vestido de lino blanco con tirantes gruesos y diseños de flores azules en los costados. También llevaba sandalias, así que deduje que hacía buen tiempo.
               Estaba guapísima. Qué novedad.
               Sabrae me dedicó una sonrisa a modo de disculpa, como si creyera que tenía que haberme avisado de que íbamos a vernos en terapia. Como si yo no sospechara que, tarde o temprano, Claire se pondría en contacto con ella. Me pregunté cómo había hecho mi terapeuta para acordar una fecha, sobre todo teniendo en cuenta que era jueves por la mañana, así que Sabrae debería estar en el instituto.
               Me giré para mirar a Claire, que con su bata de hospital sin aspecto lujoso, no terminaba de encajar en la estancia. Era una especie de impostora en un mundo que, sin embargo, había sido creado para ella.
               -¿Siempre has tenido este sitio disponible, y me has tenido encerrado en ese puto cuchitril al que llamas oficina?-protesté, y Claire sonrió. Me costó un momento darme cuenta de que no me estaba sonriendo a mí.
               -Esto es para la gente importante.
               Siguiendo la dirección de su mirada, me encontré con que Sabrae no estaba sola en la habitación. Sentada en uno de los sofás de cuero (concretamente, en el que le daba la espalda al ventanal), había una chica de pelo negro y corto, piel morena y ojos verdosos, que se habían posado sobre mí con expresión inteligente en cuanto entré en la habitación. Era evidente que la chica no era inglesa; a juzgar por sus rasgos, sospeché que si me ponía a hablarle en griego, me entendería. Perséfone tenía una amiga muy parecida a ella; me pregunté si serían hermanas.
               Claire me rodeó para ponerse entre los dos, y haciendo de puente entre ambos, empezó con las presentaciones:
               -Alec, ésta es Fiorella. La colega de la que te hablé.
               -Hola, Alec. Me alegro de conocerte-saludó ella con un acento cantarín que inmediatamente localicé. Italia. Probablemente procediera de Siracusa. Lo sabía porque había muchísimos marineros griegos que hacían escala en ese puerto, y los más decentes se traían a sus novias a vivir a su isla natal; los que menos, se pasaban medio verano con ellas, y volvían hablando con ese deje diferente al nuestro. Quizá fuera hermanastra de aquella amiga de Perséfone en la que había pensado al verla, ¿cómo se llamaba? La próxima vez que hablara con ella, le preguntaría. Pers era la única chica en toda mi vida que jamás me había tocado los huevos con absurdos temas de celos, ya que también era la única con la que me acostaba estando en Grecia, por lo menos mientras ella estuviera en Mykonos.
               -Hola. ¿Qué hay? ¿Cómo estamos?
               Bueno, la chavala estaba de muy buen ver, las cosas como son. Claire no había exagerado a ese respecto.
               Claire se metió las manos en la bata y me miró por debajo de sus cejas arqueadas, como reticente a revelar lo que estaba a punto de decir:
               -Es mi mujer.
               De repente, vi a la tal Fiorella con otros ojos. Por eso Claire había sonreído de aquella forma tan peculiar cuando entramos en la habitación: estaba enamorada de ella. No necesitaba un espejo para saber que los dos habíamos sonreído así, ya que yo también había visto a la persona a la que más quería en aquella habitación.
               Fiorella era muy, muy guapa. Tenía ojos grandes que habían chisporroteado al ver a Claire, y la forma en que se había pasado la mano por el pelo, más corto incluso que el mío, debería haberme hecho leer deseo sexual. Joder, yo antes era buenísimo leyendo a las tías. ¿Había perdido facultades, o mis dotes de lector no funcionaban en lesbianas?
               -¡Hostia, ¡hola!!-saludé yo, más efusivo, acercándome a ella para estrecharle la mano. Qué guay. Nunca había conocido a una pareja de lesbianas (aparte de Karlie y Tam, claro, pero esas no contaban). Me abstuve de comentárselo para no ofenderla, lo cual hizo que Sabrae respirara tranquila-. Claire me ha hablado de ti. ¿Cómo os conocisteis?
