jueves, 23 de septiembre de 2021

Para mayores de dieciocho.

 
¡Toca para ir a la lista de caps!

Sí, ya era un hombre. Y qué hombre. Yo no fantaseaba con cualquiera, no me abstraía con cualquiera, procuraba mantenerme presente en todos los sitios en los que estaba, prestar atención a la conversación. Pero con Alec me era totalmente imposible en condiciones normales, así que con su traje gris oscuro, su camisa desabrochada, su pelo alborotado y su sonrisa canalla, lo único que podía hacer era preguntarme cuánto tardaría en caer en sus redes, y no si lo haría, porque era evidente que así sería.
               -Además… para mí no es ninguna fiesta si falta mi chica.
               En condiciones normales me habría asaltado una mordedura de culpabilidad en lo más profundo de mi ser: me habría recriminado el haber hecho que Alec se alejara de la fiesta, haberlo obligado a ir a buscarme, hacer que se perdiera parte de la diversión. Sin embargo, no fue así entonces, ya que no estábamos en condiciones normales: por la sonrisa que me dedicó, traviesa, juguetona, supe que Alec llevaba esperando a que le diera una excusa para estar solos mucho, mucho tiempo.
               Más o menos, desde que había visto mi atuendo; ése que me había puesto para justificar mi presencia en la fiesta, y que había tenido como efecto secundario totalmente deseable el encender a mi chico como un cohete en el año nuevo chino.
               No obstante, que yo supiera que Alec quería esto no implicaba que fuera a dejárselo entrever. Me apetecía jugar con él. Me apetecía calentarlo como lo había hecho conmigo a lo largo de la noche, incapaz de mantener las manos alejadas de mi cuerpo o de no darles un espectáculo al resto de los que nos acompañaban.
               -No quería que te perdieras la celebración.
               Sonrió, se acercó a mí y se inclinó para susurrarme al oído:
               -Nena, la única manera de celebrar las cosas a la que no quiero renunciar es follando contigo.
               Lo miré desde abajo, comprobando que se alzaba igual que un dios griego ante unos mortales temerosos de su ira y completamente engatusados por sus encantos. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo, y éste nada tenía que ver con la temperatura del agua.
               Adoraba cómo decía la palabra “follar”. La manera en que se mordía los labios al pronunciar la F inicial me recordaba muchísimo a cómo se mordía el labio cuando estaba a punto de correrse en mi boca cuando le practicaba sexo oral. No echaba la cabeza hacia atrás, los músculos de su cuello no se tensaban, no me agarraba del pelo ni dirigía mi cabeza justo en el ángulo que necesitaba para llegar al orgasmo en mi lengua, pero el efecto que tenía era similar en mí. Me hacía sentirme una triunfadora, alzarme por encima de las demás.
               -Ojalá lo celebres mucho esta noche de tu modo preferido, entonces-repliqué, y Alec se echó a reír, asintió con la cabeza y me dio un casto beso en la mía. Nadie que nos viera en ese instante sería capaz de averiguar de qué habíamos estado hablando un momento antes.
               -Te he echado de menos-me dijo, con su vocecita de niño bueno y desamparado que no ha roto un plato en su vida. Me deshice de amor al instante-. Y te he traído una copa. Me he fijado en que no tenías nada de beber cuando te fuiste-me entregó la copa de cóctel, parecida a una rosa pero de talle un poco más estrecho antes de su abertura exagerada en unos volantes de cristal, y me guiñó el ojo-. Un San Francisco con mucha granadina para mi chica favorita en el mundo.
               -Y sin alcohol-observé, dando un sorbo y sintiendo cómo el sabor ligeramente ácido de la granadina bailaba sobre mis papilas gustativas, dominando sobre todo lo demás. Se me pasó por la cabeza que a Alec también le gustaba el sabor del San Francisco, aunque no solía pedirlo porque él “salía de fiesta para emborracharse, y si quería zumitos pijos se los podía preparar en casa” (o se los podía preparar yo, aunque sospechaba que lo que le interesaba realmente de mis habilidades como barman era mi manera de mover el culo al remover o batir los cócteles), así que había posibilidades de cumplir una de mis fantasías y hacer que Alec bebiera de mi cuerpo mientras me practicaba sexo oral. Me pregunté si le gustaría la mezcla de San Francisco y yo, y cómo lo llamaríamos.
               ¿Santa Sabrae, tal vez?
               -Quiero que te acuerdes de todo lo que pienso hacerte como celebración-me confesó, pasándose una mano por el pelo. Algo refulgió bajo su camisa oscura con el movimiento de sus manos, y comprobé que la cadena plateada con el colgante que le había regalado en Barcelona y mi anillo seguía rodeando su cuello como en los días normales… igual que el colgante con su inicial brillaba sobre mis clavículas.
               Me lo imaginé en África cubierto de sudor, duchándose en unos baños comunitarios (había estado investigando un poco su campamento, y había visto que las instalaciones estaban bastante bien, pero los baños eran comunes), con mi anillo acompañándolo. Masturbándose en soledad, el anillo golpeando su pecho con el balanceo de su torso producto de la fricción de su mano.
               Mi sexo se rebeló contra aquellas ensoñaciones, despertándose y reclamándome con palpitaciones que no lo hiciera esperar más.
               -¿De todo lo que piensas hacerme?-alcé una ceja-. Puede que sea yo la que te haga cosas a ti, y no al revés.
               -¿Me lo pones por escrito?-sonrió, y yo me eché a reír. Di unas palmaditas en el suelo a mi lado, invitándolo a sentarse conmigo.
               -Ven. Me pondría de pie, pero…-empecé, y él me cortó.
               -Oh, por favor, por mí no te cortes-se cachondeó, y yo puse los ojos en blanco y sacudí la cabeza. Si me ponía de pie en ese momento, sería sobre el fondo de la piscina, al que probablemente no llegara y que me dejaría toda la ropa empapada. Por mucho que a Alec le encantara verme participar en un concurso de camisetas mojadas en la que la única que se había inscrito era yo, no aspiraba a pasarme toda la noche en el spa. Quería follármelo, que me follara bien, y luego seguir de fiesta, así que necesitaba que la ropa siguiera perfecta cuando la cara me refulgiera con el brillo que sólo el sexo puede darte.
               Claro que también estaba la tentación de dejarme caer en el agua y que él me siguiera… empaparlo entero… quitarle la ropa… dejar que me pusiera contra una esquina, me separara las piernas y me poseyera. Siempre con el colgante en el cuello, ése que las demás verían, y que les demostraría que, por mucho que lo desearan, Alec estaba dispuesto a ir proclamando por el mundo que era mío, da igual si estaba en un evento de etiqueta o completamente desvestido.
               Se sentó a mi lado con cuidado, la agilidad que había tenido antes del accidente no recuperada del todo. Me pregunté por enésima vez si le dolería algo y no estaría quejándose para no amargarnos la fiesta a los demás, y hasta qué límites estaba dispuesto a llevar su cuerpo con tal de hacer que esta noche fuera memorable. Me mordí el labio, recorriendo con la mirada esos músculos que conocía tan bien, casi mejor que a mi propio cuerpo. Los pantalones se ceñían a sus muslos por culpa de la tensión de la postura, sentado a lo indio a mi lado para no mojarse, y yo no podía dejar de mirar lo fuertes que parecían.
               Lo mucho que se le marcaba el paquete. Prácticamente estaba salivando, y eso que trataba de mantener a raya mi mirada lujuriosa y no permitirme clavar los ojos en él, o estaría completamente perdida.
               -Saab…-me llamó, y yo levanté la mirada. Sus ojos me transmitían preocupación sincera. Sabía que me pasaba algo y que no quería decírselo para no amargarle la noche-. Llevas toda la noche distante. ¿Te pasa algo?
               Bajé la mirada a mis pies. Bueno, ya que estábamos allí, de poco servía seguir posponiéndolo más. Era evidente que algo no iba bien, o ya estaríamos desnudándonos, él encima de mí y yo debajo de él.
               Porque, oh, sí. Esta noche, Alec iba a llevar la voz cantante. Disfrutábamos más cuando él tomaba las riendas. Puede que yo tuviera más ganas de experimentar, pero desde que había tenido el accidente, siempre había un punto de precaución en mis movimientos. A Alec se le olvidaba enseguida todo lo que le había pasado en el momento en que yo me quitaba el sujetador. A lo que había que añadirle, por supuesto, su experiencia. Bendita experiencia.
               -Porque si es por lo que dijo antes Max…-empezó, y yo lo miré, sorprendida-. No iba en serio. Los dos hemos dicho cosas de calentada, y tú misma has dicho que lo que decimos enfadados no tiene por qué ser lo que pensamos realmente.
               -Oh, ¡no, sol! No estoy rayada ni nada por el estilo, de verdad.
               -Ah. Vale-suspiró aliviado-. Es que Max… bueno, se arrepiente bastante de haberte metido en la discusión. A él le encanta que yo te traiga.
               -Lo sé.
               -Y no quiere que pienses que sobras en el grupo, porque nadie lo piensa. Todos te quieren un montón. Algunos más que otros, eso es evidente…-sonrió.
               -Ya, bueno… las chicas siempre nos tenemos un cariño especial-bromeé, y Alec puso los ojos en blanco.
               -¿De verdad? De todo lo que me podías echar en cara, ¿vas y usas la carta de la sororidad? Yo lo decía por tu hermano y por mí. Es evidente que Max no va a quererte como lo hago yo. Bueno, como lo hago yo no te va a querer nadie-fanfarroneó-. Ni siquiera Scott.
               Me eché a reír y negué con la cabeza.
               -Pero si no estás rayada por lo de Max, entonces ¿qué es lo que te pasa? Y no me digas que nada, que ya nos vamos conociendo un poco.
               -¿Un poco, sólo?-me reí, me relamí los labios y respondí por fin-: son los pies. Me estaban matando. No podía más con los zapatos-los señalé con la cabeza y Alec los miró-. Te lo dije al principio de la noche: los tacones son como los chicos, cuanto más altos y más guapos, más duelen. Imagínate lo que me dolerías tú… y ahora, multiplícalo por diez y te harás una idea del daño que me han hecho estos zapatos-solté para rebajar un poco la tensión. Al estaba mirando los zapatos como si se hubieran comido a su abuela, o algo así, antes de que yo le soltara la pullita. Ahora sonreía.
               -¿Sólo por diez? Francamente, bombón, me esperaba que los multiplicaras por veinte-dijo, estirándose y alcanzándolos. Los cogió y los examinó con cuidado, analizando cada detalle, limpiando un poco de la sangre que había terminado brotando de mi piel, cuando las rozaduras pasaron de ampollas a heridas.
               -Otra razón más para no salir con una cría.
               -Tú no eres una cría-respondió, dejándolos en el suelo, detrás de los dos y entre nosotros-. Te sorprendería la cantidad de tías a las que me tiré descalzas porque no aguantaban más los tacones. Hacéis cada cosa por gustarnos…-comentó, y me miró de reojo, esperando que le saltara a la yugular por el dichoso comentario. Ya había perdido la cuenta de la cantidad de veces en que me había puesto como una fiera con él cuando él había hecho una insinuación de ese estilo: no nos vestíamos ni nos maquillábamos para gustarles a los chicos, sino para sentirnos guapas nosotras.
               Con todo, esta noche tenía que admitir que sí que lo había hecho por él. Me causaba una satisfacción inmensa ver las fotos que me había hecho en casa y comprobar lo increíblemente guapa que iba, pero no engañaría a nadie diciendo que me había puesto así por mí. Quería que a Alec se le cayera el alma a los pies cuando me viera. Quería quedar bien a su lado. Quería que no pudiera sacarse mi imagen de la cabeza.
               La Sabrae glamurosa bailando en la pista, con los pasadores brillantes y unos tacones de vértigo haciendo que mis piernas fueran más largas y mi cuerpo más estilizado, no la Sabrae que era ahora, con los pies metidos en el agua, tratando de que recuperaran su composición de carne y no de lava.
               -Debería haber traído algo para cambiarme-sacudí la cabeza y puse los ojos en blanco-. Típico error de principiante.
               -Ah, vamos, nena, ni que fueran los primeros tacones que te pones. Ya me has torturado con ese culo que se te pone cuando te subes a unos zancos otras veces. Que yo encantado, ¿eh?-se reclinó hacia atrás, poniéndose las manos tras la cabeza-. No me malinterpretes. Me encanta cuando me haces la vida imposible con minifaldas, escotazos o tacones. Sólo me queda darte las gracias por no haberlo combinado todo hoy. Sería un poco triste perderme la graduación por la que tanto hemos luchado ambos por volver a ingresar en el hospital y entrar en coma.
               Me guiñó un ojo, y yo me eché a reír.
               -Además…-añadió, poniéndome una mano en la rodilla desnuda-, si no fuera por tus tacones, ahora mismo no estaríamos aquí-ronroneó, y empezó a subir poco a poco, poco a poco, poco a poco, tan despacio que fue una deliciosa tortura para mí, como la escalada a la montaña más alta del mundo, desde la que se podían ver unas estrellas exclusivas, especiales, tan tenues que una molécula más de aire las disolvía en la invisibilidad.
               Un chispazo se encendió en mi tobillo y ascendió rápidamente por mi piel, convirtiendo mi pierna en una extraña bengala que no emitía luz, pero que chisporroteaba como las demás. Cuando Alec llegó al lugar que más deseábamos ambos que alcanzara, se inclinó para besarme. Me di cuenta entonces de que no nos habíamos besado todavía, y que su boca sabía ahora muchísimo mejor que antes, no sólo porque el regusto de la nicotina prácticamente había desaparecido, sino porque…
               … estábamos solos.
               Instintivamente separé las piernas, dejando que él tuviera todo el sitio que necesitaba para poder acariciar mi sexo por encima de la tela del pantalón. Alec se inclinó un poco más hacia mí, colocando la mano que le quedaba libre en mi mejilla, y sonrió cuando yo enredé mis dedos en su nuca.
               -Sabes a alcohol-me dijo, y noté que no era una crítica, sino un halago. Le encantaba el sabor de mis besos en todo el espectro que estos adquirían: a pasta de dientes, al postre que habríamos compartido irremediablemente, a las bebidas que pedía y de las que le dejaba dar sorbitos, al gloss frutal que me hubiera aplicado para la cita en la que estuviéramos, incluso a su semen después de hacerle una mamada. Todo ello indicaba que estábamos juntos, que estábamos vivos, y lo más importante: que habíamos superado todos los obstáculos que nos había puesto la vida, tanto externos como internos, y ahora nos queríamos con esa locura propia de las novelas de amor, ésas que ya devorábamos juntos en la cama, a veces incluso sin ropa.
               -Y tú a promesas-respondí. No podía dejar de pensar en el futuro, que se extendía ante nosotros como la más hermosa de las alfombras. Tan sólo estábamos empezando, me decía, y lo que ahora me parecía un castillo pronto se convertiría sólo en la recámara del vestíbulo de algo mucho más especial. Íbamos a construir juntos un museo inmenso de recuerdos dorados, plateados y de bronce, en el que las sombras sólo sirvieran para hacernos apreciar más el brillo de todo lo hermoso que conseguiríamos.
               Y ese futuro empezaba justo esa noche. Con su graduación, el final de la vida que habíamos vivido separados. A pesar de que iniciaríamos esa nueva etapa separados por más de seis mil kilómetros durante 365 angustiosos días, tenía esperanzas en todo lo que vendría después. Me sentía como si estuviera planificando el viaje más importante de mi vida, apuntando en una libreta con ilusión todo lo que haríamos en el tiempo que pasaríamos fuera de casa. Y el ensayo serían nuestras vacaciones en Italia y Grecia.
               Alec deslizó la mano que tenía en mi entrepierna por mi muslo derecho, tirando suavemente de mi pierna para sacarla del agua. Una parte de mí protestó cuando el alivio que me proporcionaba el agua desapareció, pero no tenía pensado quejarme, no cuando tenía a mi chico tan cerca, tan dispuesto a hacerme disfrutar y disfrutar él mismo en el proceso también.
               Sin embargo, que estuviera centrada en Alec y sus besos no significaba que no siguiera sintiendo dolor. Y, cuando posé las piernas estiradas sobre el suelo duro y seco, se me escapó un quejido de dolor. Había tocado con una de las heridas en carne viva los tablones de madera oscura del suelo.
               Automáticamente, Alec se puso en guardia.
               -¿Qué pasa?-preguntó, girándose para seguir con los ojos el movimiento de mis manos. Negué con la cabeza.
               -No es nada. Los pies-expliqué, y él torció la boca.
               -Saab, no parece nada. Tienen bastante mala pinta, a decir verdad.
               -¿Ahora eres un experto en pies?-bromeé, y él alzó una ceja.
               -¿En qué sentido?-respondió, y yo dejé escapar una risita. Se relamió los labios y me acarició con la yema de los dedos la cara interna del tobillo-. Dios, en serio, ni siquiera Mimi cuando se acerca la temporada de festivales y se pasa practicando el doble de lo normal los tiene tan lastimados.
               -No pasa nada, de verdad. No importa. Con ponerlos un poco…-dije, doblando las piernas y colocando la planta completamente en el suelo, pero un nuevo latigazo de dolor me dobló. Ahora que tenía los pies mojados, se me resbalaban más y sentía más las palpitaciones de la planta. Siseé, y Alec me agarró las piernas sin pensárselo dos veces para mantener mis pies en el aire. Me las dobló y se las colocó sobre sus rodillas dobladas, pero yo intenté retirarme-. ¡Alec, para! ¡Te voy a mojar el traje!
               -Mejor-soltó, bravucón-. Así sabré lo que sientes cuando me ves.
               Abrí la boca, alucinada, y traté de darle un manotazo mientras una sonrisa se extendía por mi boca.
               -¡Eres un bruto!
               Se relamió los labios, divertido, y luego, miró en derredor. Sus ojos se detuvieron unos instantes en un punto por encima de mi cabeza, y después de darme un beso en la cara interna del tobillo, dejó mis pies con cuidado en el suelo y se levantó. Le pregunté adónde iba, girándome todo lo que me permitían las heridas de los pies, pero no me respondió. Tampoco me hizo falta: cuando lo vi coger un par de toallas dobladas en unos estantes bien disimulados de la pared supe lo que se proponía.
               Una rabiosa impaciencia nació en mi pecho en el momento en que comprendí lo que iba a hacerme: me iba a dar un masaje en los pies. Igual que papá hacía con mamá cuando volvían de algún evento y ella acababa agotada. Y, a pesar de mis heridas, que nunca había visto que mamá padeciera, supe que Alec me proporcionaría el mismo alivio, porque me lo haría con el mismo amor.
               Se quedó un instante quieto delante de las toallas, consiguiendo que me preguntara qué era lo que estaba haciendo hasta que la pared opuesta a la entrada se iluminó. Desvié la vista entonces hacia allí, encontrándome con una espectacular animación de las auroras boreales. Me quedé a cuadros mirando cómo bailaban, tan nítidas como si las estuviera viendo en directo en algún lugar de Noruega. Noté a Alec sonreír a mi espalda.
               -¿Dejo esto?-preguntó, y yo me aclaré la garganta.
               -¿Qué más hay?
               Fue pasando entonces las imágenes que la pantalla de climatización le ofrecía: la jungla, en la que pájaros de los colores más vívidos que había visto en mi vida saltaban de un lado a otro, de rama en rama, bailando en el aire y camuflándose entre el follaje; el skyline iluminado de Londres, corregido para que se vieran las mismas estrellas que en medio del desierto; un desierto de dunas doradas atravesado por una línea de camellos y dromedarios pacientes, con las pirámides asomándose de fondo; Venecia, con las góndolas deslizándose perezosamente como cisnes de madera por el agua, vigiladas atentamente por bandadas de palomas que se movían en el cielo como un solo ser…
               -Esto mejor lo vemos en directo-dijo él, pasando rápidamente a la siguiente imagen, de una isla paradisíaca de arena blanca y olas tímidas de color turquesa con salpicaduras esmeralda de vegetación. Escuché su sonrisa cuando me preguntó-: ¿Qué sitio crees que puede ser?
               -Uno al que tenemos que ir-decidí en el acto, tratando de situar el lugar. ¿Bora Bora, tal vez? ¿Hawái?
               -Uno al que vamos a ir-me corrigió-. Fíjate bien.
               Lo hice con más atención, y entonces vi las ruinas en lo alto de la colina.
               -Grecia no es así-me dijo-. Atenas es de las ciudades más sucias que he visto en mi vida, pero supongo que le concedemos la licencia a quien haya hecho la animación. Así que no te decepciones cuando la veas en directo, ¿vale?
               -No podría ni aunque quisiera, sol-contesté, analizando los colores, los detalles tan cuidados que parecían de verdad-. Voy a verla contigo.
               Alec rió entre dientes, satisfecho, y pasó a la siguiente animación. La explosión de rojos de la Ciudad Prohibida de Pekín eclipsó por un momento los estallidos reales de color que se sucedían en la imagen: no era cualquier noche, sino la del Año Nuevo Chino. Miles de personas abarrotaban la plaza frente al edificio principal, saludando y abriendo paso a los dragones dorados que se movían en espiral por la parte inferior de la imagen, mientras que el techo parpadeaba con todos los colores del espectro gracias a los fuegos artificiales. Era como estar en la escena final de Mulán sin preocuparte por si los hunos iban a asaltar el palacio y asesinar al emperador.
               Alec no tocó más la consola. El silencio de ambos fue suficiente para decidir que queríamos seguir mirando aquello, y con unos pasos que apenas se escucharon por encima del sutil ruido de los fuegos artificiales y el hilo musical del spa, regresó conmigo. Se sentó frente a mí, con las piernas de nuevo dobladas, y se quedó mirando la animación mientras yo lo miraba a él.
               Me parecía increíble que nadie pudiera ser tan guapo. La forma en que se le marcaban los músculos del cuello, lo definido de su mandíbula, la línea recta de su nariz, el balanceo de sus labios… todo ello acompañado de un traje que sólo podía vaticinar lo exitoso que sería cuando creciera. Mi hombre, pensé con absoluta devoción, presa de uno de esos momentos en los que no puedes sino maravillarte ante la suerte que tienes de estar disfrutando de una vida como la tuya. Adoraba esa sensación casi tanto como a quien me la producía.
                 -Menudas vistas, ¿eh?-comentó con una admiración que habría conseguido que me echara automáticamente a sus pies si no lo hubiera escuchado usar ese tono otra vez, con más intensidad si cabe: cuando me vio desnuda por primera vez.
               -Sí-asentí, haciendo caso omiso de las explosiones de luz de la pantalla: las únicas que me interesaban eran las que se reflejaban en su piel-. Espectaculares.
               Alec se giró y clavó sus ojos en los míos. Noté cómo se metía en mi interior y le echaba un vistazo a mi alma, dejándome las puertas abiertas para que yo hiciera lo mismo con la suya. Lo único que vi allí dentro fue luz, toda la luz que lo representaba. Una luz que parpadearía durante un brevísimo momento en nuestra historia, cuando se fuera de voluntariado y nos separáramos, pero que regresaría más tarde y haría que todo mereciera la pena.
               Los dos nos mordimos el labio a la vez, bajando los ojos a nuestras bocas, y por un momento pensé que Alec iba a abandonarse a sus instintos más primitivos y tomarme sin hacerme el masaje. Sinceramente, me daba igual. Lo único que quería era que me hiciera sentir bien con su cuerpo: el método y la zona eran lo de menos.
               Sin embargo, él era bastante más capaz que yo de controlarse. Lo había hecho tantas veces ya que no me cabía duda de que no había nada que yo pudiera hacer para conseguir que mis necesidades pasaran por encima de los deseos de ambos. Sólo habíamos sucumbido una vez, aquel polvo glorioso en el parque, e incluso entonces Alec había intentado por todos los medios minimizar el impacto que había tenido nuestra imprudencia. Y lo mal que me había sentado la píldora era motivo suficiente para que aquello fuera un límite que Alec no pretendía cruzar.
               Al igual que yo había tenido muy claro que no pasaría nada entre nosotros mientras él estuviera ingresado, y que no lo pondría en peligro por sucumbir a mis caprichos. Por mucho que hubiera echado de menos sentirlo dentro de mí en el hospital, tenía muy claro que prefería dos meses de abstinencia a toda una vida echándolo de menos.
               Por eso no me sorprendió cuando se separó de mí, resistiéndose a besarme y poner en peligro su estabilidad mental, y se tapó las rodillas con una toalla. Entonces, delicadamente, me cogió los pies y los posó sobre la almohada improvisada. Mirándome a los ojos, asegurándose de leer el más mínimo indicio de dolor en mi expresión para corregir su postura, tomó uno de mis pies entre sus manos y hundió levemente los pulgares en la planta.
               Un relámpago se placer reventó en mi interior, restallando en mi sexo como un látigo. Cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás, dejando escapar un gemido del placer más puro que había sentido en mucho, mucho tiempo.
               -¿Quieres que pare?-escuché la sonrisa de Alec en su tono de voz. Negué con la cabeza.
               -Ni se te ocurra.
               Se rió entre dientes.
               -Me parecía.
               Y entonces, lentamente, procedió a hacer que mis nervios se relajaran. Ahora entendía por qué mamá se arriesgaba a pasar una noche de incomodidad subida a unos tacones que la hacían parecer una diosa: el dolor bien merecía la recompensa que luego la esperaba en casa.
               Y también entendía por qué papá se ofrecía siempre a aliviar ese dolor. Por la forma en que Alec me miraba y sonreía, supe que había pocas cosas que le hicieran sentirse tan realizado como estar haciéndome aquel masaje. Veía su ego crecer y crecer con cada movimiento de sus dedos en mi piel, unos dedos que ya sabía que podían hacer maravillas.
               El dolor fue retirándose como la marea cuando se acerca la bajamar hasta convertirse en una ligera molestia que pronto desaparecería por completo. Me mordí el labio y me miré los pies, que incluso tenían mejor aspecto: ya no estaban tan hinchados ni tampoco enrojecidos.
               -¿Cómo vamos?-preguntó, no porque estuviera cansado, sino porque quería asegurarse de que disfrutaba, de que me aliviaba. Asentí con la cabeza.
               -Genial. Oye, si lo de Arquitectura al final no resulta, siempre puedes probar a ser fisio-le guiñé el ojo-. Yo sería tu primera clienta. Y la más fiel.
               Se echó a reír.
               -Uf, no sé si estaré preparado para un trabajo tan duro-ironizó, poniendo los ojos en blanco, y los dos nos reímos. Pasó entonces a mi otro pie, hundiendo los pulgares en los puntos en que yo más lo necesitaba, como si estuviera indicado con señales de colores sobre mi piel-. Y, al margen los pies, ¿te lo estás pasando bien esta noche?
               -Ahora mejor que antes-admití, y Alec silbó.
               -Vaya, nena, y yo que te tenía por una fiestera empedernida.
               -No me malinterpretes; me lo he pasado genial, pero… me moría de ganas de que nos quedáramos a solas. Te estabas haciendo de rogar.
               -¿Yo?-se llevó una mano al pecho con dramatismo, y luego continuó apretando en los lugares en que más me dolía, proporcionándome un descanso que no creí que pudiera recuperar jamás-. No soy yo el que desapareció una eternidad en el baño, perdona.
               -Estaba esperando a ver si te armabas de valor para entrar, pero ya veo que no pillas las indirectas-le saqué la lengua y él se rió.
               -Me apetecía algo distinto esta noche. Los baños están muy vistos.
               -Oh, claro, como si hacerlo en un spa no fuera algo súper típico. ¿Sabes que hay incluso circuitos privados que incluyen desinfección? Todo el mundo sabe a qué viene una pareja cuando viene a un spa.
               -A relajarse, por supuesto. Hay muchos gérmenes. La gente hace de todo aquí. Eres muy joven e inocente, Saab, así que tu cerebro todavía no sabe las perversidades de las que la gente es realmente capaz.
               Me eché a reír, y a medida que lo hacía, algo entre nosotros cambió. Fue como si el aire se cargara de electricidad y nosotros fuéramos dos bombillas, encendidos entonces, iluminando la oscuridad. Creo que hablar de lo que las parejas hacían en los spas había hecho que el momento se acercara más y más, girando la esquina y corriendo hacia nosotros.
               ¿A qué esperábamos? Los dos teníamos ganas, los dos queríamos aprovechar, y los dos queríamos que la noche durara por toda la eternidad. Ahora que estaba con él a solas, no estaba muy segura de ser capaz de volver a compartirlo con los demás. Todo lo que me apetecía hacerle era tan falto de decoro que llegaría un punto en que no podríamos volver a la sociedad.
               Lo cierto es que no ayudaba que él fuera tan atento conmigo. No ayudaba lo bien que se estaba portando y lo paciente que era. Y no ayudaba la manera en que me miraba para asegurarse de que me mitigaba el dolor, haciendo que todo mi ser se pusiera en alerta, necesitándolo con rabia.
               Sus ojos se oscurecieron poco a poco, en una cadencia lenta pero segura que terminó haciendo estragos entre los dos. Supe que él también estaba dándole vueltas a lo que hacían las parejas, y era como si ambos estuviéramos a la expectativa de quién saltaba primero, dos panteras aovilladas entre las sombras a la espera de la mejor oportunidad.
               Alec me hundió los pulgares en la planta del pie otra vez, y entonces, muy lentamente, me lo levantó hasta dejarlo a la altura de su pecho.
               Con los ojos fijos en los míos, inclinó la cabeza hacia abajo.
               Y, sin romper el contacto visual, igual que hacía cuando me comía el coño, me dio un beso en la parte delantera, la que más dolorida había tenido y en la que ahora notaba más el avance.
               Se me secó la boca en el acto, pero aquello no fue nada comparado con cuando Alec me dio un ligero mordisquito en el mismo punto en que había depositado el beso. Un estallido de placer me dividió en dos, y mi cuerpo se puso en alerta máxima, hipersensible a todo lo que Alec me hacía. Ascendió acariciándome con la punta de la nariz hasta llegar al pulgar, en el que me dio otro mordisquito… y yo jadeé sonoramente, notando cómo me empapaba, cómo mi sexo se abría y reclamaba su entrepierna, cómo empezaba a palpitar. La habitación estalló en llamas mientras Alec seguía con sus mordisquitos, lanzando corrientes eléctricas desde el punto de contacto entre sus dientes hasta mi vulva que bien podrían mantener iluminada toda la ciudad durante sus noches más oscuras.
               La poca conciencia que me quedaba consiguió salir de la densa nube de lujuria que me embotaba los sentidos, y clavé los ojos en él. La manera en que me sonreía sólo me anticipó lo que tardé un segundo nada más en comprobar, abandonada totalmente a mis sentidos más primarios.
               En su pantalón había un delicioso bulto, un bulto que conocía como la palma de mi mano.
               Era ahora. Iba a pasar. E íbamos a disfrutarlo.
 
