viernes, 23 de abril de 2021

La razón por la que existe la astronomía.

 ¡Hola, flores! Voy a intentar, y subrayo el intentar, subir capítulo este lunes 26, en celebración del cumpleaños de Sabrae. Y digo "intentar" porque este domingo 25 son los Oscar, así que no sé cuánto podré escribir el fin de semana ni lo cansada que estaré el lunes para terminarlo (es probable que mucho, así que no te hagas demasiadas ilusiones, por favor; detestaría decepcionarte). Para el caso de que no suba capítulo el 26, tendréis uno el día 1 de mayo, en celebración de la adopción de nuestra pequeña reina. Estad atentas a mi twitter para ver cómo avanzo con la escritura, que quizá tengamos suerte y volvamos a vernos antes ☺
Que disfrutes del capítulo, feliz cumpleaños de Scott, y feliz Día del Libro🎆🎆🎆 

 
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Noté cómo el palo de la fregona que las limpiadoras se habían dejado en mi habitación comenzaba a doblarse a medida que mis amigos hacían más y más presión en la puerta, y por enésima vez, lamenté haberlos llamado a todos. ¿Por qué había sido tan gilipollas de pedirles ayuda a Jordan, Tommy, Scott, Logan y Max cuando podría apañarme sólo con Jordan? Tampoco es como si partiera de cero; Sabrae me había escogido la ropa que llevaría al día siguiente, cuando me dieran el alta y pudiera regresar a casa y, por fin, estar con ella.
               Al hecho de que mi estancia había sido larguísima, elevando la media de convalecencias en todo el hospital en casi dos semanas, teníamos que añadir que el viernes me habían traído a un compañero de habitación que reclamó su espacio, como es natural, en los armarios y las estanterías comunes. Su nombre era Josh, tenía once años, y lo habían trasladado a mi habitación porque estaban reparando una fuga en el área de Pediatría, así que tenían que reubicar a todos los pacientes de su planta como buenamente podían. Claire había sido la encargada de darme la noticia, preparada para defender la decisión de la gerencia del hospital contra mis reticencias a perder la poca independencia de que había gozado durante mi convalecencia alegando que me vendría bien tener un compañero con el que entretenerme, pero la verdad es que no protesté. Me parecía una locura haber aguantado mes y medio sin compañía en el hospital; sospechaba que los de administración habían hecho auténticos malabares para conseguir que la cama a mi lado estuviera siempre vacía para que mi madre pudiera dormir en ella entre semana (y no descartaba que las galletas que les horneaba regularmente tuvieran algo que ver en sus esfuerzos).
               Además, me gustaban los críos. Claire lo sabía. Así que no tendría ningún problema con un enano al que chinchar cuando nos dejaran solos. Aunque me hundió un poco ver el estado de mi compañero; no sé por qué, en mi cabeza me había imaginado a un crío relativamente sano, con una pierna escayolada como mucho, no un pequeño delgaducho de piel pálida y pelo rapado prácticamente al cero. Se me hundió el estómago al darme cuenta de qué enfermedad lo tenía encerrado en el hospital, el tiempo que llevaba y el que aún le quedaría, haciendo que lo mío fuera un paseo. Sin embargo, pude recomponerme rápido gracias a esos reflejos de jaguar que me caracterizaban; aún no había perdido todas mis dotes de boxeador (solamente el físico, por desgracia), algo que agradecieron sus padres. De modo que, cuando el crío entró con timidez y curiosidad a la vez, me incorporé en la cama y le dediqué la más amplia de mis sonrisas, mientras mi madre miraba a los padres del pequeño con mal disimulada lástima.
               -¡Hey! ¿Qué pasa, figura? Soy Alec, tu compañero de farra.
               -Yo soy Josh.
               -Ah, qué guay, como Josh Hutcherson. El de Los juegos del hambre-especifiqué cuando vi que arrugaba la nariz-. Venga, ¿no has visto la peli?
               -No.
               -Bueno, ya tenemos algo que hacer, entonces. ¿No crees? Podríamos hacernos unas palomitas, bajar las persianas, correr las cortinas y montarnos una buena sesión de cine, ¿qué opinas?-me dedicó una sonrisa radiante, de dientes un poco torcidos.
               -¡Guay!
               -¡Genial! Tenemos plan. Choca-estiré la mano y él me la golpeó con ganas, pero yo sabía que podía hacer más-. ¡Más fuerte, hombre, que no se diga!-le insté, y él me dio con más fuerza, riéndose. Me daba la sensación de que llevaba tiempo sin que nadie le dijera que podía hacer más de lo que hacía. Le entendía. Es jodido estar en un lugar en el que no te dejan hacer nada y que todo el mundo te atosigue diciendo que lo estás haciendo fenomenal simplemente por respirar-. ¡Au! ¡Hala, qué fuerza tienes, tío! ¡Acorde con ese pelo de tipo duro que me traes de campeón de lucha libre!
               El crío y yo tardamos aproximadamente cinco minutos en adorarnos, con lo que pude dejar apartadas mis comeduras de coco respecto a mi aspecto físico ahora que Sabrae tenía la obligación de comportarse para no traumatizarlo. Al final, hasta me había venido bien que viniera.
               Claro que no había previsto que Sabrae aprovecharía la necesidad de recoger los bártulos de la habitación para escoger la ropa que luego me quitaría, eligiendo el envoltorio de su regalo más esperado como un niño privilegiado que se aprovecha de que ya sabe quiénes son los Reyes y que ya conoce lo que va a recibir con detalle para planear su tiempo de juegos. Me había dejado una camisa de un suave tono anaranjado, una de mis preferidas, los vaqueros claros y las Converse blancas, y se las había apañado para escoger precisamente lo que más grande me quedaba. Dado que la camisa y los vaqueros eran de lo que más me gustaban de mi armario, Sabrae y yo prácticamente nos peleábamos por usarlos, de modo que se habían estirado por el uso y estaban adaptados a mi cuerpo de antes del accidente, que nada tenía que ver con el de ahora.
               ¿Y no se me ocurre a mí, el mayor subnormal de todo Reino Unido, coger y llamar a mis amigos para pedirles auxilio? Josh estaba recibiendo quimio y no volvería hasta dentro de un par de horas, pues sus padres dejaban que dormitara en el parque infantil con el resto de los amiguitos que había ido haciendo a lo largo del tiempo, así que yo tenía cancha para convertirme en el rey del drama que había nacido para ser. Cuando mis amigos llegaron a la habitación, atacados de los nervios, algunos saltándose las clases y otros las entrevistas que tenían que grabar esa tarde, me encontraron hecho un manojo de nervios, correteando por la habitación porque no estaba físicamente preparado para subirme por las paredes.
               Si estuviera físicamente preparado para subirme por las paredes, no tendría necesidad de hacerlo, ya que estaría también físicamente preparado para echarle a Sabrae el polvazo que se merecía… y que también me apetecía echarle, la verdad sea dicha. Llevábamos demasiado tiempo de sequía, joder. No podía tirarme en la cama como si fuera una estrella de mar y dejar que ella hiciera todo el trabajo.
               -Tendrás que tomártelo con calma-me dijeron a principios de semana, cuando empecé a dar por culo preguntando cuándo me iban a soltar-. Que te vayas a casa no significa que puedas hacer vida normal.
               -¿Cómo que me lo tome con calma?-protesté-. Si no queréis que folle, no me deis el alta.
               Y por la forma en que me habían mirado me había dado a entender que no estaba para esos trotes aún. Así que, ¡qué guay! ¡Otra cosa más con la que agobiarme! ¡Como si no tuviera preocupaciones suficientes en la cabeza ya! ¡No sólo tendría que preocuparme de mi físico y del incipiente cambio que tendría Sabrae en su imagen mental de mí, esa imagen mental de la que yo tanto me enorgullecía por haber hecho que comenzara a masturbarse (¿te puedes imaginar qué inmenso honor es que la mujer de la que estás enamorado y con la que terminarás formando una familia tenga su primer orgasmo pensando en ti?), sino que ahora tendría que lidiar con mis propias ganas de mantener relaciones! ¡Sin olvidar, por supuesto, que ya no tendría la excusa de estar en el hospital, así que Sabrae tendría todo el derecho de exigirme sexo!
               ¿De verdad me estaban diciendo que tenía que sobrevivir en el mundo real, un mundo cruel y que había continuado adelante sin mí a pesar de que mi vida se había detenido por completo, sin el colchón de seguridad que me proporcionaba la habitación del hospital? ¿En serio pretendían devolverme a mi vida anterior cuando nada estaba como lo había dejado hacía mes y medio?
               Así que no podría suplir mi pésimo aspecto físico follándome a Sabrae de un modo que no le permitiera caminar, ¿eh? ¿No podría recurrir a mis geniales dotes como amante?
               Estaba JoDiDiTo. Había intentado tomármelo con humor, pero es que no podía. Casi les monto un pollo a los doctores Watson y Moravski cuando me dieron la increíble noticia, y le había pegado tal bufido a Josh que su madre me había fulminado con la mirada, haciendo que la mía participara activamente en la pelea a base de mirarla de reojo cada vez que se le presentaba la ocasión.
               Con el paso del tiempo había llegado a agradecer que los doctores me dieran eso para preocuparme. Quizá resultara más agobiante a largo plazo, pero creer que de momento no era tan bueno follando en el pasado me mantenía ocupado y no me hacía retorcerme frente a un espejo imaginario analizándome las cicatrices desde todos los ángulos posibles. ¿Cómo se vería la cicatriz del pecho haciendo el misionero? ¿Y la vaquera? ¿Se me resentiría algo el brazo si intentaba sujetarla de nuevo contra mis caderas mientras follábamos frente a un espejo?
               Sin olvidar que eso me daba una excusa genial para esgrimir si Sabrae no llegaba al orgasmo conmigo por culpa de lo destrozado que estaba yo por dentro. Quizá no fuera que no le pusiera, sino que se me había olvidado cómo meterla, me podría decir a mí mismo, cuando Sabrae me apartara de ella y me hiciera tumbarme a su lado, mirando el techo, demasiado sudoroso para haberle proporcionado tan poco placer.
               ¿Claire me seguiría admitiendo en su consulta si me provocaba a mí mismo o un nuevo trauma, o esos no contaban? Quizá creyera que me estaba torpedeando a mí mismo, cuando nada más lejos de la realidad. Estaba haciendo avances, lo notaba.
               O al menos había sido así hasta que los médicos me dijeron que me tenía que tomar la vida con más calma. Tenía muchos nombres, pero calmado no era uno de ellos.
               Mierda. La fregona estaba cediendo. La doblez se había apretado tanto que había terminado aliviando la presión en dos púas que arañaban el suelo y la planta de mi pie, respectivamente.
               -¡Alec, abre la puta puerta!-protestó Logan al otro lado de la pared, y yo reculé instintivamente hacia atrás, lamentando de nuevo haberlos llamado a todos. Jordan sería más manejable, y aun así me costaría mucho trabajo resistirme a él pero, ¿los cuatro? Lo veía imposible incluso para mi yo de marzo, así que el de mayo opondría la misma resistencia que un flan a un diamante.
               En un acto de cobardía y genialidad que descubrí en ese momento que solían ir de la mano, estiré el brazo y cogí el bote de desodorante en espray que había sobre el lavabo. La marca era AXE, y Josh había hecho que sus amigos se la compraran porque “notaba que mi relación con Sabrae se estaba resintiendo y tenía posibilidades de levantármela”, el puto mocoso de los huevos.
               -¿No estarás aquí detrás, eh, Al?-intentó hacerme hablar Max mientras comenzaban a darle patadas a la puerta, cansados de que no sirviera con la fuerza de sus hombros. Joder, ¿dónde estaban los de seguridad cuando se les necesitaba?
               -Quítate de en medio, que no te queremos hacer daño-me ordenó Scott. Mierda. Me di cuenta demasiado tarde de que debería haberme puesto detrás de la puerta para impedir que avanzara. Por mucho que los chicos se pusieran chulos conmigo y acabaran insistiendo en que no podría hacer nada para impedir su avance, sabía que si pensaban que estaba detrás de la puerta, se relajarían. Me querían demasiado como para obligarme a dejar de ser imbécil si obligarme a dejar de ser imbécil suponía hacerme daño.
               Además, tampoco es que no estuvieran acostumbrados a que yo hiciera gilipolleces.
               Y entonces, mientras los chicos hacían que la fregona se doblara más y más hasta partirse, haciendo que la puerta cediera y los obligara a trastabillar para mantener el equilibrio, se me ocurrió que habría sido una idea más cojonuda aún ponerme detrás de la puerta justo cuando supe que estaban tratando de echarla abajo. Debería haberme puesto en medio para que me abrieran alguna herida y tuvieran que ponerme más puntos. Eso alargaría mi estancia, ¿no?
               -¡¡Atrás!!-bramé, todo lo fuerte que me permitieron mis pulmones. Comprobé que ahora podía gritar más alto sin llegar a ahogarme, algo que ni de broma habría conseguido cuando me desperté del coma. Algo era algo. Por lo menos, si Sabrae y yo nos peleábamos (esperaba que no, pero uno tiene que estar preparado siempre para toda contingencia), sería capaz de pegar cuatro voces antes de desplomarme ahogado en el asiento más cercano.
               Quizá no pudiera echar polvos decentes, pero por lo menos no sería absolutamente impotente en el tema de las discusiones.
               -¡¡Tíos, tengo un desodorante en espray y no tengo miedo a utilizarlo!!-enarbolé el bote frente a ellos con una mano temblorosa. Tommy y Jordan retrocedieron, seguros de que los dejaría ciegos igual que un gato encerrado. Scott, por su parte, no tenía nada que perder, pero sí mucho que ganar. El miedo que yo pudiera infundirle y su instinto de supervivencia frente a mí estaban a milenios luz de los que le provocaba Sabrae.
               -¡¡Alec!!-tronó con toda la fuerza de los pulmones, lo que me dejó un poco planchado, la verdad. Supongo que compararse con una de las voces más prometedoras de su generación, y también de las más potentes de Inglaterra, le hundiría el autoestima a cualquiera, pero Scott allí plantado, tan glorioso y tan entero y tan poderoso, hacía que me sintiera un poco más pequeño, y mil veces más asustado si cabe-. ¡¡Déjate de historias!! ¡Mi hermana está cachonda como una mona, y no pienso dejar que se folle a mi pierna como un puto chihuahua en celo!! ¡¡Haz el favor de salir a esta habitación ahora mismo y empotrarla como es debido! ¡CUMPLE CON TUS OBLIGACIONES!
               Seguramente necesites un poco de contexto para esta situación, ¿no? Es decir, la última vez que supiste de mí, Sabrae y yo estábamos solos tumbados sobre mi cama. ¿Qué hacían ahí todos mis amigos, y por qué estaban tan empeñados en hacerme salir del baño como si fuera un cerdo al que quisieran convencer de que el matadero no estaba tan mal? Las cosas que se hacen por un poco de jamón, hay que joderse.
               Pues bien, teníamos que remontarnos atrás en el tiempo. Muy, muy, pero que muy atrás. Es coña; me quedaba más dramático de esta manera. Te he puesto de los nervios, ¿a que sí? Ahora entenderás cómo me siento; estoy seguro de que si te dijera “hace una hora me probé la ropa que Sabrae había escogido para mi alta y sentía que me quedaba fatal”, pensarías que soy el rey europeo del drama y te descojonarías de mí.
               Aunque, eh, bueno… eso es básicamente lo que había pasado. Aprovechando que Josh se había ido a su sesión de quimio, me había levantado de la cama, en la que me quedaba sentado más por inercia que por necesidad, y me había acercado al armario. Después de cerrar la puerta y correr la cortinilla metálica, ya que me había vuelto extrañamente pudoroso durante mi convalecencia, había colocado la ropa encima de la cama y había pensado “oye, pues sí que tiene buen gusto mi chica”. Me gustaba la combinación. Incluso se podría decir que tenía ganas de ver cómo estaría, qué sería lo que vería ella minutos antes de que se le pinchara la burbuja de excitación al descubrir lo que tenía debajo.
               Las ganas se me habían escapado por la taza del váter cuando me subí los pantalones y me di cuenta de que me quedaban grandes y, a la vez, me apretaban en la cinturilla. Y cuando me había puesto la camisa y había comprobado que parecía dos tallas mayor de la que me correspondería, me habían entrado ganas de llorar. Por lo menos, las Converse no me quedaban grandes; de lo contrario, habría saltado por la ventana y ahora mismo esta historia tendría un cariz un pelín más macabro.
               Había entrado en pánico como una novia que descubre que se equivocó al elegir pretendiente justo cuando se ve en el espejo vestida con su traje blanco. E, igual que una novia histérica, había cogido el móvil y había llamado medio llorando a Scott.
               -Avisa a los demás-le pedí a un preocupadísimo Scott, que estaría remoloneando en la cama. Ahora que sólo tenía que ir al instituto a hacer los exámenes su vida era mil veces más fácil, ya que se limitaba a escoger lo que creía que caería y, como siempre, le terminaban preguntando por eso. Ya veríamos si le hacía la misma gracia cuando tuviera que reincorporarse con Tommy a las clases, algo que hasta yo estaba esperando por ganas (supongo que el accidente que me había afectado a la cabeza, después de todo).
               -¿A qué demás?
               -¡A los chicos! ¡Diles que vengan! ¡Es una putísima emergencia!
               No me lo podía creer. No me lo podía puto creer. Sonaba como Kate Hudson en todas las comedias románticas que Sabrae me había obligado a ver. Vale, puede que le hubiera puesto un 10 en Letterboxd a Guerra de novias, pero que me hubiera obsesionado moderadamente con la película no quitaba de que Sabrae tuviera la culpa de que yo la hubiera visto en un principio.
               (Al menos era consecuente, y no me dedicaba a ponerles suspensos a películas “sobrecargadas de testosterona y con unos agujeros de guión del tamaño de Cracovia”, como ella hacía con las de Fast and furious, a pesar de que no quitaba los ojos de la pantalla…)
 