               -¿En serio?-Fiorella la miró, y Claire se apresuró a negar con la cabeza.
               -No le hagas caso, Fifi. Sigo manteniendo la vida personal al margen de los pacientes.
               -Menos mal-comentó Fiorella, parpadeando despacio y jugueteando con su alianza plateada. Sabrae las miraba a ambas con curiosidad.
               -En realidad, sí que me ha contado cosas de ti. Sé que estáis casadas y… que vuestro matrimonio va en serio, así que no le interesa una amiga mía que tengo y que es lesbiana. Y mira que le he ofrecido presentársela bastantes veces. Oye, Fiorella, por curiosidad, ¿qué opinas tú de matrimonio? ¿Es serio, serio, o Claire es una exagerada?
               -Vamos en serio-respondió Fiorella, con cierta hostilidad.
               -Ya. Bueno, ¿y qué opinión te merece el adulterio?
               -Siéntate, Alec-me pidió Sabrae, haciéndome hueco en el diván. Se frotó las manos y entrelazó los dedos, nerviosa.
               -Pero…
               -Dudo que a Karlie le apetezca enrollarse con una mujer casada, la verdad. Además, ya sabemos de quién está pillada.
               -¿La amiga lesbiana existe?-preguntó Fiorella-. Creía que era una trola para intentar meterse en la cama con Claire y conmigo.
               -Sí que existe; me enseñó fotos-especificó Claire, y Sabrae se volvió para mirarme, escandalizada.
               -¿¡Le has enseñado fotos de alguien de tu círculo a una desconocida!?
               -No es una desconocida, es mi psicóloga. Le cuento todas mis rayadas, ¿no le voy a enseñar a mis amigas? Además, Karlie tiene el Instagram público. Eso es de dominio internacional. Y tampoco es como si fuera la primera vez que lo hago.
               -Alec, una cosa es ponerte a enseñar fotos mías en tus comidas del trabajo cuando estás borracho, y otra ponerte a enseñar fotos de Karlie a tu psicóloga como si estuvieras en un catálogo de filetes.
               -No me insultes, Sabrae; yo no enseño fotos tuyas sólo cuando estoy borracho.
               -Dios mío-comentó Fiorella, abriendo su agenda-. Aquí hay mucho material. Creo que tendré que cancelar mi cita de las cinco, sólo para poder entrar en materia.
               -Podemos hacer varias sesiones con ellos-comentó Claire, y Fiorella la miró.
               -Tú tienes mucho trabajo ya, cariño.
               -Es lo que hay.
               -¿Has oído, Saab? La ha llamado “cariño”. Me encanta. Liberación sexual. ¡El amor gana!
               Sabrae miró a Claire.
               -Sé que parece que se está riendo de vosotras, pero os prometo que no es así. Es que es súper fan de la gente que no es heterosexual.
               -Salgo con una bi-anuncié, y Sabrae soltó una risita nerviosa-. No, va en serio, me parece súper genial que estéis casadas. Las lesbianas tenéis que sufrir mucho. Los gays también, pero vosotras más. Está la cosa del por…
               -Vale, bueno, creo que les ha quedado claro, mi amor. Hola, por cierto, que no me habías saludado-me recriminó Saab, dándome un beso para, de paso, hacer que me callara.
               -De acuerdo-Claire se pasó una mano por el pelo, sentada con la espalda recta y la bata abierta, dejando entrever el pijama que llevaba debajo, de color azul. Contrastaba mucho con el aspecto de Fiorella, sentada con los pies subidos al sofá y las piernas dobladas, unos vaqueros claros y una blusa con rayas verdes y negras, apoyada tanto en el reposabrazos como en el bajo respaldo.
               Estuve a punto de pensar que era Fiorella la que llevaba los pantalones en la relación, pero luego me acordé de que Sabrae me había explicado que eso era machista y, además, homófobo, así que aparté esa idea de mi mente al instante.
               Claro que Fiorella tenía una actitud bastante parecida a la mía; y Claire, a la de Sabrae. Y yo no era, ni de coña, el que llevaba los pantalones en mi relación.
