lunes, 7 de junio de 2021

Vinilo.

 
¡Hola! Quería avisarte de que no publicaré el próximo capítulo el domingo, sino el lunes, por incompatibilidad de horarios (tengo una clase que no puedo posponer, y prefiero dedicarle todo el día a sólo medio al cap). Dicho lo cual… ¡disfruta del cap, y gracias por la espera!

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Estaba siendo una amiga pésima, era plenamente consciente de ello. Después de todo el tiempo y energías que mis amigas habían invertido en apoyarme, lo justo era que yo estuviera completamente presente en el momento en que nos reuniéramos de nuevo, por fin.
               Taïssa había pospuesto su cumpleaños sabiendo que no me sentiría cómoda celebrándolo con Alec aún en el hospital, y yo, presa de la culpa, le había prometido que lo celebraríamos en cuanto a él le dieran el alta. Mis amigas habían celebrado, pues, la noticia de que a Alec le dejarían salir del hospital en unas semanas como el evento del año, tal y como esto se merecía, pero quizá por motivos un poco diferentes de los míos. Yo quería que Alec estuviera bien por encima de todo, y la normalización de mi rutina, vida social incluida, venía por detrás.
               Para ellas, que Alec saliera del hospital suponía recuperarme, aunque me imaginaba que no esperaban tenerme como lo hacían. De lo contrario, seguramente no lo hubieran celebrado tanto, prácticamente sacando bengalas cuando les anuncié el día en que finalmente mi chico sería libre.
               Participaba no con desgana en los juegos que organizaron mis amigas para la fiesta de pijamas en casa de Taïs, pero sí con bastante distracción, siempre con la cabeza en otra parte. No dejaba de preguntarme si Alec estaría bien, si me echaría de menos, si me necesitaría pero no recurría a mí porque sabía que estaba con mis amigas, y bastante mal se sentía ya por lo mucho que me había “monopolizado”. No es que él no quisiera, como yo, pasar el máximo tiempo posible conmigo, pero sabía que había otra gente con la que tenía que  compartirme y que podría ejercer su derecho a reclamarme a base de llamarme la atención y echarme en cara que me había convertido en lo que juraría destruir, como Anakin Skywalker: esas chicas que abandonan su círculo social en el momento en que se echan novio.
               Las chicas y yo nos referíamos a ese suceso como “enrocarse en una polla”, pero era básicamente lo mismo. Y no sonaba tan mal cuando me lo tenía que aplicar a mí misma.
               Pero yo tenía una excusa. ¿Verdad? Quiero decir, antes de que Alec y yo hubiéramos formalizado nuestra relación, ya éramos muy domésticos y nos habíamos integrado mucho en el círculo social del otro. Yo salía con sus amigos y Alec se venía con mis amigas cada vez que lo invitaba, así que no nos habíamos convertido en una de esas aburridas y agobiantes parejas que pasaban a ser su propio universo una vez empezaban a salir. Alec y yo no nos habíamos aislado el uno al otro, sino que habíamos ampliado los puentes que ya teníamos.
               Esto era distinto. Desde el accidente, no había estado tanto tiempo lejos de él (salvo durante mi cumple-adopción, y había tenido personal formado alrededor de él las veinticuatro horas del día, capaz de cuidarlo y atenderlo tan bien como yo), así que no podía apartar muy lejos de mí la preocupación. Me inclinaba a coger un poco más de comida, y me asaltaban las dudas. ¿Estaría bien?
               Ayudaba a Kendra a enredar un nuevo mechón de Taïssa con más tela sintética rosa fucsia, y me asaltaban las dudas. ¿Le dolería algo?
               Me reía sin ganas por escuchar a mis amigas hacerlo de un chiste que había contado Momo, y me asaltaban las dudas. ¿Necesitaría verme?
               Quizá debería visitarlo, me descubrí pensando en varias ocasiones. Necesitaba descansar, así lo habíamos acordado. Pero mis amigas lo entenderían si cancelaba los planes, me decía durante la comida, estando en mi casa rodeada de mi familia. Las chicas lo entenderían si les pedía dar un rodeo y hacer una parada para pasarme por su casa y ver cómo estaba.
               El día ya había prometido la misma mañana. Despertarme entre sus brazos, embriagada por el aroma a suavizante de las sábanas limpias, había sido una sensación placentera como pocas había sentido en mucho, mucho tiempo. Por fin las cosas empezaban a encauzarse, por fin empezábamos en serio nuestra vida juntos, sin miedos ni dudas absurdas, solos él y yo y la cama que compartíamos, la primera de muchas.
               Y sin ropa. Sobre todo, sin ropa.
               Como si no hubiera pasado el tiempo ni un terrible accidente desde la última vez que habíamos dormido así en su cama, Alec tenía su brazo en torno a mí con la misma fuerza de siempre. Cualquiera diría que había sobrevivido de milagro a un accidente de moto, o que se había pasado en coma una semana, o que hacía casi dos meses que no dormía en su cama. Estaba tan guapo, tan relajado y descansado, que se me rompió un poco el corazón incluso sabiendo que era la persona más privilegiada del mundo por el simple hecho de poder llamarlo mío. Me dieron ganas de comérmelo a besos, de achucharlo tan fuerte contra mí que nuestras costillas se encajaran y no pudieran separarse de nuevo, de acurrucarme de nuevo contra su pecho, inhalar el aroma que desprendía su piel, y volver a dormirme con la certeza de que despertaría dentro de unos años, cuando tuviéramos nuestra propia casa, nuestras carreras, nuestra familia.
               Precisamente por nuestra propia casa, nuestras carreras y nuestra familia me levanté. El futuro no vendría a buscarnos si yo me quedaba en la cama por muy tentadora que fuera, sino que pasaría de largo y se olvidaría de nosotros. De modo que, con todo el dolor de mi corazón y haciendo alarde de una increíble fuerza de voluntad, salí de la cama. Pospuse todo lo que pude del desayuno, y apenas comí un par de galletas para pasar el menor tiempo posible separada de Alec, que incluso había gimoteado mi nombre en sueños en cuanto sintió desaparecer el peso de mi cuerpo a su lado en la cama. Me resistí a duras penas a mis ganas de despertarlo para darle unos mimos aun a riesgo de llegar tarde, y encontré un triste consuelo en llevar sus calzoncillos por debajo de la falda del uniforme cuando salí de su habitación, con el corazón encogido y ya echándolo de menos, a pesar de que aún podía verlo si me daba la vuelta.
               Y ahí había empezado mi espiral de echar de menos y angustiarme por Alec como si estuviera en la guerra, y yo no pudiera hacer absolutamente nada más que rezar por él para conseguir que volviera conmigo. Momo me había visto distraerme más veces esa mañana de las que me había distraído en todo el trimestre, e incluso me había preguntado con mal disimulada cautela si lo de “por la tarde” seguía en pie. Yo la había mirado y había tardado un par de segundos en reaccionar, pues por mi cabeza se paseó la deliciosa tentación de decir que, lamentándolo mucho, tendría que cancelar nuestros planes.
               Quizá hubiera sido lo más justo para las chicas, pero no fue así. Les dije que por supuesto, que llevábamos demasiado tiempo esperando, que Taïssa había hecho un gran sacrificio posponiendo su fiesta de cumpleaños y no iba a decepcionarla dejándola tirada en el último momento. Nos lo pasaríamos genial, les dije para tranquilizarlas, y también para convencerme a mí.
               Sería una tarde memorable. Las compensaría por lo abandonadas que las había tenido durante la estancia de Alec en el hospital.
               O ésa había sido, al menos, mi intención.
               Había confiado en que Alec haría algo para tranquilizarme incluso sin que yo le dijera nada sobre mi estado anímico, sintiendo mi preocupación en el aire como se siente el acecho de la tormenta: eres incapaz de decir qué es exactamente lo que notas, pero sí que notas algo, e intuyes lo que se acerca en forma de sombra en el horizonte. Me mandaría un mensaje, subiría algo a Instagram, reaccionaría a algo de lo que yo había colgado en mis redes. Algo. Cualquier cosa. Le había dado más contenido del que podría consumir esa tarde con la esperanza de que diera señales de vida, como quien no baja la vista del cielo hasta que no encuentre una estrella fugaz a pesar de no ser temporada de Perseidas.
               No lo había despertado cuando me fui de su casa, y ahora me arrepentía. Quizá estuviera cansado, me dije. Puede que estuviera durmiendo una larguísima siesta. No sabía cómo estaba después de la tarde que había pasado con sus amigos y la noche que había pasado conmigo. Quizá por eso no me había escrito.
               No deberíamos haber tenido tanto sexo. Lo habíamos hecho por vicio más que por ganas la última vez. Los dos estábamos saciados. En realidad, yo ya estaba saciada con el primer polvo, aunque no me arrepentía de haber echado el segundo. Había sido genial, pero tal vez también demasiado. Había sido espectacular, pero quizá hubiera dejado a Alec absolutamente agotado. Aún estaba débil. No podía hacerlo como antes, y yo lo había tratado como antes. Me había generado la misma ansia, la misma avidez, y yo lo había devorado como si fuera un helado en el día más caluroso del año, que tenía que coincidir justo con mi travesía en el desierto.
               Tenía que verlo. Seguro que Taïssa lo entendería. Ella era la que más apostaba por nuestro amor, la más romántica e inocente de las cuatro. Si ya antes había tenido las reticencias a criticar a Alec que me habría gustado que tuvieran Momo y Kendra, desde que habíamos empezado y me había visto florecer como la más hermosa de las orquídeas de mi madre, Taïssa lo adoraba. Adoraba a Alec y apoyaba todo lo que tuviera que ver con él, excusándome e incluso proponiéndome que fuera a verlo cuando yo sentía que estaba siendo una amiga horrible por pasar tanto tiempo con él y tan poco con ellas. Taïs sólo sonreía y asentía con la cabeza, sus mejillas de ébano hinchadas en una sonrisa de dientes blanquísimos, cuando yo decía con boca pequeña que me estaba planteando hacer tal o cual cosa especial con Alec, mientras que Momo sonreía con cortesía y Kendra, a veces, ni siquiera se molestaba en disimular su fastidio. Taïs me preguntaba con más efusividad incluso que Amoke por el estado de Alec. Se interesaba por sus avances, sugería planes, aplaudía mis ocurrencias con respecto a él. Y era la que más veces me había cogido de las manos y me había dicho que esperaba que le dieran el alta pronto, no porque quisiera recuperarme, sino porque Taïssa era buena y no quería que Alec sufriera.
               Quería que estuviera otra vez en casa para que yo pudiera refugiarme en sus brazos, como debía ser.
               Así que no se molestaría si me escapaba un ratito para verlo, ¿a que no? Aun siendo su cumpleaños, me dispensaría. Porque se trataba de Alec. Siempre se trataba de Alec.
               -No puedo esperar a ver qué canciones le escribes cuando seas mayor-había llegado a decirme, con las rodillas bien juntas y el codo anclado en ellas, la mandíbula sobre el puño y los ojos refulgiendo con una expresión soñadora-. Creo que tú serás mi Malik favorita en el momento en que empieces a hacerle música.
               Yo no estaba tan segura de tener dentro lo que papá y Scott tenían. No creía que pudiera tener ese talento para crear de la nada: sí podía hacer florituras, sí que modelaba la voz y convertía los garabatos en una libreta en música, pero dar un paso más y ser yo la que pusiera los garabatos… me parecía tremendamente complicado.
               Y, sin embargo, en cuanto Taïs me lo dijo no había podido dejar de pensar en cómo sonaríamos Alec y yo si fuéramos una melodía. Sólo me había atrevido a aspirar a un estribillo al principio, pero pronto había tenido una canción. Luego dos. Luego, un disco. Y, después, una discografía completa.
               Cuando salíamos por ahí en algún plan interesante, Alec y yo éramos un refrescante éxito pop de los que te animan el verano. Cuando nos poníamos ñoños, éramos una balada cálida y cómoda, de las que mojas en el chocolate caliente mientras ves nevar en silencio al otro lado de la ventana. Cuando tonteábamos, éramos un sensual y sugerente ronroneo de R&B. Cuando nos acostábamos, nos convertíamos en un ardiente y ruidoso estruendo de rock n’ roll. Y cuando nos decíamos que nos queríamos o nos acurrucábamos en la cama justo después de acabar, nos volvíamos el vals dulce propio de una marcha nupcial.
               Taïssa lo había visto en mí antes incluso que yo. Yo era el gramófono; Alec, el vinilo. Él me daba la música que yo llevaba dentro.
               Seguro que no le importaría que me escapara un ratito.
               -Saab-las escuché decir de repente, aunque llevaban diciendo mi nombre un rato. Habían decidido ser pacientes conmigo y no tener demasiado en cuenta mi ausencia de actividad cerebral, aunque estuviera poniéndoles muy difícil eso de perdonarme. Di un brinco y las miré.
               -¿Eh? Lo siento, chicas. Estaba… distraída-comenté, luchando contra mi propio cuerpo para no ruborizarme. Evidentemente, como suele pasar cuando no quieres ponerte roja, fracasé, y noté que la temperatura de la habitación ascendía diez grados de un plumazo.
               Las chicas soltaron tres adorables risitas, como diciendo “pobrecita”.
               -Que si no te comes el último chilli cheese bite-ofreció Taïssa, acercándome la cajita de la comida que habíamos pedido a domicilio. De nuevo, una excusa para pensar en Alec. Me encantaban las noches de concurso porque suponían que todos nuestros amigos se encontrarían en el mismo sitio, Alec dormiría en casa conmigo, y… podríamos pelearnos por el último bite. Nos queríamos con locura y estábamos dispuestos a morir el uno por el otro, pero todo tiene un límite en esta vida, y tanto para Alec como para mí era compartir ese aperitivo en concreto.
               Me sentí una miserable al momento por haber pensado en dejar plantadas durante una hora a las chicas. Una hora que yo sabía que se convertiría en dos, y en tres, y luego, terminaría volviéndose toda la noche antes de que yo pudiera siquiera darme cuenta de lo que había pasado. Mis intenciones eran muy nobles estando lejos de Alec, pero cuando estaba frente a él, terminaba convirtiéndome en un ser primario que sólo tenía una cosa en la cabeza, y esa cosa era evidente.
               Estiré la mano para coger con la punta de los dedos el bite, y escuché la voz de mi madre mientras éste se deshacía en mi boca.
               -¿Qué tenéis, dos años?-preguntó con fastidio, poniendo los ojos en blanco, cuando Shash, Scott y Tommy me recibieron con aplausos cuando llegué a casa. Me habían dejado atrás de camino al instituto, ya que me había entretenido planeando las sesiones de estudio de la semana siguiente de Alec con Jordan y Bey, así que para ellos había sido como si me vieran directamente en casa. Papá se limitó a reírse en voz baja, procurando que mamá no lo viera, mientras mamá les echaba un rapapolvo increíble a los tres porque “tener relaciones sexuales no era el logro de mi vida, así que no entendía por qué tenían que aplaudirme”.
               -Venga, mamá, a Sabrae le ha costado mucho echar un polvo-protestó Scott, sin amedrentarse por la mirada fulminante que le echó mamá. Desde que había vuelto del concurso, venía un poco más subido y rebelde; eso de que Inglaterra estuviera a sus pies se le había subido un poco a la cabeza.
               Suerte que mamá estuviera más que dispuesta a bajarlo a gritos.
               -¡Sí, y ¿recuerdas por qué fue?!-Scott se quedó en silencio un minuto, mientras pensaba la respuesta. Tommy intervino entonces.
               -Por eso precisamente aplaudimos, Sher. Nos alegramos de que Sabrae haya vuelto a las andadas.
               -Al que le han dado el alta ha sido a Alec, no a ella.
               -Mírale la cara, mamá: es evidente que le han dado un buen meneo.
               -¿Y eso es motivo de celebración?-preguntó mamá, poniendo los brazos en jarras y mirando a papá, a punto de reclamarle por su pasividad. Papá se sentó recto en el sofá, se aclaró la garganta, y espetó:
               -No deberíais sentar precedente de poneros a aplaudir a los miembros de esta familia cada vez que tienen sexo, críos. Llegáis dieciocho años tarde, de todos modos.
               -¡Zayn!-recriminó mamá.
               -¿Qué? ¡Sólo digo verdades! Yo me merezco más que me aplaudan que Sabrae.
               -Que folles no tiene mérito, papá. Estás casado.
               -Los casados follan menos que los solteros, ¿no lo sabías?
               Tommy le puso una mano en el hombro a Scott.
               -Lo siento por ti, tío. Tu infancia debió ser horrible.
               -Además, mira a tu madre, chaval. Mira a tu madre y dime que no me merezco que me aplaudan.
               -¿Por follarme o por durar más de treinta segundos?-inquirió mamá.
               -Por las dos cosas.
               Duna no me había dirigido la palabra en todo el tiempo que estuve en casa, y sospeché que se debía a que se había enterado de que había estado con Alec sin ella, una ofensa que no me perdonaría en lo que nos quedara de vida en común. Pero yo tenía otras cosas en las que pensar, tentaciones que evitar y obligaciones que atender. Le planteé a mamá lo del cumpleaños de Taïssa, y ella me miró por debajo de sus cejas, dudando entre ser buena madre e inculcarme un poco de disciplina, u obedecer a sus instintos más primarios y convertirme en una consentida a base de alentar todos mis caprichos.
               Eligió lo primero.
               -Eso es una decisión que tienes que tomar tú, cielo, y estoy segura de que tus amigas lo entenderían...
               -¿Pero…?-la alenté. Conocía su tono, su manera de hablar. Su instrumento de trabajo era su voz y su razonamiento, y la había visto las suficientes veces tratando de encarrilarme como para saber cuándo pretendía orientarme en la dirección correcta, con una paciencia a la que yo no podía ni siquiera aspirar.
               -Pero creo que necesitas despegarte un poco de Alec. Necesitáis respirar. Lleváis mucho tiempo encima el uno del otro, lo cual es normal por las circunstancias, pero… un poco de espacio no os vendría mal. De lo contrario, os acostumbraréis a estar así de juntos y terminaréis agobiándoos.
               Jugueteé con la rueda para cortar la masa de la tarta de manzana que estaba preparando y me pasé la lengua por las muelas, una costumbre que Alec me había pegado. Mamá había hecho bien no recurriendo a mis remordimientos por lo que les estaba haciendo a las chicas, sino a mi preocupación por el bienestar de Alec. Eso era más fuerte que mis ganas de estar con él. Me costaría mucho menos resistirme a verlo si aludía a su salud. Sólo tenía que no ponerme en lo peor con él, por mucha experiencia que tuviera y complicado que me resultara cuando se trataba de él. Pero… tenía que hacerlo.
               -Es que… estoy preocupada por él.
               -Lo cual es comprensible, tesoro. Ha pasado por algo horrible y tú lo has pasado muy mal con él. Pero tienes que darte cuenta de que si Alec está en casa, es porque está curado. O lo suficientemente avanzado en su curación como para no necesitar enfermeras. Entiendo que quieras cuidar de él, pero ¿no crees que necesita un poco de tiempo para sí mismo? Así podrá quejarse si quiere, sin preocuparse de preocuparte a ti.
               La miré.
               -O descansar. O disfrutar de su soledad.
               -Alec no disfruta de su soledad.
               -Necesitará dormir, Sabrae-respondió mamá-. ¿Le dejarás dormir? ¿Le dejarás espacio si él te lo pide? ¿Te aguantarás las ganas de expresarle lo mucho que lo quieres si lo que necesita es estar más tranquilo y poder descansar?
               Hice girar la rueda con el filo romo y ondulado para hacer el dibujo más bonito, pensativa. No le había dejado dormir. No le había dejado espacio. No me había aguantado las ganas. Me había costado horrores hacerlo esta mañana, y ahora… ahora sólo quería verlo de nuevo para recuperar las oportunidades perdidas.
               Procuré estar un poco más presente con mis amigas, prestar atención a la peli que pusieron, entregarme más a sus juegos. Y lo conseguí, más o menos. Me sentí una impostora por no estar al cien por cien, pero al menos no fui un fantasma de carne.
               Caída la noche y con ellas dormidas en la habitación de Taïssa, sí que me permití dar rienda suelta a mi preocupación. Me tapé con la manta que Taïssa me había prestado para que durmiera sobre el colchón que habían puesto en el suelo de su habitación (no cabíamos todas en la cama, y yo me había ofrecido a ser la que durmiera sobre la alfombra; era lo menos que podía ser) y tanteé el suelo en busca de mi móvil. Cuando por fin lo encontré, lo introduje en mi improvisada tienda de campaña y comprobé mis redes.
               Entre el millón de notificaciones procedentes de millones de cuentas distintas, no había nada de Alec. Suspiré y entré en la conversación con él en los mensajes directos de Instagram, sólo para comprobar cuándo se había conectado por última vez.
               Se me encogió el estómago al comprobar que hacía diez minutos de su última conexión. Era de madrugada, lo cual me bastaba para preocuparme.
               Corrí a la conversación en Telegram, y sentí un nuevo puñetazo minúsculo cuando vi que no había recibido nada suyo. Había entrado obsesivamente a lo largo del día, preocupada por si las notificaciones de mi teléfono presentaban problemas, y siempre había comprobado que todo iba bien. Alec no me había escrito, y ya estaba.
               Vi que la frasecita debajo de su nombre estaba teñida de azul. “En línea”, rezaba en cursiva. Bueno, pensé. Quizá esté hablando con los chicos. Puede que esté entretenido y no se haya acordado de mí.
               Debería dolerme que no se acordara de mí, o producirme alivio porque eso significaba que estaba bien… pero no me cuadraba. Incluso borracho perdido, incluso en la fiesta más loca, Alec siempre me contactaba. A no ser…
               Entré de nuevo en mis redes sociales, comprobé que había visto todo lo que había subido, y entré de nuevo a nuestra conversación en Telegram. Me quedé mirando el último batallón de corazones que le había mandado, y justo cuando estaba a punto de preguntarle qué tal estaba, se me adelantó.

