domingo, 3 de octubre de 2021

La ciudad del amor.

 
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Monedas venidas de cada rincón del mundo surcaban el cielo celeste de la Roma veraniega igual que estrellas fugaces con jet lag. Formaban pequeños arcos dorados en el aire antes de impactar en la superficie espejada del agua azul turquesa de la Fontana di Trevi y en inofensivas nubes de una explosión atómica hecha de cloro en vez de hidrógeno.
               Apenas nadie prestaba atención a esos impactos que delatarían la huida de unas ninfas invisibles a todo aquel que pusiera interés en mirarlas, demasiado ocupados como estábamos cada uno en inmortalizar el momento, posando para la cámara o no haciéndolo en absoluto, seguros de que aquello quedaría mejor en nuestras redes sociales. Estábamos sumidos en nuestra propia burbuja, sólo reconociendo la presencia de los demás cuando necesitábamos abrirnos hueco a codazos para evitar incursiones ajenas en nuestras fotos.
               Igual que si el cielo nocturno se desplomara sobre nosotros en un entramado de aceleradas rayas plateadas, una estrella fugaz entre una lluvia de ellas no era más especial que una gota en un diluvio.
               Y, sin embargo, todas las miradas se posaron en nosotros cuando Alec hincó una rodilla en el suelo y se llevó una mano al pecho. Se me detuvo el corazón un instante, sólo un instante, como si no supiera lo que venía a continuación.
               Y luego, precisamente porque sabía lo que venía a continuación, empezó a latirme con violencia.
               Tenía una pequeña cajita de regalo de lo que sólo podía ser una sortija, el anillo de compromiso más bonito que se hubiera visto nunca, incluso si era de latón, porque quien lo entregaba era él. Podría hacer de la anilla de una lata de refresco la joya más importante y valiosa del universo  simplemente por lo que simbolizaba: su corazón, su promesa de un futuro entregado completamente a la persona a quien se lo entregaba.
               La gente a nuestro alrededor contuvo la respiración un par de segundos antes de que Alec empezara a hablar.
               -Cielo. Te amo más que a mi vida-dijo Alec, con la voz vibrando por lo que sólo podía ser emoción, pero yo sabía lo que se escondía tras ese vaivén en sus cuerdas vocales-. Te hago esta pregunta aquí, en uno de los sitios más bonitos de la ciudad del amor, porque eso es lo que quiero que me des. Una historia tan larga como la que tiene la propia Roma. ¿Me harías el inmenso honor de ser mi esposa?
               Sentí que se me retorcía el estómago, que me temblaban las rodillas y que mis piernas, de repente hechas de arcilla húmeda, no podían soportar el peso del mundo sobre mis hombros, un mundo en constante primavera con frescas noches de verano.
               Entonces, Eleanor extendió la mano, sonriente.
               -¡Por supuesto que sí!-proclamó, aceptando el anillo que Alec le ofrecía. A duras penas conseguíamos aguantar la risa, pero todos a nuestro alrededor pensaban que se debía más a los nervios que a que la situación no fuera más que una charada hecha entre los tres para conseguir que Mimi se volviera absolutamente loca de vergüenza. Estaba más roja que su melena, intentando encontrar un hueco entre la gente por el que escabullirse para no compartir más con nosotros el centro de atención, pero los curiosos habían hecho una barrera tan impenetrable que le daba envidia incluso a la Gran Muralla china. Y más aún cuando estallaron en aplausos al levantarse Alec y estrechar entre sus brazos a Eleanor.
               Le di un beso en la frente mientras ella le rodeaba el cuello con los brazos, poniéndose de puntillas para alcanzar su estatura, aunque no tanto como yo. Me reí mientras Mimi conseguía abrirse paso entre los turistas, insultándonos a todos lo suficientemente alto para que pudiéramos oírla, y desaparecía entre el mar de cuerpos, que se cerró tras ella como si nunca se hubiera separado.
               Un murmullo general de protesta y decepción se levantó entre la gente cuando Eleanor y Alec sólo se abrazaron, pero ya estábamos acostumbrados a aquel sonido: era la tercera vez esa mañana que Alec le pedía matrimonio a Eleanor, y la novena (¿o décima?, tenía que comprobarlo en mis historias de Instagram) en todo el viaje. A Alec se le había ocurrido la idea cuando Mimi se lamentó de que nos achucháramos como lo hacíamos en la cola para embarcar, ya con las maletas facturadas y nuestro equipaje de mano a cada lado. La verdad es que estábamos demasiado acaramelados; parecíamos más una pareja de recién casados a punto de embarcarse en su luna de miel idílica, que dos adolescentes que ni siquiera hacían su primer viaje al extranjero ya.
               -Por favor, parad-nos suplicó, visiblemente afectada-. Todo el mundo nos está mirando. ¿Tengo que recordaros que soy tímida? ¿Tenéis idea del trauma que me estáis generando?
               Eleanor se había echado a reír, los ojos brillantes por la ilusión de irse de viaje, aunque echaba de menos a Scott. Necesitaba un bien merecido descanso después del trote que le habían dado en el concurso; resultaba que ser la ganadora era más estresante de lo que se esperaba, pero era tan buena que ni se le ocurría quejarse. Salvo, bueno, cuando estaba con mi hermano y podía restregarle que el país la quería más a ella que a él.
               -Te votaron porque les da pena que seas una Tomlinson. Imagínate ser hermana de tu hermano y encima perder contra él.
               -O hija de tu padre-soltó papá desde el comedor, a lo que Louis reaccionó levantándose sonoramente de la silla y recogiendo los papeles que estaba mirando con él.
               -Te va a ayudar a componer las canciones tu putísima madre, Zayn. Me tienes hasta los huevos ya. Vete a tomar por culo.
               -Cari, que es broma-había ronroneado papá, acariciándole el brazo-. Siéntate, anda, que sabes lo mucho que te quiero.
               -Jesús bendito, Alec-había protestado Mimi cuando hicimos que Eleanor se levantara de su asiento, entre los nuestros y el pasillo del avión, ya que Mimi no había querido sentarse con nosotros porque sabía que nos pasaríamos todo el vuelo metiéndonos mano e ignorando completamente miradas reprobatorias y divertidas por igual debidas a nuestro descaro, y nos escabullimos en dirección a los baños-, ¿es que no puedes estar tranquilo, sin llamar la atención, ni dos horas?
               -¡Es ella, Mary Elizabeth! Cuando pruebes una polla, sabrás por qué Sabrae está tan desquiciada con la mía.
               -¡Shhhh!-siseó, poniéndose roja-. ¡Te van a oír las azafatas!
               -Mejor. A los dos nos gustan las tías. Y somos muy hospitalarios.
               Pero me había tapado la boca al meternos en el baño y yo empecé a gemir cuando me la metió. Cuando terminamos, cansados y agarrotados, me había mirado y me había acariciado los labios.
               -Se me ha ocurrido una idea. Creo que te va a encantar, pero quiero asegurarme de que te parece bien. ¿Qué te parece si le pido matrimonio a Eleanor unas ochenta veces este viaje, sólo para que mi hermana lo pase fatal?
               -Me parece que eres un cabrón-me reí-. Y que es preocupante que pienses en pedirle matrimonio a otra cuando tengo las tetas al aire. ¿Qué pasa?-me burlé-. ¿Ya no te gustan?
               -Tienes unas tetas de diez, nena. Dios me libre de criticarlas-respondió, dándome un mordisquito en la derecha y una palmada en el culo-. Bueno, ¿qué opinas?
               -¿Por qué a Eleanor y no a mí?
               Se me quedó mirando con sorpresa, se relamió los labios y parpadeó.
               -Porque quiero que contigo sea de verdad.
               Algo se revolvió dentro de mí, rozando las paredes que me componían, despertando cada rincón de mi cuerpo.
               -Ofrécele tu mano a quien te dé la gana-le dije, hundiendo la mano en una de sus nalgas, pegándolo a mí, frotando los puntos de nuestros cuerpos que más se gustaban-, pero tus noches de bodas, resérvamelas para mí.
               Eleanor, por supuesto, se subió al carro nada más decirle Alec que se le había ocurrido un plan para pinchar a Mimi. Ni siquiera tuvo que explicarle de qué trataba para decirle que contara con ella, pero cuando Alec le dio los detalles, abrió muchísimo los ojos, sonrió, y lanzó una carcajada.
               -Nos va a odiar. Lo sabes, ¿verdad?
               Alec se había limitado a encogerse de hombros.
               -Tampoco es que no lleve haciéndole la vida imposible casi dieciséis años, así que, ¿qué más da?
               La primera vez que Alec y Eleanor lo habían hecho, en la plaza de la catedral de Milán, nuestros compañeros de circuito se habían quedado flipando. Apenas nos conocían de unas cuantas horas, ya que habíamos llegado por la tarde a Milán, de modo que sólo habíamos tenido tiempo para pasear, encontrar un sitio en el que cenar, y prepararnos para el trote que sería recorrer Italia al completo en poco más de una semana, pero lo poco que habían podido averiguar sobre nosotros era que Alec y Mimi tenían que ser hermanos (no era normal que se llevaran tan mal al minuto, y al siguiente estuvieran abrazándose y haciéndose favores, como echarse protector solar en la cara él, o revolver bien hasta el fondo en su mochila en busca de unas gafas de sol ella), que Eleanor, Mimi y yo éramos amigas, y que Alec y yo estábamos juntos. De hecho, de lo que convencidos estaban era de que Alec y yo éramos novios, puesto que seguíamos en el mismo plan que en la puerta de embarque, salvo que haciendo más fotos entremedias.
               Así que sus caras fueron todo un poema cuando Alec le pidió matrimonio a Eleanor entre la marea de rabiosas palomas, Eleanor aceptó, y yo, lejos de ponerme como una hiena, me dediqué a grabarlo todo, alternando entre Eleanor y Alec y las protestas furiosas de Mimi, sus manotazos para que no la enfocara y sus gemidos de sufrimiento.
               -Te odio, Eleanor-escupió Mimi con rabia cuando fuimos a buscarla a su escondite, un puesto de bisutería con abalorios dorados, azules y blancos-. Te odio. Me esperaría esto del cabrón de mi hermano, y de la trastornada de Sabrae, a la que claramente no le funciona bien el cerebro porque está con él-me fulminó con la mirada, decidida a no perdonarme por lo poco que había hecho por aliviarle el mal trago-, pero, ¿de ti? Eres una traidora. No quiero que me dirijas más la palabra en todo el viaje.
               Acto seguido, Eleanor se había comprado una pulserita de abalorios para ella y otra para Mimi, que la fulminó con la mirada, la aceptó de malos modos, y la observó con desdén.
               -Venga, que es nuestro tiempo libre. Te dejamos escoger restaurante. Pago yo-dijo Alec, guiñándole el ojo, y Mimi le lanzó una mirada asesina.
               -Espero que sea con tu sangre. De lo contrario, no me interesa.
               Aunque le mejoró el humor el estómago lleno, y cuando le enseñamos el vídeo, que había colgado en Instagram y había vuelto locos a todos mis seguidores, riéndose tanto de la ocurrencia de Alec como de la reacción de Mimi, incluso sonrió. Supongo que el comentario de Scott con un montón de emoticonos partiéndose de risa y preguntando si le iban a invitar a la boda le levantó el ánimo.
               -Bueno, vale, quizá ha tenido su gracia-admitió, todavía un poco ruborizada al ver las caras de todo el mundo mirándonos y sus aspavientos por lo embarazoso de la situación para ella.
               Con lo que Mimi no contaba era con que aquello no iba a ser un episodio aislado, sino que Alec y Eleanor tenían pensado repetirlo a lo largo de todo el viaje. Lo repitieron en Venecia, a los pies del Puente Rialto. Eleanor le soltó a Alec en pleno paseo en góndola que molaría una pedida ahí, a lo que Alec contestó que Mimi seguramente saltara de la góndola y la secuestraría algún calamar gigante veneciano, y Annie se lo cargaría si se le ocurría aparecer por casa sin ella. No obstante, en cuanto nos bajamos de la góndola y nos plantamos en la plaza de San Marcos, allá que fueron otra vez.
               Y en Florencia, a los pies de la catedral. Y en Pisa, junto a la torre inclinada.
               En Roma lo habían hecho en el Coliseo, en la cola para entrar al Vaticano (con lo que nos dejaron entrar antes, algo que creo que Alec había hecho a propósito) y a orillas del Tíber, junto al puente del Castel de Sant’Angelo.
               Aunque la Fontana di Trevi me estaba encantando, debo confesar que mi favorita había sido la del Coliseo. Fue de noche, en el tiempo libre después de llegar al hotel, que aprovechamos para bajar paseando hasta la zona más antigua y que yo inmortalicé un millón de veces. El espectáculo del Coliseo iluminado desde dentro, como una caracola que haría de caparazón para una anémona inmensa, recortándose contra el oscurísimo cielo de una noche sin luna ni estrellas era algo digno de ver. Había un montón de parejas acarameladas en el mirador frente al Coliseo, tomando algo en las mesas de los bares que abarrotaban las calles empedradas y haciendo un millar de fotos prácticamente idénticas entre sí, idénticas también a las mías. Alec y Eleanor se habían mirado y Mimi había salido corriendo calle abajo en cuanto él se puso de rodillas. Yo aproveché para grabarlos y subirlo también a mis redes sociales, en las que Scott comentó que estaba empezando a preocuparse, que si estaban intentando decirle algo y no sabían cómo.
               eleanortomlinson @scottmalik17 creo que es evidente que te he cambiado por él, guapo 😉
               Cuando llegamos al hotel, mientras estábamos esperando que las recepcionistas nos dieran las tarjetas de las habitaciones, alguien se había acercado a nosotros y agarró a Eleanor de la cintura.
               -Así que me quieres dejar por él, ¿eh?-soltó Scott, y yo di un brinco del susto al verlo allí. En nuestro hotel. En otro país-. Déjame que te recuerde lo que te vas a perder si me dejas.
               Y se la había llevado a la habitación mientras Alec, Mimi y yo nos quedábamos mirando los unos a los otros como pasmarotes.
               -¿Soy la única que está acojonada porque mi hermano ha cogido un avión sólo para zumbarse a su novia porque mi novio no hace más que pedirle matrimonio de broma?
               -Yo lo que estoy es cachondo perdido-espetó Alec, mirándome-. Como algún día te me pongas así de posesiva, espero que seas plenamente consciente de que te echaré el polvo de tu vida. Y me dará igual si estamos en plena calle.
               -¿De veras, Alec?-ironizó Mimi, cogiendo su bolso y dirigiéndose hacia el bar del hotel-. Cualquiera diría que te gusta que te miren. Vamos a tomarnos la última, anda. Creo que voy a tardar en poder irme a mi habitación.
               Pobrecita, no le estábamos dando tregua en este viaje. Cuando mi hermano se marchó a la mañana siguiente, con dolores de espalda por haber dormido en el suelo, Eleanor no podía dejar de sonreír.
               -¿Sabes, Saab? Creo que tengo que poner celoso a tu hermano más a menudo.
               -Hay que ser lerdo-contestó Alec-. Eres la novia de uno de mis mejores amigos. No te tocaría un pelo sólo por eso.
               -¿Y si te contesto que me depilo?-respondió en tono de listilla Eleanor. Mimi escupió el zumo. Yo casi me atraganto con mi tostada de mermelada de higos. Alec, como si estuviera esperando esa respuesta, le dedicó una sonrisa oscura por encima del borde de su taza de café.
               -Por eso precisamente lo digo.
               Mientras Al y Eleanor recibían las felicitaciones de todos los asistentes a la pedida, le envié el vídeo a Scott, que lo abrió enseguida y me mandó un emoticono poniendo los ojos en blanco.

