jueves, 23 de diciembre de 2021

Poseidón.

Antes de que empieces a leer, y dado que éste será el último capítulo del año, quiero aprovechar para desearte ¡feliz Navidad, feliz año nuevo, y felices fiestas en general! Nos vemos el año que viene ☺

¡Toca para ir a la lista de caps!

-¿Cómo va esa tortillita?-canturreé, acercándome a Tommy por detrás mientras revolvía en la sartén, que chapoteaba burbujitas de aceite con las que tenía que contenerme para no coger una cuchara y llevarme un buen pedacito de cielo a la boca.
               Mi humor había mejorado bastante desde la charla con Sabrae. Había empezado el día anterior con el pie izquierdo (bueno… ¿debería ser el derecho? Siendo zurdo, la verdad, no sé cómo se me aplica el refrán), de un mal humor que se había pospuesto mientras lo hacía con ella, y que no sabía a qué se debía hasta que no pusimos rumbo al aeropuerto. Me di cuenta de que, efectivamente, no quería que mis amigos vinieran. Por mucho que los quisiera, quería pasar ese tiempo con Sabrae, quería que cada precioso segundo que pasáramos juntos fuera de los dos, no comunal, como sería en el momento en que ellos aterrizaran.
               Supongo que me daba miedo pensar en lo que suponía que mis amigos vinieran en tropa a Grecia, hacinándose en mi casa como si no hubiera otra oportunidad: implicaba que venían a despedirse, que yo iba a irme realmente, y que los echaría de menos a todos. Con Sabrae era fácil vivir en una fantasía en la que el futuro simplemente no existía: con perderme en su cuerpo me bastaba para volverme loco y creer que no había nada más allá del siguiente amanecer, que no me importaba nada más allá del siguiente amanecer, que era inmune a todo lo que pudiera venir.
                Con Sabrae, Mykonos se convertía en el paraíso de una luna de miel. Nuestra estancia allí se resumiría en sexo, paseos, sexo, comilonas, sexo, mimos, sexo, sol y… ah, sí. Sexo. Nadie tenía una vida así, de modo que la ilusión me evadiría de la realidad.
               Pero con mis amigos allí presentes… la cosa cambiaba, y drásticamente. Con los nueve de siempre en ella, Mykonos se convertía en un puerto de paso, la terminal de un aeropuerto en el que cogeríamos vuelos distintos, cada uno en dirección a un punto perdido en el horizonte en el que ya no nos distinguiríamos.
               Me daba miedo lo que significaba que los chicos estuvieran allí.
               Significaba que había empezado el final.
               Claro que yo no me había dado cuenta de lo que me preocupaba hasta que no volví a irme a la cama con ella, con los párpados pesados, los músculos agarrotados, y la cabeza en otra parte. Dejé que pasara para que se quedara entre mi cuerpo y la pared, y así no corriera peligro de caerse, y me tumbé a su lado.
               -¿Vamos a hablar de lo que ha pasado antes?-preguntó, y yo la miré en la penumbra. Repasé todo lo que había hecho hasta entonces, a qué podía referirse ese “antes”… y nop. Nada.
               -Creo que vas a tener que ser un poco más específica, nena-respondí, acurrucándome a su lado y regodeándome en el aroma que desprendía su piel y que ya estaba empezando a impregnar la almohada. Me pregunté si podría llevarme la funda de su almohada a África, y de ser así, cuánto tiempo aguantaría su olor en ella antes de desvanecerse y dejarme sin nada más que unos recuerdos que no le hacían justicia.
               Alzó una ceja, y luego, se incorporó. Se inclinó por encima de mí para encender la luz, y yo no aproveché ese gesto para besarle los pechos, porque sabía que se avecinaba algo gordo si necesitaba mirarme a los ojos. Probablemente, otra bronca. Como si Karlie no me hubiera acojonado lo suficiente.
               La verdad, no sé qué bicho le había picado a mi lesbiana preferida en el mundo. Yo siempre la había defendido el primero, me había asegurado de que estuviera cómoda, e incluso había tratado de hacer de Celestina cuando había conocido a chicas a las que les fueran las tías y que me parecieran lo bastante buenas como para estar en presencia de Karlie, así que, ¿ponérseme chula ahora? ¿Después de todo lo que había hecho por ella?
               -Vale, Alec, ¿qué te pasa?-preguntó Sabrae, pasándose una mano por el pelo y dejándola a mi lado en el colchón. Torcí el gesto.
               -¿A mí? Nada. ¿Quién dice que me pase nada?
               -Creía que ya lo habíamos solucionado con la conversación que tuvimos esta tarde.
               -Confías mucho en hablar, nena. A veces los actos dicen mucho más que las palabras-le acaricié la cara interna del brazo, confiando en que puede que yo también me subiera al carro de los afortunados de esa noche.
               No obstante, cuando puso los ojos perdí toda esperanza, por minúscula que fuera.
               -Jamás te he visto decirles ni media palabra a tus amigos sobre sus ligues. Y sin embargo, hoy con Karlie…
               -Ah. Karlie. Ya-me di la vuelta hasta quedar con la espalda completamente pegada al colchón y me froté la cara-. Mira, nena, entiendo perfectamente que desde tu posición de…-casi le suelto algo de coña, pero logré contenerme a tiempo- oprimida, te haya ofendido lo que he hecho. Y te pido perdón si ha sido así. Pero no puedo llevarme otra bronca. Ahora mismo no.
               -No me ha ofendido que te hayas puesto en modo machito territorial homófobo en casa. Aunque si te soy sincera, evidentemente, habría preferido que no lo hicieras, pero-se encogió de hombros-. Un desliz puede tenerlo cualquiera. Yo tampoco soy perfecta-se llevó una mano al pecho-. Lo que no quiero es que sigas por este camino.
               -Que es…
               -Alec-Sabrae suspiró, cansada, y en su voz escuché a mi madre, no a mi novia. Fue el típico suspiro de “no puedo más”, no a los que me tenía acostumbrado de “no pares, por favor”-. Te estás comportando como si les tuvieras tirria a tus amigos.
               -Bueno, pues no lo hago-me defendí-. Los quiero un montón. Ya deberías saberlo.
               -Ajá. Y lo hago. La cuestión es, ¿se te ha olvidado a ti, por la razón que sea?
                La miré.
               -¿Qué quieres decir?
               -Quiero decir que la manera en que bajaste a por las chicas fue… horrible. Era como si te estuvieran molestando de verdad, y me pregunto-sacudió la cabeza, clavó la vista en sus manos-. Bueno, me pregunto si una parte de ti no estaría cabreado porque oírlas significaba que no podías fingir que tú y yo estábamos solos.
               Fue ahí cuando lo supe. Le darían un Nobel, posiblemente dos. Si fueran mínimamente listos, le darían cincuenta cada año, pero los suecos no estaban tan avanzados, por mucho servicio que le hicieran a Europa a través de Eurovisión. Era increíble la manera en que ella podía leer en mí mejor de lo que me leía yo mismo, cómo veía dentro de mi ser con la misma claridad que si estuviera sentada frente a un cuadro, justo en el ángulo desde el que el pintor querría que se contemplara. Me había sentado para hablar con ella, decirle que no era así, que simplemente me había molestado que no nos dejaran dormir después del día de locos que habíamos tenido, y que necesitábamos descansar para el siguiente, pero la realidad era que Sabrae tenía razón. Sabrae siempre tenía razón.
               Lo que verdaderamente me había molestado de Tam y Karlie teniendo sexo en la habitación de abajo ni siquiera era el hecho de que lo estuvieran haciendo salvajemente y yo no, o que no me dejaran dormir, sino que estuvieran tan endiabladamente presentes que me resultara imposible ignorar que la casa estaba llena de gente.
               Una casa que yo había deseado disfrutar a solas con Sabrae, en la que había querido follármela en cada esquina.
               -Vas a tenerme toda la vida para follarme en cada esquina de esta casa-me había prometido, pasándome una pierna por encima de las mías, tomándome del rostro y acercándose mi cara para darme un suave beso en los labios. Habíamos vuelto a tumbarnos, y de alguna forma, ella estaba casi tan encima de mí como cuando tomaba el control del polvo. Me acarició las piernas con el pie-. Deja de agobiarte como si fueras a vender esta casa, o a dejarme en cuanto volvamos a Inglaterra. Porque no vas a dejarme, ¿verdad?-coqueteó.
               -Nunca-le respondí, muy serio. Una sonrisa sensual le atravesó la cara.
               -Mi hombre-ronroneó con posesividad, y su muslo rozó mi entrepierna. Sabrae se mordió el labio, recorriéndome la mandíbula con la yema de los dedos, marcándome con medias lunas que encajaban con sus uñas-. Tan obsesionado conmigo que es incapaz de dejarse disfrutar del resto de gente a la que quiere.
               Me besó en los labios y su mano fue bajando por mi torso hasta llegar a mi entrepierna. La metió dentro de los calzoncillos y yo jadeé.
               -Me apeteces-gorjeé, besándole la sonrisa satisfecha que esbozó al notarme duro y listo para ella.
