lunes, 19 de julio de 2021

Los efectos secundarios de la esperanza.


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Esfuérzate más.
               ¿Esfuérzate más?
               ¿ESFUÉRZATE MÁS?
               SERÍA PUTA COÑA, ESPERO.
               Me daban ganas de romper en mil pedazos la puta hoja del examen ya corregido, con ese ofensivo tachón rojo con el que me gustaría cubrir a mi profesora. Porque, sí, quería abrirla en canal.
               No podía creérmelo. Te prometo que no podía creérmelo. Estaba currando como un cabrón, había preparado ese examen igual que los demás (es decir, muchísimo; más de lo que lo habría hecho solo, y todo eso se lo debía a Sabrae), y había salido con una buena sensación cuando lo hice. Tampoco era tan gilipollas como para pensar que me pondrían matrícula, pero de ahí a sacar un puto tres… no me jodas. Estaba convencido de que aprobaba sobradamente. Un siete no me lo quitaba nadie.
               -¿Puedo hacerle una fotocopia?-le pregunté a la zorra de la profesora mientras sacaba los materiales para dar clase de su bolsa de Mary Poppins. Valiente hija de puta. Me apetecía esperarla a la salida y pegarle tal paliza que no la reconocieran ni en casa. Cabrona de mierda. La manera en que me había sonreído cuando me entregó el examen, como si disfrutara humillándome frente a toda la clase, ya debería haberme alertado. Pero no. Como un imbécil, había creído que esa sonrisa era producto del orgullo. Había creído que se alegraba de ver que uno de sus alumnos triunfaba por fin, que estaba saliendo del capullo, que había mudado a mariposa.
               -Claro-respondió ella, pero yo ya había atravesado media clase cuando me contestó. La verdad, no tenía pensado esperar a su contestación. Bey se había llevado algunos exámenes a la fotocopiadora para analizar las respuestas e impugnar sus calificaciones con fundamento, ya que lo permitían los estatutos del colegio, así que no podía negarse.
               Claro que tampoco debería poder suspenderme y, sin embargo, ahí estaba yo, con un puto tres y medio y la sensación de arena en la boca al darme cuenta de que había sido un completo gilipollas olímpico creyéndome las cosas bonitas que me decía Sabrae. Por supuesto que ella confiaba en que me graduaría y en que todo saldría bien; no tenía ni puta idea de mi media, ni de mis notas. La única medida que sabía de mí era la de mi polla, y yo también creería que era capaz de todo si sólo tuviera de referencia los centímetros de carne que me metía en el coño todos los fines de semana.
               Rabioso, le entregué las hojas a la conserje, que sólo parpadeó confundida cuando yo le pegué un bufido como respuesta a su saludo amistoso. No estaba el horno para bollos. Quería mis fotocopias, y las quería ahora.
               Me saqué el móvil del bolsillo y abrí la conversación con Sabrae. Empecé a teclear con rabia, pero después lo borré. No quería preocuparla, ni que se comiera la cabeza pensando que lo había hecho mal, cuando la culpa era mía y sólo mía.
               No debería haberme hecho ilusiones. No debería haberme dejado arrastrar por su entusiasmo. Y, sobre todo, no debería haber desperdiciado todo el tiempo que había desperdiciado estudiando con ella, si iba a ser peor el remedio que la enfermedad. El verano estaba a la vuelta de la esquina, y con él, mi voluntariado. Deberíamos estar follando como locos, pero sólo me había dejado tocarla ayer después de muchos días a pan y agua. Deberíamos estar haciendo planes, escapándonos a la playa, follando entre las rocas, saliendo de fiesta, yendo a conciertos al aire libre, follando en el parque, tomando el sol en el césped de nuestros jardines, bañándonos en las piscinas de nuestros amigos, follando en nuestras casas… en fin, aprovechando el tiempo que nos quedaba juntos, que para algo éramos jóvenes, estábamos enamorados, y teníamos la espada de Damocles pendiendo sobre nuestras cabezas.
               Pero no. Teníamos que comportarnos como monjes. Estudiar como si nos fuera la vida en ello. Y no tocarnos.
               Todo, ¿para qué? ¿Para suspender Literatura? Encima, tenía que ser la puta asignatura de Zayn la que más me costara levantar. Menudo gilipollas se debían de pensar que era. No podía volver a comer en casa de Sabrae: se me caería la cara de vergüenza sentándome en la misma mesa que Zayn, sacando las notas que sacaba en unos exámenes de Literatura que no tenían más complicación que simplemente repetir lo que habíamos visto en clase de teoría, analizar los textos que nos daban, y escribir una crítica relacionándola con la teoría de la lectura obligatoria propia del tema.
               Había que ser jodidamente subnormal para suspender Literatura, pero también había que ser jodidamente subnormal para creer que tenía una oportunidad. Una sola. Menuda vergüenza. Odiaba cada centímetro de mi ser que se había creído la fantasía de que yo podía obrar milagros, de que el tiempo que había perdido no significaba nada, porque Sabrae conseguiría ponerme al día. Si ni siquiera Sabrae podía ayudarme aquí, era que estaba jodido, pero era lo que había.
               No llores, puto imbécil. No llores, puto imbécil. No llores, puto imbécil. Ése fue mi mantra a lo largo de la mañana. No llores, puto imbécil, cuando le entregué el examen a la profesora.
               -¿Ya has hecho las copias que necesitabas?
               -Sí, gracias.
               Zorra.
               Fui a sentarme dándole la espalda deliberadamente a esa cabrona. Si la veía sonreírme de nuevo de aquella manera tan chula, la tiraría por la ventana.
               No llores, puto imbécil, en la última clase. No llores, puto imbécil, yendo a casa, más callado que de costumbre.
               -¿Estás bien, Al?-preguntó Mimi a medio camino.
               -Perfectamente, ¿por?
               -Estás muy callado, y no hemos esperado a Sabrae.
               Es que no me merezco verla con esta puta cara de gilipollas que tengo.
               -Es que tengo prisa.
               -Ah. ¿Mucho que estudiar?-preguntó.
               -Así es-el alfabeto también, aparentemente, ya que ni siquiera sé leer.
               No llores, puto imbécil, en la comida, tragándome de manera mecánica y sin saborear el plato que mamá nos puso en la mesa, y que ni siquiera tuve fuerzas de identificar.
               -¿Qué te pasa, Al? Estás muy callado-comentó mamá, sirviéndose un poco más de algo verde que luego identifiqué como ensalada.
               -Estoy repasando-expliqué. Me callé que era la lista de neuronas que tenía activas, y que era bastante corta: tres y media, ni más ni menos.
               -Ah, vale.
               No llores, imbécil, mientras subía las escaleras y apartaba a Trufas con el pie para no pisarlo.
               -No me toques los huevos, que te doy una patada que te mando a Ecuador, puto bicho-le gruñí, y parece que lo entendió, porque dejó de molestarme. Abrí la puerta de mi habitación, la cerré de un puntapié, y me quedé allí plantado, jadeante.
               No llores, imbécil. No llores, imbécil.
               Me quedé mirando mi mochila, arrojada entre la cama y el escritorio, dada la vuelta de mala manera.
               Entonces, mi teléfono vibró.
Hola, sol!! Voy a tardar un poquito más que de costumbre porque tengo que ayudar a Shasha con una cosa, pero a eso de las seis me tienes por ahí, ¿vale?
               A eso de las seis me tienes por ahí.
               Es tu momento. ES TU MOMENTO.
               ¡¡¡LLORA AHORA, PUTO IMBÉCIL!!!
               -Maldito gilipollas, jodido subnormal, pedazo de retrasado-empecé mientras destrozaba mi escritorio, tirando bolis, carpetas, libretas, subrayadores, libros y apuntes por igual. Tenía apenas unas horas para desahogarme antes de que llegara Sabrae. Cuando lo hiciera, ya debía estar tranquilo y ser capaz de explicarle lo que había pasado, pedirle perdón por haber desperdiciado su tiempo y darle las gracias por su paciencia.
               Me quedé mirando el examen, ardiente de rabia y empapado de ira. Y, entonces, por fin, me eché a llorar.
               Pero, curiosamente, no lo hice por lo que se me venía encima, sino por todo lo que Sabrae había hecho por mí y que había sido en balde.
 
Sabrae se dejó caer sobre la cama, jadeando y sonriente, con una deliciosa capa de sudor cubriéndole la piel y haciendo que refulgiera como si tuviera luz propia, una estrella más brillante que las que bañaban el cielo. Una capa de sudor que yo le había puesto ahí.
               Prefería mil veces que estuviéramos bien y que disfrutáramos del sexo sin tener que cruzar reproches entre nosotros, pero ya que las discusiones eran inevitables, me consolaba disfrutando de un sexo de reconciliación absolutamente genial. No es que fuera a renunciar al placer de preguntarle si le había gustado, pero dada la sonrisa boba y satisfecha que tenía en la boca, estaba bastante clara su opinión respecto a lo que acabábamos de hacer.
               -Bueno-ronroneé, tumbándome boca abajo, prácticamente encima de ella, y disfrutando de la sensación de su cuerpo amoldándose al mío, nosotros conformando dos piezas del puzzle más sencillo y hermoso del mundo-, ¿qué tal este imprevisto? ¿Te ha trastocado mucho este contratiempo tu impoluto plan de estudio?
               Posé mis labios sobre su hombro y disfruté del regusto ligeramente salado de su piel. Hacía calor ese día, y más ahora que nos habíamos quitado la ropa y habíamos firmado nuestro tratado de paz con tinta indeleble en un pergamino de los que se reservaban para los textos sagrados.
               Sabrae puso los ojos en blanco y me dio un golpecito en el brazo.
               -Menos cachondeo, ¿quieres? Espero que hayas disfrutado de esto, porque vas a tardar mucho en volver a tenerlo-señaló su cuerpo oculto bajo las sábanas con un gesto de la mano, abarcando desde sus pechos hasta su cadera, pero dándome a entender que todo estaba sobre la mesa y sobre todo estábamos negociando. Lamenté inmediatamente haberme puesto tan firme con el tema de la moto, cuando bien podríamos habernos pasado la tarde anterior follando.
               Joder, si seguro que incluso habríamos dormido juntos. Puede que hubiera conseguido que se fuera al instituto sin dormir, algo que de normal me escandalizaría y me causaría repulsión, pero ya que nuestros polvos tenían supuestamente fecha de caducidad… tenía intención de aprovecharlos.
               -¿De veras?
               -Ajá-sonrió, dejándome acercarme para besarla. Sus gemidos aún reverberaban en su boca, y yo me volvía loco escuchando la forma en que nuestros cuerpos encajaban a la perfección, como diseñados para estar juntos y sólo tener sentido unidos, en su respiración aún ligeramente acelerada.
