domingo, 7 de noviembre de 2021

Medusa.

¡Hola, flor! Antes de que se me olvide, y como soy partidaria de dar las malas noticias antes que las buenas, hoy te traigo una: La semana que viene, es decir, el domingo 14 es bastante posible que no haya capítulo. La razón es que me voy de viaje de fin de semana, y me va a ser difícil compaginar el estudio de la oposición con preparar las maletas y escribir. No obstante, intentaré sacar algo, pero dado que las posibilidades de que tardemos en volver a vernos son altas (95 frente a 5, diría yo), prefiero avisarte para que te pongas en lo peor y darte una sorpresa agradable a que sea al revés, y me estés esperando y esperando para luego decepcionarte diciendo que no tengo nada y que nos vemos a la semana siguiente. De nuevo, intentaré escribir algo para no dejarte colgada hasta el día 23, pero no te prometo nada. Tengo unos horarios infernales y estoy hasta arriba de trabajo, así que prefiero ponerme con Sabrae y Alec cuando realmente tenga tiempo y capacidad cerebral para dedicarles la intensidad que se merecen.

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Voy a ser un verdadero hijo de puta admitiendo esto que incluso me da asco a mí mismo, pero prefería mil veces las cosas que se me pasaron por la cabeza cuando me encontré a Sabrae llorando sola en aquel mirador bajo que la que me lanzó como una granada a punto de estallarme a la cara. Y eso que todas eran mil veces peores que lo que me preguntó y el camino que me hizo tomar pero, ¿qué puedo decir? Soy un puto egoísta de mierda.
               Prefería todo lo que había pensado porque sabía que tenía mejor solución para mí. Si le habían molestado, si le habían dicho algo, incluso si la habían tocado sin su consentimiento, yo podría explotar como me apeteció en aquel momento: abriéndole la cabeza a alguien. En el breve lapso de tiempo que pasó entre que la vi y le pregunté lo que sucedía, una hilera de nombres y caras desfiló ante mi cabeza. Podría haber sido cualquiera, pero algo me decía que Dries era culpable. Él siempre me había desafiado cuando estaba con Perséfone, como si le divirtiera tratar de enfrentarnos para, así, también, conseguir liarse con ella, y que yo me quedara con Chloe, a quien el hacía una campaña que me hacía pensar que más que primos, eran amantes.
               Una palabra de Sabrae serviría para que fuera a por él y me asegurara de que no lo contara, bien por quedarse sin dientes o bien porque le metería tantos golpes que, por fuerza, se le metería el miedo en el cuerpo.
               Con lo que no contaba era con que Sabrae me diera un nombre contra el que yo apenas podía hacer nada.
               O eso pensaba yo.
               -¿Era tu novia?-me preguntó con un hilo de voz, como si cada palabra le costara un esfuerzo que no podía permitirse, como si cada letra fueran diez kilómetros buceando en la fosa más profunda del océano.
               Yo ya sabía a quién se refería. Era imposible no saberlo, dada la manera en que le estaban dando la tabarra con ella. Pero quería que me dijera su nombre. Necesitaba que me dijera su nombre para saber que no estaba equivocado, que lo que iba a hacer era lo correcto, que iría a por la persona indicada.
               -¿Quién?
               Apenas había un par de metros de distancia entre nosotros, pero de repente fui plenamente consciente de todo lo que se estaba concentrando allí, los miles de cuatrillones de átomos que había entre los dos, la infinidad de segundos eternos que convertían aquellos centímetros en años luz. Todos los veranos que habíamos pasado separados, cada vez que mi presencia había molestado a Sabrae, cada vez que ella había puesto los ojos en blanco después de mirarme y yo me había reído al notar su irritación.
               La había lanzado de cabeza a contemplar un pasado en el que ella nunca había participado esperando que se moviera en él como pez en el agua, que reconociera en la noche unas constelaciones bajo las que nunca había podido observarme. Y a un estanque de tiburones.
               -Perséfone-prácticamente escupió, y noté que un escalofrío ardiente me recorría de arriba abajo, viendo unos marrones abrirse frente a mí, una sonrisa cínica en un rostro tan simétrico que parecía una muñeca. Aquellos ojos no eran los de Perséfone; jamás podrían serlo con esa expresión de odio. Aquellos rasgos no eran los de mi amiga; jamás podrían serlo enmarcados en un halo dorado que reforzaba su idea de que era mejor que todas las demás, que se merecía más que ellas, que todos debíamos servirla.
               Era Chloe.
               -¿Era tu novia?
               Noté que todo mi cuerpo se tensaba bajo la mirada suplicante de Sabrae, que vi que esperaba que le dijera que sí, me pusiera de rodillas y le suplicara perdón, perdón por haberle mentido, perdón por haberle hecho creer que era la primera, perdón por haberla traído a Mykonos como si no supiera que le harían la vida imposible en el mismo instante en que la dejara sola.
               Bueno, pues no pensaba hacerlo, porque ni le había mentido, ni la había traído a Mykonos confiando en que no pasaría nada: sabía que no pasaría nada. No debía pasar. Había sido un gilipollas pensando que Chloe no intentaría pincharla, de acuerdo, eso lo admito y asumo mi culpa; pero no creí que caería tan bajo para hacerlo en la boda de Iria.
               Y, por supuesto, no pensaba pedirle perdón, porque no le había “hecho creer” que era la primera. Sabrae era la primera. Quizá no en probar mi cuerpo, pero sí en llegar hasta mi corazón.
               Y que hubiera alguien, fuera quien fuera, que le hiciera dudar de lo especial que era me ponía rabioso. Apreté la mandíbula, sintiendo cómo ese veneno que tenía por sangre y que había heredado de la misma persona de la que habían salido mis rasgos distintivos, como mi complexión o mi altura, emponzoñaba hasta la última de mis células. Supe en ese momento que era perfectamente capaz de abrir en canal a Chloe, no porque mamá no me hubiera educado mejor, no porque las chicas no fueran un límite infranqueable para mí, sino porque, simplemente, nadie me tocaba a Sabrae y vivía para contarlo.
               Exhalé por la nariz, asentí con la cabeza, y me pasé la lengua por los dientes, probando el sabor de esa rabia, que se concentraba en mi interior como un fruto corrupto, igual que hacía antes de mis combates. A tomar por culo. La voy a matar, pensé con frialdad, y ni siquiera me asusté como lo había hecho las otras veces en que pensamientos de ese estilo me habían cruzado la mente.
               Clavé los ojos en los de Sabrae una última vez, regodeándome en lo gilipollas que había sido dejándola sola, a merced de las chicas, todo por hacer el subnormal con mis amigos de Grecia, a los que ni siquiera echaba de menos durante once meses al año. En cambio, sí que echaba de menos a Sabrae. Incluso cuando hacía cinco minutos que nos habíamos visto, yo ya la añoraba como si me hubieran cortado un brazo; el izquierdo, para ser más exactos. Cuando la acompañaba a casa, me pasaba la mitad del tiempo pensando en cómo hacer para alargar al máximo los minutos que me quedaran con ella, y la otra mitad, pensando en lo que podríamos hacer la próxima vez que nos viéramos, cuanto antes mejor.
                Me marché con la imagen de los ojos húmedos de Sabrae clavados en los míos, su mirada brillante como las estrellas, pero mil veces más fea que ellas, ya que sólo destacaba en la noche por la forma en que lo estaba pasando mal. Escuché cómo exhalaba un gemido de sorpresa, contando con que había acertado con su pregunta, pero no me giré para decirle que ya hablaríamos o tratar de tranquilizarla como un novio normal. La verdad, estaba tan cabreado que me sorprendía lo consciente que era de todo mi entorno: en vez de desorientarme o verlo todo con una película roja que me hiciera irreconocibles los lugares de mi infancia, mis sentidos parecían más desarrollados, alerta hasta ante el más mínimo estímulo, consciente de todo lo que me rodeaba.
               Me dirigí de vuelta hacia la fiesta sintiendo que algo dentro de mí se revolvía, luchando contra ese hilo de conciencia que me quedaba y que me decía que debía quedarme con Sabrae, abrazarla y arroparla y hacerla sentir bien. La bestia que llevaba dentro era demasiado fuerte, sin embargo, y se revolvía ante cualquier intento de mi yo racional de tratar de contenerla.
               Como si tuviera alguna posibilidad de reaccionar “bien” en lo que respectaba a Sabrae, o ser moderado protegiéndola.
               No me costó encontrar a Chloe entre la gente, acostumbrada como estaba a ser el centro de atención. Supongo que por eso no tragaba que Perséfone y yo nos liáramos, ya que yo nunca había mostrado ningún tipo de interés por ella a pesar de que, según ella, tenía más ventajas que mi amiga: una habitación cuya ventana daba a la mía, y una abuela que se pasaba todo el día cotilleando, así que apenas pisaba su casa y la dejaba al libre albedrío de Chloe.
               Avancé hacia ella como un lobo de pelaje blanco avanza hacia un reno en un paraje nevado, confiando en que milenios de evolución me habían hecho invisible hasta que ya fuera demasiado tarde, y estaba a punto de atravesar la última fila de cuerpos que me quedaba para llegar a la pista de baile en la que estaba dando vueltas con sus amigas, las manos en el aire como si estuviera en un festival, cuando una voz me detuvo.
               La voz de Sabrae.