               -Y tú a mí-contestó, alcanzando mi polla y rodeándola con los dedos. Presionó suavemente y empezó a mover la mano, recorriendo toda mi envergadura mientras nuestro beso se volvía voraz, invasivo.
               Le puse una mano en la cintura y fui bajando, bajando, bajando. Le metí la mano por dentro de las bragas y le estrujé el culo.
               -Mm. Por Dios, Al-gimoteó-. Prométeme ya que no vas a dejar que tus sentimientos te cieguen para que puedas follarme.
               -La casa está llena de gente-le recordé, acariciando la entrada de su sexo.
               -Tampoco voy a ser la primera en gritar esta noche.
               -¿No quieres que te tape la boca, entonces?-pregunté. Sabrae me pasó el pulgar por la punta de la polla, y yo respondí introduciendo el dedo corazón en su interior. Volvió a gruñir del gusto.
               -Jamás te negaría mis gritos, pero… no dejes que los demás me oigan.
               Después de comerle el coño, de que me chupara al polla, de follármela desde atrás y dejar que se corriera en mi boca, toda la tensión de mi cuerpo se había evaporado y había podido descubrir, con la misma claridad con que lo había hecho ella, que sí, que efectivamente, la razón de que estuviera tan molesto en general era que mis amigos habían explotado la burbuja idílica a la que yo me había empeñado en echar de menos, sin permitirme siquiera ver lo que había más allá del espejo: la oportunidad perfecta para desmadrarme con ellos siquiera una última vez.
               No obstante, no pude evitar sentirme un poco mal cuando bajé al día siguiente, le di la bienvenida a una nueva oportunidad con un alegre “buenos días” a todo aquel que quisiera escucharme, y todos se miraron entre ellos, apenas capaces de disimular su alivio. Guau. Realmente debía de haberme comportado como un auténtico gilipollas.
               -¿Qué vamos a hacer hoy, Alec?-preguntó Shasha, y yo le di un beso en la cabeza.
               -Pasárnoslo de puta madre, eso es lo que vamos a hacer. Tíos, ¿qué os parece si hoy comemos fuera de casa? Podemos ir a una playa cojonuda y pasar allí el día. Haremos comida. Tenemos chef, ¿verdad que sí, Tommy?
               -Claro que lo tenéis-respondió Scott, dándole una palmada en la pierna a Tommy.
               -¡Hey! Creía que había venido aquí a pasármelo bien y a relajarme, no a trabajar como un cabrón.
               -Nosotros te ayudaremos, por supuesto-sonrió Sabrae, abrazándose a mi cintura y dándome un beso en el costado. Me miró desde abajo con infinito amor, celebrando cómo me había recuperado del mal que me había acosado el día anterior-. Especialmente, Alec. Es un pinche genial.
               -¡Sí! Se me da de puta madre comerme las sobras de todo lo que vayas a tirar. Por no hablar de que animo que no veas.
               Tommy miró a Scott.
               -Al final, el que más va a quererme de tu familia vas a resultar ser tú.
               -Y eso que yo te quiero más bien poco-rió Scott, pellizcándole la rodilla.
               Después de eso, les fui pidiendo perdón uno a uno por mi comportamiento del día de ayer. Todos le restaron importancia, incluidas las lesb… digo, Karlie y Tam.
               -Yo también me volvería loca si no fuera lesbiana y no pudiera tener sexo genial durante horas-se regodeó Karlie, encogiéndose de hombros-. Eso sí, como vuelvas a interrumpirme un polvo, te corto el rabo, lo diseco, y me hago un llavero con él. ¿Queda claro?
               -Cristalino. Tam…-me giré para mirarla, pero Tam agitó la mano en el aire.
               -Al contrario que el resto, yo llevo años sabiendo que eres gilipollas. Ayer actuaste en tu línea.
               -¿Sabes qué? Que te jodan, Tamika. Retiro mi disculpa.
               -Tarde-contestó Tam, girando sobre sí misma y levantando el puño en alto, como si estuviera en un episodio de Pichi Pichi Pitch o algo así-. Ya la he capturado y no te la voy a devolver.
               Tommy se convirtió en el rey de la casa, dado que era el único con conocimientos culinarios suficientes como para alimentarnos a los demás sin hacer que cayéramos en obesidad mórbida, o peor aún… hambre. Scott revoloteaba a su lado, ayudándolo con todo lo que él le pedía, y yo me dediqué a buscar junto con Mimi todas las limpias que hubiera en casa, ya que todas las que pudiéramos reunir serían pocas.
               No pude resistirme a bajar a echar un vistazo a la comida cuando escuché a Tommy echar a freír las patatas. Como si eso fuera poco premio, Sabrae y Bey se rieron cuando fingí desmayarme al ver a Tommy con un paño de cocina atado en la cabeza, apartándose el pelo de la cara mientras revolvía la comida con movimientos firmes que hacían que se le resaltaran los músculos de los brazos.
               Pero, en fin, de vuelta al presente. Tommy se echó a reír cuando le rodeé cariñosamente la cintura y le di un beso en la mejilla, a lo que, por supuesto, Scott tuvo que responder entrando a saco a por mí, dispuesto a tirarse a mi yugular.
               -¡NO ME ESTRESES AL NIÑO!-bramó Scott, empujándome para alejarme de T-. ¡Necesito un corista para lucirme!
               -Al contrario que otras en esta familia-lo picó Sabrae-, que se lucirían hasta a capella.
               -Y antes de que digas nada, S-dijo Eleanor, a quien no había visto, que montaba sándwiches junto a Logan-. Recuerda que no es tu apellido el que ocupa todos los puestos en una final de un concurso de talentos.
               -Si no fuera por Tommy, habría un Malik en los dos extremos de un podio-contestó Scott, inclinándose a mirar la comida.
               -Si no fuera por mí, Jesy habría conseguido que te echaran en la primera semana, así que dame las gracias.
               -Valiente perra-escupió Scott.
               -¡Scott!-rió Sabrae.
               -¿He dicho mentiras? Creo que no. No me gustan las vibraciones que me transmite esa tía. Creo que nos odia en secreto. Tiene pinta de racista. Parece la típica blanquita que se baña en autobronceador para poder ir de originaria de un gueto. Ug-Scott se estremeció de pies a cabeza, y yo me eché a reír.
               -Sí, porque seguro que tú sabes mucho sobre guetos, ¿no, niño rico?
                Scott me fulminó con la mirada.
               -Silencio, chico blanco-enfatizó esa palabra, como si fuera algo que Sabrae tuviera que perdonarme para estar conmigo-, del mes.
               -Tú has estado en un concurso delante de millones de personas y aun así Alec se las apaña para hacerte sombra y ser el chico del mes. ¿Qué se siente?-preguntó Sabrae, inclinándose hacia él con el pelador de patatas a modo de micro. Scott se lo apartó de un manotazo.
               -Eso es porque yo soy un evento en mí mismo. Cambio vidas. Yo caminé para que Alec pueda correr.
               -Sí, pero lo que cuenta es quién llega antes, no quién empieza, ¿no te parece, S?-le revolví el pelo y Scott me dio un empujón.
               -¡EH!-ladró Tommy-. Nada de jugar en la cocina. ¿Y si me tiro el aceite por encima?
               -Sería una tragedia-contestó Scott.
               -Sí. Qué desperdicio de patatas fritas.
               Scott y yo chocamos los cinco y nos echamos a reír mientras Tommy sacudía la cabeza.
               -¿Ayudo en algo?
               -Con que te concentres en estar calladito, me basta, Al.
               -¿Fijo? Porque soy muy bueno usando los brazos. ¿Te he comentado que me retiré campeón de mi liga de boxeo? No es para tanto-me miré las manos, restándole importancia.
               -Perdiste el último combate-me recordó Sabrae, y yo me volví para mirarla.
               -Disculpa. No lo perdí. Me lo robaron. El combate estaba amañado.
               -Amañado o no, te dieron una medalla de plata, así que perdiste-me pinchó Scott.
               -¡Qué curioso! Lo dices con mucha seguridad. ¿Quizá porque es exactamente lo que te pasó a ti en The Talented Generation?
               -Gilipollas-se rió Scott. Mientras tanto, Tommy daba golpecitos con la cuchara en el borde de la sartén, asegurándose de que no quedaba nada crudo. Justo en ese momento, Karlie hizo su aparición estelar para anunciar que había conseguido meter todas las cremas solares en su “minúsculo” (según ella) neceser (en realidad, en su neceser podía meter medio brazo mío, así que tan minúsculo no sería).
               -Excelente trabajo, chica-que-no-se-define-por-su-sexualidad.
               -Gracias, chico-que-no-se-define-por-el-color-de-su-piel-y-de-más-duración-que-un-mes.
               -Qué cosas me dices-me reí, agitando los hombros y fingiendo que me daba vergüenza que me alagara. Tommy me sopló en la cara para que le diera espacio, y estaba sacando los platos que llenaríamos con la tortilla cuando Max entró en la cocina a toda velocidad.
               -Tíos-dijo, secándose las manos, que tenía sudorosas, en los pantalones. Miró a las chicas como si fueran serpientes que se hubiera encontrado bajo las sábanas-. Eh… ¿os importa?