Creo que tus argumentos de ayer no han conseguido convencer del todo a Eleanor.

Debería plantarme allí para pegarle un repasito a la lección.

¿Cómo sabías en qué hotel nos hospedábamos, por cierto? No viene en el itinerario.

Shasha lleva pendiente del GPS desde que te subiste al avión. Lo lleva peor de lo que esperábamos.

               Se me encogió un poquito el corazón. Pobre Shasha. Mi pobre hermanita. Mi pequeñita más alta que yo se había echado a llorar en el aeropuerto, diciendo que me echaría muchísimo de menos, que le mandara fotos y mensajes y la llamara cuanto pudiera. Era la primera vez que nos separábamos más de un fin de semana.
               En los ratos de silencio en la habitación, después de terminar de hacerlo con Alec, o mientras me duchaba o esperaba mientras él lo hacía, me daba cuenta de lo silencioso y tranquilo que estaba siendo el viaje. No tener a nadie metiéndome prisa para que saliera del baño o terminara de leer o que me incordiara con los diálogos en coreano de sus series en la cama contigua era desolador. Creo que por eso le estaba comprando impulsivamente regalos a Shasha, hasta el punto de que Eleanor y Mimi mirarían maletas esa tarde en ese día de chicas en el que pretendían fundirse la tarjeta de crédito en las tiendas más exclusivas de la ciudad, ya que no cabían en las maletas que me había llevado de viaje.
               Ni siquiera podía contar con la bolsa de deporte que Alec se había traído (porque él era muy macho y no le daba la gana llevar nada con ruedas, no fuera a pensar la gente que no podía cargar un avión con la mano si le daba la gana), ya que él estaba peor que yo, cogiendo regalos para todos sus amigos, así que no sabía lo que íbamos a hacer.

😭😭😭😭 MI NIÑA, DILE QUE LA ECHO DE MENOS Y QUE LA QUIERO MUCHÍSIMO SCOTT

Vale, pero luego. Está abrazada a tu peluche de Bugs Bunny.

DILE A ESA ZORRA QUE SUELTE MI PELUCHE. Como me lo ensucie esa hija de puta, la mataré, la haré picadillo y la quemaré y esparciré sus cenizas por los cinco continentes.