               -Me imagino, Sabrae, que Alec ya te habrá contado lo que ha estado haciendo en terapia con gente de su entorno-Sabrae asintió con la cabeza, cruzó las piernas y buscó mi mano, a la que se aferró con fuerza. Me miró, derrochando orgullo, y me dedicó una sonrisa que no llegó a abrir pero que a mi corazón le bastó para ponerse nervioso. Guau. Menuda novia tenía-. Tal y como comentamos, y como te dijo Fifi-Fiorella levantó una mano e inclinó la cabeza, marcándose un tanto-, la confrontación está funcionando con él, y la siguiente con la que tenía que hablar, naturalmente, habrías de ser tú.
                Sabrae asintió con la cabeza, expectante.
               -Todo eso está muy bien, pero, ¿por qué tenía que venir Fiorella? Es decir, no tengo nada en contra tuya. Dios me libre, vaya. Pero… hasta ahora te has manejado muy bien conmigo y con mi familia, ¿por qué ha de ser diferente con Sabrae? ¿O era una excusa para traerla a esta oficina  para demostrarte que te tomas mi terapia en serio, después del pollo que te montó? Porque sabe que te preocupas por mí, Claire.
               -Lo dos sois muy temperamentales-respondió Claire, e iba a continuar hablando cuando los dos protestamos a la vez.
               -¡Yo no soy temperamental!-nos quejamos, y luego, nos miramos. Y luego, miramos a Claire a la vez.
               -¡Soy más tranquilo que un Golden Retriever! Díselo, Sabrae. ¡Dile que tengo más paciencia que un Golden Retriever! ¡Esos perros son santos!
               -¡A mí lo que me pasa es que me repatea muchísimo cuando empieza a criticarse a sí mismo! ¡Me enferma! ¡Y encima ni siquiera lo reconoce! ¡Es terco como una mula!
               -¡¡Mira quién habla!! ¡¡¡La puta Dama de Hierro en persona!!!
               -¡¡A mí no me insultes, mula necia y obtusa!!
               -¿Me has vuelto a insultar en orden alfabético?
               -Gracias por darte cuenta-sonrió ella, apartándose el pelo del hombro de un manotazo-. Llevaba esperando la oportunidad para soltártelo una semana. Se me ocurrió estando en Mates. Mola, ¿eh?
               -Está guay. ¿Cuál va a ser la siguiente?
               -Todavía lo estoy pensando.
               -¿La mecánica de vuestra relación es así?-quiso saber Fiorella, y yo la miré.
               -Así, ¿cómo?
               -Explotáis por nada, os desfogáis el uno con el otro, y pasáis página sin tan siquiera reconciliarnos.
               -Sí que nos reconciliamos.
               -Follamos.
               -Muy guarro.
               -Guarrísimo.
               Sabrae y yo nos miramos y nos sonreímos.
               -El sexo no debería ser una herramienta de resolución de los conflictos en la pareja-comentó Fiorella.
               -Vamos, muñeca, ¿de verdad me estás diciendo que nunca habéis echado un polvo de reconciliación?-por la forma en que se miraron, supe que por supuesto.
               -No follamos para reconciliarnos. Follamos porque nos reconciliamos. Resolvemos nuestros problemas hablando-especificó Sabrae, cuadrando los hombros y sentándose como una Señorita De Bien Que Sabe Cómo Mantener A Raya Al Sinvergüenza De Su Novio.
               -A veces hasta hablamos demasiado para mi gusto-ironicé, y Sabrae me fulminó con la mirada, y yo me eché a reír.
               -¿Veis por qué necesito refuerzos? Yo sola, con vosotros, no puedo. Por eso necesito que esté aquí Fiorella. Será mejor tener un apoyo para controlaros.
               -Y me servirá para hablar con Sabrae más adelante. También ella tiene que ir a terapia.
               -¿Ah, sí?-preguntó Saab.
               -¡Ja!-me reí yo-. ¡Tienes problemas mentales! ¡Estás chiflada, como yo!
               -Eso explicaría por qué accedí a salir contigo.
               -Sí, ya, como si los 22 centímetros no tuvieran nada que ver.
