domingo, 5 de diciembre de 2021

Limón.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Saab apoyó el codo en la mesa y clavó la vista en el mar hecho de ónice cuando vinieron a recoger los platos.
               -¿Todo a vuestro gusto, Alec?-me preguntó la camarera en griego, sin molestarse siquiera en usar el inglés para que Sabrae la entendiera, aunque no era para menos: desde que nos habíamos sentado, mi chica se había esforzado en llamar la atención lo menos posible.
               Y eso me parecía divertidísimo, ya que había tirado de mis hilos para conseguir que nos reservaran una mesa en la terraza del restaurante más pijo de todo el pueblo, al que venían los ricachones a regodearse tras un día de compras en los que sus mujeres habían asegurado la economía de la isla entera durante, al menos, un par de años más; y con el que muchas de mis amigas soñaban que las invitaran para que les pidieran allí la mano, en alguna de las mesas que se esparcían por el mirador con forma de ostra igual que si fueran perlas. Estábamos en el sitio más visible del restaurante, y participábamos de la vista igual que los demás.
               Lo cual hacía muchísimo más difícil para Sabrae disimular sus gemidos y la forma en que sus caderas se rebelaban contra ella, buscando una fricción con la que la incitaba el vibrador por control remoto que llevaba.
               Y del que yo, por supuesto, tenía el control.
               -Estaba todo genial.
               -Os ha quedado un poco-observó, señalando las fuentes de cerámica con dibujos en azul en los que aún quedaban biscotes con montañitas de foie y manzana caramelizada, cucharitas con gambas sobre mayonesa, aceitunas especiadas, daditos de queso, y pimientos rellenos de queso feta-. ¿Os lo pongo aparte para que os lo llevéis a casa?
               La verdad era que la mayoría de lo que me lo había comido yo, primero porque estaba famélico de tanto sexo como habíamos tenido mi chica y yo, y segundo porque ella estaba demasiado ocupada asiéndose a los bordes de la mesa como si le fuera la vida en ello como para poder meterse algo en la boca. Ahora mismo sólo le apetecía llevarse una cosa, y por mucho que a mí me entusiasmara la idea, sabía que si lo hacíamos mamá me mataría, ya que no podríamos volver a salir de casa en Mykonos durante los siguientes 120 años.
               -Pues mira, ya que lo dices, te lo agradecería un montón, Calíope-sonreí, arqueando las cejas. Sabrae me miró de reojo, pero cruzó las piernas con más fuerza, sonrojándose todavía más de lo que ya lo estaba. Una ligerísima película de sudor le cubría la piel de un fulgor que me moría por lamer, pero me estaba divirtiendo tanto viendo cómo luchaba, con apenas éxito, contra sí misma, que merecía la pena reprimir mis instintos más bajos.
               -No es nada-respondió, apilándose las fuentes en el brazo-. Enseguida os traigo los principales, ¿vale?
               -No hay prisa. Tienes el restaurante a tope-comenté, haciendo un gesto con la cabeza hacia el resto de la sala. Sabrae siguió mi gesto con la mirada, se giró lo suficiente como para echar un vistazo alrededor, y se giró de nuevo rápidamente, notando que le ardía hasta la espalda. No es coña. Vi cómo se sonrojaba por todo el cuerpo-. ¿Son por mis reseñas en internet, tal vez?
               Calíope se echó a reír.
               -No nos va mal, la verdad. Espero que dure. La universidad es cara.
               -Mm. Es un coñazo tener que ir al continente.
               -Pues sí, y el alquiler del piso no se paga solo.
               -Bueno, menos mal que vamos a llenar un poco la hucha esta noche Saab y yo-le guiñé un ojo y Calíope se echó a reír.
               -Nunca está de más un par de euros extra-respondió-. ¿Te importaría…?-preguntó, cambiando al inglés con un suave acento que era prácticamente imperceptible para los griegos, pero que yo como nativo podía distinguir perfectamente, para dirigirse a Sabrae. Sabrae la miró con ojazos de cervatillo pillado en medio del bosque por un lobo, y retiró los codos de la mesa para que Calíope pudiera retirarle los platos con comodidad-. Gracias-sonrió la griega.
               -Gracias a ti-farfulló Sabrae, apartándose apresuradamente el pelo tras la oreja y clavando los ojos en el hueco vacío en la mesa frente a ella. Esperó a que se fuera para comentar-. Dios mío, creía que no se iba nunca. Le has dado conversación sólo por fastidiarme, ¿a que sí?
               -No tengo ni idea de qué me hablas, nena-respondí, dando un sorbo de mi copa de vino y dedicándole mi mejor sonrisa torcida. Sabrae puso los ojos en blanco, mordiéndose el labio, y sacudió la cabeza-. ¿Qué? Estás muy callada esta noche. Cualquiera diría que hace apenas un par de horas querías someterme a un interrogatorio exhaustivo para descubrir mis más oscuros secretos-me reí, cogiendo la botella de vino y rellenándole la copa-. Tendré que sacarle conversación a alguien para no aburrirme. O puede que, tal vez…-comenté, cogiendo el móvil de encima de la mesa. Sabrae se puso pálida, y luego, colorada-. Quizá necesites un aliciente.
               -Alec-gimoteó, pero yo ya había entrado en la aplicación del vibrador y se lo había activado. Sabrae cuadró los hombros, estiró la espalda y jadeó, el calor subiéndole desde los muslos hasta la cara, y explotando en un fuego artificial del color de la bandera china.
               Se tiró del vestido que llevaba puesto, el que se había comprado en el barco, para disimular la manera en que sus caderas la abandonaron una vez más. Joder, adoraba esa parte de su anatomía en particular, pues era el único rincón que siempre había hecho lo que yo quería y no lo que quería ella. Incluso cuando ella se empeñaba en decirme que no y negarme lo que yo más deseaba, sus caderas siempre me habían suplicado que les diera todo de mí. Absolutamente todo.
               Reduje la intensidad de la vibración hasta detenerla del todo, y me mordí el labio, conteniendo una sonrisa. Noté cómo la lengua se me paseaba por los dientes, algo en lo que yo nunca me había fijado que hacía hasta que Sabrae no me lo dijo.
               -Pareces un león salivando al mirar una cebra herida.
               -Puede que lo sea-le había respondido, y los dos nos habíamos echado a reír antes de enrollarnos de la forma más sucia que lo habíamos hecho en mucho tiempo.
               -Apuesto a que ya no te parece tan buena idea lo de llevarlo en sitios públicos-comenté, haciendo girar el móvil en la mesa, como si fuera una peonza. Sabrae me miró, jadeando, intentando normalizar su respiración. Creo que nunca había hecho que una chica tardara tanto en correrse…
               … lo cual había sido un tremendo error por mi parte.
               -Con lo que no contaba es con que  fueras tan hijo de puta-respondió, todavía con la voz al borde del gemido, en ese tono tan delicioso que siempre me regalaba los oídos cuando estaba dentro de ella, esmerándome en darle el placer que se merecía y que yo ansiaba. Me incliné hacia delante, sonriéndole, emborrachándome del excitación que empapaba su alma y que yo podía percibir, con la que podía fantasear.