¡Eh! ¡Simplemente me preocupaba la seguridad del elenco, eso es todo!
 
Sí. Ya. Claro. Lo que tú digas, bombón. Y yo veo porno por la trama.
               El caso es que estaba histérico perdido, y necesitaba que me dieran urgentemente un par de hostias para espabilar, o me sentaran y me obligaran a tranquilizarme al compás de “chico, lo que te hace diferente es lo que te hace verdaderamente hermoso”.
               La verdad es que esto era una bofetada de realidad. Ahora entendía por qué las tías se ponían así de locas antes de algún evento social mínimamente importante. Prometo no volver a reírme nunca de cómo deja la habitación Mary Elizabeth antes de salir de fiesta.
               -¿Y a las chicas?-preguntó Scott.
               -NO. Ni se te ocurra. No.
               -Vale, vale. Eh… ¿te encuentras bien, Al?
               -¡No, no estoy bien, no estoy nada bien! ¡Por favor, daos prisa!
               Los muy hijos de puta se habían descojonado en mi puta cara cuando se presentaron en mi puerta y yo les chillé sin miramientos:
               -¡Miradme, estoy horrible!
               El cabrón de Max incluso había llorado de la risa. El único que había demostrado un poco de compasión hacia mi persona había sido Tommy, lo que me hizo comprender por qué él tenía dos novias cuando los demás sólo podíamos aspirar a una.
               -Qué va, Al, sólo es la luz.
               -¿La luz?-aulló Jordan-. ¡Sí, seguro que con la luz apagada no se verá feo!-y se cayó de culo de la risa. Tommy los miró, me miró a mí, los miró de nuevo a ellos, y entonces, me traicionó. También empezó a descojonarse.
               -¡DESGRACIADOS DE MIERDA! ¡SOIS UNOS HIJOS DE LA GRAN PUTA! ¡OS VOY A PISAR LA CABEZA! ¡Gracias por el apoyo, tíos, en serio! ¡Ahora no pienso salir de esta puta habitación!
               Lo que había hecho que todos se callaran de repente, y me miraran asustados.
               -¿Qué?-preguntaron, pero yo ya me había metido en el baño con el dramatismo de uno de los participantes de RuPaul’s Drag Race.
               Lo cual había sido una pésima idea, porque en el baño estaba el espejo. Así que ahí me tenía de nuevo, horrible e imposible de mejorar cuando ella estaría increíble. Dios mío, Sabrae parecía recién salida de una fantasía erótica o de un anuncio de alta joyería incluso recién levantada. Las lagañas y los surcos de babas en las mejillas la hacían hermosa cuando al resto nos hacían parecer vagabundos, ¿cómo iba a igualar yo eso? Sobre todo ahora, que incluso tenía lorzas. Genial.
               ¡Si hasta me había enseñado las mascarillas que se aplicaría para el día siguiente! Sabrae había empezado a referirse al día de mi alta como El Gran Día, por todo lo que venía detrás. Desde que me habían dicho lo de mi baja capacidad para follar, dejaba que el pánico me atenazara y pensaba en ese día como La Gran Decepción. Ahora, sin embargo, viéndome en el espejo, sólo podía pensar en ese momento como La Noche Trágica. En serio. Me daría vergüenza ponerme al lado de ella, porque seríamos la versión viva de esa foto de Beyoncé toda emperifollada y espectacular, con un vestido rojo de ocho metros cúbicos de volumen, al lado de un Ed Sheeran que seguramente ni se habría duchado esa mañana.
               -¡No quiero que me den el alta!-bramé-. ¡Hablad con los médicos, que yo no me muevo de aquí!
               -¿Esto es en serio?-preguntó Logan, y yo asentí a pesar de que no podían verme.
               -Sí. ¡Sí! ¿Me explicáis cómo me planto con estas pintas delante de Sabrae, con lo perfecta que es ella y la pinta de cagada de zarigüeya con diarrea que tengo yo?
               Escuché un murmullo al otro lado de la puerta, un golpe como de una mano y un quejido bajo que casi con toda seguridad era de Jordan.
               -Tiene arte hasta para insultarse a sí mismo-le dijo Scott a Tommy-, imagínate lo que haríamos los tres juntos si consiguiéramos que nos escribiera una canción.
               -¿Te quieres centrar, tío? ¿No ves que está mal?
               -Le encanta el drama, T, y toda la vida ha sido un chulo, ¿en serio piensas que cree en serio que tiene mala pinta? Vamos, hombre.
               -¡Pues sí que lo pienso!
               -¿Cómo te vas a quedar en el hospital si te quieren dar el alta, Alec?-trató de razonar conmigo Max-. ¿Es que estás mal de la puta cabeza?
               -Si te preocupa no cumplir con Sabrae, siempre puedes confiar en que ella sabe cuidar de sí misma.
               -Me caías mejor cuando eras un puto virgen de mierda que creía que la mejor manera de follar es metiendo tres dedos en el clítoris, Jordan-escupí.
               -¡¡¡Uuuuh!!!-rieron los demás, y pude ver la expresión de fastidio de Jordan en mi cabeza, a pesar de que nos separaba una firme puerta que yo no tenía pensado abrir. Genial. Lo único que me faltaba era que los chicos se rieran de mí, y así se lo hice saber cuando me preguntaron qué me pasaba y por qué me había puesto así.
               No podía verles las caras, pero a juzgar por el tono de sus voces, me di cuenta de que se habían percatado de que lo mío era algo más que un simple ataque de nervios. Que tenía raíces más profundas, especialmente si llegaba al punto de plantearme extender mi estancia en el hospital con tal de no tener que enfrentarme a Sabrae en la cama.
               -Creo que no está tan mal esto de estar en el hospital, tíos-traté de convencerlos desde el otro lado de la pared, vigilando que el pomo no se moviera ni un centímetro de su posición. Como se les ocurriera tratar de girarlo, me pondría a chillar-. Vivo como un marqués: me traen la comida a la cama, y no tengo que hacer la colada. Me parece que voy a llamar a Hacienda para cambiar aquí mi domicilio fiscal. Quizá hasta me hagan descuento por la cantidad de pasta que me estoy gastando últimamente en las máquinas expendedoras. Son propiedad de la Corona, ¿no?
               Ah, sí. Mi abuela me había dado un día veinte libras con no sé qué excusa de un santo ruso que estaba seguro de que se había inventado, y yo había tardado menos de cinco horas en fundirme toda la pasta en paquetes de regaliz y bebidas energéticas. Normal que ahora estuviera gordo. Incluso me sorprendía que me abrocharan las camisas.
               -No lo dirás en serio, Al-me dijo Jordan, ya preocupado por mí. Me había pasado tanto tiempo cantando las alabanzas del hospital que estaban seguros de que me había dado una especie de infarto cerebral o algo por el estilo.
               Cuando les dije que sí, y que no harían nada para cambiarme de opinión, fue cuando trataron de entrar en el baño.
               Y hasta ahora.
               -¡No puedes dejar plantada a Sabrae de esta manera, tío!-me riñó Logan.
               -¿¡Y qué coño queréis que haga!? No voy a poder desnudarme delante de ella en mi vida.
               -Seguro que no es para tanto. Siempre has tenido tendencia a engrandecer todo lo que te pasa. Te encanta la atención, Al-trató de razonar Jordan, pero Tommy dio un paso más.
               -¿Tienes pánico escénico?-ladró, entrando en el baño y encarándoseme como si estuviera a punto de partirme la cara en el ring. Me recordó un poco a su actitud durante la pelea con Scott, con la diferencia de que yo no tendría tanta paciencia para evitar liarme a hostias con él-. ¿Tú? ¿Por una tía? ¡Eres el puto Alec Whitelaw! ¡Las tías te tienen miedo a ti, no les tienes tú miedo a las tías! ¡Es un jodido milagro que no seas padre ya de medio millón de enanos, tronco! ¿Qué coño me estás contando?
               -¡Seré el puto Alec Whitelaw, pero la tía es Sabrae!-bramé, derrumbándome sobre la taza del váter. Tommy se giró y miró a los demás, apelotonados en la puerta-. No puedo hacerlo, tíos. No puedo hacerlo. Estoy tan cambiado que no me sorprendería una mierda que se me hubiera olvidado todo.
               -Esto es como montar en bici, Al. Una vez que se aprende, no se olvida.
               -Sí, y tú eres un maestro-me recordó Scott-. Venga. Mira qué cara tengo. Mira cómo me llamo. Y aun así, tú eras capaz de quitarme a las pibas más buenas si te esforzabas lo suficiente. Chico, puede que te falte un trozo de pulmón, pero esa cara de sinvergüenza que hacía que se corrieran en las bragas nada más verte la sigues teniendo igual. Quizá un poco más desgreñada-sonrió Scott, revolviéndome el pelo-, pero ahora se lleva eso. Mira todas las tías a las que se tiró Leonardo DiCaprio, y no es que fuera un rey de la higiene, precisamente.
               -Sí, y si te sientes más seguro pegándole un repasito a la teoría, siempre puedes recurrir a mi PowerPoint-Jordan me sonrió, agachado frente a mí. Me pegó un toquecito en la rodilla mala y yo puse los ojos en blanco, no sólo acusando su pulla, sino también envidiándolo: estaba bastante seguro de que no podía ponerme en esa postura.
               -No tiene gracia, Jordan.
               -Yo creo que sí. Has sonreído.
               -Mira qué cara-alabó Max-. Más nos vale conseguirte un collarín, o Sabrae te dejará tetrapléjico de tanto sentarse en ella.
               -No es tan sencillo, ¿sabéis? No sólo compito con todos los tíos del mundo; también lo hago conmigo antes del accidente. La volvía loca como era antes, y ahora…
               -Ahora, ¿qué? Sólo estás un poco magullado-Tommy me limpió una pelusilla del hombro-, nada más.
               -¿Un poco magullado? ¿Pero tú te estás oyendo, Thomas? ¡Me abrieron en canal!
               -Bueno, las cicatrices dan personalidad. Tyrion ligó mucho más cuando le rajaron media cara.
               -¿No estaba ya con la puta?-preguntó Jordan. Logan chasqueó la lengua.
               -Igual has metido la pata comparándolo con un enano. Yo creo que Alec es más bien como Jon Nieve. Volvió de entre los muertos, literalmente, y acabó tirándose a una reina dragón.
               -Sí, que resultaba ser su prima.
               -Técnicamente, era su tía.
               -Sois unos frikis-escupió Max.
               -No pienso desnudarme-decidí. Scott se había tirado a Eleanor por primera vez sin quitarse la ropa. Sabrae y yo lo habíamos hecho un par de veces vestidos, y aunque la sensación no era la misma que la de su piel frotándose contra la mía y generando explosiones allá donde iba, había servido para aliviarnos cuando más lo necesitábamos.
               Me incorporé como resorte, sintiendo que me faltaba el oxígeno, y salí del baño. Los chicos se apartaron rápidamente para permitirme libertad de movimientos, viéndome tan débil como me sentía yo.
               -¿Cómo no te vas a desnudar, tío?-trató de convencerme Scott, dándome una palmada en la espalda-. Venga, que mi hermana se muere de ganas de lamerte entero. Hasta los sobacos, la muy cerda.
               -Eso es amor-comentó Tommy, sentándose en la cama de Josh y asintiendo con la cabeza.
               -Además, tú eres capaz de ponerla perrísima con sólo respirar. Si por ella fuera, te vería hasta las entrañas.
               -Bueno, no lo tiene muy difícil.
