Uno de los momentos en que veía con más claridad lo mucho
que se querían mis padres, lo importante que eran el uno para el otro y la necesidad
que tenían de estar juntos era cuando venían de las entregas de premios,
eventos o fiestas a los que acudían juntos. Mamá y papá no sólo estaban
radiantes y parecían más enamorados que nunca, gracias, en parte, al alcohol, y
a esa sensación de euforia que siempre sigue a los triunfos en sociedad de una
pareja joven y exitosa como ellos lo eran. No sólo me encantaba verlos salir
por la puerta hechos dos pinceles, escucharlos reírse mientras entraban en el
coche y ver cómo papá le cogía la mano y le daba un beso en el dorso a mamá, o
cómo ella le acariciaba la cara y le decía que le quería mientras sus ojos
brillaban más que los pendientes de diamantes que le colgaban de la oreja.
Me
encantaba verlos llegar. A veces, incluso me acurrucaba en el sofá con Shasha a
la espera de escuchar el coche en el camino de entrada, para así poder ver cómo
continuaban la fiesta lejos ya de la gente, los focos y las cámaras. Entraban
dándose besos, riéndose y comentando las gracias que habían presenciado ese
día, y nos sonreían con amor cuando nos descubrían allí, porque sabían qué era
lo que queríamos: saber hasta el último detalle de lo que habían hecho, y ver
cómo papá le daba un masaje en los pies a mamá.
Él lo
hacía como si hubiera nacido para eso, como si le gustara más hacerle de
masajista a mamá que hacer música o ser nuestro padre, pero la sonrisa que le
cruzaba la boca no era sólo por poder seguir en contacto con ella, sino por el
alivio que le proporcionaba a mamá. No; aquél era uno de los pocos momentos en los
que papá no la tocaba por el simple placer que le producía sentir la piel de
ella en la suya, sino por el efecto que tenía en mamá. Ella sonreía, cerraba
los ojos, echaba la cabeza hacia atrás y suspiraba, y Shasha y yo nos reíamos e
incluso nos atrevíamos a decirle que estábamos demasiado acostumbradas a oír
esos sonidos procedentes del piso de arriba como para considerar aquel contacto
como algo inocente.
Pero
lo era. Sabíamos que lo era. Al igual que había sospechado que mamá exageraba
su dolor para poder aprovechar un poco del lado protector de papá. Estaba
acostumbrada a llevar tacones; eran el uniforme de su trabajo, el calzado de su
día a día: era imposible que le afectaran tanto.
La
noche de la graduación de Alec y Scott descubrí que me equivocaba. No sólo mamá
no exageraba su dolor, sino que se esforzaba en controlarlo para no asustarnos
a Shasha y a mí.
Creo
que nunca, jamás, me habían dolido
tanto unos zapatos. No recordaba que me dolieran así ni las botas que había
llevado durante Nochevieja, aunque, claro, el tiempo que había pasado
inconsciente esos días había hecho que no tuviera una referencia clara de hasta
qué punto las había llevado puestas y poder hacer una comparativa con ese
dolor. Aquellos zapatos blancos con dibujos azules que imitaban al cielo dolían
igual que si me hubiera caído de él directamente sobre las plantas de los pies,
cada centímetro de mi piel, cada conexión de las articulaciones, ardiéndome
hasta el punto de que me apetecía llorar.
Supe
que no aguantaría mucho más con ellos la primera vez que me senté a solas. No
fui plenamente consciente de cuánto me estaban doliendo los zapatos hasta que
dejé de notar la presión de mi cuerpo sobre ellos cuando, por fin, posé el culo
en el sofá. Alec estaba dando vueltas aún por la pista de baile, dejando que
sus amigas lo llevaran de un lado a otro, y el resto de las chicas que podían
hacerme compañía estaban tratando de encontrar un acompañante digno de ellas o,
con suerte, acurrucándose en los brazos de las personas de las que estaban
enamoradas. Cerré los ojos con fuerza y cometí el primer error de la noche, el
más típico de una principiante: me descalcé.
Exhalé
un gemido cuando subí los pies al sofá, las piernas dobladas en una de esas
posturas casuales que adoptas cuando estás en un entorno conocido y en un
ambiente cómodo, bastante poco apropiado para la situación en la que estaba,
pero era la única forma de poder comprobar si tenía alguna herida. Notaba los
dedos entumecidos y me costaba un poco moverlos; tenía una rozadura muy fea en
el meñique, y la piel de la planta hipersensible, con una dureza que me ardería
como un incendio forestal cuando me atreviera a caminar descalza que no estaba
ahí hacía unas horas, cundo me pinté las uñas a juego con el bolso y los
detalles de los zapatos.
-Uf.
Mmm-exhalé internamente un poco de aire mientras me tocaba la ampolla que me
estaba saliendo en el tendón de Aquiles. Cogí los zapatos y los miré para
comprobar que no estuvieran manchados de sangre. Tonta de mí, no me había
traído parches para las rozaduras; ni una triste tirita.
Eso
sí, tenía el bolso lleno de condones, no fuera a apetecerme acostarme con todos
los chicos que había presentes, a los que apenas podría dedicar unos minutos
antes de pasar al siguiente si quería probarlos a todos antes de que terminara
la noche.
Noté
que me mareaba un poco al estirar los dedos de los pies, no sé si por el dolor
o por el alcohol que había ingerido hasta entonces. La cabeza no me daba
vueltas y no veía con ese deje brillante que adquiere todo cuando te pasas
bebiendo, así que me decantaba más por lo primero. Me di cuenta de que tenía
sed, y me habría gustado pensar que tenía valor suficiente para volver a
ponerme los zapatos y atravesar la pista de baile en busca de… no sé, absenta.
Puede que aquello fuera lo único que me hiciera olvidar lo tonta que era.
Estaba
tan absorbida por el fuego de mis pies que ni me di cuenta de que una figura
avanzaba hacia mí, y cuando se dejó caer a mi lado, el corazón me dio un vuelco
de alegría.
-Qué
detallazo, dejando que las demás manoseen a tu novio en las canciones
lentas-comentó Scott, pasándome un brazo por los hombros y atrayéndome hacia él
en un abrazo cariñoso y protector, de esos que hacían que me deshiciera por
dentro y me sintiera segura incluso en un bombardeo.
-Hay
demasiadas solteras en la sala. Apenas hay correlación entre graduadas y
graduados, supongo que por eso de que las chicas nos tomamos nuestros estudios
y nuestros futuros más en serio, así que me pareció que era mi deber
compartir-le pinché, encogiéndome de hombros y escapándome de su abrazo. Me
rozaba con la hebilla del cinturón el meñique del pie derecho, así que estaba
viendo las estrellas.
-La
verdad, mamá no te crió para que fueras tan egoísta como para tomarte un
descanso con tanta chica sentada. Además… ellas ahora son tus fans. Las fans
nos dan de comer-aleteé con las pestañas en su dirección, y mi hermano se echó
a reír.
-Siempre
les queda la opción de buscarse compañeras. Parece que a algunas no les va del
todo mal-arqueó las cejas, con los ojos puestos en Tam y Karlie, que se
balanceaban al ritmo de la música con el rostro hundido en el cuello de la
otra, seguramente susurrándose todas las palabras de amor que no se habían
atrevido hasta entonces.
-Quizá
sea el momento de que otros se animen
a dar el paso. No miro a nadie-clavé los ojos con muchísima intención en él,
que se echó a reír y puso los ojos en blanco.
-Oh,
sí, debería cruzar la pista y meterle la lengua hasta el esófago a Tommy, ya lo
creo. Lo voy a hacer, ¿qué coño?-soltó, haciendo amago de ponerse en pie.
-No
sería la primera vez-me encogí de hombros y él clavó los ojos en mí, la
mandíbula desencajada.
-Sabrae,
sabes que lo mío con Tommy no tiene absolutamente nada que ver con lo de Karlie y Tam, ¿no?
-Ah,
¿que hay algo tuyo con Tommy?-ironicé, y Scott puso los ojos en blanco.
-Puta
cría del demonio… no sé para qué coño te entro al trapo. Yo sólo quería
comprobar que estuvieras bien, no salir del armario o lo que sea que estés
tratando de conseguirme hacer.
-No
hay mucha gente que se haya morreado con su mejor amigo en la televisión
nacional, sólo digo eso, S-me miré las uñas fingiendo desinterés, sólo porque
me encantaba picar a mi hermano con
esto. Habían empezado a preguntarles en las entrevistas si el “cariño especial”
que Scott y Tommy se tenían era algo más que una amistad, y si la banda no
sería una tapadera para el auténtico romance del momento. A parte de la prensa
no le entraba en la cabeza que dos chicos pudieran mirarse como lo hacían Tommy
y mi hermano sin ser nada, y eso que no sabían ni la décima parte de lo que
sabía yo.
-Pues
sí, mira, os vamos a ser sinceros-había terminado soltando Chad un día,
inclinándose hacia delante-. Layla y Diana son lesbianas, pero hemos
descubierto que vende más lo del triángulo amoroso. Y a Scott lo han juntado
con Eleanor porque es una Tomlinson. Así, si Scott se acostumbra a llamarla por
su apellido, es imposible que no sepa cuándo le preguntáis por su pareja. El
único hetero soy yo-Chad se había encogido de hombros, y luego todos habían
estallado en sonoras carcajadas, aunque que el tímido del grupo hubiera tenido
que saltar de esa forma era un poco triste.
-Por millonésima vez, Sabrae, fue rarísimo. Fue como morrearse
contigo-hizo una mueca-. Bueno, un poco más agradable, en realidad. Al menos
Tommy no se mete en la boca la polla de Alec, que sabe Dios dónde ha estado
antes.
-Estás
tú para hablar de la vida sexual de Alec, sí-me eché a reír, negando con la
cabeza, y Scott sonrió. Apoyó la cabeza en mi hombro y me dio un beso en el
cuello.
-¿Cómo
vas? ¿Más animada?
Me lo
quedé mirando sin comprender, ni saber qué preguntarle, ni a qué se refería.
¿Animada? Me lo estaba pasando en grande. Salvo por el dolor de los pies, que
me apetecía arrancarme, por lo demás la noche estaba siendo inmejorable.
Bueno,
sí que había algo que podía hacer para ser un poco mejor… mis ojos se
deslizaron irremediablemente hacia Alec, que en ese momento le daba un suave
apretón a Bey, agarrándola de la cintura de una forma que a mí me volvía loca.
No sabía dónde lo había aprendido, quién se lo había enseñado o si podría
transmitirle ese conocimiento a alguien, pero era tan agradable la sensación de
tu columna arqueándose ligeramente para adaptarse a la forma de su cuerpo
cuando se inclinaba para abrazarte… lo eché de menos inmediatamente, y si no me
levanté en ese momento, fue porque sabía que Bey no se le había acercado sin
necesidad. Tenían mucho de que hablar, mucho con lo que ponerse al día, y
también despedidas que hacerse. Había visto cómo lo había mirado estando en la
pista, con la mirada típica de la chica que tiene muchas cosas pendientes aún
con alguien de quien todavía está enamorada.
