domingo, 4 de julio de 2021

Causas perdidas.


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Sé que debería haber sabido que tarde en temprano llegaría el momento de ponerme en mi sitio. Sé que no debería asustarme una cría a la que le saco dos cabezas. Sé que debería comportarme con ella con la tranquilidad y tesón con los que me comporto con el resto de mi círculo.
               Pero Sabrae no es como los demás. Sabrae podía ponerme entre la espada y la pared y hacer que me lanzara hacia la espada. Sabrae no era tan “fácil” de convencer como mi madre, ya no digamos como Jordan. Si jugaba bien sus cartas, podría incluso quitarme la idea de la moto de la cabeza, y a mí eso me aterrorizaba.
               Todo porque ella era la única persona en el mundo que podía hacerme daño como el que me había concebido, y ni siquiera tendría que levantarme la mano: con alejarse de mi lado, simplemente me destrozaría. No tenía que hacer nada más que abrir la puerta, atravesarla y marcharse para siempre de mi vida, condenándome a una existencia que sería una penitencia.
               -¿Y se puede saber qué cojones hace tu puta moto de mierda en el jodidísimo garaje?
               Intenté que no notara que me había echado a temblar al escuchar el enfado en su voz. Sabía que se cabrearía, pero no pensé que lo haría tanto, igual que tampoco pensé que me quedaría tan poco tiempo. Comprendía que no le sentara bien lo de la moto; ella había vivido el accidente de una forma muy similar, y a la vez completamente distinta, a mí. La manera en que me había preguntado por qué quería guardar la pulsera del hospital me había dejado claro que ella prefería olvidar, cuando yo era más bien de los que mantenía bien presente el pasado para así poder construir mejor el futuro.
               -Te lo puedo explicar-aseguré, abriendo las manos a ambos lados de mi cuerpo. Quería que viera que estaba desarmado, que no había ningún truco, y que todo había sido un malentendido.
               Joder, ¿por qué había entrado en el garaje? ¿Qué había hecho que tuviera que ir hasta allí? Sabrae no era de las que husmean en las casas ajenas, y menos cuando en esa casa que le había dado por explorar estaba yo. Había muchas cosas que le interesaban en mi casa más que el garaje.
               -¿¡Y a qué esperas para empezar!?-bramó, dando un par de pasos hacia mí con la fuerza de una locomotora, la presencia de una soprano a punto de ejecutar el solo principal de la ópera que le da nombre a su personaje, y demostrar que no le han puesto un artículo a su apellido para consagrarla como diva para nada. Toda Sabrae exudada rabia, y me sorprendía que el aire a su alrededor no vibrara por la tensión que emanaba su cuerpo. Tenía las piernas semiflexionadas, lista para saltar hacia mí si se me ocurría dar un paso en falso. Me destrozaría sin tan siquiera pensarlo; sería instintivo para ella.
               Estaba en la misma posición en la que había esperado yo a mis rivales después de que el árbitro nos separara justo después del primer tono de su silbato.
               Y siempre terminaba con ellos cuando me ponía así.
               Me va a matar, volví a pensar, a pesar de que ahora que la tenía un poco más cerca, la diferencia de estatura entre nosotros se hacía más patente.
               Como si los treinta centímetros que nos separan supusieran un obstáculo insalvable para pegarte una patada en los huevos, la escuché en mi memoria, riéndose como no lo hacía ahora ante otra broma que le había gastado.
               Sentí un nudo en la garganta en cuanto abrí la boca para hablar, buscando las palabras con las que empezar mi discurso. Mierda. Contaba con haber tenido un tiempo de preparación, algo con lo que diseñar en mi cabeza cómo afrontaría el tema con Saab. Y, sin embargo, ahí estábamos ahora, a punto de lanzarnos de cabeza en una piscina que los dos habíamos visto previamente vacía.
               Carraspeé y volví a intentarlo, inhalando por la nariz para no atragantarme con las palabras de nuevo. No me convenía agotar su escasísima paciencia…
               -¡Espero de corazón que no estés haciendo el paripé mientras piensas una excusa!-ladró Sabrae, pegando un pisotón en el suelo con el que, si no lo había hecho ya, seguro que instaló el silencio en el piso de abajo. Al final, Mamushka iba a terminar pasándose a su equipo.
               -No estoy pensando ninguna excusa, es que no sé cómo decírtelo.
               -¿¡Qué tal sin preliminares, eh!? ¡Sabes que puedo soportarlo!
               Tuve que contenerme para no pensar en las veces en que la tensión sexual entre nosotros había sido tan fuerte que, efectivamente, no habíamos necesitado preliminares. No habían sido pocas las ocasiones en que nos había bastado con vernos para correr hacia el otro, encerrarnos en un baño y acoplar nuestros cuerpos con tan solo unos pocos besos de por medio.
               Tuve que contenerme porque, como pensara en Sabrae gimiendo en mi oreja mientras su coño exprimía mi polla, seguramente me pondría a sonreír. Y ella me daría una hostia.
               -He ido a recuperar la moto.
               -¡Eso ya lo veo!
               Me quedé en silencio. No se podía razonar con ella así.
               Bueno, no se podía razonar con ella cuando se trataba de este tema, punto. Por eso había contado con tener un tiempo para prepararlo. Se me había ocurrido decírselo después de un polvo. Me esmeraría un montón en conseguir hacerla feliz: puede que incluso hasta le pidiera a Tommy que me enseñara a cocinar algo que le gustara mucho y, así, enternecerla un poco más. Sabrae se volvía mucho más comprensiva cuando tenía el estómago lleno y una deliciosa capa de sudor perlando su preciosa piel fruto del ejercicio al que mi cuerpo la sometía.
               Joder, la única manera de que ella se tomara bien esto sería decírselo muy rápido mientras me esmeraba en comerle el coño. En pleno orgasmo no podía enfadarse, ¿verdad?
               -¿Te ha comido la lengua el gato? ¡Habla, Alec!
               -Es que no sé qué…
               -¡¿QUÉ HACE AHÍ LA MOTO?! ¿POR QUÉ HAS IDO A POR ELLA?
               Me relamí los labios. Que sea lo que Dios quiera, pensé, tomando aire de la misma manera que había hecho con los guantes puestos, un pantalón corto cubriéndome las piernas, y unas zapatillas de deporte con cuyos cordones esperaba no tropezarme.
               Me di cuenta de que nunca había sabido tan a ciencia cierta que salía a perder un combate como supe en ese momento que estaba perdiendo la discusión con Sabrae.
               -Voy a arreglarla.
               Sabrae se quedó en silencio, mirándome como si fuera un cachalote que acabara de emerger del suelo en medio de mi habitación. Vi cómo dentro de ella se desataba un tornado combinado con un tsunami, la erupción de un volcán y una explosión nuclear. No había apocalipsis que le faltara salvo, quizá, la colisión entre dos planetas.
               Tardé un segundo en darme cuenta en que la colisión sí se estaba produciendo, pero ella y yo éramos uno.
               Sabrae luchó contra sí misma. Sabía que lo había pasado mal, que aún lo pasaba mal, que cada día y cada hora y cada minuto y cada segundo suponía un reto para mí. Que por mucho que estuviera ya en camino de volver a ser quien era, todavía estaba muy lejos de esa meta del Alec de finales de marzo. Sabía que me hacía el fuerte el 99 por ciento del tiempo, que sólo dejaba caer mi armadura cuando su peso me dejaba completamente exhausto, y ahora era vulnerable. Sabía que tenía que estar ahí para mí, siendo como ella era: paciente, cariñosa y comprensiva. Tenía que sentarse en la cama, invitarme con unas palmaditas a ocupar el espacio a su lado, cogerme de la mano, tranquilizarse acariciándome las venas de la muñeca, y finalmente preguntar con suavidad por qué hacía las gilipolleces que hacía.
               Pero no podía. Podía perdonar a mis cicatrices, a mis crisis de ansiedad, a mi pulsera del hospital. Podía perdonar las maletas aún por terminar de deshacer, la sensación de desuso y esterilidad de mi habitación, que todavía no había tenido tiempo de revolver del todo a pesar de los días que había pasado ya en ella. Podía perdonar todos y cada uno de los rincones de nuestras vidas que le recordaban a mi estancia en el hospital.
               Pero no podía perdonar a la moto. No, porque la moto no era un recuerdo.
               La moto era la causa.
               Para Sabrae, lo que me había dejado tirado sangrando sobre el asfalto, muerto durante unos minutos, ya no era sólo el coche de Belinda. También era la moto.
               La moto y su incapacidad para convencerme de que no tenía que pagar mi parte de los viajes que ella me regalaba.
               La moto y sus ansias por que hiciera menos horas extra.
               La moto y la forma en que se había pegado a mí las veces en que había ido detrás de mí sobre ella.
               La moto y las veces en que había disfrutado viajando en ella conmigo.
               La moto y la conciencia de que yo no siempre respetaba los límites de velocidad.
               La moto y la culpabilidad que llevaba aprisionándole el pecho desde que la habían sacado de clase para darle la noticia horrible que nos unió para siempre.
               La moto. La moto. La moto. La moto representaba todo lo malo de lo que me había pasado en el accidente. Sólo lo malo.
               Supongo que esperaba que quedara abandonada para siempre en el depósito municipal, donde no podría hacernos daño, morderle la conciencia ni ponerme a mí en peligro.
                -¿Y cuándo hostias pensabas decírmelo?-escupió.
               ¿Te acuerdas de lo primero que te dije sobre mí? Seguramente que no, dado todo el trecho que hemos recorrido. Te lo recordaré: soy un bocazas. Soy el bocazas por excelencia.
               Y no encontré mejor ocasión para recuperar mi mayor don que ésa:
               -Cuando estuviera terminada.
               Si Sabrae no hubiera saltado inmediatamente hacia mí al escuchar aquella frase, incluso me habría sorprendido y todo. Me habría dado ganas de golpearme a mí mismo por haber sido tan inconsciente, pero mi chica se ocupó de mantenerme bien entretenido pegándome un grito de los que entran en el libro Guinness de los récords.
               -¡¿ESTO TE HACE GRACIA?!
               Tomé aire y lo solté lentamente. Me estaba poniendo de los nervios, aunque sabía que lo merecía. Y, aun así, no podía evitar sentir cómo algo dentro de mí estaba despertando.                Normalmente no me importaría tener una bronca increíble con Sabrae. No me malinterpretes: prefiero mil veces no discutir con ella a hacerlo, pero con el carácter tan fuerte que podemos llegar a tener ambos, que choquemos o no no es una cuestión de si sucederá o no, sino de cuándo. A veces, ella se obcecaba; otras, me obcecaba yo. Lo bueno de nosotros era que nos pegábamos cuatro gritos si lo necesitábamos, nos enfadábamos un par de horas, y luego volvíamos a juntarnos a lamernos mutuamente las heridas y darnos la razón después de una intensa jornada de reflexión como dos cachorros abandonados. Las discrepancias y las discusiones son inherentes a estar en pareja.
               Pero yo no estaba psicológicamente preparado para meterme en una pelea con Sabrae en la que yo sabía que ella tenía toda la razón. Hacía bien cabreándose, hacía bien gritándome, hacía bien sintiéndose herida y traicionada. Así que yo no podría defender bien mi postura.
               La abogada era Sherezade, no yo. Yo no estaba hecho para defender causas perdidas.
               Y me daba un poco de miedo la sensación de no tener ni idea de por dónde le iba a salir a Sabrae, si es que terminaba entrándole al capote.
               -No me grites, Sabrae-le pedí, soltando un suspiro trágico que puede que fuera más ofensivo para ella que tranquilizador para mí. Abrió aún más los ojos, si cabe.
               -¿Que no te…? ¡¿Ahora vas a intentar dejarme de histérica?!-chilló.