               -Ya lo veremos-susurré en su oreja, y Sabrae soltó una risita-. Creo que te va a costar resistirte al cuerpazo que tiene tu novio, sobre todo cuando esté para comérselo otra vez.
               -No me insultes, Alec. Mi novio ya está para comérselo-me lamió la mandíbula sin ningún tipo de pudor, y después se relamió los labios, como aprovechando hasta la última gota que su boca había capturado de mi esencia.
               -¿Te apetece entonces un segundo asalto?
               -Vamos retrasadísimos-se lamentó, poniéndose una mano en la frente y soltando un suspiro trágico.
               -Pues por eso. Hemos perdido casi quince años-le mordisqueé el cuello y ella soltó un suspiro. No podía resistirse a la acción de mis dientes en ese rincón de su cuerpo, no cuando aún tenía la carne de gallina, estaba desnuda y todavía su sexo no se había acostumbrado a la nueva soledad-. Tenemos que ponernos al día.
               Sabrae había puesto los ojos en blanco y se había entregado a mí una última vez, poniéndoseme encima para demostrarme quién mandaba ese primer lunes de maratón. Tenía que dejar bien claro que era ella la que llevaba la voz cantante, para que yo no cuestionara su liderazgo ni la desafiara cuando entrara en mi habitación con la mochila brincando a su espalda, dispuesta a sacar el látigo conmigo si se me ocurría holgazanear.
               Después estudié un poco ese primer día, pero, claro, se me hizo bastante ameno por lo cerca que tenía a Sabrae y por el buen humor que siempre me proporcionaba el sexo con ella. No había mucho tiempo de esa tarde que matar, y ya que apenas íbamos a cumplir con su horario, accedió a ser buena conmigo y no meterme demasiada caña.
               -Pero mañana, ya puedes prepararte-me advirtió mientras yo le metía mano, acariciándole los muslos por debajo de la falda del instituto, que se había puesto no sé por qué, porque todavía no habíamos entrado en nuestra temporada de abstinencia sexual.
               -Vale, pero venga, colabora un poco. Separa las piernas, que me estoy portando muy bien-lloriqueé, y ella se rió con la crueldad que estaba descubriendo que sólo tenían las mujeres. No había nadie que me hubiera calentado tanto como lo hacía Sabrae, sólo para conseguir algo de mí distinto a correrse. Menuda mierda. ¿Para qué me quería tan cerca si no era para aprovecharme al máximo?
               -Ni siquiera has terminado de estudiarte la lista de altos cargos nazis de la Segunda Guerra Mundial.
               -¿Para qué quieren que me aprenda un listado con los nombres de los mayores cabrones  de la historia?
               -¿Nunca has escuchado que el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla?
               -Ahora suenas como mi abuela. Claro que ella no tiene unas piernas tan bonitas. ¿Podrías separarlas? Tengo curiosidad por ver lo que hay entre ellas.
               Pero Sabrae las cruzó y yo hice un mohín.
               -No.
               -Venga, Sabrae, por favor. Uno rapidito.
               -Sólo si me dices la lista de generales nazis.
               -Te prometo que pararé antes de correrme. Joder, apenas lo disfrutaré, bombón.
               -Segunda Guerra Mundial, Alec.
               -Sólo la puntita. La puntita nada más. Porfa-Sabrae alzó una ceja y yo solté un bufido-. ¡Venga! ¿Por qué te pones así? Tienes tantas ganas como yo, te lo noto.
               -Que nos estemos tomando el día un poco más relajado no quiere decir que no vayas a estudiar nada, Alec.
               -Sí que he estudiado. Me sé lo esencial: Hitler era un cabrón, pero a Europa le daba lo mismo que estuviera masacrando a su gente, hasta que invadió Polonia. Entonces, la Gran Madre Rusia, de la que yo tengo el honor de descender-me hinché como un pavo-, le declaró la guerra. Le hizo un cerco de la hostia, porque el muy gilipollas quiso invadirnos en invierno, una subnormalada que sólo se les ocurre a los de Europa occidental, y los machacamos. Pero luego, los putos americanos se colgaron la medallita, que es lo que mejor saben hacer. Fin de la historia.
               -¿Y crees que con eso será suficiente para aprobar tu examen?
               -Bueno, tendría que añadir que Hitler se suicidó en su búnker como la rata cobarde que era. Pero sí, básicamente, es todo. Entonces, ¿qué opinas? ¿Me merezco un premio por mis conocimientos?-le acaricié las rodillas, salivando ya, y ella me dio un manotazo.
               -Nada de sexo si no te aprendes el tema de memoria. Bueno, nada de sexo por estudiar, punto.
               -Vale, y entonces, ¿qué incentivo voy a tener para sentarme aquí día tras día a ponerme el culo gordo?
               -Lo cachonda que me pones cuando vas en traje-me guiñó un ojo.
               -Eres una superficial, Sabrae. Y no es que necesite graduarme para ponerme traje. Además, ni que no estuvieras cachonda perdida ahora. Me estás disparando feromonas como si fueras un aspersor. Francamente, no sé cómo lo haces para no arrancarte la ropa y suplicarme que te la meta.
               -Tengo autocontrol.
               -Menuda mierda.
               -¿Perdona?
               -Digo… qué guay. Chachi. Aunque ya veremos si sigues sin ganas a medida que vaya pasando el tiempo.
               -¡Yo también quiero hacerlo, Alec! Pero tengo otras prioridades en mente.
               -¿Es porque voy muy vestido?
               -La ropa que lleves no influye en mis ganas de hacerlo.
               Sonreí.
               -Mentirosa.
               -Es la verdad-sacudió el pelo a ambos lados con soberbia-. De todos modos, incluso si te me pones insistente y consigues calentarme, tengo fácil solución. Me masturbo, y punto.
               -¿Dónde?
               -Donde cuadre, Alec.
               -¿Te sientes cómoda en mi habitación?
               Miró alrededor, sintiendo mi trampa cerrarse a su alrededor sin darse cuenta de lo que sucedía.
               -Supongo.
               -Puedes hacerlo aquí, entonces. Sin presiones.
               -Ay, chico, no seas pesado. Ya veré lo que hago.
               -¿Y me dejarás mirar?
               -Estás en tu casa.
               Premio.
               -¿Y tocarme mientras?-le dediqué mi mejor sonrisa torcida, y Sabrae no pudo resistírseme más. Se inclinó hacia delante para ponerme las manos en las rodillas, y mirándome a los ojos, respondió:
               -Lo contrario me decepcionaría.
               Así que así habíamos empezado nuestra maratón de estudio: con mucho sexo, lo cual hizo mucho más difícil luego el sumirnos en la abstinencia. Sabrae tenía una voluntad férrea que suplía con creces mi debilidad, y eso que yo no se lo ponía nada fácil.
               -¿Seguimos mañana?-coqueteé, apoyado en el vano de la puerta de su casa, después de acompañarla de noche. Aún tenía el pelo un poco húmedo por la ducha que nos habíamos dado juntos, y en la que no habíamos hecho nada por un pelo. Confiaba en poder retomarlo justamente donde lo habíamos dejado al día siguiente, y me puse a dar saltos de alegría mentalmente cuando Sabrae me agarró del cuello de la camisa y tiró de mí para decirme junto a la boca:
               -Ya lo creo que sí.
               Confiando en que me había prometido una sesión de estudio parecida a la que habíamos tenido el día anterior, en la que había habido más estudios prácticos de anatomía que de cualquier otra de mis asignaturas (a pesar de que anatomía era algo especializado que no entraba dentro de mi plan de estudios), me levanté al día siguiente de muy buen humor, desayuné con Mimi, y decidí que aprovecharía las oportunidades que me había brindado mi condición de lisiado para ponerme al día con el estudio.
               Contaba con que, si adelantaba yo solo el trabajo que Sabrae tenía preparado para los dos, tendríamos más tiempo juntos y podríamos aprovecharlo de una manera diferente.
               Me equivocaba. Cuando llegó por la tarde, después de que yo le hubiera pedido a mi madre que me llevara al hospital para ver a Josh y mi sesión de terapia con Claire, lo hizo como un monzón tardío entrando en las costas de Tailandia después de darse cuenta de que las plantas tropicales del lugar necesitaban de sus trombas de agua para poder lucir tan hermosas como lo hacían.
               E, igual que un monzón, Sabrae cayó sobre mí, abrumándome con los planes que tenía hechos para los dos. Me di cuenta entonces de lo importante que era para ella todo esto, de lo en serio que se lo iba a tomar y de la necesidad de colaboración por mi parte que tenía.
               No estaba seguro de si sería capaz de subirme a su carro, especialmente por el ritmo que llevaba (en ese sentido, tenía mucha más disciplina que yo, una disciplina distinta y que nada tenía que ver con el boxeo, por mucho que a ella le pareciera que era igual y que me resultaría más fácil ponerme con ello).
               -Venga, Al-me instó después de escupir un rápido “hola” con el que me dejó a cuadros. Creía de verdad que nuestras sesiones de estudio se parecerían más a las citas de repaso que poblaban las películas románticas que me obligaba a ver con ella (bueno, vale, a mí también me gustaba verlas) al férreo entrenamiento militar que Sabrae tenía pensado para nosotros-. Tenemos muchísimo que hacer. Para mañana, quiero que tengas el escritorio despejado; no podemos perder tiempo preparando la zona de estudio, sobre todo si te has pasado la mañana en casa.
               Puso los brazos en jarras, mirando la mesa en la que estaban en perfecto y fortuito equilibrio mi ordenador, una lata de cerveza, la cartera, unos pantalones de chándal, mis guantes de boxeo y dos bolígrafos que había rescatado del suelo, aún llenos de polvo (¡eh!, no me mires así. Al menos, los había recogido del suelo. Podría haberlos dejado ahí. No me apetecía limpiarlos todavía, ¿vale? Estoy convaleciente aún. Un poco al menos). Se parecían a una especie de torre inclinada de Pisa por fascículos, y a mí no me habían molestado por la mañana. Mamá había entrado en mi habitación y tampoco me había dicho nada, así que no había vuelto a pensar en ella hasta que Sabrae no hizo acto de presencia en mi habitación.
               -¿Ni siquiera vas a darme un beso?-pregunté, y Sabrae hizo una mueca y puso los ojos en blanco. No le gustaba que me pusiera en modo vacilón, no cuando consideraba que tenía una misión en mente y que nadie debía apartarla de su camino, a saber: ser mi institutriz.
               -Tienes que ganártelo-sentenció, dejando sus libros encima de mi cama y bajándose el tirante de la mochila para posarla en el suelo. Había decidido por la noche que nuestro tiempo de estudio juntos sería más productivo si no estábamos en contacto directo, algo a lo que yo tenía mis objeciones y que trataría de cambiar a la mínima oportunidad que se me presentara.
