lunes, 13 de diciembre de 2021

Dejarse llevar.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Sabía que no me lo iba a poner nada fácil, y precisamente por eso llevaba recolectando sus momentos de buen humor como preciados tesoros que más tarde exhibiría en una exposición privada ante los visitantes más exigentes…
               …pero no pude evitar que se me escapara un suspiro de agotamiento. Entendía que le preocupara la moto, y tenía todo el derecho del mundo a no querer acercarse a una en lo que le quedara de vida, pero ¿realmente era necesario todo esto? Tampoco era para tanto. Habíamos hecho cosas más arriesgadas antes (por ejemplo, follármela en un balcón, con mis manos siendo lo único que impedían que cayera al vacío), y a los dos nos había puesto como motos. ¿Por qué no podía, por una vez, ponerme las cosas fáciles?
               Le había prometido que le enseñaría la isla entera, y el pueblo era sólo una diminuta parte de ésta. No esperaría en serio que nos pasáramos las vacaciones al completo metidos en un bus.
               Además, por mucho que lo entendiera, me reventaba que me estuviera montando un pollo delante de Niki. Si bien sabía que a él le gustaba Sabrae, también sabía que era malo guardando secretos, y todos en la isla estaban deseando conocer los trapos sucios de la extranjera que yo había traído para que, a su modo de ver, ocupara el puesto de Perséfone. Ni siquiera la más educada de las princesas tendría posibilidades contra Pers, pero si encima Sabrae se cabreaba así…
               No quería que pensaran mal de ella. No porque fueran a decirle algo o porque le importara algo lo que pensaran, sino porque no se lo merecía. De modo que di un paso hacia ella y, juntando las manos, le pedí:
               -¿No podemos siquiera hablarlo?
               -¿De qué quieres hablar, exactamente? ¿Del cabezazo que te debes de haber pegado esta noche para que creas que voy a dejar que te acerques a esa cosa endemoniada? ¡Porque dudo que hablarlo lo solucione!
               -La moto es el mejor medio para movernos por…
               -¡ME DA IGUAL!-bramó, inclinándose hacia delante para vomitar aquel grito como si fuera un rayo láser saliendo de su cuerpo para derrotar al villano. Joder.
               No debía entrarle al trapo. Si le entraba al trapo, tendríamos una bronca muy gorda, y no nos lo podíamos permitir aquí. Podía sentir la mirada de Niki entre las sombras, escuchando con atención para desgranar todo lo que Sabrae me estaba chillando.
               -Vale, Saab… a ver, entiendo que no te haga gracia, pero es la única manera que tenemos de movernos por la isla. Te prometí que te la enseñaría, y éste soy yo cumpliendo mi promesa. No tiene que haber ningún problema. Lo tengo todo bajo control.
               O eso esperaba. Nunca me había pasado tanto tiempo sin conducir; esperaba que fuera como andar en bici y nunca se olvidara, aunque prefería no pensar en esa incómoda sensación en la parte baja del vientre, como si tuviera una piedra tirando de mis entrañas.
               -¿¡Que no supone ningún problema!? ¡Alec, tuviste un accidente! ¡CASI TE MATAS! ¡ESTUVISTE EN COMA! ¡Te quitaron medio pulmón!
               -Ni siquiera llega a un cuarto lo que me quitaron, no seas exagerada, Sab… bombón-me corregí, porque estaba notando la cadencia sarcástica en mi voz que bien podía hacernos caer por el precipicio.
               -¡NI BOMBÓN NI HOSTIAS, ALEC! ¡ESTUVISTE EN COMA!
               -¡Tuve mala suerte, eso es todo! No va a pasar nada. ¿Cuáles son las posibilidades de que pase algo ahora, la primera vez que vuelvo a subirme a una moto después de tanto tiempo?-me fulminó con la mirada, pero me pareció que se aplacaba un poco, porque tenía razón: la gente que sobrevive a accidentes de avión no deja de coger aviones, precisamente porque las probabilidades juegan a su favor: si están en un accidente y no les pasa nada, ¿cómo van a vivir dos?-. Tarde o temprano iba a volver a subirme a una moto, así que, ¿por qué no ahora que la necesitamos? Es el momento. Además, te pareció bien que arreglara la mía. Tenías que saber que en algún momento, esto pasaría, ¿no?
               -¡QUE LA ARREGLARAS!-me recordó, señalándome con un dedo acusador-. ¡Que la arreglaras, Alec! ¡Ibas a tardar bastante en ponerla a punto, así que...! ¡No contaba con que fueras a subirte a una justo ahora, cuando ni siquiera hace un mes de tu alta!
               -Han pasado casi dos meses.
               -¡ME DA ABSOLUTAMENTE IGUAL!-tronó-. ¡ALEC, TE JURO POR DIOS QUE COMO LA ARRANQUES NO TE VUELVO A DIRIGIR LA PALABRA! ¡No voy a volver a…!-se le quebró la voz y se le inundaron los ojos, recordando lo que habíamos pasado ambos por mi accidente. Ella se había llevado la peor parte: puede que yo estuviera lleno de cicatrices de por vida, pero por lo menos no me había enterado de lo que había pasado. No había estado a mi lado, tratando inútilmente de despertarme, durante una larguísima semana. No había presenciado mis ataques de ansiedad y mis negativas tajantes a buscar ayuda.
               Contra eso era contra lo que se revolvía Sabrae. Contra la posibilidad, siquiera remota, por muy ínfima que fuera, de volver a pasar por aquello.
               -Haz lo que te dé la gana-escupió por fin-. Pero yo no pienso subirme ahí. No pienso participar en tu… lo que sea que sea esto-agitó la mano en el aire y negó con la cabeza.
               -No hemos venido porque a mí me apetezca hacer unos caballitos para hacerme el guay con la moto, Sabrae. Hemos venido porque la necesito para enseñarte la isla.
               -Pues no pienso subirme ahí-sentenció, cruzándose de brazos. Contuve un gruñido de frustración; era terca como una mula.
               Pero yo lo era más. Podía ver que estaba asustada ante la posibilidad de que volviera a pasar algo, que ella no quería jugársela… y sólo necesitaba un empujoncito para volver a creer, para volver a ser mi Saab valiente.
               No la había traído a Mykonos para quedarnos en el pueblo. Quería enseñársela entera, de cabo a rabo, y la moto era necesaria. Tenía que hacerle ver que lo necesitábamos, que las vacaciones no estarían completas sin ella, que no podría cumplir mi promesa si no cedía en esto.
               Pero, para eso, necesitaba acercarme. Ya habría distancia suficiente entre nosotros cuando me fuera de voluntariado; aquel viaje era, precisamente, para no separarnos.
               Así que di un par de pasos para acercarme a ella, y comprobé con alivio que no se apartó de mi lado. Disgustada como estaba, también se había dado cuenta de que lo estábamos enfocando por el lado equivocado.
               La agarré de la cintura y tiré suavemente de ella para atraerla hacia mí. Casi podía sentir los ojos de Niki clavados en nosotros, reuniendo más y más información sobre Sabrae que pronto podría compartir con la isla, pero me daba igual. No me avergonzaba buscármelas con carácter, sentirme atraído por mujeres que sabían lo que querían y que no se avergonzaban de ir a por ello, o alejar aquello que no les gustaba a gritos, si hacía falta.
               -Escucha. Eh-la llamé, viendo que ella apartaba la mirada, negándose en redondo a establecer con tanto visual conmigo-. No tienes por qué tener miedo, bombón. No voy a dejar que te pase nada.
               Clavó sus ojos en los míos, y llamearon de rabia. Yo sabía de sobra qué era lo que verdaderamente le preocupaba, al igual que sabía que conseguiría distraerla si le hacía creer que pensaba que lo que le preocupaba era su seguridad y no la mía. Los dos estábamos convencidos de que yo me interpondría entre una bala y ella; no sabíamos cómo, pero simplemente me las arreglaría.
               Pero mordió el anzuelo. Quizá porque lo único que se suponía que íbamos a tener en Mykonos era sexo intensísimo, pero también estábamos teniendo otras cosas al mismo nivel de intensidad: disgustos, y ahora también peleas.
               O quizá porque siquiera plantearse que se preocupara más por sí misma que por mí ya era motivo suficiente para volverse loca.
                 -No es por mí por quien estoy preocupada. Además, tampoco es que el accidente hubiera sido culpa tuya.
               Ah, ahí la tenía. Justo donde la quería, contra las cuerdas, arrinconada en una esquina. Había vivido esto un montón de veces: las suficientes como para saber identificar una victoria por K.O. antes de que ésta se produjera.