 
No me preguntes cómo había hecho para resistirme a la tentación de abalanzarme sobre Sabrae en el momento en que la escuché gemir de aquella manera cuando metió los pies en el agua, porque yo tampoco lo sé. Francamente, me sorprendía que hubiera dejado que llegara vestida hasta esas horas de la noche. Si me había controlado durante la graduación y la cena había sido por pura inercia pero, ¿después? Me había apetecido bailar con ella, pero me apetecían más otras cosas. Había estado a punto de entrar en el baño y reclamarla como mía allí mismo, pero había salido un segundo antes de que decidiera que no podía esperarla más.
               Y luego… se había marchado, dejándome solo en la fiesta, rodeado de tanta gente que me parecía imposible la sensación de soledad y vacío que me embargó cuando me di cuenta de que no estaba. Fui a por ella al baño, pero no tuve suerte. Fui en busca de Scott, que me dijo que le dolían los pies y que puede que hubiera ido a un sitio más tranquilo a relajarse, y Diana me había dado la solución justo antes de que le empezaran los efectos de la cocaína que había esnifado hacía unos minutos.
               -Le dije que el spa está abierto; deberías probar allí.
               Mi preocupación se convirtió entonces en anticipación: Sabrae no se había ido porque estuviera agobiada ni nada por el estilo, sino porque quería estar a solas. A solas conmigo. Así que debía cumplir sus deseos, llevarle una bebida y asegurarme de que aquella fuera una de las mejores noches de su vida.
               Tenía planes de hacerme el chulo y el dueño de la situación, pero en cuanto la escuché gemir, supe que caería rendido a sus pies nada más encontrarme con sus ojos. Y, entonces, allí estaba. Relajándose, respirando el ambiente puro del spa, sin el humo de cigarros, empujones de cuerpos demasiado grandes para moverse con coordinación o música que te levantara dolor de cabeza.
               Y allí seguía, ahora mejor que nunca. Enterarme de que los zapatos le habían hecho más daño del que estaba dispuesta a admitir me dolió, e hizo que me apiadara inmediatamente de ella. Una vez más ella era la que sufría las consecuencias de algo que provocábamos los dos: si no la hubiera prácticamente obligado a venir conmigo, si no hubiera dejado tan claro lo muchísimo que me apetecía que estuviéramos juntos esa noche ni la manera en que anticipaba todo lo que pasaría, puede que ella no hubiera sentido tanta presión como para subirse a unos tacones que parecían más un método de tortura china que una prenda de ropa.
               Decidí en el acto compensarle todos los sacrificios que había hecho por mí. No me suponía ningún esfuerzo manosearla; todo lo contrario. Adoraba hacerlo, así que el masaje que le iba a dar no era más que una excusa para lo que vendría a continuación.
               Con lo que no contaba era con una reacción tan entusiasta por su parte. La primera vez que posé los labios en la piel de ella, Sabrae se estremeció de pies a cabeza, dejó escapar un gemido y susurró un suave “sí” dientes, del que seguramente ni siquiera fue consciente.
               Como si mi polla necesitara más estímulos para despertarse. Apenas había conseguido  mantener mis pensamientos a raya cuando sólo la tocaba con los pies, pero ahora, con los mordisquitos, ya me resultaba imposible pensar en otra cosa que no fuera en sexo. Desde que me había dicho que debajo de la chaqueta no llevaba nada no había parado de fantasear con rompérsela, reventarle los botones y liberar sus pechos que, en mi fantasía, no estaban ni siquiera cubiertos por un sujetador. Estarían libres, turgentes, deliciosos y, lo más importante, disponibles para que mi boca los probara igual que estaba probando sus pies.
               Sabrae se reclinó hacia atrás, apoyándose en los codos con los ojos cerrados, y separó las piernas, dejándome ver la costura de sus pantalones cortos, en los que se entreveía ya una mancha que nada tenía que ver con el sudor. Por mucho que me apeteciera aliviarme, acariciarme la polla por encima de los pantalones, sabía lo que tenía que hacer: volverla absolutamente loca.
               Así que, mientras continuaba mordisqueándole la cara interna del pie, haciendo que sus dedos se enroscaran y desenroscaran como anémonas, busqué con la mano su otro pie. En el momento en que se lo acaricié, Sabrae dejó escapar un gemido… y empezó a mover las caderas en círculos.
 
 
Alec estaba sonriendo. Lo notaba en la manera en que sus dientes rozaban de una forma diferente mi piel. Y creo que sabía por qué era: no podía controlar mi cuerpo. Que no hubiera nada que nos detuviera hacía que todo mi ser se lanzara de cabeza en esa espiral de anticipación y ganas que había ido creciendo y creciendo, acelerándose hasta ensombrecer a cualquier huracán.
               Tenía la piel de gallina, los sentidos agudizados, todo mi ser concentrado en ese punto en el que Alec me estaba tocando. Y, cuando me agarró el otro pie, me estremecí de pies a cabeza y un gemido salió de mis labios. Dios mío… me sentaba tan bien… incluso si no fuera por el alivio de los dolores que me habían estado aquejando, sus manos eran todo lo que yo necesitaba.
               O bueno… no todo.
               Me relamí y me animé a incorporarme de nuevo para poder mirarlo a los ojos, y cuando lo hice, una sonrisa oscura atravesó la boca de Alec. Me dio un último beso en el talón del pie que había recibido todas sus atenciones, y luego, dejándolo delicadamente a su lado, convirtió al otro en su protagonista.
               Con los ojos fijos en los de él, consciente de todo lo que estaba en juego y de las señales de necesidad que emitían nuestros cuerpos, le acaricié la cintura y descendí despacio en dirección al bulto que se apreciaba en su entrepierna. Alec me mordió la parte delantera del pie, haciendo más fuerza que antes, lanzando una bomba nuclear a mi sexo, la parte que más lo añoraba.
               Me encantaba no tener límites con él, que nos apeteciera probar cosas distintas, cosas que ni siquiera había comentado con mis amigas o con mi madre, saber que estaba en buenas manos y que la única limitación era nuestra imaginación. No había tabúes, sólo ganas de disfrutar. No los había habido cuando me había follado sin piedad en los probadores de la tienda de lencería mientras me probaba trajes de baño, cómo me había devorado las tetas y había lamido el sudor que me corría entre ellas como si fuera lo más sabroso que hubiera probado en su vida; no los había habido cuando follamos en mi casa cuando yo tenía la regla y a él no le importó en absoluto ayudarme a limpiarme antes de ir al baño y así evitarle la incomodidad; ni los habría cuando me colocara una cucharadita de helado sobre el vientre y esperara a que se derritiera para ir comiéndomelo al lado de la entrepierna, haciéndome chillar y retorcerme y explotar en uno de los orgasmos más intensos de mi vida; o cuando me concediera el sueño de hacerme beber champán de mi propio cuerpo, ordenándome que juntara las tetas, echándomelo por encima, recogiéndolo con la lengua y luego echándomelo en la boca en uno de los besos más invasivos y provocativos que nos darían jamás.
               Lo quería todo con él. Que me dominara y me sometiera, y yo dominarlo y someterlo a él; follar como iguales, sí, pero también como amos el uno del otro, procurándonos placer e incluso utilizándonos egoístamente.
               Alec sonrió, me cogió el pie con el que le acariciaba la erección por el tobillo y siguió su silueta con los dedos. Gruñí cuando me clavó las uñas en el gemelo mientras me presionaba el puente con el pulgar, y di las gracias de haberme preparado a conciencia para su graduación, pedicura incluida, cuando dibujó una línea imaginaria en el centro de la planta con la punta de la lengua, exactamente igual que rodeaba mi clítoris antes de zambullirse en los pliegues de mi vulva.
               -Joder-gruñí, y él me acarició el gemelo.
 
