domingo, 11 de abril de 2021

Tsunami.


¡Toca para ir a la lista de caps!

El tema de la demanda le había dado a Alec la excusa perfecta para tener algo en lo que centrar sus esfuerzos. Le daba una esperanza, algo con lo que obsesionarse y, a la vez, algo que esperar en la distancia, un poco más allá del voluntariado que tenía a la vuelta de la esquina, y que me daba la sensación de que lo agobiaba más que lo aliviaba.
               Además, también le proporcionaba alivio en uno de los problemas que más le preocupaban: el dinero.
               Así que me costaba un poco comprender por qué había vuelto a su ánimo taciturno al poco de darle mi madre la gran noticia. Apenas mamá y Annie habían comenzado a discutir los detalles del juicio, Alec se había encerrado en su propia burbuja de abstracción, mirando por la ventana y mordisqueándose la cara interna del labio como hacía siempre que algo le preocupaba. Y, siendo protector como era, yo sabía que se negaría en redondo a compartir conmigo aquello que le rondaba por la cabeza, no sólo por mí, sino también por su madre. Ya había visto lo mucho que le importaba cuidar del bienestar de Annie, pero el accidente le había vuelto mucho más cuidadoso y responsable emocionalmente del bienestar de ella, hasta el punto de que Alec prefería comerse la cabeza solo, o cuando estaba conmigo, para poder fingir estar bien en presencia de su madre.
               Me tocó esperar. Esperé mientras mamá y Annie perfilaban la estrategia primigenia del juicio, animándome cuando le dirigían una pregunta a Alec y éste salía de su trance y contestaba, ilusionándome con que lo haría con más entusiasmo del que luego terminaba exhibiendo. Intenté calmarme a mí misma, justificar su comportamiento, decirme que lo único que sucedía aquí era que estaba tratando de decidir en qué invertiría el dinero que mi madre le conseguiría (puede que yo no pensara en un millón de libras como lo hacía alguien que trabajaba en jornadas laborales intensísimas, pero me daba para calcular lo que sería una vida relajada, sin tantas preocupaciones como las que acosaban a mi chico), y lo que eso supondría. Oportunidades. Tranquilidad. Descanso. Sueños cumplidos.
               No agobiarse tanto con lo supuestamente inmerecedor que era de mí, y los caprichos que no podría concederme. Estaríamos un poco más al mismo nivel.
               Pero la expresión que le distorsionaba las facciones no era la de alguien que estuviera haciendo planes con ilusión, sino la de un naviero en un barco velero cuyas velas ajadas no soportarían la tormenta que oscurecía el horizonte, y que venía directamente hacia él.
               Para cuando nuestras madres se fueron, se había hecho de noche otra vez. Alec apenas había dicho diez frases desde que soltó la bomba respecto a su nueva situación laboral, y aunque me apetecía hablar con él para tranquilizarlo y decir que todo estaba bien, le notaba demasiado ausente. Demasiado distraído. Demasiado… no sabía cómo.
               De la misma manera que había reaccionado como todo el mundo que lo conociera se esperaría de él cuando vino a buscarme con la manta para evitar que tuviera frío, ahora estaba irreconocible. En sus ojos no había ese chispazo que le había caracterizado, y que debería haber resucitado, tras una semana languideciendo, después de las noticias que le había dado mamá.
               Si no fuera completamente absurdo, diría que incluso parecía más preocupado, si cabe. Más desanimado. Más otoñal, y menos primaveral. Era como si el tiempo que llevaba esperando a que le dieran el alta en el hospital hubiera aumentado hasta multiplicarse por diez desde aquella noticia. Quizá fuera eso lo que le preocupaba: que, para reclamar lo máximo posible, mamá insistiera en que se quedara allí todo el tiempo que le permitieran los médicos.
               Los dos nos negaríamos, por supuesto. Alec necesitaba salir. Era un animal de interiores, un pájaro tropical que necesitaba ir de rama en rama, disfrutando de sol y lluvia por igual. Si uno de los dos estaba hecho para tolerar las jaulas y sentirse feliz con las comodidades de una vida de interior, no era él, sino yo. Por eso, no debía temer. Le defendería, a él y a la necesidad que tenía de salir fuera, a capa y espada.
               Con disimulo, como si no fuera consciente de lo que hacía, doblé una de las mantas de la cama, me solté las trenzas y me desenredé el pelo con los dedos. Alec continuó sin mirarme.
               Apenas me echó un vistazo cuando me quité la parte de arriba de la ropa. Era como si la vista de mi busto vestido sólo con el sostén no le interesara lo más mínimo (aunque, para ser justos, tampoco es que me hubiera puesto una pieza de lencería precisamente para ir a visitarlo). Me quité el sujetador y sus ojos se detuvieron un poco más en mi cuerpo, pero el pijama llegó después de que él apartara la mirada, en lugar de antes.
               Le pasaba algo. Y yo no podía hacerle decirme qué era si él no quería.
               -¿Todo bien, Al?-pregunté, sin molestarme ya en disimular que estaba tratando de atraer su atención y soltarle la lengua. Me había quedado con la camiseta del pijama solamente, que dejaba entrever las marcas de mi piercing, que le volvían loco, y tenía las piernas al aire. Si no estuviera usando una camiseta suya sino mía, incluso se vería la curvatura de mis bragas y el valle formado por el monte de Venus de mi entrepierna, que solían atraer la atención de Alec como una señal de neón a un lado de una carretera por lo demás mal iluminada.
               Pero yo sabía que no se trataba de cuánta piel tuviera yo al descubierto o no, sino a la determinación de él por mantener los ojos bien lejos de mí. Por lo menos, mientras llevara poca ropa.
               Descubrí esa pequeña diferencia en el momento en que me puse los pantalones de pijama de verano, que no conjuntaban en absoluto con su camiseta de superhéroes de Marvel, pero que necesitaba para según qué noches: noches de soledad, noches de impaciencia. Noches como aquella que me esperaba, según parecía.
               -Sí-asintió con la cabeza, mirándome distraído como si no se explicara a qué se debía aquella pregunta, como si estuviera actuando de un modo normal. Quise darle el beneficio de la duda, dejarlo estar y seguir con nuestra rutina de siempre: acurrucarnos una noche a la semana, ver una peli, darnos mimos y quizá pasar a mayores, hasta el punto de que uno de los dos tuviera que terminar poniendo las manos sobre las del otro para que esos mayores no se convirtieran en gigantes. Había ido un día muy largo, con demasiadas emociones, y el encontronazo que habíamos tenido había supuesto un duro golpe para ambos. No nos habíamos pedido disculpas aún, pero yo no me sentía preparada para tratar el tema con la seriedad que se merecía y la tranquilidad que Alec necesitaba. No me imaginaba sentándome a lo indio sobre la cama, agarrándome los pies y hundiendo los hombros mientras trataba de ordenar mis ideas en mi cabeza, ni me lo imaginaba a él pasándose una mano por el pelo, averiguando cuál era la manera de convencerme de algo que yo no quería que sucediera.
               Necesitábamos hablar de lo de hoy. Intentar convencernos el uno al otro, sin gritarnos y con tranquilidad, teniendo una conversación y no otra pelea, de que nuestro punto de vista era el más acertado para la situación. Yo sabía que no podía ganar, que era terco como una mula y que era demasiado bueno como para que el mundo se lo mereciera, pero por lo menos debía intentarlo. No debía dejarme llevar por el odio que me corroía al pensar en Belinda y lo que le había hecho a Alec (y, por ende, a ambos), y me resultaría muy difícil.
               Quizá deberíamos dejar el tema sobre la mesa un tiempo, pensé. Quizá extirpar el problema de raíz como quien se quita una tirita de un tirón no fuera la solución en esto. Entendía que no quisiera empeorar la situación económica de alguien, pero que fuera a dejar que ella se fuera de rositas me parecía aberrante.
               Aun así, no podía usar palabras fuertes con él en este asunto. Como, por ejemplo, aberrante.
               Y no se me ocurría cómo podíamos llegar a lo que le había sumido en ese estado de reflexión, tan alejado de lo que él solía ser, impulsivo como un animal territorial defendiendo su parcelita de mundo, y alegre como las abejas serpenteando como confeti en los parterres de flores del parque. Había algo más, y que no quisiera decírmelo me hacía sospechar de que era algo gordo. Pero, de nuevo, no podía ponerlo contra la pared. Dos veces en un día, sobre todo en su situación, eran demasiadas.
               Pensé en darle las opciones que él necesitaba para sincerarse y quitarse esa terrible losa de encima, sentarme a su lado con la misma pose de reflexión y ofrecerle la pipa de la paz a base de ponerle la mano en el hombro, mirarle a los ojos y decirle que sabía que algo no estaba bien.
               Pero decidí dejarle espacio. Decidí que había que dejarlo estar, por lo menos por esta noche. Quizá sólo estuviera pensando. Quizá quisiera ser prudente donde yo era optimista. Su estancia en el hospital le afectaba más que a mí, pues a fin de cuentas era él quien la vivía, así que era normal que no quisiera echar a correr sin asegurarse de que tenía las piernas completamente curadas. Tenía demasiadas cosas en la cabeza, muchas más que yo: su recuperación, el instituto, sus amigos y lo que los añoraba, el voluntariado, su familia, yo…
               Necesitaba espacio, así que le ofrecería el paquete completo: silencio, tranquilidad, cercanía, mimos, y comprensión. Y algo con lo que distraerse.
               -¿Te apetece que veamos una peli, o seguimos con Las chicas Gilmore?
               Me miró con un cansancio que me hizo sospechar que me diría que lo que quería era dormir, a pesar de que todavía no habíamos cenado. Ni siquiera habíamos hablado de qué nos apetecía, ahora que me daba cuenta.
               Quizá estuviera cansado, intentó tranquilizarme la parte de mí que sabía que yo era demasiado dramática. Quizá tuviera hambre, o sueño, y todo lo que había pasado había contribuido a que necesitara cargar las pilas.
               -Lo que quieras. Me da igual.
               -¿O prefieres no ver nada?
               Se relamió los labios un momento. Le puse una mano en el brazo y añadí:
               -¿Te apetece que simplemente charlemos por esta noche? O podríamos acurrucarnos, si te apetece. Podemos pedir a domicilio a un tailandés y luego tumbarnos a escuchar cómo hacemos la digestión. ¿Qué me dices?
               -No sé. Elige tú-volvió a encogerse de hombros, pero no como si le diera igual, sino como un niño disgustado que no sabe qué plan elegir cuando le dicen que no puede salir al parque. Siempre llueve en las tardes en que más apetece ir al parque.
               -Tú mandas-ronroneé, forzando una sonrisa para que notara que tenía todo mi apoyo, y que sería tremendamente paciente con él si él así lo necesitaba-. Eres el anfitrión. Estoy en tu habitación.
               Después de unos instantes jugueteando con un hilo suelto de sus sábanas, comentó con ojos de cachorrito:
               -Suena bien pedir tailandés. ¿Vamos a medias?
               -Me toca invitar a mí. La última vez, invitaste tú, ¿recuerdas?
               -Vale.
               -¿Y qué hacemos mientras nos lo traen? ¿Las chicas o…?
               -Las chicas está bien-asintió sin demasiado entusiasmo, aunque lo cierto es que tampoco podía culparlo. Habíamos llegado al final de la cuarta temporada y estábamos empezando la quinta, y las meteduras de pata de Rory según se iban sucediendo los capítulos, así como el enfriamiento de su relación con Lorelai, hacían que la serie pasara de ser algo reconfortante a una fuente de enfado. Alec se había enfadado muchísimo cuando vio las circunstancias en que Rory había perdido la virginidad, hasta el punto de que pensé que querría dejar de ver la serie, pero después de mucho despotricar y meter un par de capítulos de CSI de por medio, habíamos retomado la trama. No con el mismo entusiasmo pero, bueno, algo era algo.
               Tras poner el capítulo que nos correspondía, me acurruqué contra él.
               Y empecé a comerme la cabeza cuando él no me pasó automáticamente el brazo por los hombros, sino que me tuvo ahí, pegada a éste, hasta que se terminó la intro de la serie, con el resumen de los episodios anteriores y el principio del capítulo incluidos. Algo pasaba. Algo pasaba.
               Ay, por Dios. ¿Y si lo que le pasaba era que estaba enfadado conmigo? ¿Y si le había molestado que no hubiera pensado que, si acudía a mi madre, mi madre avisaría a la suya y Annie le montaría un pollo? ¿Y si no quería que me quedara esa noche con él, pero no sabía cómo decírmelo?
               Apenas presté atención al capítulo, y ni siquiera tenía el consuelo de que Alec se hubiera distraído con él. Normalmente tenía que mandarlo callar cinco veces, una cada menos de diez minutos, cuando se ponía a comentar chorradas que hacían que yo me riera de más y me perdiera los chistes de Lorelai, que a ambos nos encantaban. El único que era más payaso que ella, era precisamente Alec, pero necesitaba descansar de vez en cuando.
               Esta vez, sin embargo, no abrió la boca, lo que me hizo sospechar todavía más que algo le pasaba. Y ahora, encima, ya tenía una manta de la que tirar para averiguarlo todo.