Si estás haciendo sexting con otro y por eso estás conectada a estas horas, que sepas que no me importaría que te confundieras de conversación y me mandaras las nudes a mí.

               Me reí por lo bajo, y luego, comprendiendo mi error, asomé la cabeza por debajo de la manta. Miré a las chicas conteniendo la respiración, pero las tres siguieron respirando con la cadencia lenta y profunda que sólo el sueño puede proporcionar. Me escondí de nuevo en mi búnker de tela y tecleé en silencio, acompañada sólo por el latido de mi corazón imitado por los golpecitos sordos de las yemas de los dedos en la pantalla.

Lo tendré en cuenta 😂😂 ¿alguna petición?

¿Me enseñas el piercing?

               Me reí de nuevo y me di la vuelta en la cama. Me quité el piercing, lo coloqué sobre el colchón, y le hice una foto con el modo nocturno de la cámara. Me lo volví a colocar antes de mandársela.

😒😒😒😒😒

😂 😂 😂 😂 😂 😂 😂 😂

Eres, con diferencia, la persona más INSOPORTABLE que conozco

Pero me amas

Eso te he hecho creer. Realmente, me gusta lamerte las tetas.

No me extraña, son geniales😎

¿Me lo dices, o me lo cuentas?

               Me quedé mirando la pantalla, pensativa, preguntándome cómo le preguntaba si podía llamarlo sin ponerlo en un compromiso.

¿Te puedo llamar, o estás liada?

               Noté que me arañaba la cara interior del labio con los dientes al sonreír. Buena estrategia, Whitelaw, pensé.
               En el más absoluto silencio, me deslicé hacia los pies del colchón y, descalza, abrí la puerta de la habitación de Taïssa y me escabullí en dirección al piso inferior. Abrí la puerta corredera que daba al jardín y me senté en los escalones del porche trasero antes de tocar la foto de Alec y presionar el icono de llamada.
               No tardó ni dos segundos en responder.
               -Creía que me ibas a decir que no.
               -Me gusta tenerte esperando-sonreí, abrazándome las rodillas.
               -De nuevo, nena, ¿me lo dices, o me lo cuentas?-escuché que sonreía al otro lado de la línea, y yo sonreí más. Así que él sonrió más. Y yo sonreí más.
               Nos escuchamos respirar un rato, dejando que las hormonas hicieran el resto. La serotonina se inoculó en mi torrente sanguíneo mientras pensaba qué preguntarle, o cómo decirle que le había echado de menos sin quedar de dramática o intensa.
               -¿Qué tal tu primer día como hombre libre?
               -No me sirve de mucho ser libre si no te tengo aquí conmigo, bombón.
               Me tiré de las mangas del pijama, acusando la fría brisa de la noche, que hacía que mis sentimientos fueran incluso más potentes.
               -No he parado de pensar en ti ni un minuto desde que me fui de tu casa-confesé.
               -Mira qué bien; ahora ya sabes lo que se siente.
               Me reí en silencio y le escuché escuchar.
                -¿Qué tal las chicas?-preguntó, y yo me volví plenamente consciente de lo lejos que habíamos llegado, el increíble camino que habíamos recorrido sin prácticamente darnos cuenta. En enero, ellas eran Taïssa, Amoke y Kendra. En febrero, eran “mis amigas”.
               Ahora, en mayo, eran “las chicas”. Ya eran parte de la vida de Alec como lo eran de la mía.
               -Están dormidas. Las pobres han sido súper pacientes conmigo hoy. No he sido el alma de la fiesta, precisamente.
               -¿De veras?-escuché el susurro de las mantas al otro lado de la línea, y me lo imaginé incorporándose en la cama y apoyando el codo en las rodillas-. ¿Y eso?
               -Estaba preocupada.
               -¿Por?
               -Por ti, bobo.
               -Ah, nena, tranquila. No tengo pensado fugarme con ningún pibón que me encuentre por la calle. Te lo traería para disfrutarla juntos. Sabes que no soy celoso, nena, y me encanta compartir cosas contigo.
               Me volví a reír y escuché cómo sonreía.
               -Ahora en serio, bombón. ¿Por qué estabas preocupada por mí?
               -No he tenido noticias tuyas en todo el día. Creía que… no sé, que te pasaba algo. O que te había dejado agotado y llevabas todo el día echando cabezaditas. Me sentía fatal por eso.
               -¿Te sentirías mejor si te dijera que me he pasado el día de acá para allá?
               -Quizá. Me parece que sí. Aunque no sé si me consuela que vayas al infierno por mentiroso para que yo esté tranquila.
               -Qué mona eres-ahora el que se rió fue él-, pensando que tengo posibilidades de no ir al infierno con las cosas que te hago.
               -¿Has estado tan liado que no has podido ni mandarme un triste mensajito? Me serviría cualquier cosa, incluso un meme.
               -No quería molestarte.
               -Alec, tú nunca me molestas. Bueno, salvo cuando estoy a punto de correrme y tú decides que te apetece vacilarme y dejas de hacerme lo que sea que me estés haciendo. Ahí no es que me molestes, es que me apetece matarte.
               -Es que es muy divertido-ronroneó, riéndose-. Pero no, la verdad es que no quería que te sintieras en la obligación de… no sé, contestarme a cualquier chorrada que te mandara e interrumpir la tarde con tus amigas. Hace mucho que no tienes una tarde de chicas en condiciones.
               -Ya, bueno, como te he dicho, no es que haya estado precisamente brillante hoy, pero… creo que me lo perdonarán-eché un vistazo a la fachada, en dirección a la ventana de Taïs-. Soy más divertida cuando estás conmigo, así que puede que te inviten a la siguiente.
               -¿Eso se puede?
               -¿El qué, invitar al novio? Creo que no hay ninguna convención internacional que lo prohíba. Aunque no sería estrictamente una tarde de chicas…
               -Bueno, siempre podemos hacer que haya papeles de por medio, si nuestra situación no te parece lo bastante acertada.
               -Ya van dos veces en menos de veinticuatro horas que me hablas de matrimonio. ¿Te encuentras bien?
               -Sí, es que estoy enamorado.
               -Vaya, ¿y cómo se llama la afortunada?
               -Sherezade-contestó sin dudar, y yo me eché a reír.
               -Guau, me estás matando, Al. Eso es retorcido incluso para ti.
               -¿Tú crees?
               -Ajá.
               -¿En quién estás pensando?
               -No sé. ¿En quién quieres que piense?
               -Tu madre no es la única Sherezade que hay en mi vida.
               -¿Ah, no? ¿Hay alguna de la que no me hayas hablado?
               -Tú viniste a este mundo llamándote Sherezade.
               Sonreí.
               -Puede-cedí-, pero ya no me llamo así.
               -Mmm, sí, puede que tenga que usar los datos actualizados para la próxima. Anotado. Bueno, basta de preliminares. Nena-me lo imaginé sentándose a lo indio en su cama-, es hora de pasar a la acción.
               -¿Perdona?
               -¿Qué llevas puesto?
               Me eché a reír, esta vez a carcajada limpia.
               -Ah, ¿que lo del sexting iba en serio?
               -Sabrae-dijo, en ese tono en el que sólo él podía decir mi nombre-, por favor. Yo nunca bromeo con el sexting.
 
