miércoles, 23 de junio de 2021

Las leyendas de nuestra nación.


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-¡Abran paso al nuevo Jesucristo resucitado!-proclamó Tommy, levantando las manos mientras entrábamos en la discoteca que nos había cambiado la vida a Alec y a mí. La marea de gente ya estaba separando para dejar pasar al grupo, aún asimilando el hecho de que tres estrellas de la música se dignaran a compartir techo, bebidas y pista de baile con el común de los mortales. Scott, Diana y Tommy despertaban un respeto casi reverencial desde que habían vuelto del concurso, pero algo en el ambiente aquella noche era distinto.
               En lugar de seguir separándose como las aguas del Mar Rojo se separaron para dejar paso a Moisés y los judíos al inicio del éxodo, en cuanto los que abarrotaban el local de Jordan se percataron de que había alguien más en el grupo, se abalanzaron sobre nosotros a recibirnos como si fuéramos héroes llegados del frente de batalla, donde habíamos luchado por proteger las fronteras de nuestra nación.
               Scott sería Moisés, separando a la gente, abriéndose camino hacia lo desconocido y consiguiendo que todo el mundo le siguiera en una larguísima travesía por el desierto. Pero Alec… Alec era Jesucristo, convenciendo al mundo de que era inmortal, haciendo que toda una ciudad que no había creído en él prácticamente hasta que no tuvo más remedio saliera a recibirlo como se merecía: como un héroe, como un profeta, como un dios.
               Como un campeón. Como una leyenda.
               La música quedó ahogada por las exclamaciones de reconocimiento, los codazos avisando de que había algo más interesante que el escote de la chica de al lado, el ruido sordo de los cuerpos frotándose al girarse, chocando unos contra otros como asteroides enloquecidos en su carrera por componer un planeta. Poco a poco, los cuerpos de gente de lo más variopinta, cuya relación con Alec pasaba por todos los tonos del espectro, comenzaron a rodear a Alec, el astro rey, la razón que les daba sentido a sus existencias.
               Comenzó entonces una lluvia de piropos venida desde todos los rincones de la sala, las nubes del mundo congregándose en una tormenta perfecta cuyo ojo era mi chico.
               -¡Me alegro muchísimo de verte!
               -¡Menudo susto nos has dado!
               -¡Bienvenido, tío!
               -¡Cómo se te ha echado de menos, Alec, no te lo puedes ni imaginar!
               -¡Tronco, estás genial, ¿seguro que has tenido un accidente?! ¡Fijo que te has ido a Las Vegas a dilapidar la fortuna familiar!-le soltó un chaval cuya cara me resultó vagamente familiar dándole un codazo.
               -¿No se me nota?-rió Alec, soltándole un amistoso gancho que podría haberle destrozado el bazo si hubiera querido hacerle daño-. ¡Estoy un poco fofo, pero puedo seguir pateándote el culo sin despeinarme!
               El chico se rió y lo estrechó en un abrazo amistoso, dándole unas cuidadosas palmadas en la espalda que me provocaron una ligera inquietud. Sin embargo, no tenía de qué preocuparme: todo el mundo trataba a Alec como a un delicado príncipe, glamuroso, fuerte y glorioso, pero delicado al fin y al cabo. Si eran capaces de acusar sus cambios físicos, no lo sabía, pero los disimulaban a la perfección.
               Acepté el lugar que la noche me asignó a su lado, retirada en un discreto segundo plano mientras recibía las felicitaciones, bienvenidas y alabanzas de amigos, conocidos, rivales y enemigos por igual. Un lugar para el que no había nacido y contra el que me rebelaría en circunstancias normales, pero ver a Alec así me bastaba para sentir que estaba cumpliendo con mi cometido en la vida. Mi novio sonreía y prácticamente resplandecía con cada cosa que le decían, contestando con socarronería y agilidad a las bromas que los chicos le dedicaban y humildad y una pizca de picardía a las muestras de cariño de las chicas.
               Y nunca, nunca, nunca, me soltó la mano en el proceso. Cada vez que daba un apretón de manos, lo hacía con la mano derecha, la que le ofrecían los demás por inercia. Cada vez que rodeaba una cintura para agradecer un abrazo con un beso en la mejilla, lo hacía también con la mano derecha. La mano izquierda, su mano dominante, la mano con que prefería hacerlo absolutamente todo, estaba reservada exclusivamente para mí, afianzada entre mis dedos para asegurarse de que no me iba lejos.
               Jamás lo haría, incluso si me hubiera dejado la opción a ello: Alec era como un agujero negro supermasivo, pero resplandeciente de luz. En lugar de una estrella tan masiva que no permitía ni que la luz escapara de su centro, era una tan poderosa que se tragaba el cosmos al completo en una espiral de absoluta felicidad. Por primera vez desde hacía dos meses, Alec era el de antes: el accidente no le había dado más que aquello que tanto le gustaba, la atención y el cariño de todo el mundo, que le demostraba lo querido que era.
               Guiñó ojos, besó mejillas, apretó cinturas, estrechó manos, palmeó hombros y dedicó miles de sonrisas torcidas que hicieron que el suelo bajo mis pies se desintegrara, teniéndome flotando tras él como en una nube. Avanzamos en dirección a la rampa que nos llevaría hasta la pista de baile, donde los pocos discípulos que no se habían postrado a los pies de Alec lo daban todo al ritmo de la música. Varias veces se giró para comprobar que le seguía, que estaba bien, que la multitud no había conseguido separarnos.
               -¿Vas bien?-preguntaba, y yo asentía. Le apretaba suavemente las manos y continuaba caminando a trompicones tras él, deteniéndome para que saludara y diera las gracias sin ninguna prisa. Me encantaba verlo así. El niño asustado en que se había convertido en estas semanas en el hospital se había evaporado, y en su lugar estaba de nuevo aquel hombre seguro de sí mismo y confiado en su propio cuerpo que había conseguido abrirme como una flor, enseñarme a disfrutar de mi sexualidad y robarme el corazón sin apenas encontrar resistencia.
               Te amo, pensé al ver cómo se encogía de hombros por milésima vez desde que habíamos entrado en el local, restándole importancia al asunto y diciendo que, si estaba bien, era por lo mucho que nos habíamos volcado todos en tratar de ayudarlo.
               -Soy muy afortunado-comentó, girándose para mirarme a los ojos y sonriendo de una forma en que no lo había hecho con nadie más. No era una sonrisa educada, sino la típica sonrisa del que puede disfrutar de una eterna vida de dios y renuncia a ella por el amor de una mortal, sabiendo que cien años en compañía de tu alma gemela eran mejores que toda la eternidad pasando el rato en soledad.
               Le devolví la sonrisa tratando de contener las lágrimas. Me parecía imposible que mi pequeño cuerpo limitado pudiera sentir tanto amor. Todas mis células vibraban con ilusión viéndolo así de animado, especialmente después de lo increíblemente duros que habían sido esos meses. ¿Cómo no iba a luchar por él como una jabata? Mi ser no era más que un cuenco diseñado sólo y exclusivamente para que Alec lo colmara con su esencia. Tenía la carne de gallina, el vello erizado, la respiración acelerada, y todo era por su culpa.
               Porque me resultaba imposible resistirme a él.
