domingo, 31 de octubre de 2021

Extranjera.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Alec se mordió el labio, conteniendo una sonrisa cargada de lujuria, cuando me crucé con él recién salida del baño, envuelta en una toalla que apenas lograba cubrirme los pechos y descender a la vez dos dedos por debajo de mis muslos, dejando muy poco a la imaginación, una imaginación que él tenía muy vívida, y que combinada con su memoria podía ser fatal.
               -Ni se te ocurra-le dije, reconociendo perfectamente esa mirada e ignorando el hecho de que no era ni la primera vez que se la veía ni yo era la única a la que se la había dedicado en su vida: era la típica mirada de Alec, la típica mirada de mi hermano, la típica mirada de los chicos que salían por la noche sabiendo que la cama de sus casas no sería la única que visitarían. Lo mucho que había cambiado todo en apenas unos meses, la manera en que había pasado de detestar esa mirada a anticipar la promesa que había en ella.
               Alec inclinó la cabeza a un lado, mordiéndose el labio.
               -Que no se me ocurra, ¿qué?-preguntó, juguetón, y yo contuve las ganas de echarme a reír. Porque sí, la verdad era que a mí me apetecía jugar, pero teníamos responsabilidades que atender. Que Iria nos hubiera invitado a su boda era todo un detalle, y yo tenía mucho que hacer para conseguir estar a la altura. Todo el pueblo estaría allí, y yo tenía el listón demasiado alto como para dejarme llevar por mis impulsos, por muy fuertes que fueran y apetecible quien me los provocaba.
                -No tenemos tiempo para eso, Al-negué con la cabeza y me llevé una mano al turbante con el que me había envuelto el pelo para que no me chorreara por la espalda cuando amenazó con caerse, desparramando así mi melena. No tenía ni un segundo que perder, ni siquiera recolocándome el pelo.
               Había lavado a mano el vestido que pretendía llevar esa noche y lo había colgado en el patio trasero, en el que el sol debería estar secándolo, pero de poco servían mis previsiones si Alec se dedicaba a distraerme. Él lo tenía tan fácil… todo el mundo estaba encantado de verlo (sentimiento que yo, por supuesto, compartía), y con cualquier cosa que se pusiera ya estaba increíble; podía permitirse pensar en otras cosas.
                Además, el sexo para él no era saciante, sino todo lo contrario: cuanto más conseguía, más quería. No me cabía duda de que esas ganas venían de todo lo que habíamos hecho en la ducha, apretujados el uno contra el otro, piel con piel, curvas y ángulos, los dos enredados en una maraña que habíamos formado para, supuestamente, ahorrar tiempo (“y agua”, había coqueteado él).
               Yo, en cambio, tenía que permanecer centrada. Cuando salió de la ducha y me dejó un poco de espacio para pensar, mi cerebro aún atontado por el orgasmo y las endorfinas del sexo fue trazando el mapa mental que debía seguir para que me diera tiempo a todo y poder llegar a tiempo a la ceremonia. Quizá no debería haberme entregado tan alegremente a mi chico en el baño, pero afortunadamente aún no había llegado al momento de mi vida en que me arrepentía de tener sexo. Quizá sí estaba en el punto de tratar de resistirme, pero no de lamentarlo en retrospectiva.
               -¿Tiempo para qué?-preguntó, plantándose en medio del pasillo de forma que me impidiera acceder a las escaleras. Levanté la cabeza para mirarlo y arqueé las cejas, incapaz de contener la infinita paciencia que era capaz de tener con él cuando se ponía en ese plan. A veces era como un niño, y a mí me encantaban los niños.
               -No vas a obligarme a decirlo-dije, sacándole la lengua. Sus ojos chispearon al ver esa pequeña parte de mi cuerpo que podía hacerle disfrutar tanto.
               -¿Decir el qué? Estoy un poco perdido, bombón, la verdad-se pasó una mano por el pelo, apartándoselo de la cabeza. Todavía lo tenía un poco húmedo, pero esos rizos que se le formaban cuando se le mojaba eran un claro llamamiento para que hundiera los dedos en ellos, bien acariciándolos, o bien enredándolos con las manos para conducir su boca mientras me…
               -Tener sexo-dije, poniéndome de puntillas, decidida a zanjar aquello lo antes posible. Si quería flirtear, flirtearíamos, pero nada más-. Vamos muy justos de tiempo, y no podemos llegar tarde.
               -Ya tenemos los asientos reservados-coqueteó él, acariciándome el brazo-. Bastian me ha mandado un mensaje confirmándomelo. Nos sentamos en la mesa de los solteros-alzó una ceja-. Me imagino que no te supondrá un problema, con lo nostálgica que tú eres.
               Me eché a reír.
               -Quiero llegar pronto a la ceremonia para coger un buen sitio.
               Su lengua asomó ligeramente cuando una gotita de agua, que ardió en mi piel como lágrimas de meteorito, se deslizó por mi cuello, mi clavícula, y se escondió en el valle entre mis pechos.
               -Siempre había creído de las que prefería llegar a los sitios elegantemente tarde-ronroneó, acercándose a mí y tirando suavemente de un mechón de pelo que sobresalía ligeramente, como un puente colgante, del turbante. Se me adhirió a la piel húmeda y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza cuando Alec me dio un beso en el lugar en que la mandíbula y el cuello se encontraban.
               No era verdad, y él lo sabía. Me ponía histérica cuando llegábamos a la parada de bus con menos de cinco minutos de adelanto a que éste pasara, y me gustaba planear lo que íbamos a hacer cada vez que salíamos. O así había sido antes de que él me hiciera ver lo divertido que es ceder el control, lo bien que sienta dejar que todo fluya de vez en cuando, lo bonito de vagabundear por la ciudad sin rumbo fijo o ir improvisando sobre la marcha igual que un artista feliz en su concierto añadiendo florituras a sus canciones para disfrute de un público entregado. 
              -No a una boda a la que me han invitado con unas pocas horas de antelación.
               -¿No es eso bastante excusa?-ronroneó, pasando un dedo por el borde de mi toalla y deteniéndolo en el nudo que me había hecho. Sus ojos formularon una pregunta cuya respuesta todo mi cuerpo se puso a gritar. A la mierda la puntualidad y, si me apuras, a la mierda la boda. Habíamos ido a Mykonos a una cosa, a una sola, y aquella era follar como locos antes de que vinieran sus amigos y nos dejaran sin intimidad. Por Dios, ¿cómo se me había ocurrido invitarlos? Con lo bien que estaríamos los dos solos durante una semana, explorando la isla, haciéndolo en cualquier rincón-. Nadie te juzgará si no lo consigues.
               -¿No conseguirlo?-respondí, dando un paso atrás e inclinando la cabeza a un lado, la viva imagen de la confusión-. Alec, soy Sabrae Malik. Yo siempre lo consigo.
               Y, encogiéndome de hombros como un hada de los bosques cuando admiran sus alas brillantes y semitransparentes, me escurrí por el hueco que había dejado libre ahora que se había movido para acercarse a mí y seducirme todavía más. Alec exhaló un gruñido de frustración cuando me vio girar y empezar a subir las escaleras.
               -Sabrae-se quejó-, no puedes salir del baño así y esperar que yo no piense en las cosas que quiero hacerte.
               -Anótalas en un papelito; seguro que son muy divertidas.
               Arqueó las cejas y entreabrió la boca, impresionado.
               -Mira que eres cabezona-me acusó-. Cómo se nota que eres Tauro.
               -Es la última vez que te leo el horóscopo-le advertí, señalándolo con el índice levantado-. Por muy aburrido que estés. Y para que conste-añadí, bajando un par de escalones-. Los Tauro no somos cabezones. Somos determinados y resolutivos. Cabezones, no.
               -Sí, sí, sí, sí, sí. Lo que tú digas. Porque discutir que no eres cabezona no es de ser cabezona.
               -¡Estás tú para hablar, si eres de ascendente Tauro, chaval!
               -¡PERO NO ES LO MISMO, SABRAE! Quién me mandaría decirte la puta hora a la que nací. Si llego a saber que ibas a usar mi carta astral en mi contra, jamás te habría pedido que me la hicieras. Parecía más romántico de lo que es en el libro que estaba leyendo. ¡Eh! ¡¿Adónde vas?! ¡No te escapes!-protestó cuando empecé a subir las escaleras, y echó a andar detrás de mí-. Estamos hablando. Vamos, nena-lloriqueó, abriendo los brazos y mostrándome las palmas-. ¿Uno rapidito? Seguro que tienes diez minutos.
               -¿DIEZ MINUTOS? ¡Alec, ¿tienes idea de lo que puedo hacer en diez minutos?!-me sujeté de nuevo el turbante cuando amenazó con caerse y desparramarme la melena sobre los hombros, y me giré para buscar una muda de ropa interior limpia. La dejé en la pila de ropa que habíamos sacado de las maletas y dejado en el armario, perfectamente consciente de que si Alec veía una de mis bragas o uno de mis sujetadores, ya no habría manera de echarlo de la habitación.
               -Vaya que si lo sé-respondió, sentándose en la cama, repantigándose en ella, y relamiéndose los labios como quien piensa en el festín que se va a dar esa noche. Le tiré una camisa a la cara y él se la apartó con un quejido-. Bueno, ¿cinco?
               Me giré y lo fulminé con la mirada.
               -¿Tres?
               Me eché a reír.
               -¿Y quedarme a medias y estar medio acalorada en la boda? Va a ser que no, gracias.
               -¿Cuándo te he dejado yo a medias?-protestó, incorporándose y viniendo hacia mí en toda su extensión, como si pretendiera amedrentarme-. ¡A ver! ¡Dímelo! Y ni se te ocurra hablarme de aquella vez en la discoteca, que no cuenta-me advirtió-. Me estaba vengando por la cantidad de veces que me lo habías hecho tú. Ya te he demostrado antes que puedo hacer que te corras en menos de tres minutos. ¿Quieres que te demuestre que me sobra uno?
               Recordé el último polvo que habíamos echado a contrarreloj, él pegándome contra la pared, sujetándome bien por las caderas, todo su cuerpo siendo el único soporte que tenía el mío. El muy chulo incluso había mirado el reloj de su muñeca y había esperado cinco segundos para darme el último empujón que me haría alcanzar el orgasmo.
