lunes, 29 de noviembre de 2021

Cadena perpetua.

¡Pss, pss! No te asustes, pero estás a punto de empezar a leer el capítulo 200 de la novela. Quería darte las gracias por haber llegado hasta aquí, no importa si llevas desde 2012, 2017 o la semana pasada. Cada comentario, cada tweet, cada mensaje y cada voto han hecho posible que hoy estemos las dos aquí.
bueno, las tres


Por 200 capítulos más!! 


(A poder ser, no exclusivamente en Sabrae JSJSJJSJSJS)🥂


Tamborileó con los dedos en la mesa, una sonrisa nerviosa pintarrajeándose poco a poco en su boca. Sentí que la tentación de decirle que mejor lo olvidara y que su historial no importaba, que su pasado ya había pasado y ya sabía todo lo que necesitaba saber de él, que lo que hubiera hecho no le definía, pero supe que aquello sería cobardía. Él había escuchado las peores cosas de mí y no había vacilado lo más mínimo en asegurarme que mis sentimientos eran válidos, que mi vida merecía que la escucharan, y que los celos que sentía escuchándome hablar de los que le habían precedido sólo hacía que mi amor fuera más dulce, igual que la miel alivia más tras una comida especialmente picante.
               Cuando le pedí que me hablara de Perséfone, había asentido con la cabeza, inclinándose hacia atrás en la silla, pegando la espalda al respaldo y cuadrando los hombros como si estuviéramos en una sala de interrogatorios, yo llevara una placa y a él lo hubieran pillado intentando meter droga en el aeropuerto.
               Abrió la boca, tomó aire, la volvió a cerrar, y frunció el ceño. Se había relamido los labios y había jadeado una risa nerviosa, de ésas que exhalaba cuando me vacilaba y yo le vacilaba más fuerte, lo suficiente como para que no supiera qué contestarme, y se había hundido un poco en la silla, espatarrándose.
               Cuando se pasó una mano por el pelo, ya no lo pude soportar más. Necesitaba preguntarle. La tensión de no saber qué era lo que estaba pensando, ya que se había vuelto más opaco que el muro de Berlín en plena posguerra, me estaba matando. Jamás me había sentido así con él desde que habíamos empezado lo nuestro: en el momento en que me había abierto de piernas para él, Alec me había abierto su corazón, y yo le había leído mejor que a nadie.
               Hasta ahora.
               -¿Qué pasa?-pregunté-. ¿Demasiado que contarme? Soy más fuerte de lo que parezco-alcé una ceja y levanté el mentón, altiva. Puede que fuera a hacerme un daño tremendo, pero me prometí a mí misma que no dejaría que se me notara. Le había pedido que me lo contara, habían usado a Perséfone como arma arrojadiza hacia mí, y le había fastidiado la noche a Alec. Tenía que saber a qué me enfrentaba, no importaba si era una mariposa o un titán.
               Además, no era tonta. Sabía de sobra qué era lo que predominaría en la historia de Alec y Perséfone: placer. Placer en todas sus formas: borracheras, noches de fiesta, juergas hasta el amanecer, tardes disfrutando de ese paraíso cuyo idioma ambos compartían, y… sexo. Sexo, sexo, sexo. Muchísimo sexo.
               Alec volvía demasiado radiante de Grecia como para que aquel brillo fuera sólo por el sol. Era el tipo de fulgor que sólo una mujer puede dejar en un hombre, y se me encogió el estómago al darme cuenta de que era eso, precisamente, lo que había pasado siempre, la atracción que había sentido hacia él cuando regresaba de Mykonos: la llamada que había escuchado en mi interior no era más que el eco de los gritos de Perséfone mientras alcanzaba incontables orgasmos con él. Mientras él hacía que los alcanzara.
               Hay algo intangible que tienen los chicos que follan bien. No sabes muy bien qué es, ni tan siquiera eres consciente de que estás reconociendo a uno: simplemente la manera en que hacen disfrutar a las chicas impregna su piel de tal forma que se convierte en parte de ellos, una parte que sólo tu subconsciente es capaz de percibir, pero de la que se hace prácticamente imposible escapar.
               Por supuesto, Alec era perfectamente consciente de que yo me esperaba mucho sexo de su historia con Perséfone, así que sus dudas y su cuidado no hacían más que colocarme al borde del precipicio. ¿Estaba dándose cuenta de que había sido tanto? ¿Demasiado, quizá? ¿Lo suficiente como para sentir que debía avergonzarse, o que los demás hacían bien burlándose de mí porque era imposible que estuviera a la altura de Perséfone, incluso cuando apenas podíamos parar de hacerlo?
               -No es eso, nena-negó con la cabeza, riendo de nuevo, pero esta vez esta risa fue un poco más atractiva, más aliviada y menos nerviosa. Era Alec sabiendo que, a pesar de que lo habían cazado con las manos en la masa, tenía carisma de sobra para salir airoso de cualquier asunto-. Es que…-se pasó una mano por el pelo y se encogió de hombros, dejándola caer sobre la mesa, lo suficientemente cerca de la mía como para dejarme claro que quería cogérmela y salvar la distancia que sentía que nos separaba, pero no lo bastante como para que yo sintiera la obligación de cogérsela. Tenía derecho a estar molesta con él, era lo que me decía. Tenía derecho a cabrearme por todo lo que se había callado, sobre todo después de mi sinceridad sin tapujos.
               Como si mi sinceridad no fuera en parte producto de mi corta vida sexual. Comprendía a la perfección que Alec se hubiera callado ciertas cosas: no sólo por respeto a mi ego, sino también porque es mucho más complicado comerse hasta el último bocado en un banquete que de un simple tentempié.
               -… no sé muy bien cómo empezar-admitió, girando la mano de forma que su palma quedara hacia arriba, a la vista de todos los reunidos en aquella habitación: dioses, mortales, y fantasmas del pasado-. Y no sé si sería mejor para ti que vaya directamente a lo que te interesa o que te prepare un poco el terreno.
               -Me interesa todo-respondí, notando que se me formaba una sonrisa en la boca. Aliviada, me di cuenta de que era una sonrisa sincera. Como siempre, él conseguía sacar lo mejor de toda situación, sin importar si ésta era buena o mala, y aliviar la tensión que haría explotar a cualquier otro.
               Inclinó la cabeza a un lado, mirándome con esos ojazos castaños que hacían que me preguntara cómo podía haberle entregado mi virginidad a alguien que no los tuviera exactamente como los suyos; no por lo que mi virginidad absurdo significaba en la sociedad, sino porque la había perdido con alguien a quien quería. Y querer a otro que no fuera Alec me parecía surrealista.
               -Entonces, ¿por qué quieres que empiece?
               -El principio está bien-respondí, convirtiendo mis dedos en piernas que se pasearon por el parque que era la palma de su mano extendida. Seguí la línea de la cara interna de su brazo, y Alec sonrió-. Además… no espero que lo hagas de otra forma. Después de todo, eres el rey de los preliminares.
               La risa que llenó la cocina hizo que el desayuno se aposentara en mi estómago como un dragón en su nido, y supe que aunque me contara mil aventuras que yo jamás podría igualar, estaríamos bien.
               El hecho de que estuviera desayunando conmigo y no con Perséfone, que me hubiera traído a mí a Mykonos y no a Perséfone a Inglaterra, era todo lo que necesitaba para darme cuenta de que, si ella era su pasado, yo era su historia. Allí donde Perséfone no estaba hecha más que de tinta y recuerdos, yo era fuego, vitalidad y planes para Alec.
               No le hablaría de mí como iba a hablarme de ella. No, si a mí me presumía borracho y sobrio; en cambio, jamás me había hablado de Perséfone hasta entonces, como si fuera algo en una esquina de su mente, a lo que no se molestaba siquiera en llegar.
               -Ah, sí. Casi se me olvida que preparar el terreno es casi tan importante como el empeño que le pones al partido-rió, girándome la silla y acariciándome las rodillas con ambas manos, ascendiendo por mis piernas desnudas hasta dejar los dedos a pocos milímetros del elástico de mis bragas. No obstante, se apartó. Me respetaba demasiado como para bromear con algo que sabía que me preocupaba.
               -Va a ser jodidamente caótico, así que… si necesitas que te aclare algo, no te preocupes por tener que cortarme. No te quedes con la duda, ¿vale?
               Me miró a los ojos, asegurándose de que le entendía. Sólo cuando asentí él también lo hizo.
               Se aclaró la garganta y, tras posar los dedos en su taza para moverla un par de centímetros, un gesto que Claire le habría explicado que era la manifestación de la forma en que el cerebro intenta ordenar las ideas para contar algo largo, dijo:
                -Mentiría si te dijera que recuerdo el momento en que conocí a Perséfone, porque no es así. Para mí, ella siempre ha estado por ahí, igual que las gemelas, tu hermano o Jordan. Supongo que no me impactó tanto como cuando os vi por primera vez a Mimi o a ti, a pesar de que ella también iba a tener un peso demencial en mi vida, pero…-se pasó una mano por la nuca-. No sé, son cosas con las que simplemente no cuentas, que ni te planteas ni puedes controlar. El caso es que conocí a Perséfone con todos los demás en Mykonos. Vinimos aquí por primera vez cuando mamá consiguió el divorcio y la custodia completa de Aaron y mía, porque no podía sacarnos del país sin consentimiento de mi padre. Cosa que, evidentemente, no iba a darle-se rascó el cuello, pensativo. La nuez de su garganta subió y bajó cuando tragó saliva-. Mamá había sido tremendamente feliz en Mykonos; Mamushka era mucho más cariñosa y comprensiva con ella y con Sybil aquí-miró las paredes, los retazos de una vida que él era demasiado joven para haber vivido impregnando cada rincón de la casa-. Ya has visto que es dura y me da caña, pero con mamá era todavía más. La quería con locura, pero siempre le exigió mucho. Creo que una parte de ella piensa que mamá terminó con mi padre por eso. Pero bueno-puso los ojos en blanco e hizo una mueca-, me estoy desviando del tema, y tú lo que quieres es que te hable de…
               -Quiero que me hables de lo que quieras. También me interesa la vida de Annie aquí. Y la de Ekaterina, si quieres contármela.