               Para, me dijo en lo más profundo de mi mente, y yo me detuve en seco. Tuve que girarme para comprobar que no estaba allí, a mi lado, evitando que cometiera un error muy, muy gordo. Yo todavía no podía verlo, pero por la forma en que su voz se había materializado en mi mente, supe que iba a hacer que cambiara de idea. Ni siquiera sabía cómo, pero no me sorprendería que incluso su recuerdo consiguiera tranquilizarme igual que lo hacía ella. Saab tenía muchas formas de sorprenderme.
               Me harás imposible estar en Mykonos si montas un numerito, dijo la voz en mi cabeza, y un coro silencioso asintió en silencio, apenas el murmullo de un público respetuoso que está de acuerdo con lo que sucede, pero no quiere hacerse notar. Me quedé plantado en el sitio, las manos temblando, los dedos no sabiendo si debían cerrarse en un puño o permanecer estirados.
               Miré en derredor, deteniéndome en la forma en que las sonrisas de mis vecinos brillaban con la mezcla perfecta que sólo las bodas pueden generar: alcohol y felicidad. Todos estaban encantados con que Iria, la persona más buena y dulce de la isla, hubiera encontrado a alguien que se la mereciera, le correspondiera, y la igualara en intensidad. Si había alguien que no se merecía que le arruinaran la boda, era precisamente ella.
               Pero los problemas podían venir de más lejos: no sólo estábamos en la boda de Iria, sino que se trataba de Chloe, de mí, y de Sabrae, una chica a la que no conocían esta mañana, cuando se alzó el sol. Sabía que adorarían a Sabrae si les daba tiempo a conocerla; los pocos que habían podido intercambiar unas palabras con ella ya lo hacían, pero mis amigos no eran suficiente para convencer a un pueblo entero de quién era la mala de la película. Si hacía algo, si le hacía daño a Chloe, todos estarían seguros de que la culpa sería de Sabrae, y de la misma manera que mantenían las distancias con los turistas irrespetuosos, que trataban su hogar como un destino de vacaciones en el que ponerse morenos y robar cuantos más recursos mejor, le darían la espalda y se volverían contra ella. La fulminarían con la mirada por lo que yo le habría hecho a Chloe, algo que seguro había hecho en contra de mi voluntad, sólo porque ella me había convencido. El pobre Alec, que jamás había tenido un problema con nadie en la isla, que nunca les había levantado la voz, ni mucho menos la mano, a las chicas, que siempre las había protegido y se había mostrado un caballero, debía de estar bajo el yugo de una víbora inglesa que no dudaba en usar su cuerpo para obtener de él todo lo que quisiera. Perséfone debía volver cuanto antes para recuperarlo, devolverle la libertad de la que siempre disfrutaba en la isla, y hacerle ver que estaba enseñando a su captora en lugar de a una igual.
               Quería que Sabrae tuviera en Mykonos el mismo hogar que yo sentía que tenía, y lo arruinaría todo como se me ocurriera hacerle todo lo que quería a Chloe. Por mucho que me jodiera, tenía que ser más listo y controlar mis impulsos. Chloe no era mi padre, por mucho que me apeteciera destrozarla igual que me apetecía destrozarlo a él. Chloe era mi hermano; o, al menos, el Aaron con el que yo había tenido que lidiar con cuidado y diplomacia cuando venía a comer cada Navidad.
               Tomé aire y lo solté lentamente. Clavé los ojos en Chloe, que aún no me había visto y seguía bailando con sus amigas, disfrutando de la aberración que acababa de hacer. Eché un vistazo por encima del hombro en dirección a Sabrae, preguntándome si debería esperar a que la cosa estuviera más calmada, a que lo hubiéramos arreglado, me dijera qué había pasado exactamente. Si Sergei me había enseñado algo era que toda la información que tuviera sobre mis rivales era extremadamente valiosa, que los combates se ganan en la mente y que quien mejor conoce toda la situación es el que más fácil lo tiene para mandar al otro a la lona.
               -Todo eso está muy bien-le había dicho yo-, pero de poco le va a servir conocerme al dedillo si es un enclenque al que doblo en peso. No aguantaría ni el primer golpe.
               -El que no aguantaría ni el primer golpe serías tú, porque si sabe tu manera de empezar un combate, también sabe tu manera de perder-me había corregido Sergei, deteniendo un zurdazo que yo creía que le sorprendería poniendo la mano justo en el punto en que pensaba golpearle.
               Puede que aquello fuera lo mejor. Puede que…
               No, ni de coña iba a aguantarlo. El fuego que sentía dentro sólo me consumiría, especialmente con la lluvia de gasolina que era Sabrae lejos de una fiesta en la que se lo estaba pasando genial.
               De modo que me giré y entré en el círculo en el que estaban bailando mis vecinos, derecho hacia Chloe. Conteniendo las ganas de hundirle los dientes en la garganta de un puñetazo, me acerqué a ella y le grité al oído, por encima de la música:
               -Chlo, ¿tienes un momento?
               Su diminutivo fue como ácido en mi lengua, pero tenía que ser prudente. Necesitaba llevármela lo suficientemente lejos como para poder perder el control gritándole y que nadie supiera lo que pasaba porque… bueno, esa gente no conocía a Sabrae, pero sí conocían a Chloe. Sabían que era mezquina por naturaleza y que trataba de manipularte a la menor posibilidad, así que tenía muchas papeletas de salir ganando si todo terminaba reduciéndose a su palabra contra la mía. Por mucho que yo pasara mucho menos tiempo que ella en Mykonos estaba igual de integrado en la comunidad, y dudaba que me dieran la espalda si teníamos algún problema.
               Además… no tenían por qué saber que lo habíamos tenido por Sabrae.
               Sonreí. Mírate, Al. Haciéndole caso a tu psicóloga y parándote a ordenar tus ideas antes de tomar decisiones de mierda.
               Chloe asintió con la cabeza, disimulando a duras penas una sonrisa confiada. Le dio un apretón de manos a una de sus amigas, que le guiñó el ojo y le deseó que se lo pasara bien. Otra incluso ronroneó como un tigre a punto de saltar sobre su presa. Joder. Me dieron ganas de engancharlas de los pelos a todas, sumergirles la cabeza debajo del agua y no dejarlas respirar en media hora. ¿De qué cojones iban? Perséfone no estaba, vale, pero era evidente cómo miraba a Sabrae. Incluso se las había presentado a todas diciendo que era mi novia. ¿Se creían en serio que Chloe tenía posibilidades conmigo?
               -Bueno-dijo, apartándose el pelo dorado de los hombros con la chulería de siempre, tan pagada de sí misma como un cisne en un estanque de patos-. Me alegra ver que no has perdido la costumbre de alejarte de una fiesta acompañado de una chica guapa-ronroneó, mirando por encima del hombro cómo nos alejábamos. Comprobó con satisfacción que la mesa en la que se habían sentado las chicas, en las que había copas manchadas de pintalabios a medio vaciar, estaba desierta. Me bastó un vistazo a la disposición de las sillas para adivinar dónde se había sentado Sabrae: todas formaban un círculo perfecto en torno a la mesa, integradas en una línea irregular pero firme, como una muralla que se adapta al caótico crecimiento de su ciudad; todas, salvo una, que se situaba en un hueco demasiado pequeño entre dos, demasiado retrasada de las demás como para no ser una adición de última hora.
               Zorras, pensé, deberíais dar gracias de que Sabrae os mire siquiera.
               -Me alegro de que no se te haya olvidado quién soy de un verano para otro, Chloe. Eso me pone las cosas un poco más fáciles.
               -Oh, cielo, es imposible olvidarse de quién eres-dijo, comiéndoseme con los ojos. Ni se molestó en disimular la forma en que se relamió los labios mientras se detenía en mi culo. Sí. ¿Sabes a quién más le encanta? A Sabrae.
               -¿De veras?-dije, deteniéndome en la esquina del paseo marítimo, ése en cuyo primer mirador se encontraba Sabrae. Incliné la cabeza hacia un lado y sonreí. Chloe miró las enredaderas decorando las celosías, retorciéndose sobre nosotros como serpientes paralizadas. Alzó una ceja, estudiando su diseño contra el cielo surcado de estrellas, y cuando bajó los ojos, continué-. Porque creo que no me lo has demostrado esta noche.
               Parpadeó con inocencia.
               -¿Por qué? ¿Qué te hace pensar eso?
               Me reí.
               -Chloe, corta el rollo. Tu abuela no está aquí para ver lo que haces. Claro que me imagino que eso ya lo sabes, ¿no? Se te da de puta madre tener controlada la situación y sacar las garras justo cuando no te miran. Supongo que es lo que tiene ser tan egocéntrica como tú: que sabes en todo momento cuándo y quién te presta atención.
               -¿Y se supone que eso es algo malo?-preguntó, acariciándome el cuello de la camisa, sonriendo con cinismo mientras agitaba despacio su escote ante mí. Ofreciéndomelo.
               -Sí, porque hace que todavía des más asco.
               Chloe parpadeó. Puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
               -¿Esas tenemos? Mira, amor, si estás…
               -No me llames “amor”-le advertí, pegándome tanto a ella que la arrinconé contra la pared. Las sombras nos devoraron mientras mi cuerpo aprisionaba al  suyo de una forma en que supe que le habría encantado, y en la que se habría regodeado cuando estuviera cachonda y le apeteciera masturbarse, de no ser por las circunstancias y todo el odio que destilaba mi cuerpo.