Le transmitiré tu amantísimo mensaje   

               Scott me hizo un videomensaje tirándome un beso y guiñándome el ojo, y en ese momento, Alec me dio una palmadita en la cintura mientras me la rodeaba con el brazo, protector. Me dio un beso en la cabeza y bajó la mirada a la pantalla de mi teléfono.
               -¿Se le había olvidado que no sólo le he quitado la novia, sino que también le quité en su día a la hermana, y está tratando de recuperarte?-quiso saber, sonriendo ante el bucle de Scott-. Dile que, como se le ocurra ponerse celoso por ti y se plante en Grecia, no tendré ningún problema en pelearme con él para marcar territorio.
               -Calma, machito-le di una palmadita en el pecho-, que el mundo no gira en torno a tu polla. Me estaba contando que Shasha sigue triste, pobrecita mía. Que me vigila a través del GPS para sentirse más cerca de mí. Por eso Scott sabía en qué hotel nos alojábamos. ¿No te lo habías preguntado?
               -La verdad, estaba tan flipado con el hecho de que tu hermano hubiera cogido un avión a otro país porque yo le había puesto celoso, que simplemente ni lo pensé. Es como cuando en una peli el malo siempre encuentra el momento adecuado para cometer sus fechorías, ¿sabes? No te preguntas qué le ha llevado a tener tanta suerte… igual que yo no me pregunto cómo he tenido tanta suerte como para encontrarme contigo-ronroneó, zalamero, dándome un beso en la sien-. ¿Qué tal estás?
               Sus manos ascendieron por mis brazos, y yo levanté la cabeza para mirarlo. Buceando en sus ojos chocolate, vi ese deje de preocupación y cariño que siempre me encontraba en su mirada cuando lo pillaba con los ojos puestos en mí. Hasta cuando disfrutábamos del sexo más sucio y salvaje y sus ojos eran pozos que me succionaban como dos agujeros negros capaces de tragarse una galaxia al completo, ese pequeño destello seguía brillando en el fondo. Todo lo que hacíamos, lo hacíamos porque queríamos. Y Alec siempre quería que yo estuviera cómoda y bien.
               -Genial-respondí, dándole un beso en la cara interna del brazo-. Es sólo un juego.
               La primera vez que lo había hecho, después de que entre todos consiguiéramos tranquilizar a Mimi, me había llevado a un aparte y me había hecho la misma pregunta. Estaba guapísimo poniéndose tan nervioso, deseoso de que fuera totalmente sincera con él para evitar hacerme daño. Se había pasado una mano por el pelo y había gesticulado a toda velocidad, intercalando palabras en griego y ruso en su discursito que yo no logré entender, pero me quedé con la idea general: que no quería que me sintiera mal, que si me dolía verle pedirle la mano a otra chica, pararía; que entendería perfectamente que no quisiera que lo siguiera haciendo y que no era su intención, ni mucho menos, hacerme sufrir. Que le gustaba hacer rabiar a su hermana, pero más le gustaba verme sonriendo.
               Que él no soportaría ponerme en la misma situación, seguramente incluso sabiendo que era de broma. Pero él no era yo.
               Para empezar, a mí ni siquiera se me habría ocurrido algo tan genial. E incluso entonces, seguramente no la hubiera llevado a cabo, precisamente porque sabía que a Alec podía dolerle aun cuando fuera perfectamente consciente de que era mentira.
               -No te preocupes, sol, de verdad. Todo es mentira. Por muy buen actor que trates de ser, veo cómo nos miras a Eleanor y a mí. Y me quedo mil veces con cómo te destellan los ojos cuando estás conmigo-le había acariciado la mandíbula y me había puesto de puntillas para darle un beso en los labios-. No te rayes. Esto sólo me ha hecho disfrutar más del viaje. Así que si quieres repetirlo, yo no me opondré-le guiñé el ojo y le di una palmadita en el culo. Seguramente Mimi me detestaría si se enteraba de que había sido yo quien le había dado permiso a Alec para hacer aquello, pero con que no se enterara hasta después de que él volviera del voluntariado y pudiéramos seguir con nuestras vidas sin apoyarnos la una en la otra como habíamos hecho durante su convalecencia, creo que lo soportaría.
               -¿Y tú? Aparte de buenísimo, quiero decir-dije, dándome la vuelta y jugueteando con nuestras manos entrelazadas. Le hice ojitos, y Alec soltó una risita entre dientes, asintió con la cabeza, se miró los pies, y luego miró en derredor, como buscando alguna cámara oculta que justificara que yo me hubiera puesto a tontear así-. Te sienta bien comprometerte. Quién lo iba a decir, ¿eh?
               -Estoy perdiendo facultades. Con lo que yo era…-suspiró dramáticamente.
               -¡Y que lo digas! Aunque tú puedes con todo lo que te echen. Incluso con… ¿cuántas? ¿Ocho, nueve pedidas de mano?
                -Nueve.
               -¡Uf! Creo que tenemos que pensar en algo especial para la décima. Es un número importante. ¿Qué te parece si compramos un anillo de compromiso de verdad? No tiene por qué ser auténtico; me refiero a uno que parezca un anillo de compromiso. Fijo que Eleanor flipa. Deberías decirle algo como que tanto fingir te ha hecho darte cuenta de que Tommy no es el único poliamoroso, y que si Scott estaba preocupado por ti, por algo era, así que…-me encogí de hombros, y Alec se echó a reír.
               -Eres malísima, ¿no crees? ¿No estás contenta con vacilar a tu cuñada, que ahora quieres hacerlo también con una amiga?
               -Es divertido la cara que ponen. Además, hace mucho que no le hago a nadie alguna putada como la que nos hacíamos mis hermanos y yo. ¿Tendrás en cuenta mis sugerencias para la próxima?
               -No… creo que haya ninguna próxima, Sabrae-confesó, alargando las palabras y arrugando la nariz. Parpadeé.
               -¿Cómo? Pero ¡si aún nos quedan Nápoles y Capri!-al día siguiente, partiríamos a primera hora en dirección a la zona de Nápoles. Visitaríamos Pompeya, luego Nápoles, y por último tomaríamos un ferry por la tarde que nos llevaría a la paradisíaca isla de la que yo tenía vagos recuerdos de mi más tierna infancia. Recuerdos que me moría de ganas por completar con la presencia de Alec en ellos-. De hecho, había pensado que estaría genial que lo hicieras junto a una de las figuras de los amantes de Pompeya que encontraron hace años. ¿Sabes cuáles te digo? Las del folleto del viaje-expliqué al ver la cara de diversión de Alec-. Esas que están abrazadas, y parece que besándose. Además, Capri es como el lugar más romántico del mundo. No puedes no pedirle matrimonio a Eleanor allí.
               -Te estoy reservando la décima a ti-contestó, sonriendo. Noté que se me salían los ojos de las órbitas, se me secaba la boca, me ponía colorada y se me detenía el corazón, todo a la vez.
               -¿Qué?
               Ah, no. Ni de broma. Creo que no sobreviviría a ver a Alec haciéndome lo que le hacía a Eleanor. Ah, ah. ¿Con lo guapo que estaba? El tiempo paseando al sol había hecho que la piel empezara a dorársele (no todo lo que a mí me gustaría, ya que le empezaban a salir marcas de la ropa, pero contaba con arreglar eso en Mykonos, o, al menos, en el tiempo que no estuviéramos metidos en la cama) y que el pelo se le aclarara de una forma deliciosa, recordándome a ese Alec irresistible que siempre volvía al final del verano, después de sus vacaciones de rigor en Grecia, y desataba una desbandada de mariposas en mi interior incluso cuando pensaba que era gilipollas perdido. La combinación del Alec del pasado con el Alec de mi presente sería un cóctel explosivo al que ni de coña superaría, no importan los años ni la terapia dedicada a ella.
               Sin olvidar, por supuesto, que su estilo había cambiado un poco. Acostumbrada como me tenía a sus camisas y vaqueros, verlo con bermudas, o incluso bañadores a modo de pantalones, y camisetas de tirantes me tenía salivando de una forma absolutamente vergonzosa. Quizá su ropa no fuera de la que más favorece a los chicos, pero la actitud con la que la llevaba, de absoluta despreocupación por impresionar o por cumplir con algún estándar que se había marcado a sí mismo en el pasado, hacía que lo adorara aún más. Por primera vez en la vida, Alec estaba totalmente relajado y feliz, sin nada rondándole por la cabeza respecto a expectativas que cumplir. No tenía que mantener esa fachada de Chico Guapísimo™, sino simplemente disfrutar del viaje, y por eso precisamente estaba más guapo que nunca.
               Eso sí, como se le ocurriera ponerse en modo guiri total y se pusiera chanclas con calcetines en Grecia LO DEJARÍA EN EL ACTO.
               Me dedicó una sonrisa radiante, de galán de película. Dios mío, ¿cómo había conseguido no ya enamorarlo, sino compartir época con un ser así?
               -Ésa era justo la reacción que esperaba, nena-me pellizcó la barbilla y me guiñó el ojo, y creo que me humedecí un poco.
               -Pe… pe-pero… yo pensaba que… tú… no me… a mí… que no me ibas a… ¿de broma?-pregunté, y negó con la cabeza.
               -Ya te dije que no te lo pienso hacer de broma.
               El corazón estaba a punto de salírseme del pecho.
               -Pero Alec… tengo quince años-jadeé-. ¿Qué van a decir mis padres?
               -Tu padre respirará aliviado en el momento en que nos casemos porque pensará que así no tiene que preocuparse de que yo ronde a Sherezade. Como si un papelito fuera a detenerme si ella me propusiera fugarnos-comentó, soñador, y luego parpadeó y sacudió la cabeza, como volviendo a la tierra-. Y tu madre seguramente pensará maneras de revocar tu adopción, o algo así. Puede que te mande a un colegio interna en… no sé, ¿Vietnam?
               -Hablo en serio, Alec-protesté, poniendo los ojos en blanco.
               -Yo también. ¿Te piensas que Sher no te tiene envidia? Te he follado bajo su techo, Sabrae-dio un paso para pegarse a mí, tan caliente y duro como un volcán-. Ha oído cómo te hago gritar.
               -Paso de ti. Tú verás lo que haces. Yo responderé en consecuencia-repliqué, tratando de alejarme de él, escurriéndome entre la gente que ya no nos hacía el menor caso, pero Alec me agarró de la muñeca y tiró de mí para arrastrarme de vuelta a su pecho.
               -Engáñate todo lo que tú quieras, bombón, pero no vas a ser capaz de decirme que no a nada en tu vida-bajó la cabeza y empezó a mordisquearme la oreja-. A ver si te piensas que lo que te hago en la cama no es una estrategia para mantenerte bien pegadita a mí.
               -No todo lo que a mí me gustaría-suspiré, y Alec se separó de mí para mirarme, estupefacto. Los dos nos reímos a continuación, pero luego lo amenacé con un dedo muy amenazador-. Voy en serio, Alec. Como se te ocurra hacerlo…
               -Será cuando menos te lo esperes.
               -Ahora ya sé cuándo lo vas a hacer. Será en Capri. Probablemente, al atardecer. Lo tienes todo mirado, ¿a que sí? Seguro que incluso ya le has echado un vistazo al catálogo de la tienda de Tiffany de Roma, y Eleanor y Mimi se dejarán caer por allí convenientemente. O quizá ya lo hayas comprado, dado que fuisteis en manada a acompañar a Max a por el anillo para Bella…-entrecerré los ojos-. ¿Es por eso por lo que no me dejas abrir tu maleta?
               -Nena, todas estas fantasías de control que tienes están muy bien, pero se te olvida un detalle-comentó, entrelazando nuestras manos y sonriéndome como quien conoce un jugosísimo rumor que no está autorizado a difundir… y lo va a difundir de todas formas.
               -¿Cuál?-mi suspicacia crecía más y más. Había algo que no encajaba, ahora lo sabía. No lo había sentido hasta ahora, pero ya lo notaba.
               -Que yo no te he dicho que lo vaya a hacer en este viaje-arqueó las cejas, y yo puse los ojos en blanco. Luego, se inclinó para hablarme al oído-. Y si no te dejo abrir mi maleta, es porque no quiero que veas los juguetitos que me he traído de casa y con los que pretendo hacer no ya que grites, sino que sudes cuando estemos en Grecia.
               Jadeé, pero pude recomponerme rápido para girarme y mirarlo a los ojos.
               -Pobre de ti. Yo no necesité ayuda cuando te di la mejor noche de tu vida en tu graduación.
               Y, con la chulería que sólo teníamos las Malik, me abrí paso entre la gente.
 