               -Eres un exagerado.
               -¿Tú crees?-exploté, abriéndome la camisa, tirándola al suelo y bajándome los vaqueros y los gayumbos. Me quedé mirando a Scott, que me aguantó la mirada con estoicismo; no así los demás.
               -Creo que estás un poco confuso, Al, pero no pasa nada. Les pasa a los mejores. Te has confundido de Malik. Yo soy el que te toca los huevos, no el que te los chupa. El Malik que sabe a qué saben tus jodidos testículos es un poco más baja que yo.
               -Lo que a Sabrae le interesa está bien-intervino Max tras una pausa en la que ni Scott ni yo dijimos nada. Nos estábamos midiendo el uno al otro con la mirada, esperando a que uno de los dos cediera: o bien yo apartaba la vista y me subía los pantalones, o bien Scott terminaba rindiéndose a su curiosidad y me echaba un vistazo.
               Scott perdió, como solía tener por costumbre. Bajó los ojos despacio, a regañadientes, quizá temiéndose lo que se encontraría y preparándose para no reaccionar de manera inmediata y no herir mis sentimientos.
               Me quedé quieto bajo la atenta mirada de Scott, que me pegó el repaso que sólo tu principal rival, que también es uno de tus mejores amigos, puede darte.
               -Como siempre-respondió, y a mí me dieron ganas de descojonarme.
               -Lo que tú digas, S. Te habría encantado que estuviera así toda mi vida.
               -Yo no noto ningún cambio, Alec, en serio.
               -Sí, tío, es tan monstruosa como de costumbre. Parece tener… conciencia propia-Tommy torció la boca, mirándome la entrepierna.
               -Y, además, sabes que se te sigue levantando. El sistema hidráulico no está dañado, así que… punto a favor-Jordan levantó la mirada de mi rabo a mis ojos y se encogió de hombros.
               -¿Podemos, por favor, centrarnos en lo que verdaderamente importa y dejar de hablar de mi polla? Ya sé que la tengo bien. Es lo único que tengo bien. Es el resto lo que me preocupa.
               -¿Qué resto?
               -¿Es que nadie va a comentar el hecho de que parezco un puto muñeco de vudú? ¿Que, no sé, parece que me he escapado corriendo de la morgue en un episodio de The Walking Dead? ¿No me veis las cicatrices?
               -Al, tío, no te rayes. Sabrae no te las va a ver cuando te quites los gayumbos, así que, ¿por qué preocuparse?
               -Sois gilipollas perdidos. En serio. A vuestro lado, a mí me tendrían que dar cinco premios Nobel.
               -¿Te vas a afeitar los huevos?-soltó Max de repente, y todos nos lo quedamos mirando con la boca abierta. Ninguno, salvo el Piscis del grupo (o sea, yo), lo hizo con expresión de sorpresa por la soberana subnormalada que acababa de decir, sino por la pintaza que tenía la idea.
               -¿Qué?
               -Os vais a reencontrar. Es una ocasión especial. Deberías planteártelo, tío. A Bella le gusta que los lleve afeitados.
               -Joder, Max, ¿los llevas afeitados? ¿Y eso no pica?-inquirió Tommy.
               -Yo prefiero morir a pasarme por ahí una cuchilla-Jordan se estremeció.
               -Se depilan con crema, so burro-intervino Scott, y luego miró a Max con desconfianza-. ¿No?
               -Tommy, tienes dos novias, ¿no crees que si alguien debería saberse truquitos de sexualidad, ése eres tú?
               Espera. Lo que acababa de decir Jordan me había dado una idea. ¿Y si…?
               -¿Cuánto tiempo de convalecencia tiene depilarse los huevos?-pregunté.
               -Ninguno, supongo-Logan se encogió de hombros, mirando a Max.
               -Eh… bueno, yo lo suelo hacer por la mañana si voy a follar por la noche. No viene muy bien hacerlo de seguido, sobre todo si te vas a poner condón.
               -Se va a poner condón-sentenció Scott.
               -Me voy a poner condón-aseguré yo.
               -Bueno, entonces igual lo ideal era hacerlo un día antes…
               -¿Creéis que tendrán crema depilatoria de huevos en la farmacia de la planta baja?
               -¡Alec, tío, tranquilízate!
               -¡No me digas que me tranquilice! ¿Cómo voy a…? Es una buena idea, la verdad. Si voy con las pelotas sin césped, seguro que distraigo lo suficiente a Sabrae como para… no sé-me encogí de hombros-. No sé.
               -A mí sí que me estás distrayendo con esa cosa colgando-respondió Tommy-. ¿Cuándo te piensas vestir?
               -Tommy Tomlinson-se burló Scott, anunciando su nombre como el de una estrella de cine-. Bisexual porque le gustan dos cosas: follarse a sus dos novias y mirarles el rabo a sus amigos.
               -Es que no estoy acostumbrado a estar en presencia de gente que no tiene micropene, Scott-Tommy puso los ojos en blanco.
               -Logan-me volví hacia el homosexual del grupo, el único cuyo criterio me importaba realmente. Si a él no le atraía, no tenía por qué atraerle tampoco a Sabrae, así que mejor sería que fuera urdiendo un plan para caerme por las escaleras y que resultara creíble que había sido por accidente, o me meterían en Salud Mental, y no podría ver a nadie. No se trataba de dejar de ver a Sabrae, sino de seguir estando vestido en su presencia-. ¿Tú me follarías?
               En la habitación reinó un absoluto silencio mientras Logan se ocupaba de ponerse rojo como un tomate.
               -No.
               -¿Por? Es por las cicatrices, ¿a que sí? Dímelo sin miedo, que no me voy a enfadar.
               -Porque no me gustas, Alec. Eres mi amigo.
               -Ya, hombre, pero esto es una relación sexual hipotética. ¿No te interesaría ni para… no sé… una mamada rápida?
               -Hombre, pues la verdad es que no mucho, tronco. Lo siento.
               -¿De verdad?-Logan asintió despacio con la cabeza-. Pero, ¿tan mal estoy?
               -No es que estés mal, Alec, es que no le gustas a Jordan. ¿Tú te comerías todos los coños que se te pusieran por delante?
               -Sí, aunque me quedara sin lengua. Es que, en serio, Logan, ¿no será que no eres gay, gay, sino un gay asexual?
               -Me van las pollas, Alec. Simplemente no me interesa la tuya.
               -Tío, es que me parece rarísimo. Una polla es una polla, igual que un coño es un coño. Tampoco es física cuántica. Yo veo un coño y ya me apetece comérmelo, ¿sabes? Anda que no habré jodido yo móviles por ver porno.
               -Es que no todos somos unos malandrines como tú, Alec-ironizó Logan, y Tommy empezó a descojonarse-. Y, además, tú nunca has sido muy normal que digamos.
               -Es que me parece imposible que seas gay y no hayas pensado en mí de esa manera ni aunque fuera sólo una vez.
               -¿Tú has pensado así en Karlie?
               -Karlie es lesbiana.
               Logan abrió los brazos. Yo los puse en jarras y luego, empecé a sonreír lentamente.
               -¡Tío! Estás enfermísimo-se rió Jordan.
               -Ni que fuera el primero de este grupo que ha fantaseado con Karlie.
               -Está feo hablar de gente que no está presente.
               -Perdón, ¿me he perdido algo?-Scott miró a Max.
               -Karlie y Tam están liadas-expliqué.
               -No están liadas, tío.
               -Porque Tam es lerda y no quiere dar el paso, pero Sabrae dice que va detrás de ella como una perra en celo. ¿Qué coño te pasa, Tommy, tío? ¿Qué te hace tanta putísima gracia? ¿Necesitas una de mis bombonas de oxígeno?
               -¡Perdona, es que me parece jodidamente surrealista que estemos aquí hablando de la vida sexual de Karlie mientras tú estás ahí con toda la polla al aire!
               -Sí, para estar tan acomplejado con tu físico, bien que presumes de él-acusó Scott, entrecerrando los ojos-. ¿Todo esto era una estrategia para subirte la moral, o qué?
               -¡Callaos la boca, hostia!-me subí los calzoncillos y me abroché los pantalones-. Yo aquí intentando averiguar su todavía soy follable y pidiéndole la opinión al gay del grupo, y vosotros descojonándoos de mí. De un puto lisiado. Debería daros vergüenza.
               -No seas tan dramático, Al. Siempre puedes apoyarte en tu tercera pierna si notas que la mala te falla-soltó Max, y Tommy se echó a llorar de la risa.
               -Menuda manada de grandísimos hijos de puta sois-escupí, sonriendo, negando con la cabeza y vistiéndome con una de mis camisetas de boxeo. Después de mucho insistirle a Saab, había conseguido que me la dejara para dormir, para no engancharme las vendas con las sábanas y despertarme con todas las heridas al aire.
               O eso le había dicho, al menos.
                -Pero, ¿a que se te ha pasado un poco el miedo escénico?-preguntó Scott, poniéndome una mano en el hombro y dedicándome una sonrisa cómplice, ese tipo de sonrisa que haría que  le siguieras hasta el fin del mundo. Con razón tenía a Inglaterra a sus pies, si a todos nos metía en el bolsillo con tan sólo esbozar esa sonrisa.
               -Un poco-reconocí, y todos empezaron a aplaudir con ganas. Me tuve que reír-. Aunque todavía me estoy pensando hacer un curso de Photoshop o algo, para cuando Sabrae me pida nudes.
               -Tío, ten un poco más de fe en Sabrae-me instó Tommy-. Ella te quiere, y está loca por ti. No se me ocurre nada que pudiera pasarte que hiciera que ella dejara de verte guapo.
               -Pero yo no quiero que me vea sólo “guapo”, T. Lleva casi dos meses esperando para acostarse conmigo. Quiero que sienta que merece la pena. Quiero que todo sea como era antes, que se mordía el labio y se le oscurecía la mirada cuando yo me quitaba la camiseta.
               Sabía que esos tiempos no iban a volver, o por lo menos no en un futuro próximo, y eso me mataba. Me mataba porque necesitaba que me mirara con el deseo de siempre otra vez, como lo había hecho cuando me descubrió con gafas, como había hecho cuando sus amigas me vieron con mis pintas de empollón. Kendra incluso se había puesto a zorrearme, diciéndome las típicas paridas de las redes sociales de “estoy libre el jueves, por favor, quedemos el jueves, avísame para quedar el jueves, que es el día que estoy libre”. Incluso me había guiñado el ojo y había preguntado con segundas intenciones si no habría nadie que pudiera solucionar su “problemita” cuando Sabrae, partida de risa, le recriminó ser más virgen que el aceite.
               Esa época tardaría mucho, mucho en volver. Y no quería que Sabrae esperara más. Se merecía todo: explosiones, violines, fuegos artificiales y luz celestial. Se merecía a un dios en la cama, y yo ya no podía seguir fingiendo serlo.
               -Alec, se trata de mi hermana-me recordó Scott, mirándome a los ojos con expresión tranquilizadora-. Te ha prometido que siempre pensará que mereces la pena.
               Se me revolvió algo por dentro. Algo aletargado, perezoso, pero cálido y relajante.
               -Por una vez en tu vida, obedece. Haz caso a tu psicóloga, y haz lo que tienes que hacer: hazle un poco más de caso a Sabrae, y un poco menos a ti.
 