               -En absoluto-dijo Eleanor. Ninguna de ellas se movió.
               -Creo que quiere que os vayáis de la cocina-dije, mirando directamente a Sabrae, y haciéndole un gesto con la cabeza que claramente quería decir “levanta ese precioso culazo tuyo y sácalo de aquí, bombón”. A pesar de todo, la primera que reaccionó fue Bey. Dejó el cuchillo con el que estaba cortando las patatas en trocitos más pequeños sobre la mesa, extendió los dedos y abrió muchísimo los ojos, exagerando el gesto.
               -Guau. Y yo que pensaba que el lugar que nos correspondía tradicionalmente a las mujeres era la cocina.
               -Max ha hecho más por nosotras que todo el feminismo en cien años de historia-ironizó Sabrae, que se aplacó un poco cuando me acerqué a darle un beso y le prometí que le contaría todo lo que habláramos allí. Ahora que tenía la certeza de que no se perdería ningún chismorreo, enganchó a Eleanor del brazo, a Karlie del otro, y las sacó de la cocina.
               -¿Yo también me voy?-preguntó Logan.
               -¿Por qué deberías irte?-preguntó Max, y Logan se encogió de hombros.
               -No sé. Quizá esto sea una convención de heteros. ¿Vamos a comentar las tetas de alguien?
               -Oh, eso me encantaría. Hace mucho que no comentamos las tetas de nadie. De hecho, me alegro de que otro saque el tema, porque el otro día Sydney Sweeney subió una foto que…-empecé, sacándome el móvil del bolsillo de los pantalones.
               -¿En serio, tío? Que estás saliendo con mi hermana-se quejó Scott, apoyándose en la mesa y mirándome desde abajo, con el ceño fruncido.
               -¿Quién crees que me pasó la foto?
               Entonces, Max se sacó algo del bolsillo y lo dejó sonoramente encima de la mesa. Todos nos quedamos mirando el pequeño objeto plateado con un lado más brillante que el otro.
               El anillo de pedida de Bella.
               Max se pasó una mano por la cara, se limpió las manos en los pantalones, y gimoteó:
               -Lo voy a hacer.
               Y yo, que tengo serios problemas de incontinencia verbal, solté:
               -Ya está hecho.
               Todos me miraron. Jordan, que estaba detrás de Max, puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza en aquel gesto tan típico suyo con el que sus trenzas habrían flagelado a todo aquel que estuviera lo bastante cerca como para oír sus susurros.
               -Quiero decir… Maximiliam, no es por nada, pero deberías ser más específico.
               -Joder, guarda eso, tío. En la cocina no hay puertas-dijo Logan, cogiéndolo y entregándoselo de nuevo a Max-. Bella lo puede ver.
               -Que lo vea. Me da igual. Así me lo ahorra.
               -¿Te ahorra el qué?-preguntó Tommy.
               -¡El mal trago! No sé cómo… me tenéis que ayudar. Quiero hacerlo hoy. En la playa. Sería guay. No consigo decidirme entre… bueno, ¿creéis que debería escribirlo en la arena? No sé a qué hora es la marea. También se me ha ocurrido escribirlo en unos folios y que vosotros los sostuvierais. Sois justos: “¿te quieres casar conmigo?”-dijo, señalándonos uno a uno-. O meterlo en una concha y dárselo como si nada…
               -¿No te vas a poner de rodillas?-pregunté, y todos me miraron-. ¿Qué? Seré la pesadilla de todos los tíos de Londres, pero me gusta que se hagan las cosas bien. ¿Tú no se lo vas a pedir a Eleanor de rodillas?-acusé, mirando a Scott, que abrió muchísimo los ojos.
               -Wuo, wuo, wuo, creo que la conversación está degenerando muy rápido.
               -Cagón-musité yo por lo bajo. Scott me fulminó con la mirada.
               -¿Eso no es como muy de viejo?-preguntó Max.
               -Tío. Pedir matrimonio es la segunda cosa más importante que va a hacer un tío en su vida. Sería conveniente que tú lo hicieras bien.
               -¿Cuál es la primera?
               -Gracias, Jordan, por preguntar-fingí remangarme unas mangas que no tenía-. La cosa más importante que va a hacer un tío en su vida es-levanté las manos en el aire como un predicador-, por supuesto, hacerse su primera paja. ¿Qué?-ladré, cuando todos se echaron a reír-. ¡Pensadlo! Si no os la hubierais cascado nunca, tampoco habríais follado, y desde luego no llegaríais a pensar en matrimonio. Todo tiene origen en la primera paja que nos hacemos. La primera paja es el Big Bang de nuestra vida sexual.
               -Me parece increíble que mi hermana, con lo lista que es, se haya enrollado contigo.
               -Eso es porque nunca me has visto empalmado. Entonces comprenderías que sólo es la consecuencia natural de que Sabrae sea la tía más lista de la Tierra.
               -Sigo sin entender la relación que tiene la primera paja con el matrimonio.
               -Jordan-chasqueé la lengua y sacudí la cabeza-. Vamos. Ya no eres virgen. Si te esfuerzas, seguro que lo adivinas.
               -Sí, seguro que tú sólo quieres casarte con Sabrae por el sexo-me pinchó Jordan, riéndose, porque sabía que me iba a lanzar de cabeza al típico bucle de admiración hacia mi chica al que me tiraba cuando alguien me daba una excusa para pensar en ella con más intensidad de la que acostumbraba, al menos, estando en público.
               Vale, el primer pilar que fundamentaba nuestra relación era, precisamente, el sexo. Lo que había hecho que nos acercáramos y nos diéramos una oportunidad de conocernos más allá de nuestros prejuicios mutuos (bueno, en realidad, de los prejuicios de ella; yo apenas pensaba en ella, y cuando lo hacía no era para detestarla como ella hacía conmigo) había sido precisamente lo afines que éramos sexualmente, pero no era lo que había hecho que nos pilláramos el uno por el otro. Si la había buscado de noche, era porque me gustaba estar con ella. Me gustaba escuchar sus ideas, aprender a distinguir las fluctuaciones de su voz de cuando se callaba porque iba a rectificar algo sobre la marcha, o porque estaba pensando cómo decir algo de una forma que la comprendieran mejor; me gustaba la manera en que veía el mundo, a través de un prisma de colores en lo que todo, absolutamente todo, tenía unas matizaciones que no había sido capaz de apreciar hasta que ella me las señaló. Me gustaba cómo se sentía ella con respecto a sí misma y lo que estaba dispuesta a ofrecerme, que era todo un mundo de posibilidades a pesar de que yo apenas me merecía un par de oportunidades, nada más.
               Y me gustaba cómo me hacía sentir. Me gustaba escuchar su risa y ver cómo se le achinaban los ojos y yo creerme la persona más importante del planeta simplemente porque había sido capaz de conseguir que se riera. Me gustaba que pusiera los ojos en blanco y sacudiera la cabeza y me llamara insoportable cuando decía alguna tontería, justo antes de que se le escapara una risita que ya traicionaba sus auténticos sentimientos. Me gustaba que me cogiera la mano cuando estábamos en una multitud, porque me consideraba valioso y no quería perderme. Me gustaba que se acurrucara contra mi cuerpo en la cama, que siempre exhalara un suspiro de satisfacción, y que me acariciara sin pretenderlo cuando dormía a mi lado. Me gustaba que dijera mi nombre en sueños tanto o más que el que lo gritara mientras lo hacíamos, porque yo ya me sabía dueño de su placer, pero sabérmelo también de su subconsciente era algo que yo no me esperaba, y que disfrutaba igual que atravesar con ella esa puerta dorada que eran sus orgasmos. Me gustaba que me arañara la espalda mientras me poseía porque necesitaba más de mí, pero también me gustaba que me rodeara la cintura y apoyara la cabeza en mi pecho cuando salía de su interior, o que jugueteara con mi piel como si estuviera pintando un cuadro, porque el mérito no es estar presente cuando te dan lo que quieres; el mérito es quedarse una vez lo has conseguido.
               Y Sabrae se quedaba conmigo.
               Me daba calor en mis días fríos, me iluminaba en mis caminos oscuros, me refrescaba en mi infierno personal. Se había convertido en una fogata en mi interior que mantenía a raya la ventisca del mundo en el que vivía, y yo… yo simplemente no sabía como había hecho para vivir 17 años sin ella.
               Lo que sí tenía claro era que no pensaba malvivir ni un solo día sin tenerla ahora que sabía lo que significaba ser suyo. Verla sonreír, cantar, charlar, cocinar, saltar, jugar, dormir, incluso enfadarse, todo era mejor que el vacío monocromático que había sigo mi vida anterior.
               Así que no, claro que no le pediría matrimonio algún día a Sabrae por el sexo, de la misma manera que no viajas a Babilonia porque te apetece un paseo en el desierto, sino porque quieres ver sus jardines colgantes. Eso era ella para mí: la primera de las maravillas que había conocido el mundo, la que no ocupaba todas las metáforas aún, pero sí las suficientes como para poder llamarse legendaria.
               -Ew-protestó Tommy, dándome un codazo-. Qué enamoradito estás, Al. Es hasta repulsivo.