                -Claro que quiero. Pero no es relevante ahora mismo. Sólo necesitas saber que mamá se pasó años sin venir a la casa en la que se había criado Mamushka. La última vez vino con mi padre, y todos vieron que ya había cosas raras en la relación. Trataron de advertirla aprovechando que él no hablaba el idioma, claro, pero mamá todavía estaba en esa etapa de la relación en la que todo es perfecto, y si le sacan defectos a tu pareja es por envidia y nada más, así que… se lo contó a mi padre. Y mi padre no la dejó volver. Cuando ella volvió después de casi diez años, aquí prácticamente se montó una fiesta. Lamentaron en el alma ver que tenía dos hijos a los que no habían visto crecer en su vientre, claro que a mí poco iban a verme-rió, y yo sonreí-. Se volcaron con Mimi, eso sí. Lo hicieron con todos, en realidad, pero más con ella. Yo chapurreaba bastante bien el idioma, así que no tuve problema en integrarme como sí le pasaba a Aaron. Él siempre se resistió a hacer nada que le mandara mamá, así que yo necesitaba un grupo de amigos con el que jugar, porque Aaron sólo quería hacer cosas solos, y yo no estaba muy por la labor, seguro que te haces una idea de por qué-hizo una mueca y yo asentí con la cabeza.
               »El caso es que desde muy pequeño siempre he relacionado Mykonos con… no sé. Verano. Días larguísimos fuera de casa. Andar en bici, bucear y coger conchas, nadar hasta que no oigo los gritos de mi madre ordenándome con palabras que no usa en casa, pero el mismo tono de voz, que vuelva inmediatamente a la orilla, donde hago pie… comer helados que me dejan los dedos pegajosos y jugar con mis amigos. Creo que aquí es donde más solo he estado a pesar de que no recuerdo estar yo solo más de cinco minutos seguidos en los… ¿trece, catorce años que he venido?-frunció el ceño-. Pero no lo digo en el mal sentido. Aquí me sentía como que la persona que yo era en Inglaterra se ponía en pausa. Podía jugar tranquilo. Mi padre estaba a un continente entero de distancia y no podía hacernos daño ni a mí, ni a Mimi ni a mamá. Aaron ya me importaba una mierda la primera vez que desembarcamos, y con todo el pueblo vigilando y cuidando a mi hermana yo podía relajarme y… no sé. Vivir. Ser un crío de seis años en lugar de un enano con las responsabilidades de un huérfano de 20.
               »Aquí fui libre antes siquiera de darme cuenta de que en Inglaterra me sentía atrapado. Podía dormir a pierna suelta sin tener que respirar suave para escuchar a Aaron rondar por la casa de madrugada, o comerme un helado sin preocuparme de dejarle un poco a Mimi, porque Aaron no se atrevía a quitárselo aquí. Todo Mykonos le odiaba. Seguramente les preguntes si tengo un hermano mayor y la gran mayoría te juren sobre su tumba que no, que el mayor soy yo, que ni de broma soy el mediano. Se olvidaron enseguida de que existe y yo les envidio por eso.
               »Volviendo a Perséfone…-puso los ojos en blanco y bufó.
               -Me interesa. No tienes por qué apresurarte en volver a ella si sientes que necesito saber otras cosas.
               -No hace falta que me ponga a despotricar sobre Aaron, o llegará la hora de ir a por los demás al aeropuerto y yo todavía no habré terminado. El caso es que… como habrás podido apreciar, tengo un grupo de amigos bastante extenso aquí. Y también más equilibrado. Faltaban bastantes chicas en la boda ayer, supongo que porque estarán de exámenes o de viaje, como Perséfone. De todos modos, aquí la gente se toma la vida de otra manera, o puede que yo lo crea así porque los veo en la época del año en que más se relaja todo el mundo-se rascó el codo, pensativo-. La verdad, no lo sé. Lo que sí sé es que, por mucho que me lleve bien con todos (con algunos mejor que con otros, como ya has visto), con Perséfone siempre tuve una especie de… conexión especial. No sé cómo llamarla. Yo la buscaba a ella la primera y ella me buscaba a mí antes que a nadie. No saludaba a nadie hasta que no me encontraba con ella y podía abrazarla, incluso de enano-sonrió con nostalgia, perdido en sus recuerdos-. No diré que la quería como a una hermana, porque tengo muy claro a quién salvaría de un incendio si tuviera que elegir entre Mimi y ella, pero… no sé. Perséfone siempre ha estado ahí, ¿sabes?
               -No tienes por qué decirlo como si me pidieras perdón, Al.
               -Sí, si la usan para hacerte daño.
               -Pero no es tu culpa.
               -Ya, bueno…-puso los ojos en blanco y carraspeó-. Total. Los veranos pasaron. Cada vez que venía a Mykonos, había algo nuevo que hacer. Ir en bote, a la discoteca del otro lado-señaló con la cabeza el principio de la calle, pero yo sabía que se refería a la zona de ocio nocturno por excelencia de la isla. A pesar de que estábamos en un pequeño pueblecito costero, Mykonos era más conocida por la fiesta que por sus redes de pesca y sus celosías.
               Unió sus manos por las palmas, como si rezara, y las frotó despacio. Dio un par de palmaditas silenciosas con los ojos puestos en mí.
               -Supongo que ya te imaginas qué tocaba cierto verano.
               Asentí con la cabeza. Estiré las piernas, entrelacé los tobillos y me crucé de brazos, protegiéndome a mí misma de algo que ni siquiera sabía si me haría daño.
               -¿Lo planeaste?-pregunté. Alec negó con la cabeza.
               -No.
               -¿Y ella? ¿Crees que lo planeó?
               Se rió, frotándose la cara.
               -No, ella menos que yo. No sabes cómo estaba yo en aquella época con Bey. Era muy… intenso-abrió mucho los ojos, la vista perdida, sacudiendo ligeramente la cabeza-. Creo que no he sido tan intenso en mi puta vida.
               -Ah, vaya, gracias por la parte que me toca-bromeé, y Alec me miró.
               -Saab, a ver… no estoy diciendo que la quisiera más de lo que te quiero a ti.
               -¿Entonces? Yo que creía que tenía que preocuparme por Perséfone, y resulta que me tengo que preocupar de dos-agité la mano en el aire, como espantando un bicho, y Alec se relamió los labios.
               -No me vaciles con esto, nena. Ya sabes lo mucho que me jode. Sé que sabes que no es lo mismo querer a alguien y ser correspondido a no serlo. Cuando no eres correspondido…
               Cuando no eres correspondido, pensé, tu amor crece porque te sientes indigno, y quieres a esa persona más porque a ti te quieres menos. La dignificas, y sólo alimentas el círculo.
               -Cuando no eres correspondido, quieres con más fuerza. Con desesperación. Suples que no te quieran queriendo tú más, pero eso desgasta. Y Perséfone veía que yo venía desgastado cada verano y me iba un poco menos de lo que venía, porque aquí me distraía.
               -¿Con ella?
               -No. O sea, sí. Es decir… no sólo con ella-se sonrojó un poco, y yo me eché a reír.
               -Al, no le debes nada a Bey, y desde luego no me debes nada a mí. No hace falta que te pongas rojo.
               -No me pongo rojo-y se puso más rojo. Me reí más fuerte y él se puso más rojo aún. Se tapó la cara con las manos y bufó-. Uf, para. Para, en serio-protestó.
               -Alec, ¿realmente has tardado años en ver que eres promiscuo?
               -Sólo disfrutaba de mi juventud-protestó, y yo asentí con la cabeza.
               -Exacto. Venga, sigue.
               -Pues… eso. Lo obcecado que estaba con Bey no me dejaba ver que en realidad Perséfone también me gustaba. Mucho. De las chicas del grupo, era la que más me llamaba la atención.
               -¿Y no era la única?-alcé una ceja.
               -No me mires así. No puedes decir que soy promiscuo y al minuto siguiente ponerme nervioso mirándome así. No, no era la única-admitió-. Pero tú no sabes lo que es ser un crío en plena pubertad rodeado de tías en bikini. Algunas mayores que tú. Ya desarrolladas. Es bastante jodido andar por ahí en bañador, ¿sabes? Mucho feminismo y mucha historia, pero te querría ver yo en mi piel, a ver qué hacías.
               Me eché a reír y Alec se pasó la mano por el pelo.
               -¿Me he pasado?
               -Lo dejaré estar por esta vez. ¿Cómo te diste cuenta de que te gustaba Perséfone? Y, por favor, no seas Alec Whitelaw por una vez en tu vida-puse los ojos en blanco y Alec se rió.
               -Por si no te has dado cuenta, guapa, yo soy Alec Whitelaw. Pero, por si acaso, te preguntaré: ¿qué es ser Alec Whitelaw?
               -Ser Alec Whitelaw es contestarme “follándomela”-dije, haciéndole burla, hablando como un neandertal. Alec me puso cara de póker y yo me eché a reír a carcajadas-. ¡ALEC!-aullé-. ¡ERES UN SINVERGÜENZA!
               -Y tú una payasa-se mofó-. ¿Cómo voy a darme cuenta de que me gusta una tía follándomela? Me la doy cuando se me levanta pensando en ella. Ni que fuera retrasado.
                Alec me dejó reírme un rato antes de carraspear y decirme que no, no había sido follándosela.
               -No sé, la verdad es que no puedo decirte en qué momento me di cuenta de que me gustaba Perséfone. Simplemente pasó, y punto. Nos enrollamos unas cuantas veces, pasando de niveles con los que no había pasado con ninguna otra tía, y una noche terminamos follando. De lo que sí estoy seguro es de que Perséfone puede echarle en cara a Bey que no estuviera por la labor. Así se habría ahorrado desvirgarme ella y ya me habría disfrutado espabilado, como tú.