               -Exacto-sonreí, pasándole la mano de nuevo por la mandíbula, el pulgar siguiendo esos labios cuyo sabor era mi preferido en el mundo. Los ojos de Sabrae volaron hacia los míos, y no me di cuenta de que me los había relamido, pensando en el ansia que me producía mirar ese rinconcito de ella que podía ser mi perdición, tanto por lo que hacía como por lo que decía, hasta que ella misma no acarició la yema de mi pulgar sin querer con su lengua. Dio un ligerísimo paso hacia mí, salvando la poca distancia que nos separaba, acortándola aún más si cabe, como si una  lengua de arena a la que apenas cubrían un par de centímetros de agua acabara de conectar toda Grecia-. El accidente no fue culpa mía. Y aquí no hay camionetas distraídas, intersecciones chungas ni, sobre todo, cabinas de teléfono rojas en las que pueda dejarme un pulmón.
               Vi por el rabillo del ojo la sombra de Niki moviéndose por el interior de la casa, haciendo que las luces cambiaran de textura un par de segundos mientras se acercaba más a la puerta, tratando de escuchar mejor lo que le decía a Sabrae.
               -Voy a tener cuidado, te lo prometo. Siempre lo tuve, y más desde que tú me esperabas en casa, pero ahora que vas a ir conmigo, te prometo que será como ir en bici, sólo que sin pedalear. Sabes que no voy a dejar que te pase nada, ni que tengas miedo.
               -Me importa una mierda que me pase algo-contestó, tajante-, ¿y si te pasa a ti, Alec? Todavía no te mueves como antes. Quizá el esfuerzo sea demasiado para ti…
               -Llevo montando algo mejor y más peligroso que una moto con bastante asiduidad desde que me dieron el alta, y creo que me he desenvuelto bastante bien, ¿no te parece?
               Los ojos de Sabrae se dilataron ligeramente, brillando por la sorpresa, y su piel enrojeció. Leí en su expresión que se le había secado la boca, y un suave jadeo escapó de su boca cuando todos nuestros encuentros destellaron en sus ojos a la velocidad de la luz. Yo encima de ella, ella encima de mí; los dos al mismo nivel, tumbados en la cama, o sentados, o de pie; su boca en mi hombría, la mía en su feminidad.
               La graduación.
               La noche de la boda.
               El día anterior al completo.
               Todavía sentía los músculos agarrotados por la caña que le había dado, y yo no me había resentido en ningún momento. La única razón de que no estuviéramos de nuevo en acción era porque ella necesitaba un descanso, nada más: ambos sabíamos que podía enseñarle la isla junto al resto, pero había sólo una cosa que no podíamos hacer con la casa llena de gente… o que, por lo menos, nos supondría más incomodidades que ahora que aún estábamos solos y podíamos hacer lo que quisiéramos.
               Entrelacé las manos detrás de su espalda y me balanceé suavemente.
               -¿Por qué me da la sensación de que cada vez me es más fácil hacer que te pongas roja? Si lo hubiera sabido, habría empezado a tirarte la caña hace años.
               -Me habría encantado que lo hicieras. Así habría tenido más ocasiones para insultarte.
               Me eché a reír y le di un beso en la frente, recordando la sensación de victoria que me había inundado las poquísimas veces en que Sabrae y yo nos enzarzábamos en una espiral de vaciles, en broma por mi parte y totalmente serios por la de ella, y había sido yo el ganador. En aquellas rarísimas ocasiones, ella se había retirado refunfuñando insultos por lo bajo, dando pisotones y portazos que no hacían más que endulzarme la sensación de triunfo al ver sus orejas coloradas.
               -Todavía puedes hacerlo, no obstante-coqueteé, apartándole de la frente un ricito que no se había metido en las trenzas-. A mí no me molesta. De hecho, diría que incluso me gusta.
               -Entonces pierde un poco de su encanto-ironizó, poniendo los ojos en blanco. Puso su mano sobre la mía y giró la cabeza para mirar la moto, tomó aire y lo soltó lentamente, de forma que sus hombros subieron y bajaron como un barco velero surcando un vendaval-. Aunque podría hacerte muy feliz.
               -Ya me lo haces.
               Volvió a mirarme.
               -No como tú crees.
               -Me haces feliz incluso respirando, así que…
               Se relamió los labios, se mordió el inferior, pero sus dientes no llegaron a asomar por debajo del superior. Estaba luchando por contener una sonrisa, pero no lo logró.
               -No tienes de qué preocuparte-le aseguré, cogiéndole la cara entre las manos para asegurarme de que sólo se concentraba en mí: en mí y en nada más. Estaba todo bajo control. Eso era lo que a ella más le preocupaba: cuando las cosas se le iban de las manos y perdía la sensación de seguridad que le proporcionaba el saber qué pasaría a continuación. Creía que no iba a ser capaz de manejar lo que sucedería a continuación, pero estaba equivocada.
               Me había tirado demasiadas veces en el suelo del garaje después del accidente para arreglar mi moto como para saber dónde estaba mi límite, y conducir no tenía por qué hacerme atravesarlo. Me había inclinado demasiadas veces para arreglar el manillar, el motor, reequilibrar el tanque de la gasolina, como para creer que no podría con las curvas de Mykonos.
               Incluso había tratado de coger la moto en brazos como había hecho alguna otra vez, cuando todavía estaba bien.
               Y no había podido.
               Pero no tenía por qué hacer eso ahora. Si me acordaba de ponerle la pata para que no se cayera el suelo, no tendría que levantarla y todo saldría bien. Sabrae no se enteraría de ese pequeño detalle y podríamos volver mucho más tranquilos.
               Además… Niki me mataría como le hiciera un arañazo a la moto. No es que la tuviera para exhibirla en un museo, ni mucho menos, pero el muy cabrón era un lince cuando se trataba de nuevos desperfectos. Apenas le hacía uno nuevo, y ya sabía exactamente cuál era.
               -Estoy listo.
               -No, Al. No lo estás. Y, la verdad, me sentiría mucho más cómoda si probaras en Londres. Conoces mejor las carreteras.
               -Éstas las conozco igual de bien. Y hay mucho menos tráfico. Además, lo necesitamos.
               Continuó mordisqueándose el labio, con el ceño ligeramente fruncido, buscando algún punto débil en mi armadura a través del cual colarse. Pero yo era un muro infranqueable, hecho de lava y cristal: no había un solo poro por el que fuera a colarse. Mi lógica era insondable. Era normal que tuviera miedo, pero se dio cuenta en ese momento de que no iba a ser capaz de convencerme para que no me subiera a la moto y buscara una ruta alternativa, ya que no la había.
               Y yo lo necesitaba. Una parte de mí no quería subirse por primera vez a una moto en Londres porque aquello supondría muchísima más presión. Habría demasiada gente mirando, demasiados acompañantes, muchos que me preguntarían qué tal lo llevaba a cada segundo que pasara, a cada movimiento que hiciera. Mykonos me daba una tranquilidad y una intimidad que Londres no me ofrecía.
               -Estoy listo, Saab. De verdad. Llevo listo para subirme a una moto desde que me puse en pie por primera vez.
               Bueno, aquello no era del todo cierto, especialmente porque la primera vez que me puse en pie me dolía absolutamente todo el cuerpo y había necesitado bastón, algo incompatible si quieres conducir, pero… ya me entiendes.
               -Y lo necesito. Es lo último que me queda por hacer para recuperar la normalidad en mi vida. Y ¿qué mejor sitio para hacerlo que mi isla? Quiero enseñarte Mykonos. Quiero enseñártela entera, a ti sola, antes de que vengan mis amigos. Y para eso necesitamos la moto. Querías conocer hasta el más mínimo detalle de mí, ¿no?-dije, dando un paso atrás y abriendo los brazos-. Bueno, pues éste soy yo.
               Sabrae se abrazó a sí misma. Me miró a mí, y luego a la moto, y luego de nuevo a mí, indecisa. Podía escuchar los engranajes de su cabeza trabajando a toda velocidad, buscando algo que decirme, lo que fuera; cualquier cosa servía con tal de hacerme entrar en razón y cambiar de planes.
               Pero no había nada. Porque, para empezar, una parte de ella también quería eso. Quería recorrer la isla a solas conmigo, sin preocuparse por coger el transporte público, pudiendo parar donde nos apeteciera. Dejarse llevar y volar con el viento, no responder ante nadie más que el GPS que tenía metido en mi cabeza. A pesar de que aún había cosas que podía enseñarle, el pueblo se nos había quedado pequeño.
               Y, ¿cuándo íbamos a tener de nuevo esa libertad?
               -Lo normal en tu vida también era estar soltero-dijo por fin, esbozando una sonrisa tímida-. ¿También echas de menos eso?