 
El sol brillaba con más intensidad que nunca en el inicio de mi nueva vida. O, quizá, la razón de que yo lo notara más intenso de lo que jamás lo había notado era precisamente mi recién recuperada libertad.
               Me había visto atrapado en una telaraña de sentimientos agridulces cuando me levanté. Por un lado me moría de ganas de volver a aquella rutina que había ido tejiendo durante el fin de semana que Sabrae y yo pasamos en Barcelona; quería saber si sería capaz de seguir con los planes que había hecho mientras repartía los últimos paquetes de mi vida tal y como los había ido perfilando en mi cabeza.
               Pero, por otro, me causaba terror enfrentarme de nuevo a la vida. El vértigo que me producía ver que todo el mundo había continuado a lo suyo, ignorando por completo que mi vida se había detenido en un punto que había tardado en decidir si era final o aparte, hacía que todo me pareciera mucho más intimidante que antes. El futuro era más incierto, mi pasado, más desaprovechado; y ante mí se extendía la inmensa llanura de un presente inmediato con el que no quería hacerme demasiadas ilusiones.
               En otra época me habría creído invencible, y también imprescindible. Habría pensado que el planeta se detendría en su órbita nada más ver que a mí me sucedía algo, y que el tiempo se detendría hasta que yo decidiera que estaba preparado para andar otra vez. No había sido así, y ver que incluso mis amigos habían tenido que seguir con sus vidas me hacía sentir pequeño. No me sentía así en el hospital, y menos estando con Josh, quien me había idolatrado a pesar del poco tiempo que estuvimos juntos.
               Sin embargo, por lo menos había intentado empezar con buen pie en esa nueva experiencia que me había regalado la vida. No iba a desperdiciarla, a pesar de que todos los que vestían bata blanca o pijama en colores fríos me dijeran que tenía que tomarme las cosas con calma. Me echarían de menos y yo a ellos, eso lo sabía; tampoco es que no fuéramos a vernos más, como les sucedía con sus pacientes. En la roda de despedidas que había realizado, ofreciendo pastas que mi madre había horneado como loca la tarde anterior, había descubierto que había hecho muchos amigos cuyos nombres ni siquiera conocía, ya fueran pacientes o trabajadores del hospital. Formaban parte de ese nuevo nacimiento que se había producido en el quirófano, con una cesárea extraña a pecho descubierto, y no podría alejarme de ellos ni aunque quisiera.
               -Volveré pronto-fingí amenazarles, y todos se rieron, alegres por verme marchar pero tristes porque ya no me tendrían allí, como el tronco del árbol más grande y antiguo del bosque, vigilando a los demás. Para ellos, “pronto” era “nunca”; para mí, “pronto” era al día siguiente. Le había prometido a Josh que vendría a verle todos los días hasta que le dieran el alta o yo me fuera de voluntariado; lo que más tarde sucediera.
               -¿Y si me dan el alta mientras estás de voluntariado?-preguntó.
               -Les daré aviso a los doctores para que no te dejen escapar-le había revuelto el pelo que apenas tenía y le había dado un beso en la cabeza, cargando sobre los hombros la bolsa que yo me había empeñado en llevarme a cuestas. Sentía que, si le dejaba a mi madre hacer los honores de sacar mis últimas cosas del hospital, le debería no sólo la vida, sino también la esperanza. Tenía que caminar solo, aunque fuera por esta vez.
               Me detuve frente a las puertas giratorias del hospital, que nunca se frenaban lo más mínimo en su constante rotación. Siempre despedían o recibían pacientes, y ahora, por primera vez, el sentido en que las cruzaría había cambiado.
               -¿Todo bien, Al? ¿Te encuentras bien?-preguntó mamá, que había caminado a mi lado, cogiéndome la mano con fuerza y mirándome con atención. Asentí con la cabeza. Tendría que acostumbrarme a esa sensación de pesadez en el estómago, el nudo propio de los nervios ante lo desconocido.
               -Sí. Vamos.
               Contuve el aliento mientras atravesábamos las puertas, caminando en parejas: mamá y yo delante, Mimi y Dylan detrás. Mimi se había saltado las clases ese día por venir a recogerme al hospital, y la única que se había quedado en casa era Mamushka, encargada de hacer la comida para su nieto predilecto (claro que ella nunca lo reconocería). Mis amigos y Sabrae habían tenido que ir a clase, por lo que se despidieron un millón de veces, a pesar de que yo les dije desde el principio que lo entendía y que en absoluto me molestaba.
               La manera en que Sabrae me sonrió en el videomensaje de esa mañana, cuando yo la saludé durante el amanecer y ella abrió el mensaje nada más enviárselo, me hizo ver lo mucho que lamentaba no poder venir a recogerme.
               -Me muero de ganas de ver de nuevo tu habitación de fondo en los videomensajes-ronroneó, remoloneando en la cama-. No puedo creer que este día haya llegado por fin.
               Yo tampoco, bombón. Yo tampoco podía creérmelo, pero así era.
               -¿Al?-me volvió a llamar mamá, apretándome la mano con nerviosismo. Eché un vistazo hacia atrás, analizando la inmensidad del hospital, una ciudad en sí mismo. Cientos, miles de ventanas me analizaban con ojos preocupados, inquietos por si aquel momento había llegado demasiado pronto, cuando yo sentía que me habían robado años de vida en tan solo unas semanas. Me había quedado a la zaga, y debía recuperarme cuanto antes.
               -Estoy bien. Es sólo que… no puedo creerme que ya se haya terminado.
               -Yo tampoco, mi amor-sonrió mamá, tirando suavemente de mí para darme un beso en la mejilla-. Yo tampoco-se abrazó a mi brazo y suspiró, observando unas puertas que esperaba no tener que volver a atravesar.
               Claro que no se había terminado del todo, no realmente. Tenía que seguir con la terapia, ya que Claire quería tenerme controlado, por lo menos, hasta el final del curso académico. Decía que tenía tendencia a sobrecargarme de responsabilidades, y que el reto que se me venía encima podría superarme si no lo manejaba adecuadamente. Yo le había tomado el pelo preguntándole si la razón de que quisiera conservarme a su lado era que estaba haciendo que se replanteara su orientación sexual, en vez de por pura preocupación profesional, pero la comprendía. Y valoraba que quisiera seguir con el ojo sobre mí, sólo por si las moscas.
               Además… estaba Josh. Decía en serio lo que le vendría a visitar todos los días.
               Pero ya no era lo mismo ser paciente de un ala del hospital, a serlo del hospital en sí. No era lo mismo atravesar los pasillos con una bata anudada a la espalda a hacerlo con tu propia ropa y una tarjeta de paciente externo. No era lo mismo dormir en mi cama de casa que en la del hospital. Mi código postal había vuelto a ser el de siempre, y esperaba que mi vida pronto se enderezara de nuevo, como un junco que ha soportado demasiadas riadas y al que por fin dan un respiro.
               -He aparcado un poco lejos-comentó Dylan, agitando las llaves en un dedo-. ¿Prefieres esperar aquí o te apetece caminar?
               -Caminar-respondí, y Dylan sonrió.
               -Lo suponía.
               Había dejado el coche en el extremo más alejado del aparcamiento, uno que estaba prácticamente desierto a cualquier hora del día. Además, a esas horas el hospital no estaba muy concurrido, de manera que no había que ser un lince para darse cuenta de que mi padrastro me había regalado un pequeño paseíto con el que regodearme.
               Era increíble lo mucho que habían cambiado las sensaciones desde que me había escapado del hospital por el cumpleaños de Sabrae, hacía casi tres semanas, a cómo estaba ahora. No es que estuviera para correr una maratón, pero por lo menos ya no necesitaba la ayuda de ninguna muleta, y no me costó atravesar el párking en dirección a nuestro coche.
               Me hicieron sentarme delante, y ver el tráfico londinense, ajeno al tiempo que había permanecido completamente apartado de él, recibirme sin ningún tipo de ceremonia fue extraño. Muy, muy extraño. Varias veces nos adelantaron motoristas, tanto por la izquierda como por la derecha, e incluso algún compañero de Amazon hizo virguerías entre el tráfico para poder llegar a alguna entrega exprés a tiempo. Sentí un pinchazo en el pecho que nada tenía que ver con el trocito de pulmón que me faltaba, sino con el mono de conducir. Echaba muchísimo de menos mi moto. Le había pedido a Jordan que investigara, y después de mucho insistir, había conseguido que mi madre le revelara que había una notificación del Ayuntamiento esperando a que yo la abriera en casa. Seguramente sería de alguno de los desguaces municipales, indicándome la tasa por el almacenamiento y posterior retirada del amasijo en que se habría convertido mi preciosa moto.
               Mañana mismo iría a por ella y comenzaría a repararla, se pusiera mi madre como se pusiera.
               Apoyé la cabeza en el asiento y miré por la ventanilla, disfrutando de poder ignorar las señales de tráfico por una vez. Dylan me puso una mano en el brazo.
               -¿Te encuentras bien, hijo?
               Me giré y asentí con la cabeza. No sabía cómo podría explicarles que me emocionaban hasta las paradas de autobús, atestadas de gente de lo más variopinto: desde viejecitas con sus carritos de la compra a adolescentes haciendo pellas, pasando por parejas jóvenes en llenas de tatuajes y turistas consultando sus callejeros de papel. La ciudad era sucia, peligrosa, salvaje e intransigente, pero hermosa, vital y extraordinaria a la vez. Era todo lo que no era un hospital.
               Volvía a ser londinense, y me encantaba.
               Los edificios más altos fueron dejando paso a las casas unifamiliares a medida que nos alejábamos del centro, y cuando pasamos al lado del parque en el que tantas veces había estado con mis amigos, y tantas cosas había hecho con Sabrae, sentí una punzadita de nostalgia. Los jardines habían cambiado mucho desde la última vez que los había visto bien. Otra prueba más del inexorable reinado del tiempo: la primavera se había consolidado en una explosión de color mientras yo permanecía encerrado en un ambiente monocromático.
               Me saqué el móvil del bolsillo y les envié un mensaje a mis amigos, ansioso por disfrutar del sol. La naturaleza parecía estar dándome la bienvenida con el entusiasmo que no me mostraba Londres, pero me daba igual: pensaba disfrutar de la combinación de ambas lo quisieran o no.