               Acojónala, me jalearon las voces de mi cabeza, ésas que siempre estaban en mi contra, pero que se habían puesto a mi favor ahora que Sabrae estaba mal. Comprendí que incluso mis demonios la querían, pues eran tan parte de mí como mi corazón, mis pulmones o el resto sano de mi mente. Y lo único que mis demonios odiaban más que yo era, precisamente, cualquiera que pudiera hacerle daño a Sabrae.
               -Ya tengo otra que me llame “amor”. Una que en la vida serás tú-gruñí, acercando mi cara a la suya tanto que noté rebotar mi aliento en su piel. Chloe apartó la cara un segundo, venciendo al miedo, siglos y siglos de machismo programados en su mente para ponerse en lo peor…
               … pero luego, se dio cuenta de que me conocía, y de que yo no le haría las cosas que se le estaban pasando por la cabeza. Lo único que la asustaba de verdad era algo que estaba fuera de la mesa conmigo.
               De manera que me puso ambas manos en el pecho y me empujó para alejarme de ella, poder respirar aire fresco y ganar un espacio en el que poder revolverse.
                Yo no las tenía todas conmigo. Y, si me estaba reprimiendo, desde luego, no era por ella. Era porque no sabía cómo podría mirar a Sabrae a la cara después de considerar siquiera las cosas que a Chloe le preocupaban.
               -Te crees muy duro, ¿no es así?-atacó, defendiéndose igual que una gata acorralada, lanzándose al cuello antes incluso de que tú decidieras por dónde ibas a embestirla. Dio un paso hacia mí, decidida a propinar el primer golpe, sólo por si acaso a mí se me ocurría ponerle la mano encima, algo que estaba convencida de que estaba más allá de mis capacidades. Ahora que se había dado cuenta de quién la había arrinconado, no pretendía amedrentarse-. El puto dueño de esta isla-puso los ojos en blanco un segundo y sacudió la cabeza, su melena dorada volando en todas direcciones, como las serpientes en la cabeza de Medusa buscando ratones con los que alimentarse, ellas y su ama-. Tú y Perséfone siempre os habéis comportado como si la hubierais sacado del mar y todos tuviéramos que besaros el culo por ello. Especialmente ella, así que supongo que te lo ha terminado pegando, ya que no ha podido pegarte otras cosas-hizo un mohín, satisfecha con su pulla, y yo me reí.
               -¿Por eso te jode que yo no te haya tocado nunca? ¿Porque prefiero a la chula de Perséfone antes que a ti, princesita? Debes de odiar ser la segundona y ver que el único dios que se ha paseado por esta isla no te ha mirado nunca más de dos segundos seguidos, sin importar los escotes que te pongas, lo mucho que te maquilles o las ganas que le pongas a bailar bien pegada. ¿Es eso lo que te ha jodido de que haya traído a Sabrae? ¿Darte cuenta de que no pienso en ti ni si quiera cuando me marcho de aquí?
               -Ojalá me importaras tanto como te crees-respondió, jugueteando con un mechón de pelo que se capturó entre los dedos, fulminándome con la mirada y, aun así, siendo incapaz de disimular indiferencia-. Pero no es que me sorprenda ni que no me lo esperara de ti. Al fin y al cabo, siempre has creído que todo el mundo gira a tu alrededor.
               Qué equivocada estás, Chloe. Me eché a reír con cinismo.
               -¿Qué le has dicho a Sabrae?-pregunté con voz gélida, y ella parpadeó.
               -¿Yo? Nada. Ni que me interesara algo tu nuevo juguetito.
               -Mide tus palabras cuando hables de ella, Chloe-la advertí, arrinconándola de nuevo contra la pared. Presioné mis rodillas contra las suyas y ella dejó escapar un jadeo, asustada por primera vez. Así estaba mejor. La rabia que sentía en mi interior burbujeaba como el interior de un volcán en plena erupción, un volcán capaz de hacer explotar en apenas un segundo una isla que había estado creando durante milenios, perfeccionándola con cada gota de lava hasta decidir que no era lo suficientemente buena, y que sólo el fuego podría darle ese lienzo en blanco con el que empezar otra vez-. Sabrae es de todo menos un “juguetito”-escupí la palabra como si fuera el peor insulto que pudieras dedicarle a una persona, y Chloe se estremeció de pies a cabeza. Tragó saliva, tratando de disimular que había resquebrajado su fortaleza, pues había cometido un error. Podía meterse conmigo, e incluso con Perséfone, pero no permitiría que dijera ni media palabra fuera de tono de Sabrae.
               -Dime qué le has dicho-gruñí-, o te juro que voy a hacer que te arrepientas cada segundo de tu vida de no haber sabido controlar estos celos de mierda que siempre te corroen cuando se trata de mí. ¿Te crees muy lista por haber fingido que no sabes inglés para no tener que hablar con ella? Como si le estuvieras haciendo alguna especie de afrenta o algo por no haberle dirigido la palabra. No te mereces ni que Sabrae respire el mismo aire que tú. Así que ya me estás diciendo qué cojones es lo que le has dicho para disgustarla, o te prometo que dejarás de soñar conmigo para tenerme en tus pesadillas.
               Chloe tomó aire, hinchando su pecho como el viento hincha las velas de un barco para lanzarlo disparado hacia su destino. Se relamió los labios, los ojos fijos en el horizonte, negándose a mirarme y darme el gusto de ver que había entrado dentro de su coraza y la estaba destrozando por dentro.
               Siempre había notado su hostilidad hacia Perséfone, los celos que la corroían cuando nos íbamos, pero siempre había creído que se debía más al hecho de que Perséfone lo tenía más fácil que ella para echar polvos: mientras que Chloe tenía que buscarse a un chico distinto cada noche e invertir tiempo en seducirlo para llevárselo a su casa o que él la llevara a la suya, Pers simplemente tenía que ir a buscarme, decir que le apetecía follar, y listo.
               Además, nunca se me había escapado la forma en que me miraba, y por lo que me contaban los chicos, no ayudaba que la relación con mi follamiga fuera más bien tensa a lo largo del año, pero nunca creí que Chloe fuera capaz de llegar a hacerle daño a alguien que me importaba. Era mezquina y prefería mantenerla fuera de mis asuntos, pero también era mi amiga, o eso creía yo. Todos éramos parte del mismo grupo, mucho más grande que el de mis amigos de Londres, mi círculo de confianza, pero aun así, incluso cuando había tensiones inevitables, procurábamos llevarnos bien. Muchos veníamos a Mykonos a descansar y estar tranquilos, divertirnos lo más posible y no tener malos rollos, así que no entrábamos al trapo de cosas que no toleraríamos en casa.
               Pero una cosa era ser paciente y otra, gilipollas.
               -Ni la mitad de lo que ella te debe de haber contado-respondió, con los ojos fijos en la fiesta. Noté como si algo en mi interior creciera hasta explotar, calentándome desde dentro con la onda expansiva de una bomba nuclear.
               -Ella no me ha dicho nada-revelé, y Chloe me miró por fin. Sus ojos revelaron sorpresa y algo más, una mezcla de preocupación, miedo y… ¿era vergüenza lo que había al fondo de su mirada? No, imposible. Chloe jamás se había arrepentido de jugar sucio para conseguir lo que quería-. Es mil veces mejor de lo que tú conseguirías ser, ni aunque vivieras un millón de años. Si te estoy dando una oportunidad para explicarte es por el tiempo que hace que nos conocemos, y también porque no quiero destrozarte en la fiesta de Iria.
               Sus ojos volvieron hacia la fiesta, las luces que titilaban, los gritos elevados al aire en plegarias a las que los dioses se unirían desde el cielo, bailando entre las constelaciones.
               -No la queremos aquí-dijo por fin, clavando los ojos en mí-. Y tiene la piel tan fina que no ha podido soportarlo. No es una de los nuestros, por mucho que haya llegado colgada de tu brazo. Es una extranjera. Y tú también lo vas a ser después de esto.
               -Me importáis una mierda todos-escupí, pegando la cara a la suya de forma que cualquiera que nos viera pensaría que nos estábamos enrollando-. ¿Me estás escuchando? Me importáis una puta mierda todos los que penséis que Sabrae no se merece estar aquí. Tener lo menos posible en común con vosotros es lo que más me honraría en esta vida. Pero, ¿sabes qué, Chloe? Que, incluso si yo os diera la espalda, esta isla seguiría siendo mía. Tan mía como tuya. No puedes quitármela, ni arrebatarme a mí de ella. Supongo que eso es lo que te jode, ¿verdad? Que pase lo que pase, hagas lo que me hagas, sabes que siempre volveré, y tú tendrás que ver todo lo que han conseguido otras. Amistad, amor, sexo… Esto no es por Perséfone, ni tampoco por Sabrae, ¿a que no?-alcé una ceja y sus ojos saltaron sobre los míos, brincando como cabras acorraladas frente al lobo feroz-. Es por mí, y porque sabes que yo no te pondría la mano encima ni aunque fueras la última mujer en la tierra.
               Chloe ahogó un jadeo y retrocedió instintivamente cuando levanté la mano y le aparté un mechón de pelo de la oreja. Se quedó quieta, congelada en el sitio, toda tensión y pánico, cuando me incliné para hablarle al oído.