               -¿Hijo de puta?-repetí, y sacudí la cabeza-. Oh, nena, encima que te hago disfrutar… ¿o es porque no te he dejado correrte aún? Egoísta, tal vez-me recliné en la silla y tamborileé con los dedos sobre la mesa. Sabrae se puso nerviosa la ver que tocaba la pantalla de mi teléfono, y ésta se encendía, amenazando con atraerla de nuevo al cuadrilátero en el que estaba sumida en el combate de su vida-. Eso lo asumo. Porque, ¿sabes? Desde que salimos de casa, en lo único en que puedo pensar es en hacerte suplicarme que te la meta, y hundirme en tu interior empapado justo cuando estés a punto de correrte para que me exprimas como siempre haces-mi sonrisa se torció un poco más y el pecho de Sabrae subió y bajó, imaginándose lo que pasaría cuando llegáramos a casa. Éramos tal para cual: puede que tuviéramos problemas, no lo niego, pero decía mucho de nosotros que no hubiéramos parado de hacerlo en todo el día y, aun así, en el momento en que nos habíamos vestido después de horas y horas desnudos, los dos hubiéramos lamentado no poder ver el cuerpo del otro al completo y comenzáramos a contar los minutos para volver a meternos en la cama.
               O subirnos a la mesa de la cocina.
               O tumbarnos en el sofá.
               O…
               Bueno, creo que lo vas pillando, ¿no?
               El rubor subió por las mejillas de Sabrae como un río de tinta mezclándose con agua, dibujando patrones con las que ningún artista, por muy maestro que fuera, podría combatir.
               -¿Eso te pone? Porque a mí-cogí la copa de vino y lo hice bailar en su interior- pensar en cómo voy a follarte es lo único que me impide meterme la mano en los pantalones y pelarme la polla viéndote intentando no gemir como una perra en celo como lo estás haciendo ahora-Sabrae se relamió los labios, un poco de humedad apareciendo en el granate mate de su boca, y yo di un sorbo de mi vino, deseando poder probar su entrepierna-. Quizá te folle así cuando lleguemos a casa. Hace mucho que no te pongo a cuatro patas.
               Sabrae iba a contestarme, pero cerró la boca y se apartó el pelo de la cara, disimulando así para poder tapársela con la mano, mientras Calíope depositaba una bandeja con un bogavante partido a la mitad. Dejó un par de pinzas a nuestro lado y, tras canturrearnos un ilusionado “que aproveche”, se volvió como había venido.
               -No vas a conseguirlo, ¿sabes?-me dijo Sabrae con un hilo de voz, y yo alcé una ceja.
               -¿Qué es lo que no voy a conseguir?
               -Que te salte encima y te folle delante de todo el mundo. Sé que es lo que quieres…
               -¿Y tú no?-la corté, cogiendo una mitad con las pinzas y colocándosela en el plato. Sabrae puso los ojos en blanco.
               -Ya sabes la respuesta.
               -Ya, pero quiero que me la digas de todos modos.
               -Pues no pienso hacerlo.
               -¿Segura?-respondí, estirando la mano en dirección al móvil. Sabrae contuvo el aire en los pulmones, y yo me lo pasé bomba viendo cómo batallaba consigo misma, decidiendo si me concedía la victoria o si seguía luchando conmigo un rato más, a pesar de que estaba en clara desventaja.
               Con chulería, igual que si fuera una duquesa de 70 años acostumbrada a que todo el mundo hiciera lo que decía sin rechistar, e ignorando deliberadamente que su mundo hacía tiempo que agonizaba, cogió la servilleta y se la dobló en el regazo. No me contestó.
               Pero, sinceramente, me importaba una mierda. Había despertado algo dentro de mí que necesitaba desesperadamente volverse a dormir, y la única manera de dejarlo K.O. era jugando, dándole lo que quería.
               Así que desbloqueé de nuevo el teléfono y activé el vibrador otra vez. Sabrae se puso rígida. Se mordió el labio, dejó la pinza del bogavante que había cogido sobre el plato de cerámica, y dejó allí anclados los ojos. Levantó la mirada y, al encontrarse con mi diversión, se mordió el labio y jadeó un tentador:
               -Joder.
               Divertido, me pasé la mano por la mandíbula y apoyé el codo en la mesa.
               -Podría estar así toda la puta noche, nena.
               -Eres un verdadero… hijo de puta-jadeó, y clavó de nuevo la vista en el horizonte, en el que el mar se distinguía del cielo por las perlitas minúsculas de las que carecía. Chasqueé la lengua.
               -Ay, bombón, eso me ha dolido. Me gustaría que me pidieras perdón.
               Me fulminó con la mirada.
               -Pídemelo tú por lo que me estás haciendo.
               Me eché a reír.
               -Ni de coña.
               -Entonces, ni de coña te voy a… aaaaah-gimió, hundiéndose en la silla cuando yo subí la intensidad del vibrador. Apenas había pasado de la zona que la aplicación te señalaba como de “baja intensidad”, pero Sabrae estaba tan sensible que la más mínima variación era fatal para ella. Se puso roja como un tomate, miró en derredor, y se inclinó hacia delante en la silla. Rápidamente, volvió a su posición inicial: cuanto más se apoyara sobre sus rodillas, más profundamente sentía la vibración.
               Cruzó las piernas y se tapó la boca con la mano. Me miró con ojos brillantes, calculando el margen que tendría desde que me rajara el cuello por estar haciéndole esto y la detuviera la policía. Con suerte, podría llegar a los muelles y encontrar un barco pero, ¿qué haría entonces? Apenas había tráfico marítimo por la noche, y no tenía manera de llegar al continente. El aeropuerto era otra opción, pero no tenía billetes de avión ni dinero, ya que yo la había obligado a dejar la cartera en casa por si acaso se le ocurría pagar: había perdido la apuesta la noche anterior y era un hombre de palabra.
               Perdiendo completamente el control de su cuerpo, arqueó la espalda, igual que hacía cuando yo tocaba fondo dentro de ella. El vestido se adhirió a sus curvas como una segunda piel, y se le marcaron los pezones, sobresaliendo sobre la perfecta redondez de sus pechos como dos fresas en una cúpula de merengue. Se me puso aún más dura recordando el sabor metálico de su piercing en mi lengua, lo mucho que se endurecían bajo mis dientes.
               -Última oportunidad, bombón.
               Los comensales de varias mesas alrededor miraron a Sabrae. Yo no conocía a ninguno, pero eso ella no lo sabía. Sintiendo que estaba dando un espectáculo, colocó los antebrazos en la mesa y luchó por disimular.
               Deslicé el dedo por la pantalla de la aplicación, aumentando la intensidad de la vibración. Sabrae se sonrojó todavía más.
               -Alec-me pidió.
               -¿Mm?-dije, cogiendo el bogavante que me correspondía y dejándolo en mi plato. Eché un poco de vinagreta en un rincón y levanté la vista-. ¿Sí, Sabrae?
               -Por favor.
               -¿Por favor, qué?
               -Por favor, baja la… uf-se estremeció de pies a cabeza-. La frecuencia.
               -Ah. Ya. Sí, no creo que lo haga-arrugué la nariz-. Verás, es súper divertido ver cómo alguien, o mejor dicho algo, te pone en tu sitio de una puñetera vez. Y me vendría bien una distracción, dado lo callada que has estado durante los…
               -Haré lo que quieras.
               Me relamí los labios, contuve una sonrisa y no pude evitar alzar una ceja.
               -Ya estás haciendo lo que quiero, Sabrae.
               -Por favor. No quiero… correrme.
               -Pues lo tienes complicado-sonreí, cogiendo de nuevo el móvil, encendiéndolo y subiendo un pelín la intensidad. Sabrae cerró los ojos con fuerza, y luego, los volvió a abrir.
               -No quiero correrme… sola. Quiero… que tú… te corras conmigo.
               Clavé los ojos en ella.
               -Te escucho.