               -Sí,  tío-rió Scott, agarrándome de la barbilla-, con lo que tú has sido.
               -Francamente, me resulta decepcionante lo en la mierda que te tiene Sabrae. Siempre creí que tú serías el único que se libraría de contagiarse de esta pandemia llamada amor-pinchó Jordan, y yo puse los ojos en blanco.
               -Dejadme en puto paz, ¿queréis?-me pasé la lengua por las muelas, notando que por mucho que mis amigos se metieran conmigo, la sonrisa boba que Sabrae siempre me ponía en la boca con sólo invocarla permanecía invariable.
               -Entonces… ¿creéis que debería arrodillarme?-preguntó Max, con ojos de cachorrito abandonado. Eché un vistazo por encima de su hombro para comprobar que la figura que pasaba por detrás de él no fuera Bella, pero se trataba de Mimi.
               -Yo creo que deberías hacer lo que te apetezca, M-dijo Jordan, dándole una palmada en el hombro.
               -A mí me mola lo de los folios-aportó Tommy, y yo lo miré.
               -Tienes dos novias, Thomas. Por supuesto que te…
               -No le llames Thomas-gruñó Scott.
               -… mola lo de los folios. Se nota que la logística es tu fuerte-me metí una uva del frutero en la boca y me dediqué a masticarla mientras los chicos daban su opinión. Scott dijo que le gustaba lo de la concha, pero que sería más original dejarla en el agua… claro que eso haría que el anillo corriera peligro de perderse. Logan dijo que lo de escribirlo en la arena era muy de peli, y que le molaba, pero que tal vez lo mejor fuera esperar hasta el atardecer porque el cielo se ponía mucho más bonito.
               -Cómo se nota que eres gay, L-alabó Jordan-. Pensando en los detallitos como el tío listo que eres.
               -Si fuera listo no sería gay-repliqué-. Honestamente, ya me jodería perderme el espectáculo que es dejar que se te ponga una tía encima y que se le bamboleen las tetas mientras te monta como a un toro mecánico en una feria.
               -Empezaba a preguntarme dónde coño estabas-se cachondeó Scott, y yo puse los ojos en blanco y negué con la cabeza.
               -¿Jor? ¿Tú qué opinas?-preguntó Max.
               -Jordan acaba de estrenarse en el sexo. Si le hacemos pensar en matrimonio, se agobiará y se meterá en un seminario.
               -A veces me pregunto por qué digo que eres mi mejor amigo, Alec.
               -Me he tirado a medio Londres. Necesitas que te recomiende.
               Jordan puso los ojos en blanco y se pasó una mano por el pelo, deteniéndose en la nuca, donde antes tenía las rastas.
               -Eh… por mucho que me pese, estoy con Alec en esto, tío. Deberías hacerlo de alguna forma que te permita arrodillarte.
               -Puede arrodillarse con el anillo en la mano mientras hacemos lo de los folios.
               -No vamos a hacer lo de los folios y punto, Thomas-sentenció Scott-. Lo único que me parece lo suficientemente guay para pedir matrimonio es lo de la concha. Lo de los folios es muy de peli americana sobre graduaciones.
               -¿No os sentís súper aliviados de ser ingleses? Quiero decir: no tenemos que preocuparnos de pedirle a una tía que nos acompañe al baile de graduación cada año-comentó Jordan.
               -A mí no me preocupa lo más mínimo. Mírame la cara-solté.
               -La verdad, la mayor ventaja que le veo a no ser estadounidense es el control de armas-contestó Tommy.
               -Tampoco hay mucho. Yo he ido con una escopeta cargada casi todos los días a clase y no me han dicho una mierda.
               -Y ahora es cuando te callas, Alec-dijo Scott, y yo puse los ojos en blanco, pero obedecí. Max estaba a punto de entrar en un colapso nervioso, y lo último que necesitaba era escucharme diciendo chorradas.
               Se frotó la cara con las manos y sopló entre sus dedos.
               -Teníais razón. Estoy demasiado verde para casarme. No estoy preparado para el matrimonio. Si no se me ocurre nada que no sea una cutrez, no quiero ni pensar en cómo sería la boda. O lo demás.
               -¿Me estás vacilando? Tío, vas a ser un novio de putísima madre, un marido de putisísima madre, y un padre de… requeteputisísima madre-le di una palmada en la espalda-. Relájate, tronco. Sólo estás nervioso. Tampoco es que estemos ayudando mucho. Mira, si quieres podemos hacer brainstorming, a ver qué se nos ocurre, ¿qué te parece?
               -Que casi prefiero que mi pedida sea algo que se me haya ocurrido a mí, Al. Pero gracias.
               -No hay de qué. Lo respeto. Claro que… bueno, piensa que echarle un vistacillo al kamasutra no le hace daño a la vida sexual de las parejas. Sólo digo-levanté las manos al ver cómo me miraban todos-, que no tiene nada de malo tomar algo como referencia para inspirarse en…
               -Si tenemos que votar, yo votaría por la concha-aportó Scott. Lo miré de reojo, desencajando la mandíbula.
               -A mí lo de la concha me mola, siempre y cuando te pongas de rodillas-aportó Jordan. Tommy suspiró, acodado en la mesa.
               -Supongo que si lo de los folios está descartado…
               -Sí-sentencié.
               -No del todo-dijo Max, y yo lo miré.
               -No voy a dejar que te cases igual que hacíamos las presentaciones sobre las células eucariotas en clase de ciencias.
               -No me puedo creer que te acuerdes de que la palabra “eucariota” existe-comentó Jordan.
               -Justo después de estudiarme ese tema, Sabrae me hizo una mamada que casi me mata, así que…-me encogí de hombros.
               Scott puso los ojos en blanco y se pellizcó el puente de la nariz. Luego, miró a Tommy.
               -¿Y fuiste tú el que montó el pollo porque estaban saliendo con su hermana pequeña?
               -Alec es boxeador. Podría matarme si nos hostiáramos. En cambio, tú apenas me rozaste.
               -Porque no quería hacerte daño, aunque ahora me arrepiento de no haberte partido la cara.
                -Si no hay folios, entonces me gusta lo de la concha. Es mejor que lo de la arena. Alguien podría venir y dibujarte una polla con el signo de interrogación.
               -Léase: Alec-rió Logan, y yo lo miré.
               -¿Tan cabrón te crees que soy como para joderle la pedida a un amigo mío?
               -¿Incluso una que crees que es cutre?
               -Tío, mi deber como amigo es decirte que vas a hacer una gilipollez tirándote por un barranco… y luego grabarte haciéndolo para que todo el mundo vea que moriste igual que moriste: haciendo el gilipollas. Además, sería gracioso tener una publicación con más visualizaciones que las de Sabrae.
               -¿Vas a meter a Sabrae en cada puta frase que digas?-protestó Scott.
               -Intenta impedírmelo.
               -Vale. Vale, supongo que…-Max asintió con la cabeza-. Lo de la concha es lo único aceptable. ¿Hay muchas conchas por la costa?-me preguntó, y yo asentí.
               -Para lo que la necesitas, te sirve con cualquiera. Aunque yo de ti iría a tiro fijo y la compraría en alguno de los puestos del puerto. Si quieres puedo regatear por ti, o pedir que nos enseñen las que tienen guardadas para los turistas con pasta. ¿Tienes una idea de lo que quieres?
               -Pues… una neptunea blanca rosadita no estaría mal-contestó Max. Asentí.
               -¿Cómo es la neptunea?-preguntó Jordan.
               -Las que yo me vuelvo loco cogiendo en el Animal Crossing.
                -Ah. Guay. Mola.
               -¿Pero esas no tienen doble fondo? ¿Y si se queda atascado?-preguntó Logan-. ¿O si se pone a rodar por la costa y…?
               -Deja de poner pegas al plan de Max, tío. No vamos a hacer la mierda ésa de la arena y punto-sentenció Scott.
               -Disculpa, ¿vamos?-repitió Max-. Aquí el que se casa soy yo.
               -Bueno, todavía te tiene que decir que sí-le recordé, y Max me miró con pánico.
               -¿Crees que me puede decir que no?
               -¡NO!-gritamos todos a la vez, negando con la cabeza como los muñequitos de bulldog que se ponen en los salpicaderos de los coches.
               -Habría que ser retrasada para decirte que no a ser tu mujer-dijo Scott, y Jordan asintió.
               -En serio, tío. Eso está totalmente fuera de la mesa, así que no te rayes.
               -Sí, Maximiliam. Era un decir, no te preocupes. Evidentemente, ya estoy pensando adónde podemos ir para tu despedida de soltero. Y no admito nada más cercano que Las Vegas-advertí, señalando a los chicos, y todos nos echamos a reír.
               -¿Y qué te vas a poner?-preguntó Logan. Max lo miró como si el acabara de sugerir comerse a su abuela para cenar.
               -¿Tengo que pensar qué tengo que ponerme?
               -Hombre, teniendo en cuenta que las tías suben fotos de absolutamente todo hoy en día… pues sí-sonreí, metiéndome otra uva en la boca-. Yo creo que estaría bien que te pusieras un poco elegante.