Tíos, ya me han soltado. ¿Tarde de exteriores para celebrarlo? Yo pongo las birras.

               No estaba para muchos trotes, pero me apetecía que estuviéramos todos juntos. Le envié un mensaje también a Sabrae.

Adivina quién es libre!!!!! 🎉🎉🎉🎊🎊🎊🎇🎇🎇🎇🎆🎆🎆

¿Quedamos de tarde? Me apetece muchísimo verte. Voy a ir al parque con mis amigos; como no vengas, te mongo un pollo de aquí te espero.

Te quiero. ❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤ 

               Sí. Le mandé 140 corazones. Si le molestaba, ya podía dejarme.

               Jordan me respondió en nombre de los demás. Me lo imaginé hablando con ellos entre susurros en medio de clase, criticándome por haberlos dejado en la estacada y pretender arreglarlo con algo menos lujoso que una cena en el restaurante con mayor lista de espera del centro.

¿Sólo unas birras? Puto agarrado. Con todo lo que te hemos aguantado, nos merecemos que nos bañes en caviar.

😂😂😂 Iré al súper cuando descanse un poco.

Pero nada de garrafón, ¿eh? Que te conocemos.

               Justo en ese momento, recibí un mensaje de Sabrae.

HOLA SOL ❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤

MIERDA, ¿TE DABAN EL ALTA POR LA MAÑANA? Había quedado para estudiar con las chicas, pero veré si puedo escaquearme.

¿Quién coño estudia un viernes?

😂😂😂 Me preguntaba si te darías cuenta. Por supuesto, ¿después de comer? ¿Qué te parece?

¿No puedes comer en mi casa?

               A la mierda el respeto que me generaba Sabrae. Necesitaba verla. Ya me ocuparía de satisfacerla sexualmente sin quitarme la ropa llegado el momento.

Mamá va a hacer lasaña casera y prometí ayudarla con los postres del finde, pero en cuanto los meta en el horno te juro que salgo volando, ¿vale?

Bueeeeeeno.

Gracias por entenderlo, mi amor. Bienvenido de vuelta te quiero!!!!