               -No voy a darte el consuelo de hacerte algo y permitirte que me bajes del pedestal en el que me tienes. Vas a verme siendo de otra hasta el día que me muera, Chloe, y esa otra siempre será Sabrae. ¿Crees que nos va a afectar en algo las mentiras que le cuentes sobre lo que hacía aquí? Ella ya sabe quién soy. Lo sabe mejor que nadie. Así que no puedes hacer nada. Pero como vuelvas a hacerle daño, aunque sea sin querer, ni las ganas que tengo de hacértelo pasar mal durante tanto tiempo como pueda conseguirán pararme-me separé de ella para mirarla a los ojos-. ¿He sido claro?
               Asintió con la cabeza, temerosa. Di un paso atrás para permitirle respirar, y me regodeé en el suspiro de alivio que se escapó de su boca. Sé que no debería disfrutar de asustar a la gente, pero cuando se trataba de Sabrae y de protegerla, mi brújula moral simplemente se volvía loca.
               La agarré de la muñeca y la arrastré hacia el mirador. En condiciones normales supe que se habría reído al encontrarse a Sabrae así, sola, llorando y alejada de una fiesta en la que todo el mundo se lo estaba pasando en grande, lo cual acentuaría aún más su tristeza. Pero la forma en que trastabilló al detenerse al reconocerla bajo la luz de la farola estaba lejos de la prepotencia con que se habría reído.
               Sabrae me miró, absolutamente alucinada, como si no se pudiera creer lo que había ante sus ojos. Por la forma en que su expresión cambió al posar su mirada en Chloe, a la de un cervatillo herido cuando el cazador apunta la flecha de su arco desde un metro de distancia, supe que había acertado. Como si hubiera posibilidad de que fuera otra la que la hubiera disgustado tanto.
               -Vamos a practicar ahora el inglés, dado que así nos entendemos todos-dije, y las dos chicas me miraron-. Creo que os ha pasado algo esta noche. ¿Algo que decir, Chlo?
               Me miró por encima del hombro con la furia ardiendo en su mirada, y luego, fulminó a Sabrae con la suya.
               -Me estás buscando-gruñí-, y creo que Sabrae puede contarte qué es lo que pasa cuando la gente me encuentra.
               Algo en la expresión de Sabrae cambió. Se volvió más firme, con más seguridad en sí misma, empapada en una confianza que creía perdida. ¿Chloe creía que me conocía? Ni siquiera me había visto desnudo. Sabrae había visitado cada uno de los recovecos de mi alma; los había acariciado, besado y adorado como si fueran lo más precioso de este mundo. No había nada que pudieran hacernos en Mykonos que no pudiéramos superar. Si medio mundo no es nada, imagínate lo insignificante que es una isla minúscula en un rincón perdido del mar más pequeño del planeta.
               -Disculpa lo que te he dicho. Ha sido cruel y mezquino y… no era mi intención ofenderte.
               -Sí que lo era, Chloe-escupí yo. Sabrae se abrazó a sí misma y asintió despacio con la cabeza, limpiándose los restos de lágrimas de la mejilla.
               -Está bien.
               -No, no está bien, Saab. Puede hacerlo bastante mejor, ¿no te parece, Chloe?
               -Al, de verdad. Está bien. No importa. Ha sido sólo un malentendido, nada más.
               -Te hace llorar, ¿y dices que no ha sido más que un malentendido?-estallé, y la expresión de Sabrae se volvió desafiante-. Tú no la conoces como lo hago yo.
               -Exacto. Y por eso prefiero no aplicarle una vara de medir distinta a la de la gente a la que no conozco-sentenció Sabrae, y vi que Chloe sonreía, lo cual me volvió completamente loco. No sé cómo, conseguí contener el impulso de acorralarla contra la barandilla y lanzarla hacia el mar.
               -No sabes la puta suerte que tienes, zorra-dije sin embargo, dirigiéndome a Chloe-. Debería caérsete la cara de la vergüenza. Y espero que no te aproveches de que Sabrae es buena para seguir haciéndole daño, porque ahora es mi familia. Y ya sabes cómo defiendo a mi familia.
               Sabrae se revolvió en el sitio, incómoda, y se abrazó de nuevo. Se giró para mirar el mar, una línea de tinta negra tapando el horizonte.
 
 
La noche se había vuelto gélida. Tenía que volver a la fiesta o regresar a la casa, pero no me apetecía ninguna de las dos cosas. Necesitaba aclararlo todo con Alec, y no ayudaba que Chloe no se moviera del sitio, como si supiera que se avecinaba una tormenta y quisiera ser la primera en sentir la lluvia cayendo sobre ella.
               -Como vuelvas a hacerle algo que la disguste lo más mínimo-continuó Alec en inglés, haciendo que un escalofrío me recorriera la columna vertebral, te prometo que pasaremos de las palabras. Me da igual que seas una chica. Para mí Sabrae es Dios; no me la toca nadie. Si me entero de que haces lo más mínimo para molestarla, haré que des gracias de haber nacido mujer y  haber conseguido más paciencia por mi parte.
               Percibí cómo Chloe asentía con la cabeza, muda de miedo. Alec podía acojonar cuando quería, todo su pasado arremolinándose a su alrededor como un aura oscura si se lo proponía.
               -Y ahora pírate de mi vista-ordenó-. Esta es mi isla ahora. Ya ha llegado el verano.
               Escuché el taconeo apresurado de los pasos de Chloe alejándose en dirección a la fiesta, y me pregunté si los asistentes notarían que algo iba mal. Tenía que haberle cambiado el humor por la fuerza, y seguramente no necesitarían insistirle mucho para que echara las culpas sobre Alec. Lamenté el haberme dejado llevar por mis impulsos, haberle preguntado a bocajarro, necesitar en el momento respuestas que yo misma debería tener ya. Ahora ella podría hacerse la víctima, echarme la culpa de lo que había pasado, y conseguir incluso que el pueblo se volviera contra Alec.
               Yo no quería que perdiera ese lugar en el que podía ser él mismo, completamente libre de todo el mal que le acechaba en Inglaterra. Sus demonios, su padre, su hermano… nada de aquello podía alcanzarlo en este pequeño rincón bañado por el Mediterráneo. Mykonos le recargaba las energías con sus aguas cálidas, hechas de sol líquido, el mismo compuesto que lo fabricaba a él.
               Debido a su calzado y al ruido de mar golpeando rítmicamente contra el suelo del mirador, no escuché cómo se acercaba y no sentí su proximidad hasta que no noté sus brazos en torno a mi cintura, atrayéndome hacia él, dándome esa calidad con la que podría pensar. Me besó el hombro desnudo y me acunó despacio, como siempre, centrado en hacerme sentir bien. El martilleo constante de su corazón en mi espalda fue un faro en la distancia, algo a lo que aferrarme para poder pensar.
               -Estás helada-dijo, subiendo los brazos por los míos y negando con la cabeza. Asentí despacio con la cabeza, los ojos todavía fijos en el horizonte, un lugar en el que nadie podría hacerme daño plantando dudas sobre Alec en mi corazón-. ¿Sigues queriendo irte a casa?-preguntó, asomando por mi derecha, sus ojos castaños fijos en los míos. Había tanto odio en su mirada la última vez que había posado los ojos en mí, que ni siquiera parecían los mismos ahora que la ternura de siempre había regresado. Comprendí que estaba fuera de sí, y en parte era por la forma en que me había lanzado al vacío de la desesperación sin pararme dos veces a pensar que él no podría mentirme.
               Pero las ideas eran las enfermedades más contagiosas que existían, y una vez se plantaba su semilla en tu subconsciente, era muy difícil conseguir que no brotara.
                -No. No quiero que te pierdas la fiesta.
               La cabeza de Alec desapareció de mi campo de visión, y no necesité escuchar el suspiro que siguió a su voz antes de cogerme delicadamente de los hombros y hacer que me girara para mirarlo. Me habría rodeado para poder verme la cara, pero entonces la habría tenido en la sombra. Así, con la farola a nuestro costado, podíamos mirarnos a los ojos sin sentir que nos estábamos ocultando nada… claro que lo mío no sería cierto.
               -No quiero ir a la fiesta si no es contigo, bombón. Creí que te lo había dejado claro por la mañana-me apartó un mechón de pelo de la cara y capturó una flor que se desprendió de él. Nos la quedamos mirando mientras sus pétalos se acomodaban a sus huellas dactilares. Levantó la mano para acariciarme los labios, siguiendo la línea de mi boca hacia mi mentón, mientras sus ojos se detenían en mis facciones, buscando lo que fuera que me atormentara-. Siento mucho haberte dejado sola con Chloe. Te prometo que no volverá a pasar.
               -No importa. Tienes derecho a pasártelo bien. No necesito una niñera. Sé cuidar de mí misma-me abracé de nuevo la cintura, sintiendo el frío del mar mordiéndome la piel desnuda, demasiado abundante y demasiado expuesta, y volví a mirar hacia el horizonte. No sabía qué era lo que me llamaba de aquella línea negra que se distinguía en su oscuridad del cielo cuajado de estrellas, salvo, quizá, el hecho de que allí se encontraba la frontera de los sueños.
               Esta es mi isla ahora. Ya ha llegado el verano, le había dicho Alec a Chloe, y yo quería creerle, de verdad que sí, pero… me preocupaba que hubiera renunciado a mucho más de lo que estaba dispuesto solamente por defenderme, porque yo no había sido capaz de guardarme mis miedos para un momento en el que fuera más conveniente exponerlos.
               -No tenías por qué venir a llorar aquí sola, ¿lo sabes, verdad?-dijo, leyéndome los pensamientos mejor que si los hubiera formulado yo sola-. No quiero que te guardes nada.
               -Estoy preocupada-admití, y él inclinó la cabeza a un lado.