               Alec tocó la pantalla del iPad para pasar al siguiente capítulo mientras yo desgranaba todo lo que nos habíamos dicho en la tarde, preguntando si había algo que se hubiera salido más de tono que lo demás. Sólo encontré alivio a mis cavilaciones y dejé de flagelarme cuando llegó el repartidor, con quien me desquité dejándole una generosa propina antes de regresar con Alec. Comimos prácticamente en silencio, sumidos en nuestros pensamientos, cogiendo ingredientes del cuenco del otro y masticando sin apenas hablar. La comida ni siquiera me parecía rica, y eso que el tailandés al que le había hecho el pedido era nuestro favorito. El pollo me parecía gomoso donde antes lo había considerado tierno, el arroz estaba duro cuando otras veces lo había notado en su punto, y la salsa no picaba tanto, ni estaba tan sabrosa, como otras veces.
               Lo que hace la felicidad y el estar acompañada de alguien a quien quieres y con quien estás bien. Podía amargarte una comida y convertir tu hogar en una prisión.
               Alec no me dijo nada sobre que estaba muy callada. Se limitó a comer sin más, como si estuviera haciendo tiempo en la zona de restauración del aeropuerto antes de su vuelo intercontinental. Definitivamente, estaba enfadado conmigo. Si no, habría dicho algo. Si no, me habría notado rara. Si no…
               -Estás manchada.
               -¿Perdón?
               -Tienes un poco de salsa…-se señaló la comisura de la boca y yo me llevé los dedos a la mía. Me toqué los labios, pero no encontré nada-. No. Espera-se inclinó y, poniéndome una mano en la mandíbula, me retiró unas gotitas de salsa picante de la boca-. Así-sonrió, y entonces, se llevó el pulgar a la boca y se lo chupó.
               Como había hecho tantas otras veces.
               Precisamente cuando no estaba enfadado conmigo.
               Justo como haría alguien que está bien con su pareja. Lo cual me hizo suspirar de alivio, y sonreír, y cambiar radicalmente mi humor. Me volví más juguetona.
               -Pues tú tienes un granito de arroz justo aquí-le señalé la comisura de la boca, donde no tenía nada. Alec se llevó los dedos a ese lugar, pero yo negué con la cabeza y, riéndome, me incliné hacia él y le di un beso. Y luego, otro, un poco más hacia el centro-. Ups. Es escurridizo. Espera… veamos-seguí dándole piquitos hasta llegar al centro de sus labios, donde le lamí con la puntita de la lengua. Alec se estremeció, dejó su paquete de arroz sobre la mesa portátil, y tiró de mí para pegarme más a él y poder besarme.
               Me convertí en una marea de endorfinas en cuando sus labios respondieron con el entusiasmo de siempre a mis besos. Estaba cansado, constaté con alivio cuando noté que las energías de mi cuerpo fluían hacia el suyo. Me acarició la espalda y yo le pasé una mano por el pelo.
               -¿Estás bien?-preguntó, y yo me eché a reír de puro alivio.
               -Sí. Sí, ahora sí. ¿Y tú?
               -Sí. Ahora también-se rió por lo bajo, como un diablillo al que pillan haciendo una travesura.
               -Me tenías preocupada. ¿Qué pasa?
               -No hablemos de eso ahora. De hecho, no hablemos nada, ¿de acuerdo?
               Sus manos estaban por todo mi cuerpo. Sus labios, por toda mi boca. Cuando quise darme cuenta, me había quitado la camiseta. Cuando quise darme cuenta, le había quitado la suya. Cuando quise darme cuenta, tenía su boca en mis pechos, sus dientes en mis pezones, y su erección desconsoladamente cerca de mi sexo, con dos minúsculas capas de ropa haciendo de barrera de ambas.
               -Alec…-gemí.
               -Joder, eres mi perdición, Sabrae.
               Estaba mojada. Estaba duro. Teníamos la piel de gallina, los alientos acelerados. Era tan fácil como sacársela de los calzoncillos y apartar a un lado mis bragas. Era tan fácil como dejar de esperar.
               -Alec, quiero follar-lloriqueé.
               -Yo también. Joder, Sabrae, yo también-respondió contra mi oído. Le clavé las uñas en el hombro mientras me levantaba con la poca fuerza que aún le quedaba.
               Se la sacó de los pantalones. Me apartó las bragas. Masajeó mi sexo con su punta, completamente enloquecido.
               Entonces, justo cuando iba a entrar en mí, mirándome a los ojos como siempre hacía cuando me poseía, yo me apoyé en su pecho para impulsarme hacia su polla. Fue un acto reflejo del que ni siquiera fui consciente, de tantas y tantas veces que lo había repetido. Siempre que estábamos así de necesitados, de ansiosos y desesperados el uno por el otro, no era Alec el que entraba en mí o yo la que me lo metía dentro, sino los dos los que tomábamos una parte activa en la penetración. Y, como en el resto de ocasiones en que él me había hecho suya y yo lo había hecho mío, hundí las uñas en su piel, sin tener en cuenta su estado, o las vendas que lo cubrían.
               Vendas que se deslizaron ligeramente hacia abajo al contacto de mis dedos, ansiosos por descubrir la piel de sus pectorales, ésa que tanto me gustaba y que tanto tiempo llevaba sin ver. La parte inconsciente de mi cerebro quería desnudarlo completamente, igual que estaba yo, estar empatados en ropa y también en orgasmos.
               Entonces, Alec se puso completamente rígido. Palideció más de lo que yo lo había visto nunca, y se quedó inmóvil como una estatua, con la punta de su miembro a las puertas de mi sexo. Cobré repentina consciencia de lo que estábamos haciendo, de lo que eso suponía. Habíamos esperado demasiado tiempo para dejarnos llevar así, en un polvo que sería rápido y no tan satisfactorio como aquellos en los que nos calentábamos a fuego lento antes de llegar al final.
               Por un instante y debido a su expresión, creí que le había roto una costilla o algo así, por el jadeo ahogado que exhaló cuando mis uñas se clavaron en su piel y traté de desnudarlo sin pretenderlo.
               Me miró con una terrible mezcla de vergüenza y humillación, el cansancio de un soldado que llega a casa tras arrojar su escudo en el campo de batalla para poder huir más rápido.
               -Lo siento. Lo siento muchísimo. No pretendía…
               -No. Yo lo siento más-se pasó una mano por el pelo, doblando la rodilla buena, y apoyó el antebrazo sobre ella antes de mirarme-. Yo sé cómo estoy por dentro, y tú… no es culpa tuya.
               -He sido una inconsciente. No debería haberme…
               -Está bien, Saab, en serio-me aseguró.
               -No, no lo está. Debería tener más cuidado. Yo también sé cómo estas por dentro. Que no me duela físicamente cuando te toco no quiere decir que no lo sienta. Y no quiero hacerte daño. Tengo que acostumbrarme a tratarte como el rey que eres, y no como… no como…
               Sonrió.
               -¿Tu gigoló cachas preferido?
               Puse los ojos en blanco.
               -No tiene gracia. Yo no te considero un gigoló.
               -Es verdad. Me pagarías-soltó, y yo me lo quedé mirando un instante, sin poder creerme lo que había dicho… y luego, nos echamos a reír.
               -Pobre de ti cuando te den el alta-ronroneé, acariciándole el pecho por encima de las vendas mientras me tumbaba al lado de él, decidida a mantenernos en el lado bueno de la línea que separaba lo correcto de lo que no lo era-. No voy a ser capaz de tener cuidado contigo.
               -Pues no lo tengas-sentenció, agarrándome de la cintura y tirando de mí para sentarme de nuevo sobre él, lo bastante cerca como para poder comerme la boca a gusto. Gemí de placer mientras nuestras lenguas jugaban a ese lento baile que siempre exhibíamos, pero no pasamos a mayores, lo cual no quería decir que disfrutáramos menos.
               Habíamos sido unos inconscientes, pero nada nuevo bajo el sol. Yo estaba demasiado borracha por el subidón que me había producido descubrir que él no estaba enfadado conmigo, así que me daba todo absolutamente igual. Además, tampoco es que fuera fértil en ese momento, ¿verdad?
               Pero descubrí que me gustaba más de lo que pretendía jugar con fuego. Así que, al día siguiente, llegué a su habitación con ganas de más guerra. Tanta, que incluso podría haber pasado por alto su cara larga.
               Por primera vez en casi una semana, lo que había visto en el espejo cuando me hicieron ponerme el mono de látex rosa que llevaría en la actuación con Eleanor me había gustado. Quizá se ceñía demasiado en ciertas partes de mi cuerpo, y estaba segura de que me ganaría las críticas de medio país por lo provocativo de mi atuendo, pero si ya de por sí me daba bastante igual lo que dijeran de mí en cuanto a mi ropa (aunque normalmente eran alabanzas, ya que me aseguraba de que nadie viera mis pintas de andar por casa, con el pelo sucio y los leggings desgastados por la entrepierna), ahora me importaba incluso menos. Porque la chica que había frente a mí en el espejo conseguiría volver loco de lujuria a Alec, arrastrarlo de ese lugar de tranquilidad y reflexión que no había sido capaz de abandonar desde que se había despertado del coma, salvo en tan contadas ocasiones que ni siquiera estaba segura de poder calificarlas de excepciones.
               Lo malo de mi cuerpo y del mono era lo mismo que Alec consideraba lo mejor de todo: mis curvas. El hecho de que no fuera normativa en ninguna de las acepciones de la palabra, salvo, quizá, en el hecho de que era guapa. Claro que nunca faltaban los imbéciles dando su opinión sobre lo que podría hacer para ser más guapa: ponerme tacones para parecer más alta, ponerme a dieta para adelgazar, cuidarme un poco más el pelo para que no pareciera “encrespado” (que ni siquiera lo tenía encrespado, sino rizado, pero eso era otra historia), y, en fin, ser un poco menos negra y un poco más blanca. Pero a Alec le encantaba todo eso que a los demás les parecían defectos: le gustaba que fuera bajita porque así “era más mona”, y también tenía más margen para ponerme tacones sin que su masculinidad se viera amenazada, pues no había zapatos que consiguieran ponerme a su altura y yo no estaba dispuesta a salir por ahí con él subida a unos zancos de 30 centímetros; le gustaban mis curvas, sobre todo mis muslos y mi culo, porque así “tenía más para agarrar y mordisquear”; le gustaban mis rizos porque se movían de forma diferente a las melenas lisas cuando yo me ponía encima y lo cabalgaba como si fuera mi corcel preferido; y le gustaba mi piel tanto como a mí, porque le recordaba al chocolate y, por ende, a los dulces sentimientos que nos despertábamos el uno al otro.
               Así que estaba increíble con ese vestuario. Sabía que una parte de mi baja autoestima se debía precisamente a la preocupación que me producía no saber en qué momento me vendría la regla, y esperaba que no fuera mientras estaba en el escenario. Además, también me había descuidado un poco en el tema del gimnasio: había cogido unos cuantos kilos, porque apenas había cambiado mis hábitos alimenticios, pero ya no hacía el mismo ejercicio que antes; ni en la cama, ni fuera de ella.
               Pero estaba increíble. Estaba jodidamente despampanante, como la estrella del pop que todo el mundo decía que estaba destinada a ser. La verdad es que, ahora que me había reconciliado con el mono, tenía que decir que era increíble, casi idéntico al que había llevado Nicki a los VMA de 2017, sólo que en un tono un poco más fucsia y menos apagado que el suyo. Podría acostumbrarme a ese tipo de ropa, y a tener excusas para lucir vestuarios más atrevidos que los del resto de chicas, a arriesgar y ganar.
               Sobre todo, podría acostumbrarme a ir a ver a Alec con el móvil ardiéndome en la mano, sabiendo que se volvería loco cuando le enseñara las fotos de las pruebas de vestuario y que me follaría como no me había follado en mi vida.
               Claro que eso tendría que esperar, pero estaba convencida de que él se lo anotaba todo en una libreta mental, y me haría pagárselas todas juntas. Ya podía imaginármelo de pie en su habitación, las heridas curadas y sin rastro de las vendas, acercándose a mí sólo con sus pantalones de chándal. En mi fantasía, me había atado a la cama para que no pudiera resistirme a nada de lo que él me hiciera, como si yo quisiera hacerlo, y después de volverme loca a base de pasear sus labios por todo mi cuerpo, me separaría las piernas y se zambulliría de cabeza en mi sexo húmedo, abierto y palpitante para él. Cuando me notara a punto de llegar al orgasmo, sin embargo, se retiraría como la marea de una cala abandonada, lamiendo todo mi placer para asegurarse de que no le quedara ni una gota que le correspondiera saborear y, entonces, me penetraría.
               Con rudeza. Como si quisiera hacerme daño. Como si su polla fuera un castigo y no una bendición. Sonreiría cuando yo me retorciera de placer y me corriera con tanta intensidad que mi pobre cuerpo no lo soportaría, y ahogaría mis gritos mordiéndome los labios y preguntándome a quién le pertenecía.
               A él. A él. A ti, Alec, a ti. Por favor, Alec, no pares.
               Dios mío, me había costado muchísimo no irme al baño, desnudarme y masturbarme recreándome en cómo sería aquel momento que se avecinaba, pero había terminado consiguiéndolo con una increíble fuerza de voluntad. Y si yo estaba así, no quería ni pensar en lo que le haría a Alec. Puede que incluso quisiera que me sentara en su cara. Yo, por supuesto, no permitiría que me hiciera llegar al orgasmo, pero la verdad es que echaba de menos sentir su boca en mis otros labios otra vez. Lo echaba terriblemente de menos.
               Así que entré con la seguridad de quien sabe que tiene juego, set y partido ganados, convencida de que le arrancaría una sonrisa inmensa a mi novio y le haría olvidarse de todos sus problemas salvo uno, yo, con aquel reportaje que me había hecho tanto en el espejo, como con la ayuda de Eleanor y el resto de chicas que habían estado conmigo en las pruebas de vestuario.
