domingo, 12 de septiembre de 2021

Ayurveda.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Uno de los momentos en que veía con más claridad lo mucho que se querían mis padres, lo importante que eran el uno para el otro y la necesidad que tenían de estar juntos era cuando venían de las entregas de premios, eventos o fiestas a los que acudían juntos. Mamá y papá no sólo estaban radiantes y parecían más enamorados que nunca, gracias, en parte, al alcohol, y a esa sensación de euforia que siempre sigue a los triunfos en sociedad de una pareja joven y exitosa como ellos lo eran. No sólo me encantaba verlos salir por la puerta hechos dos pinceles, escucharlos reírse mientras entraban en el coche y ver cómo papá le cogía la mano y le daba un beso en el dorso a mamá, o cómo ella le acariciaba la cara y le decía que le quería mientras sus ojos brillaban más que los pendientes de diamantes que le colgaban de la oreja.
               Me encantaba verlos llegar. A veces, incluso me acurrucaba en el sofá con Shasha a la espera de escuchar el coche en el camino de entrada, para así poder ver cómo continuaban la fiesta lejos ya de la gente, los focos y las cámaras. Entraban dándose besos, riéndose y comentando las gracias que habían presenciado ese día, y nos sonreían con amor cuando nos descubrían allí, porque sabían qué era lo que queríamos: saber hasta el último detalle de lo que habían hecho, y ver cómo papá le daba un masaje en los pies a mamá.
               Él lo hacía como si hubiera nacido para eso, como si le gustara más hacerle de masajista a mamá que hacer música o ser nuestro padre, pero la sonrisa que le cruzaba la boca no era sólo por poder seguir en contacto con ella, sino por el alivio que le proporcionaba a mamá. No; aquél era uno de los pocos momentos en los que papá no la tocaba por el simple placer que le producía sentir la piel de ella en la suya, sino por el efecto que tenía en mamá. Ella sonreía, cerraba los ojos, echaba la cabeza hacia atrás y suspiraba, y Shasha y yo nos reíamos e incluso nos atrevíamos a decirle que estábamos demasiado acostumbradas a oír esos sonidos procedentes del piso de arriba como para considerar aquel contacto como algo inocente.
               Pero lo era. Sabíamos que lo era. Al igual que había sospechado que mamá exageraba su dolor para poder aprovechar un poco del lado protector de papá. Estaba acostumbrada a llevar tacones; eran el uniforme de su trabajo, el calzado de su día a día: era imposible que le afectaran tanto.
               La noche de la graduación de Alec y Scott descubrí que me equivocaba. No sólo mamá no exageraba su dolor, sino que se esforzaba en controlarlo para no asustarnos a Shasha y a mí.
               Creo que nunca, jamás, me habían dolido tanto unos zapatos. No recordaba que me dolieran así ni las botas que había llevado durante Nochevieja, aunque, claro, el tiempo que había pasado inconsciente esos días había hecho que no tuviera una referencia clara de hasta qué punto las había llevado puestas y poder hacer una comparativa con ese dolor. Aquellos zapatos blancos con dibujos azules que imitaban al cielo dolían igual que si me hubiera caído de él directamente sobre las plantas de los pies, cada centímetro de mi piel, cada conexión de las articulaciones, ardiéndome hasta el punto de que me apetecía llorar.
               Supe que no aguantaría mucho más con ellos la primera vez que me senté a solas. No fui plenamente consciente de cuánto me estaban doliendo los zapatos hasta que dejé de notar la presión de mi cuerpo sobre ellos cuando, por fin, posé el culo en el sofá. Alec estaba dando vueltas aún por la pista de baile, dejando que sus amigas lo llevaran de un lado a otro, y el resto de las chicas que podían hacerme compañía estaban tratando de encontrar un acompañante digno de ellas o, con suerte, acurrucándose en los brazos de las personas de las que estaban enamoradas. Cerré los ojos con fuerza y cometí el primer error de la noche, el más típico de una principiante: me descalcé.
               Exhalé un gemido cuando subí los pies al sofá, las piernas dobladas en una de esas posturas casuales que adoptas cuando estás en un entorno conocido y en un ambiente cómodo, bastante poco apropiado para la situación en la que estaba, pero era la única forma de poder comprobar si tenía alguna herida. Notaba los dedos entumecidos y me costaba un poco moverlos; tenía una rozadura muy fea en el meñique, y la piel de la planta hipersensible, con una dureza que me ardería como un incendio forestal cuando me atreviera a caminar descalza que no estaba ahí hacía unas horas, cundo me pinté las uñas a juego con el bolso y los detalles de los zapatos.
               -Uf. Mmm-exhalé internamente un poco de aire mientras me tocaba la ampolla que me estaba saliendo en el tendón de Aquiles. Cogí los zapatos y los miré para comprobar que no estuvieran manchados de sangre. Tonta de mí, no me había traído parches para las rozaduras; ni una triste tirita.
               Eso sí, tenía el bolso lleno de condones, no fuera a apetecerme acostarme con todos los chicos que había presentes, a los que apenas podría dedicar unos minutos antes de pasar al siguiente si quería probarlos a todos antes de que terminara la noche.
               Noté que me mareaba un poco al estirar los dedos de los pies, no sé si por el dolor o por el alcohol que había ingerido hasta entonces. La cabeza no me daba vueltas y no veía con ese deje brillante que adquiere todo cuando te pasas bebiendo, así que me decantaba más por lo primero. Me di cuenta de que tenía sed, y me habría gustado pensar que tenía valor suficiente para volver a ponerme los zapatos y atravesar la pista de baile en busca de… no sé, absenta. Puede que aquello fuera lo único que me hiciera olvidar lo tonta que era.
               Estaba tan absorbida por el fuego de mis pies que ni me di cuenta de que una figura avanzaba hacia mí, y cuando se dejó caer a mi lado, el corazón me dio un vuelco de alegría.
               -Qué detallazo, dejando que las demás manoseen a tu novio en las canciones lentas-comentó Scott, pasándome un brazo por los hombros y atrayéndome hacia él en un abrazo cariñoso y protector, de esos que hacían que me deshiciera por dentro y me sintiera segura incluso en un bombardeo.
               -Hay demasiadas solteras en la sala. Apenas hay correlación entre graduadas y graduados, supongo que por eso de que las chicas nos tomamos nuestros estudios y nuestros futuros más en serio, así que me pareció que era mi deber compartir-le pinché, encogiéndome de hombros y escapándome de su abrazo. Me rozaba con la hebilla del cinturón el meñique del pie derecho, así que estaba viendo las estrellas.
               -Supongo que los chicos tenemos que quedarnos entonces donde nos corresponde, en el fondo y calladitos, ¿no?-sonrió Scott, mordisqueándose el piercing.
               -La verdad, mamá no te crió para que fueras tan egoísta como para tomarte un descanso con tanta chica sentada. Además… ellas ahora son tus fans. Las fans nos dan de comer-aleteé con las pestañas en su dirección, y mi hermano se echó a reír.
               -Siempre les queda la opción de buscarse compañeras. Parece que a algunas no les va del todo mal-arqueó las cejas, con los ojos puestos en Tam y Karlie, que se balanceaban al ritmo de la música con el rostro hundido en el cuello de la otra, seguramente susurrándose todas las palabras de amor que no se habían atrevido hasta entonces.
               -Quizá sea el momento de que otros se animen a dar el paso. No miro a nadie-clavé los ojos con muchísima intención en él, que se echó a reír y puso los ojos en blanco.
               -Oh, sí, debería cruzar la pista y meterle la lengua hasta el esófago a Tommy, ya lo creo. Lo voy a hacer, ¿qué coño?-soltó, haciendo amago de ponerse en pie.
               -No sería la primera vez-me encogí de hombros y él clavó los ojos en mí, la mandíbula desencajada.
               -Sabrae, sabes que lo mío con Tommy no tiene absolutamente nada que ver con lo de Karlie y Tam, ¿no?
               -Ah, ¿que hay algo tuyo con Tommy?-ironicé, y Scott puso los ojos en blanco.
               -Puta cría del demonio… no sé para qué coño te entro al trapo. Yo sólo quería comprobar que estuvieras bien, no salir del armario o lo que sea que estés tratando de conseguirme hacer.
               -No hay mucha gente que se haya morreado con su mejor amigo en la televisión nacional, sólo digo eso, S-me miré las uñas fingiendo desinterés, sólo porque me encantaba picar a mi hermano con esto. Habían empezado a preguntarles en las entrevistas si el “cariño especial” que Scott y Tommy se tenían era algo más que una amistad, y si la banda no sería una tapadera para el auténtico romance del momento. A parte de la prensa no le entraba en la cabeza que dos chicos pudieran mirarse como lo hacían Tommy y mi hermano sin ser nada, y eso que no sabían ni la décima parte de lo que sabía yo.
               -Pues sí, mira, os vamos a ser sinceros-había terminado soltando Chad un día, inclinándose hacia delante-. Layla y Diana son lesbianas, pero hemos descubierto que vende más lo del triángulo amoroso. Y a Scott lo han juntado con Eleanor porque es una Tomlinson. Así, si Scott se acostumbra a llamarla por su apellido, es imposible que no sepa cuándo le preguntáis por su pareja. El único hetero soy yo-Chad se había encogido de hombros, y luego todos habían estallado en sonoras carcajadas, aunque que el tímido del grupo hubiera tenido que saltar de esa forma era un poco triste.
                -Por millonésima vez, Sabrae, fue rarísimo. Fue como morrearse contigo-hizo una mueca-. Bueno, un poco más agradable, en realidad. Al menos Tommy no se mete en la boca la polla de Alec, que sabe Dios dónde ha estado antes.
               -Estás tú para hablar de la vida sexual de Alec, sí-me eché a reír, negando con la cabeza, y Scott sonrió. Apoyó la cabeza en mi hombro y me dio un beso en el cuello.
               -¿Cómo vas? ¿Más animada?
               Me lo quedé mirando sin comprender, ni saber qué preguntarle, ni a qué se refería. ¿Animada? Me lo estaba pasando en grande. Salvo por el dolor de los pies, que me apetecía arrancarme, por lo demás la noche estaba siendo inmejorable.
               Bueno, sí que había algo que podía hacer para ser un poco mejor… mis ojos se deslizaron irremediablemente hacia Alec, que en ese momento le daba un suave apretón a Bey, agarrándola de la cintura de una forma que a mí me volvía loca. No sabía dónde lo había aprendido, quién se lo había enseñado o si podría transmitirle ese conocimiento a alguien, pero era tan agradable la sensación de tu columna arqueándose ligeramente para adaptarse a la forma de su cuerpo cuando se inclinaba para abrazarte… lo eché de menos inmediatamente, y si no me levanté en ese momento, fue porque sabía que Bey no se le había acercado sin necesidad. Tenían mucho de que hablar, mucho con lo que ponerse al día, y también despedidas que hacerse. Había visto cómo lo había mirado estando en la pista, con la mirada típica de la chica que tiene muchas cosas pendientes aún con alguien de quien todavía está enamorada.