               -Amor-coqueteé, dándome la vuelta y acariciándole el pecho, lo cual lo desarmó completamente. Lo miré por debajo de unas pesadísimas pestañas que hicieron que a él se le secara la garganta-. Sabes de sobra que no es por ti. Es por mí. Cuando empezamos, no puedo parar. Me gusta mucho que me hagas sudar-dije, poniéndome de puntillas y susurrándole al oído-, pero ahora mismo no puedo darme otra ducha, o te pediré que me acompañes y, entonces, sí que no llegamos ni a la ceremonia, ni al banquete, ni a la despedida de los novios antes de que se vayan de luna de miel.
               -¿Despedida? Sabrae, estamos en Mykonos, no en Forks. Esto es Mamma mia, no Crepúsculo.
               -En todo caso sería Amanecer-contesté, y Alec puso los ojos en blanco y salió de la habitación-. Parte uno-añadí, y me eché a reír cuando lo escuché refunfuñar en el piso de abajo.
               -¿Vas a necesitar ayuda con el pelo?-preguntó desde la otra esquina de la casa, y cuando le dije que sí, le faltó tiempo para subir corriendo a cepillármelo mientras yo me maquillaba tranquilamente. Quería echarme unos pocos años encima, ya que el comentario más común entre los vecinos de Alec, después de lo guapa que era, era lo joven: dado que me habían conocido con el pelo recogido y con la cara lavada, aparentaba perfectamente mi edad, y no quería desentonar en la mesa de los amigos de Alec ni parecer su hermana adoptiva, o algo así. Porque sí, vale, era más pequeña que Mimi, pero (y no es por criticarla, ni mucho menos) tenía mucho más mundo que ella, y no quería que pensaran que Alec se había enrollado con una cría.
               Me di unos toquecitos de gloss sonrosado que hizo que Alec sonriera y dijera “ñam” cuando me lo vio sacar del neceser, comprobando que todo estaba en orden: rímel, eyeliner y labios. No me había salido ningún grano que tuviera que tapar a pesar del momento del ciclo en que me encontraba, y el sol y el mar habían tratado tan bien a mi piel que la veía reluciente, como si me hubiera tragado una estrella.
               Pasándome los dedos por los rizos, me levanté de la silla, me desenvolví la toalla, y contuve una risita cuando Alec suspiró sonoramente, compungido al verme y saber que no podía tenerme. Me puse la ropa interior y le di un beso en los labios, acariciándole la mejilla, cuando él me pasó el vestido, que había descolgado del tendedero y me había subido para ahorrarme unos preciosos segundos.
               Al sacó una camisa azul celeste del armario y se quedó mirando la ropa que tenía allí, nada adecuado para una boda (me dio un vuelco el corazón al pensar que tendría que ir de traje), con la boca torcida en una mueca mientras pensaba. Me acerqué a él con el vestido ya abrochado, apoyé la mejilla en su costado y miré lo poco que se había dejado ahí de un verano para el siguiente. Había unos pantalones de vestir, pero eran oscuros y sospechábamos que no le servirían. Los pantalones que había comprado en el barco estaban descartados: le darían demasiado calor ahora que ya no teníamos el viento del mar rodeándonos, ni habría aire acondicionado allá donde íbamos.
               -Puedes ir a pedirle a alguno de tus amigos que te preste unos pantalones, si quieres-le sugerí, y él miró desde arriba. Esbozó una sonrisa chula cuando respondió:
               -Hay muchas cosas malas de ser inglés, pero el culo que tengo no es una de ellas.
               Por lo menos pude comprobar que mi maquillaje estaba a prueba de lágrimas cuando me desternillé de risa. Me senté en la cama y revolví en la maleta, esperando encontrar algo con lo que salir del paso, pero no había nada útil en ella. Puede que pudiera sacar algo de la bolsita que todavía no había abierto en mi presencia, pero fuera lo que fuera lo que tuviera allí dentro, estaba claro que no me quería husmeando y yo no iba a violar su intimidad de esa forma, de modo que simplemente la dejé sobre la cama mientras rebuscaba en el interior de la bolsa, sin éxito.
               -¿Cuáles son las posibilidades de que me dejes si me planto en vaqueros en la boda?-preguntó, y yo levanté la cabeza.
               -Mmm. Setenta y tres.
               -Bueno, tengo un pequeño margen con el que trabajar.
               -Sobre diez.
               Puso los ojos en blanco.
               -Tengo la polla grande-me recordó.
               -Entonces ocho-contesté, y se echó a reír.
               -Si los vaqueros fueran oscuros… o quizá con una corbata… puede que consigamos que funcione.
               -No voy a llevar corbata, Saab.
               -¿Por? ¿No tienes? Si quieres puedo ir corriendo al puerto a ver si encuentro algo. Había tiendas bastante monas; tal vez, si nos damos prisa, podemos bajar los dos y coger algo antes de que cierren. Podríamos ir directamente a la iglesia desde ahí.
               -Ya tengo una, nena.
               -¡Ah! Genial. ¿Y por qué no te la pones? ¿Es por mí? ¿Porque voy demasiado elegante?-pregunté, cruzando las piernas y levantando el hombro, aleteando con las pestañas como una femme fatale.
               -No, bombón. No pega con la camisa.
               -Oh. Es una pena. Pero no pasa nada. ¿Y con otra?
               -No pega con nada que haya traído.
               -¿Y entonces para qué la trajiste?
               Noté que sus ojos me buscaban en el reflejo del espejo. Sonrió cuando comprobó que nos estábamos mirando, y luego, se giró con su sonrisa torcida, ésa que me desarmaba completamente.
               -No eres la única que pensó en atarte a la cama nada más verla, ¿sabes? Pero yo te llevo un poco de ventaja en esta habitación.
               Se me secó la boca. No sabía por qué, pero ya me imaginaba qué corbata era: había jugueteado demasiado con ella durante su graduación como para pensar en otra que no fuera la gris.
               No pude evitar imaginarme el proceso: Alec y yo volviendo a su casa, los dos medio borrachos tras el banquete, subiendo las escaleras, tropezando entre beso y beso, y tumbándonos en la cama. Él alcanzaría la corbata de algún rincón cercano en que la hubiera dejado para no tener que alejarse demasiado de mí, y después de dejarla encima de la cama, me desnudaría.
               Me ataría las manos unidas al cabecero de la cama y me obligaría a mirar cómo se desnudaba demasiado lento, torturándome de anticipación. Se acercaría a mí lo suficiente como para que yo sintiera la imperiosa necesidad de pasarle las manos por el pecho, siguiendo las líneas que habían dibujado sus cicatrices como rutas en un mapa, descendiendo hasta sus abdominales, hasta su entrepierna. Se inclinaría para besarme, me acariciaría los pechos, y cuando yo tirara para pegarlo a mí, se reiría y seguiría bajando por mi vientre, dejando un rastro de besos en dirección a mi entrepierna. Seguramente no me dejaría correrme con su lengua. Casi podía oírlo, su voz ronca por la excitación retumbando en las paredes.
               -¿No querías control? Pues toma control-diría, y se colaría en mi interior como un bulldozer, volviéndome completamente loca. Tendría el cuidado justo conmigo, porque sabría lo que querría yo en ese momento: que me hiciera perder la cabeza y me castigara con su cuerpo por la forma en que me había resistido a él. A veces me gustaba que fuera rudo conmigo, y con las manos atadas, sería lo único que querría. Que pensara en su propio placer y no en el mío.
               Su placer era la fuente del mío. Yo disfrutaría viendo cómo me utilizaba, sintiendo cómo me utilizaba para desquitarse.
               Alec puso los brazos en jarras, sonrió y me guiñó el ojo.
               -Quizá sea buena idea llegar puntuales, bombón. Así podremos marcharnos antes de la fiesta-se inclinó hacia mi oído-. Aunque seguro que ya no te parece tan buena idea el haberme impedido follarte en las escaleras.
               Me dio un beso en el lóbulo de la oreja y se giró para elegir su atuendo mientras yo me quedaba allí plantada, sin saber qué hacer: recrearme en mis ensoñaciones, ponerlas en práctica, o desnudarme, bajar las escaleras, meterme en el baño, abrir el grifo del agua fría y meterme bajo el chorro.
               Todavía me quedaba peinarme. Ya que no me había maquillado demasiado y el vestido era de diario, de alguna forma tenía que lucirme. Confiaba en que Mimi tendría algún adorno que pudiera servirme en algún cajón; cualquier cosa sería suficiente. Después de pedirle permiso a Alec, revolví en los cajones de la habitación de su hermana y también en los de Annie, sólo por si acaso, pero sólo me encontré unas cuantas pinzas para recogerme el pelo que me darían todavía más aspecto de haberme colado en la ceremonia y el banquete de la que volvía de la playa.
               -¿Por qué no te pones unas flores?-preguntó él, terminando de abrocharse la camisa. Se había puesto unas bermudas de lino blancas, a juego con sus zapatillas planas, y una camisa azul celeste que le resaltaba el bronceado de una forma tan deliciosa que me costó no mordisquearle el brazo-. Podría enroscarte unas cuantas en el pelo. Estarías genial. Serías como una reinterpretación de Afrodita en los cuadros en los que le ponen medio jardín en el pelo, sólo que… ya sabes…
               -¿Más negra?
               -La verdad es que estaba pensando “más guapa”, pero no me atrevía a decirlo para no ofender a mis dioses. Pero sí, “más negra” y “más guapa” es básicamente lo mismo, así que…-me dio un beso en el pelo y me acompañó al balcón, donde esperó pacientemente a que recogiera las flores que me apeteciera ponerme. Se puso a mirar tutoriales en Youtube mientras yo recogía buganvillas azules, sin atreverme si quiera a mirar las hortensias más bonitas que había visto en mi vida, de un azul eléctrico que hacía empalidecer incluso los tejados del pueblo.
               O eso pensaba yo, ya que mientras me esforzaba en elegir otra flor que me gustara, cuidando de recogerlas de distintos puntos de la celosía para que no hubiera ningún espacio vacío, Alec rompió el silencio que reinaba en la terraza, preñada de los sonidos del mar y las gaviotas, ruidos blancos en los que había podido concentrarme en trazar con cuidado mi plan.
               -¿Cuánto más vas a esperar para cogerla y ponértela en el pelo?-me preguntó, y yo me giré y lo miré. Un par de buganvillas se me cayeron de las manos.
               -No sé de qué hablas.
               Alec se rió, retrayendo el pie en el suelo mientras se balanceaba despacio en la hamaca.
               -Ya. Supongo que hoy es el día internacional de que las chicas guapas se hagan las tontas-comentó-. La hortensia. Llevas mirándola de reojo como haces con los postres que pido en los restaurantes y que dices que no quieres comerte, pero que te mueres por probar, prácticamente desde que subimos. Y los dos sabemos que con la cantidad de pelo que tienes, con ese puñadito no te será suficiente-señaló mi mano con la mandíbula-. No tienes por qué restringirte sólo a una flor, ¿sabes? Seguro que te queda genial si mezclas unas cuantas.