               -¿Cómo fue?
               -Vergonzosamente corto. Aunque bastante digno, en realidad, si tenemos en cuenta que el fantasma de Scott catorce trece segundos.
               -¿Y tú cuántos? ¿Catorce?-me burlé, y Alec me fulminó con la mirada, picándose.
               -Pues no, listilla. Veintiséis.
               -Un gran número-sonreí.
               -Según para qué cosas.
               Le pegué un manotazo, y él se echó a reír. Se relamió los labios.
               -Hay una cosa que no entiendo. Has dicho que te liabas con otras chicas cuando también te liabas con Perséfone. ¿Por qué me dijo Chloe entonces que era tu novia? Los novios no hacen eso. Salvo que estén en una relación abierta, claro-puse los ojos en blanco-, pero por la forma en que Chloe me dijo aquello, independientemente de que quisiera hacerme daño o no, me pareció que estaba siendo sincera.
               Alec se relamió los labios. Se pasó la mano por la mandíbula, pensativo, y bajó la vista a su taza de café. Todavía quedaba un poco en ella; escuché cómo bailaba en pequeñas olas cuando la cambió de nuevo de sitio, ordenando sus ideas. Tomó aire y lo soltó despacio, pero yo me limité a esperar, dándole el espacio que él necesitaba.
               -Tú no lo sabes porque no tienes un grupo de amigos mixto como el que tengo yo, en el que todos nos liábamos con todos, pero… hay una diferencia abismal entre enrollarse sin ir más allá, e introducir el sexo en la ecuación. Y, como comprenderás, en cuanto probé lo que es estar dentro de una chica ya no quería conformarme con sólo unos morreos y un poco de magreo-inclinó la cabeza a un lado-. Y Perséfone tampoco. Las demás vieron el cambio que había habido entre nosotros, a pesar de que ella no se lo dijo explícitamente a las chicas, o por lo menos no delante de mí.
               -Tú sí-ironicé, como si no fuera consciente de que Alec era un tío y el tratamiento que le daban los tíos a perder la virginidad. Lo veía mismamente con la forma en que vacilaba a Jordan. E, incluso si no fuera por mi contacto con los nueve de siempre, no había crecido en una cueva: sabía que nosotras teníamos que contarlo con recato, como si hubiéramos entregado nuestra alma a otra persona; en cambio, ellos se jactaban de haberse iniciado en el mundo del sexo igual que un general romano de haber aniquilado una aldea bárbara.
               -¿Debería llamar a mi abogada?-se burló, y negó con la cabeza, la vista perdida en un punto de la mesa entre nosotros-. El sexo os desquicia-me miró-. A nosotros nos vuelve locos, vale, y sólo podemos pensar en una cosa cuando lo probamos, pero a vosotras os afecta todavía más. No sé qué coño os pasa, pero os volvéis súper territoriales, hayáis follado con un tío en particular o con otro. Empezó a haber movidas donde antes todo eran orgías y pasárselo de puta madre, así que…-entrecerró los ojos-. Decidí que sólo me acostaría con Perséfone en Mykonos.
               Ahí estaba. La respuesta que yo había estado esperando, y puede que incluso temiendo, flotando por fin en el aire ante mí, como un monstruo de humo. Todo encajaba ahora: que la isla entera dijera que yo estaba ocupando el lugar de Perséfone, que Chloe y el resto de perras de la isla dijeran que eran novios. Puede que Alec no se hubiera dado cuenta, pero en el momento en que había pactado exclusividad con Perséfone, había hecho una promesa con ella que en poco se parecía a la mía.
               Quizá ella jamás hubiera ostentado el título oficial como sí lo hacía yo, pero si la había acompañado a fiestas, si la había traído a casa, si le había hecho el amor a la luz de la luna, ella había sido la primera, y yo era la segunda. Y lo peor de todo es que ni siquiera podía molestarme o sentirme herida por eso; Alec también era el segundo para mí, y sin embargo a él le gustaba su posición. Cierto que habíamos hecho muchísimas más cosas juntos de las que yo había hecho con Hugo, o ni siquiera me había planteado con mi primer novio, pero…
               Me había sentido especial. Hay una magia indescriptible en ser el primer ser humano que ve un paisaje de belleza abrumadora por primera vez, en pisar tierra virgen, en descubrir especies animales maravillosas.
               Todos los territorios ignotos llevan el nombre de sus descubridores. Y yo llevaba llamando por el mío a Alec sin saber que aquel paraíso ya había sido reclamado por otra.
               -Complicaba demasiado las cosas estar disponible para todas, así que en aquel momento me pareció lo más inteligente.
               -¿Fue ella quien te lo pidió?
               Negó con la cabeza, y yo no me di cuenta de que la posibilidad de que lo hiciera me dolería más que el que se lo hubiera sugerido Perséfone. Así lo hacía todavía más real, más… fuerte.
               -No, pero cuando se lo dije le pareció buena idea. Las cosas se habían puesto muy tensas, y dado que Perséfone fue de las primeras en perder la virginidad del grupo, los chicos también estaban muy… al acecho-torció la boca-. No sé cómo decirlo sin que suene mal. Lo siento si te ofende, bombón.
               -No pasa nada. Es la verdad-me encogí de hombros, fingiendo que no tenía un nudo en el estómago. Aquello no me afectaba, la verdad: sabía de sobra que las chicas parecíamos entrar en un nuevo territorio de caza cuando nos iniciábamos en el sexo, especialmente si éramos las primeras de nuestro rango de edad. Las noticias volaban, y más en un sitio pequeño como Mykonos.
               -Supongo que ella también lo hizo un poco por mí. No es que me molestara ni mucho menos que los demás le metieran fichas, pero me aliviaba no tener que competir, ¿sabes? Era divertido competir con los chicos, en especial con Scott, en lo que a atención femenina se refiere. La verdad, creo que mi vida sería aburridísima y habría terminado encerrándome en casa a los 16 si tu hermano no hubiera estado ahí para ponerle emoción al asunto y hacerme espabilar los fines de semana. Pero aquí quería estar tranquilo, no tener que preocuparme, y tener lo que me apetecía cuando me apeteciera. ¿Entiendes?
               -¿Te acostaste con alguna del grupo?
               -Sigues viva, ¿no? Eso significa que las demás no saben cómo follo.
               Ah, genial. O sea que la exclusividad con Perséfone alcanzaba a las demás. Dios, ¿cómo podía no darse cuenta de que sí que habían sido novios? Muy pocos tíos respetan a los grupos de amigas, y yo había tenido que topar con uno de ellos.
               -¿Y cuando Perséfone tenía…?-arqueé las cejas e incliné la cabeza-. Ya sabes.
               No me digas que la esperabas. No me digas que la esperabas.
               -Me iba con otras. No del pueblo, eso sí-juntó las yemas de los dedos-. Eso habría sido una movida.
               No pude contener el suspiro de alivio que se escapó de mis labios, y Alec sonrió.
               -¿Qué?
               -Nada, es sólo que… me daba miedo que me dijeras que no hacías nada si no era con ella. Es una tontería, lo sé-me apoyé en la pata de su silla, me incliné hacia atrás en la mía y me aparté el pelo de la cara con dos dedos, echándomelo hacia atrás en la cabeza-. Pero creo que no te has dado cuenta de la trascendencia que ha tenido Perséfone en tu vida.
               -¿Por?
               -Alec, que has hecho…
               -Hice. Eso se acabó-me aseguró, mirándome con intensidad, y sentí que una pequeña flor germinaba en mi vientre y abría sus pétalos brillantes, desafiando a la tormenta.
               -Vale. Hiciste. Lo que hiciste con Perséfone no es tan distinto de… lo que has hecho conmigo-parpadeó despacio e inhaló profundamente por la nariz. Supe que le había molestado, pero no podía callarme ahora-. Al principio, cuando yo no podía quedar, tú te ibas con otras igual. Decidiste serme fiel sin que yo te lo pidiera porque eso complicaba menos las cosas.
               -No. Decidí estar con Perséfone solamente en Mykonos porque no quería movidas. Decidí serte fiel-subrayó las dos palabras, que para él lo significaban todo, mientras sus ojos llameaban con determinación-, porque sabía que te hacía daño si me iba a hacer el imbécil. Y, la verdad, ni aunque disfrutara del sexo con otras me habría compensado. Pero es que ni siquiera disfrutaba. Estoy bastante seguro de que si hubiera ido a alguna orgía en diciembre, me habría pasado la noche entera sintiéndome un gilipollas porque no podía dejar de pensar en ti mientras tenía a veinte tías en bolas a mi alcance. Lo que siempre había querido. Hasta que tú entraste en escena. Eso jamás me había pasado con Perséfone.
               Me quedé callada un momento, imaginándomelo. Preguntándome si las cosas habrían seguido igual en Mykonos si yo me hubiera negado en redondo a seguir con lo nuestro. Si habría supuesto alguna diferencia que no coincidiera con Perséfone, o si ella se habría marchado siquiera si no supiera que Alec tenía pareja.
                -Vale-susurré, jugueteando con el pie en la pata de su silla-. Pero que me quieras más a mí no quiere decir que no quisieras a Perséfone.
               -Es que yo no he dicho en ningún momento que no quisiera a Perséfone, Sabrae. Todo lo contrario. Pero una cosa es que la quiera y otra que fuera mi novia. No lo fue.
               -¿Cómo puedes estar seguro de eso? Hicisteis tanto juntos que…
               -¿Qué? ¿Rellenamos el carnet de puntos y ya está? ¿Nos tocó el gordo? Porque, de ser así, por mucho que tú me dijeras que no y te negaras en redondo a decirme que me querías, significaría que llevas siendo mi novia más de medio año. Y no es así.
               -Pero ejercía como una. Y Perséfone, también.
               Alec rió, cansado.
               -Creo que le estás dando más importancia de la que tiene, bombón. Para mí no fue para tanto. No es culpa tuya, porque seguro que Chloe te ha comido el coco diciendo que, no sé, le llevaba ramos de flores y le escribía poemas, o hacía con ella todas las cursiladas que hago contigo, pero te garantizo que, si me hubieras visto con ella, entenderías que comparar lo nuestro con lo que tuve con Perséfone sería como comparar un avión a reacción y un tractor.