               Pensé que Alec estaba bien. Se había despertado de buen humor, y había mirado con una mueca triste cómo me ponía el uniforme para irme al instituto, nada que hubiera hecho saltar mis alarmas, ya que siempre se disgustaba cuando me tenía desnuda y tenía que dejar que me vistiera. Me había dado un beso e incluso lo había alargado más de la cuenta, tratando de que me quedara cuando sabía que era responsable, que no faltaría a clase, y que me tendría de nuevo por la tarde.
               Su expresión ahora distaba mucho de la que había tenido por la mañana, a pesar de que las emociones parecían similares. Cuando me había despertado, todo había sido distinto incluso siendo igual: la tristeza había sido agridulce, la despedida había sido una promesa de vuelta y no un adiós a secas. Pero ahora… algo había pasado. Pero, ¿qué? Íbamos tan bien… ¿le habría ido mal en la terapia? ¿Habría tenido una sesión dura?
               Decidida a levantarle el ánimo, fingí que no me daba cuenta de lo apagado que estaba. A veces, necesitaba un poco de margen para regodearse en su autocompasión. Y luego, cuando terminaba, volvía a mí con las pilas recargadas. Quería creer que esta vez sería tan sencillo como las demás.
                -¡Hola, sol!-festejé, trotando hacia él y plantándole un beso en los labios.
               -Hey-respondió, acariciándome el brazo con gesto ausente.
               -¿Me has echado de menos?-asintió con la cabeza, cansado, una tímida sonrisa formándose en su boca, una sonrisa contra la que él parecía querer luchar, o estar esforzándose por dibujar. No sabría decir qué era-. Yo a ti también. Jo, pobrecito. Me muero de ganas de que vuelvas al instituto; se me hace larguísima la mañana si no puedo ir a verte en el recreo.
               -Sí.
               -Bueno, ¿qué tal la mañana? ¿Has hecho algo interesante? ¿Deberes? ¿Terapia?
               -Acabo de llegar de ver a Claire. Me cambió la cita porque le había surgido un imprevisto, así que la mañana ha sido tranquila.
               -¿Qué has comido?
               -Espaguetis.
               -¿Carbonara?
               -Boloñesa.
               -Qué suerte-ronroneé. Alec asintió con la cabeza, una media sonrisa que nada tenía que ver con la que había seducido a todo Londres y había conseguido meterme en su bolsillo-. Le tocaba venir a Jordan a comer contigo, ¿verdad?
               -Ajá. Pero, como tenía la cita con Claire, se tuvo que ir antes.
               -Vaya. ¿Has esperado mucho por mí?
               -No te preocupes. ¿Qué tal el ensayo?
               No pude evitar sonreír, a pesar de que me moría de ganas por preguntarle qué le pasaba.
               -Pues mira, ya que lo dices… tengo una sorpresa para ti. Se supone que no debería ir enseñándolo por ahí, pero como no voy a poder verte la cara cuando salga con él delante de toda Inglaterra, creo que puedo saltarme las normas por una vez, ¿no?
               -Qué raro, tú saltándote…-empezó, pero se quedó callado de repente, observando la foto que había puesto a pantalla completa en mi móvil. Me cogió el teléfono sin pensárselo dos veces, y yo me regodeé en cómo abría la boca y miraba la foto sin poder creerse lo que tenía ante sus ojos.
               Sí. Efectivamente, estaba buenísima, y todas mis preocupaciones a lo largo de la semana habían sido en vano.
               A duras penas, Alec consiguió levantar la vista de la foto en la que yo posaba con el mono y las botas peep toes blancas, atadas por el centro, que me subía hasta media pantorrilla.
               -¿Vas a llevar puesto esto?-preguntó en un hilo de voz que fue más bien un jadeo. Asentí con la cabeza, recostándome en la cama apoyada en una mano.
               -A-já-no sé cómo, conseguí hacer que la palabra tuviera diez sílabas en vez de sólo dos.
               -Jesús bendito-respondió-. Que Dios se apiade de mí.
               Me eché a reír y me aparté el pelo del hombro, seductora.
               -Había pensado en ponérmelo y venir a verte, porque me parecía que necesitabas algo que te animara un poco. Llevas unos días algo triste, pero luego pensé que quizá sería demasiado para tu pobre corazón. Y, a juzgar por tu reacción, estaba en lo cierto.
               Su expresión se oscureció, se relamió los labios, bloqueó el teléfono, me lo devolvió y suspiró. Yo me puse en guardia en el acto, preguntándome qué había hecho mal.
               -¿Qué pasa, amor? ¿He dicho algo que te haya molestado?
               -Esperaba que no lo notaras-contestó, mordisqueándose el labio. Fruncí el ceño.
               -Que no notara, ¿qué? Al, yo te lo noto todo. Eres como un libro abierto para mí, ¿recuerdas? Completamente transparente.
               -Sí, supongo que eso supone menos ventajas que inconvenientes.
               -¿A qué te refieres? ¿Va todo bien? Me estás preocupando. ¿Es por la terapia?-me miró, y yo supe que, efectivamente, se trataba de la terapia-. ¿Qué pasa? ¿Estás estancado? Porque ya sabes que estas cosas requieren tiempo, y que cada uno va a su ritmo. Además, siendo tú como eres, lo que me sorprende es que lo manejes tan bien. Puedes ser muy hermético a veces, y que te abras con Claire debe suponerte un esfuerzo tremendo, pero vas por el buen camino, Al, estoy segura. Siempre pides demasiado de ti mismo y muy poco de los demás, y claro, eso puede llevar a que te frustres. Pero no puedes dar marcha atrás, ¿vale? Ir a terapia es lo que necesitas.
               -No es la terapia lo que me preocupa ahora mismo.
               -Entonces, ¿qué es? A mí me lo puedes decir.
               Alec se relamió los labios. Se pasó una mano por el pelo, negó con la cabeza, se levantó de la cama, salió por el lado contrario al que yo estaba sentada, y empezó a pasearse por la habitación. Me quedé helada, temiéndome lo que venía como quien nota que el horizonte se eleva un poco en la distancia justo después de que toda el agua de la costa se retire unos kilómetros.
               Pero, en lugar de buscar un sitio alto que me pudiera salvar, simplemente me quedé allí, esperando y esperando y esperando a que viniera la ola gigantesca.
               Alec se quedó quieto. Se pasó de nuevo una mano por el pelo. Se mordió el labio. Se mordió la cara interna de la mejilla. Apretó los dientes, la mandíbula. Todo ello, sin mirarme.
               Cuando lo hizo, yo ya me notaba por debajo del nivel del suelo, como si me hubieran hecho cavar mi propia tumba y estuviera esperando que me pegaran el tiro que por fin le diera propósito.
               Y era él el que me lo iba a pegar.
               -No puedo seguir haciendo esto-dijo. Se me aceleró el corazón, y por primera vez desde que se había despertado, deseé que estuviera un poco peor de lo que estaba. Deseé, malvada de mí, que estuviera aún encamado, con los monitores encendidos, para poder saber si su pulso también se había disparado igual que el mío.
               -¿Hacer el qué?-me escuché decir, a pesar de que no recordaba haber movido los labios, ni haber cogido aire. Si hubiera cogido aire, no me estaría ahogando.
               -Hacer esto-señaló el espacio que había entre nosotros, un espacio que ni siquiera debería existir. Yo había nacido para estar pegada a él, había nacido para que su piel empezara donde terminaba la mía. Debería ser una península, no una isla directamente, y él debía ser el istmo que me conectaría con el continente.
               Me quedé quieta, tan inmóvil que mi piel bien podría haberse vuelto de mármol, y la habitación del hospital bien podría ser una sala del Museo Británico. No me atrevía a preguntarle qué era ese espacio, no tenía valor para decirle que especificara y me dijera a qué se refería con ese gesto. No podía escucharle decir la palabra con la que nos referíamos a los dos juntos, no podía escucharle decir…
               -Nosotros.
               Se me cerró la garganta y bajé la mirada a los pies.
               -Nosotros-repetí.
               -Siento muchísimo que esto haya llegado hasta aquí, Saab. De verdad. El único consuelo que tengo a que me odies como lo vas a hacer es saber que yo me voy a odiar más por lo que te estoy haciendo, pero es por tu bien.
               -¿Es por mi bien?-repetí, con ganas de guerra y sin ningunas energías para enfrentarme a él. Alec se relamió los labios.
               -Sí.
               -¿Qué es exactamente por mi bien, Alec? ¿Qué es lo que quieres hacer?
               Pero yo lo sabía. Él sabía que yo lo sabía, y por eso dejó que el silencio pendiera sobre nosotros como una pluma sobre un testamento en el que se desheredaba a la persona a la que más se había querido en otra vida que ya no era propia. Pero tenía que hacerlo. Tenía que firmar. Estampar su nombre y quitármelo todo, absolutamente todo.
               -Quiero romper-dijo por fin, y la cabeza comenzó a darme vueltas. No podía creerme que, de todas las palabras que había en el idioma y de todas las personas que había en el mundo, fueran ésas las que tuviera que escuchar, y para colmo, de labios de Alec.
               La sola idea de ya no estar juntos me parecía aberrante. El concepto era tan extraño que no lograba perfilarlo del todo bien en mi cabeza. Sabía de sobra que había vivido sin él durante catorce años, y que en aquellos tiempos me había considerado feliz, pero no dejaban de ser otros tiempos, otro tipo de felicidad. Era como emplear un hidroavión para navegar: técnicamente, sí que está preparado para posarse sobre el agua y desplazarse por ella, pero su verdadero propósito es volar.
               ¿Cómo coño iba a vivir ahora sintiendo el viento exclusivamente por encima, en vez de por todos lados? ¿Cómo iba a sentirme plena si seguía notando el agua lamiéndome los pies, cuando debían ser las nubes quienes me los acariciaran?
               Alec y yo estábamos hechos el uno para el otro. La manera en que encajábamos era tan exacta que era imposible que fuera producto de la casualidad: había demasiadas coincidencias en nuestra historia como para no notar las manos del destino entretejiendo nuestras hebras hasta convertirnos en un hermoso y colorido tapiz. Lo único que había cambiado entre nosotros, y de manera temporal, era el sexo. De acuerdo, era lo que nos había unido, y era una de las cosas que más disfrutábamos el uno del otro, pero… ¿realmente era tan necesario en nuestra relación? ¿Acaso era esencial, hasta el punto de que la ausencia de éste la destruía?
               Guau. Simplemente, guau. Quizá por eso no había querido decirle que sí hasta que lo había sentido demasiado tarde. Quizá yo sabía, en el fondo de mi corazón, que Alec no sería capaz de serme fiel durante un año. El voluntariado nos clavaría una fría daga en el pecho.
               Se me llenaron los ojos de lágrimas, lágrimas calientes de pura rabia, sintiéndome estúpida, utilizada, tonta hasta límites insospechados. Todos los hombres son iguales, siempre piensan en nosotras para lo mismo, y mi intuición y la de mis amigas había sido acertada desde el principio.
               Y luego, me sentí ruin por haber pensado eso. Alec no me quería sólo por el sexo. No me habría cuidado como lo había hecho, no me habría protegido como lo había hecho, no me habría defendido como lo había hecho. No habría cambiado tanto como lo había hecho por mí, no se habría adaptado a mí como un guante se adaptar a una mano. Tenía chicas de sobra a lo largo y ancho del mundo entre las que elegir para echar un polvo. Si lo que quería era follar, simple y llanamente, había miles y miles que le habrían ocasionado menos problemas que yo. Se podría haber ido de fiesta, al centro, cuando a mí me venía la regla, pero en su lugar se había dedicado a comprarme comida y acurrucarse a darme masajes, sin esperar nada a cambio.
               Alec no me haría esto. La única persona en el mundo que no podía dejarme era la misma a la que yo no podía dejar tampoco. Lo que teníamos era real. No era algo tangible, no podíamos medirlo ni tampoco verlo, pero… estaba ahí. Estaba ahí. Entre nosotros. Yo lo sentía igual que él.
               Tenía que haber algo más. Siempre había algo más cuando se trababa de él. Era una cabrona por pensar así de él, por dudar de esa manera de lo que teníamos.
               -¿Quieres romper?-repetí, y Alec asintió, los ojos húmedos como un inmenso lago triste. Se relamió los labios y se metió las manos en los bolsillos del pantalón.
               -Sé que he sido un cobarde y que he dejado que esto llegue demasiado lejos, y que te va a causar muchísimo más dolor por eso, pero me va a tocar vivir con ello. Te juro por Dios que no habrá día en que no me arrepienta del daño que estoy haciendo, Saab, pero… creo que es lo mejor. Lo mejor será que no dejemos que esto vaya a más.
               -¿Cómo puede ir a más, Alec, si ni estando casados podríamos estar más juntos?
               Alec tomó aire y lo soltó lentamente.
               -No puedo seguir haciéndote esto. No puedes pedirme que me quede aquí y te haga… todo lo que estoy haciendo. No puedo. Te quiero demasiado como para seguir atándote de esta manera. Te estoy impidiendo avanzar.
               -¿Adónde coño crees que querré ir yo sin ti? ¿Adónde cojones piensas que quiero ir?
               Tragó saliva. Yo lo estaba mirando como si estuviera dispuesta a arrancarle la piel a tiras. En cierto modo, así era. Estaba viendo lo que tenía dentro, y lo que tenía dentro no era él. Lo que le había llevado hasta este punto no era él.
               Era la terapia. La terapia le había llevado hasta su padre. Brandon le había hecho esto. Y Brandon no haría que Alec rompiera conmigo.
               -A un sitio en el que te traten mejor. Donde te den lo que te mereces.