               -No voy a coger la hortensia.
               -¿Por qué no?
               -Vamos, Al-negué con la cabeza-. Mira el color que tiene. Jamás había visto a ninguna con un azul tan intenso. Seguro que a tu madre le ha costado horrores conseguir que alcance ese tono.
               -Sólo es una flor. No pasa nada porque le cortemos un caño. Además, mi madre no está aquí.
               -Ya, pero yo sí.
               Suspiró, le dio una vuelta a su teléfono y, con los ojos fijos en mí, empezó a marcar de memoria. Puso el manos libres y esperó mientras el teléfono daba unos cuantos tonos, y yo dejé en pausa mi búsqueda. No quería pedirle permiso a Annie para coger sus flores y ponerla en un compromiso, especialmente si era para algo que ella ni iba a poder ver.
               -¡Al!-celebró mi suegra cuando descolgó el teléfono, y la sonrisa de Alec se curvó un poco más al escuchar la voz de su madre. La echaba de menos. No quería decírmelo para que yo no ampliara nuestra invitación también a su familia, pero la echaba de menos-. ¿Cómo estás, cielo? ¿Habéis llegado ya a Mykonos?
               -Todo genial, mamá. Llegamos por la mañana; de hecho, nos ha dado tiempo a dar un paseo y presentar a Sabrae en el pueblo antes de comer.
               -Genial. ¿Qué tal el viaje? ¿Lo estáis pasando bien? Oye, ¿estaba muy sucia la casa? No me di cuenta de pedirle a Elora que la ventilara un poco antes de que llegarais. La habrás adecentado un poco antes de dejar que Sabrae la vea, ¿no?-añadió con severidad, y Alec puso los ojos en blanco.
               -Relájate, madre. La he dejado tan limpia que ni siquiera hemos necesitado usar platos para comer. Simplemente lo tiré todo en el suelo y luego le pasamos la fregona-bromeó, y Annie se quedó en silencio.
               -No sé por qué ni siquiera me extraña que seas capaz de una tontería así.
               -¡Mamá! Que estoy de coña, joder. Bueno, el caso es que te llamaba para pedirte una cosa. ¿Sabes las hortensias del jardín de la terraza?
               -Por supuesto que sí, Alec. Esas hortensias me han hecho ganar el concurso de flores del verano seis años consecutivos.
               Alec puso los ojos en blanco, pero yo negué con la cabeza. Le hice el gesto de que cortara, pasándome la mano con el cuello, suplicándole que abortara la misión, pero Alec no me hizo el menor caso. Para variar.
               -Ya. Verás, mamá, me preguntaba qué pasaría si cortara una flor.
               -¿De cuáles?-preguntó Annie con cierta inquina, y Alec puso los ojos en blanco.
               -Mamá, ¿de qué estamos hablando? ¡De la hortensia azul!
               -¿¡CORTAR UNA FLOR DE LA HORTENSIA!?-chilló Annie-. ¿¡SABES EL TRABAJO QUE ME HA LLEVADO CONSEGUIR QUE TENGAN ESA FORMA Y ESE COLOR!? ¡LA RAZÓN DE QUE GANE EL PREMIO DE LAS FLORES DE VERANO ES PORQUE SOY LA ÚNICA QUE HA CONSEGUIDO MANTENERLE ESE COLOR DURANTE TANTO TIEMPO, ALEC! ¡SI TE MOLESTA LA FLOR PARA ALGUNO DE TUS TRUQUITOS SEXUALES, SERÁ MEJOR QUE VAYAS PENSANDO EN UNA NUEVA LOCALIZACIÓN!
               -Ni el baobab más grande del mundo me molestaría para mis “truquitos sexuales”, mamá-ironizó Alec, poniendo los ojos en blanco e incorporándose de la hamaca. Negué con la cabeza, pasándome un dedo por los labios. Cremallera. Pero él seguía-. La cortaré de una parte que no se vea, si quieres. Por favor.
               -Te he dicho que no, Alec. ¿Por qué tanto empeño?
               -Ya vale, Al. Déjalo estar. Te ha dicho que no.
               -¿Quién está ahí?
               -El Papa de Roma, mamá, que nos cruzamos en la Capilla Sixtina, nos caímos bien, y nos hemos venido de marcha a Mykonos. ¿Quién coño va a estar aquí conmigo?
               -No te preocupes, Annie, de verdad. Me encantan tus flores, y sé el tiempo que te ha llevado cultivarlas-dije, colgándome del brazo con que Alec sostenía el teléfono.
               -Oh, cielo, ¿se las has pedido tú?
               -Sí.
               -No-corrigió Alec-. Se las he ofrecido yo.
               -Si quieres plantarlas en tu jardín, lo mejor será que las corte yo un día antes de volver a Inglaterra, para que no se te sequen y poder hacerles un injerto, tesoro. Elegiré el caño que parezca más fuerte para que sea más fácil, ¿te parece bien?
               -Genial, Annie, gracias-sonreí.
               -No, de bien nada-soltó Alec-. Sabrae no quiere la flor para plantarla en su jardín.
               -Bueno, la verdad es que no me importaría…-empecé, pero Alec me fulminó con la mirada y yo me callé. Ahora que se le había metido entre ceja y ceja ponerme esas flores en el pelo (que, la verdad, me parecía una buena idea), no iba a ceder ni un milímetro.
               -La quiere para ponérsela en el pelo.
               Annie se quedó en silencio.
                -Es una idea estúpida, Annie. De verdad que me apaño con lo que tengo. Es sólo que nos vamos de boda…
               Alec abrió muchísimo los ojos y negó con la cabeza, agitando la mano en el aire, pero era demasiado tarde.
               -¿CÓMO QUE OS VAIS DE BODA?-aulló Annie al otro lado de la línea-. ¡ALEC THEODORE WHITELAW! ¡NO ESTARÁS PENSANDO EN CASARTE SIN TU MADRE PRESENTE! ¡Dylan! ¡¡DYLAN!!-se oyó ruido de golpes mientras Annie corría por la casa-. ¡DYLAN, ¿SABES LO QUE PIENSA HACER TU HIJO?! ¡SE VA A CASAR! ¡SIN NOSOTROS! ¡LLAMA A SHEREZADE! ¡LO VOY A DESHEREDAR! ¡MÁS TE VALE SACAR TODO LO QUE PUEDAS DEL BANCO ANTES DE QUE TE INCAPACITE, MOCOSO DESAGRADECIDO-bramó Annie-, PORQUE CUANDO VUELVAS A CASA TE ENCONTRARÁS LAS MALETAS EN LA PUERTA! ¡NO VAS A VOLVER A DORMIR BAJO MI TECHO!
               -¡MAMÁ!-gritó Alec aún más fuerte-. ¡QUE NO ME VOY A CASAR!
               -¡Sí, ya! ¡Tú te crees que yo soy tonta! ¡Llevas TODA LA VIDA pensando que soy tonta! Ya me parecía a mí raro, tanta pedida con Eleanor en las redes sociales, en tantos sitios bonitos… lo estabas ensayando, ¿verdad? ¡Lo estabas ensayando para pedírselo a Sabrae!
               -¡No estaba ensayando nada! ¡Sólo era una broma para que Mimi pasara vergüenza!
               -¡SI YO FUERA TU HERMANA TAMBIÉN PASARÍA VERGÜENZA, PERO DE TENER UN HERMANO TAN EGOÍSTA Y DESCONSIDERADO CON SU FAMILIA COMO LO ERES TÚ!
               -¡Que no nos casamos, Annie!-grité yo-. ¡La boda no es nuestra!
               -Ya estoy metida en Internet buscando vuelos. Mierda, el primero es para mañana… llamaré a Zayn a ver si tiene el avión disponible-dijo, levantándose de la silla y caminando sonoramente por la casa-. Y de paso para que sepan la hija tan sinvergüenza que tienen. Mamá, en serio, ahora no, no tienes ni idea de la que nos está armando tu nieto.
               -¡MAMÁ!-gritó Alec-. ¿A TI TE PARECE QUE CON LO QUE YO QUIERO A SABRAE, ME VOY A CONFORMAR CON CASARME CON ELLA EN UN SITIO MÁS PEQUEÑO QUE EL ESTADIO DE WEMBLEY?-me puse roja como un tomate ante esa perspectiva, no porque me diera vergüenza, sino porque era exactamente como me sentía yo con él. No quería una boda íntima, no si era Alec el que me estuviera esperando en el altar-. ¡Joder, si hasta invitaría a tu exmarido para que vea lo bien que me va en la vida a pesar de los genes de mierda que he heredado de él!
               Annie se quedó callada un momento, en el que escuchamos a Dylan preguntar por lo bajo si reservaba los billetes o no.
               -Si vosotros no os casáis, ¿quién se casa? Porque no hemos recibido ninguna invitación.
               -¿Porque nunca hemos estado en el pueblo a estas alturas del verano, quizá? No contaban con nosotros.
               -Sigues sin responderme. Esas evasivas no hacen más que confirmar…
               -Iria y Bastian. Se casan Iria y Bastian-dijo Alec, y Annie se quedó en silencio.
               -¡QUÉ MARAVILLA!-aulló-. Ya lo sabía yo. Te lo dije, Dylan, te lo dije. Te dije que se casarían pronto. ¿Cuánto llevan?
               -Mamá, ¿yo qué coño sé cuánto llevan? Vamos pillados de tiempo, y no tenemos ropa para ir a la boda, así que Sabrae quiere hacer una entrada discreta para que no se fijen en que parece que venimos de la playa, ¿podemos coger las flores o no?
               -Claro que sí, mi amor. Todas las que queráis. Seguro que Sabrae estará guapísima. Mándame fotos de todos, ¿vale? ¡Por cierto! ¡No sabes quién vino a visitarnos hace unos días!
               -Pers-dijo Alec, y Annie asintió con la cabeza.
               -¡Sí! La pobre creía que estarías en Inglaterra, así que vino a darte una sorpresa, y se apenó bastante cuando le dijimos que justo se había ido en el peor momento, porque tú ibas a ir dentro de poco a Mykonos. No coincidís, ¿no?
               -Por lo que he hablado con ella no, mamá. Además, aquí me han dicho que va a pasarse todo el verano fuera, así que igual tú tampoco la ves…
               Empezaron a comentar la vida de Perséfone mientras yo elegía las flores. Alec hizo lo posible por cortar a Annie de forma educada, y terminó dejándola prácticamente con la palabra en la boca cuando corté una caña y la levanté en alto para enseñársela. Minutos después, estaba sentada sobre una toalla en el suelo del salón, con las piernas cruzadas, enganchándome flores en el pelo con la ayuda de Alec.