               -Alec-me riñó Claire-. ¿Qué hemos hablado de valorarnos sólo sobre el físico?
               -Ya quisieras que te midiera 22 centímetros, fantasma.
               -Mira, payasa, no me la saco y me la mido porque hay lesbianas presentes, y no les gustan las pollas, que si no…
               -¡Alec!-me riñó de nuevo Claire-. ¡¿Quieres centrarte?! Si eres incapaz de centrarte con Sabrae, creo que lo mejor será que se vaya y la dejemos para la última.
               -Vale, vale, perdón, perdón.
               -Salvado por la loquera-musitó Sabrae por lo bajo. Me volví hacia ella.
               -¿¡Le preguntamos a tu coño cuánto cojones me mide a mí la polla!? ¡¿O prefieres que se lo preguntemos a tu esófago?!
               -¡¡¡ALEC!!!-bramó Claire-. ¡Vamos a dejar de hablar de tu físico ya!
               -¿Por qué siempre te tocan a ti los mejores pacientes? Estoy harta-se quejó Fiorella, y Claire la fulminó con la mirada, ante lo que la italiana se encogió automáticamente. Definitivamente, Claire era Sabrae y Fiorella era yo.
               -Hemos hecho demasiados progresos para que te valores por tu interior como para que ahora te regodees en el tamaño de tu pene. Si estás bien dotado, enhorabuena. Me alegro mucho por ti. Pero no vamos a centrarnos en eso ahora, ¿de acuerdo?
               -Vale.
               -Te ha costado mucho llegar hasta aquí. No lo eches a perder.
               -Ni tú hagas que lo eche a perder-añadió Fiorella, y Sabrae asintió.
               -¡Déjala tranquila! Ella no ha hecho nada. He sido yo el que ha sacado el dichoso tema, así que la culpa es mía.
               -Bueno, yo también tengo mi parte de culpa, Al, así que…
               -También tienes demasiada tendencia a cargarte con las culpas de absolutamente todo, Alec. ¿Qué hemos hablado? Cada cual es responsable de sus actos, ni más, ni menos.
               -Uf, prepárate para que despotrique como loca sobre esa manía suya. Te voy a dejar los oídos machacados.
               -Qué suerte. A mí me machacaba otras cosas, pero hace milenios de eso-murmuré, y Sabrae se puso roja y me regañó con un escandalizado “¡Alec!”.
               -Está bien, ¿sabéis por qué estáis aquí?-preguntó Claire, ignorando el tonteo incipiente de Sabrae y mío.
               -La verdad, no-respondí-. Entiendo la terapia con mi familia, pero no con Sabrae. Es decir… con ella no tengo problemas. Hace un mes que salimos, así que todavía estamos en la fase de luna de miel en la que nos encantan hasta los pedos del otro.
               -Es que los tuyos huelen hasta bien, es increíble-soltó Sabrae.
               -Porque no hemos comido nada mexicano todavía, creo.
               -Sí, hombre, los nachos del Foster’s.
               -Ya, pero eso no es mexicano, mexicano.
               -Ya, bueno, tienes razón. ¿Quieres que coja comida mexicana un día de estos? ¿Para la noche del próximo miércoles? ¿Qué te parece? Podemos ver Coco, si quieres.
               -Eh, vaya planazo que te acabas de sacar de la manga, bombón. Me suena cojonudo. ¿Ves?-miré a Claire-. Nos encanta estar el uno con el otro, no podemos separarnos, nos ponemos contentos y tenemos química. Y el sexo era genial.
               -Es-me corrigió Sabrae.
               -Era-reiteré, mirándola-. Hace mucho que no lo hacemos.
               -En mis sueños no hemos dejado de darle-coqueteó mi chica.
               -Ya, bueno, y yo en mis sueños te follo una semana entera, pero eso no hace que lo haga de verdad, o que lo aguante.
               -Tienes mucha tendencia a subestimarte-ronroneó, dándome unas palmaditas en el pecho y acariciándome la rodilla con el pie. Me quedé mirando el punto de contacto entre nuestros cuerpos en mis piernas, y luego, miré a Claire.