               -Siempre hay cosas que corregir del pasado-le guiñé el ojo y ella se echó a reír. Dio un par de pasos hacia mí, me rodeó la cintura, entrelazó los brazos en mi espalda y apoyó la mejilla en mi pecho, exhalando un suave suspiro cuando yo le devolví el abrazo.
               -Más te vale ir despacio. Nada de apurar las frenadas. Y olvídate de cerrarte en las curvas.
               -Sí, mamá-balé, dándole un beso en los labios, saboreando así su sonrisa. Y así, sin más, nos reconciliamos.
               Niki eligió ese momento para salir de las sombras. Llevaba en las manos una escoba y un casco rojo desteñido, sin visera.
               -Creía que iba a pegarte-dijo con inocencia, y Sabrae y yo nos echamos a reír.
               -¿Para eso era la escoba, Niki?-dijo Saab, y él se rió.
               -Bueno, eh… no sabía si necesitarías ayuda. Me pareció que te vendría bien cualquier cosa con la que pudiera echarte una mano.
               -No te dejes engañar por su tamaño, tío-comenté, acariciándole los lumbares a Saab-. Puede con los dos sin despeinarse. De hecho, apenas tiene para empezar.
               Sabrae esbozó una sonrisa de orgullo y amor y de asentimiento que Duna tenía que haber adoptado de ella. Me pareció increíblemente joven, inocente y buena de repente, como si se hubiera convertido en una versión más pura de sí misma, con menos experiencia y más fe en la humanidad de la que tenía ahora.
               Me cabreó pensar que aquel ser de luz estaba escondido en su interior, y podía salir a la luz en un lugar que le era tan hostil como Mykonos. El único consuelo que me quedaba era que Niki también lo hubiera visto, y se lo contara a los demás cuando terminara de narrarles con pelos y señales una discusión de la que apenas había entendido nada de tanto, tan alto y rápido me había gritado mi chica. No obstante, por mucho que no tuviera los detalles, la idea principal la había pillado: Sabrae no se dejaba pisotear y no tenía problema en alzar la voz si algo le parecía mal, y conmigo tenía tanta confianza que lo raro era que no se me pusiera a chillar.
               La verdad, la única reacción diferente que no me habría extrañado de ella sería que cogiera las macetas de las paredes y me las tirara a la cabeza. En cuanto me di cuenta de que la única forma de movernos por la isla sería en moto, supe que tendríamos una bronca de las gordas. Tampoco es que pudiera culparla.
               Sabrae aceptó con una sonrisa tímida el casco que le tendía Niki mientras yo sacaba la moto del garaje y la llevaba hasta la puerta. Por un momento, temí que le ofreciera venir con nosotros, pero finalmente balbuceó un timidísimo “gracias” en griego y corrió a encontrarse conmigo.
               Pasé una pierna por encima de la moto y me dejé caer sobre ella, sintiendo un cosquilleo extrañísimo en la boca del estómago, como una mezcla de acidez y algo dilatándose en mi interior. Nervios. Estaba nervioso, después de todo lo que había pasado con las motos. Yo las dominaba. Había hecho una con mis propias manos, algo que casi nadie podía decir. Había sido repartidor en una de las ciudades con el peor tráfico del mundo, y ahora me ponía nervioso en un pueblecito costero en una isla cuya población apenas era la décima parte que la de mi código postal.
               Sentí que se me aceleraba el pulso, se me nublaba la vista y la respiración se me volvía superficial mientras mi cerebro procesaba lo que estaba pasando. Estaba de nuevo sobre una moto, después de varios meses sin atreverme a sentarme en una.
               La cabeza empezó a darme vueltas mientras mi cerebro reproducía en bucle los confusos segundos entre el choque del capó y la cabina de teléfono, para luego rebotar en el suelo, todo fuego y sangre, como el lema de los Targaryen. Dolor, confusión, demasiadas sensaciones en un cuerpo que sólo quería rendirse, en una sangre que ya no me alimentaba, sino que me ahogaba. Había estado muerto unos segundos, antes de que me arrancaran de la calma de los brazos de la muerte con la explosión del desfibrilador.
               Tragué saliva. Tenía la lengua pastosa, como si me hubiera tragado un desierto. Todo a mi alrededor era Londres, el caos, el tráfico, la gente inclinándose hacia mí, mis heridas abiertas, el sonido de las sirenas en algún rincón, mezclándose con las bocinas y los gritos pidiendo ayuda.
               El asfalto se movió a mi espalda, y por un momento pensé que me tragaría…
               … hasta que me rodeó la cintura con confianza y yo me di cuenta de que era lo que más quería en la vida.
               -Estoy lista. Cuando quieras, sol.
               Sabrae me dio un beso en la espalda y apoyó la mejilla en ella, tomando aire despacio, en una cadencia que lo más profundo de mi alma me dijo que imitara. Así lo hice, y vi que mi campo de visión perdía un poco de ese tono rojizo con el que había palpitado para, a continuación, dejarme enfocar el velocímetro y el indicador de las revoluciones del motor.
               Tenía las manos empapadas de sudor, pero los dedos respondían. Me mordí el labio. Podía hacerlo. Podía hacerlo. Podía hacerlo. Lo había hecho mil veces ya.
               No había peligro en Mykonos. No iba a pasarme nada. No con mi ángel de la guarda, la razón de que hubiera luchado por regresar, la única oración que me había atrevido a rezar mientras moría, estaba allí, a mi lado. Abrazando mi cuerpo y protegiendo mi alma.
               Le di una patada al suelo para arrancar el motor, y la moto pareció carraspear antes de exhalar un rugido ensordecedor.
               No me había dado cuenta de que ese ruido me había acompañado en mis pesadillas con el accidente hasta que lo escuché de nuevo. Habían sido dos años intensísimos escuchando ese ruido, tantos meses e infinitos recorridos que habían hecho que dejara de oírlo, y sin embargo, cuando la furgoneta se había lanzado sobre mí, lo último que había escuchado antes de que todo explotara había sido justo eso: el sonido del motor rugiendo entre mis piernas, lanzándome derecho hacia una muerte casi segura.
               Me puse rígido un momento, un único instante que me permití de cobardía antes de recordarme quién era yo. Era el puto Alec Whitelaw.
               Y lo más importante: no iba a joderle el viaje a Sabrae dejando que mis demonios de mierda me comieran vivo. Si no lo podía hacer por mí, desde luego, podría hacerlo por ella.
               Así que tomé aire y, muy despacio, dejé que la moto echara a andar. Recorrimos las calles del pueblo despacio, subiendo hacia la carretera general que hacía de arteria principal de la isla, y cuando nos incorporamos a la circulación, yo había ido ganando la confianza que necesitaba para poder incorporarme al tráfico. Sabrae tenía las piernas pegadas a las mías, no sabría decir si por miedo o para darme ánimos.
               Cuando dejamos atrás la última casa y la línea continua de las zonas urbanas dio paso a la discontinua de la carretera abierta, me di cuenta de que sólo me había escudado en el cuidado que siempre había que tener en las zonas peatonales para no acelerar más, y que la batalla de verdad se celebraba ahora.
               Así que lo giré.
               Y lo hice demasiado. La moto salió disparada hacia delante, bramando entusiasmada como un potro al que por fin le abren la puerta del corral.
               -¡Alec!-gritó Sabrae, pero había un tono juguetón en su voz que me hizo ver que pensó que lo había hecho a propósito, para ponerla nerviosa. Y eso me hizo sonreír. Si ella confiaba en que yo tenía el control, es porque realmente era capaz de tenerlo.
               -Perdón-grité por encima del viento y el rugido de la moto-. He perdido práctica.
               -Bueno-rió ella-. Es la práctica la que hace al maestro, ¿no?
               Apretó las manos en mi pecho y supe lo que me estaba diciendo con ese gesto. Me estaba dando alas.
               Y yo lo echaba mucho de menos. Aunque me diera miedo, aunque me pusiera nervioso, aunque casi me comiera un ataque de ansiedad… quería volver a sentir lo que había sentido cuando me metí en la autopista por primera vez. Podía ir donde me diera la gana, tan rápido como me diera la gana, y nada podía detenerme. Dependía de mí mismo y de unas habilidades en las que había confiado ciegamente con 16 años, ¿por qué tenía que ser diferente ahora, si tenía más experiencia y las condiciones eran todavía más favorables?
               Así que giré la manilla todo lo que pude y salimos disparados hacia la costa, volando sobre un sol que nos miraba con orgullo. En algún momento empecé a escuchar un aullido entusiasmado, y por un instante creí que era de Sabrae.
               Hasta que ella también empezó a aullar y me di cuenta de que quien gritaba era yo.
 