               -¿Quién me va a tratar mejor que tú?
               -No lo sé, Sabrae-me miró a los ojos, frustrado. Seguramente no se esperaba que yo opusiera tanta resistencia. Seguro que creía que me iría echa un manojo de nervios, como había hecho ayer.
               Como había hecho…
               -Con el tío con el que estés destinada a estar. O la tía-había apartado la vista, y se pasó la mano por el pelo-. No lo sé.
               ¿Qué? Ah, no. No. Ni de coña. Ni de coña. Ni de putísima coña, vamos. No. No iba a entregarme a alguien de mi hipotético futuro a modo de excusa para lo que fuera que estaba pasando.
               Salté de la cama y fui a por él.
               -Dímelo a la cara. Dímelo a la puta cara, Alec. Mírame a los ojos y dime que de verdad no piensas que estamos destinados el uno para el otro.
               -Lo estoy haciendo por ti.
               -Me suda el coño por quién cojones estés haciendo esto, ¿me oyes? Como si es por la putísima reina de Inglaterra. Dime a la puta cara que no crees que eres tú con quien estoy destinada a estar. Hazlo, Alec-ordené, tomándolo de la mandíbula y obligándolo a mirarme-. Hazlo, y te juro por Dios que me marcho y no me vuelves a ver el pelo.
               Me aguantó la mirada durante unos segundos. Abrió la boca y cogió aire.
               -Ni se te ocurra. ¡Que ni se te pase por la cabeza! Te juro por Dios, Alec, que como siquiera se te ocurra pensar en mentirme mirándome a los ojos…-levanté la mano con los dedos extendidos hacia él, la cerré en un puño y la dejé caer a mi costado-. Uf. Uf.
               Sacudí la cabeza y me quedé allí plantada, a centímetros de él, mirándole los pies. Me eché a temblar de los nervios.
               -¿Ya no me quieres?-pregunté. Alec abrió muchísimo los ojos.
               -¿Cómo coño puedes pensar eso, Sabrae? ¡Claro que te quiero! Te voy a querer hasta que se acabe el mundo.
               -Pues entonces, ¿a qué viene esto? Porque hemos recorrido demasiado camino como para dejarlo justo aquí. Los dos nos queremos y queremos estar juntos. ¿Por qué me has dicho esto ahora? ¿Es porque estás enfadado por lo de ayer? Y no me digas que lo de ayer no pinta nada, porque no soy tonta, ¿sabes? Sé que algo pasa.
               -Pasa que estamos dejando que esto vaya demasiado lejos.
               -Me miraste a los ojos y me dijiste que estabas convencido de que tendríamos hijos juntos, ¿cómo puede ser lo de ayer ir demasiado lejos, Alec?
               -¡¡NO VOY A PODER COMPENSARTE TODO LO QUE ESTÁS HACIENDO POR MÍ!!-bramó, cogiéndome por los brazos y zarandeándome-. ¿¡Lo entiendes, Sabrae!? ¡¡No voy a poder compensártelo!!
               -¡Es que yo no quiero que me compenses nada, Alec!
               -Tienes que dejarme atrás-sentenció, dándose la vuelta y encaramándose a la ventana. Apoyó las manos en el alféizar y hundió ligeramente los hombros. Debía de dolerle estar en esa postura, pero no se quejó lo más mínimo, pues seguramente estaba demasiado ocupado pensando en otras cosas, por ejemplo, cómo podía ser así de subnormal-. No sabes cómo soy por debajo de todo esto.
               -Sí que lo sé. Lo sabía antes que tú. Por eso necesitabas ir a terapia, para que entendieras por qué te queremos todos los que te conocemos.
               -No me refiero a la personalidad-respondió, girándose-. Ya sé que de eso no voy muy sobrado.
               -Tú eres tonto-escupí.
               -Me refiero al físico-continuó, como si no me hubiera oído. Me eché a reír sin poder frenarme.
               -¿El físico? Alec, por Dios, ¿qué pasa con tu físico?
               -Ha cambiado.
               -No me digas-alcé las cejas, sarcástica-. ¿Te crees que no me he dado cuenta?
               -Ha cambiado más de lo que tú crees.
               -Estoy bastante segura de que seguirás poniéndome igual de cachonda que antes, así que por eso no te preocupes. Si estás rayado porque hace un mes que no te la chupo, déjame decirte que no es por falta de ganas. Porque, joder, Alec, cada vez que te veo me dan ganas de ponerme de rodillas y succionarte hasta el puto alma, ¿sabes?
               -El sexo no va a ser lo mismo.
               -Esto dejó de tratarse sólo de sexo hace mucho tiempo. Además, ¿y qué si no lo es? ¿Piensas que alguien me ha follado una décima parte de bien de lo que lo has hecho tú? ¿De verdad te crees que un accidente de moto y un mes en un hospital pueden quitarte lo que sea que nos hicieras a mí, a Chrissy, a Pauline, y a todas las tías que tienes en la agenda del teléfono o en los mensajes directos de Instagram preguntándote si estás libre esta tarde para ir a echar un polvo?
               Alec se me quedó mirando.
               -Mira, entiendo que la terapia ahora mismo te está machacando. Tienes muchas cosas malas dentro que tienes que sacar de algún modo, y si ya de por sí tenías la autoestima baja, ahora se te habrá hundido bastante más. La verdad, no sé muy bien a qué viene todo esto ahora; sólo sé que no puedes ir por la vida intentando alejar a la gente de tu lado simplemente porque piensas que no eres suficiente. Porque, para empezar, estás equivocado. Y no todo se reduce a lo que vales tú. También tiene algo que ver lo que valen los demás.
               -Tengo bastante claro cómo está la balanza con respecto a nosotros dos.
               -¿Y simplemente porque eres bobo y piensas que yo estoy a trillones de años luz de distancia de ti, ya quieres dejarme? Las cosas no funcionan así, Alec.
               -No lo pienso; lo sé, Sabrae. Sé que te estoy reteniendo, y que no voy a poder darte lo que tú necesitas, y que por eso es mejor que rompamos. Porque tú eres demasiado buena y no lo harás. Te da igual que yo no sea bueno para ti. Te da igual que…
               No pude contenerme; salvé la distancia que nos separaba de dos pasos y le crucé la cara de un tortazo que ni siquiera vio venir. Sé que estaba mal, pero no podía más. Una cosa era que me dijera que quería romper, y otra que se denigrara a sí mismo de esa forma. Yo no tenía por qué aguantarlo, y no lo iba a aguantar.
               -Alec Theodore Whitelaw-escupí-. Déjate de gilipolleces. Puedo consentir que dejes de quererme y desearme, pero…
               -Yo no he dicho que haya dejado de quererte ni de…
               -¿Quieres otra? Porque te la doy. Te prometo que te pegaré una paliza si es lo que necesitas para meterte en esa cabezota dura como una piedra que tienes que ni yo me voy a ningún sitio, ni tú eres malo para mí, ni estaríamos mejor separados. Ni de broma, vamos. ¿Me estás oyendo? Que sea la última vez que me hablas mal del hombre al que amo. ¿Te queda claro?
               Alec asintió despacio con la cabeza, mirándome a los ojos. Luego, su mirada descendió hacia mis labios, y los suyos comenzaron a abrirse y curvarse lentamente.
               -Como me vayas a decir que estoy guapísima cuando me enfado, te juro que te caneo otra vez.
                -Estás…
               -Te voy a pegar en serio, Alec. Me importa una mierda que estés ingresado.
               -… guapísima…
               Levanté la mano y la dejé a la altura de su cara.
               -… cuando…
               Eché la mano hacia atrás y arqueé las cejas.
               -… te enfadas-y se encogió un poco y cerró los ojos, preparado para el nuevo tortazo.
               -Me vas a matar a disgustos. Te lo digo en serio. Ojalá no te gustaran las chicas guapas; es la única explicación que le encuentro a que te encante amargarme la existencia de esta forma. Madre mía, es que me apetece pisarte la cabeza, Alec.
               -No lo decía para tocarte el coño. Lo decía en serio. Y aún lo digo.
               -Es que eso es lo peor, Alec: que me dices de verdad que no me mereces. Y, la verdad, después de todo este tiempo, estoy empezando a pensar que lo que te pasa es que no quieres seguir con esto. ¿Qué pasa? ¿Te ha hablado una top después de las publicaciones que he subido contigo y te da miedo proponerme un trío y que ni ella ni yo te hagamos caso?
               -Sí, va a ser eso-puso los ojos en blanco-. Mira, ya sé que necesitas tomártelo a cachondeo, pero te lo digo en serio cuando te digo que me preocupo. Estoy muy jodido por dentro, Saab. Más de lo que yo pensaba. Seguramente Claire esté traumatizada por todas las cosas que le cuento.
               -Es increíble la obsesión que tienes con sobrevalorarte en según qué cosas. Estás jodidísimo hasta el punto de traumatizar a tu psicóloga. La tienes demasiado grande como para que la vagina de las chicas con las que te acuestas vuelva a su sitio con tranquilidad.
               -Que yo sepa, muy pequeña tampoco la tengo, ¿o te tengo que recordar que ni siquiera te entraba la primera vez que follamos?-alzó una ceja, mirándome como si supiera que había ganado la discusión, y yo lo miré al bies.
               -Tú lo que quieres es que te dé otra leche, ¿verdad? Debe de gustarte este rollo.
               -Estoy intentando que rompas conmigo al darte cuenta de que la relación es tóxica-bromeó.
               -Sí, como el zumo multifrutas. Pues vas dado, guapo. ¿Sabes cuánto tiempo llevo esperando para echarte un polvo?-le cogí de la camiseta y tiré de él hacia mí, hasta pegarlo contra mi pecho-. Ni de coña vas a romper conmigo dejándome a dos velas, chaval. Tú y yo follaremos de lo lindo cuando te den el alta, y no hay nada que puedas hacer para impedirlo. Nada. Quizá morirte, pero puede que ni siquiera te baste con eso para librarte de mí.
               -No creo que tú sola te bastes para reanimarme si no lo consiguen las enfermeras.
               -Oh, no te preocupes. Seguro que la morgue no tiene mucha vigilancia.
               Abrió los ojos como platos.
               -¡Sabrae!-me riñó, y yo me eché a reír, me puse de puntillas y tiré de él para besarlo. Respondió con ganas al beso, como si lo estuviera esperando, como la primera nevada del año para un niño entusiasta de las navidades.
               Noté el cambio que se producía en él incluso en su boca. A medida que mis besos insistían en los suyos, se iba relajando más y más, hasta el punto de que, creo, los demonios de su mente se callaron. Para cuando era él quien llevaba la voz cantante, estábamos pegados a la cama, supongo que movidos por la costumbre. Entre beso y beso, respirábamos el nombre del otro, nos decíamos que nos queríamos, y nos creíamos que estábamos de luna de miel en algún destino paradisíaco, en lugar de celebrando la reconciliación tras la ruptura más breve y extraña de la historia.
               -Perdóname, no quería disgustarte, yo… no sé qué me pasa.
               -No te preocupes. Estás sometido a mucha presión, así que es normal que se te olviden ciertas promesas.
               -¿Qué promesas?-sonrió, besándome por el cuello.
               -Oh, ya sabes, tonterías del estilo… “no permitiré que nada ni nadie se interponga entre nosotros, ni siquiera yo”-hice el gesto de las comillas y Alec se echó a reír.
               -Menos mal que tú sí tienes buena memoria, ¿eh?
               -Para lo que me interesa…-tonteé, jugueteando con su camiseta-. Al, de verdad, si hay algo que te preocupe, me lo puedes decir, y lo hablamos como adultos. No pasa nada, yo no te voy a juzgar. Si hay cosas de las que no te sientes preparado para hablar con Claire, siempre puedes contármelas a mí para desahogarte.
               -No te preocupes. La terapia va bien.
               -¿Seguro?
               -Sí.
               -Uf, menos mal. No es por meterte presión, pero tengo muchísimas ganas de que te den el alta.
               -¿En serio?-se rió, arqueando las cejas-. Vaya, quién lo diría. Cualquiera diría que te da un poco igual nuestra situación ahora mismo.
               -No me malinterpretes; me encanta estar contigo, y me gusta estar incluso sentados sin hacer nada. Pero una no es de piedra, y tiene necesidades-le guiñé un ojo-. ¿Sabes? No necesito mirar lo que hay debajo de las vendas para saber que me va a encantar, porque en realidad ya lo conozco: sólo músculo, y músculo, y músculo, y piel y huesos hechos sólo y exclusivamente para que yo no deje de gritar-me froté con descaro contra él, como una gata en celo, tratando de arrancarle una respuesta un poco más física que la que obtuve:
               -No sé si seré capaz de hacerlo como antes-respondió en un tono de disculpa adorable, si no fuera porque detestaba que se sintiera así.
               -Mi sol-le acaricié la nuca con la yema de los dedos, y disfruté de cómo su expresión cambió, concentrada en ese punto de contacto entre ambos-, ya solamente con verte me dan ganas de ponerme a chillar como loca. Si no lo hago es porque sé comportarme en sociedad… y porque no creo que el resto de chicas vengan corriendo a pelearse conmigo por ti.
               -Me gustaría verlo.
               -No lo creo-negué con la cabeza, arrugando la nariz, y Alec se rió.
               -¿Qué pasa? ¿Crees que no podrías ganar? Sería divertido ver cómo te peleas con el aire. Ya sabes que la única chica a la que veo eres tú.
               -Y tú queriendo dejarme. ¿Seguro que podrías vivir sin sexo?