-Tenías
una carita de circunstancias tremenda-explicó Scott, dedicándome una sonrisa
tranquilizadora-. ¿No te lo estás pasando bien? ¿Te ha pasado algo con Alec?
No se
me escapó el tono en el que me hizo la última pregunta, como si estuviera
dispuesto a saltar sobre Alec con tal de protegerme, aun a pesar de todo lo que
los unía. Supongo que por eso Tommy se había opuesto tan fervientemente a lo
suyo con Eleanor: no quería tener que elegir, y arriesgarse a hacerlo mal.
Scott, sin embargo, no tenía que elegir cuando se trataba de Alec y yo. No era
lo mismo.
-No,
qué va. No te preocupes. Al y yo estamos genial-le puse una mano en el brazo y
sacudí la cabeza-. Es sólo que… bueno, los zapatos me están haciendo un poco de
daño, eso es todo.
Scott
bajó la vista a mis pies y asintió con la cabeza.
-Sí,
los tienes un poco rojitos. No pensaba que pudieras tenerlos así-bromeó.
-Llevan
molestándome prácticamente desde que nos fuimos del instituto, y haciéndome daño
desde que nos bajamos del autobús. Supongo que los escalones eran demasiado
altos. Ha sido una suerte que Alec me echara una mano al bajar.
-Uh,
vale, captada la indirecta de “menudo hermano de mierda estás hecho, Scott”-se
burló.
-No
es ninguna indirecta, es que él es más caballero que tú-le saqué la lengua y
Scott hizo amago de pellizcármela.
-¿Ah,
sí? Me pregunto por qué Al tiene tanto interés en tenerte contenta y en que
estés bien. Y por qué no está aquí cuidándote, si es tan superior a mí.
-Le
he pedido que se quedara. Quería acompañarme, ¿sabes? Algunos novios no pueden
vivir sin sus novias y las acompañan allí donde van-le piqué, y Scott se rió
entre dientes, asintió con la cabeza y se mordisqueó el labio. Por suerte, ya
no le dolía que Eleanor no hubiera podido acompañarlo. Tenía una de las
reuniones iniciales de su primer sencillo al día siguiente, y no quería que
Scott se viera obligado a acompañarla a casa y se perdiera algo importante de
su graduación. Por eso no había venido con él, no por falta de ganas-. Aunque
creo que ha sido un error-añadí, masajeándome el tobillo. Sus ojos verdosos se
posaron en mí, expectantes.
-¿Por
qué?-preguntó con suavidad.
-Me
va a costar volverme a poner los zapatos. Me molestan bastante, la verdad. Y
tengo los pies muy sensibles. Y no me he traído parches.
-¿No
has venido preparada?-soltó, varias octavas por encima de su tono de voz
habitual. Negué con la cabeza, mordiéndome el labio. Scott chasqueó la lengua,
sacudió la cabeza y farfulló, escaneando la estancia-: para que luego mamá diga
que eres la menos desquiciada de los cuatro. Vale, no te muevas de aquí, ¿de
acuerdo?-Scott se puso en pie, abrochándose el botón de la americana-. Voy a
ver si te consigo algo para aliviarte el dolor.
Y se
fue así a escanear la estancia, en busca de cualquiera que pudiera ayudarlo. A
pesar de que no había hecho nada para aliviar el dolor de mis pies, el consuelo
que me daba saber que contaba con él incluso siendo invitada de otro en una
fiesta que no me pertenecía hizo que el dolor fuera un pelín más llevadero.
No lo
suficiente como para pensar todavía en ponerme los zapatos, pero sí lo
suficiente como para no agobiarme ni considerar ahogar las recién adquiridas
penas en alcohol.
Observé
cómo Scott se detenía a hablar con todo aquel que no estuviera acurrucado en el
pecho de otra persona, balanceándose al ritmo de las canciones del DJ. Dejé los
pies en el suelo mientras se detenía frente a la barra, girándose para
señalarme con la mano y hacer que los ojos de los camareros se posaran en mí.
Todos negaron con la cabeza, y sus labios formularon una disculpa que
probablemente no sintieran. ¿Una niña rica sufriendo por unos zapatos que bien
podían ser más caros que su sueldo de un mes? ¿Una chiquilla boba y presumida
que no había contado con que los tacones duelen? Seguro que esa princesa estaba
experimentando inconvenientes por primera vez en su vida. Quizá por eso no
aguantara apenas un par de horas con los tacones puestos (si ellos supieran…).
Scott
se perdió entre la gente, moviéndose entre las parejas en dirección al objetivo
por defecto al que siempre acudía, y al que había respetado sólo porque estaba
bailando con Diana. Vi cómo le tocaba el hombro a Tommy, cómo éste se giraba
con el ceño fruncido, preguntándose qué pasaba para que le cortara el rollo, y
sus ojos se posaron en mí. Lancé una plegaria al cielo para que Alec no los
viera, y pude comprobar que Alá aún me escuchaba, ya que en ese momento era Bey
la que estaba de cara a mí, abrazando a Alec como si ya fuera a marcharse.
-¿Qué
tienes, Saab?-preguntó Tommy-. ¿Te podemos ayudar?
Los
miré a ambos alternativamente, preguntándome cómo dos chicos iban a encontrar
una solución para un problema que sólo teníamos las mujeres… especialmente, las
que nos negábamos a admitir que no seríamos capaces de aguantar unos tacones
todo lo que los aguantaban las actrices de cine o las modelos, que se
entrenaban a conciencia en métodos de gestión del dolor sólo para lucir
perfectas… y ni de broma durante tanto tiempo como había pretendido hacerlo yo.
Diana
se abrió paso entre ellos y se arrodilló en el sofá a examinar mis pies
doloridos. Se apartó un mechón de pelo de la cara y se mordisqueó la uña,
arrugando la nariz.
-Los
míos son más cómodos que los tuyos-se excusó-, así que sólo he traído parches
de emergencia por si acaso. Tengo una pomada que va genial para estas
emergencias, pero me la he dejado en casa porque no me cabía en el bolso-dijo,
cogiendo su clutch y abriéndolo con
un clic. Se le cayó una cinta de preservativos que hizo que Scott mirara a
Tommy con las cejas alzadas, a lo que Tommy le respondió con un sarcástico:
-No
todos estamos en disposición de dejar a nuestras novias en casa para que no se
echen a los pies de Alec.
Scott
exhaló por la nariz un sonido a medio camino entre un bufido y una risa, y se
rió directamente cuando Diana levantó sus ojos verdísimos y los clavó en Tommy,
fulminándolo con la mirada.
-Quizá
una de tus novias se canse de repartirte entre días pares e impares y se vaya
con otro que puede manejar a dos a la vez.
-¿Escuece
mucho, Thomas?-le pinchó Scott a Tommy-. ¿Voy a por un poco de aloe vera para
la quemadura?
-No
tenías tanta queja cuando te estaba comiendo el coño-acusó Tommy, viniéndose
arriba y disimulando a duras penas lo mucho que le divertía haber conseguido
picar a Diana.
-Porque
tenías la lengua ocupada en otras cosas que no eran decir gilipolleces.
Diana
continuó revolviendo en su bolso entonces, decidida a no honrar las palabras de
Tommy con más pullas. Éste sin embargo no parecía tener más ganas de pelea,
pero a mí me estaba haciendo bien el no pensar en la manera extraña, casi
sonora, en que me palpitaban los pies.
-Creo
que será mejor que no le diga a Alec eso que acabas de decir, Didi. No me
gustaría arruinarle la noche.
Diana
se echó a reír, todo enfado restringido exclusivamente a los chicos; yo seguía
siendo su niñita y me cuidaría hasta el final de los días.
-Me
he acostumbrado a estar con el chico más guapo de la habitación, así que llevo
un poco mal que ése no sea el mío.
-¿Ahora
resulta que tú y yo somos novios?-preguntó Scott, y Tommy le dio un codazo en
las costillas-. ¡Au!
-Pero,
si no pasa nada esta noche, créeme que no va a ser por mí-me guiñó el ojo-.
Entre tú y yo, nena, he escuchado que le ha dicho que no a un trío con Lauren.
Hasta yo quiero un trío con Lauren.
No necesariamente con chicos-se echó a reír, a lo que Tommy respondió haciendo
una mueca de tristeza.
-Anda
que… ya os vale. ¿No tenéis bastante con Layla, que ahora queréis añadir otra a
la comuna del sexo y el pecado que es esta banda? Pobre Chad. No me extraña que
se haya ido corriendo a Irlanda en cuanto se le ha presentado la ocasión-soltó
Scott, poniendo los ojos en blanco.
-Sabes
que aquí ya no te están grabando las 24 horas del día y puedes ser sincero,
¿verdad, S? No me chivaré a Eleanor si dices que te tirarías a Lauren de no ser
por ella.
-Si
no lo he hecho ya es porque no me coge el teléfono y me parece feo empezar sin
ella.
Abrí
la boca para soltarle una pullita, pero la manera en que me miró Tommy, como
diciendo “ni se te ocurra” fue bastante para contener la lengua. Por una vez,
no podía entrarle al trapo a Scott, aunque supiera que eso supondría ganar
automáticamente la discusión. Además, sería más bien rastrero: Eleanor le había
perdonado y ella era la única con poder de decisión sobre su relación. Todo lo
que los demás dijéramos estaba de más; nadie más que ella podría echarle nada
en cara a mi hermano.
Por
mucho que a mí se me hubiera caído de un altar, a Eleanor se le había caído de
más arriba. Además, tampoco es que Scott hubiera bromeado siquiera con ello,
así que aludir a su pasado no haría más que estropear las cosas con él. Y no se
lo merecía: aquella era su noche tanto como la de Alec. Puede que no hubiera
pasado por las mismas pruebas que Alec, pero esos meses tampoco habían sido un
camino de rosas para mi hermano. Meterse el corazón del país en el bolsillo y
volverse el niño mimado de Inglaterra tenía un precio que a Scott le había
costado mucho pagar: irse de casa, alejarse de su familia y sus amigos, perder mucho tiempo libre,
quedarse atrasado en el instituto, depender más de favores que de sus propios
logros para entrar en la carrera que quería, y eso si lo conseguía… no estaría
bien que yo le recordara sus errores del pasado.
-Listo,
guapísima-Diana me colocó un parche en el tendón de Aquiles y me dio un beso en
la cara interna del tobillo-. Ahora deberías poder caminar tranquila sin ningún
problema.
-Pero,
¿qué hay de la rozadura del meñique? Tiene bastante mala pinta-me lamenté,
girando el pie para que Diana lo viera. Justo en ese momento, una figura alta
se irguió frente a mí. Se me hundió un poco el estómago ante la posibilidad de
que fuera Alec, descubriendo que me había puesto demasiado mona y que ya no
estaba disponible para bailar toda la noche.