 
-Eso es lo que llevo toda la noche esperando que me pidas, bombón-contesté, y Sabrae jadeó-. Aunque puedo esperar. Soy paciente.
               Me estaba costando mucho reprimirme y seguir los tiempos que ella había establecido y que yo desconocía, pero aquella noche era tan mía como suya, así que no me quejaría si quería unos preliminares de varias horas. No me suponía ningún trastorno escucharla gemir, gruñir y jadear de aquella manera.
               -Sólo tienes que pedirlo, nena-abrió los ojos y me miró, totalmente ida-. Dime qué quieres. Dime qué es lo que te apetece.
               -Me apeteces tú-respondió con tono suplicante, y mi sonrisa se curvó un poco más. Te tengo, pensé.
               -Ya me tienes. ¿O quieres alguna parte de mí en especial? Porque la verdad es que me lo estoy pasando muy bien con una parte tuya un tanto desconocida. Me fascina que haya lugares de ti que aún no haya probado, aunque tampoco es que la sensación cambie mucho. Toda tú eres deliciosa.
               Se notaba que se cuidaba y que se esforzaba en cada cosa que hacía, ya que hasta sus pies doloridos y maltratados olían bien, con la base de ese champú de frutas que utilizaba con extracto de maracuyá que tan deliciosa hacía su piel, y un deje nuevo que no conocía, pero que no me desagradaba en absoluto. Me había llevado un par de segundos acostumbrarme a esa extraña mezcla en esa parte de su cuerpo pero, ¿qué puedo decir? Incluso su sudor me resultaba delicioso, sobre todo porque casi siempre lo probaba mezclado con el mío, y directamente desde el plato más lujoso que existía: sus curvas.
               -A ti. Entero. Por… favor-jadeó, y se estremeció de pies a cabeza, sus caderas girando en busca de algo a lo que aferrarse, cuando subí la mano por su pierna y llegué casi hasta el límite de sus pantalones. Tenía su sexo al alcance de la mano; la felicidad de ambos estaba a centímetros de la yema de mis dedos.
               -¿Para qué?
               Me las vas a pagar todas juntas ahora, pensé, recordando cómo me había manoseado, cómo se había frotado contra mí, cómo me había calentado en la pista de baile para terminar haciendo que me deshiciera entre sus manos.
               -Quiero hacerlo.
               -Hacer ¿qué, Sabrae? Deberías ser un poco más… específica-le mordí la cara interna del tobillo y ella gimió. Arqueó la espalda, ofreciéndome su cuerpo, una ofrenda que yo siempre aceptaría, me la mereciera o no. Había aprendido que, cuando la suerte te sonreía, tenías que coger lo que te diera sin preguntarle si te lo merecías. Estaba claro que yo no me merecía a una diosa como ella, pero ella me había entregado su corazón y un placer que no había conocido jamás con ninguna otra, y yo no pensaba conformarme con comida rápida ahora que sabía lo que eran las auténticas delicatessen.
               -Quiero follar.
               Ah, ahí estaba la palabra mágica. Ni “por favor”, ni pollas. “Follar” era la palabra más importante que había escuchado salir jamás de labios de Sabrae, especialmente cuando era el objeto de una petición que me dirigía a mí.
               Dejé de torturarle los pies y le acaricié las piernas desde estos hasta los muslos, presionando suavemente la curva de su sexo, como una de las dunas del desierto de una de las animaciones de la consola. Sabrae se estremeció de pies a cabeza. Me agarró entonces del cuello de la camisa, tiró de mí para acercarme a ella, y me dejé hacer. Asegurándome de presionar su sexo con el mío, empezamos a besarnos de ese modo en que sólo lo hacíamos cuando estábamos haciéndolo.
               Pero nos sobraba la ropa.
               Así que metí las manos por debajo de mi cuerpo y comencé a desabrocharle la chaqueta. Por toda respuesta, Sabrae me empujó para hacer que me incorporara, se relamió los labios y respondió a la pregunta que habían formulado mis ojos con un:
               -Quiero verte.
               Ah, sí. Estaba muy guapo con el traje, todas las chicas se habían asegurado de hacérmelo saber, de modo que no podía culparla. Me llevé las manos a la chaqueta y me la desabroché a gran velocidad, ansioso por darle lo que quería y que ella me entregara lo que yo más deseaba: esa fruta que crecía entre sus muslos y cuyo sabor sólo me permitía degustar a mí.
               -No-replicó, cogiéndome las manos y posándolas sobre sus pechos-. Yo te desnudo y tú me desnudas a mí.
               -Me parece genial-respondí, mordisqueándole el cuello y haciendo que exhalara un suspiro de placer. Podía oler lo excitada que estaba por encima del ambientador del spa. Los fuegos artificiales digitales continuaban explotando en la pantalla cuando Sabrae extendió las manos y, acariciándome sobre la camisa, me quitó la chaqueta. La dejó caer a nuestro lado mientras yo me afanaba en desabrochar los enormes botones de su chaqueta blanca, que seguía impoluta a pesar de todo el trote que le habíamos dado.
               Cuando se la hube desabrochado, repetí la operación que ella había llevado a cabo conmigo. Aprovechando para acariciarla (y comprobando de paso con bastante disgusto que llevaba algo debajo), pasé las manos por sus curvas y le retiré la chaqueta, que dejé con cuidado sobre la mía, procurando que no entrara en contacto con el suelo bajo ninguna circunstancia.
               -Mentirosa-acusé, dejando un rastro de besos entre la frontera de su piel y el escote de su sujetador-. Me dijiste que no llevabas nada debajo.
               Hizo una mueca que convertí rápidamente en unos labios mordidos cuando pasé la lengua por su clavícula.
               -No quería que las demás me vieran-se excusó, y yo levanté la cabeza y la miré. Tomé su mandíbula en mi mano e hice que sus ojos se encontraran con los míos.
               -Sabrae, tú no necesitas estas mierdas. Eres perfecta tal y como eres. Ya lo eras antes de que nos enrolláramos, y tú así lo creías. ¿Por qué has cambiado de parecer?
               -Porque nunca había tenido que estar a la altura de nadie como tú, con tantísima competencia-respondió, un poco dolida de que le hiciera admitir que se sentía insegura a mi lado.
               -Pero, mi amor…-le aparté un mechón de pelo tras la oreja y dejé la mano ahí, acariciándole el mentón con el pulgar-, tú nunca has tenido competencia. Las demás no pueden hacer nada en el momento en que entras en una habitación. Ni siquiera existen para mí.
               -Lo sé. Es sólo que… son muy intimidantes, todas ellas-tomó aire y lo soltó lentamente-. Incluso cuando sé que no piensas en ellas. Ellas son tan perfectas, y tan altas, y tan delgadas, y tan mayores, y…
               -Ellas no son tú. Y si yo quisiera a una más alta, más delgada y más mayor, habría seguido follando con Pauline. Pero Pauline no consiguió que dejara atrás mi vida. Tú sí. Así que no tienes que corregirte-dije, bajándole los tirantes del body reductor que llevaba puesto, y cuya mera existencia me ofendía. No se merecía tocar a Sabrae; estaba hecho para cubrir unas inseguridades que ella menos que nadie debía tener. Era perfecta en todos los aspectos, e incluso en lo que no encajaba en el canon a mí me gustaba más que las demás-. Son las demás las que deberían intentar parecerse a ti.
               Sonreí al ver de nuevo su ombligo, aquel que tantas alegrías nos había dado a ambos, ya que era la última frontera antes de entrar en el territorio del sexo oral con el que los dos disfrutábamos, dando yo, y recibiendo ella. Sabrae se relamió y se apartó un mechón de pelo tras la oreja, creo que el mismo que se había puesto ella, y sonrió con timidez cuando me acerqué a su vientre y le di un beso.
               -Te echaba de menos-le dije a la curva de su barriguita, y Sabrae se rió. La miré desde abajo, maravillándome con la adoración que manaba de sus ojos, como si fuera yo el que ponía las estrellas en el cielo.
               Como si las estrellas no fueran pedacitos de ella que se habían extendido a lo largo del tiempo para ir cogiendo sitio y así poder contemplarla.
               -Estoy enamorada de ti-me dijo, y yo me di cuenta de cuál era mi auténtica nacionalidad. Ni inglés, ni griego, ni ruso: era japonés, y esperaba con impaciencia la llegada de la primavera para poder celebrar la fiesta por la que mi país era mundialmente conocido, el festival de los cerezos. Poder sentarme a merendar bajo la lluvia de pétalos que caían a cuatro centímetros por segundo.
               Esa lluvia maravillosa eran las confesiones de amor de Sabrae.
               Me incorporé para besarla mientras le desabrochaba del todo el body en la espalda, y Sabrae exhaló un suspiro medio de alivio medio de amor cuando me lo dejé caer a nuestro lado, sobre el suelo. No iba a tener tanto cuidado con él como con el resto de su ropa, ya que detestaba lo que representaba.
               -Yo también estoy enamorado de ti.
 
 
Creí que disfrutaríamos de sexo salvaje, vista la manera en la que nos habíamos comportado a lo largo de toda la noche, provocándonos hasta la saciedad y haciéndonos ver el uno al otro lo increíblemente necesarios que éramos para nuestra supervivencia en común. Pensé que nos consumiríamos en una intensa llamarada, tan violenta y veloz como el estallido de un volcán.
               Siempre se me olvidaba que, en el momento menos esperado, la ternura podía girar la esquina e implantarse entre nosotros como eje sobre el que giraba nuestra relación. Como si no hubiera empezado así, conmigo tratando de alcanzar un punto al que no llegaba, y Alec siendo paciente, bueno y tierno conmigo, tomándome de la mano y levantándome en volandas para que surcara los cielos, primero en soledad y luego con él.
                Me deshice por dentro al escucharlo decir que él también estaba enamorado de mí a pesar de que no era ningún misterio y se lo había escuchado más veces. Sin embargo, aquella frase tenía un efecto devastador en mi estabilidad emocional: me hacía darme cuenta de lo afortunada que era. Tiré de él suavemente para besarlo yo también, decidiendo que lo haríamos despacio, que haría el amor con mi chico dorado mientras a celebración de una nueva era estallaba en la pared.
               -Estás demasiado vestido-le dije. A mí apenas me cubrían la piel unos escasos centímetros de tela, si bien para Alec seguían siendo demasiados.
               -¿Se te ocurre alguna solución para eso?-sonrió, irguiendo la espalda y dejando que yo me lo comiera con los ojos antes de empezar a desabrocharle la camisa. Me tomé mi tiempo, disfrutando de cada segundo de contacto, aprovechando cada movimiento de los dedos para acariciarle la piel por debajo o por encima de la tela. Por fin, el último de los botones de la camisa se alejó de su agujero. Tiré despacio de ésta para liberar su torso desnudo, y noté cómo la mirada de Alec cambiaba, buscando en mi interior una sombra de rechazo a sus cicatrices que nunca se produciría.
               Echaríamos de menos toda la vida al chico que había sido antes del accidente, seguro y confiado y perfecto, pero yo siempre adoraría por igual al hombre en el que se había convertido, un pelín tímido, algo desconfiado e imperfecto, pero con unas grietas en el cuerpo que daban fe de lo muchísimo que había luchado para regresar conmigo.
               Me senté sobre su regazo, puse las manos en sus hombros y lo tumbé suavemente sobre la espalda. Tuve especial cuidado en no apoyarme demasiado en su pecho mientras descendía para desabrocharle los pantalones. Alec hizo lo mismo conmigo, y pronto estaba en ropa interior, con las rodillas ancladas a ambos lados de su cuerpo y mis pantalones cortos a un lado, sobre la pila de ropa que estábamos haciendo con su traje y el mío.
               Me desabroché despacio el sujetador y me deslicé los tirantes por los hombros, todavía con las copas cubriendo mis pechos, antes de dejar que éste cayera sobre su pecho, liberando así mis senos. Las pupilas de Alec se dilataron, la nuez de su garganta subió y bajó cuando tragó saliva, y levantó las manos hacia mis pechos, con una pregunta en la mirada.
               -Soy tuya, Al. Entera y solamente tuya.
               Sus ojos chispearon al conseguir mi aceptación, y sus manos cálidas se posaron sobre mis senos. Me los acarició despacio, pellizcándome suavemente los pezones con la misma habilidad con la que había conseguido tranquilizarme los pies. Ríos de fuego descendieron desde mis pechos hasta mi entrepierna mientras Alec los masajeaba, cada vez más y más profundamente.
               Descendió despacio por mis costados, agarrándome de la cintura y tirando suavemente de mí para acercarme más a él. Abrió la boca para besarme los pechos, adorándolos con la lengua, dejando que me volviera loca con la habilidad con que usaba los labios. Entreabrí los ojos entre descargas de placer y me quedé mirando la noche china mientras Alec me acariciaba involuntariamente también con las pestañas.
               Los fuegos artificiales se reflejaban en nosotros y chisporroteaban en el agua, y yo me pregunté qué se sentiría sintiéndolo todo con él allí dentro.
               Alec subió una mano por mi espalda y enroscó los dedos en mi pelo, tirando suavemente de mí para acercarme más a él. Ni teniendo cinco mil manos sería suficiente para que me tocara todo lo que yo quería.
              
Su cuerpo no era lo suficientemente grande para satisfacer mi necesidad de tocarla. Tenía sus senos en la boca, su cintura entre los dedos, su espalda en la palma de mi mano, y aun así necesitaba que Sabrae fuera mayor, que midiera varios kilómetros, que no fuera capaz de abarcarla ni extendiéndome hasta la última de mis células. Notaba su respiración en mi frente, el latido desbocado de su corazón en mi lengua mientras lamía sus pechos, la humedad que manaba de su sexo como una lluvia de éter.
               Necesitaba tenerla. Necesitaba hundirme en ella y que le diera sentido hasta al último rincón de mi cuerpo. Sabrae dejó escapar un suspiro y gimió mi nombre, mi sonido favorito en el mundo, cuando me atreví a darle un mordisquito en uno de sus pezones, jugueteando con el piercing. Todo su cuerpo estaba apoyado sobre mi erección, que sentía más grande que nunca.
               -Al… quiero hacerlo.
               Llevábamos demasiado tiempo esperando, así que contesté:
               -Tus deseos son órdenes para mí.
               Lo que no me esperaba era que añadiera a continuación:
               -En el agua.
              
