domingo, 4 de abril de 2021

Huracán.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Algo me decía que Alec estaba recayendo otra vez en esa espiral autodestructiva en la que se había sumido a principios de año, cuando se había dejado llevar en la cama y había hecho conmigo algo que había aprendido del porno, pero que achacaba a sus recuerdos. Era normal que estuviera más ausente de lo habitual; desde que había confirmado con el ginecólogo que mi retraso con la regla podía deberse al gran disgusto que me había llevado con su accidente, había decidido que ya estaba bien de que ambos nos lamiéramos las heridas, así que me había propuesto ocupar todo el tiempo que estuviera con Alec con cosas que le fueran útiles de cara al futuro.
               No había podido consultarlo directamente con su psicóloga por lo incompatibles que eran nuestros horarios, ya que ella siempre veía a Alec de mañana, cuando yo tenía clase, de modo que había tenido que tirar tanto de mi propia investigación por internet como de los conocimientos de la psicóloga con la que mamá compartía despacho (creí que se resistiría a contestar a mis preguntas porque Alec era un chico, y en el despacho de mi madre no se ocupaban de casos cuyos clientes fueran hombres, excepto si eran directivos de compañías verdes), a la que aproveché para abordar en una de las tardes que Alec pasaba con Bey o con Jordan, justo antes de uno de mis ensayos. Le había dejado un billete de cincuenta libras encima de la mesa, como retribución a los servicios que tenía pensado requerir de ella y para asegurarme de que todo lo que yo le dijera se quedara entre nosotras, amparado por el secreto profesional.
               -Cielo, con eso no tendrías ni para empezar en una consulta privada-sonrió, empujando el billete en mi dirección e invitándome a que lo guardara para darme algún caprichito con mi novio.
               -De eso precisamente quería hablarte, Fiorella-expliqué, y la psicóloga arqueó sus cejas oscuras en un evidente gesto de curiosidad. Fiorella no me conocía tan bien como lo hacía la psicóloga con la que mamá llevaba trabajando desde que abrió el bufete: después de que el número de casos de violencia de género de que se ocupaba el despacho aumentara exponencialmente gracias al boca a boca de las mujeres que mi madre había conseguido salvar a tiempo, el crecimiento jurídico se había visto reflejado en un crecimiento de la parte psicológica, si acaso no tan acusado. Por cada veinte abogadas en el despacho, había una psicóloga atendiendo a las clientas. Claro que, ahora, Oxford enviaba más estudiantes en prácticas que nunca, amén de las que ya se habían ganado un contrato, con lo que el número de mujeres trabajando bajo el mismo techo, estudiando textos legales y consultando jurisprudencia, rozaba la cincuentena. Así que ahí había entrado Fiorella hacía unos tres años: había hecho prácticas con Gwen, la psicóloga titular del despacho de mi madre, y después de apreciar las socias fundadoras la necesidad de alguien que la ayudara, su nombre había sido el primero y el último en considerarse.
                Como su nombre indicaba, era de origen italiano, lo cual siempre suponía un plus. Las mujeres tenían más tendencia a sincerarse con alguien a quien consideraban una igual, que hubiera sufrido de la misma forma que ellas, si acaso en sectores distintos. La piel aceitunada de Fiorella, sus ojos oscuros y su pelo negro todavía era motivo de miradas acusadoras en el metro, y cuando abría la boca y hablaba con su acento danzarín, esas miradas se convertían en muecas de disgusto.
               Fiorella estaba menos ocupada que Gwen, así que, aunque me resultara más fácil acudir a la socia de mi madre, sabía que lo correcto era ir con alguien que podría permitirse perder una tarde con mis absurdas consultas. De modo que le solté la carpeta en que había recopilado los artículos de psicología a lo largo de la semana en los que pretendía basar mi tesis encima de la mesa, y me dispuse a exponerle la condición de Alec. Ella ojeó los impresos, torció la boca y entrelazó varias veces las manos mientras yo hablaba y hablaba. No se molestó en tomar notas, aunque al final, recordaría absolutamente todo.
               -Por lo que me cuentas-comenzó por fin, cuando yo terminé un alegato digno de un caso del Tribunal Supremo. Tenía las manos, con uñas perfectamente cuidadas y pintadas de un suave tono nacarado que tenía pensado pedirle antes de marcharme, alrededor de una taza de té verde que se había hecho en mitad de mi monólogo. Había subido los pies al diván de cuero color crema en el que estaba sentada, gemelo del mío, y se había pasado las manos de vez en cuando por el pelo corto sobre los hombros-, creo que tu novio tiene principio de depresión-dejó la taza sobre la mesa de cristal que nos separaba y entrelazó de nuevo las manos sobre su regazo-. ¿Está diagnosticado?
               -Le han diagnosticado ansiedad.
               -Sí, las crisis son sin duda ansiedad, pero a juzgar tanto por el tiempo que lleva ingresado y el ritmo de vida que llevaba antes, amén de los hechos que tuvo que vivir en su más tierna infancia, estoy bastante segura de que tiene algo más. La ansiedad es relativamente sencilla de tratar, y los ataques pueden controlarse con entrenamiento, pero… la depresión, es más complicada.
               -Yo no me atrevía a calificarlo así porque, bueno… no soy psicóloga-puse los ojos en blanco-. Pero llevo sospechando algo así desde que empezó a apagarse. La terapia le viene bien, o le venía-me corregí-. La verdad, ya no estoy muy segura de si le está ayudando o le está haciendo empeorar.
               -Me imagino que estarán haciendo terapia de choque con él. Tendrá sentimientos reprimidos que ahora están saliendo a borbotones, y le están generando todo esto. Supongo que estarán escarbando en su memoria para terminar de extirpar lo que tiene dentro.
               -¿Es lo que tú harías?
               Fiorella asintió.
                -De acuerdo, vale-me relamí los labios y me aparté el pelo de la cara-. El caso es que he estado buscando maneras de revertir la situación, porque parece ser que…-me quedé callada. Eso de explicarle una enfermedad mental a una psicóloga estaba un poco feo.
               -¿… hay pacientes que han pasado por los mismos retos mentales que tu novio cuando han estado tanto tiempo ingresados?-sugirió, alzando una ceja, y yo sonreí.
               -Sí, exacto. Y todos los blogs que he consultado coincidían en que el principal factor desencadenante de todos estos problemas es la cantidad de tiempo libre de que se dispone. Tiempo libre que tampoco se puede disfrutar. Muchos recomendaban volver a la rutia, tratar de volver a ocupar al paciente en la medida de lo posible, y… bueno, el caso es que mi chico no podía permitirse estar un mes sin estudiar. Ya iba bastante justo, y eso que yo había empezado a ayudarlo cuando tenía algún examen, pero los dos disponíamos del tiempo de que disponíamos, y…
               -Si me estás preguntando si creo que lo mejor es que recuperéis la rutina cuanto antes, la respuesta es sí.
               Me mordisqueé el labio de nuevo.
               -Nuestra rutina consistía en follar.
               Agradecí en ese instante no estar hablando eso con Gwen. No sabía qué tendría que decir de mi temprano despertar sexual. No es que creyera que fuera a juzgarme, pero nunca se sabe. En cambio, alguien joven como Fiorella no tenía por qué aducir a que yo era una niña y debía limitarme a juegos con los que no pudiera quedarme embarazada.
               O tener retrasos en el período.
               -¿Nada más?-Fiorella inclinó la cabeza hacia un lado-. ¿No había apoyo emocional, ni nada más allá del sexo?
               -¡Por supuesto que sí! Yo le apoyaba muchísimo, y él a mí. ¡Aún lo hacemos!
               -Menos mal. Porque, de no ser así, la relación tendría serias carencias-constató, y yo puse los ojos en blanco.
               -La relación con Alec es la más plena que he tenido en mi vida. Y estoy bastante segura de que él diría lo mismo de mí.
               Fiorella se llevó un dedo a los labios, semiocultando una sonrisa.
               -¿Tu novio se llama Alec?
               -Esto… sí. Así es. ¿Por?
               -Oh, por nada. Me gusta ese nombre-comentó, pasándose una mano por el pelo. Sus anillos refulgieron en su piel, pero no tanto como esa sonrisa que era incapaz de disimular.
               Me puse en guardia en el acto. Ay, Dios mío. ¿Y si le había contado toda su vida, sus secretos más oscuros y mejor guardados, a una chica que lo conocía? ¿Una antigua amante? Mierda. Debería haber acudido a Gwen. No había posibilidades de que Alec la conociera, ya no digamos acostarse con ella; tenía como doscientos años.
               -¿Le conoces?
               -No, querida. No tengo el gusto-respondió Fiorella, tirándose de la blusa-. Es que me ha llamado la atención el nombre, nada más. Me imagino que será de oírlo de pasada en el despacho. Le está generando bastante dolor de cabeza a tu madre, ¿cierto?
               -A las Malik, en general-había respondido, levantándome del sofá y agradeciéndole su ayuda.
               Al día siguiente, me había plantado en la habitación de Alec con su mochila del instituto, todos sus libros, y la única libreta empezada que había encontrado en su casa. Él me había mirado con evidente expresión de fastidio.
               -Te di las llaves para que fueras dejando tu ropa interior por mi habitación como un rastro de migas de pan, no para que consiguieras más materiales para torturarme.
               -Silencio, Whitelaw. Ya te has escaqueado bastante.
               Y ahí había aparecido. Una de las últimas sonrisas de Fuckboy® que había conseguido arrancarle. Por muy retraído en sí mismo que estuviera, por muy hundido que se encontrara o muchas ganas que tuviera de tirar la toalla y dejarme marchar, la única profundidad a la que Alec sería incapaz de reaccionar a mí llamándole por su apellido sería dos metros bajo tierra. Incluso entonces, sospechaba que sería capaz de notar la manera en que el universo vibraba cuando su apellido se caía de mis labios, en una promesa que ninguno de los dos había verbalizado, pero que ambos nos habíamos hecho ya hacía tiempo.
               Supongo que eso era lo que más le costaba de todo. No era el saber lo mucho que sufriría estando sin mí, con qué rabia me echaría de menos y cómo cambiaría su vida si conseguía sacarme de ella, o incluso que yo sufriera por perderlo, sino el saber que había roto una promesa. Una promesa que, entre las sagradas, era la más pura y a la que más había que proteger: después de todo, me la había hecho a mí.