               Me anunció que ya había terminado de ponerme guapa dándome un beso en el hombro y, aceptando la mano que me tendió para ayudarme a levantarme, salí del salón y abandonamos su casa.
               Llegamos cinco minutos más tarde de lo que pretendía, lo cual me puso un poco nerviosa, algo que le parecía divertidísimo a Alec. Me daban ganas de estrangularlo cuando se reía de mí, pero verlo tan suelto, saludando a sus amigos, presentándome con un orgullo en los ojos que compensaba con creces que no entendiera las palabras que me dedicaba, no hizo más que obligarme a perdonarlo. La ceremonia iba a celebrarse en la iglesia de la plaza mayor del pueblo, donde estaba el gran limonero en el que habíamos visto a los niños jugando. Desde que habíamos pasado, hacía un par de horas, habían aprovechado para poner guirnaldas que salían directamente de las ramas del árbol para atarse en los balcones de las casas y demás edificios que custodiaban la plaza, guirnaldas con flores, serpentinas de colores pastel, y bombillas amarillas.
               Los amigos de Alec me recibieron con los brazos abiertos, y me quedé bien pegada a él mientras hablaba con los chicos; ellas estaban apartadas, haciendo piña como solíamos hacer las chicas en los eventos multitudinarios, comentando el atuendo de cada una, su peinado y su maquillaje. Me sentí un poco zarrapastrosa al lado de ellas, subidas a unos tacones de aguja que hacían que mis cuñas de esparto parecieran zapatillas de andar por casa, y sus vestidos de colores brillantes y escotes de infarto hacían que mi vestido pareciera apagado, como corroído por la acción del mar igual que el muelle, que había aguantado tantas mareas. Ellos también estaban geniales, pero incluso de traje, no tenían nada que hacer contra Alec, que captaba miradas de atención de absolutamente todo el mundo como si los griegos fueran polillas y él un inmenso foco luminoso, capaz de alumbrar un estadio de fútbol con tanta fuerza que se distinguían las hormiguitas corriendo para esquivar los tacones de las botas de los jugadores.
               -En menudo embolado te ha metido aquí el amigo, ¿eh?-preguntó uno de los amigos de Alec, cuyo nombre no recordaba. Llevaba prácticamente desde que me bajé del barco haciendo gimnasia mental para recordar los nombres de cuantos más vecinos, mejor, pero me había presentado tan rápido a sus amigos que apenas había podido formular una retahíla de “hola”, “qué tal”, “encantada” y “un placer” mientras pasaba de una persona a la siguiente, repartiendo besos a modo de saludo, así que el aprenderme sus nombres quedaba pospuesto hasta que me dieran un poco más de tiempo.
               Sonreí cortésmente y me encogí de hombros.
               -Me encantan las fiestas. Aunque no hable el idioma.
               -Tengo pensado compensárselo, Niki-rió Alec, acariciándome la espalda y dándome un ligero apretón. Sabía que estaba poniéndome nerviosa, sintiéndome una impostora, pensando que iban a pillarme o que se enfadarían conmigo si no conseguía estar a la altura.
               -¡Ah!-rió otro, echándose hacia atrás-. Ya me parecía a mí que no podías haber cambiado tanto de un verano a otro. ¿Sabes?-otro de sus amigos me miró-. Había que tener un cuidado tremendo con él si salíamos de fiesta sin las chicas. En el momento en que Perséfone desaparecía de la escena, sabíamos que había que rezar para que fuera benevolente con nosotros y nos dejara algo de migajas. Por poco que fuera. Supongo que es por ese acento de lejos, que las vuelve locas-rió, pellizcándole la mejilla a Alec, que dio un paso atrás y sacudió la cabeza.
                -Uno no puede quitarse la cara, chaval. Por mucho que a ti te duela.
               -Ya, ya. ¿En Inglaterra eres tranquilito?
               -En Inglaterra soy peor. Pongo acento griego y a eso sí que no pueden resistirse-Alec le guiñó en ojo y el chico se rió.
               -¿Cuánto lleváis juntos?-preguntó el tal Niki, y Alec abrió la boca para responder. -Pues es un poco largo de…
               -Seis meses-respondí yo.
               -¡Seis meses!-Niki y los demás se echaron a reír-. Joder, Al. ¿Tan firme te tiene? Posiblemente sea culpa tuya si te tiene atado en corto.
               -¡Qué va! Yo ya no soy lo que era. Me ha dejado en bolas, como quien dice, ¿eh, nena?-preguntó, jugueteando con mi pelo, apartándome un mechón rebelde de la cara. Le saqué la lengua y él sonrió.
               -En bolas, no sé, pero espero que Iria se apañe bien con sus zapatos. Sería una pena que se cayera el día de su boda por resbalarse con tus babas.
               -No son babas, Dries. Es que te he echado muchísimo de menos-rió Alec, agarrando al chico por el cuello y revolviéndole el pelo.
               -¡Tío, que llevo gomina, joder!
               Alec era reticente a apartarse de su amigo, pero lo dejó en paz cuando escuchamos un bocinazo procedente del camino por el que habíamos venido. Toda la plaza se sumió en el silencio un momento, y luego, con el sonido de las campanillas acercándose, fueron entrando en la iglesia. Alec me cogió de la mano y me llevó a los bancos del final, perfectamente consciente de que necesitaría un poco de contexto y que seguramente querría que me tradujera lo que dijeran en la ceremonia, sin molestar a los demás. Me apartó una florecita del hombro, que me enganchó de nuevo en la melena, mientras yo le quitaba un par de pétalos que se le habían pegado a la camisa. Nos miramos un momento, en medio del murmullo de la gente, que reverberaba en las paredes de la iglesia como si hubiera cientos de miles de personas en su interior, en vez de apenas dos centenares, quizá tres. La iglesia era bastante grande y, como todos los templos cristianos, estaba presidida por un altar sobre el que habían llovido pétalos blancos, en los que el Cristo crucificado parecía flotar.
               Las chicas del pueblo pasaron delante de nosotros, dijeron algo en griego a lo que Alec contestó con un asentimiento y una sonrisa, y se dirigieron hacia los primeros bancos. Yo estaba demasiado ocupada observando la decoración de la iglesia, que también tenía guirnaldas y flores en las columnas, colgando del techo, y enredadas en los bancos. Había unos pequeños saquitos de tela de color arena en el respaldo de cada asiento, y tras mirar a Alec con una pregunta en la mirada, cogí el que había delante de mí para abrirlo y echar un vistazo en su interior. Estaba lleno de bolitas rojas que me resultaban vagamente familiares, parecían…
               -¿Son semillas de granada?-pregunté, y Alec sonrió.
               -Y tú preocupada por si no conseguías encajar en la ceremonia.
               -¿Tenemos que comérnoslas en algún momento?
               Sabía que los cristianos se comían una especie de galleta en sus ceremonias; lo había visto en todas las bodas reales, pero aquello era nuevo.
               -No, son para tirárselos a los novios. La granada simboliza la fertilidad, así que…
               -Oh. Qué bonito-cerré de nuevo el saquito y lo dejé donde estaba.
               Justo en ese momento, el salón retumbó con la marcha nupcial y entraron los novios.
               Lo primero que me llamó la atención fue que los dos entraron juntos, al contrario de él primero, y ella después. El vestido de Iria, por supuesto, era de corte griego: mangas anchas, cintura ceñida, falda en caída libre, todo de seda blanca. El toque de color lo ponía el cinturón dorado que llevaba en la cintura, ciñéndole la prenda al cuerpo y marcándole sus curvas, y el velo de tul dorado, con los bordes en rojo rubí. Llevaba en las manos un largo cirio blanco, idéntico al de Bastian, con la llama encendida y titilando frente a ellos.
               Los ojos de ambos se fijaron en Alec y en mí, nos sonrieron, y echaron a andar por el pasillo, atravesando la marea de sus seres queridos en dirección al sacerdote. Se detuvieron frente a él, en el altar, y los invitados se sentaron. Alec tiró suavemente de mí un segundo antes de que lo hicieran, de manera que no destaqué entre la multitud. Entrelacé los pies y me deslicé hasta el borde del banco, en el asiento, atenta a todo.
               El sacerdote empezó a hablar.
               -¿Quieres que te haga traducción simultánea?
               -Siempre dicen más o menos lo mismo.
               -A ti te gustan las bodas-me recordó, y yo me encogí de hombros.
               -Disfruta de la ceremonia. No te preocupes por mí-le puse una mano en el pecho y lo miré a los ojos, conteniendo las ganas de besarlo. Sus ojos descendieron también hasta mis labios, pero ninguno de los dos hizo nada. Aquel no era el momento, y ambos lo sabíamos.
               La ceremonia fue preciosa. Sobra decir que no me enteré de absolutamente nada de lo que dijeron, pero lo disfruté igual. Iria y Bastian se intercambiaron los anillos tres veces, hasta que finalmente los fijaron en el dedo en que lo llevarían siempre; se inclinaron y, entonces, los coronaron con unas pequeñas coronas de filigrana sobre la cabeza, idénticas, en tono dorado y diseño sencillo, de las que colgaban sendas tiras blancas que el sacerdote entrelazó en sus nucas.
               -Significa que son los reyes de su familia ahora-me explicó Alec, viendo que yo contenía el aliento, con los ojos muy fijos en lo que estaba pasando-, y que sus vidas están unidas para siempre.
               Me pareció increíblemente romántico el hecho de que recibieran dos coronas atadas por un lazo que no debía romperse. No concebía nada más ilustrativo de cómo me hacía sentir Alec: una reina cuya corona dependía de estar cerca de él.
               Mi reino sólo se extendería hasta allí donde alcanzara su vista.
               Por fin, se dieron un beso y pudimos estallar en aplausos. Nos tocó salir afuera mientras se hacían las fotos de rigor con la familia; yo estaba tan ansiosa por tirarles las semillas de granada que las espachurré en el saquito que me correspondía. Suerte que Alec me dejó un puñado de las suyas y consiguió encontrar (o más bien robar) un saquito de la iglesia, y cuando Iria y Bastian salieron, ya convertidos en marido y mujer y con las alianzas reduciendo en sus dedos, los empapamos con una lluvia rubí bajo la que estallaron en carcajadas mientras se besaban.