Alec se puso rígido debajo de mí. No me había dado cuenta de que estaba moviendo las caderas al ritmo de las mías, magreando su sexo contra el mío de una forma que resultaría muy pero que muy satisfactoria si me hubiera penetrado, hasta que no se detuvo en seco. Sentí la tensión manando de sus dedos cuando me los clavó involuntariamente en la espalda y en la cintura, como agarrándome para poder contenerse y no concederme lo que yo le pedía sin jugar primero.
               Pero yo ya no quería jugar. Quería que me hiciera suya. Quería que me diera todo lo que no me había dado hasta entonces. Ya habíamos hecho eso en la sala de fiestas; necesitaba dar un paso más.
               Un paso con el que él, aparentemente, aún no estaba de acuerdo.
               -¿Qué pasa?
               Se relamió el labio y me empujó suavemente para incorporarse y quedar sentado frente a mí. Todo mi cuerpo estaba temblando por la anticipación, pero Alec no me miraba, sino que tenía los ojos fijos en el agua, analizándola como si fuera un ser extraño que ningún ser humano había visto nunca, y al que no sabía si calificar como amigo o enemigo.
               -Alec, ¿qué pasa?-repetí, y suspiró.
               -Ahora es cuando te gustaría no haber tomado la píldora antes-respondió, y yo alcé las cejas.
               -¿Por?
               -Necesitas estar muy lubricada para hacerlo en el agua. Y más con condón.
               -Ya lo hemos hecho en el agua otra vez-vi en sus ojos un chispazo de incredulidad, sus cejas se elevaron lo mínimo, pero yo lo conocía lo suficiente para saber interpretar cada uno de sus gestos, por pequeños que estos fueran.
               Se relamió los labios, sus ojos descendieron por mi rostro y se detuvieron en mis clavículas. Pude ver que había hecho un gran esfuerzo por no seguir bajando y mirarme los pechos, o perdería.
               Igual que había perdido la razón en su cumpleaños, cuando me vio salir del agua completamente desnuda, separar las piernas y empezar a masturbarme frente a él en la bañera.
               -En aquel momento me constaba que estabas muy lubricada.
               Esta vez, la que arqueó las cejas fui yo.
               -¿Acaso necesito hacer squirting para que me la metas? Ya te he manejado otras veces, Alec. Puedo con esto.
               Puso los ojos en blanco.
               -Eres terca como una mula.
               -¿¡Yo soy terca!? Te estoy diciendo que puedo contigo porque ya he podido otras veces, ¿y yo soy la terca?
               -Es distinto, ¿vale, Sabrae? No te pongas a la defensiva, que no quiero discutir ahora. Puedo hacerte daño. Lo ideal sería que no hubieras tomado la píldora con anterioridad y que ésta fuera la primera vez; entonces podríamos probar sin condón, con lo que sería más placentero para ti…
               -Bueno, pues no usamos condón-me encogí de hombros, abriendo las manos-. Ni que fuera la primera vez.
               La manera en que me fulminó con la mirada me hizo pensar que iba a empezar a gritarme, pero me dijo con voz gélida:
               -¿No te faltan como dos semanas para tener la regla, o así?
               Ah, sí. Se me había olvidado que, aparte de mi novio, también era el calendario de mi ciclo reproductivo. Sabía en qué momento tenía que venirme la regla mejor incluso que yo.
               -Eh… pues creo que sí.
               -Vale, entonces, ¿me quieres explicar cómo coño vamos a hacerlo sin condón cuando puedo dejarte embarazada PRÁCTICAMENTE CON SÓLO MIRARTE?-bramó-. ¡Usa un poco la cabeza, hija de mi vida, que está para algo más que para llevar esa melena!
               -Bueno, Alec, tampoco hace falta ponerse así, ¿sabes? Si querías que pensara con claridad, igual deberías haber venido a la graduación con vaqueros. O en chándal.
               -¡Perdona, Sabrae, pero estás ovulando! Estás incluso más guapa que de costumbre. ¡Todo tu cuerpo me está disparando feromonas como una ametralladora suplicándome que te preñe, no eres precisamente la que debería quejarse de la situación! Especialmente si tú no eres la que más disfruta si no usamos protección.
               -Bueno, vale, don mandón. Nada de hacerlo en el agua. De momento-añadí, pero Alec tenía los ojos fijos de nuevo en la piscina. Estaba rumiando algo, apretando la mandíbula con fuerza.
               -No. Ahora me lo has metido en la cabeza. Ahora a mí también me apetece hacerlo en el agua. Nunca lo hemos hecho en una piscina-comentó, y yo me eché a reír.
               -Eres igual que una veleta, ¿eh?
               -Tienes las tetas al aire, Sabrae, ¿de verdad esperas que te diga que no?
               -Y si no tenemos lubricante ni condones especiales o algo así, ¿qué piensas hacer exactamente, Romeo?
               Sonrió. Esa sonrisa torcida y oscura que presagiaba problemas, que te hacía saber que habías hecho la pregunta equivocada.
               -Lo que he hecho siempre: ponerte más y más cachonda hasta que sientas que no puedes vivir sin mi polla.
               Dicho lo cual, me cogió del cuello y me empujó para dejarme caer sobre el suelo. Milagrosamente mi cabeza aterrizó sobre algo blando, una toalla doblada que Alec puso ahí un segundo antes de que mi cabeza impactara contra ella.
               Y empezó el juego. El juego real.
               Qué equivocada estaba si creía que podríamos hacerlo despacio simplemente por habernos puesto románticos. En el momento en que Alec me tocó como llevaba queriendo hacerlo toda la noche, supe que no había vuelta atrás, y que incluso si hubiéramos empezado despacio habríamos terminado acelerándonos y llegando al mismo punto que queríamos alcanzar ahora.
               Alec siguió con avidez mi silueta, descendiendo por mis costados y acariciándome con los pulgares. Me levantó la caderas para besarme la cara interna de los muslos, demasiado cerca de mi sexo como para que no se me escapara un gemido.
               Sin embargo, no tenía intención de comerme el coño. No entonces, por lo menos. Volvió a subir por mi piel, paseando la lengua por el mismo rastro de besos que siempre me dejaba cuando bajaba a hacerme un cunnilingus, deteniéndose en mis tetas y adorándolas… no, más bien torturándolas con la boca. Me las lamió, me las chupó, incluso me las mordisqueó con los ojos bien atentos en mi expresión, sonriendo cuando yo no podía soportarlo y me retorcía y gemía debajo de él.
               Me clavó los dedos en la espalda para pegarme más a él cuando traté de alejarme para poder respirar, y subió hasta mi boca para provocarme aún más:
               -¿Adónde te crees que vas?-me preguntó, dándome entonces el beso más invasivo de toda mi vida. Entrelacé las piernas en torno a sus caderas y gemí cuando él me embistió como hacía cuando estábamos juntos y quería llegar hasta lo más hondo de mi cuerpo.
               Yo, por supuesto, no me quedé quietecita. A pesar de que era Alec el que llevaba la voz cantante, yo no quise hacer de menos ni tomar parte activa mientras nos enrollábamos. Le revolví el pelo, tirando de él hacia mí cuando sus dientes rozaban mis pezones, torturándome como si hubiera ofendido profundamente a su familia y quisiera cobrarse su venganza haciéndome gritar, no necesariamente de dolor. Le arañé la espalda, gruñendo y suplicando cuando tenía la boca en mis tetas, y gimiendo cuando su lengua invadió mi boca, reclamando cada espacio de mi ser sin importarle el lugar en el que se encontrara.
               Le hundí las uñas en el culo, por encima de los bóxers, cuando empezó a frotarse contra mí, demostrándome lo grande que lo tenía, prometiéndome que me lo pasaría genial con él.
               Estaba totalmente desesperada cuando, por fin, Alec me quitó las bragas y me dejó completamente desnuda. Me chistó para que lo mirara, y cuando vio que tenía toda mi atención, se bajó despacio los bóxers hasta liberar su polla. Automáticamente me relamí, y sentí que mi coño se humedecía aún más si cabe, abriéndose y palpitando de un modo en que casi parecía estar tratando de comunicarse con su polla,  pidiéndole que entrara en ella.
               -Coge un preservativo-me dijo, y a mí me faltó tiempo para rodar en busca de mi bolso. Sin embargo, Alec no me dejó volver a mi posición original, sino que me agarró de las caderas, me dio un azote en cada nalga, me hizo levantarlas, y hundió la boca en mi entrepierna. Grité de sorpresa y placer cuando noté su lengua invadiendo mis pliegues más profundos, sus labios recubriendo los míos, sus dientes rozándome el clítoris con fuerza y delicadeza. Me eché a temblar, pero Alec se separó de mí, negándome un orgasmo tan explosivo como excesivamente rápido. Queríamos jugar, queríamos pasárnoslo bien, y también queríamos prolongarlo todo lo posible.
               Me dio de nuevo la vuelta, se inclinó hacia mi boca para darme un morreo de esos que no se olvidan y que no pueden utilizarse en las películas para todos los públicos (¿qué coño?, no podían utilizarse en cualquier película que no fuera porno, punto), un morreo que sabía a las bebidas que habíamos tomado y a mi excitación líquida, preparada para él. Gruñó y sonrió cuando yo le capturé el labio con los dientes, y me recompensó o castigó, según se mire, llevando la mano a mi sexo. Me masajeó la vulva mientras mis caderas se movían al ritmo que él marcaba, y cuando creí que no podía soportarlo más, me metió dos dedos dentro.
               -Dios mío, Alec, -gemí, arqueando la espalda, ofreciéndole mis tetas. Él las aceptó, succionándolas mientras se movía dentro de mí.
               Sacó los dedos de mi interior entre mis protestas, pero me acalló con un siseo.
               -Ya verás lo bien que te lo vas a pasar ahora-me dijo. Escuché cómo rasgaba el paquetito del condón y miré cómo se lo ponía, aprovechando para acariciarse mientras lo hacía. Se estaba apretando mucho la erección, más para aliviarse que para asegurarse de que se pusiera el preservativo-. Oh, joder, nena, mira cómo me la pones.
               Me agarró la mano y tiró de mí para que rodeara su polla con las manos. Intenté incorporarme, sintiendo el impulso de metérmela en la boca y sentir lo que él sentía cuando me comía el coño, pero volvió a meterme los dedos y me dejé caer hacia atrás de nuevo. Esta vez, apenas recogió un poco de mi lubricación antes de pasear los dedos por el entorno de mis pezones y, luego, relamerlos.
               Dios… todo lo que estábamos haciendo estaba tan mal. Y me sentaba tan bien… casi podía sentirlo dentro, casi podía consolarme con el mismo aire.
               Alec me quitó los pasadores del pelo, y me quedé total y absolutamente desnuda, sin ningún adorno a excepción de mi colgante. Me agarró de las caderas y me arrastró con cuidado hasta el borde de la piscina, metiéndose en el agua. Me separó las piernas, me miró a los ojos, puso las manos en mis rodillas y volvió a comerme el coño. Chillé de placer, notando cómo me deshacía, cómo mi sexo se desplegaba permitiéndole entrar más adentro. Sus manos ascendieron por mis muslos, manosearon mis nalgas, y se anclaron en mi cintura.
               Alec me miró a los ojos, una mirada enloquecida, negra como el carbón, totalmente desquiciada. Me levantó en el aire con toda la fuerza de sus potentísimos brazos, y me metió despacio en el agua.
               -¡Joder!-protesté, impresionada. No creí que fuera a notarla tan fría, pero Alec se rió.
               -Sí, exacto, nena. Joder-repitió, dejando que me hundiera hasta los hombros. Entonces, me agarró de la cintura y me puso contra la pared.
               Me acarició entonces la entrada de la vagina con la punta de la polla, y yo empecé a gimotear.
               -Alec, por favor, por favor, métemela…
               Sonrió.
               -Sabes que me tienes súper cabreado esta noche, ¿verdad? No has hecho más que provocarme. No ha estado nada bien, nena.
               -Por favor, Al…
               -¿Qué quieres, bombón?
               -Quiero follar-susurré, frotándome contra él todo lo que me lo permitían el agua y el temblor de todo mi cuerpo.
               -Follar, ¿cómo? ¿Follar duro?-hizo que la última palabra fuera la más sucia de todas las que pronunció, y yo me estremecí. Un estallido de placer descendió por mi columna vertebral, concentrándose en la parte baja de mi vientre como una estrella que se recalentaba antes de estallar en una supernova.
               -Sí, porfa. Muy, muy duro.
               -¿Y cómo es follar duro para ti, nena?-preguntó, separándome las piernas con las rodillas y colocando su miembro en la entrada de mi sexo.
               Me la metió. Impresionantemente despacio. Dejé escapar un gemido suplicante. Era dura. Era invasiva. Era grande. Y placenteramente dolorosa.
               Esto era Alec en estado puro.
               Se abrió paso centímetro a centímetro dentro de mí, tan lentamente que creí que me volvería loca. Y luego, igual que entró, salió de mi interior.
               -Alec-supliqué.
               -Sabrae-respondió, en un tono cortés que no pegaría nada con la situación si no fuera porque lo había dicho él.
               -Métemela. Fuerte. Hazme lo que quieras-prácticamente sollocé, y Alec sonrió-. Fóllame como si llevaras toda la vida deseándolo.
               -Oh, bombón, es que llevo toda la vida deseándolo-me confió, inclinándose hacia mí y hablándome al oído. Me mordisqueó el lóbulo de la oreja mientras me la volvía a meter condenadamente despacio. Cada nervio de mi cuerpo estaba a la expectativa, concentrándose en la sensación de Alec penetrándome al fin-. Y te voy a follar duro sólo por cómo me has torturado esta noche. Estás tan guapa…-salió de nuevo de mi interior, metió la mano debajo del agua, se rodeó la polla y frotó la punta contra los pliegues de mi sexo. Mi clítoris. Todo mi coño-. Cógela-ordenó, y yo metí la mano debajo del agua también. Rodeé su polla con los dedos, tocándola, sintiéndola, maravillándome por lo grande y gorda que era incluso cuando no podía verla. Precisamente porque no podía verla-. Quiero que la visualices, nena. Quiero que te imagines cómo te voy a hacer disfrutar. Imagínate lo bien que voy a hacer que te sientas cuando te parta en dos con este rabo-me lamió el lóbulo de la oreja y yo me froté contra él. Alec jadeó cuando hice presión en su polla-. Es toda tuya. Dime qué te apetece.
               -Me apeteces tú, Alec. Me apeteces muchísimo-balbuceé, y le noté sonreír. Se separó de mí y me agarró del cuello una vez más. Me estremecí de pies a cabeza. Sabía lo que venía ahora.
               Mírame a los ojos, Sabrae.
               -Mírame a los ojos, Sabrae.
               Y no los cierres.
               -Y no los cierres.
               Quiero ver cómo te la meto en tu mirada.
               -Quiero ver cómo te follo en tu mirada.
               ¡Ay! Casi.
               Y, entonces, algo inesperado. Su mirada se volvió dulce, preocupada. No era Alec Whitelaw, el fuckboy original, el rey de la noche y de todo Londres, la pesadilla de los chicos de su edad y el sueño húmedo de todas las mujeres de Inglaterra. Era Al, mi novio.
               -Avísame si te hago daño-me pidió.
               -Ya veremos.
               -Sabrae-protestó-, ahora no estoy jugando, ¿vale? Dime si te duele.
               Lo miré a los ojos. Puede que él todavía conservara un deje de cordura, pero la mía llevaba perdida mucho, mucho tiempo. Me la había dejado olvidada en el vestíbulo de su instituto, cuando lo vi con el traje por primera vez. Que fuera lo que Dios quisiera, pero no iba a andarme con medias tintas esa noche. No con Alec.
               -No quiero que te reprimas. Quiero que me duela. Hazme daño, Alec-le acaricié el pecho-. Márcame.
               Se echó a reír.
               -Joder… tú y yo vamos a acabar mal. No sé quién coño de los dos está peor de la cabeza, nena: si tú por pedirme eso… o yo por morirme de ganas de concedértelo.
               Y, entonces, por fin, me la metió. Aunque creo que decir “incrustó” sería mucho más adecuado.
              