               -Sólo… déjame… por favor. ¿Qué es lo que quieres?-soltó de sopetón, y yo no pude evitar reírme.
               -Ya te lo he dicho, bombón. Esto es lo que quiero. Dijiste que te apetecía jugar con él, ¿no? Pues eso estoy haciendo: jugar. A no ser que digas la palabra mág…
               -Papi-suplicó, y yo sonreí. Me regodeé un rato más en la desesperación de la mirada de Sabrae, suplicándome que no la dejara tener un orgasmo delante de toda esta gente, y, finalmente, bajé la intensidad de la vibración rápidamente. La mantuve durante un par de segundos en los que me regodeé en mirar cómo Sabrae trataba de recuperar la compostura, y finalmente lo apagué-. Gracias.
               -Sólo nos estamos tomando un tiempo muerto, nena. Para que puedas aprovechar el bogavante. Y recuerda…
               -Soy tuya-recitó, como le había inculcado ya por la mañana-. Y tú eres mío.
               Asintió con la cabeza y, tras beberse de un trago su vino, empezó con el bogavante. Resultó estar muy hambrienta, y a medida que pasaba el tiempo sin sentir más que la presencia invasiva del vibrador dentro de ella, se iba relajando más y más. Para cuando nos lo terminamos, ella con un par de pinzas en el plato que no le correspondían, pero que le cedí por lo poco que había comido durante los entrantes, estaba relajada, feliz y sonriente.
               Cuando Calíope nos recogió los platos y alabó lo mucho que habíamos comido (no habíamos dejado nada más que la cáscara), recogí mi copa de vino y le di un sorbo bajo la atenta mirada de Sabrae.
               -¿Nos saltamos el postre y vamos a casa? Creo que tenemos un par de tareas pendientes.
               -Me prometiste que me darías a probar unos cuantos dulces típicos de Grecia. Y… me apetece pasear.
               -Espero que sepas la elección que estás haciendo, nena.
               -Soy perfectamente consciente, nene-me guiñó un ojo, apoyando la espalda de nuevo en el respaldo de la silla. Descruzó y cruzó de nuevo las piernas y las balanceó suavemente. Esperó a que activara el vibrador, y yo esperé a que llegara Calíope. Sabrae se mordió el labio con tanta fuerza que casi se hizo sangre, pero logró aguantar el tipo. Me pareció que no estaba lo suficientemente fuerte si era capaz de hacer como si no le pasara nada, así que le subí la vibración al máximo, lo que hizo que se estremeciera de pies a cabeza, pero aguantó como un campeona, disimulando mejor de lo que me esperaba mientras Calíope anotaba lo que queríamos de postre y se alejaba. Bajé entonces la intensidad, ya que no era nada divertido si no tenía el aliciente de hacérselo pasar mal, pero cuando Sabrae me fulminó con la mirada volví a ponerlo al máximo.
               No lo dejé mucho tiempo a tope, pero sí lo suficiente como para conseguir que me suplicara de nuevo. Se hizo una bolita en la silla, aferrándose a sus bordes como si le fuera la vida en ello, y cuando Calíope llegó con los postres, estaba acalorada y jadeante.
               -Gracias-pudo susurrarle, no obstante, y se apresuró a tomar la primera bocanada de la mousse de limón que había pedido para poder gemir a gusto. Tragó despacio, cerrando los ojos, y dejando que su cuerpo encontrara un par de segundos de alivio antes de volver a luchar contra él.
               Yo no pude evitar echarme a reír. Había pedido tarta de chocolate, seguro de que ella se empeñaría en comérsela después, pero renunciaría gustoso a cualquier postre con tal de poder disfrutar de Sabrae de esa guisa. Mi chica se apartó el pelo de la cara, jugueteó con los cubiertos, esperó hasta que se le pasó la siguiente oleada de placer, y volvió a hundir la cuchara en su tarrina de cristal. Paladeó despacio la mousse, mirándome con ojos de cachorrito abandonado, y poco a poco, entre jadeos, gemidos y pausas para tratar de recobrar el aliento, se la terminó.
               Fue soltar ella la cucharilla, y desactivarle yo el vibrador. Hizo un mohín de disgusto, pues se había acostumbrado a tener que luchar contra las ansias de su cuerpo de abandonarse al placer, y se cruzó de brazos. Así como estaba, con las piernas y brazos cruzados, y esa cara de niñita consentida a la que le niegan un capricho al que se cree con derecho, me recordó a una diosa de la noche que se frustraba por no poder corromper al más puro de los mortales, el único que podía hacerles frente a ella ya su reinado del pecado.
               Me pregunté quién sería ese chico, ya que yo me moría por que llegara el momento de entregarme a ella. Puede que ella lo hubiera pasado mucho peor por sentir en su carne la llamada del instinto, pero que el vibrador estuviera dentro de ella no significaba que yo no hubiera disfrutado del proceso. Para mí también había resultado una dulce tortura verla retorcerse de placer, luchar contra sus instintos, tratar de reprimir esas respuestas involuntarias que surgían de lo más profundo de su ser, un premio al que yo siempre aspiraba, y no poder participar de la acción. Me había consolado jugando con ella, tomando el control, pero preferiría mil veces estar atado a la cama y no poder tocarla, completamente a su merced mientras ella me follaba, a consolarme con verla gozar sin poder tomar parte del juego.
               Claro que aquello no había sido en absoluto negativo para mí, ya que sólo había servido para jugar. Incluso si se hubiera corrido (si me lo hubiera pedido habríamos llegado hasta el final, y que le jodieran al resto) yo la reclamaría con la necesidad con que tenía pensado hacerlo a continuación.
               Pero saber que estaba dispuesta, hambrienta de hombre y completamente preparada hacía que toda mi piel ardiera.
               Dejé los billetes de lo que costó la cena sobre la mesa y me levanté a la vez que Sabrae. Le acaricié la parte baja de la espalda con una mano que se terminó deslizando hasta darle un apretón en el culo y arrancarle una risita.
               -¿Qué tal la cena?
               -Genial-respondió, orgullosa, pues todo mal trago a toro pasado termina siendo una divertida anécdota, una prueba más de que estás vivo-. Especialmente, el postre.
               -Me ha dado esa impresión. Y eso que todavía no lo hemos terminado-comenté, dándole un beso en la sien. Alzó las cejas.
               -Oh, pero no vamos a irnos a casa aún. Me prometiste que daríamos un paseo a orillas del mar, y eso vamos a hacer-coqueteó, colocándose frente a mí y jugueteando con los botones de mi camisa. Levantó los ojos hasta encontrarse con los míos, una pizquita de diversión y travesura brillando en lo más profundo de esos dos pozos en los que era capaz de encontrar los secretos más profundos del universo. Se inclinó para susurrarme al oído-. No te vas a escapar de tus deberes tan fácilmente. Quiero conocer cada palmo de este sitio que te ha hecho crecer.
               -Tú también me has hecho crecer-ronroneé, bajando la mano que aún tenía en su espalda, de nuevo a apretarle el culo, para atraerla hacia mí y que viera hasta qué punto me tenía en la palma de la mano. Sabrae se echó a reír.
               -Eso podemos solucionarlo-sonrió, y luego se apartó de mí de repente, atusándose el pelo-. Antes de marcharnos, necesito ir al baño –dijo en voz más alta, tirándose suavemente del vestido y entrelazando las manos sobre su vientre. Parpadeó, devolviéndome la mirada de incredulidad que le estaba dedicando. Creía… creía que lo de ir de paseo por el paseo marítimo era para…
                -¿Vas a aliviarte?-pregunté, divertido y un poco alucinado. Sabrae parpadeó despacio, conteniendo una sonrisa. Sin decir nada, se giró y siguió las señales en dirección al baño. Noté la mirada de Calíope sobre nosotros cuando la seguí, pero ni me molesté en disimular. Que pensara lo que quiera; me daba absolutamente igual.
