domingo, 5 de septiembre de 2021

El soltero más codiciado.


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Todavía sentía su mano ardiendo en mi pecho incluso cuando toda la sala nos separaba. Estaba hecha de fuego, toda ella; un fuego ancestral e incandescente en el que me moría por consumirme, la verdad.
               Llevaba toda la noche manoseándome, y yo, toda la noche controlándome para no saltarle encima. Y me lo estaba poniendo extremadamente difícil: había descubierto que me ponía un montón que me dijera guarradas en un sitio abarrotado de gente, que expresara sus ganas de mí, que no pudiera guardarse sus manos para sí misma. Si ya me encantaba sentir sus uñas arañándome la espalda, sus piernas rodeándome la cintura, o sus dedos hinchándose en mi culo mientras me la follaba, imagínate lo que era recordar todo eso en un lugar en el que no podíamos hacer nada.
               O, bueno, no debíamos. Porque viendo el plan en el que estábamos ambos, no me extrañaría que termináramos haciéndolo en un rincón. A mí incluso me gustaría. Quería que todos supieran cuánto la hacía disfrutar, que vieran que la diosa de la noche sólo se encomendaba a un dios cuando sentía placer, un dios con el que yo compartía nombre. Si ya estar en la graduación era un logro, estarlo al lado de Sabrae era el triunfo más importante de mi vida.
               Es que, ¡joder! Estaba guapísima. Resplandecía como si viniera de otro planeta, una embajadora interestelar en la que habían concentrado toda la belleza del planeta para conseguir un tratado que trascendiera las fronteras de la luz. Tenía las piernas más largas que de costumbre, el vientre más plano, las tetas más turgentes, y el culo más respingón. Toda ella parecía hecha para que yo no apartara la vista de su increíble cuerpo de bronce, y para que flipara cuando me asaltaba la percepción de que yo era el único que podía disfrutar de ese cuerpo. De verdad, la única vez que la había visto más guapa que esa noche había sido en Nochevieja. Mejor que el blanco, sólo le sentaba el rojo. Mejor que un traje, sólo le sentaba un mono. Mejor que unos zapatos blancos de tacón, sólo le sentaban unas botas doradas hechas de filigrana.
               En Nochevieja, había tenido la versión demonio de Sabrae. Hoy me tocaba el ángel, pero que sólo lo era en apariencia. Y, sin embargo, que hubiera exhibido el pecado con tanta naturalidad a principios de año sólo conseguía que yo me pusiera peor.
               Claro que hoy tampoco se quedaba corta.
               -Date prisa, papi-me había dicho al oído-, que tengo mucha sed.
               Sus labios habían acariciado mi oreja de un modo en que sólo acariciaban otra parte de mi cuerpo: la punta de mi polla. Sus dientes siguieron la línea de mi lóbulo de una forma en que sólo seguía la boca. Y su mano había leído en braille en mi pecho de un modo en que sólo lo hacía en una situación muy concreta: cuando se ponía encima, sus tetas en primer plano, su sexo invadido por el mío, y se echaba hacia atrás con una sonrisa a punto de estallar en un orgasmo explosivo.
               Jo.
               Der.
               Como para no empalmarme.
               Estaba haciendo un esfuerzo titánico para no saltarle encima. Aún ahora me fascinaba no haber hecho nada con ella. Y lo peor de todo es que me encantaba esta Sabrae descontrolada y ansiosa por tener sexo. Me gustaba que me dejara bien claro lo que quería, resistirme a duras penas a ella, ver cómo fantaseaba con lo que le haría esa noche. Puede que incluso le destrozara el traje para poder follármela. Sabía que no le haría gracia no disponer de la prenda, pero siempre podía comprarse otro igual. En cambio, un polvo desesperado en el que todo te molesta, ropa excitante incluida, era algo que los dos no sólo queríamos, sino que necesitábamos: ya me imaginaba en Etiopía, tumbado en la cama, pensando en ella y recordando irremediablemente el sonido de la ropa al rasgarse, sus pechos brincando liberados, su grito de placer…
               -Oh, Dios mío, Alec, sí.
               … cuando la penetrara. Solos ella, yo y nuestros sexos unidos. Estaría apretada pero húmeda. Se mordería el labio y gemiría. Duraríamos poco, pero nos empaparíamos de sudor igual que si lo hubiéramos estado haciendo toda la noche. Le demostraría quién mandaba, la demostraría cuánto me importaba, cuánto iba a echarla de menos y lo mucho, muchísimo que me arrepentía de haber planeado el voluntariado. No me importaría tomarme un año sabático metido en su cama; de hecho, puede que me sintiera igual de realizado, por no hablar de que me resultaría mucho más placentero y sin tener que hacer tantos trámites.
               Noté que se giraba y clavaba los ojos en mí entre la gente, y fue como si todo el mundo se difuminara en una escala de tristes grises en las que ella brillaba como un hada blanca, un faro en mitad de la noche. Levanté la vista para encontrarme con su mirada, sin ser siquiera consciente de que se había alejado tanto de mí: tan fuerte era el embrujo al que me tenía sometido, que ya ni siquiera percibía la distancia que había entre nosotros. Ojalá fuera así en África.
               Sabrae sonrió y se relamió los labios al ver en mi mirada lo que no alcanzaba por culpa de la muchedumbre que se interponía entre nosotros: había conseguido que me empalmara.
               Normalmente no se comportaba así. Normalmente era ella la que nos paraba los pies a ambos, y yo el irracional. Sin embargo, no me disgustaba del todo esto de tener nuestra vida sexual en mis manos. Tendría que ponerme trajes más a menudo.
               No contenta con haberme llevado al límite de mis fuerzas y mi autocontrol, Saab se dio un beso en la punta de los dedos, se inclinó y me lo lanzó como si fuera un minúsculo avioncito de papel animado por su aliento. No pude evitarlo: sacudí la cabeza, puse los ojos en blanco y me eché a reír
               -Cabrona…
               Sabrae se rió al verme, se encogió de hombros, elevando uno más que el otro, y se giró para seguir su camino. Me rompió un poco el corazón que me diera la espalda, ya que tenía todo lo malo de que se diera la vuelta (dejar de ver esa carita suya, y también sus tetas) sin lo bueno (verle el culo).
               Así que, abriéndome paso entre la gente, me acerqué al bar. Los camareros, de punta en blanco, no daban abasto con todo lo que les pedíamos, así que me saqué el móvil del bolsillo interior de la chaqueta y decidí entretenerme un poco.
Ya veremos si te ríes tanto cuando me supliques para que te folle. A este juego podemos jugar dos.
               Levanté la vista y me la quedé mirando. Sabrae se sentaba con las chicas en ese preciso instante. No echó mano del bolso en ningún momento.
¿Te dejaré sentarte en mi cara como lo estás haciendo en ese sofá? Mmm, decisiones, decisiones. Si te sigues portando como hasta ahora, seguramente NO, zorra.
               Un movimiento en el borde de mi campo de visión me distrajo. Una chica de pelo castaño, cuidadosamente recogido en una coleta larga, se plantó delante de mí.
               -Bienvenido al Mandarin Oriental y enhorabuena por su graduación, señor-dijo, sin mirarme a los ojos, mientras limpiaba unas gotas inexistentes de su parte de la barra-. Me llamo Jade y seré su barista esta…-levantó la vista, clavó los ojos en mí y se puso colorada-. Uy. Hola.
               -¡Jade! ¡Hola! Me parecía que me sonaba tu cara.
               Soltó una risita nerviosa, algo que yo no la había escuchado hacer cuando la conocí, básicamente porque no teníamos tanta confianza… ya que yo le había entregado un paquete y había terminado tirándomela en su piso de estudiantes, que tenía milagrosamente vacío durante la siguiente hora, pues sus compañeras se habían ido a la biblioteca a estudiar.
               -Alec, ¿verdad?-preguntó con forzada casualidad. Incliné la cabeza a un lado.
               -Auch, eso me ha dolido. ¿No soy el único repartidor al que te has tirado? Dime, en un ránking que hicieras de tíos con los que te has acostado, ¿en qué posición estaría yo y por qué me habrías descalificado por hacer quedar de puta pena a los demás?
               Se echó a reír.
               -Tengo que parecer una profesional, espero que lo entiendas. Oye, salgo a las seis. ¿Qué me dices si te tomas la última en mi casa?
               Torcí la boca.
               -Lo siento, tengo novia.
               Parpadeó.
               -¿Y ahora eso es problema?
               -Cuando nos liamos no la tenía.
               -Ajá. Vaya por Dios, todos los buenos estáis cogidos-suspiró-. Bueno, dime, ¿qué te pongo?
               -Roncola y un mojito; mejor si es de cereza-asintió con la cabeza, musitó algo parecido a “algo podremos hacer” y se volvió hacia sus botellas-. No me cargues mucho el mojito, si haces el favor.
               -¿No te quieres arriesgar a ser el primero al que sacan a rastras?-me pinchó, y yo me eché a reír.
               -No, lo que no quiero es que a mi chica se le olvide lo que tengo pensado hacerle-volví a mirar en dirección a Sabrae, que se reía con las chicas, y un latigazo de hambre y sed me recorrió de nuevo.
               -¿El roncola es para ti, entonces?-preguntó, y yo asentí con la cabeza. Chasqueó la lengua.
               -Sí, soy un básico, ya lo sé.
               Se rió de nuevo, pero no dijo nada más. Se plantó delante de mí para preparar las bebidas, pero yo apenas podía prestarle atención. Estaba demasiado ocupado mirando a Sabrae desde la distancia.

Joder, es que estás tan guapísima que hasta hace daño mirarte.

               Me guardé el móvil en el bolsillo de la chaqueta y miré sin ver realmente lo que Jade hacía con las bebidas. No podía apartarme a Sabrae de la cabeza.
               Date prisa, y me imaginaba a mí penetrándola en alguna esquina poco concurrida del hotel, tapándole la boca y mirándola a los ojos mientras estos se oscurecían con aspecto suplicante.
               Papi, y la agarraba del pelo para orientar su boca hacia la mía y poseerla con mi lengua igual que lo hacía con mi entrepierna en su sexo.
               Que tengo…, y me miraba a los ojos mientras se ponía de rodillas ante mí.
               … mucha, y me bajaba la cremallera de los pantalones, me los desabrochaba y liberaba mi polla. La acariciaba con la mano, deleitándose en lo grande y gorda que se ponía.
               … sed, y se metía mi polla en la boca, y me hacía ver que tal vez fuera yo el mayor, el experimentado y el que más sabía de sexo, pero la que mandaba era ella. Siempre ella. Y yo le pertenecía.
                Jade colocó con eficiencia dos posavasos en la barra, frente a mí, sacándome de mi ensoñación y haciéndome espabilar.
               -Que disfrutéis de la noche-sonrió con sinceridad, y yo asentí con la cabeza, le di las gracias, recogí los vasos y me metí entre la gente.
               Normalmente, Sabrae me atraía hacia ella con la fuerza del imán más potente que hubiera conocido el hombre. Siempre se las arreglaba para hacer que supiera dónde estaba, sin importar la gente que nos rodeara, y yo siempre encontraba la manera de juntarme con ella. Salvo, por supuesto, esa noche.
               El tiempo que habíamos pasado en los jardines del hotel había sido suficiente para que los demás nos cogieran una abundante ventaja, con la que no estaba seguro de que fuéramos a poder. Donde los tíos me daban codazos y me tomaban el pelo por las conquistas de la noche, en parte odiándome y tratando de hacerme daño con disimulo para que no cumpliera con las expectativas de las féminas, ahora se me plantaban delante, abrían los brazos y me felicitaban por todo lo que había conseguido, una hazaña digna de un dios, por la que no apostaban incluso aunque el que estaba intentando lograrla era yo. Vale, guay, genial, George, me alegro de que te alegres de que me haya graduado, pero ¿te puedes apartar?
               Y, por supuesto, donde antes las chicas se apartaban para dejarme pasar, sabiendo que no tenían nada que hacer conmigo tan enamorado como lo estaba, y envidiando a la que me había hecho sentirme así y con la que iba a reunirme a toda prisa, ahora se interponían en mi camino. Al parecer, Saab y yo no éramos los únicos que considerábamos la graduación como nuestra Nochevieja de verano, ya que las mismas proposiciones que me esperaban con el comienzo de un nuevo año también lo hacían con el final de mi vida académica, por lo menos en la etapa preuniversitaria.