¿Cuánto has tardado en darte cuenta de que estaba saliendo con el demonio? Yo acababa de darme cuenta ahí, a los pies de la Fontana di Trevi, a pesar de que Sabrae llevaba lanzándome señales de que había subido desde el mismísimo infierno prácticamente desde que la probé por primera vez. Algo tan delicioso no podía ser bueno, y algo que despertaba sentimientos tan oscuros en mi interior, sentimientos que hacían que considerara seriamente la posibilidad de abrirme paso entre la gente igual que ella y tomarla allí mismo, delante de todo el mundo, saciando así mi sed y mi necesidad de ella, no podía provenir del cielo.
               Con razón me había pasado cuatro días celebrando mi graduación: era un puto milagro que hubiera superado el instituto cuando era incapaz de conectar dos neuronas ni aunque me fuera la vida en ello. Supongo que las había tenido demasiado ocupadas viendo lo bien que lucía el culo de Sabrae cuando echaba a andar delante de mí, contoneándose de forma que yo no pudiera pensar en otra cosa que no fueran ella, su culo, y lo que se escondía al final del valle que había entre sus nalgas. Joder.
               Se había pasado todo el viaje vistiendo ropa cómoda pero que dejaba más bien poco a la imaginación, aunque yo no podía culparla: hacía muchísimo calor en Italia, más del que incluso yo me esperaba, y eso que estaba acostumbrado a los veranos del Mediterráneo. Además, a mí me alegraba la vista ver sus camisetas de tirantes finos, sus pantalones cortos y las trenzas o colas de caballo en las que recogía su melena, que dejaban aún más piel al descubierto, si cabe. Pero nunca había ido tan mona como para que pudieras pensar que se iba a subir a una pasarela en la semana de la moda de Milán, aunque sí que lo llevaba todo con tanto estilo que tampoco me habría extrañado.
               Por supuesto, en nuestro día libre en Roma las cosas tenían que cambiar sí o sí. Después de vestirse para soportar trotes en los que el ritmo lo marcaban otros (trotes que, por cierto, los dos estábamos aguantando como campeones), ahora que por fin teníamos un día libre, podía elegir más a conciencia su ropa. Ropa que le “quedara mejor” (como si no fuera capaz de hacer de un saco de patatas una pieza de alta costura). Ropa que haría que destacara en el algoritmo de Instagram, y que enseñaría orgullosa dentro de unos años, cuando este viaje no fueran más que recuerdos atesorados en la memoria y en nuestras redes sociales. Se había puesto un vestido lila que resaltaba su piel morena, de amplios tirantes cruzados en la espalda que sujetaban a la perfección sus pechos, de forma que se le notaba el piercing del pezón, pero estos no se le movían en absoluto, casi como si llevara un sujetador de deporte. Evidentemente, el vestido era muy corto, no fuera a ser que yo pudiera pasar un día tranquilo sin salivar nada más verla. Supuestamente era para estar guapa en la millonada de fotos que ya me había avisado que tendría que hacerle para su Instagram, aunque cuando me esperaba en la cama desnuda, en posturas que resaltaban aún más sus curvas, no estaba pensando precisamente en Instagram.
               Y sí, seguro que ese contoneo con el que yo sólo podía soñar con que un golpe de viento le levantara la cortísima falda y me regalara una vista de sus bragas también era para Instagram. Incluso cuando nadie la estaba grabando. Sí. Ajá.
               Y seguro que se giró y me miró, sonriéndome mientras se pasaba la lengua por los labios, porque quedaba de puta madre con Instagram. Sí. Ajá. Por supuesto. Seguro.
               Joder. Iba a reventarla cuando estuviéramos en Mykonos. Ya podía prepararse, porque no pensaba dejar que saliera de la cama en toda la semana que estaríamos juntos, y a solas. Por si fuera poca la anticipación que ya teníamos los dos de nuestro viaje en solitario a mi isla favorita en el mundo (y sí, estoy contando con que Gran Bretaña es una isla), durante el circuito por Italia estábamos teniendo menos sexo del que esperábamos. Llegar reventados al hotel después de todo el día pateando de un lado a otro hacía que pensar en echar un polvo estuviera automáticamente descartado, ya que a duras penas conseguíamos reunir las fuerzas para meternos en la ducha antes de dormir. La verdad, creía que estaríamos dándole sin parar, incluso aunque tuviéramos que ser cuidadosos para que los compañeros de circuito no nos dijeran nada, pero nada más lejos de la realidad.
               Y lo peor de todo es que la falta de sexo no parecía estar amargándonos el viaje a ninguno de los dos. Sólo nos habíamos acostado en Milán, casi antes de empezar el viaje, y la noche anterior, cuando Scott secuestró a Eleanor en su habitación, habíamos estado a puntito, a puntito: se nos había hecho tarde acompañando a mi hermana en el bar del hotel, y cuando por fin bajaron los dos protagonistas de la noche y pudimos irnos todos a dormir, se nos había hecho tan tarde que no nos quedó más remedio que ducharnos juntos, con todo lo que eso conllevaba. Ya sabes: morreos por aquí, magreos por allá, que si te chupo la polla, que si te como el coño… lo típico. Pero nada de penetración, nada de tener las piernas de Sabrae rodeándome la cintura mientras yo la montaba, o nada de ver cómo sus tetas brincaban cuando ella me montaba a mí, así que la tensión seguía ahí en cierto modo.
               Y ella no estaba haciendo absolutamente nada para rebajarla, todo lo contrario.
               Sabrae subió las escaleras que conectaban la Fontana con las calles que la rodeaban dando saltitos, sabiendo perfectamente que tenía mis ojos fijos en sus piernas. Cuando terminó de subir, después de regalarme un par de vistazos a sus sencillas braguitas de algodón (porque ah, sí, se me olvidaba: había metido lencería en la maleta, lencería que había puesto convenientemente en la parte superior para que yo la viera cada vez que la abría, pero jamás me dejaba ver qué se ponía de ropa interior, así que yo me pasaba el día vigilando por si en algún momento su ropa se movía y me daba alguna pista, pero todavía no había rastro del tanga de encaje que, por mi salud digestiva, esperaba que hubiera comprado en una tienda de comestibles), volvió a girarse para mirarme y arqueó una ceja. Se echó a reír cuando yo salí disparado en su dirección, abriéndome paso con más lentitud porque la duplicaba en tamaño. Se apartó una de las trenzas del hombro y me colocó las manos en los míos.
               -Creía que te ibas a quedar ahí todo el día.
               -Es que tenía muy buenas vistas.
               -Y mejores que las tendrás mañana. Tengo muchas ganas de enseñarte mi bikini nuevo.
               Con el descaro que la caracterizaba, bajó la vista por mi anatomía y la detuvo directamente en mi paquete.
               -Joder, Sabrae-bufé, y ella se echó a reír, me cogió la mano y me arrastró en dirección a Eleanor y mi hermana, que estaba sentada en las escaleras de la Iglesia de Vicente y Anastasio di Trevi, con las manos en la cabeza, masajeándose las sienes con unos dedos de nudillos blancos.
               -No quiero teneros delante-la escuché escupir cuando Sabrae y yo las alcanzamos-. En serio-levantó los ojos, que tenía húmedos-. Me lo estáis haciendo pasar fatal. Me voy a ir sola de compras-le lanzó una mirada gélida a Eleanor-. Me da exactamente igual si me secuestra alguna mafia. Seguro que ellas me tratan mejor que vosotros.
               -No seas melodramática, Mary Elizabeth-protesté, poniendo los ojos en blanco-. Si no te pusieras así, no sería tan divertido hacer lo que hacemos.
               -Sois unos… gilipollas-dudó mi hermana, poniéndose roja como un tomate en el proceso. Supe que ya no estaba tan enfadada por las dudas que la habían asaltado para insultarnos: eso significaba que estaba volviendo en sí-. Me estáis amargando el viaje. Esto no tiene gracia para mí.
               Joder, la verdad es que tenía razón. Puede que nos hubiéramos pasado con ella; por mucho que el que más ilusión tenía de visitar Italia fuera yo, Mimi también había querido venir conmigo. Siempre lo habíamos hablado. Había sido nuestro plan, y yo se lo estaba estropeando. No quería pensar que se lo hubiera chafado por traer a Sabrae, pero entendería que ella se sintiera así. Y, aunque Sabrae no tuviera nada que ver, lo cierto es que ser el blanco de tantas burlas ya no tenía gracia.
               Me acuclillé frente a ella, esquivando a duras penas a los turistas que entraban y salían de la iglesia, haciéndonos un caso mínimo tanto a nosotros como a los mendigos de las escaleras, y le cogí las manos.
               -Oye, Mím, lo siento, ¿vale? Tienes razón: soy un completo gilipollas. Pero ya me conoces-le sonreí, encogiéndome de hombros-. Te pones muy fea cuando te enfadas, y me gusta que haya momentos en el día en el que el guapo de los dos soy yo, así que… ¿me perdonas?-pregunté, dándole un besito en las manos. Ella me miró con desconfianza.
               -¿Esto es algún truco?
               -No es ningún truco, te lo prometo.
               -Estoy muy disgustada. Hay como un millón de personas en este monumento. Y todos os han grabado…
               -Nadie nos ha grabado, Mím.
               -Sabrae sí-Mimi fulminó con la mirada a Sabrae, que cambió el peso de su cuerpo de un lado a otro, abrazándose a sí misma.
               -Bueno, pero Sabrae no sube todo lo que graba. ¿Te preocupa que lo suba?
               -Sí.
               -No lo va a subir, ¿a que no, Saab?
               -No, claro que no-Sabrae sacudió la cabeza, sus trenzas bailando de un lado a otro. Eleanor la miró, miró su móvil, y torció la boca ligeramente. Puede que sí lo hubiera subido a las redes sociales, pero sólo había colgado de manera pública la primera pedida y la del Coliseo; el resto habían sido para audiencias más restringidas que no se descargarían lo que fuera que colgaba.
               -Es humillante.
               -No lo hacíamos con esa intención, Mím, de verdad-aseguró Eleanor-. Sólo queríamos picarte un poco.
               -¿Y no os bastaba con un par de veces? ¿Tenéis que hacerlo en cada puñetero sitio al que vamos?
               -Modera ese tono, señorita-advertí, fingiéndome enfadado-. Ayer nos ahorramos una hora y media de cola en el Vaticano porque yo le pedí matrimonio a Eleanor. Hay veces en los que a los hombres no nos queda más remedio que hacer la pregunta-agité los dedos en el aire como si esas dos palabras fueran alguna especie de hechizo o animal mitológico, y Mimi me miró y soltó una risita desganada-. Y las principales beneficiadas sois vosotras. ¿Es o no, Sabrae?-me giré para mirar a mi chica, que puso los ojos en blanco.
               -¿Cuál es el beneficio de casarse para una mujer, exactamente? ¿El hecho de que tengamos que perder el apellido con el que nacimos por el de nuestro marido? ¿Los chistes que hacéis vosotros sobre “la parienta”?
               -Lo dices como si para ti casarte fuera una pesadilla, cuando seguro que estás deseando que te lo pida para tener la excusa de que haya un día en tu vida en el que todo el mundo tiene que hacer lo que tú quieras sin discutirte lo más mínimo.
               -Todo el mundo ya hace lo que yo quiero sin discutirme lo más mínimo-respondió, apartándose una trenza del hombro y poniendo los brazos en jarras. Eleanor negó con la cabeza, sonriendo, y Mimi las miró desde sus ojos llorosos. Su sonrisa se afianzó un poco, pero aún nos quedaba un largo camino por delante.
               -A ver qué te parece esto-dije, acariciándole los nudillos a mi hermana, que volvió a fijar la vista en mí-. Vamos a una heladería, la que tú quieras. Ésa de la Piazza Navona en la que tienen más de cincuenta sabores distintos de helado. Te compro el cubo más grande que podamos encontrar de helado de limón, nos sentamos en algún banco, nos lo comemos al sol, y se nos pasa el disgusto. ¿Mm?-le puse ojitos a mi hermana, que sólo pudo suspirar. Finalmente, asintió con la cabeza.
               -Pero, ¿eso no os desvía de vuestra ruta original?-preguntó. Sabrae y yo íbamos a volver a la zona del Coliseo para meternos en los foros y todas las ruinas que no habíamos podido ver con los guías turísticos por falta de tiempo, mientras que mi hermana y Eleanor tenían pensado comportarse como adolescentes pijas de clase alta que sólo se subían a los aviones para gastar cantidades indecentes de dinero en ropa que no necesitaban. Allá cada cual. En ese sentido, creo que los dos Whitelaw nos alegrábamos de habernos traído acompañantes, ya que a mí no me haría gracia perderme el Coliseo por ir sujetándole las bolsas a Mimi, ni a Mimi le haría especial ilusión que yo le bufara cada vez que se detuviera frente a un escaparate en la Via del Corso. A un par de calles de la Fontana, nos separaríamos. O eso se suponía.
               Sin embargo, Sabrae ya había desdoblado su temido plano de la ciudad, en el que todos habíamos señalado los lugares que queríamos visitar con bolis de colores. Yo me había pedido el rosa, que para algo era el más bonito y el que mejor se veía, y no dudaba de que eran precisamente los círculos rosa los que Saab estaba comprobando en el mapa.
               -De hecho-comentó-, a vosotras os supone más desvío. La Piazza Navona está bastante cerca del Castel de Sant’Angelo. Si Alec y yo invertimos la ruta, nos queda de paso.
               -Pero tú querías verlo de noche-le recordé, y ella se encogió de hombros.
               -No pasa nada. Tampoco es la última vez que vamos a venir a Roma, ¿no?
               -¿Ah, no?-respondí, retador. Sabrae me sonrió y yo le sonreí de vuelta.
               -Ugh. Prefiero que le pidas matrimonio a Eleanor a que te pongas a babear con Sabrae. En serio-se quejó Mimi, poniéndose en pie y limpiándose los pantalones-. Vale, vayamos a por un helado. Pero primero quiero cogerle algo a mamá. Voy a ver si tienen alguna figurita en la que puedas meter agua o algo así. Seguro que le encanta ponerla a modo de fuente para el invernadero.