               Es que lo estás, dijo una voz en mi cabeza, una voz que se parecía peligrosamente a la de los demonios que me habían susurrado que yo no me la merecía, que mi madre me quería menos que a mis hermanos, que era producto de una violación. Tenía el deje oscuro de la voz de mi padre, y supe nada más escucharla que aquello no era sólo una voz, sino también un recuerdo. ¿Cuántas veces mi padre habría llamado histérica a mi madre las pocas veces en que ésta se defendía?
               Inmediatamente puse en práctica el truco mental con que Claire me había entrenado para ser más fuerte: imaginé esa voz con una forma, color y textura determinados, algo que pudiera coger; la hice una bola de un humo viscoso y negro que aprisioné entre mis manos dentro de mi cabeza. A continuación, la llevé hasta el borde de un foso, donde la arrojé a la negrura, allí donde no pudiera alcanzarme.
               Y, como se había metido con Sabrae, di un paso más: llené el foso de gasolina, y luego le prendí fuego. Observé cómo se retorcía y chillaba de dolor impasible, disfrutando incluso del proceso. No es una histérica, pensé, atrayendo su atención en medio del sufrimiento, sólo está nerviosa.
               Y no tiene miedo de expresarse conmigo tal y como es, cosa que tú nunca sabrás cómo se siente.
               -Ya que ha salido el tema, quiero que hablemos de esto, y no vamos a poner hablar mientras tú sigas contestándome así-traté de razonar con ella, manteniendo la voz más neutra posible, algo que me sorprendió por lo bien que salió. No me esperaba sonar tan calmado y razonable, sobre todo teniendo en cuenta que en mi interior había un incendio, y que lo único que mantenía a la bestia de mi interior a raya era un único barrote cada vez más débil.
               -¿Hablar? ¡Tú no querías hablar, Alec! ¡De lo contrario, me lo habrías comentado también cuando me dijiste lo del boxeo!
               -¡Sí que te lo iba a decir, Sabrae, es sólo que no sabía… no sé…! Joder-bufé, sentándome en la cama y pasándome una mano por el pelo. Ella me observó con el ceño fruncido, decidiendo si estaba recurriendo a alguna especie de treta con la que conseguir que se tranquilizara a base de despertar su apetito sexual-. Sabía que te ibas a poner así, y no estaba preparado todavía para lo que supondría enfrentarme a la conversación…
               -O sea, que sí estás bien para ponerte a arreglar tu puta moto de lo huevos, pero no para por lo menos avisarme de la gilipollez que te traes entre manos-se cruzó de brazos arqueando las cejas igual que una villana de Disney.
               -Tampoco esperaba que lo entendieras-escupí, y Sabrae entrecerró aún más los ojos.
               -Así que hay más. No pensarás volver a montarla, ¿verdad?
               -No, Sabrae-espeté sin poder frenarme, la bestia tomando control de mi cuerpo, después de lo mucho que me estaba tocando los cojones-. La voy a tener de adorno ocupando sitio porque soy un sentimental.
               -Para ti todo esto no es más que una putísima comedia, ¿a que sí?-estalló, abriendo las manos e inclinándose hacia mí como un ave de pesca que otea la superficie del agua en busca de un pececillo incauto que llevarse al buche.
               No lo pude evitar. Algo dentro de mí acababa de encenderse, y en mi pecho había una explosión en cadena imparable. Me quité la camiseta a toda velocidad, sintiendo que el aire se congelaba a mi alrededor, clavándoseme en la piel como un millón de infinitos alfileres. Sabrae frunció los labios.
               -¿Tenía pinta hace unos días de que esto me pareciera una comedia?
               Ni siquiera era capaz de ponerme delante del espejo y hacerme unas fotos, cosa que antes me encantaba, ¿cómo iba a tomarme todo esto a cachondeo? Casi me muero, coño. Sabía de sobra que lo que me había pasado era grave.
               Por eso, precisamente, necesitaba recuperarme. Necesitaba volver a hacer lo que había hecho siempre. Necesitaba que mi vida volviera a encauzarse.
               -¡No te atrevas a usar tus cicatrices en mi contra, Alec!
               -¡Pues no te atrevas tú a usar el accidente en la mía! ¿Recuerdas quién lo pasó peor de los dos?
               Vale, aquello era un golpe bajo, pero Sabrae me tenía contra las cuerdas y yo siempre había llevado muy mal que me arrinconaran. Tenía un nudo en el estómago con el que me sorprendía no estar de rodillas frente a la taza del váter, echando hasta mi primera papilla.
               -¡¡ME PREGUNTO POR QUÉ FUE!!-tronó Sabrae con los ojos cerrados con fuerza. Dejé escapar un gruñido de frustración y me dejé caer sobre la cama. Ella, por su parte, se quedó de pie frente a mí, jadeando como si acabara de correr una maratón.
               -Mira, Sabrae…-comencé-, no espero que lo entiendas ahora, pero…
               -Sí, es verdad, quizá sea demasiado gilipollas para entender tus increíbles razonamientos-asintió con la cabeza, rodeando la cama y yendo a por su bolso.
               -No te hagas la víctima, que no te he llamado gilipollas ni nada por el estilo.
               -¿Ah, no? “Sabrae, no espero que lo entiendas”-me imitó en tono de burla.
               -He dicho ahora. Mírate: estás cabreadísima. Así no hay quien hable contigo.
               -De nuevo, me pregunto por qué es. ¿Sabes qué, Alec? Tú mismo. Destrózate la vida si quieres. Búscate otra nueva cabina contra la que estamparte, la que más rabia te dé-sentenció-. Pero no esperes que yo te aplauda mientras lo haces. No pienso volver a sentarme una semana a tu lado mientras estás en coma, Alec. Te puedes ir olvidando de eso.
               Se colgó el bolso de noche del hombro y se dirigió hacia la puerta. Sentí que algo dentro de mí se rompía: mi corazón o mi alma, no sabría decir.
               -¡No va a pasarme nada, Sabrae!
               -¡Eso le decías a tu madre cada vez que salías a trabajar lloviendo, y mírate ahora!
               -¿Qué coño tiene que ver mi madre en todo…? Te lo ha dicho ella, ¿no es así?-comprendí, y Sabrae me fulminó con la mirada-. Ella te ha enseñado la moto.
               -Annie no me ha enseñado nada. Trufas estaba revolviendo en el garaje, así que entré para asegurarme de que no había nada que pudiera caérsele encima, y entonces la vi. No soy un peón que la gente vaya moviendo según le convenga, ¿sabes? O al menos, no para los demás.
               -¿Qué coño significa eso?
               Sabrae abrió la puerta de mi habitación y salió en tromba de ella, dando un portazo tras de sí. Salvé la distancia que me separaba de la puerta en dos amplias zancadas y, cuando la abrí, pude ver el destello de azabache de sus rizos girando las escaleras.
               -¡Sabrae! ¡VEN AQUÍ!
               -¡Ven a buscarme tú en tu reluciente y espléndida moto!
               -¡Te estás comportando como una gilipollas, ¿lo sabías?!
               -¡Vaya, viniendo de ti, es todo un halago!-para cuando alcancé la esquina de las escaleras, ella ya estaba en el recibidor. Me hizo una profunda reverencia-. Alteza.
               Me miró a los ojos con desafío, abrió la puerta y se marchó. Empecé a hiperventilar de pura rabia, para lo que no me ayudaron los ojos de toda mi familia puestos sobre mí.
               -¿Habéis discutido?-preguntó Mamushka, y yo me giré sobre mis talones para no mandarla a la mierda, ya que no sólo era evidente, sino que, encima, la causa de la discusión estaba acurrucada en el regazo de Mary, disfrutando de una tranquilidad que yo no iba a tener en todo el día.
               Me metí en mi habitación y cerré de nuevo de un portazo, confiando en que nadie vendría a molestarme. Empecé a pasearme por ella como un león enjaulado, sin saber qué hacer, cómo arreglar aquello o si tan siquiera podía. La sola idea de que esto fuera el final, con todo lo que habíamos recorrido, bastaba para estrujarme el corazón con tanta fuerza que pensé que jamás sobreviviría.
               Revolví en mis cajones hasta encontrar un paquete de tabaco que, por suerte, mi madre no había tirado durante sus sesiones de limpieza a conciencia. Me llevé el cigarro a la boca y, tras encenderlo con manos temblorosas, me lo fumé de un par de ansiosas caladas. Repetí la operación con otros dos hasta que pude fumarme el cuarto y último mucho más despacio, sin preocuparme, eso sí, de abrir la claraboya para que la habitación se ventilara y el olor a humo se disipara.
               La verdad, que mi madre me pescara fumando era el menor de mis problemas. En lo único en que podía pensar ahora mismo era en lo gilipollas que era por haber saltado a la mínima con Sabrae, y por haber dejado la moto tan a la vista, confiando en que no pasaría nada y que ella no la vería a pesar de que se suponía que se pasaría un día entero en mi casa.
               Reproduje la pelea en mi cabeza una, y otra, y otra vez, igual que una película grotesca que a pesar de todo me fascinaba, y de la que no podía apartar la vista.  Analicé cada una de las palabras que nos habíamos dicho, cada uno de los gestos, cada silencio que había sido peor que un dardo. Aun así, no fui capaz de encontrar la mecha que Sabrae había prendido en mi interior.
               E, incluso cabreado como estaba con ella, y angustiado por cómo podríamos solucionar eso, una parte de mí no dejaba de detenerse a admirarla. Incluso furiosa y enloquecida seguía estando guapísima. Su vestido se pegaba a sus curvas de una forma que me habría desconcentrado si no hubiera tenido hasta la última de mis neuronas pendiente de encontrar una solución diplomática, y su pecho subía y bajaba con cada jadeo y grito suyo de una manera que me habría hecho enloquecer.
               Mierda. Esto era exactamente lo que quería evitar dejando que ella se enterara de lo de la moto antes de que pudiera tenerla lo suficientemente avanzada como para poder convencerla de que no podía parar ya: el saber que, si eso haría que volviéramos a estar bien, si ella me pedía que me olvidara de la moto, yo lo haría.
               Me incorporé en la cama hasta quedar sentado y miré las colillas de los anteriores cigarros en el cenicero. Los dos habíamos cambiado mucho para terminar de amoldarnos perfectamente al otro, hasta el punto de estar diseñados para estar juntos como el zapatito de cristal de la Cenicienta a sus pies. Yo bien podía renunciar a la jodida moto. No quería, pero lo haría.
               Ah, genial, ahora me sentía un gilipollas por haber dejado que se cabreara tanto. Además, la conocía, y sabía que ahora mismo se estaría comiendo la cabeza pensando en cómo se había vuelto loca conmigo. Me estiré a por el móvil, di otra calada al cigarro, entré en su conversación y escribí:
Necesito que hablemos de esto.
               Comprobé que llevaba bastantes horas sin conectarse, y no sabía si que no hubiera contactado aún con sus amigas era un consuelo o algo de lo que preocuparme. Seguro que las chicas se pondrían de su parte y la consolarían, le darían la razón y le dirían que era un gilipollas y un egoísta, pero no estaba muy seguro de que trataran de meter mierda entre nosotros. Me había ganado su respeto, ellas sabían que yo amaba a Sabrae con todo mi corazón y que estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por ella.
               Incluido arrastrarme como un caracol.
Nena, en serio, lo siento un montón. Por favor, contéstame.
               Me quedé mirando el mensaje, esperando que apareciera otro tic que se negó a hacer acto de presencia.
Vamos, bombón. No podemos quedarnos así.
Los dos hemos dicho cosas horribles y que no sentíamos. Por favor.
Sabrae, en serio, me estoy empezando a poner nervioso.
¿Así es como afrontas los problemas? ¿Y luego soy yo el inmaduro y el inconsciente?
               Estaba volviendo a cabrearme con ella, y no podía dejar que eso pasara. Decidí entonces que si quería ignorarme tendría que hacerlo de manera más activa, y toqué en su foto para llamarla.