               -¿Por qué?
               -Por si te has equivocado defendiéndome. Por si…-suspiré y miré a la fiesta-, por si estamos dejando que Chloe hable mal de ti y haga que la opinión que tienen los demás sobre ti cambie.
               -Que les jodan-sentenció sin más-. No me importan. Sólo me importas tú, Saab-me cogió las manos y deslizó los dedos hasta mis codos, colocando las mías en torno a su cintura-. Tú, y que estés bien.
               -Al…-dije con un hilo de voz. No pude decir la segunda sílaba de su nombre por miedo a que se me quebrara, miedo a romperme. Me deshice en aquella palabra que no había significado ni la millonésima parte de lo que significaba ahora cuando él se marchó de Mykonos, solo y… puede que dejando a alguien importante atrás. Quizá no se fue soltero. O quizá todos los veranos se quedaba soltero para poder disfrutar de su libertad en una tierra en la que tenía a todo, excepto puede que a su corazón-. ¿Estás evitando contestarme a propósito?
               Tragó saliva. Por la forma en que sus ojos bailaron sobre mi mirada, supe que estaba decidiendo qué era lo que iba a contestarme, y creí que volvería a preguntarme como lo había hecho antes para asegurarse de que no se equivocaba con su pregunta.
               Sin embargo, respondió:
               -Sí. Porque creo que tu pregunta se merece una conversación más larga, en un sitio en el que estemos más tranquilos.
               -De modo que es verdad-dije, dando un paso atrás y soltándole las manos-. Perséfone era tu novia.
               Después de todo este tiempo, de todo lo que habíamos pasado, después de lo que nos habíamos hecho el uno al otro, regándonos y cultivándonos como si fuéramos las únicas plantas cuya hermosura merecían nuestros cuidados, no debería haberme afectado saber que aquellos terrenos no eran vírgenes.
               Pero lo hacía. Absurdamente, lo hacía. No podía dejar de pensar en todas las veces en que me había hecho sentir especial por ser la primera, en lo distinto que había sido todo conmigo a con las demás, en el cuidado que había puesto en sostenerme y en su empeño por hacer las cosas bien.
               No debería dolerme que Alec tuviera un pasado sentimental del que yo no formaba parte; era hipócrita, ya que yo misma lo tenía, pero por encima de todo, era tremendamente irracional. Que hubiera querido a otra antes que a mí no significaba que a mí me quisiera menos, o que se conformara conmigo, o que sus “te quiero” mirándome a los ojos mientras me hacía el amor delicadamente despacio fueran falsos.
               Y, a pesar de todo, sentía que había perdido algo. Me gustaba tener la medalla de oro con él. Él era la única competición en la que yo quería esmerarme, lo único en que no me bastaría con un segundo puesto. Detestaba pensar así, pero… ahora entendía por qué él se ponía tan celoso de Hugo, por qué se había cerrado en banda antes cuando yo mencionaba su nombre. Hugo tenía un privilegio al que Alec había llegado tarde: había sido mi primer novio, con todo lo que eso implicaba, mucho más que mi virginidad: mi primera cita, mi primer beso, mi primer te quiero. Saber que el de Alec no había sido para mí era como tener un trocito de corazón paralizado. Todo lo demás seguía igual, y técnicamente podía sobrevivir, pero había cosas que ya no podría hacer con tanta comodidad.
               Por ejemplo, volar hacia ese horizonte sin fin.
               -Es bastante más complicado de lo que Chloe te ha hecho creer. Pero sea lo que sea lo que te haya dicho, quiero que sepas que no es del todo verdad.
               -¿No vas a decirme que es mentira?
               -No, porque entonces sí que sería mentira. Y te prometí que te sería sincero.
               -¿Cuándo, Alec?-jadeé, notando que las lágrimas se agolpaban en mis ojos de nuevo. Alec se pasó una mano en el pelo y soltó una risita nerviosa. Miró alrededor, susurró un cansado “vale…” y juntó las manos sobre la cara, como besando una oración.
               -Vamos a casa-decidió-. Allí podemos hablar más tranquilos. Mañana nos disculparemos con Iria y con Bastian…
               No. No podíamos marcharnos. Si Chloe estaba diciendo algo, que Alec se fuera de la fiesta sólo le daría la razón.
               -No-dije, cogiéndole las manos, intentando controlarme-. Quiero quedarme. No voy a darle la satisfacción a Chloe de echarte de la fiesta a ti también. Sea lo que sea lo que tengas que decirme, creo que puede esperar hasta mañana.
               -Pero Saab…-empezó, pero yo me colgué de su cuello y me obligué a darle un beso que le dijera que todo estaba bien.
               -No pasa nada, ¿de acuerdo? No pasa nada. Yo sólo… estoy sensible. Demasiadas emociones en un solo día. Tengo los nervios a flor de piel. Esto sólo pasa en las bodas-me reí, negando con la cabeza.
               -Bombón…-siguió protestando él, pero lo arrastré de vuelta a la luz del muelle y al foco de los grupos de gente bailando, gritando y pasándoselo bien. Me obligué a sonreír, a bailar y a divertirme, o por lo menos fingir que lo hacía, durante horas y horas, mientras Alec no se separaba de mí y me preguntaba si estaba bien.
               Empecé a emborracharme, en parte porque todas las bebidas que servían estaban deliciosas, y en parte porque no podía aguantar ese ritmo estando sobria. Alec pedía que no me sirvieran más copas, pero yo insistía e insistía en probar todos los licores que descorchaban, hasta que todo adquirió un tono brillante muy curioso que hizo que todo me resbalara. Me daba igual absolutamente todo.
               Creo que así podría afrontar mejor descubrir un pasado de Alec del que estaba segura que me pondría celosísima.
               En algún momento de la noche, Chloe y las zorras de sus amigas se marcharon. Yo seguía dando vueltas, bailando y gritando y jugando con los niños del pueblo, a los que les parecía divertidísima la chica negra que Alec se había traído, que no hablaba su idioma y con flores en el pelo, que se reía hasta de la más mínima tontería que hacían y a la que cualquier juego le parecía el mejor que había jugado nunca. Yo todavía estaba en mis cabales, era consciente de lo que pasaba y sabía que recordaría cada palabra que me dedicaran de haberla entendido, pero necesitaba más, más, más, más. Necesitaba pasármelo lo mejor posible para darles en los morros a las chicas que habían sido crueles sin necesidad conmigo, y necesitaba disfrutar al máximo de la noche.
               Alec se había sentado en una de las mesas más cercanas a la pista de baile; bebía sangría directamente de la jarra con varias pajitas, y me miraba con preocupación, diversión y aburrimiento mezclados en la mirada. Apenas hacía caso de las pullas que Niki y sus amigos le lanzaban sobre lo locas que debían ser las noches que pasábamos juntos, o si sobre yo me acordaba de los polvos que me echaba cuando salíamos por ahí de marcha.
               -Vámonos a casa-le pedí, sentándome a horcajadas en sus rodillas y lamiéndole la nariz con la punta de la lengua. A sus amigos les pareció divertidísimo-. Quítame la ropa, átame a la cama y fóllame hasta que salga el sol. Hazme gritar.
               Ya me preocuparía de la conversación más adelante. Quería seguir en el espejismo de que yo era única en mi especie al menos unas horas más.
               Alec miró a sus amigos, parte de los cuales se descojonaban por mi arrebato de pasión; los demás lo miraban con una envidia mal disimulada. Alec siempre lo tenía todo. Llegaba a la isla y era como si un tiburón blanco arrasara en la costa, dejando a los pobres delfines sin apenas qué comer. 
               -Vete, anda-Niki le dio una palmada en la espalda-. Ya os despedimos nosotros de Iria y Bastian.
               Me dediqué a brincar a su lado mientras nos dirigíamos hacia su casa, y cuando por fin la reconocí en la calle, lancé un alarido de celebración, completamente fuera de mí, y me colgué de su cuello. Esperé a que Alec abriera la puerta para arrastrarlo hacia la habitación, pero él se detuvo en medio del pasillo, justo cuando empezaba a subir las escaleras, con una mano en la barandilla y otra en la pared, haciendo palanca para que dejara de tirar de él.
               -Sabrae, tranquilízate. Tenemos una conversación pendiente…
               -No quiero hablar de eso ahora-dije, desabotonándole de la camisa-. Mañana, si acaso. Ahora no. Sólo quiero follar. Sentirte muy adentro…-lo besé  en los labios.
               -Sabrae. No quiero follarte para que se te quite el disgusto-me detuvo-. Quiero celebrar que estás aquí, y luego follarte.
               -Puedes hacer las dos cosas a la vez-dije.
               -No veo cómo…-empezó, pero lo hice callar abriéndome el vestido, desabrochándome el sujetador, y sacándomelos ambos por la cabeza. Luego, me bajé las bragas, quedando completamente desnuda frente a él, que se me comió con los ojos, un hambre animal creciendo en su mirada. Sabía que tenía que cuidarme, que era vulnerable y que necesitaba que me hiciera entrar en razón, que me hiciera ver que no había sido buena idea lo de emborracharme para eludir la conversación, que debería haberme comportado como una adulta y asumir las consecuencias de mis actos, y que no debía asustarme por un pasado que no podía cambiar, ni tampoco debía afectarme.
               Pero lo poco que quedó de resistencia en él se desintegró cuando, aprovechando yo ya estaba en las escaleras, subí un escalón con sólo un pie y separé las piernas, enseñándole lo que había a su disposición, todo lo que él podía poseer.