               De hecho, si nos pillaba y le contaba a todo el pueblo que Sabrae y yo nos habíamos puesto a follar en los baños del restaurante más pijo, incluso nos estaría haciendo un favor. Puede que así a las chicas les entrara en la cabeza de una maldita vez que Perséfone era historia para mí.
               Sabrae estaba esperando a que salieran del baño, en el que sólo podía estar una persona de cada vez, apoyada en la puerta del pequeño pasillo, con la espalda ligeramente arqueada. Sus ojos brillaron al verme, seguramente confiando en que tendría que enviarme un mensaje para que fuera tras ella, y se apartó ligeramente para que yo pudiera entrar en el de los tíos, que estaba vacío, aunque bastante menos limpio. Noté cómo ella miraba por el hueco de la puerta que dejé libre, valorando las posibilidades, e irguió la espalda cuando escuchó la cisterna del baño activarse. Se hizo a un lado para dejar a la señora que lo usaba salir de él, y luego, entró en ella. No cerró la puerta, pues contaba con que yo la seguiría, tal y como hice.
               Efectivamente, Calíope nos estaba vigilando desde la barra del bar del restaurante, pero se limitó a anudarse de nuevo la coleta y continuar con su trabajo. No tendría nada que criticar con el resto de las chicas del pueblo si no nos dejaba a Sabrae y a mí hacer lo que habíamos ido a hacer.
               Como si pudiera detenernos, por otro lado.
               Saab apenas me dejó echar el pestillo del baño: se abalanzó hacia mí como una gata hambrienta, ansiosa por probar bocado después de una eternidad sin llevarse nada a la boca. Gimió en mis labios cuando por fin nuestras lenguas se encontraron, y yo me regodeé en el ansia con que me comió la boca, casi angustiada, casi desesperada. Sabía una deliciosa mezcla de excitación y limón, algo que yo no esperaba probar en mi vida, y que sin embargo me encantó.
               -Creía que iba a tener que agarrarte de la mano para que vinieras-se quejó-. Joder, Alec, te necesito tanto-gimoteó, llevándose la mano al cuello para desanudarse los tirantes del vestido, dejándoselos caer y liberando así sus pechos, cuyos pezones del color del chocolate con extra de cacao parecían suplicarme que me los llevara a la boca.
               Notaba la polla dura en los pantalones, a punto de reventarlos. Toda la noche haciendo que Sabrae llegara a su límite me había hecho llegar al mío sin que yo me diera cuenta siquiera de ello.
               -¿Cuándo te he fallado yo, Sabrae?-me chuleé, pegándola contra la pared de la puerta y llevando mis manos a sus pechos. Los abarqué completamente con ellas, manoseándolos de manera que ella emitió un gemido.
               -Fóllame-me suplicó, y se subió la falda del vestido, de manera que sus rodillas quedaron al aire-. Necesito que me folles. Y que no seas amable conmigo.
               Me eché a reír.
               -He creado un monstruo contigo, ¿verdad?-repliqué, pero no dejé que me respondiera. La agarré de las caderas y tiré de ella para darle la vuelta, poniéndola contra la pared, aprisionándola con mi cuerpo. Le separé los pies con los míos, y le abrí las piernas con mis rodillas mientras ella gimoteaba, suplicaba y jadeaba que me diera prisa, que le diera lo que quería, que acabara con ese sufrimiento que era no estar juntos.
               Madre mía, no tenía ni puta idea de cómo íbamos a hacer cuando llegaran mis amigos. Lo único que sabía era que traumatizaríamos a la pobre Shasha, porque estaba claro que no íbamos a ser capaces de bajar el ritmo, ya no digamos dejar de hacerlo como auténticos animales irracionales.
               Subiendo las manos de sus caderas hasta sus tetas, la obligué a decir mi nombre y que me dijera exactamente lo que quería (que se la metiera) a base de manoseárselas. Sabrae separó las piernas y se llevó una mano al sexo, deslizándose por sus pliegues para alcanzar el vibrador.
               -Quieta-canturreé yo-. Eso es cosa mía.
               Subí una mano hasta su cuello mientras con la otra descendía por su cuerpo, maravillándome con la forma en que la tela del vestido se pegaba a sus curvas sin ceñirse a ella; la respetaba, no la constreñía, como si fuera la túnica de la estatua de una diosa en lugar de un corsé que resaltara la figura de una mujer real, mucho menos perfecta pero con virtudes nada desdeñables, como su tangibilidad.
               -Eres mía, ¿recuerdas?-le susurré al oído, tan cerca de su oreja que le arañé el lóbulo con los dientes, y Sabrae se estremeció de pies a cabeza. Separó aún más las piernas cuando deslicé mi mano por la pirámide invertida de entre sus muslos, dejándome espacio para pasar-. Joder, nena. Estás empapada.
               Era verdad: tanto tiempo al límite del orgasmo había hecho estragos en su ropa interior y en el hueco en que era más mujer. Una gruesa película del gel del que estaba hecho el mundo cubría los pliegues de su origen, y cuando introduje dos dedos en su interior, una parte de mí no pudo evitar maravillarse de su aguante. Si Sabrae estaba tan mojada era que había disfrutado lo indecible durante la cena, pero milagrosamente había conseguido retrasar su orgasmo hasta que ambos pudiéramos disfrutarlo. Tenía el aguante de una verdadera campeona olímpica, pulverizando todos los récords mundiales, incluso los que la ciencia había declarado inamovibles.
               Bajé más, hasta alcanzar su rodilla. Sin avisarla de lo que pretendía, la agarré por la articulación y se la levanté hasta dejarla sobre el lavamanos, de forma que estuviera más abierta para mí. Su respuesta fue un suave jadeo de sorpresa y un gimoteo que claramente me invitaba a continuar, como si yo necesitara que me animara a seguir: su tacto, su sonido, incluso su sabor eran una tentación a la que yo iba a ser incapaz de resistirme. De nuevo, introduje dos dedos en su interior, cogiendo con delicadeza el anillo del vibrador, y tirando de él suavemente. Fue lo único que le hice suave esa noche.
               Cuando por fin lo tuve fuera, lo sostuve en alto para que los dos lo miráramos. Brillaba por la luz del techo y el rastro del placer de Sabrae.
               -Estoy orgulloso de ti-le dije, besándole la mejilla mientras ella seguía con los ojos puestos en él-. Has aguantado como una campeona.
               -Varias veces he creído que no lo iba a conseguir-me confesó, retorciéndose para besarme en los labios.
               -Como siempre subestimándote, nena. ¿Qué vas a hacer cuando me vaya?-la provoqué, con la esperanza de que me dijera algo mínimamente negativo a lo que yo pudiera aferrarme para conseguir que me diera la clave para quedarme en casa. A más lo pensaba, más consideraba el voluntariado un error.
               Y era en el voluntariado en lo único en que podía pensar cuando Sabrae y yo nos dejábamos caer en el sitio, fuera donde fuera que lo hubiéramos hecho esta vez: la cama, el sofá, la mesa de la cocina, incluso el suelo de la ducha, donde nos apretujábamos el uno contra el otro mientras seguía lloviendo agua y jabón sobre nosotros; cualquier lugar me servía para darle vueltas a lo mismo.
               ¿Qué iba a hacer sin ella cuando me marchara?