 
Jordan me tocó la rodilla por tercera vez desde que habíamos pasado la última estación. Normalmente nos quedábamos de pie en el metro, apoyados contra una de las vallas que impedían que los pasajeros que iban de pie cayeran sobre los que iban sentados, pero después de la sesión de boxeo de esa mañana, prefería tomarme las cosas con un poco más de calma.
               -¿Estás bien?-preguntó por enésima vez desde que habíamos salido de casa. Me enternecía que estuviera tan preocupado por mí, como si fuera un inválido o algo por el estilo. O como si fuera un niño pequeño mareado, al que su padre había tenido que ir a buscar en metro porque el coche familiar estaba en el taller.
               Separé la nuca del cristal de la ventana, que había apoyado para así tener la espalda un poco más recta y que el traqueteo del vagón no me hiciera tanto daño, y lo miré.
               -Claro que estoy bien. Estoy mejor que bien. Mira qué cara.
               Jordan se rió con ganas, como si no se esperara que mis dolores me permitiera hacer coñas. Sabía que no le engañaba fingiendo que no me molestaba cada paso que daba, o que no sería capaz de contar las traviesas de la vía si me lo proponía, distinguiéndolas incluso por tipo: hormigón o madera (las de madera cedían más al peso del vagón, así que el traqueteo era menos intenso, pero también se notaban más las juntas entre los raíles; en cambio, la transición entre raíles era más fluida con las traviesas de hormigón, pero también el traqueteo era algo más fuerte), pero no quería ceder a mis dolores. Todavía no. Quería seguir fingiendo que podía recuperar mi vida normal durante un rato más.
               No le había dicho a Jor adónde nos dirigíamos, pero a juzgar por lo mucho que nos estábamos alejando del centro, o del hospital, creo que estaba empezando a hacerse una idea. Sin embargo, mi estado vulnerable también me daba la ventaja de impedir que él se pusiera a la defensiva conmigo, y estaba más que dispuesto a aprovecharme si se llegaba a dar el caso de que se me pusiera chulo.
               Sabía que todo sería más fácil si me trajera a los chicos, pero me costaría muchísimo más convencerlos para que me ayudaran en lo que me proponía, si es que llegaba a hacerlo. Sabía que Max y Logan tendrían sus reservas a la hora de ayudarme con la moto, pero terminarían cediendo ante mi insistencia. Scott y Tommy no eran así; se preocupaban por mí más que los demás, quizá porque se sentían un poco culpables por no haber estado ahí para mí todo lo que les gustaría. Además, eran más cercanos a Sabrae que el resto de los chicos, así que sabían de sobra lo que opinaría ella y podrían ponerse de su parte.
               Jordan estaba en un extraño punto de equilibrio, cercano a Sabrae en el tema de su opinión, pero no lo suficiente como para preocuparse por su bienestar más que por el mío. Precisamente esto podía jugar en mi contra a la hora de tratar de convencerlo, pero quería ser optimista y pensar que conseguiría que me echara un cable. No podía sacar la moto del depósito yo solo, y los dos lo sabíamos. Eso era una ventaja y, a la vez, un hándicap para ambos: tendríamos que echar un pulso que los dos estábamos seguros de poder ganar.
               Como era mi mejor amigo, tenía bazas que podía utilizar en su favor para hacerme entrar en razón. Y como era mi mejor amigo, yo tenía la forma de convencerlo de que necesitaba hacer aquello, independientemente de la opinión del resto del mundo. Necesitaba recuperar la moto. Necesitaba repararla. Que la quisiera reparar no implicaba que quisiera montarme en ella. Por Dios, ¡si apenas aguantaba el traqueteo del vagón de metro! ¿Cómo se suponía que iba a dominar a una máquina capaz de ponerme a más de cien millas por hora, y cuya dirección tenía que controlar tanto con los brazos como con el torso y las piernas?
               No iba a cogerla. No ahora.
               Pero, con suerte, quizá hubiera avanzado lo suficiente en mi recuperación física para cuando consiguiera dejarla mínimamente decente, y poder arrancarla.
               Al menos, eso era lo que le diría a Sabrae cuando se lo dijera. Sabía que lo de mi madre sería un caso perdido, así que ni siquiera contaba con tratar de convencerla. Sabrae, en cambio… era más transigente en ese sentido.
               Comerle el coño tenía sus ventajas.
               -Es la nuestra-dije cuando la voz metálica y extrañamente cantarina anunció nuestra parada, que empezó a deslizarse por los paneles luminosos de la parte superior del vagón. Jordan asintió con la cabeza, se puso en pie, y me tendió una mano que yo rechacé, más por orgullo que por innecesidad (había un grupo de tías en la esquina del vagón que no habían dejado de mirarnos a Jordan y a mí, y ahora que Jordan era un puto ligón yo no tenía pensado quedar de ancianito desvalido al lado de él), pero confieso que sí que me apoyé en él cuando el vagón comenzó a detenerse y la inercia me empujó hacia delante.
               Bajar de un brinco al andén me supuso un trallazo que hizo que me diera cuenta de que mi sueño de coger la moto de momento era solamente eso, un sueño, pero me dirigí a las escaleras tratando de ignorar la manera en que me crujía la espalda. Pasando los tornos y con la luz solar bañándome el rostro por fin, me pregunté cuándo tiempo pasaría hasta que me dejara de doler todo el cuerpo por el más mínimo ejercicio.
               Y luego me pregunté si dejaría de dolerme en algún momento.
               Jordan no dijo absolutamente nada mientras avanzábamos por las calles; bastante tenía yo con mirar Google maps como para encima darle conversación. Cuidó de que no me atropellara ningún coche (otra vez) y fue paciente cuando yo di la vuelta varias veces mientras mi teléfono recalculaba la posición.
               Por fin, después de un largo paseo en el que atravesamos tanto casetas prefabricadas como grandes naves industriales, llegamos a las puertas de un inmenso recinto vallado en el que una caseta de seguridad era todo el dispositivo de bienvenida que había junto a la valla levadiza.
               Jordan se detuvo al ver el cartel oxidado del lugar y bufó sonoramente, como diciendo “prefería pensar que habías querido venir aquí para irnos de putas de oferta”. Yo me acerqué a la cabina de seguridad, donde un tío un poco mayor que nosotros y con la cara cubierta de cicatrices de acné ojeaba una revista. Ni se molestó en disimular que era porno.
               Menudo puto crack, pensé para mis adentros cuando vi de refilón a una chica rubia de tetas inmensas y coño rasurado apoyada abierta de piernas sobre una Harley.
               -Alec-me advirtió Jordan, pero yo le ignoré. El vigilante hizo un globo azul con su chicle y siguió con los ojos fijos en la revista, analizando a una asiática arrodillada en un tatami, con un vestido tradicional que no le cubría el culo en pompa, y miraba a la cámara con expresión inocente.
               -Hola.
               -¿Sí?-preguntó el pavo con desinterés, sin tan siquiera mirarme.
               -Esto, perdona, ¿es el depósito municipal, verdad?
               El chico levantó la cabeza y me miró con desgana, preguntándose si era gilipollas.
               -¿No sabes leer?-preguntó, levantando la mano y señalando el cartel de al lado de su cabina, en el que se leía en letras que el tiempo y sus inclemencias habían vuelto marrones “DEPÓSITO DE VEHÍCULOS DEL DISTRITO OESTE, CIUDAD DE LONDRES”.
               -Sólo era por asegurarme-respondí, pensando que no me convenía soltarle un borde “sí, payaso; ocho idiomas, para ser exactos” si quería que este impresentable me echara un cable.
               -El horario de retirada de vehículos es de nueve a cinco de lunes a jueves, y de diez a dos los viernes.
               -Tal y como pone en el cartel.
               Volvió a levantar la cabeza de su revista tras pasar la página con desgana. Me miró primero a mí y luego a Jordan. Me lo imaginé decidiendo si debería correr la ventanilla a prueba de balas.
               Como si no pudiéramos sacarlo de ese cubículo en el que se encontraba, fingiendo ser un agente del NI6 en prácticas.
               -Está cerrado-informó.
               -Ya. Verás, el caso… esto…-me incliné hacia delante para mirar la inscripción en su plaquita. Jordan dio un paso al frente para situarse todavía más cerca de mí. Esto era nuevo. Yo no solía necesitar protección, sino más bien contención-. Gerard-leí, y el chaval parpadeó despacio-, es que necesito que me hagas un favor de la hostia.
               El pavo esperó, parpadeando tan despacio que pondría nerviosa hasta una tortuga. Me daban ganas de zarandearlo.
               -Hace como un par de meses, tuve un accidente con mi moto. Me pegué una hostia como un campano, y he estado en el hospital todo este tiempo. Hasta ayer, que me dieron el alta. Así que no he podido venir a por ella… o, bueno, lo que quede de ella… hasta ahora. ¿Entiendes por dónde voy?
               Se quedó callado, esperando que continuara.
               Ojalá me haya follado a tu novia y los cuernos te pesen tanto que no puedas pensar más rápido que una medusa, puto imbécil, pensé.
               -El caso es que me han echado de mi trabajo por no haber cubierto mi cupo de entregas, como si pudiera hacerlo estando en coma en el hospital… porque, sí, estuve en coma una semana por culpa del accidente, pero eso es otra historia… así que ando bastante corto de pasta. Ya tengo una deuda de la leche con nuestro ayuntamiento, y he visto que no se pueden retirar vehículos durante el fin de semana, pero la tasa por cuidado del depósito se sigue devengando lo sábados y los domingos, así que… Gerard-puse las manos en el mostrador y él las miró, pero yo no las retiré-. ¿Me harías un favor de colega? Necesito que me dejes sacar mi moto para que el ayuntamiento no me siga sangrando.
               Parpadeó despacio.
               -Vamos, tío. Somos de clase trabajadora, tú y yo. Tenemos que cuidarnos, o nadie más lo hará.
               Gerard nos miró a Jordan y a mí alternativamente un par de segundos. Y, después:
               -Está cerrado.
               Contuve un gemido de frustración.
               -Lo entiendo, tío, pero de verdad que es urgente. Tengo cinco putos peniques en la cuenta bancaria; no puedo permitir que la deuda siga creciendo. Necesito sacar la moto ahora. Seguro que puedes hacer algo.
               -Con cinco peniques no vas a poder sacar ni un tornillo-respondió-. Quizá te venga bien este tiempo para reunir la pasta. Setenta y ocho libras al día durante tres días más tampoco son tanto.
               Sentí que un fuego estallaba en mi estómago y ascendía con la violencia de un géiser por mi garganta, pero antes de poder arrancarle la cabeza al tipejo ése, Jordan me empujó a un lado y lo agarró por el cuello de la camisa.
               -Escúchame, puto segurata de mierda con cara de paella. Tienes dos opciones-los ojos del Gerard de los huevos estaban abiertos de par en par-: o nos dejas entrar, sacar la moto de mi colega, pagarte lo que te deba y pirarnos sin más, o nos haces pegarte una paliza antes de dejarnos entrar, sacar la moto de mi colega y pirarnos sin más. Pasta por paliza. Tú decides, tronco.
               Miré la cámara de seguridad en la que se veía a Jordan con la cara pegada a la del payaso de Gerard, y se me contrajo el estómago durante un segundo, pensando en que Jor se metería en un lío si lo denunciaban. Luego recordé que el payaso del segurata estaba mirando revistas porno en su horario laboral, así que no le interesaría sacar a colación la grabación.