               -Bueno-comentó, dejándose caer sobre el sofá y agarrándome por las caderas para sentarme encima de él-. Ya hemos llegado. Perdona por el paseíto, bombón, pero es que uno tiene que tener contentos a sus fans. ¿Eh, Scott?-sonrió, guiñándole un ojo a mi hermano, que le sacó al lengua sin miramientos-. Siento mucho todo el espectáculo-añadió, tirando un poco de mí para pegarme a él y poder hablarme en voz baja. Así resultaba más íntimo, más visceral, más nuestro. Era más verdad-. ¿Te has agobiado? ¿Estás cómoda? Si quieres, podemos salir por la puerta de atrás a tomar un poco el…
               No dejé que terminara. No, porque, si lo hacía, no me quedaría más remedio que postrarme frente a él y adorarlo, y no necesariamente conformándome con estar de rodillas. Me abalancé sobre él, lo cogí del cuello de la camisa y tiré de él para besarlo, agradecida de haber construido mi atuendo para la noche pensando en cómo me vería el mundo cuando me presentara ante él: completamente reservada y exclusiva de Alec. No me importaba presumir de mis curvas; es más, ahora lo disfrutaba más que nunca, porque sabía lo mucho que disfrutaba Alec chuleándose ante el mundo de que todo lo que yo tenía, sólo él lo podía disfrutar.
               El torbellino formado por la combinación de nuestras respiraciones aceleradas descendió por entre los botones abiertos de la camisa que le había robado del armario y me había puesto como si fuera un vestido, arañando los bordes de mi bralette prácticamente como lo harían sus dedos si estuviéramos solos.
               Cuando estuviéramos solos, me corregí. Y me estremecí de pies a cabeza.
               Le noté sonreír en mi boca, la sensación más fabulosa del mundo justo por detrás de sentirlo correrse dentro de mí, y me aparté para dejarlo respirar.
               -Guau, nena. Arriba, venga-me dio una palmada en el culo y  fingió levantarse-. Si me vas a dar esos morreos, creo que voy a agobiarte más a menudo.
               -Me ha encantado verte así. Te he echado muchísimo de menos.
               -Así, ¿cómo, bombón?-preguntó, apartándome un mechón de pelo de la cara y descansando los brazos sobre el respaldo del sofá bajo.
               Así de chulo. Así de relajado. Así, tan como has sido siempre. Tan seguro de que estás en la cima, tan despreocupado, tan confiado de que puedes cumplir las expectativas de ti.
               Tan irreal. Tan divino.
               Tan épico.
               Sé que soy muy pesada pensando en él como lo hago, y que lo tengo un poco encasillado, pero créeme: si tú le vieras como lo estaba viendo yo, entenderías por qué la mitología no tiene de mito nada más que el nombre. Las leyendas de mi nación no se habían cimentado sobre cuentos, sino sobre verdades tan antiguas y ciertas como la propia existencia del mundo.
               Los antiguos habían vivido una época de héroes y dioses, y yo tenía la suerte de que el último de ellos se hubiera enamorado de mí. El definitivo. El mejor.
               El único que importaba.
               -De fiesta-respondí, mordiéndome el labio como una niña que le cuenta a su padre que ha sacado un sobresaliente en esa asignatura que tanto le costaba estudiar. Alec se echó a reír.
               -¿De fiesta? Nena, aún no me has visto de fiesta. Todavía estoy sobrio, pero eso lo podemos remediar, ¿mm?-me guiñó el ojo y yo me eché a reír. Por supuesto que lo remediaríamos. Los dos nos emborracharíamos y disfrutaríamos de un buen sexo embriagado, pero yo, por mi parte, no tenía intención de tocar un solo vaso. Todo el alcohol que bebiera, lo tomaría de sus labios.
               A una señal de Alec, el alcohol empezó a correr como el río Nilo por las tierras de Egipto, dándole sentido y a la vez tomándolo de él. Enseguida comprobamos que su aguante había disminuido notablemente, pero yo me alegré: no podía ser bueno que se pasara con la bebida ahora que tenía tan reciente la medicación, así que cuando empezó a notarse a punto de pasar la frontera entre ese puntito añadido de sinvergüenza y una resaca horrible, Alec dejó de beber y decidió que ya era hora de poner a prueba los puntos de su interior, ver cómo serpenteaban sus cicatrices al ritmo de la música que Jordan ponía en los altavoces.
               En cuanto salimos a la pista, la canción cambió y pasó a una de Jason Derulo. Alec y yo nos gritamos con entusiasmo en la cara, y nos pegamos bien para empezar a bailar. Notaba que las chicas nos miraban con envidia, y yo decidí regodearme en ser la más afortunada de todas ellas. No pensaba compartirlo. No pensaba dejar que sus manos se separan de mi cuerpo ni un segundo.
               Había nacido para esto. Para verlo feliz, para sentirlo feliz, para hacerlo feliz. Mi cuerpo sólo existía allí donde Alec lo tocaba, lo acariciaba, lo besaba e, incluso, lo respiraba. Mis ojos veían sólo para verlo a él. Mis dedos sólo se movían para enredarse en su pelo, y mi boca sólo estaba hecha para besarlo.
               Mi boca…
               Dios mío.
               Ignorando la música atronadora después de varias canciones que habían cubierto nuestra piel al descubierto de una erótica capa de sudor, Alec me puso las manos en el culo, hundió los dedos en mi carne, y me apretó contra él mientras me besaba con insistencia. Todo mi cuerpo se encendió, ansioso por lo que vendría a continuación.
               Sí. Sí. Sí.
               Jadeé su nombre contra su boca, y él abrió los ojos. Me estremecí al comprobar que tenía las pupilas completamente dilatadas, y no tenía nada que ver con el alcohol.
               -Vámonos de aquí-le pedí, y no necesitó que lo hiciera una segunda vez. Echó un vistazo por encima de las cabezas, como había hecho tantas otras veces, en dirección a la barra, donde Jordan apenas daba abasto para atender a tanta gente. No había puesto el pie ni una sola vez en el local mientras Alec estaba ingresado, pero sospechaba que la afluencia había disminuido notablemente mientras la atracción principal se encontraba en un rincón diferente de la ciudad. Ahora que Alec había vuelto, no obstante, todos parecían ansiosos por recuperar el tiempo perdido.
               Yo la primera. No me malinterpretes: prefería mil veces hacerlo en la cama de Alec o en la mía (aunque, bueno; mejor la suya, que era más grande y olía a él. Además, estaba la claraboya, donde podía verme reflejada mientras me follaba, o el espejo de su habitación, frente al que podíamos torturarnos mutuamente con nuestros cuerpos por el puro deleite de vernos disfrutar), pero echaba de menos el sofá. Habían pasado cosas demasiado importantes en él como para que mi corazón no lo añorara si lo sacaba de mi vida.
               Teníamos que ponernos al día ese sofá, Alec, y yo.
               El trayecto hasta la puerta del pequeño reservado que habíamos terminado convirtiendo en patrimonio exclusivo nuestro se me hizo eterno. Igual que en una pesadilla, no éramos capaces de avanzar a la velocidad que necesitaba, ya no digamos la que deseaba. Cuerpos y cuerpos se interponían entre nosotros y nuestro objetivo, y por primera vez en la noche, detesté que a Alec lo adorara todo el mundo. La vuelta de cualquier otra persona habría pasado desapercibida, ahogada entre el barullo de una multitud a la que seguro que habría estado agitando mi chico. Pero, claro, Alec era el ojo del huracán. Era el que movía a todo su curso, atrayéndolos como un imán, declarando fiestas con tan solo ponerse de pie sobre un sofá y ponerse a gritar, o condenándolas con el mero hecho de no aparecer.
               Por fin, después de una horrible y larguísima eternidad, Alec consiguió zafarse de las últimas personas que reclamaban su atención, las pocas que aún no le habían dado la enhorabuena por sobrevivir al accidente ni una cálida bienvenida, y empujó la puerta del reservado.
               Tuvimos la suerte de encontrárnoslo vacío.