               Me quedé mirando ese “te quiero” como un puto gilipollas durante más de un minuto. Luego, resignado, me guardé el móvil en el bolsillo y cerré los ojos, acusando el cansancio acumulado. Bueno, siempre podía echarme una siesta y luego buscar por Internet las marcas de cremas antiestrías que me habían recomendado las enfermeras. Decían que probablemente me servirían para borrarme las cicatrices, ya que las estrías no dejaban de serlo, solo que no habían sido producidas por heridas.
               Se me saltaron las lágrimas al ver mi casa de nuevo, más bonita y acogedora que nunca. Mamá y Mimi insistieron en que nos bajáramos del coche y entráramos por la puerta principal, igual que habíamos hecho la primera vez que llamamos a ese edificio “casa”, hacía tantos años ya.
               Me bajé de un brinco del coche, algo de lo que mis rodillas protestaron, pero no les di importancia. Me pareció ver un destello marrón oscuro en las ventanas, y cuando me quise dar cuenta, estaba apretando el paso en dirección a la puerta, ansioso por ver al demonio peludo que era Trufas.
               Estaba tan apurado por ver al conejo, y tan maravillado por el sonido de mis pies pisando el camino de grava, que no le presté atención al murmullo del interior de la casa, demasiado intenso como para proceder sólo de una anciana. Pero, en fin, estaba perdiendo facultades. ¿Qué podía decir? Había echado muchísimo de menos al pequeñín. Como se agobiaba en el transportín, le había dicho a Mary que sería mejor que dejara de pasearlo de acá para allá, y que esperaríamos por su bien. Trufas lo entendería. Mi corazón, no tanto.
               Mamá me rodeó para abrir la puerta en lugar de entregarme las llaves y dejarme abrir a mí, y se inclinó para capturar a Trufas en el momento en que éste cargaba contra el espacio que había quedado libre. Me giré para mirar la casa de Jordan mientras mamá entraba con Trufas en el regazo, y Mimi pisándole los talones, con mi bolsa de viaje al hombro.
               Atravesé el vestíbulo con el corazón acelerado. Qué cosas. Estaba nervioso por entrar en mi propia casa. ¿No parece surrealista? Ni que…
               -¡¡SORPRESA!!-tronaron los allí presentes, es decir: Scott, Tommy, Jordan, Bey, Tam, Karlie, Logan, Max, Diana, Mamushka, Chrissy, Pauline. Incluso estaban Shasha y Sergei. Jordan y Max entendieron una sábana con un mensaje escrito en espray que rezaba “WELCOME HOME, CHEATER”, como el famoso meme, y yo me quedé pasmado mirándolos.
               -¿Qué…?-empecé, notando que una oleada de emoción me barría y me impedía pensar con claridad-. ¿Qué estáis haciendo… qué hacéis todos aquí?
               -¡¡Celebrar tu alta!!-corearon Jordan, Tommy y Bey, como si estuviera ensayado. Aunque, la verdad, no lo parecía en absoluto. Les salió tan natural que sólo podía ser producto de la sincronización emocional. Bey dio un paso hacia mí, y continuó, esta vez en soledad:
               -¡Nos alegramos tantísimo de que estés en casa, Al!-gimió con ojos llorosos, estrechándome entre sus brazos. Yo todavía era incapaz de procesar que hubiera tanta gente allí.
               Se formó un caos en un segundo, un huracán del que yo me convertí en el ojo: mis amigos me rodearon, me revolvieron el pelo, me dieron besos y abrazos y me felicitaron por mi recuperación. Me dijeron que me habían echado mucho de menos a pesar de que me habían visto recientemente, y que pronto lo celebraríamos por todo lo alto. Chrissy y Pauline me achucharon como es debido, y Sergei me dio una palmada en la espalda cuando me estrujó entre sus brazos.
               -Tengo que aprovechar que aún no eres tan fuerte como yo-explicó cuando yo hice una mueca de dolor; me había apretado demasiado y había notado un crujido que no sabía si procedía de las costillas o de la columna vertebral.
               Asentí, sonreí, di las gracias y prometí que lo celebraríamos con medio cerebro activo; el otro medio estaba demasiado ocupado intentando vislumbrar a la única persona que veía cuando entraba en una habitación, tratando de dilucidar si estaba escondida, si el alboroto era su camuflaje.
               Estaba a punto de preguntar dónde estaba cuando la vi aparecer apresuradamente en el piso de arriba. Me dio un vuelco el corazón al darme cuenta de que venía de mi habitación.
               Y luego, se detuvo completamente cuando mis ojos consiguieron enfocarla con claridad. Estaba preciosa, más preciosa que nunca: se había recogido unos cuantos mechones de pelo en una coleta anudada a la nuca, de forma que tenía el rostro completamente despejado, salvo por el par de mechones que había dejado sueltos, enmarcándole la cara en un marco de ébano rizado. Me recordaba un poco a Ariana Grande en su peinado, solo que más guapa.
               Llevaba puesta una blusa de un blanco perla que resaltaba su tono de piel, con mangas abullonadas como las de un pirata y un lazo medio deshecho en el escote, de manera que se viera un poco de su canalillo, y también los finos hilos de joyería corporal dorada que llevaba por debajo de la prenda, como una reina corsaria. Era como Elizabeth Swann de Piratas del Caribe, solo que más guapa.
               Llevaba también una falda de cuero de corte asimétrico de color melocotón, prácticamente el mismo tono que mi camisa, que también resaltaba su bronceado y sus piernas bien contorneadas; quizá no fueran tan largas como las de Taylor Swift, pero sí mucho más bonitas.
               -Hola, forastero-saludó, apoyándose en la barandilla del pasillo. Me dedicó su mejor sonrisa de Diosa©, torcida, confiada, y yo estuve a punto de caer rendido a sus pies.
               -Ya empezaba a preocuparse tu novio por si no querías verlo-le sonreí, y Sabrae puso los ojos en blanco, acentuando un poco más su sonrisa.
               -Por eso estaba escondida, es que no quería que nos pillara. ¿Ya se ha ido?
               -¿No lo reconoces? ¿O necesitas que se ponga la bata de hospital?
               Sabrae se echó a reír, salió corriendo escaleras abajo, subida a sus sandalias de rafia con plataforma, y se abalanzó sobre mí. Saltó a mis brazos como lo hacía siempre que pasábamos tiempo sin vernos, a pesar de que no hacía ni veinticuatro horas de nuestra separación.
               Me encantó que lo hiciera así, a pesar de que me hizo un poco de daño. Precisamente por el daño que me había hecho, disfruté del contacto con ella: porque fue auténtico, cálido, entusiasta y apasionado. No se preocupaba por el bienestar de ninguno de los dos, sino por hacerme saber lo muchísimo que me había echado de menos y cuánto se alegraba de verme.
               La estreché entre mis brazos, hundiendo la nariz en su pelo con aroma a manzana, e inhalé su fragancia a hogar y felicidad.
               -Hola-ronroneó, dedicándome una sonrisa tierna edulcorada con unos ojos húmedos que adoré.
               -Hola-jadeé, y entonces, por fin, nos besamos, haciendo que el Big Bang se quedara en un tímido petardazo. Entregué todo mi entusiasmo en ese beso, incinerando mis miedos y mis inseguridades contra su lengua. Sabrae me pasó los brazos por los hombros, las manos por la nuca, y suspiró en mis brazos como la protagonista de una película romántica en blanco y negro.
               No consiguieron separarnos en toda la comida, aunque nadie más que Trufas lo intentó realmente. Ninguno de los presentes había ido al instituto, pero eso no suponía que no hubieran madrugado: se habían levantado a la misma hora para ayudar con los preparativos de mi casa. Había mucho que hacer: preparar la comida y también las mesas. Comimos en el jardín, en las mesas que mis amigos habían trasladado al efecto mientras Tommy y Sabrae se afanaban en la cocina. Diana les había hecho de pinche cuando la requerían, pero los dos se habían complementado a la perfección en la cocina, dejando libres los distintos utensilios en el preciso instante en que los necesitaba el otro.
               -¿Te ha gustado la sorpresa, Al?-preguntó Mimi, ilusionada, pinchando un trozo de tortilla que Tommy había preparado con gran esmero. Era uno de los entrantes, igual que el resto de platos colocados en fuentes de porcelana comunes mientras las albóndigas terminaban de asarse en el horno. Asentí con la cabeza, ya lleno hasta los topes de comida, pero incapaz de parar: todo estaba delicioso, demasiado rico como para que yo pudiera recordar que mi estómago había menguado considerablemente. No así mis michelines.
               -Ha sido genial. No teníais que molestaros, en serio-les dije, mirándolos a todos. Tam no me hizo el menor caso, demasiado ocupada como estaba en analizarle una pulsera de la muñeca a Pauline mientras Karlie las fulminaba a ambas con la mirada, sentada frente a ellas en la mesa. Bey había insistido en que se sentaran juntas, pero ni por esas. Eran tercas como mulas.
               -¿A que no adivinas de quién ha sido la idea?-sonrió Diana, apartándose el pelo dorado del hombro y aleteando con las pestañas en mi dirección. Cualquiera habría dicho que se le habría ocurrido a ella por la forma en que me invitó a pensar, pero no había candidata posible que no fuera Sabrae.
               Ella se reclinó en la mesa, con las piernas cruzadas y el pie balanceándose en el aire. Me dedicó una sonrisa cómplice mientras yo la admiraba.
               -Sabía que te haría ilusión tenerlos a todos, y tampoco ha sido tan difícil. Además, ya sabes que a mí me encanta organizar cosas y las fiestas, así que cuando organizo fiestas estoy en mi salsa-elevó un par de veces los hombros, como bailando, y varios nos reímos.
               -No tenías por qué hacer esto, bombón. Con estar con vosotros un ratito en el parque me habría bastado, de verdad.
               -Bueno, pero nos apetecía celebrarte. Además, así tenemos una excusa para juntarnos todos. Después de tanta rotación en el hospital, hacía muchísimo que yo no veía a mi hermano-miró a Scott, que asintió con la cabeza, apurando su vaso de vino.
               -Oh, sí. Que Tommy, Diana y yo hayamos estado internos en un concurso de la tele no ha tenido apenas impacto-sonrió, y yo me eché a reír. Le cogí la mano a Sabrae por debajo de la mesa y ella me acarició los nudillos. Me llevé su mano a la boca y le besé los nudillos.
               -Te quiero muchísimo. Ya lo sabes, ¿no?
               Asintió con la cabeza, se inclinó para besarme y me acarició el mentón.
               -Cómo me alegra verte así, mi sol.
               -Así, ¿cómo?
               -Así de feliz.
               -Me pregunto por qué será.
               Sabrae me guiñó un ojo y se recostó de nuevo en su silla, disfrutando del sol. Todos conversaban con todos, compartiendo comida y bebida, brindando siempre a mi salud y riendo de chistes por sectores que rápidamente se compartían y hacían que todos nos partiéramos de risa.
               Mamá se levantó y fue a por el postre acompañada de Dylan y Jordan. Regresaron con tartas de limón de una elaboración tan complicada que todos miramos a Pauline, quien se levantó e hizo una reverencia, agradeciendo la pequeña explosión de aplausos.
               -Espero que os gustes.
               -Tienen una pinta increíble-admiró Tam, y creo que Karlie bufó por lo bajo algo como “tampoco es para tanto” justo antes de que Bey le pellizcara el muslo, a lo que respondió dando un brinco. Se tuvo que tragar sus palabras cuando dio el primer bocado de la tarta, y Sabrae y yo nos miramos, entendiendo a la perfección en lo que estaba pensando el otro.