               -Sabrae, quizá te sorprenda por mi reputación de donjuán, pero soy buenísimo haciéndome pajas, ¿sabes? Y me has dado material de sobra a lo largo de estos meses, así que creo que aguantaría bastante bien. Eso sí… ¿me pasas las fotos que te has hecho hoy?
               -¿Para…?
               -Propósitos científicos, simplemente-respondió con fingida inocencia, y yo me eché a reír. Por supuesto, se las envié, y me regodeé en la manera en que las analizó como si tuviera que memorizarlas.
               Pasamos una tarde muy agradable, entretenidos besándonos y viendo vídeos por Internet; le encantó que le diera un descanso de los deberes, por lo menos, hasta que llegó Bey.
               Pero, cuando me tocó despedirme de él, la rabia que me había dominado cuando me dijo que quería dejarlo regresó a mí con la intensidad de la onda expansiva de una explosión. Sin pensármelo dos veces, no porque dudara de mi decisión, sino porque no tenía tiempo que perder, en lugar de atravesar las puertas de salida del hospital, torcí en dirección a Salud Mental, ansiosa por encontrarme con su psicóloga.
               Durante unos angustiosos minutos en los que prácticamente corrí por los pasillos brillantes, pensé que tendría que lamentar haber dejado pasar el tiempo y que Claire aún no estaría en su trabajo. Mis temores fueron infundados: me la encontré en el amplio vestíbulo que conducía hacia su sección, caminando hacia los ascensores con una bolsa blanca al hombro que reconocí inmediatamente: Alec me había hablado de la bolsa de Juego de tronos en varias ocasiones. Una de ellas, incluso se había lamentado de no saber pintar bien, pues estaba seguro de que me encantaría como regalo.
               Me dirigí hacia la psicóloga como una flecha, decidida a que no se me escapara. Conseguí abordarla antes de que las puertas del ascensor se abrieran, y un grupo de sanitarios presenciara pasmado cómo me la comía con patatas.
               Esa tía tenía la culpa de que Alec llegara a esas extrañas conclusiones. No sabía qué le estaba haciendo, pero era evidente que no le prestaba el suficiente caso. Si Fiorella había sido capaz de diagnosticarle depresión a Alec con sólo verlo y Claire no había dicho una palabra respecto a esa enfermedad, era porque no se tomaba tan en serio sus sesiones como debería. Alec le estaba confiando su vida, sus peores temores, todo lo que le componía, venenoso o no, y ella ni siquiera se molestaba en mirar en qué dirección apuntaban las pruebas.
               Bueno, pues yo la haría espabilar. No pensaba volver a ponerle la mano encima a Alec, y mucho menos por las conclusiones a las que le hacía llegar esa perra, que se dedicaba a abrirle las cicatrices y hurgar en sus heridas hasta que todo él se considerara impuro, corrupto, putrefacto.
               -Hola, ¿eres Claire?-pregunté, y la chica se giró. Aún llevaba puesta la tarjeta identificativa de todo el personal del hospital: nombre y apellidos, puesto, y foto. Pero, incluso si no la hubiera visto, sabía que mi instinto había acertado. Alec me había descrito a Claire la primera vez que hablamos de ella: delgada, de estatura media, melena rubia atada siempre en una coleta y ojos azul cielo, más tirando al zafiro que los de Tommy.
               -Así es, hol…-empezó, pero yo no la escuché. No tenía interés en nada de lo que me dijera esta payasa. ¿No se le daba genial escuchar? Pues a mí me iba a oír.
               -Soy Sabrae, la novia de Alec. Quería que me pusieras cara-me presenté, abriendo los brazos. El ascensor llegó en ese momento, y Claire frunció el ceño, afianzándose la bolsa en el hombro como si yo le fuera a robar, o algo así-, porque a partir de ahora, pienso hacerle la vida imposible, y a ti, el trabajo mucho más difícil.
               -Sé quién eres-respondió, parpadeando despacio, igual que sus colegas, que esperaban en el montacargas a que subiera o yo me abalanzara sobre ella y le arrancara esos pelos de Barbie comecocos que tenía-. Alec me ha enseñado fotos tuyas.
               -¿Ah, sí? Perfecto, entonces; ya tenemos medio trabajo hecho. Me imagino que entonces no tendré que explicarte punto por punto, como os mola a los de tu profesión, por qué estoy tan de mala hostia. Fijo que lo entiendes sin que te lo digan; después de todo, tienes una carrera universitaria, así que tengo que asumir que eres medio lista. ¿Qué miráis? ¿Queréis palomitas? ¿Habéis pagado entrada, siquiera?-ladré, girándome hacia los sanitarios, cuando uno de ellos puso la mano en el sensor del ascensor para que la puerta no se cerrara y poder seguir disfrutando del espectáculo-. ¿No tenéis ningún capítulo de Anatomía de Grey sobre el que asesorar?
               Acojonada, una médica presionó el botón para que las puertas del ascensor se cerraran más rápido. Claire suspiró, rebuscó en su bolsa, y se sacó unas llaves del interior. Creo que musitó algo sobre hacer horas extra, pero no la entendí bien.
               -Bueno, verás, resulta que el chico que enseña fotos mías a todo el que se le pone por delante, ahora dice que no es bueno para mí, y que quiere dejarme. Así que creo que deberías cambiar de método, doctora. Alec ya me había liado algo parecido hace tiempo, y me costó horrores conseguir que superara esa inseguridad. Tuve que hacer que dos amigas cercanas suyas-decidí omitir la parte de que Alec se las había estado tirando antes de liarse conmigo- hablaran con él y le convencieran de que lo que le había disgustado no tenía relación con su pasado, sino con… bueno, con el machismo en el que vivimos, y que seguramente tú también has vivido.
               -¿Y qué le respondiste?
               -¿Perdona?
               -A que quería dejarte. ¿Qué le respondiste?
               -Que ni de coña. Que sus inseguridades no iban a tomar decisiones por él. Inseguridades que, por otro lado, no tenía hasta que no empezó a hablar contigo, así que ya me dirás lo que le haces.
               -Le trato-respondió con cara de listilla-. Es mi paciente.
               -Sí, bueno, doctora… lamento ser yo quien te lo diga, pero no parece que estéis haciendo muchos progresos. Así que, dado que tu método no funciona, a partir de ahora vamos a probar con el mío.
               -¿Es peligroso?-quiso saber.
               -No más que el tuyo, supongo. Y depende de a qué peligro te refieras. ¿Estamos hablando de una sobredosis de azúcar por monerías, o a que le dé un infarto o algo así por ponerlo demasiado cachondo? Porque pienso llevar los mínimos centímetros de ropa posibles para que se dé cuenta de hasta qué punto somos incapaces de estar el uno sin el otro, o de que lo que él tiene no es lo que yo quiero. Así que… sí, si estás pensando en eso, mi método va a ser peligroso. Pero, si crees que es peligroso para su integridad física, no te preocupes. Soy la principal interesada en que le den el alta cuanto antes para poder echarle un polvo de esos que hacen que no puedas sentarte en una semana.
               -Está bien. Tú puedes seguir por tu ruta, que yo seguiré por la mía-respondió, girando sobre sus talones y pasando a mi lado para dirigirse hacia la salida. Me apresuré para ponerme a su altura.
               -Lo siento por ti si es el primer niño roto al que tratas, pero las cosas no se hacen así, ¿sabes? Alec está mal, es muy frágil psicológicamente, y dejarlo solo con sus pensamientos le hace mucho más mal que bien.
               -Soy consciente-respondió, consultando su reloj.
               -¿Te estoy aburriendo?
               -No me pagan las horas extras, cielo.
               -No te preocupes; puedes cobrarme la tarifa estándar de una consulta privada. ¿Sabes? Me parece que a mí también me vendría bien una psicóloga con la que despotricar.
               -Escucha, comprendo perfectamente que te preocupes por Alec. Aunque no te lo creas, yo también me preocupo por él. Es muy buen chico…
               -No me digas-me crucé de brazos y Claire puso los ojos en blanco.
               -… y está haciendo increíbles progresos, por mucho que a ti te parezca que no. Supongo que te falta la base educacional, pero me alegro de que él tenga a alguien con quien puede contar para que lo defiendan de esta manera.
               -Hay mucha gente que le defendería así; la diferencia entre ellos y yo es que yo no estoy dispuesta a justificar cómo le estás hundiendo para tragarse sus mierdas.
               -No lo hago por gusto, te lo aseguro.
               -Permite que lo dude, sobre todo porque creo que no le estás brindando las atenciones que él necesita.
               -¿Disculpa?
               -Cualquiera que le escuchara hablar durante un minuto, sólo un minuto, sobre sí mismo, sabría que sacar todos sus traumas y ponerlos sobre la mesa no es una buena idea. Alec necesita a alguien que le apoye, alguien que le diga que no tiene culpa de nada de lo que pasó, que le asegure que no puede controlar lo que los demás le hacen… es decir, el método de terapia de choque está bien para según qué paciente, pero a Alec le está haciendo más mal que bien. Es inseguro respecto a absolutamente todo en lo que le concierne ahora mismo. No tiene nada a lo que agarrarse, así que sólo lo estás hundiendo cada vez más y más. Terminarás destrozándolo.
               Claire se había cruzado de brazos, y me dedicó una media sonrisa.
               -De acuerdo. Pensemos que este método le está resultando excesivamente destructivo, y que no es capaz de darse cuenta por sí mismo de lo que me estás diciendo. ¿Cuál crees que sería la mejor manera de proceder?
               No me esperaba esto. No me esperaba que me diera el mapa y me dijera por qué carretera debíamos ir para llegar al punto que nos interesaba: el bienestar de Alec. Había tantos caminos… pero sólo uno era realmente eficaz. El bienestar de Alec no era un pueblo, un condado, una nación, o un continente. No era, ni siquiera, una isla. Era un planeta.
               Y sólo había una manera de llegar a un planeta.
               Por un momento, vacilé. Estaba segura de que aquel método era el indicado, pero también me parecía que me estaba excediendo. Puede que lo hubiera sopesado, igual que hacía mamá con sus casos. Ella siempre valoraba todas las opciones que tenía disponibles antes de elegir una estrategia. Quizá Claire lo hubiera hecho así, y se hubiera equivocado. Pero yo no tendría manera de defender mi postura, porque no tenía conocimientos suficientes como para enzarzarme en un debate con ella.
               -A Alec le viene bien la confrontación-comenté, sin embargo, y Claire alzó una ceja-. Algo así como terapia de pareja, pero no con parejas, sino… con quienes le queremos. ¿Me explico?
               -Cristalina. Continúa.
               -Cuando él se siente mal y hablamos, y yo le expongo cómo le veo yo, eso le consuela. Es como si el único valor que le importara realmente fuera el que le damos los demás. Hay que intentar grabárselo a fuego en el cerebro: que es bueno, que se merece que le quieran, que es una víctima en lugar de un verdugo.
               -Y a mí no me hará caso, por supuesto. Soy su psicóloga; se supone que me entrenan para mentir, ¿verdad?
               -Bueno, no exactamente, pero creo que valora más las opiniones de los que conoce y quiere.
               Claire sonrió.
               -Lo cierto es que llevaba tiempo planteándomelo-respondió, mirándose las uñas de una forma que me sacó de quicio, lo que le hizo sonreír-, pero quería asegurarme de agotar otros métodos antes de probar con este por las mismas razones que tú has aducido: tiene que salir de él. No obstante, si con esto podemos conseguir que empiece a caminar en la dirección correcta, no tengo inconveniente-descruzó los brazos y, tras guardar una mano en el bolsillo de su bata y afianzarse la bolsa con la otra, terminó-. De modo que te veo la semana que viene-tocó el botón para llamar un nuevo ascensor y me sonrió con cortesía.
               -¿La semana que viene?-no entendía qué pasaba la semana que viene, aparte de que Scott ya estaría en casa y ya no tendría tantas responsabilidades sobre mi cabeza.
               -Claro. Vendrás a la consulta, me imagino, ¿no? Dado lo mucho que habláis, me extrañaría que no quisieras participar en terapia con él. Tú eres la única con la que puede hacer terapia de pareja. Alec te necesita, Sabrae.
               -¿Y por qué no puedo empezar mañana?
               -Porque sus problemas no tienen origen en ti. Además-a esta frase le acompañó el tintineo del ascensor indicando que había llegado, y comenzaron a abrirse las puertas-, primero tengo que planteárselo. Quizá no quiera hacer terapia conjunta, y tendremos que buscar otra solución.
               -Querrá. Le funciona.
               -De todas formas, no es algo que puedas decidir tú.
               -Ya, ya lo sé. Y no lo estaba decidiendo, simplemente… decía que con Alec funciona la confrontación. Sólo es capaz de ser completamente sincero contigo cuando prácticamente se lo ordenas-por desgracia, lo había descubierto en demasiadas ocasiones; la última, la tarde anterior. Sólo cuando le ponías contra la espada y la pared Alec te decía lo que verdaderamente le pasaba-. Sólo así siente que no puede hacerte daño, porque parar está en tus manos y no en las suyas.
               -¿Y no crees que es porque la confrontación pone la carga de la responsabilidad de una conversación sobre la otra persona?
               Negué con la cabeza.
               -Puede que sea así con otra gente, pero con Alec no. A Alec no le importa responsabilizarse de absolutamente todo lo que se le ponga por delante. Si por él fuera, cargaría con todo el mundo sobre sus hombros. Tiene demasiada responsabilidad afectiva. Ése es el problema. Tenemos que enseñarle a pulirla.