               La gloriosa puerta por la que se había colado en mi ser, y había conquistado mi alma como un héroe en torno a los que se construían civilizaciones enteras, cuyas leyendas descansaban en unos hombros tan capaces como merecedores de la responsabilidad que se les achacaba, sólo comparables a la gloria pasada del imperio en cuyas ruinas quería que me hiciera suya.
               -Mierda. Joder, Sabrae-jadeó, lanzándose a por mí, y yo le pedí que no fuera amable conmigo. Quería que me hiciera lo que quisiera: que me tratara como su concubina o como su reina; su novia o su puta, su esposa o su amante. Quería todo de él, que canalizara todos sus sentimientos en el sexo, que me hiciera lamentar haber siquiera dudado de él, o que me convenciera de que esas dudas eran razonables, pero nada importantes. Por supuesto que había habido una antes que yo: una y miles. Nadie podía hacerlo como él lo hacía sino después de mucho entrenamiento.
               Alec me agarró de las caderas y tiró de mí para pegarme a él, toda resistencia y preocupación olvidada, sólo concentrado en la necesidad que sentía de mi boca, en lo blando de mis labios y las ganas que tenía de mí. Llevaba deseándome desde que había salido de la ducha; me había suplicado por un polvo, y cada hora, cada minuto, cada segundo que había pasado fuera de mi cuerpo había supuesto para él una verdadera tortura. Y ahora, iba a devolvérmelas.
               Antes de que pudiera darme cuenta, estaba cayendo sobre la cama, rebotando en el colchón y dejando la huella de mi cuerpo en las sábanas recién puestas. Cuando Alec se quitó la camisa por la cabeza, sin molestarse siquiera en desabotonarla del todo, supe que tendríamos que cambiarlas mañana mismo, porque me iba a hacer disfrutar de lo lindo: no iba a ser cuidadoso conmigo.
               Mejor, porque yo esperaba todo de él: su rabia, su fuego, su pasión.
               Alec se arrodilló entre mis piernas, separándome las rodillas con las suyas, y se inclinó para besarme. Sus colgantes acariciaron el espacio entre mis pechos mientras su lengua invadía mi boca, sedienta de un placer animal que necesitaba con desesperación. Escuché cómo se desabrochaba los pantalones, y me pregunté en qué momento nos habíamos descalzado, ya que sentía las plantas de sus pies desnudos rozando el dorso de mis pies.
               Se quitó los calzoncillos a la vez que los pantalones, y yo traté de frotarme contra él, desesperada por sentirlo dentro, ansiosa por cruzar ese límite que era el sexo sin protección, que tanto me había aterrado con los demás (siempre había sentido pánico cuando acabábamos y miraba el condón, con un alivio arrasador al notar que estaba todo en orden y que no corría peligro de quedarme embarazada) y que tanto me atraía con él. Necesitaba que nuestras esencias se mezclaran, sentirlo dentro de mí sin ningún tipo de barrera. A él le gustaba más, y follaba mejor cuando le gustaba más. Yo no tenía ninguna queja de su manera de follarme normalmente, pero aquella noche quería mucho más. Quería que pulverizara mis miedos y mis dudas, que me hiciera olvidarme de Perséfone.
               No obstante, él tenía otros planes. Cuidadoso y considerado como ella, me puso una mano en el esternón sin miramientos y apretó con todas sus fuerzas, dejándome anclada en el sitio. Me gustó no poder moverme. Me gustó mucho la manera en que miró, una advertencia en los ojos.
               -Vas a arrepentirte de haberte emborrachado, nena. Desearás estar sobria cuando acabe contigo para estar segura de que no lo has soñado.
               -Necesitaba esto. Te necesito a ti.
               -¿Y la mejor forma de pedirme que te haga mía es pillando tal berza que te me termines sentando encima y frotándote contra mí delante de todo el mundo?
               -Sí. Sólo así accederías a hacerme lo que quiero que hagas.
               Arqueó las cejas, separándose de mí.
               -¿Que es…?-me ofreció, y yo me relamí los labios.
               -Hoy te he demostrado que no puedo controlarme-jadeé, sintiendo que la habitación comenzaba a balancearse a un lado a otro, en algo que no tenía nada que ver con el alcohol que había ingerido. Sus ojos se oscurecieron cuando empezó a entender. A pesar de lo achispada que iba, sabía muy bien lo que decía. Sólo había bebido para soltarme el pelo y la lengua, pero por lo demás, estaba completamente lúcida-. Y quiero que me hagas cosas que no has hecho con ninguna otra-me incorporé para besarlo, frotando mis pechos contra él, que dejó escapar un gruñido al sentir mis curvas deslizándose por sus músculos. Tenía el cuerpo cálido, y notaba una fina película de sudor entre nosotros, una película que pronto aumentaría, si tenía suerte.
               Le rodeé las piernas con las mías y ascendí por sus glúteos, sus nalgas, enganchándome a su cintura. Notaba la punta de su miembro erecto acariciando mi entrada. Alec me miró, sus ojos perdiéndose en mí y en mis intenciones. La brisa de la noche entraba por la ventana, revolviéndonos el pelo a ambos.
               Con los ojos fijos en él, subí las manos hasta colocarlas en el cabecero de la cama. Pensé en todas las que habían venido antes que yo: en Pauline, en Chrissy, en Bey, en Perséfone, y aquella infinidad de chicas cuyos nombres jamás conocería, que le habían dado a mi novio toda la experiencia que él había necesitado para romper el estigma que yo había hecho caer sobre él y hacerme ver que le necesitaba más que a nadie.
               La primera vez que le dije que me ponía pensar en dejar que me atara a la cama, él se había negado en redondo. No porque no confiara en que tendría cuidado conmigo, sino porque simplemente disfrutaba demasiado teniendo mis manos alrededor de él, haciéndole creer que tenía un millón en lugar de un par. Le gustaban mis arañazos en su espalda, que yo le tirara del pelo, que le acariciara los brazos, que entrelazáramos las manos…
               … pero yo sabía que esto le encantaría.
               -Átame, Alec. Úsame.
               Se relamió los labios. La forma en que su lengua asomó por entre ellos, despacio, deleitándose como se deleitaba en probar el sabor entre mis muslos, hizo que me recorriera un escalofrío. Tenía la carne de gallina, los pezones endurecidos, y el sexo palpitante. Estaba lista para pasar al siguiente nivel, para llegar a un lugar en el que no había llegado con ninguna otra.
               -Déjame que merezca la pena estar en manos de Chloe.
               Se rió por lo bajo.
               -No estamos en manos de Chloe. Estamos en las nuestras propias. Pero muy bien-canturreó-. ¿Quieres que te use? ¿Quieres sexo duro? Te voy a dar sexo duro. Así saldrás de dudas, y verás quién soy realmente.
               Desnudo, glorioso e imponente, se inclinó para abrir el cajón de la mesilla de noche y sacó una caja de condones y la corbata que se había traído de Inglaterra expresamente para este propósito. Primero desenrolló la corbata, mirándome a los ojos conteniendo una sonrisa de suficiencia. Me relamí los labios de pura anticipación.
               Por supuesto, los veranos que había pasado en Mykonos le habían dado experiencia suficiente viendo hacer nudos marineros como para saber cómo tenía que atarme para que no me moviera. Adoré la expresión de concentración que endureció sus rasgos mientras me enroscaba la tela en las muñecas, y luego, alrededor del cabecero de la cama. Dio un fuerte tirón para asegurarme de que estaba bien atada, y cuando se me escapó un jadeo, esbozó su mejor sonrisa de Fuckboy®.
               -¿Arrepentida?
               -En absoluto-respondí entre jadeos, y Alec rió.
               -Ya lo veremos dentro de unos minutos. ¿Qué te parece si lo hacemos más interesante, nena?-preguntó, pasándome una uña por entre los pechos, descendiendo hasta mi ombligo, y deteniéndose justo cuando iba a alcanzar mi clítoris. Me retorcí debajo de él en protesta, tirando del nudo, pero estaba muy bien atada. Joder. Iba a correrme sólo de pensar en lo que venía a continuación.
                -¿Cómo?
               -Una apuesta. Si no aguantas con las manos atadas todo el polvo, mañana me pagas una cena en el restaurante que yo elija.
               -¿Y si aguanto?
               Alec rió.
               -No vas a aguantar-dijo, separándome las piernas y jugueteando con mi vello púbico. Demasiado cerca de mi clítoris para poder pensar con claridad, pero no lo suficiente como para satisfacerme.
               -¿Y si lo hago?-insistí, y él puso los ojos en blanco.
               -¿Qué es lo que quieres?
               -La verdad-me escuché decir, y la mirada de Alec cambió. Se volvió opaca, como si aquel tema se le hubiera olvidado y recordarlo de nuevo le causara dolor-. Quiero que me hables de Perséfone sin tener en cuenta mis sentimientos.
               Eso le daría emoción al asunto.
               -¿Estás desnuda y atada y yo tengo el condón puesto y sigues erre que erre con la cantinela de Perséfone?
               -¿Te da miedo perder y no tener secretos conmigo, Whitelaw?
               Cayó sobre mí con la furia de un dios que forjara los relámpagos, hundiendo los dedos en mis caderas, su boca tan cerca de la mía que podía sentir su respiración colándose en mi garganta.