               Sobrevivir, desde luego, no iba a ser.
               Entonces, ¿cómo podía quedarme y seguir llamándome hombre?
               Consiguiendo que ella fuera quien me lo pidiera. Mis promesas sólo seguirían teniendo validez si era la propia Sabrae quien me suplicaba que no me marchara. Sólo así podría dormir tranquilo a su lado en agosto, en el cumpleaños de Shasha, en septiembre, en octubre, en nuestro aniversario, en noviembre, en diciembre, cuando hiciera frío… todo el año junto a ella, y toda la vida confiando en que haría lo que fuera mejor para ella porque se lo había prometido, y yo jamás había incumplido una promesa.
                -Esperarte-respondió, desarmándome completamente. Mierda, nena, estábamos tan cerca…-. Y recordarte todo el tiempo. Así que más ya puedes esmerarte.
               Me reí entre dientes, sin poder creerme que fuera así de chula incluso cuando sabía que el que llevaba la voz cantante, y llevaba haciéndolo todo el día, era yo.
               -Esmerarme en el sexo es lo que mejor se me dan, nena-ronroneé, pasándole la lengua por el cuello mientras introducía dos dedos en su interior. Sabrae echó la cabeza hacia atrás, invitándome a entrar con un movimiento rítmico de caderas que usaba también cuando me tenía dentro de ella, dentro de verdad.
               -Dios, qué preparada estás, bombón. Podría correrme sólo haciéndote dedos-le dije, y ella se estremeció. Parecía que la idea no le disgustaba del todo, aunque ambos teníamos otras cosas en mente-, pero seguro que no quieres eso, ¿verdad?
               A modo de respuesta, como si aquello fuera una proposición en serio y yo pudiera aguantar de verdad el no meterme en su interior y gozar de su cuerpo como ella lo estaba haciendo del mío, se inclinó hacia delante lo justo y necesario para frotarme el culo contra el bulto de la entrepierna.
               -Me parecía-susurré, mordiéndole por debajo de la mandíbula mientras sacaba la mano de entre sus muslos. Ella protestó, pero no se atrevió a bajar la mano para seguir satisfaciéndose: sabía que la tenía en mis manos y que todo dependía de mí, y no de ella, y ahora que había descubierto lo que era ceder completamente el control, no iba a volver a intentar dominarme tan pronto. Iba a disfrutar de ser ella la obediente por una vez.
               -Que me esmere, dices-me reí, llevándole los dedos a la boca-. Pruébate y dime que no te parece que me he esmerado esta noche.
               Sabrae me miró a los ojos mientras entreabría los labios, y no rompió el contacto visual cuando los chupó igual que me chupaba la polla. Aquello fue el fin para mí: le saqué los dedos de la boca y le mordí los labios con los míos, invadiéndola mientras ella se pegaba a mí, buscando un consuelo que no tardé en ofrecerle.
               Como le prometí, no fui amable ni cuidadoso, y tampoco fuimos lentos corriéndonos. Los dos teníamos mucha tensión acumulada a pesar de lo satisfechos que estábamos cuando salimos de casa, pero poco a poco todo había ido escalando de nuevo sin que nosotros nos diéramos cuenta siquiera. Teníamos que aprovechar mientras pudiéramos: pronto dejaríamos de estar solos y tendríamos que atender a nuestros amigos, que cada vez me apetecía menos que vinieran sólo por la forma en que me estaba fusionando con Sabrae. No quería que interrumpieran el proceso en el que nuestros átomos parecían sumidos, engarzándose unos con otros como los diamantes en un lujoso collar para una emperatriz. No quería marcharme nunca de Mykonos.
               No quería vestirme nunca.
               No quería dejar sola a Sabrae.
               No quería irme a África, y me aferraba a mi chica como si ella tuviera la solución a un problema en cuya creación ni siquiera había participado. Cada vez que salía de su cuerpo estaba más desesperado que la vez anterior, porque significaba otra oportunidad perdida de conseguir que me pidiera que me quedara. Ahora que la había convencido de que Perséfone no significaba nada ella estaba tranquila, pero yo había empezado a preocuparme: si mi pasado había levantado una gran barrera entre nosotros, una barrera que nos había costado lágrimas de Sabrae, y sudor y mucho, mucho esmero por parte de ambos, ¿qué podía suponer que yo me marchara? ¿Qué iba a hacerme? ¿Cómo iba a ser capaz de dormirme siquiera a solas, ahora que ya había olvidado cómo era? Sería tan duro volver a casa como irme a la guerra, porque en el momento en que regresáramos a Inglaterra dejaríamos de compartir cama.
               Y si yo no estaba preparado para dejar de compartir la cama con Sabrae, menos lo estaba aún para dejar de compartir el continente.
               La dejé en el suelo con piernas temblorosas, una sonrisa de felicidad atravesándole el rostro, y los ojos brillantes por la felicidad. Con la boca hinchada y el maquillaje sorprendentemente intacto (puede que se pusiera pocas cosas, pero eran de excelente calidad), me dio un beso en los labios con el que medio las gracias por absolutamente todo, pero también me hizo darme cuenta de que tendría que suplicarle que me pidiera que me quedara en casa si realmente quería que lo hiciera; hasta ahí era importante la comunicación para ambos.
               Y a mí se me caería la cara de vergüenza si de verdad tenía que hacer algo tan ruin.
               De modo que la cogí de la mano y salí del baño con ella con la cabeza muy alta nada más descorrió el pestillo, inclinando la cabeza en dirección a Calíope cuando nos miró con un chispazo de inteligencia en la mirada. Si bien no hizo ningún gesto que atrajera la atención de nadie más, sí pude ver la forma en que sus ojos cambiaron cuando los posó en Sabrae. Saab le sostuvo la mirada mientras nos íbamos, un tanto retadora, y la había visto tantas veces en esa misma isla que ni siquiera me pareció curiosa o fuera de lugar, a pesar de que la dueña original era bien distinta.
               Perséfone siempre había tenido que lidiar con las demás retándola con la mirada, acechándome mientras esperaban a que cometiera un error y pudieran saltarme encima, pero ninguna se había atrevido a desafiarla como habían hecho con Sabrae.
               Tampoco habían tenido tantísimas posibilidades de fracasar (todas) con Sabrae como lo habían tenido con Perséfone, aquello era un hecho. Pero, aun así, me molestó. Vamos, ¿es que no la habían oído gritar por la tarde? Estaba bastante seguro de que habíamos impedido que toda la isla se echara la siesta simplemente con nuestro entusiasmo probando los juguetes que me había traído de Inglaterra, y aun así, las chicas de Mykonos se seguían creyendo con derecho a desafiar a Sabrae y con posibilidades de salir victoriosas.
               Joder, si incluso Calíope me había visto cenar con ella y prácticamente caérseme la baba. Puede que hasta se hubiera dado cuenta de lo que hacíamos.
               -¿Quieres que nos vayamos a casa?-pregunté cuando el frío de la noche nos azotó la cara. Se había levantado una revoltosa brisa que hizo que a Sabrae empezara a flotarle el pelo, y que yo deseara haberme traído una chaqueta sólo para poder pasársela por los hombros.
               Ella negó con la cabeza.
               -Quiero pasear. Hace muy buena noche, ¿no crees?
               -Ajá.
               La tomé de la cintura y me la pegué al cuerpo. Soltó una risita al notar el vibrador en mis pantalones, y me besó el costado.
               -¿Qué tal la experiencia?
               -Intensa… pero bien. La he disfrutado. Quién lo diría, ¿verdad? He llegado a pasarlo un poco mal. ¿Y tú? ¿Te has divertido?