               -Tenías una carita de circunstancias tremenda-explicó Scott, dedicándome una sonrisa tranquilizadora-. ¿No te lo estás pasando bien? ¿Te ha pasado algo con Alec?
               No se me escapó el tono en el que me hizo la última pregunta, como si estuviera dispuesto a saltar sobre Alec con tal de protegerme, aun a pesar de todo lo que los unía. Supongo que por eso Tommy se había opuesto tan fervientemente a lo suyo con Eleanor: no quería tener que elegir, y arriesgarse a hacerlo mal. Scott, sin embargo, no tenía que elegir cuando se trataba de Alec y yo. No era lo mismo.
               -No, qué va. No te preocupes. Al y yo estamos genial-le puse una mano en el brazo y sacudí la cabeza-. Es sólo que… bueno, los zapatos me están haciendo un poco de daño, eso es todo.
               Scott bajó la vista a mis pies y asintió con la cabeza.
               -Sí, los tienes un poco rojitos. No pensaba que pudieras tenerlos así-bromeó.
               -Llevan molestándome prácticamente desde que nos fuimos del instituto, y haciéndome daño desde que nos bajamos del autobús. Supongo que los escalones eran demasiado altos. Ha sido una suerte que Alec me echara una mano al bajar.
               -Uh, vale, captada la indirecta de “menudo hermano de mierda estás hecho, Scott”-se burló.
               -No es ninguna indirecta, es que él es más caballero que tú-le saqué la lengua y Scott hizo amago de pellizcármela.
               -¿Ah, sí? Me pregunto por qué Al tiene tanto interés en tenerte contenta y en que estés bien. Y por qué no está aquí cuidándote, si es tan superior a mí.
               -Le he pedido que se quedara. Quería acompañarme, ¿sabes? Algunos novios no pueden vivir sin sus novias y las acompañan allí donde van-le piqué, y Scott se rió entre dientes, asintió con la cabeza y se mordisqueó el labio. Por suerte, ya no le dolía que Eleanor no hubiera podido acompañarlo. Tenía una de las reuniones iniciales de su primer sencillo al día siguiente, y no quería que Scott se viera obligado a acompañarla a casa y se perdiera algo importante de su graduación. Por eso no había venido con él, no por falta de ganas-. Aunque creo que ha sido un error-añadí, masajeándome el tobillo. Sus ojos verdosos se posaron en mí, expectantes.
               -¿Por qué?-preguntó con suavidad.
               -Me va a costar volverme a poner los zapatos. Me molestan bastante, la verdad. Y tengo los pies muy sensibles. Y no me he traído parches.
               -¿No has venido preparada?-soltó, varias octavas por encima de su tono de voz habitual. Negué con la cabeza, mordiéndome el labio. Scott chasqueó la lengua, sacudió la cabeza y farfulló, escaneando la estancia-: para que luego mamá diga que eres la menos desquiciada de los cuatro. Vale, no te muevas de aquí, ¿de acuerdo?-Scott se puso en pie, abrochándose el botón de la americana-. Voy a ver si te consigo algo para aliviarte el dolor.
               Y se fue así a escanear la estancia, en busca de cualquiera que pudiera ayudarlo. A pesar de que no había hecho nada para aliviar el dolor de mis pies, el consuelo que me daba saber que contaba con él incluso siendo invitada de otro en una fiesta que no me pertenecía hizo que el dolor fuera un pelín más llevadero.
               No lo suficiente como para pensar todavía en ponerme los zapatos, pero sí lo suficiente como para no agobiarme ni considerar ahogar las recién adquiridas penas en alcohol.
               Observé cómo Scott se detenía a hablar con todo aquel que no estuviera acurrucado en el pecho de otra persona, balanceándose al ritmo de las canciones del DJ. Dejé los pies en el suelo mientras se detenía frente a la barra, girándose para señalarme con la mano y hacer que los ojos de los camareros se posaran en mí. Todos negaron con la cabeza, y sus labios formularon una disculpa que probablemente no sintieran. ¿Una niña rica sufriendo por unos zapatos que bien podían ser más caros que su sueldo de un mes? ¿Una chiquilla boba y presumida que no había contado con que los tacones duelen? Seguro que esa princesa estaba experimentando inconvenientes por primera vez en su vida. Quizá por eso no aguantara apenas un par de horas con los tacones puestos (si ellos supieran…).
               Scott se perdió entre la gente, moviéndose entre las parejas en dirección al objetivo por defecto al que siempre acudía, y al que había respetado sólo porque estaba bailando con Diana. Vi cómo le tocaba el hombro a Tommy, cómo éste se giraba con el ceño fruncido, preguntándose qué pasaba para que le cortara el rollo, y sus ojos se posaron en mí. Lancé una plegaria al cielo para que Alec no los viera, y pude comprobar que Alá aún me escuchaba, ya que en ese momento era Bey la que estaba de cara a mí, abrazando a Alec como si ya fuera a marcharse.
               -¿Qué tienes, Saab?-preguntó Tommy-. ¿Te podemos ayudar?
               Los miré a ambos alternativamente, preguntándome cómo dos chicos iban a encontrar una solución para un problema que sólo teníamos las mujeres… especialmente, las que nos negábamos a admitir que no seríamos capaces de aguantar unos tacones todo lo que los aguantaban las actrices de cine o las modelos, que se entrenaban a conciencia en métodos de gestión del dolor sólo para lucir perfectas… y ni de broma durante tanto tiempo como había pretendido hacerlo yo.
               Diana se abrió paso entre ellos y se arrodilló en el sofá a examinar mis pies doloridos. Se apartó un mechón de pelo de la cara y se mordisqueó la uña, arrugando la nariz.
               -Los míos son más cómodos que los tuyos-se excusó-, así que sólo he traído parches de emergencia por si acaso. Tengo una pomada que va genial para estas emergencias, pero me la he dejado en casa porque no me cabía en el bolso-dijo, cogiendo su clutch y abriéndolo con un clic. Se le cayó una cinta de preservativos que hizo que Scott mirara a Tommy con las cejas alzadas, a lo que Tommy le respondió con un sarcástico:
               -No todos estamos en disposición de dejar a nuestras novias en casa para que no se echen a los pies de Alec.
               Scott exhaló por la nariz un sonido a medio camino entre un bufido y una risa, y se rió directamente cuando Diana levantó sus ojos verdísimos y los clavó en Tommy, fulminándolo con la mirada.
               -Quizá una de tus novias se canse de repartirte entre días pares e impares y se vaya con otro que puede manejar a dos a la vez.
               -¿Escuece mucho, Thomas?-le pinchó Scott a Tommy-. ¿Voy a por un poco de aloe vera para la quemadura?
               -No tenías tanta queja cuando te estaba comiendo el coño-acusó Tommy, viniéndose arriba y disimulando a duras penas lo mucho que le divertía haber conseguido picar a Diana.
               -Porque tenías la lengua ocupada en otras cosas que no eran decir gilipolleces.
               Diana continuó revolviendo en su bolso entonces, decidida a no honrar las palabras de Tommy con más pullas. Éste sin embargo no parecía tener más ganas de pelea, pero a mí me estaba haciendo bien el no pensar en la manera extraña, casi sonora, en que me palpitaban los pies.
               -Creo que será mejor que no le diga a Alec eso que acabas de decir, Didi. No me gustaría arruinarle la noche.
               Diana se echó a reír, todo enfado restringido exclusivamente a los chicos; yo seguía siendo su niñita y me cuidaría hasta el final de los días.
               -Me he acostumbrado a estar con el chico más guapo de la habitación, así que llevo un poco mal que ése no sea el mío.
               -¿Ahora resulta que tú y yo somos novios?-preguntó Scott, y Tommy le dio un codazo en las costillas-. ¡Au!
               -Pero, si no pasa nada esta noche, créeme que no va a ser por mí-me guiñó el ojo-. Entre tú y yo, nena, he escuchado que le ha dicho que no a un trío con Lauren. Hasta yo quiero un trío con Lauren. No necesariamente con chicos-se echó a reír, a lo que Tommy respondió haciendo una mueca de tristeza.
               -Anda que… ya os vale. ¿No tenéis bastante con Layla, que ahora queréis añadir otra a la comuna del sexo y el pecado que es esta banda? Pobre Chad. No me extraña que se haya ido corriendo a Irlanda en cuanto se le ha presentado la ocasión-soltó Scott, poniendo los ojos en blanco.
               -Sabes que aquí ya no te están grabando las 24 horas del día y puedes ser sincero, ¿verdad, S? No me chivaré a Eleanor si dices que te tirarías a Lauren de no ser por ella.
               -Si no lo he hecho ya es porque no me coge el teléfono y me parece feo empezar sin ella.
               Abrí la boca para soltarle una pullita, pero la manera en que me miró Tommy, como diciendo “ni se te ocurra” fue bastante para contener la lengua. Por una vez, no podía entrarle al trapo a Scott, aunque supiera que eso supondría ganar automáticamente la discusión. Además, sería más bien rastrero: Eleanor le había perdonado y ella era la única con poder de decisión sobre su relación. Todo lo que los demás dijéramos estaba de más; nadie más que ella podría echarle nada en cara a mi hermano.
               Por mucho que a mí se me hubiera caído de un altar, a Eleanor se le había caído de más arriba. Además, tampoco es que Scott hubiera bromeado siquiera con ello, así que aludir a su pasado no haría más que estropear las cosas con él. Y no se lo merecía: aquella era su noche tanto como la de Alec. Puede que no hubiera pasado por las mismas pruebas que Alec, pero esos meses tampoco habían sido un camino de rosas para mi hermano. Meterse el corazón del país en el bolsillo y volverse el niño mimado de Inglaterra tenía un precio que a Scott le había costado mucho pagar: irse de casa, alejarse de su familia y  sus amigos, perder mucho tiempo libre, quedarse atrasado en el instituto, depender más de favores que de sus propios logros para entrar en la carrera que quería, y eso si lo conseguía… no estaría bien que yo le recordara sus errores del pasado.
               -Listo, guapísima-Diana me colocó un parche en el tendón de Aquiles y me dio un beso en la cara interna del tobillo-. Ahora deberías poder caminar tranquila sin ningún problema.