               -En una escala de uno a diez, ¿cuánto te cabrearías si pospusiera la sesión y me tirara a mi novia en este diván?
               -Dieciséis.
               -Mmm… ¿y si me la tiro en el suelo?
               -Dieciocho.
               -¿Cómo? ¿Y eso?
               -No estás para echar polvos en el suelo.
               -¿¡Se me han acabado los polvos en el suelo!? Mátame, Sabrae. Habla con la doctora y dile que quiero la eutanasia. Una vida sin sexo en el suelo no es digna de ser vivida.
               -Por muchas coñas que hagas, no te vas a escapar de la terapia, así que tú mismo. Cuanto más tiempo tardes en empezar, más tiempo tardaremos en irnos de aquí. Y Sabrae tendrá que comer en algún momento del día.
               -Es verdad, ¿no has ido a clase?
               -Me he tomado el día libre.
               -Saab…
               -No tenía ningún examen y ya he adelantado el temario. Tranquilo.
               Puse los ojos en blanco, pero no dije nada. Debía de verme muy jodido si accedía a saltarse clases por mí.
               -De acuerdo-suspiré, mirándome los pies. Tenía la mano de Sabrae entre las mías, pequeñita y morena en contraste con las mías, mucho mayores y claritas-. ¿Qué tengo que hacer?
               -Lo que has venido haciendo hasta ahora. Sé sincero. Ábrete con ella.
               -No hay necesidad-respondió Sabrae-. Me ha dejado leer la lista con las cosas horribles y erróneas que piensa de él-no pude evitar sonreír; sólo Sabrae sería capaz de quitarles poder a mis traumas tachándolos de mentiras, en lugar de verdades rotas y de bordes oxidados.
               -No me esperaba menos, pero tiene que decírtelo. Sólo verbalizándolo será capaz de superarlo. ¿Te sientes con fuerzas, Alec?
               -Me parece que sí.
               Claire asintió. Cruzó las piernas y relajó la postura, esperando a que yo empezara. Tomé aire y miré a Sabrae a los ojos, que me devolvió una mirada cargada de ansiedad, pero también de comprensión. Le preocupaba lo que pudiera pasarme, pero quería que supiera que estaría ahí para mí.
               De modo que… atragantándome… empecé a hablar. Me costó más de lo que esperaba. Después de todo, mi interlocutora era Sabrae. Ella era la primera con la que había hablado de tantas cosas que era imposible hacer una lista. Me sentía como si me hubiera dedicado a balbucear toda mi vida, hasta que ella me encontró y comenzó a escucharme; sólo entonces había merecido la pena esforzarme en aprender a hablar.
               Pero era difícil. Precisamente porque la que me escuchaba ahora era Sabrae. Una cosa era escribirlo y dejar que lo leyera, porque era mi yo del pasado el que le hacía daño, no mi yo del presente. No tenía ningún control de mi yo del pasado, pero sí del que era ahora. Por eso era muy, muy difícil seguir hablando. Ya había sido bastante difícil verla horrorizarse al leer lo que pensaba de mí, lo que sentía que era, pero decírselo mirándola a los ojos era una tortura. Una auténtica tortura. Prefería vivir un ataque de ansiedad eterno a tener que hacer aquello.
               Ni siquiera sabía bien por dónde empezar. ¿Cómo decirle a quien más se ríe contigo que no te crees nada gracioso? ¿Cómo decirle que no vales nada a una persona que te valora tanto? ¿Cómo decirle que ya no te gustas a quien te ve más guapo? ¿Cómo decirle que te sientes un cobarde cuando ella aprecia hasta que hagas el esfuerzo por respirar?
               ¿Cómo miras a los ojos y le cuentas cómo te odias a la persona que más te quiere?
               No sé cómo, encontré la manera. En los ojos de Sabrae se escondía el valor que a mí me faltaba, y lo tomé prestado, leyéndolo como un salto de fe que hacía los acantilados. Tenía que confiar en que sobreviviría a la caída para así poder encontrarme con mi sirena.
               -Alec, no es culpa tuya…-empezó a consolarme ella cuando le hablé de lo que mi padre le hizo a mi madre de nuevo, y cómo mi madre lo había soportado en parte por mí. No obstante, Fiorella la interrumpió.