               -¿Significó algo?-al ver su expresión, especifiqué-. Hacerlo con ella. ¿Significó algo?
               -En su momento sí. Ahora ya no. Y menos contigo-estiró la mano para cogérmela y guardarla entre las suyas, y me puso cara de niño bueno-. Pero eso no quiere decir que me arrepienta de lo que pasó y de cómo pasó. Si me estás preguntando si cambiaría acostarme con Perséfone, la respuesta es no. Bey es una estrecha-soltó, y yo me lo quedé mirando, y no pude evitar echarme a reír a pesar de que fuera un poco feo lo que había dicho de ella. Pero sabía que no lo pensaba en serio, sino que estaba intentando quitarle hierro al asunto-, ya ves que he tenido que echarme novia para que me deje siquiera verle la marca de las bragas. Y si no hubiera aprendido a follar con Perséfone, tú y yo no estaríamos aquí. ¿O tengo que recordarte la cantidad de veces que me hiciste comerte el coño antes de decirme que me querías?
               -Menos de las que deberían.
               -Hiciste lo que pudiste. Con esta carita que tengo es difícil resistirse a mí-levantó un hombro y pegó la mejilla a él, sonriendo como un niño bueno. Bajó la mano hasta mi pierna y me acarició el muslo-. Por eso quería que conocieras a Perséfone. Para que pudieras darle las gracias personalmente. Y para que vieras que, aunque ella esté en bikini y tú completamente vestida, yo siempre preferiré mirarte a ti-se inclinó para susurrarme al oído-. Puede que echara mi primer polvo con ella, pero sé muy bien con quién quiero echar el último, y con quién echo los mejores. Y quién no se me va la cabeza cuando me masturbo.
               Sus dientes rozaron el lóbulo de mi oreja, haciendo que todos mis males se evaporaran en el aire en cuanto me tocó. Una descarga eléctrica descendió por todo mi cuerpo, el primer rayo con el que se había creado el mundo cumpliendo por fin su función de devolverme a la vida, y cuando sentí unas agradables y muy conocidas cosquillas en mi entrepierna, creí que hasta ahí había llegado la conversación.
               Así habría sido si él no se hubiera detenido en mi mandíbula, dejando un rastro de besos por mi cuello hasta que llegó a mi garganta, donde la besó igual que un vampiro enamorado de una humana besaría ese punto donde más arde su hambre para demostrarle que está dispuesto a sufrir por ella.
               Se separó de mí para mirarme, toda la intensidad del universo concentrada en el espacio que nos separaba. Estaba hecha de pólvora, y Alec era una cerilla; que se me acercara un poco más supondría una explosión que le daría sentido a todo mi cuerpo. Quería convencerme a mí misma de que no me importaba lo que había descubierto, que sólo le quería a él, pero sabía que teníamos que zanjarlo bien.
               Dentro de un mes él se macharía a Etiopía, y yo me quedaría sola, rumiando las preguntas que ahora era demasiado cobarde para hacerle. Necesitaba que me dijera toda la verdad, que no hubiera ningún secreto más que otras personas pudieran usar en mi contra.
               -¿Cómo eran? Los veranos estando aquí después de que pasara eso. ¿Te pasabas el año con ganas de que volviera el mes en que venías a Mykonos?
               -Yo también soy feliz en Londres, ¿eh, Saab? No creas que sólo me gusta estar aquí, o que sólo me gusta hacerlo con Perséfone-sonrió, apartándome un mechón de pelo de la cara y colocándomelo tras la oreja-. Si así fuera, habría encontrado la manera de quedarme, pero prefiero seguir en Londres. Allí está toda mi vida. Esto sólo es… un destino de vacaciones. Uno no convierte su refugio en su hogar; no si quiere que deje de serlo.
               -Aun así, me gustaría que me lo contaras. Si te sientes cómodo, claro. Quiero conocer los detalles. Saber qué cosas probaste aquí y cuáles probaste por tu cuenta de las que haces conmigo.
               -¿Las que probé aquí o las que probé con Perséfone?-replicó, cruzándose de brazos, y yo me aparté el pelo de nuevo de la cara. Miré el árbol del patio trasero, cuyos limones brillaban al sol como si estuvieran hechos de neón.
               ¿Acaso había diferencia? Ojalá pudiera explicarle la sensación que me había inundado desde que empecé a distinguir el nombre de ella en las voces de sus vecinos. Ojalá pudiera hacerle ver que su presencia se hacía notar incluso en su ausencia, que toda Mykonos parecía hecha de la misma materia que estaba hecha Perséfone.
               -Ambas-decidí, frotándome las manos entre las piernas. Entrelacé de nuevo los tobillos, y Alec esperó a que continuara-. Quiero que me cuentes todo lo que creas que yo deba saber. Lo que hacías con Perséfone y lo que hacías a tu bola. No quiero…-carraspeé-. No quiero sentir que estoy al descubierto ahí fuera-señalé la puerta que daba a la calle, y Alec la miró, reclinado en la silla como un vikingo al que le hablan de la última aldea que su clan ha saqueado-. Que es como las chicas me hicieron sentir ayer por la noche. Y todo el mundo, en realidad. Cada vez que la mencionan es como...-me abracé a mí misma y la mirada de Alec se endureció.
               -No volverán a mencionarla, te lo prometo. Me he asegurado de ello.
               -Es normal que la mencionen, Al. Si tenéis tanto pasado… y ella es de aquí. Es normal que pregunten por ella y hagan comentarios respecto a mí. Yo soy la nueva. Y sé que es cosa mía adaptarme. Sólo me gustaría saber de qué hablan cuando hablan de Perséfone. Qué es exactamente lo que tengo que imaginarme.
               -Va a ser complicado que te lo explique así, en frío.
               -¿Porque es demasiado? ¿O porque crees que me va a hacer mal?
               Alec me miró un momento, la cabeza ligeramente inclinada a un lado, recordándome mucho a la forma en que miran los presos preventivos inocentes en las películas sobre juicios.
               -Ambas-repitió. Asentí.
               -Te he hecho ver que los demás tenían razón. Que Perséfone fue…
               -Como vuelvas a decir que Perséfone fue mi primera novia me voy a cabrear en serio contigo, Sabrae-espetó-. No sé si es porque te lo dije nada más follar y crees que te lo has imaginado, así que te lo repetiré, porque lo que quiero es que se te meta en esa cabeza dura que tienes: no –agarró la pata de la silla –ha –agarró la otra –habido –separó los pies –otras.
               Tiró de la silla para pegarme a él, de manera que mis rodillas chocaron contra el borde de la suya.
               -Tú eres la primera. Y la única. Has conseguido llegarme más hondo de lo que las demás podrían soñar; joder, nena, si hasta yo flipo con lo intenso que es lo que siento por ti. Me voy a volver loco como vuelvas a pensar que tú no eres la chica más importante de mi vida-me fulminó con la mirada, pero estiró una mano cálida y agradable hacia mi rostro, acunándolo entre sus dedos, siguiendo las líneas de mis facciones-. ¿Quieres que te diga que me arrepiento de lo de Perséfone? Porque te puedo mentir si me lo pides-me pasó el pulgar por los labios, esperando una petición que ambos sabíamos que no iba a hacerle-. Pero los dos sabemos que no conseguiría engañarte, porque eres más lista que eso, y eres tan consciente como yo de que si no tuviera el historial que tengo, no estaríamos aquí.
               El ambiente entre nosotros estaba cargado de electricidad. Sentía cada poro de mi piel expectante, ansioso por ver qué era lo que pasaba a continuación. Los únicos rincones de mi cuerpo que estaban conformes con la situación eran aquellos lugares donde Alec me estaba tocando. Pero quería más, mucho más. En sus ojos había un fuego que bien podía abrasarme, un fuego que yo conocía a la perfección.
               El fuego que me había conquistado, el que me había traído hasta allí. El mismo fuego que me sumiría en un invierno de 365 días cuando se marchara.
               -Me moría de ganas de que vinieras a Mykonos porque no puedo dejar de pensar en poseerte en cada rincón de esta isla. Desde que me hiciste evocarla cuando tuve el ataque de ansiedad en el hospital, no podía quitarme de la cabeza cómo sería tu sabor aquí. La manera en que gemirías cuando lamiera la sal del mar en que tantas veces me he bañado de tus pechos. Cómo sonarían tus gritos en mi habitación. Cómo me acompañarías con las caderas cuando te follara en la playa en que me convertí en un hombre. Cuánto me trastornaría tenerte aquí, sobre esta mesa, desnuda, y mirarte a los ojos mientras te comía el coño en un aire cargado de limón. O cuántas veces me masturbaría pensando en tu cuerpo desnudo brillando de sudor bajo la celosía de buganvillas de mi madre. Te lo puto juro, Sabrae-rió, negando con la cabeza y pasándose una mano por el pelo, su bíceps hinchándose con el gesto-. No te haces una idea de la forma en que planeaba someterte a una tortura sexual a base de no dejar las manos quietas ni un puto segundo, y de verte aquí, y de ser incapaz de pensar en la isla sin pensar en ti, pero… si tú no estás cómoda, si prefieres que nos vayamos, te juro por Dios que le cogeré asco a Mykonos y no volveré a poner un pie en ella. Jamás. En mi vida.
               Con todo lo que significaba para él. Con la libertad que le había dado cuando ni siquiera sabía de las cadenas que lo anclaban al suelo. Con razón Ícaro había volado en una isla gemela a Mykonos: este cielo azul turquesa te invitaba a surcarlo.
               -Ahora mírame a la cara, y dime que crees que haría lo mismo por Perséfone.