               Me había garantizado la felicidad absoluta de su presencia, prometiéndome que no me dejaría escapar. Que nada se interpondría entre nosotros; ni siquiera él, y ni siquiera yo.
               Así que le estaba costando mucho encontrar la manera de encajar sus demonios en la ecuación. Era un elemento que ninguno de los dos había tenido en cuenta, pero que permanecía agazapado, a la espera del momento oportuno en el que nuestras barreras se vinieran abajo y pudieran destruirnos.
               Las primeras que se habían venido abajo habían sido las suyas; a fin de cuentas, era  él quien peor lo tenía de los dos. Yo podía huir del agobio y recuperar mi vida en el momento en que salía del metro, dirigiéndome a mi casa dando un paseo, con los auriculares en el bolso y el sonido de la primavera atronando en mis tímpanos. Alec lo tenía más difícil. Alec estaba encerrado como un pájaro en un zoológico; no era lo mismo que estar en una casa, obligado a cantar, pero no dejaba de ser un hermoso pavo real obligado a exhibir sus plumas cuando al público se le antojara, confinado en una jaula cuyos barrotes eran de oro… pero seguían siendo barrotes. Estaba preparada para apoyarlo, y sabía que terminaría apagándose, aburrido de una rutina que sólo había tolerado después de mucho insistirle en que no podía quedarse de brazos cruzados mientras todos los demás continuaban con su vida. Le supliqué, razoné con él, incluso le reñí; todo para conseguir que se pusiera las pilas de nuevo.
               Y había hecho que volviera a abrir sus libros, pero el precio que ambos tendríamos que pagar por ello me parecería desproporcionado. Alec decía que el instituto seguiría ahí cuando volviera de África, que podía apuntarse al nocturno y sacarse la Secundaria en el primer año de Universidad de sus amigos, pero yo sabía que le resultaría durísimo. Sabía que lo conseguiría, pero ese año de diferencia entre sus amigos y él le haría mella.
               Además, yo confiaba en que se graduaría. Sabía que lo haría. Llevaba sabiéndolo desde que había empezado a conocerle mejor: era trabajador, era curioso, pero no tenía la disciplina necesaria para estudiar cosas que no le interesaban, como era el caso de todas las asignaturas excepto Historia. Ahí es donde entraba yo, “Doña Estudios”, su profe particular. Conseguía que se centrara, hacía que memorizara sus lecciones a cambio de unos premios que rimaban: besos y sexo.
               O lo conseguía en la biblioteca,  cuando nuestras vidas todavía no habían cambiado tanto.
               Llevaba notándolo varios días, y en un primer momento había pensado que no era más que aburrimiento, o incluso frustración consigo mismo porque no conseguía trabajar igual de bien que lo había hecho cuando estudiábamos en su habitación, en la mía, o con mis amigas rodeándonos como una colmena de abejorros a sus flores preferidas. Sin embargo, después de varios días notando que continuaba ausente una vez terminado el estudio, o ya lo estaba antes de empezar siquiera la sesión, empecé a atar cabos y darme cuenta de que había algo más.
               Después de todo, Fiorella me había dicho que tenían que sacarle todo lo malo de dentro. Una psicóloga me había confirmado lo que otra haría, en un camino que seguro seguían todos los de su rama del saber.
               Ojalá él se creyera lo suficientemente valiente como para confesarme qué era lo que le preocupaba. Pero seguro que no quería poner más sobre mis frágiles hombros. Bastante tenía yo con cuidarlo, con tirar de él, con venir a verlo y preparar la actuación. No podía ser también su trapo de lágrimas.
               Si él supiera que yo estaba dispuesta incluso a ser el felpudo en el que se quitara la suciedad antes de entrar en casa…
               No obstante, yo no me rendía. Compensaba con creces el esfuerzo que él no se atrevía a hacer, bien por cansancio o bien por miedo, con mimos, ánimos, y mano dura cuando era necesaria. No estaba dispuesta a ceder ni un centímetro ante los demonios que le comían por dentro. Quizá a él pudieran engañarme, pero yo tenía ojos en la cara y estaba más que dispuesta a utilizarlos. Veía lo bueno que era, lo mucho que valía, el potencial que había en él, y estaba decidida a explotarlo.
               Y eso, él lo valoraba. Lo adoraba, incluso. Cuando tienes la autoestima por los suelos y crees que no vales nada, eres capaz de idolatrar a quien te brinde la más mínima oportunidad. Todo ese amor que no te dedicas a ti mismo, lo vuelcas en la otra persona. Una apuesta por ti equivale a diez por ella, porque nadie que ofrezca oro por lo que claramente es óxido se merece menos que tu devoción. Suerte que la única persona que podía entender la devoción que Alec sentía por mí fuera, precisamente, yo. Porque yo sentía lo mismo por él. Sabía que él haría lo mismo por mí. Eso, y mucho más.
               Así que en eso estábamos, yo intentando que se centrara en los apuntes que le había pedido a Bey, y él haciendo lo posible por disimular lo mal que se sentía y lo imposible que le resultaba concentrarse en nada que no fuera lo que tuviera en la cabeza, cuando llamaron a la puerta.
               Me giré ya en guardia, pues tanto los amigos de Alec como su familia se abstenían de llamar a la puerta cuando estábamos en la habitación; solían echar un vistazo de la que pasaban a través de la ventana para ver qué hacíamos, y sólo llamaban cuando teníamos las cortinillas metálicas corridas, señal de que necesitábamos intimidad porque seguramente estábamos enrollándonos. No era el caso ahora. Dado que estábamos estudiando, nos importaba bien poco quién pudiera vernos.
               Así que escuchar un toque de nudillos en la puerta era señal de que la visita era inesperada. Los médicos eran quienes más tendían a llamar; las enfermeras estaban curadas de espanto, y entraban sin preocuparse de lo que estuviéramos haciendo Alec y yo en el interior de la habitación, pues sus pulsaciones en los monitores de vigilancia que tenían en su puesto de control les daban una idea aproximada de cuándo necesitábamos que alguien nos cortara el rollo.
               Y, sin embargo, en la puerta no había nadie vestido con bata. Ni la doctora Watson ni el doctor Moravski aparecieron en el umbral, sino una chica regordeta, algo más alta que yo, de piel no tan oscura como la mía pero sí más que la de Alec, y un pelo liso que le caía en cascada por la espalda y los brazos, cubriendo su cuerpo de una capa anaranjada, cuyas raíces eran negras. Vestía completamente de negro, con una camiseta de tirantes finos y leggings.
               Llevaba en la mano un ramo de flores envuelto en papel marrón, y se relamió los labios al encontrarse con Alec y conmigo. Pobrecita, seguro que se había equivocado de habitación. Las flores debían de ser para algún familiar suyo que estuviera superando una complicada enfermedad, o quizá, como Alec, estuviera sobreponiéndose a un accidente de tráfico.
               -¿Podemos ayudarte?-le sonreí con calidez. La gente solía tener los nervios a flor de piel en los hospitales, y unas cuantas palabras amables eran la diferencia entre un día complicado y una crisis nerviosa. Yo no quería ser responsable de las crisis nerviosas de esta chica.
               La chica se relamió los labios, sujetando las flores con fuerza. Sus uñas postizas, de colores vivos, se anclaban en el papel, haciendo que perdiera la forma cónica. Carraspeó.
               -Esto… sí. Bueno, yo… venía buscando a alguien.
               -Las enfermeras tienen el directorio de todos los pacientes, pero llevamos aquí bastante tiempo-comenté, bajándome de la cama y acercándome a ella con la intención de ponerle una mano en el brazo, que había empezado a temblarle. Seguramente fuera tímida, y por eso reaccionaba así-. Dinos a quién buscas, que seguro que sabemos en qué habitación se encuentra.
               -Yo… me han mandado a la habitación 238-respondió la chica con un hilo de voz, mirándonos a Alec y a mí con preocupación, como si fuéramos dos animales salvajes, a cada cual más fiero, que estuvieran acechándola desde distintos ángulos. Arrugué la nariz.
               -Debe tratarse de un error. Alec lleva solo en esta habitación desde que lo ingresaron. ¿No se liarían con la 283? Está al final del pasillo, pasada la sala de espera con la máquina de café…
               -Eres tú-me interrumpió Alec, y la chica clavó los ojos en él. Volvió a tragar saliva, y contuvo el aliento. Me giré para mirar a mi chico, preguntándome por qué, si la conocía, no se había dado cuenta de quién era antes.
               Hasta que pronunció las palabras mágicas.
               -Tú eras la que iba conduciendo.
               Como si estuviera en una película, me vi a mí misma desde fuera girándome y mirando a la chica con la boca abierta. En ese momento, la chica asintió con la cabeza, de manera que su pelo se balanceó por su rostro, enmarcando aún más su… salud.
               Tenía el pelo limpio y bien cuidado, el maquillaje perfectamente ejecutado, con las mismas capas que yo me echaba para salir de fiesta: base, corrector, iluminador… se había hecho contouring y todo, la muy hija de puta. Tenía pestañas postizas, un delineado de ojos oscuro como mis días sin Alec y largo como las horas que me había pasado intentando despertarlo del coma; los labios, bien coloreados en un tono teja, bastante parecido a la sangre que había derramado en el asfalto del distrito financiero. No tenía ni un solo arañazo; ni siquiera llevaba collarín.
               Quería matarla. Me dieron ganas de pisarle la cabeza en cuanto ella dio un paso hacia Alec. Le había jodido la vida, lo había encamado durante más de un mes, le habían quitado un trozo de pulmón por su culpa, había recibido trasfusiones de sangre de tantas personas distintas que no podríamos meterlas en el puto coche con el que ella le había arrebatado el futuro a mi chico. Le había hecho reencontrarse con su padre, encadenar tantas crisis de ansiedad que ya había perdido la cuenta, y le había empujado a una depresión que lo estaba matando por dentro.
               Alec no había estado peor en su vida. Había tocado fondo.
               Y aquí venía esta hija de puta a… sabe Dios qué.
               -Eres Alec, ¿verdad? Yo soy Belinda-dijo, acercándose a él y extendiendo el brazo para entregarle las flores.