               Dejamos que sus allegados los felicitaran antes de ir nosotros a darles nuestra enhorabuena, que recibieron con sonrisas tan radiantes que necesitabas protector solar.
               -¡Ha sido una ceremonia preciosa! Me ha encantado, ¡muchísimas gracias por invitarme!-dije, cogiéndole las manos a Iria y dándole un apretón. Ella sonrió.
               -Gracias a vosotros por venir. En serio. Nos hace mucha ilusión que estéis los dos aquí-le lanzó una mirada cargada de intención a Alec, y él se pasó una mano por el pelo, riéndose.
               -Ni que todos en esta isla tuvierais ansiedad por mi vida sentimental.
               -No, la verdad que tu vida sentimental no nos preocupaba. Teníamos quien se encargara de ella cuidártela-Bastian le dio un codazo a Alec, que puso los ojos en blanco y sonrió.
               Seguimos a la marea de gente en dirección al muelle, donde ya habían dispuesto las mesas, la carpa para la orquesta y demás instalaciones para pasárnoslo en grande: el escenario del karaoke, un fotomatón, y pilas y pilas de cajas de madera que contenían platos blancos en su interior.
               -¿La cena es tipo buffet?-le pregunté a Alec, buscando por todo el muelle las mesas con la comida, al ver que los griegos se dirigían hacia las cajas con los platos y empezaban a repartírselos mientras Iria y Bastian se hacían las fotos, más alejados de nosotros, aprovechando la luz dorada que lo bañaba todo ahora que el sol estaba a punto de irse a su muy merecido descanso nocturno.
               -No-dijo Al, echándose a reír-. Estamos cogiendo los platos porque tenemos que romperlos. Después del baile, que viene enseguida, en cuanto ellos terminen la sesión de fotos, los tiramos en la pista para desearles felicidad.
               -¿Y dónde se baila luego?
               Alec se me quedó mirando, estupefacto.
               -Eh… pues… en el mismo sitio.
               -¿Donde todos los platos rotos?
               Se quedó a cuadros, sin saber qué decirme.
               -Hombre… supongo que se barren. O algo. No lo sé. Nunca me lo había planteado. En las bodas en las que he estado aquí, después de cenar siempre me ponía a jugar con los demás niños y me olvidaba del baile, la verdad.
               -Tantos milenios de cultura y no han pensado todavía en lo poco práctico que es eso-me burlé, y Alec puso los ojos en blanco.
               -Vaya, perdónanos por estar anclados en el pasado y ser una especie de cavernícolas, supongo-ronroneó, abrazándome por la cintura y dándome un beso en el cuello.
               Cuando Iria y Bastian volvieron, empezaron una danza rapidísima y agitada a la que pronto se unieron gran parte de los invitados, gritando y riendo y girando sobre sí mismos al ritmo de una música que sólo te invitaba a bailar más y más. Arrojamos los platos al suelo y luego, con el cielo tiñéndose de escarlata, Bastian e Iria nos invitaron a unirnos a ellos en su primera cena como marido y mujer.
               Nos sentamos en la mesa que habían reservado por si Perséfone hacía su entrada estelar; los amigos de Alec incluso bromearon con que se había traído a una versión inglesa de Perséfone, como si supiera que ella no iba a estar allí para acompañarlo. Alec negó con la cabeza, sonriendo, y les dijo que, sin desmerecer a Pers, yo era única en mi especie y no estaba allí supliendo a nadie, sino por derecho propio.
               Que me defendiera de ese modo hizo que el nudo que había notado en el fondo del estómago al ser acusada de estar ahí porque otra había dejado su hueco libre se deshiciera. Eran tonterías, me dije. Sólo estaban siendo amables. Tan sólo estaban rompiendo el hielo de la única forma que sabían, tomándome el pelo con algo completamente inocente y, además, verídico. Después de todo, estaba sentada en una mesa en la que había escrito “Perséfone +1”, y Alec bien podía ser ese +1.
               Las chicas de la mesa se relamieron los labios cuando me incliné para darle un beso en agradecimiento a Alec, que me sonrió cuando nos separamos. Nadie de la mesa volvió a hacer referencia a Perséfone, lo cual me hizo sentir un poco mejor. Los chicos charlaron en inglés para que pudiera enterarme de todo lo que decían, pero después de que las chicas intentaran imitarlos y sus conversaciones se vieran interrumpidas y acalladas constantemente, les dije que no pasaba nada, que estaban en su casa y que no esperaba que se adaptaran a mí.
               -Disfrutad de la fiesta, en serio. Si queréis decirme algo, tenemos muchos traductores sentados a la mesa que nos pueden ayudar. ¿Verdad que sí, chicos?
               -Algunos tienen más ganas de ayudaros que otros-rió Alec, acariciándome el brazo y dándome un beso en el hombro antes de seguir con su plato.
               Así, con el tintineo del parloteo en griego de fondo, escuché un millón de anécdotas de los veranos  de Alec allí, ayudándome a resolver un misterio que siempre me había fascinado: las mañanas buceando en el agua en busca de conchas que venderles a los turistas para sacarse un dinero extra; las comidas apresuradas en casa antes de volver con sus amigos, las tardes en la playa, surcando las aguas y haciendo piruetas para impresionar a las chicas, y las noches cenando en el muelle con lo poco que habían conseguido de los turistas, disfrutando de la brisa marina y de las luces y el ambiente de una isla que conseguía alcanzar su mayor esplendor cuando llegaba el verano, como un diamante reluciendo al sol. Las excursiones que habían hecho por la isla, los días de cosecha en los frutales, los festivales, las chicas a las que habían conocido…
               -Éste es un sinvergüenza, Sabrae-sonrió Niki, señalando a Alec con el dedo-. No sé si en Inglaterra se comporta, pero lo que es aquí…
               -En Inglaterra me porto peor. Las inglesas salen más destapadas que las chicas de aquí.
               -¡Joder! ¿Cuándo decías que nos invitabas a tu casa?-preguntó Niki, y todos nos echamos a reír. Las chicas se nos quedaron mirando, intercambiaron un par de palabras con los chicos, preguntando qué pasaba, y cuando yo pensé que iban a meterse en la conversación, sonrieron cortésmente y continuaron charlando sobre sus cosas.
               -Dinos, Sabrae-insistió Niki, jugueteando con su copa-. ¿Cuánto exagera las cosas que hace en Inglaterra?
               -Depende. ¿Qué les cuentas, Al?
               Él dio un trago a su copa y la dejó sobre la mesa.
               -La verdad, bombón. Que me lo paso genial con un grupo de amigos cojonudo, bastante mejor que esta panda de manatíes-los señaló, y esperó a que los que habían entendido el insulto se lo tradujeran a los que no-, que me apoya en lo que hago y me jalea cuando vuelvo a casa como un puto triunfador. Aquí la gente es muy envidiosa, ¿sabes? Te ven hablando con una chica y ya intentan hundirte en la mierda. Seguro que rezabais para que mi avión se cayera cada vez que os avisaban de que venía, ¿eh?
               -Sí, pero de momento no hemos conseguido que ninguna vela funcione. Seguiremos probando, no obstante.
               Alec se echó a reír.
               -Es un fantasma-dije yo, y los chicos aullaron tanto que las chicas se callaron y nos miraron-. ¿Os dice que folla todas las noches? Ni de coña. Todos los sábados, os lo compro, pero ¿todas las noches?
               -Y los viernes, nena-Alec me guiñó el ojo, y yo me estremecí-. No te olvides de los viernes.
               No, cómo olvidarme de los viernes.
               -¿Y qué hiciste tú para echarle el lazo?-preguntó Dries-. Porque éste es de los que salen corriendo en cuando notan que una chica le mira más de dos veces seguidas. A Perséfone se lo permitía porque es Perséfone, pero no me lo imagino tolerándolo con ninguna más.
               Alec se relamió los labios.
               -Yo no salgo corriendo cuando una chica me mira dos veces. Anda que no habré repetido-sonrió, negando con la cabeza, y luego, me miró-. ¿Se lo cuentas tú o se lo cuento yo, nena?
               -Él y yo nos odiábamos.
               La mesa se quedó en silencio, y luego, estalló en carcajadas.
               -¿En serio?
               -¡Me cuesta creerlo!
               -Sí, se nota que os odiabais-rió Niki, limpiándose una lágrima de la comisura del ojo.
               -El odio es un sentimiento ardiente-respondió Alec, alzando los hombros.
               -¿La segunda referencia a Crepúsculo del día, Al? Dios mío, creo que te estás superando-reí, acariciándole la nuca. Alec se estremeció, retorciéndose bajo mis dedos, y me miró con ojos de corderito degollado. Me cogió la mano y me dio un beso en los dedos, pidiéndome que parara, que no le hiciera eso allí, o terminaría poseyéndome encima de la mesa, delante de todo el pueblo.
               Bueno, quizá así dejaran de hablar de Perséfone. Necesitaban pasar página.
               -Y para que conste: no “nos”-hizo el gesto de las comillas-odiábamos. Ella me odiaba a mí.
               -Es verdad-asentí-. No podía verlo. Me ponía mala sólo de tener que estar en la misma habitación que él.
               -Bueno, ahora te sigues poniendo mala, bombón, sólo que de otra cosa-rió Alec, y yo le di un manotazo en la pierna mientras los chicos aullaban de nuevo. No me di cuenta de la mirada que intercambiaron las chicas, ni de que algunas pusieron los ojos en blanco, o de que una incluso hizo amago de vomitar.
               -Me parecía insoportable. Un chulo, un egocéntrico, un prepotente, un maleducado, un sinvergüenza…
               -Todo verdades-dijo otro de los chicos, al que yo todavía no había conseguido ponerle nombre-. Tíos, ¿no será que nosotros también odiamos a Alec pero no lo sabemos?
               -Yo también me odiaría si no echara un polvo por mi presencia en la isla, Gaspar. No te culparía si no quisieras salir conmigo nunca más.
               -¿Y qué es lo que hizo este rey de los defectos para nublarte el juicio?-preguntó Niki, y Alec lo miró.
               -Seguro que lo adivinas.
               Todos los chicos se quedaron callados, expectantes. También las chicas.
               -¿Nadie?-preguntó Alec, y yo puse los ojos en blanco.
               -Nos acostamos-admití, y los chicos gritaron otra vez mientras Alec daba un brinco en su silla.
               -No, no nos acostamos, Sabrae. Te eché el mejor polvo de tu vida, y pensaste “mm, puede que este payaso egocéntrico tenga perfectamente justificada su forma de ser”.