               -¡Alec!-saludó la voz de un muro que se acababa de manifestar frente a mí apenas había abierto hueco para pasar hacia Sabrae. Ésta se inclinaba hacia las chicas, muy atenta, de manera que sus pasadores de orquídea destellaban en la penumbra de la sala, bajo las luces estroboscópicas, como si se tratara de una lluvia de estrellas a través del arcoíris.
               Desvié los ojos de mi chica un segundo, sólo para no ser maleducado. Y se me cayó el alma a los pies cuando reconocí a Lauren, con sus ojos verdes como la selva, su melena negra como de pantera, cayéndole sobre uno de los hombros en cascada. Su vestido era de esos que las madres juzgan con la mirada cuando las chicas los visten en ocasiones así, y de los que levantaban chismorreos entre las chicas con menos confianza en sí mismas, que no se verían llevándolo ni en un millón de años. Apenas dejaba espacio para la imaginación: era rojo, de amplios tirantes cruzados en la espalda, con pedrería en los bordes de los tirantes, las tiras abiertas sobre sus caderas y su falda, y se ceñía a su piel de forma que casi se le notaba incluso el ombligo, bajando apenas dos dedos de sus muslos, lo suficiente como para que cualquier desgraciado sobrecargado de testosterona en un radio de cinco kilómetros tuviera que recurrir a respiración  asistida en el caso de que a ella le diera por bailar.
               -Hey-dije, como si estuviera en una fiesta en una casa como las de las películas americanas, fuera un empollón y no tuviera ni idea de lo que era un clítoris. No pensé que pudiera sonar así, pero aparentemente relacionarme con una de las tías más buenas del instituto la noche en que mi novia me tenía subiéndome por las paredes hacía que sintiera una extraña presión en la garganta. Y, dado que no me había movido la corbata desde la cena, juraría que no era ésta-. Lauren. ¿Cómo estamos? ¿Te lo estás pasando guay?
               -Genial. Y no soy la única-me escaneó con la mirada y luego me puso las manos en el pecho. Me puse tenso en el acto, pensando en lo que pasaría si Sabrae me veía coqueteando con otra chica. Claro que yo no estaba coqueteando, simplemente…
               Lauren me pasó una mano de uñas pintadas de negro por la solapa de la chaqueta y sonrió.
               -Estás muy guapo esta noche. Quiero decir, más que de costumbre-me guiñó un ojo y yo asentí con la cabeza, tratando de esbozar mi sonrisa más diplomática.
               -Gracias. Tú tampoco estás mal. Si me disculpas, mi novia me está esperando. La monogamia, ya sabes-puse los ojos en blanco y me encogí de hombros-. Nos convierte en camareros.
               -Precisamente sobre Sabrae quería hablarte-respondió Lauren jugueteando con su pelo, enroscando un dedo en un mechón mientras la otra mano permanecía en la solapa de mi chaqueta, palpando los músculos que se intuían debajo.
               Volví a mirar a Sabrae, que de repente parecía muy seria escuchando a las chicas. Intenté no pensar en que ella también me acariciaba como lo estaba haciendo Lauren, ya que aquello podía descontrolarme. No debía pensar en Sabrae cuando tenía otra chica tan cerca.
               -¿Ah, sí? Ni siquiera sabía que os conocierais. ¿Os conocéis?
               -No tengo el gusto-respondió, haciendo un mohín-. Sin embargo, he oído… cosas.
               -¿Qué cosas?
               -Es bisexual, ¿verdad?
               Se me aceleró el corazón en un instante.
               -¿Discúlpame?
               -También le gustan las chicas. Es que, verás, llevo un rato dándole vueltas al hecho de que todavía tenemos una cuenta pendiente. De Nochevieja, ¿recuerdas?
               -Ah. Ya-mierda, mierda, mierda. ¿Cómo puede acordarse? Han pasado meses, pensé, desesperado.
               Alec, tío. Eres el mejor polvo que han echado en su vida todas las chicas con las que te has acostado, me recordó una voz chulesca en mi cabeza, la que más se parecía a mi forma de hablar antes. Es evidente que se iba a acordar.
               Nos vi de nuevo de pie en el pasillo de la casa que habíamos alquilado en Nochevieja, yo con un traje muy similar a este, todavía más sinvergüenza que ahora, y una única preocupación en mente: Sabrae. Lauren llevaba un vestido de cuero que le habría hecho trizas si no fuera por la chica de la que estaba enamorado y que me había dado calabazas hacía sólo un par de días, e iba acompañada de una amiga con la que le apetecía pasárselo mal en mi compañía.
               -Sabía que te acordarías de mi oferta-sonrió-. Quiero que sepas que sigue en pie. Y, ya sabes, dado que estamos de celebración… no veo por qué no podemos cumplir, sobre todo teniendo en cuenta que tu chica comparte tus gustos-me guiñó el ojo-. ¿Qué me dices, Al?-ronroneó, acariciándome de nuevo las solapas de la chaqueta con ambas manos. Hizo un puchero, haciendo su labio inferior sobresalir en una oruga roja y rosa-. ¿Os apetece que pasemos una buena noche? Seguro que a ella no le importa compartirte-sonrió, tirándose de uno de los tirantes de su vestido-. Seguro que a ella no le importa compartirte con otra-me guiñó un ojo y sonrió, alzando una ceja.
               No pude evitar echarme a reír. ¿Aceptaría la propuesta Sabrae si se la transmitía? No lo sabía, pero me parecía poco probable. Sí que habíamos tratado algunas veces el tema de invitar a alguien a nuestra cama, pero tal cual habíamos afrontado las conversaciones, era más por la persona que por el hecho en sí. Es decir, a ambos nos daba muchísimo morbo hacer un trío, y ella parecía esperarlo con impaciencia en vista a lo que yo le había contado de los que había hecho, pero… siempre había una protagonista. Que, casualmente, estaba sentada al lado de Sabrae, y salía con uno de mis mejores amigos.
               -Lauren, creo que te has confundido con Sabrae. El obsesionado con el sexo de los dos soy yo, nena, pero tengo un problema-me incliné hacia ella para susurrarle al oído-: el que no está dispuesto a compartir a su pareja soy yo.
               Lauren abrió la boca, dispuesta a replicar, pero viendo que no merecía la pena y que no iba a conseguir nada conmigo, levantó la mano en el aire, girándola como si estuviera espantando un bicho, se giró sobre los tacones y se perdió entre la gente. Pude ver que se detenía un momento a mirar a Scott, que bailaba con Tam, pero luego continuó caminando. Sí, los reyes del sexo de la promoción están los dos cogidos, cielo, así que tendrás que buscarte a otro nuevo con el que aparearte, pensé.
               Hablando de aparearse… conseguí abrirme hueco entre la gente y, por fin, llegar a la esquina en la que se habían sentado mis amigas. No sabía cómo se las apañaban, pero las chicas siempre se hacían con el mejor sitio en los locales, sin importar que no hubieran estado en su interior nunca antes. Parecían enfrascadas en una conversación interesantísima, o a eso quise achacar el hecho de que Sabrae ni se dignara a mirarme siquiera. Auch. Nena, que estoy aquí, en traje y cachondísimo, trayéndote las bebidas. ¡Hazme caso!
               Justo antes de que yo entrara en el círculo de tranquilidad que habían formado en la esquina, Karlie se giró para dejar su copa sobre los bordes de los sofás y gimió:
               -Vais a pensar que es una locura.
               -¡No!-corearon Bey, Diana y Sabrae a la vez, inclinándose hacia ella como si pretendieran protegerla de algo que la acechaba.
               -¿Qué es una locura?-pregunté con inocencia. Si Karlie estaba rayada por algo, yo podía ayudarla. La había escuchado comentar sus movidas de olla una y mil veces, y jamás me había quejado. Todo lo contrario. Me gustaba que las comentara conmigo; me hacía sentir especial, como si encontrara en mí un refugio que no encontraba en mucha más gente. Además, ¡hola! ¡Yo le había presentado a su primera novia! Iba conmigo al gimnasio y no me miraba cuando hacía saco, un claro indicativo de que era lesbiana, como el noviazgo de siete meses con Karlie efectivamente me confirmó.
               Sin embargo, las chicas no parecían dispuestas a dejar atrás su papel de consejeras.
               -¿Qué haces aquí?-siseó Sabrae, girándose hacia mí como un auténtico basilisco. Me quedé pasmado al ver su rabia, como si le molestara de verdad. ¡Pero si hacía unos minutos me había manoseado como una perra en celo!-. Vete.
               -Eh, ¿traerte tu bebida?-respondí, levantando su copa en el aire para que la viera. Sabrae se levantó como un resorte y me la arrebató de las manos antes siquiera de que yo tuviera tiempo de reaccionar, y eso que tengo unos reflejos de felino que rara vez me fallan. Lo hizo con tanto ímpetu que se formó un pequeño tsunami en el interior del vaso, derramando unas gotas que no me cayeron encima por los pelos-. Pero, ¡nena!
               ¿Qué cojones le pasaba? Mierda, ¿no me habría visto con Lauren y se pensaría que estaba tonteando, no? Ella sabía que le era más fiel que un perro abandonado. Por Dios, si iba a ser célibe durante un año sólo porque no quería decepcionarla. Bueno, y tampoco es que me atrajeran el resto de chicas ahora que la tenía a ella, pero como era tan amor libre y tan ~DiSfRuTa Tu SeXuaLiDaD, ALeC~, ya me había dejado caer varias veces que, si caía en la tentación, no pasaba nada, que lo entendía.
               Ni que yo fuera un puto mandril.
               Bueno, vale, era un mandril con ella, pero ella no contaba.
               Abrí la boca para protestar, pero como el rey de la oportunidad que era, Max se plantó a mi lado, surgiendo entre la gente como una bruma peligrosa en un horizonte despejado. Se me hizo un nudo en el estómago, pero ver su expresión arrepentida me hizo no temer por una pelea.
               -Al, ¿podemos hablar?-preguntó. Sabrae se masajeó las sienes, los ojos cerrados y una expresión molesta en la cara, que estalló cuando Max se giró hacia ella y añadió-. Y, Sabrae, si puedes acompañarnos…
               -Estoy ocupada-sentenció, y los dos nos la quedamos mirando. Ocupada haciendo ¿qué? Estábamos en una fiesta, ¿cómo se puede estar ocupada en una fiesta?-. ¿Qué pasa? ¿Tengo monos en la cara?
                No, la verdad es que tienes una cara monísima.
               -¡Venga, fus, fus!-agitó la mano en el aire-. ¡Piraos ya! ¡Estamos hablando de cosas de chicas! ¡Las pollas no son bien recibidas!
               Max y yo nos miramos. Él parecía tan confuso como yo, y eso que no sabía hasta qué punto Sabrae recibía bien las pollas.
               -¿Os tengo que tirar la copa encima?-nos amenazó, levantándola como si fuera la espada de un verdugo, y yo no necesité que me lo repitiera dos veces. Sabiendo de sobra que era perfectamente capaz de espantarme con cualquier método con tal de estar ahí para las chicas, me escabullí entre la gente esperando que el pobre Max me siguiera. Estaba muy guapo con su traje negro y su camisa azul; sería una pena que Sabrae se lo tiñera todo de rojo.
                -¿Crees que estamos lo suficientemente lejos?-preguntó cuando yo me detuve frente a un corro de chicas que se me comieron contra la mirada en cuanto se dieron cuenta de que estaba a su lado.
               -Eh… quizá lo que pretendiera era que nos fuéramos del país, pero creo que tendrán que conformarse con esto-grité para hacerme oír sobre la música, y Max se inclinó hacia mí.
               -¿Podemos ir a un sitio un poco más tranquilo? Necesito hablar contigo.
               Asentí con la cabeza, le di un toquecito en el pecho con los nudillos, indicándole que me siguiera, y me despedí de las chicas con un “señoritas”. Lo llevé de nuevo hasta la barra, en una esquina poco concurrida gracias a que todo el mundo estaba en la pista, o apoltronado en un sofá chismorreando.
               -¿Te pido algo?-pregunté, y Max negó con la cabeza. Luego, sin embargo, asintió, y esperó a que nos trajeran su bebida para aclararse la garganta. Tamborileó con los dedos, mirando su vaso mientras yo me quedaba mirando a Sabrae, que seguía concentrada en la conversación con las chicas. ¿De qué estarían hablando?