               Pero, claro, yo de aquella todavía creía que tenía posibilidades de hacerla cambiar de opinión. Iluso de mí.
               De modo que empecé a quitarme la ropa, algo a lo que Sabrae reaccionó como no lo había hecho nunca antes: fulminándome con la mirada.
               -¿Qué haces?
               Me quedé quieto en el sitio, con los pantalones por los tobillos. Supongo que no era la visión perfecta ni la más erótica a que una chica podía enfrentarse, ya que primero debería haberme quitado la camiseta, pero, ¿qué puedo decir? Cuando llevas toda la mañana pensando con la polla, se te hace muy difícil usar la cabeza real.
               -¿No quieres verme los huevos?-pregunté con exagerada inocencia, y ella puso los ojos en blanco. La estaba poniendo de mala leche, yo lo sabía, lo notaba, pero no podía desaprovechar la oportunidad. La suerte favorece a los audaces, y las oportunidades sólo se les presentan a aquellos que saben cómo crearlas.
               Si cabreaba a Sabrae, lo peor que podría pasar sería que nos peleáramos otra vez. Ahora que se había comprometido conmigo en que no me abandonaría y estudiaría conmigo, sacando el látigo y de paso sacándome brillo a mí, sabía que no me dejaría colgado ni se iría a casa cabreadísima. Y, si seguía conmigo, yo encontraría la forma de hacer que me perdonara.
               Sobra decir que en ese proceso mis músculos jugarían un papel fundamental.
               -No-escupió, como si las únicas veces en que me hubiera visto desnudo fueran culpa mía, porque yo fuera un exhibicionista o algo así.
               -Entonces, ¿cómo me gano el beso de saludo?-pregunté, y ella sacó un par de libros de su mochila y los dejó caer sobre mi regazo.
               -Estudiando-sentenció.
               -Era mejor ser stripper-farfullé por lo bajo, pero Sabrae me lanzó tal mirada envenenada que no me atreví a decir nada más. Limpié mi escritorio, coloqué la silla en su sitio, la modulé un par de veces (lo hice para que viera que pensaba pasarme tiempo allí, pero ella se lo tomó como si no hubiera dado un palo al agua en toda mi vida, y simplemente lanzó un bufido de rabia antes de seguir pasando hojas de sus libros) y me senté frente a mis aburridísimos apuntes.
               -¿Cuánto tiempo se supone que tengo que estudiar?-le pregunté después de una hora  y tres cuartos en la que ya no podía más. No habíamos hecho ningún descanso y yo llevaba con la vista fija en el mismo esquema de historia desde hacía quince minutos. Era aburridísimo, con dibujos de tanques y bombas señalando las batallas más importantes, puntos estratégicos con las ciudades más señaladas, y Francia dividida en colores en función del tiempo de ocupación nazi y las zonas que habían conseguido resistir al avance de los alemanes. También había flechas indicando las direcciones en que habían ido recuperando los aliados el territorio, pero no me sorprendió comprobar que a Rusia la ponían siempre por detrás de los estadounidenses. Mamushka llevaba muy mal que hubieran menospreciado tanto la labor de su patria en esa guerra, sobre todo porque decía que, si las tornas hubieran sido al revés, ahora mismo el idioma vehicular del mundo sería el ruso y no el inglés.
               Llevaba diez minutos pensando en lo que habría supuesto eso, dándole vueltas a lo diferente que sería mi vida, ya no sólo por las libertades de que disfrutaba, sino por la misma existencia de mis amigos. Jordan, Bey, Tam y Scott no estarían en mi vida. Tampoco lo estaría Sabrae. Puede que la madre de Tommy nunca hubiera abandonado España y, en el caso de que lo hubiera hecho, sería bastante difícil que se hubiera casado con Louis y hubiera tenido a mi amigo. Tal vez los abuelos de Scott jamás habrían venido a Inglaterra, sino que se habrían quedado en Pakistán, el lugar que el orden nazi consideraba que les correspondería. Eso si no los mataban, claro.
               Y yo… en el peor de los casos, estaría pudriéndome en una fosa común sin nombre, en algún lugar de Grecia, y eso si es que mis abuelos habían llegado a conocerse, y también mis padres. Los rumores sobre mi ascendencia de los que mi abuela presumía tanto serían suficientes para considerarme una amenaza, e incluso no perteneciendo a la línea legítima supondría un riesgo del que alguien con uniforme negro tendría que ocuparse.
               Y, en el mejor, estaría en Rusia, olvidándome de que era capaz de pensar en inglés, siendo el hijo menor de la última línea familiar viva de los Romanov. Mis derechos al trono serían bastante débiles, pero apoyados por un régimen que había subyugado a un continente entero en apenas una década, nadie se atrevería a dudar ni de mi origen ni de mi derecho a estar donde estaba, dando órdenes y disfrutando de lo bueno del trono sin lo malo: Aaron debería ser quien mandara, probablemente el zar, y yo me dedicaría a vivir la vida, follando con todas las que se me pusieran por delante y haciendo lo que me diera la gana, sin preocuparme de tener que estudiar ninguna de las polladas que ahora me ponían por delante.
               ¿A mí qué cojones me importaba el avance de Hitler por Europa? Lo que contaba era que se había pegado un tiro en su búnker de Berlín. Con eso ya debería bastarme para aprobar el examen.
               -Cuánto, no-respondió Sabrae, que en ese tiempo ya había finiquitado sus deberes pendientes y había comenzado a preparar esquemas para exámenes que aún tenía a finales de semana. Me fascinaba su talento para adelantar trabajo. Yo sería el típico estudiante que se toma tres cafés por hora para mantenerse despierto toda la noche previa al examen, y que luego celebraría un cinco como si se tratara de una graduación suma cum laude en alguna ingeniería jodidísima.
               Mmm, puede que lo del estudio estuviera sirviendo de algo. Antes nunca había pensado “suma cum laude” por iniciativa propia.
               -Qué. Esto no va por tiempo. Tienes que hacer cosas, Alec, no simplemente sentarte frente a tus libros a ver la vida pasar.
               -Echo de menos estar en coma-me lamenté, pasando la página-. Estaba igual de aburrido, pero por lo menos me dabas la mano.
               Sabrae no pudo evitar que se le escapara una risa, se fue a la habitación de Mimi a por su silla para estudiar, y se sentó a mi lado. Así se me hizo un poco más ameno el estudio. De vez en cuando, incluso me dejaba darle la mano, la mejor parte de estudiar.
               Cuando por fin llegué al final del tema y ella quedó satisfecha con mis respuestas a las preguntas de repaso del tema (que escribí a lápiz en ruso mientras ella estaba distraída con el móvil, y borré para que no las notara), asintió con la cabeza, satisfecha, y dijo que ya habíamos acabado esa sesión.
               Casi me pongo a dar saltos de la emoción. No pensé que fuera a llegar ese momento, y el avance del sol por el cielo, hasta comenzar a clavarse en los tejados de las casas de mis vecinos al oeste, atestiguaba que no había sufrido de manera exagerada. Nos habíamos pasado callados y mirando nuestros libros toda la tarde. No recordaba la última vez que había hecho eso; que yo supiera, había sido cuando yo no era más que un óvulo en los ovarios de mi madre, durante los últimos finales que había hecho antes de abandonar la carrera por quedarse embarazada de Aaron.
               Se me revolvió el estómago al pensar en mi hermano. Me pregunté qué estaría haciendo ahora, si habría tratado de ponerse en contacto de nuevo con mamá y ella le habría dejado, si no me habría dicho nada para que no me sintiera traicionado por ella. Mamá llevaba mal estar alejada de Aaron, tremendamente mal. Cuando creía que nadie la veía, se sacaba el móvil del bolsillo y se ponía a mirar fotos de él de pequeño, en la que en la mayoría de las veces también salía yo. Ya había probado a decirle que no pasaba absolutamente nada si necesitaba retomar el contacto con él, que lo entendía, que el amor de una madre es incondicional y que por muy malos que sean los hijos, están obligadas a quererlos, pero mamá siempre insistía en que no. Que estaba bien. Que se le pasaría. Que lo que más le dolía era haber visto que la visión que tenía de él en su mente no era más que una ilusión, que se parecía más a mi padre de lo que ella creía, que era más Cooper que Whitelaw, que nunca había formado parte de nuestra familia realmente, que siempre había estado de parte de ellos.
               -No puedes pasarte la vida sintiéndote culpable por el sufrimiento que otra gente les ocasiona a tus seres queridos-me había dicho Claire en una sesión, cuando me sacó el tema de mi familia paterna.
               -Sí, si sufren porque yo no les protegí.
               -¿De tu propio hermano?-Claire alzó las cejas, y yo me encogí de hombros.
               -No dejo de pensar que yo podría haber hecho más. Podría haber sido más… no sé. Comprensivo. Aaron se fue derecho a la boca del lobo sin que yo…
               -Tu madre lo sacó de allí y él decidió volver. No es culpa tuya.
               -No siento lástima por él. Siento lástima por haberle aplicado a él las cosas que aplico con los demás.
               -Piénsalo así: si las cosas fueran al revés, ¿tu hermano se preocuparía por lo que estar con tu familia paterna te hizo? Si hubieras sido tú el que se hubiera marchado y el que se hubiera convertido en la vida imagen de vuestro padre, ¿Aaron habría tenido tanta paciencia contigo como tú has tenido con él?
               Me costó un rato negar con la cabeza, no porque no estuviera seguro de la respuesta nada más la formuló, sino porque… era duro admitir que yo me preocupaba por mi madre tanto porque Aaron no se preocupaba apenas.
               -Tu problema es que eres tan protector que necesitas responder de los problemas de la gente incluso cuando no los ocasionas tú, Alec. Y eso es algo que no te va a traer más que sufrimiento. No tienes que tener a tus seres queridos metidos en una jaula de cristal para asegurarte de que pasen por la vida viéndolo todo, pero sin que nada les haga daño.
               -Es culpa mía que esté pasándolo así de mal.
               -No. Es culpa de tu padre. Igual que también es culpa de tu padre toda la historia que tiene con tu madre. Jamás ha sido culpa tuya, por mucho que trates de cargarte con ese peso a la espalda.
               Claire me prometió que trataría de apartar esos pensamientos de mi mente, que me diría a mí mismo que tenía que respetar el período de duelo de mi madre y asumirlo como algo normal, un proceso sano propio de una pérdida completamente comprensible. Pero era más fácil decirlo en su consulta que hacerlo, y cuando llegaba a casa y me encontraba a mamá echando la vista atrás y romantizando aquellos años en que ella había sido feliz con sus dos príncipes y su princesita bajo el mismo techo, me era imposible no decirle que recuperar ese pasado era factible.