               -Nos importa una mierda-espeté, interponiéndome entre ambos y arrancándole el ramo de flores de las manos-. ¿Qué cojones quieres? ¿Y qué pensabas hacer con esto?
               -Sabrae-advirtió Alec, fulminándome con la mirada.
               -¿Querías ser tú la primera que dejara un ramo de flores en su tumba? Pues llegas tarde, payasa. Igual deberías haberte esforzado un poco más; ya ves que no has terminado el trabajo, aunque sí que has conseguido joderle la vida a mi novio.
               -Sabrae, te estás pasando.
               -¿Cómo que…?-empecé, pero entonces, la chica se echó a llorar. Se llevó las manos a la cara para ocultar su rostro, seguramente porque no era tan buena actriz como le gustaría, y necesitaría un tiempo antes de que su llanto pareciera mínimamente sincero-. Oh, venga ya, por favor-escupí, fulminándola con la mirada mientras sus uñas dividían su pelo en mechones de distinto grosor, pero no longitud. Joder, la tía derrochaba salud y bienestar. ¿Y yo tenía que sentirme mal por ella?
                -Os pido perdón. Os pido perdón a ambos. Lamento muchísimo todo el dolor que os haya podido…
               -De poco nos sirve que lo lamentes-espeté yo, y a punto estaba de meterme con sus lágrimas de cocodrilo cuando Alec me cortó de raíz.
               -¡Sabrae!-me recriminó-. ¡Ya está bien! Nadie te ha dado vela en este entierro.
               -¡¿Disculpa?! ¡Vale que la peor parte te la has llevado tú, eso sin ninguna duda, pero, ¿tengo que recordarte cómo lo pasé yo? ¿Qué hice mientras estabas en coma? ¿Cómo sobrellevé cada segundo que pasé esperando a que te sacaran del quirófano? ¿Lo doloroso que ha sido saber que podía perderte en cualquier momento, y que no tendríamos más recuerdos juntos que los que ya habíamos formado?
               -Os pido disculpas por todo. De verdad. No sabéis cuánto me arrepiento de haber… ojalá hubiera podido venir antes-continuó la tipa, como si aquello tuviera que ir sí o sí sobre ella, sobre ella y nadie más.
               -No pasa nada-la consoló Alec. Lo miré con la boca abierta, y me costó mucho esfuerzo y fuerza de voluntad no arrearle con las flores.
               -¡A-LU-CI-NO! ¿LA ESTÁS CONSOLANDO EN SERIO?
               -No tienes nada por qué disculparte-continuó él, haciéndome caso omiso.
               -¡¡¡ESTÁS ENCAMADO!!!-bramé-. ¡¡ESTUVISTE EN COMA!! ¡¡TE EXTIRPARON UN TROZO DE…!!
               -¡¡¡SABRAE!!!-bramó Alec, más fuerte de lo que le había escuchado chillar en toda su vida, con la excepción de la pelea que tuvimos a principios de año. No obstante, él sí que recordaba haber gritado más fuerte: cuando se encontró a aquel tío tratando de abusar de mí en Nochevieja-. ¡¡TE LO JURO POR DIOS!! ¡¡O TE RELAJAS Y TE CONTROLAS, O TE PIRAS!!
               Me pensé muy mucho el tirar las puñeteras flores al suelo, ponerme a saltar sobre ellas, y luego coger mi abrigo y mi mochila y largarme del hospital hasta el día siguiente, dándole a Alec una lección que no olvidaría. Luego, algo en mi cabeza me dijo que no podía enfadarme con él por algo que escapaba a su control. No podía enfadarme con él por las mismas razones por las que me había enamorado de él.
               Él era bueno. Abnegado. Generoso. Compasivo. Quizá aquella chica hubiera tardado un mes, demasiado tiempo para mi gusto, en presentarse y tratar de suplicar por su perdón, pero Alec ya la había perdonado cuando estaba en la ambulancia, camino del hospital.
               De modo que, muy enfurruñada, pues seguía pareciéndome aberrante que Alec tolerara tan bien la presencia de la chica que nos había destrozado la vida a ambos, me senté en la silla de las visitas. Ni de coña se la iba a dejar despejada, por si acaso había venido a terminar el trabajo.
               Con la espalda recta y los hombros cuadrados, me dediqué a fulminar a la tía esa con la mirada. Puede que Alec no me dejara abrir la boca, pero no podía controlar mis miradas. Estaba decidida a hacer que los basiliscos fueran serpientes juguetonas y cariñosas a mi lado.
               Alec extendió las manos para coger el ramo, y hundió la nariz en las flores. Incluso cerró los ojos para inhalar su aroma, y yo no pude evitar recordar aquella vez en que le había enseñado un vídeo en el que una novia le preguntaba a su novio cuál era el equivalente a las flores para los chicos, y el novio respondía que le gustaban las flores, lo que arrancaba un gemido por parte de la chica que grababa el vídeo. Yo había mirado a Alec, que había asentido con la cabeza y había soltado:
               -Las flores son muy cuquis.
               … todo eso con su metro ochenta y siete de estatura, noventa kilos de peso, veintidós centímetros de polla y una carrera envidiable como boxeador adolescente.
               La manera en que se la chupé a continuación no fue nada cuqui, eso desde luego.
               -Las flores son preciosas. Gracias… Belinda, ¿verdad?-Alec le dedicó su mejor sonrisa de Fuckboy®, pero rebajada tres cuartos para que la chica no le entregara inmediatamente su cuerpo y sus bragas, sino sólo para tranquilizarla. Belinda se quedó sin aliento un segundo, las cejas en una montaña que delataba el verdadero color de su melena, como si no se pudiera ver en sus raíces-. Es todo un detalle por tu parte.
               -Yo no sabía qué… bueno, pensé que, quizá, lo mejor sería disculparse con bombones, pero luego pensé que quizá fueras diabético, o no pudieras comértelos hasta dentro de un tiempo, o…
               -También podría tenerle alergia a las flores-constaté yo, y Alec me lanzó una mirada envenenada que… bueno, vale, me amedrentó un poco. Porque medía metro ochenta y siete, pesaba noventa kilos, tenía veintidós centímetros de polla y una carrera envidiable como boxeador adolescente.
               Pero sobre todo, sobre todo, tenía el monopolio absoluto de mis orgasmos. No me convenía tocarle demasiado los huevos.
               -Sí, supongo que sí…-admitió Belinda, a quien me alegró comprobar que estaba haciendo sudar de nervios. Contuve a duras penas una sonrisita de suficiencia, mientras internamente levantaba una copa a la Perra Más Mala Del Universo.
               -Bueno, pero no ha pasado nada, ¿no? Me encantan las flores y, para que conste, tampoco soy diabético. Gracias a Dios, porque, si lo fuera, no podría comerme los bombonazos que me como-Alec me miró de reojo y, sí, el muy capullo me dedicó una sonrisa de Fuckboy® al doscientos porciento.
               Ahora que me costó contener una sonrisita, pero ésta ya no era de suficiencia. Alcé una ceja en su dirección, proyectándole una pregunta que supe que escucharía en su mente.
               ¿Estás intentando comerme la oreja?
               Alec se relamió los labios y miró a Belinda.
               Si tú vives mejor pensando que es tu oreja lo que me interesa… decía esa mirada. Me costó no echarme a reír.
               -Muchísimas gracias por las flores, Bel-ronroneó Alec, la única persona sobre la faz de la Tierra que podría tratar de colegueo a una chica que casi lo mata-. Le vendrán bien a mi habitación. Saab, nena, ¿puedes buscar un jarrón en el que ponerlas? No quiero que se mustien-me las tendió de nuevo y me miró con las cejas alzadas, como diciendo “pórtate bien”-. Es todo un detalle por tu parte.
               -Es lo menos que podía hacer después de lo que… ya sabes… de lo que pasó. Lo lamento mucho, de veras.
               -No tienes por qué disculparte-Alec agitó la mano en el aire y negó con la cabeza. Me lo quedé mirando.
               -¿Cómo que no?
               -Bueno, vale, de hecho, sí-hizo una mueca, señalándome con la mano vuelta hacia el cielo-. Le debes una disculpa a Sabrae. La estás privando de un sexo increíble. No es por chulearme, nena, pero follo tan bien que literalmente conseguí que se enamorara de mí. Antes no me soportaba, pero después de subirse a mi polla, se le reconfiguró el cerebro y ahora no puede vivir sin mí. Y el caso es que el asfalto de esta ciudad está muy duro, así que me está costando un poco recuperarme del golpe que nos dimos-típico de Alec, sólo él podría convertir un atropello en un evento culpa de ambas partes-, con lo que llevo un tiempo para el arrastre y no puedo atender a mi señora como se merece. Además, por si no lo sabías, a Sabrae la reconcome el sentimiento de culpabilidad, porque le pedí que fuéramos novios oficiales en diciembre, y ella no quiso. Has tenido que llegar tú, y pasarme por encima con tu coche, para que esta soberana pero bellísima mula de la que estoy profundamente enamorado admita que no puede vivir sin mí y que ser mi novia es lo mejor que le ha pasado en la vida.
               Belinda me miró, estupefacta.
               -He tenido cólicos más agradables que tú-le escupí a Alec.
               -Discúlpala. Está amargada. Las mujeres necesitáis rabo de vez en cuando-se excusó él, poniendo las manos juntas e inclinándose hacia delante, como un monje budista a punto de iniciar la oración.
               -En cuanto le den el alta, te aviso para que termines lo que empezaste hace un mes-le dije a la chica, que soltó una tímida risita-. No te rías. Voy en serio. Antes me compensaba aguantarlo, porque puede que sea un chulo, pero lo del sexo es verdad.
               -Literalmente-Alec chasqueó los dedos-. Supongo que mi varita es más mágica que la de Harry Potter, ¿no se supone que no hay ningún hechizo que pueda hacer que una persona se enamore de otra? Imagínate lo bien que lo hago, nena, cuando antes Sabrae no soportaba estar en la misma habitación que yo sin insultarme.
               -Todavía te insulto, sólo que como me siento en tu cara y dejo que tus huevos me lleguen hasta la garganta, crees que lo hago con cariño-me crucé de brazos.
               -No puede vivir sin mí-ronroneó Alec, inclinándose hacia un lado y lanzando un suspiro trágico que me recordó a la escena de Hércules en la que las musas le dicen a Meg que ya no las engaña, y que se nota que está coladita hasta los huesos por el héroe de la historia.