 
Joder. No la había notado tan apretada en toda mi vida. Creí que me correría nada más embestirla por primera vez, pero milagrosamente había sido capaz de provocarla dos veces antes de empezar a follármela de verdad.
               Sabía que estaba mal, que tenía que ser cuidadoso, que podía hacerle mucho, muchísimo daño si no iba con cuidado, pero es que no podía. Créeme: si le pasaba algo, si le hacía algo, jamás me lo perdonaría, pero no estaba en posición de ser consecuente con mis sentimientos ahora mismo. Sabrae gritó cuando la penetré con fuerza, hundiéndome en ella con tanta intensidad que me pregunté cómo haría para sobrevivir cuando saliera de su interior.
               Supe que había hecho un buen trabajo con ella porque se corrió en ese instante, echándose a temblar a la frecuencia de un redoble de tambor. Clavó las uñas en mi espalda, hundió los dientes en mi cuello, y gimió mientras yo seguía y seguía y seguía castigándola y castigándola y castigándola, maltratando su sexo mientras la cabalgaba bajo el agua.
               -Dios, por favor, Alec, Alec, POR FAVOR-clamó al cielo, encadenando su segundo orgasmo antes incluso de que se terminara el siguiente. Su rostro se contrajo en un rictus de placer, la boca retraída, los dientes apretados, la garganta tensa. Jadeó en busca de aire, y yo bajé la velocidad de mis acometidas, dejando que se tranquilizara y se adaptara a mí.
               Los preliminares habían estado genial. Me merecía un premio por no habérsela metido fuera del agua, que era lo que más me apetecía. Sabrae había estado increíble, gimiendo y suplicando y lloriqueando que quería que me la follara ya, que no podía esperar más, como si la tentación hecha carne no fuera ella sino yo.
               Pero esto estaba mil veces mejor. Me alegraba de haber aguantado, de poder sentirla tan preparada, tan ansiosa y tan necesitada de mí. Tenía los tobillos firmemente entrelazados en mi culo, y abría las piernas todo lo que podía para dejar que entrara mejor en su interior. Incluso cuando puede que me estuviera pasando con ella, Sabrae me dejaba cancha para que yo hiciera todo lo que quisiera con su delicioso e impresionante cuerpo.
               Terminado su segundo orgasmo, me miró a los ojos, agotada. Sin embargo, sonreía. Las puntas de su pelo se nos pegaban a ambos por igual, la única parte de ella que estaba mojada. Sabía que debía relajarme un poco y ser más cauteloso con ella, pero no podía. Mi necesidad de correrme y de extraer de su interior tanto placer como me fuera posible me impedían parar y ser buena persona; era un adicto a la cocaína al que le habían puesto un montoncito de su droga preferida delante, un montoncito que sabía que sería demasiado para su cuerpo, pero no podía evitar la sobredosis. No podía dejar de esnifar mientras tuviera material con el que colocarse.
               Así me sentía yo con ella. Incapaz de parar, ni aunque quisiera.
               Sabrae pegó su torso al mío, se colgó de mi cuello y tiró de mí para pegarme más a ella. Jadeando, me dio un beso en los labios. Me pasó las manos mojadas por el pelo, enredando los dedos en mis mechones, y dejó que su lengua explorara mi boca. Ambas se enredaron en un punto medio, y entonces, Sabrae tomó las riendas del polvo, espoleándome contra ella y moviendo las caderas en círculos, ayudándome a llegar más adentro, hasta un punto que creo que no había alcanzado jamás.
               -Mmm, sí. Qué hombre-gimió, acariciándome los músculos de la espalda con la mano que le quedaba libre-. Qué hombre. Mi dios.
               Estaba cerca. Muy, muy cerca. Su boca estaba deliciosa, con ese regusto chisporroteante de su excitación. Su sexo estaba tan húmedo que no podía estar haciéndole daño, me dije, pero también la notaba tan estrecha y apretada que me parecía un milagro que no se hubiera quejado ya.
               Y, entonces, las palabras mágicas.
               -No pares, Alec. Dios mío, eres tan…
               Ay, mi madre. Ay, mi madre. No lo digas, nena. No lo digas.
               -…grande…-suspiró, echándose hacia atrás, apoyándose entonces en la pared y arqueando de nuevo la espalda. Sonrió, mordiéndose el labio, anclando las uñas en mi hombro, y se echó a temblar de nuevo. Sus pechos subían y bajaban a toda velocidad, asomándose por la superficie del agua como dos cocodrilos al acecho.
               Su sexo se apretó más a mi alrededor, reclamándome, exprimiéndome.
               -Mmm, sí. Mierda, Alec, follas tan bien.
               Vale. Era una grandísima hija de puta. Sabía que me costaba mucho no correrme cuando me gemía lo grande que era, pero cuando me decía que follaba muy bien mientras lo hacía me resultaba imposible.
               Así que exploté en uno de los orgasmos más intensos de mi vida, inclinándome hacia ella, mordiéndole el cuello y estallando mientras gruñía su nombre. Nuestros orgasmos se combinaron en esa espectacular sensación que sólo puedes tener con alguien con quien estás en completa sintonía, y los dos gritamos algo maravilloso.
               Nuestros nombres.
               -¡Joder, Sabrae!
               -¡Dios mío, Alec!
               Ella empezó a hablar un segundo después que yo, por lo que la última palabra que pronunciamos ambos parecía el nombre combinado que Taïssa nos había puesto a ambos. Jadeando, me detuve. No podía más. No podía más, de verdad. Notaba un hormigueo muy agradable en las piernas, los brazos cansados, las rodillas flojas (seguramente me habría caído de no estar en el agua), y la respiración acelerada.
               Apoyé la frente en la de Sabrae, notando cómo una sonrisa boba se extendía por mi boca. Se echó a reír.
               -Más te vale que, cuando diseñes nuestra casa, incluyas una piscina interior-me amenazó-. De lo contrario, te dejaré por otro.
               Yo también me reí.
               -Ha estado bien, ¿verdad?-pregunté, abriendo los ojos y mirándola. Los suyos brillaban con tanta intensidad que si el sol tuviera un mínimo de amor propio, se habría apagado al instante. Nada, ni siquiera él, podía hacerle la competencia a la luz de esa sonrisa que resplandecía en su mirada.
               -¿Bien? Al, no sé tú, pero yo estoy segura de que no voy a necesitar masturbarme cuando te vayas de voluntariado. Simplemente con recordar este polvo, me correré.
               -Ah, bueno, entonces me alegro de que el último que hemos echado en nuestras vidas haya merecido la pena. Ahora, si me disculpas…-dije, señalando con el pulgar por encima de mi hombro-, voy a secarme. Hay muchas solteras en esta fiesta, y tengo un traje que amortizar.
               Sabrae se echó a reír.
               -¡De eso ni hablar! Eres mío, y no pienso compartirte después de esto. ¡Ni de coña!-me sacó de su interior y se hundió en el agua, agachándose hasta que sólo sus ojos quedaron por encima de la superficie. Se levantó un poco para hablar-. Te seguiré de cerca toda la vida para espantar a todas las que se te acerquen. A partir de ahora, seré súper celosa. No quiero que le hagas a nadie más esto que acabas de hacerme a mí.
               -¿Ni siquiera a ti otra vez?
               Sabrae sonrió, se hundió completamente en el agua, y buceó por debajo como una sirena sin aletas, rodeándome con habilidad. Emergió en mi espalda, saltó sobre mí, feliz, y trató de hundirme, pero yo era demasiado alto y demasiado fuerte para que me pudiera.
               -Deja de jugar, nena. Tengo que mirar que el preservativo haya cumplido su función.
               -Vaya que si la ha cumplido-canturreó Sabrae, nadando de espaldas y empezando a girar sobre sí misma, chapoteando y salpicándolo todo a su paso. Puse los ojos en blanco, pero no pude evitar sonreír. Adoraba verla así de feliz.
               El único momento en que se quedó quieta fue cuando subí las escaleras y me quedé mirando mi polla aún semi erecta. Se me quitó un gran peso de encima al ver que el condón estaba bien colocado, y que no le había entrado agua. Primer problema superado.
               -¿Vamos a estar solos en Grecia?-preguntó, y yo parpadeé.
               -Hombre, teniendo en cuenta que tiene una población de unos once millones de personas, pues… es un poco complicado sacarlos a todos del país.
               Soltó una risita.
               -No, bobo. Me refiero a que si tendremos una casita para nosotros solos.
               -Ahhh-fingí sorprenderme y pensarlo un momento-. Claro. Sí, creo que sí. Salvo que mi tía Sybil nos honre con su presencia…
               -¿Hace mucho calor allí?
               -Depende. Hace muy buen tiempo, pero sopla brisilla, así que se puede estar. ¿Por?
               -¿Y toleras la brisilla?
               -¿A qué viene tanta pregunta, nena?
               -¿Podremos andar desnudos?-soltó, nadando de un lado a otro, con los ojos fijos en mí-. No quiero perderme este espectáculo que es verte en pelotas.
               Aullé una carcajada.
               -¡Y luego resulta que el sinvergüenza de los dos soy yo!
               -¡Porfa, Alec!-lloriqueó-. ¡Prométeme que estaremos solos! ¡Y prométeme que no llevaremos nada de ropa!
               -¿Es que quieres pasarte follando todo el viaje?
               Parpadeó, sorprendida.
               -¿No vamos para eso?
               Volví a reírme.
               -Para eso podríamos quedarnos en casa. ¿No quieres que te enseñe Mykonos?
               -Puedes darme un paseo por Google maps mientras te la chupo. O haciendo el perrito.
               Me quité el condón y sonreí.
               -El lunes vamos a hablar con Claire y que te haga un hueco. Creo que tienes un problemita aquí arriba-silbé, tocándome la sien con dos dedos, y ella alzó una ceja. Se deslizó hasta el borde de la piscina y se apoyó en el primero de los peldaños de la escalera, apoyando las manos con los codos vueltos hacia dentro. Así, tenía las tetas más juntas, y se veía mejor el agua que caía por ellas, con gotitas precipitándose directamente desde sus pezones.
               Se me volvió a endurecer la polla.
               -Vamos-me dijo Sabrae, sonriendo con satisfacción-. No me digas que eres capaz de pensar en otra cosa cuando me ves desnuda, porque yo no pararía de follar contigo en el momento en que te quitas la ropa.
               -Ojalá sólo me apeteciera follarte cuando te viera desnuda, nena. Eso me haría la vida mucho más fácil. Claro que no es que salgas tapada como una piadosa musulmana-comenté, observando el condón con atención-. ¿Seguro que esa es tu religión?
               -¿Y cuál dirías que es?-preguntó. No la miré.
               -Mm, no sé.
               -¿El hedonismo, tal vez?-preguntó con voz sugerente, y yo cometí el inmenso error de apartar la vista del condón y fijarla en ella. Sabrae había subido un par de escalones más de la escalera, de modo que ahora podía ver su cuerpo hasta sus rodillas. Estaba medio girada hacia mí, pasándose las manos por el pelo, arqueando de esa forma la espalda de una forma que favorecía mucho su silueta, ya que hacía que sus pechos parecieran más turgentes, y se destacaba más la forma de su entrepierna.
               Se me secó la boca en el acto. Y, cuando me sonrió con chulería, la polla incluso me dio un brinco.
               -Eso explicaría por qué creo en Dios desde que me hiciste descubrir el placer del sexo. Y por qué soy adicta a ti.
               -Niña-le dije-. Métete en el agua a ver si se te bajan un poco los humos, que como sigas en este plan, lo que te acabo de hacer no serán más que cosquillas.
               -¿Qué pasa, niño?-respondió, escurriéndose los rizos sobre los pechos a propósito, y bajando la mano por el reguero que se formó entre sus tetas, en dirección a su monte de Venus-. ¿No estás preparado para un segundo asalto? Qué desilusión-hizo una mueca-. No me esperaba esto de ti…
               Supe que iba a decirlo por la cara que puso.
               -… Whitelaw.
               Vale. ¿Quería guerra? Pues guerra iba a tener.
               No le di margen de maniobra. Atravesé la distancia que nos separaba de dos zancadas y me planté frente a ella. Abrí la boca como si fuera a decirle algo, y cuando Sabrae sonrió y se inclinó para besarme, la empujé dentro del agua. Salté en bomba dentro de ella, y cuando emergí, volví a ponerla contra la pared y le separé las piernas.
               -Reza lo que sepas, nena, porque lo que no debe preocuparte es si yo estoy listo para repetir. La cuestión es: ¿lo estás tú... Malik?
 