               -Pero lo voy a hacer en la playa.
               -Ya, respecto a eso… quizá lo mejor sea que esperes un poco. Yo de ti, no lo haría hoy-comentó Tommy, y no se me escapó la manera en que miró a Scott, como pidiéndole que le echara una mano. El interpelado asintió con la cabeza y carraspeó.
               -Sí, eh… ya sabes, tu familia y la suya se cabrearán si tardas en contárselo.
               -¡HOSTIA PUTA!-bramó Max, llevándose las manos a la boca-. ¡Su padre! ¡No le he pedido permiso!
               Todos nos lo quedamos mirando sin saber si descojonarlos de él o darle un par de hostias para que espabilara.
               -Max-dije yo-, que vas a arrodillarte, no a morirte de tifus a los 19. No estamos en la edad media. Como mucho, en la contemporánea.
               -Sí, bueno, eh… y al margen de no cabrear a vuestras familias, podrías pulir el plan-continuó Tommy.
               -Y conseguir ropa-añadió Logan.
               -Y buscar un sitio mejor-dije yo, y Max me miró con ojitos-. Es decir, la playa a la que os voy a llevar hoy está bien, pero no es un sitio súper espectacular ni nada por el estilo. La idea de hacerlo en la puesta de sol me parece genial, por cierto-alabé, mirando a Logan, que esbozó una amplia sonrisa y levantó dos dedos en señal de victoria-. Lo que ya no tengo tan claro es cómo podemos ir a comprar una caracola sin que se note tanto, y dejarla en un sitio en el que Bella pueda encontrarla de forma casual sin que nadie se la lleve antes. No sé, tío-incliné la cabeza a un lado-. Te costó mucho encontrar el anillo perfecto; creo que lo mejor sería que te dieras un par de días para reposar el plan.
               -Además, podríais ir a celebrarlo de cenita romántica-añadió Jordan-. Seguro que Alec conoce un montón de sitios en los que te harían un hueco si le dieras un poco de margen de maniobra.
               -Sí, porque la isla está petada, ya lo has visto. Me ha costado un montón conseguir una reserva para todos esta noche, y aunque lo vuestro sería más fácil, lo cierto es que no sé cómo me tratarían mis vecinos si me dedicara a pedir favores que luego no aprovechara al cien por cien.
               -¡Tío! Se me acaba de ocurrir-Tommy dio un brinco-. En unos días vamos a ir a Mykonos ciudad, ¿correcto?-me miró.
               -Correcto.
               -Entonces puedes aprovechar para ir con Bella a dar un vuelta, proponerle lo de la cena, y que se coja un vestido bonito o algo así para la ocasión.
               -¡Cómo se nota que tienes dos novias, chaval!-celebró Jordan, y Tommy se sonrió-. Definitivamente, la logística es lo tuyo.
               -Problema: Bey lleva anunciando que quiere perdernos de vista un día, ¿y si hacen día de chicas?-quiso saber Max.
               -Sabrae no me haría eso.
               -Sabrae lleva quince años deseando que desaparezcas-me puteó Scott.
               -¿También lo desea cuando le meto la polla hasta los cojones?
               -Si las chicas deciden irse por ahí, ya hablaré con Diana para que nos acompañe un rato. Hace mucho que no estamos solos-solucionó Tommy.
               -Otro obsesionado con el sexo, adónde vamos a parar-sacudí la cabeza, metiéndome otra uva en la boca.
               -Podría funcionar-dijo Scott-. Incluso Diana podría probarse los vestidos como si fuera Bella.
               -Diana es una modelo de Victoria’s Secret. Sin ánimo de ofender, Max.
               -Las verdades no ofenden, T. Aunque lo cierto es que tienen un cuerpo parecido.
               -Si así te consuelas por las noches-musité yo.
               Max tomó aire y lo soltó muy, pero que muy despacio. Sus hombres se elevaron en el aire y cayeron suavemente de nuevo con su suspiro. Torció la boca y se palmeó el bolsillo donde había guardado el anillo.
               -Estoy muy verde para casarme, ¿verdad?-preguntó.
               -Tío, es normal tener dudas. Follarte a una tía a la que no conoces de nada es una cosa, pero pedirle matrimonio a tu novia de toda la vida es otra. Conlleva un compromiso que no necesitas tener con el sexo casual. ¿Verdad, Al?-me pidió Scott, y yo asentí con la cabeza.
               -Sí, las consecuencias de tu decisión son mucho más longevas. Excepto si te la tiras sin condón, te pega algo y acabas con el rabo cayéndosete a cachos.
               -O siendo padre adolescente.
               -S, eso sucede hasta sin condón. Deberías saberlo mejor que nadie.
               Scott agarró el servilletero y me lo tiró a la cara, pero yo fui más rápido y pude apartarme antes de que me tocara. No fue así el caso de Max, que no lo vio venir y no tuvo tiempo de esquivarlo.
               -¡Scott!-protestó Logan, pero Scott se sentía bastante mal sin necesidad de que le regañáramos, y ya estaba encima de Max, pidiéndole perdón y ofreciéndose a curarle la herida. De momento tenía un corte en la ceja, pero no parecía que fuera a ir más allá.
               -Has tenido mucha suerte, cabrón-le dijo Jordan-. Esto podría ser una señal.
               -Uuh, ¿qué es esto, una convención de testosterona?-preguntó Tam, metiéndose en la cocina-. ¿Por qué gritáis tanto?
               -Estábamos demasiado contentos de no tener que verte la cara como para contenernos. Evidentemente, nos acabamos de quedar sin fiesta.
               -Eres tope gracioso, Al. No me extraña que tengas esa cara de payaso; se te da de lujo. Bueno, cuando acabéis de mediros el rabo, o lo que fuera que estuvierais haciendo aquí-agitó la mano frunciendo el ceño, como si en la habitación hubiera un hedor que ella no tolerara-, podéis reuniros con nosotras en la playa. Nos hemos cansado de oíros marujear, y Mimi conoce la isla tan bien como tú, así que, ¡imagínate lo contenta que estoy, Al!-Tam se colgó de mi hombro y se balanceó suavemente-. ¡Podré disfrutar de mis vacaciones y perderte de vista! ¿No es maravilloso?
               -¿Cuánto habéis oído, exactamente?
               -Nada, sólo sonidos de babuinos. Lo de siempre-Tam se encogió de hombros, restándole importancia al asunto y separándose de mí-. Bueno, chicos, ¡nos vemos!
               -Corre a la playa, a ver si con suerte viene una ola y se te lleva mar adentro-escupí.
               -Espera, ¿no vais a venir?-preguntó Saab, entrando en la cocina y mirándome con sus cejas haciendo una montañita monísima. Luego, arrugó la nariz-. Eh… ¿qué es ese olor?
               Tommy se puso pálido, se giró como un resorte y se abalanzó sobre la sartén mientras todos empezábamos a chillarle que hiciera lo que hiciera falta para salvar la tortilla.
 
 
Estaba sentada en la cama, leyendo mientras esperaba a mi hombre, cuando abrió la puerta y se apoyó en el vano como un modelo de ropa interior al que le pagaban demasiado poco para lo buenísimo que estaba.
               -Vaya, hola-ronroneó con voz seductora, y a mí se me escapó una risita. Se había puesto sus pantalones de chándal grises para salir de la ducha, confiando en que ésa sería la única prenda que yo toleraría tapando su cuerpo.
               Estaba en lo cierto.
               -Hola-contesté, cerrando el libro y cruzando los tobillos. Los dos sentíamos que se nos acababa el tiempo para ser del otro en Mykonos: si todo iba bien y mi periodo se había regulado por fin, esa noche me vendría la regla, así que se acabaría el hacerlo en absolutamente cualquier rincón que hubiera disponible, lo suficientemente apartado como para que nadie nos molestara.
                Y, aun así, queríamos jugar. Sobre todo porque era lo único que nos quedaba: por mucho que ayer hubiera sido capaz de concentrarme y disfrutar sólo de él, la casa hoy estaba demasiado en silencio, lo suficiente como para escuchar los pasos de los chicos en el piso de abajo susurrando sobre lo que les parecía el plan de Max para pedirle matrimonio a Bella, del que Alec me había informado detalladamente, y las maneras en que podían mejorarlo.
               -Lo de la caracola me gusta. Es original. Y bonito. Y un buen recuerdo-le había dicho yo a Alec, entre beso y beso saltando las olas.
               -Vale, tomo nota. ¿Te interesa algún crustáceo en particular?-preguntó, y yo me reí.
               -Sabes que las caracolas provienen de gasterópodos, ¿verdad?
               -Uf, nena, cómo me pone cuando te pones en modo listilla-se había reído él, buscando mis besos y ansiando que llegara la noche, seguramente confiando en que yo sería capaz de repetir lo que habíamos hecho la noche pasada. Yo no las tenía todas conmigo cuando salimos de la ducha, apenas habiéndonos manoseado un poco, pero ahora que lo tenía delante, mis defensas estaban cayendo como moscas.