               -Me hago una idea-rió Belinda, y yo terminé de atusar las flores para que estuvieran en su mejor postura.
               -Supongo que por eso entenderás por qué no soporto que estés a menos de un kilómetro de distancia del chico al que quiero, ¿verdad?-ataqué de nuevo, regresando a mi sitio. Alec puso los ojos en blanco.
               -De nuevo, discúlpala, Belinda.
               -No, si tiene razón.
               -Siéntate, mujer, no te quedes ahí plantada. Hay sitio de sobra en esta habitación. Mira, Saab está un poco agobiada, pero lo cierto es que no estoy tan mal. Me he tomado unas pequeñas vacaciones del trabajo, mis amigos me hacen más caso que nunca, y ni siquiera tengo que moverme para ir a comer. Me lo traen a la cama. Me descojono de los Reyes en Buckingham Palace. Hay poca gente en este país que viva mejor que yo.
               -¿Los gigolós?-sugerí yo, mirándolo desde abajo. Alec puso los ojos en blanco.
               -Esto… siento muchísimo todo lo que ha pasado. Y que estés así-continuó Belinda, la que evidentemente estábamos incomodando con ese tira y afloja que yo ni siquiera quería mantener. Pero es que era superior a mis fuerzas. Era incapaz de resistirme a entrarle al trapo, a pesar de que sabía que me iba a torear sin remedio-. Ojalá pudiera hacer algo para aligerarte un poco las molestias, pero el caso es que mi situación tampoco me lo permite…
               -¿A qué te refieres? Espera, ¿no habrás venido a intentar convencerle de que no te demande, o algo así?-protesté-. Porque, a ver, no es por nada, pero al margen de que Alec es bueno y no se aprovecharía de esta situación (todo lo contrario), lo cierto es que tiene derecho a algún tipo de compensación. No sabemos todavía si va a tener secue…
               -Estate tranquila en eso, que no me interesa complicarte la vida más de lo que lo he hecho ya, guapa.
               -¿Cómo dices?
               -Es la verdad. Agradezco que te ofrezcas a ayudarme, pero, de verdad, está todo bien. No me debes nada.
               -Quizá una explicación-sugerí yo, pero Alec se encogió de hombros de nuevo. Ug.
               -Una explicación no va a devolverme este mes que he estado en cama, ni dinero tampoco. Además, tampoco ha estado tan mal. Tú me has dicho que sí gracias al accidente.
               -Iba a decirte que sí de todas formas. Y por supuesto que ha estado mal. Que te dé igual escaparte del hospital para celebrar mi cumpleaños no quiere decir que no te haya afectado.
               -Vale, creo que se nota que éste es un asunto que mi señora y yo tenemos que discutir un poco más a fondo-Alec entrelazó los dedos de la mano que me había pasado por los hombros con los míos transmitiéndome calma mientras miraba a Belinda-, pero puedes estar tranquila. No voy a hacerte nada.
               -No quiero que pienses que te lo pido por las buenas. Soy muy consciente de lo que te he hecho, y haré todo lo posible para resarcirte, es sólo que… ahora mismo no puedo enfrentarme al pago de una indemnización.
               -Estoy flipando-espeté. Alec me mandó callar en urdu. Le respondí que se fuera a tomar por culo en el mismo idioma, y a juzgar por cómo sonrió sin tan siquiera mirarme, creo que me entendió.
               -No tienes por qué preocuparte por eso, Belinda, te lo digo en serio. No me interesa la pasta.
               -Antes que nada, dejad que os explique mi situación, ¿de acuerdo? Detestaría que pensarais que estoy tratando de daros pena o de aprovecharme de vosotros. Llevaba con la intención de venir a verte desde que me dieron el alta, pero no sé por qué, no me armé de valor hasta ahora. Supongo que estaba tratando de averiguar qué le dices a una persona a la que casi matas, y no ha sido hasta ahora que me he dado cuenta de que no hay nada que puedas decir o hacer en estas situaciones, salvo pedir las más sinceras disculpas.
               -Las cuales acepto-asintió Alec, yo bufé, y él me dio un apretón de advertencia en la mano, inclinando hacia un lado la cabeza de manera tan sutil que estaba segura de que Belinda no había podido verlo.
               -Os debo una explicación. No sólo a ti, sino también a tu novia, por todo lo que le he hecho pasar. Creo que es lo menos que puedo hacer. Veréis, como os he dicho, no quiero, ni mucho menos, justificar lo que sucedió. Estoy dispuesta a asumir hasta las últimas consecuencias, sólo… necesito tiempo-se paseó por la habitación de un modo que me puso nerviosa. No se parecía al modo en que me paseaba yo, ni al modo en que lo había hecho Annie cuando Alec nos reveló que sus planes de voluntariado seguían adelante. Este paseo era más vacilante, más búsqueda de valor que de tranquilidad, más selección de ideas que descarte de las más dolorosas, las primeras que acudían a tu mente en una situación como la que nos estaba tocando vivir.
               Belinda se golpeó la palma de la mano con un puño cerrado de manera que sus uñas no se entrelazaran ni se molestaran entre sí. Después de un instante reflexionando, en el que tomó aire y lo expulsó tantas veces que me dieron ganas de pegarle con uno de los goteros de Alec, se atrevió a mirarnos.
               -En septiembre del año pasado, mi padre falleció en un accidente de trabajo. Era obrero en la construcción de uno de los nuevos rascacielos del distrito financiero, así que la empresa para la que trabajaba debería contar con las mejores medidas de seguridad, pero… bueno, supongo que los accidentes simplemente suceden, y no hay nada que podamos hacer para remediarlo. La muerte de mi padre me dejó a cargo de mi hermano, con el que llevo ejerciendo el papel de madre desde que ésta nos abandonó cuando él tenía sólo cuatro años. Apenas la recuerda, pero supongo que es capaz de rememorar lo suficiente para sentir el rencor que necesita para cuestionar mi autoridad. Mi hermano tiene quince años, así que está en esa época difícil en la que los chicos no atienden a razones y no escuchan más que a sus amigos, los cuales son tan bravucones como ellos.
               »Le costaba bastante estudiar antes de lo de mi padre, pero desde que nos quedamos huérfanos, su comportamiento ha ido de mal en peor. Apenas ha aprobado nada este último trimestre, no tiene ningún tipo de expectativa con respecto al futuro, y… se mete en muchas peleas. Cada vez más. Y a mí apenas me hace caso. A duras penas consigo que se quede a dormir en casa y no trasnoche entre semana para ir al instituto, aunque llegados a este punto, sospecho que se ha saltado tantas clases que ya ni siquiera estará matriculado en ningún curso. Yo intento hacerlo lo mejor que puedo, pero no puedo estar a todo. Entre el trabajo, que casi pierdo a raíz del accidente, y cuidar la casa y adecentarla lo mejor que puedo para cuando vienen los servicios sociales a comprobar si todo está en orden, no soy capaz de controlar a mi hermano.
               »Él es un buen chico, os lo prometo. Es sólo que está pasado por una época difícil. Ha perdido a su padre justo en la época en que los niños más los necesitan, y yo sé que con una hermana mayor no es suficiente. El problema son sus compañías. Se ha juntado con gente pésima que le está llevando por el mal camino, así que estoy en vela la mayoría de las noches, pensando cómo puedo arreglar la situación. Le han expulsado varias veces del instituto en lo que llevamos de curso; este trimestre, ya eran dos en abril, cuando tuvimos el accidente.
               »Sé que la situación no es excusa y que debería tener más cuidado al conducir, pero… el caso es que me encuentro un poco entre la espada y la pared. O me encontraba. El día que tuvimos el accidente, mi hermano estaba en el instituto. De hecho, si me salté el semáforo que te habría salvado la vida, fue porque acababa de recibir un mensaje suyo; lo sé por el tono de mensaje característico que le tengo asignado. Con todo el estrés de lo que está pasando, yo… estoy sobre alerta constantemente.
               Me revolví en el asiento, dividida entre las ganas de saltarle encima por haber reconocido que el accidente era culpa suya, y no del azar, y las ganas de abrazarla por lo que le estaba pasando. Después, me entraron ganas de abofetearme por caer en su trampa. Aquello era exactamente lo que quería aquella tía. Si tan mal le iba, ¿cómo es que había conseguido presentarse en la habitación de Alec tan arreglada? Lo único que parecía barato de ella eran las flores, y hasta eso tenía una explicación: si no era para ella, ¿por qué molestarse en conseguir algo de calidad?
               -De modo que me incliné para ver qué decía el mensaje, y… no vi que los demás coches estaban acelerando antes de pasar en rojo, o que yo estaba a demasiada distancia de ellos como para que me saliera bien, o… que giré ligeramente el volante hacia un lado mientras leía el mensaje. Así que no te vi aparecer, y por eso, estoy profundamente arrepentida-se le volvieron a anegar los ojos de lágrimas y tragó saliva, llevándose un dedo a la nariz para tapársela como lo hacían en los realities baratos, en los que las protagonistas tenían un maquillaje waterproof del que no se fiaban lo más mínimo.
               »Jamás podré encontrar las palabras para disculparme contigo por lo que te he hecho…-continuó.
               -No pasa nada-la tranquilizó Alec, y a mí me dieron ganas de arrancarle la cabeza. ¿Cómo que no pasaba nada? ¡Si apenas podía girarse en la cama cuando dormía sin gemir de dolor, por el amor de Dios!
               -… Lo que sí os prometo es que no voy a volver a coger el móvil mientras conduzco nunca más. Nunca más. Desde que tuvimos el accidente, lo llevo siempre en el bolso, y no lo miro nunca. Ni siquiera cuando voy en el transporte público-añadió, y Alec sonrió, y a mí me dieron ganas de pegarle. Deja de hacer como si esto no fuera contigo-. La verdad, no sé si algún día me armaré de valor para, siquiera, responder una llamada mientras estoy al volante.
               -No sé si sería lo más sensato-repliqué yo en tono glacial-. Después de todo, si tienes que sacar el móvil del bolso y toda la historia, sería incluso más problemático que ponerte a mandar mensajitos mientras conduces.