               Cuando me di cuenta de que Sher se ocuparía de todo lo malo que le pasara a Jor, incluso me permití sonreír. Esa mujer iba a conseguirme una indemnización millonaria; hundir a un payaso como Gerard sería pan comido para ella. Seguramente ni se despeinaría.
               Cuando Jordan soltó al pavo, me fijé en que las hojas de la revista se habían arrugado y desteñido por culpa de su sudor. Jordan lo fulminó con la mirada mientras se giraba y tecleaba en su ordenador, una fea mancha oscura asomándose bajo sus brazos.
               -Te como la polla, Jor-le dije, dándole una palmada en la espalda. El segurata nos miró.
               -Sí, somos mariquitas, ¿qué pasa?-soltó Jordan-. ¿Además de subnormal, también eres homófobo?
               -No, no-balbució. Tecleó en su ordenador un poco más, y gruñó con frustración-. ¿Sabéis… eh… el modelo de moto, o algo así? Tengo varias, y…
               -Claro que lo sé; trabajé con ella durante dos años. La construí yo, de hecho.
               -¿Va en serio?-abrió los ojos por fin, sorprendido también, pero ya no asustado, sino… admirado. Asentí con la cabeza.
               -Sí, claro. Es más barato que comprarla, y si tienes maña…
               -¿Os dejo una habitación?-preguntó Jordan, y yo puse los ojos en blanco. Vale, el pavo se nos había puesto chulo, pero sólo estaba haciendo su trabajo. Me imagino que no seríamos los primeros que le íbamos con ese cuento, y seguramente tampoco los últimos.
               -Necesito un nombre de matriculación.
               -Alec T. Whitelaw.
               -La tengo. Antes de que os lleve hasta ella, por política de empresa, voy a necesitar un aval por valor de la mitad del importe total del depósito. ¿Tenéis…?
               Jordan se sacó un fajo de billetes del bolsillo trasero de los vaqueros y golpeó el mostrador con él. Gerard se lo quedó mirando, anonadado. Luego, me miró a mí.
               -Creía que te urgía porque no podías pagar la tasa.
               -Y no puedo. De verdad que sólo tengo peniques en la cuenta bancaria. Es que él es empresario. Me va a fiar-Jordan me miró al bies-. A cambio de unos intereses.
               -Ah, ah, ah-silbó al ver que Gerard estiraba la mano para coger el dinero, seguramente su sueldo de varios meses-. Lo tendrás cuando nos des la moto.
               Gerard salió de su cubículo y presionó un botón al lado de la valla de seguridad para permitirnos entrar. El único sonido que nos acompañó durante el trayecto fue el de sus botas de seguridad golpeando el suelo sucio de barro seco, aceite y restos de goma.
               Caminamos y caminamos y caminamos durante largos minutos atravesando el inmenso solar con cubículos más pequeños en los que se guardaban los distintos vehículos hasta que, por fin, se detuvo frente a una puerta y se sacó un papel del bolsillo de la chaqueta. Tecleó el código de seguridad en la pantalla que había al lado del cerrojo, y la puerta comenzó a levantarse con un chirrido.
               La luz del interior se encendió aproximadamente cuando la puerta estaba a medio camino, dejando ver el aberrante amasijo que en otra época había sido mi moto. Gerard se retiró a un lado mientras yo me acercaba a la puerta, aguantándome las lágrimas de rabia y tristeza a partes iguales por lo que tenía ante mí.
               Mi moto estaba condenada a ser siempre la encarnación de mi situación. Lo que antes había sido una máquina fiable, potente y rápida, con líneas elegantes y motivo de orgullo para mí, no sólo por haberla creado sino por lo bien que había llegado a dominarla, ahora era un amasijo de hierros y cristales. El depósito de gasolina estaba abollado en varios puntos distintos, como una garrafa de agua que se aplasta una vez vacía. Uno de los faros colgaba de la barra frontal tan solo por el cable que llevaba electricidad a la bombilla; los dos tenían el cristal como mínimo rajado. El manillar estaba doblado en un ángulo imposible, lo mismo que la rueda delantera, que hacía una especie de U. Al asiento le faltaba parte de la carrocería, y el maletero tenía una fea abolladura en su interior. Me di cuenta entonces de que no había terminado de entregar los paquetes, así que todavía tendría cosas dentro.
               La rueda trasera estaba pinchada, el cable de freno, cercenado, y no había ni rastro de la pintura negra que le había aplicado a la carrocería, rota por tantos puntos que tendría que reemplazarla entera.
               Además, la moto estaba llena de arañazos. Arañazos por todas partes, líneas blancas que  la convertían en una cebra invertida.
               Cicatrices.
               Como las mías.
               Rota, aplastada, y arañada. Igual que yo.
               Me necesitaba. Ahora, más que nunca, me necesitaba.
               No te preocupes, nena, pensé. Ya estoy aquí.
               -Voy a preparar el papeleo-anunció Gerard, y sin más, se fue. Jordan lo observó marcharse mientras yo continuaba analizando los desperfectos de la moto, que se multiplicaban por diez a cada paso que daba para acercarme a ella. Me acuclillé y arranqué un trozo de chapa de la carrocería, que cedió a apenas un roce de mis dedos. Eché un vistazo al interior, las entrañas de la máquina, para comprobar de qué color se habían puesto. Por lo menos, parecía que el motor estaba relativamente bien. Necesitaría unos ajustes, pero parecía apto para seguir funcionando. Sentí la tentación de comprobarlo girando el manillar y arrancándola, pero enseguida desistí. ¿Y si explotaba?
               -Bueno, ahora ya sabemos quién salió peor parada de los dos-comentó Jordan, y yo asentí con la cabeza. Supongo que era un consuelo ver que la moto había recibido la peor parte, pero no podía evitar sentirme mal. Aquel era el trabajo más importante que había hecho en mi vida; me había llevado meses prepararla para circular, y había estado perfeccionándola durante años.
               En tan solo tres segundos, todo aquello se había ido a la mierda.
               -¿Crees que te darán algo por ella en el desguace del que sacaste sus piezas?-preguntó Jor, y yo no me volví para mirarlo. Se había acercado un poco más a mí, y ahora la miraba con el mismo ojo crítico que yo. No tenía tanta experiencia como yo con la moto, pero sí lo suficiente como para saber que era un enfermo terminal.
               Estaba en coma, igual que lo había estado yo. Bailando en el filo entre la vida y la muerte como un acróbata, como había estado yo.
               No podía abandonarla. A mí no me habían abandonado.
               Me representaba. Si la desechaba, me desecharía a mí mismo. En cambio, si la arreglaba… si la arreglaba, no tendría que vivir de los retazos de la persona que había sido antes del accidente. No necesitaría boxear, ni emborracharme, ni follarme a Sabrae como un puto semental. Sería el puto Alec Whitelaw siempre.
               -Voy a arreglarla-anuncié.
               Jordan se quedó callado un momento, seguramente convencido de que no me había escuchado con claridad. No podía haber dicho lo que él creía que había dicho, ¿verdad? Era imposible que estuviera pensando seriamente en eso. Era imposible que creyera que la moto tenía alguna posibilidad de volver a ser la que era.
               -¿Disculpa?
               -No voy a llevarla al desguace-sentencié, poniéndome de pie y limpiándome la suciedad de los vaqueros. Ahora que tenía un nuevo propósito y algo con lo que entretenerme, las articulaciones no me dolían tanto. Recordé la sensación de la espalda agarrotada después de una tarde entera inclinado debajo de la moto, o sobre ella, revolviendo en sus entrañas para conseguir que fuera lo que terminó siendo: la representación de mi libertad, la forma en que podría moverme por la ciudad sin depender de nadie, el medio con el que me ganaría mi propio dinero. El principio de mi vida adulta, donde no le debería nada a nadie, ni tampoco le generaría ningún gasto a nadie más que a mí mismo-. Quiero arreglarla.
               Jordan se pasó una mano por el pelo y descendió por su cuello, echando de menos las rastas que no estaban ahí. Las costumbres que adquirimos y reforzamos a lo largo de los años son muy difíciles de abandonar. Finalmente, juntó las manos frente a su boca, como si rezara, y parpadeó despacio mientras yo continuaba analizando la moto, cada vez más animado. Precisamente esto era lo que yo necesitaba: algo con lo que mantenerme entretenido, una razón por la que despertarme cada mañana y no lamentarme al saber que tendría las tardes totalmente vacías. Un propósito hasta que me fuera de voluntariado. Algo que me hiciera sentirme útil.
               -Pobre Sabrae-dijo Jordan, sin embargo. De todo lo que pensé que podría decir o hacer,  lo último que me esperaba era una referencia directa a mi chica. Me giré y lo miré, sin saber a qué se debía aquello. ¿Creía que estaba pensando en hacer que Sabrae me ayudara? ¿Que la dejaría de lado por cuidar de la moto?
               -¿Sabrae? ¿Qué pasa con ella?
               -Va a tener que drogarse mucho para que podáis seguir teniendo sexo sin quedarse preñada de ti.
               -¿Y eso a qué coño viene?
               -No sé, Alec. Estoy intentando buscar una explicación a estas ideas de bombero que tienes, y lo único que se me ocurre es que te aprietan tanto los condones que se te han formado trombos y se te han subido al cerebro. ¿Cómo mierdas piensas arreglar la puta moto?-quiso saber Jordan, y yo puse los ojos en blanco y me volví hacia ella.
               -Partía de cero cuando la monté y ya has visto lo que hice, así que lo de ahora no puede ser muy distinto.
               -Pues yo creo que sí. Mírala, Al: está hecha mierda. Arreglarla te costará el doble que conseguir otra. Joder, tío, si probablemente ni siquiera tendrías que recurrir a una de segunda mano para ahorrar algo de pasta-se juntó las manos por encima de la cabeza y la sacudió en señal de negación. Me miró con una ceja alzada-. ¿Tanto te urge volver a estamparte? Ya nos lo has hecho pasar bastante mal a todos como para que te pongas a hacer cabriolas en los semáforos otra vez.
               -Yo no hago cabriolas en los semáforos, ¿sabes? Y no os lo he hecho pasar mal a posta. ¡Joder! A veces parece que me he ido de vacaciones durante dos meses sin avisar a absolutamente nadie y que me habéis estado buscando por todo el país, en lugar de haber tenido un accidente que casi me mata.
               -¡Exactamente, Alec! ¡Te pegaste una hostia increíble, y es un milagro que estés aquí! ¿Y ahora me dices que quieres volver a andar en moto? ¿Pero tú te has visto siquiera? ¡Si apenas aguantas ir en metro!
               -¡Yo no he dicho que quiera andar en moto, he dicho que quiero arreglarla! ¡Que la voy a arreglar!
               -¿Qué diferencia hay?
               -Arreglarla no conlleva usarla.
               -Sí, bueno, esa trola cuéntasela a quien se la crea.
               -¿A ti qué más te da, de todas formas? Ni que fuera a obligarte a ir conmigo a carreras clandestinas, o algo así.
               -¡Me afecta lo que hagas, Alec! Te lo creas o no, te quiero. Eres mi mejor amigo, y no puedo quedarme aquí sonriendo como un gilipollas mientras tú decides poner en peligro tu vida. Creo que el que te hayan dado el alta tan pronto ha sido un error. Es evidente que aún no estás listo para…
               -¿Para qué? ¿Para tomar mis propias decisiones? ¿Para seguir con mi vida? Pues lo siento por todos vosotros, pero lo de la cabeza ya era de antes del accidente, así que no podían tenérmelo en cuenta. Bastante tiempo he perdido ya. Bastantes cosas he perdido ya.
               -¿Y quieres perder más?