               Una parte de mí insistía en que si podía hacerlo con mis padres en la misma casa, bien podría hacerlo con los amigos de Alec al otro lado de la puerta, pero no sé por qué, todo era diferente. El ambiente, las personas, el hecho de que pudieran tomarnos el pelo con lo que hacíamos o dejábamos de hacer… no me avergonzaba en absoluto de disfrutar de mi sexualidad, pero sí que se me haría un poco violento tener que defenderla con los amigos de mi hermano. Porque, por mucho que estuvieran allí en calidad de amigos de Alec, lo cierto es que Bey, Tam, Karlie, Logan, Max y Jordan eran los amigos de mi hermano.
               Además, era prácticamente transparente en el tema de sexo con mamá. Cada vez ella necesitaba menos detalles, ya que veía el buen efecto que hacía Alec en mí, pero de vez en cuando quería que le contara qué tal iba todo, sólo para asegurarse de que iba correctamente.
               -No le dices lo suficiente-me dijo Alec un día-. Deberías ser más explícita.
               -¿Por?-había preguntado yo, lamiendo la cuchara del helado que estábamos compartiendo-. Ella parece satisfecha, así que yo creo que con lo que le cuento basta.
               -Bueno, Sabrae, dado que todavía no me ha arrinconado y se me ha tirado encima como una mantis religiosa para probar qué podemos hacer los críos del 17, es evidente que no le estás dando toda la información que necesita-había bufado, y yo me había reído tan fuerte que casi escupo el helado.
                -A ti no te he visto antes-comentó, acercándose a mí y arrodillándose sobre la cama, inclinándose sobre mi cuerpo, entrando entre mis piernas. Me besó en los labios y se relamió cuando nos separamos, como si mi sabor fuera lo más delicioso que hubiera probado nunca pero no quisiera empacharse de mí-. Dime, ¿es la primera vez que vienes?
               -Me ha invitado mi novio-expliqué, posando un brazo casualmente en su hombro y acariciándole la nuca-. La verdad es que tengo un novio que no me lo creo.
               -Mmm, ¿es más alto que yo? ¿Quién crees que ganaría en una pelea?
               -Estaría ajustado-respondí, acercándome para darle otro beso y pasándole la lengua por los labios, que se tensaron cuando sonrió.
               -Ajustadas tengo algunas cosas, nena.
               Me reí y tiré de él para seguir besándolo, dejando el libro a un lado. Hundí la cara en el hueco entre su hombro y su cuello e inhalé, emborrachándome de su aroma a champú y de la marca de su piel que jamás se iba, por mucho que intentara disimular ese deje tan sensual que desprendía su cuerpo de forma inconsciente.
               Alec me bajó los tirantes de la camiseta que le había robado, y deslizó la tela por mi piel hasta liberar mis senos que, por la postura en la que estaba yo, acariciándole los brazos y la espalda, estaban más juntos y parecían más redondos. Suspiró y se dedicó a adorarlos con las manos y la boca mientras yo me retorcía debajo de él, jadeando y restregándome contra él de puro placer.
               -Te he echado de menos-dijo, rodeando con la lengua mi piercing y plantándome un sonoro beso en el pezón.
               -Yo también-contesté, pues era cierto. A pesar de que habíamos prometido que no nos separaríamos, habíamos terminado haciéndolo esa noche, después de llegar de la cena con todos. La cena había ido genial, y tenía un poco de tripita de lo mucho que había comido, tanta comida deliciosa que apenas había sido capaz de probar cuando fuimos al mismo restaurante la última vez, ya que el vibrador me había impedido concentrarme en más sensaciones que no fueran la presión en mi sexo y la manera en que estimulaba mis partes más sensibles. Todo habían sido risas y juerga, molestando a los demás comensales y no importándonos un pimiento. Tan caótica como sólo un banquete de adolescentes puede serlo, nos costó tanto organizar la comanda como disfrutar de todo lo que nos trajeron y calcular lo que tenía que poner cada uno… hasta que Scott y Tommy se empeñaron en pagar.
               -Es lo menos que podemos hacer, dado que ya tenemos un disco programado-comentó Scott con sorna, a lo que Eleanor reaccionó apartándose el pelo del hombro y respondiendo:
               -A ver si sacáis las cien mil libras que me dieron a mí por ganar el concurso.
               El tira y afloja entre Eleanor y mi hermano había sido de diez, y estaban resolviéndolo en la habitación de al lado (claramente, lo de ser pudorosa no lo había sacado de Scott), pero lo mejor de todo, y la razón por la que Alec y yo nos habíamos separado, fue la promesa que les hizo a sus amigos cuando empezó a explicarles los platos del menú. Dado que los ingredientes estaban traducidos al inglés en la carta, no tuvimos problema en decidir qué queríamos, pero Al se tomaba como una afrenta personal que nos empeñáramos en encontrarles homólogos más famosos a los platos griegos.
               Y el problema había venido cuando nos pusimos a anotar lo que queríamos.
               -Entonces, ¿la lasaña griega?-preguntó Bey.
               -No es lasaña, es mussaka-enfatizó Alec-. Son distintas.
               -Bueno, pero es como lasaña, ¿no?-dijo Tam.
               -¿Cuántas lasañas griegas pedimos?-preguntó Logan, que era el que estaba haciéndose cargo de la lista, justo al lado de Bey. Max estaba que no daba pie con bola, así que no podíamos fiarnos de él, ya que había cambiado de vaso tres veces porque no se acordaba de qué era lo que había pedido para beber; yo no quería que me volvieran loca y poder concentrarme en Alec, y Jordan haría lo imposible por reducir la factura, así que cuando Logan se había ofrecido a ocuparse de la lista, todos suspiramos aliviados.
               -¡Que no es lasaña, me cago en Dios!
               -¿Bastará con tres lasañas? ¿Cuánto hemos anotado ya?-preguntó Scott, y miró a Alec con una sonrisa torcida fatal disimulada.
               -¡AL PRÓXIMO QUE LA LLAME LASAÑA, LO TIRO AL MAR!-amenazó Alec, dando un puñetazo en la mesa. Todos arquearon las cejas, impresionados.
               -Guau, alguien está sensible. Vale, pues ¿tres lasañas, entonc…?-empezó Tommy, que era quien decidía lo que Logan ponía en la lista y lo que no.
               Y Alec cumplió su palabra: se levantó de la mesa, levantó a Tommy de la suya, y lo arrastró hasta empujarlo por el muelle y de cabeza al agua.
               -¡TÍO!-bramó Tommy desde abajo mientras Alec hacía una reverencia ante nuestros aplausos.
               -¡Alec! ¡NO HE PODIDO GRABARLO!-se quejó Eleanor mientras Mimi reía y reía hasta el punto de roncar como un cerdito.
               -Me cago en tus muertos, te vas a acordar-ladró Tommy, apoyándose en el muelle, enganchando a Alec del tobillo y tirando de él para lanzarlo también al agua. Eleanor pudo grabarlo, Tommy se cobró su venganza, y Alec consiguió que nadie volviera a llamar a la mussaka lasaña ahora que habíamos comprobado que sus amenazas eran reales.
               Después de cenar, cuando llegamos a casa, Tommy y él se habían metido en la ducha. Primero fue Tommy, y luego, mi chico, al que le costó horrores desprenderse de mis brazos.
               -Venga, Romeo; no querrás dormir lleno de sal en la cama con tu Dulcinea-se rió Jordan.
               -Menudo crossover de cuentos acabas de hacer, Jor-se burló Alec, sacudiendo la cabeza. Y se había alejado de mí.
               Pero ahora ya lo tenía de vuelta.
               -Ya me doy cuenta-contestó, jugueteando con mis pechos. Mi cuerpo también me traicionaba, dando muestras externas de placer que no nos molestaban en absoluto-. Joder, llevo toda la tarde pensando en cómo follamos ayer. Y en tu sabor. No me hace bien llevarte a sitios en los que te he tenido gimiendo y empapándote en la silla.
               Suspiré, dejando que sus palabras encendieran la hoguera que había en mi interior.
               -No puedo dejar de pensar en ti, Saab. Si supieras…-se le escapó una risita-. Dios. Estaba en la ducha, y he empezado a hacerme una paja, hasta que se me ha ocurrido… hoy es la última noche que podemos hacer algo sin ponerlo todo perdido.
               Asentí con la cabeza.
               -Pero no sé si seré capaz de gozar como lo hice ayer-dije-. Todo está muy cambiado.
               -Lo sé. Y, como siempre, tengo la solución. Confía en mí-me besó el cuello y, luego, me pasó la lengua hasta llegar al lóbulo, donde me mordisqueó.
               -¿Has llegado a correrte?
               -¿En el baño? No. Me he contenido a tiempo. Te mereces que esté ansioso de ti.
               -Gracias a Dios-suspiré, pero lo miré con un interrogante en la mirada cuando se separó de mí y me pidió que me vistiera-. ¿Adónde vamos?
               -No me chafes la sorpresa, nena-puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza-. Y, sobre todo, no hagas ruido. Me apetece escaparme a hurtadillas. Le dará más emoción al asunto.