               En el mismo instante en que en mi teléfono sonó el primer tono, una melodía empezó a manar de mi escritorio: su tono de llamada. Con el corazón en un puño y a la vez tremendamente aliviado por ver que no estaba pasando de mí a propósito, me levanté y fui hasta la fuente del sonido. Comprobé entonces que se había olvidado el móvil cargando en el enchufe que debería utilizar para estudiar, y que no había sonado porque le había activado el modo “no molestar”, de manera que sólo las llamadas de sus contactos favoritos emitirían algún tipo de alerta.
               Colgué, desenchufé el teléfono y me senté en la cama, mirando las notificaciones con mis mensajes. Me dieron ganas de borrarlas para que no supiera que le había escrito o no viera la manera en que me había arrastrado por ella, e incluso consideré seriamente la posibilidad de desbloquear el teléfono (me había dicho su código hacía tiempo, e incluso había incluido mi huella dactilar en una tarde de estudio en el hospital, que probablemente no hubiera eliminado) hasta que llegué a la conclusión de que, en realidad, no me arrepentía de haber enviado aquellos mensajes. Estaba avergonzado por la sensación de abandono que había sentido al creer que había tirado la toalla conmigo, porque eso suponía una falta de confianza en ella tremenda.
               Albergué durante unos minutos la esperanza de que diera la vuelta y viniera a mi casa a recuperar su móvil, que usaba también como despertador, pero cuando recibió un mensaje de Amoke, supe que lo mejor sería que se lo llevara yo. Además, así tendríamos una excusa para hablar.
Acuérdate de decirle a Alec que no te canse mucho esta tarde, que mañana tenemos examen, ¿vale, perra mala? 😉
               Ah, genial, encima tenía un examen al día siguiente. Seguro que lo haría súper bien gracias a mí. Dado que no quería cargar con la culpa de bajarle la media, y sabía que le vendría bien poder hablar con sus amigas, me preparé para ir a su casa.
               Estuve ensayando todo el trayecto lo que le diría, aunque no confiaba mucho en mi autocontrol si volvía a verla con el vestido de estampado de limones. Estaba bastante seguro de que terminaría postrado de rodillas ante ella, suplicándole que me perdonara, y dispuesto a renunciar a mi labor como mecánico si así estábamos mejor.
               Sabía que no debía hacer eso, ofrecerme a renunciar a cosas que luego, tal vez, con el paso de los años y el desgaste inevitable de la relación, podría usar para echarle en cara. Claire me había dicho que siempre debía mantener una parcela privada para mí incluso estando en una relación, algo en lo que guardara lo más sagrado e íntimo y a lo que no debería estar dispuesto a renunciar bajo ningún concepto. Las bases de mi personalidad, lo que me definía como quién era.
               Estaba convencido de que la moto pertenecía a esa parcela sagrada, pero también lo hacía Sabrae. Lo que no sabía era qué había que hacer cuando dos elementos de esa parcela eran incompatibles.
               Llegué demasiado pronto a su casa por culpa de unas piernas demasiado largas y un corazón demasiado ansioso. Empezaron a sudarme las manos cuando vi a los lejos la verja que protegía la parcela de su familia, y descorrí el pestillo con dedos temblorosos. Subí despacio los escalones de su porche y me detuve ante la puerta cerrada. Tomé aire y lo solté.
               Seis veces.
               Después de haberme dado la vuelta para marcharme, convencido de que si no había ido a por su teléfono era porque seguía cabreadísima conmigo, me armé de valor para llamar a la puerta.
               Y entonces, cuando escuché unos pasos al otro lado que no eran los suyos, me entró el pánico: ¿y si no había ido a su casa? ¿Y si estaba en casa de Amoke, o de Taïssa, o de Kendra, o de Eleanor? ¿Y si estaba vagando sola por ahí, sin teléfono con el que avisar de dónde estaba para que fueran a buscarla cuando se cansara?
               Scott alzó las cejas y parpadeó con amplitud cuando me encontró al otro lado de la puerta. Por detrás de él, los ojos de Shasha aparecieron flotando por encima de su hombro. Sin esperar a que yo le dijera nada ni le explicara por qué estaba allí, solo y con su hermana menor desaparecida, Scott se giró hacia Shasha y le soltó:
               -Págame.
               -¿Qué se siente al saber que Alec ha tardado veinte veces menos que tú en admitir que está equivocado?-espetó Shasha entre dientes.
               -Ni siquiera he dicho hola, ¿cómo puedo estar admitiendo que estoy equivocado?
               -Los hombres siempre estáis equivocados-sentenció Shasha, y Scott puso los ojos en blanco.
               -No has venido a que te firme ningún autógrafo, ¿a que no?
               -Scott, te he traído borracho a casa más veces de las que puedo contar. Por no hablar de cuando te acompañé a Urgencias por…
               -¡Vale! Vale, si no estás aquí porque de repente tu gusto ha mejorado enormemente y has decidido unirte a mi club de fans, entonces sí que estás admitiendo que estás equivocado, tío.
               Suspiré. No tenía tiempo, ni ganas, ni tampoco paciencia para las gilipolleces de los Malik. Lo único malo de salir con Sabrae era que tenía que aguantar a Scott más tiempo del que me apetecía: antes de Sabrae, cuando me cansaba de él, me piraba a mi casa y él se iba a la suya. Ahora también tenía que aguantarlo cuando me apetecía echar un polvo, o quería hacer las paces con mi novia.
               Aunque, bueno, también es verdad que nunca me había cansado de estar con Scott, pero a los dos nos habían puesto hora alguna vez, así que… ya me entiendes.
               -¿Está Sabrae?-pregunté. Si estaban tan tranquilos y apostando a si iría o no a su casa, era que había ido directamente hacia allí, así que un problema menos del que preocuparme.
               -No quiere verte-dijo Shasha (ouch), y Scott la fulminó con la mirada.
               -Shasha-siseó.
               -¿Qué?
               -Esas cosas no se dicen.
               -¿Por? Así será más divertido cuando le dejemos pasar. Pasa, Al-instó, arrebatándole la puerta a Scott y abriéndola de par en par-. Sube a su habitación; yo voy contigo. No te preocupes: si te tira algo a la cabeza, yo la engancharé de los pelos y le pegaré un mordisco en la ingle. La muy cerda ha usado mi cuenta de Spotify para escuchar su música esta semana, y en la lista de recomendaciones semanales sólo me salen artistas occidentales.
               -Entre ellos, yo-anunció Scott con orgullo, hinchándose igual que un pavo.
               -Chasing the Stars-corrigió Shasha.
               -A la cual pertenezco, ¿recuerdas? De hecho, soy el vocalista líder de la banda, según la revista Rolling Stone.
               -¿Cuánto tiempo más vas a estar mencionando ese parrafito en el que mencionan tu nombre en un artículo sobre ?-preguntó Zayn desde el salón.
               -Hasta el día que me muera, papá. ¿No estás orgulloso de mí?
               -Sí, pero porque heredaste mi cara y mi voz. Si hubieras sacado los genes de tu madre en eso, tendrías que estudiar una buena carrera. Ahora al menos tienes la vida soluc… ¡AU! ¡¡Sherezade!! ¿Por qué me pegas? ¿Qué pasa, que ahora los Grammys de esta casa llevan tu nombre?
               Shasha soltó una risita, y a mí me gustaba que mi cuñada mayor estuviera feliz, pero no estaba de humor para el cachondeo de mi familia política.
               -¿Podéis decirle que baje?
               Los dos hermanos intercambiaron una mirada, y Scott asintió con la cabeza. Shasha desapareció entonces en dirección a las escaleras mientras Scott mantenía la puerta abierta para mí.
               -¿Quieres pasar?
               -Prefiero quedarme aquí, si no te importa.
               -Como quieras. Oye, ¿qué os ha pasado, tío? Ha venido alteradísima, montando más drama del que tiene por costumbre. ¿Estás bien?
               -Estaré mejor cuando la vea. He ido a por la moto.
               Scott parpadeó.
               -¿Qué moto?
               -La mía.
               Frunció lentamente el ceño mientras procesaba la información.
               -¿Por?-preguntó simplemente.
               -Voy a arreglarla-me encogí de hombros, y Scott no necesitó más explicación. Un cerebro matemático como el suyo podía hacer cuentas complicadísimas en poco tiempo, así que para él, sumar dos y dos no era precisamente algo que requiriera mucho esfuerzo.
               -¿Lo sabe alguien más?-preguntó solamente.
               -Mi familia, porque la tengo en el garaje. Y Jordan. Me ayudó a ir a buscarla.
               -Ah-Scott asintió con la cabeza, la boca aún un poco abierta igual que un pez.
               -Os lo iba a decir…
               -No pasa nada, tío. Jordan es tu Tommy. Lo entiendo.
               -¿A Jordan se lo contaste, o también tuvo que enterarse viéndola en el garaje?-espetó Sabrae, bajando por las escaleras con la soberbia de una duquesa, la majestuosidad de una emperatriz y la belleza de una diosa. Tragué saliva y me contuve para no dar un paso atrás, amedrentado.
               -Se lo conté-admití avergonzado-. Me ayudó a traerla hasta…
               -Vaya, podría creer que por el hecho de que dejo que me folles tendría ciertos privilegios en tu vida, pero ya veo que no es así.
               Scott arqueó las cejas y se marchó para huir de la hostilidad de su hermana murmurando por lo bajo algo sobre el dinero que estaban perdiendo en casa por no haber aceptado la oferta de hacer no sé qué reality sobre su vida. Sabrae se colocó justo en el centro de la puerta, impidiéndome el paso por si acaso se me ocurría entrar en su casa. Se cruzó de brazos y se apartó el pelo de la cara. Comprobé que aún no se había cambiado de ropa a su atuendo de estar por casa (leggings y sudadera de un suave lila), sino que todavía llevaba el vestido blanco de limones.
               -Iba a decírtelo, Sabrae, es sólo que necesitaba hacerlo en el momento oportuno…
               -Mira, Al, si me fui de tu casa es porque no quería seguir escuchando tus justificaciones, así que si has venido para seguir con el tema, siento decirte que has perdido el tiempo.
               Tomé aire y lo solté despacio para no preguntarle si no le parecía bastante con el numerito que habíamos montado en mi casa, dado que tan ansiosa parecía por liarla también en la suya.
                -No he venido por eso.
               -Pues entonces, ¿por qué es? Porque tengo bastantes cosas que hacer, la verdad.
               -¿Puedes dejar de comportarte como si estuvieras haciendo un cásting para ver si te dan el papel de zorra oficial de Inglaterra y quieres escucharme? Porque hasta hace una hora, tenías toda la tarde libre para estar metida en mi cama si te daba la gana.
               -Ah, genial, ¿ahora soy una zorra por tener exactamente la misma vida sexual que tú?
               -No he dicho que te estés comportando como una zorra por follar todo lo que te apetezca, lo cual ya sabes que me parece genial, sino porque estás siendo una prepotente y una chula cuando yo sólo he venido a hacer las paces.
               -¿Y ya está?
               Parpadeé.
               -¿Cómo que si ya está? ¿Te parece poco?
               -Estoy enfadadísima contigo, Alec.
               -No me digas. Quién lo diría-ironicé. Sabrae agarró el dorso de la puerta para cerrarla.
               -Mira, creo que lo mejor será que dejemos que esto repose unos días, porque ahora mismo no puedo tenerte delante. Así que si eso es todo…
               -Te has dejado el móvil en mi casa-anuncié, sacándomelo del bolsillo y tendiéndoselo. Sabrae abrió los ojos con confusión y lo aceptó con una expresión incrédula en la mirada, lo cual también me sorprendió. No se separaba de su móvil, ¿cómo era posible que no se hubiera dado cuenta de que se lo había dejado en mi habitación?
               Fácil: por lo disgustada que estaba.
               -Te faltan un par de notificaciones, por lo menos mías. Es que lo desbloqueé, pero tranquila: no he estado cotilleando, ni nada por el estilo. No soy de esos.
               Me miró, conmovida.
               -Ya lo sé, Al.
               Ahí estaba. El huequecito en su armadura que yo no sabía que estaba buscando hasta que lo encontré. Di un paso hacia ella y estiré la mano para capturarle un mechón de pelo tras la oreja.