 
-¿Qué?-preguntó, una sonrisa preciosa y blanquísima, más incluso que la espuma del mar, extendiéndose por su boca. Llevaba mirándolo embobada prácticamente desde que nos habíamos sentado en la terraza de la hamburguesería, en una muy merecida pausa para almorzar. La brisa del mar hacía que los mechones ensortijados del color del chocolate o la corteza de un sauce llorón bailaran sobre su cabeza, y estaba relajadísimo y guapísimo, sonriendo feliz y satisfecho consigo mismo. Sabía que no había sido fácil, que había subestimado sus miedos y que lo había pasado mal cuando sintió la moto debajo de él, pero yo sabía que podía. Una vez que me convenció de que, efectivamente, necesitábamos la moto, todos mis miedos se pulverizaron y supe que los suyos lo harían también.
               -Nada. Es que…-suspiré con dramatismo, apoyando la cabeza sobre la mano que tenía libre y el codo en la mesa-. Estás tan guapo.
               Se pasó la lengua por las muelas, sonriendo.
               -Si estás intentando que te dé el último chilli cheese bite a base de hacerme la pelota, creo que subestimas mi amor por ellos.
               -Cachis-chasqueé la lengua e hice una mueca, y los dos nos reímos. Alec siguió masticando con gesto distraído su hamburguesa mientras yo mordisqueaba una patata. Podría acostumbrarme a eso: a la brisa marina, al sol acariciándome la piel, al aroma constante a marisco flotando en el aire. Ya no me parecía tan buena idea recibir a sus amigos al día siguiente; lo único que quería era seguir disfrutando de Mykonos con Alec para siempre.
               Empujó suavemente la bandejita con los buñuelitos de queso y, cuando lo miré, hizo una mueca.
               -Supongo que sí que me gusta que me hagas la pelota, después de todo.
               -¿Más que los bites?
               -No me hagas pensármelo mucho, nena. No queremos forzar esta vena caballerosa mía.
               -¿Adónde vamos a ir ahora?-le pregunté. Después de recorrer la silueta de la isla en la moto, recibiendo al mar siempre por el mismo costado, Alec me había llevado hasta la población más grande de Mykonos, en la que se concentraban todas las tiendas, discotecas y demás locales de ocio que hacían de Mykonos la Ibiza de Grecia. Se había ofrecido a enseñarme la ciudad, que le daba nombre a la isla, pero después de decirme que la veríamos de nuevo con sus amigos, negué con la cabeza y le dije que me apetecía que me enseñara algo que no fueran a ver los demás. Algo especial.
               Él había sonreído, asentido con la cabeza, como si hubiera pasado una especie de prueba, y me había llevado hasta el puerto para comer algo, reponer fuerzas y seguir nuestro camino.
               -¿No quieres que sea una sorpresa?
               -Adoro las sorpresas, pero me puede la curiosidad-respondí, abriendo con los dedos el buñuelo y mojando un poco de su interior rezumante con la punta de una patata. Se la acerqué a Alec, que abrió la boca y le dio un bocado.
               -Mm-ronroneó-. Pues a ver-tragó saliva y torció la boca-. Se me ha ocurrido que podemos pasarnos el día en la playa, de tranquis. Sé que no es un planazo, pero…
               -Si estamos los dos solos a mí ya me parece un planazo.
               Sus ojos chispearon cuando sonrió, y lo hicieron más aún cuando le acerqué la pequeña bandejita con el último bite. Se metió la mitad que le correspondería en la boca y luego jugueteó con una patata, reuniendo el valor que necesitaba para algo que tenía que decirme, a pesar de que yo ya lo sabía.
               -¿Sabes? Creo que tenías razón respecto de la moto. Yo… se me hizo duro subirme a ella.
               -Lo sé. Me di cuenta.
               Inclinó a un lado la cabeza y frunció ligeramente el ceño, como hacían los cachorritos cuando creían entender uno de los sonidos que salían de tu boca, sin ser ladridos.
               -Aunque, si te soy sincera… creo que te iba a afectar más de lo que te afectó. ¿Sabes? Una parte de mí quería protegerte. Sabía que no habías pensado en lo que podía hacerte el acercarte de nuevo a una moto porque, bueno… seguro que estabas más ocupado pensando cómo hacer para que yo no te matara siquiera por volver a subirte a una-solté una risita y él se animó un poco. Se relamió los labios y se pasó la mano por el pelo, haciendo que algo dentro de mí se revolviera.
               Es curioso: no sólo estaba totalmente satisfecha, sino agotada e, incluso, dolorida; y aun así, Alec seguía teniendo ese efecto de encenderme con ese simple gesto. Era como si mi cuerpo tuviera un interruptor que se activara simplemente con verlo hacer eso.
               -Casi me da un ataque de ansiedad. Me he sentido muy, muy cerca. De hecho, creo que me ha dado uno suave. He podido controlarlo, no obstante.
               -Y por eso estoy orgullosísima. Me hace quedarme más tranquila para cuando te vayas a África. No quiero sentir que te pueden comer vivo las cosas que te dices.
               Se relamió los labios y se inclinó un poco hacia mí.
               -Bueno… si te soy sincero, creo que tú hiciste más por pararlo que yo mismo. Todavía no sé si puedo detenerlos todos, o sólo los más suaves. Supongo que eso es algo en lo que tengo que trabajar de cara al voluntariado.
               -Ahí está de nuevo esa tendencia tuya a pensar que necesitas a alguien más que a ti mismo para poder cuidarte.
               -Es que lo hago, Saab. Te necesito.
               Estiré la mano para cogerle la suya, y le acaricié los nudillos.
               -Puede que creas que me necesites, pero lo único que tienes que hacer es aprender a ser valiente por ti mismo. Sé que por mí ya lo eres, Al. Muchísimo. Pero vamos a estar separados mucho tiempo, y… no quiero que dependas de mí para poder cuidarte. Necesitas aprender a hacerlo solo, porque yo no voy a estar aquí siempre.
               Se mordisqueó los labios, apartó la vista y la clavó en el mar. El sol brillaba con destellos de oro sobre su superficie, modulándose cada vez que un barco o un bañista aportaba su propia pincelada en el gran cuadro que era el puerto. Hacía que su piel adoptara un tono de bronce que a mí me encantaba y que despertaba un hambre primitiva en mí.
               -Escucha-le dije, tirando suavemente de su mano para que volviera a mirarme. Cuando sus ojos se posaron sobre los míos, supe que diría las palabras correctas simplemente porque eran para él. No sabía cómo, pero siempre me las apañaba para decir lo que él necesitaba oír, incluso cuando no tenía ni idea de por lo que estaba pasando. Desde que estaba con él había comprendido cómo se las apañaba mamá para consolar a papá durante sus ataques de ansiedad: cuando la persona a la que más quieres amenaza con autodestruirse a sí misma, el cielo te concede un don que sólo puedes utilizar para salvarla.
               Y lo haces.
               Y sirve.
               -Tuviste un ataque de ansiedad porque has pasado por muchísimo, pero lo más duro ya está a tu espalda. Sé que te esperan grandes cosas, y que los obstáculos que te encuentres en el camino te parecerán diminutos. Yo estoy orgullosísima de ti. Siempre lo he estado y siempre lo estaré, te bañe el Atlántico, el Mediterráneo o el Índico. Si me puse como una loca no fue por falta de confianza en ti, sino miedo a que te sucediera lo que te sucedió. Como sé lo fuerte que eres, también sé que eres tu peor enemigo y que puedes hacerte mucho daño si no te haces parar. Y necesitas parar, Al. No podemos vivir con miedo a todo, porque los seres humanos somos tan frágiles que hasta el más leve suspiro de un dios podría evaporarnos. Y sé que tienes cuidado, siempre lo has tenido, pero a veces el cuidado no es suficiente. A veces nos tenemos que arriesgar.
                »Tienes que seguir siendo el que eres encima de la moto cuando te bajes de ella. No sé por qué, supongo que por la adrenalina que te empapa cuando pisas el acelerador, pero cuando antes has pisado a fondo… te he visto confiado como no lo estabas desde que tuviste el accidente. Y creo que una parte de por lo que te daba miedo era porque no te permites tenerlo, cuando es perfectamente normal. Casi te mueres. Yo casi te pierdo-me llevé una mano al pecho-. Es normal que nos asustemos. Pero no debemos dejar que nos domine.