               Era un volcán a punto de entrar en erupción. Cada molécula que me componía vibraba tan intensamente que estaba a punto de descomponerse en una reacción en cadena idéntica a la que había creado el universo. Mi sexo inició un canto tribal, palpitando en busca de algo a lo que aferrarse: su miembro. Tenía la carne de gallina; los pezones, duros. Quería sus dedos, sus labios, su lengua, sus dientes por todo mi cuerpo.
               Me revolví en el asiento, encontrando un dulce pero pobre consuelo en la manera en que la tela de sus calzoncillos se adhería a los pliegues de mi sexo. Pero quería más, mucho más roce.
               -No-acepté-. No creo que estuvieras dispuesto a irte por Perséfone.
               Sonrió, una sonrisa oscura y complacida.
               -Pero yo tampoco quiero marcharme.
               Una pregunta surgió en sus ojos.
               -Quiero que me hagas todas esas cosas de las que has hablado.
               Lamerme la sal del mar de los pechos. Gritar en su habitación. Acompañarlo con las caderas mientras me follaba en la playa en que se convirtió un hombre. Masturbarse pensando en mi cuerpo cubierto de sudor, desnudo y besado por las buganvillas.
               Tenerme allí, desnuda, sobre esa mesa, y mirarme a los ojos mientras me comía el coño en un ambiente cargado de aroma a limón.
               -Apuesto a que ella no te cabreaba como lo hago yo.
               Rió.
               -Ni tampoco me ponía tan cachondo.
               -Eso tiene fácil solución.
               Me levanté despacio, recordando la forma fluida en que me había movido cuando salí del agua en el spa del Grand Oriental y lo sensual que me había sentido. Era fácil volver a sentir que todo el poder sexual en el mundo estaba en mis manos cuando Alec me miraba como lo hizo entonces, intuyendo lo que vendría a continuación           .
               No sólo me conocía a la perfección y podía leerme mejor que  un libro abierto, sino que también tenía la experiencia suficiente como para reconocer en mi mirada ese momento en el que las mujeres nos volvemos conscientes de repente del poder que tienen nuestros cuerpos en los demás, especialmente en el hombre con el que nos acostamos de forma regular.
               Sin romper el contacto visual con él, me incliné despacio hasta tocar el borde de mi ropa interior con los dedos. Tiré suavemente de él hasta que apareció por debajo de la camiseta de tirantes de Alec. Él bajó la mirada un momento, asegurándose de que estaba viendo de reojo la realidad, y tragó saliva, de forma que la nuez de su garganta volvió a subir y bajar de esa forma que tanto me gustaba.
               Salí de los calzoncillos, los recogí del suelo y los sostuve en alto, a la altura de mi hombro, enganchados sólo con dos dedos antes de arrojarlos a medio metro de nosotros con un simple giro de muñeca más propio de un espadachín versado que de una boxeadora semi aprendiz.
               A continuación me senté sobre la mesa. Alec seguía clavado en la silla, siguiéndome con los ojos como quien sigue a un animal exótico y potencialmente peligroso, a juzgar por el poder que desprenden sus garras y sus colmillos. Me incliné hacia atrás, sabedora de que le encantaba la manera en que mis pechos se marcaban más contra la ropa que llevaba, y separé las piernas, mostrándole la ofrenda de paz que le estaba entregando.
               ¿Quería hacerme suya en esa mesa y cumplir con otra de sus fantasías de Mykonos? Pues yo no iba a resistirme a sus encantos. Ni de broma.
               Haría que viera la manera en que lo necesitaba, cómo su cuerpo podía mostrarme el camino que yo quería recorrer. Cómo sólo él haciéndome suya podía pulverizar todas mis dudas, ya que incluso si había hecho lo mismo con Perséfone en aquel mismo lugar, tenerlo encima de mí, alrededor de mí, dentro de mí haría que terminara de interiorizar que el pasado no importaba, que sólo importaba el presente y el futuro que estábamos diseñando en él.
                Sus ojos bajaron hasta mi entrepierna, sus pupilas dilatándose de deseo y anticipación cuando las posó sobre la cueva de las maravillas que había entre mis muslos. Tomó aire y lo soltó muy, muy despacio, con los ojos fijos en mí. Se pasó la lengua por las muelas, calibrando las opciones que se le planteaban, las posibilidades que había de que alcanzáramos en algún punto la penetración.
               Yo sabía de sobra lo que quería, y sabía de sobra que no había posibilidad de que él y yo termináramos separados, y menos después de lo que acababa de contarme.
               Y él se dio cuenta también de que no había posibilidad de que permaneciéramos separados mucho tiempo.
               -Vuelvo enseguida. No te muevas-me dijo, levantándose como un resorte, apretando la mandíbula de esa forma tan atractiva y saliendo disparado escaleras arriba. No obstante, yo ya estaba demasiado encendida como para portarme bien. Pensar en todo lo que él planeaba hacerme era motivo suficiente para hacerme perder la razón, e incluso si no conseguía quitarme de la cabeza a Perséfone o convencerme a mí misma de que no importaba que ella hubiera ostentado todos los títulos de los que yo ahora tanto me enorgullecía, estaba segura de que Alec sí tendría éxito en esa misión.
               Inconscientemente, empecé a reproducir en mi cabeza todo lo que Alec me había dicho.
               Poseerte en cada rincón de Mykonos. Cómo sería tu sabor aquí. La manera en que gemirías cuando lamiera la sal del mar de tus pechos. Cómo me acompañarías con las caderas cuando te follara en la playa en que me convertí en un hombre.
               No sabía qué planes tenía para esa tarde, pero a mí no me importaría tomarme la lista que había hecho como una que tuviéramos que cumplir a rajatabla. Ahora que sabía cómo era él como amante en las playas, no quería perder ni un solo minuto estando en casa, no si llevábamos ropa encima.
               -Cuando estemos en Mykonos-me había dicho él una vez-, estará prohibida la ropa. No haremos más que follar como conejos; tanto, que nos mezclaremos tanto que ya será imposible separarnos.
               Quería que llegara ya ese momento. En un cuerpo en el que Alec y yo estuviéramos tan unidos que no hubiera manera de distinguirnos no habría sitio para Perséfone, y yo necesitaba sacármela de la cabeza.
               Deslicé una mano por entre mis muslos y llevé los dedos por mis pliegues, disfrutando de la sensación de calidez que se adhería a las yemas de mis dedos y el chisporroteo que ascendió desde mi vulva hasta estallar en el centro de mi pecho, igual que si una bengala hubiera echado a volar al cielo y se hubiera convertido en un fuego artificial. Rodeé mi clítoris y contuve un gemido; cerré los ojos y disfruté de la sensación del aire lamiéndome las piernas, el perfume de los limones inundando mis fosas nasales.
               Estaba dándome placer, acompañándome levemente con las caderas como tanto le gustaba a Alec que hiciera, cuando sentí sus manos en mis rodillas.
               -Te dije que te quedaras quieta-me riñó, y yo abrí los ojos y lo miré, borracha y cachonda y ansiosa de que me poseyera, de que me diera todo eso que me estaba prometiendo con la oscuridad que llameaba en sus ojos-. ¿Te echo una mano?-sonrió, acercándose a mí y dándome un beso lento y profundo, en el que nuestras lenguas hicieron lo que decían las fanfics: luchar por el dominio.
               -Lo apreciaría de veras-respondí, jadeando, ya que si a duras penas era capaz de contener el fuego de mi interior, menos iba a poder sobrevivir a los dos juntos.
               Alec me apartó el pelo del hombro y continuó besándome, bajando los tirantes de mi (su) camiseta para liberar mis tetas y poder adorarlas con una mano mientras llevaba la otra a mi entrepierna. Sus dedos se mezclaron con los míos en el centro de mi ser: rodeó mi índice y mi corazón con su índice y me ayudó a juguetear con mi clítoris, capturándolo en la cárcel más placentera jamás vista, una que haría de una cadena perpetua una bendición.
               -Joder. Estás tan mojada, nena…-gruñó, mordiéndome el cuello mientras sus dedos pellizcaban mis pezones y mi clítoris, no dejándome espacio ni para respirar una bocanada de aire. Claro que yo necesitaba ahogarme en él.
               Con la mano que tenía libre, tiré de la camiseta hasta sacármela por la cabeza y me enganché a su nuca, arrastrándolo conmigo, tan cerca de mí que no pudo seguir masajeándome el sexo.
               -Ya estoy desnuda-le dije-. Y ahora, ¿cómo estás tú, en tu fantasía?
               Me puso la mano en el cuello y me acarició los labios.
               -También desnudo, evidentemente. Si estás tú y hay ropa de por medio, no son sueños; son pesadillas.
               Rápidamente, le desabrochamos los botones de la camisa. Una vez más, como empezaba a ser una triste tradición, se detuvo un instante, vacilando ante la presencia de sus cicatrices, pero yo le obligué a continuar. Cerré las piernas en torno a él mientras le arrancaba a camisa, bajándosela por los hombros y arrojándola al suelo, a sus pies.  Le desabroché el botón de los pantalones y le bajé la cremallera, maravillándome una vez más por el bulto de su entrepierna. Si Alec no iba a adorarse, ya lo haría yo por los dos.
               Se los bajé con las piernas, y me disponía a hacer lo mismo con los calzoncillos cuando me las  sujetó con las manos, hundiendo las uñas en mis muslos de tal forma que me volví prácticamente loca.
               -Ah, ah. Te dije que quería comerte el coño antes.
               Y, sin más preámbulos, me empujó para hacerme caer sobre la mesa, se arrodilló frente a mí, me separó las piernas y hundió la cara entre mis muslos.
               No fue cuidadoso como otras veces, pero yo tampoco lo quería. Estaba demasiado excitada como para conformarme con aquellos juegos con los que él iba calentándome poco a poco, cociéndome a fuego lento como la langosta en la cena de nochebuena, sin darme cuenta de que estaba llegando al límite. Quería explotar. Quería que me aliviara y me lanzara como un cohete hacia el cielo, donde nada podía afectarme, donde nada me alcanzara, donde Perséfone no había estado jamás.