               -Eh, tampoco te pases, ¿me oyes, Mary Elizabeth? Que vayamos a comprar otra maleta no significa que tengamos que llenarla con toda la mierda que nos encontremos en los puestos de venta ambulante de Roma.
               -Le diré a mamá que no querías traerle ningún regalo-mi hermana me sacó la lengua mientras cogía a Eleanor de la mano y se escabullía entre la multitud. Suspiré, pasándome una mano por el pelo. Sabrae me dio un par de golpecitos en la cabeza con el plano enrollado, aprovechando que aún estaba agachado. Me la quedé mirando.
               -¿Crees que seremos capaces de meter todos los regalos en la maleta más grande que encuentren?
               -Les he dicho que compren dos. Sólo por si acaso.
               -¡Sabrae!
               -¿Qué? ¡Ni que yo fuera la que más compromisos sociales tiene! Todavía le tienes que comprar la sudadera del Hard Rock a Jordan, y ya tenemos las maletas completamente abarrotadas. No podemos ir apañándonos con bolsas por media Europa. Más vale prevenir que curar. Además…-extendió la mano para ofrecérmela, y tiró de mí para incorporarme, lo cual le hizo exhalar un gemido-, yo también quiero mirar figuritas.
               Puse los ojos en blanco, negando con la cabeza.
               -No me lo puedo puto creer. Hala, tira a mirar figuritas con ellas. Espero que seas más rápida que eligiendo máscaras venecianas.
               -¿¡Cuánto tiempo más me lo vas a echar en cara!? ¡Había muchísimo donde escoger en esa tiendecita!
               -¡ME TUVISTE ESPERÁNDOTE EN LA PUERTA CASI UNA HORA Y MEDIA, SABRAE!-bramé.
               -Apenas fue una hora y cuarto-gruñó por lo bajo, cogiendo una bola de nieve con la fontana en el centro y dándole la vuelta, tal y como preveían los vendedores que hiciera. A base de dejar a los turistas ver los precios tan altos que les ponían en las etiquetas y luego ofrecerles  uno que era la mitad, pero que aun así era el doble del valor real del recuerdo que querían llevarse, era como hacían el negocio. Lo sabía porque exactamente así funcionaban también en Grecia. Y con visitantes del norte de Europa abarrotando las calles, que veían regatear como algo ordinario, se hacían de oro.
               -No mires el precio, bella-le dijeron entonces los vendedores a Sabrae en un inglés balbuceante y cantarín-. Diez euros para ti. Diez euros. Muy, muy barato para una bella bambina como tú.
               -Es un poco caro, ¿no crees? Es bastante pequeñín-me dijo Sabrae.
               -¡Caro no! ¡Caro no!-el vendedor sacudió la mano-. ¡Ocho euros para ti, bella!
               -Cinco-escupió Mimi con todo el descaro de quien sabía cómo manejar a los vendedores. La primera vez que lo había hecho, Eleanor y Sabrae se quedaron a cuadros. No era propio de alguien tímido regatear, pero tampoco lo era de una chica griega aceptar el primer precio que le decían.
               El vendedor la miró, alucinada.
               -Ma che cosa! Cinco es poco. ¡Ocho euros!
               -¡Cinco!-insistió Mimi.
               -Siete, porque sois chicas muy guapas. Siete y os doy una chapa de la nostra vergine, para buena suerte.
               -Cinco y la chapita o nos vamos-sentenció Mimi, agarrando a Sabrae de la mano. Sabrae la miró, me miró a mí, miró la bolita y miró de nuevo a Mimi.
               -¡Cinco es poco! No puedo, non posso!
               -Pues ciao-zanjó Mimi, agarrando la bolita de las manos de Sabrae y dejándola en el puesto antes de coger a Sabrae de la mano con firmeza y empezar a tirar de ella. El vendedor las persiguió.
               -¡Vale, vale, bella inglesa! ¡Cinco euros! Te la envuelvo, ¿sí?
               Sabrae asintió con la cabeza.
               -¿Y cuánto la fuente grande?-preguntó Mimi, señalando un pedazo de armatroste que no sabía cómo íbamos a meter en una maleta… o, siquiera, cómo llevar al hotel.
               -Mary Elizabeth, ¿qué coño pretendes hacer con eso?
               -Para mamá. Es muy bonita. ¿Cuánto?
               -Doscientos cincuenta.
               Mimi se puso roja de rabia.
               -¡¿Doscientos cincuenta?!
               -¡Incluye el envío! Spedizioni internazionale!
               -¡Es un robo a mano armada!-empezó a chillarle Mimi en griego, algo que habíamos descubierto que era muy eficaz. No nos respetaban por escucharnos hablar en inglés, pero cuando se daban cuenta de que hablábamos el idioma de la cultura del que la suya lo había robado todo, la cosa cambiaba-. ¡Doscientos cincuenta euros! ¡Ni siquiera está hecha de yeso! ¡Se nota que es plástico! ¡Cien euros sería ya un robo! ¿Me ves cara de tonta?
               -¿Qué coño está pasando, Alec?-me preguntó Sabrae cuando el vendedor le contestó a Mimi en un griego algo mejor que el inglés, y los dos se pusieron a gesticular y chillar como locos.
               -Mimi está consiguiendo que le rebajen a la mitad la fuente.
               -¿A la mitad? Menuda locura-respondió Eleanor.
               -Seguro que la consigue por setenta y cinco. Mimi es muy buena regateando.
               Pero al final, no la consiguió. Primero, porque puede que el vendedor se sintiera un pelín insultado por la calidad que Mimi pensaba que tenía su producto. Y porque yo me metí para decirle a mi hermana, también en griego, que ni íbamos a pagar cien euros por una puta fuente que no sabíamos ni si funcionaba, ni teníamos dónde llevarla.
               -¡Tenemos envío internacional!-me insistió el vendedor.
               -Gracias, gracias, pero no nos interesa.
               -¡Ciento veinticinco es lo más que puedo bajar! ¡Incluyendo envío! ¡Hazla entrar en razón!-protestó, señalando a Mimi. Negué con la cabeza.
               -¡Que no podemos pagar más, hombre! Seguro que hay alguien que haya venido con un tráiler en el que llevarse eso, peor nosotros no. Dale el dinero, Saab-ordené, y Sabrae le tendió obedientemente un billete de cinco que le cogió de mala manera-. Eh, relájate, tío.
               -Porca puttana, inglese di merda-gruñó-, venti minuti toccando le uova per niente.
               Eleanor ya estaba preparada para insultarlo en español, ya que había entendido más o menos lo que había dicho aquel gilipollas, pero yo me adelanté.
               -Merda inglesi sarrano i tuoi genitori, stronzo. Non avevo visto un truffatore più grande nella mia forttuta vita.
               El vendedor se quedó de piedra, mirándome con la boca abierta. Sonreí, recogiendo la bola que había comprado Sabrae.
               -Así es, gilipollas. Parlo italiano. Así que la próxima vez que te vayas a poner a insultar a la gente, asegúrate de que no te entienden, porque te podrían romper la cara. Ingleses de mierda… no me jodas. Tengo todos los putos discos de Maneskin. Tú a mí no me vas a tongar por ser inglés, payaso.
               -Me has puesto zorrísima-dijo Sabrae mientras nos alejábamos de la Fontana en dirección a la Piazza Navona-. ¿Qué le has dicho?
               -Que ingleses de mierda lo serán sus padres. Y que no había visto a un estafador tan grande en toda mi puta vida.
               -Pensé que os pegabais, Al-se rió Eleanor, y Mimi se apartó el pelo de la cara.
               -Deberíamos haberlo hecho. Eso no valía ni cincuenta euros.
               -Pues bien empeñada que estabas tú en llevártelo por cien.
               La Piazza estaba a diez minutos caminando desde la Fontana, así que en un abrir y cerrar de ojos estábamos de vuelta en otro lugar abierto y abarrotado de gente, con colas por todos lados para coger un helado en uno de los días más calurosos del tiempo que llevábamos en Italia. Mientras esperábamos en la cola, Eleanor y Mimi se echaron protector solar mutuamente, y luego, helado en mano, nos sentamos en los bordes de la fuente de la plaza, picoteando de los de los demás en cucharas individuales (salvo Sabrae y yo, claro, que compartíamos la cucharilla de plástico que nos habían dado con cada helado, el mío de Nutella, y el suyo de frambuesa y maracuyá).
               -¿Dónde vais a comer?-preguntó Eleanor, palmeándose la barriga y lanzando un suspiro mientras se recogía el pelo en un moño. Sabrae me miró, y yo me encogí de hombros.
               -Habíamos pensado coger un perrito en uno de los puestos de los pies del Coliseo y comérnoslo por allí, pero igual no llegamos al Coliseo a la hora de comer.
               -¿Os apetece que comamos juntos?-preguntó Mimi-. Creo que con tomarnos la tarde de compras nos basta. Me apetece volver a las afueras del Vaticano. Deberíamos cogerle algo a Mamushka-reflexionó.
               -Mamushka no es católica-le recordé, y Mimi sonrió, lamiendo el helado de la cuchara.
               -Lo sé. Será divertidísimo ver la cara que pone cuando le demos un rosario bendecido por el papa.
               Me eché a reír.
               -La que llora cuando es el centro de las bromas.
               Sabrae rediseñó la ruta a seguir: desde la Piazza Navona, iríamos de vuelta al Castel de Sant’Angelo, y de allí, dando un paseo hasta la Plaza de San Pedro.
               Nos acercamos a los puestos de la plaza para coger agua, ya que preveíamos que sería mucho más cara a medida que nos acercáramos al Vaticano, con tan buena suerte que Sabrae se encaprichó de un puesto de artesanía con bisutería y pulseras hechas de hilo que la vendedora le dijo en italiano que eran “para mantener bien atada a la gente a la que quisiera”. Me reí.
               -A mí ya me tiene bien atado.
               -¿Qué ha dicho?-preguntó Saab, que estaba observando unos colgantes de amatista.
               -Que con estas pulseras la gente a la que quieres no te va a dejar.
               Los ojos de Sabrae centellearon.
               -¿Nos compramos unas?
               -Eh, nena… son pulseras de la amistad.
               Saab parpadeó.
               -¿Y qué?
               -Pues que ¿soy tu novio?-le recordé, y ella parpadeó, como si le hubiera dicho algo que no tuviera nada que ver.
               -Ya, pero también eres mi mejor amigo-lo dijo como si tal cosa, con toda la naturalidad del mundo. Como si no fuera, literalmente, la primera vez que me lo decía.
               Me puse rojo en el acto. Rojo nivel Mary cuando Eleanor y yo hacíamos nuestras falsas pedidas, pero por motivos muy diferentes. Ni siquiera me había parado a pensar en lo que nuestra relación suponía para Sabrae en ese sentido; tampoco había pensado en lo que suponía para mí. Confiaba en ella más que en mí mismo, la quería más que a mí mismo, ella era siempre la primera persona a la que quería contarle las cosas.
               Me di cuenta entonces de que llevaba meses haciendo lo mismo que Sabrae había hecho conmigo durante un período de tiempo similar: negarle el nombramiento oficial de un puesto que le pertenecía por derecho. Era mi mejor amiga. No sólo mi compañera, mi novia, y el amor de mi vida; también era mi mejor amiga.
               -Aunque, tranquilo-me dio unas palmaditas en el pecho-. No pretendo, ni mucho menos, que ahora le quites el puesto a Bey para dármelo a mí… claro que ella no se traga tu semen-soltó como si nada, apartándose una vez más la trenza del hombro, sonriendo y señalándole a la vendedora una pulsera hecha de hilo de mi naranja preferido.
               No pude evitar recordar a Sabrae metida en el agua, el pelo mojado y pegado a su cabeza, toda ella chorreando, con mi polla en la boca y luego deslizándosela entre las tetas. Masturbándome con ellas. Dios. ¿Quitarle el puesto a Bey? Le había quitado el puesto a absolutamente todo. Ni siquiera el porno podía competir ya con ella. Mis recuerdos eran mil veces más excitantes que todo el contenido que había en Pornhub.
               Miré casi sin procesar lo que estaba sucediendo cómo la vendedora le entregaba la pulsera a Sabrae, y luego mi chica se giraba para pedirme que se la pusiera.
               -Bueno, venga, qué coño-solté, cogiendo una pulsera idéntica a la de Sabrae, sólo que en lila, la primera que había mirado. Sabrae empezó a dar saltitos de alegría, y después de anudármela en la muñeca derecha (ella se la había puesto en la izquierda), exhaló un gritito, se colgó de mi cuello y empezó a darme piquitos, riéndose.
               Me la llevé lejos del puesto para poder morrearme tranquilo con ella, con tan buena suerte que noté tres pares de ojos fijos en nosotros. Abrí los ojos y, con la boca de Sabrae todavía en la mía, miré en la dirección de la que sentía la hostilidad.
               Tres mujeres algo mayores que mi madre nos estaban fulminando con la mirada, reprobatorias. Me sonaban las caras de las tres, y no fue hasta que Sabrae se separó de mí para respirar, notando que algo no iba bien, que conseguí situarlas: estaban en la Fontana. Justo detrás de Eleanor cuando le pedí matrimonio de coña.
               Creían que le estaba poniendo los cuernos el mismo día en que me había comprometido con ella.
               -¿Qué ocurre?-preguntó Sabrae, haciendo amago de girarse, pero yo no la dejé. La tomé de la mandíbula y la hice mirarme.
               -Nada. Que Scott no es el único que puede ponerse en modo macho alfa posesivo en esta ciudad-contesté, atrayéndola hacia mí de modo que sus costillas presionaron las mías, todavía resentidas por el accidente, y Sabrae dejó escapar un gemido ahogado, sintiendo la dureza de las aristas en mi cuerpo contra la blandura de sus curvas. Cuando mi lengua invadió su boca, húmeda y sedienta como si llevara siglos sin probarla, me di cuenta de que no tenía otra forma de besarla, o al menos no en Roma. No con toda la historia de la humanidad observándonos, no con todo el sentido de su sobrenombre, la Ciudad del Amor, extendiéndose bajo nuestros pies.
               Yo sabía a quién quería. Que hubiera engañado a la ciudad arrodillándome frente a otra no cambiaba la diosa que dominaba mi vida.
 