               -Aquí se está haciendo el gallito porque ha conseguido construir esta-agité la mano frente a él- imagen de machito con la que os tiene engañados, pero en Inglaterra se comporta bastante mejor. Me regala flores, y todo. Es bastante dulce.
               -Serás hija de puta-gruñó, poniéndose rojo mientras los chicos se abalanzaban sobre él, chillando que no sabían que fuera un romántico, que qué tipo de flores me regalaba, que si se ponía nervioso cuando me las daba, y si ya le tenía echado el ojo al anillo-. Sois imbéciles-acusó, negando con la cabeza. Y a ti-me miró de nuevo-, si hubiera llegado a saber que me ibas a exposear de esta manera, no te habría sacado de casa.
               -No me has sacado de casa como si fuera un perro, Alec. He venido invitada a una boda por derecho propio-me aparté el pelo del hombro y aleteé con las pestañas en su dirección mientras los chicos se reían y golpeteaban la mesa.
               -Algo malo te ha hecho-sonrió Niki-. De lo contrario, no habrías dejado que te engañara de esta manera. Tenías razón en todo lo que pensabas de él antes, Sabrae. No sé qué es lo que te ha hecho, pero no está nada bien.
               -Lo cierto es que las chicas buenas no se dejan hacer lo que le hago yo-sonrió Alec, encendiéndose un cigarro y dándole una calada. Me puso con descaro la mano en la rodilla-. ¿A que no, Sabrae?
               -¿No dicen que las chicas buenas van al cielo, y las malas a todas partes? Yo quiero ver mundo, no cielo-me encogí de hombros, y los chicos se rieron. Las chicas se levantaron y se acercaron a la pista de baile, haciendo que ellos las miraran. Varios se levantaron y se fueron con ellas, pero en general se quedaron allí, disfrutando de esa nueva faceta de Alec siendo novio con la que no creían que fueran a encontrarse. O, por lo menos, no con alguien desconocido.
               -¿Y cómo hiciste para calarlo cuando los demás no lo hacen? Porque tiene amigos en Inglaterra, y todo. O eso es lo que nos cuenta-rió Dries-. Puede que sea mentira.
               -Es la hermana pequeña de uno de mis mejores amigos-explicó Alec-. Scott. ¿Os dais cuenta?
               -Scott es el negro, ¿no?
               -No, el negro es Jordan. Scott es el del piercing.
               -¡Oh, Scott!-todos asintieron, y Niki continuó-. Scott es una putísima leyenda. Debe de ser Dios, si es capaz de robarles las tías a Alec.
               -No me las roba; yo dejo que se las lleve-contestó Alec-. Cuando me da la gana-añadió, acomodándose en su silla.
               -No es eso lo que tengo entendido-respondí, y Alec uso los ojos en blanco.
               -Tu hermano es todavía más chulo que yo; supongo que por eso no me aguantabas. Ya tenías el cupo cubierto con él.
               -Estoy deseando que venga para que puedas decírselo a la cara.
               -Lo dices como si una estrellita del pop pudiera asustar a un campeón de boxeo.
               -Subcampeón-le corregí yo, dando un sorbo de mi copa, y Alec me fulminó con la mirada.
               -Sigue por este camino, nena, y ya veremos quién odia a quién.
               Seguí pinchándole durante toda la noche, porque era divertido y me gustaba ver que los chicos me reían las gracias. Me sentía cómoda con ellos, aunque de vez en cuando salía el nombre de Perséfone y a mí me daba un pequeño hueco el corazón. Entendía que era importante en el grupo, pero, ¡joder!, ni siquiera el grupo de Alec estaba todo el rato mentando a un miembro ausente. Era como si ella fuera la piedra angular de todo.
               Nos levantamos para unirnos a la multitud cuando empezaron con los karaokes, y a pesar de lo muchísimo que me gustaba cantar, Alec tuvo que insistirme mucho para que finalmente aceptara subirme a la pequeña tarima. Lo hice después de que tres de las chicas de nuestra mesa se apretujaran en el mismo sitio que yo y lo dieran todo cantando con Iria Gimme! Gimme! Gimme!(A man after midnight) de ABBA, con la que todas las mujeres nos volvimos locas.
               El público se sumió en un silencio expectante cuando me acerqué al micro.
               -Hola-saludé, una de las pocas palabras que había conseguido aprender en griego-. Bueno, no sé cuántos me entenderéis, pero quería daros las gracias a todos por lo bien que me habéis acogido y… no les he podido preparar ningún regalo a Iria y Bastián, así que aquí va esta canción. Espero estar a la altura.
               Esperé a que empezaran a sonar los primeros acordes de Natural woman, de la grandísima Aretha Franklin, con la que conseguí que los lugareños levantaran sus móviles, algunos para encender la linterna, otros para grabar un vídeo de recuerdo, y Bastian e Iria se acurrucaron en la pista de baile. No pude evitar sonreír mientras se balanceaban lentamente el uno en los brazos del otro, los dos con lágrimas en los ojos. Miré a Alec, que me miraba con un orgullo que no había visto nunca en mi vida, y que lo hacía más guapo que nunca, más brillante que la luna y las estrellas que no observaban desde el cielo. Canté para los novios y canté para el mío, canté para que la gente comprendiera lo feliz que me sentía de estar allí, lo hermosa que me parecía su tierra y lo agradecida que estaba de que nadie me hubiera puesto mala cara cuando vieron que yo era la chica con la que Alec había elegido estar.
               Cuando me bajé del escenario, recibí un montón de felicitaciones que no alcancé a comprender, pero cuyo mensaje primordial me llegó directo al corazón. Alec dejó que las masas me bañaran, siempre a mi lado, con la mano bien cogida para que sintiera que no estaba sola, que incluso en aquel rinconcito del mundo tan alejado de todo lo que yo conocía había algo a lo que llamar hogar.
               Iria y Bastian se acercaron a abrazarme, darme las gracias y pedirme que cantara más.
               -Por favor. Tienes una voz increíble. No me extrañaría nada que fueras Euterpe reencarnada. ¿Podrías cantarnos algo más?
               Miré a Alec.
               -¿Quién es Euterpe?
               -La musa de la música-sonrió él, y yo abrí muchísimo los ojos.
               -Creo que ese título me queda un poco grande.
               -Por favor-pidió Bastian-. Una más.
               -Hay cola para el karaoke, chicos. Podemos dejar que la gente se divierta antes de que Sabrae vuelva a fregar el suelo con todos nosotros, ¿qué os parece?-me defendió Al, pasándome una mano por la espalda y acariciándome la cintura. Estoy aquí. No voy a dejarte sola.
               -¿Nos lo prometes?-me pidió Iria, y yo asentí con la cabeza. Me salvaron un par de ancianos que se acercaron a ellos para desearles suerte una vez más, y Alec aprovechó para sacarme de allí, llevándome a un rincón del muelle, junto a un escaparate plagado de vestidos veraniegos. Le acaricié los brazos y me deshice entre ellos.
               -Gracias por rescatarme.
               -A mandar-contestó, dándome un beso en los labios-. Has estado genial, bombón. ¿En quién pensabas mientras cantabas?-tonteó, y yo solté una risita en voz baja.
               -Seguro que lo adivinas-dije, notando que mi cuerpo entero se despertaba cuando me puso las manos, grandes y calientes, en las caderas.
               -Así que… ¿esta canción me pertenece?
               Lo miré a los ojos, salpicados de estrellas.
               -Todas mis canciones te pertenecen, Alec.
               Sonrió, se inclinó hacia delante para darme el que sería uno de nuestros besos más dulces…
               … y sus amigos cayeron sobre nosotros con el ímpetu de una lluvia de meteoritos, tan inesperados como una tormenta de verano.
               -¡ROMEO!-gritaron, y luego se lanzaron a una retahíla apabullante en griego con la que consiguieron secuestrar a Alec, a pesar de que él logró quitárselos de encima y gritarles, defendiéndose él y defendiéndome a mí mientras los empujaba para que retrocedieran, entre las risas que yo reconocí: eran las mismas risas que nos dedicaban sus amigos de Inglaterra, encabezados por mi hermano, cuando nos cortaban el rollo.
               Alec se giró para mirarme, una disculpa encumbrando la cima que eran sus cejas.
               -Bombón…
               -No te preocupes, sol. Que te lo pases bien-tiré del cuello de su camisa para darle un beso en los labios y susurrarle al oído-: pero no demasiado bien, ¿vale? Vuelve conmigo.
               Jugueteé con su pelo y miré a Niki, que esperaba con impaciencia a que le diera mi permiso. Asentí con la cabeza y se encargó personalmente de enganchar a Alec y llevárselo con el resto de los chicos al centro de la pista de baile, donde Bastian ya estaba dándolo todo, y gritó al verlos llegar como un vikingo grita al entrar a saquear.
               Me quedé allí un momento, cobijada en la sombra, observando cómo Alec se reía con los demás, era joven y libre y disfrutaba de estar en un sitio en el que se sabía mucho más que suficiente. Ahora comprendía por qué le gustaba tanto Mykonos, por qué volvía tan relajado de sus vacaciones allí cada verano, y por qué me atraía a mí tanto, incluso cuando no quería sentir nada por él: porque, allí, podía ser él. Él y nada más, sin restricciones, sin miedos, sin los demonios de su cabeza rondándole. En los dominios de los Olímpicos, Alec era lo que estaba a destinado a ser: feliz, glorioso, infinito como un joven dios.
               Sabía que sus amigos contribuían a hacer que se sintiera así, lo había visto en la forma en que se miraban los unos a los otros, en una piña que yo nunca había tenido pero que había visto miles de veces, en libros y películas e incluso canciones. Las pandillas de verano forman unos lazos fáciles de idealizar, en los que la única preocupación es aprovechar al máximo el tiempo juntos, como un grupo de viajeros venidos desde cada punta del país y que coinciden en nada, salvo dos cosas: el lugar y el tiempo.
               Deseé que siempre pudiera estar así. Que las cargas que se echaba a la espalda en Inglaterra se diluyeran en nuestro mar como lo hacían en el de Mykonos; a fin de cuentas, ambas no dejaban de ser islas, ¿no? Me moría de ganas de ver cómo interactuaban nuestros amigos con los de él, ver la mezcla tan curiosa que formarían, que los demás pudieran ver a Alec tan relajado y feliz como lo estaba viendo yo.
               Me dirigí a la mesa de las chicas confiando en estrechar lazos con ellas, segura de que cuantos más nos uniéramos a la fiesta, mejor. Las había dejado demasiado abandonadas, así que era hora de remediar mi comportamiento para que Alec no tuviera que desdoblarse y poder atendernos a todos, novia y amigos por igual.