               -Sí. Especialmente, con lo mal que lo has pasado tú-me burlé, y ella me dio un puñetazo en el costado. Hice una mueca y se puso pálida, pero yo negué con la cabeza-. Tranquila. La costilla rota es la de más arriba. Y si quieres hundírmela en el corazón, tendrás que darle un poco más fuerte y un poco más a la izquierda.
               Se rió sin ganas, dándome a entender que aquello no tenía gracia, y nos adentramos en el muelle. Pasamos por delante del mirador en el que nos habíamos encontrado la noche anterior, y ninguno de los dos dijo nada.
               -¿Puedo hacerte una pregunta?-dijo después de un rato de silencio en el que prácticamente escuché cómo ordenaba sus pensamientos.
               -No.
               Hizo un mohín, pero asintió con la cabeza, y yo me eché a reír.
               -No, bombón. No es que no puedas hacerme una pregunta: la respuesta a tu pregunta es no. No he hecho esto con nadie. Nunca. Alguna vez Chrissy y yo probamos alguno de sus juguetes, pero nunca los sacamos de su casa. Y Perséfone no tiene nada de esto, que yo sepa.
               -No es que fuera a molestarme ni nada por el estilo-me aseguró, dándole una patadita a una piedra de la que pasábamos-. Es sólo que… me genera curiosidad. No te importa, ¿verdad?
               -El día que deje de generarte curiosidad avísame, ¿vale? Me habré vuelto aburrido y te irás de mi lado.
               Me miró a los ojos con la sinceridad hecha chocolate.
               -Yo nunca voy a irme de tu lado, Alec-me prometió.
               Supongo que podría aferrarme a eso para no subirme a mi avión.
              
 
-¡Buenos días, Mykonos!-festejó Alec, todo energía y buen rollo, mientras abría las contraventanas para dejar que el sol me bañara igual que el mar me había lamido los pies la noche anterior. Durante nuestro paseo por el paseo marítimo habíamos terminado bajando a la playa del final del muelle y hundiendo los pies en el agua, algo que mis dedos un poco resentidos por los tacones agradecieron hasta el punto de que tuve que subir calzada con los zapatos de Alec, igual que un patito, mientras él caminaba descalzo (porque Dios le librara de dejarme ir a ningún sitio con algún tipo de molestia), y había terminado cayéndome derrotada en la cama, agotada por el día de actividad física tan intensa… y eso que apenas nos habíamos alejado kilómetro y medio de su casa.
               -No, no, no, nononononoo-me había dicho él, saltando sobre mí-. Nena, hay que desmaquillarse.
               -No puedo más-había protestado yo-. Déjame dormir. Si me destrozo la cara, ya miraré opciones de cirugía plástica. Mis padres son ricos.
               Él, bueno, atento y cariñoso como era, me había quitado el maquillaje y me había desnudado, subiéndome los pies a la cama y tapándome con cuidado con la sábana antes de bajar a lavarse los dientes como una persona normal. Recordaba haber rodado por la cama hasta acurrucarme contra la pared, y cuando él llegó, aferrarme a su cuerpo como si me fuera la vida en ello.
               Después, nada. Si hubiera estallado la Tercera Guerra Mundial y toda la isla hubiera sido bombardeada, yo no me habría enterado de tan exhausta como estaba.
               -Arriba, dormilona-me animó él, besándome en la mejilla mientras me apartaba el pelo de la cara-. Tenemos muchas cosas que hacer y muy poco tiempo. Nos queda un día de libertad antes de convertirnos en un matrimonio de 20 años de casados que no se soporta pero que les hace barbacoas a sus amigos.
                -Diez minutitos-protesté, dándome la vuelta y tapándome con la sábana.
               -Nop-dijo él, destapándome.
               -Cinco minutitos-metí la cabeza debajo de la almohada.
               -Nop.
               -¿Tres minutitos?
               Se quedó parado a mi lado, y yo me asomé por debajo de la almohada. Lo vi mirando el teléfono, y no pude evitar cerrar automáticamente las piernas. Alec levantó la vista, miró el bulto de mis piernas debajo de la sábana, y se echó a reír.
               -Saab, relájate. El vibrador está en la bolsa. ¡Jesús! Si hubiera sabido que te iba a traumatizar tanto, no lo habría comprado.
               -Estoy agotada. ¿Podemos poner en pausa la lista de fantasías sexuales por hoy? Creo que mi cuerpo no da más de sí. No estoy segura de si es síndrome premenstrual o simplemente…
               -Ayer te metí mucha caña. Es normal. Lo siento si fui demasiado bestia contigo, bombón-me besó la frente-. Hoy nos lo podemos tomar de relax, ¿te parece?
               La verdad era que, en ese momento, lo único que me apetecía era que Alec se tumbara a mi lado en la cama y pasarme el día durmiendo. El anterior había sido intensísimo: después de aquel polvo en el que pensé que iba a terminar perdiendo el conocimiento con el orgasmo tan intenso que me hizo tener, preguntarle qué era lo que tenía en aquella bolsita que no me dejaba mirar había sido lanzarme de cabeza a una piscina con apenas 10 centímetros de agua, de la que me había apañado para salir ilesa.
               Se me secó la boca y se me aceleró la respiración cuando Alec cogió la bolsa, abrió la cremallera y la dejó sobre mi vientre tras sacar el pasaporte. Me había incorporado como un resorte para mirar qué había en su interior, y lo primero que saqué fue la caja que había palpado esa misma mañana: lubricantes de pareja. Concretamente, el que habíamos probado una vez en su casa, y que había hecho estragos en los dos.
               No me costó identificar lo segundo a pesar de que nunca había sostenido uno entre mis manos, ya que los había visto cantidad de veces en mis sesiones de exploración de Internet con Amoke: un pequeño vibrador ligeramente curvado para insertarlo mejor en el interior de la vagina, con un anillo redondeado en su parte inferior para poder extraerlo sin problemas; justo lo que había tocado antes de soltar la bolsa como si quemara.
               Alec se quedó muy callado mientras yo lo analizaba, jugueteando con él, buscando algún botón o algo que me diera una pista de cómo funcionaba. Me intimidaba un poco a pesar de que el pene de Alec tranquilamente lo duplicaba en tamaño y me hacía disfrutar como loca, pero aquello era distinto: más rígido, más… no sabría cómo definirlo. “Imponente” me parecía una palabra acertada, pero dada la diferencia de tamaño, también me parecía un poco exagerada.
               -¿Cómo se enciende?
               Alec apretó la anilla de la parte baja y empezó a vibrar en mis manos. Lo apreté entre los dedos, comprobando su tacto, y luego apreté la anilla para probar. La intensidad aumentó un poco. Con otro apretón, subió un poco de nivel. La mantuve apretada para ver qué pasaba, y entonces, el pequeño vibrador se apagó. Lo dejé sobre mis muslos, observándolo, preguntándome qué posibilidades nos ofrecía. Al se aclaró la garganta y empezó:
               -Esto… sé de primera mano que eres genial masturbando. Pun intended-sonrió, y yo me eché a reír. Dejé el vibrador encima de la cama y me abracé las piernas-. Pero llevaba tiempo pensando que puede que te canses de usar sólo los dedos cuando yo me vaya, así que se me ocurrió regalarte algo con lo que entretenerte. Y luego pensé que me gustaría verte utilizándolo, o incluso probarlo contigo, si te parece bien. Ya que hemos hablado unas cuantas veces de que nos gustaría innovar, bueno… me pareció que estando aquí podríamos hacerlo más cómodos, ya que no hay peligro de que nos interrumpan, y podemos experimentar más. Ver si nos gusta… claro que, si no te sientes preparada o lo que sea, lo dejamos aparcado y por mí no hay ningún problema-aseguró, mirándome con una intensidad que me hizo derretirme-. Tenemos tiempo de sobra para probarlo. O si te sientes más cómoda probándolo primero yo, pues… genial.