Alec emergió del agua como el mismísimo Poseidón, y cuando sus ojos se encontraron con los míos, una inmensa sonrisa adorable le curvó los labios. Se acercó medio flotando hacia mí hasta que su pecho tocó mi brazo, empujándome ligeramente hacia un lado.
               Sabía que le hacía gracia lo que estaba viendo: a mí, flotando en el agua como un nenúfar en un tranquilo estanque de carpas koi, regodeándome en lo dolorido que notaba el cuerpo. No notaba un solo músculo que no estuviera resentido por el polvo que Alec acababa de echarme hacía apenas diez minutos, recompensándome por lo mucho que había conseguido provocarlo esa noche. Me sentía igual de entumecida que si hubiera estado entrenando durante 24 horas seguidas al límite de mis fuerzas, y hasta en la garganta notaba molestias. Había llegado un punto en el que mis músculos habían alcanzado su límite, volviéndome absolutamente consciente de cada movimiento de Alec dentro de mí, alrededor de mí, contra mí, y me había hecho gritar de lo lindo. Tan, tan fuerte que incluso había tenido que taparme la boca con la mano y exclamar, estricto:
               -¡¡¡Shhh!!! Más bajo, nena. Nos van a oír.
               Yo me había imaginado a alguien entrando y viéndonos de esa guisa, a mí disfrutando como no había disfrutado nada en mi vida, a Alec tan glorioso como un dios, poseyéndome en el agua, haciendo que perdiera toda la vergüenza y no fuera más que una maraña de placer sin medida.
               Y me corrí. Me corrí tan fuerte que pensé que todo mi cuerpo se desencajaría: las costillas reventarían, mis caderas se desencajarían, mis músculos no darían más de sí. Alec me tapó la boca con más fuerza, reverberando en la palma de su mano el eco del grito que me estaba desgarrando las cuerdas vocales, pero no podía hacer más por controlarme. Estaba disfrutando igual que yo, así que sus manos no le pertenecían del todo, por lo que me estrujó las tetas con la mano libre, prolongando mi orgasmo hasta que creí que me volvería loca.
               -Joder, me estás poniendo burrísimo-había gruñido, y se había salido de mi interior para poder darme la vuelta y penetrarme por detrás, desde donde tenía mejor ángulo y disfrutábamos incluso más. Yo había clavado las uñas en la pared, tan fuerte que creo que hasta les había dejado marca, y me había dejado llevar en esa espiral de sexo y lujuria en la que Alec me había arrojado, saltando de cabeza justo detrás de mí.
               Estaba agotada, absolutamente agotada… y más feliz de lo que me había notado en toda mi vida.
               Teníamos que hacerlo más a menudo en el agua. Y más me valía estudiarme a conciencia las guías turísticas de Grecia cuando llegara a casa, ya que sospechaba que no saldríamos de la playa más que para meternos en la ducha, o directamente en la cama.
               Alec soltó una risita, se puso en pie y su torso emergió del agua. Estábamos en la zona menos profunda de la piscina, justo enfrente de las escaleras, y ésta le llegaba casi hasta la cintura. Tenía su miembro a centímetros de mi mano, con la base emergiendo de la superficie a duras penas, tan prometedora como una isla en el límite entre el océano y el cielo en el horizonte justo cuando se te acaban las provisiones.
               -Voy a salir-anunció, jugueteando con el agua a ambos lados de su cuerpo. Me rozó el hombro con los dedos cuando hice un puchero.
               -Nooo-lloriqueé como una niña pequeña, a pesar de que todo lo que me habían hecho era para mayores de dieciocho-. No salgas aún. Quédate un ratito más. No me dejes sola. Te echaré mucho de menos si me dejas sola-ronroneé, mirando con descaro la sombra oscura y cambiante de su miembro debajo del agua. Estiré la mano para acariciarlo, y mis dedos estaban a centímetros de éste cuando Alec me interceptó.
               -Tú no tienes por qué salir ahora, nena. Dios me libre de interrumpir tu momento zen-sonrió, siguiendo la línea de mi silueta con los nudillos. Se detuvo unos instantes en mi pecho, acariciándolo con el pulgar antes de continuar-. No quiero que se termine todavía el espectáculo.
               En sus ojos oscurecidos por las ganas que todavía nos conservábamos, a pesar de lo satisfechos que estábamos, pude ver mi reflejo flotando en el agua como el de una virgen adaptada a África: piel de bronce brillante, un halo azulado por las luces del fondo de la piscina, y mi pelo conformando un velo azabache que bailaba al son de los latidos de mi corazón.
               Me sentaba bien estar desnuda y mojada. Me sentaba bien que Alec me follara como acababa de hacerlo.
               -No tiene por qué acabarse-respondí, hundiendo los pies y apoyándome en el suelo de la piscina. Me arrodillé frente a él, con las rodillas flexionadas lo justo y necesario para que mis hombros combatieran con la superficie del agua. Me acerqué a la base de su pene y le di un beso en la cadera, a pocos centímetros de donde empezaba lo más interesante-. Todavía quedan las escenas postcréditos-coqueteé, dejando un rastro de besitos en dirección al centro de su ser. Alec se echó a reír.
               -No espero que lo notes con lo cachonda que estás, nena-dijo, acariciándome el mentón-, pero el agua está bastante fría.
               -Tú también estás cachondo-contesté, rodeando su erección, sacándola del agua y besándole los testículos mientras le miraba a los ojos. Alec se mordió el labio, y estaba a punto de lamérselos y meterme uno en la boca cuando me cogió de la mano y me hizo levantarme. Creyendo que íbamos a volver a la carga, me senté en el borde de la piscina y subí un pie a las tablas de madera, separando bien las piernas. Me apetecía probar mi sabor directamente desde su polla tras follarme sin protección, justo después de volver a atontarme con esa técnica infernal con la que manejaba la lengua.
               Sin embargo, Alec se metió entre mis piernas y bajó la mía. Apoyó las manos a ambos lados de mis muslos y se inclinó hacia mi boca.
               -Siempre voy a estar cachondo cuando esté contigo, nena, y todavía más si estás desnuda-me acarició de nuevo el costado, bajando hasta mi muslo-. Pero estoy demasiado cansado como para follarte como te mereces, y de verdad que tengo que salir del agua.
               -Se me ocurren un par de formas de calentarte que no requieren que te vayas.
               Se echó a reír.
               -No las pongo en duda, nena, pero después de lo que acaba de pasar, me da un poco de miedo decepcionarte.
               Alcé las cejas.
               -¿Decepcionarme? Mírate, Al-le acaricié los brazos, descendiendo desde sus hombros hasta su piel-. Es imposible que decepciones a nadie.
               Rió entre dientes, sacudiendo la cabeza.
               -Cómo se nota que no eres un tío. Hasta el más tonto de nosotros sabe que tenemos que mantenernos lejos del agua fría si queremos volver bien locas a nuestras chicas, pero tú estás tan jodidamente buena que no he podido resistirme.
               -¿Qué os pasa en el agua?
               -Nos mengua la polla.
               Salí de mi estado de éxtasis y estupefacción para fulminarlo con una mirada irónica.
               -Guau, Alec-silbé, agitando la mano en el aire-, sí, haces bien, deberías tener cuidado, no vaya a dejar de medirte medio kilómetro para medir sólo un cuarto y no te la encuentres… vamos, es que es completamente comprensible tu preocupación. Tienes todo mi apoyo-me llevé la mano al pecho-, de verdad.
               Estalló en una sonorísima carcajada que hizo que mi interior se iluminara con una luz nítida como la del ocaso atravesando los rosetones de una catedral orientada al oeste.
               -Eres una exagerada-me agarró de los muslos y me levantó con una fuerza que no sabía de dónde sacaba, ya que él había llevado el peso de la mayor actividad física de la noche, sosteniéndome en ocasiones por encima del agua para poder comerme las boca, las tetas o incluso el coño. Y, aun así, ahí seguía. Tan fuerte como siempre, con poder aún para sostenerme durante toda la noche si yo se lo pedía.
               Me pegó a él y me metió la lengua en la garganta sin que yo pudiera hacer nada para resistirme incluso si quisiera haberlo hecho, y me dejó de nuevo en el agua. Con el ceño fruncido, haciéndole saber lo poco que me gustaba que me dejara sola, observé cómo se giraba y subía las escaleras para salir a la superficie. Lo perdoné en cuanto me fijé en lo redondito, respingón y apetitoso que tenía el culo.
               Revoqué mi perdón cuando cogió una toalla de los estantes de la pared, y lo perdoné de nuevo cuando lo vi colocarlo sobre uno de los sillones frente al agua. No se rodeó la cintura con ella como me temía, sino que se sentó desnudo sobre él. Se inclinó para revolver en la montaña de nuestra ropa mezclada y sacó un paquete de tabaco del interior de su chaqueta, y yo no perdí detalle de cómo se lo encendía, su ceño fruncido, su mandíbula marcada, la forma en que le subió y bajó la nuez de la garganta al tragar saliva e inhalar.
               Luego, se reclinó en la silla y me contempló con una sonrisa que evocaba la satisfacción de quien tiene el trabajo bien hecho. Jugueteé en el agua como una ninfa, girando sobre mí misma, hundiéndome y volviendo a emerger, para su completo disfrute. Cuando las gotitas de agua que se habían condensado en su piel desaparecieron, me di cuenta de que habíamos pasado mucho tiempo dentro del spa. Ya se había fumado un cigarro, y parecía a punto de encenderse el segundo.
               -Algún día te pediré que te masturbes delante de mí mientras fumo-me había susurrado una vez al oído-. Quiero ver qué tal sientan mis drogas preferidas mezcladas.
               -¿Cuánto tiempo llevamos aquí?-pregunté, considerando la posibilidad de cumplir esa fantasía entonces. Alec arrugó la nariz, revolvió de nuevo entre la ropa, y finalmente sacó el móvil. Parpadeó.
               -Dos horas.
               ¿Tanto? Me parecía que había entrado en el spa hacía cosa de diez minutos.
               -A polvo la hora-me reí-. ¿Cuánto falta para que llevemos tres?
               Alec se unió a mis risas y, distraído, contempló mis zapatos. Me pregunté si quería irse, y estaba a punto de pedirle que me lo dijera cuando preguntó:
               -¿Qué tal llevas los pies?
               -¿Comparados con el resto del cuerpo? Bien-sonreí, y me devolvió la sonrisa-. Parece ser que el sexo no sólo sirve para el dolor de cabeza.
               -Remedios naturales que uno conoce-se cachondeó, echando una calada del nuevo cigarro y exhalándola despacio, con los ojos aún puestos en mí-. ¿Me lo dices en serio?
               -Me noto las piernas cansadas, pero si tenemos en cuenta que he cabalgado a un semental indómito durante medio país, creo que es normal-me encogí de hombros-. No sé si me sostendrán.
               -Quizá esa fuera la idea-bromeó-. Puede que te haya cansado tanto que la única manera que tienes ahora para desplazarte es que te lleve a cuestas. Así no me dirías que no.
               -Yo no te diría que no a nada, Al.
               Arqueó una ceja y me dedicó su sonrisa torcida. Puse los ojos en blanco.
               -Ya sabes a qué me refiero.
               -Sí-asintió-, por suerte, sé a qué te refieres.
               Algo me dijo que no lo decía sólo porque finalmente me había caído del guindo y había aceptado ser su novia, sino por todo el trabajo que ese momento llevaba detrás. La manera en que había insistido para que fuera al psicólogo, que tantas reticencias le despertaba y que sin embargo tan bien le había ido; mi determinación a que siguiera estudiando cuando decía que el curso estaba perdido, y ahora aquí estábamos, escondidos en un spa en el que no deberíamos estar, en uno de los hoteles más lujosos de la ciudad, celebrando su graduación.
                Nadé hacia el borde de la piscina y me aferré a él. Necesitaba estar lo más cerca posible para decírselo.
               -Estoy muy orgullosa, Al.
               -¿Por qué? ¿Por haberme dicho que sí? Deberías estarlo. Soy la mejor decisión de tu vida-al ver que ponía los ojos en blanco, siguió pinchándome-. Bueno, si no es por eso, creo que necesito que seas un poco más específica. ¿Es por seguir haciendo que te corras como siempre a pesar de que estoy medio borracho, o porque estoy medio borracho a secas, y no al borde de un etílico, como la ocasión se merece?
               -No, bobo-me reí-, por tu graduación, precisamente.
               Sonrió.
               -Ah, vale-asintió con la cabeza-. Comprensible, la verdad.
               -Te ha costado mucho-murmuré, sentándome en el borde de la piscina y dibujando nubes con remolinos en el agua. Noté que su humor cambiaba, pasando de juguetón a necesitado, y no pude evitar sonreír-. Te has esforzado tanto que…-me giré. Todavía no podía verme los pechos, ya que me los tapaba el brazo-, creo que te mereces una recompensa.
               Bajé el brazo y, después de que él entreviera la silueta de mis tetas, me giré para ofrecérsela como un regalo. Se le oscureció la boca mientras analizaba mi anatomía, deleitándose en la redondez de mis pechos y descendiendo por mi cuerpo hasta mis muslos. Se le estaba poniendo dura.
               Y, cuando me giré del todo, apoyada sobre la rodilla en el borde de la piscina, y pudo ver el principio de mi sexo, Alec se empalmó del todo.
               -Ven a por ella-le insté, sintiendo que el aire arañaba mi piel. Me palpitaba el sexo, y cuando me hundí de nuevo en el agua, fue como si ésta lamiera mis pliegues al mezclarse con mi humedad. Se me escapó un suspiro que hizo que sus pupilas se dilataran.
               Y se levantó. Caminó despacio hacia mí, como si fuera un animal hermoso y exótico a la vez, cuya peligrosidad desconociera. Me observó mientras yo me aguantaba las ganas de masturbarme: si me proporcionaba un alivio de otro modo que no fuera como tenía en mente, no le haría a Alec lo que quería tan bien como quería.
               A pesar de la tontería ésa de la temperatura del agua, conseguí que Alec se sentara en el borde. Me levanté, de modo que mis pechos emergieron de nuevo, y me acerqué a él. Le puse las manos en las rodillas y se las separé. Fui subiendo por sus piernas, acariciándolo despacio, sintiendo la expectación de todo su cuerpo concentrándose en un único punto, su punto más interesante y sabroso.
               -Eres un dios-le dije, acercándome a su boca. Mis dedos alcanzaron por fin su polla, y mientras con una mano sujetaba su tronco, con la otra le acaricié los huevos despacio. Muy, muy despacio. Alec jadeó contra mis labios, y yo sonreí-. Voy a adorarte como te mereces.
               Le di un beso de esos que se prolongan incluso cuando nuestras bocas se separaban, y con los labios aún ligeramente entreabiertos, me separé de él y bajé la vista hacia su polla. Ya estaba orientada hacia mí, como si supiera lo que tenía que hacer para que yo pudiera conseguir que disfrutara más.
               Dejando un rastro de besitos por su cuerpo, directamente por la autopista de esas cicatrices que acabaría consiguiendo que amara como lo hacía yo, me dirigí hacia su entrepierna.
               La capturé un instante entre mis pechos mientras descendía, lo cual le arrancó un gruñido desde lo más profundo de su garganta. Se me ocurrió una idea que iría tomando forma mientras le practicaba la felación.
               Cuando estuve frente a frente con su erección, no pude evitar relamerme. Mi sexo protestó por las pocas atenciones que tenía pensado dedicarle, pero tenía que entender que yo no era la protagonista esa noche, por mucho que Alec me hubiera concedido un papel muy digno y relevante.
               Tendría que consolarme con las caricias del agua, que ya no estaba tan segura de que fueran producto de mi imaginación. Acercándome al borde de la piscina, quizá para poder frotarme de alguna forma contra Alec y poder causarme algún alivio, lo agarré de las nalgas para acercarlo más a mí. Me hundí un poco más, rodeado su polla con la mano, y mientras se la acariciaba arriba y abajo, lo miré a los ojos.
               -No quiero que apartes la vista de mí-le dije-. Grábate en la memoria lo que voy a hacerte para que lo reproduzcas en bucle cuando estés en Etiopía, porque esto será lo que te estará esperando cuando vuelvas a casa.
               No dijo nada: se limitó a tragar saliva y eso me hizo estremecer de pies a cabeza. Me llevé la punta de su sexo a los labios y lo cubrí de besitos, que cada vez fueron más y más amplios hasta que, por fin, entreabrí los labios para dejar pasar su dureza a mi boca.
               Alec exhaló un gemido, reclinándose hacia atrás, arqueando la espalda y recompensándome con un:
               -Joder, Sabrae…
               No me metí la polla demasiado dentro; sabía que le gustaba más cuando usaba la lengua, y su tamaño y la profundidad que podía alcanzar no me facilitaban el trabajo, de modo que acompañé mis labores con los labios y la lengua con las manos. Alec jadeó, y cuando rodeé su polla con la lengua y empecé a succionar, sus caderas se abandonaron a la sensación de tenerme enteramente dedicada a su placer. Las movió en círculos, embistiéndome ligeramente, y noté que unas gotitas se escapaban de su punta, pensadas para lubricarme y hacerme disfrutar más.
               Recordé su expresión cuando lo hicimos sin preservativo en la sala de fiestas a la que me había llevado por primera vez con mis amigas, y pudo ver cómo parte de su semen se escapaba de mi interior. Le gustaba verlo en mí, sobre mí. A los dos nos gustaba fantasear con cuando fuera un poco más mayor y pudiera tomar anticonceptivos que nos permitieran prescindir de los condones.
               Y esa noche haríamos realidad nuestras fantasías.
               Noté que mi sexo se hinchaba y comenzaba a palpitar cuando me tragué sin dudar esas gotitas, y dejé escapar un gemido al notar que podía aliviarme un poco a mí misma simplemente con las piernas. Sería un pobre consuelo para lo que realmente deseaba, que no era otra cosa que el miembro de Alec invadiéndome con esa presencia suya que tanto se hacía notar, y que tanto me estaba gustando en la boca, pero sabía que estaba formando muy buenos recuerdos para que ambos nos recreáramos.
               Me metí su polla hasta lo más profundo de la garganta, y Alec dejó escapar un jadeo.
               -Joder, Sabrae, qué bien la chupas…-alabó, mordiéndose el labio. Pasando ganas de decirle que le estaba poniendo entusiasmo por razones obvias, me la metí de nuevo hasta el fondo, y luego me ocupé solamente de la punta esta vez. La rodeé con la lengua, deleitándome en que tanto sus caderas como las mías siguieron el ritmo que marcaba yo, y me ocupé de presionar todo lo que él necesitaba en su tronco con los dedos.
               -La madre que te parió, Sabrae…-protestó, cerrando los ojos e inclinándose de nuevo hacia atrás cuando me la saqué de la boca y, masajeándola de arriba abajo con la mano, me ocupé de sus testículos. Los lamí, me metí uno en la boca y lo chupé mientras Alec gruñía y protestaba-. Sí, así. Joder. Lo haces tan bien.
               Adoraba que los papeles estuvieran cambiados. Normalmente era yo la que me ocupaba de animarlo así.
               Alec empezó a tensarse. Sus caderas se volvieron más insistentes y persuasivas; tenía los nudillos blancos de tanto hacer fuerza, clavando las uñas en la madera del suelo. Varias veces estiró una mano para agarrarme del pelo, pero se contuvo en el último momento, como si creyera que yo no quería eso.
               -¿Vas a correrte, criatura?-le provoqué, y Alec asintió con la cabeza, los ojos cerrados, su cuerpo enteramente mío. Sonreí, succioné una última vez su entrepierna, y entonces me la saqué de la boca.
               Alec abrió los ojos y me miró en el acto. Entonces, lenta, muy lentamente, todavía con las manos ocupándose de su erección, me incorporé lo suficiente para que mis tetas salieran del agua. Tenía los pezones duros, anhelantes de su boca, pero les esperaba algo mejor.
               -Nena…-suplicó, y yo sonreí. Pegué los brazos a las tetas, los entrelacé debajo de éstas, y, entonces, lenta, muy lentamente, torturándolo como no lo había torturado en su vida, me deslicé sobre la entrepierna de Alec-. Sabrae-gimió, alarmado, cuando la punta de su polla emergió entre mis pechos.
               Estaba a punto, muy a punto.
               -Un regalo para el graduado. Ya te has corrido más veces en mi boca-paladeé con voz seductora-. Quiero que te corras en mis tetas ahora.
               Me moví de arriba abajo, masturbándolo con mis pechos. Además, ésa era la única manera en que no me empezaría a masturbar yo también.
               Me gustaba sentirlo allí. Nunca lo habíamos hecho de esa manera, y me parecía algo sucio, prohibido, exactamente lo que harías en una ocasión especial. Romper unas cuantas reglas, innovar y ser más atrevida. Creí que llegaría al orgasmo sintiendo la presión de su miembro abriéndose paso en mi canalillo; no sería la primera vez que Alec hacía que me corriera estimulándome los pechos.
               Pero no me importaba. Ya había tenido suficientes orgasmos para esa noche, y así podría ver claramente cómo disfrutaba. Alec jadeó, gruñó, escupió obscenidades y me agarró del pelo.
               -La de cosas que te voy a hacer… me las vas a pagar todas juntas, Sabrae-gruñó, y yo sonreí.
               -Puede que sea eso justamente lo que quiero-respondí, girando la cabeza y mordisqueándole la palma de la mano-. Que me castigues… papi.
               Me metí su pulgar en la boca y lo succioné igual que había hecho con su polla hacía unos instantes, y entonces…
               … sentí una explosión incandescente reventando entre mis pechos y en mi clavícula.
               La mirada de Alec se perdió un par de segundos, navegando ríos de placer. Un gemido gutural, sensual y masculino manó de su garganta, y cuando terminó, se dejó caer hacia atrás, jadeante.
               Respiraba con tanta dificultad que cualquiera que lo viera creería que había corrido una maratón. Me incorporé y, sin molestarme en limpiarme siquiera (aquello también era parte de mi regalo para él), me arrodillé a su lado, ya completamente fuera del agua.
               Abrió los ojos y me miró, sorprendido. Cuando vio los restos de su placer en mis pechos, exhaló un gemido y se frotó los ojos.
               -¿Qué tal?-lo puteé.
               -Lo siento por tus padres si no aprueban la necrofilia-soltó-, porque cualquier día de estos eres capaz de matarme, y seguro que eres tan golfa que te daría igual seguir follándome.
               Aullé una carcajada y me incliné para darle un beso en la mejilla. Giró la cara para que se lo diera en los labios, y no me hice de rogar.
               -Me tomaré lo de “golfa” como un cumplido.
               -Créeme, Sabrae-me dijo, mirándome a los ojos-. Cuando el fuckboy  original te llama “golfa”, te está haciendo el mejor cumplido que puede hacerte-y, entonces, se me quedó mirando las tetas con ansia.
               -Si me las chupas ahora, se lo diré a mis amigas.
               -A mí siempre me ha gustado que me envidien-soltó, y yo estallé en carcajadas.
               -¡¿Y yo soy la golfa de los dos?!
               -Tú eres la golfa y yo, el drogadicto. Y ahora ven que te esnife antes de que me muera del mono-lloriqueó, estirando las manos hacia mí y arrastrándome hacia él.
               Un cuarto de hora después, salíamos por fin de ese glorioso spa al que nos prometimos el uno al otro que teníamos que volver.
                -En una ocasión especial-le aseguré.
               -Vale. Por ejemplo, ¿cuando hagamos dos meses y ocho días?
               -¿Eso no es mañana?
               Me rodeó los hombros con el brazo.
               -Eres listísima, bombón.
               Me eché a reír y le pegué un empujón, agradecida de que me hiciera reírme a pesar de que nos íbamos del que sería uno de nuestros oasis permanentes, un lugar al que ambos siempre querríamos volver. Lo que había hecho esa noche me había hecho disfrutar, sí, pero también me haría más dura la separación con él en el momento en que llegara.
               Si Alec estaba pensando en lo mismo mientras atravesábamos el hotel en penumbra, hizo muy bien en disimularlo. Cuando regresamos a la fiesta se notaban las horas que habían pasado: había bastante más gente sentada, de modo que los huecos en los sofás eran escasísimos, y pocos eran los valientes que se atrevían a bailar en la pista al ritmo de unas canciones que se iban intercalando en tranquilidad para facilitar el baile.
               En cuanto entramos en la sala de fiestas, fuimos derechos con nuestros amigos. O, para ser más exactos, con mi hermano. Scott estaba riéndose con Diana sobre algo, y nos sonrió con picardía cuando nos vio aparecer.
               -¡Bueno! ¡Mirad quiénes nos honra con su presencia! Saab, creíamos que habías ido a acompañar a este payaso a la cama. ¿Cómo sé yo que no te has echado una siesta mientras yo lo daba todo aquí?
               -Mírame la cara, Scott-ordenó Alec, haciendo un gesto con la mano como si se la acariciara con el aire-. ¿Reconoces esto? ¿Cuánto hace que no follas? Porque yo…-se echó un vistazo al reloj de la muñeca, que casi se le había caído al agua cuando recogimos la ropa para vestirnos-. Siete minutos y medio.
               -Cascársela no cuenta como follar, ¿lo sabes, verdad?-preguntó Tam, que ya no llevaba nada de pintalabios, ni suyo ni de Karlie, por la cara. Estaba repantigada en la esquina del sofá, con las piernas cruzadas y los brazos extendidos como si fuera la dueña del local. A cada lado, una de las originales de las chicas de los Nueve de Siempre.
               -Cielo, yo no me la casco-respondió Alec, jugueteando con los botones de su chaqueta-. Yo me la meneo. Si me la cascara, significa que me la rompería y no podría usarla tras hacerme una paja, pero cuando quieras te hago una exhibición de mis habilidades.
               -Como le pongas la mano encima a mi chica, te la arranco, machito del demonio-amenazó Karlie, inclinándose hacia él como si quisiera morderlo. Alec arqueó las cejas.
               -¡Relájense los coños lésbicos! A Sabrae y a mí no nos importa tener público. No después de lo que hemos hecho, ¿verdad, nena?-me rodeó la cintura con la mano y me dio un beso en la sien. Puse los ojos en blanco porque, bueno, una cosa era lo que hacíamos en la intimidad, y otra que Alec se lo contara tan pichi a sus amigos, sobre todo conmigo delante-. ¿Queréis oírlo? Seguro que aprendéis algo.
               -Seguramente sea algo que Diana ya me haya hecho a mí-se cachondeó Tommy, y Alec lo fulminó con la mirada.
               -¿Por qué siempre hay un niño rico dispuesto a jodernos la felicidad a los de clase trabajadora?
               -Alec, el uno trabajo que haces tú ahora es entre las piernas de Sabrae-le recordó Jordan.
               -Y lo hago tan bien que debería cotizar por ello.
               -¿Muchas horas extras?-preguntó Scott, y Alec le sonrió con chulería.
               -¿Te arrepientes de no haberte traído a tu chica, chaval?
               -No. Sólo quiero saber cuántas horas de aguantarte me ha ahorrado mi hermanita. Gracias por cansármelo, por cierto, Saab-Scott me guiñó el ojo-. Así será mucho más fácil ganar la apuesta.
               Alec abrió la boca, alucinado, y nos miró a ambos alternativamente.
               -¡Sabrae!-terminó tronando-. ¿Me has comido los huevos para ayudar a tu hermano a ganar? De un subser como Scott me esperaría este comportamiento, pero no de ti-sacudió la cabeza, me cogió de la mano y soltó-. Vamos al baño y me lo compensas.
               -De eso nada. Antes tengo que invitarla a una copa por haberme patrocinado la victoria-Scott me cogió la mano libre y Alec lo fulminó con la mirada.
               -Hay barra libre, S.
               -Pues por eso. La pobrecita necesitará emborracharse para olvidar todo lo que ha tenido que hacerte.
               Alec esbozó una sonrisa oscura, y mirándome a los ojos, le contestó a mi hermano:
               -Sí, bueno, mucha suerte con eso. Yo ni pasando por tres comas podría olvidarme de lo de hoy.
               Y yo tampoco, Al. Yo tampoco. Y menos mal.
 