               -Bombón… todavía tengo que ir a ver a Josh. ¿No te apetece que vayamos juntos? Así podríamos aprovechar para hablar por el camino y aclarar todo esto. Quizá… si me dejas que te explique mi postura… entenderás por qué quiero hacer lo de la moto.
               Casi la tenía. Y la perdí en el último instante. La mención de la palabra deplorable fue lo que Sabrae necesitó para escapar del embrujo en que yo la había atrapado, y dio un paso hacia atrás para poner distancia entre nosotros, rompiendo nuestro contacto.
               -Será mejor que vayas solo. Dale recuerdos a Josh de mi parte, y dile que iré a verlo en cuanto pueda.
               -Te echa de menos-le insistí. Y yo también, pensé. Me dolía pensarlo, pero no podía dejar de sentirlo. La tenía delante y la sentía increíblemente lejos en ese momento. Sabrae tomó aire y lo soltó despacio.
               -Alec, en serio, no podemos estar juntos ahora mismo. No quiero romper, ni mucho menos-me tranquilizó al ver mi expresión-, pero es que no te puedo tener delante.
               -¿Es porque te he llamado zorra? Porque, a ver, no es que lo justifique, pero tú me has dicho cosas peores esta tarde que yo no te he echado en cara en ningún…
               -Si de verdad crees que no quiero ir contigo ahora por lo de zorra, más razón todavía para que no vaya contigo a ver a Josh. Significa que no has entendido absolutamente nada de lo que ha pasado esta tarde.
               -Pues no, la verdad, y menos entenderé si tú te empeñas en no explicármelo.
               -Lo haré a su debido tiempo.
               -Ya, ¿y qué pasa si yo quiero que me lo expliques ahora? -puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza-. ¿Qué pasa, que tú te puedes cabrear porque yo no te digo lo de la moto, pero yo no me puedo cabrear porque no quieres hablar las cosas como una persona adulta?
               -Tengo quince años recién cumplidos, Alec. No soy ninguna adulta.
               -Ya, bueno, pues bien que te gusta hacerte la madura cuando estás conmigo.
               -¿Ves? Por esta actitud tuya es por la que no puedo ir contigo a ningún sitio. Ahora mismo no te aguanto, Alec.
               -¿Quién dice que yo sí?
               -El hecho de que estés emperrado en que vaya contigo por ahí. A ver si así te queda claro: yo contigo no voy ni a la vuelta de la esquina.
               ¿Y no coge, la muy cabrona, y me cierra la puerta en las narices?
               Me quedé pasmado delante de la puerta blanca, escuchando los sonidos del interior de la casa: los pasos de Sabrae subiendo por las escaleras, las reprimendas de Sherezade por no querer salir a hablar las cosas, yendo detrás de ella; a Duna preguntando qué pasaba, Zayn diciéndole que no se preocupara, y alguien acercándose a la puerta.
               Pensé que sería Scott quien me abriría de nuevo, pero fue Shasha. Asomó la cabeza y me preguntó en voz baja, de absoluta confidencia:
               -¿Quieres que le pegue? Lo haré si me lo pides. Sé que tú no puedes, pero yo soy su hermana. Y la verdad es que se está comportando como una zorra. Poco le has llamado, en mi opinión.
               -¿Lo habéis escuchado todo?
               -Sólo yo. Tengo el oído muy desarrollado por ver los doramas con el mínimo para no molestar de madrugada. Bueno, ¿le caneo, o no?
               Me eché a reír a pesar de todo.
               -No deberías estar preguntándome eso, Shash.
               -Lo pillo. Parpadea dos veces si quieres que le zurre. La verdad es que le tengo ganas-me confesó, y me miró con atención, esperando una señal por mi parte que nunca se produjo. Finalmente, suspiró y asintió con la cabeza-. Bueno, vale, tendré que buscarme mi propia excusa para pelearme con ella. Captado. Espero que lo solucionéis.
               -Gracias, Shash.
               -No hay de qué. No te preocupes, ¿vale? Es que es como Campanilla: si no le dan atención, se muere. Mañana ya estaréis bien-me dio una palmadita en el hombro y yo suspiré.
               -No estoy tan seguro…
               -Que sí, hombre-dijo, y luego miró por encima del hombro, asegurándose de que no había nadie mirándola… y dio un paso hacia mí para darme un beso en la mejilla.
               Sonrió, traviesa, al ver mi expresión. Normalmente, Shasha me daba besos cuando Sabrae estaba delante, para hacerla de rabiar por lo poco física que era la mediana de las hermanas Malik y lo mimosa que era la mayor. A Sabrae siempre le había reventado mucho que Shasha rehuyera el contacto, y cuando me daba un beso de buenas noches, se moría de celos porque “yo acababa de llegar y ya conseguía lo mismo que ella, que literalmente le había cambiado los pañales” (spoiler: Sabrae no le había cambiado ningún pañal a Shasha; se llevaban nada más que dos años), motivo suficiente para que Shasha y yo nos diéramos mimos.
               Sin embargo, lo más que había hecho cuando estábamos solos era darme un toquecito en el hombro. Lo del beso era algo nuevo, desconocido y no del todo desagradable.
               -No rompas con ella, ¿vale? Se está haciendo la dura, pero te quiere un montón. No tanto como a mí, porque a mí me adora, pero… ya me entiendes-se apartó el pelo del hombro, soltó una risita, me guiñó el ojo y cerró de nuevo la puerta, dejándonos solos a mí y a mi estupefacción.
               Fui más bien un muerto en vida en lo que me quedaba de tarde. Josh me animó un poco, pero no consiguió levantarme el ánimo lo suficiente como para armarme de valor y volver a intentarlo una última vez con Sabrae. Sabía que no podíamos irnos a dormir así, sabía que teníamos que solucionarlo, que ella no descansaría por lo que había pasado, y yo tampoco por saberla en vela.
               Y, aun así, no conseguí doblar la esquina que me conduciría a su calle, sino que seguí recto hasta la mía. Para cuando llegué a casa, ya con la perezosa noche tiñendo de malva el cielo de Londres, para lo único para lo que me quedaban fuerzas era para autoflagelarme.
               No se me ocurría qué más podía hacer para solucionar la situación desde la distancia, y no dejaba de pasearme sin rumbo por mi habitación, como un alma en pena, en busca de algún estímulo que prendiera en mí la chispa de valentía que necesitaba.
               Miré el escritorio, donde todavía no había recogido el cable que le había quitado al móvil de Sabrae. Sabía que no era el suyo, puesto que habíamos pasado del punto de ir sin cargador a casa del otro, confiando en que si compartíamos saliva también podíamos compartir electricidad, pero por un instante consideré seriamente la posibilidad de usarlo como excusa para volver a verla.
               Y, entonces, se me ocurrió una idea viendo el metódico orden en que estaba sumido mi escritorio, muy impropio de mí. Los libros estaban ordenados en una pila en una esquina, con el correspondiente al que tendría el primer examen en la parte superior, la carátula incluso plastificada (esta chiquilla tenía serios problemas mentales). Había un estuche encajonado entre el borde del escritorio y la pared, y taco de folios en blanco listos para servir de apoyo a unos esquemas que seguro que ella me haría más amenos pintándolos de coloritos.
               Puede que lo de la moto no fuera sólo por lo de la moto. Puede que estuviera agobiada por más cosas. Puede que se hubiera tomado lo de la moto como una vía de escape mía, como si no quisiera amoldarme a sus planes y estuviera buscando una excusa para no aprobar el curso y terminar repitiendo (¿no lo era realmente?, me pregunté a mí mismo, y me sorprendió darme cuenta de que una parte de mí admitía que sí, que vale, que lo de la moto tenía la ventaja de que me despejaría la mente, pero también me quitaría un tiempo que podía usar como excusa si no daba la altura). No sólo estaba tratando de volver a lo que yo había sido y ponerme en peligro, sino que estaba huyendo de las responsabilidades que no había querido asumir antes del accidente, y que ahora Sabrae quería que tomara en consideración.
               Ella confiaba en que yo sacaría el curso si me lo proponía, pero ¿la moto no era una señal de que no estaba dispuesto a intentarlo? Por eso se había enfadado tanto. Por eso no quería ni oír hablar de ella. Podía pasar por el boxeo, que me daría la fuerza necesaria para ser útil en el voluntariado, pero reparar la moto no me aportaría nada más que un nuevo medio de transporte peligrosísimo.
               Tenía que estar a la altura. Tenía que hacerlo por ella si no lo quería hacer por mí.
               Así que me senté en la silla, cogí el primer libro, encendí la lámpara y abrí la primera página por el marcador de plástico naranja que ella me había colocado en el interior. Me había puesto un post-it también de color naranja que rezaba “¡puedes con todo! J” en su caligrafía cuidada y preciosa, y no pude evitar sonreír.
               -Qué puto coñazo, Dios mío-me lamenté, pensando en que así no era como debería estar pasando mi última tarde de libertad.
               Pero no me parecía un coñazo, no realmente. Es decir… preferiría estar haciendo mil cosas antes que estudiar Literatura, pero… todo sea porque la nena me vea en traje en mi graduación.
 
 
-¿Estás segura, Sabrae?-me preguntó la profesora al ver la extensión de lo que había escrito en el examen, tan solo las dos caras de un folio cuando normalmente me explayaba durante, mínimo, cuatro páginas. Me gustaba la Literatura y tenía a un profesor increíble en casa que me había inculcado su amor por ella desde que nací, así que la de Lengua era mi asignatura preferida, y siempre bordaba aquellos exámenes, aportando más datos incluso de los que nos habían dado en clase.
               Hasta ese día. No sabía si aprobaría o suspendería, y lo peor de todo era que me daba absolutamente igual. Me había pasado la noche en vela, cosa que jamás hacía, sentada frente a los apuntes para tratar de distraerme a mí misma del impenetrable muro de culpabilidad en que me había encerrado mi conciencia.
               No debería haberme puesto así con Alec. No debería haber perdido los nervios como lo había hecho. No debería haberlo dejado solo ni haberle cerrado la puerta en las narices como lo hice. No debería haber dejado que fuera solo a ver a Josh, sino que debería haberlo acompañado y tratar de explicarle mi postura sin gritarle ni insultarle. Me había pasado no tres ni cuatro, sino hasta ocho pueblos con él, y no me importaba pagarlo con las noches en vela que hicieran falta: sería un precio bajo en comparación con la angustia que me producía el no saber si le habría provocado otro ataque de ansiedad, si lo había dejado a solas con sus demonios y estos se le habían echado encima una vez más.
               Me había pasado llorando en una vorágine de rabia, pena y preocupación el tiempo que mamá y papá habían tardado en hacer la cena. Estaba tan confundida que apenas podía decir qué era lo que más me molestaba: si la tozudez de Alec, la mía, o el extraño sentimiento de traición que me embargaba al no ser capaz de explicar por qué no me había dicho lo de la moto cuando lo decidió, o cuando la trajo a casa, o cuando me habló del boxeo. Había tenido oportunidades de sobra, y sin embargo una parte de mí, la parte más racional y que sabía que me estaba comportando como una auténtica cabrona, comprendía a la perfección por qué Alec se lo había callado. Seguro que él sabía que le iba a montar ese espectáculo, y por eso había querido ahorrárselo, o como mínimo posponerlo hasta que estuviera un poco mejor.
               Ojalá hubiera podido sentarme con la tranquilidad que había exhibido cuando me habló de sus planes de vuelta al boxeo y exponerle de nuevo mi posición como si fuera una embajadora en un país con el que mi patria estuviera sumida en un tira y afloja. Odiaba sentirme así con Alec, pero sabía que había cuestiones en las que era irremediable que chocáramos, y la única manera de que estuviéramos bien sería manteniendo la calma y el respeto. Cosa que yo había perdido completamente, pero me daba igual quedar de loca: lo que más me dolía era haberle saltado a la yugular sin pararme a pensar que él estaba mal, que tendría un cargo de conciencia equivalente al mío ahora por no haberme contado las cosas antes, que había tratado de que habláramos como personas civilizadas (como adultos) y yo me había cerrado completamente en banda.