Cuál
fue mi sorpresa cuando la persona que apoyó el codo en el hombro de Scott fue
Tam.
-¿Estás
mal, Saab? ¿Necesitas que te acompañemos a casa?
-¿Has
ido a molestarlas?-acusé a mi hermano, volviéndome contra él igual que un
cocodrilo al que le tiran de la cola. Scott levantó las manos.
-¡No,
lo juro! Te prometo que no les he dicho absolutamente nada. Después de todo lo
que les ha costado lanzarse, cualquiera les dice ni media palabra por si acaso
se espantan. Por cierto, Tam, ¿qué haces tan solita? ¿Dónde está tu amante
lesbiana?
Tamika
puso los ojos en blanco y sacó la lengua.
-Karlie
tenía que ir al baño.
-¿Y
no has ido a acompañarla?
-Mi
rey, si yo fuera tú sería más prudente, teniendo en cuenta que ahora que estoy
fuera del armario tengo más espacio para darte una patada en las pelotas.
-Lo
decía por esa costumbre que tenéis las tías de ir juntas a todas partes, no
porque creyera que ibais a hacer nada.
-Que
tampoco estaría mal, después de todo lo que nos habéis tenido en ascuas-añadí
yo, y Tam se puso colorada.
-Estamos
súper orgullosos de ti, Tam-dijo Tommy, estrechándola entre sus brazos mientras
ella no sabía dónde meterse. Se quedó un momento con los brazos flotando sobre
el rostro de Tommy, los ojos abiertos como platos, propios más de un animal
nocturno al que pillan saliendo de su madriguera a deshoras, y finalmente le
dio unas palmaditas a Tommy en la espalda, luchando por no echarse a llorar.
-Sí,
bueno, eh… me he enamorado de mi mejor amiga, tampoco es que haya ganado ningún
premio Nobel o algo así.
-¿Quieres
aceptar los cumplidos sin rechistar por una vez en tu vida, Tamika?-protestó
Scott, y Tam puso los ojos en blanco, pero sonrió y no dijo nada. Cuando se
separó de Tommy (o más bien Tommy se separó de ella), se llevó una mano a la
cadera y se inclinó a mirarme el pie.
-Uf,
eso tiene muy mala pinta, la verdad-me señaló el pulgar, en el que la uña
rodeaba un trozo de piel más clara que las demás. Ella, que era bailarina,
sabía cuidar de los pies mejor que nadie e identificar las heridas que serían
problemáticas incluso antes de que se formaran-. ¿Puedes caminar bien con los
zapatos?
-Me
cuesta un poco mantener el equilibrio, pero creo que dentro de lo malo los
llevo bastante bien.
-Apenas
se te nota al andar que son demasiado altos-Tam asintió con la cabeza-. Se nota
que sabes moverte.
-Ahora
hablas como Alec-me reí, y Tam se echó a reír también. Echó mano a su bolso y
revolvió en el interior. No me sorprendió ver que ella no llevaba preservativos
como sí hacíamos las demás, y me pregunté hasta qué punto el punto de inflexión
en la relación entre Karlie y ella había estado en manos exclusivamente de
Karlie. Después de todo, Tam llevaba sin irse a casa de otros chicos, como sí
había hecho en otras ocasiones en que había salido con ellos, varios meses. Tal
vez contara con sincerarse con Karlie esa misma noche, ahora que la convivencia
entre ellas tocaba a su fin.
-Tengo
por aquí una pomada…-comentó-, la llevo siempre encima por si acaso… ya sabes.
Me encuentra un ojeador o algo de la Royal y tengo que darlo todo con unos
zapatos que no son los de ballet-sonrió, volcando el contenido de su bolso
sobre el sofá a mi lado. Su móvil, un minúsculo monedero, un pendiente, un
anillo, un par de horquillas, varias gomas para hacerse las trenzas, un paquete
de chicles y una tuerca cayeron sobre el sofá.
-¿Llevas
una puta tuerca en el bolso?-espetó Tommy, y Tam se encogió de hombros.
-Por
si se estropea algún taxi y voy justa para llegar a casa.
-Me
pareces la persona más épica de este país-le soltó Scott, y Tam se echó a reír.
-Te
parezco lo que soy. Aquí la tenemos-Tam la agitó con dos dedos en el aire
frente a mí, de tal forma que hizo una mariposa con un tubo de plástico
acerado, de esos diseñados para que lo aplastes y extraigas hasta la última
gota de contenido de ellos-. Aviso de que es bastante pringosa y no es que
huela genial precisamente, así que tal vez quieras echártela en el baño para
poder lavarte las manos.
-¿Te
ves con fuerzas para ponerte de nuevo los zapatos e ir hasta el baño a
ponértela?-preguntó Diana, y yo asentí con la cabeza. Oh, vamos, no podía ser
tan malo. Ahora tenía los parches, así que no tenía que preocuparme de sangrar.
No
quería ponerme a pensar en las plantas de los pies ni en los dolores de los
dedos, o no me atrevería a levantarme.
-¿Necesitas
que te llevemos?-ofreció Scott cuando vio la manera en que me quedé mirando mis
zapatos. Eso me hizo espabilar.
-¡No!
Como Alec vea que me cogéis en volandas, vendrá corriendo y se emperrará en
llevarme a casa. Lo sé. No quiero cortarle el rollo.
-Ah,
no quieres cortarle el baile romántico a tu novio, pero que tu hermano esté
aquí preocupadísimo te da igual.
-No
haber venido a buscarme al orfanato-le reproché, y Scott arqueó las cejas.
-Si
tuviera una máquina del tiempo y pudiera volver a ese día, lo haría, Sabrae. Y
no cambiaría absolutamente nada de lo que hice, aunque sí lo grabaría, para
recordar los momentos en que no eras un auténtico grano en el culo. Cosa que
dejó de suceder en el momento en que abriste esa condenada boca tuya.
-Scott,
mi primera palabra fue literalmente tu nombre.
-Y no
has dejado de decirlo para tocarme los huevos desde entonces. Scott esto, Scott
aquello, Scott ven, Scott vete, Scott déjame, Scott hazme caso, Scott, Scott,
Scott, Scott-me hizo burla, haciendo una mueca, y me dieron ganas de pegarle.
Me levanté como un resorte y me lancé a por él, descubriendo demasiado tarde
que había algo en mis pies que me impedía avanzar con normalidad.
Mis
zapatos. Alguien me los había puesto.
Diana
estaba arrodillada aún en el suelo, con una rodilla anclada en éste, pero la
espalda enroscada de manera que pudiera hacer el símbolo de la victoria en
nuestra dirección, arrugando la nariz mientras sonreía en un gesto adorable que
definitivamente debería ser la portada de su primer disco.
-Impresionante
gestión de la convención Styles-Malik-Scott chocó los cinco con ella, que lanzó
un silbido.
-Vaya,
¿tu ego inmenso te ha permitido poner mi apellido antes que el tuyo?
-Soy
un tío educado, Diana. Soy inglés, por
si no lo habías escuchado. Los ingleses tenemos consideración con las damas, al
contrario que los bichos con los que te relacionas tú-Scott se llevó una mano
al pecho como un caballero en una puesta de largo.
-Si
llevo casi nueve meses relacionándome contigo y me doy cuenta ahora de que
puedes ser educado si te lo propones, la culpa no la tengo yo, guapo-ronroneó
Diana, poniéndose en pie y tirando suavemente de la corbata de Scott para
aflojársela. Scott le bufó mientras se la recolocaba, y Diana se echó a reír.
-¿Os
voy pidiendo una habitación?-los pinchó Tommy mientras Tam me pasaba la mano
por la cintura y me llevaba en dirección al baño por la ruta más corta,
haciendo hueco entre la gente sin importarle lo que tuviera que hacer para
lograrlo: dar codazos, pisotones, sisear e insultar. Todo estaba en el menú
cuando se trataba de ayudar a una amiga.
Atravesamos
unas puertas bien disimuladas tras una de las columnas maestras de la estancia
y llegamos al aseo, donde varios grupos de chicas se repartían la estancia
alargada, de suelo de mármol negro veteado, lavamanos de cuencos con grifos
dorados, y toallas de algodón en las que no me importaría hundir los pies. Las
chicas charlaban, se reían, se retocaban el maquillaje, se limpiaban las
lágrimas producto de la emoción del día, e incluso se metían unas rayas en los
cubículos que no tenían el pestillo echado.
-¡Eh,
Tam! ¿Por los viejos tiempos?-le ofreció una chica pelirroja a mi amiga,
tendiéndole uno de esos pequeños tubos que nadie inocente compra. Tam hizo un
gesto con la mano.
-Luego
quizás. Ahora estoy un poco liada.
-¿Todo
bien?
-Sí,
no os preocupéis.
-Es
que me hacen daño los zapatos-expliqué, cojeando, y del baño se levantó un
unánime “aaah” de reconocimiento.
-Tienen
pinta de ser tan bonitos como dolorosos-asintió con la cabeza una chica que se
secaba las manos con cuidado de no desabrocharse la pulsera de diamantes.
-¿Son
Louboutins?
-No,
tía-dijo otra-. No tienen la suela roja, ¿no te das cuenta?
-Pues
parecen Louboutins. Estás guapísima, Sabrae.
-Gracias-susurré,
metiéndome en el cubículo que Tam había abierto para mí. Me senté sobre la tapa
de la taza y me quité de nuevo los zapatos, dejando que el suelo frío de mármol
hiciera las veces de analgésico para mí.
Lo
bueno de estar en un sitio como el Mandarin era que podía pisar descalza y no
preocuparme de que se me cayera el pie a pedacitos.
-¿Tam?
¿Saab? ¿Estáis aquí?-llamó Karlie desde unos cubículos más allá.
-Sí,
princesa-respondió Tam, y luego clavó los ojos en mí. Abrió la boca,
sorprendida de haberme dejado pillarla con la guardia tan baja como para
escucharla diciéndole motes cariñosos a Karlie, y luego, carraspeó, roja como
un tomate (en serio, lo mejor de la noche era Tamika poniéndose roja cada dos
minutos)-. Sabrae… le hacen daño los zapatos.
-Pobrecita.
Ahora voy, cielo.
-Sin
prisa.
Desenroscó
la tapa de la pomada y me la tendió.
-Será
mejor…-carraspeó de nuevo y se apartó el pelo del torso. Lo intentó otra vez-.
Será mejor que te lo eches tú donde más te duela. Si necesitas algo, estaré
aquí mismo, tras la puerta, ¿vale?
-¿Te
vas con tu princesa?-no pude evitar decirle, conteniendo la risa, y Tam puso
los ojos en blanco.
-Por supuesto que tenías que enamorarte
de Alec. Sois los dos igual de insoportables.