               Me vestí a toda velocidad, lo cual tiene mérito; si alguna vez has estado en mi situación, lo entenderás: es difícil vestirse si no sabes adónde vas y cuál es la ocasión que vas a celebrar, pero sabía que, me pusiera lo que me pusiera, acertaría. De modo que me enfundé un vestido playero elástico de color granate y mis sandalias doradas; no llevaba más ropa interior que las bragas debajo, ya que confiaba en que no necesitara nada de ropa para lo que iba a hacer con Alec. Puede que no supiera exactamente qué íbamos a hacer, pero tenía una ligera idea.
               Cuando me solté el pelo y abrí los brazos, Alec silbó y luego se mordió el puño para no hacer más ruido.
               -A ver si consigo llegar-dijo, y me cogió de la mano y me sacó de la habitación. Bajamos las escaleras poniendo cuidado de hacer el menor ruido posible, ya que los ruidos de la casa habían cesado y todo el mundo dormía.
               Bueno… todo el mundo, no. Shasha, como siempre, estaba levantada: su cara asomó como un espectro celeste en el salón cuando levantó la vista para mirarnos. Se quitó los auriculares y abrió la boca para preguntarnos adónde íbamos.
               Sin embargo, Alec se llevó un dedo a los labios y negó con la cabeza. Le lanzó algo que tintineaba en su bolsillo y que refulgió en la oscuridad cuando Shasha la cazó al vuelo.
               -Buenos reflejos, Miss Robot-alabó Alec, y sacudió la mano a modo de despedida.
               -No te quedes mucho despierta-le dije yo.
               -Estoy esperando a que Eleanor cambie las sábanas-siseó por lo bajo, pero yo ya no la estaba escuchando. Puso los ojos en blanco y escupió un-. Puaj. Novios.
               Si yo le contara…
               Alec y yo soltamos una risita de colegiales cuando cerramos la puerta de casa. Me cogió de la mandíbula y me empotró contra ella para empezar a besarme, pero cuando yo le devolví el beso, se alejó de mí y me condujo por las calles poco iluminadas del pueblo. Nos besamos bajo cada farola, nos reímos con cada adoquín, y corrimos cada vez que nuestros pasos despertaban luces en las casas contiguas.
               Me condujo al puerto, y de ahí, al muelle.
               -¿Dónde me llevas?-quise saber, ya que creía que quería hacerlo en la playa. No me importaría repetir la experiencia de nuestro último día en pareja.
               Se detuvo frente a una pequeña barquita de madera, cuyo casco a la luz del día era blanco y azul, de los colores de la bandera nacional, pero que ahora era de plata y obsidiana. Se subió de un salto y me tendió la mano.    
               -¡Alec! ¿A quién le estás robando esto?
               -Estamos. Y no es robar. Es coger prestado. Ven-insistió, haciendo un gesto para que me acercara. Miré alrededor: todo el pueblo dormía, cobijado bajo el manto de estrellas de una noche impecable de luna llena.
               Acepté su mano. ¿Qué otra alternativa me quedaba? ¿Irme sin él? Ni hablar.
               Pasé a la pequeña embarcación, en la que Alec cabría tumbado por muy poco, y me senté en el pequeño banco trasero, disfrutando del balanceo mientras él desataba los cabos y, con un pie, nos separaba del muelle. Hice amago de coger un remo, pero me dijo que sería más sencillo si le dejaba hacerlo a él.
               Le miré a los ojos mientras nos dirigía hacia el mar, empujándonos con la fuerza de sus músculos que se hinchaban por el esfuerzo. Las olas apenas mecían el barco, que oscilaba más por los cuerpos que llevaba encima que por la superficie sobre la que se deslizaba con sensualidad.
               Me quedé mirando las estrellas, una cúpula hecha de alfileres de diamante que parecían prestarnos toda su atención. Alec dejó de remar, y cuando lo miré, vi en su cara semi iluminada por la luna el reflejo de su hambre.
               -Otra primera vez para ambos-me dijo, y se me secó la boca-. Nunca lo he hecho en el mar.
               El viento me revolvía el pelo. Las olas tamborileaban suavemente contra la superficie del casco. La brisa marina me había puesto la carne de gallina, pero la reacción de hipersensibilidad de mi piel no era cosa de ella.
               Le dediqué una sonrisa a Alec.
               -Suerte que yo puedo hacer algo al respecto.
               Me subí el vestido hasta dejar mis rodillas al aire, y entonces dejé que se posaran sobre la superficie de madera. Alec me miraba como quien ve la que será su película preferida por primera vez.
               Continué subiéndome el vestido hasta pasármelo por los pechos; seguí y seguí a pesar de los mordiscos helados del aire en mi piel, y entonces, me lo saqué por la cabeza. Me desabotoné las sandalias y me quedé así, casi desnuda, vestida sólo con mis bragas, delante de él.
               -Te toca-dije, mordiéndome el labio. Alec también lo hizo lentamente: se desabotonó la camisa y se la quitó despacio, dejando que la tela lamiera su piel como a mí me gustaría hacerlo. Luego, se desabrochó las bermudas por las que había cambiado el pantalón de chándal con el que salió del baño.
               Se quedó en calzoncillos delante de mí, que no sabía si quería postrarme ante él o saltarle encima. Ninguno de los dos habló. La tensión entre nosotros era palpable: era como si fuéramos a hacerlo por primera vez y no tuviéramos ni idea de si cumpliríamos con nuestras expectativas. Sospechábamos que sí, a pesar de lo altas que las teníamos, pero siempre hay un margen en el que la intuición falla.
                Y, entonces, me pidió que me masturbara.
               -Déjame ver cómo te tocas.
               Me relamí los labios, y sus ojos cayeron en picado hasta mi boca. Me llevé la mano a la mandíbula; mis dedos dibujaron la espiral de tinta diluyéndose en agua en mi piel, bajando por mis clavículas, por entre mis pechos, y de allí, a la entrepierna. Me metí la mano por dentro de las bragas y las deslicé por mis muslos; pasé la frontera de mis rodillas y saqué los pies de ellas. Separé las piernas y me llevé la mano a la entrepierna. Alec tenía los ojos fijos en mi sexo, e inhaló sonoramente cuando seguí con los dedos los pliegues de mi pubis y empecé a jugar con mi clítoris.
               Cerré los ojos, arqueé involuntariamente la espalda, y me incliné ligeramente hacia atrás mientras mi cuerpo buscaba la presión de mis manos. Rodeé mi clítoris en círculos, presionándolo suavemente para que los relámpagos de placer subieran por mi cuerpo, y mis caderas se abandonaron a la cadencia de mis dedos.
               -Mírame. Saab, mírame-me pidió. Haciendo un esfuerzo tremendo, conseguí volver la vista hacia su cara y clavar los ojos en los suyos. Todo él era pupila. Me di cuenta de que se había metido la mano en los bóxers y estaba tocándose él también.
               -Yo también quiero verte-dije, y se desnudó. Me relamí al ver su miembro enhiesto, duro y grueso, entre sus dedos, y lo deseé en mi interior. En mi sexo, en mi boca… me daba igual. Quería saborearlo de alguna forma.
               Claro que también tenía mi imaginación para eso. Seguí recorriendo mi anatomía en círculos, y cuando me noté lo bastante mojada, tan necesitada como estaba, introduje un dedo en mi interior. Mis caderas hicieron el resto bajo la atenta mirada de Alec: nos acompasamos, y él empezó a acariciarse al mismo ritmo al que yo me movía. Nuestras pelvis estaban sincronizadas a pesar de haber casi un metro y medio de distancia entre ambas.
               Empecé a acercarme al orgasmo. Mi respiración se volvió irregular y acelerada, y Alec me miró a los ojos. Dejé de tocarme y le pedí que me dejara correrme con él, así que se arrodilló en el suelo del barco y se inclinó entre mis piernas. Empezó a lamerme, mordisquearme, chuparme y comerme más despacio de lo que yo me había masturbado, lo que en un principio me desconcentró, pero luego terminó haciendo que mi placer fuera más duradero, y mi orgasmo más intenso. Jadeé su nombre mientras me corría, pidiéndole que se separara, que no podía con tanto placer… pero él no se separó.
               Y gracias a Dios, porque sólo así podría continuar después.
               -Quiero ocuparme de ti-le pedí. Me apetecía devolverle el favor, y quería sentirlo derramándose en mi garganta. Con todo, él tenía otros planes.
               -¿Te apetece mejor que lleguemos hasta el final?-me ofreció, y yo asentí con la cabeza. Dejé que me tumbara sobre la superficie del barco y se metiera entre mis piernas. Rebuscó por debajo de mi cuerpo hasta encontrar sus pantalones, y de ellos extrajo un preservativo. Se lo puso y entró en mi interior tan despacio que pensé que me volvería loca, y de mi boca salió un gemido muy acorde con la luna llena. Empezó a embestirme suavemente, entrando en mí con tanta profundidad como lo hacía siempre, proporcionándome un placer tan familiar que sabía que lo daba por sentado, y cuya añoranza me mataría en el momento en que lo perdiera.