               -Pero, ¿qué hay de la rozadura del meñique? Tiene bastante mala pinta-me lamenté, girando el pie para que Diana lo viera. Justo en ese momento, una figura alta se irguió frente a mí. Se me hundió un poco el estómago ante la posibilidad de que fuera Alec, descubriendo que me había puesto demasiado mona y que ya no estaba disponible para bailar toda la noche.
               Cuál fue mi sorpresa cuando la persona que apoyó el codo en el hombro de Scott fue Tam.
               -¿Estás mal, Saab? ¿Necesitas que te acompañemos a casa?
               -¿Has ido a molestarlas?-acusé a mi hermano, volviéndome contra él igual que un cocodrilo al que le tiran de la cola. Scott levantó las manos.
               -¡No, lo juro! Te prometo que no les he dicho absolutamente nada. Después de todo lo que les ha costado lanzarse, cualquiera les dice ni media palabra por si acaso se espantan. Por cierto, Tam, ¿qué haces tan solita? ¿Dónde está tu amante lesbiana?
               Tamika puso los ojos en blanco y sacó la lengua.
               -Karlie tenía que ir al baño.
               -¿Y no has ido a acompañarla?
               -Mi rey, si yo fuera tú sería más prudente, teniendo en cuenta que ahora que estoy fuera del armario tengo más espacio para darte una patada en las pelotas.
               -Lo decía por esa costumbre que tenéis las tías de ir juntas a todas partes, no porque creyera que ibais a hacer nada.
               -Que tampoco estaría mal, después de todo lo que nos habéis tenido en ascuas-añadí yo, y Tam se puso colorada.
               -Estamos súper orgullosos de ti, Tam-dijo Tommy, estrechándola entre sus brazos mientras ella no sabía dónde meterse. Se quedó un momento con los brazos flotando sobre el rostro de Tommy, los ojos abiertos como platos, propios más de un animal nocturno al que pillan saliendo de su madriguera a deshoras, y finalmente le dio unas palmaditas a Tommy en la espalda, luchando por no echarse a llorar.
               -Sí, bueno, eh… me he enamorado de mi mejor amiga, tampoco es que haya ganado ningún premio Nobel o algo así.
               -¿Quieres aceptar los cumplidos sin rechistar por una vez en tu vida, Tamika?-protestó Scott, y Tam puso los ojos en blanco, pero sonrió y no dijo nada. Cuando se separó de Tommy (o más bien Tommy se separó de ella), se llevó una mano a la cadera y se inclinó a mirarme el pie.
               -Uf, eso tiene muy mala pinta, la verdad-me señaló el pulgar, en el que la uña rodeaba un trozo de piel más clara que las demás. Ella, que era bailarina, sabía cuidar de los pies mejor que nadie e identificar las heridas que serían problemáticas incluso antes de que se formaran-. ¿Puedes caminar bien con los zapatos?
               -Me cuesta un poco mantener el equilibrio, pero creo que dentro de lo malo los llevo bastante bien.
               -Apenas se te nota al andar que son demasiado altos-Tam asintió con la cabeza-. Se nota que sabes moverte.
               -Ahora hablas como Alec-me reí, y Tam se echó a reír también. Echó mano a su bolso y revolvió en el interior. No me sorprendió ver que ella no llevaba preservativos como sí hacíamos las demás, y me pregunté hasta qué punto el punto de inflexión en la relación entre Karlie y ella había estado en manos exclusivamente de Karlie. Después de todo, Tam llevaba sin irse a casa de otros chicos, como sí había hecho en otras ocasiones en que había salido con ellos, varios meses. Tal vez contara con sincerarse con Karlie esa misma noche, ahora que la convivencia entre ellas tocaba a su fin.
               -Tengo por aquí una pomada…-comentó-, la llevo siempre encima por si acaso… ya sabes. Me encuentra un ojeador o algo de la Royal y tengo que darlo todo con unos zapatos que no son los de ballet-sonrió, volcando el contenido de su bolso sobre el sofá a mi lado. Su móvil, un minúsculo monedero, un pendiente, un anillo, un par de horquillas, varias gomas para hacerse las trenzas, un paquete de chicles y una tuerca cayeron sobre el sofá.
               -¿Llevas una puta tuerca en el bolso?-espetó Tommy, y Tam se encogió de hombros.
               -Por si se estropea algún taxi y voy justa para llegar a casa.
               -Me pareces la persona más épica de este país-le soltó Scott, y Tam se echó a reír.
               -Te parezco lo que soy. Aquí la tenemos-Tam la agitó con dos dedos en el aire frente a mí, de tal forma que hizo una mariposa con un tubo de plástico acerado, de esos diseñados para que lo aplastes y extraigas hasta la última gota de contenido de ellos-. Aviso de que es bastante pringosa y no es que huela genial precisamente, así que tal vez quieras echártela en el baño para poder lavarte las manos.
               -¿Te ves con fuerzas para ponerte de nuevo los zapatos e ir hasta el baño a ponértela?-preguntó Diana, y yo asentí con la cabeza. Oh, vamos, no podía ser tan malo. Ahora tenía los parches, así que no tenía que preocuparme de sangrar.
               No quería ponerme a pensar en las plantas de los pies ni en los dolores de los dedos, o no me atrevería a levantarme.
               -¿Necesitas que te llevemos?-ofreció Scott cuando vio la manera en que me quedé mirando mis zapatos. Eso me hizo espabilar.
               -¡No! Como Alec vea que me cogéis en volandas, vendrá corriendo y se emperrará en llevarme a casa. Lo sé. No quiero cortarle el rollo.
               -Ah, no quieres cortarle el baile romántico a tu novio, pero que tu hermano esté aquí preocupadísimo te da igual.
               -No haber venido a buscarme al orfanato-le reproché, y Scott arqueó las cejas.
               -Si tuviera una máquina del tiempo y pudiera volver a ese día, lo haría, Sabrae. Y no cambiaría absolutamente nada de lo que hice, aunque sí lo grabaría, para recordar los momentos en que no eras un auténtico grano en el culo. Cosa que dejó de suceder en el momento en que abriste esa condenada boca tuya.
               -Scott, mi primera palabra fue literalmente tu nombre.
               -Y no has dejado de decirlo para tocarme los huevos desde entonces. Scott esto, Scott aquello, Scott ven, Scott vete, Scott déjame, Scott hazme caso, Scott, Scott, Scott, Scott-me hizo burla, haciendo una mueca, y me dieron ganas de pegarle. Me levanté como un resorte y me lancé a por él, descubriendo demasiado tarde que había algo en mis pies que me impedía avanzar con normalidad.
               Mis zapatos. Alguien me los había puesto.
               Diana estaba arrodillada aún en el suelo, con una rodilla anclada en éste, pero la espalda enroscada de manera que pudiera hacer el símbolo de la victoria en nuestra dirección, arrugando la nariz mientras sonreía en un gesto adorable que definitivamente debería ser la portada de su primer disco.
               -Impresionante gestión de la convención Styles-Malik-Scott chocó los cinco con ella, que lanzó un silbido.
               -Vaya, ¿tu ego inmenso te ha permitido poner mi apellido antes que el tuyo?
               -Soy un tío educado, Diana. Soy inglés, por si no lo habías escuchado. Los ingleses tenemos consideración con las damas, al contrario que los bichos con los que te relacionas tú-Scott se llevó una mano al pecho como un caballero en una puesta de largo.
               -Si llevo casi nueve meses relacionándome contigo y me doy cuenta ahora de que puedes ser educado si te lo propones, la culpa no la tengo yo, guapo-ronroneó Diana, poniéndose en pie y tirando suavemente de la corbata de Scott para aflojársela. Scott le bufó mientras se la recolocaba, y Diana se echó a reír.
               -¿Os voy pidiendo una habitación?-los pinchó Tommy mientras Tam me pasaba la mano por la cintura y me llevaba en dirección al baño por la ruta más corta, haciendo hueco entre la gente sin importarle lo que tuviera que hacer para lograrlo: dar codazos, pisotones, sisear e insultar. Todo estaba en el menú cuando se trataba de ayudar a una amiga.
               Atravesamos unas puertas bien disimuladas tras una de las columnas maestras de la estancia y llegamos al aseo, donde varios grupos de chicas se repartían la estancia alargada, de suelo de mármol negro veteado, lavamanos de cuencos con grifos dorados, y toallas de algodón en las que no me importaría hundir los pies. Las chicas charlaban, se reían, se retocaban el maquillaje, se limpiaban las lágrimas producto de la emoción del día, e incluso se metían unas rayas en los cubículos que no tenían el pestillo echado.
               -¡Eh, Tam! ¿Por los viejos tiempos?-le ofreció una chica pelirroja a mi amiga, tendiéndole uno de esos pequeños tubos que nadie inocente compra. Tam hizo un gesto con la mano.
               -Luego quizás. Ahora estoy un poco liada.
               -¿Todo bien?
               -Sí, no os preocupéis.
               -Es que me hacen daño los zapatos-expliqué, cojeando, y del baño se levantó un unánime “aaah” de reconocimiento.
               -Tienen pinta de ser tan bonitos como dolorosos-asintió con la cabeza una chica que se secaba las manos con cuidado de no desabrocharse la pulsera de diamantes.
               -¿Son Louboutins?
               -No, tía-dijo otra-. No tienen la suela roja, ¿no te das cuenta?
               -Pues parecen Louboutins. Estás guapísima, Sabrae.
               -Gracias-susurré, metiéndome en el cubículo que Tam había abierto para mí. Me senté sobre la tapa de la taza y me quité de nuevo los zapatos, dejando que el suelo frío de mármol hiciera las veces de analgésico para mí.
               Lo bueno de estar en un sitio como el Mandarin era que podía pisar descalza y no preocuparme de que se me cayera el pie a pedacitos.
               -¿Tam? ¿Saab? ¿Estáis aquí?-llamó Karlie desde unos cubículos más allá.
               -Sí, princesa-respondió Tam, y luego clavó los ojos en mí. Abrió la boca, sorprendida de haberme dejado pillarla con la guardia tan baja como para escucharla diciéndole motes cariñosos a Karlie, y luego, carraspeó, roja como un tomate (en serio, lo mejor de la noche era Tamika poniéndose roja cada dos minutos)-. Sabrae… le hacen daño los zapatos.
               -Pobrecita. Ahora voy, cielo.
               -Sin prisa.
               Desenroscó la tapa de la pomada y me la tendió.
               -Será mejor…-carraspeó de nuevo y se apartó el pelo del torso. Lo intentó otra vez-. Será mejor que te lo eches tú donde más te duela. Si necesitas algo, estaré aquí mismo, tras la puerta, ¿vale?
               -¿Te vas con tu princesa?-no pude evitar decirle, conteniendo la risa, y Tam puso los ojos en blanco.