Cerró
de un portazo y se cruzó de brazos, cambiando el peso de su cuerpo de un pie a
otro mientras yo me aplicaba la pomada. Tenía razón: era muy pringosa y olía
más bien regular, pero confiaba en que los jabones de Rituals que se extendían
a lo largo de los lavabos para permitirnos a las huéspedes elegir qué aroma
queríamos desprender durante nuestra estancia en ese lugar harían de tapadera
para ese tufo.
Me lo
extendí por todo el pie como buenamente pude, teniendo en cuenta que la textura
no me facilitaba que digamos el recuperar la sensación de normalidad en los
pies. Tenía un gel efecto frío que me alivió al instante la quemazón en las
articulaciones, y tras un instante de vacilación, me eché un par de gotitas del
tamaño de un guisante en cada planta, confiando en que eso haría que mi caminar
no pareciera el de un patito mareado. Entre el ruido de esnifadas, cisternas
llevándose el contenido de las tazas del váter, tacones yendo de un lado para
otro, pintalabios abriéndose y cerrándose y los grifos vertiendo el agua, pude
ver que un par de zapatos se plantaban frente a los de Tam. Aquellos pies tan
pálidos sólo podían ser de Karlie, y cuando se acercaron un poco más a los de
mi guardiana, metiéndose entre ellos y un tacón elevándose un poco en el aire,
no me hizo falta ser muy lista para saber lo que estaban haciendo.
Escuché
unos golpecitos sordos en la puerta de mi cubículo, y no pude evitar sonreír.
Alec se partiría de risa si estuviera aquí, y les tomaría el pelo a las dos
hasta el fin de los tiempos. Lleváis
meses detrás de la otra, ¿y ahora no podéis aguantar ni dos minutos separadas?
Para que luego digan que los hombres estamos salidos.
-¿Quieres
ir a bailar otro poco o te apetece que vayamos a otro sitio un poco más…
íntimo?-preguntó Tam en un susurro sugerente que me recordó mucho a la manera
en que Alec me hablaba cuando se cansaba de tontear en público y quería hacerme
pagar todo lo que me había frotado contra él en una habitación en la que
pudiéramos quitarnos la ropa. Casi escuché a Karlie morderse el labio.
-Me
apetece presumirte un poco más… pero no suena nada mal eso de irnos a un sitio
más “íntimo”.
-No
lo digas así-se rió Tam, seguramente agarrándola de las muñecas y pegando la
cara a la suya antes de darle un beso en los labios.
-¿El
qué? “¿Íntimo?”-ronroneó Karlie, pegándose más a ella y dándole un beso en el
lóbulo de la oreja. El cuerpo de Tam golpeó de nuevo la puerta de mi cubículo.
-Sí.
Haces que suene como si fuera la palabra más sucia del mundo.
-Íntimo-repitió
Karlie, riéndose mientras besaba la clavícula de Tam-. Íntimo, íntimo, íntimo.
Tam y
ella se rieron, y un nuevo golpe en la puerta me indicó que Tam la había
atraído hacia ella. Escuché cómo se besaban y suspiraban, ajenas completamente a
todo lo que las rodeaba. La música alejada hacía que creyeran que todo el mundo
estaba mucho más lejos y que nadie podía verlas, a pesar de que en el baño
había una curiosa cacofonía hecha tanto de la inocencia de quien sólo quiere
desahogarse en paz como de aquellos que buscan un rincón más apartado para
llevar a cabo sus más oscuras fantasías. Karlie no me parecía de las que se
colaban en los baños para enrollarse con alguien como sí hacíamos Alec y yo,
pero cuando separó las piernas de un modo que me recordó demasiado a la manera
en que yo lo hacía cuando él me acariciaba, me di cuenta de que no la conocía
tan bien como yo creía.
Estaba
eufórica por descubrir que la chica de la que estaba enamorada, a la que hacía
poco consideraba heterosexual y completamente fuera de su alcance, también
estaba pillada por ella. Y pretendía compensar todo el tiempo que habían pasado
haciendo el tonto.
De
modo que descorrí el pestillo de mi cubículo y di unos golpecitos con los
nudillos.
-Ya
estoy, chicas. Voy a abrir.
Karlie
se separó rápidamente de Tam, que se giró como un resorte para mirarme a la
cara cuando saliera. Al abrir la puerta, descubrí que Tam se estaba pasando el
pulgar por los labios, limpiándose los restos del gloss de Karlie, que se tapaba la boca para que no la viera sonreír
por haber sido pillada con las manos en la masa, dándome la espalda. Con lo que
no contaba ella era con que yo podía ver su reflejo en el espejo, así que vi
cómo se le achinaron los ojos cuando soltó una risita al alzarle las cejas de
modo sugerente las chicas que estaban en una esquina, compartiendo el tubo de
esnifar.
-Bueno,
¿qué tal?-preguntó Tam, con las manos sobre las caderas. Encogió ligeramente
los hombros y abrió un poco más los ojos, pidiéndome, no, suplicándome que no le tomara el pelo. Tenía razón en una cosa: en
el fondo, Alec y yo éramos iguales, y sabía de sobra lo que haría él: dedicarle
esa media sonrisa traviesa suya y comentar “no tan bien como otras”.
Claro
que Alec y él tenían más confianza que nosotras… y, la verdad, bastantes coñas
tenía que aguantar ya la pobre como para que me subiera al carro yo también.
Así que le tendí el botecito y asentí con la cabeza.
-Mucho
mejor, gracias, Tam-me acerqué al lavabo con cuidado, tentando mis pies. De
momento, todo parecía en orden. Sí que notaba que ahora mis pies se movían
mucho por el interior de los zapatos, pero lo achaqué a que aún no había
terminado de absorber la crema. Por lo demás, estaba perfecta. Notaba un
extraño hormigueo en los dedos, supongo que por la composición, con un poco de
anestesia para permitir que las bailarinas lo dieran todo en el escenario.
Karlie
se giró y se apoyó en la puerta del cubículo, mordiéndose el labio y con los
ojos puestos en el culo de Tam. Se relamió inconscientemente, y cuando Tam se
giró para mirarla, le miró las tetas con un descaro que ni siquiera Alec tenía.
Madre mía, espero que no haya hora mínima
de entrada en las habitaciones, o terminarán follando en el vestíbulo.
-No hay de qué, chiquilla. No
deberías tener que aplicártela más, pero te la puedo prestar si quieres-me la
tendió, pero yo negué con la cabeza, echándome abundante espuma de jabón de un
bote dispensador de color vino que rezaba “Ritual de Ayurveda”. Olía genial.
Tomé una nota mental de comprar toda la colección antes de irme de vacaciones
con Alec, Mimi y Eleanor. Me apetecía mucho cambiar de aroma durante el viaje,
y dado que en Grecia me pasaría el día duchándome, no veía mejor manera de
estrenar mi primera luna de miel con Alec que oliendo con esos toques frescos y
afrutados que tenía ahora en las manos.
Casi
podía sentir su nariz acariciándome el cuello cuando hundiera la cara en mi
hombro para inhalarme, recién salida de la ducha y cubierta sólo con una
toalla. Me sentaría a horcajadas encima de él, sentado en un sofá de tela
blanca y soportes de bambú claro, envuelta en mi toalla, con el pelo cayéndome
en cascada sobre la espalda y el colgante con su inicial refulgiendo contra mi
piel de chocolate.
-Mm.
Hueles genial-posaría un beso en el punto en que mi mandíbula se conectaba al
cuello y la textura fría y dura de sus dientes haría el resto. Mi sexo se
abriría igual que una flor, clamando una llamada a la que Alec no dudaría en
contestar-. Me apetece pegarte un bocado.
Le
tomaría el rostro entre las manos para hacerlo mirarme.
-¿Y
qué te lo impide?
Entonces,
me llevaría las manos al nudo de la toalla y me la abriría, dejando a la vista
mi cuerpo desnudo: mis senos, mi vientre, mis muslos, mi sexo. Empezaríamos a
besarnos, a acariciarnos, a manosearnos, y él terminaría poseyéndome desde
abajo, reclamándome como sólo se lo permitía a él, en un polvo que olería a Mar
Egeo, rosa de la India y felicidad.
-¿Necesitas
que te acompañemos?-preguntó Tam. Karlie abrió la puerta del cubículo con el
culo, se inclinó hacia atrás y comenzó a balancearse en el vano de la puerta,
sujetándose a ambos bordes con unos dedos cargados de tensión. Una tensión que
sólo Tam iba a poder relajar.
-Bueno…
la sensación es un poco rara-giré los pies de manera que los tacones se convirtieran
en intentos de peonza-, pero creo que…
-Genial,
perfecto, que lo pases bien, Saab-sonrió Karlie, abalanzándose hacia Tam y
tirando de su brazo para meterla en el baño.
Los
ojos abiertos de Tam fueron lo último que vi antes de que Karlie cerrara de un
portazo el cubículo, riéndose como una colegiala.
-¡Tía!-protestó
Tam, riéndose-. ¡Eres una sinvergüenza! Claramente Saab necesita que le echen
una mano-comentó, haciendo amago de abrir la puerta.
-Yo
sí que necesito que me echen una mano-y un nuevo golpe en el interior del
cubículo. Las chicas drogándose soltaron una risita. Una de las que se estaba
aplicando un poco más de rímel se tocó la ceja sin querer a girarse para mirar
la puerta.
-Karlie,
por Dios, estás empezando a
asustarme.
-Miedo
no es lo único que te quiero meter en el cuerpo, guapa-ronroneó Karlie, y yo
salí escopetada del baño antes de que se pusieran a gemir como locas. Lo último
que escuché fue el sonido de una cremallera bajándose, y con eso me pareció
suficiente.
Me
alegró escuchar los pasos de las chicas que estaban en el baño apresurándose a
seguirme para dejarles un poco de intimidad. Claro que Tam y Karlie también
podrían haber sido un poco más listas y buscarse una habitación, directamente.
-¡Epa!-rió
Alec cuando me choqué contra él-. ¿Dónde está el fuego?-me sostuvo entre sus
brazos y conectó sus ojos con los míos, y yo sentí que me deshacía. Entre mis piernas, pensé, deleitándome
en la fuerza de sus músculos, que ya habían recuperado gran parte de su
potencia anterior. Ven a apagarlo.
Era como si ya estuviéramos
de vacaciones, como si ya estuviéramos disfrutando de un sexo increíble,
desenfrenado y a la vez tranquilo, propio de quien tiene toda la tarde para
follar. Como si ya estuviera desnuda sobre él, con la brisa del Mediterráneo
haciéndome bailar el pelo, con su miembro invadiéndome, sus manos en mis
nalgas, sus dientes en mis pezones, sus gemidos lamiendo mi piel. Necesito que llegue Grecia ya.