               »Y yo también tengo que aplicarme el cuento, no te creas que es sólo cosa tuya. Todavía se me revuelve el estómago al escucharla arrancarse, pero sé que estoy en buenas manos y que no vas a dejar que nos pase nada. Ni a ti ni a mí. Así que cuando ellos-le señalé la frente con el pulgar –vuelvan a hacer de las suyas, no los escuches. Ellos no te conocen como lo hago yo. No eres todo lo malo en lo que te insisten, sino también todo lo bueno que hace que tengas tanta gente dispuesta a postrarse frente a tu cama para suplicar que te despiertes.
               Sus ojos chispearon un poco por la emoción. Había apretado una tecla cuya sinfonía no había percibido, pero que era música para Alec. Era, precisamente, lo que él necesitaba oír,  pero que no se atrevía a pedir porque le daba vergüenza la cantidad de veces que se lo habíamos dicho ya: le echaríamos de menos, no podríamos esperar a que volviera, y cuando lo hiciera, superaría nuestros recuerdos.
               No había manera de que no lo hiciera. Era imposible recordarlo tal y como era: la memoria no era capaz de captarlo en todos los detalles que lo convertían en ese ser precioso al que yo tenía el inmenso honor de poder llamar mío.
               -¡Alec, no corras tanto!-le habría gritado por encima del silbido del viento y el rugido del motor cuando no frenó al acercarnos a una zona con más curvas, y él se había reído, de mí, de sus miedos, del mundo.
               -¡Venga, nena, que si nos damos una hostia siempre me puedes hacer el boca a boca!
               -¡No tiene gracia!-le había gritado, fingiendo separarme de él, pero él me puso en mi sitio pegando un nuevo acelerón con el que tuve que aferrarme a su cuerpo como si me fuera la vida en ello… porque, en cierto modo, así era.
               Él estaba hecho de detalles así, como las esquirlas de cristal de todos los colores del espectro que componían el rosetón más hermoso de la catedral más imponente jamás levantada. Era imposible atesorar cada una de las cosas que él hacía incluso para alguien como yo, que había hecho de memorizarlo su pasión, de conocerlo su oficio, y de adorarlo el propósito de su vida.
               Resplandeciendo de felicidad, se levantó de la silla y me dio un beso en los labios.
               -Todavía no sé qué es lo que hecho para merecerte-dijo, acariciándome la cara.
               -Yo sí-contesté, chulita, recogiendo mi refresco-, pero no te lo voy a decir-rodeé la pajita con los labios y di el último sorbo antes de levantarme y seguirlo de vuelta hacia la moto, por el paseo marítimo que habíamos recorrido como una pareja de recién casados, tonteando y riéndonos y besándonos a cada paso que dábamos, siendo desesperadamente pegajosos.
               -¿Siguiente parada?-pregunté una vez me hube montado en la moto de paquete, y él se giró para mirarme.
               -Creo que ya está bien de explorar, ¿no? Es hora de comportarse como lo que somos: niños ricos.
               -Oh, ¿tú también?
               -Bueno, yo menos que tú-bromeó, dándole una patada a la moto y saliendo del puerto con un derrape. Mi discursito sobre la confianza le había animado más de lo que me esperaba, y prácticamente volamos por la carretera en dirección este. Bajamos primero, y luego, fuimos subiendo en paralelo al borde de un acantilado hasta aparecer en una explanada redondeada en la que un puñado de coches aquí y allá se desperdigaban por el prado, algunos con sus ocupantes sentados al lado, merendando; otros, con sus dueños muy, muy lejos.
               Alec dejó la moto junto a una valla de madera desgastada por el sol y el salitre, asegurándose de que no se caía, y me cogió de la mano.
               -¿Te gusta?-preguntó, señalando el faro blanco que coronaba la colina, de techo azul abovedado, igual que las casitas tradicionales. Asentí con la cabeza, admirando su redondez y elegancia: casaba tan bien con el paisaje que parecía haber brotado directamente de él, en lugar de haber sido construido por el hombre-. Ven-me empujó suavemente-. Tengo una sorpresa para ti. Sería mejor que hiciera un poco más de viento, pero…-levantó la vista al cielo-. Hace un día precioso, así que con eso creo que bastará.
               Trotamos por el prado, cuyas zonas sin hierba daban testigo del paso de cientos de pies antes que los nuestros, y entramos en el interior del faro. Un hombre de mediana edad y frondoso bigote canoso se paseaba por su interior. Tronó algo en un inglés muy elemental sobre el horario de visitas, pero en cuanto le vio la cara a Alec, esbozó una radiante sonrisa que lo hacía parecer un Papá Noel bronceado y musculoso. Se acercó a darle un abrazo, sacudió la cabeza, miró el calendario, e intercambiaron un par de palabras antes de que Alec me agarrara de la cintura y le preguntara algo en griego. El hombre me miró con intención, me sonrió, asintió con la cabeza, hizo un gesto abarcándome a mí entera con la mano, como de aprobación, comentó algo, y luego miró a Alec, que soltó una risita.
               -Dice que eres muy guapa. Que debo de haberte buscado durante mucho tiempo si he conseguido encontrar a la única extranjera que no tiene nada que envidiarles a las griegas.
               -Sas efcharistó-le agradecí con timidez, y el hombre puso los brazos en jarras, le dijo a Alec, y luego se echó a reír sonoramente, con una risa que parecía el tronar de un campanario-. ¿Qué pasa?-le pregunté a mi chico, que negó con la cabeza.
               -Suenas muy extranjera.
               -Bueno, ¡es que lo soy!-protesté, sonriendo.
               -Sí, pero por la manera en que te agarro de la cintura, Estéfanos sabe que llevamos mucho juntos y que no es precisamente por tus clases de griego.
               -Dile que me gusta más tu francés-respondí, Alec se echó a reír y lo tradujo para el hombre, que se rió de nuevo, palmeándose el vientre, agitó la mano en el aire y, negando con la cabeza, se perdió en el interior de la pequeña casita.
               -Ven-me volvió a invitar Alec, llevándome hasta el borde de la casa tubular y conduciéndome escaleras arriba. Empujó la trampilla por la que se accedía a la zona de la lente y subió antes que yo. Me tendió la mano y, haciéndose oír por encima del ruido del viento, me dijo-: ¡Cierra los ojos!
               Aun muerta de curiosidad, conseguí obedecer. Con su ayuda, logré salir al techo del faro en la más absoluta oscuridad. El aroma del ambientador de la casa se desvaneció, dando paso de nuevo a la explosión de océano que impregnaba cada rincón de la isla. Alec me agarró de la cintura y me fue indicando: escalón, escalón, cuidado con la cabeza.
               Me hizo detenerme y, acariciándome los brazos con la yema de los dedos, descendió hasta mis manos y me hizo posarlas sobre una cálida barandilla de metal.
               -Ya puedes abrirlos-susurró contra el lóbulo de mi oreja, haciendo que un escalofrío me recorriera entera. Ignorando de nuevo esa llamada que aulló en mi interior, obedecí.
               Ante nosotros se extendía la inmensidad del mar, hecho de zafiro, plata y oro, haciendo una reverencia frente a nosotros. A nuestra derecha había otra isla, la de Delos, tumbada sobre el mar como una amante que agradece tener toda la tarde para compartir la cama, y no sólo durante el sexo. Pero el mar… el mar estaba espectacular. Brillante, hermoso, imponente; apenas unas manchitas de color, los barcos de todos los tamaños que lo navegaban, le daban esos defectos que las obras maestras necesitan para que tu cerebro pueda procesarlas correctamente.
               El sol brillaba en el cielo como un disco de miel incandescente que goteaba sobre el plato turquesa del mar. Era una autopista de oro, directa hacia él.
               -¿Te gusta?-preguntó Al.
               -Es… es… impresionante.
               -Me lo parecía-sonrió, dándome un beso en la mejilla-. Quiero que  te fijes en un sitio. Mira hacia allí-señaló un punto en la propia isla, y yo llevé la mirada hasta allí. Una lengua de arena blanca, como una nube que se echaba la siesta lejos de sus hermanas, se asomaba con bravura entre la tierra oscura y verde.
               -Lo veo.
               -Vamos a pasar el día allí hoy. ¿Te parece? Es un sitio importante-comentó con intención, y yo me volví para mirarlo.
               -¡Alec! ¿¡Ésa es tu playa!?
              