               O, más bien, todos los amantes privados que estaban presentes aquella noche tuvieron la suerte de que no les interrumpiéramos, pues estaba decidida a disfrutar de ese sofá con Alec. Podría hacerlo en cualquier sitio, en cualquier circunstancia, si estaba con él, excepto aquella noche. Aquella noche, me apetecía recuperar la historia donde la habíamos dejado, en aquel glorioso continuará al que yo jamás debería haberle escrito un punto y aparte.
               No se merecía un punto y aparte; ni siquiera un mestizo punto y coma. Una coma sería demasiada pausa. Debíamos unir nuestros cuerpos a reunión seguido, sellar nuestro amor con sudor antes de que la conjunción astral se retirara y nos abandonara a una suerte que no me merecía,  y que lucharía por mantener.
               -Buf-jadeó él, pasándose una mano temblorosa por el pelo y girándose hacia mí con una sonrisa pícara en la boca que me habría derretido en el sitio-. Bueno, por fin…-comenzó, pero yo no le dejé terminar.
               Sabía lo que iba a decir: “por fin solos”. Por fin solos, después de pelearnos con todos los cuerpos del mundo. Por fin solos, después de que sus amigos interrumpieran nuestro coqueteo durante la cena. Por fin solos, después de que mis amigas me acapararan de una forma terrible, contra la que me había resistido por mucho que me doliera. Por fin solos, después de que el pestillo de la puerta también se rebelara contra nosotros.
               Por fin solos, después de esas inabarcables semanas en el hospital.
               Por fin solos. Por fin de fiesta. Por fin en el cuarto violeta del sofá de cuero blanco.
               Por fin solos, en la casilla de salida, pero con la experiencia de haber recorrido el tablero al completo.
               Me abalancé sobre él con el ansia de una hiena que no ha encontrado carroña en su vida, dispuesta a aprovecharlo como si me fuera la existencia en ello. Nada más que las ofensivas capas de ropa y el aire que nos separaban importaba: ni mi preocupación por lo pésima amiga que estaba siendo, ni el compromiso en el que sus amigos le habían puesto con el billete de avión (del que ya me habían puesto al corriente Scott y Tommy), ni lo mucho que me detestaría a partir de la semana siguiente, cuando me convertiría en su profesora particular primero, y en novia después.
               Casi, casi, ni siquiera me importaban sus heridas. De no ser como líneas cartográficas separando territorios de guerra, habría pasado los dedos sobre sus cicatrices sin darles importancia. Si no hubieran convertido el cuerpo del hombre con quien quería pasar el resto de mi vida en un mapa, me habrían resultado imperceptibles.
               Así de borracha y necesitada de él estaba yo: hasta la locura, hasta límites que nadie debería cruzar, hasta puntos en los que incluso me daría vergüenza encontrarme a mí misma en una ocasión normal.
               Pero aquella no era una ocasión normal. Alec era mi novio. Había hecho de lo excepcional y especial mi rutina, mi día a día, y miraba a los demás desde el pedestal en el que el único dios cuya fe nadie podría hacerme cuestionar me había colocado, idolatrándome como yo iba a hacer con él.
               Alec gruñó en mi boca, un ruido sordo y varonil, cuando mi cuerpo y mis labios lo empujaron contra la puerta, haciendo que chocara contra ésta y el pestillo vibrara sobre sus tornillos. Me estremecí de puro placer al escuchar ese sonido, el mismo que me regalaba cuando entraba en mi “delicioso interior”, y descubría que ese rincón del paraíso que llevaba su nombre se merecía todo por lo que yo le hacía pasar. Le hacía ganarse cada embestida con mi carácter y mi picoteo constante, pero a Alec no sólo le parecía suficiente, sino que incluso parecía gustarle todo el proceso que culminaba conmigo desnuda, abierta de piernas para él.
               Si mi impulso lo cogió desprevenido, fue capaz de sobreponerse con la agilidad de un tigre. Sus manos volaron a mis caderas, y luego, mientras una descendía hasta mi culo y me presionaba contra él, la otra subió por mi espalda hasta alcanzar mi cuello, orientándome la cara hacia la suya de manera que pudiera dominar el beso como esperaba que me dominara a mí también.
               Notaba el sabor ardiente del alcohol que había bebido en su lengua, mezclado con el deje de los aros de cebolla y la salsa barbacoa en que los había mojado. A pesar de la combinación, no me desagradaba ese cóctel de sabores, fundamentalmente porque estaba edulcorado con el mejor aderezo posible: su excitación.
               Gemí contra su boca cuando me presionó contra su cuerpo, girándonos a ambos y aprisionándome contra la pared. El pestillo volvió a vibrar, y se desplazó un poco por su eje, amenazando con entregarnos a la vulnerabilidad de la falta de intimidad.
               Abrí los ojos y lo miré, jadeante, las pocas neuronas que no estaban aún centradas en el delicioso bulto de sus pantalones presionándome el vientre tejiendo una idea: Bien. Que nos vean. Así me envidiarán aún más.
               Al margen del millón de ventajas que suponía estar con Alec por sí mismo, esa noche acababa de descubrir que me hacía un poco más adicta, si es que eso era posible: la envidia de los demás. Jamás, en toda mi vida, había sentido que todas las chicas que me rodearan quisieran ponerse en mi lugar; ni siquiera en clase, aun siendo la primera. Ahora, no obstante, me encontraba en una posición ventajosa con respecto a ellas, tenía algo que ellas no podrían poseer, algo que sabían que les encantaría pero que sabían fuera de su alcance: al mejor amante que hubiera conocido Londres.
               Solo para mí. Todo para mí. Y estaba más que dispuesta a aprovecharlo.
               Como pude, metí las manos por entre nuestros cuerpos mientras Alec estiraba la mano y empujaba de nuevo el pequeño pestillo.
               -Joder-zanjó, dejándolo en su sitio, y yo me estremecí de pies a cabeza. La manera en que se mordía el labio al pronunciar la primera letra, esa deliciosa F, hacía que perdiera la cabeza. Lanzaba su aliento disparado hacia mí, que ya estaba más sensible y enloquecida de lo que podía esperarse de una señorita, catapultándome hacia el cielo con el rabioso batir de alas del mayor dragón que jamás se hubiera visto.
               -Sí, joder-repetí yo, abriendo los botones de su camisa y colando mis manos por el interior de ésta, deslizando los dedos por su piel ligeramente cubierta de sudor. Dios mío, adoraba cuando Alec sudaba. Me generaba dentro una sensación imposible de explicar, como cuando se te pone la carne de gallina sin saber por qué, y al poco se desata una tormenta.
               Anclé las uñas en su piel, multiplicando los arañazos de mi tigre, mientras Alec hacía lo propio con los botones de la camisa que le había robado. Pronto, también la mía estuvo abierta, y nuestros torsos se acompasaron en su vaivén al igual que dos metrónomos desobedeciendo la regla por la que habían sido creados: habían de ser imperturbables.
               Su boca se alejó de la mía, dejándome una tregua que yo no deseaba pero contra la que no protesté. Sus labios dibujaron el contorno de mi boca, esbozando el boceto de mi mandíbula que ningún artista que no fuera él se habría atrevido a trazar sin levantar el lápiz del papel. Me mordisqueó la oreja mientras yo seguía los surcos de los músculos de su espalda, atenta a cada resquicio de su piel en el que no hubiera centrado mi atención.
               Le necesitaba. Le necesitaba ahora, ahora que me había dado cuenta de que hacía mucho que no lo tenía. Me había acostado con mi novio hacía dos noches, pero quien me había atraído en un principio había sido Alec. El Alec chulo, el Alec prepotente, el Alec que se creía con el mundo en sus manos y se sabía con la humanidad postrada a sus pies.