               La chica tragó saliva, con las manos unidas frente a su regazo, y asintió con la cabeza. Se estaba dando cuenta de que a mí no iba a ser tan fácil ganarme, especialmente porque yo no era sensible a sus encantos de mujer. Ni siquiera Alec estaba fantaseando con cómo se sentirían sus uñas en la espalda mientras la penetraba, o cómo gemiría de placer cuando se enrollara su pelo en la muñeca y dirigiera su cuerpo como quien dirige a una montura.
               Pero yo sabía que ese look pretendía justo eso: distraer al chico al que había atropellado del verdadero mensaje que quería transmitir. “Yo no he hecho nada, soy tan víctima como tú”.
               Sí, bueno, pues era un poco difícil tragarse eso cuando se te ponían delante y te confesaban que te habían pasado por encima con el coche porque estaban escribiéndose mensajitos. Quién sabía si lo del hermano era verdad. Si era así, ¿dónde estaba él? Era de tarde. Si tan mal iban de pasta y tan preocupada estaba la chavala por la situación, ¿cómo es que él no había venido a ayudarla? Por muy gamberro que fuera, tendría que ser sensible a los problemas que también le afectaban a él, como una supuesta indemnización a la que quisieran enfrentarse.
               En ese momento, lo comprendí. Incluso si no tuviera seguro para ella, el seguro del coche correría con todos los gastos que Alec le reclamara, excepto en dos excepciones.
               La primera, que condujera escribiendo por el móvil, como efectivamente decía.
               Y la segunda, que lo hiciera bajo los efectos del alcohol.
               Si iba borracha, sus problemas serían suyos, y no de la aseguradora. Por eso era importante venir a apelar al sentido de la humanidad de Alec. Sólo si él no le reclamaba nada, ella no tendría nada que pagar. Y la mejor forma de hacer que no le reclamara nada sería metiéndoselo en el bolsillo.
               -Haré lo que sea para tratar de compensaros siquiera el uno por ciento del daño que os he infligido. De veras. Me pongo a vuestra entera disposición para…
               -A nuestra entera disposición, no. Nos has pedido que no te pidamos dinero, que es lo que procede en estos casos-espeté. La chica abrió los ojos.
               -Oh, no, yo no estoy diciendo que no esté dispuesta a compensaros económicamente, por supuesto que lo haré. Es sólo que ahora mismo no podría enfrentarme a… un gran desembolso. No tengo muchos ahorros, y… no sé si podría hacer frente en un solo pago a lo que os corresponde.
               -¿Me estás diciendo que aceptarías todo lo que te pidiéramos? ¿O que no tienes pasta para pagarte un abogado e ir a los tribunales?
               -Las dos cosas-admitió ella, y yo torcí el gesto. Alec me apretó el brazo.
               -No te preocupes por eso, Belinda. Todo está bien, en serio. No me debes nada.
               -¿Es que estás mal de la cabeza? ¿Tengo que pedir que te hagan otro escáner para ver qué área del cerebro se te ha muerto repentinamente?-ladré, volviéndome hacia Alec como un felino que descubre a un nuevo contrincante a su espalda. Alec continuó hablando como si yo no hubiera abierto la boca.
               -Te diré lo que haremos, guapa: me vas a dar un tiempo para pensar en una forma en la que puedas pedirme disculpas que nos venga bien a ambos, y después, cuando se me ocurra algo, te llamaré. Seguramente tarde, porque a pesar de que tengo mucho tiempo libre por el ingreso, lo cierto es que ando ocupado últimamente. Así que voy a necesitar tu número para poder contactarte.
               -¿Mi número?
               -Sí, de ese móvil que dices que nunca vas a sacar del bolso. Creo que lo mejor será que me pongas un tono de llamada personalizado, para que cuando se me ocurra algo pueda localizarte.
               -¿En qué dirección van a ir las nudes, Alec? ¿Se las vas a pedir a ella o se las vas a mandar tú?-acusé, cruzándome de brazos.
               -Cierra la boca, Sabrae.
               -No me da la gana cerrarla, ¿te das cuenta de la putísima subnormalada que estás a punto de hacer? ¿Te das cuenta de que estás dejando que te la cuelen sin tan siquiera sospechar de que todo esto es un poco raro?
               -¿Seguro que no queréis hablarlo antes que nada? Yo… puedo hacer tiempo por aquí-sugirió Belinda, señalando la puerta. Ah, ni hablar. No iba a dejar que se fuera de la habitación sin sonsacarle más datos con los que localizarla.
               -No tenemos nada que hablar-sentenció Alec-. Si a ti te parece bien, podemos quedar así.
               -¡Por supuesto que le parece bien!-bramé-. ¡Conociéndote, le pedirás una bolsa de regalices de una libra y darás el tema por finiquitado!
               -¡Eso es problema mío, Sabrae, no tuyo!-ladró Alec-. ¡Y si no te gusta, ya sabes dónde está la puerta!
               Para absoluta estupefacción de los tres, cuando me quise dar cuenta, estaba en el ascensor, esperando a que se cerraran las puertas y me llevara hasta la planta baja. No sabía adónde pensaba ir a partir de ahí; lo que sí sabía era que necesitaba alejarme de la habitación de Alec y pensar.
               Pensar y echarme a llorar si lo necesitaba. No podía más. Estaba al borde del precipicio, psicológica y físicamente hablando. Llevaba esforzándome por sacar a Alec del pozo desde que había tenido el accidente, buscando una explicación a algo que no parecía obedecer a ninguna razón en particular, y justo ahora que todo comenzaba a encajar después de mucho esfuerzo y mucho romperse la cabeza, el problema se materializaba en forma de una chica que ni siquiera se molestaba en simular estar hundida.
               Cómo me reventaba que Alec, justo Alec, que podía memorizar a una chica nueva en menos de medio minuto, no se hubiera fijado en detalles que a mí me parecían tremendamente reveladores: el pelo cuidadísimo, las uñas perfectas, el maquillaje impecable. Si estuviera tan mal como decía, no se habría presentado de esa guisa. No habría tenido tiempo… yo me habría postrado de rodillas mostrando mi más cruda realidad si estuviera en la posición de la jodida Belinda de los huevos.
               Y Alec… a Alec no sólo parecía escapársele, sino que incluso le daba igual. Le daba igual todo el esfuerzo que había hecho por él, le daba igual todo el sufrimiento que habíamos pasado todos. ¡Joder! ¡Ojalá empezara a preocuparse un poco más por sí mismo y un poco menos por los demás! ¡Necesitaba el dinero! ¡Si había tenido este puto accidente era, precisamente, porque necesitaba el dinero! ¡¿Y ahora que se lo ofrecían, lo rechazaba?!
               No podía creerme que fuera tan estúpido. Que, de tan bueno que era, resultara tan tonto.
               Vagabundeé por el hospital, lamentándome de nuestra suerte y de esa tendencia heroica de Alec rayana en la suicida. Abrazándome a mí misma y con lágrimas corriéndome por las mejillas, no sé cómo, aparecí en la puerta de los jardines del hospital.
               Por lo menos estaba en un sitio en el que la gente acostumbraba a derramar lágrimas, y los profesionales que lo habitaban habían desarrollado un sexto sentido para saber cuándo alguien necesitaba que lo consolaran y cuándo tenían que dejar que se desgañitaran a gusto. De momento, yo estaba en el primer grupo.
               Con el crujido de la gravilla bajo mis pies, avancé hasta uno de los bancos de piedra sin respaldo que rodeaban la pequeña plazoleta frente a la fuerte de carpas koi del hospital, y me senté.
               Y lloré, y lloré, y lloré, hasta que mi tristeza se convirtió en rabia, y la rabia se convirtió en fuego, y el fuego comenzó a expandirse por mi interior. Sabía que no podía subir y cantarle a Alec las cuarenta; estaba mal. Lo bastante mal como para provocarle otra crisis de ansiedad si trataba de convencerle para que se cambiara a mi bando; y yo, demasiado nerviosa como para intentar hacerlo con tranquilidad.
               Necesitaba relajarme, y a falta de la primera y las segundas personas a las que podía recurrir en estos casos (Momo estaba en natación, y Scott demasiado ocupado preparando dos millones de actuaciones como para preocuparse de mis problemas de cría), llamé a la tercera.
               Shasha dejó pasar cinco pitidos antes de dignarse a responder al teléfono, pero eso, lejos de hundirme, me devolvió un pedacito de realidad. El primero de todos.
               -Estaba tentada de dejar al contestador.
               -¿Qué haces?-pregunté.
               -Veo un dorama. ¿Estás bien? Suenas rara. ¿Pasa algo, Saab?-escuché cómo presionaba la tecla de espacio de su ordenador, y el ruido de fondo que había en la llamada desapareció.
               -He discutido con Alec-confesé, limpiándome las lágrimas con la palma de la mano rápidamente y sorbiendo por la nariz. Shasha tomó aire.
               -Joder, lo siento. ¿Por qué?-normalmente, bromearía sobre lo genial e increíble que era mi novio y lo plasta e insoportable que era yo, cómo estaba más que dispuesta a intercambiarnos, y que Alec se quedara a vivir en mi habitación y yo me fuera a su casa, pero sabía que no estaba de humor.
               -Ha venido la chica que le atropelló.
               -Hostia, ¿es en serio?
               -Sí. Si la vieras… se ha presentado aquí, toda emperifollada, con unas uñas como las de las famosas, y un ramo de flores cutre, y ha empezado a comerle la cabeza a Alec diciendo que no puede permitirse pagar la indemnización que le corresponde, que está en una mala situación económica, y que hará lo que sea para compensarle por lo que le ha pasado.
               -Menuda perra. Si rompes, pagas, es lo que hay-protestó mi hermana al otro lado de la línea-. Hay que ser sinvergüenza. ¡Será cerda!
               -Sí. Y  el caso es que va, el muy imbécil, y se lo traga. Se lo ha comido con patatas, Shash. Literalmente le ha pedido su número delante de mí, y le ha dicho que le dé un tiempo para pensar en cómo puede compensárselo.
               -Ew. ¿Crees que la medicación le está afectando? Es decir… ¿cuáles son las posibilidades de que termine diciéndole “oye, muñeca”-Shasha puso la voz más grave, y me la pude imaginar haciendo una mueca mientras hablaba-. “Lo he estado pensando, y lo único que se me ocurre es que follemos guarro. ¿Has oído alguna vez hablar del candelabro italiano?” Todo esto con su voz de sinvergüenza y esa sonrisa que a ti te pone cerda. Y fumándose un cigarro. Que conste que estaba gesticulando como si tuviera un cigarro en la mano.