               Perséfone. La aparté de mi mente como una mosca molesta de un cuenco de frutas recién lavadas y cortadas, listas para picotearlas en una tarde calurosa de verano como aquella. Quizá podríamos tomar macedonia más tarde, jugar con las frutas, comerla de la boca del otro y, ¿por qué no?, también lamer su jugo de la piel del otro.
               Alec gruñó de placer cuando arqueé la espalda, pensando en lo mucho que disfrutaríamos ambos si añadíamos dulces a la ecuación, las ganas con las que se la chuparía si su pecho y su polla supieran a sandía, su entusiasmo comiéndome las tetas si sabían a frutas. Empecé a tensarme y a tensarme, y noté que Alec sonrió cuando le agarré del pelo y tiré de él para pegarlo más a mi cuerpo. Lo necesitaba más dentro. Necesitaba toda su envergadura.
               Como si me hubiera leído el pensamiento, y no contentándose con hacer que me corriera con su boca, Alec se incorporó, me agarró de las caderas, me arrastró por la mesa de una forma ruda que hizo que se me enrojecieran las nalgas, me obligó a mirarlo a los ojos, y me penetró con fuerza.
               No pude evitar cerrarlos cuando sentí su polla abrirse paso por mi sexo como un ejército con armas de última generación, mágicas incluso, aniquilando una civilización que apenas había conseguido perfeccionar el arte de las puntas de flecha. Estaba tan al borde, tan sensible, que hasta el más mínimo roce habría supuesto mi perdición, así que todo su entusiasmo poseyéndome con garbo era más de lo que mi estabilidad emocional podía soportar.
               Derrumbándome sobre la mesa, me corrí en un orgasmo tan explosivo como duradero, pero Alec no me dio tregua. Siguió embistiéndome como un animal, haciendo que viera cuán necesario era para mi placer, amo y señor del microcosmos que era yo.
               -Alec-jadeé, sintiendo que no me había bajado de la cresta de la ola y ya estaba encauzándome para surfear la siguiente.
               -Sí, nena. Sí. Di mi puto nombre, joder.
               Busqué sus manos a mi alrededor, cerca de mi cuerpo. Cuando las encontré, en un sitio demasiado cercano a mis caderas y demasiado alejado de donde realmente las quería: en mis tetas, definiéndome como un alfarero a su obra maestra, las agarré de las muñecas y las puse en mi busto.
               Alec se volvió loco, literalmente. Exhaló un gruñido de placer y empezó a manosearme como si le fuera la vida en ello, amasándome hasta convertirme en un manojo de disfrute que sólo respondía ante él.
               -Joder, nena, sí, así. Dámelo todo-gruñó cuando imité los movimientos de sus manos con mis caderas, envolviendo su miembro en mis pliegues-. Mierda, me estás volviendo loco.
               Normalmente la que más hablaba durante los polvos era yo, pero aquello era una novedad a la que no me importaría acostumbrarme. Adoraba la voz de Alec cuando estaba cachondo: se volvía grave, ronca, autoritaria.
               -¿Te gusta cómo te estoy follando?-espetó cuando me corrí de nuevo, hundiendo mis talones en sus glúteos de modo que apenas pudiera moverse. Me puso una mano en el cuello y se inclinó hacia mí, apoyándose deliciosamente en ese punto de unión que tanto nos estaba haciendo disfrutar-. ¿Lo suficiente como para que se te pasen todas tus dudas sobre Perséfone y sobre mí?
               Una nueva oleada me dobló en dos cuando Alec rozó un punto en mi interior que provocó una explosión nuclear en todo mi cuerpo. Hundí las uñas en su espalda.
               -No creas… que no sé… que esto… lo estás haciendo… para distraerme-respondí, y Alec entrecerró ligeramente los ojos.
               -Me cago en mi madre, Sabrae. ¿Para distraerte? Ahora que te vas a enterar-ladró, y me levantó con la fuerza de sus brazos hasta dejarme apoyada solo en él-. Creía que ya estaba zanjado, pero si tengo que metértelo en la cabeza con sexo, te lo meto en la cabeza con sexo. Me suda la polla el método.
               Aún dentro de mí, subió las escaleras y entró en su habitación. Creí que volvería a atarme a la cama, ya que la corbata aún estaba allí, a mano, pero en su lugar, me tumbó del revés en la cama, con la cabeza en la parte de los pies, y los pies sobre la almohada. Hincó las rodillas entre mis piernas y empujó el colchón anclando un pie en la cama, girándolo de forma que quedamos frente a frente con el espejo.
               -Deja la cabeza colgando-ordenó, y yo intenté incorporarme.
               -¿Qué?
               -Que dejes la cabeza colgando. ¿Confías en mí?
               -¿Por qué?
               -¿Confías en mí o no, Sabrae?-su mirada se dulcificó, y toda duda que yo pudiera albergar respecto de lo que iba a pasar se evaporó. Asentí, y luego, recordando que le gustaba oírmelo decir, dije:
               -Sí.
               Habíamos dejado de movernos, y yo le pasé las manos por los músculos de los brazos.
               -Sabes que no estoy enfadada contigo, ni nada por el estilo, ¿verdad?
               Se rió sin ganas.
               -Ya, bueno, no quiero sonar borde, pero me da un poco igual si estás enfadada. Yo estoy enfadado. Joder, Sabrae, te he repetido por activa y por pasiva que no tienes que preocuparte por Perséfone, pero si no soy capaz de hacer que lo entiendas hablando, voy a hacer que lo entiendas follando. Ya verás cómo consigo que ahora se te meta en la cabeza-me aseguró, cargándome de nuevo hacia él.
               -¿Qué vas a hacer?-pregunté, notando que un nudo se formaba en mi estómago, un nudo que no tenía nada que ver con lo que me estaba haciendo. Me miró a los ojos.
               -Voy a hacer que tengas el orgasmo más intenso de tu vida… mientras me repites que Perséfone no es nada comparada contigo. Así, cada vez que pienses en mí y te acuerdes de todo lo que voy a hacerte, te acordarás de que no tienes que preocuparte por ninguna otra chica porque jamás vas a tener competencia. Me importa una mierda lo que te digan Chloe, tus amigas, mi historial, o hasta tus putas inseguridades.
               Me arrastró suavemente hasta el borde de la cama, y me bajó un pie al hueco del suelo que había quedado entre la pared y la cama, ahora que la había desplazado hasta dejarla en ángulo con la pared.
               Empezó a besarme por el cuello, bajando por mis clavículas, deteniéndose en el pequeño valle que formaban antes de subir de nuevo hacia mi mandíbula.
               -Voy a agarrarte del cuello cuando estés a punto de correrte-me avisó-. Y voy a apretar. Más fuerte de lo que te he apretado nunca.
               Todo mi cuerpo se puso rígido.
               -¿Cómo de fuerte?
               -Más fuerte. No tienes de qué preocuparte; ya he hecho más veces. Y sí-puso los ojos en blanco-. Ha sido con Perséfone.
               -¿Para qué?
               -Para que tengas el orgasmo más intenso que hayas tenido conmigo. Ya lo verás. ¿Confías en mí?
               -Sí-asentí. Sabía que estaba en buenas manos. Incluso si no me quisiera como lo hacía, con la experiencia que tenía sabía que tenía buen criterio y que no me pondría en peligro.
               -Te va a gustar-me prometió-. Lo que sí que pasa es que vas a tener que aguantar un poco, ¿vale, bombón? Te tengo que llevar al límite. Si crees que es demasiado para ti, dímelo y te soltaré. ¿Me lo prometes?
               -Te lo prometo.
               -Guay-asintió, removiéndose en la cama.
               -Alec, espera-le puse una mano en el hombro-. ¿Me va a doler?
               Se quedó callado y quieto, muy muy quieto, como si fuera un cervatillo en el bosque y hubiera oído una rama crujir a cincuenta metros de distancia. Los suficientes para salvar la vida, si sabía en qué dirección correr.
               -Puede que te dé un poco de impresión, pero no duele. Que yo sepa. Pero sí que es muy, muy intenso. Aunque quiero que sepas que no te va a pasar nada, ¿vale? He hecho esto cantidad de veces.
               -Alec, no recordabas haber cogido a ninguna chica del cuello durante el sexo cuando lo hiciste conmigo por primera vez. Cuando Chrissy y Pauline te dijeron que con ellas sí lo habías hecho, pusiste una cara de estar flipando que no se me va a olvidar en la vida.
               -No recordaba hacerlo sin que me lo pidieran, y mucho menos disfrutarlo-respondió, y yo me lo quedé mirando. Me entraron náuseas sólo de entender las connotaciones que eso suponía.
               -¿Hacías cosas con Perséfone que no te gustaban?
               -Me daba igual-se encogió de hombros, restándole importancia-. Pero a ella le gusta el sexo duro. Y de vez en cuando no está mal, supongo. No para todos los días, pero… además, Pers sólo tenía confianza conmigo como para pedírmelo, así que…
               A pesar de todo lo que implicaba su nombre, de su omnipresencia en la isla, y los celos que me inspiraba, no pude evitar sentir cierta compasión y también complicidad con aquella chica a la que ni siquiera conocía. Una parte de mí sospechaba que Perséfone le pedía esas cosas a Alec para demostrarle que no tenía que tener miedo de haber heredado el instinto de depredador de su padre, que no iba a ser peligroso para las mujeres que lo rodeaban.
               Así que le cogí la mano izquierda y la puse en mi cuello, donde hacía apenas presión.
               -Confío en ti, Al-le dije, soltándole la muñeca y quedándome totalmente a su merced-. Haz lo que tengas que hacer.
               -Y yo en ti, bombón-sonrió, inclinándose para darme un recatado beso en los labios-. Y quiero que sepas que, por primera vez, sí me va a gustar.
               -¿Porque te mueres de ganas de ahogarme?-ironicé, poniendo los ojos en blanco-. A mí también me pasa cuando dices gilipolleces.
               -No, porque sé lo muchísimo que vas a disfrutar. Y hacerte disfrutar es lo que más me gusta en la vida.