               Tendría que haberme tragado mi estúpido orgullo de mierda y haber ido a su casa a pedirle perdón nada más cerrarle la puerta en las narices. Pero no lo hice, y cuanto más tiempo pasaba, más difícil me parecía apartar a un lado las excusas que estaba construyendo a mi alrededor como el muro de contención de una presa en un territorio que padecía de inundaciones crónicas.
               Había sido sentada frente a mis apuntes de Literatura, a las dos de la mañana, con los ojos rojos y las mejillas resecas de tanto llorar, cuando me había dado cuenta de por qué había salido corriendo como lo había hecho y por qué me había cerrado en banda de aquella manera: porque Alec sería capaz de convencerme de que lo de la moto era una buena idea. Cuando lo tenía delante se desconectaba mi raciocinio, y lo único que quedaba en mí era la necesidad imperiosa de verlo sonriéndome y feliz. No podía ir a verlo porque me postraría a sus pies como la más devota de sus súbditas, le declararía mi absoluta fidelidad y le diría que todo lo que a él le pareciera bien, a mí también me lo parecería. Me guardaría en un rincón de mi ser las preocupaciones que sus decisiones pudieran despertarme, porque su felicidad siempre ganaría la batalla a mi paz mental.
               Sí que me sentaría a su lado para tratar de sacarlo de un coma otra vez. Lo haría una y mil veces. Lloraría todo lo malo que le pasara y celebraría todo lo bueno, y si tenía la mala suerte de sobrevivirlo, dedicaría mi existencia a un permanente luto en el que la sola idea de la felicidad me parecería inalcanzable, una traición, algo propio de un pasado dorado y que sólo podía existir en convivencia con él.
               Cuando me había tocado en la puerta de mi casa, había estado a punto de ceder. Todo mi cuerpo quería fundirse con el suyo, mi corazón quería perdonarle, pero mi cabeza estaba en otra parte. Estaba enclaustrada en mis recuerdos, rememorando la sensación de que me sacaran de clase, me dijeran que había tenido un accidente, esperar larguísimas horas a que me dieran noticias de él, cogerle una mano cálida e inerte y analizar sus constantes vitales en busca de una señal de que aún estaba ahí, que no era más que un cascarón vacío, que no me había quedado huérfana de mi alma gemela y todavía tenía posibilidades de ser feliz, de estar completa, de sentirme viva.
               Tienes que hacer que lo entienda, me envenenaba mi cabeza, y mi corazón se aceleraba al recordar aquellos momentos en que se había hecho añicos, cuando me había visto sola por primera vez en mi vida. No podía permitir que arriesgara su vida otra vez.
               Pero aquellos ojos… aquella sonrisa cautelosa… aquellas ganas de hacer las paces… no podía… no podía…
               Necesitaba poner distancia entre nosotros.
               Y ahora, había un mundo entero extendido a nuestros pies, con sus océanos, sus continentes, sus auroras boreales y sus cataclismos.
               Le había escrito de madrugada incapaz de soportar el peso de mi culpabilidad sola, cobarde como era.
Lamento mucho lo que ha pasado esta tarde.
               En el intervalo de una hora, varios mensajes.
Te echo mucho de menos.
No quiero que te pase nada malo.
Si te pasara algo, me moriría.
Necesito que entiendas que eres lo más importante para mí, Al. Necesito que entiendas que no estás bien.
Lo siento muchísimo, de verdad. Me he comportado como una auténtica zorra. No debería haberte gritado, ni faltado al respeto, ni dejar que te fueras solo.
Te prometí que estaría ahí para todo y te he fallado.
Lo siento.
 
               Las horas que el sol había tardado en asomar tímidamente por el horizonte fueron las más largas de mi vida. Cuando por fin lo hizo, me abalancé sobre mi teléfono, desesperada por comprobar si ya se había despertado.
               Vi que se conectaba, abría los mensajes, se desconectaba y ya no me contestaba. Se me detuvo el corazón, pero no derramé más lágrimas: me volví una prepotente y una egoísta, una cría inmadura incapaz de reconocer sus errores, eliminé los mensajes que le había enviado y apagué mi móvil.
               Y ahora allí estaba, entregando un examen en el que había tachado varias veces el nombre de mi novio porque era incapaz de apartármelo de la cabeza, convencida de que si no suspendía no sería por el esfuerzo que había puesto en estudiar, sino por lo que papá había conseguido inculcarme.
               Vi que Taïs, Kendra y Momo intercambiaban una mirada de confusión al ver que había entregado mi examen cuando creían que me había levantado a por más hojas para seguir escribiendo. No había respondido al mensaje que Momo me había enviado recordándome que tenía que tomármelo con calma para el examen del día siguiente, y cuando me lo recordó, respondí con un críptico “es que me dejé el móvil en casa de Alec” y seguí andando, simulando que todo estaba bien.
               Las chicas se habían dado cuenta de que mi indiferencia no era más que una pose, pero planeaban abordarme en el recreo.
               -¿Que va a hacer qué?-preguntó Momo, segura de que no me había entendido bien.
               -Éste es tonto-sentenció Kendra, poniendo los ojos en blanco y negando con la cabeza frente a su sándwich.
               -Quizá sólo está tratando de cerrar algún círculo-comentó Taïssa, la más tendente a la diplomacia y la que más defendía a Alec cuando sospechaba que yo pensaba que me había pasado con él-. Tal vez sólo quiere cerrar una cuenta pendiente. No tiene por qué significar que vaya a montarla ahora. Es más, es posible que no la termine antes de irse al voluntariado.
               -Aun así, debería habérselo dicho-respondió Momo, que siempre me defendería a muerte, incluso si me encontraba con las manos ensangrentadas junto a un cadáver.
               -Sí, y la verdad es que me parece una estupidez yendo a por la moto después de todo  lo que ocasionó-añadió Kendra, la que siempre sería más crítica con los novios de las demás, y todavía más con Alec. Supongo que pensaba que yo era la que más me merecía de las cuatro, así que todos los hombres del mundo lo tendrían mil veces más complicado para alcanzar las expectativas de Ken para una pareja para mí. Sabía que Alec le gustaba, pero preferiría que fuera más… todo. Más perfecto.
               Justo lo que yo no era.
               -¿Y tú cómo te lo tomaste?
               -Mal. Fatal-tamborileé con las uñas en la lata de Pepsi que Tommy había dejado en la mesa, aprovechando para darme una caricia de la que pasaba y animándome con un “alegra esa cara”. Otro sol que orbitaba a mi alrededor a pesar de que yo no era más que un estúpido meteorito-. Por lo que peor estoy es por cómo me puse con él. Deberíais haberme visto… se me cae la cara de la vergüenza sólo de pensarlo. Me puse como una fiera. No sé cómo voy a hacer para mirarlo a la cara después de esto-me lamenté, pasándome una mano por la mejilla y soltando un jadeo.
               -Pues yo creo que no tienes por qué sentirte mal. Si quería que te lo tomaras a bien, que te lo hubiera dicho-sentenció Kendra, cruzándose de brazos.
               -Es un tema muy delicado; tal vez estuviera esperando el momento indicado para comentárselo…
               -¡Tú siempre lo defiendes, Taïs!
               -Es que tiene razón-respondí yo-. Que me pusiera como una loca con él no hace más que darle la razón al esperar a decírmelo.
               -Pero es normal que te cabrearas-me consoló Momo, dándome una palmadita en el antebrazo.
               -Sí, Saab. Todo esto te duele mucho-asintió Taïssa, estirando una mano para cogerme la que tenía sobre la mesa-. Eso es evidente.
               -Fui una zorra con él. Y ahora está cabreado conmigo.
               -Sólo ha sido una peleíta de nada. Lo superaréis.
               -Nos insultamos, Momo. No deberíamos cruzar esa raya.
               -Es que sois los dos muy parecidos. Muy pasionales. Seguro que no lo decíais en serio.
               -¿Qué os dijisteis?-preguntó Taïssa-. Seguro que no fue para tanto.
               -Yo lo llamé de todo menos bonito.
               -¿Y él a ti?-preguntó Kendra, y Taïssa y Amoke la fulminaron con la mirada-. ¿Qué? ¡Alec también tiene carácter! No esperaréis que me quede aquí sentada viendo cómo se martiriza y no se me pase por la cabeza que él no se defendió. Ya visteis cómo se puso con nosotras en enero.
               -¿Hasta cuándo vas a estar sacando lo de enero?-espetó Taïssa, poniendo los ojos en blanco-. Nos dimos cuenta de que Alec tenía razón. Les pedimos perdón, a él y a Sabrae. Supéralo de una vez.
               -¿Quieres parar de defenderlo? Es el novio de Sabrae, no el tuyo.
               -¡Pues deja de atacarlo tú a cada mínima ocasión que se te presenta! Sabrae lo quiere, y ella es de tus mejores amigas. Parece que quieres que rompan.
               -¡Yo no quiero que rompan, lo que no quiero es que la trate mal!-protestó Kendra, incorporándose en su asiento para enfrentarse a Taïs.
               -No me trató mal.
               -Ya, y voy yo y me lo creo-Kendra puso los ojos en blanco mientras Amoke esperaba a que yo respondiera a la pregunta que me había hecho.
               -Comparado con lo que yo le dije, él no me dijo nada. O sea, sí que me dijo que me estaba comportando como una cría inmadura y como una zorra, pero…
               -Para, para, para, ¿te llamó zorra?-Momo inclinó a un lado la cabeza mientras Taïssa abría muchísimo los ojos y Kendra torcía la boca.
               -Menudo gilipollas.
               -A ver, sí, pero no es que yo no me lo mereciera, ¿sabes? Fui una auténtica cabrona con él. No sabéis los cortes que le metí. Incluso vino a casa a tratar de solucionarlo, pero yo seguía erre que erre con ello, así que terminé poniéndolo nervioso y… bueno. Me dijo que me estaba comportando como una zorra. Lo cual es verdad-me encogí de hombros.
               -Cielo, no puedes consentirle que te llame esas cosas-dijo Taïssa.
               -Aunque sean verdad-sentenció Kendra.
               -Sí, “zorra” sólo podemos llamártelo nosotras-Amoke me guiñó un ojo.
               -Y yo-añadió Shasha, apareciendo por detrás de mí y pegándome un mordisco en la mejilla. Di un brinco en el asiento.
               -¡Ay! ¿Desde cuándo estás ahí poniendo la oreja, so cotilla?
               -Relájate, princesa, que mi vida no gira en torno a ti. Sólo venía a por unos regalices, y de paso a saludar a mi fantástica hermana mayor, que seguro que tiene unos peniques sueltos para prestarme, ¿verdad que sí?
               -Eres una sinvergüenza.
               -Y tú eres fea, pero mamá me obliga a quererte igual-Shasha extendió la mano frente a mi cara, esperando a que le soltara un par de monedas que me saqué de la mochila para que me dejara en paz. Observé cómo se inclinaba en la barra a hacer su pedido, y luego venía a entregarme un tronquito relleno de nata y espolvoreado con pica-pica.
               El favorito de Alec.
               Suspiré antes de dar un mordisquito a la gominola, deseando aprovecharla lo máximo posible.
               -No puedes seguir así, Saab. Estamos de finales, y tienes que ayudar a Alec a estudiar para sus exámenes.
               -Vale, ¿y qué me sugerís que haga, Amoke? Me odia, y con razón.
               -Vete a verlo. Hablando se entiende la gente-aconsejó Taïssa.
               -Me da vergüenza mirarlo a la cara. Además, seguro que no quiere verme.
               -Entonces, vete y chúpasela-soltó Kendra, y Momo y Taïs la miraron mientras ella cogía una patatita-. Así seguro que te perdona. ¿No lo dice él mismo? Que todo tiene solución si hay sexo de por medio. Seguro que así se le pasa el enfado. Además, a ti te encanta chupársela-me guiñó un ojo-. Es un dos por uno, nena.