 Estaba tirado en la arena leyendo un libro cuando empezó a sonar mi móvil. Sabrae se había quedado frita a mi lado, tumbada boca arriba, pero se revolvió y abrió los ojos al escuchar el tono de la videollamada. Revolví dentro de la mochila hasta que me encontré el teléfono, y sonreí al ver la cara de Bey en primer plano, sacando la lengua en un festival al que habíamos ido el verano pasado. Deslicé el dedo por la pantalla y exhalé un gruñido.
               -Dos días sin saber de mí es todo un récord para ti y tus nervios, ¿eh, reina B? Señora, suélteme el brazo-me burlé, incorporándome. Me sorprendió ver lo mucho que se había movido el sol por el cielo; si bien todavía quedaban un par de horas de luz, se había desplazado lo suficiente como para que la playa estuviera ligeramente cambiada. Sabrae también se había dado cuenta de ello, ya que miraba en todas direcciones, observando los cambios en la orografía que eran producto de las sombras.
               -Estaba preocupada por si Sabrae ya te había ahogado y no lo estábamos celebrando-contestó Bey, riéndose. Se atusó el pelo y miró por encima de la cámara-. Sí, me lo ha cogido a la primera.
               -No te lo he cogido a la primera. Ni que tuviera el móvil en la mano todo el tiempo, esperando a que me llamaras. ¿Con quién estás?
               -Deja de hacerte el interesante, Alec-rió Tommy fuera de plano-. Sabemos que no estás haciendo lo que más te gusta en el mundo.
               -¿Vacilarte, mi rey? Estoy a punto-sonreí, jugueteando con la arena y no pudiendo evitar una sonrisa cuando vi a todos mis amigos apelotonarse en la pantalla. Max preguntó si no había manera de proyectar mi imagen en la pared para empezar a tirarme dardos, Karlie chilló que estaba muy guapo, y Jordan espantó a los demás como si fueran moscas para poder mirarme mejor.
               -Qué asco. Pareces feliz-protestó, y miró a alguien a su lado-. Scott, tu hermana no está haciendo su trabajo. Creo que vamos a tener que adelantar el viaje.
               -¡Ni de broma! No he terminado de hacer la maleta todavía-se quejó Karlie-. ¿Qué tal tiempo hace estos días? ¿Mucho calor? ¿Hace mucho sol? ¿Necesitaré el protector solar extra fuerte?
               -¿Para qué, para que Tam te lo lama del cuerpo?-se mofó Scott, y todos nos echamos a reír. Sabrae rodó en la toalla hasta asomarse a la pantalla, y mis amigos empezaron a gritar.
               -¡Bueno, bueno, bueno! ¡Mirad quién está aquí!
               -¡Si es la señora!
               -¿Qué pasa, niña? ¿Ya no tienes ningún rincón de la isla del que hacernos spoiler?-se quejó su hermano-. Te he silenciado las historias, que lo sepas. No te he dejado de seguir porque ahora tengo gente que controla lo que hago y dejo de hacer en redes, y paso de que piensen que vas a sacar un disco o algo. No te mereces esa atención.
               El sexo y el sol habían hecho que Sabrae se viera preciosa, más incluso de lo que ya lo era normalmente. Resplandecía con luz propia, como si fuera la protagonista de un cuadro renacentista. Eso hacía que tuviera la autoestima por las nubes, así que cuando no estaba haciéndolo conmigo, no paraba de hacerse fotos y colgarlas en las redes. Entre selfie y selfie, subía vídeos o fotos de los sitios que hubiéramos visitado, y dado el tiempo que estábamos pasando fuera de casa, tranquilamente había alimentado a sus seguidores con 37 historias.
               (Sabía exactamente su número porque la primera la había subido desayunando, y  me había mencionado ya que el protagonista era yo. Luego, cuando subió una foto suya, le pedí que me mencionara para poder compartir las historias y así no perderlas, así que ahora tenía un total de 35 notificaciones pendientes en mi teléfono.)
               La verdad es que el día estaba resultando genial, quitando la parte del principio. El tiempo acompañaba, no habíamos tardado nada en llegar a los sitios, y había más bien poca gente en esa playa que ocupábamos ahora, así que no nos molestábamos los unos a los otros, pero tampoco nos sentíamos abandonados o apartados de la sociedad. Cuando nos habíamos metido en el agua, después de chapotear, hacernos más fotos y nadar hasta que nos aburrimos, nos habíamos tumbado en la arena a intercambiar impresiones. A los dos nos parecía que el día era inmejorable, con un minúsculo detalle que confiábamos en que cambiara; por lo demás, no teníamos queja ninguna.
               La posibilidad de vivir aquí de mayores, comprarnos una casita con balcón, con vistas al mar como la mía, y vivir felices a base de sexo, sol y dieta mediterránea parecía más fuerte que nunca.
               Y los dos estábamos dejando testigo de nuestro bienestar en nuestros perfiles de Instagram, para poder volver a ellos cuando se nos antojara.
               -Ni mamá y papá el castigo de que se les rompiera el condón, pero aquí estás-soltó Sabrae, y Scott la fulminó con la mirada mientras los demás nos descojonábamos.
               -Valiente hija de puta estás tú hecha. Qué tonto fui cuando no te asfixié en la cuna cuando se me presentó la ocasión.
               -Me amas-canturreó Sabrae, poniendo cara de niña buena, pegando la mejilla al hombro. Scott puso los ojos en blanco.
               -Sí, pero no porque yo quiera, así que no tiene mérito. Estoy genéticamente programado para hacerlo. Si tuviera opción, créeme que las cosas serían muy diferentes.
               -¿Lo estáis pasando bien?-preguntó Bey.
               -Si lo que quieres saber es si Sabrae me está cansando y no voy a poder rendir cuando nos veamos, la respuesta es que, evidentemente, no, reina B-me mofé, y Sabrae me miró un momento, se echó a reír y sacudió la cabeza.
               -Uf, míralos, qué enamorados están. Heteros-escupió Tam.
               -¡Oye, Tamika! A mí no me insultes.  ¿Tengo que recordarte que tú no saliste del armario, sino que te sacaron? Y en parte fue gracias a mí, porque si por ti fuera, no habrías dado el paso ni en un millón de años.
               -Por fin confiesa su culpabilidad-Logan puso los ojos en blanco-. Condénela, señoría.
               -Si liar a dos chicas es delito, yo encantada de ser la próxima Nelson Mandela-se jactó Sabrae, echándose el pelo por detrás del hombro y apoyando la cabeza en el mío.
               -¿Qué tal todo por ahí? ¿Mi madre ya ha vendido todas mis cosas?-quise saber, y Jordan se rió.
               -Ayer vino y se sentó a tejer durante un par de horas en el cobertizo mientras yo jugaba a la consola. Le gusta cómo hemos decorado la isla del Animal Crossing.
               -Con las tardes que nos pasamos terraformando, no me esperaba menos.
               -Pobre Annie. ¿Y mamá? ¿Cómo está?
               -Lleva amenazando a Shasha con que no va a dejarla venir para que la casa no se le vacíe varios días. Shasha está acojonada, por supuesto.
               -Pues sé un hombre y no vengas, Scott. Madre no hay más que una-dije yo, y él me hizo un corte de manga.
               -Ya te gustaría a ti librarte de mí tan fácilmente, pero no. Me merezco unas vacaciones-se estiró y juntó las manos detrás de la cabeza, sonriendo-. Cargar con el peso de la industria musical inglesa sobre mi espalda es agotador.
               -Aprovecha mientras puedas, hermano, que en el momento en que a mí me dé por abrir la boca, a ti se te acabó el chollo.
               -Piojo, tú llevas sin cerrar la boca desde que naciste, y yo me las he apañado para ser el favorito en casa igual, así que-Scott se encogió de hombros, y Tommy lo miró.
               -Pero si Zayn está deseando que nos larguemos de tour para poder estar tranquilo.
               -Eso es porque a mi padre le revienta no ser el hombre más guapo de la casa. Menos mal que tiene poca competencia.
               -Bueno, S, siempre puedo dejarme caer por tu casa más a menudo para que seas el tercero.
               Tommy se empezó a descojonar, pero Scott frunció el ceño.
               -¡Pero si parece que vives debajo de un puente, so cabrón! ¡Si te pasaras más tiempo en casa, te la tendríamos que inscribir a tu nombre en el Registro de la Propiedad!
               -Me sé de alguien a quien esa idea no le desagradaría-tonteé, mirando a Sabrae, que me devolvió la mirada y soltó una risita adorable.
               -Puaj, voy a vomitar. No soporto verlo tan feliz. Bey, ¿cómo te anda el móvil de batería?
               -Hablando de baterías, tenemos una pequeña crisis, Al. No encontramos adaptadores suficientes. ¿Cómo son los enchufes en tu casa?
               -Europeos.
               Logan chasqueó la lengua.
               -Gran putada.
               -Putadón-asintió Bey.
               -¿Ya estamos de crisis de maletas, Beyoncé? No te vuelvas loca trayendo, que nos conocemos. Apenas vais a estar unos días. Seguro que traes un maletón que haría que el sarcófago de Tutankamón parezca un bolso de mano.
               -Tampoco cabe tanto ahí-comentó Sabrae, y yo la miré.
               -Me estás vacilando, ¿verdad? Oye, ni se os ocurra traer maletas gigantes. No sé cómo voy a hacer para repartiros para dormir. La casa da para lo que da, y si además de dejarles hueco a nueve buitres para que duerman tengo que guardar sus casas, creo que alguien tendrá que dormir en la calle.
               -Sabes que somos nueve contándote a ti, ¿verdad, Alec?-preguntó Tommy, y yo puse los ojos en blanco.
               -Estoy contando a tu hermana dentro de los buitres. Ocupa mi lugar.
               -¿Hay tiendas de regalos?-quiso saber Max, y yo abrí muchísimo los ojos.
               -No vais a arrasar con las tiendas de mi pueblo igual que una manada de guiris. Esta gente me quiere; no pienso dejar que me pongáis en ridículo.
               -No podríamos dejarte en ridículo, Al: te quieren como al tonto del pueblo.
               -Eso le he dicho yo varias veces-mintió descaradamente Sabrae, y yo la miré, alucinado-, pero no quiere creerme. Se piensa que es el alcalde, o algo así.