               El Alec que había sido un poco esa noche, el Alec que me había seducido la primera vez, con el que había descubierto las delicias del sexo no sólo en pareja, sino también en solitario.
               Sin ningún tipo de precaución ni consideración con su nuevo estado de salud (se me hacía difícil recordar en un entorno como ése, en el que le había visto invencible, que todavía era frágil), puse las manos en sus pectorales y lo empujé en dirección al sofá. Por un momento, él se resistió. Sin embargo, cuando jadeé en su boca “el sofá”, Alec dejó de imponerme que empujara todo el peso de su cuerpo y cedió ligeramente, justo lo que yo necesitaba para conducirlo hacia el sofá.
               Alec me agarró de la cintura y me dio la vuelta de nuevo, asegurándose de conducir conmigo la marcha. Los dos sabíamos que si me caía hacia atrás, él tendría fuerza suficiente para sujetarme; no así si sucedía al revés, donde podría ocurrir una desgracia. De nuevo, el inteligente de los dos era él.
                Me peleé con el cinturón de sus vaqueros, concentrándome tanto en la hebilla que terminé por exhalar un gemido de frustración. Al ser incapaz de desabrocharle del todo el cinturón, lo empujé para que cayera sobre el sofá y me puse de rodillas frente a él.
               Me las ingenié para quitarle la camisa con una mano mientras con otra le bajaba la bragueta. Acaricié el bulto de su entrepierna por encima de sus pantalones, colando los dedos por la cremallera ahora abierta, y sonreí con malicia cuando Alec echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar un gruñido gutural, cavernario.
               De nuevo, varonil.
               Mi cuerpo respondió a esa llamada ancestral haciendo que mi temperatura corporal subiera varios grados. Si antes me sobraba la camisa, ahora me resultaba insoportable, de modo que me la quité y la dejé caer al suelo, concentrándome en darle a Alec un buen espectáculo.
               La hebilla del cinturón cedió por fin, y conseguí desabrocharle los pantalones.
              
 
-Espera-rompió el aire viciado de humo, música atronadora y sexo no necesariamente a partes iguales, una voz que me resultó peligrosamente familiar.
               Hasta que no escuché el eco de la palabra que estaba repitiendo como si fuera un mantra en plena meditación, no me di cuenta de que era yo el que estaba pidiendo que todo aquello parara.
               -Espera, espera, espera-decía como un puto gilipollas, lo que he sido toda mi vida y lo que, aparentemente, no podría dejar de ser nunca. No había nada que deseara más que lo que estaba a punto de suceder. Se sentía como si estuviéramos cerrando un círculo vicioso del que necesitábamos escapar, y cuya salida era precisamente ésa. Esa noche estábamos sellando una grieta en una cámara acorazada a prueba de balas, y también de errores.
               Necesitábamos eso. Lo necesitábamos ambos, pero también lo necesitaba ella y, por encima de todo, lo necesitaba yo. Puede que fuese gilipollas, pero no lo suficiente como para no comprender las implicaciones que tenía lo que estábamos haciendo: acostarnos en el sitio donde había empezado todo, poniendo punto y final a aquel sitio en el que sólo nos habíamos visto a rollos, y demostrándole al universo que lo nuestro ya no era sólo sexo. Que, en realidad, jamás se había tratado de sólo sexo.
               No con Sabrae. Y, al menos, no por mi parte.
               Y, sin embargo, era por eso precisamente por lo que sentía que teníamos que parar. Lo que estaba a punto de pasar era demasiado trascendental como para construirlo sobre los cimientos arenosos en que nos estábamos moviendo, aún sin saber de lo precario de nuestra situación. Por supuesto que quería que Sabrae me la chupara, por supuesto que quería comerle el coño, por supuesto que quería separarle las piernas y hacer que se enterara de con quién estaba saliendo.
               Pero no quería que fuera así. No debía ser así. Había cosas que ella no sabía, cosas que podían influirle, cosas que construían un muro a nuestro alrededor, y quién sabe si también capaz de aislarlos a uno del otro.
               Por favor, no te enfades conmigo, resonaban los ecos de mi mente por debajo de mis gemidos guturales y sus jadeos ahogados y excitados, la música que a mí más me gustaba escuchar.
               -¿Qué pasa?-preguntó, y el tono de su voz anticipó su expresión de asombro y preocupación. Sentí una punzada en el estómago al darme cuenta de que había sonado igual que cuando estábamos en el hospital y ella me abrazaba con más fuerza de la necesaria, arrancándome un quejido que yo no quería que se me escapara. Ella siempre se apartaba de mí a toda velocidad, como si mi mote cariñoso fuera la verdadera palabra que se me aplicaba y estuviera al rojo vivo, pero en sus ojos siempre había la misma expresión asustada. No quería hacerme daño; bastante mal lo había pasado ya.
               Si supiera que lo peor había sido tenerla tan cerca y no poder sentirla como deseaba… pasaría mil veces por el puto accidente si eso implicaba poder volver a estar con ella como estábamos ahora.
               -¿Te he hecho daño? He ido demasiado rápido, ¿a que sí?-preguntó, sentándose sobre su culo y apoyando una mano sobre su mejilla. Lanzó un suspiro lastimero y me miró con ojos húmedos-. Lo siento. Lo siento muchísimo, Al, yo… se me ha ido por completo, no sé en qué estaba pensando…
               -Yo creo que sí-respondí, y ella frunció el ceño-. Lo conoces bastante bien. Grande, grueso, rígido… veintidós centímetros…-enumeré, inclinando la cabeza a un lado. Puede que estuviera cachondísimo, y mi erección lo atestiguaba, pero seguía teniendo que cuidar primero de Sabrae, y ocuparme de mis asuntos después.
               Sabrae puso los ojos en blanco y se rió.
               -Cada vez dices que es un poco más grande.
               -Es que hoy estás muy guapa-ronroneé, dándole un toquecito con el pie e inclinándome hacia ella. Sabrae se apartó y bufó.
               -No lo suficiente como para que me dejes chupártela, al parecer.
               Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza.
               -Mujeres. Sólo tenéis una cosa en la cabeza. Créeme, si fuera por mí-me puse serio-, ya tendrías las bragas colgadas del picaporte -era cierto; llevaba pensando en desnudarla desde que la había visto, sobre todo por el puñetero bralette, que me traía por la calle de la amargura y que se había puesto específicamente para eso: hacerme la vida imposible. Si había conseguido contenerme, había sido porque los chicos me habían distraído lo suficiente… y Shasha nos había acompañado durante la cena. Vale que los Malik eran muy abiertos de mente, y Sher y Zayn tenían a los críos al día de los asuntos sexuales, pero una cosa era saber de dónde vienen los niños desde que eres pequeño y otra muy distinta es ver con doce años cómo tu hermana hace uno con tu cuñado preferido en el mundo-, pero tengo que hablar conmigo de una cosa.
               Sabrae parpadeó rápidamente un par de veces. Si hubiera sido una mariposa y sus alas fueran sus pestañas, habría levantado el vuelo hasta la estratosfera.
               -Alec, ¿tiene que ser ahora?-exigió; ella también sentía la misma necesidad que yo-. Estamos medio borrachos; sea lo que sea lo que te preocupa, puede esperar.
               -No quiero coartar tu consentimiento-solté sin poder frenarme, y ella alzó las cejas, dos perfectos arcos que sostenían toda la infraestructura de la catedral más hermosa jamás construida.
               -Alec. Le pongo a Dios tu cara, literalmente. ¿Cómo vas a coartarme tú nada? He pasado los peores casi dos meses de mi vida porque no podíamos echar un polvo. ¿De verdad piensas que puedes hacer algo que me baje la libido ahora mismo?