               Deslizó la mano de mi cuello hasta mi mejilla y empezó a besarme, embistiéndome despacio. Cerré los ojos y me concentré en disfrutar de la sensación.
               -Eres mía-dijo-, y yo soy tuyo. Repítemelo.
               -Soy tuya. Y tú eres mío.
               -Así es, nena. Otra vez-insistió, embistiéndome más al fondo. Era increíble lo bien que movía las caderas; todo su cuerpo parecía hecho para proporcionarme placer.
               -Soy tuya, y tú eres mío.
               -Nena-jadeó cuando le pasé las uñas por la espalda, tirando de él para pegarlo más a mí, y su torso rozó mis pechos-. No tienes de qué preocuparte.
               -Vale.
               -Repítelo, Sabrae-puso los ojos en blanco y yo me reí.
               -Perdón. No tengo de qué preocuparme.
               -No hay nadie que se compare a ti.
               -No hay nadie que se compare a mí.
               -Eres especial.
               -Soy especial.
               Arqueé la espalda, dejándolo entrar más adentro.
               -UF, bombón.
               -Uf, bombón-me burlé, y Alec se separó de mí para mirarme, fastidiado.
               -Eres con diferencia el bicho más insoportable con el que me he metido en la cama.
               -Eres con diferencia el bicho más insoportable con el que me he metido en la cama.
               Me fulminó con la mirada.
               -¿Quieres seguir en ese plan, Sabrae? Porque puedo correrme en medio minuto si me lo propongo, y como me sigas tocando los huevos, pienso correrme y atarte las manos para que no puedas acabar sola cuando te deje a medias-alzó una ceja y yo me callé, ya que no quería que parara. Había despertado mi curiosidad con eso de darme el orgasmo más intenso de mi vida, y ahora que ya habíamos empezado, sabía que no había otra manera posible de parar que no fuera alcanzando el clímax.
               -Vale, vale, perdón. No seas cruel-ronroneé, incorporándole y dándole un mordisquito en la comisura del labio. Me miró de reojo con una mirada que no le había visto echar nunca, pero que me resultaba tremendamente familiar: Mimi nos había mirado de la misma manera cada vez que montábamos un numerito y todo el mundo nos miraba, juzgándonos y deseando que desapareciéramos-. Sigue como hasta ahora, mi sol. Ilumina mi camino. Haz desaparecer mis demonios.
               Jugueteé con su pelo y le di un beso en los labios mientras movía las caderas, empujándolo dentro de mí. Alec se relamió y suspiró.
               -No sé qué coño voy a hacer contigo.
               Le acaricié los brazos y tiré de él para apoyarlo de nuevo en mi pecho, y cuando por fin cedió y volvió a  dirigirme, diciéndome lo que tenía que decir y acelerando poco a poco a medida que yo iba repitiendo, grabándolo más a fondo en mi ser a medida que me hablaba y nos movíamos, me di cuenta de que no se había marcado ningún farol.
               Realmente iba a hacer que tuviera el orgasmo más intenso de mi vida.
               Alec fue calentándose más y más, hasta el punto de que creí que terminaría antes que yo, pero una vez más lo subestimé: cuando notó que estaba a punto, salió de mi interior y hundió la boca en mi sexo, mordisqueándome y lamiéndome y chupándome pero manteniendo sus caderas quietas, de modo que se le fue un poco el calentón y pudo continuar, siguiéndome hasta la cima.
               Me empujó para dejar que mi cabeza colgara del colchón, y cuando abrí los ojos, pude ver nuestro reflejo en el espejo: Alec sobre mí, sus músculos flexionándose mientras me embestía, haciéndome suya como sólo él podía; mis pechos bamboleándose al ritmo desenfrenado que marcaban sus caderas, y yo… yo a punto de…
               -¿Te gusta vernos mientras follamos, nena?-sonrió, y yo le apreté las manos en torno a las muñecas. Su sonrisa se oscureció un poco cuando se dio cuenta del cambio sutil que se produjo en mi cuerpo-. Estás cerca, ¿verdad?
               Apoyó la mano en mi pecho y deslizó los dedos por mi cuello, igual que los tentáculos de un leviatán preparándose para arrastrar un barco pirata a las profundidades.
               -Repíteme lo que te he dicho hasta ahora-ordenó, y se detuvo. Gimoteando, intenté moverme, pero me tenía bien sujeta por las rodillas.
               -Soy especial.
               Y me embistió. Mi cuerpo entero se dividió en dos. La sonrisa torcida de Alec asomó por sus labios.
               -Ajá. Sigue-invitó, deslizándose lentamente fuera de mí.
               -No tengo competencia.
               -Buena chica-alabó, y yo me estremecí de pies a cabeza cuando se hundió despacio en mí-. ¿Qué más?
               -Perséfone no es nada comparada conmigo.
               -Otra vez.
               -Perséfone no es nada comparada conmigo.
               -Más fuerte.
               -¡Perséfone no es nada comparada conmigo!
               -¡No te oigo, Sabrae!
               -¡PERSÉFONE NO ES NADA COMPARADA CONMIGO!-jadeé, sintiendo que llegaba al límite, que no podía gritar y sentir tanto placer al mismo tiempo, que mis pulmones se vaciaban marchas forzadas, y esa postura me costaba mucho más respirar…
               -Eres mía-dijo cuando yo empecé a tensarme.
               -Soy tuya.
               -Y yo soy tuyo.
               -Y tú eres mío.
               Sonrió en el reflejo del espejo, con los ojos puestos en los míos.
               -Que no se te olvide, Sabrae.
               Estaba a punto. Me sentía justo al borde, en ese momento de balanceo en el que tu cuerpo parece intentar aguantar un poco más, condensar más placer, alcanzar una nueva estrella justo al límite de tu área.
               Y, entonces, Alec cerró los dedos en torno a mi cuello, acabando justo un par de segundos antes que yo. Hizo tanta fuerza que supe que me dejaría las marcas de sus dedos, y la sola idea de pasearme por Mykonos con las huellas de lo que me hacía, lo que había hecho a otras y ahora sólo me pertenecía a mí, bastó para inclinarme hacia la espiral de placer.
               Me sentí como si mi cuerpo fuera demasiado pequeño para procesar todo por lo que yo estaba pasando, como si estuviera viajando a mil kilómetros por hora sobre una bicicleta que a duras penas aguantaría ir a cincuenta. Una vez más, Alec cumplió su promesa: me regaló el orgasmo más intenso que había tenido nunca, en el que sentí que la cabeza estaba a punto de estallarme, pero en el buen sentido. Fue una sensación extrañísima, como si mi cuerpo ya no supusiera le suficiente espacio para soportar tanto placer y estuviera reventando por culpa de éste, trascendiendo las fronteras de mi piel, creciendo en mi interior como un globo inmenso.
               Me eché a temblar, se me puso la mente en blanco, y por un instante no fui más que simplemente un recipiente de éter desbordado, mi orgasmo derramándose por las esquinas ahora que ya no podía más.
               Alec se quedó quieto dentro de mí, recomponiéndose de su propio clímax, mordiéndose el labio mientras mi cuerpo se aferraba al suyo. Retiró los dedos de mi piel y pasó la mano por detrás de mi cabeza, tirando suavemente de mi nuca para ayudarme a ponerme de nuevo sobre el colchón. Jadeando y con puntitos brillantes de colores en los límites de mi campo de visión, me quedé mirando el techo mientras me reacomodaba en mi cuerpo, mi hogar durante quince años, y que sin embargo después de ese viaje tan trascendental apenas parecía una posada ruinosa en un camino abandonado en la ruta menos concurrida de un peregrinaje olvidado hacía ya tiempo.
               Alec se dejó caer a mi lado en la cama, jadeante, sudoroso y agotado, y se llevó el brazo a los ojos, cubriéndoselos un momento mientras él también se acomodaba a su espacio.
               -A ver si se te graba así-comentó, la voz aún ronca por el orgasmo, y yo me lo quedé mirando. A la luz del sol que se colaba por la ventana, resplandeciendo en un nuevo día en el que su homónimo de carne y hueso me obligaría a ser feliz, éste parecía un dios. Ahora sí que me resultaba imposible no ser creyente, cuando tenía un brillo celestial, producto del sudor, el sexo y el verano, que delataba su auténtico origen.
               Estiré la mano para tocarlo; necesitaba sentir que era real. Me rompería el corazón encontrarme con que no era más que el espejismo más elaborado y atractivo que se hubiera visto nunca sobre la faz de la tierra, pero simplemente no podía mantener las manos quietas.
               Me embargó una inmensa sensación de alivio cuando mis dedos toparon calidez y dureza en su piel. Era de verdad. No me lo estaba inventando.
               Y era todo mío.
               Alec se giró para mirarme.
               -Y para que conste… en la mesa no me follé a Perséfone.
               Sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas, y Alec exhaló un gemido.
               -Ow, Saab. ¿Ha sido demasiado? ¿Lo has pasado mal?-preguntó-. Porque no tenemos por qué repetirlo si no te ha gustado. Saber lo que nos gusta se basa en ensayo y error.
               -Ha sido increíble. Gracias-respondí, besándole los nudillos, y Alec sonrió.
               -El placer es todo mío-contestó, tirando de mi mano para repetir mi gesto, y me acarició el mentón con los nudillos.
               -Nuestro-decidí zanjar, buscando su mano a mi costado y entrelazando mis dedos con los suyos-. Creo que ha funcionado. Ya no siento…
               -No quiero que cojamos la costumbre de usar el sexo para resolver nuestros problemas, ¿vale, nena? Yo ya estuve ahí, y no es un sitio que se disfrute.
               Asentí con la cabeza.
               -No quiero que se convierta en un castigo o la manera de resolver un conflicto. Quiero que siga siendo una celebración de nosotros, ¿vale?
               -Vale. No va a volver a pasarnos esto. Principalmente porque yo no voy a volver a obcecarme como lo he hecho. Tu palabra me basta. Es sólo que… no sé. Me causó impresión.