               Se quedó callado, esperando.
               -¿Estás callada porque no sabes qué decir o estás callada porque estás pensando?
               -¿Cómo podemos probarlo en ti?
               Alec parpadeó.
               -Vamos a ver, Sabrae, sólo hay una parte de mi cuerpo que no es igual que la tuya.
               Me puse roja como un tomate al comprenderlo, y él se sonrojó también.
               -Te dije que me gustaría probarlo.
               -Lo sé.
               -Y a ti también te gustaría probarlo.
               -Sí.
               -Pero no tiene por qué ser ahora sí tú no quieres.
               -Vale-suspiré, aliviada, y Alec se echó a reír, recostándose en la cama.
               -¿Tanto miedo te da empotrarme?
               -Es sólo que no me esperaba que fuera tan… a corto plazo-recogí el vibrador-. ¿Sabes cómo funciona? O sea, ¿en qué zonas lo podemos usar?
               -Clítoris, vagina. Testículos. También puede adaptarse para sexo anal, pero eso-se rascó la cabeza y dejó caer la mano a un lado- aún tengo que estudiarlo. Tengo las instrucciones en el móvil; si quieres te las envío y les echas un vistazo más tarde, tranquilamente. Ah, y te puedes descargar la aplicación para controlarlo.
               -¿Aplicación?
               -Sí; va por control remoto. Cogí este modelo por eso, porque, bueno…-se relamió los labios y se pasó una mano por el pelo-, siempre he fantaseado con usar juguetes sexuales en público, ¿sabes? Los típicos vibradores que se insertan y luego vas a cualquier sitio, al cine o a cenar, y tú manejas lo que lleva tu chica. Y siendo tú como eres, me imaginé que…
               -Vamos a probarlo-le había instado yo, y Alec se había echado a reír.
               -¿Ya? O sea, ¿ya de ya?
               -Venga. ¿Hay que ponerle algo?
               -Lubricantes. Para eso son-agitó la caja con los lubricantes en el aire y yo me reí mientras me tumbaba en la cama.
               Resultó que aquel fue uno de los mejores regalos que me había hecho hasta la fecha, y la sesión de pruebas del dichoso juguete se prolongó hasta prácticamente la hora de comer. Apenas terminamos de recoger los platos y yo me senté en el sofá del salón, Alec volvió a subir a la habitación a recogerlo y seguir con nuestra sesión de juegos. No me lo insertó esa vez, pero sí que le prestó a mi clítoris las atenciones que se merecía mientras él me penetraba, y cuando terminamos, agotados y satisfechos, yo le había soltado la peor frase que se me podría ocurrir soltarle.
               -Si me lo hubieras dado antes, lo habría llevado puesto en la boda y entonces que lo habríamos pasado bien.
                Por supuesto, Alec me hizo pagar mi osadía con creces en el restaurante de la cena.
               Y ahora allí estaba yo, tumbada en la cama con las piernas como si hubiera corrido una maratón, con la consistencia de aproximadamente el blandiblú.
               Me pasó los dedos por la cabeza, cariñoso, y yo me pregunté cómo se suponía que algo que iba a pilas y me cabía en la palma de la mano iba a sustituirlo; no sólo como compañero sexual, sino como de vida. Estábamos en esto juntos, y cada segundo que pasáramos separados sería un infierno para mí.
               Un infierno que se me haría eterno mientras las hojas del calendario iban sucediéndose demasiado despacio incluso para un otoño perezoso.
               -Te dejaré dormir otra horita, entonces-comentó, disimulando a duras penas la sonrisa de su voz mientras me depositaba un beso en los labios. Le enseñé el dedo corazón.
               -No todo en la vida es sexo, ¿sabes, guapo?
               -¿Quién lo dice? Y, por favor, si me vas a decir que la asociación de National Geographic… ahórratelo. Esa panda de frikis empollones no reconocería un coño ni aunque vieran uno perfectamente momificado en Egipto. Es broma-añadió, dándome otro beso en el hombro que hizo que me derritiera un poco. A veces Alec parecía de mentira de tan adorable que era, como si fuera un osito de peluche hecho de algodón de azúcar y zumo de estrellas-. Nos tomaremos el día con calma. Ven a desayunar-tiró suavemente de mí-. He hecho huevos y ¡apenas me he quemado! Sólo tengo unas pocas quemaduras de tercer grado, pero nada grave. He consumido una vida, así que me quedan seis. Bueno, cinco-arrugó la nariz y yo me giré-. La primera la consumí cuando te vi en el traje de la graduación.
               Me eché a reír y dejé que me sacara de la cama, tirando suavemente de mí para conseguir levantarme. Me quedé sentada en el borde mientras él revolvía en el armario, en busca de una camiseta de tirantes suya que yo pudiera usar a modo de ropa. No iba a dejarme ponerme la mía dentro de casa, eso ya me lo había dejado bien claro: estaba más apetecible con la suya y le gustaba más verme con ella, y yo estaba demasiado cómoda y me sentía demasiado sexy con sus camisetas y nada más como para discutir. Lo tomé de la mano y bajé las escaleras despacio, luchando por seguirle el ritmo sin caerme en el intento.
               Ayer nos había sorprendido a ambos ampliando mis límites hasta lo indecible, ¿pero a qué precio?
               Alec se había esmerado en el desayuno: tostadas de pan integral, huevos fritos (bueno… chamuscados, pero para ser los primeros que hacía era un milagro que no se le hubieran roto), mermeladas de todos los colores, zumo de naranja o limón naturales, y café. Resplandecía con tanto orgullo cuando le dije que todo tenía una pinta deliciosa que eliminé automáticamente los defectos que le veía a la comida en mi cabeza, y confiando en que entre los dos conseguiríamos convertirle en un buen cocinero, le di un beso y me senté en la silla. Exhalé un suspiro de felicidad cuando hundí los dientes en la tostada empapada por la yema del huevo, y lo miré.
               -¿Qué vamos a hacer hoy?
               Clavó los ojos en mí.
               -¿Un bebé?-me sugirió, y yo me atraganté de la risa.
               -Me parece un poco temprano para eso. Además, si me quedara embarazada ahora, es posible que se me adelantara y nos saliera un insoportable Piscis-arqueé las cejas y le guiñé un ojo, pero a Alec no le hizo ni puñetera gracia.
               -O peor aún: podría retrasarse, algo típico en ti, y tener a un Tauro, al que ni siquiera hay que añadirle ningún insulto, porque eso ya es bastante malo.
               -Mm, Scott es Tauro, yo soy Tauro, Eleanor es Tauro…
               -Has dicho dos cosas malas y una buena. Y no estoy muy seguro de si lo de Eleanor es bueno, así que lo voy a dejar en algo bueno.
               Me crucé de piernas y apoyé el codo en la mesa.
               -En serio, Al, ¿qué planes tienes para hoy? Y, por favor, que no sea otro juguete sexual. Nuestra competitividad no está acorde con el aguante que tenemos, y yo otro día como el de ayer no creo que lo aguante.