                Como si sintiera mis ojos sobre ella, Sabrae se giró y clavó la vista en mí. Me recorrió un escalofrío. Parpadeó, observándome, y luego hizo un ligero gesto con la cabeza en dirección a Diana y las chicas. Por un momento, pensé que me estaba invitando a acercarme.
               Luego comprendí que se refería a Max.
               -Escucha, Al, quería decirte que…
               -No-lo corté-. Yo he sido el gilipollas de los dos.
               -Yo no me he quedado corto.
               -Ya, bueno, pero yo voy a disculparme primero porque soy el mayor de los dos. En más de un sentido-comenté, entrechocando el culo de mi vaso con el borde superior del suyo. Le guiñé un ojo y Max se rió. Los dos dimos un sorbo y dejamos los vasos despreocupadamente sobre la barra. Ventajas de ser hombre. No tenemos que preocuparnos de que nos echen nada en la bebida.
               Mis amigas y Saab tampoco, ya que todo el mundo sabe que soy perfectamente capaz de matar al hijo de puta que se atreva siquiera a pensar en hacerles daño. Pero, aun así, darme cuenta de que podía despreocuparme completamente de mi bebida y aun así no correr peligro me molestaba. Antes de empezar en serio con el tema de Max, volví a mirar a Sabrae. Esta vez ella no sintió mis ojos sobre su cuerpo, sino que siguió hablando concentrada con las demás.
               -Te debo una disculpa-dije, aún con los ojos en mi chica. Finalmente me armé de valor para mirar a Max. Todo lo que me había dicho Sabrae era verdad: no debería haberme metido en su relación, no debería haberle juzgado como lo hice. Por mucho que me pareciera una locura pensar en matrimonio con 18 años, mis tiempos no eran universales, y si Max se sentía preparado y quería dar ese paso, yo debía apoyarlo. Nada más. Debía guardarme mis opiniones para mí, especialmente siendo malas-. Me arrepiento mucho de haberme puesto contigo como me puse. No, no sólo porque no soy nadie para meterme en relaciones ajenas, sino porque tú apostaste por Sabrae y por mí desde el primer día.
               Los ojos de Max estaban fijos en mí. Creo que nunca había estado tan concentrado en nada que yo le dijera como entonces. Me relamí los labios y toqueteé el vaso, pensando en cómo podía hacer para resolver todo lo que Max y yo nos habíamos dicho. Cosas que ninguno de los dos pensaba, cosas que los dos nos habíamos arrancado al otro a base de ira.
               -Toda la mierda que te dije respecto a Bella no iba en serio. Es decir…-me pasé una mano por el pelo-, no voy a insultar a tu inteligencia y decirte que sí que la tratamos igual que al resto de novias del grupo, porque es evidente que no es así. Pero creo que eso es algo que simplemente nos sale solo; no forma parte de ningún plan ni de ninguna estrategia para que rompáis como insinué en la cena. No nos disgusta. No nos cae mal. Es sólo que… bueno, no estamos acostumbrados a ella como sí lo estamos a Diana, a Eleanor, o… a Sabrae-suspiré. No me molaba meterla en la disculpa, especialmente porque cuando más me había cabreado había sido, precisamente, cuando Max la había metido en la pelea sin venir a cuento, pero era mi amigo y le debía la verdad-. Supongo que por eso somos más fríos con ella. Y, desde luego, no pensamos que te maneje.
               Max se relamió los labios.
               -Creo que parte de que seáis distantes con ella es culpa mía.
               -Tío-le puse una mano en el hombro-, ¿cómo va a ser culpa tuya que no tengamos la misma relación? Todo lo contrario. Tú te la traes cuando te decimos que la avises. Siempre lo has hecho. Quizá la culpa sea nuestra por no decírtelo más a menudo. Es sólo que… bueno, como os veis por separado, no estamos muy seguros de si estamos en la misma onda, eso es todo. Que no pasa nada, ¿eh?-puse las manos frente a él, deteniendo cualquier pensamiento de que aquello podía ser algo malo-. Cada uno es como es, los grupos son como son… hay gente que obliga a sus amigos a aguantar más a su pareja que otros. No es ninguna crítica. Sólo digo que, quizá, si viniera más a menudo, sería más normal para nosotros… bueno, todo lo de vuestra relación. Sobre todo porque, cuando empezasteis, tú estuviste muy ausente. Por suerte, eso no nos ha pasado a ninguno  de los que nos hemos ido emparejando después de ti.
               -Al, no os gusta como nos gustan las demás. Como nos gusta Diana o Eleanor, por ejemplo-tuvo el detalle de no incluir a Sabrae en su frase, una deferencia hacia mí, o quizás un intento de que no me lo tomara como un ataque-. Quiero decir… creo que es la pescadilla que se muerde la cola, ¿sabes? Yo no me la traigo a menudo porque noto las diferencias, y creo que noto las diferencias porque no me la traigo a menudo.
               -Mira, tío… ¿te puedo ser totalmente sincero?
               -Por favor.
               -Vale, todo lo que te he dicho de que la gente es distinta está muy guay sobre el papel, y es verdad, pero una parte de mí no deja de pensar que… bueno, quizás yo hago mal trayendo todo el rato a Sabrae-admití-, y me sobre un montón con todo lo que os fuerzo a tenerla, pero, ¡joder! Lo hago porque la quiero, y porque sois mis amigos, y me gusta que estéis juntos. Así que no puede dejar de extrañarme cuando Tommy hace lo mismo que yo, Scott hace lo mismo que yo, y tú mantienes a Bella lejos de nosotros. Pero en ningún momento te lo echaríamos en cara, porque cada persona es un mundo, y cada pareja más de lo mismo. Aunque tenías razón en una cosa: tú no habrías reaccionado como reaccioné yo en la cena si te dijera que me quería casar con Sabrae. No habrías reaccionado como ninguno. Nos ha cogido por sorpresa, eso es todo, pero sé que habrías manejado mejor la situación, porque creo que tú te alegras de verdad por nosotros… precisamente porque convives más con mi novia, ¿me entiendes lo que te quiero decir?
               -O tal vez porque esos son mis planes y me parecen lógicos en los demás-río Max, encogiéndose de hombros-. Aunque, siendo franco, Al, no sé si lo llevaría tan bien si fueras tú el que se lo quisiera pedir ahora a Sabrae.
               Di un paso atrás, sorprendido.
               -¿Por? ¿Porque llevamos muy poco? A ver, no es que ahora te vaya a proponer ir juntos a elegir anillo ni mucho menos… salvo si tú quieres que te acompañe para escogerlo para Bella-añadí rápidamente, y Max se rió.
               -Ya le tengo echado el ojo a algo.
               -¿Por qué será que no me extraña?-me reí-. Pero, bueno, volviendo a lo que nos ocupa… vale, sí, llevo poquísimo saliendo oficialmente con Sabrae. Pero si contamos el tiempo que estuvimos liados extraoficialmente, ya no es tan poco. Hay muchas parejas que se casan conociéndose de menos. Y yo a ella la conozco desde que nació, prácticamente.
               -No es por el tiempo que lleváis. Es por la relación en sí.
               -¿Qué le pasa a mi relación?-intenté sonar tranquilo, pero algo dentro de mí acababa de revolverse. Lo notaba cambiando de posición, de tumbado a al acecho, convirtiendo la hierba que le había servido de cama en un escondite, perfecto para conseguir la cena.
               -No le pasa nada. Es sólo que, si te lo estuvieras planteando ya, yo te habría intentado disuadir porque… me parece que todavía estáis en una época muy volátil.
               -Guau. Vale.
               -¿Te ha molestado?
               -Eh… no lo sé. Sigue.
               -No te voy a engañar, Al. A una parte de mí le da una envidia tremenda lo muchísimo que la necesitas. Estás como...-hizo una pausa, buscando las palabras-, desesperado-decidió- cuando estás sin ella. Siempre la estás buscando-sonrió, haciendo un gesto con la cabeza, apoyado el codo casualmente sobre la barra-, como antes, cuando íbamos a empezar a hablar. Parece que la necesitas para equilibrarte, como si estuvieras incompleto si estás solo. Yo no me siento así con Bella. Nunca me lo he sentido, creo-confesó, rascándose la nuca-. Es decir, los primeros meses fueron mágicos, todo el primer año en general pareció surrealista, pero… creo que no llegó a tus niveles. Y una parte de mí se culpa porque no os hice conocerla en ese momento, ¿sabes? Quizá tu reacción… vuestra reacción, la de todos vosotros, habría sido distinta. Es que estaba en la mesa y cuando te has puesto así he pensado en que me parecía raro cómo acogimos a Sabrae-dijo, en tono de pregunta-. Y cómo ella hace lo que sea para estar contigo, incluso si eso implica aguantarnos a nosotros. Cómo la metemos en nuestros planes y ya contamos con ella también para absolutamente todo… no sé.
               -¿Y eso que tiene que ver con que mi relación sea volátil?
               -No he dicho que la relación lo sea-dijo rápidamente, llevándose una mano al pecho-, sólo la época.
               -¿Y por qué es volátil?
               -Porque todo es más… no sé-movió las manos en el aire, como si fueran medusas aéreas en busca de una corriente con la que seguir su camino-. Etéreo. Más guay. Más… bonito. Seguro que no le ves defectos.
               -¿Que no le veo defectos?-me eché a reír-. Vale, veamos… es cabezona, terca, tozuda, necia como ella sola… ¿te parecen pocos?
               -Son sólo uno, Al-se encogió de hombros, esbozando una sonrisa de “lo siento”-, y seguro que podrías convertirlos rápidamente en una virtud.
               Bueno, vale, sí, podía. La cabezonería, la terquedad, la tozudez y la necedad de Sabrae podían ser obstinación, decisión, determinación, resiliencia. Osadía, arrojo, valentía, audacia. Coraje, bondad.
               -Max... se me han ocurrido diez virtudes de un solo defecto-dije, riéndome, y Max abrió muchísimo los ojos y se echó a reír.
               -Vale, entonces, ¡olvida todo lo que te he dicho! Definitivamente, debéis casaros-agitó la mano en el aire y me la puso en el hombro-. Aunque no estaría de más esperar hasta que, por lo menos, le encuentres un defecto que no puedas convertir en virtud. Porque ahora la ves genial, y perfecta, y todo eso, y así es muy fácil querer pasar el resto de tu vida con esa persona. Cuando ya es amor de verdad es cuando esa persona empieza a molestarte.
               -¿Y si no lo hace nunca, Max?
               Max parpadeó.
               -Lo terminará haciendo.
               -Vale, detesto decírtelo porque no quiero que creas que tengo algo en contra de Bella, pero… Bella no es Sabrae. Y yo no soy tú. Llevo muchísimo tiempo conociéndola, sé cómo es, y sé… sé que será así hasta el día en que se muera. Así que si no lo he encontrado ahora, no lo encontraré nunca.
               Max se metió las manos en los bolsillos, mirándome.
               -Lo que vayas a decirme, que sea con sinceridad.
               -No-contestó-, es que por eso precisamente te tengo envidia. Porque yo creo que no habría defendido a Bella así ni cuando empezamos. Yo siempre la vi como… una persona. Una persona increíble, la mejor de todas, una chica increíble, la de mis sueños, pero… sigue siendo una chica. La única chica a la que yo puedo querer y que milagrosamente se ha enamorado de mí, pero tú… tú hablas de Sabrae como si fuera una especie de entidad, o algo así. Más como una diosa que como tu novia.
               -¿No se supone que va de eso el amor? ¿De idealizar a la persona a la que amas hasta el punto de creer que no es de este mundo?
               Max se mordió el labio.
               -Por eso yo quiero casarme con Bella, Al. Porque sé que ella no va a existir siempre, ni yo tampoco. Y casarnos es el último nivel de tenerlos para mí. Tú y ella, en cambio…-Max la miró, y yo lo imité. En ese momento le cogía la mano a Diana y le hablaba con fervor a Karlie, sus ojos chispeando con una determinación que me encantaba. Era la misma que había visto cuando me animaba mientras estudiaba, segura de que podría con todo.
               Segura de que me ganaría estar presente allí esa noche.
                -… os queréis como si tuvierais todo el tiempo del mundo, hasta que el universo implosione como dice Scott que hará, y, a la vez, como si os quedaran minutos antes de separaros.