-No te vas a creer lo que
está pasando ahí dentro-me reí sin embargo, rompiendo el hechizo. Todavía era
temprano para pensar en arrastrar a Alec a algún sitio más alejado. Más…
íntimo. Teníamos que alejarnos del baño y yo apartar esos pensamientos de mi
mente, o de lo contrario, Alec, Tam, Karlie y yo participaríamos en la primera
orgía por fascículos de la historia, haciéndolo cada uno con su pareja en
cubículos claramente separados.
-Hay
muchas cosas de esta noche que no me creo-respondió, acariciándome el mentón,
la garganta y la clavícula con el pulgar. Tuvo la mano durante un brevísimo
instante igual que cuando me la apretaba en torno al cuello durante el sexo
duro, lo cual hizo estragos en mi estabilidad emocional. Quería que me
poseyera. Quería que me hiciera gritar su nombre. Quería que hiciera que todas
las chicas de la sala (no, del hotel) me envidiaran, porque unos gemidos como
los míos sólo podían ser culpa de un dios como él. El único dios que existía.
-¿Todo
bien?-preguntó con inocencia, ajeno completamente a que si no le saltaba encima
no era, precisamente, por falta de ganas-. Te he estado buscando. Has estado
ahí dentro un buen rato. ¿Te ha sentado mal algo?
-Sólo
me estaba tomando un momento-respondí, jugueteando con las solapas de su
chaqueta. Me atreví a apartarle la corbata y juguetear con uno de los botones
de su camisa, considerando seriamente la posibilidad de desabrochárselo. Sabía
que si lo hacía no podría resistirme a seguir desnudándolo-. Ya sabes,
preparándome para un segundo asalto.
-¿Ah,
sí?-coqueteó, agarrándome de las caderas y pegándome contra él-. ¿De qué,
exactamente? ¿De bailar o de enrollarnos en el sofá?
-De
lo que más te apetezca, sol.
-Si
dijera en voz alta lo que más me apetece ahora mismo, me meterían preso-me
confesó al oído, y yo me estremecí de pies a cabeza. Tampoco sería un golpe que
fuera a dar solo. Sonreí, me giré, jugueteé un poco con su corbata antes de
empujarlo hacia el sofá, regodeándome en el sabor de sus labios.
Sin
embargo, cuando nuestras lenguas se encontraron, noté el deje ardiente de la
nicotina en su boca. Me separé y fruncí automáticamente el ceño.
-Sabes
a tabaco.
-Ah,
sí, es que me he fumado un pito mientras no estabas. Me puse un poco nervioso,
creyendo que te había pasado algo, ¿sabes? Suerte que Scott me vio volverme
loco y enseguida vino a decirme dónde estabas-hizo una mueca poniendo un ojo en
blanco y torciendo la boca-. ¿Tienes chicles de menta o algo así en el
bolso?-preguntó-. No sé dónde he metido yo los míos.
-¿Sabes
qué? Da igual. Es tu graduación, te mereces disfrutar-ronroneé, colgándome de su
cuello y dándole un pico-. Fuma, bebe y folla todo lo que te apetezca. Siempre
y cuando reserves una de esas tres actividades para mí-coqueteé, jugueteando de
nuevo con su corbata. Me pregunté qué diría si, cuando nos acostáramos, le
pediría que no me la quitara.
O si
me ataría a la cama con ella si insistía suficiente. Sabía que le gustaba
sentir mis manos recorriendo su espalda mientras impactaba en lo más profundo
de mi ser, pero eso de estar completamente a su merced, no poder hacer nada que
él no me permitiera, me ponía a mil.
Me
imaginé a mí misma completamente desnuda, con las muñecas atadas juntas al
cabecero de la cama, las tetas reluciendo por el sudor de la anticipación, mi
cuerpo completamente a su merced. Alec metiéndose entre mis piernas. Alec
separándomelas. Alec inclinándose hacia mis tetas. Besándomelas, lamiéndomelas,
chupándomelas, mordiéndomelas. Y yo retorciéndome y retorciéndome y
retorciéndome, suplicando que me penetrara, y lanzando un grito que me
desgarraría los pulmones cuando por fin lo hiciera. Duro, inmenso, ardiente,
firme, invasivo.
-Sólo
por confirmarlo y que no haya malentendidos: lo que quieres que haga solamente
contigo es beber, ¿verdad?-bromeó, y yo me eché a reír, intentando no detenerme
demasiado en la imagen que me atravesó la mente: Alec vertiendo un poco de
champán en mi ombligo y succionándolo de allí, o vertiendo lentamente un
reguero por mi entrepierna, y bebiéndolo a la par que me practicaba sexo oral.
Me
abalancé contra su boca y lo besé con tantas ansias como sentía de que me
hiciera suya, tratando de transmitirle mis deseos y mi urgencia con la lengua.
-Mm,
pero para que conste, pienso follar más que beber y fumar esta noche. De hecho,
no creo que me encienda más cigarros.
-Yo
de ti lo haría-respondí, jugueteando con mis dedos en el nacimiento de su pelo,
en la nuca, despertando la bestia que llevaba dentro y que sólo respondía ante
mí-. Ya hemos hablado de esto. Se te va a acabar el chollo, Whitelaw. Te he
dejado fumar mientras estudiábamos porque no quería sumarte más estrés, pero
ahora sólo tienes pulmón y medio.
-Pulmón
y tres cuartos, pero te lo perdono por haberme llamado “Whitelaw”, Malik.
-¿Quieres
que me ponga de rodillas y te la chupe?
-Quiero
tantas cosas, nena-suspiró con teatralidad, y yo me eché a reír.
-No
me llames así. No cuando estás tan… con este traje-bufé, tirando de la solapa y
negando con la cabeza-. No, si no quieres que pierda el poquísimo autocontrol
que aún me queda.
-Puede
que eso sea exactamente lo que quiero-ronroneó, frotando las caderas contra mí.
Pude notar que su miembro se desperezaba, si bien aún no había alcanzado su
máxima envergadura. Era terca como una mula por tratar de posponerlo, yo lo
sabía, pero no quería que luego se arrepintiera de haberse pasado a solas conmigo
una noche en la que se suponía que debía disfrutar de la compañía de sus
compañeros, especialmente si no iba a volver a verlos en mucho, mucho tiempo.
Pero
no quería que echara la vista atrás dentro de unas semanas, meses, o incluso
años, y pensara que tal vez habría estado mejor aprovechando hasta el último
minuto de su graduación. No creía que fuera a arrepentirse, pero tampoco quería
arriesgarme a que así fuera pasado el tiempo. Podría tenerme cuando quisiera;
en cambio, la graduación del instituto sólo pasaría una vez en la vida.
-¿Para
escaquearte de la conversación?-me reí, cogiéndolo de los brazos y dándole un
ligero empujón que me permitiera pensar con claridad. Alec gimió.
-¿Tenemos
que hablar de esto en serio? ¿Justo ahora?
-Sí,
porque esta va a ser tu última noche de libertad antes de comprometerte con tu
salud-le di un toquecito en la nariz y él puso los ojos en blanco, pero una
sonrisa le atravesaba la boca.
-Oh,
venga, bombón. Tienes que saber que, incluso si he conseguido dejarlo ahora,
volveré a fumar cuando me vaya a África.
-¿Con
qué tabaco?
Alzó
las cejas.
-¡Vaya!
Doña Antirracismo soltando una racistada. Me voy a África, no a Marte.
-No
lo digo porque no haya tabaco, lo sé de sobra. Ésa, y muchas otras drogas. Pero
me pregunto con qué dinero piensas pagarlo, dado que no te van a dar nada.
Sus
cejas se arquearon una vez más.
-Es
África, no Las Vegas.
Abrí
la boca para responderle, quizá inútilmente, porque sabía las poquísimas
posibilidades que tenía de hacerle razonar cuando se ponía en este plan, pero
tenía que intentarlo. Incluso con lo muchísimo que me atraía con el traje
puesto, y también lo erótico que podía parecerme fumando, tenía que mirar por
su salud. Ya había cuidado por sus intereses a pesar de lo que él quería incluso
antes que él, así que no era nada nuevo para mí.
Sin
embargo, Bey acercándose a nosotros al trote nos interrumpió.
-¡Han
traído un fotógrafo!
-¿Ahora?
Pero si la mitad estáis para que os pixelen las caras-soltó Alec-. Yo no, por
supuesto; fijo que yo estaba hasta para protagonizar una portada cuando me pasó
el coche por encima.
-Vamos
a hacernos fotos-clamó Bey, enganchándonos a Alec y a mí de los brazos y
arrastrándonos en dirección al foco de los estallidos de luz que centelleaban
desde una esquina de la sala de fiestas.
Caminamos
demasiado rápido para lo que me habría gustado, pero tenía miedo de quejarme y
que Alec se empeñara en llevarme a casa, con el peligro que suponía que
finalmente quisiera quedarse a dormir, de modo que puse mi mejor sonrisa y posé
frente a la cámara, haciendo muecas, giros exagerados, todo en consonancia con
los demás. Nos lo estábamos pasando en grande, tratando al fotógrafo como al
ejército de paparazzi que abarrotaban la gala del MET de todos los años. Resultó
que el fotógrafo venía como distracción mientras dos empleados del hotel
preparaban un lujoso fotomatón, más parecido a un estudio que a las típicas
máquinas automáticas en los centros comerciales. Se formó un gran revuelo que
Alec y yo aprovechamos para alejarnos un poco de la gente cuando por fin
descorrieron las cortinas del pequeño cubículo que habían montado y la gente
pudo ver el objeto de tanto secretismo, y mientras se peleaban por entrar, aún
entre vítores, aplausos y gritos de “¡gracias!”, seguimos besándonos en un
rincón de la pista, el sabor de la nicotina difuminándose en su saliva a medida
que se mezclaba con la mía y bebíamos más y más.
Cuando
entramos en el fotomatón a hacernos las fotos de rigor, haciendo el bobo
primero y luego poniéndonos sentimentales, los efectos de la crema de Tam
prácticamente habían desaparecido. Es más, diría que incluso habían empeorado
mi situación: antes, al menos, no se me deslizaban los pies por dentro del
zapato; ahora no sólo tenía el dolor del talón, el tendón de Aquiles, las
plantas o el meñique, sino que me dolían todos los dedos, que notaba retorcidos
por debajo de los zapatos.
Aguanté
bailando un par de canciones más hasta que ya se me hizo prácticamente
insoportable, y poniéndole una mano en el pecho a Alec a modo de disculpa, le
dije que tenía que volver a sentarme.
-¿Estás
cansada?-preguntó con genuina preocupación, a punto de ofrecerse a llevarme a
casa. Asentí con la cabeza, encogiéndome de paso de hombros.
-No
te preocupes. Creo que es que se me ha subido un poco el alcohol. Además, aquí
hace mucho calor-me abaniqué con disimulo-. Estaré monísima con esta chaqueta,
pero creo que no ha sido lo más acertado traerla.
-¿Y
por qué no te la quitas?
-Porque
no llevo nada debajo, Al-lo cual no era técnicamente cierto, pero la verdad es
que no me apetecía quedarme en sujetador delante de todo el mundo.