 
Rodé en la cama jadeante, sudorosa, satisfecha, y por encima de todo, feliz. Había sido un día increíble, con la salvedad de lo que le habíamos hecho a Mimi. Por lo demás, había estado sencillamente genial. Dejarme llevar durante los viajes no era algo a lo que estuviera acostumbrada, pero cambiar los planes en el último momento sólo había hecho que disfrutara más. Al día siguiente me dejaría llevar, igual que en Grecia, ya que sólo así podían salir tan bien las cosas. Después de tomar el helado en la Piazza Navona, habíamos atravesado las pequeñas calles empedradas de Roma en busca de la orilla del Tíber. Llegamos al puente del mismo nombre, de tránsito exclusivamente peatonal, cuya estructura de hierro estaba salpicada aquí y allá por candados de parejas que no habían acudido al puente por antonomasia para sellar su amor, el Ponte Milvio. Mientras Mimi y Eleanor se hacían fotos con el castillo de fondo, yo me había acercado a uno de los pasamanos del puente y había jugueteado con los candados.
               Había renunciado a la esperanza de poner uno con Alec, a pesar de que me apetecía muchísimo, por la sencilla razón de que el Ponte Milvio estaba lejísimos de nuestro hotel y de la zona por la que nos moveríamos. No quería hacer perder a Alec tiempo para ver la que ya era una de sus ciudades favoritas en el mundo, si no la que más. Me había consolado a mí misma con el mantra que había repetido en la Fontana di Trevi: aquel no sería nuestro único viaje a Roma, así que ya tendríamos tiempo de poner nuestros candados más adelante.
               Así que ver aquellos pequeños regalos, caídos del cielo como una lluvia sanadora en medio de una sequía, despertó una nueva ilusión en mí.
               -Al-dije, sin mirarlo. Sabía que estaba a mi lado; de algún modo, lo sentía. Era como si su presencia irradiara calidez y electricidad a partes iguales, de manera que notaba el aire cargado de expectación a su alrededor-. ¿Quieres que pongamos un…?-empecé, y por fin, lo miré. No tuve que terminar la frase; no hizo falta. Se había acercado a unos vendedores ambulantes mientras yo estudiaba el enrejado de los arcos del puente y ya había cogido uno, en el que había escrito nuestras iniciales con rotulador permanente. Escogimos una zona que no tenía absolutamente ningún candado, creyéndonos únicos en nuestra especie, y lo cerramos. Le tendí la llave para que la lanzara al río-. ¿Quieres hacer los honores?
               -Juntos-replicó, y nos pusimos de espaldas al río, cogiéndonos de la mano y soltándonos cuando las levantamos por detrás de nuestros hombros, de forma que la llave salió disparada hacia el agua, perdiéndose en un chapoteo que ni vimos ni escuchamos. Alec no dejó de mirarme en todo el proceso, maravillándose con la sonrisa boba que se me había puesto en la cara cuando le confesé que siempre había querido hacer eso, que cada vez que lo veía en los libros lloraba, que cada vez que aparecía en las películas una escena similar, se me encogía el estómago de las ganas. Y ahora, lo había hecho con él.
               Me rodeó los hombros con los brazos, atrayéndome hacia él y dándome un beso en la cabeza, y nos quedamos así un ratito, conmigo llorando de la emoción en su pecho y él sonriéndome y dándome besos mientras esperaba a que me tranquilizara. Finalmente, pude reunir el saber estar suficiente para continuar con la sesión de turismo. Paseamos por los alrededores del Castillo, nos dirigimos hacia el Vaticano, y regresamos a la orilla del Tíber, atravesándolo una vez más y paseando por su orilla hasta que encontramos una pequeña pizzería donde nos sentamos con Mimi y Eleanor, viendo los barquitos abarrotados de turistas pasar de un lado a otro y saludándolos de vez en cuando.
               Hacía un día precioso. Cuando llegamos al Coliseo, ya solos, apenas había gente y no tuvimos que hacer nada de cola. Pudimos explorar todo lo que quisimos, tanto en el Coliseo como en los prados de los foros, e incluso tuvimos tiempo de tumbarnos en la hierba a contemplar las nubes jugar al escondite entre las ruinas de la ciudad.
               -¿Atenas también va a ser así?
               Alec giró la cabeza y me miró. El sol ya estaba haciendo de las suyas en su piel, arrancando el oro que tenía dormido en su interior y que sólo la combinación del verano y el Mediterráneo podían despertar.
               -Atenas va a ser mejor.
               Me mordí el labio, mirando las nubes, las enredaderas trepando por las columnas blancas con inscripciones que todavía no sabía leer. Había decidido que estudiaría latín en el instituto; así ya tendría una excusa más para regresar a Roma.
               No se me ocurre nada mejor que esto.
               Era un día de verano, mi época favorita, en su máxima expresión: en la tranquilidad de las construcciones, en el ligero picor en la piel, en el olor a helado y frutas que impregnaba el aire. El cielo era inmenso e increíblemente azul, y el foro no hacía más que acariciar aquella inmensidad, nunca atrapándola como lo hacía Londres. Roma se postraba a los pies de las nubes, y las nubes jugueteaban con ella, tratándola como a una igual.
               Habíamos vuelto paseando tranquilamente al hotel para cambiarnos de ropa y salir por ahí de cena romántica. Le había dicho a Alec que me apetecía ver los monumentos de noche, pero estaba tan guapo que, cuando pedimos la cuenta y nos levantamos de la mesa en la terraza y me preguntó adónde queríamos ir, le contesté:
               -La verdad… es que me apetece volver a la habitación.
               No me preguntó si estaba cansada ni a qué se debía mi cambio de opinión, dado lo mucho que había insistido las demás veces en pasear de noche con él. Me sentía segura a su lado, y si nos perdíamos, como nos había pasado en Florencia, conseguía que no me agobiara encontrando enseguida el camino de vuelta a lo que exclusivamente esa noche llamaríamos casa.
               Los dos sabíamos que no había otra cosa que pudiéramos hacer para mejorar ese día, salvo una en particular: hacer el amor. Hacía demasiados días que no lo hacíamos y, aunque ninguno de los dos se había quejado, ahora lo echábamos de menos.
               Así que nos cogimos de la mano y nos fuimos de vuelta al hotel con una tranquilidad que me sorprendió sentir. Era como si tuviéramos todo el tiempo del mundo, y así nos quitamos también la ropa: yo, deteniéndome en cada uno de los botones de su camisa blanca; Alec, desabrochándome despacio los pitillos azules y bajándomelos tan despacio que pensé que me volvería loca. Yo, acariciándole los abdominales cuando le quité la camisa. Él, desanudándome el nudo del escote del top blanco con los hombros al descubierto y mangas ceñidas pero frescas que había llevado esa noche. Me tumbé en la cama y él se tumbó encima de mí, ya completamente desnudos, y nos miramos a los ojos mientras se hundía lentamente en mi interior.
               -Te amo-le dije, y Alec me besó en los labios, apoyó su frente en la mía y me respondió que él también me amaba a mí.
               Lo hicimos despacio, con la misma tranquilidad con que Roma había aguantado el paso de los siglos, humilde ante los cielos y orgullosa ante los hombres. No recordaba haber tenido un orgasmo tan dulce, ni siquiera cuando nos acostamos cuando nos vimos desnudos de verdad por primera vez.
               Alec se dejó caer a mi lado, me atrajo hacia sí y me besó la frente, disfrutando del calor de mi cuerpo, y cerró los ojos un momento, sereno después de todo lo que habíamos hecho. Creo que para él también fue uno de los mejores días de su vida, o al menos, hasta entonces. Todavía nos quedaba Grecia y todo lo que haríamos allí, pero por primera vez, en aquella cama de un hotel de Roma, no quería anhelar el futuro. Me bastaba con mi presente.
               Parecía mentira que hacía apenas dos semanas que había ido a buscarlo y lo había sacado prácticamente a bolsazos del bar en el que llevaba de fiesta cuatro días. Ni siquiera parecía el mismo chico que se había negado a entrar en su casa hasta que no llamamos a la mía y se aseguró de que Scott estaba ya dentro de casa para poder celebrar que había ganado la apuesta.
               -¡LO SABÍA!-había bramado-. ¡LO SABÍA! ¡Sabía que iba a ganar!
               -¡Que te den por culo, maldito hijo de puta!-le había gritado Scott desde el otro lado del teléfono-. ¡Esto no vale, quiero mi revancha!
               -¡Da gracias si te dejo ver la luz del sol en lo que te queda de vida!-lo había amenazado Annie, y yo había sentido ganas de estrangular tanto a mi hermano como a mi novio.
               Pero allí estábamos, el uno tumbado junto al otro, agotando los pocos minutos que nos quedaban de ese día, incapaces de concebir una vida en la que no estuviéramos juntos, igual que me había pasado cuando me pidió que subiera a tumbarme en la habitación con él y le acariciara el pelo mientras dormía la mona.
               Al se separó de mí y se dio la vuelta para darme un beso en el hombro.
               -Voy a darme una duchita rápida. ¿Te vienes?
               -Dame un segundito. Quiero regodearme en las endorfinas post sexo internacional-ronroneé, estirándome cuan larga era y exhalando un gemido de satisfacción. Me sentía agarrotada, pero curiosamente fresca como una lechuga. Era una sensación extraña, pero en absoluto desagradable-. Ya casi se me había olvidado lo que se sentía.
               Alec soltó una sensual risita despreocupada, la típica risita de chico guapo que sabe que tiene a todas las chicas a sus pies, pero al que no se le ha subido su éxito a la cabeza.
               -Qué exagerada eres. Repetimos cuando quieras, guapa-me dio un beso en los labios y se incorporó, gloriosamente desnudo. Rodeó la cama, se detuvo frente a su maleta, buscó unos calzoncillos limpios en el interior y se encaminó hacia el baño. No cerró la puerta, cosa que le agradecí. Yo tampoco la cerraba cuando me duchaba, cosa que él me agradecía a mí. Alguien había tenido la genial idea de colocar un espejo precisamente en el punto que permitiera ver el interior del baño desde la cama, y viceversa, así que nos lo habíamos pasado bien dándole el espectáculo al otro cada vez que nos duchábamos.