               -¡Necesito arreglarla, Jordan!-lo agarré por el pecho de la camisa como él había cogido al vigilante-. ¿No lo entiendes? ¡Necesito arreglarla porque… porque…!-noté que me picaban los ojos, así que solté a Jordan y me presioné la palma de las manos contra las cuencas. Me concentré en tomar aire para no echarme a llorar como un crío caprichoso, pero sentí la tensión de Jordan manando de él como electricidad estática.
               Jordan aguantó la respiración mientras yo trataba de mantener a raya los sollozos. El corazón me martilleaba en los oídos, y la cabeza me daba vueltas. Me giré y puse los brazos en jarras, mirando la moto, un amasijo de hierro como yo lo había sido hacía semanas.
               -¿Ansiedad?-preguntó Jor, y yo negué con la cabeza. Me volví para mirarlo.
               -Tío, de verdad… entiendo que te preocupes. Lo entiendo, y tienes todo el derecho del mundo, todos lo tenéis, pero… es mi vida. He perdido dos meses. No pienso perder ni un minuto más. Necesito arreglar la moto. Sabes que la habría arreglado al instante si las cosas no hubieran ido como fueron. No voy a usarla ahora-le prometí-. Principalmente, porque no puedo. Pero necesito arreglarla. Necesito llevármela a casa y trabajar en ella. Sólo así podré volver a ser yo.
               Jordan titubeó. Se mordió el labio, vacilante.
               -Sabes que es tan parte de mí como lo es el boxeo. Joder, hay muy pocas cosas de las que me enorgulleciera más que de haber hecho la moto con mis propias manos, y de momento no tengo acceso a ellas. Sólo así puedo recuperar todo lo que he perdido.
               -¿Qué cosas son esas?-preguntó, y yo torcí la boca en una mueca, pero sabía que le debía una explicación, de modo que respondí:
               -El boxeo. Y el sexo.
               Jordan torció la boca.
               -Del sexo no te puedo decir nada, pero sabes que Sergei se ha quedado muy sorprendido con lo bien que estás. Todos pensábamos que estarías bastante peor.
               -Aun así, no estoy como antes. Y necesito volver a estarlo, Jor. De verdad.
               -¿Y crees que arreglar la puta moto va a hacer que boxees mejor, o que folles mejor?
               -Sí.
               -¿Por qué? Ni que usaras el manillar para boxear, o el depósito para follar.
               -No estaré completo si no arreglo la moto.
               Jordan suspiró.
               -Eres terco como una mula.
               -Sé que para ti no tiene sentido, Jor, pero…
               -No, ni para mí ni para nadie, pero ¿qué te puedo decir? Llevo toda la vida sabiendo que te falta un verano, Alec, así que… vale. Vale, nos llevamos la puta moto. Joder, no me puedo creer que me hayas convencido para esta puta mierda-se echó a reír, dio un par de pasos en dirección a la salida, y luego, en equilibrio sobre un pie, se volvió mientras balanceaba sus manos adelante y atrás, preguntó con perspicacia-. ¿A quién más le has hablado de este plan maestro tuyo?
               -A nadie. Eres el primero.
               Una chispa de inteligencia brilló en sus ojos.
               -Ya me parecía a mí raro que tu madre te hubiera dejado salir de casa… ¿ni a Sabrae?
               -Sabrae no tiene por qué enterarse hasta que no la tenga terminada.
               -¿Vas a mantenerle un secreto como éste durante mínimo un mes?-inquirió-. Sí, macho, te deseo mucha suerte.
               -Pues se lo diré. No me da miedo, ¿sabes? Le saco dos cabezas. Una cuando se pone tacones.
               -Sí que te lo da. Se mete tus huevos en la boca, ¿recuerdas?
               Me estremecí de pies a cabeza. Ah, sí. Se me olvidaba que Sabrae podía castrarme en medio de una felación si la cabreaba bastante.
               -Puedo vivir sin mamadas-sentencié, y ojalá lo hubiera dicho con un mínimo de seguridad.
               -Sí-Jordan se acercó y me dio una palmada en el hombro-, si tú lo dices… buen intento-me guiñó el ojo y se inclinó para examinar la moto, también con los brazos en jarras-. Y ¿dónde piensas esconderla mientras la arreglas?
               -No la voy a esconder. La voy a guardar.
               -¿Quieres que le vaya a Sabrae con el cuento de que hemos venido a por la moto?
               -Ya se lo diré yo… a su debido tiempo.
               -No voy a mentirle porque tú me lo pidas, Al. Te adoro, y me comería tus mierdas, pero no pienso cabrear a Sabrae por tu culpa. Puede que tú no tengas huevos a admitir que te da miedo, pero yo sí. No quiero que la cría me castre. Ahora que he empezado a darle uso a la polla, no quiero renunciar a ella tan pronto.
               -La meteremos en el cobertizo.
               Parpadeó.
               -¿En el cobertizo? ¿En cuál? ¿En el mío? Vale, genio, ¿y cómo piensas meterla ahí, si puede saberse?
               -Moveremos el sofá. Podemos sacar la puerta de su sitio y…
               -Alec, no va a caber.
               -Sí que cabrá, si me dejas explicártelo.
               -No tío, ¡no va a caber! ¿Cómo piensas meterla ahí? Además, ¿qué hacemos con el resto de cosas? ¿La moqueta? ¿Vamos a joder el cobertizo por esta chifladura tuya?
               -¿¡Quieres, por favor, dejar de poner pegas a todo lo que digo y ayudarme a pensar un plan!? Cabrá. Tiene que hacerlo. Si no… quizá pueda alquilar un garaje por menos de lo que me cuesta tenerla aquí…
               -Vale, ¡vale! La meteremos en mi puto garaje. Mi padre puede guardar el coche detrás de la casa mientras la arreglas, y luego… bueno, ya pensaremos algo.
               -¿Lo dices en serio, Jor?-sentí que flotaba, como si todos mis huesos se hubieran vuelto de helio y los dolores hubieran desaparecido.
               -Sí. Ya pensaré en cómo los convenzo, pero podemos meterla ahí. Pero tenemos que andarnos con ojo para que tu madre no nos vea traerla, o le prenderá fuego a mi casa.
               -¿No se lo dirá tu madre a la mía? Tal vez tu garaje…
               -Vale, queda descartado lo de mantenerlo en secreto. Es evidente que se pondrán a marujear, así que… ¿qué hay de casa de Scott?
               -Mm, no sé, ¿quién coño vive en casa de Scott aparte de Scott, Jordan?
               -¿En serio no piensas decírselo a Sabrae?
               -Me arrancará la piel a tiras como se me ocurra meterle la moto en casa. O la hará desaparecer. Y ya puedo despedirme de follar por lo menos hasta otoño, que estaré en el voluntariado, así que…
               -No te va a dejar a pan y agua.
               -Tú no la conoces como la conozco yo.
               -Puede, pero tú no la has visto subiéndose por las paredes estos últimos dos meses. Créeme, fue un milagro que te dejara comer ayer. Todos estábamos convencidos de que te saltaría encima nada más llegaras a casa.
               -¿En serio?-no pude evitar sonreír. A pesar de que ya sabía que para Sabrae había sido tan duro como para mí, no estaba de más que alguien me lo recordara. Imaginármela peleándose con sus hormonas era algo que me causaba más placer del que estaba dispuesto a admitir.
               Jordan asintió con la cabeza y rió entre dientes.
               -Vamos a hacer una cosa. La sacaremos de aquí, y la llevamos a tu casa. Es imposible que le ocultes el secreto a tu madre o a Sabrae, así que mejor tenerla cerca. Si te dice que no la quiere ahí, la metes en mi garaje, y ya iremos pensando qué hacemos para salir del paso. Además, así me será más fácil echarte un cable con ella.
               -Tú no tienes ni puta idea de motos, Jor.
               -Puede, pero sí que la tengo de pasta.
               Me lo quedé mirando. No podía estar proponiéndome lo que me parecía que me estaba proponiendo. Sabía lo orgulloso que era con el tema del dinero, y lo mucho que iba a costarme pedirle que me fiara lo que necesitaba para poder sacar la moto de allí. Llevaba pensando en cómo haría para tragarme mi estúpido orgullo y pedírselo, y arriesgarme a que me dijera que no, desde que me había quitado los guantes en el gimnasio. La tarde había sido muy agobiante sólo por eso, y el no poder recurrir a Sabrae, que no sólo pondría sus ahorros a mi disposición sino que encima hasta abandonaría a sus amigas con tal de consolarme no había hecho más que empeorar las cosas.
               Y ahora, allí estaba Jordan, diciéndome que no pasaba nada, que corría él con los gastos.
               -Te lo devolveré-le prometí-. Con intereses.
               -No soy un banco, Al-sonrió.
               -Ya, por eso. Si fueras un banco, no me prestarías nada. ¿El 10% te parece bien?
               -Ni de coña. No tienes dinero, Alec.
               -Pero lo tendré. Sher me va a sacar una indemnización de la hostia-Jordan sonrió y soltó un mordaz “qué maja, la suegra”-. Te lo compensaré, en serio.
               -Alec, que no quiero que me lo devuelvas, tío, y menos en estas condiciones.
               -Vale, bueno, pues si no quieres pasta, trabajaré para ti. Todos los días de fiesta, yo te haré de camarero. Atenderé la barra y tú a disfrutar, que casi nunca puedes…-Jordan torció la boca-. Tranqui, tío. Podrás seguir contando la pasta, ¿eh? ¿Qué? ¿Hace o no?
               -Joder, Alec que no quiero que me lo devuelvas. No hace falta. Bastante mal me siento sabiendo que te pegaste la hostia por culpa mía-soltó, y yo me quedé a cuadros.
               Era imposible que Jordan hubiera dicho eso en serio. Es decir, ¿qué relación tenía él con mi hostia?
               -¿Eh?
               -Gran parte de la gente que viene y apuesta en el local es gracias a ti. Tú los atraes. Gente con la que te llevas y los demás no, amigos tuyos que no lo son de nadie más, gente a la que le hablas del sitio. No tengo a ningún relaciones públicas que sea como tú, y yo… yo he dejado que trabajes como un puto esclavo para Amazon sin darte ningún tipo de reconocimiento. Si te hubiera valorado tu trabajo como te merecías…
               -Tío, el accidente ni siquiera fue culpa mía, así que menos puede serlo tuya.
               Jordan se me quedó mirando, y me fijé por primera vez en que tenía los ojos húmedos. No me jodas. ¿Cuánto tiempo llevaba cargando con esta absurda culpabilidad de la que se había apropiado sin merecerlo?
               -Déjame hacer esto por ti, tío. Te lo debo, hermano-me puso una mano en el hombro y me lo estrechó con cariño-. No seas orgulloso y coge la pasta de una puta vez. La del depósito y la de arreglar la moto. La necesitas.
               Torcí la boca. La verdad es que no me terminaba de hacer gracia esa mierda de ser un mantenido, no después de todo lo que había conseguido. Ahora que sabía lo que era ser independiente y no rendir cuentas ante nadie, poder gastar en lo que me diera la gana sin tener que dar ningún tipo de explicación, me costaba volver atrás, a la época en la que había tenido que ser responsable y había aguantado broncas por la manera en que había tirado el dinero de crío.
               Sabía que con Jordan sería diferente, que él no me echaría nada en cara, pero una parte de mí se resistía. Se resistía igual que se había resistido a dejar que Sabrae lo pagara todo en nuestros viajes. No era justo. No lo sentía justo. Me ponía en sus manos. Sabía que ninguno de los dos haría nada por aplastarme, pero me ponía en sus manos de todos modos.
               Y, entonces, las palabras mágicas.
               -Inviértela en Sabrae.
               Miré a Jordan, que me sonrió con calidez, como el tío que le dice a su amigo que no tiene por qué tener miedo, que el anillo de compromiso que ha elegido para su novia es cojonudo y que no hay ninguna posibilidad de que la respuesta de ella no sea otra que un sí.
               Le rodeé los hombros con el brazo y le revolví el pelo.
               -Vamos a tomarnos una cervecita mientras esperamos a que vengan a recogerme la moto. Pago yo.
 