               -Es normal. Creo que yo habría reaccionado igual de estar las tornas cambiadas. Ya llevo mal cuando hablas de Hugo, y apenas estuvisteis unos meses. Claro que, si hay algo que no me hayas contado…-me miró de reojo, fingiendo inocencia, y yo me eché a reír.
               -No hay nada más que saber. Aunque, si me lo permites… quiero que entres más en detalles con lo de Perséfone. ¿Qué cosas aprendiste con ella que ahora usas conmigo?
               -Esto, para empezar. Por lo demás… la verdad, no soy consciente.
               -¿Practicar sexo oral?
               Torció la boca.
               -Con ella. Sí.
               -¿Y aguantar más cuando te lo practican?
               -Con ella-rió-. ¿Cómo lo sabes, por cierto?
               -A veces empiezas a contar en francés. Lo cual me pone bastante, por cierto. ¿Nunca te ha dado la impresión de que, cuanto más intentas aguantar, más entusiasmo les pongo yo a mis mamadas? Es por eso-me aparté el pelo de la cara y Alec se rió.
               -Ah, genial. Y yo que lo hacía para impresionarte.
               -¿Sexo en la ducha?
               -Con Perséfone.
               -¿En el baño?
               -También.
               -¿De fiesta?
               -En Inglaterra. Claro que apliqué lo que aprendí con Perséfone, así que ¿cincuenta, cincuenta?-hizo un puchero y yo asentí. Era mucho, muchísimo, pero no podía parar de preguntar. Debía aprovechar mientras me duraba la euforia del orgasmo, y luego, bueno… Alec había hecho un trabajo impresionante con sus demonios. Seguro que yo sería capaz de aprovechar todo el material que él me había dado para manejar los míos.
               Además, no es que fuera a estar con Perséfone en el voluntariado ni nada por el estilo, así que no tenía por qué preocuparme.
               -¿Sexo en sitios públicos?
               -Perdí la virginidad en una playa, Sabrae-me recordó-. Creo que eso ya vale para tacharlo de la lista.
               -¿Estaban tus amigos cerca?
               -Si lo preguntas por mi impresionante capacidad para disociarme y que me importe tres cojones que el payaso de tu hermano esté a dos metros intentando distraerme, ese talento lo desarrollé en Inglaterra por culpa del puto Scott Malik, y no en Mykonos. Aquí nadie me toca los huevos como lo hacen mis amigos.
               -¿Tríos?
               -No he hecho ningún trío con Perséfone-asentí, y él se inclinó hacia un lado-. ¿Supone alguna ventaja que lo vaya a hacer contigo?
               -Me infla un poco el ego-admití, y Alec sonrió.
               -Creo recordar lo que me decías sobre el mío…-dibujó un patrón en mi pecho y sonrió.
               -¿Lo habéis hecho en el sofá?
               -¿En el del piso de abajo?-asentí y él negó con la cabeza.
               -Pero sí en el de su casa.
               -¿Borracho?
               -Con Perséfone.
               -¿Puesto?
               -Perséfone no se droga.
               -Cosas peores se mete en el cuerpo.
               -Ella es de las que escupe.
               Sonreí.
               -¿Por eso me prefieres a mí?
               -Sabía que tarde o temprano te darías cuenta-me guiñó el ojo y los dos nos echamos a reír.
               -¿Anal?
               Alec se mordió los labios, sonriendo, y yo me di por contestada. Todavía no lo habíamos probado (francamente, al ritmo que íbamos, ni siquiera sabía si lo haríamos antes de que él se marchara, aunque yo me moría de curiosidad, pero también de respeto).
               -¿Algo más que merezca la pena reseñar?
               -Con ella también probé la zoofilia.
               -¿¡PERDÓN!?-chillé, y Alec se echó a reír.
               -Sí, porque es terca como una mula, igual que tú. Se podría decir que tengo un tipo-sonrió, acariciándome el brazo, y luego volvió a estallar en carcajadas-. ¡Qué cara has puesto!
               -¡Como para no! Dios, Alec, eres un asqueroso… no tiene gracia. No sé de qué te ríes. Deja de reírte-protesté, y me empecé a reír yo también. Se quedó de costado de nuevo, con las manos debajo de la cabeza.
               -¿No crees que se te olvida algo muy importante?
               -¿Annie…?-empecé, y él frunció el ceño y negó con la cabeza.
               -No sé si mi madre sabe si me acostaba con ella.
               -Alec, lo sabe toda la isla… y se enteró de que nosotros estábamos liados casi antes de que nos liáramos.
               -Nunca hablamos del tema, así que voy a interpretar que ella nunca la consideró su nuera como te lo considera a ti.
               Intenté no hincharme como un pavo con la palabra “nuera”, pero me costó bastante.
               -Entonces… no se qué es lo que…
               Alec empezó a darme besitos por el hombro, y yo chillé.
               -¡Tu primer beso!
               -¡Bingo!
               -¿Ella también fue tu primer beso?
               -Pues no-sonrió, levantando la mano e incorporándose-. Fue jugando a la botella. Con Chloe.
               Parpadeé.
               -¿Fue hace mucho?
               -Me desinfecté la boca, tranquila.
               -Eso explica que me odie tanto.
               -Sí, puedes dar gracias de que no me la haya tirado, o tendrías la cabeza en Mykonos y el cuerpo en Londres-sonrió.
               -¿Sabes que el mío no fue con Hugo?-me miró desde arriba, una pregunta en sus ojos-. Fue con Amoke.
               Parpadeó.
               -Vaya, vaya.
               -A-a-a-a-a-a-jááááááááá-asentí.
               -¿Con lengua?
               -Había que practicar-me encogí de hombros-. Una no se puede fiar de aprender nada de un chico. Aprender cosas de un tío es aprenderlas mal.
               -Vamos, que te estás tirando a alguien aparte de a mí-alzó las cejas, sonrió ligeramente, e inclinó la cabeza, todo a la vez, en un segundo-. Ojalá no sea a Diana. Detestaría perdérmelo.
               -Si me estuviera tirando a Diana no estaría aquí, haciendo el canelo contigo. ¿Primera vez que dormiste con alguien?
               -Mimi.
               -Que no sea tu hermana.
               -Jordan.
               -Que no sea tu familia.
               Se lo pensó un momento.
               -¿Sergei? Una vez me agotó durante un entrenamiento y me dejó dormir en una colchoneta. Me desperté de noche con él dormido a mi lado. Le había dado pena despertarme.
               -Alec-puse los ojos en blanco, y él se rió.
               -Vale, sí. Perséfone fue la primera chica con la que dormí.
               -¿También fue la primera persona que te regaló algún amuleto?
               Instintivamente se llevó la mano al colmillo de tiburón, y tras toquetearlo, dijo:
               -Sí, pero ya te aviso de que no pienso quitármelo. No significa lo que crees. Pers y yo somos amigos.
               -Lo sé. Es sólo que, bueno, me gustaría encontrar algo a lo que aferrarme. ¿Hay algo que no hayas hecho con Perséfone y sí conmigo?
               -Sí-respondió, como si llevara toda la vida esperando esa pregunta. Tiró de un hilo de la sábana y constató-: enamorarme.
               Me puse roja como un tomate, y Alec alzó las cejas.
               -Me hace gracia que me quieras tanto y que sin embargo todavía seas capaz de mirarme como cuando no soportabas que compartiéramos la misma habitación.
               -Es que sigo sin soportar que compartamos la misma habitación. Dejas el listón muy alto-me reí, rodando para acercarme a él. Y, entonces, en mitad del beso, recordé algo.
               -Alec.
               -Mm-contestó, ocupado como estaba en besarme el hombro.
               -¿Le traías un regalo y no querías que me preocupara?
               -¿Por?
               -La bolsita de las maletas-expliqué-. La que no me dejas ver. ¿Es porque es para ella?
               Sonrió. No su sonrisa traviesa de cuando quería darme una sorpresa, sino su irresistible sonrisa de Fuckboy®.
               -¿Es para mí?-adiviné, y Alec se relamió los labios-. ¿Qué hay en la bolsa?
               -Me alegro de que lo preguntes, bombón.
               Y se levantó para ir a por ella. Me quejaría de que me había dejado sola en la cama y de que la curiosidad mató al gato, pero, la verdad, las vistas tampoco estaban tan mal. Por muy satisfecha que estuviera sexualmente, seguía encantándome su culo.
                
 
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1 comentario:

  1. BUENO BUENO BUENO QUE ME HA ENCANTADO EL CAPÍTULO SINO HE HECHO 45823094 CAPTURAS NO HE HECHO NINGUNA

    Comento cositas:
    - Me flipa como has escrito todo el principio, he tenido una imagen super clara de las miradas, los gestos…
    - “Y querer a otro que no fuera Alec me parecía surrealista” muero de amor.
    - Me esperaba bastante que la historia con Perséfone fuera así, pero me ha gustado mucho saberla toda, cómo la has contado...
    - Me ha gustado mucho cuando ha hablado de Bey, como han hablado de no ser correspondido y demás, “cuando no eres correspondido, quieres con más fuerza. Con desesperación. Suples que no te quieran queriendo tú más, pero eso desgasta.”
    - Me meo con Alec poniéndose rojo por ser un fuckboy JAJAJAJJAJAJJA
    - Todas las cosas que le ha dicho Alec a Sabrae para convencerla de que lo que tenía con Perséfone ni se acercaba a lo que tiene con ella me han parecido PRECIOSAS. Y bueno que risa cómo se ha puesto de los nervios porque Sabrae seguía erre que erre con que había sido casi igual.
    - Me ha hecho mucha gracia cuando Sabrae se ha puesto a vacilar a Alec repitiendo lo que decía JAJAJJAJJJAJAJJAJ
    - Y el polvo pues 10/10 ;)
    - POR FIN vamos a averiguar lo que hay en la maldita bolsa, tengo alguna teoría a ver si acierto jejejejejjeje

    Con muchas ganas del siguiente cap como siempre <3
    Pd. brindo estos 200 capítulos y por muchos más.

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