               -Ajá, ¿y por eso no debo casarme con ella? Porque va de blanco-solté, y Max puso los ojos en blanco y se echó a reír.
               -Joder, olvida que te he dicho eso, ¿vale? Simplemente no le pidas matrimonio aún porque… no sé, porque es menor de edad y no puede casarse todavía.
               -Su madre es una abogada muy buena; seguro que encuentra algún apañito-dije, y Max se echó a reír-. Oye, ¿cuándo nos hemos puesto a hablar de nuestras novias como si fuéramos dos tontos a los que se les cae la baba con su primer amor? Me parece un poco vergonzoso, la verdad. Si existiera algo como el Test de Bechdel invertido, seríamos la vergüenza de la escala-carraspeé-. Pues eso, Maximiliam. Que siento un montón todo lo que te dije de Bella. Y que es más que bienvenida si quieres traértela. No hace falta que te digamos que lo hagas para que se venga. Tiene permiso siempre. Se lo concedo yo, que soy la piedra angular del grupo-le guiñé un ojo y le di un sorbo a mi bebida mientras Max se descojonaba-. Eh, lo ha dicho Bey, no yo. Claro que me la he follado, así que no sé yo si será del todo imparcial. Pero no le vamos a preguntar a la gemela mala, que ya sabemos que me tiene muchas ganas.
               -¿Estaría muy mal si no lo hiciera? Traerme a Bella, quiero decir-especificó cuando vio mi cara de no entenderle-. Es que, a ver, yo quiero que la queráis, por supuesto. Ojalá la quisierais lo que la quiero yo… bueno, un poco menos-le lanzó una mirada envenenada a Tommy, y luego a Scott-, que no podría competir contra dos estrellas del pop.
               -¿Me disculpas un segundo? Voy a ir corriendo a decirle a Scott que le has llamado “estrella del pop”. Me encantará tener un vídeo suyo pegándole una paliza a alguien, por si en algún momento Sabrae se dedica a la música y necesito que lo cancelen para asegurarle a ella un número uno. No es que dude que pueda conseguirlo, pero es que hay mucha mojabragas en este país. Te lo digo yo, que me he dedicado a vivir de ellas durante años-me puse una mano en el pecho y Max aulló de la risa. Sin embargo me retuvo a su lado, no fuera a acabar con la carrera de Scott antes de empezar. Hice un mohín, pero no me solté.
               -La cosa está en que… me encantaría que aceptarais a Bella como lo hacemos con las demás, pero es imposible. No porque vosotros no queráis; sé que sí. Es sólo que no puedes querer igual a lo que no conoces como a lo que sí. Eso de que “el roce hace el cariño” es una verdad como un puño.
               -Ya. Dímelo a mí-miré a Sabrae, que se pasaba una mano por el pelo en ese momento-. En el momento en que Sabrae aguantó estar más de diez minutos en la misma habitación que yo sin saltarme a la yugular, fue cuando conseguí que se enamorara de mí, así que te entiendo perfectamente.
               -Vale. Pero, incluso aunque eso facilitara las cosas con vosotros… Bella es mi novia. Yo no la veo tanto como tú a Sabrae. Así que, cuando la veo, quiero aprovechar el tiempo y estar con ella. No quiero tener que compartirme con vosotros. No es que se meta entre vosotros y yo, o que nos distancie, o que nos separe… no nos distancia ni mucho menos. Simplemente quiero disfrutar de ella, y ella de mí, de verdad. No es desconfianza, sino más bien egoísmo-sonrió-. Y, para que conste, no creo que nos estés forzando a Sabrae-añadió-. Todo lo contrario. A mí me cae genial. Me caía mejor cuando hacía que cerraras esa boca chancla que tienes con esos cortes llenos de odio que te metía, pero la carita de enamorado que pones cuando la ves merece la pena haber perdido eso.
               Me reí entre dientes, negando con la cabeza.
               -Max Pettyfer, capitán del barco Sabralec… o bueno, subcapitán. Taïssa se esfuerza mucho en mantener este barco a flote como para que ahora se le adjudique al nuevo chico blanco del mes. No es nada personal-le di una palmada en el hombro.
               -Quiero que me lo prometas, ¿vale, Al? Prométeme que no dejarás de traerla. Me gusta cuando la traes. Estás más contento cuando la traes.
               -Sólo si tú me prometes que me vas a dejar ser el padrino-contesté, dándole su copa y cogiendo la mía-. Se me da de puta madre hacer brindis… y a Scott le joderá por la vida verme triunfando.
               -¿A qué tantas ganas de putear a Scott así de repente?
               -Pf, ¿es coña? La primera palabra de la mujer de mi vida fue su nombre. No sabes la envidia que me da eso-le guiñé un ojo y le di un codazo-. Claro que no espero que me entiendas… como no quieres realmente a tu novia y ya le sacas defectos como un cuarentón divorciado, pues…-hice una mueca y di un sorbo mientras Max se descojonaba.
               -¿Sabes que eres un puto gilipollas?
               -Me lo dicen a menudo-sonreí-. Aunque suele ser antes de chupármela, así que… ¿qué vas a hacer para compensarme, Maximiliam?
               -No se me ha olvidado que te debo una disculpa, Al-dijo no obstante, y yo alcé las cejas, mirando mi copa.
               -No es necesario, en serio.
               -Sí lo es. Tú me has pedido perdón a mí; lo justo es que yo te lo pida a ti. Especialmente porque he sido un cabrón contigo sin necesidad.
               -Fui a por ti descaradamente, ¿cómo no ibas a ser un cabrón?
               -No lo pienso en serio-respondió, y yo me relamí los labios-. Todo lo que te dije. Creo que puedes conseguir lo que te propongas. Creo que, si quieres ser arquitecto, lo serás. Y creo que serás uno de los buenos. De esos a los que dan premios por diseñar edificios horrendos.
               Sonreí, asentí con la cabeza y me toqué el pecho.
               -Gracias, Max. Significa mucho para mí.
               -Y no he sido justo contigo. Ni de broma. Echarte en cara lo de tu padre ha sido de ser un putísimo gilipollas…
               -Bueno, no te equivocabas. Todavía hago cosas en las que veo influencias suyas, me guste o no. Pero estoy trabajando por mejorarlo.
               -Tampoco creo que vayas por la vida dando tumbos ni…
               -Oye, Max, lo pillo-me eché a reír-. Hablaste en caliente y no pensabas lo que decías. Yo también lo hice. No quiero que me pidas disculpas porque no creo que tenga nada que perdonar. Ninguno de los dos quería decir lo que dijo, así que para mí eso no tiene ningún valor. Así que ¿podemos simplemente fingir que no nos hemos peleado? Tengo que organizar tu despedida de soltero, así que estaré un pelín ocupado-dije, apoyando la espalda en la barra y dando el último sorbo de mi copa.
               -¿Quién te dice que vayas a organizarla tú?-rió Max, y yo lo miré por debajo de una ceja alzada.
               -¿Y quién cojones quieres que te la organice? ¿Scott y Tommy? Ni siquiera son capaces de ganar un puto programa, ¿van a saber prepararte la noche más épica de tu vida? Por favor-le di una palmada en el pecho-. Ponte en manos de profesionales y deja a los críos en el recreo, Maximiliam. Te dará mejor resultado. Si me disculpas, voy a ver a mi señora. Ésa a la que tú muy acertadamente has calificado como diosa, pero no pienso decírselo a la cara, que tiene un ego desmesurado y la sala está abarrotada. No vamos sobrados de espacio, precisamente.
               Le guiñé el ojo, separándome de la barra y echando a andar hacia Sabrae. Estaba sonando Kiss me more, de Doja Cat y SZA, y quería que Sabrae se colgara de mi cuello como hacía siempre que ponían esa canción y yo la arrastraba a la pista de baile, simplemente porque me encantaba que se frotara contra mí y chillara “I feel like fucking something” mientras frotaba el culo contra mi polla.
               -¿Qué tienes pensado?
               -Secretito.
               -Dime que habrá strippers al menos, Alexander, que no puedo con la anticipación.
               Me volví y lo miré.
               -Max, por favor. Estamos comprometidos, no muertos.
               Max negó con la cabeza y se echó a reír. Abriendo los brazos como Tony Stark en Iron Man, me encogí de hombros y me perdí entre la gente, decidido a no perder ni un segundo de baile con Sabrae. Hasta hacía nada se estaba riendo, así que seguro que ya había terminado de comentar con las chicas lo que fuera que yo no pudiera escuchar en directo (porque estaba loca si pensaba que iba a dejar correr el tema, sobre todo cuando yo le contaba absolutamente todos los cotilleos nada más enterarme, cosa que había hecho que mi popularidad con sus amigas se cuadruplicara).
               Evidentemente, me equivoqué. Porque, en cuanto me abrí paso entre la gente y salí de nuevo al círculo de tranquilidad en el que se habían sumido, Sabrae se giró y me lanzó tal mirada envenenada que me tuve que escapar con el rabo entre las piernas. Sí, lo sé, a mi metro ochenta y siete no debería acojonarle su apenas metro y medio de estatura…
 
¿¡Disculpa!? ¡Paso sobrada del metro y medio, payaso!
 
¡A callar! ¿Encima que te pasas más tiempo que yo narrando mi graduación, todavía tienes los huevazos de interrumpirme? Si estás tan ocupada que no puedes dejar las cosas ni medio minuto para bailar conmigo una canción en la que te me frotas como si quisieras quitarme la roña, también lo estás para no interrumpirme mientras narro.
               … pero la había visto luchando y sabía que me ganaría si se lo proponía, ya que no conocía el honor de la lucha y no tenía miedo de tirarse a mis huevos.
               Además de que se los metía en la boca cuando me la chupaba, así que no me convenía enfadarla.
               Me reuní con mis amigos, que estaban en un rincón de la sala, riéndose y lanzándose pullas ajenos a las chicas que se los comían con los ojos. Joder, teníamos que ponernos traje más a menudo. Esto de tener tanta atención desvergonzada nos sentaba genial a  todos.
               -¿Qué?-se cachondeó Max, y Tommy se giró para mirarme, dando un sorbo de una bebida que parecía ambarina-. ¿Qué tal con tu diosa? ¿Te ha dado tiempo a adorarla?
               -¿Quieres que te hunda el puño en la cara?
               -¿Sabes de qué están hablando?-preguntó Tommy-. He sido más listo que tú y no me he acercado a ellas para no cortarles el rollo o que Diana no me arranque la cabeza; todos sabemos que la americana es la que menos paciencia tiene de todas y, por mucho que me quiera, no me avisará como Sabrae lo ha hecho contigo antes de castrarme.
               -¿Habéis visto qué mirada me ha echado?-pregunté, escandalizado a partes iguales: porque me había echado de allí como si fuera un perro sarnoso, y porque creía hasta hacía unos segundos que el único que se había percatado de su actitud era yo. Me preocupaba que alguien más pudiera haberlo visto: con lo que me había costado que me dejaran traerme a Sabrae, lo último que necesitábamos era que vieran fricción entre nosotros.
               Además, estaba convencido de que la única razón por la que las chicas no me habían arrinconado en una esquina y me habían arrancado la ropa para aprovecharse de mí era, precisamente, Sabrae. Si no la tenía de mi parte, temía por mi vida.
               -Tío, que yo llevaba la chaqueta puesta hasta que te miró así-se burló Jordan, con la chaqueta colgada al hombro-. He tenido que quitármela porque la temperatura ha subido tanto que pensaba que iba a explotar.
               Puse los ojos en blanco y sacudí la cabeza. Los chicos siguieron con la conversación como si yo llevara toda la noche con ellos y Max y yo no nos hubiéramos peleado, pero yo no dejaba de mirar en dirección a Sabrae. No podía parar de darle vueltas a lo que me había dicho Max respecto a nosotros. Me había impactado un poco eso de que no me recomendaba casarme con ella ahora mismo (la verdad, tampoco era algo que ni ella ni yo tuviéramos sobre la mesa), especialmente porque yo no creía que necesitáramos reposar. Ya habíamos repasado bastante. Habíamos perdido el tiempo durante casi quince años, conociéndonos y no queriéndonos como lo hacíamos.
               No creía que quererla con la desesperación con que lo hacía fuera malo. De hecho, ahora que sabía de qué formas tan diferentes se podía amar, la manera en que yo lo hacía con Sabrae me parecía la más intensa de todas. La más pura. La única válida.