Alec
me escaneó de arriba abajo, como si me viera por primera vez, como si fuera su
plato preferido en un restaurante de lujo presentado de una forma que jamás se
habría imaginado, y que lo hacía más apetitoso aún sin cabe.
-Ah-dijo
solamente. Mi chico. El que, en su época dorada, había sido el rey de la noche.
El que no se había pasado más de tres días seguidos sin tener sexo. Mi novio.
Alec Whitelaw, el fuckboy original. Diciendo “ah” cuando yo le decía que
no llevaba nada debajo de la chaqueta.
No
pude evitar echarme a reír; me parecía monísimo.
-Al,
llevo el sujetador, ¿sabes?
-¿Eh?-inquirió
con tono desesperado, sus cejas haciendo una montañita en su frente. Sus ojos
se encontraron con los míos, y eran los de un niño que se entera de que la niña
que le gusta también siente algo por él. Ahora entendía por qué Tam y Alec se
picaban tanto: también eran iguales. A pesar de que eran los lanzados de su
pareja, también eran los que más rápido se desarmaban y caían rendidos a los
pies de ellas.
-Al,
llevo más ropa por debajo de la chaqueta, pero no es ropa que se suponga que la
gente deba ver, ¿entiendes?
Asintió
despacio con la cabeza, esa expresión enternecida suya sin irse de su rostro.
Me apetecía comérmelo a besos, pero tuve que conformarme con colgarme de su
cuello y darle un sonoro beso.
-No
te preocupes por mí. Estoy bien. Tú sigue disfrutando de la noche. ¿Por qué no
te vas un poco con tus amigos?-sugerí, viendo que los chicos estaban
concentrados en el fondo de la barra. Alec los miró, me miró a mí, los miró de
nuevo a ellos y luego me miró a mí.
-¿Seguro
que no te importa?
-Pásatelo
genial, mi sol-le di un último besito y me giré para marcharme, tratando de
mantener una postura digna que no diera cuenta de lo que me pasaba realmente.
Alec me miró con ojos un poco tristes, pero me dejó irme. Sabía que tenía que
estar muy cansada si me alejaba de nuevo de él, pero creía que no era nada lo
bastante importante como para que se lo dijera. Cuando me senté, al lado de
Bey, que se tomaba copas de bebidas de todos los colores como si fueran agua,
Alec se pasó una mano por la mandíbula y atravesó la estancia en dirección a
sus amigos.
Aguanté
la sonrisa todo lo que pude, pero fue suficiente para que Alec no se viera
atraído hacia mí.
-De
cero a cien, ¿cuáles crees que son las posibilidades de que me desangre si me
corto los pies?-le pregunté a Bey, que se rió sonoramente al escucharme. En ese
momento, llegó Diana con dos copas llenas hasta arriba. Bey le arrebató
inmediatamente una de ellas, se la bebió de un trago, e hizo amago de quitarle
a la americana la suya, pero ésta fue más rápida apartándola de su alcance.
-Anda
que… eres la primera de la promoción, ¿no te da vergüenza estar comportándote
así?
-Me
merezco más que nadie pillarme una buena cogorza. Aunque creo que Sabrae va a
hacerme la competencia-soltó Bey, lanzando un aullido y echándose a reír. Diana
me miró con compasión.
-¿No
te ha hecho efecto la crema de Tam?
-Peor.
Me alivió al principio, pero ahora me duele todo el pie. Se me resbala todo, y
eso que los zapatos son de mi número, y… no sé, me escuecen más de lo que me
escocían.
Bey
se acodó a mi lado.
-La
crema es fuerte, pero tiene efecto frío, no calor. Es un poco raro eso que nos
cuentas. ¿Eres alérgica a algún medicamento?
-No,
que yo sepa-respondí, resistiéndome a la tentación de quitarme los zapatos.
Ahora que Alec ya no estaba distraído bailando, posaría los ojos de vez en
cuando en mí para comprobar que estuviera bien.
-Si
fuera alérgica, ¿no ha tardado demasiado en hacerle efecto?-preguntó Diana, y
Bey se encogió de hombros.
-No
lo sé. Podríamos preguntarle a Tam, porque empezó a usarla en los ensayos para
la Royal, pero como está ocupada follando en los baños…-hizo una mueca y negó
con la cabeza, y yo fruncí el ceño.
-¿Qué
tiene de malo que Tam esté follando en los baños? Los baños son un sitio tan
bueno como cualquier otro para follar.
-Ahora
me dirás que no prefieres una cama para estar con Alec.
-Hombre,
pues sí, pero si a ellas les apetecía…
Y
entonces, Bey se echó a llorar. Diana y yo nos quedamos heladas mirándola.
-No
quiero que me den de lado-sollozó-. No quiero dejar de salir con ellas. Son mis
dos mejores amigas. Ya voy a perder a Alec; no puedo perderlas a ellas también.
-Oh,
cielo, ¿por qué dices eso? No vas a perder a Alec-Diana se arrodilló frente a
ella, como había hecho conmigo, y le acarició las piernas, arriba y abajo,
arriba y abajo, arriba y abajo.
-Sí,
reina B, él te sigue queriendo muchísimo.
De hecho, tenemos hablado incluso de pedirte que… bueno, no es nada
concreto aún, pero si a ti te apeteciera…
-Si
vas a pedirme un trío por pena, quieta ahí, Sabrae-levantó un dedo en mi
dirección.
-No
es un trío por pena, reina B. De verdad. A los dos nos gustaría. No ahora
mismo, evidentemente, pero en un futuro, quizá no muy lejano…
-Eh,
¿y qué hay de mí?-pinchó Diana, haciendo un mohín con el que consiguió
arrancarle una sonrisa a Bey.
-Lo
siento. Pensaréis que soy una estúpida y una egoísta. Debería alegrarme por mi
hermana, y lo hago, de verdad. Lleva tanto tiempo detrás de Karlie, y Karlie de
ella, que el que hayan tardado tanto en ver que se gustaban todavía escapa a mi
comprensión. A mí me costaba horrores no resbalarme por casa con las babas de
Tamika cuando hablaba por teléfono con Karlie. Y ahora, aquí estoy, llorando a
lágrima viva porque mi hermana…-jadeó, negando con la cabeza.
-Si
te consuelas creyendo que lo que esquivabas eran babas, no seré yo quien te
saque de esa idea-me reí, dándole un toquecito en la pierna. Bey sonrió con
timidez, aceptando el pañuelo que le tendió Diana, con tanta habilidad que me
pregunté si su bolso no sería en realidad el bolsillito de Doraemon. Parecía
tenerlo todo ahí, salvo algo que yo pudiera tomarme no sentir nada de cintura
para abajo.
O
bueno… mejor de rodillas para abajo. Si sobrevivía a esa noche, quería tener
sensaciones que recordar cuando Alec se marchara.
-Escucha-Diana
se apartó el pelo de los hombros, y colocó de nuevo las manos en las rodillas
de Bey-. Tu hermana y Karlie no van a darte de lado. Sólo están recuperando el
tiempo perdido, aprovechando que están cachondas como monas y que nadie va a
molestarlas en los baños, pero al margen de eso, nada va a cambiar. Puede que
incluso tengas a Karlie más en casa-sonrió Diana-. ¿No es genial? Harán más
planes juntas porque ahora saben que tienen ganas de estar juntas, y seguro que
te invitan. Sólo serán un poco más cariñosas, eso es todo. Además, vas a estar
ocupadísima este verano, siendo la líder adolescente de la ONU, y todo eso. No
vas a tener tiempo para preocuparte por la agenda lésbica de Tam.
-Vale,
chicas, ahora que ya han echado su primer polvo, debo recordaros que a Tam le
han gustado chicos con anterioridad, así que es bisexual. Lo digo porque estoy
cansada de que se catalogue siempre a los bisexuales como gente que está
pasando por una fase o algo por el estilo. Tamika no es lesbiana. Le han
gustado chicos antes.
-Sí,
pero no como Karlie-razonó Bey, limpiándose las lágrimas directamente desde el
lagrimal.
-Ya,
pero que a mí Alec me guste como no me ha gustado nadie en mi vida no quita que
me hayan gustado chicas. Así que… eso-me encogí de hombros-. Rosa, morado y
azul ¡al poder!-levanté el puño y las dos se rieron-. Pero entiendo adónde
quieres llegar, Didi. Por favor, continúa.
-Gracias,
Saab. Como te decía, estarás demasiado liada siendo la reina del mundo como
para sentir que te están dando de lado, cuando no es así. Todos te queremos
muchísimo, Bey, y no nos vamos a olvidar de ti estemos de tour, en la
universidad o haciendo el ganso en un campamento en el hemisferio sur-Diana
puso los ojos en blanco y Bey se rió-. Además, yo tengo muchas tardes libres
este verano. Cuando no tengamos conciertos, estaré por Londres. Podríamos ir de
compras. O al cine. O a la playa. Si las lesbianas… perdón, la lesbiana y la
bisexual-se corrigió al ver la mirada que le lancé- no cuentan contigo,
problema suyo, porque se perderán salir también conmigo.
-Y
conmigo-añadí-, porque, ¿sabes, Bey? Tú no eres la única a la que Alec va a
dejar aquí. Pero él se lo pierde, ¿a que sí? Sinceramente, míranos. Habría que
estar mal de la cabeza para pirarse de este país sabiendo que nosotras vivimos
en él.
Bey
se echó a reír, aún con las lágrimas cayendo por sus mejillas. Parpadeó
rápidamente y clavó los ojos en mí.
-Tú
no lo entiendes aún, porque no has pasado por ello, pero las despedidas son una
mierda.
-Lo
sé. Pero esto no es una despedida. Sólo un punto de inflexión.
Bey
torció la boca, asintió con la cabeza, y se quedó mirando la pista de baile.
-Lo
digo en serio, Bey. Puedes contar conmigo. Y con Diana. Y con tu hermana y con
Karlie. No te vamos a dejar sola. Y Alec volverá. Un año es mucho tiempo, pero
se terminará pasando. Siempre se pasa-le cogí la mano y le di un apretón-. Ya
verás, antes de que nos demos cuenta, estaremos en su vigésimo cumpleaños,
aguantando las bromitas de machito que hace con sus amigos sobre lo bueno que
es en la cama…
-Todas
basadas en la realidad, por cierto-dijo Bey, suspirando-. Bueno, ¿qué te voy a
contar?
-Oye,
de verdad, me estáis dando ganas de ir a suplicarle que se acueste conmigo.
Parad ya. Esta especie de Club De Tías Que Se Han Tirado A Alec es como… súper
discriminatorio-se quejó Diana.
-¿Discriminatorio?
Ni el catolicismo tiene tantos miembros, guapa-le recordé, y Diana puso los
ojos en blanco y se sentó en el sofá con las piernas estiradas, los tobillos
entrecruzados, posando incluso sin pretenderlo.