               Rodé en la cama para coger mi bolso del suelo, y saqué el móvil. Mamá me había pedido que le enviara un mensaje de buenas noches para saber que estábamos bien, y yo había hecho de esos mensajes una oportunidad para enviarle las mejores fotos que habíamos hecho ese día. Luego, me acostaba, y por la mañana tenía sus mensajes comentando las fotos, así que la echaba un pelín menos de menos.
               No obstante, en lugar de encontrarme con mi fondo de pantalla, lo único que vi fue la pantalla negra y el icono de la batería descargada. Chasqueé la lengua.
               -Al, ¿puedo coger tu móvil para...?
               -Sí-contestó él, colgando una toalla de la percha junto a la ducha.
               -¡Si no te he dicho para qué lo quiero!
               -Me da igual.
               -Es para hablar con mis padres-expliqué, alcanzando el suyo en la mesilla de noche, junto al envoltorio del condón que habíamos utilizado-. El mío está sin batería.
               -¿Tienes el cargador?
               -Acabo de ponerlo a cargar.
               -Vale. Si no, el mío está en la maleta. Todo tuyo, nena.
               Mientras hacía pis, yo le di la intimidad que necesitaba concentrándome en mandarles las fotos a mis padres.
               -Deberías venir al baño, no vayas a coger una infección.
               -Enseguida.
               Miré cómo asentía con la cabeza, cómo se inclinaba a mirar su reflejo en el lavabo, y cómo una sonrisa sincera y contenta se extendía por su boca. No pude evitarlo: le hice una foto y me la envié a mí misma por nuestra conversación. Luego, pasé a elegir las fotos que le mandaría a mamá.
               Estaban terminando de enviarse las últimas cuando saltó una notificación de una videollamada entrante. Me quedé mirando la foto de la chica que mandaba la solicitud, cuyo nombre no estaba escrito en mi lengua.  Περσεφόνη.
               No sabía ni una palabra de griego y lo poquísimo del alfabeto ruso que Alec había conseguido enseñarme no me ayudaba a discernir el nombre, pero sabía quién era aquella chica. La había visto yo sola mientras miraba compulsivamente las fotos de Alec en su Instagram antes de que nuestra relación empezara. Y luego, él mismo me había enseñado la cara de Perséfone.
               Me levanté de la cama y me acerqué al baño. Que yo supiera, Alec llevaba un montón sin hablar por teléfono con Perséfone. Se mandaban mensajes bastante a menudo, pero sólo se llamaban cuando había algo que contar. Por ejemplo, Alec la había llamado para contarle lo del accidente, después de que ella friera su buzón de voz con mensajes suplicándole que la llamara en cuanto pudiera para comprobar si estaba bien. Mimi se había ocupado de mantenerla al día, pero sólo se quedó tranquila hasta que mi chico le había asegurado que “todo iba bien”. Porque… bueno, ya sabes cómo es él. Es capaz de plantarse en un sitio con la cabeza debajo del brazo, y aun así tratar de tranquilizarte diciendo que no pasa nada, que no duele tanto como parece.
               -Ey, hola-sonrió Alec, apartándose el pelo mojado de la cara y abriendo más la mampara de la ducha para invitarme a que entrara con él. Le enseñé el móvil y frunció el ceño.
               -Te llama Perséfone-informé, y él se relamió los labios.
               -Cuelga y métete en su conversación.
               Toqué el icono de cancelar videollamada, pero ella volvió a insistir. No me dio tiempo a buscar su nombre entre la lista de contactos de Alec (no quería meterme en su historial de chats para respetar un poco más su privacidad, aunque sabía que Alec me dejaría mirar sus mensajes si yo se lo pedía –cosa que jamás sucedería, por cierto-), ya que la notificación de videollamada volvió a aparecer en el móvil. Alec bufó, cogió el teléfono y colgó de nuevo. Tecleó a toda velocidad y deslizó el dedo por la pantalla para enviar un audio, ignorando los mensajes que tenía pendientes.
               -¿Qué pasa, zorra?-preguntó-. Sé que te mueres de lo mucho que me echas de menos, pero ahora mismo no puedo hablar. Estoy en la ducha con Sabrae. Dame media hora y ya estaré listo para aguantar tus dramas.
               Envió el audio y dejó el teléfono en el lavabo, dado la vuelta. No volvió a sonar ninguna notificación. Alec me hizo un gesto con la cabeza para que me metiera en la ducha.
               -¿Sabe quién soy?-pregunté, aceptando la mano que me tendía para ayudarme a entrar sin resbalarme, y Alec frunció el ceño.
               -Claro, bombón. ¡¿Lo saben mis compañeros de trabajo, no lo va a saber la tía con la que perdí la virginidad?! Está enteradísima de las calabazas que me diste. Y debo decir que te admira. A ella siempre le ha costado bastante decirme que no a nada-sonrió, cogiendo el teléfono de la ducha y pasándome un chorro por encima-. ¿Qué tal de temperatura?
               -Perfecta. No tenías por qué hablar en inglés con ella, por cierto. Es una conversación privada.
               -Quiero que sepas lo que le he dicho. Además, le vendrá bien practicar inglés. Ahora que no me va a tener todo el verano para darle repasitos, más le vale ponerse las pilas.
               -¿Sabe que te vas de voluntariado?
               -El año pasado le dije que probablemente me marchara, pero no concreté nada. Y no se lo he dicho aún. Prefiero hacerlo en persona. ¿Te lavo el pelo?
               -Mañana. Quiero tenerlo recién lavado para cuando lleguemos a Capri.
               -Guau, Capri-silbó Alec, asintiendo con la cabeza-. La isla misteriosa. ¿Existirá de verdad? La respuesta, después de la publicidad-me dio un beso en el hombro antes de enjabonármelo con la esponja, y yo me eché a reír.
                -Te va a encantar, ya verás-no había dejado que Alec buscara absolutamente nada sobre Capri. Igual que yo no había querido buscar nada acerca de Mykonos. Me parecía lo justo. Igual que Mykonos era su isla, Capri era la mía. Quería saber qué se sentía enseñándole por primera vez tu isla a la persona más importante de tu vida, y quería redescubrirla con él. Dibujar nuevos recuerdos superpuestos a los de mi infancia en los que Alec también estuviera presente.
               -¿Te imaginas que me has hypeado tanto con Capri que termino chafándome nada más llegar? Me espero montañas flotantes, sirenas en la playa y elfos voladores. ¿Tienen todo eso?
               -¡Como no te guste Capri, boicotearé Mykonos, que lo sepas!-me eché a reír, dándome la vuelta y cogiendo la esponja para lavarle la espalda-. Estoy un poco nerviosa, la verdad. Llevo sin ir prácticamente desde bebé. Me acuerdo de ella como si la hubiera visitado en un sueño, pero lo poco que recuerdo, lo adoro. Es muy especial para mí.
               -Sher se quedó embarazada de Shasha allí, ¿no es así?
               -Ajá. En cierto sentido, Capri me hizo una hermana mayor. Seguro que tú entiendes mejor que nadie por qué le tengo tanto cariño. Me gusta esa sensación-suspiré, abrazándome a su cintura y besándole la espalda-. Ser la hermana mayor.
               -Ser hermano mayor es una puta pasada-asintió Alec, pensativo. Nos quedamos así un rato, yo abrazada a él y él acariciándome los dedos, sumidos en nuestros pensamientos, los dos pensando en nuestras hermanas pequeñas y en lo mucho que nos habían cambiado la vida, bajo el tamborileo del agua corriendo.
               Finalmente, me separé de Alec, me envolví en una toalla y salí de la ducha.
               -Es tarde-dije-. Deberíamos dormir. ¿Vas a llamar ahora a Perséfone?
               Alec tamborileó con los dedos en su vientre, pensativo. Desbloqueó su teléfono y, al comprobar que no había escuchado su audio, empezó:
               -Nah. Creo que la llamaré mañana, cuando estemos en el bus muertos del…-abrió muchísimo los ojos y la boca, estupefacto-. ¡No me jodas! No me jodas. ¡Hostia puta! ¡No me jodas!
               -¿Qué pasa?
               Giró el móvil y me lo enseñó. Me costó un poco enfocar el videomensaje que me estaba enseñando, en el que salía una chica con el brazo levantado hacia arriba, el dedo extendido, como si estuviera pinchando el Big Ben.
               -¿¡Perséfone está en Londres!?
               Alec tocó el icono de la cámara de vídeo en su perfil y esperó. Y esperó, y esperó. Como Perséfone no se lo cogía, decidió llamarla directamente por teléfono. Salí del baño para dejarle intimidad, me puse unas bragas limpias y una de sus camisetas de boxeo en la habitación, y me tumbé en la cama. Esperé con impaciencia a que Alec terminara de hablar. Salió del baño, se paseó por la habitación, mordisqueándose el pulgar, asintiendo con la cabeza y balbuceando palabras que, lógicamente, no entendí. Arrugó la nariz, frunció los labios, asintió con la cabeza, se encogió de hombros y se pasó una mano por el pelo.
               Se quedó parado a los pies de la cama y me miró. Se relamió los labios, y entre el ejército de palabras que desfilaron atropelladamente por su boca, logré identificar mi nombre. Alec asintió con la cabeza, con los ojos fijos en mí. Se encogió de hombros, pasándose de nuevo la mano por el cuello, y tras unos minutos más de conversación, se despidió. Dejó caer su móvil a los pies de la cama y se mordisqueó el labio.
               -Tengo una buena y una mala noticia. ¿Cuál quieres primero?
               -La mala. Siempre la mala.
               -Perséfone no va a estar en Mykonos cuando nosotros vayamos.
               Torcí la boca. Era una pena. Tenía muchísimas ganas de conocerla: me daba mucha curiosidad saber cómo era Alec en Grecia, ¿y quién mejor que ella para contármelo?
               -¿Y la buena?
               -La buena-contestó Alec, agarrando las sábanas sobre las que yo estaba sentada-, es que me vas a tener para ti sola en Mykonos.
               Dicho lo cual, pegó un fuerte tirón de las sábanas con el que me arrastró hasta él. Un segundo estaba pegada al cabecero de la cama, y al siguiente, lo tenía entre mis piernas, su pecho contra el mío, su aliento ardiendo contra mi piel.
               -¿Quieres que te dé un adelanto de lo que te espera, nena?
               Arqueé las cejas. Con la rapidez de una gata y gracias a tanto tiempo haciendo kick, le rodeé la cintura con las piernas y tiré de él para lanzarlo sobre la cama y sentarme a horcajadas encima de él.
               -¿Y si te lo doy yo a ti, nene?
 