               -Déjalo hablar, por mucho que estés en desacuerdo con él. Si reprimes sus confesiones, no hará más que tragárselas y atragantarse con ellas.
               Así que Sabrae asintió. Y escuchó. Y me miró a los ojos. Y me acarició los nudillos con el pulgar. Me tendió pañuelos y se los cogió para ella misma, y cuando yo terminé de hablar, ahogado a medias entre el esfuerzo y las emociones, se echó hacia delante y me dio un largo y sentido abrazo. Sus lágrimas me mojaron la espalda; las mías mojaron la suya.
               Estuvo más de diez minutos callada, estrechándome con fuerza entre sus brazos, como si temiera que fuera a marcharme si no empleaba todo el poder que había en sus músculos.
               Cuando nos separamos, se limpió las lágrimas con el dorso del pulgar y miró a Claire, como diciendo “¿ya?”. Claire asintió con la cabeza.
               -Es tu turno, Sabrae.
               El amor de mi vida me cogió las dos manos de nuevo, como había hecho mientras yo hablaba, y se mordió el labio. Sus ojos se encontraron con los míos, y a pesar de todo el dolor que había en ellos, supe que estaríamos bien.
               -Alec, eres…-se quedó callada un instante, buscando las palabras, con la mirada ligeramente desviada-. Eres el hombre más maravilloso que he conocido nunca. Estoy segura de que en la historia no ha habido, hay ni habrá otro igual que tú. Eres la persona más hermosa que haya conocido el mundo, tanto por dentro como por fuera, y no puedo creer que, de todas las chicas que hay en el mundo, me hayas escogido a mí precisamente para disfrutarte. Pero lo has hecho, y por eso te estoy infinitamente agradecida. Pero necesito que pares. Tienes que parar de hacerte esto, mi amor, porque te estás matando lentamente a ti mismo, y yo detesto ver cómo te haces esto y cómo se lo haces al mundo. Alec, si no existieras, habría que inventarte. Habría que inventarte, cariño, porque eres la única persona que importa. La única que ha nacido siendo total y absolutamente pura, y que ha crecido siendo así. No puedes seguir destrozándote de este modo y creyendo las mentiras que otros te grabaron en la piel. Tienes que ver que lo que ves escrito por todo tu cuerpo no es algo con lo que hayas nacido, sino que alguien te lo colocó ahí. Y, si no puedes hacerlo por ti, hazlo por mí. Tienes que dejar de pensar en ti como lo haces, y dejar de valorarte tan poco como lo haces. ¿No te das cuenta de que me haces muchísimo daño cuando hablas así de ti? Tú no eres así. Tú no eres como te ves. No eres como tu padre, o tu hermano, te han dicho que eres. Eres como yo te veo, como te ve Annie, o Mimi, o Dylan, o Bey, o Jordan, o Scott. Eres la gente que te quiere, no la que te odia porque te tienen envidia, porque jamás serán ni la millonésima parte de lo que serás tú. Eres el que va a la academia de su hermana con un paraguas aunque esté lloviendo a cántaros porque se ha dado cuenta de que se lo ha dejado en casa. Eres el que prepara los regalos de sus amigos con antelación y redondea a la baja para pagar él la diferencia. Eres el que se carga las bolsas de la compra más pesadas para que no las coja tu madre. Eres el que me acompaña a casa cuando es de noche, incluso cuando yo todavía soy estúpida y no te soporto. Eres el que para en medio del sexo porque me notas incómoda, y te aseguras de excitarme más antes de continuar. Eres el que pregunta si me ha gustado cómo me has hecho el amor a pesar de que mi piel perlada de sudor ya es prueba suficiente. Eres el que me dice que me quiere y que está enamorado de mí cuando ya no puedes guardártelo más. Eres la primera persona a la que veo cuando me levanto gracias a tus benditos videomensajes del amanecer, y la última de la que me despido antes de dormir. Eres el hombre con el que quiero tener hijos algún día. No eres la sombra en la vida de nadie. No eres la razón de que nadie haya sufrido más. Y no eres ningún mal recuerdo. Eres lo único bueno que obtuvo tu madre de lo que tuvo con tu madre. Alguien como tú jamás podría proceder de una violación. Alguien como tú nunca podría ser el heredero de un maltratador. Eres todo lo contrario a tu padre, Al. Así que, si a él le odias, ¿por qué te castigas a ti con el mismo sentimiento? No os parecéis absolutamente en nada. Eres todo, todo, todo lo contrario a tu padre. No podríais pareceros menos. Eso ya debería ser motivo más que suficiente para que te idolatraras como lo hago yo. Tienes que empezar a quererte. Yo no puedo más así, Al. No puedo. Me haces muchísimo daño no queriéndote. Odio que no lo hagas, y yo… no puedo soportarlo más, Al. No… no puedo-jadeó, negó con la cabeza y se ahogó en un sollozo.