-Ah,
cierto. Soy yo, que soy una desgraciada. En fin, beberé para olvidar que ese
dios en traje no me estará esperando cuando llegue a casa.
-Tommy
tampoco está nada mal-dijo Bey, y Diana chasqueó la lengua.
-Ojalá
hubieras dejado que Sabrae fuera la que le echara un piropo a T. Así resultaría
más fluido proponerle un intercambio de parejas.
-Yo a
Alec no lo suelto, no vaya a ser que no vuelva. Compartirlo es mi límite.
-¿Cómo
no va a volver, con la manera en que te mira, hija? Llevas aquí treinta
segundos y ya te ha echado cincuenta miraditas. Si no fuera por lo guapísima
que estás, podría resultar hasta escalofriante-sonrió Diana, dando un sorbo a
su copa.
-A
ver si os pensabais que iba a dejar que lo distrajerais con vuestros escotes y
vuestras piernas larguísimas-chasqueé los dedos-. Ah-ah, cielo. Está
comprometido conmigo-me di unos
toquecitos en el pecho-, y ante mí
debe responder. Bien, ¿por dónde iba antes de que me interrumpierais con lo fantástico que es mi novio?
-Su
vigésimo cumpleaños.
-Ah,
sí. Cierto. El caso es que… el tiempo pasa rapidísimo, tía. No te tienes que
preocupar por lo que va a suceder este verano, porque antes de que nos demos
cuenta, Alec estará de vuelta, todos estaréis en la misma zona horaria, y será
muy fácil organizar planes. Tampoco es que se vayan a otro continente a
estudiar, ni nada por el estilo.
Bey
se llevó las manos a la boca.
-Dios
mío. Yo lloriqueando porque me tocará dormir en el sofá para no escuchar a mi
hermana tirarse a su chica en nuestra habitación, y tú teniendo que decirle
adiós a Scott cuando se vaya a estudiar.
-Todo
está muy en el aire aún-me encogí de hombros, acariciándome las piernas,
cruzando los tobillos y sintiendo que en los pies me estallaban dos bombas
atómicas-. No sabemos la agenda que va a
tener el grupo ni… bueno, si entrará en la uni que él quiere.
-¿Cómo
no va a entrar? Es Scott Malik, por el amor de Dios. Siempre consigue lo que
quiere-me recordó Diana, dispuesta a defenderlo a muerte si hacía falta.
Aparentemente, la única que podía meterse con él ahora era ella.
-¿Quería
quedar segundo en el concurso?
Diana
me fulminó con la mirada.
-Eres
una hija de puta-se echó a reír, y Bey y yo nos unimos a ella. Justo en ese
momento, como si las hubiéramos invocado al hablar de ellas, llegaron las
chicas. Tenían los ojos brillantes, el pelo alborotado y las mejillas
arreboladas.
-¿Ya?-las
pinchó Bey, mirando su reloj-. Vaya, pues ha sido rápido el polvo lésbico.
-No
hemos hecho nada, imbécil.
-¿Seguro?
Oye, Kar, ¿te has asegurado de que lleves las bragas correctas? Con la luz que
había en el baño, sería difícil confundirlas.
Karlie
se echó a reír.
-Nos
apetece bailar. ¿Os unís?
-¿Me
prestáis a Diana?-preguntó Tommy, apareciendo por entre ellas-. Venía a darte
la enhorabuena por quitarle la virginidad a Tam, Karlie, pero ya veo que se me
han adelantado-le guiñó un ojo a Bey, que chocó los cinco con él-. Venga, que
lleváis toda la noche sentadas, ¡a mover el culo!
-¿Te
vienes, Saab?-preguntó Bey, limpiándose los restos de lágrimas ante la mirada
perspicaz de Tam, que frunció los labios pero no dijo nada.
-En
un ratito. Me gustaría descansar un poco más. ¿Cómo está Al?-pregunté, y Tommy
se relamió los labios.
-Si
lo dices por si te está mirando, la respuesta es sí. Con una habitualidad un
poco preocupante, para serte sincero-se echó a reír, y yo sonreí-. Pero está
entretenido. ¿Tú qué tal vas de los pies?
-De
mal en peor.
-Mm.
Es una pena. ¿Quieres que te deje los zapatos?
-¿Qué
crees que te hará Alec si me los prestas tú?-le tomé el pelo, y Tommy se hinchó
como un pavo.
-Intentará
ponerse chulo conmigo, pero no cuenta con que yo tengo guardaespaldas. Eso, o
darme las gracias por cuidar tan bien de mi hermanita pequeña-Tommy me dio un
beso en la cabeza y me acarició el hombro-. Estás súper guapa, Sabrae, pero hay
veces en que es mejor estar un poco menos guapa y un poco más cómoda.
-Lo
tendré en cuenta para la próxima gala a la que me lleves. Ah, no, ¡que todavía
no me has llevado a ninguna!
Tommy
se echó a reír, se aflojó la corbata un poco, se quitó la chaqueta y la dejó a
mi lado. Tras darle un toquecito a Diana en el costado, le dijo que la vería en
la pista de baile. Diana asintió con la cabeza, se relamió los labios mirándole
el culo, y luego, antes de levantarse, me confió:
-Tommy
y yo lo hemos hecho en el spa. Creíamos que estaría cerrado, pero no. No quería
decirte nada para que no me copiaras el polvo, pero… creo que te hará bien a
los pies. No seas tan dura contigo misma, ¿vale, Saab? No tienes por qué
aguantar a lo tonto si crees que necesitas un descanso. Alec lo entenderá. Y sabrá
dónde buscarte-añadió con una sonrisa cómplice. Se incorporó y su pelo dorado
cayó en cascada sobre sus hombros, pero se lo apartó de ellos enseguida-. Hagas
lo que hagas, estará bien. A él ya le está encantando esta noche sólo porque
estás aquí. Si algo he aprendido con Tommy, es que con el chico indicado no
tienes que tratar de alcanzar ningún absurdo estándar que te metas en la
cabeza. Para él será suficiente todo lo que tú hagas. Así que relájate y
disfruta-me guiñó un ojo, dejó el bolso bajo la chaqueta de Tommy, y se adentró
en la pista de baile.
Me
quedé sentada allí, sola, protegida por la música y los cuerpos demasiado
ocupados en disfrutar de la noche como para fijarse en mí. Comprendí entonces
que había puesto unas expectativas demasiado altas sobre mis hombros, y que
sentía que estaba fracasando, en parte, porque lo había planeado todo con
demasiado detalle, coordinando cosas que no debían coordinarse, y no me había
dejado llevar como me gustaría. Sí, quería estar lo más guapa posible para Alec. Sí, me intimidaban sus compañeras
de clase, tan perfectas y tan altas y tan delgadas, y sobre todo tan mayores.
Sí, creía que tenía que ganarme el derecho de estar allí siendo la más guapa
del lugar, cuando aquello era justo lo que mamá me había enseñado que no debía
hacer: ver a otras mujeres como mi competencia, en lugar de como mi apoyo.
Si
había aguantado tanto tiempo con los zapatos puestos también había sido por
orgullo. No quería enfrentarme a las miradas cargadas de superioridad de las
graduadas, viendo cómo me retiraba descalza, como si estuviera derrotada. No
quería pensar que ellas tampoco lo aguantarían, porque en mi mente había
formado una fantasía de que ellas lo conseguirían todo, que yo era la única que
no hacía pie a pesar de tener el agua al cuello, cuando todas éramos
diferentes, con nuestras experiencias, nuestras virtudes y nuestros defectos, y
eso no nos hacía menos válidas. Me di cuenta de que, si Shasha hubiera estado
en mi situación, le habría dicho lo mismo que Diana me había dicho a mí:
relájate y disfruta.
Aquella
era la noche de Alec, pero también era la mía. Yo también había trabajado muy
duro para ayudarlo, y me merecía aquella fiesta como la que más. Aquella
graduación también era un poco mía, y pasarse la graduación sentada porque te
duelen los zapatos y eres demasiado orgullosa para buscar una solución que no
pase por descalzarse o buscar un tiempo de alivio para ti misma es más bien
triste.
Tenía
dos opciones: vivir como había hecho hasta entonces, sin preocuparme de lo que
los demás pensaran de mí, alzándome orgullosa y valiente en un mundo que me era
hostil, descalzarme e ir hacia Alec, preguntarle si quería bailar, o retirarme
un momento al spa para estar a solas conmigo misma, disfrutar de mi propia
compañía, reordenar mis pensamientos, descubrir por qué me había vuelto tan
terca… y, de paso, aliviarme un poco los pies.
Pensaba
que la decisión dependía exclusivamente de mí, hasta que vi a las chicas del
baño junto al grupo de amigos de Alec. Realmente me apetecía más estar con mi
novio, bailar con él aunque fuera descalza, poniendo especial cuidado en que
nadie me pisara, pero no quería ver lo que podía suceder a continuación. Que me
mereciera estar en aquella fiesta no quería decir que se estuviera haciendo en
mi honor. Yo ya tendría mi propia graduación, con mis amigas, mis compañeros de
clase y el resto de mi promoción; Alec, no. Alec se merecía disfrutar de la
noche como nadie.
Lo
cual incluía experimentar, hacer locuras, desfasarse más que de costumbre.
Después de todo, aquella no era una fiesta normal.
Así
que, si quería, podía tomar drogas.
Y lo
cierto es que yo no quería verlo. Sabía lo que las drogas podían hacerle a la
gente, lo que les habían hecho a mi padre y a sus compañeros de banda, lo que
les habían hecho a tantísimas personas que era imposible recordar todos sus
nombres. Lo que le habían hecho a Diana.
Por
eso me generaban muchísimo respeto, un respeto que ganaba a la curiosidad que
me producía el pensar en qué se sentía. Una curiosidad que, por otro lado,
otros tenían más desarrollada que yo, o a la que valoraban más que los posibles
efectos secundarios. No me daba miedo probar según qué sustancias estando con
Alec, pero hacerlo en una fiesta para mí era completamente distinto. Y, con
todo, aquella era una experiencia que él y sólo él debía decidir si quería
tener o no. En mis manos sólo quedaba el decidir si quería ver a mi novio
drogándose.
O a
mi hermano. Ése que me había encontrado, que me había dado mi nombre, cuyo nombre
había sido mi primera palabra, que me había robado de la cuna en las primeras
noches en casa y que se había asegurado de que nadie me hiciera daño mientras
crecía. Mi pilar, mi roca, la luz en la oscuridad, mi atrapasueños, el ritual
que me aseguraba la paz. Scott ya no era el niño que había sido una vez; era
una estrella, y las estrellas también consumían en las fiestas. Quizá él lo
hiciera, o quizá fuera boba por pensar en esa posibilidad sólo como una
posibilidad y no como algo a ciencia cierta, pero… no quería verlo. No estaba
lista para grabar esa imagen en mi retina.