 
Invitar a Jordan a esa cerveza fue lo único que me dejaron hacer ese fin de semana. Al día siguiente, después de pasarme la mañana tirado a la bartola en mi cama y pensando en Sabrae (a veces de manera romántica; otras, sexual; incluso tuve tiempo para acojonarme preguntándome cómo le diría lo del boxeo y lo de la moto), los chicos decidieron que era un buen momento para ponerme al día con mi agenda social, y se plantaron en mi casa a media tarde, con entradas para el cine y la promesa de una cena en el restaurante de Jeff. Sabrae no nos acompañó al cine, tanto porque todavía estaba con sus amigas (aunque ya sabía que estaba pensando en mí igual que yo en ella), pero sí se presentó en la cena del restaurante de Jeff, acompañada de Shasha.
               Mi chica y su hermana pusieron el broche de oro a una de las mejores tardes de mi vida, en la que a pesar de que no habíamos hecho mucho, sentí que había aprovechado cada minuto con mis amigos. Scott, Tommy y Diana se retiraron unos minutos para hacerse fotos con fans, algo a lo que sabíamos que teníamos que acostumbrarnos, pero nada más. El resto del tiempo los tuve a todos enteramente a mi disposición, lo que me hizo sentir importante y querido como pocas veces en mi vida.
               No me había dado cuenta de lo muchísimo que los había echado de menos hasta que no los volví a tener a todos juntos, igual que no me había percatado del tiempo que había pasado desde la última vez que nos vimos todos hasta que no nos pusimos al día en el metro, en la cola del cine, de vuelta a nuestro barrio.
               Me encantó volver con Jeff. Me echaba mucho de menos, tal como me confesó, revolviéndome el pelo y riéndose ante mi mueca de fastidio al despeinarme.
               -Es increíble las cosas que haces con tal de tener una excusa para no venir a verme.
               -Es increíble las cosas que haces que me hagan para no tener que invitarme-le guiñé un ojo, sentándome en el sitio de honor de su mejor mesa, la más grande de la esquina. Jeff dio una palmada en el mostrador y bramó:
               -¡Me cago en Dios, niño! ¡A mí no se me dicen esas cosas! ¡Más os vale aprovechar esta noche, porque no pienso cobraros nada! ¡Invita la casa!
               -¡No hace falta, Jeff!-coreamos Bey, Diana y yo.
               -¡Cóbrales a Scott y Tommy, que ahora son ricos!-protestaron Tam y Max, mirándose un segundo y echándose a reír a carcajadas. Chocaron los cinco por la coordinación, y Karlie comenzó a tomar nota de todo lo que queríamos.
               Yo estaba ansioso por seguir con la socialización. Saab y yo nos habíamos mandado un par de mensajes a lo largo de la tarde, ella para asegurarse de que me lo estaba pasando bien, y yo para asegurarme de que nos veríamos por la noche. Después de asegurarle que me encontraba bien, que no estaba cansado y que saldría de fiesta aunque me fuera la vida en ello, para después prometerle que me tomaría las cosas con calma y sería prudente, Sabrae accedió a vernos y me mandó un batallón de corazones cuando yo le recriminé que estuviera dispuesta a irse a su casa sin verme.