               Si Max no quería a Bella así, estaba cometiendo un error pidiéndole matrimonio. No porque no estuviera hecha para él, sino porque ¿cómo vas a prometerle lo único que tienes, toda tu vida, a alguien a quien consideras tu igual? Yo jamás me había visto pasando el resto de mis días con las chicas con que me había acostado porque eran eso, mis iguales. Lo más que podía ofrecerles era compartir momentos agradables de nuestra vida, hacer que nuestros cuerpos se sintonizaran, y luego, hasta la vista. Con Sabrae era distinto. Con Sabrae merecía la pena el esfuerzo de superar los malos momentos, mucho menos abundantes que los buenos pero también más intensos… y todo porque la quería con una fe ciega con la que sólo puedes hincar la rodilla en el suelo y ponerte a rezar.
               Creo que por eso nosotros nos poníamos de rodillas para pedir matrimonio. Si todos se humillaban ante sus dioses compartidos para suplicarles clemencia, lo justo era que los hombres también lo hiciéramos con nuestras diosas particulares.
               Jo. La echaba mucho de menos. Quería volver con ella inmediatamente. No la había hecho acompañarme para que luego se pasara la noche alejada de mí. Poco a poco, viendo cómo las chicas hablaban, intercambiando gestos contrariados, risas y miradas asesinas, me fui armando de valor para inventarme una excusa con la que ir a verlas.
               Y, por fin, cuando Sabrae se terminó su copa, sentí que el cielo se abría sobre mi cabeza e iluminaba el camino que debía seguir.
               -A por ella, tigre-se rió Tommy, que llevaba con un ojo puesto en mí vigilando a Sabrae desde que me había reunido con ellos. Les di una palmada en la espalda, les susurré un apurado “luego os veo”, y me escabullí hacia la barra.
               Esta vez no dejé que nadie me distrajera de mi misión. Cada vez que alguien trataba de detenerme para hablar conmigo, le soltaba alguna excusa y pasaba al siguiente grupo de personas, rebotando entre ellos como una bola de pinball.
               Después de repetirle a Jade que no me cargara mucho la bebida de Sabrae, me escurrí entre la gente confiando en que las cosas irían mejor. Sabrae quería emborracharse, y yo le traía alcohol. Seguro que sería más indulgente conmigo; después de todo, estaba cumpliendo sus deseos.
               -¡ALEC THEODORE WHITELAW!-bramó con toda la fuerza de unos pulmones que no tenían nada que envidiarles ni a los de Scott ni a los de Zayn. Agitó la mano en el aire delante de mí, igual que una diva del R&B cuyo talento un entrevistador descarado ha puesto en duda-. ¡TE LO JURO POR DIOS! ¡COMO NO NOS DEJES SOLAS DE UNA PUTA VEZ, TE DEJO SIN MAMADAS HASTA QUE CUMPLAS LOS CINCUENTA!
               ¿¡Hasta que cumpla los cincuenta!? Joder, eso es muchísimo tiempo. Mira, si va a estar así toda la noche, lo mejor será dejarla a su bola. No puedo arriesgarme a pasarme años sin sentir esa boca suya en mi polla. Lo hace demasiado bien como para renunciar a ella.
               -Sólo venía a traerte más bebida-me disculpé, gimoteando como un cachorrito inofensivo al que pillan comiéndose el sofá. De acuerdo; no iba a acercarme más a ella en toda la noche. Que viniera a mí si quería.
               Y si no, bueno… con lo guapa que estaba, tenía material de sobra para matarme a pajas un año entero. Tampoco estaba tan mal el negocio, ¿no?
               -He visto que ya no tenías-le expliqué a la mirada que me lanzó, en la que vi un deje de ternura, como arrepentida de lo mal que me estaba tratando. Pues sí, chica, estás siendo una cabrona conmigo, y espero que me lo compenses-. Por favor, no me castigues. Sólo intento ser un buen novio-y de paso ir emborrachándote poco a poco hasta llegar a ese punto en el que no me puedes quitar las manos de encima, pero ésa es otra historia-. Ya me iba.
               -¡No, no, no!-clamó Diana, incorporándose y cogiéndome de la mano. Me quedé mirándola completamente alucinado. ¿Qué haces?, me habría gustado preguntarle. ¿Te parece que treinta años sin sexo oral no son un castigo suficiente por meterme en vuestros asuntos?-. Alec, ¡no te vayas! Karlie no nos cree-dijo, y yo miré a la interpelada, que estaba roja como un tomate y se escondía de mí tras una mano-, pero a ti sí te creerá.
               Fruncí el ceño. Creerme, ¿en qué?
               -Dinos, ¿quién le gusta a Tamika?
               Abrí la boca, y los ojos. Veamos, ¿que quién le gusta a Tamika? Una tal Karlie Gwendoline Hale, nacida el 5 de septiembre de 2017, virgo de nacimiento, morena natural y lesbiana de orientación. Una Karlie que, por cierto, debía de ser tonta perdida, porque si no veía la manera en que Tamika la mirara como si fuera un puto postre y ella una diabética a una dieta estrictísima, es que no era completa del todo.
               Pero, ¿era yo alguien para sacar a Tamika del armario? No, señor.
               -Ah, no. No, ni de coña. Ni de puta coña-levanté las manos-. No me metáis en vuestras movidas de la mafia del alfabeto. No me vais a liar para que…
               -¡Sí que os creo! ¡Joder!-estalló Karlie, golpeando el sofá con los puños cerrados, uno a cada lado de sus piernas-. ¡Es sólo que no puedo simplemente ir ahí y plantarme delante de ella y darle un morreo!-soltó, y sentí que se me desencajaba la boca. Miré a Bey, que puso los ojos en blanco. Luego, a Diana, que hizo lo mismo.
               Cuando puse los ojos en Sabrae, ésta se encogió de hombros, asintió con la cabeza y también puso los ojos en blanco.
               Estaba a punto de soltarle a Karlie a qué se debía esta repentina vergüenza lésbica cuando soltó la mayor gilipollez que había escuchado en toda mi vida… y eso que, bueno, soy yo. Y me escucho hablar. Créeme, he dejado el listón de gilipolleces a la altura de la estratosfera.
               -¿Y si Tam no quiere arriesgarse conmigo por un simple beso que ni lleva a ninguna parte…?
               Vale, es que ni siquiera podía dejar que terminara esa puta frase. Menudo genocidio neuronal se estaba produciendo en esa esquina de la sala. Además, Karlie y Tamika ya habían perdido suficiente tiempo como para que la primera se anduviera con tantas tonterías. Deberían estar follando en medio de la pista, no comportándose como si tuvieran una orden de alejamiento.
               -¿Que no va a llegar a ninguna parte?-espeté-. Karlie, no me jodas, que Tamika lleva desesperada por comerte el coño lo menos desde febrero.
               Se hizo el silencio en el rincón de San Valentín. Karlie abrió la boca, parpadeó, la cerró, miró a Tam, y se levantó. Me hice a un lado rápidamente para dejarla pasar, notando cómo sonreía, anotándome un tanto por haber conseguido en veinte segundos lo que las chicas llevaban intentando veinte minutos.
               -¿Tenías que ser tan bruto?-escupió Bey, fulminándome con la mirada como si no hubiera dicho la mayor verdad del mundo.
               -A mí me ha entendido, ¿no?-respondí, burlón. Decidí que me quedaría con ellas hasta que Karlie y Tam decidieran liarse, ya que tenía mejores vistas desde aquí que desde el rinconcito que habían elegido los chicos.
               La verdad es que no me esperaba que fuera Karlie la que llevara la voz cantante, ya que de las dos, era con diferencia la más dulce. Karlie era calmada donde Tam era nerviosa; era callada donde Tam era ruidosa; y era prudente donde Tam era lanzada. No parecía lógico pensar que sería ella, precisamente, la que agarraría a la otra de la cintura y pegaría sus labios a los suyos.
               Tam se quedó pasmada en el sitio, con los ojos abiertos y los dedos extendidos, sin poder creerse lo que estaba pasando. Noté que miraba en nuestra dirección, que clavaba los ojos en mí, y yo, ni corto ni perezoso, alcé las cejas y levanté mi copa en su dirección. Entonces, como si aquello fuera lo que estaba esperando, un permiso de alguien para dejarse llevar, Tam le puso las manos en la cintura a Karlie y le devolvió el beso.
               -Para que conste-dije, girándome hacia las chicas, esbozando mi mejor sonrisa torcida y metiéndome la mano libre en el bolsillo del pantalón. Sabrae fue la última en la que posé la mirada, ya que era, como en un menú, lo más delicioso: el postre. Ese postre que Karlie le había estado negando durante tanto tiempo a Tam-: me desperté del coma porque no podía morirme sin verlas liándose. Que tú me estuvieras esperando era algo secundario.
               Sabrae se relamió los labios, con los ojos puestos en mí. Era como si el pequeño génesis que se estaba produciendo en medio de la pista de baile no le interesara lo más mínimo, y eso que había sido ella la que había empezado con la cantinela de que Tam y Karlie se gustaban. Sospechaba que, si no fuera por Sabrae, nadie se habría dado cuenta.
               -Bueeeeeeeeno-balé, mirando la copa-. Mi trabajo aquí está hecho-me cogí el borde de la chaqueta y me giré para irme, tirando de ella como si fuera una capa.
               Sin embargo, una mano me detuvo. Y sabía que esta vez no era la de Diana.
               Max había hecho bien calificando esta etapa como “volátil”: era la única explicación posible a que Sabrae me hiciera surcar los cielos con solo tocarme.
               -Quédate con nosotras-me pidió, acariciándome la cara interna del codo con el pulgar. Detesté mi traje, por mucho que me estuviera haciendo triunfar con ella, por impedir que sintiera la increíble sensación de su piel contra la mía.
               -Mm, no sé. Estoy bastante molesto contigo por cómo me has tratado esta noche.
               -Por favor-ronroneó, deslizándose por el sofá hasta quedarse en el borde-, deja que te lo compense.
               Estaba a punto de preguntarle cómo pensaba hacerlo cuando sentí cómo me acariciaba la pierna con la punta del pie. Miré ese punto de conexión entre nosotros, ese gesto que tantísimo me ponía, de lo que ella era perfectamente consciente.
               Cuando mis ojos se cruzaron de nuevo con los suyos, me fue imposible romper el contacto visual. La punta de la lengua de Sabrae asomó entre sus labios, haciendo el recorrido de los mismos de una forma que me recordó muchísimo a la punta de mi polla cuando ella empezaba a chupármela.
               -Bueno, me quedaré. Pero porque soy un caballero y sé perdonar-dije, sentándome a su lado. Sabrae soltó una risita, se apoyó en el costado y me cogió de la corbata para acercarme a ella y poder besarme. A duras penas conseguí dejar la bebida en algún sitio estable antes de agarrarla de la cintura, tirar de ella hacia mí y pasarle la pierna con cuyo pie me había acariciado antes por encima. Soltó un gemido cuando bajé los dedos por su pierna, deslizándome hasta su tobillo, y luego volví a subir.
               -Me apeteces-jadeó en mi oído. Escuché en sus palabras como se mordía el labio.
               -Y todavía no has visto nada. No tienes ni idea de lo duro que te voy a follar en el baño-le aseguré, acariciándole el mentón-. Voy a hacer que me las pagues por haberte vestido así.
               -Mm, entonces creo que debería calentarte más-replicó, sugerente, bajando la mano por mi espalda, acariciándome el culo y, luego, presionándome la polla sobre el pantalón. Hundí los dedos en la carne de sus nalgas, consiguiendo que gimiera. Nos volvimos completamente locos entonces, ignorando a todo los que nos rodeaban y concentrándonos solo en lo inerte: la música, las luces, el alcohol que habíamos tomado. Yo había bebido más que ella, pero también estaba más acostumbrado, por lo que no es de extrañar que ella se retorciera debajo de mí, presa de un descaro que no hacía más que nublar su juicio, e invitarla a pedirme cosas que de normal no me pediría.
               -Fóllame aquí-me pidió, mordiéndome los labios mientras yo hundía los dedos en su cuerpo, detestando esta vez su ropa, que me impedía acceder a ella. Sí, vale, estaba guapísima y tanto los pantalones cortos como la chaqueta le quedaban de muerte, pero a la vez nos separaban.