               -No, no veo a Alec pidiéndole eso. Además, ¿quién coño te ha hablado a ti del candelabro italiano?
               -Adivina-rió ella, y yo chillé.
               -¡Lo voy a matar! ¡No me lo puedo creer! ¡LO VOY A MATAR!
               -¿Por? Sólo quiere que esté informada.
               -¡Tienes doce años!
               -¡Los mismos que tú cuando empezaste a jugar al rasca y gana con tu vagina, so cochina! ¡Y dos menos que tú cuando empezaste a dejar que Alec te la clavara como si fueras un pincho moruno!
               -Eres insufrible. No me extraña que Alec y tú seáis tan amiguitos: sois igual de imbéciles e inaguantables.
               -¿Por qué crees que ha hecho eso?
               -¿El qué?
               -Lo de decirle a la pava que no se preocupe. ¿Por qué crees que es?
               -¿Por qué va a ser, Shash? Porque es tonto perdido. De bueno que es, es tontísimo. Tiene esta jodida tendencia a tirar del carro sin importar lo que pese, la pendiente por la que tenga que subirlo y sus propias fuerzas que… mierda-gruñí, suspirando-. No puedo con él, de verdad que no. Es que ¡no entiendo cómo no se da cuenta de que están tratando de engañarlo! Ve un animalito desvalido y ya decide que tiene que salvarlo, aunque ese animalito sea un puto tiburón.
               -Bueno, los tiburones son animales bastante pacíficos, en realidad. ¿Sabías que les tienen miedo a los delfines?
               -Shasha…
               -Lo siento. ¡Lo siento! Es sólo que… estoy intentando procesarlo. No le veo sentido. ¿Y dices que le ha prometido no hacer nada?
                -Le ha dicho que se lo pensará, pero yo le conozco. Le pedirá cualquier estupidez y seguirá adelante, como si no necesitara el dinero. Que estuvo haciendo horas extra como loco para poder irnos a Barcelona, Shasha, por el amor de Dios. Tuvo un agobio encima increíble, ¿y ahora resulta que le da igual el dinero?
               -Ya, no tiene mucho sentido. Oye, se me ocurre algo. Las dos conocemos a una persona capaz de convencer de lo que quiera a quien quiera. ¿Qué te parece si te la mando?
               Me quedé quieta un instante. Mamá. Mamá podía resolver esta movida. Efectivamente, era capaz de convencer a cualquiera de cualquier cosa. Era una abogada genial. Y, además, era la suegra de Alec. Era la única persona que podía jugar la baza que a él más le importaba sin forzar la maquinaria.
               -¿Tú crees que es buena idea?
               -No sería la primera vez que una madre lo arrincona desde que está ingresado, ¿verdad?
               Me lo pensé un instante. Y luego, suspiré. Seguro que se cabrearía muchísimo por esto, pero no más que yo por lo terco e inconsciente que estaba siendo, eso lo tenía claro.
               Pero yo no podía esconderme tras las faldas de mi madre siempre. Mamá me había enseñado a ser independiente, por mucho que quisiera que le confiara los secretos de mi relación, sólo para comprobar que las cosas iban bien con Alec y no se salían de madre.
               -Bueno, Shash…-comencé-, creo que sería mejor que…
               Pero ya había colgado. Supongo que tampoco me podía esperar un comportamiento distinto de Shasha, ¿no? Era más pequeña que yo, pero igual de protectora conmigo, así que había momentos en que le costaba dilucidar los límites. Me dije que no pasaba nada. Que, como ella había dicho, no sería la primera vez que Alec tuviera que enfrentarse a una madre durante su estancia en el hospital.
               Me quedé mirando mi reflejo en la pantalla del móvil, intentando decidir si debía llamar a Shash o dejar que la naturaleza siguiera su curso. A cada segundo que pasaba, sabía que había menos oportunidades de que mi madre finalmente no viniera, así que el tiempo jugaba en mi contra.
               Cuando el reloj cambió al minuto siguiente, supe que se había agotado la cuenta atrás y que ya no había manera de dar marcha atrás. Apagué la pantalla y me lo metí en el bolsillo de la sudadera.
               Estaba preparada para pasarme la siguiente media hora pensando en cómo iba a anunciarle a Alec que había pedido refuerzos para hacerle cambiar de opinión, cuando algo me tocó la espalda y se me posó sobre los hombros de forma totalmente inesperada.
               Di un brinco y me giré, rápida como una felina, sólo para encontrármelo allí, al otro lado del banco, con una manta estirada frente a él.
               -Te he bajado una manta-explicó, y yo me limpié las lágrimas a todo correr.
               -No hacía falta-respondí, quedándome allí de pie, incómoda en mi propio cuerpo.
               -Corre brisilla.
               Agitó la manta frente a mí, y finalmente accedí a recogerla.
               -¿Cómo sabías que estaba aquí?
               -Te vi por la ventana. Estabas encogida, así que… supuse que tenías frío. O que estabas llorando. Supongo que me resultaba más fácil creer lo primero.
               -Sí que hace frío-le consolé, sintiéndome una caradura por la manera en que me había marchado de su lado cuando más me necesitaba. Para él tampoco debía haber sido fácil ver a la chica que le había destrozado la vida, por mucho que intentara poner una buena cara-. Tu habitación es muy calentita.
               -Mm-mmm-asintió él, pasándose una mano por el pelo, enseñándome las cicatrices del brazo sin pretenderlo. Me enfadé de nuevo.
               Nos quedamos así un rato, mirándonos en silencio, incómodos en la distancia y también en nuestra propia piel.
               -Bueno… voy a subir. No quiero coger un resfriado.
               -Vale. Sí. Será mejor que… te abrigues-me arrebujé en la manta y me mordí el labio.
               -¿Vas a subir? No tiene por qué ser para quedarte un rato. Simplemente a despedirte-al ver que yo no decía nada, añadió, tímido y vulnerable a más no poder-. Me gustaría darte un beso antes de que te vayas.
               -Sí. Claro. Enseguida subo. Y podemos… no sé. Ver una peli, o… hacer algo. No tenemos por qué seguir estudiando.
               -Suena bien-sonrió, pasándose una mano por la parte baja de la espalda. Nos miramos, y dijimos nuestro nombre a la vez-. Tú primero.
               -Yo… he llamado a mi hermana.
               -Ajá.
               -Va a venir mi madre.
               -Lo suponía.
               -Para hablar contigo.
               -Para mi desgracia-alzó una ceja y puso los ojos en blanco, y yo no pude evitar sonreír-. Sabrae… necesito que entiendas que no soy ningún crío. Las cosas que hago, las hago por algo. ¿Lo entiendes?
               -Pero esto es absurdo.
               -Lo es para ti, pero no para mí. Y, si me dejaras explicártelo, estoy seguro de que tú lo verías como yo.
               -Yo no soy tan buena como tú te piensas. Y ni de lejos soy tan buena como lo eres tú.
               -Ya, bueno, sobre eso hay opiniones-respondió, masajeándose la espalda y mirando el banco. Luego, me miró a mí. Y después, de nuevo al banco.
               Antes de que le diera por saltarlo, me acerqué a él y me puse a su lado. Suspiró.
               -Gracias.
               -No hay por qué-contesté, jugueteando con un hilo suelto de los cordones de la capucha de su sudadera-. ¿Estás cabreado conmigo por haber llamado a mi hermana y dejar que venga mi madre?
               -Era de esperar. Si tú no puedes convencerme de algo, supongo que quizá pueda Sher, ¿no?
               -Así es exactamente como pienso.
               Alec me puso una mano en la mejilla, me acarició el mentón con el pulgar, y siguió el contorno de mi mandíbula hasta mis labios. Sus ojos castaños nadaban en los míos, y mi pulso se sincronizó con el suyo, que notaba en mi boca gracias a la yema de su pulgar.
               El lazo que nos unía, un lazo interdimensional y luminoso, se apretó un poco más. A pesar de que ninguno de los dos se movió, nos sentíamos más cerca que nunca, incluso cuando apenas nos estábamos tocando.
               -Tienes esa tendencia tan desesperante a subestimarte…-ronroneó, sonriendo.
               -Mira quién habla. Esto…-me estaba costando respirar, teniéndolo tan cerca-. ¿Qué ibas a decirme antes?
               -Que lamento mucho haberte disgustado. Y que te quiero. Muchísimo. Aunque no lo parezca a veces.
               -Yo también te quiero. Y siempre lo parece.
               Alec sonrió y, tras dedicarme una sonrisa dulce con la que me pidió permiso, uno que él siempre tenía garantizado, me besó. Fue un beso dulce, superficial pero tierno, como el aleteo de una mariposa cerca del rostro, lo bastante lejos como para no sentir el roce de sus alas ni ponerlas en peligro, pero no lo suficiente como para no notar los pequeños huracanes que formaba con su vuelo.
               Me permití respirar su aire en aquel beso, a pesar de que sabía que no me lo merecía por lo que acababa de hacerle. A veces era muy complicado ser del otro por la forma tan épica que teníamos de chocar; no como dos locomotoras, sino como dos galaxias, entrelazándonos entre nosotras hasta formar un nuevo cuerpo en el cielo al que no fuera tan fácil pasar por alto. Por muy hermoso que fuera, no obstante, siempre había peligro de que la colisión entre nosotros acabara con algún pequeño mundo indefenso, como nos acababa de suceder.
               Me dejó sola al poco, después de acariciarme la mejilla tras besarme y recuperar los restos de mi beso de sus labios. Su despedida fue una sonrisa cansada, pero preñada de esperanza.
               No tardé demasiado en subir, y menos aún tardé en acurrucarme a su lado en la cama. Sabía que lo había hecho mal y que no me merecía esas atenciones, al igual que él también sabía que lo había hecho mal y que no se merecía esas atenciones, pero después de todo el tiempo que habíamos perdido fingiendo que no éramos irresistiblemente compatibles, ya nos daba igual lo que cada uno se mereciera o no. Lo cogíamos del árbol y punto, daba igual que esa fruta estuviera prohibida.