               -Por supuesto que tenías que enamorarte de Alec. Sois los dos igual de insoportables.
               Cerró de un portazo y se cruzó de brazos, cambiando el peso de su cuerpo de un pie a otro mientras yo me aplicaba la pomada. Tenía razón: era muy pringosa y olía más bien regular, pero confiaba en que los jabones de Rituals que se extendían a lo largo de los lavabos para permitirnos a las huéspedes elegir qué aroma queríamos desprender durante nuestra estancia en ese lugar harían de tapadera para ese tufo.
               Me lo extendí por todo el pie como buenamente pude, teniendo en cuenta que la textura no me facilitaba que digamos el recuperar la sensación de normalidad en los pies. Tenía un gel efecto frío que me alivió al instante la quemazón en las articulaciones, y tras un instante de vacilación, me eché un par de gotitas del tamaño de un guisante en cada planta, confiando en que eso haría que mi caminar no pareciera el de un patito mareado. Entre el ruido de esnifadas, cisternas llevándose el contenido de las tazas del váter, tacones yendo de un lado para otro, pintalabios abriéndose y cerrándose y los grifos vertiendo el agua, pude ver que un par de zapatos se plantaban frente a los de Tam. Aquellos pies tan pálidos sólo podían ser de Karlie, y cuando se acercaron un poco más a los de mi guardiana, metiéndose entre ellos y un tacón elevándose un poco en el aire, no me hizo falta ser muy lista para saber lo que estaban haciendo.
               Escuché unos golpecitos sordos en la puerta de mi cubículo, y no pude evitar sonreír. Alec se partiría de risa si estuviera aquí, y les tomaría el pelo a las dos hasta el fin de los tiempos. Lleváis meses detrás de la otra, ¿y ahora no podéis aguantar ni dos minutos separadas? Para que luego digan que los hombres estamos salidos.
               -¿Quieres ir a bailar otro poco o te apetece que vayamos a otro sitio un poco más… íntimo?-preguntó Tam en un susurro sugerente que me recordó mucho a la manera en que Alec me hablaba cuando se cansaba de tontear en público y quería hacerme pagar todo lo que me había frotado contra él en una habitación en la que pudiéramos quitarnos la ropa. Casi escuché a Karlie morderse el labio.
               -Me apetece presumirte un poco más… pero no suena nada mal eso de irnos a un sitio más “íntimo”.
               -No lo digas así-se rió Tam, seguramente agarrándola de las muñecas y pegando la cara a la suya antes de darle un beso en los labios.
               -¿El qué? “¿Íntimo?”-ronroneó Karlie, pegándose más a ella y dándole un beso en el lóbulo de la oreja. El cuerpo de Tam golpeó de nuevo la puerta de mi cubículo.
               -Sí. Haces que suene como si fuera la palabra más sucia del mundo.
               -Íntimo-repitió Karlie, riéndose mientras besaba la clavícula de Tam-. Íntimo, íntimo, íntimo.
               Tam y ella se rieron, y un nuevo golpe en la puerta me indicó que Tam la había atraído hacia ella. Escuché cómo se besaban y suspiraban, ajenas completamente a todo lo que las rodeaba. La música alejada hacía que creyeran que todo el mundo estaba mucho más lejos y que nadie podía verlas, a pesar de que en el baño había una curiosa cacofonía hecha tanto de la inocencia de quien sólo quiere desahogarse en paz como de aquellos que buscan un rincón más apartado para llevar a cabo sus más oscuras fantasías. Karlie no me parecía de las que se colaban en los baños para enrollarse con alguien como sí hacíamos Alec y yo, pero cuando separó las piernas de un modo que me recordó demasiado a la manera en que yo lo hacía cuando él me acariciaba, me di cuenta de que no la conocía tan bien como yo creía.
               Estaba eufórica por descubrir que la chica de la que estaba enamorada, a la que hacía poco consideraba heterosexual y completamente fuera de su alcance, también estaba pillada por ella. Y pretendía compensar todo el tiempo que habían pasado haciendo el tonto.
               De modo que descorrí el pestillo de mi cubículo y di unos golpecitos con los nudillos.
               -Ya estoy, chicas. Voy a abrir.
               Karlie se separó rápidamente de Tam, que se giró como un resorte para mirarme a la cara cuando saliera. Al abrir la puerta, descubrí que Tam se estaba pasando el pulgar por los labios, limpiándose los restos del gloss de Karlie, que se tapaba la boca para que no la viera sonreír por haber sido pillada con las manos en la masa, dándome la espalda. Con lo que no contaba ella era con que yo podía ver su reflejo en el espejo, así que vi cómo se le achinaron los ojos cuando soltó una risita al alzarle las cejas de modo sugerente las chicas que estaban en una esquina, compartiendo el tubo de esnifar.
               -Bueno, ¿qué tal?-preguntó Tam, con las manos sobre las caderas. Encogió ligeramente los hombros y abrió un poco más los ojos, pidiéndome, no, suplicándome que no le tomara el pelo. Tenía razón en una cosa: en el fondo, Alec y yo éramos iguales, y sabía de sobra lo que haría él: dedicarle esa media sonrisa traviesa suya y comentar “no tan bien como otras”.
               Claro que Alec y él tenían más confianza que nosotras… y, la verdad, bastantes coñas tenía que aguantar ya la pobre como para que me subiera al carro yo también. Así que le tendí el botecito y asentí con la cabeza.
               -Mucho mejor, gracias, Tam-me acerqué al lavabo con cuidado, tentando mis pies. De momento, todo parecía en orden. Sí que notaba que ahora mis pies se movían mucho por el interior de los zapatos, pero lo achaqué a que aún no había terminado de absorber la crema. Por lo demás, estaba perfecta. Notaba un extraño hormigueo en los dedos, supongo que por la composición, con un poco de anestesia para permitir que las bailarinas lo dieran todo en el escenario.
               Karlie se giró y se apoyó en la puerta del cubículo, mordiéndose el labio y con los ojos puestos en el culo de Tam. Se relamió inconscientemente, y cuando Tam se giró para mirarla, le miró las tetas con un descaro que ni siquiera Alec tenía. Madre mía, espero que no haya hora mínima de entrada en las habitaciones, o terminarán follando en el vestíbulo.
               -No hay de qué, chiquilla. No deberías tener que aplicártela más, pero te la puedo prestar si quieres-me la tendió, pero yo negué con la cabeza, echándome abundante espuma de jabón de un bote dispensador de color vino que rezaba “Ritual de Ayurveda”. Olía genial. Tomé una nota mental de comprar toda la colección antes de irme de vacaciones con Alec, Mimi y Eleanor. Me apetecía mucho cambiar de aroma durante el viaje, y dado que en Grecia me pasaría el día duchándome, no veía mejor manera de estrenar mi primera luna de miel con Alec que oliendo con esos toques frescos y afrutados que tenía ahora en las manos.
               Casi podía sentir su nariz acariciándome el cuello cuando hundiera la cara en mi hombro para inhalarme, recién salida de la ducha y cubierta sólo con una toalla. Me sentaría a horcajadas encima de él, sentado en un sofá de tela blanca y soportes de bambú claro, envuelta en mi toalla, con el pelo cayéndome en cascada sobre la espalda y el colgante con su inicial refulgiendo contra mi piel de chocolate.
               -Mm. Hueles genial-posaría un beso en el punto en que mi mandíbula se conectaba al cuello y la textura fría y dura de sus dientes haría el resto. Mi sexo se abriría igual que una flor, clamando una llamada a la que Alec no dudaría en contestar-. Me apetece pegarte un bocado.
               Le tomaría el rostro entre las manos para hacerlo mirarme.
               -¿Y qué te lo impide?
               Entonces, me llevaría las manos al nudo de la toalla y me la abriría, dejando a la vista mi cuerpo desnudo: mis senos, mi vientre, mis muslos, mi sexo. Empezaríamos a besarnos, a acariciarnos, a manosearnos, y él terminaría poseyéndome desde abajo, reclamándome como sólo se lo permitía a él, en un polvo que olería a Mar Egeo, rosa de la India y felicidad.
               -¿Necesitas que te acompañemos?-preguntó Tam. Karlie abrió la puerta del cubículo con el culo, se inclinó hacia atrás y comenzó a balancearse en el vano de la puerta, sujetándose a ambos bordes con unos dedos cargados de tensión. Una tensión que sólo Tam iba a poder relajar.
               -Bueno… la sensación es un poco rara-giré los pies de manera que los tacones se convirtieran en intentos de peonza-, pero creo que…
               -Genial, perfecto, que lo pases bien, Saab-sonrió Karlie, abalanzándose hacia Tam y tirando de su brazo para meterla en el baño.
               Los ojos abiertos de Tam fueron lo último que vi antes de que Karlie cerrara de un portazo el cubículo, riéndose como una colegiala.
               -¡Tía!-protestó Tam, riéndose-. ¡Eres una sinvergüenza! Claramente Saab necesita que le echen una mano-comentó, haciendo amago de abrir la puerta.
               -Yo sí que necesito que me echen una mano-y un nuevo golpe en el interior del cubículo. Las chicas drogándose soltaron una risita. Una de las que se estaba aplicando un poco más de rímel se tocó la ceja sin querer a girarse para mirar la puerta.
               -Karlie, por Dios, estás empezando a asustarme.
               -Miedo no es lo único que te quiero meter en el cuerpo, guapa-ronroneó Karlie, y yo salí escopetada del baño antes de que se pusieran a gemir como locas. Lo último que escuché fue el sonido de una cremallera bajándose, y con eso me pareció suficiente.
               Me alegró escuchar los pasos de las chicas que estaban en el baño apresurándose a seguirme para dejarles un poco de intimidad. Claro que Tam y Karlie también podrían haber sido un poco más listas y buscarse una habitación, directamente.
               -¡Epa!-rió Alec cuando me choqué contra él-. ¿Dónde está el fuego?-me sostuvo entre sus brazos y conectó sus ojos con los míos, y yo sentí que me deshacía. Entre mis piernas, pensé, deleitándome en la fuerza de sus músculos, que ya habían recuperado gran parte de su potencia anterior. Ven a apagarlo.
               Era como si ya estuviéramos de vacaciones, como si ya estuviéramos disfrutando de un sexo increíble, desenfrenado y a la vez tranquilo, propio de quien tiene toda la tarde para follar. Como si ya estuviera desnuda sobre él, con la brisa del Mediterráneo haciéndome bailar el pelo, con su miembro invadiéndome, sus manos en mis nalgas, sus dientes en mis pezones, sus gemidos lamiendo mi piel. Necesito que llegue Grecia ya.