                Pero aquel no era momento para lamentarse. Siguiendo las instrucciones de Claire, me imaginé a Aaron como si fuera un muñeco con el que no me interesaba jugar y que no quería que entorpeciera mi diversión. Lo metí en un cajón imaginario y lo cerré con una llave que destruí con una llamarada que sólo necesité mirar para poder invocar.
               Estaba con Sabrae. Mamá estaba con Dylan en el piso de abajo. La escuchaba reírse, así que estaba bien. No había fantasmas sobre ella, así que no tenía que haberlos tampoco sobre mi cabeza, y mucho menos cuando mi luna y mis estrellas estaba cerniéndose sobre mí.
               Vamos a hacerlo, vamos a hacerlo, vamos a hacerlo, pensé, deleitándome en que la convivencia con Sabrae sólo podía llevar a tres cosas: sexo, sexo, y más sexo. Puede que me encantaran estas sesiones de estudio, después de todo. Desde luego, si tenía una recompensa como la de ayer, me convertiría en el primero de la promoción.
               Bueno, quizá el primero era un poco pasarse, sobre todo porque Bey llevaba teniendo una media impecable prácticamente desde que nació. Quizá fuera la segunda de su parto, pero hasta ahí terminaban sus logros de plata. Cosa que se proponía, cosa en la que triunfaba.
                -Bueno-ronroneé, alargando la E hasta convertirla en una palabra en sí misma. Le rodeé la cintura a Sabrae con un brazo y la atraje hacia mí todo lo que nuestras sillas nos permitieron-. Y ahora, ¿qué vamos a hacer? Porque yo tengo un par de ideas, si se admiten sugerencias…-le aparté la trenza del hombro y comencé a besarla por el cuello, y no pude evitar sonreír cuando un escalofrío la recorrió de pies a cabeza.
               Sin embargo, Sabrae tenía otros planes. Por descontado. Con la delicadeza de siempre, pero con la firmeza que a partir de ahora le obligaría a ir perfeccionando día tras día, me puso una mano en el pecho y me empujó suavemente para alejarme de ella. Se relamió los labios y se levantó, procurando no reírse de mi expresión confundida. Había hecho todo lo que me había pedido, así que, ¿a qué venía negarme la recompensa que me había ganado con creces? Su cuerpo era el mejor premio que yo podría alcanzar, y no es que a ella le supusiera ningún trauma concederme ese capricho.
               -Está todo controlado-me prometió, y yo sonreí.
               -¿De verdad?
               En el tiempo que tardó en coger la siguiente tarea, yo me la imaginé yendo a cerrar la puerta de mi habitación, levantándose la blusa y bajándose la falda.
               Lo cual hizo que me sentara mucho peor en el estómago cuando cogió un libro más gordo que mi polla (y, créeme, es muy gorda) y lo dejó caer sobre mi regazo de la misma manera que Hermione en Harry Potter.
               -Vamos a leer-sentenció. Qué irónico que el primer examen que suspendiera fuera justo uno de los que más me instó a preparar Sabrae. Me quedé mirando el título de la novela, La divina comedia, una edición adaptada a estudiantes de instituto con notas al pie de página explicando las referencias que la profesora de Literatura había ordenado comprar a los alumnos la misma mañana que yo tuve el accidente.
               -¿Leer?
               -Tienes que ponerte al día. Le he pedido a Bey que me haga una lista con los libros que han ido leyendo en clase para que puedas leértelos tú también, y así partas en igualdad de condiciones a la hora de hacer las recuperaciones.
               -¿Por qué has tenido que pedírselo a Bey? ¿Por qué no podías preguntárselo a tu hermano?
               -Porque no me fío de Scott. Seguro que se apiadaría de ti y me diría que la mitad de las cosas que tienes que estudiar no entran en el examen.
               Ah, el bueno de Scott. Sabrae casi se lo come vivo cuando, en la cena del sábado, la última noche de libertad de que había disfrutado, salió el tema de cómo me había puesto de histérico cuando me vi las cicatrices y creí que no le gustaría tan arañado como estaba. Por supuesto, todos lo comentamos con cachondeo, quitándole hierro al mini ataque que me había dado, pero Sabrae no estaba dispuesta a pasarles ni media a mis amigos, no cuando se reían de mi cuerpo.
               -Sois una putísima manada de sinvergüenzas-acusó Sabrae, y todos se quedaron callados, mirándola con terror-. No me puedo creer que seáis tan insensibles de reíros de algo que literalmente le ha provocado ataques de ansiedad a Alec. Debería caérseos la cara de la vergüenza, aunque para eso primero hay que tenerla. Menudos cabrones, vaya mierda de amigos sois. ¿A vosotros os molaría que Alec hiciera lo mismo con vosotros? Bueno, es que ni siquiera tenéis que poneros en la situación, porque Alec no es tan imbécil como lo sois vosotros.
               -A ver, Saab, tampoco hace falta que te enfades, la verdad es que lo saqué todo un poco de quicio y…
               Sabrae me fulminó con la mirada y yo también me callé.
               -¿Que lo sacaste de quicio? ¡Tienes derecho a agobiarte por lo que te parezca! ¡Tienes ansiedad, Alec, y que tus amigos se rían de tus problemas no va a hacer que se te quite ni que sea más fácil manejarla, precisamente! Deberían estar besando el suelo que pisas, y no vacilándote.
               -Si ya lo hacemos, Sabrae-se quejó Scott, el único de todos nosotros con huevos a decirle las cosas a la cara a Sabrae. Pero incluso él tuvo que callarse cuando ella escupió:
               -¡Silencio, adúltero!
               Scott y Tommy se encogieron un poco, pero en defensa de mi chica tengo que decir que no les echó en cara nada que no hubieran hecho. Por mucho que ya estuviera superado, ese asunto seguiría siendo una mancha en su expediente que se tendrían que esforzar mucho para mejorar.
               -¡Estás tú para darle lecciones a nadie sobre comportamiento ejemplar! No me lo puedo creer, que tengáis la audacia de venir y sentaros aquí, a la misma mesa que él, cuando lo que deberíais estar haciendo es suplicarle que os perdone.
               -Os perdono-me apresuré a decir.
               -Bueno, pues yo no-sentenció Sabrae, girándose hacia mí como un resorte-. Yo no pienso perdonarles porque no son mis amigos. Supongo que entenderás que me cabree y que quiera ponerlos en fila para darles de hostias. ¿Tú también, Tommy?-añadió, mirando al mejor amigo de su hermano. Tommy asintió con la cabeza, arrepentido.
               -Sí.
               -Bueno, pero Tommy me defendió. Realmente empezaron a tomárselo en serio gracias a él.
               -Sí, eso es verdad, Saab-dijo Jordan-. Los demás estábamos de cachondeo hasta que Tommy se dio cuenta de lo grave de la situación.
               -Qué vergüenza, Logan, qué vergüenza. Estás avergonzando a nuestro colectivo. Nosotros somos mejores que esto.
               -Sí, lo sé, la verdad que…
               -Eh, eh, eh, deja a Logan, Sabrae, que es un cachito de pan. Mira, todos metemos la pata alguna vez, pero eso no quiere decir que haya que echar a Logan de la mafia del alfabeto, ¿mm?
               La verdad es que me había preocupado que mis amigos se molestaran por lo que les había dicho Sabrae, pero una vez se calmaron las aguas y todos me pidieron perdón por separado, asegurándose así de que yo sabía que sus disculpas eran sinceras, supe que Sabrae había hecho lo correcto, y que una herida que yo no sabía que tenía en mi interior podía sanar gracias a ese gesto suyo.
               -¿Te arrepientes de algo de esta noche?-le había preguntado en el cuarto del sofá, cuando vinieron a la mente de nuevo las imágenes de su hermano poniéndome una mano en el hombro, mirándome a los ojos, diciéndome que lo sentía, y que se alegraba de que Sabrae estuviera a mi lado para defenderme ahora que yo no lo hacía.
               -Sólo de no haberles pegado-sonrió ella, jugueteando con su pelo. Me reí.
               -¿Y de algo en referencia a mí?
               -Si estás pensando en que lo que he hecho yo hoy ha sido lo mismo que hiciste tú con mis amigas en Nochevieja… un poco. Ahora entiendo un poco mejor por qué lo hiciste. Así que gracias.
               Me había besado el costado y se había acurrucado contra mí, disfrutando de mi cuerpo y de que parecía estar hecho para ella.
               No entendía por qué el sábado habíamos tenido tanto y ahora teníamos tan poco.
                -¿Y por qué te fías de Bey? Está enamorada de mí. Igual quiere que caiga rendido a sus pies a base de hacer que tú no me parezcas atractiva.
               Sabrae se me quedó mirando.
               -Alec-dijo, en el mismo tono que yo decía mis “Sabrae” antes de soltarle una vacilada de ésas que la dejaban perpleja-. Que en Barcelona tuve que echarte del baño porque querías verme mear. Yo siempre te voy a parecer atractiva.
               -Puede-admití-, pero aquello era por pura curiosidad científica. Nunca te he visto hacer su necesidades, ¿quién me asegura a mí que eres humana y no una diosa?-le acaricié la parte trasera del muslo, subiendo hasta sus nalgas, y ella puso los ojos en blanco.
               -No vas a conseguir escaquearte de tus tareas a base de hacerme la pelota.
               -¿Y si te hago otras cosas?
               Puso los ojos en blanco, y para mi horror, se dio media vuelta y se acercó a su mochila, de la que también extrajo un libro.
               -¡Sabrae!-protesté, alargando mucho la última letra de su nombre.
               -Sabrae-replicó ella, haciéndome burla, en el mismo tono que yo, alargando de la misma manera su nombre.
               -No quiero leeeeeeeeer.
               -No quiero leeeeeeeeer.
               -Eres mala.
               -Eres mala.
               Se me ocurrió una idea. Si se iba a dedicar a repetir todo lo que yo dijera igual que un loro, bien podía aprovecharme de eso.
               -Quiero follar-la tanteé, levantándome y acercándome a ella, que se había tumbado sobre su costado, había extendido las piernas y había entrelazado los tobillos.
               -Quiero follar-repitió, sin apenas hacer caso de lo que decía.
               -¡Genial! Pues al lío-aullé, lanzándome a por ella, rodeándola con el brazo y girándola para ponerla de cara al centro de la cama, donde ahora estaba yo. No quería que se cayera. Sabrae dejó escapar un grito ahogado, se echó a reír, y me dio un manotazo cuando yo le pellizqué el culo con toda la mano e hice el típico sonido de bocina, confiando en que se reiría más, se enternecería, y se dejaría llevar por sus instintos más primarios.
               Fracasé.
               Me apartó la mano de su cuerpo y señaló el libro que había dejado sobre mi escritorio con el pulgar flotando por encima de su hombro.
               -A trabajar.
               -Pero ¡Sabraeeeeeeeeeeeeeeeeeee!