               Me hundí un poco más en mi arrepentimiento y mi vergüenza al haberme metido en este lío cuando vi que mi madre no venía sola, claro que tampoco era de esperar que dejara a Annie al margen. Mi suegra entró en la habitación como un torbellino, con el bolso al hombro y una cola de caballo a medio hacer o deshacer, según se mirara.
               Ni siquiera dejó tiempo para los saludos ni introducciones cordiales que le dieran a Alec la oportunidad de exponer su postura: Annie entró a matar directamente, como si no hubiera tiempo que perder. Como si, cada segundo que pasara, las posibilidades de hacer que la chavala pagara por lo que le había hecho a su hijo.
               -¿Qué es eso-bramó Annie, abalanzándose hacia Alec como lo hacían los velocirraptores en los documentales de National Geographic- de que ha venido la tipa que te atropelló a suplicarte que no la demandaras, y le has prometido que no lo harías?
               Alec me miró con gesto de fastidio mientras me retiraba al sillón de las visitas que dejábamos desocupado, entre su cama y las visitas. A ninguno de los dos se nos escapó que, así, era más vulnerable todavía a su madre.
               -Dijiste que venía tu madre, pero no dijiste nada de la mía.
               -A decir verdad-respondí-, técnicamente yo no le dije ni siquiera a mi madre que viniera.
               Alec puso los ojos en blanco y se enfrentó con estoicismo a la retahíla de insultos, reprimendas y blasfemias de Annie, que venía con ganas de más guerra que nunca. Toda la paciencia que había exhibido con esplendor mientras Alec estaba ingresado acababa de desaparecer de un plumazo, aplastada contra la pared con la puerta como catapulta a la que culpar de aquel atentado.
               Mamá se quedó sentada en el sofá sin mediar palabra, las piernas cruzadas y la mirada fija en los Whitelaw mientras madre e hijo intercambiaban puntos de vista, Alec con gesto cansado y Annie a voz en grito. De vez en cuando me miraba a mí con una ceja alzada, como esperando que yo dijera algo para arreglar ese entuerto pero, la verdad, por mucho que no estuviera de acuerdo con el tono que estaba empleando Annie (aunque era el mismo que había empleado yo), sí que estaba de acuerdo con sus palabras, así que me resultaba muy difícil tratar de ponerme en la posición de Alec.
               Quien, por cierto, no tuvo ocasión de exponer sus argumentos hasta que Annie se dio por satisfecha, jadeante y con la piel más enrojecida que su melena, después de más de media hora gritándole a su hijo sin apenas parar para respirar.
               -¿Ya nos hemos calmado, o necesitamos un segundo asalto?-la provocó Alec, juntando las manos frente a él como hacían los empresarios de éxito en las charlas TED. Eso hizo que Annie volviera a gritarle durante otros diez minutos, tras los cuales, completa y absolutamente agotada, se sentó a recuperar el aliento al lado de mamá, al otro lado de la habitación.
               Entonces, Alec empezó a hablar. Lo hizo con tranquilidad, exponiendo su punto de vista con una elocuencia que me hizo preguntarme por qué no se planteaba ser abogado. Quiero decir, a la única persona a la que había visto hablar de esa manera había sido a mi madre en los pocos juicios a los que me había dejado ir, o cuando encabezaba las marchas de las manifestaciones del 8 de marzo. Por mucho que no estuviera de acuerdo con los argumentos que esgrimió, el tono de su voz, que ya de por sí me tenía conquistada, y la manera en que construyó toda una infraestructura de reflexiones que justificaran el por qué no quería llevar a esa chavala a juicio hizo que, al menos, respetara su opinión.
               No la compartía, y estaba decidida a cambiarla, pero al menos era capaz de recorrer el camino que había recorrido él para llegar al punto en que los dos discrepábamos.
               Alec partía de la base de que los accidentes no son culpa de nadie, por mucho que las distracciones jugaran un papel fundamental. Creía que, incluso si no estuviera mirando el móvil, Belinda se habría distraído de alguna manera y él habría terminado donde estaba. Nada era por casualidad.
               -O si no, que nos lo digan a nosotros, Sher-miró directamente a mi madre, que escuchaba con atención, tomando nota mental de todo lo que él decía para darle la vuelta y volverlo en su contra-. Si no hubieras tenido problemas quedándote embarazada de nuevo después de Scott, no habrías ido a buscar a Sabrae, y yo no la tendría aquí ahora, sentada a mi lado.
               Mamá no dijo nada; se limitó a inclinar la cabeza de un modo perspicaz, analizando a Alec desde una nueva perspectiva, y balanceó en el aire el pie de la pierna que tenía cruzada sobre la otra.
               Todo tenía un por qué, e incluso si no aceptábamos su visión del destino, teníamos que aceptar la innegable verdad que se escondía detrás del razonamiento que llevaba perfeccionando semanas, desde que se despertó del coma: su vida anterior se había terminado, para bien o para mal. El accidente había supuesto un antes y un después en su vida, y por mucho que intentara recuperar la normalidad, le llevaría más tiempo del que a todos nos gustaría; tiempo en el que no tendría apenas influencia el dinero.
               No había dinero que pudiera compensar el tiempo que había perdido en el hospital. Las experiencias que nos habíamos perdido juntos, que se había perdido con sus amigos, no tenían precio, así que era absurdo tratar de cuantificarlas y reclamárselas a un ente cuyo rostro ni siquiera conocíamos hasta hacía unas horas.
               Y él creía en la bondad de las personas. Creía de verdad a Belinda, a la que había visto sincera en su lenguaje corporal. Él no estaba de acuerdo conmigo en que no se hubiera molestado en disimular que estaba bien, sino que creía a pies juntillas que se había arreglado precisamente porque su futuro, y el de su hermano, dependían de causarnos una buena impresión.
               Alec sabía lo que era disfrazarse con la esperanza de que te digan que sí a pesar de que tú crees que te dirán que no. Le había pasado así en su entrevista de trabajo para Amazon. La había cagado al principio en un arrebato de sinceridad que le habría costado caro de no haberle entrado por los ojos al entrevistador, que lo catalogó como formal en cuanto él abrió la puerta de su despacho simplemente por presentarse en la entrevista con camisa, al contrario que la mayoría de sus competidores, que iban en chándal.
               -Te habrás asegurado de que el número funciona, al menos-Annie puso los ojos en blanco cuando Alec asintió despacio con la cabeza, como si estuviera esperando su pregunta.
               -Sí. De hecho, fue ella la que quiso llamarme a mi móvil, para que me fuera más fácil guardarlo.
               -Esperemos que no fuera un móvil de esos con la tarjeta de usar y tirar.
               -Mamá-esta vez, quien puso los ojos en blanco fue el hijo, y no la madre. Ella refunfuñó por lo bajo, y entonces, miró a mamá.
               Sólo cuando mi chico también miró a su suegra, ella se decidió a hablar.
               -Todo esto está muy bien, Alec-replicó mamá, descruzando las piernas e incorporándose hasta quedar con las rodillas juntas, las manos sobre los muslos-, pero no explica por qué hay una diferencia tan grande entre lo que comentamos con anterioridad, respecto de la indemnización que podríamos reclamarle a tu seguro, y el de ella. Lo único que ha cambiado ahora es quién tiene que pagarte el dinero con el que tú ya contabas para aprovecharlo con Sabrae y tus amigos, como por otro lado te mereces-Alec me miró y tuvo la decencia de sonrojarse un poco, ya que no me había dicho absolutamente nada de que hubiera estado preparando algún tipo de estrategia con mi madre-. No logro ver cuál es la diferencia tan abismal que hay entre tu aseguradora y la de ella para que hayas cambiado tan radicalmente de opinión.
               -No quiero que ella lo pague.
               -¿Por qué estás tan seguro de que lo pagará ella?
               -Porque la he visto. Sé que esto terminaría en juicio, y no haría falta un tiburón como tú para que admitiera en el juzgado que se distrajo por culpa del móvil. Los dos sabemos que las aseguradoras se lavan las manos en cuanto hay distracciones provocadas por el propio conductor. El accidente es presumiblemente culpa tuya.
               -Es que es culpa suya, Alec-siseó Annie. Alec no le hizo caso. Siguió mirando a mamá, que sonrió.
               -Es muy noble por tu parte que no quieras buscarle problemas, pero imagínate que hubieras muerto. Podríamos ir por lo penal. ¿No crees que ahí tendríamos que exigirle responsabilidad?
               -Pero no he muerto.
               -No, pero podrías. Estuviste clínicamente muerto unos minutos, antes de que te reanimaran en la ambulancia, y luego, de camino al hospital. ¿Qué habría pasado si no te hubieran sacado de la parada?
               -Es absurdo plantearnos eso porque no ha pasado, Sher. No puedes defender un caso de homicidio cuando no hay muerto.
               -Veo que has estado prestándole atención a Taylor Swift últimamente-mamá sonrió, y Alec no pudo evitar sonreír, cansado.
               -Menuda gilipollez. Por Dios bendito, doy gracias cada mañana que me despierto y te encuentro respirando a mi lado de que el accidente no me diera más que lamentar, Alec, pero, ¿no te das cuenta de que tiene que compensarte? ¡Tú mismo has dicho que te ha quitado cosas que no quieres recuperar!-Alec se volvió a mirar a Annie con fastidio, poniendo los ojos en blanco.
               -Mamá, te guste o no, ya soy mayor de edad, así que lo que yo decida en este asunto va a misa.
               -No. No va a misa si son tonterías-atacó, y entonces se enzarzaron en una increíble pelea en la que valía absolutamente todo con tal de ganar.
               Cuando Alec explotó, yo estaba al borde del asiento, instando a Alec a calmarse, a punto de echarme a llorar y suplicarle que no fuera tozudo y diera el brazo a torcer, aunque fuera por mí. Mamá tenía las piernas cruzadas de nuevo, tan acostumbrada a las disputas en su despacho que apenas notaba diferencia entre ésta y aquellas que cobraba por presenciar. Annie gesticulaba como loca, dando palmadas, señalando la puerta, la ventana, llevándose las manos a la cabeza, echándole en cara a su hijo que no fuera capaz de abrir los ojos.
                -¡No quiero tener que cargar también con haberle jodido más la existencia a esta tía cuando sé lo que es estar jodido de pasta, mamá!