¿No echas de menos mi carita?

Siempre, amor


               Mentiría si dijera que no estaba contando las horas, los minutos y los segundos que me faltaban para encontrarme con mi chica. Llevar la moto a casa había sido menos problemático de lo que me había planteado en un primer momento (mamá se puso histérica, sí, pero sólo me amenazó con echarme de casa dos veces frente a las cuatro que yo me esperaba, así que me atrevía a calificar la misión de éxito), así que me sentía con la suerte de mi lado, favoreciéndome y sonriéndome todo lo que no me había sonreído en los meses anteriores.
               Supongo que te imaginas mi reacción cuando la campanilla de la puerta del restaurante de Jeff tintineó al recibir a dos nuevas clientas: la primera, más alta que la segunda, llevaba puesta una sudadera en parches en tonos pastel que le quedaba extrañamente bien, a pesar de ser de su hermana.
               Y la segunda, un poco más baja a pesar de ir subida en unos botines de plataforma que harían menguar a la mitad la distancia entre nosotros, llevaba unos pantalones ceñidos de ante a juego con su bralette de encaje negro, que llevaba al descubierto en un hombro, al vestir una camisa blanca anudada a la altura del ombligo y con una manga deslizada hasta su codo.
               Salí corriendo nada más verla, y Sabrae se echó a reír. Exhaló un gritito de preocupación y sorpresa a partes iguales cuando yo la alcé en volandas, ignorando los crujidos de mi espalda.
               -¡Alec, tus puntos!-me recordó, pero el tono feliz de su voz no me engañaba. Le gustaba que reaccionara así a su cercanía, le gustaba que me pusiera tan contento sólo con verla. Ella podía hacer que mis días fueran infinitamente mejores simplemente con su presencia. Cuando la dejé en el suelo, le di un beso en los labios.
               -Estás preciosa-admiré, apartándole un mechón de pelo de la cara y colocándoselo tras la oreja. Sabrae sonrió y me dio las gracias.
               -¿Te suena esta camisa?-coqueteó, tirando suavemente de la tela de algodón que le quedaba mejor que a mí.
               -Me resulta vagamente familiar-respondí, recordando el día en que me la había sacado del armario y se la había apropiado. Yo había desistido hacía tiempo en mi ilusión por recuperarla, aunque no iba a rendirme fácilmente y seguiría pidiéndosela, por si acaso algún día era lo suficientemente afortunado de experimentar esa sensación que a Saab tanto le gustaba, de vestir una prenda que compartíamos los dos, y que por lo tanto oliera a ambos-. Hola, Shash.
               -Hola-canturreó la mediana de las Malik, exhibiendo una sonrisa amplísima y luminosa que había heredado de mi chica-. Gracias por invitarme.
               Le había dicho a Sabrae que íbamos a ir a cenar, por si acaso quería dejarse caer, y que había un hueco en la mesa para Shasha si tenía la noche libre. Esbozó una excusa sobre no sé qué reality que querían ver, y que ahora me parecía una trola más que otra cosa.
               -Tendrás que esperar un poco más para sacarla de fiesta-anunció Sabrae-, pero creo que ya va siendo hora de que conozca la vida nocturna londinense. Ya está bien de tanto drama coreano y tanto kpop.
               -A ti lo que te pasa es que eres una envidiosa y una mediocre que se conforma con artistas que piensan que el espectáculo consiste exclusivamente en acertar una nota de cada diez, y que se olvidan de las coreografías-le recordó Shasha, y Sabrae puso los ojos en blanco.
               -Díselo, Shash. Acaba con ella.
               Shasha se rió y fue a sentarse con nosotros en la mesa, justo entre Scott y Sabrae, no porque se sintiera incómoda con los demás, sino porque querían tenerla controlada y que no se pasara con las alitas de pollo. Shasha puso los ojos en blanco, molesta porque la compararan con Duna, y se pasó el resto de la cena evitando las alitas simplemente por demostrarles a sus hermanos que tenía más saber estar que ellos dos juntos.
               Los platos fueron y vinieron, Jeff repuso las bebidas tantas veces que perdimos la cuenta, y todos fuimos al baño varias veces antes de dar por finalizada la cena y pedir el postre. Para cuando terminamos, las chicas se palmeaban la barriga, y los chicos nos habíamos movido el cinturón al agujero siguiente como mínimo.
               Yo estaba feliz. Empachado, sí, pero feliz. Me encantaba estar con todos ellos, recuperar mi vida, dejar que mayo fuera mayo y no simplemente otro mes que me pasaba encerrado en el hospital. Pronto se terminaría el curso, y con ello, los exámenes. No quería pensar en lo que supondría el verano para todos nosotros; quería centrarme en el presente.
               Cosa que no me permitieron, pues cuando nos terminamos el último trozo de brownie, que Karlie le cedió a Tam sin pelear por él (el amor lésbico, en fin, ¿qué os puedo contar?), Shasha colocó su bolso con ceremonia sobre la mesa y extrajo un paquete rectangular y un sobre rígido. Le tendió el sobre a Bey, y el paquete, a Sabrae, que me lo acercó con la mano izquierda, pues la derecha seguía entrelazada a la mía.
               -¿Y esto?-pregunté.
               -Un regalo de bienvenida de vuelta.
               -Te lo íbamos a dar ayer, pero hubo un problema con el otro-explicó Shasha.
               -Sí, alguien-Bey fulminó a Tommy con la mirada- se olvidó de ir a recogerlo a correos.
               -Dejad en paz al pobre Thomas-lo defendió Scott-. Bastante tiene con gestionarse dos novias, como para tener que ocuparse también de hacer de cartero.
               -No teníais que haberme cogido nada-protesté, y todos, y cuando digo todos es todos pusieron los ojos en blanco a la vez.
               -¿Quieres dejar de quejarte? Jesús, eres la persona más difícilmente “regalable” del mundo-protestó Tam.
               -“Regalable” no existe.
               -Bueno, pero tú lo has entendido igual, Al-la defendió Karlie, y todos nos miramos entre nosotros-. ¿Qué?
               -Nada, nada-silbé-. Se nota que se acerca el mes del orgullo.
               -¿A qué te refieres?
               -Me encanta el papel de regalo-comenté, mirándolos. Señalaron a Shasha y Sabrae.
               -Es de parte nuestra.
               -Sí, lo del sobre es de todos-informó Logan.
               -Os tendría que dar vergüenza-repliqué. Rasgué el papel de regalo y me quedé mirando la caja de cartón blanco y duro, con la foto de un ebook en la parte frontal. Miré a Sabrae, que sonreía con chulería. Llevaba presumiendo de estar convirtiéndome en lector desde que me habían ingresado en el hospital, pero aquello era pasarse-. Saab, te lo agradezco un montón, pero, ¿para qué es esto?
               -Para que leas. Lo vas a necesitar.
               -Ya me comprasteis un montón de cosas para cuando me fuera de voluntariado. Además, dudo que tenga mucho tiempo libre, la verdad-sí, ya procuraría rellenarme las horas muertas echándola de menos.
               -No es para el voluntariado, bobo. Es para ahora.
               -¿Para ahora? Pero, nena, si tengo un montón de cosas que hacer-como arreglar la moto, cosa que aún no te he contado-, de verdad, lo aprecio un montón, pero ya te has gastado suficiente…
               -Shash, ¿alguna vez has escuchado a alguien dar las gracias de esta manera?
               -La verdad es que no. El género masculino me sorprende cada día más. Son una subespecie digna de estudio.
               Shasha había apoyado la barbilla en las manos entrelazadas, y me miraba como si no hubiera visto jamás una criatura tan divertida y exótica como yo. Sabrae, por su parte, había alzado una ceja en mi dirección, sabedora de que pronto llegaría el momento en que yo terminaría cediendo a su plan maligno.
               -Y os lo agradezco. De veras. Es un regalo muy chulo. Es sólo que… nena, he dejado de tenerles alergia a los libros porque tú te pones muy guapa cuando lees. Yo no…
               -Con las historias adecuadas, todo el mundo es un ávido lector-sentenció Sabrae, y yo puse los ojos en blanco.
               -No quisiera yo llevarle la contraria a Zayn, pero…
               -Entonces, no lo hagas. Confía en mí un poco, Al. Sé lo que me hago, créeme.
               Y, como si quisiera reforzar  aquella idea, me puso una mano en el pecho y me miró a los ojos. Sus dedos ardían sobre mi piel desnuda, pues había encontrado el único hueco de mi torso que había dejado al descubierto (Jeff no había puesto aún el aire acondicionado, y las inmensas ventanas del restaurante lo convertían en el horno perfecto), y a mi piel la atravesaban torrentes de energía que nada tenían que envidiar a la electricidad que iluminaba Gran Bretaña. Sabrae se relamió los labios y se inclinó ligeramente hacia mí, dejándome ver las pequeñas constelaciones que su gloss dejaba en su boca, tan apetitosa como un viaje espacial. Me incliné hacia ella instintivamente, y si no la devoré allí mismo, fue porque mis amigos se pusieron a aullar como lobos, absolutamente descojonados con la facilidad con la que Sabrae era capaz de desconcentrarme.
               -¡Uuuh! ¡Así sí que es fácil convencerlo, ¿eh, Saab?!
               -¡Idos a un hotel!
               -¡¿Justo aquí, delante de mi ensalada?!
               Sabrae se retiró con una sonrisa tímida y cansada en los labios, como si ella supiera mejor incluso que yo lo que habría pasado en aquella mesa de no estar el restaurante tan concurrido, o preocuparnos algo la opinión que mis amigos tenían de nosotros dos. Además, Shasha aún era demasiado joven e inocente como para asistir a una demostración en directo de cómo se follaba, por mucho que su hermana fuera la protagonista.
               -De eso nada-reclamé yo, recuperando la distancia perdida entre nosotros y plantándole un buen morreo en los labios. Los chicos se volvieron locos, pero porque eran una panda de vírgenes insoportables; por suerte, a Saab no podía importarle menos, y se entregó al beso con entusiasmo.
               Claro que sí, joder. No habíamos esperado tantísimo para llamarnos novios para rajarnos a la mínima de cambio. A Scott le encantaría saber que podía influir en mi vida sexual, así que sólo por eso estaba más que dispuesto a vivirla al máximo, más aún si él estaba presente.
               Sabrae se apartó un mechón de pelo de detrás de la oreja y se asentó de nuevo en el sillón, con la espalda en el respaldo, y le dio un manotazo a Shasha en el pecho cuando su hermana le hizo cosquillas para tratar que se pusiera aún más roja.
               -¿No quieres aprovechar ahora que todavía no tienes que ser una sargento con él?
               -Cállate, petarda.
               -Nos toca-festejó Diana, dando un par de palmadas y un codazo a Bey para que me tendiera el pequeño sobre rígido. Bey lo hizo con ceremonia, haciendo una floritura con él en el aire, como si fuera una mariposa eligiendo sobre qué flor posarse y con cuyo polen teñir sus alas.
               -¿Y esto?-pregunté, cogiéndolo con cuidado y pasando los dedos por su interior. Fuera lo que fuera, era más estrecho que el sobre, de ahí su extraña forma-. Sed sinceros, ¿se os olvidó dármelo en mi cumpleaños, verdad? Seguro que os sentíais fatal por no darme regalos-los fulminé a todos con la mirada mientras deslizaba el dedo por la solapa, que habían pegado a conciencia. Karlie se acodó en la mesa y me dedicó una sonrisa radiante.
               -Sólo te damos lo que te mereces, Al.
               Puse los ojos en blanco en su dirección, ya que en mi opinión tendían a sobrestimarme, pero Claire me había dicho que tenía que trabajar en la visión que tenía de mí mismo, especialmente en lo que suponía pensar que todos los de mi entorno no me conocían simplemente porque pensaban bien de mí. Después de todo, si cien personas piensan algo, es más probable que sea lo más cercano a la verdad que lo que piensa sólo una, ¿no?
               Por fin, conseguí romper el sobre. Me temblaban un poco las manos por los nervios, aunque estaba seguro de que tendría alguna tarjeta de felicitación, seguramente con algún animalito dibujado por Scott al que se había molestado en ponerle mi cara y escayolar medio cuerpo. Estaría firmada por todos y tendría algún mensaje ocurrente en una esquina; quizá hasta algún hilo musical.
               Me equivocaba. Lo que había en el sobre no era una tarjeta hecha por mis amigos con la que quisieran hacerme saltar las lágrimas.
               Eran dos billetes de avión para este verano. Para después de los exámenes finales, incluidas las recuperaciones y el acceso a la universidad.
               ¿El destino? El mejor de todos. Uno al que llevaba queriendo ir prácticamente desde que tenía uso de razón. Un país que me había quedado tan irrisoriamente a mano cada vez que iba a Grecia que nunca había ido, como suele suceder con los monumentos que tienes a la vuelta de la esquina, a los que nunca visitas.
               Roma.
               Levanté la mirada y miré directamente a Tommy. No sabía por qué, pero algo me decía que había sido él el que había tenido la idea de concretar el destino. Después de todo, ¿por qué le habrían adjudicado la responsabilidad de ir a por ellos, si no era para darle crédito?
               -¿Qué mierda es esta, Thomas?-pregunté.
               -No le llames Thomas-saltó Scott-. Sólo yo le llamo Thomas.
               -Es coña-dije, mirando los billetes, en un formato inimitable. No eran un folio cutre impreso en casa y doblado en ocho con el que tuvieras que pelearte en las puertas automáticas de acceso a la terminal para que los códigos cibernéticos te permitieran el acceso. Era un billete de la vieja escuela, una cartulina de un blanco azulado como no podía adquirirse ningún folio, semiplastificado, con filigranas plateadas verificando su autenticidad. Uno de ellos tenía mi nombre escrito con tipografía de máquina de escribir, la fila y el asiento que ocuparía en un vuelo al que incluso ya le habían adjudicado código de navegación, a pesar de que quedaban casi dos meses-. Es puta coña. Son falsos.
               -No son falsos, Alec-Tam puso los ojos en blanco-. Hay que ver lo desconfiado que eres.
               -Tíos… yo… no sé qué decir. No sé qué he hecho para merecer esto.
               -¿Que no sabes…?-empezó Tommy, y apretó los labios y tomó aire, pensando en su siguiente movimiento-. Alec, has sobrevivido a un puto accidente que no te ha matado de puto milagro. ¿No te parece que eso es suficiente motivo para regalarte unos billetes de avión?
               -Todo el mundo sobrevive a accidentes absolutamente todos los días.
               -Puede, pero no todo el mundo son tú-Bey me puso una mano en el brazo y me lo apretó cariñosamente-. No queremos que pases ganas de hacer cosas ahora que vas a tener más tiempo. Éste va a ser tu verano, Al. Y, mientras Sher te hace millonario, nos pareció buena idea contribuir a que comenzaras a cumplir tus sueños.
               -Es coña-repetí, y Max sonrió.
               -Sólo es el billete, tío. No nos compromete demasiado. El hotel te lo vas a tener que pagar tú, pero…
               -Ya no tienes excusa para ir a Italia y llevarte a Mimi contigo.
               -Es coña-respondí, doblando el billete frente a mis ojos, haciendo con él un puente, asegurándome de no era una trola. No lo parecía. Si lo era, estaba muy lograda. Ya verías la hostia cuando fuera al aeropuerto y no me dejaran pasar…
               -O a quien quieras-añadió Karlie, guiñándome el ojo y lanzándole una miradita a Sabrae, que se limitaba a mirarme con una satisfacción infinita en la mirada. Sabía que disfrutaba sólo con pensar en lo bien que me lo pasaría en Roma; que la considerara para ser mi acompañante no era más que un aliciente, pero en cuestiones de mi cariño, lo importante era participar.
               -Sí, como si te llevas a algún candidato a Papa y te traes al que hay actualmente.
               -Estáis mal de la puta cabeza-gemí. Volví a mirar mi nombre. Mi puto nombre, en un billete de avión a Roma.
               Éste va a ser tu verano, Al.
               Me eché a llorar cuando comprendí por fin todo lo que el billete implicaba. Mis amigos me estaban tendiendo la mano y me estaban asegurando que no tenía de qué preocuparme, que toda la ansiedad que me había producido pensar en el voluntariado había sido por vicio. Las cosas seguirían siendo igual de geniales con independencia del tiempo que estuviéramos juntos, nos seguiríamos queriendo igual sin importar la distancia que nos separara.
               Que nuestra etapa de compañeros estuviera a punto de terminarse no implicaba que también lo hiciera nuestra amistad. No habíamos hecho más que comenzar. Daba igual que Scott y Tommy se fueran de tour por el mundo, daba igual que Bey continuara con sus estudios para entrar en Derecho en Oxford, daba igual que Tam fuera a estudiar baile o que Karlie quisiera tomarse un año sabático para conocer mundo. Daba igual que Logan aún no supiera qué quería hacer con su vida o que Max quisiera pasarse un año viajando por Europa con Bella, o que Jordan estuviera considerando pasarse el próximo año a caballo entre Inglaterra y Nueva York por Zoe. Daba igual que yo me fuera a un asentamiento en medio de la selva de Etiopía.
               Seguiríamos siendo Los Nueve de Siempre, ahora también para siempre.