               Y todo lo que me separara de Sabrae sería mi enemigo, sin importar su naturaleza.
               Claro que ahí también teníamos que incluir mi buen juicio.
               No voy a mentirte y decir que no tenía ganas de hacerlo, porque los dos sabemos que no era así. Si por mí fuera, la habría desnudado y la habría hecho mía mucho antes, incluso antes de que Karlie confesara su amor por Tam y las chicas la animaran a lanzarse a por ella. Habría cogido a Sabrae y la habría pegado contra mí, reclamándola como sólo yo podía reclamarla, delante de todos los presentes. Me daría igual la orientación sexual de cada uno, adónde podría mandarnos mi imprudencia; estaba tan necesitado de ella cuando entramos en la sala de fiestas que todo futuro que no fuera más inmediato, en el que no estuviéramos juntos y sin ropa, no se merecía mi consideración.
               Además, nunca he tenido ningún problema con el sexo en público. Es más: incluso era una fantasía mía hacerlo en una sala llena de gente, y poco me importaba lo que estos estuvieran haciendo mientras yo follaba. Me daba lo mismo si también follaban y estábamos participando en una de las orgías más multitudinarias jamás recreadas, o si estaban a su bola, tomando cafés, fumando cigarros y hablando de metafísica. Tener sexo en un ambiente en el que no había ningún tipo de correlación con éste me ponía, y pensar en compartir mi intimidad con un montón de gente con la que jamás lo haría en condiciones normales me ponía aún más.
               Pero tenía que pensar en ella. Tenía que pensar en que hacerlo y que nos pillaran, o algo peor, no tendría para mí las mismas consecuencias que para Sabrae. Las charlas que me daba sobre sexismo y misoginia me apabullaban a veces, e incluso me aburrían cuando yo tenía otras cosas en las que me apetecía pensar más en mente, pero siempre la escuchaba, me costara lo que me costase. De modo que sabía qué precio tendría que pagar si accedía a hacer lo que mi cuerpo y Sabrae me pedían. Por muy apetecible que sonara aquello, seguía siendo una locura, especialmente si lo hacíamos en un sitio lleno de gente con teléfonos de última generación que serían capaces de retransmitir en alta definición y en directo todo lo que sucedería en aquella fiesta.
               Así que, por mucho que me apeteciera acceder a su petición, cumplir uno de mis sueños más oscuros no estaba en el plan de la noche.
               Tenía que reconocerlo: el inmenso sofá era muy cómodo. Daba mucho morbo pensar en hacerlo en él. La sola idea de tenerla abierta de piernas para mí sobre él, su cuerpo compitiendo con el sofá para ver cuál de los dos estaba hecho de bronce y cuál de latón (spoiler: Sabrae, como siempre, ganaba esta partida), hacía que me entraran ganas de llorar y de acceder a sus demandas.
               Pero que no quisiera hacérselo allí no quería decir que no quisiera hacérselo a secas. Y, a juzgar por nuestra experiencia, no importaba tanto el lugar como nuestras ganas. Y ganas, precisamente, nos sobraban.
               -¿Te apetece que vayamos al baño?
               Sabrae estaba ya prácticamente debajo de mí, acorralada entre el sofá y mi cuerpo, con una de sus piernas en torno a mi cintura mientras la otra se arrastraba por el suelo, su zapato a punto de caerse y dejar sus pies al aire. Seguramente agradecería la liberación.
               Mi chica entreabrió los ojos ligeramente, lo justo para poder mirarme. Vi que sus ojos estaban monopolizados por sus pupilas, una prueba más de su necesidad imperiosa de probarme. Se relamió los labios, asintió con la cabeza y abrió la boca para hablar, jugueteando con un mechón de pelo que me colocó tras la oreja, la excusa perfecta para acariciarme.
               -Pensaba que no ibas a pedírmelo nunca.
               -Creía que las feministas dabais el primer paso-me reí, y Sabrae esbozó una sonrisa.
               -Las cosas que tengo pensado pedirte que me hagas con ese traje, y sobre todo con esta corbata-tonteó, tirando de ella con los dedos- no son muy empoderantes para la mujer, que digamos.
               -Creía que hacer lo que os apeteciera era otra manera de empoderamiento.
               -El alumno supera a la maestra-ronroneó, complacida, acariciándome la parte posterior de las piernas con el pie que había pasado por mi cintura. Se mordió los labios al mirar mi boca, me dio un mordisquito, y suspiró cuando hice amago de levantarme para llevármela entre la gente. Tuve ganas de decirle que no se preocupaba, que sólo nos separaríamos lo justo y necesario como para escabullirnos de la fiesta y poder seguir en un sitio más tranquilo, pero algo me interrumpió.
               La canción cambiaba justo en el momento en que yo me incorporé y comencé a tirar de ella, por lo que los dos estábamos lo suficientemente lejos el uno del otro como para mantenernos cuerdos y, así, poder escuchar esos primeros acordes.
               -Derulo. Whine fa me darlin’, way you move ya spine is alarmin’, mi wan you just…
               Sabrae y yo nos miramos con los ojos muy abiertos durante un segundo, sólo un segundo, y de repente nos hicimos plenamente conscientes de dónde estábamos. De qué estaba pasando. De qué celebrábamos.
               En la sala de fiestas del Mandarin Oriental, en medio de una de las fiestas más épicas a las que asistiríamos nunca: mi graduación. Podíamos escaparnos al baño en cualquier momento, cuando la fiesta decayera, pero de momento estaba en auge. Y más ahora que los dos dimos un grito y nos incorporamos para correr hacia la pista y ponernos a bailar como locos, como habíamos hecho antes, en la canción que lo había comenzado absolutamente todo.
               Scott se rió al vernos llegar apresuradamente, dando brincos al lado de Bey mientras cuidaban de que nadie les hiciera fotos ni nada por el estilo a Tam y Karlie. Ahora que por fin habían salido del armario, tenían que ponerse al día, y no se merecían que sus morreos y sus metidas de mano acabaran en alguna página de pajeros que se la meneaban con lesbianas.
               Tampoco es que yo pudiera juzgarlos, ya que el porno lésbico había sido de mis favoritos, pero… bueno, no es lo mismo cuando miras a dos desconocidas a cuando miras a tus amigas.
               El caso es que los dos estaban haciendo un trabajo ejemplar con ellas, no sé si porque nadie se atrevía a grabarlas o porque habían conseguido amedrentar a todos los gilipollas que no entendían el concepto de privacidad. Pronto se unieron a nosotros Jordan, Max, Tommy y Diana, y en cuanto llegó Logan, con el pelo revuelto y una sonrisa boba en la cara, nos pusimos a gritar.
               -¡Alguien ya ha triunfado esta noche!-le ladré a Scott cuando se terminó la canción y Logan se dignó a aparecer por fin. Llevaba desaparecido desde la cena, prácticamente. Scott me dedicó una sonrisa torcida.
               -No me traje a Eleanor porque pensaba que tú recogerías el testigo-me gritó por encima de la música, lo bastante fuerte como para que los demás también pudieran oírlo-. Lo que nunca pensé es que sería Logan quien se ocupara de mantener la racha de rollos al alza.
                Logan se puso rojo como un tomate, pero sacudió la cabeza y finalmente proclamó, levantando las manos en el aire:
               -¡No pienso contaros nada!
               -Tampoco eres noticia-le dijo Max-. ¿Sabes lo que te has perdido?-hizo un gesto con la cabeza hacia Tam y Karlie, que en ese momento giraban sobre sí mismas, chocándose contra los cuerpos que las rodeaban mientras se besaban. Cuando impactaban contra alguien o lo pisaban, daban un brinco, abrían muchísimo los ojos, se reían y pedían disculpas antes de volver a meterse las lenguas en los esófagos.
               Logan abrió muchísimo los ojos, se abrió paso hacia ellas e hizo lo que nadie hasta el momento se había atrevido a hacer: separarlas. Claro que tampoco podían hacerle nada: Logan era nuestro ojito derecho, nuestro protegido, y todo el que se metiera con él tendría que vérselas con el grupo entero, independientemente de que fuera también uno de nosotros.
               -¡¡TÍA!!-chilló de la forma más homosexual que había visto en mi vida, y eso que Sabrae y Shasha me habían sentado un día a ver RuPaul’s Drag Race. Agarró a Tamika por los hombros, sosteniéndola lo bastante lejos de él como para poder mirarla bien a los ojos-. ¡Ya era hora de que dieras el paso, joder! ¡Estoy orgullosísimo de ti!-le plantó un sonoro beso en la mejilla que hizo que todos nos descojonáramos por la cara que puso Tam, tan confusa que apenas pudo articular palabra.
               Karlie, sin embargo, se sentía en una ola. Ahora que había descubierto que sus sentimientos eran correspondidos, sería muy difícil hacer que se bajara de la ola.
               -Cielo, parece mentira que no sepas que somos las lesbianas las que dirigimos el mundo-se apartó el pelo del hombro con un movimiento de diva, chasqueó los dedos y se echó a reír. Logan se giró hacia ella, anonadado.
               -¿Te has declarado ?
               -¡Así es!
               -¡¡¡¡¡¡¡¡TÍIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!-bramó Logan, que se agarró a las manos de Karlie y empezó a dar brincos en el sitio con ella. Vi que un par de tíos a espaldas de ella fulminaban con la mirada a Logan, pero se pusieron pálidos cuando me pescaron mirándolos. Arqueé las cejas, preguntándoles en silencio “¿qué cojones os pasa?, ¿tenéis algún problema?” y se apresuraron a alejarse.
               Les pegaría una paliza a la mañana siguiente, cuando se terminara la fiesta. No quería arriesgarme a que los de seguridad del hotel (que, por cierto, se camuflaban genial entre la gente) me mandaran derechito al calabozo. No había trabajado tan duro durante tanto tiempo para que ahora la que me llevara a casa fuera Sherezade. Planeaba ir por mi propio pie.
               Haciendo eses, pero por mi propio pie.
               -¿Cómo ha sido? Me lo tenéis que contar absolutamente todo. ¡Joder! ¡No me lo puedo creer, Kar! Bueno, ¿qué tal la experiencia?-Logan se giró y miró a Tam, que no había parecido tan avergonzada en toda su vida. Se había hecho pequeñita en el centro de nuestro círculo, con los brazos frente al pecho, las uñas en los codos, y mirándonos alternativamente a todos como si esperara que le saltáramos encima en cualquier momento-. ¿A que besarse con alguien de tu mismo sexo es algo genial?
               Tam abrió la boca para contestar, pero sus ojos se escaparon hacia Karlie. Se puso colorada, una sonrisa tímida se extendió por su boca, y soltó una risita tonta.
               -Yo te traduzco, Tamika, tranquila-me ofrecí, pasándole el brazo por los hombros y estrechándola contra mí. Ella me miró como si fuera un águila cayendo en picado hacia ella-. ¡Tranquila! Ahora eres lesbiana, y por lo tanto estás bajo mi protección. Soy como el Thor inglés. Sólo que, ya sabes… yo tengo dos ojos.
               -Y no estás tan bueno como Chris Hemsworth-añadió Bey.
               -Vaya, discúlpame, Beyoncé, pero juraría que eso no era un problema cuando te pasaste media vida enamorada de mí. Oh, espera, ¡que aún no has podido superarme! No me extraña, la verdad; puede que mi martillo no sea de hierro, pero aun así sigue siendo bastante impresionante. El caso-carraspeé-, Logan-, es que lo que Tamika quería decir con esa sonrisa boba de absoluta enamorada y esa caída de baba que va a hacer que alguien se resbale y se rompa el cuello es que besar a chicas es algo genial. Una lástima que tú no vayas a probarlo en tu vida-me encogí de hombros-. Es una experiencia muy recomendable.
               -¿Como morrearte con uno de tus mejores amigos en un bar abarrotado de gays y seguir defendiendo que eres completamente heterosexual?-atacó Logan, poniéndose una mano en la cintura-. Entonces, me hago una idea.
               -¡Díselo, hermano! ¡Acaba con él!-celebró Sabrae, dando una palmada, levantando la mano y poniéndose a perrear en el aire-. ¡Arrastra al machito hetero!-era tal su entusiasmo que incluso tiró lo poco que le quedaba de la copa que se había traído, algo que podíamos remediar enseguida.