               -Podría confesarte que soy un genocida, o algo por el estilo-prefería no mencionar la palabra que empezaba por V con ella en ese estado.
               -Podrías decirme muchas cosas, pero una cosa es que confieses algo y otra que seas realmente capaz de hacerlo. No le harías daño ni a una mosca.
               -Soy un campeón de boxeo, Sabrae. Soy una puta máquina de matar.
               -Subcampeón.
               -¡Me descalificaron por una mentira!-ladré, y Sabrae sonrió, colgándose de mi rodilla.
               -¡Qué guapo estás cuando te enfadas! ¿Y sabes cuándo estás también súper guapo? Cuando te corres-ronroneó, tirando de nuevo de mis pantalones. Le puse una mano sobre las suyas para detenerla, y soltó un suspiro.
               -Hablo en serio, nena. Necesito que hablemos de una cosa antes de… bueno, de todo lo que vamos a hacer esta noche, que tengo la esperanza de que sea muchísimo.
               -¿Tiene que ser justo ahora? Quiero decir… bueno, en fin, supongo que ya da igual. No quería que lo habláramos hasta terminado el finde para que no te agobiaras ni te forzaras a aprovecharlo todo al máximo porque, Al… éste va a ser el último finde que tengas de descanso en mucho, mucho tiempo.
               ¿Eh? ¿Es que acaso pensaba que me tomaba el estar con ella como un trabajo, o algo por el estilo?
               -Estoy perdidísimo, nena.
               -Mira, no quiero que te agobies, pero ya que quieres hablar, hablemos-Sabrae se incorporó y fue a sentarse a mi lado, peligrosamente desnuda de cintura para arriba. Se me fueron los ojos a su busto, y cuando ella bajó la mirada para seguir la mía, se llevó una mano a sus pechos para cubrírselos en la medida de lo posible… lo cual no sirvió más que para distraerme todavía más, ya que no sólo tenía sus tetas para desconcentrarme ahora, sino también su mano. Qué de cosas me habían hecho esas manos…
               -¿Prefieres que me vista?-preguntó.
               -¿Te doy la respuesta responsable o la respuesta sincera?
               -La responsable-rió. Chasqueé la lengua e imité el sonido de las alarmas de fallo de los concursos de la tele.
               -Error. Son la misma. No, no prefiero que te vistas. Si alguna vez te digo que quiero que te vistas, llama una ambulancia, ¿vale?-se relamió los labios al sonreír, y yo contuve las ganas de acercarme y darle un beso. Sabía que si lo hacía, volveríamos a calentarnos. No obstante, me pegué un poco más a ella, y ella se pegó un poco más a mí. Me di cuenta entonces de que su aliento tenía más alcohol que cualquier destilería, porque era capaz de volverme loco con tan solo un par de inhalaciones.
               Quizá había sobrevivido así a los meses en el hospital sin poder tenerla en condiciones. Con su cercanía había llegado a bastarme.
               -Cuéntame tus planes, nena-le acaricié el brazo desnudo y ella subió los pies al sofá. Sus deditos se contrajeron y se dilataron mientras ella los estiraba y los enroscaba, pensando cómo proceder. Era algo que le había visto hacer muy pocas veces, pero en lo que me preciaba en haberme fijado. Sospechaba que no había mucha gente en el mundo que supiera de esa pequeña manía suya, ni que relacionara ese bamboleo en los dedos de sus pies con la forma en que torcía la boca.
               -Quería que disfrutaras al cien por cien de este fin de semana porque te lo mereces muchísimo, y necesitas descansar. Por eso me siento un poco culpable por no habernos visto apenas estos dos días.
               -Saab, necesitas ver a tus amigas. Y yo estoy bien, de verdad.
               -Lo sé, sé que las necesito, y las echo de menos, y sé que a veces estamos demasiado pegados, pero… tengo una responsabilidad contigo, Al. Sé que te he dicho mil veces que el accidente no es culpa de nadie, pero no dejo de pensar…
               Le puse un dedo en los labios y sacudí la cabeza.
               -Como me digas que te sientes culpable por el accidente pienso gritar, Sabrae. Muy fuerte.
               -Tienes que admitir que…
               -Sabrae, me falta un trozo de pulmón. ¿De verdad quieres que me ponga a gritar?-alcé una ceja y ella se mordió el labio.
               -Si no hubiéramos ido a Barcelona…
               -Si no hubiéramos ido a Barcelona, ¿qué? Aparte de que no te habrías marcado el primer simpa de tu vida, no habríamos entrado en el Mile High Club ni me habría enterado de que mi chica favorita en el mundo llama a mi cantante favorito por su nombre de pila. Ni me habría dado cuenta de cuál es mi verdadero propósito en la vida: conocer el mundo contigo-Sabrae sonrió, sus ojos un poco relucientes-. Nena, en serio, yo habría seguido haciendo horas extra igual. Me habría tocado de una manera o de otra, pero… yo no me arrepiento de lo de Barcelona. Cada minuto que pasamos, cada puto minuto desde que nos subimos al avión, mereció cien accidentes. Así que no me digas que te sientes culpable o que te arrepientes, porque yo no lo hago en absoluto.
               -Te hice un regalo envenenado con las entradas. Debería haber insistido en pagarlo todo. Incluso si no les pidiera a mis padres que me echaran una mano, podría… bueno… yo tenía ahorros suficientes para que fuéramos los dos, y sabía de tu situación, así que podría haberte convencido de que yo lo pagaba todo.
               -Sabes que soy muy tozudo cuando se trata de dinero-sonreí, negando con la cabeza.
               -¿Sólo cuando se trata de dinero? –ella hizo una mueca.
               -Bueno, y de decirte que te quiero aunque a ti te diera demasiado miedo-ronroneé. Me incliné para darle un beso en la mejilla y ella se estremeció. Sus pestañas me acariciaron la mía cuando me separé para volver a estar sentado frente a ella, las rodillas pegadas, el brazo extendido por el respaldo del sofá en su dirección.
               Sabrae jugueteó con un hilo suelto de mis pantalones, sin saber muy bien cómo continuar.
               -Aun así…
               -No quiero que dejemos este tema abierto pero tampoco quiero seguir hablando de ello, ¿vale? Así que sólo te diré una cosa. No me arrepiento de haber tenido el accidente. El accidente me trajo muchas cosas buenas. La principal eres tú, pero no es la única. No habría creído que mis amigos seguirían juntos a pesar de todo por lo que hemos pasado de no ser por lo que ha pasado justamente esta noche, y lo de esta noche es por el accidente. Y no habría accedido a ir con Claire si no hubiera estado en el hospital. Necesitaba un cambio, bombón. Necesitaba un cambio, y el cambio me lo dio. Los dos sabemos que me salvó la vida estar a punto de morir. Sólo me han pasado cosas buenas desde que abrí los ojos. Sé que lo pasaste muy mal. Sé que, junto con mi madre, sois las que peor lo habéis pasado, seguramente incluso peor que yo, porque yo no recuerdo esa semana en la que os sentasteis a mi lado e hicisteis lo imposible por despertarme. Así que entiendo que tengas miedo y remordimientos, pero no tienes por qué. De verdad. No es culpa tuya. No es culpa de nadie. Y, si fuera culpa tuya, no sería tu culpa, sino que sería gracias a ti.
               Se le escaparon un par de lágrimas que yo le dejé derramar. Claire me había dicho que no debía contener mis emociones, así que no veía por qué eso no debía aplicarse a Sabrae, sobre todo si no eran lágrimas de tristeza. Podía soportar ver estas.