               Me las encontré hablando, sentadas en pequeños corrillos que rodeaban la mesa, gesticulando y asintiendo y riéndose y mirando de vez en cuando por encima de los hombros, como si no quisieran que las pillaran contándose confidencias, protegiendo sus secretos.
               Se quedaron calladas cuando me vieron llegar, mirándome con interés y una cierta desconfianza por la que yo no podía culparlas: no me conocían de nada y había interrumpido sus charlas, y todo porque los chicos ya no me prestaban la atención que posiblemente quisieran para ellas. Sabía perfectamente lo que suponía estar en un sitio en el que eras segundona, en el que a los demás les interesa la novedad, y la sensación no era precisamente agradable.
                -¡Hola, chicas!-prácticamente festejé, cogiendo la primera silla que encontré libre de la mesa más cercana, ya que una de ellas tenía los pies subidos a una de las sillas para descansar las piernas. Se notaba que tenía los pies doloridos, anclados en esos tacones que dolían sólo de mirarlos, y que no eran aptos para un suelo empedrado como el del muelle. Las miré a todas, que seguían con los ojos puestos en mí: eran nueve, más de las que habían ocupado nuestra mesa, reunidas para cotillear mientras descansaban y seguían emborrachándose.
               Varias se revolvieron en la silla, estirando la espalda y echando los hombros hacia atrás. Me dio la sensación de que se estaban poniendo a la defensiva, pero me obligué a apartar ese pensamiento de mi cabeza. Puede que sólo se estuvieran poniendo nerviosas porque tenían que hablar conmigo en un idioma que les era extraño, pero a mí no me preocupaba que sus acentos fueran complicados de entender: estaba segura de que terminaríamos comprendiéndonos las unas a las otras, así que sonreí y dije:
               -La fiesta está genial, ¿verdad?
               No dijeron nada. Siguieron observándome como quien mira a un bicho enorme en la pared de su habitación, justo junto a su cama. Con asco y rabia a la vez.
               Una de ellas cogió una copa que probablemente ni fuera suya y se la vació de un trago. Chloe. Era la única cuyo nombre recordaba, ya que era la única con la que Alec había entrado en un poco más de detalle cuando me la presentó por ser nieta de Elora, la señora que nos había jodido nuestro primer polvo en la isla. Era guapísima, de pelo dorado con reflejos platino por la acción del sol, y ojos color café en un rostro de rasgos suaves, angelicales.
               -¿Todas vuestras bodas son tan bonitas? Porque creo que me he equivocado de país para nacer-bromeé, pero ninguna me acompañó en mis risas. Vaya. Estaba hablando deliberadamente más despacio para que pudieran entenderme…
               -Esta no pilla las indirectas-soltó de repente una, la que tenía los pies subidos a la silla que yo no había podido coger, mirando a las demás. Su inglés era perfecto, con ese deje con el que Alec volvía todos los veranos muchísimo más marcado, pero con la pronunciación correcta.
               Y todas se echaron a reír. Las miré sin entender. ¿Hablaban inglés y apenas habían abierto la boca durante la cena? ¿Hablaban inglés y me habían hecho creer que no? ¿Por qué?
               Se me dio la vuelta el estómago mientras lo comprendía, demasiado tarde para poder irme antes de que me asestaran un golpe mortal. Que vino, precisamente, de la mano de Chloe.
               -Que te has equivocado de país es evidente, extranjera.
               Todas las chicas se rieron ante mi cara de estupefacción. No. No podéis hacer esto. No podéis ser las malas de la película. No podéis ser el arquetipo de zorras que todo el arte hecho por hombres nos cuelga encima. No podéis…
               -¿Qué?
               -¿Se han cansado de ti los chicos y ahora vienes a por más, inglesa?-pronunció mi nacionalidad como un insulto, como si fuera la cosa más sucia que pudieras decirle a nadie.
               Las chicas volvieron a reírse, cada una de sus risas un puñal en mi estómago. Sentí que la cabeza comenzaba a darme vueltas, y traté de mantener la calma. Todo esto no podía ser más que una broma. Habían sido simpáticas conmigo, me habían sonreído con educación en la ceremonia, cuando me vieron con Alec, e incluso habían tratado de hacerme un par de preguntas antes de desistir porque no nos comprendíamos…
               Porque no querían comprenderte, Sabrae, me recordé a mí misma, viendo que estaban hablando conmigo perfectamente.
               -Yo… yo no…
               Me sentía estúpida. Estúpida y cobarde y pequeña, rodeada de tantas chicas que deberían importarme una mierda y cuya hostilidad no debería afectarme. Pero lo hacía. Yo no les había hecho nada, así que no estaba preparada para esquivar las dagas envenenadas que me lanzaban. No estaba preparada para que todo lo que me decían me afectara tanto.
               Qué curioso: era capaz de entrar sin miedo en un gimnasio con una panda de chavales dispuestos a partirme las piernas, pero cuando se trataba de un grupo de chicas que ni me tocarían un pelo, me paralizaba como una oveja al ver las fauces del lobo.
               -Yo sólo… ellos… están en la fiesta y yo… sólo estaba intentando integrarme. Hacer amigas. Lo siento si os he interrumpido o algo. Quizás debería…
               -¿Amigas?-rió Chloe, y las demás rieron como chacales. Sentí que las lágrimas se me agolpaban en los ojos, pero me obligué a no llorar delante de ellas. Seguro que querían eso, por algún motivo retorcido que me costaría muchísimo entender-. ¿Crees que porque te hayas plantado aquí con Alec y hayas conseguido que te inviten a la boda ya eres una de los nuestros?
               -Menudos huevos-escupió una, fulminándome con la mirada, y yo me sentí desnuda bajo su escrutinio amenazante.
               -¿Crees que por ponernos buena cara ya está todo hecho, y vamos a caer rendidas a tus pies? ¿Crees que puedes venir y quitarnos a los hombres y que no pase nada, so golfa?
               -¿Qué?
               -¿Qué?-me hizo burla Chloe, y todas se rieron. Puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza-. No vamos a besarte los pies por mucho que te hagas la mosquita muerta, así que corta el rollo, niñata. Te hemos calado. Puede que a los chicos les hagas gracia y les dé morbo estar sentados con la sustituta de Perséfone, pero porque son hombres y no entienden lo que es la lealtad ni la decencia. No sé cómo coño haréis las cosas en Inglaterra, pero en esta isla respetamos a los hombres de las demás.
               -Siendo inglesa, lleva lo de robar en la sangre-comentó otra, cruzándose de brazos y mirándome de arriba abajo con un gesto de disgusto.
               -Yo no le he robado nada a nadie-me defendí, y Chloe se echó a reír con cinismo, una carcajada como el aullido de un licántropo a la luna, presagiando problemas cuando ya se ha acabado Halloween.
               -Venga, niña, no puedes ser tan tonta como para necesitar que te lo digamos.
               -Alec no tenía ningún compromiso con nadie.
               -¿Eso te dijo? ¿O es lo que te dices cada noche cuando le chupas la polla que ya le ha metido a otras?-preguntó, inclinando la cabeza a un lado y alzando una ceja.
               -El pasado sexual de Alec no es asunto mío. Ni tuyo tampoco.
               -Lo es cuando incumbe a una de las nuestras, y nos planta aquí a una inglesita como si no pasara nada. Puede que se follara a un millón de chicas en Inglaterra, a mí eso me da igual; lo que haga fuera de esta isla no podría sudármela más. Lo que sí que me importa es que nos falte al respeto, y trayéndote aquí, es lo que está haciendo. Así que perdona si no queremos ser tus amigas, trenzarte el pelo o enredarte florecitas como si fueras una estúpida ninfa de los bosques-abrió tantísimo los ojos que pensé que se le saldrían de las órbitas-, pero deberías dar gracias. Gracias de que Perséfone no esté, o ya te habría arrastrado de vuelta al agua como la lamprea marina que eres.
               -Esa ha sido buenísima, Chlo-la felicitó una de las chicas, asintiendo con la cabeza.
               -Y creo que nada más acertado-añadió otra-. Seguro que por eso se la ha traído Alec. Se habrá enterado de que Perséfone no iba a estar este verano y habría preferido garantizarse los polvos. Con esos morros que tiene, se le tiene que dar bien por fuerza chupar pollas.
               -Como si necesitara traérselas de fuera. El muy gilipollas tenía cola en su puerta esperando para follar con él-soltó Chloe, fulminándome con la mirada-. Pero supongo que no somos lo suficientemente buenas, ¿mm? Quizá sea él quien no nos merezca a nosotras, y no al revés.
               Ah, no. De eso ni hablar. Con Alec ni media.
               -Ni subiéndoos a los hombros las unas de las otras le llegaríais a la suela del zapato a Alec, manada de zorras envidiosas.
               -¿Envidiosas?-Chloe se echó a reír-. Ya veremos quién se ríe cuando Perséfone vuelva y te deje tirada en un rincón mientras se pone al día con ella. Disfrutaré mucho viendo eso; casi tanto como viéndolo a él desnudo. Disfruta de la isla y de él, pequeña-sonrió, levantándose, y todas la imitaron-. Disfruta mientras puedas, que te quedan dos telediarios aquí.
               Y se marcharon. Así, sin más. Sólo riéndose, felicitándose por la manera en que me habían dejado a la altura del betún, mirando por encima del hombro para comprobar que yo seguía allí, sentada a la mesa como un pasmarote, alejada de la fiesta y también del mundo. Noté que estaba temblando como si estuviera en la tundra, y así sentía el aire a mi alrededor: gélido, hundiéndoseme en la piel como un hacha de guerra.
               Miré la fiesta, los cuerpos que bailaban alejados de mí, las luces que titilaban sobre las cabezas, y poco a poco fueron empañándose hasta convertirse en apenas un borrón en mi campo de visión. Dejé escapar un sollozo y las lágrimas corrieron por mi rostro, deslizándoseme por la piel hasta esconderse en mi escote.
               No les des el gusto, me dije a mí misma, y me levanté de la silla y eché a andar en dirección a la plaza, confiando en que sabría regresar a la casa de Alec desde allí. Me equivocaba. Me dediqué a dar vueltas y vueltas por el pueblo, incapaz de encontrar la casa o de distinguirla de las demás, ya que a oscuras y vacías, me parecían todas iguales. Sólo me apetecía acurrucarme en el suelo y llorar, llorar toda mi confusión y mi angustia y mi estupidez. Me sentía una traidora por dudar de Alec, pero las evidencias eran tantas, y me lo habían dicho tan claro, que no podía dejar de preguntarme si no habría algo que no me habría dicho sobre Perséfone. Siempre Perséfone. Estaba más presente en la isla que el mar que la distinguía o el cielo que la custodiaba, más que el sol que alimentaba las plantas y que la luna marcando las mareas. La nueva Perséfone. Había ocupado su lugar. Todos lamentaban que Alec y ella no coincidieran como quien lamenta que dos novios se crucen en la estación de tren, pero en andenes distintos, cada uno poniendo rumbo hacia el otro sin saber que no están haciendo otra cosa que alejarse.