               -¡Sabraeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!-baló ella, riéndose. Me incliné para besarla. Vamos, nena. No te hagas la dura conmigo.
               -Te quiero.
               -Gracias-replicó. Me eché a reír.
               -Serás zorra.
               Sonrió, volvió a abrir el libro y esperó con paciencia a que yo me fuera con el mío. Al final, me rendí.
               Sólo me dejó besarla en el trayecto a su casa, y yo aproveché cada paso que dábamos para recordarle cuáles eran los orígenes de nuestra relación: físicos. De contacto. Pura pasión, todo lujuria. Los sentimientos habían llegado después, pero incluso con un amor tan potente como el que nos profesábamos, del que estábamos tan seguros y que ni nos atrevíamos a poner en duda, teníamos que expresarlo de alguna manera. Necesitaba canalizar todo lo que sentía por ella, y ¿qué mejor canal que mis manos?
               Por eso insistí al día siguiente en el contacto, pero quizá con un poco menos de intensidad. Dado que ella consiguió mantener su férrea disciplina conmigo, y hacer que mi polla no tuviera ocasión de escaparse de mis pantalones para ir a su sitio preferido en el mundo, decidí pasar a la acción.
               El tercer día de estudio en serio, cuando llegó a mi casa me encontró tumbado en la cama, completamente desnudo salvo por un folio en el que había dibujado una hoja como las que cubrían las partes íntimas de los protagonistas de los dibujos animados en escenas como la que yo estaba protagonizando. Sabrae se quedó plantada en la puerta, observándome con ojos como platos.
               A modo de respuesta, como diciendo “sí, estás viendo bien”, le dediqué una sonrisa torcida y elevé las cejas unas cuantas veces. Esto es real, nena, y esto es tuyo. No se me escaparía. Esta vez no. Mi cuerpo desnudo tenía en ella los mismos efectos que el suyo en mí. Podíamos estar tan tranquilos (es decir, todo lo tranquilos que podíamos estar juntos), y, de repente, algo de la anatomía del otro despertaba nuestros instintos más primitivos. Lo había comentado con Claire y me había dicho que eso era normal en algunas parejas, especialmente las que no habían empezado con buen pie, como había sido el caso de Sabrae y mío.
               -¿Tiene algún nombre?
               -Probablemente-Claire se había encogido de hombros-, la verdad es que no lo sé. No estoy especializada en la relevancia del sexo en las relaciones. Me he centrado más en otros campos de la Psicología, pero no me extrañaría que mis colegas se refieran a esto con algún nombre rimbombante, como… “reforzamiento por apareamiento”, o algo así.
               Me había encantado la expresión, y la adopté nada más escucharla. Estaba más que dispuesto a ponerla en práctica, y si alguna vez se nos presentaba la ocasión de formar parte de un ensayo para probar su eficacia, bueno… digamos que, si por mí fuera, se haría oficial y se  estudiaría como asignatura troncal en todas las facultades.
               Claro que había calculado mal hasta qué punto Sabrae se guiaba por sus instintos más bajos. Después de todo, era más terca que una mula, y detestaba perder casi tanto como yo.
               Y, en cierto modo, Sabrae sentía que estaba echándole un pulso en el que lo que se jugaba era mucho más que nuestro orgullo: lo que estaba sobre la mesa no era otra cosa que mi futuro, y ella no estaba dispuesta a arriesgarlo sólo por sucumbir a mis encantos y sus caprichos momentáneos.
               -¿Qué haces, Alec?-me preguntó, y yo me acaricié la pelvis.
               -Darte la bienvenida a casa. Te he hecho el trabajo para que no perdamos tanto tiempo. Los descansos son importantes.
               Puso los ojos en blanco, se afianzó la correa en la mochila, avanzó hacia mi armario, y me lanzó unos pantalones vaqueros y una camisa que sacó sin apenas comprobar que conjuntaran.
               -Vístete-ordenó con el cansancio de una profesora que se ocupa de una clase de preescolar a pesar de no tener vocación de docencia, y que ha llegado a ese trabajo de rebote, como quien acaba currando en una gasolinera-. Dado que no puedes comportarte, empezaremos a estudiar en la biblioteca.
               Y así iniciamos nuestra tradición diaria de ir a la biblioteca, y ella pegarme bufidos cada vez que intentaba hacer algo con ella que no fuera estudiar. Me tendía de mala gana los lápices que yo le pedía, sabedora de que eso sólo era una excusa para poder tocarle los dedos como si fuera un accidente, y me arrebataba el móvil de las manos en cuanto yo hacía amago de contestar mensajes de alguien que no fuera mi madre.
               Pensé en cambiarle el nombre a Jordan o a Bey, pero me di cuenta de que sería demasiado cantoso si de repente mamá empezaba a escribirme por tres conversaciones distintas y paralelas, así que no me quedó más remedio que resignarme y estudiar. Sabía que mi labia y mi gracia natural no me sacarían del lío en el que me había metido yo solito, y aunque mi vuelta al instituto para hacer un examen había sido épica (me había plantado allí con gafas de sol, un bastón de ciego que le había pedido prestado a uno de los vecinos, y con Trufas atado en una correa haciéndome de conejo guía; lo cual fue bastante mala idea, ya que el animal se dedicó a corretear por la clase durante el examen, distrayéndonos a todos), quería hacer las cosas bien.
               Por Sabrae especialmente.
               Y también por mí. Cuando recibí el primer aprobado, Sabrae saltó sobre mí y me chilló que estaba orgullosísima, lo que contribuyó a aumentar el nudo en mi estómago que nada tenía que ver con sufrimiento. Era como si tuviera un globo hinchándose en mi pecho, unos coros tronando ¿lo ves? ¿lo ves?, mientras éste aumentaba y aumentaba, para revelar en su superficie un inmenso siete, la nota que había sacado en el primer examen que hice desde mi accidente. No pude evitar preguntarme si habría mejorado tan notablemente en mi currículum si no hubiera tenido el accidente, si habría influido en algo el hecho de que me hubiera pasado casi dos meses en el hospital para que el profesor se apiadara de mí. No obstante, aparté esos pensamientos en cuanto pude, sabiendo que Claire me había enseñado que en eso consistía torpedearme: en asumir como propias mis derrotas y dudar de mis éxitos, creyendo que eran culpa de alguien más y que habían recaído en mí por casualidad.
               No. Me había esforzado. Y ahora tenía lo que me merecía.
               Algo dentro de mí cambió con ese primer aprobado. Me di cuenta de que Sabrae se esforzaba por algo, que no creía en mí a ciegas (o eso pensaba yo por aquel entonces), y que sería capaz de conseguirlo si me concentraba lo suficiente. Comencé a pedirle sexo, pero con más sutileza y menos ganas. Si bien me moría por estar con ella, entendía que ella estaba haciendo un esfuerzo titánico para conseguir que yo alcanzara la cima que estaba destinado a coronar.
               Era como si todo mi mundo hubiera estado en pausa, esperando para decidir si el meteorito lo destruía o lo esquivaba en el último minuto, hasta que recibí aquella noticia. Era precisamente el impulso que necesitaba: me di cuenta de que no se lo estaba poniendo nada fácil a quienes me rodeaban, y decidí cambiarlo inmediatamente. Si había que estudiar, estudiaría. Podía perder el tiempo más adelante, cuando estuviera al mismo nivel que mis amigos, cuando continuáramos en el mismo momento de nuestras vidas y yo no tuviera que correr para ponerme a su altura.
               Esa pequeña recompensa fue el viento que impulsaba mis alas, una corriente ascendente haciéndome subir por encima de las nubes y descubrir que, más allá del huracán, reinaban la paz y las estrellas. Las constelaciones que me habían visto nacer, dar mis primeros pasos, mis primeros besos y entregar mi corazón estaban de nuevo ahí, marcándome el camino a seguir, celebrando conmigo mis triunfos.
               Esas constelaciones eran las mismas que me habían juntado con Sabrae, así que no podía defraudarlas. Empecé a comportarme con ella. Me moría de ganas de besarla, de acariciarla, de poseerla, de aprovechar el tiempo perdido con ella, pero sabía que la ponía en un compromiso haciéndola elegir entre mi futuro y su lujuria, así que poco a poco conseguí ir controlándome, manejando esa atracción que tiraba de mí cada vez que la veía y me suplicaba que colisionáramos hasta que nuestros átomos se fundieran y fuera imposible volver a separarnos.
               De vez en cuando caía en la tentación y le pedía que se quedara conmigo de noche, pero no volví a ponerla en compromisos como el de aquellos primeros días, en los que estar conmigo suponía un esfuerzo de autocontrol.
               Y no sólo eso: todo dentro de mí encajó. Volví a ser el de antes, a tener un propósito, un papel que representar en aquella inmensa obra de teatro que era mi vida. Ayudaba a mi madre, estaba con mi abuela, me quedaba con mis amigos en los recreos en los que teníamos un examen de forma contigua, y acompañaba a mi hermana a ballet, ida y vuelta, dejándola sin excusas para estar con Trey. Que se joda. Primero iba yo; yo la había descubierto antes que él, y había cedido mis privilegios durante demasiado tiempo.
               La última noche de mi reclusión en casa, el domingo previo al lunes en el que ya volvería a ir a todas las clases, estaba reflexionando sobre lo mucho que había cambiado mi vida y cómo volver a clase era el último paso para reclamar mi normalidad de nuevo, cuando Mimi me encontró sentado en el jardín, contemplando las estrellas, con la brisa nocturna revolviéndome unos mechones de pelo que Sabrae no paraba de insistirme en lo mucho que me habían crecido.
               Sí que me lo notaba más largo, pero no quería cortármelo aún. Quería recuperar mi aspecto anterior cuando todo en mí volviera a ser como antes: músculos, sentimientos, rutinas. No quería forzar al Alec de antes del accidente a volver a un cuerpo que, quizá, no estaba aún preparado para él.
               Si todo salía bien mañana, me cortaría el pelo y podríamos fingir que el accidente simplemente no había pasado.
               Mientras tanto, me quedaba disfrutar de la sensación de libertad y de vértigo tan típica de cuando tienes el pasaporte y el billete de avión en la mano y estás a punto de embarcarte en un viaje que sabes que te cambiará la vida. Y esa sensación de libertad era física: estaba en mis pulmones llenándose del aroma del césped y el perfume de las flores de mi madre, en el cosquilleo de la brisa en mi pelo, en el frío que me empapaba los músculos de los brazos, más cálidos que el resto de mi cuerpo por culpa de unas agujetas que llevaba lamentando todo el fin de semana, pero que me hacían sentir bien, como sólo las agujetas pueden complacerte.
               Tenía las rodillas dobladas, los antebrazos apoyados sobre ellas, y la cabeza fija en el un cielo despejado que parecía un regalo cuando Mimi se asomó al jardín.