               Claire sonrió, me invitó a subir al ascensor y marcó la tecla para la planta baja por mí. Se me quedó mirando con una expresión de extraño orgullo, como si me conociera desde hacía tiempo y le alegrara ver hasta dónde había llegado. Quizá Alec me había dado más méritos de los que realmente me merecía. Era típico de él: seguro que achacaba todos sus avances psicológicos a que yo simplemente me sentaba a escucharle, como si el verdaderamente valiente no fuera él al mostrarme su alma.
               No hablamos en todo el trayecto del ascensor, si bien es cierto que tan solo fueron un par de pisos. Cuando llegamos a la planta baja después del viaje, estaba dispuesta a pedirle disculpas al despedirme de ella si me decía que me había pasado. Porque, sí, lo había hecho. Pero lo había hecho por un bien más importante que el mío propio.
               Atravesé las puertas del ascensor y me giré cuando me llamó.
               -Sabrae, ¿ya has decidido qué vas a estudiar?
               Torcí la boca. ¿Realmente eso era importante?
               -Me gusta la Sociología, así que estoy entre Sociología o Ciencias Políticas. Quizá un doble grado. La verdad que no lo sé. Hay muchas cosas que me interesan.
               -¿Nunca te has planteado ser psicóloga?
               Parpadeé.
               -¿Yo? Pues… no. La verdad es que no se me había pasado por la cabeza. ¿Por qué?
               -Creo que sería de tu interés. Después de todo, la sociología no es más que la psicología aplicada a la sociedad entera. Y, a juzgar por cómo has hablado hoy, me parece que te gustaría tanto ayudar a curar los problemas de las personas de la misma manera que te interesan los de la sociedad. Y se te daría bien.
               -¿Cómo sabes que a mí me interesan…? Alec-adiviné cuando la vi sonreír, y ella asintió con la cabeza-. Bueno, no tengas en cuenta todo lo que él te diga sobre mí. Tiende a endiosarme mucho. Me ve con muy buenos ojos. Demasiado, incluso. Y que se me dé bien moverme en manifestaciones y demás y tenga pensamiento crítico no quiere decir que vaya a ser buena resolviendo los traumas de la gente. No creo que tenga lo que hay que tener.
               -Pues yo creo que sí. Es más, me atrevería a decir que se te daría muy bien-inclinó la cabeza hacia un lado-. Fifi está muy impresionada con todo lo que has investigado para ayudar a Alec. Y he de decir que no exageraba. De hecho, me parece que incluso se quedó corta, pero Fifi es así. No le gusta dejar entrever que alguien le ha impresionado.
               -¿Fifi? Lo siento, estoy un poco perdida-sacudí la cabeza, abriendo las manos.
               -Fifi. Fiorella-aclaró-. Trabaja para tu madre, y tú fuiste a verla para pedirle consejo, ¿a que sí?
               -¿Conoces a Fiorella?
               Claire se echó a reír, una risa musical y adorable. Se le achinaron los ojos y se llevó una mano al pecho.
               -Vaya, pues sí que es discreta.
               -¿La conoces?
               -¿Que si la conozco? Tesoro, me casé con ella.
 
-¿Me he metido en problemas?-pregunté, fingiendo diversión, mientras me sentaba en la silla de Claire. Había cambiado la silla de las visitas, de un impersonal e incómodo plástico muy parecido a las de las zonas de espera que salpicaban el hospital justo debajo de los paneles con los turnos de consulta, por los pequeños sillones de madera ocre y cojines azules que había en las salas donde los médicos anunciaban las enfermedades más chungas. No es que me hubieran hecho meterme en una de esas salas, afortunadamente, pero un mes en el hospital me había dado para pasear mucho, especialmente ahora que habían decidido que las muletas eran “opcionales” (sobre todo, porque yo me negaba a utilizarlas).
               Sin embargo, a pesar de mi tono juguetón, sí que estaba preocupado. Normalmente Claire no me hacía ir a su consulta por mucho que insistiera yo en que quería da un paseo para despejarme, o bromeara diciendo que siempre había que caminar de los vestuarios del estadio al ring, para despejar las piernas incluso cuando sabías que iban a darte una paliza. Había que darle a la audiencia un buen espectáculo.
               No sabía por qué, pero algo me decía que el hecho de que me hubiera hecho ir a su despacho tenía algo que ver con Sabrae. Era incapaz de establecer una conexión precisa entre ella y mi psicóloga, pero me parecía demasiada coincidencia que el incidente con Sabrae hubiera sido el día anterior, y ahora Claire decidiera que me vendría bien dar un paseo de ida y otro de vuelta en torno a nuestras charlas.
               Claire se rió, se encogió de hombros y se reclinó en su silla. Habría hecho mejor efecto si fuera una silla de psicólogo al uso, pero lo cierto es que algo se balanceó hacia atrás, de modo que por lo menos el estatus estaba claro.
               -Me pareció que te vendría bien un cambio de aires.
               -¿Vamos a ir a hacer la terapia a algún burger?-quise saber, y Claire se rió más fuerte. Después, recolocando las cosas en su escritorio, ordenó sus ideas y decidió el mejor modo para llevar a cabo la incursión en terreno bélico que estaba a punto de hacer. Se apartó un mechón de pelo, de esos que se le quedaban fuera de la coleta por tan solo unos milímetros, tras la oreja, y se aclaró la garganta.
               -Verás, Alec, mis colegas suelen desgranarles mucho a sus pacientes los progresos que van haciendo en la terapia para animarlos a que se abran. Contigo, sin embargo, me ha resultado innecesario, ya que desde el primer día en que decidiste tomarte esto en serio has ido derecho hacia nuestro objetivo. El método de choque con el que empezamos ha dado sus frutos, pero creo que hemos llegado a un punto muerto en el que no vamos a conseguir que dé más de sí, ¿me entiendes?
               -Creo que sí. ¿Me estás diciendo que no vamos a seguir indagando en mis traumas?
               Claire cruzó las piernas y entrelazó las manos sobre las rodillas. Asintió despacio con la cabeza.
               -De momento, me parece que me has dado suficiente información como para que podamos hacer una pausa. Verás, el método de choque sirve principalmente cuando tenemos heridas abiertas que nos han infligido otras personas con las que no tenemos relación a día de hoy, o con las que la relación es tan complicada que no podemos confiar en que nos ayuden a cerrarlas.
               -Pero mi padre me hizo esas heridas.
               -Lo sé, y tienes toda la razón del mundo, pero creo que con las herramientas que tienes, es suficiente para que continuemos avanzando prescindiendo de él. Salvo que tú quieras…
               -¡Ni de broma! No pienso ponerme delante de él y decirle todas las cosas en que me jodió. Las disfrutaría.
               -Me imaginaba que dirías eso-asintió con la cabeza, un poco entristecida, pero creo que no era con mi negativa, sino con la razón que tenía. Ningún padre debería disfrutar del sufrimiento de su hijo como mi padre disfrutaría del mío, aunque no me considerara más que un peón-. Así que, según lo veo yo, la terapia de choque ya ha cumplido con su objetivo. Hemos llegado hasta la raíz del problema de tu autoestima y tus traumas: la situación en que fuiste concebido y todo lo que la rodeó.
               Asentí con la cabeza, incómodo. A pesar de que el sofá era más confortable que mi cama, no me gustaba saber que estaba en el mismo sitio en el que había dicho en voz alta por primera vez que sabía de qué había surgido realmente. Tenía una sensación parecida a cuando visitas exposiciones sobre la energía nuclear y llegas al apartado de aplicaciones violentas de ese tipo de descubrimientos, con las bombas de Hiroshima y Nagasaki reverberando en las paredes incluso cuando no hay mención explícita a ninguno de los dos pueblos.
               -Quiero ser completamente sincera contigo, Alec. Te lo debo desde el principio-Claire tamborileó con los dedos un par de veces sobre su mesa, mirándose las manos. Me había leído las suficientes veces con ese mismo gesto como para saber que estaba tratando de concentrarse en algo físico para despejar la mente y poder pensar con claridad, descubriendo así cómo podía ser lo más diplomática posible-. Creo que nos funcionó la última vez, así que podemos seguir por ese camino.
               Con “la última vez”, Claire se refería a cuando había accedido a abrirme con ella, o por lo menos intentarlo. Después de aquella semana en que nos había hecho perder el tiempo a ambos, su concepto de mí era bastante pobre, pero no me había costado apenas esfuerzo convencerla de que me tomaría las cosas en serio porque, según me reveló, mis seres queridos la habían puesto sobre aviso. Después de hablarlo con mi novia, mis mejores amigos y mi hermana, mis padres habían ido al despacho de Claire para convencerla de que los métodos que le habían enseñado en la facultad no servirían conmigo. Su paciencia no sería un arma para mí, y el silencio no me resultaría incómodo como a otros pacientes, tal y como pudo comprobar al ver que me daba lo mismo quedarme callado durante una hora: tendría que darme mi propia medicina, ser una cabrona conmigo igual que yo lo sería con ella. Ponerse chula y no pasarme ni una. Incluso amenazarme con dejar de ser mi psicóloga, todo con tal de que yo me lo tomara en serio.
               Era un modo de proceder poco ortodoxo, pero funcionaría. Tenía que funcionar. Yo sólo espabilaba a hostias. Y ellos le perdonarían que me las diera.
               -Antes de que te vayas-me había dicho-, quería pedirte disculpas por mi comportamiento esta semana pasada. Me comporté como una auténtica cabrona contigo siguiendo los consejos de gente cercana a ti, que me advirtieron de que si era buena, tratarías de torearme y pensarías que no eres digno de mi ayuda.
               Me había reído.
               -¿Has hablado con mi madre?
               La manera en que me miró me dio a entender que no quería decirme que sí. Pero… sí.
               -Necesitaba aprender más de ti. El coste puede que sea demasiado, y que ya no confíes en mí, pero de ambos depende decidir si merece o no la pena seguir con esto. Sé que no es muy ético, pero tus padres parecían tan desesperados por conseguir que hablaras que a mis colegas y a mí no nos quedó más remedio. Creímos que conmigo sería más fácil, por la cercanía de edad. Pero si quieres cambiar de terapeuta, encantada te recomendaré a mis colegas que reprobaran el comportamiento.
               -Me sirves tú. Además, por muy lesbiana que seas, sigues estando buena, así que por lo menos me gustará verte todos los días entre semana.
               -No tienes que decidirlo ahora.
               -¿Qué pasa, doc? ¿Estoy haciéndote dudar de tu orientación sexual?-me había cachondeado.
               -He conocido a Sabrae-soltó Claire, y yo me la quedé mirando. Y no pude evitar echarme a reír. Claire esperó a que terminara, masajeándome el puente de la nariz.
               -Has conocido a Sabrae-repetí-. Por supuesto que sí. La madre que la… ¿cuándo?
               -Ayer, al terminar mi turno. Las dos nos íbamos a casa. Me abordó justo cuando iba a entrar al ascensor.
               -¿Te hizo algo?
               -Fue bastante… clara a la hora de expresar su opinión al respecto de mis métodos.
               -No me jodas… ¿y ella qué coño sabe? No es psicóloga. Ni siquiera lee libros de psicología. De Sociología sí, porque es un poco rara, la pobre, pero yo la quiero igual, pero… ¿psicología?
               -Conoció a mi mujer.
               Parpadeé.
               -¿Antes que yo? Eso me ha dolido, C. Pensaba que tú y yo éramos amigos.
               Claire se esforzó mucho para no poner los ojos en blanco, pero aun así no lo consiguió.
               -Mi mujer también es psicóloga, y resulta que lleva un tiempo trabajando en el despacho de Sherezade.
               -Joder, estoy rodeado de la flor y nata de mujeres trabajadoras de Londres, ¿eh?
               Claire me miró, parpadeó despacio, y continuó.
               -Debes saber que va contra el código hablar de los pacientes, pero creo que comprenderás que comente con mi esposa ciertos casos que me resultan especialmente complicados.
               -¿Le has dicho que estoy bueno?
               -Estoy haciendo un esfuerzo tremendo por no tirarte mi portalápices a la cabeza, Alec. ¿Es que quieres que te pongan más puntos?
               -Lo siento, es que sigo flipando con que hayas conocido a Sabrae. Sigue.
               -El caso es que intercambiamos puntos de vista respecto a ti, y curiosamente las dos pensamos que esto no da más de sí. Así que la conversación con tu novia, que por cierto es bastante más insoportable de lo que tú me habías contado…
               -Hay que saber llevarla. Claro que yo no soy imparcial; le como el coño.
               -… fue fructífera en muchos aspectos. Me dio el empujón que necesitaba para cambiar de método. Porque de veras creo que no servirá de mucho continuar así, como estamos.
               -De acuerdo.
               -Ahora vamos a probar con lo que se llama terapia de la confrontación-me explicó-. Es un poco diferente a lo que acostumbrábamos, pero creo que puede serte útil. Ahora que tengo una visión de 360 grados de tu situación, he visto que, cuantos más puntos de vista tengamos en este asunto, mejor.
               -¿Cómo que más puntos de vista? ¿Vas a hablar de mí con otras personas? ¿Y por quién piensas empezar?
               -No exactamente. Continuaremos con nuestras sesiones, es sólo que a veces tendremos… invitados.
               Se me disparó el pulso en ese instante, y la habitación comenzó a dar vueltas a la velocidad de la luz. ¿Cómo que invitados?
               -Verás, Alec, uno de los principales problemas que tienes es la visión tan distorsionada que tienes de ti mismo. Debemos trabajar para cambiar eso; sólo así serás capaz de cuidarte. ¿Estás de acuerdo?