               -Ya lo sé. Ya lo sé, mi amor, y lo siento muchísimo. Siento hacerte tanto daño, y siento tener que ver cómo te lo hago.
               -Olvídate de mí. Olvídate de mí por una vez, Al. Yo sí que lo siento. Siento muchísimo no poder ayudarte, no poder hacerte ver que… Dios mío, no sabes cuánto me duele…
               -¿Bromeas? Tú me has ayudado más que nadie. Si estoy aquí sentado, es por ti. No sabes lo que te quiero. Te quiero muchísimo. Y no sabes lo que estoy dispuesto a hacer por ti.
               -Quiero que te quieras-me pidió, y yo me la quedé mirando. Tomé aire y asentí despacio con la cabeza.
               -Lo intentaré.
               -No, Alec, no quiero que lo intentes. Quiero que lo consigas. Me da igual qué tengamos que hacer, pero si… si tengo que enseñarte a verte como yo lo hago, como lo hacemos todos, lo haré. Yo sólo quiero que te cures-me cogió de los antebrazos-. Quiero que pienses que vales la pena, porque lo haces. Por Dios, Alec, de todas las personas que hay en este mundo, si alguien vale la pena, ése eres tú.
               -Tú también vales muchísimo, Saab. Yo creo que, si hubiera que salvar a alguien, sólo a una persona, ésa serías tú. Pero… te entiendo. Y estoy en proceso, créeme. Ya estoy empezando a ver en qué me equivoco, y… no me parezco a mi padre. Me parezco a mi madre. Y a todos los que me queréis. Y eso es a lo único a lo que aspiro en esta vida: a ser como vosotros.
               -No necesitas ser como nosotros. Sólo necesitas ser tú.
               Me relamí los labios y asentí con la cabeza.
               -Vale. Vale, mi amor, pues… me voy a curar, ¿vale? Te prometo que me voy a curar. Y no dejaré de escuchar a las voces de mi cabeza-Sabrae me miró, asustada-: las callaré.
               Emitió un jadeo de puro alivio, y se dejó abrazar. Claire y Fiorella me felicitaron por el progreso que había hecho, y así, hechos un manojo de lágrimas, pidiéndonos perdón mutuamente por el daño que nos hacíamos intentando extirparnos esos horribles tumores que nos habíamos creado, Sabrae y yo subimos a mi habitación.
               Estábamos tumbados en la cama, hablando en voz baja, mirándonos a los ojos y prometiéndonos el cielo el uno al otro, cuando la doctora Watson entró en mi habitación.
               -Lamento interrumpir-dijo-, pero traigo buenas noticias. La última radiografía ha salido mejor de lo que esperábamos. Las molestias que sentías en el tórax no tienen nada que ver con las costillas rotas; probablemente se deban a agujetas…-comenzó, y Sabrae escuchó con atención mientras yo simplemente me dedicaba a mirarla. Me daban igual mis dolores. Me dolía más hacerle daño a ella.
               Entonces, los ojos de Sabrae se abrieron de par en par, y su boca se curvó en una enorme sonrisa.
               -¡Alec! ¡Alec, ¿lo has oído?!
               -¿Mm?-miré a la doctora sin comprender muy bien, y sin disimular que no había estado prestando atención. La doctora sonrió, las manos tras la espalda, toda ella balanceándose sobre sus pies.