               -¿Qué haces?
               -Sentir-dije, porque soy un intenso. Aparentemente, Sabrae lo achacaba a que era Piscis, pero yo estaba convencido de que se debía menos a cómo estuvieran las constelaciones cuando nací, a la manera en que Sabrae y Claire habían conseguido sacarme del cascarón. Ahora que no lo vivía todo a través de una pantalla, mis emociones me sobrepasaban. Me embriagaban. Me parecía mentira haber sido capaz de vivir durante dieciocho años y haber disfrutado tanto de la vida cuando lo había hecho prácticamente de puntillas. Lo único que me había detenido a saborear había sido el regusto de las mujeres en mi lengua, la reverberación de mi nombre en sus bocas mientras me gemían en el oído; el ardor de las heridas de mi espalda cuando me clavaban las uñas en ella mientras las poseía.
               Ahora, sabía que había mucho más que el sexo. Mi mundo ya no se pintaba solamente de los colores que hubiera sacado Durex. Había una nueva paleta que ensombrecía a la anterior, que demostraba lo que realmente era: tan solo una gama de grises en un arcoíris.
               Y sabía de sobra a quién tenía que agradecerle haberme quitado la venda de los ojos y haberme maravillado de todos los colores que me esperaban al otro lado, lejos ya de una visión monocolor. La misma persona que se sentaba a mi lado y no me dejaba distraerme, la que me había convencido para que fuera al psicólogo, la que me había mirado a los ojos, me había cogido la mano y me había prometido que jamás me abandonaría cuando yo estaba convencido de que no valía el tiempo de nadie, y mucho menos el de ella.
               Esa noche estaba tranquilo. Me creía el dueño de un universo que se expandía hasta el infinito sobre mí. Sabía que el año de voluntariado se me haría corto, pero no porque no fuera a echar de menos a Sabrae cada segundo: se me haría corto porque lo superaría, y pronto no sería más que un recuerdo que rememoraría a toda velocidad cuando volviera a tenerla entre mis brazos.
               Desnuda.
               En una cama que pagaríamos con nuestro dinero, en una casa que pagaríamos con nuestro dinero, con nuestros trabajos. Unos trabajos que mañana comenzarían a hacerse un poco más reales.
               -¿Me puedo sentar contigo?-me preguntó Mimi, y yo le sonreí sin mostrarle los dientes y di unas palmaditas en el césped a modo de respuesta. Mimi había sido la gran olvidada esos días, pero se había mantenido estoica. Sabía que no era momento de reclamar su papel, y que unos pocos minutos de mi tiempo era todo lo que yo podía ofrecerle y mucho más de lo que se atrevía a pedir.
               -¿Estás nervioso por lo de mañana?-preguntó, abrazándose las rodillas y apoyando la mejilla sobre ellas. Pensé un instante mi respuesta.
               -Nervioso, no. Ansioso. Tengo ganas-me sorprendí diciendo, y los dos sonreímos. ¿Yo, diciendo que tenía ganas de volver al instituto? Llevaba sin emocionarme la vuelta al cole desde los seis años, cuando descubrí que podía ver a mis amigos sin tener que ir a clase, además de que tenía relación directa con las irremediables despedidas de todos los veranos de Grecia.
               -Todos estamos muy orgullosos de ti, Al. Es genial todo lo que estás consiguiendo-comentó mi hermanita-. Diría que es increíble, pero en realidad a nadie le sorprende. Sólo tú podrías hacer posible todo esto.
               Sonreí, le di un beso en la cabeza y dejé que se acurrucara contra mi cuerpo. Mimi exhaló un suspiro y presionó mis costillas, acercándose un poco más a mí de lo que ya lo estaba. Reconocí ese gesto inmediatamente, y supe que algo acababa de encajar entre nosotros, la penúltima pieza del puzzle.
               -Cómo echaba de menos esto-comenté, y Mimi entreabrió los ojos y me miró desde abajo.
               -¿Las flores de mamá?-preguntó. Todas las noches del comienzo del fin de la primavera, mamá dejaba las puertas del invernadero abiertas para que el aroma de sus flores llegara flotando hasta la casa, impregnara la colada y llenara hasta el último rincón de las habitaciones. Por eso nos encantaba la primavera en casa: porque, al igual que sus flores, mamá se expandía y exhibía su felicidad.
               Esa noche, la fragancia de las flores flotaba en el aire, escapándose por las ventanas abiertas, recordándonos tiempos en que Mimi y yo no hacíamos más que gritarnos hasta que nos poníamos el pijama, momento en el que empezaba una tregua indefinida… hasta la mañana siguiente.
               -Ser el mayor.
               Rodeé a Mimi con el brazo, confiando en que entendería todo lo que eso suponía. Ser el mayor implicaba cuidar, pero porque podía hacerlo; implicaba ser protector, porque estaba hecho para ello; implicaba llevarme broncas, porque las soportaría.
               Implicaba despertar orgullo, porque era el primer bastión de resistencia. La representación. El faro de esperanza que había por encima de la línea de la costa, en un horizonte negro, avisando del peligro. Las luces indicando el camino, igual que las estrellas.
               Ser un modelo a seguir.
 
Y, ahora, ya no lo era. Todo ese esfuerzo había sido en vano. No habíamos hecho más que perder el tiempo, yo no había hecho más que presumir de mis carencias. Y lo peor es que no era sólo mi tiempo el que había perdido, sino también el de los demás: mis amigos, que habían tenido que resignarse a estudiar conmigo incluso cuando algunos ya habían terminado sus exámenes; mis padres, que me habían llevado y traído del hospital para que yo no perdiera más tiempo del estrictamente necesario en el transporte público; Mary y Mamushka, que ya no me buscaban las cosquillas porque sabían que no podía perder el tiempo discutiendo…
               … y Sabrae. Sabrae, que había renunciado al sexo, a estar con sus amigas, a descansar todo lo que se merecía, por estar junto a mí al pie del cañón.
               Como estaba haciendo ahora. Se inclinó hacia mí, aún sorprendida con la noticia del examen, sin poder creérsela, como si creyera que mi suspenso se tratara de un error y no de la consecuencia de meses y meses tocándome los huevos, haciendo lo mínimo posible y ganándome a pulso la antipatía de mis profesores.
               No había manera de interpretar aquello que no fuera esa: un suspenso como una casa, el castigo que me había buscado prácticamente desde que empezamos el curso. No había lugar a errores, me había tocado los huevos durante todo el curso y ahora que me veía con el agua al cuello, me llegaba mi recompensa.
               Menudo puto gilipollas estaba hecho, tragándome las ilusiones que había creado para Sabrae. Yo era mejor que eso, sabía cómo era realmente, cómo su fe podía hacer que viera lo mejor de mí, incluso cuando no estaba ahí. Sabrae siempre veía el vaso medio lleno, y con más ganas aún cuando se trataba de mí, así que no podía ver que yo no tenía ni siquiera un vaso que llenar. No había donde depositar esperanzas, y sin embargo eso era justamente lo que habíamos hecho: desear un futuro mejor, un futuro que yo me había cargado a lo largo de toda mi vida y que ahora no iba a recuperar por mucho que me esforzara. Un mes en dieciocho años era un porcentaje mínimo, irrisorio.
               Pero lo que más me jodía no era eso: lo que más me jodía era haber albergado la esperanza durante un instante. A pesar del esfuerzo que me había supuesto, habían sido unas semanas gloriosas, en las que había encontrado el propósito de mi vida, la forma de hacer que todos estuvieran orgullosos de mí incluso sin tener que subirme a un ring. Por primera vez desde que había colgado los guantes, me levantaba para algo. Hacía algo con mi vida. Ya no sólo vivía, sino que trabajaba para conseguir algo. Y, con esos propósitos, esa sensación de validación y las esperanzas echando a volar, me había atrevido a soñar a lo grande, algo que jamás se me habría ocurrido de no estar borracho de la confianza de Sabrae.
               Ahora que los había visto, era muchísimo más difícil despedirse de esos sueños. Las sábanas, la cama, la casa, los trabajos, las agendas infernales y los segundos que pasaríamos juntos, que valdrían su peso en oro por lo escasos y por lo deseados. Ya no tendría ese trabajo guay que hiciera que Sabrae sonriera al hablar de mí con sus amigas, ya no tendría un sueldo digno con el que tratarla a cuerpo de reina, ya no habría vacaciones en lugares exóticos ni podría pasearme en reuniones de negocios millonarios con un traje caro y la cintura de una Sabrae colmada de joyas en mi brazo.
               Jamás estaría a su altura. Un repetidor no puede aspirar a tener el mismo tratamiento que la primera de su promoción.
               -No pasa nada-trató de consolarme-. No pasa absolutamente nada, Al. Todos tenemos tropiezos de vez en cuando. Tú mismo has tenido lesiones; sabes que lo importante no es esquivarlas, sino asumirlas con deportividad, caerte al suelo y levantarte. Los campeones no se miden por su  forma de evitar los daños, sino por cómo se levantan cuando los derriban.
               -Esto no es boxeo, Sabrae. No es lo mismo-gruñí, con lágrimas en los ojos. Me prometí que no iba a llorar delante de ella, que no me derrumbaría, que sería el hombre que ella necesitaba que fuera. Pero ahí estaba, a punto de echarme a llorar como un crío rabioso que no sabe encajar los golpes, que se cree más maduro de lo que realmente es, y al que la vida no ha dejado de darle palos, que acusa ahora, justo cuando tenía que ser fuerte. Mi padre, mi hermano, mi herencia…  todo. Todo estaba sobre mis hombros, concentrado en ese tres y medio.
               No había nacido siendo suficiente. No había parado los golpes de mi madre.
               ¿Cómo coño pensaba que iba a salir victorioso de esto?
               ¿Cómo mierdas había tenido la cara de malgastar el tiempo con Sabrae? Nos quedaba un mes escaso, apenas unas pocas semanas, antes de que me fuera al voluntariado. Nuestra relación cambiaría. La etapa de luna de miel que estábamos viviendo ahora iba a terminarse. Y no tendríamos el apareamiento para reforzar la relación.
               Me quedaría atrás. Sería el segundón. Me conformaría con trabajos de mierda, viviría de ella, ella me pagaría los caprichos y se ocuparía de las deudas de la familia. Yo simplemente estaría ahí, adorándola, besándole los pies… pero, tarde o temprano, aparecería otro. Más guapo, más rico, con más mundo, con más posibilidades; alguien que pudiera poner el universo a sus pies, darle joyas, vestidos caros, coches lujosos. Todo lo que ella se merecía.
               ¿Cómo me miraría en el espejo cuando ella tuviera que renunciar a planes por mi puto orgullo? ¿Cómo me dormiría por las noches sabiendo que el peso de la relación recaía en ella? ¿Cómo iba a vivir sabiendo que le estaba quitando las posibilidades de vivir como una diosa, simplemente por quererla más que el resto?