Me desperté de la duermevela en la que no sabía que me había sumido de un sobresalto cuando mi teléfono sonó con estrépito al lado de mi cabeza. Rodé a toda velocidad con el corazón acelerado, y lo cogí con manos temblorosas, esperando encontrarme por fin el nombre de Alec.
               El nombre que apareció en la pantalla no era el de mi Whitelaw preferido, pero sí uno de ellos. Deslicé el dedo y me llevé el móvil a la oreja, notando que la cabeza estaba a punto de explotarme.
               -Mimi-jadeé-. ¿Ha llegado?
               -Seguimos sin noticias. De hecho, te llamaba para preguntar si había dado señales de vida. ¿No hay novedades de ninguno de los cuatro?
               Hacía tres días que no sabíamos nada de Alec, Scott, Tommy y Diana. Desde que nos habíamos separado en la puerta de casa, cuando me acompañaron para despedirse de mí, y Alec fanfarroneó sobre lo seguro que estaba de que Scott sería el primero en “irse a casita a dormir la siesta igual que un niñito pequeño”, a lo que mi hermano había respondido girándose, fulminando a mi novio con la mirada, cagándose en Dios y prometiéndole que le daría una lección, no habían vuelto a hacer acto de presencia. Shasha me había pescado varias veces peinando todo Internet en busca de una pista de lo que pudiera haberles sucedido: tres de ellos eran famosos por derecho propio, y no es que a Alec no lo conociera nadie, precisamente, así que tenía que haber algo. Una historia, una publicación, un rumor circulando por Twitter, lo que fuera. Me daba igual la forma, sólo quería saber dónde coño estaban y por qué no respondían a las llamadas, por qué constaba que tenían los teléfonos desconectados.
               Estábamos empezando a preocuparnos, la verdad. Nuestros padres estaban que se subían por las paredes, jurando y perjurando que los castigarían hasta que sus nietos se graduaran de la universidad, y Eleanor estaba a punto de dar la voz de alarma en redes, avisando de que su hermano, su novio y una de sus mejores amigas se habían esfumado de la faz de la tierra sin dejar rastro. La que mejor lo llevaba era Annie, que estaba convencida de que Alec había salido del país. Cada vez que le preguntabas por el asunto, se cerraba en banda, se cruzaba de brazos y proclamaba:
               -Este sinvergüenza al que he tenido la desgracia de parir seguro que está de fiesta por ahí, en algún sitio. Pues se va a enterar. Como no se presente en casa en una hora, le pongo las maletas en la puerta y no vuelve a cruzarla. Como que me llamo Anastasia Whitelaw-y clavaba la vista en la silueta de Londres, pero yo sabía que estaba preocupada, y que se estaba haciendo la fuerte tratando de aferrarse a una esperanza que cada vez sentía menos.
               Claro que yo tampoco daría mi brazo a torcer si mi madre estuviera detrás de mí todo el rato, pinchándome con que mi hijo era un irresponsable por mi culpa, por no haberlo educado en ruso. A veces me daba la sensación de que Ekaterina quería que Alec se fuera a vivir con ella, y no se le ocurría otra manera que tratar de conseguir que Annie le cediera la custodia echándolo de casa.
               -Nada-dije, comprobando mis mensajes. Eleanor no me había escrito para avisarme de que habían llegado, y los mensajes que les había enviado a los cuatro por separado seguían sin constar como abiertos. La mayoría sí estaban recibidos, pero ninguno abierto; los únicos que ni siquiera habían llegado a ningún dispositivo eran los últimos que le había enviado a Alec, prometiéndole que se acordaría de esta toda su vida como estuviera por ahí de marcha, y luego suplicándole que me perdonara si le había pasado algo y yo estaba ahí, medio enfadada con él-. Se acabó-sentencié, peleándome con las sábanas y saliendo de la cama a trompicones-. Voy a hablar con Shasha. Que se deje de tanto maratón de series asiáticas y haga algo útil por una vez en su vida.
               Atravesé mi habitación como un ciclón y abrí la puerta con tanta fuerza que golpeó la pared. Mamá me chilló desde el piso inferior que si creía que mi hermano estaba escondido en alguno de los tabiques y por eso me había propuesto tirar la casa abajo.
               -Avísame con lo que sea-me pidió Mimi con angustia, y yo asentí a pesar de que no podía verme antes de colgar. Las dos estábamos histéricas, y cada una lo demostraba a su manera.
               Abrí la puerta de la habitación de Shasha sin llamar, y ésta se puso colorada al verme plantada en el vano. Bajó a toda velocidad la tapa de su ordenador y bramó:
               -¿No sabes lo que es la intimidad?-gritó-. ¡Llama antes de entrar, culo gordo!
               -¡Déjate de historias! Debería haberte asfixiado en la cuna cuando se me presentó la ocasión, pero ahora tienes la oportunidad de compensármelo. ¡Encuentra a los chicos!-grité, lanzándole mi móvil para que cogiera de mi agenda los números que le faltaban-. ¡Sirve a esta familia por una vez en tu vida!
               -¿Por qué debería ayudarte? Eres una gilipollas. Todavía estoy enfadada contigo por lo del viernes. ¡Iba a ir al cine con mis amigas y me chafaste el plan por ver al imbécil de Josh!-ah, sí, además de un poco rara, Shasha también podía ser muy rencorosa si se lo proponía. Le había hecho una encerrona con Josh al día siguiente de ir a la graduación; tenía que ir en representación de Alec para que Josh no se sintiera abandonado, ¿y qué mejor forma que hacerlo que con mi queridísima hermana, con la que se llevaba a matar? Me apetecía divertirme un poco viendo cómo se peleaban antes de volver a dormir todo lo que necesitara, y había sido lo suficientemente lista como para pedirle que me acompañara delante de mamá, que la había obligado a hacerme ese favor antes de irse con sus amigas.
               Al final, se quedó sin tarde con sus amigas porque se pasó más tiempo del esperado peleándose con Josh, todo porque éste se metió con los vídeos de música coreana que estaba viendo en la cama de al lado mientras yo charlaba con él.
               -Porque tu hermano ha desaparecido y eres la única que podría encontrarlo si le diera la gana. Hay que ser cabrona para anteponer el odio que me tienes a cuidar de Scott.
               Sonrió con maldad.
               -¿Cómo sabes que no he sido yo la que me he ocupado de que se esfume? Puede que nos beneficie que no esté. Tocamos a más herencia.
               Cogí su peluche de Kirby y se lo estampé con toda la fuerza de mis brazos en la cara, haciendo que se cayera sobre la almohada.
               -¡BUSCA A SCOTT, SOCIÓPATA DE MIERDA!
               Shasha se quitó el peluche de la cara y tosió una nubecilla de pelusa.
               -¿A Scott, o a tu novio?-sonrió con maldad, y si no la estrangulé fue porque necesitaba su cerebro retorcido y sabelotodo para que hackeara los móviles de los desaparecidos-. Porque, ¿sabes, Sabrae? Las relaciones se basan en la confianza, y no me siento muy cómoda controlando los movimientos de tu novio sólo porque a ti te ha dado por pensar que se ha fugado por ahí con otra.
               -¡Yo no estoy preocupada por si Alec me está poniendo los cuernos, payasa! ¡Estoy preocupada por él a secas! Además, ¿que no te sientes cómoda? No me hagas reír, Shash. Te metes en el circuito de seguridad del Palacio de Buckingham día sí, día también, para ver desayunar a la reina, ¿y ahora resulta que no te sientes cómoda buscando a tu hermano?
               -Es que ¡es divertido ver a Kate desayunar!-protestó-. Eructa. Una creería que las blancas refinadas y pijas como ella tendrían más educación, pero…
               -Shasha-suspiré, y me fulminó con la mirada.
               -¿Por qué la defiendes?
               -No la defiendo, sólo quiero…
               -¿Qué han hecho los Windsor por esta familia?-continuó como si no me hubiera oído-. ¿O por nuestros países de origen? Tienen tanta culpa de la situación en Pakistán como los norteamericanos. Putos cerdos imperialistas…
               Parpadeé.
               -No pienso dejar que te vuelvas a acercar a Ekaterina.
               -¿Por qué? La señora sabe mucho.
               -Ya, bueno, no creo que sea tan lista, si es más papista que el papa y ha conseguido volverte republicana.
               -¡Ekaterina no me ha vuelto republicana! Ha sido Alec-se jactó, chulita-. Qué poco conoces a tu novio si no sabes que está en contra de la Monarquía.
               -Todo el país está en contra de la Monarquía, Shasha, ¿o se te ha olvidado lo que le hicieron a Lady Di? De todos modos-sacudí la cabeza-. Da lo mismo. ¿Quieres, por favor, demostrarme que tienes algo parecido a un alma ahí dentro y buscar a nuestro hermano?
               Torció la boca, por primera vez dejándome ver tras su fachada de chulería.
               -Ya lo he hecho, y no ha habido suerte. Debe de haber habido un problema con los satélites; tal vez un pulso solar, o algo así. La última conexión que figura del móvil de Scott es en un barrio de Ámsterdam-dijo, consultando su ordenador. Fruncí el ceño.
               -¿Ámsterdam? ¿Y Alec?
               Shasha torció la boca.
               -Según lo que he mirado, está en casa.
               -Mimi acaba de llamarme y dice que no ha aparecido por ahí.
               -No, Saab. En nuestra casa. En tu habitación. No sé qué coño pasa, no sé si es que se ha grabado su localización por todo el tiempo que pasa aquí, o qué. Pero las lecturas son claras-giró el ordenador y me señaló la pantalla. En el mapa podía verse un puntito morado parpadeando y emitiendo ondas, como un sónar, el punto exacto en que se encontraba mi habitación. Fruncí los labios.
               -¿Y Scott?
               Shasha tecleó el teléfono de nuestro hermano y el mapa se pixeló un momento, mientras cambiaba al diseño cuadriculado de los canales de Ámsterdam.
               -¿Y Diana y Tommy?
               -Las últimas lecturas que hay disponibles los sitúan en el centro, pero llevan horas sin emitir. Son posteriores a las de Scott y Alec.
               Torcí la boca, pensativa. No tenía sentido, ningún sentido.
               -Creo que le han robado el móvil a Scott. Es lo único que se me ocurre para entender por qué su última lectura es en Ámsterdam.
               En ese momento, me vino a la cabeza una cosa que Scott y Alec habían comentado de pasada una noche, riéndose. Se habían corrido tal juerga una vez, celebrando no sé qué victoria de fútbol, que habían terminado amaneciendo en Chipre, de vuelta en el hotel en que habían estado el verano pasado. Habían tenido que coger el primer avión que salía para Inglaterra, y disimularon lo mejor que pudieron la resaca que tenían a la hora de la cena. Los dos dijeron que habían dormido en casa de Jordan, ya que Tommy también los había acompañado, y las tres familias estaban preocupadas por ellos.
               -¿Puedes ver el historial de lecturas de los móviles?
               Shasha parpadeó.
               -Ya lo he probado. Alec lleva sin moverse de tu habitación desde que llegaste. Quizá se le apagó ahí. Y Scott pasó de Londres a Ámsterdam así, sin previo aviso.
               -¿Qué hay de Tommy y Diana?
               Shasha parpadeó.
               -Yo… no los he buscado-admitió, sonrojándose-. ¿Debería haberlos buscado?
               -Busca las lecturas del momento en el que el móvil de Scott dejó de emitir-le dije, y fui a mi habitación a por mi bolso, que todavía no había vaciado desde la noche de la graduación. Ya al cogerlo noté que pesaba más que de costumbre, y estaba más abultado, y abrirlo sólo confirmó mis sospechas: la cartera y el móvil de Alec estaban dentro, junto con la mía y mis llaves.
               Siempre me metía las cosas de Alec en el bolso para que no tuviera que ir pendiente de ellas al bailar, y si no se las había devuelto cuando me dejaron en casa, fue por lo rápido que se desarrollaron los acontecimientos y lo atontada que me quedé cuando se marchó con mi hermano, lanzándose pullas sobre quién era el que iba a llevar a casa a rastras al otro. Saqué su teléfono, cogí mi enchufe y me lo llevé a la habitación de Shasha, con tanta suerte que me la encontré viniendo hacia la mía en el pasillo con cara de circunstancias.
               -Mira-dijo, girando el ordenador para mostrarme su pantalla-. He metido en la búsqueda el móvil de Tommy. También aparece en Ámsterdam cuando el de Scott se apagó. Creo que no podemos fiarnos…
               -Sí podemos fiarnos. Si los móviles salen en Ámsterdam es porque se marcharon. No sería la primera vez que esos tres capullos salen del país para continuar la fiesta en otra parte-bufé, conectando el móvil de Alec al cargador. Se me encogió el corazón cuando apareció la imagen de la pila descargada, y no aparté la vista de ella cuando le dije a Shasha-: intenta conseguir la última lectura que puedas, y lo más precisa posible. Vamos a ir a buscarlos.
               -¿Crees que siguen en Inglaterra? O sea, si salieron una vez, podrían haberlo hecho otra. Eso explicaría por qué no hay fotos ni nada de ellos en todo Internet. No salen en ninguna historia de nadie conocido.
               -Más le vale a Alec estar en Inglaterra, porque pienso traerlo a casa a base de darle patadas en los huevos. Así que, cuanto más cerca esté, mejor para sus posibilidades de tener descendencia-sentía un extraño fuego en mi interior que no se parecía en nada al que normalmente se desataba en mí cuando pensaba en él, y me temblaban las manos de pura rabia.
               Shasha se sentó en mi cama y empezó a teclear a toda velocidad, haciendo un gráfico que yo no le había pedido pero que supuse que tendría su sentido, mientras yo esperaba a que el teléfono de Alec se encendiera. En cuanto se activó, introduje sin dudarlo el código de desbloqueo, y también el PIN de la tarjeta. El teléfono se congeló unos instantes, y luego una cascada de llamadas y tintineos apareció en la pantalla. Vi mi nombre, el de Mimi, el de su madre, el de Eleanor, el de todos sus amigos deslizar ante mis ojos a la velocidad del rayo.
               También el de Scott. Se me encogió el corazón al ver el nombre de mi hermano en sus notificaciones, pero me tranquilizó meterme en su conversación y ver que todos los mensajes eran posteriores a la graduación.

Dindf rstas?

Aérvvv

Tespomfe a los ,ensahesssssssssssSSSSsa

2 de bodkaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Voy al naño Diana esta con TOMMY

Tengo tu xátiva

Cacique

Chocolate

C H A Q U E T A

MIRA EL PUTO MOBIL ALEX ALEX ALEX ALEX A L E C

A quin s le ovurre irse sinmovil jajlakihekjknljkn.jhk,nbnhhk sábana

43.7 libras billete 2.5 agua 50 peniques cabrita cabriola cabida C A B I N A

Taxi 54/4 mucho para dividir no puedo con mi vida

Te pago yo puto pesaoooooooooooooooooooooooooOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO

6 € chupitos no sé como te agua Sabrea CAMIÓN CANARIO CANCIÓN C AN SINO

Sigue lista en TOMMY un bes0 wapooooooO t cOmo♥ 

               Se estaba descargando un vídeo cuando la pantalla se puso en negro un momento y el nombre de Bey la ocupó en su totalidad. Toqué el icono verde del teléfono y me lo llevé a la oreja para hablar con ella, aunque no lo habría necesitado: se puso a chillar nada más notar que se acababan los toques de llamada.
               -¡ALEC THEODORE WHITELAW!-bramó con unos pulmones que podrían dejar sin carrera a mi padre-. ¡¿DE QUÉ COJONES VAS?! ¿TANTO TE CUESTA RESPONDER AL TELÉFONO? NOS TIENES A TODOS PREOCUPADÍSIMOS. ERES UN MALDITO SINVERGÜENZA, Y TE VOY A ARRANCAR LA CABEZA NADA MÁS VERTE, TE LA VOY A COSER DE NUEVO, TE VOY A CORTAR LOS HUEVOS, TE LOS VOY A METER EN LA BOCA, TE LOS VOY A OBLIGAR TRAGAR Y LUEGO VOLVERÉ A ARRANCARTE LA CABEZA. ¡¡¡YA ESTÁS VINIENDO AHORA MISMO PARA CASA ANTES DE QUE TU MADRE TE PONGA DE PATITAS EN LA CALLE!!! POBRE MUJER. ¿NO TE DA VERGÜENZA? MISERABLE, QUE ERES UN MISERABLE. DESGRACIADO, PUTO ANORMAL, CERDO EGOÍSTA E INSOPORTABLE…
               -Estoy súper de acuerdo contigo, Bey-me hice oír entre sus gritos-, pero yo de ti me reservaría este arrebato para cuando lo encontremos.
               -¿Sabrae? ¿Está contigo?-y luego añadió con muchísima suspicacia-. Espero de corazón que no le hayas permitido tocarte. No se lo merece. Deberíamos abandonarlo en una isla desierta una semana y dejarlo que se apañe, para que así al menos tenga excusa para no dar señales de vida. ¿Dónde ha estado?
               -No está conmigo. Pero ya sé dónde tenemos que ir para buscarlo-añadí, mirando la pantalla del ordenador de Shasha-. Dime, Bey, ¿me ayudas a encontrar al putísimo subnormal del que las dos estamos enamoradas?
               A la partida de caza improvisada que formamos se apuntaron, cómo no, el resto de la tropa de los amigos de Alec. Cuando nos reunimos con ellos en la parada del bus, no me sorprendió ver que todos se habían apuntado a ir a buscar a esos cuatro sinvergüenzas. Bella venía se había sumado al equipo, al igual que Momo, Kendra y Taïssa, a las que avisé de lo que se avecinaba y que se subieron al carro antes incluso de decirles que las necesitaba.
               Me alegró comprobar que todos iban vestidos con ropa cómoda y holgada, algunos con varias capas para poder desprenderse de ellas si seguíamos buscando a la salida del sol. Shasha traía bocadillos en la mochila, que había hecho “por si teníamos que dormir fuera de casa, para no perder más tiempo buscando qué comer”, y se había metido la friolera de ocho baterías portátiles en la mochila.
               Aunque la que más lo había llevado al extremo de todos era Tam. Incluso se había pintado dos líneas horizontales bajo los ojos, hecho que hizo que Karlie se riera, lo cual compensó la manera en que Momo la fulminó con la mirada antes que yo.
               -Venga-ordenó Bey, empujando a su hermana de la que pasaba a cargar el bono de transporte en la máquina del ayuntamiento-, a meter dinero en las tarjetas. Nadie va a volver a casa hasta que no encontremos a ese cuarteto de subnormales.
               Estaba cabreada, realmente cabreada, y la entendía. No sabía lo que le haría a Alec cuando lo viera, pero no sería nada bueno.
               Mi determinación a hacer que mi chico me las pagara no mermó lo más mínimo por mucho que recorriéramos a pie todas las calles de Londres. Shasha comprobaba de vez en cuando su teléfono, en el que se había descargado el mismo programa de localización que tenía en el ordenador, sólo para ver si alguno se había movido, siempre con la misma suerte. Estuvieran donde estuvieran los desaparecidos, o bien habían abandonado sus móviles (como el retrasado de mi novio, pensé poniendo los ojos en blanco mientras esperaba delante de la puerta del enésimo baño del garito de turno, en el que Jordan se metía a mirar si Alec estaba allí), o bien no se habían dado cuenta aún de que se les habían descargado las baterías. Lo que más me sorprendía era que Diana no sintiera la necesidad de subir nada, siendo famosa y teniendo a dos fandoms, y no sólo uno, que alimentar.
               -No vamos a encontrarlos en la vida-se lamentó Max, pegándole una patada a una papelera cuando ya estaba saliendo casi el sol. Estábamos agotados, nos dolían las piernas de caminar, y a mí me estaban volviendo a salir las ampollas de la graduación, que había conseguido que empezaran a curarse con esfuerzo y mimo. Shasha volvió a sentarse en el suelo y entró en la aplicación de localización, sin suerte.
               -Tenemos que seguir-le dijo Jordan-. Alec no nos dejaría tirados a ninguno si no diéramos señales de vida.
               -¿Adónde quieres que vayamos, Jor? Hemos visitado todos los putos antros en los que hemos estado jamás. Hemos peinado toda la puta ciudad, y todo para nada.
               -¿Cómo sabemos que no han vuelto a salir del país?-preguntó Kendra, ajustándose la correa de la mochila y tirando de ella adelante y atrás. Taïssa la miró.
               -No nos queda más remedio que esperar.
               Karlie y Tam masticaban una tableta de kit-kat que habían comprado a medias, estudiando el plano que habíamos cogido de las estanterías exteriores de una oficina de turismo, y en la que habíamos marcado rigurosamente todos los sitios visitados.
              -¿Probamos con los museos? Tommy se llevó a Diana a uno… quizá les hayan dejado entrar.
               -¿Y llevan ahí metidos tres días?-replicó Logan.
               -¡Ya me diréis dónde podemos ir a mirar! Nos hemos quedado sin opciones. No hay un puto sitio que no hayamos visitado en esta maldita ciudad. Salvo, por supuesto, el Parlamento. Hemos buscado por todas partes y no hay ni rastro de ellos. Creo que Kendra tiene razón-apuntó Tam-. Creo que se han ido del país y lo único que podemos hacer es esperarlos. Después de todo, tenéis avión privado, ¿no?-preguntó, mirándonos-. Podrían haberlo cogido para irse… no sé, a Las Vegas o a algún sitio por el estilo. Sabéis la tendencia que tienen Scott y Alec a ir a los casinos cuando se emborrachan lo suficiente-puso los ojos en blanco y abrió las manos. Bella le puso las manos en los brazos a Max para tranquilizarla, y la manera en que él la miró hizo que se me encogiera un poco el estómago. Sabía que no había reaccionado así porque estuviera cansado de buscarlos, sino por lo frustrante que era haber agotado tus opciones y no haber obtenido nada en absoluto.
               -Deberíamos llamar a la policía-decidió Logan, pasándose las manos por el pelo-. Tiene que haberles pasado algo.
               -¿Cuándo ha hecho la pasma nada por nosotros?-respondió Jordan-. Sólo tus amigos te cuidan. Scott es árabe. Y famoso. Están deseando empapelarlo por lo que sea. ¿Y si lleva droga encima?
               -Eso es una racistada-acusó Momo, y Jordan se giró para mirarla.
               -No lo digo por-Bey murmuró algo ininteligible, les arrebató el mapa a Tam y Karlie y lo desdobló con nerviosismo- su origen pakistaní, lo digo porque lo conozco. No sería la primera vez…
               Bey soltó un alarido y sostuvo el mapa en alto.
               -¡Nos hemos olvidado de un sitio!-proclamó, y nos la quedamos mirando. Colocó el dedo en el centro del mapa, en un cuadradito que no habíamos tachado, ya que había tiendas de ultramarinos y boutiques de ropa esperpéntica en los que dudaba encontrar a Diana, Scott, Tommy y Alec.
               Max frunció el ceño, reconociendo la zona.
               -¿Qué coño van a hacer tres estrellas del pop y la persona más heterosexual que he visto en mi vida en un bar gay?
               Logan, sin embargo, estaba más que dispuesto a aceptar la teoría de Bey. Recogió el mapa y lo miró.
              -Se nos ha olvidado. ¡Se nos ha olvidado Los muslos de Lucifer! Siempre está lleno de gente, ¡nunca cierra!
               No estábamos para coñas; el metro había cerrado y los buses urbanos pasaban casi cada hora, así que nos montamos en los primeros taxis que encontramos y pusimos rumbo a la callejuela del local. Durante el trayecto, Shasha no dejaba de teclear en el móvil, y en un semáforo me di cuenta de que estaba mandándose mensajes con alguien, respondiendo a fotos que le enviaban de un sitio oscuro y atestado de gente. Sonrió con satisfacción, sosteniendo el móvil con fuerza entre las manos, como si se fuera a caer.
               -Sí-siseó, celebrándolo, y yo la miré.
               -¿Qué pasa? ¿Qué tienes ahí?
               -¿Ves esto blanco?-preguntó, señalando una mota amorfa en la esquina de la pantalla-. Es el traje de Tommy.
               No quería hacerme demasiadas ilusiones, pero me las hice. En el momento en que Shasha me enseñó imágenes de Diana entrando en el baño de las chicas del local, por un pasillo en el que sólo estaba ella, mi corazón echó a volar.
               Le dimos al taxista el triple de lo que nos pidió, tan nerviosas como estábamos, y corrimos hacia la puerta, creyendo que ya estaba todo hecho.
               Ilusas.
               En el momento en que vio a Shasha, el vigilante extendió el brazo y le cerró el paso a Jordan, que estaba a punto de entrar. Me había adelantado como un bólido.
               -El aforo es reservado-espetó, fulminando con su mirada de babuino imbécil a mi hermana-. Sólo mayores de dieciséis.
               -¡Somos mayores de edad!-protestó Bey, aunque sólo la mitad lo eran.
               -Es una mocosa-acusó, señalando a mi hermana con un dedo que me apeteció arrancar de un mordisco. Shash abrió muchísimo los ojos, asustada.
               -¿Yo?
               -¿A quién llamas tú mocosa, puto payaso?-me metí yo a defenderla-. Quítate de en medio antes de que me calientes lo suficiente el coño como para que te pegue tal hostia que te ponga las muelas en el ano.
               -Yo a los piojos como tú me los meriendo, cría. Vete por ahí a jugar con muñecas antes de que mamá se entere de que te has saltado la hora de la siesta-soltó, y todos se pusieron a chillarle que me dejara en paz, que era un sinvergüenza, que querían la hoja de reclamaciones. Se metió en el hueco de la puerta y se apoltronó allí, decidido a no dejarnos pasar ni cuando Bey le enseñó una foto de Alec y le dijo que sólo queríamos saber si estaba allí dentro.
               -¡Que os piréis! ¡Por mi polla que por esta puerta no pasa nadie!-soltó, y los insultos que le dedicaban mis amigos subieron de nivel.
               Yo sabía que no había con quién tratar, de modo que pasé a la acción. Abriéndome paso entre los cuerpos de mis amigas, que se habían metido entre el segurata y yo para defenderle y amenazarlo con sus uñas de manicuras perfectas, salvé la distancia que me separaba de dos pasos de un payaso y, cogiendo impulso en los escalones que conducían al interior del local, le solté una patada en la boca que le desencajó la mandíbula.
               Todos se quedaron en silencio, estupefactos, hasta que Shasha bramó:
               -¡Dale, Sabrae! ¡DALE! ¡ACABA CON ÉL, HERMANA!
               Y el silencio se convirtió en un festival de jaleos en el que mis amigos me decían que le diera más fuerte, más fuerte. El segurata intentó ponerse en pie para recuperar la ventaja de su altura, pero yo no se lo permití: le di un empujón hacia el interior del local y esquivé por los pelos un puñetazo que me dirigió directamente a la cara, que podría haberme matado. Me acuclillé frente a él cuando barrió el estrecho pasillo con su brazo para tratar de pegarme contra la pared, y me lancé hacia delante, pegándole un cabezazo en el estómago que hizo que se doblara.
               Salimos entonces al guardarropa, en el que tenía espacio suficiente para hacer que trastabillara, cayera al suelo y agarrarle la mano en el último momento. Le retorcí la muñeca y el brazo con ella a su espalda mientras los amigos de Alec, mis amigas y mi hermana aparecían en tropel por la puerta, observando la escena.
               -¿Le vas a decir a mi mamá que te he hecho pupita?-ronroneé en su oído mientras él se debatía aún, intentando defenderse.
               -No me hagas reír, jodida enana. ¿Te crees que eres una reina del kung fu por dar cuatro pataditas en el aire? Me descojono de los truquitos baratos que has usado conmigo, negra de mierda.
               Ahí estaba. El toquecito que necesitaba para dar el salto.
               -Si te ha gustado mis trucos de antes, espera a ver el siguiente.
               Y le di un rodillazo justo en el húmero, notando cómo se partía en dos contra mis músculos. El segurata aulló, y yo sonreí. El encargado del armario, un chico con una peluca brillante, me miraba con ojos como platos.
               -Odio a los racistas-le confesé, y luego fruncí el ceño exageradamente-. ¿No lo serás tú también?
               Mi respuesta fue verlo salir corriendo al interior del armario, lleno de chaquetas vaqueras, de cuero, y abrigos de pelo sintético en colores neón.
               Tras las felicitaciones pertinentes y aplausos bien merecidos por mi parte, salimos al interior del local, lleno hasta los topes, con mareas de gente moviéndose al son de la música. Escaneé la sala con la mirada, localizando a Diana en una mesa en la que no cabía ni un solo vaso de chupito más, a Scott jugando a los dardos en un rincón… y, por supuesto, a Alec subido con Tommy en una gogotera, dándolo todo mientras sonaba Montero (Call me by your name).
               Me abrí paso a codazo limpio en dirección a mi novio, los chicos del local apartándose de mi camino como si estuviera hecha de fuego.
               -¡ALEC THEODORE WHITELAW!-troné con unos pulmones que me harían de oro-. ¿QUÉ COÑO ESTÁS HACIENDO AQUÍ? ¡TE VAS A ACORDAR DE ÉSTA! ¡TIRA AHORA MISMO PARA CASA!
               -¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡SABRAEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!!!!!!!!!!-celebraron Tommy y Alec a la vez, levantando sus copas en el aire. Me sorprendió que se tuvieran en pie siquiera-. ¡GUAPA!-aulló Alec-. ¡TE ECHABA MUCHO DE MENOS! ¡TE HE INVOCADO Y HAS VENIDO! ¡QUÉ BIEN! ¡OLE!-añadió, mirando a Tommy.
               -¡OLE!-asintió Tommy.
               -¡¡¡OLEEEEE!!!-me gritaron los dos, pero ya no les hizo tanta gracia que hubiera venido a por ellos cuando los bajé de la gogotera de un tirón y empecé a pegarles con mi mochila.
               -¡PUTOS ANORMALES! ¡NOS TENÍAIS PREOCUPADÍSIMOS! ¡NO JUNTÁIS UNA NEURONA NI AUNQUE OS CONTEMOS A LOS CUATRO!
               Tommy y Alec pasaron entonces a ser propiedad comunal del grupo, objeto de todas las regañinas pertinentes, y que también recayeron en Scott. La pobre Diana estaba tan drogada que ni sabía qué día era, aunque sospechaba que incluso los chicos lo ignoraban sin haber tomado nada.
               Los sacamos al exterior del local, les echamos a los chicos el rapapolvo del siglo por haber permitido que Diana se quedara en ese estado, en el que apenas se tenía en pie y nos miraba como si fuéramos lo más gracioso del universo, tocándonos de vez en cuando la cara, riéndose y manoseándonos el pelo entre jadeos maravillados, y los arrastramos hacia la calle. No sabía cómo nos los íbamos a llevar a casa, ya que Scott intentó escaparse varias veces porque “iba ganando la partida y no quería romper la racha”, pero la solución se materializó ante nosotros cuando el coche de mamá derrapó frente a la puerta del local. Mamá se bajó como un ciclón del mismo, las luces encendidas, el motor rugiendo.
               -¡¡¡SCOTT YASSER MALIK!!!-bramó, abalanzándose sobre su primogénito igual que una pantera-. ¿DÓNDE TE HABÍAS METIDO? ¡ESTÁS CASTIGADÍSIMO! ¡ERES LA VERGÜENZA DE ESTA FAMILIA! ¡TE VOY A METER EN UNA ACADEMIA MILITAR Y TE VAS A ENTERAR DE LO QUE VALE UN PEINE! ¡SINVERGÜENZA, INCONSCIENTE, SUBNORMAL, EGOÍSTA! ¡TIRA! ¡MÉTETE EN EL COCHE! ¡MÉTETE EN EL COCHE ANTES DE QUE TE PASE POR ENCIMA CON ÉL!
               Tommy se estaba descojonando de lo lindo viendo a mamá pegarle a Scott por todas partes, pero se puso pálido en cuanto una figura un poco más pequeña salió directa hacia él desde detrás del coche. Se le bajó la borrachera en el acto al ver a Eri, que estaba tan furiosa que ni se molestó en gritarle en inglés. Empezó a pegarle voces que sonaban muy amenazantes en español, y lo metió en el coche a tortazos.
               Al poco, también llegó el coche de los Whitelaw, del que Annie salió sin tan siquiera esperar a que Dylan lo detuviera.
               -Hostia puta…-jadeó Alec por lo bajo, y luego, esbozó una sonrisa radiante, abriendo los brazos-. ¡Mami! ¡Buenas noches!
               -¡BUENAS HABRÍAN SIDO SI NO TE HUBIERA TRAÍDO A ESTE MUNDO, ALEC! ¿A TI TE PARECE NORMAL? ¡TRES DÍAS SIN DAR SEÑALES DE VIDA! ¡NI LLAMADAS, NI MENSAJES, NI UNA PALOMA MENSAJERA! ¿¡TE HACE GRACIA!?-bramó cuando a Alec se escapó una risita-. ¿ME DAS UN SUSTO DE MUERTE Y TODAVÍA TE HACE GRACIA? ¡¡CREÍA QUE TE HABÍA PASADO ALGO!!
               -Pero ¡mami!-ronroneó, guiñándole el ojo-. ¡Soy como un gato! ¡Tengo siete vidas! ¡Todavía me quedan seis!
               -¡¡TE VOY A ARROJAR AL TÁMESIS!!-lo amenazó Annie-. ¡ERES UN SINVERGÜENZA! ¿ESTABAS INTENTANDO QUE ME ACOSTUMBRARA A NO TENERTE EN CASA PARA CUANDO TE VAYAS DE VOLUNTARIADO? ¡VOY A ENCONTRAR LA PAZ QUE ME LLEVAS NEGANDO DIECIOCHO AÑOS EL DÍA QUE TE SUBAS AL AVIÓN! ¡ESTÁS ASALVAJADO COMPLETAMENTE!
               -Pero maaaaamiiiiiii-baló Alec-, sólo estaba pasándomelo bien. ¿No querías que disfrutara de mi juventud?
               -¿Disfrutar de…? ¡Alec, yo lo que quiero es que disfrutes de sesera, pero eso es imposible! ¡MÉTETE EN EL COCHE Y DÉJATE DE HACER EL IMBÉCIL! ¡NO ESTOY DE COÑA! ¡YA HABLAREMOS EN CASA! ¡DILE ADIÓS A SABRAE!-soltó, y Alec se puso pálido y me agarró de la cintura, levantándome en el aire y espachurrándome contra él. Le pegué un manotazo en el brazo, pero no me soltó.
               -¡¿Me vas a castigar sin ver a Sabrae?!
               -¡HAZLO, ANNIE! ¡HAZLO, QUE ES UN SINVERGÜENZA!-pinchó Scott, sacando la cabeza por la ventanilla del coche antes de que mamá le soltara otro bofetón.
               -¡Dado que es lo único que funciona, sí!
               -¡Sabrae es inocente en esto! ¡Ella no ha hecho nada! No puedes castigarla a ella también. Quiere verme, ¿a que sí, nena?-me preguntó, haciéndome ojitos. Su aliento apestaba a tabaco y alcohol, pero me parecían colonia ante la perspectiva de que le hubiera pasado algo.
               -Para mi desgracia-suspiré, y luego miré a Annie-. Lo has hecho demasiado guapo, Annie.
               -Me da igual lo que ella quiera, ¡yo te parí! ¡Soy tu madre, y mientras seas menor de… mientras vivas bajo mi techo-se corrigió-, harás lo que yo te diga!
               -¡Eso es extorsión! ¡Tendrás noticias de mi abogada! ¡Sher, añade a mi madre a la lista de gente a la que vamos a demandar!
               -Déjate de bobadas y ¡sube al coche!
               Alec sólo se subió cuando le aseguré que iría con él. Me despedí de Shasha, que había avisado a Eleanor y Mimi de dónde encontraríamos a los demás, y me subí al coche de los Whitelaw, dejando que el alivio que me corría por las venas inundara mis vasos sanguíneos. Alec y Scott estaban bien. Estaban a salvo. Borrachos, pero a salvo.
               -Hueles bien-alabó Alec, olfateándome el cuello y dándome mordisquitos antes de que lo apartara.
               -A limpio. No como tú.
               -Huelo a hombre, y eso te encanta-me recordó, metiéndome la mano entre las piernas. Se la aparté como buenamente pude, ya que parecía tener ochenta.
               -En cuanto llegues a casa, te metes derechito en la ducha.
               -¿Me acompañarás?-me pidió, y yo bufé y le di un empujón para quitármelo de encima. Lo fulminé con la mirada y él se quedó quieto donde estaba.
               -Para ti todo esto es una puta comedia, ¿verdad? Te la suda completamente no haber dado señales de vida y que yo me muriera de preocupación creyendo que te pasaba algo. Llevo dos días sin pegar apenas ojo, Alec. No sabía absolutamente nada de ti. Nada de nada. ¿Y pretendes que estemos de cachondeo en cuanto te encuentro? Estoy cabreadísima contigo, Alec. Cabreadísima. No te haces una idea de lo enfadada que estoy. No pienso reírte más las gracias. Tienes que pensar un poco más las cosas antes de hacerlas. No estás tú solo en el mundo, ¿sabes?
               Alec parpadeó, y vi que sus ojos poco a poco se despejaban hasta mostrarme su inteligencia, para luego cubrirse de nuevo con una nube de tristeza.
               -¿Cuántos días he estado fuera?-preguntó, y Dylan lo miró por el retrovisor, fulminándolo con la mirada.
               -¿Contando la graduación? Cuatro.
               Torció la boca, mirándome con ojos de cachorrito abandonado. Incluso se le humedecieron un poco los ojos.
               -Jo, lo siento muchísimo, de verdad, bombón.
               Y luego dijo algo que hizo que se me derritiera el corazón.
               -Te prometo que te devolveré los amaneceres que te debo.
               Noté un aleteo dentro de mi ser que bien podría ser una tormenta de mariposas. No voy a querer a nadie como le quiero a él, pensé.
               -Abróchate el cinturón-le mandé en tono cortante, cruzándome de brazos y girándome para mirar por la ventanilla. Si seguía mirándolo a los ojos, Alec vería que ya no estaba enfadada.
               Que no lo había estado realmente. No con él, sino con el universo, por permitir que hubiera aunque fuera la más ínfima posibilidad de perderlo.
 
              ¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺

2 comentarios:

  1. He acabado el capítulo con la boca más seca que una mojama, literal que para meterme de cabeza hasta en el primer charco que encuentre.
    Madrecita mia Erikina pedazo de polvo has escrito de verdad, creo que se colaca en mi top 3 de cabeza. Rescato sobre todo el momento cubana, ojiplática me he quedado.

    Pd: Me meo viva con la parte final y estos desgraciados pasando tres días por ahí de fiesta, no querría yo oler esos trajes me da.

    ResponderEliminar
  2. MENUDO CAPÍTULO MADRE MÍA MADRE MÍAAAA
    Ha merecido la pena la espera, es de los mejores polvos que has escrito SIN DUDA. Me ha encantado el masaje, la discusión por el condón (que risa de verdad), Alec pasando de ser Alec Whitelaw a ser Al preocupado por hacer daño a Sabrae, el momento Whitelaw-Malik… Una MARAVILLA TODO.
    Y mira BUENISIMO el momento en el que encuentran a los cuatro sinvergüenzas después de TRES DÍAS sin dar señales de vida. Que risa las broncas de las madres (ya echaba de menos a Sherezade diciéndole a Scott que es la vergüenza de la familia) JAJAJAJAJAJ
    Tengo muchísimas ganas de leer sus vacaciones <3

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