               -Es sólo que yo… no dejo de darle vueltas a que he jugado un papel en el hecho de que lleves tiempo sin ser el Alec que has sido esta noche, cuando has entrado en la discoteca.
               -¿Qué Alec he sido esta noche?
               -El Alec de hace seis meses. El Alec de cuando empezamos a acostarnos. Ese Alec lo tenía todo. Tú lo has tenido todo esta noche, por eso quería que lo disfrutaras. Por eso no quería hablar. Sólo… sólo dejarnos llevar.
               -El Alec de hace seis meses no lo tenía todo. No te tenía a ti. Yo no quiero ser ese Alec, Saab. Ese Alec no te escuchó decirle que le querías. Yo sí.
               Más lágrimas se deslizaron por su rostro mientras apoyaba el codo en el sofá, el puño cerrado en la boca.
               -No me lo escuchó porque era una estúpida. Quiero pensar que ahora lo soy un poco menos.
               -Tienes tus momentos.
               Sabrae se echó a reír con cansancio y yo le acaricié la mandíbula con los nudillos.
               -No me arrepiento de nada de lo que nos ha traído hasta aquí.
               -Para ti es fácil decirlo.
               -¿Me habría gustado que fuera de otra manera? Sí, pero la vida no es una canción de Taylor Swift. No son todo corazones dorados, metáforas chulísimas y menciones una y otra vez al baile. Y hemos terminado llegando adonde estamos. A mí me parece un buen destino, y el camino ha sido interesante. Estamos justo donde yo quería que estuviéramos hace un par de meses, así que, ¿qué más da que tenga unos cuantos arañazos o que tú ahora sepas leer los monitores de los hospitales? Eso que nos llevamos-le guiñé un ojo y Sabrae suspiró.
               -Aun así, siento que no he estado contigo todo lo que debería estos últimos dos días.
               -Tú tienes tu vida y yo tengo la mía.
               -¿Me has echado de menos?
               -Terriblemente.
               -Yo a ti también.
               -Lo sé. Se te notaba hace unos minutos-le palmeé la cara interna del muslo y ella rió-. Pero me voy a ir a África de todos modos. Nos vendrá bien entrenar.
               -No quiero entrenar. Quiero hacer otras cosas contigo, pero tú decidiste parar.
               -De verdad creo que deberíamos hablar primero, antes de pasar a mayores, Saab.
               -Sea lo que sea de lo que quieras hablar, yo no quiero hablarlo ahora, Al. Está claro que me voy a disgustar, o de lo contrario no habrías decidido que tenemos que parar antes de hacerlo. Y yo quiero hacerlo, de verdad que sí. Te echo mucho de menos. Incluso aunque lo hemos hecho ya, siento que necesitamos hacerlo también aquí, para… cerrar el círculo, o algo así-se puso de rodillas a mi lado en el sofá y me pasó las manos por el cuello, siguiendo la línea de tendones, músculos y venas por igual.
               Por supuesto que lo pensamos exactamente igual. Estamos tan sincronizados que no me extrañaría que pensáramos en el mismo idioma inventado.
               -Entonces, ¿cuándo podemos hablarlo? ¿Mañana?
               -O el lunes.
               -¿Duermes en mi casa esta noche?
               Se lo pensó un momento, un único momento en el que creí que había posibilidades de que me dijera que no. Luego, asintió con la cabeza, y yo me di cuenta de que la época en que Sabrae me decía que no se había terminado.
               -Ni para ti ni para mí: mañana, ¿te parece?
               -¡Mañana lo has sugerido tú!
               -¡Porque vas de misteriosa!
               -Dejémoslo para el lunes, ¿vale?-ronroneó.
               -Porque tú lo digas.
               -Considera éste tu último finde de libertad.
               -¿A qué te refieres con libertad?
               -A que puedes hacer lo que quieras.
               -No voy a ir a tirarme a Pauline ni a Chrissy si eso es lo que me estás sugiriendo. Me he vuelto condenada e irrevocablemente monógamo por tu culpa, Saab. Por Dios, si hasta el sinvergüenza de tu hermano se ha vuelto monógamo al enamorarse, ¿por qué crees que yo soy diferente? No dejé de pensar en ti ni un segundo las últimas veces que lo hice con ellas; ya me dirás tú qué atractivo tiene sentirse como una mierda después de correrte en la cara de alguna tía.
               Sabrae no pudo evitar echarse a reír, a pesar de que yo no estaba diciendo nada para tomarle el pelo.
               -No me refiero a que puedas hacer lo que quieras en tema chicas. Estoy descubriendo que me gusta que me tengan envidia porque estoy contigo, y no pueden tenerme envidia si pueden estar ellas también-se encogió de hombros con gesto soñador, y a mí me dieron ganas de comérmela a besos-. No, lo digo porque a partir del lunes, pienso atarte en corto.
               -Hostia puta, nena, ¿me lo pones por escrito?-me incorporé como un resorte y Sabrae se echó a reír.
               -Lo digo en serio, Alec. A partir del lunes, se acabó el cachondeo. Tienes que trabajar muy, muy duro para recuperar el tiempo perdido.
               -¿Qué tiempo perdido?
               -Apenas has tocado los libros.
               ¿Sabes estos globos que salen disparados haciendo piruetas y también pedorretas cuando los sueltas? ¿Esos globos que se caen con patetismo al suelo después de vaciarse por completo, pasando de estar hinchados y gloriosos a usados y ridículos? Así me desinflé yo.
               Jo. Yo que pensaba que se me iba a acurrucar al lado todos los días, a dejarme mirar cómo estudiaba en su escritorio o en el mío, mientras yo me tumbaba a la bartola en su cama o en la mía y ocupaba mi tiempo en mi segundo deporte favorito: mirarla (¿adivinas cuál es el primero?).
               -¿Para qué? Tengo otras cosas en las que invertir mi tiempo.
               -¿Por ejemplo?-espetó, poniéndose a la defensiva. Me froté la cara.
               -Discutir contigo, aparentemente. Espera, ¿quieres sexo de reconciliación?-la miré con los ojos entrecerrados-. ¿Eso es lo que pasa?
               -No quiero sexo de reconciliación, quiero que espabiles. Y que no te cierres en banda.
               -No me cierro en banda; eres tú la que eres terca como una mula. No voy a graduarme, Sabrae-sentencié, apretando los labios. Detestaba que tuviera que decírselo de manera tan clara, especialmente si tenía pensado hacer de éste un momento especial, pero no veía otra forma de conseguir que se le metiera en la cabeza que yo no era como Scott y Tommy. Sí, vale, seguramente Scott y Tommy conseguirían graduarse con los demás, ya que habían dedicado los pocos ratos que tenían libres en el concurso a estudiar como cabrones, y habían hecho tantos exámenes como sus apretadas agendas les habían permitido. Yo llevaba sin pisar el instituto desde principios de abril, así que podía ir olvidándome de las ventajas que les proporcionaban a mis amigos. Quizá hubiera alguna especie de evaluación diferenciada que estuvieran preparándome, pero tendría que aprobar los exámenes siguientes de todos modos, cosa que veía imposible. Si ya con la ayuda de Bey se me hacía todo cuesta arriba, no quería ni pensar en cómo sería cuando no tuviera más que sus apuntes, y la clase continuara avanzando a ese ritmo acelerado con el que yo ya no podía ponerme al día.
               -¿Cómo lo sabes?-esta vez, la que entrecerró los ojos fue ella. Bufé, me pasé una mano por el pelo, y por un momento pensé en inclinarme hacia su boca y volver a besarla, confiando en que nuestras hormonas harían el resto. Deseché la idea al poco, no obstante, ya que sabía que ella no la dejaría correr.