               -Ya hablaremos tú y yo. Y Maximiliam-lo miré-. Lo que necesites, te lo traes de casita. ¿Me oyes? Y se lo dices a Bella también.
               -¿Bella está invitada?
               Todos se quedaron en silencio, mirando la pantalla del móvil.
               -Eh… ¿claro? No pensé que tuviera que especificar. Podéis traeros a vuestras novias, todos vosotros. Gracias a Dios, Karlie se la ha echado dentro el grupo, porque si no, no sé dónde la metería. Oye, Tommy, le has dicho a Diana que quiero que venga, ¿no?
               -Se apuntó en cuanto le dije lo del viaje.
               -No, es que te invité para que viniera ella; como se te ocurriera aparecer solo, te mandaría de una patada de vuelta a Inglaterra. Ni siquiera necesitarías volver en avión. Maximiliam, en serio, tráete a Bella. Que venga Bella-alcé las cejas, y Max apretó los labios-. Que aquí hay mucho que ver. Muchos paisajes-insistí, al ver que no lo pillaba-. Te traes cositas para disfrutar de los paisajes, ¿eh?
               Max parpadeó despacio, incapaz de seguirme. Joder, ¿tenía que deletreárselo?
               ¡QUE TE TRAIGAS EL ANILLO, PEDAZO DE SUBNORMAL!
               -Regalitos, Maximiliam.
               -¡OH!-gritó Max, poniéndose en pie y llevándose las manos a los bolsillos de los pantalones-. ¡Vale! ¡VALE, VALE, VALE, VALE! Tengo que… voy a rehacer la maleta-soltó, y salió corriendo de la habitación de las gemelas. Karlie y Bey intercambiaron una mirada interrogante.
               -¿Qué acaba de pasar?
               -Cosas de hombres. No lo entenderíais-agité la mano en el aire y Sabrae me atravesó con una mirada empapada en cicuta y afilada como la espada de un samurái.
               -¿Porque nuestros pequeños cerebros de mujeres no son capaces de seguir vuestra insondable lógica masculina?-ironizó.
               -¿Te he dicho lo guapísima que estás esta tarde, nena?
               -Sí, pero me lo puedes repetir-ronroneó, acercándose para darme un pico que yo convertí en dos, ella en tres, y yo en cuatro, y así sucesivamente, hasta que…
               -Oh, oh. Creo que van a follar. Rápido, Bey. Pon la grabación de pantalla. Esto lo subimos a páginas porno, y nos forramos.
               -¡Jordan! ¡Que es mi hermana!
               -Y nos aseguraremos de que la gente lo sepa.
               -¿Cuelgo?-preguntó Tam.
               -No cuelgues, Tam. A ver si aprendes algo que puedas poner en práctica con Karlie-me burlé, y Tamika me hizo un corte de manga.
               -Vete a la mierda, chico blanco del mes. Déjalo a medias, Sabrae-ordenó Tam, y Sabrae, que estaba boca abajo debajo de mí, con las manos inutilizadas al habérselas agarrado de las muñecas, se rió.
               -Lo intento, pero no siempre lo consigo.
               -Pues inténtalo más fuerte-gruñó Scott.
               -¡Esperad!-gritó Bey-. ¿Mañana nos vais a buscar al aeropuerto, o cogemos un Uber para ir hasta tu casa?
               -¿Un Uber? ¿Qué te crees que es esto, Beyoncé, Las Vegas? Os vamos a buscar. De todos modos, vendremos en transporte público, así que trae calzado cómodo, princesita.
               -Qué poco glamour-protestó Bey, y yo me eché a reír.
               -Encima que vienes de gratis, ¿a que te quedas en casa?
               -¿Ah, sí? ¿Y a quién le llorarías tú cuando a Sabrae se le acabe la batería del teléfono y no puedas hablar con ella cuando se te antoje?-preguntó. Sabrae se echó a reír.
               -¿Te ha pasado eso?-quiso saber mientras yo me ponía rojo como un tomate.
               -¡Eso fue una vez! Y estaba borracho-contesté, pero creo que los demás no me oyeron. Estaban demasiado ocupados aplaudiendo a Bey porque creían que había conseguido vacilarme, o algo así. Menuda manada de gilipollas. Mientras Bey bailaba en un rincón de la pantalla como si estuviera en el Fornite, Tommy me recordó los detalles de su viaje y se unió al coro de alabanzas de Bey con el que interpreté que se estaban despidiendo. Toqué el icono del teléfono rojo y puse los ojos en blanco.
               -Valiente convención de lerdos nos va a venir a visitar mañana.
               -Anda, que te mueres de ilusión-coqueteó Sabrae, dándome un besito en la barbilla.
               -¿Crees que es posible querer a alguien y que te caiga mal?
               -Oh, disculpa, amor, ¿qué crees que me pasa a mí contigo?-replicó, y yo la miré. Sabrae se echó a reír, victoriosa, pero no parecía tan satisfecha consigo misma cuando empecé a hacerle cosquillas y tuvo que suplicarme que parara. Así estaba mejor; tenía que recordarle quién mandaba de vez en cuando.
               (Ella, evidentemente. Si mandara yo, nos irían las cosas bastante peor).
               Me la quedé mirando, debajo de mí, con la piel brillante por la mezcla del sol y el sudor, los cristales de sal chisporroteando en su vientre, sus pechos, sus hombros y sus brazos. Sabrae se relamió los labios, recordando momentos parecidos en los que habíamos estado en la misma postura, pero con un poco menos de ropa.
               Despacio, más lentamente de lo que mi alma podía soportar, levantó las caderas y se frotó ligeramente contra mí. Miré en derredor, sólo para encontrarme con la grata sorpresa de que éramos los últimos ocupantes de la playa. Recordé una noche parecida hacía un par de años, con otra chica, con bastante menos experiencia de la que tenía ahora, y un cóctel de emociones mucho menor del que ahora me embargaba.
               Llevaba toda la tarde mirándola de reojo, comiéndomela con los ojos agradecido de no necesitar una excusa para hacerlo. Se corría diciendo mi nombre, se masturbaba pensando en mí, y su primer y último mensaje del día me pertenecían, así que podía mirarla hasta hartarme, y fantasear con ella, y anticipar momentos como éste, en el que pasaba de los planes y me metía en la acción.
               Cuando se había quitado el top, yo me la había quedado mirando con hambre, y pensé que no seríamos capaces de aguantar toda la tarde sin hacerlo. Su vestuario era mi perdición: había conseguido un bikini con los colores de la bandera de Grecia, de tiras de hilo que apenas sujetaban sus generosos pechos. Llevaba la típica parte superior que no recogía los senos de un mayor tamaño, así que parte se le salía por abajo, pero ella lo llevaba de una forma que bien podía marcar tendencia. No me extrañaría una mierda verla en una portada de Sports Illustrated. Aunque parecía incómodo, lo cierto es que estaba increíblemente sexy. Y si a ella no le importaba, a mí menos todavía. Varias veces se había tenido que acomodar la parte de arriba mientras nadábamos, pero cuando se tiró en la arena, me dio la oportunidad de mi vida para regodearme en sus curvas.
               Una parte de mí, esa parte que siempre necesitaba más y que siempre estaría hambrienta, sin importar el empacho de sexo que me hubiera regalado, quería que se librara de ese trozo de tela. Que se pusiera a hacer topless para que todos los tíos de la playa se la quedaran mirando y yo pudiera regodearme en ser el único que podía besar, chupar, morder y, ¿por qué no?, también follarse esas tetas.
               Había querido traerla a esta playa porque quería cerrar el círculo con ella: no quería que quedara nada que hubiera hecho con Perséfone y no con Sabrae. Y acababa de llegar ese momento.
               -Parece que nos hemos quedado solos-comentó, con los ojos puestos en mí. Ella ya había comprobado que todos los demás se habían ido, así que había empezado la carrera sabiendo cuál era la meta, y a qué distancia se encontraba, exactamente.
               -Eso parece-asentí, recorriendo su cuello con la nariz y dejando un beso en el hueco detrás del lóbulo de su oreja. Entreabrí los labios y lo capturé con los dientes, jugueteando con él de la misma manera que Sabrae me pegaba la entrepierna. Exhaló un gemido de gusto, y se llevó las manos a la espalda. Arqueándose ligeramente, de forma que estuviera en mayor contacto conmigo, se desató el nudo del bikini; primero el de abajo, después, el de arriba.
               Se lo quitó y lo dejó caer a nuestro lado en la toalla. Me lo quedé mirando mientras Sabrae me acariciaba la espalda con la yema de los dedos, descendiendo hasta mi cintura. Cuando pensé que me metería las manos por debajo del bañador, perdimos el contacto un momento.
               Me agarró de la mandíbula para poder verme la cara cuando un segundo trozo de tela se balanceó entre sus dedos antes de volverse un montoncito junto al otro.
               Estaba desnuda.
               Se relamió los labios y me pasó el pulgar por los míos. Entonces, su otra mano descendió de mi nuca hasta mi culo, deleitándose en la espalda. Sus dedos se colaron por el elástico de mi bañador y lo fue bajando hasta que noté la brisa del mar en las nalgas. Sabrae siguió bajando, y me rozó los testículos con la yema de los dedos. Separó las piernas y yo me acomodé entre ellas.
               -¿Tienes un condón?-preguntó. Pero, por la desesperación de su voz, supe que aquello iba a pasar independientemente de si teníamos protección o no.
               Menos mal que había alguien que pensaba en esta relación.
               -¿No lo tengo siempre?
               Sabrae sonrió y suspiró con alivio. Me besó el pecho mientras yo me inclinaba para rebuscar en la mochila, y cuando encontré uno de los paquetitos que me había traído, empezó a acariciar mi miembro, que se endureció aún más entre sus dedos. Entre los dos, me pusimos el condón. Le acaricié los pechos, le pellizqué los pezones, y le separé las rodillas con las mías. Sabrae se colgó de mi cuello y se acercó hacia mi boca mientras colocaba la punta de mi miembro en la entrada de su sexo.
               -¿Al?
               -¿Sí?
               -¿Me haces un favor?
               -Lo que tú quieras.
               Llevó una mano a mi entrepierna y sujetó mi miembro con cariño pero con firmeza.
               -Esta vez… intenta aguantar más de veintiséis segundos.
              