               -Lo único que me da miedo es perderte, Malik-respondió, y me separó las piernas. Me pasó las manos por la cara interna de los glúteos y me masajeó el sexo con ambas manos, manoseándome los pliegues con los pulgares. Arqueé la espalda y él aprovechó para hundir los dientes en mi cuello, pasándomela lengua por debajo de la mandíbula.
               Tiré del nudo, luchando para pegarlo más a mí, y Alec sonrió. No estaba lo suficientemente cerca como para satisfacerme; necesitaba pegarme contra él, volverlo absolutamente loco. Tatuar mi cuerpo en su piel, confundirnos en un solo ser.
               Dispuesto a torturarme, separó las manos de mi entrepierna y subió por mi cuerpo. Me acarició los pechos, ascendió por mis brazos (se rió cuando se me escapó una risita porque me hizo cosquillas al pasar por mis axilas) y jugueteó con sus dedos en los míos. Era como si le diera miedo empezar. Como si no estuviera seguro de lo que quería hacerme. Había en sus ojos un brillo inocente, como el de un niño que cree aún en Papá Noel.
               -Tienes que escoger otra cosa-me dijo, y yo iba a protestar, pero me acalló con una mirada-, porque te lo voy a contar. Todo.
               Me lo quedé mirando, memorizando sus facciones. Me parecía increíble que un ser así existiera, y más aún que me hubiera elegido a mí para compartir su vida y su cuerpo con él. Era normal que tuviera el historial que tenía, o que las chicas se pusieran como locas ante la posibilidad de no tenerlo: yo era la primer que comprendía ese sentimiento.
               De hecho, lo que me extrañaba era que no hubiera un centenar de chicas haciendo cola en la puerta de su habitación, esperando que terminara conmigo para que pasara la siguiente.
               -La cena está bien-decidí, y Alec se rió. Me puso las manos en las rodillas y me acarició suavemente las piernas, arriba y abajo, arriba y abajo.
               -¿Vamos a necesitar palabra de seguridad o algo así, o piensas decirme claramente que quieres que te desate?
               -No voy a decirte que me desates.
               -¿Seguro?-preguntó, y el muy capullo empezó a hacerme cosquillas en la cintura. Me retorcí debajo de él, bramando que eso no valía, que no era justo, que me dejara tranquila. Cayó sobre mí de nuevo y empezó a besarme lentamente, profundamente, sensualmente. Subió las manos a mis manos atadas y descendió por la cara interna de mis brazos, arañándome con cuidado y arrancándome un gemido cuando llegó de nuevo a mis axilas. Me estaba gustando. Me estaba gustando mucho.
               Alec puso las manos entonces en mis caderas, y sonriendo con cierto deje triunfal, fue descendiendo por mis curvas hasta detenerse en mis pechos. Los lamió y los besó, pero en ningún momento hizo amago de metérselos en la boca como solía hacer: nada de ser rudo con ellos, sino que en la delicadeza encontró mi perdición. Acostumbrada como me tenía a que acabara perdiendo el control, ese medio gas al que me estaba sometiendo era una tortura deliciosa. Tiré y tiré de la corbata mientras me arqueaba para pegarme más a él, ya que él no parecía querer reclamarme, pero encontraba una dura resistencia en mis muñecas unidas y un cuidado rabioso en mi novio.
               Cuando se hartó de adorar mis senos, Alec siguió descendiendo por la línea de mi esternón. Me separó las piernas y me miró desde abajo mientras yo jadeaba, intentando inclinarme hacia él y, a la vez, incorporarme para poder ver cómo me practicaba sexo oral.
               Noté cómo sonreía cuando me dejé caer en la cama, decidiendo que prefería sentirlo  verlo, y me cogió los pies, que se me habían curvado hasta parecer los de una bailarina en pleno salto, mientras hundía la lengua en mis pliegues. El techo blanco se convirtió en un borrón negro cuando entrecerré los ojos de puro placer. Alec me soltó los pies y llevó de nuevo las manos a mis caderas, agarrándome para poder devorarme mejor. Exhaló un gruñido cuando mi cuerpo lo recibió con una oleada de mar hecho de miel de estrellas, y algo en su interior cambió. Dejó de ser tan cuidadoso conmigo y perdió el control: el semental se había soltado de las bridas y corría libre hacia la luz del atardecer. 
               Donde estaba su lengua ahora estaban sus labios, y allí donde estaban sus labios pronto aparecieron sus dientes. Me comió, literalmente, como sólo él podía hacerlo, siendo cuidadoso y no haciéndome daño incluso cuando se dejaba llevar por sus impulsos y estallaba dentro de mí. Tiré y tiré de la corbata, pero permanecía tan bien atada que lo único que conseguía era lastimarme los brazos. Empecé a sentir que mis hombros protestaban cada vez que me movía, pero descubrí que me gustaba la sensación de estar completamente a merced de Alec, luchar para recuperar el control y descubrir que no podía.
               No me malinterpretes: me encanta participar en el sexo con él, ser iguales, hacer ambos cosas que nos volvieran locos, pero… me ponía muchísimo saber que pararíamos sólo cuando él quisiera, que haríamos lo que él quisiera. Nunca, jamás, había cedido tanto el control en nada con nadie, y con lo participativa que yo era en la cama, me sorprendía lo muchísimo que estaba disfrutando de la novedad.
               Alec se cansó de comerme el coño y ascendió de nuevo por mi cuerpo, anclándose con las rodillas entre mis muslos. Me pellizcó los pechos y yo dejé escapar un gemido, revolviéndome debajo de él. Lo miré con expresión suplicante, y la sonrisa oscura que me dedicó hizo que me empapara.
               -¿Te imaginas que ahora te digo que voy a hacerme una paja y te dejo así, a medias, toda la noche?
               -Ni siquiera tú serías tan cruel, sol-jadeé en busca de aire, mirando su miembro enfundado en el condón. Parecía más grande que nunca ahora que no podía tocarlo.
               -Depende de cuánto me toques los cojones, creo que me lo pensaría.
               -¿No te apetecería más hacérmelo pagar?-pregunté, levantando una pierna y acariciándole el costado con ella. Alec la miró, y yo solté una risita. Me miró de nuevo de soslayo cuando la tomó entre sus dedos y dibujó extraños patrones en la cara interna de mi rodilla.
               -Recuérdame que mañana, cuando vayamos a ese restaurante al que vas a invitarme, compremos más con lo que atarte. Te voy a sujetar entera a la cama, y ya veremos si te sigue haciendo la misma gracia cuando no te deje tocarme.
               -Creía que era a ti a quien no te gustaba no sentirme-ronroneé, frotando la otra pierna contra él. Alec la miró de reojo, y de nuevo a mí-. ¿Cambia algo mi sabor cuando no tienes mis manos dirigiéndote?
               -No sé, ¿cambia algo cómo gimes cuando bajo si no me diriges? Porque yo diría que-se inclinó hacia mí, separándome las piernas- me las apaño bastante bien.
               Noté la punta de su miembro justo en la entrada de mi sexo, y traté de deslizarme hacia abajo para recibirlo en mi interior, pero él se apartó y yo exhalé un gruñido de frustración. Alec sonrió.
               -Joder, lo mucho que voy a disfrutar con esto…
               Y, agarrándome de las caderas, se movió de nuevo hacia delante, entrando en mi interior con el ímpetu del ejército más poderoso del mundo. Dejé escapar un grito, y aquello fue el pistoletazo de salida para la sesión más intensa de sexo por la que Alec me había hecho pasar hasta la fecha.
               No me dio tregua, y yo lo adoré por eso. Estaba más que dispuesta a perdonarle por no haber sido sincero conmigo con lo de Perséfone mientras me embestía, pero me olvidé completamente de todo lo relacionado con ella cuando se inclinó para gemirme al oído con autoridad:
               -Eres mía. Di que eres mía.
               -Soy tuya-jadeé, tirando y tirando de la corbata. Era increíble que no se hubiera roto aún, ¿de qué material estaba hecha?
               Alec me tomó de la mandíbula y me hizo mirarlo.
               -Que no se te olvide-ordenó, y a continuación me dio el beso más invasivo que me había dado en toda la noche, un beso en el que descargó toda la rabia que había sentido contra Chloe, contra las chicas, incluso contra mí por haber dejado que casi nos arruinara la fiesta. Sintiendo su lengua la última frontera de mi boca, arqueé la espalda, y entonces Alec volvió a embestirme y…
               Jo.
               Der.
               Una oleada de placer que dejó a los demás maremotos de la noche como simples ondas nos sacudió a ambos cuando sentimos cómo Alec tocaba fondo dentro de mí. Los dos nos estremecimos de pies a cabeza, y noté cómo se tensaba alrededor de mi propia tensión. Alec jadeó en mi boca en busca de aire mientras yo implosionaba con todo él invadiéndome, apenas sin espacio para expandirme y sobrevolar las estrellas.
               Los dos jadeamos en busca de aire, acariciando la piel sudorosa del otro con nuestros jadeos. Alec salió de mi interior; la sensación de mi sexo contrayéndose todavía alrededor del suyo era demasiado intensa como para seguir soportándola.
               No obstante, a pesar de que resultó en cierto modo un alivio cuando esa presencia invasiva que era su miembro dentro de mí, me sentí vacía cuando nos separamos. Alec se dejó caer en la cama, sudoroso y un poco sonrojado, sus cicatrices brillando a la luz de la lámpara. Se pasó una mano por el pelo, que se le adhería a la frente, y una sonrisa tonta se dibujó en su boca.