               Además, si no estábamos follando era culpa mía, así que no me quedaba más remedio que apechugar.
               -Es imposible que recupere el curso a estas alturas. Y más teniéndolo como lo tenía. Mi media es un chiste, tengo más evaluaciones suspensas que polvos hemos echado… y estoy bastante convencido de que he molestado lo suficiente en clase como para que muchos profesores tengan ganas de pillarme. Les voy a dar esa satisfacción. Soy un estudiante mediocre, Sabrae. No soy como tú. No pillo las cosas al vuelo. ¡Joder! Ni siquiera soy capaz de sentarme delante de los apuntes más de 20 minutos seguidos.
               -Tienes más capacidades que yo. Te hicieron un test de coeficiente intelectual y descubrieron que tienes altas capacidades, ¿recuerdas?
               -Para los idiomas.
               -Los idiomas son lo más difícil que hay.
               Suspiré.
               -Escucha, ya sé que he hecho que te comas la cabeza excesivamente con el tema de la graduación, que he conseguido que te entren remordimientos y que pienses que tienes que ayudarme porque… no sé, porque actuaba como si me diera igual que todos mis amigos tuvieran un futuro y yo no, pero no era así. Pero ahora va en serio, nena-le puse una mano en la rodilla y le di un cariñoso apretón-. De verdad. Ya no me duele pensar en ellos graduándose sin mí. Ya no me agobia creer que cuando vuelva de África estaré solo, porque sé que no lo voy a estar. Me lo han demostrado. Todos me habéis demostrado que me esperaréis. Tengo las cosas garantizadas, así que…
               Me quedé callado, percatándome de repente de que era la primera vez que decía aquello en voz alta. Y, a pesar de todo, que estuviera improvisando no lo hacía menos verdad. Ya no me escocía en los rincones de mi alma el pensar en mis amigos subidos al escenario del salón de actos del instituto, recogiendo unos diplomas en los que no aparecía mi nombre.
               Me sentía profundamente afortunado de tener la oportunidad de verlo desde el patio de butacas. Con eso me bastaba. Todo iba a ser distinto con ellos, y a la vez, eternamente idéntico. Por mucho que creciéramos y nuestras vidas se ramificaran, seguiríamos teniendo las mismas raíces, perteneciéndole al mismo sitio y perteneciéndonos los unos a los otros. No había diploma que pudiera compararse con eso.
               Podía quedarme atrás. Ellos no me darían la espalda por quedarme atrás.
               Quizá hasta fuera mejor. Puede que disfrutara más viéndolo desde fuera, y luego teniendo un amplio rincón del patio de butacas abarrotado por ellos. Quizá prefiriera que Karlie, Tam, Logan, Max, Tommy, Scott, Jordan y Bey me vieran desde la distancia, y se enorgullecieran del esfuerzo que me había supuesto llegar hasta donde estaba.
               -No es ningún drama-le guiñé un ojo-. Es más, de hecho… puede que remolonee un poco más para que coincidamos graduándonos. ¿Qué te parece? Molaría, ¿eh?-bromeé, y supe que había metido la pata hasta el fondo por la forma en que Sabrae me miró, toda ojos y estupefacción.
               -Tendrías que repetir dos veces. Eso sin contar el voluntariado, por supuesto. Y no pienso permitírtelo-zanjó, molesta, cuadrando los hombros y estirando la espalda como una marquesa de principios del siglo pasado a la que acaban de compararle el sombrero con un nido de pájaros-. Ni de broma, vamos.
               -Vamos, nena. Tampoco sería para tanto-ronroneé, intentando arreglarlo. Vale, graduarme con Sabrae sí que sería fuerte, pero debía preparar el terreno por si tampoco conseguía sacar el curso en un segundo intento. Había asignaturas muy jodidas, y sin los apuntes mágicos de las gemelas las pasaría muy putas. Sin contar, por supuesto, que no podría tirarme a la empollona de la clase para que me dejara los suyos, por eso de que estoy enamoradísimo y respiro sólo el aire que expulsan los pulmones de Sabrae.
               -Estás en último curso-me recordó, como si no me hubieran bombardeado con las pruebas de acceso a la universidad y todo lo que ello conllevaba prácticamente desde el primer día de clase-. Luego le toca a Diana. Luego, a Eleanor. Y después, a mí. Con Diana estarías en África, así que le tocaría a Eleanor compartir tarima contigo. Si repitieras, te graduarías con ella, y yo estaría un curso por detrás. Un curso, Alec. Y me sacas tres años y un mes. ¡Ni de broma! No pienso dejar que te vayas de aquí sin graduarte-sentenció, y yo puse los ojos en blanco-. No-me imitó con sorna-. No. Te lo juro por Dios, Alec. Te juro que voy a conseguir que te gradúes. Haré que mamá te ponga una orden de busca y captura si hace falta, pero olvídate de esa chorrada.
               Parpadeé con escepticismo en su dirección.
               -Sabes que lo haré-me advirtió.
               -¿Tan desesperada estás por conseguir que todo el país te envidie porque mi cara sea tu silla personalizada, que estás dispuesta a empapelar todas las comisarías con ella?
               -Ponme a prueba, Whitelaw-me retó, y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Whitelaw. Ajá, así que íbamos a jugar sucio, ¿eh?
               Muy bien. Mi segundo nombre era “juego sucio”.
               Dado que no quería que habláramos más, no hablaríamos. Ella mandaba, y yo obedecía. A quién obedecía yo era otra historia; y, en ese momento, me apetecía seguir mis impulsos, de modo que me incliné hacia ella, le rodeé la cintura desnuda con una mano y la atraje hacia mí.
               -Llevo esperando que me digas eso toda la noche.
               Le metí la mano por dentro de los pantalones, bajando por su culo y rozando el elástico de sus bragas. Eran de encaje, y sospeché que irían a juego con su sostén. Tiré de sus pantalones hasta dejar espacio para que mis dedos juguetearan con su clítoris, colándose entre la tela deliciosamente empapada de sus bragas y los pliegues de su sexo.
               Sabrae exhaló un jadeo de placer que la traicionó, pues había esbozado una expresión seria, como si estuviéramos haciendo algo que ella, en el fondo, reprobaba. No pude evitar sonreír contra su boca, inhalando su aliento jadeante.
               -Sí, sí-escupió, como si sus caderas no se estuvieran moviendo al ritmo que mis manos le indicaban o su respiración estuviera comenzando a acelerarse-. Tú aprovecha. Aprovecha, que se te va a acabar el… ah-no pudo evitar gemir cuando introduje un dedo en su interior, que ya palpitaba con el ritmo de un tambor de guerra. Puede que hubiéramos hecho una pausa, pero su entrepierna seguía al ralentí, a la espera de lo que hiciera con mi cuerpo, de si finalmente la satisfacía o no-. Chollo.
               -¿Qué chollo?-ronroneé-. Todavía me queda mucho por disfrutar de ti-ronroneé, dejando una línea de mordisquitos por su cuello, dibujando la cartografía del único rincón del mundo que no me importaba estudiar a fondo, a pesar de que ya lo conocía de memoria.
               -Más te vale aprovechar esta noche-gimió-, porque a partir de hoy, vas a trabajar durísimo.
               -Estoy familiarizado con el término “durísimo”, tranquila-la empujé con la mano libre contra mi cuerpo, asegurándome de hacer presión en mi entrepierna.
               -Me vas a odiar-dijo, y yo me reí contra su carne de gallina. Era divertidísimo ver cómo trataba de resistirse a mí mientras yo jugaba con ella, haciendo que los dos nos lo pasáramos fenomenal-. Se acabaron las fiestas, y se acabó el cachondeo. Sólo trabaja, trabajar, y trabajar.