               Sabrae: A ver si espabilan y empiezan a salir de una vez.
               Yo: Se viene triángulo lésbico.
               Sabrae puso los ojos en blanco y sonrió sin mostrar los dientes. Siempre con lo mismo; estás obsesionado.
               -¿Acaso “lésbico” es tu adjetivo preferido?
               -Sí, pero no mi palabra. Mi palabra preferida es “Sabrae”.
               Sabrae se sonrojó, agachó la mirada y jugueteó con su servilleta. Encantado con el dulce rubor de sus mejillas, no me hice mucho de rogar cuando los chicos comenzaron a insistirme en que dijera unas palabras. Me levanté con ceremonia, cogí mi vaso con una floritura, y lo golpeé con una cucharilla.
               -Atención, por favor. Tengo que decir algo, antes de que tenga el siguiente accidente-se rieron, a pesar de que les había dado un susto de muerte a todos-. Esto… gracias por venir, en serio. No me esperaba para nada que fuerais a pasaros por casa, y me hace mucha ilusión que hayáis sacado un poco de vuestro tiempo para dedicármelo a mí. Lo aprecio de veras. Y… bueno, quería daros las gracias por todo lo que habéis hecho por mí a lo largo de estas semanas. Sé que han sido complicadas también para vosotros, y gracias a vuestros esfuerzos, el tiempo en el hospital se me ha hecho bastante ameno. Es gracias a vosotros que he hecho avances tan importantes, y por lo que mi psicóloga cree que puedo curarme. Sé que soy insoportable a veces, que no me tomo las cosas en serio, que me pierde la lengua y soy un bocazas de manual, pero viendo cómo estáis aquí, contentos de que… bueno, de que yo esté aquí con vosotros, sé que hago algo bien. Me ha costado dieciocho años darme cuenta de que quizá no sea el mejor hijo del mundo, pero los hay peores; quizá no sea el mejor amigo del mundo, pero podría ser mucho peor. No seré el mejor hermano, pero… me lo pones jodidamente difícil a veces, Mary Elizabeth-me quejé, y ella sonrió y me tiró un beso-. Y en cuanto a ti…-me giré y miré a Sabrae, que esperaba con tranquilidad a que terminara para poder seguir comiéndome a besos y metiéndome mano todo lo que se le antojara-. Sé que no hago las cosas bien a veces, y que no eras tú la que eras tonta cuando no me soportabas, sino yo el capullo que me lo buscaba, pero te prometo que voy a hacer lo imposible por merecerte. No tengo nada de experiencia en el tema de relaciones, así que vas a tener que ser muy paciente conmigo, pero eso no me preocupa, porque sé que lo eres, y mucho. Te prometo que no te voy a volver a dar un susto como éste.
               -¿Y a mí no me lo prometes? Yo te creé-me recriminó mamá, y todos nos echamos a reír. Sabrae se mordisqueó el labio por dentro, sonriente.
               -Si estas semanas han sido horribles para alguien, ha sido para ti, Saab. Te he hecho la vida imposible más veces de las que me gustaría, y tú no sólo no has tirado la toalla conmigo, sino que te has esforzado cada vez más en hacerme ver que lo que pensaba que tenía dentro no se correspondía con lo que tengo realmente. Y te voy a estar agradecido toda mi vida por eso, nos pase lo que nos pase. Pero voy a intentar que no nos pase nada malo. Quiero compensarte todo lo que has hecho por mí tratando de hacerte lo más feliz posible, porque puede que yo sea el sol en esta relación, pero tú eres la luna y todas las estrellas, el universo entero, la razón por la que existe la astronomía. Y quiero estar a la altura de eso. Y voy a estar a la altura de eso.
               Sabrae sonrió, emocionada.
               -Hemos brindado la de Dios por mí, como si a mí no me hubiera ayudado todo el personal sanitario en el hospital, o todos y cada uno de los que estamos sentados en esta mesa. Quizá fueran los cirujanos los que me retiraron los cristales del pecho, pero fuisteis vosotros los que me lo cosisteis y me cuidasteis de las heridas hasta que éstas sanaron. Y las primeras, vosotras tres-miré a Sabrae, a Mimi y a Sabrae-. Así que…-cogí mi vaso y lo levanté en el aire-. Por vosotras, mamá, Mím, Saab. Y porque pueda ponerme en forma pronto para volver a achucharos como lo hacía antes.
               -¡Por ellas!-celebraron mis amigos, mi padrastro y Mamushka.
               -Por nosotras-cedieron mamá, Mimi y Sabrae, que no esperó ni un segundo para cubrirme a besos en cuanto me senté. Se colgó de mi brazo y ya no me soltó, la cabeza apoyada en mi hombro y su respiración acariciándome la piel.
               La sobremesa fue genial, una de esas que me recordó a la tardes que pasábamos en Grecia todos los del grupo, comiendo frutas y quesos, charlando al sol mientras esperábamos a que los turistas despejaran la playa y nos permitieran recuperar el mar. Todos charlábamos con todos, intercambiando anécdotas del pasado y risas, ajenos a lo mal que lo habíamos pasado por aquel entonces y quedándonos solo con lo bueno. Entre lo que se incluyó, por supuesto, mi ataque de pánico del día anterior.
               -Y entonces nos plantamos en la habitación y nos dice que está horrible y que no tiene nada que ponerse y que no quiere que le den el alta…-Jordan negó con la cabeza y todos nos reímos, yo el primero. Sabrae, sin embargo, estaba preocupada.
               -¿Cómo que no querías que te dieran el alta?
               -Me entró el pánico escénico, supongo.
               -Eso explicaría lo nervioso que te pusiste, pero no que te despelotaras delante de nosotros-recordó Max, y yo puse los ojos en blanco.
               -Bueno, a decir verdad, no sé por qué os sorprendisteis cuando Claire vino con los resultados de las pruebas que me hicieron y declaró que soy superdotado. Quiero decir-me encogí de hombros-. Sí, hablo diez idiomas, ¿y qué? Eso lo puede hacer cualquiera, pero tener un pollón como el mío y usarlo como yo lo hago, no. Y de eso, no me da ningún certificado nadie.
               -Sí, por cierto, sigo enfadada con el hecho de que sólo te hayas empezado a considerar medio listo cuando Claire te dijo cuál era tu coeficiente intelectual-me recriminó Bey, y yo le saqué la lengua.
               -La humildad es una virtud, reina B.
               -Perdón, pero creo que hemos pasado demasiado rápido por el tema de que has tenido un ataque de pánico en las últimas veinticuatro horas. ¿Seguro que estás bien?-quiso saber Sabrae, acariciándome el brazo.
               -Sí, nena, no te preocupes. Solamente he tenido la típica crisis de armario de cuando ya no tienes que llevar uniforme. Ya te dará cuando estés en último curso.
               -Madre, pues yo me moría de ganas de dejar de usar el uniforme-contestó Karlie-. Tenía tanta ropa que me apetecía estrenar…
               -¡Lo mejor del instituto es dejar el uniforme!-coincidió Tam-. Así teníamos una excusa para pedirles más dinero a papá y mamá para ir de compras, ¿eh, Bey?
               -Pero, tías, la verdad que sí que es un poco coñazo el tener que pensar qué te pones cada mañana. Especialmente cuando tienes el conjunto pensado y alguien decide coger una prenda antes que tú-Bey fulminó con la mirada a Tam, que levantó las manos.
               -¡Eres demasiado lenta! Naciste la segunda, así que te tienes que conformar con mis sobras.
               -Eres gilipollas.
               -Silencio, guarra.
               -Zorra.
               -Puta.
               -¡Puta tú!
               -Bueno, ¡ya podemos dar por inaugurada la fiesta!-anunció Max, y yo me reí. Shasha frunció el ceño.
               -¿Por?
               -Si nos vamos de fiesta y las gemelas no se llaman “puta” la una a la otra, ¿realmente nos hemos ido de fiesta?
               Nos fuimos a dar una vuelta por el barrio en manada, aunque fuera por recordar viejos tiempos. Los chicos habían pensado en reservar la cancha de baloncesto de nuevo, como todos los viernes, pero como sabían que mi estado de salud aún era un poco delicado, preferían no forzar la máquina. Sabrae no pensaba igual que ellos, y me lo hizo saber pronto.
               Caída ya la noche, regresamos a casa, de repente muy vacía y silenciosa en comparación con lo que había sido esa mañana. Ya habían recogido las mesas y todo estaba de vuelta en su sitio, pero la ausencia de mis amigos hacía que sintiera el hogar muy vacío, más como un lugar de paso que como un destino de descanso.
               Mimi fue la primera en marcharse para dejarnos intimidad. Recogió una muda limpia, su pijama, su cepillo de dientes, y puso rumbo a casa de Eleanor, donde tenía programada una fiesta de pijamas que puede que terminara con final feliz para dos de sus participantes (Eleanor y Diana). Después, le tocó el turno a mi abuela, que con la excusa de irse al teatro con unas amigas nos abandonó poco después, ya que iba a cenar en casa de una de ellas para ponerse al día de las cosas que sus maridos hacían mal. Según Mamushka, eran muchas, por eso necesitaba tiempo para ella.
               Mamá y Dylan fueron los últimos en abandonarnos, pero porque mamá se empeñó en que tenía que dejarlo todo limpísimo simplemente porque Sabrae estaba en casa.
               -Mamá, Sabrae tiene llaves, ya no es alguien de fuera.
               -Sí, y además, ya sé de qué eres capaz, Annie, tanto de lo bueno como de lo malo.
               -¡Exactamente! Me ha visto desnudo, así que figúrate.
               -Y también te he visto cocinar-comentó Sabrae, y yo la fulminé con la mirada al comprender en qué posición me dejaba a mí.
               Dylan esperó en el salón a que mamá terminara de cambiarse para ir a cenar, y luego, tras darnos a cada uno un abrazo, la condujo al garaje abrazada de la cintura. Dado que no queríamos que Trufas tratara de huir, Sabrae y yo nos quedamos cuidándolo en el salón, con las puertas cerradas para impedir que se escapara.
               Vimos cómo el coche salía por el camino de entrada, daba la vuelta, y luego, enfilaba rumbo al centro, donde habían reservado mesa en un restaurante de esos en los que la carta tiene platos cuyo nombre son tres líneas. A continuación, irían al cine, y si la cosa pintaba muy bien, puede que incluso dieran un paseo romántico a orillas del Támesis.
               Trufas se puso de pie sobre sus patas traseras en el alféizar de la ventana, mirando cómo las luces desaparecían por el vecindario. Yo eché el pestillo en la puerta principal y comprobé que el resto de puertas también estuvieran cerradas. Sabrae se quedó de pie en el salón.
               Esperó a que volviera a entrar en su campo visual para soltarse el pelo y atusárselo con lentitud. Automáticamente sentí hambre. Luego, despacio, sin romper el contacto visual conmigo, se descalzó las sandalias sin usar las manos.
               -Por fin solos-comentó con un suspiro de satisfacción.
               Y, como si yo fuera imbécil y no la conociera, y no supiera que la forma tan sensual de bajarse de las sandalias prometía un momento increíblemente erótico, Sabrae tiró del cordón del escote de su blusa hasta desanudarlo completamente, regalándome una vista irresistible de sus pechos enfundados en un sujetador de encaje blanco, con la tira dorada hundiéndose entre ellos.
               Era una imagen a la que yo no podía decirle que no, ni con toda mi fuerza de voluntad.
               Aunque, claro, después de mes y medio de sequía, seguro que sabes dónde me había dejado yo la fuerza de voluntad.