               -Eh, chicos, que me alegro mucho de que os alegréis por nosotras, y tal, pero nos habéis cortado un poco el rollo-comentó Karlie, jugueteando con un mechón de pelo de su melena negra como la noche-. ¿Verdad que queremos un poco de intimidad, Tam?
               -Uuuh, ¿qué pasa, Tam?-la picó Bey-. ¿Por qué no dices nada? Tú que siempre eres tan reivindicativa… ¿te ha comido la lengua el gato?
               -Creo que es evidente quién le ha comido la lengua, Bey-se rió Scott, y todos nos echamos a reír. Tamika puso los ojos en blanco, nos hizo un corte de manga y espetó, arrimándose a Karlie.
               -Dejadnos tranquilas, banda de babuinos babeantes-soltó con el ceño fruncido, pero sonrió cuando todos nos pusimos a gritar por encima de la música.
               -¡Qué mona! Está tan nerviosa que ni siquiera se le ocurren sus propios insultos-comentó Jordan.
               -Sabes que el hechizo sexual ha cambiado ahora que te van las tías, ¿no, Tam?-inquirí, y ella frunció el ceño y alzó una ceja-. Sí. Ya no es wingardium leviosa. Ahora te toca alohomora.
               -Eres increíblemente subnormal, Alec-soltó, pero se echó a reír.
               -Puede-respondí, encogiéndome de hombros y cogiendo del brazo a Sabrae-. Pero he conseguido que te rías, así que, heteros 1- mafia del alfabeto 0. Vamos a por una copa-anuncié, haciendo que Sabrae diera una vuelta sobre sí misma como una bailarina de ballet-. ¿Alguien quiere?
               Negaron con la cabeza, así que genial. Tendría las manos más libres para cuando regresara con las bebidas y Sabrae. Nos abrimos paso de nuevo entre la gente, y ella se sentó en uno de los taburetes frente a la barra mientras yo hacía el pedido. Capturó mi cintura entre sus pies, y me arrastró hacia ella para comerme la boca mientras preparaban nuestras bebidas: vodka negro con zumo de arándanos para mí y un sex on the beach para ella. Arqueé las cejas cuando me lo sugirió, y ella me puso una mano en la nuca y subió por mi pelo, disfrutando de la sensación de tenerme completamente a su merced.
               -Mm, ¿es eso una proposición? ¿Debería adelantar el viaje a Grecia?-comenté, y ella se echó a reír.
               -No te voy a decir que no nos encantaría a ambos, porque, ¿sabes?-se inclinó hacia mí para susurrarme al oído-: cuando estemos en Grecia, pienso pasarme desnuda tanto tiempo como pueda.
               Sentí un ramalazo de excitación estallando en mi entrepierna al imaginarme a Sabrae sin nada de ropa. No sería nada difícil que cumpliera con su promesa: estaríamos solos en casa la gran parte del tiempo, así que la ropa no sería un requisito para poder movernos con libertad por ella. Podríamos cocinar, comer, sentarnos a leer y contemplar las vistas completamente desnudos… además, una cosa podía llevar rápidamente a la otra, así que no sería difícil que ella se asomara a las ventanas que daban al mar, los codos apoyados sobre el vano de yeso blanco, y acabara con mis manos en sus caderas y mi miembro penetrándola.
               No podía esperar a sentir su piel cálida contra la fría pared blanca de mi casa en Mykonos, igual que no podía esperar a escuchar sus jadeos y gemidos mezclándose con el ruido de las olas y las gaviotas. Dios, iba a ser el mejor momento de toda mi vida. Follaríamos como locos, todo lo que pudiéramos antes de irnos, y en rincones tan apartados que muchas de las fantasías que teníamos ambos respecto al sexo de exteriores pasarían al siguiente nivel. Puede que debiéramos considerar la posibilidad de tomar algo para no tener que usar tantos condones…
               -Listo, Alec-anunció Jade a mi derecha, colocando las bebidas sobre la barra. Hizo una floritura con la mano cuando colocó una pequeña sombrilla en la bebida de Sabrae, y se marchó tan rápido como había venido a seguir atendiendo al resto de sus clientes. Sabrae arqueó las cejas, dándose cuenta de que me había llamado por mi nombre, cuando a los demás que le pedían algo los avisaba sólo con un par de palabras de cortesía y que servían para todos por igual.
               -Vaya, ¿os conocéis?-inquirió, y por un momento deseé que no fuera tan perspicaz ni observadora.
               -Sí, del trabajo.
               -¿De veras? Guau, debe de trabajar un montón si está aquí de noche y de día…
               -No es compañera mía-expliqué, agarrándola de la cintura para asegurarme de que bajaba sin problemas-. Verás, yo… más bien me la follé.
               Sabrae se quedó parada frente a mí, mirándome con un parpadeo lento, procesando la información. Carraspeé, cogiendo las bebidas y pasándole la suya. No me parecía que estuviera molesta, pero quería asegurarme, sobre todo porque se giró para mirar a Jade con cara de póker.
               -¿Supone un problema?-pregunté, metiéndome una mano en el bolsillo del pantalón-. Porque, bueno, ya sabes que tengo mi pasado y que si soy tan bueno en el sexo en parte es por mi promiscuidad, pero si te sientes incómoda, puedo pedirle a Jordan que venga él a pedir…
               -¿Incómoda? Al, haber sido el fuckboy original es parte de tu encanto-respondió, apartándose un mechón de pelo de la cara y sonriéndome con calidez-. Puede que no lo viera en el pasado, pero ahora sí lo hago. Es parte de quien eres, es lo que te ha hecho tan bueno en la cama, como tú muy bien has dicho, y… bueno, acabo de descubrir que me mola poder ir a absolutamente cualquier sitio y saber que hay posibilidades de encontrarnos con alguien con quien te hayas acostado-se llevó la pajita a los labios y dio un sorbo de su bebida-. Mm, está deliciosa. ¿Quieres?
               -Vale, pero creo que primero vas a tener que explicarme eso que me acabas de decir-dije, inclinándome para dar un sorbo de su bebida. Efectivamente, estaba muy buena. Le tendí mi vodka negro y ella dio un sorbito para probarlo.
               -Ah, bueno, es fácil. Si nos encontramos con chicas con las que te has acostado, sabrán exactamente cuándo lo hagamos nosotros porque reconocerán las señales. Y siempre me ha encantado sentirme envidiada-coqueteó, colgándose de mi cuello con un brazo y dándome un beso en los labios que sabía a alcohol, a arándanos y menta. Una curiosa mezcla que me encantó.
               Cuando se separó de mí, me guiñó el ojo y me cogió la mano.
               -Apuesto a que es otra cosa que tenemos en común.
               Exhalé un sonido a caballo entre una risa y un bufido. Me alegraba saber que se había dado perfecta cuenta de cuán desesperado me había dejado cuando se marchó para ir con las chicas, pasando de un orgullo exaltante por entrar de la mano con ella en la sala de fiesta como si estuviera llegando al Festival de Cine de Venecia con la mayor promesa de la actuación de la temporada, y supiera que exhalaría mi último aliento a su lado, la única persona a la que le dedicaría un “te quiero” real.
               La forma en que se contoneaba en dirección al sitio donde nos esperaban nuestros amigos me hacía ver que ella también se creía con suerte, como si le hubiera echado el lazo al soltero más codiciado de la alta sociedad. A juzgar por la altura a que sostenía su mandíbula, lo erguido de su espalda y lo confiado de su sonrisa, Sabrae creía que yo era lo que ella era en realidad: el diamante de la temporada, ese Duque a la que todas las chicas ya presentadas en sociedad deseaban.
               Después de todo, ella era negra, de mejor cuna que yo, y también con más posibilidades. Incluso era boxeadora, aunque no tan pura ni profesional como yo, pero… ya me entiendes.
               Cuando se giró para plantarse delante de mí y comenzar a bailar conmigo, como si la sala fuera sólo nuestra y sólo nosotros estuviéramos en ella, tuve uno de esos momentos de reconocimiento en el que mi situación me asaltó. Todas mis compañeras se habían esmerado durante meses en perfeccionar sus atuendos; mis compañeros habían estudiado todo el curso para merecerse estar allí. Y sin embargo, la más deslumbrante, la que eclipsaba a todas las demás, era Sabrae. Con su chaqueta de botones blancos, sus pantalones cortos, sus zapatos de tacón y su peinado libre y a la vez perfectamente cuidado, hacía que las demás parecieran desaliñadas, y, lo más importante, niñas. Niñas de dieciocho al lado de una mujer de quince.
               Y esa mujer de quince me había elegido a mí, el cabrón que había batido el récord de asignaturas suspensas en el último curso, y que había tenido que llevarlas todas a la evaluación extraordinaria, graduándose prácticamente por los pelos.
               -¿Qué pasa?-sonrió Sabrae, notando que tenía la cabeza en otro sitio. Pero es que ¿cómo no iba a tenerla? Incluso la forma en que sostenía la copa con la yema de los dedos me gustaba. Me gustaba todo de ella, absolutamente todo.
               Menos mal que mi madre no me había hecho ciego. Perderse el espectáculo que era su belleza sería suficiente para querer que la vida acabara.
               -Joder…-suspiré-. Lo guapísima que estás… soy el cabrón con más suerte del mundo.
               Sabrae me sonrió desde abajo. No en el ángulo de siempre, sino en uno nuevo en el que sus pestañas podían acariciarme la mejilla, su boca estaba más cerca de la mía, sus ojos prácticamente anclados en los míos. No me extrañó haber sobrevivido a que un coche me pasara por encima y haber podido contarlo; ser capaz de sobrevivir a una sonrisa así de Sabrae me hacía invencible.
               -Y todavía podrías tener más-me guiñó un ojo, se acercó a mí y me dio un beso en los labios. Noté cómo su lengua exploraba mi boca y, ¿sinceramente?, le dejé hacer todo lo que quisiera. Me tenía en sus manos, estaba hecho de una materia extraña que sólo ella podía moldear. Sólo sus dedos me daban sentido, y sólo su cuerpo conseguía despertar por completo al mío.
               Muchas chicas habían conseguido arrancar respuestas físicas de mí, pero la única que había conseguido alterar mi alma y ponérsela de estola había sido Saab.
               Se dedicó a desquiciarme completamente esa noche, dándome aperitivos de lo que compartiríamos cuando estuviéramos juntos. Le pedimos al DJ que pusiera otra vez Kiss me more, y me la cantó mirándome a los ojos, colgada de mi cuello y disfrutando de la sensación de libertad que sólo puedes sentir cuando estás en una sala de fiestas abarrotada de gente demasiado ocupada en pasárselo bien como para extrañarse de que bailéis enroscados el uno en el otro.
               Nos separamos y nos volvimos a juntar, y nos volvimos a separar y nos juntamos de nuevo, yendo de un lado para otro, disfrutando de la noche y de que sabíamos que, cuando tuviéramos que estar juntos, lo estaríamos. Se quedó con las chicas, y yo, con los chicos; luego, se unió a nosotros y yo me fui un rato con Karlie, Bey y Tam. Bailé con Diana hasta que Tommy vino a buscarla. Logan bailó con Sabrae, y luego, Scott le quitó el puesto a mi amigo. Chillaron, brincaron, empezaron a darse palmas el uno al otro mientras Tam bailaba con Max, Karlie con Jordan, y Bey descansaba charlando con Logan tranquilamente en los sofás. Me fui a verlos, y Sabrae se hizo amiga de unas chicas de la clase de ciencias con las que jugó un par de improvisadas partidas de beerpong, pero con cócteles en lugar de cerveza. Me encendí un cigarro y la miré chillar de ilusión cada vez que acertaba.
               Dejé que me sedujera bailando Dark horse de Katy Perry, bajando tanto hasta el suelo que parecía imposible que fuera capaz de mantenerse en pie sobre esos taconazos. Cada vez que bajaba con las piernas abiertas, lo hacía con los ojos fijos en mí, y yo la miraba como un señor de la mafia, las piernas cruzadas, los brazos extendidos sobre el sofá, dando caladas y pensando en lo que le haría.
               Corrió hacia Tommy y Diana cuando estos regresaron, y se subió con la americana a una gogotera en el momento en que pusieron Cake by the ocean… pero la versión que ella, Tommy, Scott, Layla y Chad habían cantado en el programa. Todos nos volvimos locos cantándola mientras Tommy le mandaba audios a Layla y Scott grababa historias para colgar en sus redes sociales. Me acerqué a Sabrae para darle la mano y ayudarla a bajarse de la gogotera, y decidí que no me separaría de ella en mucho, mucho tiempo… todo lo que me quedaba de vida, básicamente.