               -No te vas a creer lo que está pasando ahí dentro-me reí sin embargo, rompiendo el hechizo. Todavía era temprano para pensar en arrastrar a Alec a algún sitio más alejado. Más… íntimo. Teníamos que alejarnos del baño y yo apartar esos pensamientos de mi mente, o de lo contrario, Alec, Tam, Karlie y yo participaríamos en la primera orgía por fascículos de la historia, haciéndolo cada uno con su pareja en cubículos claramente separados.
               -Hay muchas cosas de esta noche que no me creo-respondió, acariciándome el mentón, la garganta y la clavícula con el pulgar. Tuvo la mano durante un brevísimo instante igual que cuando me la apretaba en torno al cuello durante el sexo duro, lo cual hizo estragos en mi estabilidad emocional. Quería que me poseyera. Quería que me hiciera gritar su nombre. Quería que hiciera que todas las chicas de la sala (no, del hotel) me envidiaran, porque unos gemidos como los míos sólo podían ser culpa de un dios como él. El único dios que existía.
               -¿Todo bien?-preguntó con inocencia, ajeno completamente a que si no le saltaba encima no era, precisamente, por falta de ganas-. Te he estado buscando. Has estado ahí dentro un buen rato. ¿Te ha sentado mal algo?
               -Sólo me estaba tomando un momento-respondí, jugueteando con las solapas de su chaqueta. Me atreví a apartarle la corbata y juguetear con uno de los botones de su camisa, considerando seriamente la posibilidad de desabrochárselo. Sabía que si lo hacía no podría resistirme a seguir desnudándolo-. Ya sabes, preparándome para un segundo asalto.
               -¿Ah, sí?-coqueteó, agarrándome de las caderas y pegándome contra él-. ¿De qué, exactamente? ¿De bailar o de enrollarnos en el sofá?
               -De lo que más te apetezca, sol.
               -Si dijera en voz alta lo que más me apetece ahora mismo, me meterían preso-me confesó al oído, y yo me estremecí de pies a cabeza. Tampoco sería un golpe que fuera a dar solo. Sonreí, me giré, jugueteé un poco con su corbata antes de empujarlo hacia el sofá, regodeándome en el sabor de sus labios.
               Sin embargo, cuando nuestras lenguas se encontraron, noté el deje ardiente de la nicotina en su boca. Me separé y fruncí automáticamente el ceño.
               -Sabes a tabaco.
               -Ah, sí, es que me he fumado un pito mientras no estabas. Me puse un poco nervioso, creyendo que te había pasado algo, ¿sabes? Suerte que Scott me vio volverme loco y enseguida vino a decirme dónde estabas-hizo una mueca poniendo un ojo en blanco y torciendo la boca-. ¿Tienes chicles de menta o algo así en el bolso?-preguntó-. No sé dónde he metido yo los míos.
               -¿Sabes qué? Da igual. Es tu graduación, te mereces disfrutar-ronroneé, colgándome de su cuello y dándole un pico-. Fuma, bebe y folla todo lo que te apetezca. Siempre y cuando reserves una de esas tres actividades para mí-coqueteé, jugueteando de nuevo con su corbata. Me pregunté qué diría si, cuando nos acostáramos, le pediría que no me la quitara.
               O si me ataría a la cama con ella si insistía suficiente. Sabía que le gustaba sentir mis manos recorriendo su espalda mientras impactaba en lo más profundo de mi ser, pero eso de estar completamente a su merced, no poder hacer nada que él no me permitiera, me ponía a mil.
               Me imaginé a mí misma completamente desnuda, con las muñecas atadas juntas al cabecero de la cama, las tetas reluciendo por el sudor de la anticipación, mi cuerpo completamente a su merced. Alec metiéndose entre mis piernas. Alec separándomelas. Alec inclinándose hacia mis tetas. Besándomelas, lamiéndomelas, chupándomelas, mordiéndomelas. Y yo retorciéndome y retorciéndome y retorciéndome, suplicando que me penetrara, y lanzando un grito que me desgarraría los pulmones cuando por fin lo hiciera. Duro, inmenso, ardiente, firme, invasivo.
               -Sólo por confirmarlo y que no haya malentendidos: lo que quieres que haga solamente contigo es beber, ¿verdad?-bromeó, y yo me eché a reír, intentando no detenerme demasiado en la imagen que me atravesó la mente: Alec vertiendo un poco de champán en mi ombligo y succionándolo de allí, o vertiendo lentamente un reguero por mi entrepierna, y bebiéndolo a la par que me practicaba sexo oral.
               Me abalancé contra su boca y lo besé con tantas ansias como sentía de que me hiciera suya, tratando de transmitirle mis deseos y mi urgencia con la lengua.
               -Mm, pero para que conste, pienso follar más que beber y fumar esta noche. De hecho, no creo que me encienda más cigarros.
               -Yo de ti lo haría-respondí, jugueteando con mis dedos en el nacimiento de su pelo, en la nuca, despertando la bestia que llevaba dentro y que sólo respondía ante mí-. Ya hemos hablado de esto. Se te va a acabar el chollo, Whitelaw. Te he dejado fumar mientras estudiábamos porque no quería sumarte más estrés, pero ahora sólo tienes pulmón y medio.
               -Pulmón y tres cuartos, pero te lo perdono por haberme llamado “Whitelaw”, Malik.
               -¿Quieres que me ponga de rodillas y te la chupe?
               -Quiero tantas cosas, nena-suspiró con teatralidad, y yo me eché a reír.
               -No me llames así. No cuando estás tan… con este traje-bufé, tirando de la solapa y negando con la cabeza-. No, si no quieres que pierda el poquísimo autocontrol que aún me queda.
               -Puede que eso sea exactamente lo que quiero-ronroneó, frotando las caderas contra mí. Pude notar que su miembro se desperezaba, si bien aún no había alcanzado su máxima envergadura. Era terca como una mula por tratar de posponerlo, yo lo sabía, pero no quería que luego se arrepintiera de haberse pasado a solas conmigo una noche en la que se suponía que debía disfrutar de la compañía de sus compañeros, especialmente si no iba a volver a verlos en mucho, mucho tiempo.
               Pero no quería que echara la vista atrás dentro de unas semanas, meses, o incluso años, y pensara que tal vez habría estado mejor aprovechando hasta el último minuto de su graduación. No creía que fuera a arrepentirse, pero tampoco quería arriesgarme a que así fuera pasado el tiempo. Podría tenerme cuando quisiera; en cambio, la graduación del instituto sólo pasaría una vez en la vida.
               -¿Para escaquearte de la conversación?-me reí, cogiéndolo de los brazos y dándole un ligero empujón que me permitiera pensar con claridad. Alec gimió.
               -¿Tenemos que hablar de esto en serio? ¿Justo ahora?
               -Sí, porque esta va a ser tu última noche de libertad antes de comprometerte con tu salud-le di un toquecito en la nariz y él puso los ojos en blanco, pero una sonrisa le atravesaba la boca.
               -Oh, venga, bombón. Tienes que saber que, incluso si he conseguido dejarlo ahora, volveré a fumar cuando me vaya a África.
               -¿Con qué tabaco?
               Alzó las cejas.
               -¡Vaya! Doña Antirracismo soltando una racistada. Me voy a África, no a Marte.
               -No lo digo porque no haya tabaco, lo sé de sobra. Ésa, y muchas otras drogas. Pero me pregunto con qué dinero piensas pagarlo, dado que no te van a dar nada.
               Sus cejas se arquearon una vez más.
               -Es África, no Las Vegas.
               Abrí la boca para responderle, quizá inútilmente, porque sabía las poquísimas posibilidades que tenía de hacerle razonar cuando se ponía en este plan, pero tenía que intentarlo. Incluso con lo muchísimo que me atraía con el traje puesto, y también lo erótico que podía parecerme fumando, tenía que mirar por su salud. Ya había cuidado por sus intereses a pesar de lo que él quería incluso antes que él, así que no era nada nuevo para mí.
               Sin embargo, Bey acercándose a nosotros al trote nos interrumpió.
               -¡Han traído un fotógrafo!
               -¿Ahora? Pero si la mitad estáis para que os pixelen las caras-soltó Alec-. Yo no, por supuesto; fijo que yo estaba hasta para protagonizar una portada cuando me pasó el coche por encima.
               -Vamos a hacernos fotos-clamó Bey, enganchándonos a Alec y a mí de los brazos y arrastrándonos en dirección al foco de los estallidos de luz que centelleaban desde una esquina de la sala de fiestas.
               Caminamos demasiado rápido para lo que me habría gustado, pero tenía miedo de quejarme y que Alec se empeñara en llevarme a casa, con el peligro que suponía que finalmente quisiera quedarse a dormir, de modo que puse mi mejor sonrisa y posé frente a la cámara, haciendo muecas, giros exagerados, todo en consonancia con los demás. Nos lo estábamos pasando en grande, tratando al fotógrafo como al ejército de paparazzi que abarrotaban la gala del MET de todos los años. Resultó que el fotógrafo venía como distracción mientras dos empleados del hotel preparaban un lujoso fotomatón, más parecido a un estudio que a las típicas máquinas automáticas en los centros comerciales. Se formó un gran revuelo que Alec y yo aprovechamos para alejarnos un poco de la gente cuando por fin descorrieron las cortinas del pequeño cubículo que habían montado y la gente pudo ver el objeto de tanto secretismo, y mientras se peleaban por entrar, aún entre vítores, aplausos y gritos de “¡gracias!”, seguimos besándonos en un rincón de la pista, el sabor de la nicotina difuminándose en su saliva a medida que se mezclaba con la mía y bebíamos más y más.
               Cuando entramos en el fotomatón a hacernos las fotos de rigor, haciendo el bobo primero y luego poniéndonos sentimentales, los efectos de la crema de Tam prácticamente habían desaparecido. Es más, diría que incluso habían empeorado mi situación: antes, al menos, no se me deslizaban los pies por dentro del zapato; ahora no sólo tenía el dolor del talón, el tendón de Aquiles, las plantas o el meñique, sino que me dolían todos los dedos, que notaba retorcidos por debajo de los zapatos.
               Aguanté bailando un par de canciones más hasta que ya se me hizo prácticamente insoportable, y poniéndole una mano en el pecho a Alec a modo de disculpa, le dije que tenía que volver a sentarme.
               -¿Estás cansada?-preguntó con genuina preocupación, a punto de ofrecerse a llevarme a casa. Asentí con la cabeza, encogiéndome de paso de hombros.
               -No te preocupes. Creo que es que se me ha subido un poco el alcohol. Además, aquí hace mucho calor-me abaniqué con disimulo-. Estaré monísima con esta chaqueta, pero creo que no ha sido lo más acertado traerla.
               -¿Y por qué no te la quitas?