               -Tienen que hablarlo, Kendra, no ponerse a hacerlo como locos como si esto fuera After.
               -Yo no he dicho que no tengan que hablarlo. Claro que lo tienen que hablar. Pon a ese machito en su sitio, nena. Seguro que no te da vergüenza hacerlo después de meterte sus huevos en la boca-sentenció, metiéndose un puñado de patatitas en la boca y masticando sonoramente.
               -¿Cómo puedes decir eso siendo más virgen que el aceite, tía?-se cachondeó Momo.
               -No te equivoques, guapa: que no haya conocido varón no significa que sea virgen. Por Dios, si escucho lo que Sabrae nos cuenta que le hace Alec. Ésa es una de las dos razones por las que quiero que sigan juntos, por sus relatos eróticos. Estoy bastante segura de que estar en la misma habitación que ellos dos es suficiente para dejarte sin himen.
               -¿Y cuál es la segunda?-pregunté, y Kendra me miró.
               -¿Acaso le has visto? Dios mío de mi vida. Será un gilipollas y todo lo que tú quieras, pero el chico blanco del mes lo compensa. Madre mía-se recogió el pelo con una mano y se abanicó con la otra, y nos echamos a reír.
               -No es el chico blanco del mes. No insultes a nuestro hombre-Taïssa le dio un empujón.
               -¿Perdona? ¿Cómo que “vuestro hombre”? Es mío y sólo mío. Además, ¿tengo que recordaros que en diciembre no lo queríais ni a cincuenta metros de mí?
               -Qué rencorosa eres, Sabrae. ¿No quieres que te tengamos envidia? Pues sal con feos que follen mal-soltó Kendra, y nos reímos un poco más fuerte esta vez. Lo suficiente como para que Scott nos escuchara desde su mesa, al otro extremo de la cafetería, se girara para mirarnos, sonriera, y les soltara a sus amigos:
               -Dejad de preocuparos por Al, gente. Empezad a preocuparos por vuestras vidas sexuales, porque hoy él folla. Quizá sea el último.
               -Lo dices como si Tommy no viviera literalmente debajo de una de sus novias-espetó Tamika, echándose a reír.
               -¿Envidia, Tam?
               -¿Por tirarte a Diana? Te la tengo hasta yo-Logan le dio un codazo y negó con la cabeza.
               Puede que los amigos de Alec creyeran que todo iba a ser color de rosa y que su vida se iba a basar en sexo primero, y en atender a sus obligaciones después. No iba a ser así. O, al menos, yo no fui con esa intención a su casa.
               Después de hablar con mis amigas, mi culpabilidad se difuminó lo suficiente como para que el enfado regresara. De acuerdo, sí, me había pasado muchísimo con él, las formas no habían sido las adecuadas, y le debía una disculpa.
               Pero eso no significaba que no tuviera derecho a molestarme con él. Había perdido la razón por las formas, no por mis argumentos. Tendríamos que solucionar lo de la moto tarde o temprano, pero yo no iba a dejar que nuestras discusiones se interpusieran en el deber que tenía de velar por el futuro de Alec. Si él no se preocupaba por sus posibilidades, ya lo haría yo por los dos, y me aseguraría de actuar en consecuencia.
               Me repetí que no debía tener miedo de su reacción y que tenía excusas de sobra para plantarme en la puerta de su casa para cumplir con nuestros objetivos hasta la saciedad, para así poder afrontar el trance que supondría llamar a su puerta. Cuando por fin me armé de valor, lo hice con decisión, fingiendo una determinación que no sentía.
               No me había atrevido a encender el móvil por miedo a encontrarme con su indiferencia y sentir la necesidad de dar la vuelta y salir corriendo con el rabo entre las piernas a mi casa, olvidándome de todo por lo que teníamos que luchar. Le había prometido que no habría nada que nos separara, ni siquiera yo, ni siquiera él, ni siquiera el miedo que me producía que nos hiciéramos daño.
               Alcé las cejas a modo de saludo cuando Annie me abrió la puerta.
               -¡Saab, hola! Alec no me ha dicho que vendrías.
               Ouch. Bueno, primer puñal entre las costillas. No me quedaría más remedio que sobrevivir.
               -No concretamos nada. ¿Puedo pasar?
               -Esta es tu casa. Puedes entrar y salir cuando te apetezca. De hecho, aunque estemos nosotros, puedes usar las llaves si te apetece.
               Ah, las llaves. No pude evitar preguntarme, con el masoquismo que me caracterizaba, si Alec se arrepentiría de dármelas. Al menos tenía el consuelo de que era tan bueno que no me haría pasar por el incómodo trámite de pedirme que se las devolviera.
               Con Trufas correteando en círculos entre mis pies, subí las escaleras y tomé aire frente a su puerta cerrada. Escuché el sonido de la música de The Weeknd reverberando desde el interior de la habitación.
               Agaché la mirada para encontrarme con los ojos oscuros y brillantes de Trufas. El conejo me observó con lo que me pareció una mezcla de preocupación y lástima, y luego, después de mover un par de veces la naricita en mi dirección, se fue brincando en dirección a las escaleras.
               Segura de que acababa de desearme suerte en un idioma ancestral de mamíferos, decidí que ya estaba bien de rodeos, que tenía un objetivo en la vida, y que tenía que luchar por él.
               Así que llamé a la puerta.
 
Por la forma nada imperiosa en que los nudillos golpearon la puerta al otro lado de la pared, supuse que no sería mi madre, así que ni me molesté en sacarme la mano de los pantalones. A juzgar por la ligera timidez con que llamó, creí que sería Mimi, así que me daba igual si me veía agarrándome la polla mientras miraba fotos de Sabrae y tenía a The Weeknd de fondo, haciéndome recordar tiempos mejores en los que ella no eliminaba los mensajes que me enviaba ni dejaba de conectarse a Telegram para no tener que responderme.
               Había pasado una noche de mierda, las cosas como son. No había dormido nada, pero me había mantenido bien alejado del móvil por la cuenta que me traía. Después de que no me respondiera a los mensajes, decidí guardar un poco de mi orgullo y pasarme la noche haciendo el gilipollas en mi habitación, bien viendo una película que quitaba a los diez minutos, bien mirando noticias deportivas, o sentado frente a mis libros cinco minutos antes de ponerme a ver porno y preguntarme si en algún momento se me pasaría la tristeza y sentiría algo que no fuera añoranza por Sabrae cada vez que escuchaba a una actriz gemir de una forma falsa. Ahora que sabía cómo sonaba el placer de los labios de mi chica, me daba igual el de las demás, por mucho que fueran melodías compuestas explícitamente para excitarme.
               -¿Dónde está Sabrae?-me había preguntado Josh cuando aparecí en su habitación del hospital, solo, sin ella, no como le había prometido que iría el día anterior.
               -No puede venir.
               -¿Por qué?-Josh entrecerró los ojos un poco más si cabe, perspicaz como sólo puede serlo un crío de su edad que ha aprendido a leer su estado de salud de las expresiones de los adultos que revolotean a su alrededor.
               -Está enfadada.
               -¿Conmigo?
               -No, conmigo.
               Josh parpadeó instante, asimilando lo que acababa de decirle. Entonces, respondió con chulería:
               -Así me gusta, que me allanes el camino.
               Eso era lo que necesitaba. Alguien que me hiciera compañía, me arrancara una risa, un “puto crío”, me hiciera revolverle el pelo y me hiciera sentir invencible, capaz de hacer las cosas bien. No necesitaba películas que no me interesaban, estudios que me aburrían, o actrices que me parecían falsas y me hacían echar de menos a Sabrae.
               Es una mierda esto de estar enamorado cuando la chica a la que quieres no soporta estar en la misma habitación que tú.
               Al menos había hecho que normalizara un poco mis horarios de sueño. Me levanté cuando escuché el despertador de Mimi, bajé a desayunar un par de galletas que a nadie en mi casa le parecieron suficientes, e incluso salí a hacer los recados del día con mamá para que me diera un poco el aire y distraerme. No podía quedarme en casa, donde cada cuadro o cada foto me juzgaba por lo estúpido e inconsciente que había sido con Sabrae y la manera tan apoteósica en que había metido la pata hasta el fondo.
               Necesitaba estar con mi familia, pero a la vez, me daba vergüenza estar en su presencia y terminaba encerrándome en mi habitación. Había hecho un par de esquemas de los temas que me caerían en los exámenes de esa semana, pero al margen de eso, el resto había sido un poco de paripé. La hora de la comida había supuesto un descanso para mí hasta que tuve que ver a Mimi en el mismo uniforme que Sabrae, y en mi cabeza se había formado la idea de que, si no nos hubiéramos peleado, vendría vestida de la misma guisa a casa para ayudarme a ponerme al día. Quizás hasta comería con nosotros.
               Pero ahora quién sabía cuándo volvería a verla.
               Así que ahí estaba yo, sumergido hasta el cuello en mi propia autocompasión, echando terriblemente de menos a Sabrae y odiando que el videomensaje que le había mandado por la mañana no tuviera más que el tic de enviado. No lo había visto, ni mucho menos abierto. No sabía que le preguntaba qué era lo que había borrado, y que no había podido leer porque cuando entré en su chat, se le agotó la batería y el teléfono se me apagó.
               -Oye, nena, ¿me has mandado algo? Es que juraría haber visto mensajes tuyos pendientes cuando entré en la conversación, pero… bueno, quizá haya sido un error. Espero que estés bien. Aquí te dejo el amanecer del día-sonreía con timidez a la cámara antes de darle la vuelta-. Es bonito, pero no tanto como tú.
               Lo sé, lo sé. Un cumplido cutre y barato, pero no quería pasarme de meloso.
               Total, daba igual. Sabrae me detestaba y tardaría en venir a verme.
               Por eso decidí recurrir al último método que tenía para levantarme el ánimo: masturbarme. Cerré la puerta, puse música de The Weeknd, me tiré en la cama, y entré en la galería de nuestra conversación, plagada de fotos subidas de tono el uno del otro. Sentía que estaba haciendo algo malo por tocarme mirando sus fotos desnuda, como si a ella no le fuera a hacer gracia, pero era lo único que se me ocurría para convertirme en un ser mínimamente útil.
               Creí que escandalizar a Mimi me animaría un poco, por eso la animé a entrar con un:
               -Pasa.
               Seguí acariciándome un poco, recorriendo mi polla dura mientras miraba las preciosas tetas de Sabrae, respingonas, deliciosas, de pezones de un apetitoso tono de chocolate que me volvía loco…
               … pero el grito de mi hermana nunca llegó.
               -Hola-dijo la versión real de la chica que tenía encerrada en la pantalla de mi móvil, y yo di un brinco y la miré. Sabrae tenía el ceño fruncido, la boca apretada de manera que sus labios formaban una fina línea su cara.
               Incluso con esa expresión de estar harta de mí, estaba preciosa.
               -Hola-respondí con un jadeo, en parte por la sorpresa y el alivio por verla allí, deliciosamente presente aunque molesta conmigo; y en parte por mi excitación.
               Esperaba que no le ofendiera mi erección.
               Sabrae dio un paso hacia la cama mientras yo me sacaba la mano de los pantalones a toda velocidad y me incorporaba hasta quedar sentado, con la espalda apoyada contra el cabecero. Nos miramos en silencio, yo amedrentado, ella fiera.
               -Creía que no ibas a venir hoy.
               -Yo también-respondió, más borde de lo que pretendía, y menos de lo que yo me merecía, eso seguro. Miró a su alrededor, como si fuera la primera vez que entraba en mi habitación. Creo que estaba buscando cambios, algo que indicara que había hecho la elección que yo ni siquiera sabía que tenía pendiente, y que no había sido a ella.
               Bueno, pues si lo que esperaba era que no la eligiera a ella, más le valía esperar sentada, porque yo jamás elegiría a nada por encima de ella. Cuando Sabrae entraba en escena, para mí dejaba de haber elección. Sólo esperaba que para ella fuera igual.