               -A ver si lo entiendo: quieres que les hable de mis mierdas a otras personas-dije, despacio, asegurándome de vocalizar bien, como cuando me encontraba con extranjeros que no dominaban muy bien mi idioma, y yo no era capaz de distinguir su acento ni, por tanto, dirigirme a ellos en el suyo.
               -Básicamente. ¿Te parece bien?
               -¿Es absolutamente necesario, Claire?
               -Desde mi punto de vista, sí.
               Me lo pensé un momento. ¿Qué podía perder? Todos a mi alrededor insistían en que me veía con malos ojos, que no había persona con la que fuera más crítico que yo mismo, así que puede que Claire tuviera razón. Quizá me viniera bien compartir opiniones. Quizá no fuera capaz de quitarles la venda de los ojos a quienes me rodeaban.
               Quizá el de la venda era yo.
               -Bueno-acepté, y Claire sonrió. Se levantó de la silla y fue hacia la puerta de su consulta. Se detuvo con la mano en el pomo, y se giró para mirarme.
               -Recuerda que tú siempre tendrás el control de la sesión, ¿vale? Si algo se te hace demasiado intenso, lo dices sin problema, y paramos en el acto.
               -Está bien.
               Claire susurró un dulce y comprensivo, casi maternal, de acuerdo, y giró el pomo de la puerta.
               Como me esperaba, empezamos fuerte. Mi madre estaba esperando al otro lado del pasillo, sentada en una de esas sillas de plástico tan incómodas, sobre las que yo me había sincerado con mi psicóloga. Entró con timidez en la estancia, como quien visita el templo de una religión exótica, temeroso de ser irrespetuoso con alguna de sus costumbres.
               Me levanté en el acto para dejarle a ella el mejor asiento, pero después de que las dos insistieran en que conseguirían uno igual, volví a sentarme. Cosa que agradecieron mis costillas, por cierto.
               -Mi niño-sonrió mamá, acariciándome el brazo, una vez sentada a mi lado. En su mirada había una expresión cariñosa y de infinito orgullo que me conmovió.
               -Annie-comenzó Claire, sentándose en su escritorio de nuevo. Pude ver que se había hecho con una libreta nueva, de ésas con secciones de colores para tenerlo todo bien controlado-. ¿Sabes para qué estás aquí?
               -Vamos a hacer terapia mi hijo y yo.
               -Así es. Dime, ¿tienes algo que comentar antes de que empecemos?
               Mamá empezó a hablar, y yo la escuché con atención, sintiendo que lo hacía de verdad por primera vez en mi vida. Habló de cómo yo siempre había sido bueno, atento y cariñoso, cómo a pesar de que también había sido travieso me las había apañado para encontrar el equilibrio entre la diversión y no disgustarla demasiado. Lo buen hijo que era, incluso cuando la sacaba de quicio más que nadie en el mundo. Lo generoso que era, lo protector, lo buen hermano, lo gracioso, y trabajador. Si fuera un poco mejor con los estudios, ya sería perfecto.
               -Pero lo que le pasa es que no se esfuerza, porque yo sé que da de sobra-comentó, acariciándome la mandíbula con cariño-. Si quisiera, podría ser el primero de su clase. Y de su curso. Eso es lo que me frustra de él; que es listo de sobra, pero no quiere aprovecharlo.
               -¿Crees que tú has influido en algo en la opinión que Alec tiene de sí mismo?
               Mamá se lo pensó un momento, torciendo la boca y frunciendo el ceño.
               -Creo que en ocasiones soy demasiado dura con él. Necesita disciplina, y aunque a veces me toma por el pito del sereno, creo que me paso.
               -Tú no te pasas conmigo, mamá.
               -Bueno, a veces siento que si crees que eres tonto o te frustras con los estudios, el hecho de que yo te eche unas broncas del demonio no te ayuda a intentar mejorar.
               -Me entra por un lado y me sale por el otro-me encogí de hombros con las manos entrelazadas, repantingado como estaba en el sillón. Mamá suspiró.
               -Lo dices para tranquilizarme.
               -Alec, ¿qué te parece si le cuentas a tu madre la razón por la que has necesitado venir a terapia?
               -Mamá estaba presente durante mis ataques de ansiedad.
               -Me refiero a la razón principal. La raíz del problema.
               Me puse rígido, a pesar de que seguí con mi postura de relajación. Me relamí los labios y miré a mi madre, que me observaba con una extraña mezcla de curiosidad y miedo.
               -Creo que sé cuál es la razón. Me temo que sus problemas son muy parecidos a los míos. Me imagino que te habrá hablado de la relación que tuve con su padre-Claire asintió-. No hay necesidad de que me lo explique, entonces.
               -Yo creo que sí. Hay un poco más de lo que creo que no habéis hablado nunca.
               No me hagas esto, Claire. No me hagas esto.
               Mamá me miró, expectante. Con sutileza, Claire empujó la caja de pañuelos hacia nosotros.
               -Alec, ¿qué te parece si le cuentas a tu madre lo que me contaste hace un par de sesiones, cuando os surgió el problema a ti y a Sabrae?-me animó Claire.
               -Verás, mamá… cuando Sabrae me dijo que no sabía si estaba embarazada, yo… me acojoné. Muchísimo. Quiero tener hijos con ella, y quiero darte nietos algún día, pero… creo que no voy a ser bueno como padre.
               -¿Por qué dices eso, cielo? Si se te dan fantástico los niños.
               Me relamí los labios.
               -Es que creo que lo de papá me afectó más de lo que pensamos.
               -¿A qué te refieres?
               -No creo que pueda ser bueno si no lo llevo en los genes.
               -Pero has tenido a Dylan.
               -Sí, y Dylan es un modelo genial, pero no es… no es parte de mí como sí lo es Brandon.
               Me notaba resquebrajándome a marchas forzadas, desintegrándome poco a poco frente a mi madre, que sólo podía asistir angustiada a ese patético espectáculo.
               -Alec-Claire se inclinó hacia mí-. Tienes que ser sincero con tu madre. Ella es la única persona en el mundo que puede ayudarte en ese aspecto. Ella te comprenderá.
               -Por supuesto que sí, cariño. ¿Qué te ocurre?-me puso una mano en el brazo y yo me eché a temblar. Se me agolpó toda la bilis en la garganta, y tenía el estómago completamente retorcido.
               -Me da muchísima vergüenza… Claire…
               -Tienes que decírselo tú-contestó mi psicóloga, adivinando mis intenciones.
               -Mamá… yo… no puedo tener buen concepto de mí porque… sé lo que soy.
               Mamá esperó.
               -¿Qué eres, mi leoncito?
               Tomé aire. Lo solté. Lo volví a tomar y lo volví a soltar.
               -Sé que soy… el producto de… una… violación.
               Esta vez, la que se puso rígida fue mamá. La noté palidecer por el rabillo del ojo; no me atrevía a mirarla. Bastante mal me sentía ya por hacerle revivir todo aquello.
               Había sido un error. Joder. Tenía que haberlo visto. Yo no tenía por qué arrastrar a mi madre a mis mierdas, pero ahora ahí estaba, con la mierda hasta las cejas.
               -Pero cariño, ¿por qué piensas eso?-se inclinó un poco más hacia mí, tendiéndome un pañuelo que yo ni sabía que necesitaba hasta que no me lo llevé al rostro y lo descubrí mojado-. ¿Quién te ha dicho semejante barbaridad? ¿Ha sido tu hermano? ¿Tu padre?
               -Nadie. No me lo ha dicho nadie. Lo sé yo porque… bueno. Porque es lo lógico. Tú le tenías miedo a papá. Te daba pánico. Y hacías lo que fuera con tal de que no explotara.
               -Cielo-mamá se volvió para estar completamente girada hacia mí, mostrándome que no tenía nada que ocultarme. Sus dedos se paseaban por detrás de mi oreja, dándome unas caricias que yo no me merecía-, que a mí no me apeteciera en según qué momento no significa que no fueras el mejor regalo que he recibido nunca. Eres la sorpresa más hermosa, tú…  tú eres lo que me mantuvo con vida hasta que conseguí marcharme de aquella casa. Además, a veces disfrutaba. Estoy bastante segura de que, cuando te hicimos, me gustó. Si no, no me habrías salido tan guapo-bromeó con los ojos llenos de lágrimas, y yo me reí.
               -No tienes por qué quitarle importancia a…
               -No lo hago. Y no lo creo, créeme, mi pequeñín-mamá me cogió una mano con fuerza, mientras con la otra continuaba acariciándome para relajarme, como hacía cuando era pequeño y me caía y acudía llorando a ella para que me curara-. Lo que me pasó fue horrible, y no se lo deseo a absolutamente nadie, pero volvería a pasarlo una y mil veces solamente por ti. De entre toda esa oscuridad, salió tu luz, mi precioso niño-me dio un beso en los nudillos y se inclinó un poco más hacia mí. Escuché cómo Claire susurraba que se iba para darnos intimidad, y antes de que pudiera darme cuenta, el clic de la puerta al cerrarse fue su despedida.
               -Me siento una mierda, mamá. Siento que te recuerdo a todo eso con sólo mirarme, y… no quiero que lo pases mal. Tú eres muy buena. Eres una santa, y está claro que yo no te merezco; has hecho tantos sacrificios por mí…
               -Basta, hijo. Basta. Todo lo que he hecho, lo he hecho de buena gana. Para mí no es ningún sacrificio hacer lo que sea mejor para ti, de verdad.
               -Es que… joder. No puedo más. No puedo más, mamá. No sé cómo coño hemos llegado a esto, pero odio sentir que no hago más que quitarte, y quitarte, y quitarte, y tú me sigues dando y dando y dando como si ya no te quedara nada.
               -Algún día serás padre. Un padre increíble, bueno, paciente y cariñoso, y entenderás que todo lo que hago por ti y por tu hermana no me supone absolutamente ningún esfuerzo. Me sale de dentro. Es lo natural, cielo.
               -¿Ves? “Por mí y por mi hermana”. Eso es lo peor de todo. Tienes otro hijo, y yo te he hecho renunciar a él.
               -Hay cosas imperdonables, mi amor. Incluso para una madre. Por supuesto, nosotras damos más margen de maniobra, pero hasta una madre tiene que decir basta. Hasta a un hijo. Especialmente, si lo que hace es en detrimento de sus hermanos.
               -Aun así, debes odiarme.
               -¿Odiarte? ¿Por qué? Al, a veces me sacas de quicio y me pareces insoportable-se rió, restándole tensión al asunto-, pero jamás te odiaría. Soy tu madre.
               -Te alejé de tu favorito.
               Mamá frunció el ceño.
               -¿Mi favorito?
               -Aaron-especifiqué. Y mamá se puso seria. Se apartó el pelo de la cara y se relamió los labios, igual que cuando yo llegaba borracho a casa después de saltarme un castigo y escaparme. Normalmente, a ese gesto le seguía un “Alec Theodore Whitelaw” a tantos decibelios que destrozaba media vajilla.
               -Alec-dijo, sin embargo, con calma y pausa-. Te voy a decir esto solamente una vez. Aunque no debería, pero con el tiempo, sabrás perdonarme. Aaron no es mi favorito. Mimi tampoco. Lo eres tú.
               Me la quedé mirando, perplejo. ¿Yo… el favorito de mamá? Nah. Ni de coña. Esta señora me estaba vacilando. ¿Cómo iba a ser yo su favorito? Era el que más la desobedecía, el que más le contestaba, el que le causaba más problemas y el que menos la ayudaba en casa. Hasta que Sabrae no empezó con sus rapapolvos, mis aportaciones a las tareas de casa se limitaban a seguir a mi madre con desgana por el supermercado empujando el carro de la compra y cogiendo los productos de las estanterías superiores. Había veces que ni siquiera echaba la ropa sucia en el cesto.
               Vale que yo era el más guapo, pero… aun así, no me parecía razón suficiente para que me prefiriera a mí por delante de Mimi. De Aaron, sí. Porque, bueno, yo no era un puto sociópata como mi hermano mayor.
               -Pero yo te quité a tu familia-dije con un hilo de voz. Yo había sido la causa de que mamá se fuera de casa. Papá la había amenazado conmigo, no con Aaron.
               -Mi pesadilla me quitó a mi familia-contestó-. Tú eres lo último bueno que hizo Brandon desde que lo conozco. Lo último. Y lo mejor. Una parte de mí piensa que él, en el fondo, lo sabía. Que no conseguiría tener más hijos conmigo, y que tenía que pedirme disculpas de alguna forma. Y de ahí naciste tú. Por eso tú eres tan bueno; eres el indulto de lo imperdonable. La disculpa de alguien que estaba seguro de que lo estaba haciendo todo bien, pero que sólo podía hacer mal.
               Noté cómo algo dentro de mí florecía. Los demonios estaban callados, pero no porque estuvieran esperando para atacarme, sino… porque…
               … porque se estaban debilitando.
               -Bueno…-respondí yo, sonriendo con timidez-. Aaron es el favorito de mi padre, y Mimi es la favorita de Dylan, así que no te quedaba mucho margen para escoger.
               -Oh, cielo, ¡qué equivocado estás!-mamá se echó a reír-. Somos las madres las que elegimos, y los padres se quedan con las sobras. En realidad, fui yo la que escogí. Fueron ellos dos los que no tuvieron más remedio que quedarse con lo que yo no había reclamado aún.
               -Mamá, lo digo en serio… no tienes por qué decirme que yo soy tu favorito sólo para hacerme sentir mejor.  Entiendo perfectamente que te recuerde a la época mala de todo eso, y tienes todo el derecho del mundo a preferir a los demás. Yo apuesto por Mimi, pero Aaron es el mayor, así que… no me parecerá mal.