               Mamá alzó las cejas, yo me revolví en el asiento, preocupada de que Alec comenzara a estresarse por el dinero otra vez… y Annie se llevó una mano al pecho y no pudo evitar echarse a reír.
               -Alec. No me jodas. No empieces otra vez con…
               -Llevo aguantando que me chilles como una puta loca una hora, pero eso se acabó-espetó-. Ya sé lo que vas a decirme sobre lo bien que vivimos gracias a Dylan, así que ahórratelo, porque que quiera subsistir por mis propios medios no está reñido con que le esté agradecido con todo lo que nos ha dado. Incluso aunque sea su deber.
               -¿Entonces?
               Alec se relamió los labios, se los mordió, bufó y negó con la cabeza.
               -Joder, no sé cómo coño haces siempre para enterarte de absolutamente todo… vale. Amazon me ha echado, ¿estás contenta, eh? Tu puto hijo está sin trabajo.
               -¿Cómo?-preguntamos Annie y yo a la vez. Mamá, sin embargo, se incorporó.
               -¿Que Amazon te ha echado, Alec? ¿Cuándo?
               Alec se relamió los labios, jugueteó con unos hilos sueltos de sus sábanas, y respondió:
               -La semana pasada. Recibí un email informándome de que ya no contaban con mis servicios para el mes de mayo. Y que, como no había cubierto el cupo de pedidos que habíamos acordado para el mes de abril, había perdido el derecho a mi salario de ese mes también. Me ingresaron 17 peniques-se echó a reír, medio histérico-. Lo siento. Es la puta risa. ¡17 peniques de mierda! Eso es menos de un penique por cada puto paquete que entregué. Nunca me había dado por hacer los cálculos. Ah, y no os perdáis lo puto mejor: como es un despido disciplinario, no tengo derecho a paro. Así que imaginaos qué bien estoy: con menos de dos libras en la cuenta bancaria, y sin posibilidad de recuperar el dinero que pensaba que iban a ingresarme por la baja y por el paro. Tenía parte de ese dinero ya invertido en el voluntariado-se rió más fuerte-. Menuda putísima comedia.
               -¿Por eso estabas tan raro?-le pregunté, tocándole el brazo y desintegrándome por dentro-. Es horrible que te sientas así, Al. Es horrible que hayan tenido los huevos de hacerte eso, con lo duro que has trabajado para ellos…
               -No es que pensara jubilarme siendo repartidor, pero, no sé, pensé que el tiempo que he estado de servicio contaría algo.
               -¿Cómo has recibido esa carta?-preguntó mamá.
               -Avisé a Mimi para que estuviera pendiente del correo, y me la trajera en cuanto la recibiera.
               -No, me refiero al de Amazon. ¿Te lo mandaron al correo electrónico?-mamá se había levantado, y ahora estaba a los pies de la cama de Alec, aferrándose a las barras por las que tiraban los celadores para mover la cama como si su vida dependiera de ello. Alec asintió con la cabeza-. Pues el despido es nulo.
               -No llegué a cubrir mi cupo de abril, así que están en su derecho. Lo que más me jode es que Chrissy se puso a repartir mis paquetes como loca, junto con otros colegas, pero no me los contabilizaron a mí. De hecho, no estoy seguro de si se los contabilizaron a ellos, siquiera. Todavía no tienen acceso a las estadísticas del mes por no sé qué problema informático que han tenido.
               -Alec, estás de baja. No pueden despedirte por estar de baja.
               -Vaya que si pueden, Sher-se rió él, cínico, y mamá alzó una ceja.
               -Deberías demandarlos.
               -¿No lo has oído, Sher? Le dan miedo los tribunales. No le deben de gustar las pelucas de los jueces-acusó Annie, aún escocida.
               -Sí, claro. Como si fueran a cogerme después de demandarlos.
               -Es que no te va a interesar trabajar para ellos después de que te paguen la indemnización-respondió mamá, y Alec frunció el ceño.
               -¿Por?
               Mamá sonrió, abrió su bolso, y sacó un bolígrafo de su interior. Cogió una de las servilletas que habían quedado de la comida y garabateó una cifra en su superficie.
               Se la tendió a Alec, que se la quedó mirando.
               -¿Has puesto bien los puntos?-mamá asintió, y Alec se echó a reír. A reír con ganas, como si mamá le hubiera contado el chiste más gracioso del mundo-. Ni de coña van a pagarme eso. Ni de coña, vamos.
               -¿Tú crees?-mamá se subió un poco la falda y se sentó al borde de la cama-. Tienes dieciocho años, llevas trabajando por encima del límite semanal máximo desde los dieciséis. Eso se considera explotación infantil. Has doblado turnos cuando no podías, de nuevo por explotación infantil; has trabajado en horario escolar estando matriculado en un instituto y siendo menor de edad. De nuevo, explotación infantil-mamá sonrió-. Has tenido un accidente por un turno doblado en una zona que no te correspondía, y que no tenías por qué conocer bien. Un accidente que, además, no ha sido culpa tuya. Has estado en coma, llevas un mes de recuperación, con lo que eso conlleva de retraso académico. Es probable que hayas perdido movilidad en el brazo, y vivirás con un trozo menos de pulmón el resto de tu vida. A lo que hemos de añadir, por supuesto, que te han despedido durante ese período de baja y han abusado de ésta para aducir que no tienes derecho a desempleo, como si hubieras sido tú el que no quiso acudir a su puesto de trabajo. Así que  dime, Alec, ¿te parece que está demasiado bien pagado con un millón de libras?
               El corazón de Alec se saltó varios latidos. Lo sé porque el mío se saltó uno y, aun así, el de Alec continuó retrasándose.
               -Sherezade…-Annie se había puesto pálida-, ¿vas en serio?
               -Muy en serio. Apenas tenemos sentencias de condena a Amazon. El cielo es el límite. Y yo, personalmente, les tengo muchísimas ganas por la manera en que están destrozando la jungla que les da nombre.
               -Pero, Sher… ¿podemos… podemos pedirles un millón de libras? Quiero decir, ¿es factible?
               Mamá fulminó a Annie con la mirada.
               -Por supuesto que no vamos a pedirles un millón de libras, Annie. Les pediremos tres.


 
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2 comentarios:

  1. Me ha gustado muchísimo este capítulo.
    He entendido sobre todo el comportamiento de Sabrae (yo tmb me habría puesto así sin duda) y me ha gustado mucho además que a pesar de eso ha acabado entendiendo a Alec un poco a pesar de “llamar” a Sher para persuadirlo.

    Me ha encantado el cliffhanger final y como lo has planteado. Me he imaginado la cara de Alec y todo y ha sido glorioso te lo prometo.
    Deseando ver como Sherezade Malik jode a Amazon.

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  2. ME HA ENCANTADO EL CAPÍTULO Y NO ME ESPERABA PARA NADA LO QUE HA PASADO EN SERIO Bueno hay muchísimas cosas que comentar así que allá voy:
    - El principio del capítulo me ha puesto muy soft, ver que Sabrae es 100% consciente de cómo está Alec y queriendo hacer lo posible para ayudarle :’)
    - No sé si me estoy montando películas (que probablemente), pero creo que Fiorella sabe algo más de Alec que lo que le ha dicho a Sabrae.
    - Con la frase “Te di las llaves para que fueras dejando tu ropa interior por mi habitación como un rastro de migas de pan, no para que consiguieras más materiales para torturarme” ME DESCOJONO TE LO JURO
    - No me gusta nada lo que indica la frase “Una de las últimas sonrisas Fuckboy® que había conseguido arrancarle”. Es que no estoy nada preparada para que le diagnostiquen depresión a Alec y se lo digan y todo.
    - TODO ESTA PARTE (pongo solo un parrafo porque sino al final te escribo el capítulo entero en el comentario) “Cuando tienes la autoestima por los suelos y crees que no vales nada, eres capaz de idolatrar a quien te brinde la más mínima oportunidad. Todo ese amor que no te dedicas a ti mismo, lo vuelcas en la otra persona. Una apuesta por ti equivale a diez por ella, porque nadie que ofrezca oro por lo que claramente es óxido se merece menos que tu devoción. Suerte que la única persona que podía entender la devoción que Alec sentía por mi fuera, precisamente, yo. Porque yo sentía lo mismo por él. Sabía que él haría lo mismo por mí. Eso, y mucho más.” LLORO LLORO Y LLORO, LO MUCHISIMO QUE LE QUIERE Y LO BIEN QUE LE CONOCE
    - En el momento que ha aparecido la Belinda esa casi me da un algo, Sabrae que casi le da una paliza y Alec como si hubiera venido a verle una amiga suya.
    - He de decir que les entiendo a los dos, creo que estando en la situación de Alec habría hecho lo mismo que él y estando en la de Sabrae lo mismo que ella la verdad.
    - Imaginarme a Alec diciendo "Las flores son muy cuquis" me ha alegrado el día, la semana y el mes.
    - Alec diciéndole a Shasha lo que es candelabro italiano (quiero esa conversación, por cierto) me ha hecho mucha risa lo siento. Es que me meo de la risa con la relación de estos dos.
    - Me ha encantado el momento Sabralec cuando Alec ha ido a buscarla fuera, de los momento más cuquis que recuerdo, es que son monísimos.
    - Mira, la relación madre-hijo de Alec y Annie me encanta osea cuando Alec le ha dicho “¿Ya nos hemos calmado, o necesitamos un segundo asalto?” y Annie gritando más QUE RISA DE VERDAD
    - He adorado TANTO a Alec en este capítulo, ES QUE EL MEJOR PERSONAJE MASCULINO DEL MUNDO
    - Ya echaba de menos a Sherezade siendo la PUTA AMA
    - La frase final???? UNA PASADA “Por supuesto que no vamos a pedirles un millón de libras, Annie. Les pediremos tres.” AAAAAAAAAA CHILLO EN SERIO QUE SE VENGA
    Mira, me ha encantado este capítulo y no me ha parecido en ningún momento de relleno la verdad. En cuanto a los siguientes tengo miedo por toda la depresión de Alec y como todo va a afectar a su relación con Sabrae y tengo MUCHÍSIMAS ganas de que Sherezade defienda a Alec, así como concepto. Deseando leer los siguientes <3
    Pd. Creo que se me ha ido un poco la pinza con este comentario, pido perdón JAJAJAJAJAJAJAJ

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