               Nos fuimos acelerando poco a poco, y a medida que nuestros cuerpos se envalentonaban, también lo hacían nuestras voces. Le arañé, me apretó; me embistió, tiré de él; lo lamí, me manoseó…
               … y, entonces, justo cuando los dos estábamos a punto de explotar, Alec se apoyó en un lado de la embarcación para entrar más a fondo en mí…
               … y convirtió la marejada que nos había rodeado durante el polvo en un tsunami. El barco se escoró peligrosamente a la izquierda en cuestión de segundos, y antes de que nosotros siquiera notáramos el cambio, se había dado la vuelta y estábamos debajo del agua. Los dos gritamos, luchando por salir a la superficie, nadando hacia arriba cuando deberíamos hacerlo hacia abajo para poder sortear el barco.
               Cuando conseguí tranquilizarme y pensar con calma tras unos segundos de terrible confusión en los que el pulso se me disparó hasta las doscientas pulsaciones por minuto, agarré a Alec del cuello y tiré de él hacia abajo para poder sacarlo luego a la superficie, justo al lado del barco dado la vuelta.
               -¿Estás bien?-me preguntó, y yo asentí con la cabeza.
               -¿Y tú?
               Alec también asintió.
               Los dos nos miramos un momento, comprobando que estuviera todo en orden… y luego, miramos el barco convertido en una nuez gigante y nos entró un ataque de risa. Nos reímos hasta hartarnos, descojonándonos ante la luna y las estrellas.
               -Menuda cara has puesto al salir-dije, y él abrió los ojos.
               -Perdona, ¿y tú? Creí que te daba algo, guapa.
               -¿Cómo tienes tanto morro? ¡He sido yo la que te ha sacado del agua! He manejado la situación perfectamente, ¡muchas gracias!-dije, salpicándolo de un manotazo. Alec retrocedió nadando.
               -¿Ah, sí? ¿Esas tenemos? Vale-me devolvió la salpicadura, y antes de que nos diéramos cuenta nos habíamos enzarzado en una guerra acuática que terminó cuando, en plena carrera por el agua, Alec buceó hasta plantarse delante de mí y darme un mordisco en la mejilla.
               -Te pillé.
                Me colgué de sus hombros y le rodeé la cintura con las piernas. Automáticamente él me abrazó la cintura y me sostuvo como si estuviéramos en tierra firme y tuviera que mantenerme lejos de la gravedad.
               -¿Te has asustado?
               -Un poco. Pero estaba tranquila. Sabía que no permitiría que te pasara nada.
               -Mi heroína-ironizó, poniendo los ojos en blanco y sonriendo cuando le di un beso en los labios.
               -¡Dios mío, Al! Hemos perdido la ropa-me llevé la mano a la boca y lo miré. Sacudió la cabeza.
               -El agua no es muy profunda aquí. Como mucho serán tres metros. La encontraremos.
               -Pero está oscuro.
               -Todos los barcos tienen una caja soldada al casco por si se vuelcan. Tienen bengalas y demás. Ven-me cogió la mano y me llevó de vuelta al barco; se sumergió y tiró de mí para que lo siguiera. Buceamos hasta ponernos debajo del casco, y vi cómo abría con cuidado una caja de metal de la que trataron de escaparse todos los objetos de su interior, pero él no se lo consintió. Sacó dos palos luminosos, los encendió doblándolos por la mitad, y se giró para mirarme.
               Señaló el fondo marino, en el que destellaban mis sandalias entre los bancos de peces curiosos que habían ido a ver qué eran aquellos curiosos objetos recién llegados. Sería más complicado encontrar mi vestido o su ropa, pero por lo menos no tendría que ir descalza a casa.
               Tardamos bastante menos de lo que me esperaba en recoger toda la ropa, y cuando se lo comenté, el muy imbécil me soltó que ya tenía experiencia salvándome el culo cuando se trataba de emergencias de vestuario marino. Volví a salpicarlo y me miró con una advertencia en los ojos, prometiéndome problemas si se me ocurría hacerlo otra vez.
               Lo cierto es que estuve tentada, pero me contuve a tiempo.
               A lo que sí renunciamos fue a darle la vuelta al barco: pesaba demasiado y no podríamos los dos solos, de manera que Alec decidió que lo dejaríamos allí y que iríamos a pedirle perdón al dueño en cuanto nos levantáramos al día siguiente, pero, ante mi insistencia, accedió a que lo acercáramos hasta el puerto y lo dejáramos bien amarrado para que no se fuera.
               -Tiene el ancla para algo, ¿sabes, bombón?
               -Aun así, me sentiría mejor si no lo dejáramos aquí en medio.
               Nos vino bien el ejercicio de llevar el barco de vuelta. Para cuando lo dejamos allí, se nos había pasado el susto y sólo nos apetecía estar juntos, quizá jugar un poco más. Nadamos por entre los barcos, nos escondimos el uno del otro, y utilizamos los muelles como parque para darnos sorpresas, hasta que algo en la mirada de Alec cambió y me agarró de nuevo por la cintura. Todavía no hacíamos pie, pero él pronto conseguiría rozar la arena bajo la superficie.
               -¿Qué pasa?
               -Estás preciosa esta noche.
               Me sonrojé un poco. Sabía lo que venía a continuación, y sabía cuál iba a ser mi respuesta.
               -Me apetece hacerte el amor. ¿Me dejas?
               Asentí.
               -Pero sólo tenía un preservativo. Y tú ya has tomado…
               -No pasa nada. Si todo va bien, mañana me viene la regla. No hay apenas peligro de que me dejes embarazada.
               -¿Estás dispuesta a correr el riesgo?
               -Alec, el único riesgo que puedo tener relacionado contigo es el de perderte.
               Sonrió, y mientras me conducía hacia la orilla, empezó a besarme. Nos metió en un hueco del muelle en el que no había barcos, me pegó contra uno de los pilares, y me miró a los ojos mientras se hundía en mi interior. Arqueé de nuevo la espalda, disfrutando de la sensación de su cuerpo dentro del mío, con el añadido de que ahora los dos estábamos juntos de verdad.
               -¿Te estoy haciendo daño?
               -Lo que haces es encantarme-contesté-. No pares, por favor.
               Rió entre dientes, apartándome el pelo de la cara.
               -Si todas las sirenas son como tú, Saab, me parece aberrante que siga habiendo marineros. Por un beso de un ser como tú, te daría mi alma gustoso. Y creería que te estoy estafando.
               -La que te estoy estafando soy yo. Nunca te voy a poder compensar todo lo que haces por mí, Al.
               Se hundió de nuevo dentro de mí y yo me estremecí. Me tomó de la mandíbula y me hizo mirarlo.
               -Te amo. Eres la única que ha hecho de Mykonos mi paraíso terrenal. Eres como… mi Afrodita particular.
                Le acaricié el pecho, subiendo por las líneas de sus cicatrices, que ya no me parecían las heridas de un héroe, sino las marcas de un relámpago. Puede que Zeus los forjara, pero Alec los llevaba en su piel.
               Y, sin embargo, le sentaba tan bien estar en el agua que no podía ser otro que el dios del océano.
               -¿Yo he hecho que Mykonos sea buena para ti?-sacudí la cabeza-. Te equivocas. Esta isla es el cielo. Y todo gracias al dios del que me he enamorado. Si yo soy especial es porque tú me has hecho así, Al. Si soy una sirena, sólo puede ser porque tú eres mi Poseidón.
               Y así, con mi hombre entre mis piernas y el mar acariciando nuestra unión, fue como me sentí mujer por última vez a orillas del Mediterráneo.

 
              ¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺
  

2 comentarios:

  1. Llevaba queriendo mucho tiempo leer un cap con todos juntos por las risas y demás y me he sentido un sabor agridulce en algunos momentos porque me huele cada vez más a despedida por irse Alec a Africa ya dentro de muy poco, como cuando en CTS los chicos se iban al concurso.
    A pesar de eso me encanta verlos juntos y me he partido el culo con el momento debate sobre la pedida de mano, Alec es un puto espectáculo de espécimen socorro.
    Por último me ha parecido el momento final del capítulo y el polvo tan bonito que han echado me parece super lindo.
    Pd: estoy tristisima tía ahora si que cada vez siento que falta nada para Africa Y VOY A LLORAR

    ResponderEliminar
  2. me encanta que este haya sido el último cap del año, me ha gustado mucho.
    comento cositas
    - El principio me ha dejado regular porque África está cada vez más cerca y pensar en este viaje como una despedida me pone tristísima.
    - los momentos scommy como siempre me han dado la vida
    - buenísimas las pullitas a jesy, las estaba esperando ;)
    - una fantasía la conversación sobre la pedida de Max por supuesto
    - Scott siendo un cagón cuando estaba preparado para pedir a Eleanor que se casará con él casi desde que empezaron a salir me hace gracia la verdad
    - Los comentarios de Alec durante todo este capítulo me han dejado sin palabras la verdad, menudo personaje JAJAJAJAJJAJAJJA
    - He muerto de amor con Alec pensando en porque se casaría con Sabrae
    - Me ha hecho muchísima risa el momento lasagna griega JAJJAJAJAJA
    - El final me ha encantado, que monísimos son los dos de verdad.
    El año que viene más <3
    pd. feliz navidad!!!!!!!

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