               -Ya lo veremos.
               -Sí, lo veremos-respondió, luchando contra mí con las pocas fuerzas de voluntad que le quedaban. Por lo menos había cosas que todavía escapaban a su control, y una de ellas era la respuesta de su cuerpo a mí.
               -¿Y se va a acabar todo, todo… todo?-le aparté el pelo del hombro y empecé a besarla, haciendo hincapié en sus clavículas, deslizando una serpiente de pequeños mordisquitos por su busto hasta el hueco entre sus pechos. Rocé con los labios el borde del bralette, y luego levanté la cabeza para mirarla.
               Sabrae tenía los ojos dilatadísimos, todo pupilas, absolutamente nada de iris. Estaba hecha para mí, hecha para que la disfrutara, hecha para que yo le demostrara que no podía controlarlo todo. Que su cuerpo ya era de los dos, y no sólo de ella.
                -Salvo que te portes bien-gimoteó, en una amenaza que parecía más bien una petición. No me molesté en controlar una carcajada.
               -¿Me defines “portarme bien”, por favor?-le pedí, deslizando el tirante de su sujetador por su hombro, y liberando por fin sus pechos. Sabrae se echó a temblar de nuevo, pero más por lo que suponía su desnudez y lo anticipado de lo que venía, que por la temperatura de la habitación.
               -Que estudies. Básicamente.
               -¿Esto cuenta como estudiar? Seguro que puedo convalidar algunas asignaturas de Medicina con todo lo que te hago-busqué el enganche del sostén por detrás de su cuerpo y me deleité con el sonido de éste cediendo mezclado con los jadeos de Sabrae.
               -Hablo en serio, Alec.
               -Yo también. No sé a qué te refieres con eso de portarme bien. Como si no pudiera hacer contigo lo que quisiera incluso si no pasara por el aro contigo. Mira cómo estás, nena-saqué la mano de su entrepierna y froté los dedos pegajosos frente a sus ojos. Los dos inhalamos profundamente de forma instintiva, disfrutando del olor de su excitación.
               Con los ojos fijos en los de Sabrae, me llevé los dedos a la boca y los chupé. Sabía que eso haría estragos en ella. Con lo que no contaba era con que también haría estragos en mí. Mi polla protestó en mis pantalones, y antes de que pudiera darme cuenta, Sabrae ya me los había arrebatado, dejando mis piernas vestidas tan solo por los calzoncillos. Se relamió, pasándome una mano por la espalda. Sus dedos recorrieron el fantasma de los músculos que había tenido en el pasado, y por el tiempo se detuvo y se contrajo.
               Volvíamos a ser los que lo habíamos hecho como locos aquella primera vez, en que ella había descubierto que yo podía llegar a ser demasiado grande, que el tamaño sí importaba, y yo, que llevaba toda la vida buscando sin saber lo que tenía justo delante.
               Le quité los pantalones. Sus piernas desnudas estaban hechas de porcelana de chocolate, áspera por sus células en alerta y su vello de punta.
               Ella me quitó los calzoncillos. Me arañó las piernas con las uñas, deleitándose en la sensación de mis ángulos contra sus curvas.
               Y yo le quité las bragas y alcancé un condón. Sabrae separó las piernas, decidida a dejarme hacer. Tiró de mí para tumbarme sobre ella, de manera que mi torso aplastó sus pechos; sentía su piercing enclavado entre mis clavículas, y yo creí que me correría antes siquiera de conseguir entrar en ella. No sé cómo, encontré un condón.
               -Dame el gusto, amor. ¿No quieres que te vea en traje? Debes de estar aterrorizado ante la manera tan salvaje en la que te follaré en tu graduación.
               Y me lamió el cuello, ascendiendo hasta mi oreja, cuyo lóbulo capturó entre sus dientes. Entonces, me introdujo en su interior, y yo aguanté como un puto campeón a esa primera embestida gloriosa. Sabrae cerró los ojos y se tensó en torno a mí, rígida como una estatua. Aquello sólo podía significar una cosa.
               -¿Qué pasa? ¿Te duele?
               Sabrae se dejó caer sobre el sofá y suspiró, una sonrisa en sus labios a pesar de todo.
               -Me molesta un poco, pero me gusta-se estremeció de pies a cabeza, lo cual tuvo un efecto curioso en nuestra unión. Luego, añadió-: no recordaba lo grande que era.
               No pude evitar sonreír mientras me abría paso en su cálido, húmedo y acogedor interior. Joder. Aquello era el puto paraíso, y era sólo mío.
               Recordé la preocupación de Claire sobre si podría tener problemas de adicción al sexo por la forma en que hablaba de él, en que decía que lo necesitaba. Pero, con las uñas de Sabrae en mi espalda y sus piernas en mi cintura, era difícil pensar que aquello resultara un problema. No me importaba discutir si era adicto o no al sexo; para mí, no era un debate negativo, y estaba dispuesto a admitir que existía la posibilidad.
               A lo que no pretendía acceder era a avergonzarme de ello. Puede que fuera adicto al sexo, o puede que fuera sólo adicto a la sensación que tengo follando con Sabrae, pero el caso es que iba a seguir consumiéndola hasta morir de una sobredosis.
               ¿Quería que me pusiera a estudiar como un loco? ¿Y me recompensaría con sexo con ella? Muy bien. Que se preparase Bey.  
               A partir del lunes, sería la segunda de la clase.


 
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2 comentarios:

  1. Que ganas tenía de otro capítulo, la espera se me ha hecho ETERNA.
    Comento cositas jejejeje:
    - Me meo con la comparación de Scott y Alec a Moisés y Jesucristo
    - Me ha encantado todo el principio de Sabrae babeando por Alec simplemente por ser él. Es que esta frase: “Tenía la carne de gallina, el vello erizado, la respiración acelerada, y todo era por su culpa. Porque me resultaba imposible resistirme a él.” Es que por favor me muero.
    - Que hayan vuelto a acostarse en el cuarto violeta del sofá de cuero blanco el contenido que merecemos.
    - “Puede que fuese gilipollas, pero no lo suficiente como para no comprender las implicaciones que tenía lo que estábamos haciendo: acostarnos en el sitio donde había empezado todo, poniendo punto y final a aquel sitio en el que sólo nos habíamos visto a rollos, y demostrándole al universo que lo nuestro ya no era solo sexo. Que, en realidad, jamás se había tratado de sólo sexo. No con Sabrae. Y, al menos no por mi parte.” Eeee este párrafo??? Me ha ENCANTADO es que no estoy ok de verdad
    - Me ha flipado toda la conversación que han tenido en el sofá, era necesaria y que haya sido justo en el cuarto donde empezó todo me ha encantado.
    - El final? Una fantasía. Que Alec consiga graduarse por favor por favor por favor
    Con muchas ganas del siguiente <3

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  2. Uf, los capítulos de fiesta no me pueden encantar más. Echaba mucho de menos verlos en este mood. Me ha gustado mucho como Al ha querido contarle lo de la moto antes de que follaran. Lo cierto es que cuando he leído que se encaminaban hacia el cuartucho he pensado tmb que era la primera que lo pisaban siendo novios y era el sitio donde todo empezó y me he puesto muy soft.
    Espero que Sabrae le de duro a Alec en lo que respecta a los estudios, estoy deseando ver como se aplica y empieza a sacar notazas y todo el mundo flipa. Eso, y sobre todo ver como se graduan y la prom night. Soy una zorra de esas cosas Eri, se que en UK no se estila, pero no me lo quites ��

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