               -Porque no llevo nada debajo, Al-lo cual no era técnicamente cierto, pero la verdad es que no me apetecía quedarme en sujetador delante de todo el mundo.
               Alec me escaneó de arriba abajo, como si me viera por primera vez, como si fuera su plato preferido en un restaurante de lujo presentado de una forma que jamás se habría imaginado, y que lo hacía más apetitoso aún sin cabe.
               -Ah-dijo solamente. Mi chico. El que, en su época dorada, había sido el rey de la noche. El que no se había pasado más de tres días seguidos sin tener sexo. Mi novio. Alec Whitelaw, el fuckboy  original. Diciendo “ah” cuando yo le decía que no llevaba nada debajo de la chaqueta.
               No pude evitar echarme a reír; me parecía monísimo.
               -Al, llevo el sujetador, ¿sabes?
               -¿Eh?-inquirió con tono desesperado, sus cejas haciendo una montañita en su frente. Sus ojos se encontraron con los míos, y eran los de un niño que se entera de que la niña que le gusta también siente algo por él. Ahora entendía por qué Tam y Alec se picaban tanto: también eran iguales. A pesar de que eran los lanzados de su pareja, también eran los que más rápido se desarmaban y caían rendidos a los pies de ellas.
               -Al, llevo más ropa por debajo de la chaqueta, pero no es ropa que se suponga que la gente deba ver, ¿entiendes?
               Asintió despacio con la cabeza, esa expresión enternecida suya sin irse de su rostro. Me apetecía comérmelo a besos, pero tuve que conformarme con colgarme de su cuello y darle un sonoro beso.
               -No te preocupes por mí. Estoy bien. Tú sigue disfrutando de la noche. ¿Por qué no te vas un poco con tus amigos?-sugerí, viendo que los chicos estaban concentrados en el fondo de la barra. Alec los miró, me miró a mí, los miró de nuevo a ellos y luego me miró a mí.
               -¿Seguro que no te importa?
               -Pásatelo genial, mi sol-le di un último besito y me giré para marcharme, tratando de mantener una postura digna que no diera cuenta de lo que me pasaba realmente. Alec me miró con ojos un poco tristes, pero me dejó irme. Sabía que tenía que estar muy cansada si me alejaba de nuevo de él, pero creía que no era nada lo bastante importante como para que se lo dijera. Cuando me senté, al lado de Bey, que se tomaba copas de bebidas de todos los colores como si fueran agua, Alec se pasó una mano por la mandíbula y atravesó la estancia en dirección a sus amigos.
               Aguanté la sonrisa todo lo que pude, pero fue suficiente para que Alec no se viera atraído hacia mí.
               -De cero a cien, ¿cuáles crees que son las posibilidades de que me desangre si me corto los pies?-le pregunté a Bey, que se rió sonoramente al escucharme. En ese momento, llegó Diana con dos copas llenas hasta arriba. Bey le arrebató inmediatamente una de ellas, se la bebió de un trago, e hizo amago de quitarle a la americana la suya, pero ésta fue más rápida apartándola de su alcance.
               -Anda que… eres la primera de la promoción, ¿no te da vergüenza estar comportándote así?
               -Me merezco más que nadie pillarme una buena cogorza. Aunque creo que Sabrae va a hacerme la competencia-soltó Bey, lanzando un aullido y echándose a reír. Diana me miró con compasión.
               -¿No te ha hecho efecto la crema de Tam?
               -Peor. Me alivió al principio, pero ahora me duele todo el pie. Se me resbala todo, y eso que los zapatos son de mi número, y… no sé, me escuecen más de lo que me escocían.
               Bey se acodó a mi lado.
               -La crema es fuerte, pero tiene efecto frío, no calor. Es un poco raro eso que nos cuentas. ¿Eres alérgica a algún medicamento?
               -No, que yo sepa-respondí, resistiéndome a la tentación de quitarme los zapatos. Ahora que Alec ya no estaba distraído bailando, posaría los ojos de vez en cuando en mí para comprobar que estuviera bien.
               -Si fuera alérgica, ¿no ha tardado demasiado en hacerle efecto?-preguntó Diana, y Bey se encogió de hombros.
               -No lo sé. Podríamos preguntarle a Tam, porque empezó a usarla en los ensayos para la Royal, pero como está ocupada follando en los baños…-hizo una mueca y negó con la cabeza, y yo fruncí el ceño.
               -¿Qué tiene de malo que Tam esté follando en los baños? Los baños son un sitio tan bueno como cualquier otro para follar.
               -Ahora me dirás que no prefieres una cama para estar con Alec.
               -Hombre, pues sí, pero si a ellas les apetecía…
               Y entonces, Bey se echó a llorar. Diana y yo nos quedamos heladas mirándola.
               -No quiero que me den de lado-sollozó-. No quiero dejar de salir con ellas. Son mis dos mejores amigas. Ya voy a perder a Alec; no puedo perderlas a ellas también.
               -Oh, cielo, ¿por qué dices eso? No vas a perder a Alec-Diana se arrodilló frente a ella, como había hecho conmigo, y le acarició las piernas, arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo.
               -Sí, reina B, él te sigue queriendo muchísimo. De hecho, tenemos hablado incluso de pedirte que… bueno, no es nada concreto aún, pero si a ti te apeteciera…
               -Si vas a pedirme un trío por pena, quieta ahí, Sabrae-levantó un dedo en mi dirección.
               -No es un trío por pena, reina B. De verdad. A los dos nos gustaría. No ahora mismo, evidentemente, pero en un futuro, quizá no muy lejano…
               -Eh, ¿y qué hay de mí?-pinchó Diana, haciendo un mohín con el que consiguió arrancarle una sonrisa a Bey.
               -Lo siento. Pensaréis que soy una estúpida y una egoísta. Debería alegrarme por mi hermana, y lo hago, de verdad. Lleva tanto tiempo detrás de Karlie, y Karlie de ella, que el que hayan tardado tanto en ver que se gustaban todavía escapa a mi comprensión. A mí me costaba horrores no resbalarme por casa con las babas de Tamika cuando hablaba por teléfono con Karlie. Y ahora, aquí estoy, llorando a lágrima viva porque mi hermana…-jadeó, negando con la cabeza.
               -Si te consuelas creyendo que lo que esquivabas eran babas, no seré yo quien te saque de esa idea-me reí, dándole un toquecito en la pierna. Bey sonrió con timidez, aceptando el pañuelo que le tendió Diana, con tanta habilidad que me pregunté si su bolso no sería en realidad el bolsillito de Doraemon. Parecía tenerlo todo ahí, salvo algo que yo pudiera tomarme no sentir nada de cintura para abajo.
               O bueno… mejor de rodillas para abajo. Si sobrevivía a esa noche, quería tener sensaciones que recordar cuando Alec se marchara.
               -Escucha-Diana se apartó el pelo de los hombros, y colocó de nuevo las manos en las rodillas de Bey-. Tu hermana y Karlie no van a darte de lado. Sólo están recuperando el tiempo perdido, aprovechando que están cachondas como monas y que nadie va a molestarlas en los baños, pero al margen de eso, nada va a cambiar. Puede que incluso tengas a Karlie más en casa-sonrió Diana-. ¿No es genial? Harán más planes juntas porque ahora saben que tienen ganas de estar juntas, y seguro que te invitan. Sólo serán un poco más cariñosas, eso es todo. Además, vas a estar ocupadísima este verano, siendo la líder adolescente de la ONU, y todo eso. No vas a tener tiempo para preocuparte por la agenda lésbica de Tam.
               -Vale, chicas, ahora que ya han echado su primer polvo, debo recordaros que a Tam le han gustado chicos con anterioridad, así que es bisexual. Lo digo porque estoy cansada de que se catalogue siempre a los bisexuales como gente que está pasando por una fase o algo por el estilo. Tamika no es lesbiana. Le han gustado chicos antes.
               -Sí, pero no como Karlie-razonó Bey, limpiándose las lágrimas directamente desde el lagrimal.
               -Ya, pero que a mí Alec me guste como no me ha gustado nadie en mi vida no quita que me hayan gustado chicas. Así que… eso-me encogí de hombros-. Rosa, morado y azul ¡al poder!-levanté el puño y las dos se rieron-. Pero entiendo adónde quieres llegar, Didi. Por favor, continúa.
               -Gracias, Saab. Como te decía, estarás demasiado liada siendo la reina del mundo como para sentir que te están dando de lado, cuando no es así. Todos te queremos muchísimo, Bey, y no nos vamos a olvidar de ti estemos de tour, en la universidad o haciendo el ganso en un campamento en el hemisferio sur-Diana puso los ojos en blanco y Bey se rió-. Además, yo tengo muchas tardes libres este verano. Cuando no tengamos conciertos, estaré por Londres. Podríamos ir de compras. O al cine. O a la playa. Si las lesbianas… perdón, la lesbiana y la bisexual-se corrigió al ver la mirada que le lancé- no cuentan contigo, problema suyo, porque se perderán salir también conmigo.
               -Y conmigo-añadí-, porque, ¿sabes, Bey? Tú no eres la única a la que Alec va a dejar aquí. Pero él se lo pierde, ¿a que sí? Sinceramente, míranos. Habría que estar mal de la cabeza para pirarse de este país sabiendo que nosotras vivimos en él.
               Bey se echó a reír, aún con las lágrimas cayendo por sus mejillas. Parpadeó rápidamente y clavó los ojos en mí.
               -Tú no lo entiendes aún, porque no has pasado por ello, pero las despedidas son una mierda.
               -Lo sé. Pero esto no es una despedida. Sólo un punto de inflexión.
               Bey torció la boca, asintió con la cabeza, y se quedó mirando la pista de baile.
               -Lo digo en serio, Bey. Puedes contar conmigo. Y con Diana. Y con tu hermana y con Karlie. No te vamos a dejar sola. Y Alec volverá. Un año es mucho tiempo, pero se terminará pasando. Siempre se pasa-le cogí la mano y le di un apretón-. Ya verás, antes de que nos demos cuenta, estaremos en su vigésimo cumpleaños, aguantando las bromitas de machito que hace con sus amigos sobre lo bueno que es en la cama…
               -Todas basadas en la realidad, por cierto-dijo Bey, suspirando-. Bueno, ¿qué te voy a contar?
               -Oye, de verdad, me estáis dando ganas de ir a suplicarle que se acueste conmigo. Parad ya. Esta especie de Club De Tías Que Se Han Tirado A Alec es como… súper discriminatorio-se quejó Diana.
               -¿Discriminatorio? Ni el catolicismo tiene tantos miembros, guapa-le recordé, y Diana puso los ojos en blanco y se sentó en el sofá con las piernas estiradas, los tobillos entrecruzados, posando incluso sin pretenderlo.