               Se quedó mirando mi escritorio desordenado, pero con un desorden nuevo: no el propio del abandono que había tenido hasta hacía unos días, cuando era un mueble más en mi habitación, un sitio en el que tirar las cosas; ahora era el desorden de estar siendo utilizado, de las huellas de un uso que le estás dando a un mueble que ha sido pensado para ser utilizado. Se relamió los labios, frunciendo ligeramente el ceño.
               Quería decirle que entendía perfectamente que se hubiera puesto como se había puesto. Quería decirle que no tenía intención de engañarla, ni de traicionarla, ni de hacerle nada malo ocultándole lo de la moto. Quería decirle que sólo estaba esperando el momento adecuado, que era un cobarde que necesitaba armarse de valor, que era todo lo que ella me había dicho y más. Quería decirle que sabía que ahora mismo no me la merecía, pero que estaba dispuesto a trabajar como una mula para conseguir estar a su altura. Quería decirle que agradecía su paciencia, que no la volvería a defraudar.
               Quería decirle que dejaría la moto si tanto la disgustaba. Que no me había acercado a ella desde que nos habíamos peleado. Que prefería mil veces tenerla a ella que seguir con mi propósito de arreglar la moto.
               Quería decirle un montón de cosas, pero de mi boca sólo salió un estúpido:
               -Ayer estuve estudiando.
               Como si esperara que me aplaudiera, como si esperara que me diera la razón, como si quisiera que me dijera que había rectificado y que tenía derecho a hacer lo que me diera la gana con mi vida, y que si decidía tirarla por la borda era problema mío y sólo mío.
               Sabrae clavó los ojos en mí como una autómata, algo que me acojonó un poco, la verdad.
               -¿Y se supone que debo felicitarte?
               Sospeché que me había equivocado con su visita y que no había venido a hacer las paces o echarme una mano, sino porque teníamos todavía cosas pendientes que teníamos que solventar. De acuerdo. Fuera como fuera, yo aceptaría lo que viniera tal como viniera. No estaba en posición de ponerme digno; la había cagado pero bien, y ella tenía derecho a estar enfadada.
               Me levanté y fui hacia ella, todavía con la música de The Weeknd de fondo. Justo en ese momento, comenzó True Colors, y yo pensé que no podía haber mejor banda sonora para sincerarse que esa canción. Estiré una mano hacia ella, y cuando estaba a punto de cogérsela, Sabrae se apartó de mí y exhaló un rabioso:
               -No me toques.
               Me dolió más de lo que estaba dispuesto a admitir que rechazara el contacto conmigo, y más que lo hiciera de esa manera. Parecía que le diera asco, que estaba todo perdido, que no había marcha atrás. Automáticamente y muy a mi pesar, me enfadé con ella. ¿No se suponía que estábamos juntos en esto? Habíamos recorrido demasiado camino para tirar la toalla tan cerca de la línea de meta.
               -Si tanto te jode estar aquí-escupí, a pesar de que yo no quería un segundo asalto ni mucho menos, y me daba igual retirarme perdedor de esa pelea. Quería que parara, que simplemente parara, pero no llegas a campeón de boxeo con un instinto de lucha que te permita retirarte, así que no reculé. Muy a mi pesar, no reculé-, no sé por qué has tenido la necesidad de venir.
               -Porque yo me preocupo por ti. Alguien tiene que hacerlo, después de todo-se encogió de hombros y me rodeó para ir hasta el escritorio, en el que se sentó con gracilidad, dejando la mochila en el suelo.
               -¿Te crees que yo no me preocupo por mí, Sabrae?
               -No lo sé, Alec. Después de la movida que tuvimos anoche, y de lo apurado que vas con los estudios, creo que no es descabellado pensar que te da igual lo que te pase si llego a tu habitación y te encuentro tocándote los huevos. Literalmente.
               -Para tu información, no me estaba tocando los huevos. Me estaba haciendo una paja.
               Sabrae se giró para mirarme con la mandíbula desencajada, puso los ojos en blanco y espetó:
               -Pues peor me lo pones.
               -Bueno, e incluso si yo no me preocupara por mí, ¿por qué tienes que hacerlo tú, a ver? No eres mi madre. Ya tengo una, no necesito otra. No son como los padres; no hace falta tener dos para escoger. Si yo no me preocupo, menos tendrías que hacerlo tú.
               -¡Claro que tengo que preocuparme por ti, Alec! ¡Me preocupo porque te quiero! Te quiero, joder-escupió, con lágrimas en los ojos, casi como si fuera un horrible insulto-. Te quiero aunque seas un inconsciente, un chulo, un prepotente, un insensato, un egocéntrico y un gilipollas. Lo cual no impide que quiere arañarte la cara de vez en cuando, y que odie que me empujes hasta el límite de mi paciencia comportándote como si absolutamente todo te resbalara, porque sé de sobra la manera que tienes  de comerte la cabeza cuando estás a solas. Así que venga-instó, haciendo un gesto con la cabeza en dirección al escritorio, y girándose para colocarse de frente a él. Me la quedé mirando sin comprender qué era lo que quería-. Tenemos muchísimo que hacer, y poquísimo tiempo, así que más nos vale aprovecharlo.
               Cogió el primero de mis libros, lo abrió y abrió una libreta sin tan siquiera mirarme. Era como si fuera una niñera impaciente más que una novia, una profesora particular cansada de un alumno impertinente que se empeñaba en no aprender nada, pero al que no podía mandar a la mierda porque necesitaba muchísimo el dinero de las clases.
               Me acerqué a ella, y noté cómo se tensaba cuando me notó justo detrás. Odiaba la tensión que manaba de su cuerpo y odiaba que estuviera tan lejos. Decidí en ese instante que haría lo que fuera para que no volviera a salir en tromba de mi habitación.
               Si tenía que ponerme de rodillas y suplicarle que me perdonara, jurando y perjurando que no tocaría la moto y que me desharía de ella a la mañana siguiente, eso haría. Todo con tal de no perderla. Todo con tal de que ese muro de cristal que había entre nosotros, que nos permitía vernos sufrir alejados pero no consolarnos, se desintegrara.
               Le puse una mano en el hombro, y me alivió comprobar que no se apartaba. Noté asimismo que el torrente de energía que nos recorría siempre que nos sentíamos mal volvía a activarse entre nosotros, equilibrando nuestras energías y todo lo que había uniéndonos.
               -Bombón…-empecé, y Sabrae tomó aire y lo soltó en un jadeo que se parecía peligrosamente a un sollozo. Contuve el impulso de tirar de ella para ponerla cara a cara conmigo, y así comprobar si estaba llorando o no. Sabía que lo estaba haciendo, y me odiaba por ello, así que no necesitaba ningún tipo de verificación.
               Eres un mierdas, Alec. Eres un mierdas y un egoísta.
               -Habla conmigo, nena. No me hagas esto. No quiero que nos peleemos otra vez. Yo… siento muchísimo haberte disgustado ayer.
               -No-respondió, y por un momento pensé que me iba a decir que no lo sentía, que era un cabrón, que no me la merecía. Todo cierto salvo lo primero.
               Sin embargo, se me olvidaba que mi abuela no la llamaba “nuestra pequeña emperatriz” por nada. Tenía el porte de una reina, y la elegancia que sólo poseía la realeza. Quizá tuviera sangre real; eso explicaría que atrapara todas las miradas en el momento en que entraba en una habitación. Ese tipo de carisma no lo tenemos los plebeyos.
               -La que lo siente soy yo-contestó, girándose con un suave toque de su tobillo para ponerse frente a mí. Se abrazó a mi cintura y hundió la cara en mi vientre-. Lo siento muchísimo, Al.
               -Nena, ven-prácticamente lloriqueé, tirando de ella para levantarla de la silla del escritorio y poder sentarla en la cama. La senté prácticamente encima de mí y la acuné contra mi pecho mientras ella luchaba por no derramar ni una sola lágrima; sabía que me hacía sentir fatal, aunque me mereciera todo el castigo que ella tuviera que darme.
               -No sé por qué te empeñas tanto en preocuparme hasta el insomnio. De verdad que no lo sé, Alec, pero… pero eso no es excusa para todo lo que te dije ayer. Me pasé muchísimo contigo. Y lo lamento de verdad. Tú ya eres un hombre, y yo… yo no soy más que una cría, no tengo ningún derecho a tratar de imponerte mis decisiones o mis opiniones, y…
               -Para. Para ahí mismo, bombón. Tú no eres ninguna cría. Al menos, no para mí. Eres mi mujer, y yo… todo lo que me dijiste es verdad. Hiciste bien poniéndote así. Debería habértelo dicho. Nos prometimos sinceridad absoluta.
               -Aun así, no debería haberte gritado. Estuvo mal. Y lo siento de veras. No he pegado ojo en toda la noche pensando en cómo lo podías estar pasando. No estás bien, Alec, y te hago un flaco favor haciendo que te comas la cabeza o echándote en cara cosas que te corresponden exclusivamente a ti.
               -Estabas nerviosa. Sufriste muchísimo con el accidente, es normal que te preocupes como lo haces. Yo te lo agradezco, en serio.
               -Pero eso no justifica que me pusiera como una loca contigo.
               -No pasa nada, en serio, Sabrae. Soy yo el que debería pedirte perdón, tanto por haberte ocultado lo de la moto, no haberlo consultado contigo antes, y luego por haberme puesto chulo cuando tú te enfadaste. Tenías todo el derecho del mundo a sentirte herida, y yo no. Ya no digamos a insultarte. Me arrepiento un montón de haberte llamado gilipollas, o zorra. Tú no eres nada de eso-le aparté el pelo de la cara y, con el corazón en un puño, me atreví a darle un beso en la punta de la nariz. Ella me miró como miran los bebés, con la certeza de que inspiran tal instinto de protección que nada malo va a pasarles. No mientras quienes los sostienen entre sus brazos vivan.
               -Yo tampoco debería haberte llamado gilipollas, o traidor. Sí que fui gilipollas contigo, y una zorra de campeonato. Me lo merecía.
               -No quiero que me dejes faltarte al respeto.
               -Ni yo quiero que me lo permitas.
               -Yo no lo haré si tú me prometes no hacerlo-le di un beso en la palma de la mano y ella me acarició la mejilla, inhalando el aroma que desprendía mi piel, su perfume preferido.
               -De acuerdo. Acepto tus disculpas. No me las merezco, pero las acepto.
               -Sí te las mereces. Eres mi novia. Te lo mereces todo.
               Sabrae sonrió, relamiéndose los labios y mostrándome unos hoyuelos en sus mejillas que rara vez hacían acto de presencia. Las minúsculas pecas de chocolate de su nariz se apiñaron, uniendo las islas de su archipiélago ante la llegada de un huracán. Me acarició los labios con la yema de los dedos, pensativa.
               -Me lo merezco todo, salvo al hombre del que estoy enamorada, el dios que tengo.
               -¿Me lo presentas?-le pedí-. No me van los tíos, pero quién sabe… si tienes tan buena opinión de él, quizá pueda hacer una excepción.
               Sabrae se echó a reír, el sonido más precioso y puro del mundo.
               -Siento mucho haberme cabreado tanto ayer. Y todo lo que te dije. No iba en serio.
               -No pasa nada.
               -Sí pasa.
               -Te estoy diciendo que vale, que acepto tus disculpas, Saab.
               -Ah-sonrió-. Vale.
               -¿Qué pasa? ¿Todavía tienes ganas de discutir?-bromeé.
               -No-escondió la cara en mi pecho y soltó un suspiro de pura satisfacción. No podía ser tan fácil.
               Pero se trataba de nosotros. Siempre era fácil.
               -¿Has tenido algún ataque de ansiedad?-me preguntó, temiendo la respuesta. Negué con la cabeza.
               -Lo pasé mal, pero todo controlado. Lo he hablado con Claire, sin embargo. Me notó alterado y distraído.
               -Lamento oírlo.