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2 comentarios:

  1. He estado todo el capítulo con una sonrisa tonta? EVIDENTEMENTE ay de verdad como me ha gustado.
    Comento por partes:
    - Me ha hecho muchísima ilusión que este capítulo fuera ya el viaje jejejeje
    - QUE RISA las pedidas de mano de Alec y Eleanor BUENISIMO BUENISIMO (aunque también te digo que yo sería literalmente mimi cagandome en todo cada vez que lo hicieran).
    - Cuando Alec le ha dicho a Sabrae que cuando se lo pida a ella va a ser de verdad he muerto de amor.
    - EL SALTO QUE HE PEGADO CUANDO SCOTT HA IDO A VER A ELEANOR, QUE ILUSIÓN ME HA HECHO DE VERDAD
    - Ay Shasha echando de menos a Sabrae :’’))
    - Chanclas con calcetines no, DILO SABRAE
    - QUIERO SABER QUE HAY EN LA MALETA DE ALEC
    - Alec y Mimi son los mejores hermanos sorry not sorry
    . Mira me descojono con que hayan comprado maletas para los regalos
    - Alec teniendo los discos de Maneskin >>>>>>>>>
    - El momento “eres mi mejor amigo” y Alec dándose cuenta de que Sabrae es su mejor amiga ME HA ENCANTADO QUE BONITO.
    - “Yo sabía a quién quería. Que hubiera engañado a la ciudad arrodillándome frente a otra no cambiaba la diosa que dominaba mi vida” EEEEEE CHILLO ME DA ALGO QUE FANTASIA DE FRASE
    - Que Alec ha ganado la apuesta de la graduación VAMOSSS (no me esperaba menos de él)
    - He de decir que me hace ilusión que vayan a estar solos en Mykonos la verdad.
    Me ha encantado el cap, me ha puesto contentísima y estoy deseando seguir leyendo sus vacaciones <3

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  2. BUENO, CHILLANDO CON SCOTT COGIENDO UN PUTO AVIÓN PARA ECHAR UN POLVO CON SU NOVIA Y VOLVERSE XD. O SEA ESO SOLO LO HACEN LOS GRANDES ME DARÁ ALGO.

    Me da toda la ternura el momento pedida de matrimonio y quiero llorar pensando en lo que vamos a tardar en verlos casándose.
    Pd: he de confesar que me cunde que estén totalmente solos en grecia. Estoy deseadno leer ese cap.
    Pd2: me he imaginado a Alec hablando en italiano y se me ha hecho el chichi pepsicola

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