               Sabía que no me abandonaría. Eso era lo único que sabía a ciencia cierta. Cómo llevaría yo el saber que le acababa de cortar las alas y guardárselas en un cajón bajo llave, ya se me escapaba.
               -Por supuesto que es lo mismo. Te has caído y levantado más veces. Has tenido lesiones y combates más jodidos que esto-me animó-. No hay nada que no puedas hacer.
               -Sí que lo hay, Sabrae, ¡joder! ¡No puedo hacer esto!-bramé, y ella abrió muchísimo los ojos-. ¡¿No lo entiendes?! ¡Superaba las lesiones porque sabía que podía! ¡Salí del coma porque sabía que podía! ¡Pero no sé cómo hacer esto! No sé cómo, yo…-jadeé, enterrando la cara entre las manos y hundiéndome entre mis rodillas, haciéndome una bola de protección que hiciera que el universo pesara menos sobre mi cabeza.
               Ella, que era una santa, se puso de rodillas y me cogió las manos para obligarme a mirarla. La observé a través de mi cortina de lágrimas, lamentando que no hubiera ni un ápice de decepción en sus ojos: sólo así podría dejarla marchar, regalarle la vida que se merecía.
               Me había retirado subcampeón. Sabrae no se merecía menos que una leyenda, y yo me había retirado subcampeón.
               -Alec-me cogió las manos y me las besó-. Para. Por favor, para. No te preocupes. No quiero que escuches las voces de tu cabeza. Escúchame a mí. Sólo a mí, ¿quieres?-me acarició la palma de las manos con los pulgares, asegurándose de que tenía toda mi atención. Por supuesto, no necesitaba ningún seguro. Ella me absorbía completamente en el momento en que entraba en la habitación, sin importar qué otras maravillas hubiera en ella, todas incomparables a Sabrae-. Puedes con esto. Sé que puedes. Eres la persona más luchadora que he conocido en toda mi vida. Eres fuerte, eres valiente, y no te rindes. No cambies ahora. Has llegado demasiado lejos para cambiar ahora.
               -No voy a conseguirlo, Sabrae, no voy a…
               -Sí que lo vas a conseguir. Por supuesto que sí. Eres listo, mucho más de lo que tú piensas. Esto sólo ha sido un traspiés. Simple y llanamente. No quiero que creas que esta nota te define. En esta habitación hay cientos de cosas que dicen más de quién eres que este folio arrugado. Toda esta habitación es el santuario que necesitas para recuperar fuerzas, está lleno de la energía de tu grandeza: tus fotos, tus trofeos. Incluso la cama puede recordarte qué eres capaz de hacer-sonrió, y yo noté que lo hacía a través de mi tristeza.
               -Deja de confiar así en mí. No soy tan infalible como piensas. Aquí está la prueba-sacudí la puta hoja frente a nosotros, pero Sabrae no la miró. Estaba concentrada en mí-. No voy a conseguirlo, pero siempre lo supe. En el fondo, siempre supe que lo que estábamos haciendo no serviría de nada. Lo que pasa es que por un momento… sólo un momento… creí que podía equivocarme. Creí que tú volverías a tener razón. Que, por una vez, tu confianza en mí estaba justificada.
               -Y lo está.
               -Lo dices porque estás enamorada de mí, Sabrae. No eres objetiva en esto.
               -No, no lo soy ahora-asintió, acariciándome la rodilla-. Pero sí lo era antes. E incluso antes me equivoqué. Mi peor error fue subestimarte, Alec. Creer que eras peor de lo que realmente eres. Y tú me has demostrado hasta qué punto me equivocaba contigo. A partir de ahora, siempre apostaré por ti, no importa cómo de fuertes parezcan ser tus rivales. Siempre apostaré por ti, incluso cuando luches contra ti mismo.
               -No quiero seguir hablando de esto. No quiero… hemos perdido muchísimo tiempo. ¿Sabes las cosas que podría haberte hecho estas últimas semanas? ¿Los polvos que podríamos haber echado? ¿Los planes que podríamos haber hecho? Nos habríamos pasado tardes enteras en el parque aprovechando el buen tiempo, o en la playa. Joder, Londres está explotando con vida y posibilidades a medida que se acerca el verano y yo… yo te he encerrado en mi habitación.
               -No me has encerrado en ningún sitio. He venido yo porque quería. Y lo querré siempre.
               -Quiero aprovechar el tiempo que nos queda juntos.
               -No nos vamos a morir por intentar seguir.
               -No quiero seguir, Sabrae. No me quedan fuerzas para seguir. Quiero hacer planes contigo, quiero ser un chaval normal de dieciocho años, desmadrarme en mi último verano antes de la universidad…-hice una mueca al darme cuenta de que aquel verano sería distinto para todos mis amigos de lo que iba a serlo para mí. Para mí, no sería más que otro verano entre cursos de instituto, solo que con la incertidumbre de un nuevo septiembre en el que ya no sabría con quién me tocaría sentarme.
               -Puedes tener todo esto y graduarte, Al-susurró. Negué con la cabeza.
               -No. Ahí, te equivocas. Son excluyentes, nena. Son excluyentes, y yo ya he elegido lo que quiero. Que les jodan a los libros. Te quiero a ti.
               Sabrae se mordisqueó el labio, pensativa. Giró la cabeza y miró mis cosas desparramadas por el suelo como los escombros de un monumento derruido por un terremoto. Al final, la madre naturaleza siempre encuentra la manera de poner las cosas en su sitio.
               -No me obligues a recogerlo-le pedí-. Si me haces sentarme una vez más en ese escritorio, me volveré loco. No quiero pasarme lo que me queda en Inglaterra dándome cabezazos contra la pared.
               Sabrae se lo pensó un momento. Un momento en el que decidió si nuestras posibilidades en el futuro valían el sacrificio de nuestro presente.
               Una parte de mí murió cuando cedió. Me di cuenta entonces de que nos quedaba muy poco juntos, y que más me valía aprovecharlo. Sin perder un instante, rodeé sus caderas con las manos y tiré de ella para ponerla en pie frente a mí, en el sitio que le correspondía. Hundí la cara en su vientre, inhalando su aroma, tratando de memorizarlo.
               -Gracias-gemí-. Gracias, mi amor. Te adoro. No sabes cuánto te quiero. No sabes cuánto…
               -Lo sé, Al. Lo sé todo. Yo estoy igual-respondió-. Siempre he estado igual, y siempre lo estaré.
               No quise decirle que no podía prometerme seguir enamorada siempre de alguien hundido cuando estuviera en la cima, pero sabía que sus palabras eran sinceras, que realmente deseaba que fuese cierto lo que decía y que nuestra historia no tuviera un final.
               -Te quiero-me acarició la cabeza y me dio un beso, asegurándose de que sus palabras se grababan a fuego en mi pelo, en mi carne, en mis huesos, en mi cerebro. Todo yo estaba hecho de mi amor por ella, así que me resultaría fácil empaparme del suyo.
               Ninguno de los dos quiso hacer nada; a pesar de que coincidimos en que queríamos aprovechar el máximo tiempo posible juntos, estábamos demasiado tristes para convertir el sexo en nuestro antídoto ideal. Ya que no lo hacíamos tan a menudo, no queríamos contaminarlo con ese recuerdo.
               En su lugar, Sabrae me sugirió ir al gimnasio y darle un poco al saco. Sabía que me haría sentir mejor, como efectivamente sucedió. Las endorfinas del ejercicio obraron milagros en mí, e incluso conseguí apartarme de la cabeza el hecho de que Sabrae acabara de condenar nuestra relación.
               O eso pensaba yo.
               La verdad, no quería pensar en nada que no fuera la sensación del saco cediendo ante mis golpes, el sudor chorreándome por la espalda, o la forma en que mis pies poco a poco iban recuperando la agilidad de antaño. Estábamos solos mis guantes y yo, con Sabrae a un lado, ejercitándose también, pero lo bastante alejada de mí como para darme una prueba de cómo sería mi vejez sin ella. Aún no la conocía y ya me daba pena la chica que terminaría llegando después; no debe ser fácil vivir a la sombra del árbol más alto y majestuoso que jamás se haya elevado hacia las nubes.
               -¿Estás mejor?-me preguntó una vez nos encontramos fuera de las duchas de los vestuarios mixtos, en los que estábamos solos. Me entristeció pensar que ninguno de los dos pensó en hacerlo de nuevo allí.
               Me dolía cada hueso del cuerpo. Me había pasado con el entrenamiento porque Sergei me había visto tan mal que no se había atrevido a ponerme freno. Sabía que necesitaba tocar fondo para poder levantar cabeza, pero creo que había excavado demasiado profundo. Bueno, pensé con amargura, no pasará nada si mañana estoy hecho mierda y no puedo ir a clase. ¿Qué diferencia habrá?
               -Sí-contesté por encima de las protestas de mis músculos y mis costillas, que parecían al borde de un nuevo colapso. Aunque he de decir que me sentí un poco mejor cuando Sabrae se inclinó para darme un beso.
               Y algo dentro de mí explotó cuando llegamos a mi casa, subimos a mi habitación, y mis amigos soltaron un grito coordinado al verme abrir la puerta.
               -¡BÚ!-bramaron Jordan, Bey, Tam, Karlie, Logan, Max, Tommy, Scott y Diana.
               -¡JODER!-grité, llevándome una mano al pecho y haciendo que todos se echaran a reír. No me esperaba encontrármelos allí. Y, sin embargo, en cuanto los vi, supe de quién era la culpa. Como siempre.
               Miré a Sabrae, que sonreía más que nadie. Evidentemente, había metido la pata hasta el fondo creyendo que se rendiría sin luchar.
               -¿Qué coño queréis? ¿Matarme?-reprendí a los Nueve de Siempre con la incorporación americana incluida-. Pues ¡jodeos, que ya me conocen en el cielo y me van a mandar de vuelta otra vez! Todavía tengo muchos polvos que echar, muchos cunnilingus que hacer y muchas mamadas de que disfrutar, ¿eh, Saab?-le di un codazo a mi chica, que sonrió. Lo que ella no sabía era que no lo había dicho en el orden en que pensaba disfrutarlo. Lo que más me apetecía era darle placer a ella, y si acaso, centrarme en mí.
               -Ya que no conseguimos que fueras al invierno la otra vez, pues lo volvemos a intentar ahora-me pinchó Tam, y todos se rieron.
               -No fui al infierno, Tamika. Comprueba tus fuentes. Fui al cielo, ¿no ves que me lo merezco por todo lo que os aguanto? Francamente, me sorprende no tener ya las escrituras a mi nombre en mi poder.
               -¿Hemos dejado a medias un ensayo para que nos insultes?-Tommy puso los brazos en jarras y yo solté un gemido.