               -Yo no. Me vino bien. Me hizo confirmar que… bueno, que no podemos hacer esto, Sabrae. No podemos pelearnos como lo hacemos y no tratar de solucionarlo. Ya van dos veces que hacemos esto de insultarnos y pasar el uno del otro; la primera vez lo hice yo, y la segunda has sido tú. Es malo para nosotros. Dice que estas aventadas que nos dan de cabrearnos y no querer hablar las cosas y marcharnos después de ponernos así son peligrosas.
               -Lo sé.
               -No, no lo sabes. Tienen una nueva dimensión.
               -¿Cuál?
               -Pueden ser tóxicas.
               Sabrae se quedó pensativa un momento.
               -Si es para la relación… entiendo que deberíamos tenernos respeto siempre, pero hay veces en que simplemente no es posible. Los dos tenemos personalidades muy fuertes, y lo bueno es que no solemos chocar, pero cuando sí lo hacemos… Alec, no te puedo garantizar que no vaya a volverme loca otra vez en algún momento de nuestra vida.
               -Lo sé, y yo tampoco, pero los tiros no van por ahí.
               -¿Ah, no? ¿Por dónde van, entonces? Lo siento, estoy un poco perdida.
               -Va por mí.
               Sabrae parpadeó.
               -Escucha, sé que te hice daño, y créeme si te digo que lo que más me ha dolido de este tiempo que hemos estado peleados (que, gracias a Dios, no ha batido un récord entre nosotros) ha sido el comerme la cabeza pensando en cómo podías estar pasándolo. Por eso me alivia muchísimo el saber que no has tenido…
               -No es por eso. No va por mí por eso. Es porque… no deberías permitirme que te llamara zorra. No deberías permitirme que te insultara, punto, pero menos que te llamara zorra. De “zorra” a “puta” sólo hay un paso.
               -Pero es que lo fui.
               -Me da igual. No me lo consientas, Sabrae.
               -¿Por qué? Tú jamás darías ese paso. Si Claire te ha dicho que hay posibilidades, es que no te conoce.
               -Sí que las hay. Siempre las hay. Mi padre llamaba eso a mi madre mientras le pegaba palizas. “Puta” y “zorra” son de las primeras palabras que recuerdo, junto con mi nombre y el de mi hermano.
               Sabrae se incorporó, escandalizada.
               -¿Claire te ha dicho que nuestra relación es tóxica? ¿O que vas a llegar a hacer lo que tu padre?
               -No. Me ha dicho que la falta de comunicación es mala, tanto por mi parte como por la tuya. Que puede llevar a problemas. Y, francamente, no necesito que me explique cuáles son esos problemas. Los viví de primera mano. Era un crío, pero sé reconocerlos.
               -Alec Theodore Whitelaw-me instó, cogiéndome la cara entre las manos-, escúchame bien. Tú no eres un maltratador. No lo eres, ni lo serás en toda tu vida, ¿entendido? Me da igual cuáles sean tus traumas; no vas a seguir los pasos de tu padre. Tú jamás vas a levantarme la mano. Ni a mí, ni a nadie que venga detrás de mí, si llego a ser tan tonta como para dejar que te me escapes. Todo esto ha sido un gran malentendido, y asumo toda la culpa que me corresponde. ¿Debería habérmelo tomado de otra manera? Por supuesto. ¿Debería haberme ido como lo hice? Seguramente no. Pero si lo hice, fue para protegernos a los dos. Una parte de mí no quería tenerte delante porque estaba enfadadísima, pero otra no quería tenerte delante para no seguir haciéndote daño. Me fui porque iba a seguir insultándote hasta que todo se saliera de madre y fuera irreversible, Alec, y como sé que a ti te afecta muchísimo lo que te digan, sobre todo lo que te dice gente a la que quieres tanto como a mí, prefería hacerlo mentalmente estando en mi habitación, a solas, en lugar de en la tuya o en el porche de mi casa.
               Me la quedé mirando.
               -¿Te ha quedado claro?
               -¿Te puedo ser sincero? He dejado de escuchar después del “Whitelaw”. Francamente, Sabrae, no sé por qué coño te molestas en decirme nada después de mi nombre completo. Se me acumula toda la sangre en un punto del cuerpo que no es el cerebro, y me ciego y ya no escucho.
               Soltó una sonora risotada.
               -¡Eres gil…!-empezó, pero se llevó una mano a la boca y los dos arqueamos las cejas. Me dio un empujoncito cariñoso-. Eres bobo. Bobísimo.
               -Di mi nombre completo otra vez, nena-ronroneé, agarrándola del culo y sentándola sobre mí-. Haces que suene a postura por inventar del Kamasutra.
               Sabrae se echó a reír y negó con la cabeza.
               -No pienso darte ese gusto. Estamos hablando.
               -Puede, pero no con los labios que a mí me interesan.
               Se puso colorada.
               -¡Alec!-me reprendió-. ¡Eres un sinvergüenza!
               Me eché a reír.
               -Pero te encanta.
               -No me hechices-protestó cuando le aparté el pelo del hombro y le acaricié el cuello.
               -¿Quién te hechiza?-respondí contra su carne de gallina, mi aliento acariciando su piel, tomando el relevo de mis dedos.
               -Compórtate, Alec, ¡tenemos que sellar esto!
               -Si no digo que no, pero ¿no podemos empezar por otras cosas?
               Noté que se ponía roja como un tomate en el ardor que estalló en su piel.
               -Dios mío de mi vida, ¡estás en celo!-me dio un nuevo empujón para alejarme de ella, pero yo la agarré bien fuerte de las caderas, asegurándome de que no se me escapara muy lejos. Lo mejor de las peleas era la fase de reconciliación, un ensayo de la luna de miel.
               -Todavía tengo parte de la sangre acumulada en otro sitio que no es el cerebro, así que perdona si no pienso con claridad. Ya sabes que no se me da bien teniéndote tan cerca.
               -Pues entonces no me pegues tanto a ti.
               Sonreí a centímetros de su boca.
               -Intenta impedírmelo, bombón.
               Sabrae se relamió, y ya no pudo resistírseme más. Se lanzó contra mis labios y me dio uno de los besos más gloriosos de toda mi vida, entregándose a mí con la misma rabia con que nos habíamos peleado la noche anterior. Comprendí en ese instante a qué se debía el calor que había en la habitación: nos sobraba la ropa.
               Le saqué la blusa de la falda del uniforme y empecé a tirar de ella hacia arriba.
               -Espera, espera-jadeó-. Todavía no hemos terminado de…
               -Ni siquiera hemos empezado a-le guiñé un ojo y ella no pudo evitar sonreírme. La tenía en el bote, comiendo de mi mano. No sé cómo, pero la tenía comiendo de mi mano.
               -Podemos dejar la conversación pendiente si quieres, pero antes necesito asegurarme de que entiendes algo.
               -Estoy familiarizado con el proceso de fabricación de niños, tranquila-ronroneé, acariciándole el costado. Sabrae puso los ojos en blanco.
               -¿Podemos, por favor, hablar en serio durante un segundo? Un solo segundo. No te pido más.
               Hice una mueca, pero asentí con la cabeza y me recliné hacia atrás, con las manos ancladas en el colchón. Me la quedé mirando, esperando a que me dijera lo que me tenía que decir.
               -Tienes que saber que ahora tienes límites, Alec-dijo después de un instante de reflexión.
               -Ya lo sé.
               -¿Seguro?
               -Sí. Soy perfectamente consciente. Y los respeto, créeme. Así, lo único que hago con ellos es redibujarlos. Sé que te preocupa mucho lo de la moto, pero…
               -No quiero hablar de la moto ahora.
               -¿Ah, no?
               -No. Tengo tu polla haciéndome presión en la ingle.
               Le dediqué mi mejor sonrisa torcida.
               -Me preguntaba cuándo te darías cuenta de mi treta.
               -Por favor-puso los ojos en blanco de nuevo-. Has puesto una cara de orgasmo cuando te has reclinado así… he comprendido que no tenía ninguna posibilidad justo ahí.
               -Pues has tardado bastante. Llevas sin tener ninguna posibilidad desde que entraste en la habitación.
               Se echó a reír, negó con la cabeza, y me acarició el costado.
               -Sabes que te quiero como a nada en esta vida, ¿verdad, sol?
               Esta vez, quien tuvo que sonreír fui yo. No había nada mejor que ella diciéndome que me quería en la misma frase en que me llamaba “sol”.
               O bueno… quizás sí había una cosa…
               Metí una mano por dentro de su blusa mientras ella me miraba con adoración, sus ojos tendiendo puentes desde su alma hasta la mía.
               -Sí, mi amor.
               Con la maestría y la experiencia de quien ha tenido mil amantes pero sólo una esposa, le desabroché el sujetador. Sabrae se estremeció de pies a cabeza cuando sintió las caricias de las yemas de mis dedos allí donde antes había tenido el enganche. Me incliné y comencé a besarla, y ella, muy a su pesar, no se apartó.
               La agarré de las caderas y la tumbé sobre la cama, debajo de mí. Sus dedos se enredaron en el pelo de mi nuca mientras con una mano le acariciaba el cuello, y con la otra, entre las piernas. Suspiró cuando le dejé espacio para respirar, deslizando mis dedos por la cara interior de su muslo, separándole más las rodillas.
               -Alec, para-me pidió con un hilo de voz, nada convencida de lo que me estaba diciendo. Así que, como su “para” era más bien un “sigue”, seguí-. Tenemos mucho que hacer. He hecho un horario… hemos perdido muchísimo tiempo.
               -De ti depende lo que sigamos perdiendo, nena-ronroneé, mordisqueándole el cuello. Se estremeció de pies a cabeza y contuvo un gemido cuando volví a presionarle el sexo por encima de las bragas.
               -He hecho un horario… lo tengo todo planeado.
               No pude evitar reírme contra su piel, y el contacto de mis dientes fue fatal para ella.
               -No tenías pensado enamorarte de mí, y sin embargo soy lo mejor que te ha pasado en la vida.
               Su respuesta fue un suspiro cuando le desabroché los botones de la falda. Sonó muchísimo a “también tienes razón”.


 
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2 comentarios:

  1. BUENO BUENO BUENO, Esto no te va a extrañar porque sabes como soy, pero estaba deseando una discusión así de explosiva que acabase en drama pasajero. He disfrutado muchísimo leyendo la pelea, Dios, es que me ha encantado como han explotado los dos, y la forma de pirarse de Sabrae y luego Alec yendo a su casa a buscarla. Mi drama favorito, tira y afloja de toda la vida.
    Me ha gustado sobre todo como lo han hablado y la forma en la que lo han resuelto, al menos lo de la discusión. Me va a encantar ver como todas las sesiones de estudio acaban en polvo.

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  2. EEEEEEEE ME HA ENCANTADO ESTE CAPÍTULO DE PRINCIPIO A FIN, HE HECHO 39283 CAPTURAS ((a ver drama porque se han peleado y tal pero es que en este momento estos dos no pueden estar más de un día peleados entonces todo bien, no rompen aunque ellos se monten la película y ya)).
    comento cositass:
    - toda la bronca del principio me ha flipado en plan ha sido tal y como me la imaginaba y me ha ENCANTADO como ha estado narrada y todo osea 10 de 10.
    - me he meado de la risa con Scott y Shasha apostando por quien se iba a disculpar antes como apostaron Sabrae y shasha en su momento con scommy.
    - como siempre adoro un buen momento scalec, zayn-scott, zayn-sherezade…
    - el cariño que le tiene Shasha a Alec no estoy ok en verdad, les adoro como cuñados son los mejores.
    - Kendra me pone MUY nerviosa no acaba de caerme bien yo lo siento.
    - voy a volver a decir que Josh es genial porque sino reviento.
    - Luego fantasía total cuando Sabrae ha ido a ver a Alec, desde que le ha pillado haciéndose una paja hasta que casi se echan a llorar los dos por estar un día peleados. Es que me ha encantado lo tensísimos que estaban al principio y como han terminado el cap la verdad.
    He disfrutado muchiiiiiiisimo el capítulo, deseando leer más <3

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