Y,
como me dolían los pies, decidí que lo mejor sería marcharme. Me iría al spa un
rato, me sentaría con los pies en el agua, dejaría que la fiesta siguiera su
curso y que todo fluyera.
Así
que me levanté, atravesé la marea de cuerpos en dirección a la puerta, y la
empujé. Estaba más dura de lo que me esperaba, pero después de un poco más de
esfuerzo, logré abrir un hueco lo suficientemente grande como para colarme por
él y salir. Cuando la puerta se cerró tras de mí, me invadió una extraña
sensación de soledad que, mezclada con el sentimiento de estar haciendo lo
correcto, provocó un huracán en mi interior que me mareó un poco.
O
puede que sólo fuera el alcohol.
La
moqueta parecía cálida y confortable, una opción mucho mejor a la tortura que
eran mis zapatos, así que me descalcé. Me bajé despacio de los tacones, dejando
que mis dedos doloridos y ardientes se extendieran por el suelo de color vino,
tan suave como una nube hecha de polvo de rubí. Me quedé un momento allí
quieta, disfrutando de la sensación de estar sola después de tanto tiempo
sintiéndome observada en todo momento, y con los pies ya liberados de esa
prisión hermosa pero letal que eran mis zapatos. Cuando reuní el suficiente
coraje, eché a andar. Caminé por los pasillos desiertos, sumidos en el silencio
que imperaba por encima del tímido hilo musical, sin un rumbo que seguir ni
nada por lo que orientarme. Sólo cuando llegué al vestíbulo vi los carteles.
Antes de que pudiera marcharme, una de las recepcionistas captó mi atención,
preguntándome si podía ayudarme en algo. Dudaba que tuviera nada que pudiera
aliviar el dolor de mis pies, así que sólo le pedí una botella de agua. Extendí
el billete de 10 libras encima de la mesa y le dije que se quedara con el
cambio mientras echaba a andar en la dirección de las flechas, con la botella
en la mano y los zapatos en la otra.
Por
fin, llegué a unas sobrias puertas de roble oscuro con dos barras circulares
plateadas en el centro. Encima de las puertas había una inscripción con el
nombre del hotel, y a la derecha una placa con la silueta dorada de una figura
en posición de meditación y un abanico en donde estaría su mano derecha a cuyos
pies había una inscripción que rezaba:
THE SPA
AT
MANDARIN ORENTAL
LONDON
Horario de apertura: lunes a sábado 9:00 a
22:00
Domingos de 9:00 a 21:00
Doce
horas de spa entre semana… no estaba nada mal. Quizá deberíamos regalarles a
papá y mamá una sesión en el spa para su próximo aniversario. Y, si no fuera
porque Alec estaría en el voluntariado durante su siguiente cumpleaños, me lo
traería aquí. Visitar hoteles de lujo en su cumpleaños podía ser la primera de
muchas tradiciones que compartir.
Rezando
para que Diana no me hubiera engañado, como si la americana fuera capaz de algo
así, agarré una de las barras y tiré de ella. Se me paró el corazón cuando
encontré un poco de resistencia, pero de nuevo no era más que el peso de la
puerta haciendo de las suyas con mis brazos, que no se esperaban tener que
esforzarse.
Conseguí
abrirlas sin que sonara ninguna alarma, y me metí en el interior. Aparecí en un
vestíbulo redondo con una alfombra redonda en color mostaza en el centro,
custodiando una mesa de cristal a la que rodeaban cuatro sillones bajos de color
azul tejano. En el fondo de la sala estaba el mostrador de recepción del spa,
ahora vacío.
A
pesar de las altas horas de la noche, la lámpara del techo seguía encendida,
dejándome apreciar los detalles de decoración: las revistas de moda sobre la
mesa, las mantas como tejidas a mano sobre los sillones, los cojines a juego
con la alfombra, las mesas de madera oscura con flores (¡orquídeas!) claras
sobre ellas, de pétalos tan grandes que, de no ser éste un lugar de renombre,
habría creído que serían falsas. Me acerqué a una orquídea amarilla cuyas
flores eran tan grandes como mis dos manos juntas, y les hice una foto,
confiando en que mamá querría visitar pronto el spa aunque fuera sólo por ver
las orquídeas, y en que Annie sería capaz de criar unas que imitaran ese color.
Me giré sobre mí misma observando la estancia
al completo como si fuera una bailarina en plena coreografía, y me detuve
frente al mostrador del spa, de decoración muy similar a la barra del bar. Pasé
los dedos por el barniz impoluto, y tras echar un vistazo a uno de los folletos
con todas las instalaciones disponibles para los clientes del hotel, me detuve
a escuchar. Diana y Tommy podían haberlo hecho en ese mismo vestíbulo, pero
algo me decía que lo habían hecho en el spa propiamente dicho, y no en una sala
que, si bien era muy elegante, podría ser tanto un spa como el recibidor de un
dentista.
A
ambos lados de la barra del spa había una puerta, y me veía en la disyuntiva de
tener que escoger una de las dos. Afinando el oído, me concentré en escuchar si
de alguna procedía el sonido del agua corriendo, y tras comprobar que lo único
que se escuchaban eran los latidos de mi corazón y la música zen que todavía
sonaba en los altavoces de la sala, decidí probar suerte y empujar la puerta de
la izquierda según se entraba. ¿Por qué? Por una tontería: Alec era zurdo.
Y la
tontería funcionó: en cuanto empujé la puerta, el sonido del agua burbujeando,
corriendo, cayendo y saliendo a chorro inundó mis oídos. Sin perder tiempo,
atravesé la puerta y bajé los escalones que conducían a una piscina interior de
unos dos carriles, anclada en una habitación que parecía tallada en lava
volcánica, con máscaras talladas en la pared que me recordaban a la Polinesia.
Supe que
había tomado la decisión acertada en cuanto dejé los zapatos en el suelo y me
senté al borde de la piscina, con los reflejos del agua bailando sobre mi piel,
convirtiéndome en una diosa del agua que podía sentir dolor y placer a partes
iguales. No sólo necesitaba descansar y dejar que mis pies lo hicieran también,
sino que también debía darle a Alec un respiro. Ya le había robado bastante
atención: aquella era su noche, suya y de nadie más, una noche agridulce llena
de despedidas y promesas en las que no podía centrarse si yo estaba presente. Nos
absorbíamos el uno al otro como una obra maestra absorbe al resto de obras de
arte en la habitación, como el David eclipsa
a las demás estatuas o Las meninas acapara
todas las miradas en su estancia.
Todo venía
de lejos, estaba destinado, escrito en las estrellas como el paso del tiempo y
echar de menos a quienes han compartido seis horas al día contigo a lo largo de
doce años. Por supuesto que la noche iba a ser triste, por supuesto que
llorarían, por supuesto que los Nueve de Siempre se merecían los unos a los
otros, enteramente, únicamente, en exclusiva. Aquello era un final y un
principio a la vez, como una especie de prólogo dentro de un epílogo, o quizás
al contrario. No sabría decirlo.
Sólo sabía
que yo era un futuro que se había cernido sobre ellos, el principio de una
nueva historia que estaba destinada a coprotagonizar con Alec. Nos esperaban
grandes cosas, y yo sería la única en primera fila para verlas. Por eso, me
correspondía dar un paso atrás.
Despacio,
deleitándome en la sensación de alivio que me invadió como un escalofrío, metí
los pies en el agua, sintiendo su frío hacer que el ardor de mis pies se
batiera en retirada. Se me escapó un gemido de satisfacción, cerré los ojos y
balanceé los pies en el agua, chapoteando un poco, disfrutando de esa sensación
de ingravidez que hacía que mis dolores fueran disipándose poco a poco.
-Creía
que ese sonido sólo lo reservabas para mí-dijo una voz muy conocida a mi
espalda, y yo me giré. Alec estaba de pie en la puerta de la piscina,
sonriéndome, con una copa que no podía ser otra que un San Francisco en una
mano y la otra guardada en el bolsillo de su pantalón. Su sonrisa de Fuckboy® le
iluminaba la cara, una cara de la que ni el mármol era merecedor de
inmortalizarla. Los reflejos del agua dibujaban patrones danzarines de un
cambiante turquesa en su piel, una piel que yo vería ir cogiendo poco a poco
ese tono bronceado tan atractivo con el que volvía de Grecia cada verano.
Estaba
más guapo que nunca, más atractivo que nunca. Un relámpago me recorrió de pies
a cabeza, y tardé un instante en darme cuenta de a qué se debía el cambio.
Se había
quitado la corbata y se había desabrochado el primer botón de la camisa. Y yo
que pensaba que no había nada más sexy que un chico abrochándose el botón de la
americana.
-Alec-su
nombre se escapó de mis labios en un jadeo, y su sonrisa se curvó un poco más-.
¿Qué haces aquí?
-Te
he visto marcharte-bajó despacio los escalones de la puerta y se acercó a mí,
todavía con la mano en el bolsillo. Por la forma en que me miró a los ojos, lo
supe. Lo sabía.
Sabía
que no había estado tan guapo en su vida y que me tenía completa y
absolutamente a su merced.
-Deberías
estar en la fiesta-le reproché sin embargo, y él rió entre dientes.
-Ya
soy un hombre, Sabrae. Déjame decidir qué hago cuando la luna se esconde.
¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕
Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺
He disfrutado mucho el cap!! Es verdad que no ha pasado mucho, pero estamos viendo detalles muy guays de la graduación y yo encantadísima. No sé en que momento llegaste a pensar que podrías escribir toda la graduación en un solo capítulo JAJAJAJJAJAJAJ
ResponderEliminarComento alguna cosaaa
- Me ha encantado Sabrae hablando de zayn y sherezade al principio.
- Me ha gustado un montón el momento Scott y Sabrae.
- Scott hablando del morreo con Tommy me meooo
- Ay que Eleanor no ha podido ir a la graduación porque está siendo exitosa y no quería que Scott se perdiese nada de su noche :’)
- SABRAE, ALEC, MIMI Y ELEANOR DE VACACIONES HE CHILLADO
- Karlie y Tam me dan la vida
- Me ha gustado mucho la conversación de bey, diana y Sabrae. Y en general todos los momentos en los que se juntan varios y se empiezan a picar por cualquier cosa jejejejjeje
- y bueno el final, AYYY LO QUE SE VIENE.
TENGO MUCHASS GANAS DEL SIGUIENTE CAP<3
El pedazo polvo que van a echar estos dos en el spa ya estoy chillando de antemano.
ResponderEliminarMe da mucha pena Bey con la rayada que lleva encima la pobre con respecto a dejar de estar con Alec y todos en general tanto como antes y es totalmente entendible lo de que tenga miedo de sentirse apartada al liarse sus dos mejores amigas. Pobreta mia.
El momento final me lo guardo en un rinconcito de mi mente pa siempre, estoy living con esa frase final, el puto Alec no puede ser más épico dios lo amo.