               -Oh, pero qué tierno, Tommy. ¿Qué pasa? ¿Quieres un morreo conmigo? Si te gustó el de Scott, seguro que el mío te encanta.
               -Claro que sí, campeón-Tommy me dio una palmada en el hombro y se sentó en la cama, al lado de Diana, que se apartó el pelo del hombro y me sonrió.
               -Nos ha dicho un pajarito que estabas un poco de bajón por haber suspendido un examen, así que hemos venido corriendo.
               -Dejadme adivinar, ¿el pajarito es un gorrión?-pregunté, rodeando a Sabrae por los hombros.
               -Dejadle que hable-pidió mi chica-, estoy muy intrigada por la asociación de ideas que acaba de hacer.
               -Eres pequeña, redondita y marrón.
               Max parpadeó.
               -Es un puto genio-se quejó.
               -Una especie aparte-asintió Jordan, poniéndose en pie-. Pero, ¡basta de autocompadecerse! Tenemos una misión y una misión solamente: borrarte esa expresión de inminente depresión de la cara antes de que nos la contagies a todos. Diana es modelo; no puede permitirse ir por ahí con unas arrugas de expresión más profundas que el Gran Cañón del Colorado.
               -Me ha encantado esa referencia, Jor, cómo se nota que te estás americanizando-rió Diana, apartándose el pelo de la cara.
               Y me sacaron por ahí a animarme. No hicimos nada especial realmente, pero a veces con unas cervezas con tu gente preferida en el mundo basta para que la tarde mejore.
               No había ni punto de comparación entre cómo había empezado la tarde y cómo la había terminado, pero todo tenía margen de mejora, así que no le hice ascos a la invitación de Sabrae de pasar la noche en su casa… de nuevo.
               -¿Te han echado de tu casa, chaval?-se burló Zayn cuando me vio entrar por la puerta y Sabrae anunció que había que ponerme un nuevo plato en la mesa-. ¿O es que con lo de ayer no te bastó?
               -Déjale en paz, papá-me defendió Sabrae como una joven y pequeña leona-. Está un poco de bajona.
               -¿Por qué?-preguntó Sher, extendiendo el mantel sobre la mesa antes de que Shasha colocara los platos. Zayn se había ocupado de la cena esa noche, espaguetis con queso. Un clásico atemporal que me abrió el apetito al instante.
               -Ha suspendido-explicó mi chica, tomando asiento en la mesa.
               -¿Y por eso te disgustas?-preguntó Shasha-. Scott tuvo una época en que no hacía más que suspender y se comportaba como si hubiera creado él el mundo.
               -Si tuvieras mi cara, comprenderías que tu mera presencia merece que le den las gracias-respondió Scott.
               -No te desanimes, Alec. Todos tenemos un mal día-me animó Sher, poniéndome una mano en el hombro.
               -Ya, bueno, supongo que tampoco debería sorprenderme, pero después de lo mucho que se está esforzando Sabrae, me da rabia…
               -Para. El que más está trabajando eres tú, sol.
               -Sí, pero aun así…
               -Es una faena, pero lo superarás, ya verás. Yo misma suspendí algunos exámenes, y…
               -¡MAMÁ!-aulló la nueva generación de Malik a coro, como si aquello fuera una blasfemia. Sher se rió.
               -Sí-asintió con la cabeza-, todos tenemos un pasado oscuro. Y aun así, mírame. Primera de mi promoción, tesis doctoral con matrícula de honor y mención especial… todo se puede lograr.
               -Y si no, siempre te queda ir a Cambridge-se cachondeó Zayn, dejando la fuente con ceremonia. Sher se estremeció de pies a cabeza.
               -Alec, cielo, yo te adoro y te quiero como si fueras hijo mío, pero…
               -Lo cual no es mucho-intervino Scott, riéndose, pero Sher lo ignoró.
               -.. como te acerques al campus de Cambridge, le prohíbo a Sabrae andar contigo.
               -Mamá, si te hubieras enterado de que papá iba a Cambridge, ¿qué habías hecho?-preguntó Shasha con inocencia.
               -Abortar a Scott-respondió Sher sin dudar.
               -¡MAMÁ!-protestó Scott, aterrorizado.
               -Papá, tenías una tarea para salvarnos a todos-acusó Sabrae.
               -No se puede confiar en los hombres-se lamentó Duna, y yo me reí.
               -Es la verdad, mi vida-Sher le acarició la mejilla a Scott, que incluso respiraba agitadamente-. Te quiero con locura, pero no podría permitir que tuvieras genes de Cambridge.
               -Pero en Cambridge también te piden un buen currículum para entrar. Tampoco es tan mala universidad. Es decir… no tan buena como Oxford-reculó Zayn al ver la expresión de Sher-, pero es bastante…
               -¿Tanto calor tienes en la cama que estás desesperado por dormir en el sofá, Zayn?-preguntó Sher con voz gélida.
               -Creo que no me va a dar la media ni para entrar en Cambridge, así que por eso no os preocupéis-me reí, y todos fruncieron en el ceño.
               -Pero, ¿tan mala es?
               -¿Qué es lo que has suspendido? Porque Sabrae dice que ibas genial.
               -Sí, bueno, e iba genial… hasta que me dieron la nota de hoy. Resulta que Literatura Universal no se me da tan bien.
               En la mesa se hizo el silencio. Zayn terminó de dar un sorbo a su bebida y luego empezó a girar la alianza de casado con el dedo pulgar, la vista perdida en algún punto de la pared por encima de mi cabeza.
               -Mmm, me pregunto a quién conocemos que tenga estudios superiores de Literatura y pueda echarte una mano a ese respecto… si conociéramos a algún profesor especializado en Literatura con tiempo libre que pudiera…
               -Papi…-ronroneó Sabrae, haciéndole ojitos.
               -Se refiere al tatuado-me aclaró Scott.
               -¿Qué haría yo sin ti, S? Seguramente me habría muerto a los 6 años-ironicé, poniendo los ojos en blanco. Luego, me giré hacia mi suegro-. Zayn, de verdad, lo aprecio de veras, pero… no quiero ser molestia.
               -A ver si lo aprecias cuando te haga una canción por haber corrompido a mi niñita, chaval-se echó a reír por encima de su copa-. Déjame hacer esto por ti. Te lo terminaré debiendo, créeme. Así, cuando un tema mío poniéndote a parir gane un Grammy, podré jugar esta carta para que no me demandes.
               -Yo no te demandaría nunca-le aseguré, llevándome una mano al pecho-. No tengo tanto valor.
               -¿Por? Yo tengo ganas de demandarle-me prometió Sher, guiñándome un ojo-. Seguro que así se le bajan los humos.
               -¿Os dejamos solos, o preferís público?-preguntó Zayn.
               -Yo no soy tímida. ¿Y tú, Al?
               -A mí me viene bien todo lo que tenga que ver contigo, Sher-me reí, y confieso que me fui a la cama más animado de lo que pensé que podría estarlo esa mañana, cuando me dieron el resultado del examen.
               Una parte de mí se preocupaba de que Zayn creyera que perdía el tiempo conmigo, que se estuviera dejando llevar por las referencias de Sabrae y se llevara una sorpresa desagradable cuando viera mis verdaderas posibilidades.
               Pero otra parte de mí, una parte que crecía con timidez pero firmeza, estaba convencida de que hacíamos las cosas por algo. Que todo obedecía a un plan mayor. La cuestión era, ¿merecía yo ese plan?
               Sabrae se tumbó en la cama a mi lado, vestida con una camiseta de tirantes de boxeo que yo le había prestado. Se hundió entre las sábanas y me miró en la misma pose que un precioso cocodrilo. Yo le rodeé la espalda con un brazo, la pegué a mí, y seguí con la vista fija en la pared, tratando de desentrañar los hilos de mi futuro, de adivinar si los esfuerzos que iban a dedicarme serían o no en vano.
               Que Zayn se ofreciera a echarme una mano significaba que no solo Sabrae apostaba por mí. También él. Y toda su familia.
               Nos vendría bien tener ese apoyo cuando yo me volviera majara otra vez.
               -Háblame, Alec-dijo por fin, nerviosa-. ¿En qué piensas?
               -Debe ser agotador-dije finalmente.
               -¿El qué?
               -Estar todo el rato tirando siempre por mí, hasta el punto de que incluso tu familia se  ofrezca a echarte una mano.
               Sabrae rodó hasta ponerse boca abajo, apoyada ligeramente sobre sus codos.
               -¿Sabes qué es agotador, Alec?
               La miré. Esperaba de corazón que no me dijera que era yo. De lo contrario, casi preferiría que me hubiera dejado postrado para siempre en la cama del hospital.
               -¿Qué?
               -Soportar que no te quieras cuando para mí sólo hay cielo desde que te conocí-constató con tranquilidad, y yo no pude evitar sonreír.
               -Joder, debes de quererme mucho para aguantar todo esto.
               -No tengo que aguantar nada. Cuando se trata simplemente de ti, lo disfruto. ¿Cuándo se te meterá en esa dura cabezota que tienes que estoy enamorada de ti?-me dio unos golpecitos con los nudillos en la sien, y yo hice una mueca-. Si me pasara medio año ayunando y me metieran en una habitación en la que estuvieras tú junto con todas las frutas más sabrosas del mundo, la primera de ellas a las que probaría serías tú.
               Se inclinó para darme un beso en los labios.
               -Te vas a graduar, Alec. Te lo prometo. Te lo juro por Dios. Te vas a graduar, como que yo me llamo Sabrae-me acarició el pecho, sus pestañas me hacían cosquillas en la mejilla-. Y mi nombre suena demasiado bien de tus labios como para que ahora tenga que empezar a responder por cualquier otro.
               Y, contra todo pronóstico, incluido mi buen juicio, la creí. Me vi recogiendo el diploma, con un traje nuevo, agitándolo en el aire y siguiendo con el rumbo que se suponía que debía llevar mi vida a esa edad.
               Ésa es una de las cosas que tiene la esperanza, para bien y para mal, para torturarte y para consolarte, dependiendo de en qué punto estés: que, incluso en los peores momentos, incluso cuando todo indica que es absurdo creer… nunca se va del todo.


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1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho ver la perespectiva de Alec sobre todo el inicio de las sesiones de estudio y como iba poco a poco inflándose como un globo a raíz de ir mejorando en las clases. Me ha dado un saltito al corazón cuando has hecho creer que Sabrae iba a rendirse, por un momento yo misma me lo he creído y me ha dado una pena terrible y algo pequeñito se ha roto dentro de mí, menos mal que todo era un señuelo capulla.
    Por último estoy deseando ver la sesiones de estudio que se van a marcar Alec y Zayn, si es que vas a narrarlas, que espero q si, se que si. Lo que puede salir de ahí me tiene ansiosa.

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