               Por supuesto, no contaba con el voluntariado.
               -Creo que voy a sentarme un ratito-me dijo, peleándose con su lengua para poder hablar-. Me duelen un poco los pies.
               -Venga. Estarás agotada. Menear ese culo de esa manera tiene que quemar muchísimas calorías-bromeé, y Sabrae se echó a reír.
               -Es un arte que no muchos dominan-asintió con la cabeza, agitando las caderas mientras se pasaba las manos por detrás de la espalda y las levantaba, haciendo que su pelo cayera despacio en cascada por su espalda. Abrió los ojos cuando hice amago de conducirla entre la gente-. ¿Qué haces? No, Al. Te lo estás pasando genial.
               -Me vendrá bien sentarme.
               -¿No te apetece seguir bailando?
               -Bueeeno, ¿la última?-sugerí, y Sabrae sonrió, me dio un beso en la mejilla y me dijo:
               -Pero qué rico eres. No te preocupes por mí, de verdad. Tengo gente de sobra con la que entretenerme. Sigue pasándotelo bien. Es tu noche.
               -Pero yo quiero estar contigo.
               -Tienes toda la vida para estar contigo, sol-me recordó, cogiéndome la cara en un arrebato de lucidez que no me esperaba-. Pero gradu, sólo tienes una.
               Hice un puchero, aunque tenía razón. Me apetecía seguir bailando un rato más; todavía me quedaban energías de sobra.
               -Sólo es un descanso. Volveré en un ratito.
               -Una más. Porfa. Luego te dejo que te vayas-le hice ojitos, esperando que no pudiera decirme que no. Finalmente, Sabrae aceptó. Por suerte, la siguiente era la canción que le había ido a pedir al DJ hacía un rato. Me había dejado echar un vistazo a la lista de canciones que estaban en la cola, y cuando conseguimos encajarla en un lugar, me quedé tranquilo.
               Los acordes cansados del principio de Lover, propios del final de una fiesta empezaron a resonar en la sala. Todas las chicas exhalaron un jadeo ahogado, y las que tenían la suerte de tener a sus novios allí fueron en su busca mientras las solteras hacían piñas o iban a por los chicos que les gustaban… o las chicas, como Tam, que se pasó las manos de Karlie por la cintura y apoyó la mandíbula en el hueco entre el cuello y el hombro de ésta. Sabrae abrió los ojos, su mirada preñada de comprensión, y se metió entre mis brazos para balancearse al ritmo de la canción. De vez en cuando levantaba la vista para mirarme, me daba un beso en el pecho y volvía a bajar la mirada.
               ¿Puedo ir donde tú vayas? ¿Podemos estar siempre tan cerca?, cantó Taylor Swift en los altavoces. Pude ver que estábamos todos moviéndonos al ritmo de la canción, en una marea humana endémica de los festivales.
               -Damas y caballeros, ¿pueden ponerse de pie?-cantó Sabrae mirándome a los ojos-, con esta mano llena de cicatrices de cuerda de guitarra tomo a esta magnética fuerza de hombre como mi amante-sonrió, entrelazando sus dedos con los míos, llevándose nuestras manos unidas a los labios e inclinándose para besarme.
               -Te quiero muchísimo-dijo Sabrae, besándome en los labios antes de dirigirse hacia los sofás para sentarse y descansar.
               -Yo también te quiero-le dije al aire, a la sala abarrotada, a la noche y a la fiesta. Todo eso eran ella.
               Haber pedido Lover fue el pistoletazo de salida para que todas las baladas lentas que les gustaban a mis compañeros hicieran acto de presencia en la sala. Pidieron Moonlight de Ariana Grande, 18 de One Direction (intentamos que Diana, Tommy y Scott cantaran algo, pero no lo conseguimos), Outside de Zayn… y, poco a poco, la pista fue despejándose.
               Bey vino a mi encuentro cuando estaba sonando Honey de Kehlani. Alzó una ceja en mi dirección, sonriendo con timidez.
               -¿Me estás evitando?
               -Jamás, reina B-dije, tomándola de la cintura y atrayéndola hacia mí. Bey se acomodó en mi hombro, lanzó un suspiro e inhaló mi colonia. Sabía que tenía los ojos cerrados, y con mis manos en su cintura yo también cerré los ojos, disfrutando del momento. Quién sabe cuándo podríamos volver a bailar así.
               También iba a echarla muchísimo de menos. No quería pensar mucho en ello para no ponerme triste, pero no recordaba ningún momento en el que Bey no hubiera estado allí, a mi lado, apoyándome tanto en silencio como sonoramente. La había visto todos los días de mi vida desde que la conocí, con la excepción de las veces en que uno de los dos nos habíamos ido de viaje; habíamos sido el hombro sobre el que llorar y también las manos celebrando una victoria del otro, y ahora… ahora yo iba a irme un año entero. Un año en que no sólo no vería a mi familia y a mi novia, sino que tampoco vería a mis amigos. No la vería a ella.
               -Para-me dijo-. Esta noche no es para ponerse triste, ¿recuerdas?
               -¿No te da la sensación de que estamos cerrando algo?-le pregunté-. De que esta noche es el mayor “ahora o nunca” que hemos vivido jamás.
               Bey parpadeó, separándose un poco de mí, pero todavía con sus manos en mis hombros. Se recolocó el tirante del vestido dorado, que la haría parecer una diosa si no hubiera otra eclipsándola como el sol eclipsa a la luna. Por mucho que ésta siempre reine en los poemas, sea la señora de la noche y provoque las mareas, el sol siempre sería más grande, más brillante, más cálido.
               -Es que lo es. Un poco. ¿Sabes que…?-se relamió los labios y frunció ligerísimamente el ceño, tan poco que cualquiera que no la conociera como yo ni se habría dado cuenta del gesto-. ¿Sabes que me había propuesto pedirte acostarnos en la noche de la graduación? Quiero decir, si no lo hubiéramos hecho antes. Si yo hubiera sido capaz de resistirme hasta hoy a ti-sonrió con timidez-. Quería saber cómo era antes de que te fueras.
               Me mordí el labio.
               -Bey… creo que no lo es, pero por si acaso tengo que aclararte que si esto es una proposición…
               -No lo es. Te lo prometo. Es sólo que…-me miró a los ojos y jugueteó con un mechón que me caía sobre el pelo-. Han pasado tantísimas cosas en tan poco tiempo que parece mentira que ya estemos aquí. Tengo la sensación de que mañana me despertaré, será octubre, tendré que prepararme para ir a clase y armarme de paciencia para convencerte de que estudies. Y más aún para ponerte mala cara cuando te me insinúes. Y ahora, mírate-sonrió, pasándome una mano por los hombros-. Graduado, a punto de irte de voluntariado, y enamorado de otra que no soy yo.
               -Yo siempre voy a estar un poco enamorado de ti, reina B. Siempre-le prometí, dándole un beso en la frente. Bey cerró los ojos y asintió con la cabeza.
               -Lo sé. Y yo de ti. Es algo que me consuela mucho, el saber que no vamos a dejar de querernos sin importar el tiempo que pase… y con lo que me conformaba hasta esta tarde, cuando te vi con este traje. Ahora, lo único que quiero es secuestrar a Sabrae y llevármela a un sitio muy lejos sólo para consolarte del disgusto mientras la buscas-bromeó, y yo me eché a reír con ella.
               -Oye, que lo del contacto está fuera de límites, pero… si echas de menos que te zorree, sólo tienes que decírmelo, y volveré a la carga. Sabes que se me da bien ser un sinvergüenza. Además…-la escaneé de arriba abajo-, no es que me vaya a suponer ningún esfuerzo ni mucho menos, especialmente con ese vestido que es prácticamente un trapo de cocina.
               Bey abrió muchísimo los ojos y me dio un manotazo en el brazo.
               -¡Un trapo muy bonito!-aseguré, y ella negó con la cabeza.
               -¿Sabes? Pensándolo mejor, creo que prefiero que Sabrae te aguante. Yo ya no tengo paciencia para tanta tontería.
               -¿Especialmente si no hay recompensa?-ronroneé, agitando los hombros de forma sugerente. Bey puso los ojos en blanco.
               -No sé para qué coño te digo nada, Al, cuando eres con diferencia la persona más insoportable que conozco-dijo, pero sabía que era mentira. Lo supe por la sonrisa cariñosa que esbozó al mirarme.
               Bey era la última de una larga lista de chicas que se me comían con los ojos y se postraban ante mí aquella noche, rendidas ante mis encantos o mi traje. No sabría decir cuál de los dos tenía más culpa. Si hubiera estado soltero, me habría hinchado a follar esa noche. Habría hecho la primera orgía de mi vida. Veía cómo me miraban la mayoría de mis compañeras, incluso algunas que juraban que sólo les gustaban las chicas.
               (Esto no va por Tamika, no obstante. Imagínate que lo hiciera. Puaj. O sea, que ella es guapa, y tal, pero puaj. Es Ta-mi-ka).
               Y, sin embargo, ya no me parecía que aquello fuera pasárselo bien. Ya no me regodeaba en ello como antes. Mi libertad estaba en querer a Sabrae, en poseer a Sabrae, en hacer disfrutar a Sabrae y serle fiel a Sabrae, no en marcar todas las tareas pendientes en la lista del fuckboy  en una sola noche.
               ¿Convertir lesbianas? Hecho.
               ¿Follarme a  medio curso? Hecho.
               ¿Follar puesto de coca? Hecho.
               ¿Descubrir cómo gimen todas mis compañeras de clase? Hecho.
               ¿Tirarme a mi mejor amiga, de la cual llevaba pillado desde los 12, y siendo correspondido desde los 15? Hecho.
               No. No quería eso. No quería a Bey, ni a las demás, ni la gloria que suponía saberte uno de los pocos agraciados con un polvo colectivo. Quería a Sabrae. Ser Alec no era rellenar una lista, sino estar con ella. Y a mí me encantaba ser Alec.
               Y, hablando de la reina de Roma… ¿dónde se había metido?


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2 comentarios:

  1. Me ha gustado muchísimo esta conversación entre Max y Alex, me ha cundido bastante ver la reflexión de Max sobre Sabralec y como hab llegado aun consenso.
    El momento del trío he chillado no solo por el “el que no quiere compartir soy yo” sino también por el foreshadowing con el trío con Diana (proyectando a niveles heavys)
    Me esta gustando mucho que alargues el momentos graduación por estos pequeños momentos, estoy deseando ver qué es lo que se viene.

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  2. Mira estoy viviendo mi mejor vida con los capítulos de la graduación así te lo digo.
    Comento cosas jejejej:
    - Me ha encantado la mención al trio con diana y he CHILLADO con la frase “el que no está dispuesto a compartir a su pareja soy yo”.
    - La conversación de Alec y Max me ha parecido muy interesante la verdad. Me ha gustado ver la opinión de otro amigo de Alec sobre Sabralec y me ha encantado cuando le ha dicho que no deje de traerla porque se le ve más feliz :’) Y bueno he de decir que ahora tengo curiosidad por ver que pasa con Bella y Max durante el resto de la novela.
    - Me he meado con Sabrae interrumpiendo a Alec mientras narra.
    - La sonrisita tonta que se me ha puesto con el: “Jo. La echaba mucho de menos. Quería volver con ella inmediatamente. No la había hecho acompañarme para que luego se pasara la noche alejada de mí.” Que mono Alec de verdad.
    - Mira que risa lo del rincón de san valentin JAJAJAJAJAJA
    - Logan me representa muchísimo enterándose de lo de Tam y Karlie JAJAJAJJAJA
    - EEEEEEEE no sabes la ILUSIÓN que me ha hecho Tommy enviándole audios a Layla de Cake by the ocean.
    - El momento lover me ha ENCANTADOOOO.
    - Y mira, TODAS las canciones que has puesto temazooos, una FANTASÍAAAAA de verdad.
    - Me ha gustado mucho que Alec y Bey hayan tenido su momento, adoro su amistad desde el principio y jo me ha parecido muy guay.
    Bueenno me ha encantado el capítulo, me encanta leer a Alec así de enamoradisimo y contentísimo y estoy deseando ver que más nos depara la graduación <3

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