 
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2 comentarios:

  1. Por fin le dan el alta a mi niño joder, estoy felicísima. No me puedo creer que por fin haya pasado todo y vuelva todo a su cauce.
    Me ha encantado la parte de Alec con sus amigos, ha sido graciosisima jdoer. Son malísimos con el pero es que por Dios también son tan adorables que los amo hasta el infinito.
    Me ha parecido muy tierno todo el barullo mental de Alec, porque lo veo más que lógico pero no puedo esperar a leerlo porque la primera vez que se acostaron era Sabrae quien se sentía insegura sobre todo y fue Alec quien la calmó y le enseñó como la adoraba y no puedo esperar a ver lo contrario.

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  2. Me ha ENCANTADO el capítulo, me he reído muchísimo lo juro JAJJAJJAJAJAJ
    Comento por partesss:
    - Lo de Josh me ha puesto super soft y me ha encantado que le haya prometido ir a verle todos los días, Alec es el mejor.
    - Mira toda la parte de Alec con sus amigos ha sido BUENISIMA, que puta risa te lo juro. Cuando ha llamado a Scott, cuando todos se han descojonado en su cara, cuando Tommy se ha puesto chulo y han empezado todos a darle charlas motivacionales, CUANDO SE HA DESNUDADO DELANTE DE ELLOS, cuando Max le ha dicho que si se iba a afeitar los huevos, cuando le ha preguntado a Logan si follaría con él… BUENÍSIMO TODO DE VERDAD-
    - Bueno tengo que destacar dos frases de Scott, cuando ha dicho “¡¡Déjate de historias!! ¡Mi hermana está cachonda como una mona, y no pienso dejar que se folle a mi pierna como un puto chihuahua en celo!! ¡¡Haz el favor de salir a esta habitación ahora mismo y empotrarla como es debido! ¡CUMPLE CON TUS OBLIGACIONES!” y cuando ha dicho “Creo que estás un poco confuso, Al, pero no pasa nada. Les pasa a los mejores. Te has confundido de Malik. Yo soy el que te toca los huevos, no el que te los chupa. El Malik que sabe a qué saben tus jodidos testículos es un poco más baja que yo.” QUE RISA DE VERDAD
    - La sorpresa me ha encantado, es que muero de amor con lo muchísimo que le quieren todos.
    - Preciosísimo el discurso de Alec por supuesto.
    - Sabía que ibas a dejar el capítulo justo antes del polvo, es que lo sabía incluso antes de empezarlo, pero te lo perdono por lo muchísimo que me he reído
    Me ha encantado el capítulo, estoy contentísima de que le hayan dado el alta a Alec. En cuando a todo el drama de Alec en parte lo entiendo, es normal que después de un mes en el hospital esté así, aunque espero que no vaya a más y deje de darle vueltas al tema. Aparte de eso, creo que ha sido de los capítulos con los que más me he reído te lo juro. Deseando leer el siguiente <3

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