 
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2 comentarios:

  1. Me ha resultado entrañable la forma en la que Sabrae ha estado realmente preocupada por Alec durante esos momentos con sus amigas, me ha puesto un poco triste que no sé sintiera del todo cómoda estando con sus amigas y no las pusiese por delante en estos momentos, aun así comprendo su preocupación y su desánimo.
    Por otro lado me ha encantado la parte de Alec y Jordan y como Jordan se ha abierto un poquito con Al explicándole la culpabilidad que le embargaba. Me pone softisima ver como se quieren tanto y lo demuestran tan poquito, son preciosos.
    Por último el momento final me ha encantado, ahora si que si cada vez queda menos para Africa y estoy a punto de entrar en colapso nervioso porque no estoy del todo preparada para enfrentarme a Roma y sobre todo a la despedida. Se que lo que viene después es bueno pero aún así tengo la certeza de que me vas a destrozar con ese capítulo.

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  2. Me ha gustado mucho el cap, aunque me ha recordado mucho que queda poco para África y eso me ha puesto: MAL.
    Comento por partes:
    - Entiendo que Sabrae esté preocupada por Alec, pero me pone triste que no esté al 100% con sus amigas. Cuando Alec se vaya a África van a ser súper importantes para ella y me da como rabia que esté ahora así.
    - Que Taïssa sea tan shipper de Sabralec me representa muchísimo.
    - Me he DESCOJONADO con Shasha, Scott y Tommy aplaudiendo a Sabrae cuando llegó a casa.
    - Sabralec tonteando por teléfono me da años de vida.
    - Me ha encantado toda la parte de Alec con Jordan, ADORO su amistad y me encanta ver estos momentos en los que se ve lo mucho que se conocen y se quieren. Me alegra que hayan hablado porque me ha puesto triste ver como Jordan se lleva sintiendo tanto tiempo respecto al accidente.
    - Bueno Shasha y Alec son los mejores cuñados, es que son geniales.
    - Ver a Los Nueve de Siempre juntos me da muchísima serotonina
    - Ay y el final del capítulo ha sido PRECIOSO, aunque me ha puesto bastante triste (se me ha caído alguna lagrima no voy a mentir). No se porque, pero me ha recordado mucho al capítulo en el que van todos a cenar al Foster poco antes de que Scommy se vayan a ttg, Alec acaba llorando y se hace presente el hecho de que una etapa de su vida ha terminado, pero que eso no significa que vayan a dejar de ser amigos ni mucho menos.
    Estoy deseando leer más, pero el voluntariado se acerca y NO QUIERO NO QUIERO Y NO QUIERO. Voy a llorar muchísimo con todas las despedidas y no estoy preparada. Aunque, por otro lado, es verdad que tengo mucha curiosidad por ver como va a ser todo durante el voluntariado y cuando este termine.

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