               -Ah, cierto. Soy yo, que soy una desgraciada. En fin, beberé para olvidar que ese dios en traje no me estará esperando cuando llegue a casa.
               -Tommy tampoco está nada mal-dijo Bey, y Diana chasqueó la lengua.
               -Ojalá hubieras dejado que Sabrae fuera la que le echara un piropo a T. Así resultaría más fluido proponerle un intercambio de parejas.
               -Yo a Alec no lo suelto, no vaya a ser que no vuelva. Compartirlo es mi límite.
               -¿Cómo no va a volver, con la manera en que te mira, hija? Llevas aquí treinta segundos y ya te ha echado cincuenta miraditas. Si no fuera por lo guapísima que estás, podría resultar hasta escalofriante-sonrió Diana, dando un sorbo a su copa.
               -A ver si os pensabais que iba a dejar que lo distrajerais con vuestros escotes y vuestras piernas larguísimas-chasqueé los dedos-. Ah-ah, cielo. Está comprometido conmigo-me di unos toquecitos en el pecho-, y ante debe responder. Bien, ¿por dónde iba antes de que me interrumpierais con lo fantástico que es mi novio?
               -Su vigésimo cumpleaños.
               -Ah, sí. Cierto. El caso es que… el tiempo pasa rapidísimo, tía. No te tienes que preocupar por lo que va a suceder este verano, porque antes de que nos demos cuenta, Alec estará de vuelta, todos estaréis en la misma zona horaria, y será muy fácil organizar planes. Tampoco es que se vayan a otro continente a estudiar, ni nada por el estilo.
               Bey se llevó las manos a la boca.
               -Dios mío. Yo lloriqueando porque me tocará dormir en el sofá para no escuchar a mi hermana tirarse a su chica en nuestra habitación, y tú teniendo que decirle adiós a Scott cuando se vaya a estudiar.
               -Todo está muy en el aire aún-me encogí de hombros, acariciándome las piernas, cruzando los tobillos y sintiendo que en los pies me estallaban dos bombas atómicas-. No sabemos la agenda  que va a tener el grupo ni… bueno, si entrará en la uni que él quiere.
               -¿Cómo no va a entrar? Es Scott Malik, por el amor de Dios. Siempre consigue lo que quiere-me recordó Diana, dispuesta a defenderlo a muerte si hacía falta. Aparentemente, la única que podía meterse con él ahora era ella.
               -¿Quería quedar segundo en el concurso?
               Diana me fulminó con la mirada.
               -Eres una hija de puta-se echó a reír, y Bey y yo nos unimos a ella. Justo en ese momento, como si las hubiéramos invocado al hablar de ellas, llegaron las chicas. Tenían los ojos brillantes, el pelo alborotado y las mejillas arreboladas.
               -¿Ya?-las pinchó Bey, mirando su reloj-. Vaya, pues ha sido rápido el polvo lésbico.
               -No hemos hecho nada, imbécil.
               -¿Seguro? Oye, Kar, ¿te has asegurado de que lleves las bragas correctas? Con la luz que había en el baño, sería difícil confundirlas.
               Karlie se echó a reír.
               -Nos apetece bailar. ¿Os unís?
               -¿Me prestáis a Diana?-preguntó Tommy, apareciendo por entre ellas-. Venía a darte la enhorabuena por quitarle la virginidad a Tam, Karlie, pero ya veo que se me han adelantado-le guiñó un ojo a Bey, que chocó los cinco con él-. Venga, que lleváis toda la noche sentadas, ¡a mover el culo!
               -¿Te vienes, Saab?-preguntó Bey, limpiándose los restos de lágrimas ante la mirada perspicaz de Tam, que frunció los labios pero no dijo nada.
               -En un ratito. Me gustaría descansar un poco más. ¿Cómo está Al?-pregunté, y Tommy se relamió los labios.
               -Si lo dices por si te está mirando, la respuesta es sí. Con una habitualidad un poco preocupante, para serte sincero-se echó a reír, y yo sonreí-. Pero está entretenido. ¿Tú qué tal vas de los pies?
               -De mal en peor.
               -Mm. Es una pena. ¿Quieres que te deje los zapatos?
               -¿Qué crees que te hará Alec si me los prestas tú?-le tomé el pelo, y Tommy se hinchó como un pavo.
               -Intentará ponerse chulo conmigo, pero no cuenta con que yo tengo guardaespaldas. Eso, o darme las gracias por cuidar tan bien de mi hermanita pequeña-Tommy me dio un beso en la cabeza y me acarició el hombro-. Estás súper guapa, Sabrae, pero hay veces en que es mejor estar un poco menos guapa y un poco más cómoda.
               -Lo tendré en cuenta para la próxima gala a la que me lleves. Ah, no, ¡que todavía no me has llevado a ninguna!
               Tommy se echó a reír, se aflojó la corbata un poco, se quitó la chaqueta y la dejó a mi lado. Tras darle un toquecito a Diana en el costado, le dijo que la vería en la pista de baile. Diana asintió con la cabeza, se relamió los labios mirándole el culo, y luego, antes de levantarse, me confió:
               -Tommy y yo lo hemos hecho en el spa. Creíamos que estaría cerrado, pero no. No quería decirte nada para que no me copiaras el polvo, pero… creo que te hará bien a los pies. No seas tan dura contigo misma, ¿vale, Saab? No tienes por qué aguantar a lo tonto si crees que necesitas un descanso. Alec lo entenderá. Y sabrá dónde buscarte-añadió con una sonrisa cómplice. Se incorporó y su pelo dorado cayó en cascada sobre sus hombros, pero se lo apartó de ellos enseguida-. Hagas lo que hagas, estará bien. A él ya le está encantando esta noche sólo porque estás aquí. Si algo he aprendido con Tommy, es que con el chico indicado no tienes que tratar de alcanzar ningún absurdo estándar que te metas en la cabeza. Para él será suficiente todo lo que tú hagas. Así que relájate y disfruta-me guiñó un ojo, dejó el bolso bajo la chaqueta de Tommy, y se adentró en la pista de baile.
               Me quedé sentada allí, sola, protegida por la música y los cuerpos demasiado ocupados en disfrutar de la noche como para fijarse en mí. Comprendí entonces que había puesto unas expectativas demasiado altas sobre mis hombros, y que sentía que estaba fracasando, en parte, porque lo había planeado todo con demasiado detalle, coordinando cosas que no debían coordinarse, y no me había dejado llevar como me gustaría. Sí, quería estar lo más guapa posible  para Alec. Sí, me intimidaban sus compañeras de clase, tan perfectas y tan altas y tan delgadas, y sobre todo tan mayores. Sí, creía que tenía que ganarme el derecho de estar allí siendo la más guapa del lugar, cuando aquello era justo lo que mamá me había enseñado que no debía hacer: ver a otras mujeres como mi competencia, en lugar de como mi apoyo.
               Si había aguantado tanto tiempo con los zapatos puestos también había sido por orgullo. No quería enfrentarme a las miradas cargadas de superioridad de las graduadas, viendo cómo me retiraba descalza, como si estuviera derrotada. No quería pensar que ellas tampoco lo aguantarían, porque en mi mente había formado una fantasía de que ellas lo conseguirían todo, que yo era la única que no hacía pie a pesar de tener el agua al cuello, cuando todas éramos diferentes, con nuestras experiencias, nuestras virtudes y nuestros defectos, y eso no nos hacía menos válidas. Me di cuenta de que, si Shasha hubiera estado en mi situación, le habría dicho lo mismo que Diana me había dicho a mí: relájate y disfruta.
               Aquella era la noche de Alec, pero también era la mía. Yo también había trabajado muy duro para ayudarlo, y me merecía aquella fiesta como la que más. Aquella graduación también era un poco mía, y pasarse la graduación sentada porque te duelen los zapatos y eres demasiado orgullosa para buscar una solución que no pase por descalzarse o buscar un tiempo de alivio para ti misma es más bien triste.
               Tenía dos opciones: vivir como había hecho hasta entonces, sin preocuparme de lo que los demás pensaran de mí, alzándome orgullosa y valiente en un mundo que me era hostil, descalzarme e ir hacia Alec, preguntarle si quería bailar, o retirarme un momento al spa para estar a solas conmigo misma, disfrutar de mi propia compañía, reordenar mis pensamientos, descubrir por qué me había vuelto tan terca… y, de paso, aliviarme un poco los pies.
               Pensaba que la decisión dependía exclusivamente de mí, hasta que vi a las chicas del baño junto al grupo de amigos de Alec. Realmente me apetecía más estar con mi novio, bailar con él aunque fuera descalza, poniendo especial cuidado en que nadie me pisara, pero no quería ver lo que podía suceder a continuación. Que me mereciera estar en aquella fiesta no quería decir que se estuviera haciendo en mi honor. Yo ya tendría mi propia graduación, con mis amigas, mis compañeros de clase y el resto de mi promoción; Alec, no. Alec se merecía disfrutar de la noche como nadie.
               Lo cual incluía experimentar, hacer locuras, desfasarse más que de costumbre. Después de todo, aquella no era una fiesta normal.
               Así que, si quería, podía tomar drogas.
               Y lo cierto es que yo no quería verlo. Sabía lo que las drogas podían hacerle a la gente, lo que les habían hecho a mi padre y a sus compañeros de banda, lo que les habían hecho a tantísimas personas que era imposible recordar todos sus nombres. Lo que le habían hecho a Diana.
               Por eso me generaban muchísimo respeto, un respeto que ganaba a la curiosidad que me producía el pensar en qué se sentía. Una curiosidad que, por otro lado, otros tenían más desarrollada que yo, o a la que valoraban más que los posibles efectos secundarios. No me daba miedo probar según qué sustancias estando con Alec, pero hacerlo en una fiesta para mí era completamente distinto. Y, con todo, aquella era una experiencia que él y sólo él debía decidir si quería tener o no. En mis manos sólo quedaba el decidir si quería ver a mi novio drogándose.
               O a mi hermano. Ése que me había encontrado, que me había dado mi nombre, cuyo nombre había sido mi primera palabra, que me había robado de la cuna en las primeras noches en casa y que se había asegurado de que nadie me hiciera daño mientras crecía. Mi pilar, mi roca, la luz en la oscuridad, mi atrapasueños, el ritual que me aseguraba la paz. Scott ya no era el niño que había sido una vez; era una estrella, y las estrellas también consumían en las fiestas. Quizá él lo hiciera, o quizá fuera boba por pensar en esa posibilidad sólo como una posibilidad y no como algo a ciencia cierta, pero… no quería verlo. No estaba lista para grabar esa imagen en mi retina.