               -Ay, mi vida-mamá se incorporó y se arrodilló a mi lado-. Mira que eres cabezota. Eso te lleva perdiendo toda la vida-ronroneó, acariciándome la mejilla-. Alec, yo no puedo preferir a otro. Tú eres mi hijo pequeño, y aparte, tu hermano se parece a tu padre más de lo que lo haces tú. Así que, incluso si tuviera que consideraros algo malo, tú serías lo menos malo. Es normal que yo tenga… pues… mis preferencias. De todos modos, si te hace sentir mejor… piensa que cada uno de los dos hombres a los que les he dado hijos tienen a quién intentar monopolizar. Y tú eres mío. Tú eres el único enteramente mío, el único con el que vas primero tú, y luego, el resto. Lo cual no quiere decir que Dylan no te adore. Ya sabe que besa el suelo que pisas, igual que yo. Lo único que lamenta de ti, es no haberte sostenido en brazos cuando eras un bebé igual que pudo hacer con tu hermana. Tu padre nos robó un tiempo precioso a los tres para ser una pequeña familia feliz. Pero tú eres el primogénito del hombre del que estoy enamorada, con el que me casé a pesar de todo lo malo que nos rodeaba. Y eres mi niño. Eres lo que me sacó de aquella casa. ¿Cómo no voy a preferirte a ti, que te quedaste conmigo siempre? Si hubiera una  disputa, sería entre tú y tu hermana. Lo único en que Aaron te supera es en edad, cielo.
               Me quedé callado, pensativo. Y entonces, todo empezó a cobrar sentido. Las sonrisas cuando yo hacía el payaso mientras estaba enfadada. El hecho de que me dejara comerme siempre el último bocado de lo que había preparado para comer. Que hiciera albóndigas más que nada. Que hubiera aguantado a los pies del ring aun sufriendo de lo lindo, sólo porque sabía que para mí era importante.
               Mamá me chillaba más que a Mimi porque yo me lo buscaba, me castigaba más que a Mimi porque yo me lo buscaba, me reñía más que a Mimi porque yo me lo buscaba, me ponía contra la espada y la pared más que a Mimi porque yo me lo buscaba… pero terminaba cediendo conmigo porque no podía evitarlo. No por cansancio, no por desesperación, no porque fuera verdad que no podía conmigo, no porque no mintiera diciendo “no puedo más, Alec, no puedo más, me tienes harta”. Sino porque no podía resistirse a mí.
               Yo era su verdadero punto débil. El único lugar en que podían destrozarla. Lo había descubierto mi padre, y, en el fondo, yo también lo sabía. De lo contrario, no la desafiaría tanto. No me parecería tan divertido cabrearla.
               En el fondo de mi corazón, disfrutaba cabreando a mi madre porque sabía que, por mucho que la hiciera de rabiar, ella disfrutaba conmigo. Le gustaba tal y como yo era. Y me prefería no a pesar de ser un sinvergüenza, sino precisamente por ser un sinvergüenza.
               -Lo cual no quiere decir-añadió-, que no adore a tus hermanos. Especialmente, a Mimi. La pobre es tan buena… tan inocente…
               -Guo, guo, guo, mamá. Hemos pasado de ser completamente imparciales a hacer un ránking de tus hijos. ¿Qué va a ser lo siguiente? ¿Ordenar a tus maridos por cómo la tienen?
               Mamá se echó a reír.
               -No se trata del tamaño, sino de lo que hacen con ella.
               -¡Mamá!-protesté, escandalizado, llorando de la risa igual que ella. Mamá me abrazó, achuchándome contra ella, y se me curaron todos los males por un instante. Ya no tenía por qué preocuparme cuando recibía una llamada y no contestaba porque era mi hermano, como le había pasado cuando Sher nos soltó aquella bomba. Ya no tenía que pensar que Sher le ofrecía su ayuda, como abogada y como amiga, por mi culpa. Todo lo que hacía, lo hacía por mí, sí, pero había cosas que también le venían bien a ella.
               -Te quiero muchísimo, mamá-jadeé en su hombro, y ella sonrió.
               -Y yo a ti también, tesoro.
               Al poco, Claire regresó con nosotros. Sonrió la vernos acaramelados y bien.
               -Bueno, ¿hemos resuelto algo?-asentí con la cabeza y su sonrisa se acentuó-. Fantástico. Ahora que hemos declarado la premisa de la que partíamos como inválida, ya hemos empezado a curarte. Así que ahora es cuando puedes empezar a escuchar-entrelazó los dedos sobre su escritorio, y continuó-. Alec, una de las primeras cosas que tienes que aprender para controlar tus inseguridades es que lo que no le dirías a tu madre de ti, o tampoco a tu yo de pequeño, no te lo puedes decir a ti mismo ahora. ¿Lo entiendes?
               Asentí con la cabeza. Claire sonrió, mirando el reloj.
               -Bueno, se nos está acabando el tiempo, pero me alegra comprobar que lo hemos aprovechado. ¿Qué te ha parecido esta sesión de prueba?
               -Genial. ¿Estoy curado?
               -Oh, ya te gustaría, listillo-chasqueé la lengua y mamá se rió-. No, tenemos que seguir para tener el cuadro lo más completo posible. Quiero que te reconcilies con todos tus amigos, con tu familia y con tu novia. Tienes que aprender a confiar en la gente que quieres, Alec. Tienes miedo de que no te quiera si les dices cómo te ves. Pero ya ves cómo reaccionan-señaló a mi madre con la mano abierta-. Ellos no te verán como te ves tú. Te ven como eres. Por eso te quieren. Por eso les necesitas, y necesitas hablar con ellos: para que te enseñen a verte de verdad, y no esa versión distorsionada que tienes de ti mismo. ¿Lo entiendes?
               Asentí con la cabeza.
               -Perfecto entonces. Pues creo que os voy a regalar estos cinco minutitos que os quedan. Te veo el lunes, Alec.
               -Vale.
               -Y suerte para tus amigos y tu chica mañana-Claire me guiñó un ojo.
               Saab tenía la actuación al día siguiente, y estaba completamente atacada. Como la pobre apenas había tenido tiempo de verme durante el fin de semana, y mi presencia tenía un efecto terapéutico en ella, habíamos decidido que dormiríamos juntos la víspera, para darle todos los mimos que ella iba a necesitar, y que no serían pocos.
               -¡¡Me ha salido un grano!!-bramó con desesperación nada más llegar a mi habitación, dejando caer al suelo su mochila con dramatismo y corriendo hacia mí a toda velocidad.
               -¿A ver?
               -¡No me lo revientes!
               -¡Si tú siempre me los revientas!
               -¡Puede, pero tú no sales en prime time en la televisión nacional!
               -No, ¡salgo en tus historias, que tienen más audiencia! ¡Y en primer plano, que es mil veces peor!
               -¡ESTOY HORRIBLE!-chilló-. ¡¡VOY A SALIR CON BURKA!! ¡¡ME ARROJARÉ AL TÁMESIS!!
               -He pedido la cena la Burger King. Dos menús con dos cajas de chilli cheese bites-anuncié, sacando las bolsas de plástico de debajo de la cama, donde las había escondido para darle una sorpresa.
               -Te quiero. Eres el hombre de mi vida. Ni de coña te dejaré dejarme nunca, ¿me oyes?-replicó, metiendo la mano hasta el fondo en las bolsas y sacando un caja. Me dio un manotazo cuando estiré la mano para coger un bite-. Quita, gorrón.
               -¡Au! Oye, no es por nada, pero lo de anteayer era un farol. No podemos romper; no hemos terminado Las chicas Gilmore.
               -Quizá sea mejor así. Dudo que te guste el final. Rory se muere.
               -¿Cómo dices?
               -Ajá. Gonorrea. Dios, qué bueno está esto. Me pediría cinco toneladas.
               -Sabrae…
               -Quítamelos. ¡Quítamelos! No voy a entrar en el mono. Joder, menudo desastre. ¡Se me ha olvidado la letra de la canción!
               -¿Quieres relajarte? Tienes tiempo de sobra para repasarla. Además, te la sabes de memoria. Lo vas a hacer genial, estoy seguro.
               -Tú siempre me ves con buenos ojos, Al.
               -Pues igual que tú a mí.
               -Mmm-Sabrae torció la boca a un lado, disgustada-. Bueno, oye, ¿qué tal la terapia?
               -Guay. La he hecho con mi madre. Hemos avanzado bastante. ¿Sabías que soy su favorito?
               -Debe ser agradable ser el favorito de alguien.
               -Tú no lo vas a saber en tu vida, me imagino. Como Chrissy la chupaba mejor que... ¡Ay!-me quejé cuando ella me dio un nuevo manotazo.
               -No fue Chrissy la que te pescó como al besugo que eres, según tengo entendido. Así que, ¿todo bien con tu madre y Claire?
               -Todo bien. No sé qué le dijiste, pero funcionó-dejé que se acurrucara contra mí y la rodeé con mis brazos. Sabrae suspiró.
               -Pues me alegro mucho, sol. Ya iba siendo hora de que te sacaras las mierdas que tenías dentro.
               -Sí, respecto a eso… Claire me ha dicho que debería sincerarme más con la gente que me rodea, así que… les he pedido a las enfermeras que me impriman de nuevo la lista. ¿Te gustaría leerla?
               Sabrae me miró desde abajo.
               -¿Me lo ofreces porque mi madre va a hacerte millonario?
               -Tu madre ya me hizo millonario hace quince años-respondí, dándole un beso en la cabeza y achuchándola contra mí. Sabrae se regodeó.
               -Dios, pobre tu polla. Te la voy a destrozar en cuanto te den el alta.
               Solté una risotada y Sabrae esbozó una sonrisa chula, pero a mí no me la coló: cuando le pasé la lista, vi que se le llenaban los ojos de lágrimas incluso antes de leerla. No de tristeza por ver lo que pensaba de mí; Sabrae ya lo sabía.
               Le hacía feliz que aquel fuera el último día en que ella y yo teníamos secretos.

 
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2 comentarios:

  1. LLEVO ESPERANDO ESTE CAPÍTULO AÑOS.
    Estoy super contenta te lo juro, me hace la hostia de ilusión por fin ver a Alec empezando a curarse de verdad. Me ha encantado el capítulo de principio a fin y sin descanso. La forma en la que Sabrae ha encarado a Claire, cuando casi han estado a punto de follar (me dará un apachusque cuando por fin lo hagan) y sobre todo la terapia con Annie ha sido estupenda. No se muy bien como funcionan las terapias de pareja pero me ha encantado como lo has llevado y como has plasmado los sentimientos tanto de Alec como de Annie.
    Me parece precioso ver llegar este momento, es como el culmen de todo y me muero de la ilusión de ver a Alec totalmente recuperado e ilusionado así como también verlo salir del hospital y echar el polvazo del siglo con Saab.
    No puedo esperar te lo juro.

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  2. DIOS QUE CAPITULAZO, ME HA ENCANTADO TODO EN SERIO. Sin duda de esos que me apunto para releer.
    Comento por partes:
    - Al principio lo he pasado fatal, viendo a Alec así y sabiendo que era en gran parte porque quería romper con Sabrae
    - Me dan taquicardias cada vez que estos dos están a punto de follar te lo juro
    - Que mal cuando Alec le ha dicho a Sabrae que quería romper, odio que Alec se sienta tan inferior a Sabrae de verdad. Por supuesto Sabrae ha manejado la situación como la reina que es.
    - Luego la parte post-intentoderuptura que risa en serio. Alec diciendole que está muy guapa cuando se enfada y todo lo de las fotos con el mono JAJAJJAJJAJA
    - Bua a veces se me olvida que Sabrae tiene 15 años y me acuerdo cuando hace cosas como ir a cantarle las cuarenta a la psicóloga de su novio JAJAJAJAJAJJA (que entiendo porque lo hace, pero esas no son formas me meo)
    - QUE SABRAE SE HAGA PSICOLOGA POR FAVOR Y GRACIAS. Dios el tema del futuro profesional de Sabrae era algo que no tenía nada claro, supuse que estudiaría ciencias políticas (y no voy a mentir, no me hacía mucha ilusión), PERO QUE SEA PSICOLOGA ME PARECE GENIAL POR FAVOR HAZLO ERI
    “¿Qué si la conozco? Tesoro, me casé con ella” HE CHILLADO CON ESTE MOMENTO ME HA ENCANTADO SABÍA QUE FIORELLA SABÍA ALGO MÁS. Jo me ha encantado este mini plotwist.
    - La terapia conjunta con Annie me ha hecho llorar las dos veces que lo he leído, me ha FLIPADO como está escrito. Ha sido muy duro ver como Alec le confesaba a Annie todo y verles a los dos pasarlo mal por el otro, pero ha sido TAN TAN TAN bonito verles hablar de ello y ver a Annie confesándole lo que ya todos sabíamos (que era el favorito). PRECIOSISIMO HA SIDO, PRECIOSISIMO
    - “- ¿Me lo ofreces porque mi madre va a hacerte millonario?
    - Tu madre ya me hizo millonario hace 15 años” Que monísimos
    son de verdad
    “Le hacía feliz que aquel fuera el último día en que ella y yo teníamos secretos” Que final MÁS BONITO DE VERDAD. Me encanta que vaya a leer la lista por fin, estoy contentísima.
    Dios me ha encantado este capítulo, por lo que ha pasado y por lo bien escrito que está. Mi momento favorito sin duda ha sido la terapia conjunta de Alec y Annie, me ha parecido preciosísima en serio. Deseando leer el siguiente <3

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