               -Buenísimas noticias, Alec. Si sigues por este camino… el viernes de la semana que viene ya podrás pasarlo en casa.


 
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2 comentarios:

  1. Bueno bueno bueno, me ha encantado el cap y me he reído un montón. La verdad es que no me esperaba para nada que fuera a ser el de la final de the talented generation y me ha hecho muchísima ilusiónnn.
    Comento por partes:
    - Todo el principio de Alec babeando por Sabrae? PUES UNA FANTASÍA.
    - Scommy + Alec picándose mi cosa favorita del mundo.
    - “Cuando tenía a Sabrae tan cerca, me resultaba muy fácil no hacer caso de las llamaradas que me abrasaban vivo; había otro fuego con ella que me interesaba mucho más.” Esta frase me ha encantado, es que me muero de lo enamorado que está.
    - Jo me ha encantado volver leer la actuación de Sabrae y Eleanor desde el punto de vista de Alec, son unas reinas.
    - VOLVER A LEER EL MORREO SCOMMY EL CONTENIDO QUE MEREZCOOOOO (lo mejor que hiciste en cts sorry not sorry).
    - Que risa Alec contándole todo lo que pasó el domingo a Claire, es que me descojono (me pone contentísima que esté tan feliz).
    - “- ¿Entiendes ahora por qué lo quiero tanto?
    - No era yo la que necesitaba entenderlo, Dylan, sino él” Que bonita la terapia con Dylan :')
    “Puede que tú seas el que se tuvo que cambiar de apellido, pero si yo soy una Whitelaw es gracias a ti, Al. Toda la familia se sustenta sobre un pilar, y ese pilar eres tú.” MIRA ME MUERO DE AMOR CON MIMI Y ALEC, SON LOS MEJORES (Lo siento por los Malik, pero los Whitelaw son mi debilidad).
    - Me descojono con Alec conociendo a Fiorella, que gracia me ha hecho en serio.
    - Todo el principio de la sesión con Sabrae BUENISIMO QUE PUTA RISA, cuando Alec ha dicho “No me insultes Sabrae; yo no enseño fotos tuyas sólo cuando estoy borracho.” Casi me meo de la risa te lo juro.
    - Vale el discurso de Sabrae ha sido PRECIOSO, es que no estoy bien, cómo le va a querer tanto???
    - QUE ME VAS A SACAR A ALEC DEL HOSPITAL ME MUERO DE LA ILUSIÓN DESPUÉS DE 34 CAPÍTULOS DIOS ESTOY CONTENTISIMA NO PUEDO QUE EMOCIÓN
    Bua que capítulo más guay, me he reído un montóN. No veía el momento en el que Alec saliera del hospital definitivamente, que ganas. Como siempre deseando leer el siguiente y todo lo que se viene. <3

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  2. Bueno, empecemos esta review haciendo referencia al hecho de que no recuerdo el último capítulo con el que lloré así (mención especial a los videos llorando que te he mandando que lo corroboran)
    No se se me han llenado los ojos de lágrimas durante la segunda mitad del capítulo sino que también se me han puesto los pelos de punta con el momento de la sesión en pareja como no recuerdo con anterioridad. Me causa muchísima emoción ver hasta donde han llegado Saab y Alec y sobre todo este último. Leer esos primeros párrafos del capítulo y ver como poco a poco con esfuerzo aparta a esos demonios de su cabeza cuando le acechan malos pensamientos me pone eufórica y emocional. Me causa un placer inmenso ver como un personaje cuya evolución he visto crecer desde hace AÑOS comienza a culminar es como ver a un pollito nace con mucha mucha lentitud pero es igual de maravilloso el resultado.
    La terapia ha sido magnífica y como siempre has dejado mi pobre corazoncito hecho pedazos con la confesión de Alec y sobre todo con la respuesta de Sabrae, no hay nadie como tú tía.
    Pd: He chillado con el final y sobre todo CON EL INMINENTE POLVO. VAMOS HOSTIA. EL VIERNES SE VIENE EL DELICIOSO.

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