               -Ha sido… guau-negó con la cabeza, y me miró-. Has estado increíble, nena.
               Sonreí con chulería. Por supuesto, ya lo sabía; de lo contrario, él no tendría que haberse esforzado tanto para ponerse a mi altura, e incluso si no me hubiera superado, la manera en que mis caderas habían suplido lo que mi torso y mis manos no podían hacer me parecía un truco de magia que me había salido a la perfección a la primera de cambio.
               -Gracias.
               La cabeza me daba vueltas. Notaba un agradable hormigueo recorriéndome la piel, mucho más intenso en la zona de los brazos, y podía ver los latidos desbocados de mi corazón en el pecho, golpeteando las costillas como si quisiera salirse.
               -Y he aguantado atada-presumí, y él me miró. Miró la corbata, y de nuevo a mí-. Me debes una cena.
               -Tienes muy mal ganar, ¿lo sabías, nena?
               -Y tú muy mal perder. Y eso que deberías estar acostumbrado. El boxeo, esto…-enumeré, agitando la cabeza a un lado, y Alec abrió muchísimo los ojos y la boca, exhaló un grito ahogado, y me dio un manotazo en la cintura.
               -Eres un poco zorra, ¿no te parece?
               -Después de lo que acabo de hacerte, creo que me estás insultando si dices que sólo lo soy “un poco”. ¿Me desatas?-le hice ojitos.
               -Me lo tengo que pensar-contestó, pero lo hizo al instante. Fue un amor masajeándome los brazos para que recuperara la circulación, y examinó las marcas que me habían quedado en las muñecas para asegurarse de que no tenía ninguna rozadura. Cuando terminó, automáticamente me acurruqué contra él. Ni siquiera me apetecía ir al baño. Estaba tan a gusto en la cama a su lado que decidí que me arriesgaría a contraer una infección.
               Alec dejó caer su corbata a un lado de la cama y me rodeó los hombros con un brazo, pegándome más a él.
               -Por cierto, vas a necesitar algo más que un truquito de caderas para que se me pase. Sigo cabreadísimo contigo, Sabrae.
               Me quedé helada y lo miré desde abajo. Me encontré con una mirada severa que me recordó a las que me echaba Scott cuando me dejaba ir con él al centro y me soltaba de su mano en las calles abarrotadas de gente.
               -¿Por emborracharme?-pregunté-. Porque estoy bastante más espabilada. Sólo voy con el puntito.
               -No. Bueno-arrugó la nariz-. Sí. Por eso también.
               -He sido una gilipollas. Lo admito. Me he comportado como una cría, pero…-suspiré, rodeándole la cintura-. No sé qué me ha pasado. Necesitaba desinhibirme un poco. No es por quitarme responsabilidad, pero… lo de Perséfone me dejó muy descolocada, la verdad. Necesitaba despejarme un poco la mente para poder pensar con claridad y darme cuenta de que… estaba celosa. Aún lo estoy, de hecho. Tiene gracia: me acabas de echar el polvo del siglo, y yo… es pensar en su nombre y empezar a comerme la cabeza. ¿Por eso no me has hablado de ella?
               -¿Para que no te pusieras celosa? Sabrae, si supiera que te ibas a poner celosa de Perséfone, te llevaría hablando de ella desde el día en que naciste. Igual así habrías espabilado y me habrías dicho que sí antes-ironizó, y yo puse los ojos en blanco-. No, no te he hablado de ella para protegerte, ni nada por el estilo. Si te he protegido, desde luego no ha sido intencional. No te hablé de Perséfone porque no me parecía importante, pero si hubiera sabido…
               -¡Claro que Perséfone es importante! ¡Es parte de tu historia!-me incorporé para mirarlo, y Alec puso cara de fastidio.
               -Bueno, ¿y qué quieres que le haga? ¿Le escribo un spinoff? No hay mucho que contar. Pero te contaré todo lo que tú quieras. Siempre lo hago.
               -¿Incluso si me duele?
               Vaciló un momento, mirándome, pero terminó por asentir.
               -Incluso si te duele.
               Asentí con la cabeza y me tumbé de nuevo a su lado. Como me daba miedo mirarle la cara, rodé hasta quedar de espaldas a él y me pasé su brazo por la cintura. Luego, nos tapé con la sábana.
               -¿Quién le pidió a quién?-decidí empezar. Recordaba que Alec me había dicho que nunca le había pedido salir a nadie cuando lo hizo conmigo, y yo le había correspondido de muy mala manera poniendo en duda sus sentimientos o su sinceridad. Necesitaba que me dijera que había sido Perséfone. Por favor, que no me hubiera mentido en eso también.
               -No le pidió nadie a nadie-contestó. Bueno, con eso supongo que podía conformarme-. Simplemente nos enrollamos una noche, y luego la siguiente, y luego la siguiente. Una cosa llevó a la otra y terminamos follando.
               -¿Cuánto llevabais juntos cuando pasó?
               -¿Qué?
               Alec me tomó de la mandíbula y me hizo mirarlo.
               -¿Ves, Sabrae? Me pones negro cuando haces esto. Joder, ni siquiera sé si eres consciente de lo muchísimo que me jode.
               -Dijiste que podía preguntarte.
               -Y no me jode que me preguntes. Lo que me revienta es que dudes de que eres especial. Llevo toda la puta noche, desde que me preguntaste si Perséfone había sido mi novia, que me llevan los demonios no porque creas que podía haberlo sido, sino porque… ¿te haces una idea de cuánto me molesta que dudes de ti? Puedo aguantar que dudes de mí, pero de ti… por encima de mi puto cadáver, vaya.
               Me cogió la mano y la levantó en el aire. Las sombras de nuestras manos unidas se proyectaron en la pared como un fénix oscuro.
               -Tú eres la primera-dijo, y bajó la vista para posar los ojos en mí-. La primera y la única. No he tenido otras novias, ni quiero volver a tenerlas. Sólo te he dicho que te quiero a ti. A ti. Pude que Perséfone fuera la que me convirtiera en un hombre, pero la que me ha abierto el corazón has sido tú. Que no se te olvide, Sabrae Gugulethu Malik. Tú no vienes detrás de nadie. Estás atravesando un camino que para las demás es un muro.
               Me rodeó la cintura con el brazo y tiró de mí para pegarme más a él. Me estremecí de pies a cabeza cuando me susurró al oído:
               -Y eso es algo que nadie va a poder quitarte. Aunque el pueblo entera que eres la nueva Perséfone, tú eres más lista que eso y deberías saber que es mentira. No eres la nueva Perséfone. Perséfone era el borrador de Sabrae.
               Me besó la mejilla y yo me estremecí, sintiendo que los ojos se me llenaban de lágrimas.
               -Y si alguien te dice que esta isla no te pertenece, diles que yo sí. Mykonos es mía. Y yo soy tuyo. Así que no hay un centímetro de este puñetero trozo de tierra que no sea tu hogar. Ninguno.
               Me di la vuelta y hundí la cara en el hueco entre su cuello y su hombro.
               -Siento haber dudado de ti, mi sol.
               -Me suda la polla que hayas dudado de mí, sinceramente. Lo que no pienso tolerarte es que dudes de ti misma-sentenció, y a mí se me escapó una risita.
               Me puse encima de él y dediqué la siguiente hora a demostrarle que había recuperado esa confianza que Chloe tan tontamente me había arrebatado... y que no necesitaba que me diera explicaciones sobre Perséfone. Me daba igual que ella hubiera sido la primera.
               Porque era yo, y no ella, la que se durmió a su lado en la cama, empapada en su sudor y con sus besos por todo el cuerpo. Incluso si no hablaba el idioma de la isla, dormía en la misma cama que su rey. Una reina no se preocupa por las mujeres que han llevado una joya antes que ellas: las lucen como nadie lo ha hecho antes, sacándoles más brillo, lujo y belleza que nunca, y las hacen trascender a la historia.



 
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2 comentarios:

  1. No se que me ha gustado mas, si el polvo o Alec poniendo en su sitio a la zorra de Chloe, la verdad.
    Vamos por partes.
    Me ha encantado la parte en la que ha arrinconado a esa lagarta (que asco le he cogido, ya esta en mi top de hateados de la novela) y como la ha obligado a pedirle perdón a Saab.
    El polvo me ha parecido buenísimo tía, no de los mejores que has escrito (un dia tengo que hacer un top) pero me ha gustado mucho el rollito de la corbata.
    Con respecto a lo de Persefone me ha puesto como un flan la parte final y me ha hecho chillar cuando le ha dicho que ella atravesaba un camino y las demás tenían un muro. Tengo ganas de que se explaye un poquito más con respecto a esto.
    Pd: que ganas de que lleguen los demás, presiento risas aseguradas

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  2. Me ha gustado el cap, lo has arreglado jejejeje
    comento cositas:
    - No me voy a cansar NUNCA de leer a Alec enamorado de Sabrae
    - ADORO la forma en la que Alec le ha cantado las cuarenta a la gilipollas esa, me encanta ver como defiende y defendería a Sabrae por encima de cualquiera.
    - El polvo pues una fantasía osea me ha encantado que la atase la verdad
    - “Lo único que me da miedo es perderte, Malik” pues muero de amor
    - Me ha hecho gracia lo de “¿y qué quieres que le haga? ¿Le escribo un spinoff? JAJAJJAJAJJAJA

    tengo muchas muchas ganas de seguir leyendo las vacaciones (aunque un poco triste por tener que esperar tanto) <3

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