               Y, como me dolían los pies, decidí que lo mejor sería marcharme. Me iría al spa un rato, me sentaría con los pies en el agua, dejaría que la fiesta siguiera su curso y que todo fluyera.
               Así que me levanté, atravesé la marea de cuerpos en dirección a la puerta, y la empujé. Estaba más dura de lo que me esperaba, pero después de un poco más de esfuerzo, logré abrir un hueco lo suficientemente grande como para colarme por él y salir. Cuando la puerta se cerró tras de mí, me invadió una extraña sensación de soledad que, mezclada con el sentimiento de estar haciendo lo correcto, provocó un huracán en mi interior que me mareó un poco.
               O puede que sólo fuera el alcohol.
               La moqueta parecía cálida y confortable, una opción mucho mejor a la tortura que eran mis zapatos, así que me descalcé. Me bajé despacio de los tacones, dejando que mis dedos doloridos y ardientes se extendieran por el suelo de color vino, tan suave como una nube hecha de polvo de rubí. Me quedé un momento allí quieta, disfrutando de la sensación de estar sola después de tanto tiempo sintiéndome observada en todo momento, y con los pies ya liberados de esa prisión hermosa pero letal que eran mis zapatos. Cuando reuní el suficiente coraje, eché a andar. Caminé por los pasillos desiertos, sumidos en el silencio que imperaba por encima del tímido hilo musical, sin un rumbo que seguir ni nada por lo que orientarme. Sólo cuando llegué al vestíbulo vi los carteles. Antes de que pudiera marcharme, una de las recepcionistas captó mi atención, preguntándome si podía ayudarme en algo. Dudaba que tuviera nada que pudiera aliviar el dolor de mis pies, así que sólo le pedí una botella de agua. Extendí el billete de 10 libras encima de la mesa y le dije que se quedara con el cambio mientras echaba a andar en la dirección de las flechas, con la botella en la mano y los zapatos en la otra.
               Por fin, llegué a unas sobrias puertas de roble oscuro con dos barras circulares plateadas en el centro. Encima de las puertas había una inscripción con el nombre del hotel, y a la derecha una placa con la silueta dorada de una figura en posición de meditación y un abanico en donde estaría su mano derecha a cuyos pies había una inscripción que rezaba:
THE SPA
AT
 MANDARIN ORENTAL
LONDON
Horario de apertura: lunes a sábado 9:00 a 22:00
Domingos de 9:00 a 21:00
               Doce horas de spa entre semana… no estaba nada mal. Quizá deberíamos regalarles a papá y mamá una sesión en el spa para su próximo aniversario. Y, si no fuera porque Alec estaría en el voluntariado durante su siguiente cumpleaños, me lo traería aquí. Visitar hoteles de lujo en su cumpleaños podía ser la primera de muchas tradiciones que compartir.
               Rezando para que Diana no me hubiera engañado, como si la americana fuera capaz de algo así, agarré una de las barras y tiré de ella. Se me paró el corazón cuando encontré un poco de resistencia, pero de nuevo no era más que el peso de la puerta haciendo de las suyas con mis brazos, que no se esperaban tener que esforzarse.
               Conseguí abrirlas sin que sonara ninguna alarma, y me metí en el interior. Aparecí en un vestíbulo redondo con una alfombra redonda en color mostaza en el centro, custodiando una mesa de cristal a la que rodeaban cuatro sillones bajos de color azul tejano. En el fondo de la sala estaba el mostrador de recepción del spa, ahora vacío.
               A pesar de las altas horas de la noche, la lámpara del techo seguía encendida, dejándome apreciar los detalles de decoración: las revistas de moda sobre la mesa, las mantas como tejidas a mano sobre los sillones, los cojines a juego con la alfombra, las mesas de madera oscura con flores (¡orquídeas!) claras sobre ellas, de pétalos tan grandes que, de no ser éste un lugar de renombre, habría creído que serían falsas. Me acerqué a una orquídea amarilla cuyas flores eran tan grandes como mis dos manos juntas, y les hice una foto, confiando en que mamá querría visitar pronto el spa aunque fuera sólo por ver las orquídeas, y en que Annie sería capaz de criar unas que imitaran ese color.
                Me giré sobre mí misma observando la estancia al completo como si fuera una bailarina en plena coreografía, y me detuve frente al mostrador del spa, de decoración muy similar a la barra del bar. Pasé los dedos por el barniz impoluto, y tras echar un vistazo a uno de los folletos con todas las instalaciones disponibles para los clientes del hotel, me detuve a escuchar. Diana y Tommy podían haberlo hecho en ese mismo vestíbulo, pero algo me decía que lo habían hecho en el spa propiamente dicho, y no en una sala que, si bien era muy elegante, podría ser tanto un spa como el recibidor de un dentista.
               A ambos lados de la barra del spa había una puerta, y me veía en la disyuntiva de tener que escoger una de las dos. Afinando el oído, me concentré en escuchar si de alguna procedía el sonido del agua corriendo, y tras comprobar que lo único que se escuchaban eran los latidos de mi corazón y la música zen que todavía sonaba en los altavoces de la sala, decidí probar suerte y empujar la puerta de la izquierda según se entraba. ¿Por qué? Por una tontería: Alec era zurdo.
               Y la tontería funcionó: en cuanto empujé la puerta, el sonido del agua burbujeando, corriendo, cayendo y saliendo a chorro inundó mis oídos. Sin perder tiempo, atravesé la puerta y bajé los escalones que conducían a una piscina interior de unos dos carriles, anclada en una habitación que parecía tallada en lava volcánica, con máscaras talladas en la pared que me recordaban a la Polinesia.
               Supe que había tomado la decisión acertada en cuanto dejé los zapatos en el suelo y me senté al borde de la piscina, con los reflejos del agua bailando sobre mi piel, convirtiéndome en una diosa del agua que podía sentir dolor y placer a partes iguales. No sólo necesitaba descansar y dejar que mis pies lo hicieran también, sino que también debía darle a Alec un respiro. Ya le había robado bastante atención: aquella era su noche, suya y de nadie más, una noche agridulce llena de despedidas y promesas en las que no podía centrarse si yo estaba presente. Nos absorbíamos el uno al otro como una obra maestra absorbe al resto de obras de arte en la habitación, como el David eclipsa a las demás estatuas o Las meninas acapara todas las miradas en su estancia.
               Todo venía de lejos, estaba destinado, escrito en las estrellas como el paso del tiempo y echar de menos a quienes han compartido seis horas al día contigo a lo largo de doce años. Por supuesto que la noche iba a ser triste, por supuesto que llorarían, por supuesto que los Nueve de Siempre se merecían los unos a los otros, enteramente, únicamente, en exclusiva. Aquello era un final y un principio a la vez, como una especie de prólogo dentro de un epílogo, o quizás al contrario. No sabría decirlo.
               Sólo sabía que yo era un futuro que se había cernido sobre ellos, el principio de una nueva historia que estaba destinada a coprotagonizar con Alec. Nos esperaban grandes cosas, y yo sería la única en primera fila para verlas. Por eso, me correspondía dar un paso atrás.
               Despacio, deleitándome en la sensación de alivio que me invadió como un escalofrío, metí los pies en el agua, sintiendo su frío hacer que el ardor de mis pies se batiera en retirada. Se me escapó un gemido de satisfacción, cerré los ojos y balanceé los pies en el agua, chapoteando un poco, disfrutando de esa sensación de ingravidez que hacía que mis dolores fueran disipándose poco a poco.
               -Creía que ese sonido sólo lo reservabas para mí-dijo una voz muy conocida a mi espalda, y yo me giré. Alec estaba de pie en la puerta de la piscina, sonriéndome, con una copa que no podía ser otra que un San Francisco en una mano y la otra guardada en el bolsillo de su pantalón. Su sonrisa de Fuckboy® le iluminaba la cara, una cara de la que ni el mármol era merecedor de inmortalizarla. Los reflejos del agua dibujaban patrones danzarines de un cambiante turquesa en su piel, una piel que yo vería ir cogiendo poco a poco ese tono bronceado tan atractivo con el que volvía de Grecia cada verano.
               Estaba más guapo que nunca, más atractivo que nunca. Un relámpago me recorrió de pies a cabeza, y tardé un instante en darme cuenta de a qué se debía el cambio.
               Se había quitado la corbata y se había desabrochado el primer botón de la camisa. Y yo que pensaba que no había nada más sexy que un chico abrochándose el botón de la americana.
               -Alec-su nombre se escapó de mis labios en un jadeo, y su sonrisa se curvó un poco más-. ¿Qué haces aquí?
               -Te he visto marcharte-bajó despacio los escalones de la puerta y se acercó a mí, todavía con la mano en el bolsillo. Por la forma en que me miró a los ojos, lo supe. Lo sabía.
               Sabía que no había estado tan guapo en su vida y que me tenía completa y absolutamente a su merced.
               -Deberías estar en la fiesta-le reproché sin embargo, y él rió entre dientes.
               -Ya soy un hombre, Sabrae. Déjame decidir qué hago cuando la luna se esconde.

 
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2 comentarios:

  1. He disfrutado mucho el cap!! Es verdad que no ha pasado mucho, pero estamos viendo detalles muy guays de la graduación y yo encantadísima. No sé en que momento llegaste a pensar que podrías escribir toda la graduación en un solo capítulo JAJAJAJJAJAJAJ
    Comento alguna cosaaa
    - Me ha encantado Sabrae hablando de zayn y sherezade al principio.
    - Me ha gustado un montón el momento Scott y Sabrae.
    - Scott hablando del morreo con Tommy me meooo
    - Ay que Eleanor no ha podido ir a la graduación porque está siendo exitosa y no quería que Scott se perdiese nada de su noche :’)
    - SABRAE, ALEC, MIMI Y ELEANOR DE VACACIONES HE CHILLADO
    - Karlie y Tam me dan la vida
    - Me ha gustado mucho la conversación de bey, diana y Sabrae. Y en general todos los momentos en los que se juntan varios y se empiezan a picar por cualquier cosa jejejejjeje
    - y bueno el final, AYYY LO QUE SE VIENE.
    TENGO MUCHASS GANAS DEL SIGUIENTE CAP<3

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  2. El pedazo polvo que van a echar estos dos en el spa ya estoy chillando de antemano.
    Me da mucha pena Bey con la rayada que lleva encima la pobre con respecto a dejar de estar con Alec y todos en general tanto como antes y es totalmente entendible lo de que tenga miedo de sentirse apartada al liarse sus dos mejores amigas. Pobreta mia.
    El momento final me lo guardo en un rinconcito de mi mente pa siempre, estoy living con esa frase final, el puto Alec no puede ser más épico dios lo amo.

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