               -Tenemos una orgía a las 4. ¿La cancelo, entonces?-me puso cara de cachorrito abandonado y yo me eché a reír, y él se regodeó en haberme arrancado una carcajada-. No, en serio. Espero que sigas de buen humor en un rato, o que por lo menos estés lo suficientemente cansada como para no discutir, porque quiero enseñarte la isla.
               -¿Por qué iba a querer discutir por enseñarme la isla? He venido a Mykonos con intención de verla.
               -Lo más interesante de Mykonos duerme contigo todas las noches.
               Parpadeé despacio.
               -Las sábanas son bonitas y tal, pero tampoco son para tanto, Alec.
               -Eres, con diferencia-dejó la taza sonoramente sobre la mesa- la persona más insoportable que he conocido en mi vida. Y mira que he conocido muchas. Jordan, Tommy, tu hermano. Pues tú te llevas la palma, tía. Haces que los demás queden como mierda.
               -No me digas estas cosas, que me sonrojo-me abaniqué con las manos y negué con la cabeza mientras Alec me fulminaba con la mirada. A pesar de que me encantaba hacerle rabiar y pelearnos en broma, lo cierto es que me apetecía ver la isla y tenía las energías bajo mínimos, así que tuve que ponerme en modo de bajo consumo y dejar las cosas como estaban. Cuando subimos al piso de arriba a cambiarnos, conseguí que Alec no me tumbara más de tres veces en la cama, y para evitar tentaciones, me puse unos pantalones vaqueros cortos que le hicieran más difícil meterme mano. Evidentemente, eso no le hizo ninguna gracia, pero yo no estaba allí para hacer que se riera, sino para hacer que tuviera las manos quietas.
               Con una camiseta de tirantes amarillo limón, alpargatas de lona bien cómodas, el pelo recogido en dos trenzas de boxeadora y una mochila con agua a la espalda, lo acompañé fuera de la casa. Comprobé el nudo del bikini que llevaba bajo la ropa, asegurándome de que todo estuviera en su sitio, mientras él cerraba la puerta, y luego, cogidos de la mano, rehicimos el camino que habíamos hecho los dos días anteriores en dirección a la plaza del pueblo. Sin embargo, cuando llegamos a los pies del gran árbol, en lugar de poner rumbo al muelle, tomamos una de las calles contiguas de la iglesia, que subía hacia la parte más alta del pueblo.
               -¿Quieres que te lleve a cuestas?-me preguntó Alec, que iba cargando con una bolsa de playa en la que habíamos metido toallas y ropa limpia. Lo miré por encima de mis gafas de sol.
               -¿Por? ¿Has visto a alguien a quien tenga que darle envidia? ¿Chloe, por ejemplo?
                -Pareces al borde de un infarto-se rió él.
               -Bueno, en las últimas 24 horas he estado al borde del infarto muchas veces, y luego me lo he pasado genial, ¿no? Quizá tenga más aguante del que te esperas… o el que a ti te gustaría-le saqué la lengua y él sacudió la cabeza, tirando de mí para darme un beso.
               -Cómo voy a echar de menos este buen humor tuyo dentro de diez minutos.
               Alcé una ceja, interrogante, pero él no me entró al trapo y yo no tenía apenas aliento para insistir. Además, él también estaba al límite de sus fuerzas, ya que jadeaba mientras subíamos una de las cuestas más empinadas del pueblo, desde la que se veía el mar extenderse hasta donde alcanzaba la vista, con las sombras de las siluetas de las islas recortándose contra el azul celeste del cielo, apenas flotando sobre la línea del horizonte.
               Nos detuvimos enfrente de una tienda de recuerdos visitada por turistas que toqueteaban símbolos tallados en cristal de color azul, pequeños barquitos de madera, atrapasueños con cuentas doradas y azules, y redes de pesca en miniatura en las que podían colgarse fotos. Alec rodeó el puesto lleno de llaveros y postales de la isla, o de toda Grecia, y se metió en un patio abarrotado de flores. Le seguí al interior, y mientras me detenía a observar la forma en que las buganvillas se entremezclaban las unas con las otras, Alec golpeó una puerta de madera azul en la que apareció un somnoliento Niki. Nos miró a ambos con cara de haber salido de la cama expresamente para responder esa llamada, y tras asentir con la cabeza un par de veces, bostezar otras tantas y agitar la mano en dirección a Alec, desapareció un momento en el interior de su casa. Ni siquiera se molestó en volver para cerrar la puerta: le lanzó un objeto pequeño y brillante a mi chico, que lo cazó al vuelo y se reunió conmigo.
               Jugueteó con la cosa, haciendo que tintineara entre sus dedos, y se mordió el labio.
               -Ayer lo pasaste genial, ¿verdad?
               Lo miré. Asentí.
               -Y me quieres mucho, ¿a que sí?
               Volví a asentir.
               -¿Me lo puedes decir?
               -Ayer me lo pasé genial.
               -Yo me refería a lo otro-pude ver que ponía los ojos en blanco detrás del cristal de sus gafas de sol.
               -Eh… ¿por qué?
               -Tú sólo dímelo y punto, ¿vale, Sabrae?
               -Te quiero mucho-repetí con suspicacia, y él suspiró.
               -Bueno, supongo que servirá. Estás cansada, así que con suerte no me gritarás mucho-comentó, agachándose para descorrer el pestillo del portón de un garaje y levantándolo. La luz bañó el interior del habitáculo en el que se almacenaban utensilios de pesca, cajas para reponer souvenirs, una bici vieja, una lancha de recreo a medio hinchar, y…
               ¿Me puedes decir que me quieres?
               Con suerte no me gritarás mucho.
               Cómo voy a echar de menos que estés de este buen humor dentro de 10 minutos.
               -¿Alec?-pregunté con una voz de ultratumba, y él se detuvo en seco, sin atreverse a girarse. Estaba plantado en el sitio, los pies clavados en el punto en el que los había dejado.
               -¿Sí?
               -Tú te crees que me ha dado un trombo y me he vuelto gilipollas perdida en las últimas 24 horas, ¿verdad?
               Se giró muy, muy despacio, como si creyera… no, como si supiera que yo me tomaría cualquier movimiento brusco como una invitación para arrancarle la puta cabeza, que era exactamente lo que me apetecía en se momento.
               -Esto… ¿no?
               -Vale, entonces, ¿podrías, ¡POR FAVOR, EXPLICARME POR QUÉ CREES QUE VOY A DEJAR QUE TE SUBAS A UNA PUTÍSIMA MOTO!?


 
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2 comentarios:

  1. QUE HE ACERTADO CON MI TEORÍA !!!!!!!!! Bua cuando lo he leído casi salto de la cama, que ilusión me ha hecho de verdad.
    Me ha encantado el capítulo, aunque me lo he pasado entero entre triste y cachonda. Todo el principio en el restaurante una auténtica FANTASÍA, Sabrae “sufriendo” y Alec pasándoselo genial teniendo el control. Luego, cada vez que hablan del voluntariado yo me vengo abajo no, ABAJISIMO (cuando ha mencionado que no van a estar juntos en su aniversario me he puesto llorar osea,,, es que me encuentro fatal). Y bueno que risa el final, Sabrae le va a dar una paliza por RETRASADO. Aunque al final seguro que acaban montándose en la moto jajaajjaja
    Ha sido una fantasía de cap, deseando leer más <3

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  2. Me ha gustado mucho el cap, que risas el momento del huevo. Me gusta ver como poco a poco se adentran más a experimentar nuevas cosas.

    Tengo muchas ganas también de que llegue el resto, las risas pueden estar aseguradas y me meo de la risa con como va a matar Sabrae a Alec en el próximo cap por lo de la moto.

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