               No sé cómo, conseguí regresar al muelle, pero caminé en dirección contraria para alejarme del tumulto. Necesitaba pensar, necesitaba distancia, necesitaba sentir que mi dolor no crecía con la burla de las chicas dejándome allí plantada, sola y sin comprender qué era lo que había hecho para merecer su odio, o cómo podía haber estado tan ciega de haber incumplido lo que las amigas nos decíamos las unas a las otras sobre cuánto había que creer de lo que decían los chicos.
               Conseguí encontrar un pequeño balcón al nivel de la calle, un cenador que se adentraba unos metros en el mar y cuyo suelo las olas lamían con pereza. Me aferré con fuerza a la barandilla azul de cemento e, ignorando las hojas que se me clavaban en la palma de las manos y se me enredaban en el pelo, apoyé la cabeza en uno de los pilares del cenador y dejé que mis lágrimas brotaran libremente. Aquí nadie me molestaría. Todo el mundo estaba en…
               Vi cómo una figura alta se detenía a unos metros de la plaza, girándose sobre sí misma como si estuviera buscando algo. Incluso si no me hubiera dado un vuelco el corazón, sabía de sobra quién era. Lo reconocería en la más absoluta oscuridad, lo encontraría en una multitud. El juego de encontrar a Wally no tendría ninguna gracia para mí si Wally se convertía en Alec.
               Me pasé las manos por los ojos, enjugándome las lágrimas mientras él venía a mi encuentro. Cuando pasó por debajo de la luz de una farola, me pareció que resplandecía igual que una aparición divina.
               -Ey, nena-sonrió-, ¡aquí estás! Me preguntaba dónde te habías escondido. ¿Disfrutando de las vistas?
               Me pasé inconscientemente el dorso de la mano por la mejilla y me abracé a mí misma para controlar mis movimientos. Asentí con la cabeza, girándome; no me atrevía a mirarlo.
               -Sí-jadeé, y supe en ese momento que iba a pillarme, si es que no lo había hecho ya-. Hay muchas estrellas.
               Alec se quedó quieto en el sitio, mirándome. No tuve valor para girarme y enfrentarme a él, preguntarle si era verdad lo que me habían insinuado, si se estaba callando algo… o esconderme entre sus brazos y pedirle que me llevara a casa.
               -Sabrae, ¿estás llorando?
               Apreté los párpados y me tragué un sollozo.
               -No, yo sólo… la brisa del mar. Creo que me ha entrado algo…-dije, girándome y llevándome las manos a los ojos, como si efectivamente tuviera algo. Así no era como íbamos a pasar nuestra primera noche en Mykonos, conmigo llorando y dudando de él. Pero no podía dejar de hacer ninguna de las dos cosas.
               -¿Quién te ha disgustado?-preguntó, salvando la distancia que nos separaba con un par de pasos. De repente, su pecho estaba pegado al mío, su cabeza cuidándome y vigilándome a partes iguales, sus ojos más que dispuestos a desnudar mi alma, incluso si yo me resistía. No qué ha pasado, qué te han dicho. Quién te ha disgustado. Para él era más importante hacerle pagar a quien me hacía daño que la manera en que me lo habían hecho. Nada más que vengarse importaba-. Sabrae, ¿quién cojones te ha hecho llorar?-me tomó de la mandíbula y me obligó a mirarlo, y yo me aparté-. Lo voy a matar-sentenció-. ¿Quién coño ha sido? Lo mato, te lo juro por Dios.
               -Alec, no montes una escena aquí, por favor.
               -Dímelo. Nadie disgusta a mi novia cuando está de vacaciones y vive para contarlo.
               -Alec, en serio-le supliqué-. Esta gente se lo está pasando bien, simplemente… déjalo estar. De verdad. No pasa nada.
               -¿Que lo deje estar? ¡Sabrae, te has escondido para poder llorar tranquila cuando hace diez minutos estabas súper feliz! ¿Cómo cojones quieres que lo deje estar? ¡Soy tu novio!-me recordó-. ¡Se supone…!-se pasó una mano por el pelo y bufó sonoramente-. Se supone que debo cuidarte.
               -No quiero que hagas nada. Yo sólo…-me masajeé las sienes-. Necesito un minuto.
               -¿Quieres que nos vayamos?
               Irnos. Sí. Eso estaría bien.
               -Sí. No. Yo…
               -Vale, voy a despedirme de Bastian e Iria por los dos.
               -No-le pedí-. No. Quiero irme sola. No quiero que te vayas de la fiesta. Tú deberías volver.
               -Una mierda te voy a dejar sola estando así, Sabrae. Y menos para irme a hacer el gilipollas con esta gente.
               -Alec, por favor, yo sólo quiero… déjame irme a casa. Por favor-supliqué, acercándome a él, colgándome de su cuello, besándolo a pesar de mis dudas y mis miedos y de la sensación de ahogo que sentía en la garganta, porque sabía que en él encontraría respuestas y valor y oxígeno-. Dame las llaves-desesperada, lo agarré de la camisa y revolví en sus bolsillos, pero él me apartó con una firmeza que no se correspondía con la delicadeza con que lo hizo. Cuando levanté la vista y lo miré, me di cuenta de que los dos estábamos pensando en lo mismo: era la primera vez que me refería a su casa como si también fuera la mía, y era porque quería esconderme en ella y llorar.
               Me tomó de la mandíbula y me acarició los labios. Esos labios que habían dicho que sólo servían para chupársela. Qué equivocadas estaban: también servían para defenderlo. Incluso si nos separábamos y no volvía a tocarlo de esa manera, yo siempre lo defendería.
               -No te he traído a Grecia para separarme de ti a la mínima de cambio. O me dejas ir contigo, o no nos vamos a ningún sitio. Tú decides. Sabrae, por favor, por favor, ¿me puedes decir qué te pasa?
               Vi cómo intentaba bucear en mi alma, buscando unas respuestas que ni siquiera estaban ahí, porque yo lo sabía. Lo sabía, joder. Lo nuestro era real. Era tangible. No tenía nada que envidiarle a Perséfone. Y sin embargo…
               Negué despacio con la cabeza y Alec me soltó.
               -La madre que me parió…-gruñó por lo bajo, frotándose la cara-. Vale. No me lo cuentes si no quieres. ¿Quieres ir a casa?
               -No. Tú vuelve a la fiesta, y yo… yo me quedaré por aquí hasta calmarme. Cuando esté mejor, volveré. Te lo prometo.
               Alec se quedó plantado en el centro del cenador, los brazos cruzados y los pies separados. Lo miré de reojo cuando me apoyé en la barandilla, notando que la brisa del mar tenía un efecto calmante en mí.
               -Eres tan tozudo…
               -Yo no me voy a ningún lado hasta que me digas qué te pasa.
               -Alec, de verdad, no necesito sentirme mal también por haberte estropeado la noche.
               -Ya ¿y qué me dices de la vida, Sabrae? Porque se me va a la mierda si tú no estás bien.
               Los codos apoyados en la barandilla, dejé caer las manos y suspiré. Me giré para mirarlo.
               -¿Era tu novia?-pregunté, odiando cada una de las palabras que salieron de mis labios. Alec se quedó helado, tan quieto que parecía una estatua. Sólo su pelo se movía.
               -¿Quién?-respondió, pero los dos lo sabíamos.
               -Perséfone-dije, detestando cada sílaba-. ¿Era tu novia?
               Alec apretó la mandíbula, justo como hacía cuando rumiaba qué hacer. Me rompió el corazón en ese instante, mientras se debatía entre mentirme y decirme que no, o  ser sincero y decirme que sí. Quise preguntarle por qué, pero no tenía valor. Quise preguntarle cómo te importante había sido para él, como si no estuviera claro que la chica con la que había perdido la virginidad y con la que toda la isla esperaba verlo casándose algún día le había marcado para siempre, pero para eso tenía aún menos valor.
               Y entonces asintió con la cabeza, se pasó la lengua por las muelas, descruzó los brazos, me miró con una extraña mezcla de odio y enfado en la mirada, y se marchó. Yo no pude moverme, ni pensé siquiera en ir a casa. Primero, porque no tenía las llaves.
               Y segundo, porque ese odio en la mirada de Alec me había clavado en el sitio.


 
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2 comentarios:

  1. ME HA ENCANTANDO EL CAPÍTULO SEÑORA. No tenía las expectativas muy altas con respecto a este capítulo y en concreto a la trama de la boda pero me cago en la puta si va a dar de si.
    Me he descojonado con el momento de la flor y Annie casi dándole una apoplejía y luego el momento de los amigos de Alec preguntándoles sobre su historia ha estado genial.
    Me ha dejado helada el momento final porque no esperaba para nada ese giro de la trama en Grecia aunque mirándolo ahora en perspectiva siempre he creído que Persefone tendría que dar material para un drama en algun momento.
    Me ha hervido la sangre con las hienas esas yendo en manada a por Sabrae y me he puesto tristísima con su reacción, mi pobre.
    Entiendo el final como que Alec ha entendido que Saab le preguntaba eso porque las amigas de Persefone la han arrinconado y en el siguiente capítulo se verá como va a por ellas, cosa que estoy deseando ver.

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  2. Mira me ha encantado el capítulo, pero estoy SUFRIENDO osea CÓMO ME DEJAS EL CAPÍTULO ASÍ??
    Comento alguna cosa:
    - El tonteo del principio me ha encantado.
    - Annie entrando en pánico con la flor, pensando que Sabrae y Alec se iban a casar y entrando en pánico ha sido buenisimo osea que risa.
    - Las referencias a crepúsculo pues una fantasía
    - Con Sabrae cantando natural woman y pensando en Alec y todo he muerto de amor
    - Me he puesto MALISIMA con las gilipollas esas metiéndose con Sabrae
    - Y EL FINAL. EL PUTO FINAL. Yo no me esperaba este drama, me ha pillado por sorpresa y no estoy PREPARADA. Es que te juro que casi me da algo, cómo que Persefone era su novia?? Es que me he quedado a cuadros te lo juro.
    NECESITO que sea domingo para saber más.

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