 
-Bueno, por lo menos es agradable ver algo en mi idioma, para variar-me quejé, mirando los letreros de llegadas del aeropuerto de Mykonos. Alec puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
               -De lo de que llegamos media hora tarde no dices nada, ¿no?-protestó. Aunque nos habíamos levantado temprano, nos habíamos entretenido con varios asuntos…
 
… diles por qué llegamos tarde de verdad, Sabrae.
 
¡Eres pesadísimo!
 
¡Díselo o lo hago yo!
 
Vale, llegábamos tarde porque nos habíamos dedicado a follar como conejos por otras esquinas de la casa. Habíamos mirado mal los horarios, y…
 
¿Ya está?
 
¿Qué más quieres que diga?
 
Mm, ¿la verdad? En fin. Tendré que hacerlo yo todo. Como siempre.
               Hacía varios días que no me afeitaba, y aunque a Saab le encantaba, empezaba a sentir…
 
ESTÁ BIEN. LO CONTARÉ.
               Alec había mirado los horarios de los buses que nos conducirían hasta el aeropuerto un par de veces, las suficientes como para que yo hiciera un itinerario que nos permitiera llegar con tiempo de sobra al aeropuerto para atravesarlo al completo, llegar a la zona de aterrizaje, y recibir a sus amigos antes de que los guías turísticos sedientos de grupos numerosos se abalanzaran sobre ellos. Aquel margen de maniobra era suficiente como para que yo me sintiera cómoda con él, pero descubrí por las malas que no bastaba como para meter otra actividad en nuestra agenda diaria.
               Se suponía que yo me estaría vistiendo cuando Alec entrara a afeitarse, ya que él era mucho más rápido que yo preparándose, por eso de que no tenía que romperse la cabeza combinando ropa porque absolutamente nadie esperaba nada de él, y…
 
AHORA SERÁ CULPA MÍA SER ESTILOSO Y QUE TODO LO QUE LLEVE ME QUEDE BIEN. ESTOY PUTO FLIPANDO. O DEJAS DE HACERME QUEDAR COMO EL MALO DE LA PELÍCULA O…
 
…así que yo debía llevar diez minutos fuera del baño, vistiéndome y demás, cuando Alec entró para afeitarse y me encontró todavía metida en la ducha.
               -¿No estabas hace dos minutos en el piso de arriba?
               -Estaba buscando una cosa.
               -¿Qué cosa?-y entrecerró los ojos, perspicaz-. No pretenderás llevar el vibrador al aeropuerto, ¿verdad?
               -Necesitaba unas maquinillas-repliqué, corriendo la cortina de la ducha. Alec se acercó y la descorrió.
               -¿Para…?-empezó, y se quedó callado al ver cómo me retorcía para depilarme mejor las ingles-. Te viene la regla en tres días. ¿Puedo saber por qué te estás depilando el coño?
               -Porque así me dura más el depilado.
 
¡PERO SERÁS MENTIROSA!
               -Hoy llega Diana-contestó Sabrae, como si con aquello me estuviera descubriendo la fórmula de la Coca Cola. Me la quedé mirando sin comprender, y Sabrae alzó una ceja y sacudió la cabeza, como diciendo “duh”. Como si fuera evidente. Como si…
               Mi cerebro sumó dos y dos y no le faltó nada más. Sabrae era bisexual.
               Diana era una chica.
               Y nos ponía a los dos.
               -¿Y te crees que vas a ser capaz de hacer un trío con la casa llena de gente?
               -¿¡Y tú!?-protestó, y yo me hinché como un pavo.
               -Yo me crezco con público, Sabrae. Si crees que follo bien, espera a verme en el puto Madison Square Garden.
               Sobra decir que tuve tiempo de afeitarme, vestirme y echar una partida al Candy Crush antes de que Sabrae saliera del baño.
 
Gracias por humillarme, cielo. Te quiero un montón.
               Bueno, pues el caso es que habíamos llegado con quince minutos de retraso con respecto a la hora en la que se suponía que el avión de mis hermanos y sus amigos iba a aterrizar,  ya que habíamos perdido dos buses porque yo no había sido capaz de entender los letreros que indicaban la dirección del aeropuerto, me había puesto nerviosa, me había subido en el primer bus que se detuvo frente a mí, y Alec había tenido que meterse dentro para sacarme, lo cual fue después de que el conductor cerrara las puertas y, siendo un gilipollas de manual, se negara a dejarnos bajar a medio trayecto.
               Pero ya habíamos llegado, y por obra y gracia del Espíritu Santo, el avión de los chicos venía con retraso, así que todo había salido bien.
               Francamente, nada me había aliviado más que ver en letras mayúsculas el cartel de RETRASADO al lado de un vuelo que me interesaba. Alec se apoyó en la cristalera del aeropuerto, enfurruñado, no sé si porque habíamos llegado tarde o porque yo sólo me tomaba esas molestias con él cuando se acercaba una ocasión especial.
               Ni siquiera deshizo el mohín cuando le di un pellizco en la cintura. Me obligó a sacar la artillería pesada: abrazarme a su costado y darle un mordisco mientras hacía el sonido de un perrito royendo un hueso. Terminó por reírse, puso los ojos en blanco, sacudió la cabeza, y jugueteó con mis manos mientras esperaba a que el estado del vuelo cambiara.
               Mi móvil emitió un pitido en el momento en que el estado del vuelo indicó que el avión había aterrizado con éxito. La notificación consistía en un videomensaje de Shasha enseñándome la ventana del avión, a través de la cual pude ver el ala desplegada para hacer más resistencia al aire.
               Shash fue documentándome todo, incluida la pequeña avalancha que se produjo cuando Scott y Tommy se levantaron, los reconocieron, y todos en el avión decidieron que querían hacerse una foto con ellos. Me enseñó a Karlie saltando un asiento para salir del avión, y justo mientras miraba los vídeos de Tommy y Scott por fin siendo capaces de recorrer el pasillo, vi aparecer a Bey, Karlie, Tam y Jordan en la zona de recogida de maletas.
               Tanto Alec como yo nos separamos del cristal y nos acercamos a la barandilla para que nos vieran bien (claro que a Alec no le hacía falta; le sacaba una cabeza a todo el mundo), y mi chico bufó algo cuando vio que sus amigas se detenían frente a la cinta transportadora de las maletas, a esperar a que saliera su equipaje.
               -La madre que las parió, ¿han facturado maletas? ¿No les servía con lo de cabina?
               La sala se fue llenando poco a poco, de manera que los viajeros nos taparon antes de que ellas nos vieran. Nos tocó esperar otros diez minutos antes de que, por fin, mi hermana, Scott, Tommy, y los amigos de Alec atravesaran las puertas automáticas. Todos venían arrastrando sus maletas de cabina, excepto Karlie, que arrastraba una maleta en la que cabríamos Shasha y yo perfectamente.
               ¡Shasha! En cuanto la vi atravesar la puerta y mirar en todas direcciones, sentí un nudo en el estómago. Me costó mantenerme en el sitio, no saltar la cinta del aeropuerto y correr hacia ella. No me di cuenta de cuánto la había echado de menos hasta que no la tuve delante.
               El primero en vernos fue Tommy. Le dio un codazo a Scott, que nos sonrió, y dirigió al grupo en dirección a nosotros. Cuando sus ojos se posaron en nosotros, el rostro de Shasha se iluminó, y echó a correr hacia nosotros, sorteando a los viajeros.
               Alec y yo dimos un par de pasos apresurados hacia ella; lo justo para acercarnos, pero no lo suficiente para entorpecer el camino, y yo abrí los brazos. Shasha se echó a reír, y entonces bramó:
               -¡¡AAALEEEEEECCCC!!
               Trotó hasta él y saltó para abrazársele igual que un koala mientras yo consideraba la forma más lenta de asesinarla.
               -¿CÓMO QUE ALEC? ¡YO TE PUSE TU NOMBRE!-troné, descolgándome el bolso y fustigándola con él-. ¡SERÁS HIJA DE PUTA!
               Sus amigos se echaron a reír mientras yo agredía a Shasha, que permanecía impasible a mis golpes.
               -Estoy muy disgustada-le confesó esa puta traidora que no se merecía ni compartir país conmigo, ya no digamos apellido. Alec la dejó en el suelo mientras yo, aún molesta, me volvía para darle un abrazo a Tommy.
               -¿Por?
               -Vienen Blackpink a Inglaterra, y papá y mamá no me dejan comprar entradas.
               -Bueno, mujer, seguro que ya habrá más ocasiones-sonrió Alec, palmeándole la espalda y dándole un beso en la mejilla. Shasha se volvió hacia mí, y yo me aseguré de pegarle con una trenza en la cara cuando me giré para abrazar a Bella-. Pero, ¿quéééé pasaaaaa, súper estrellaaaaaa?-le baló a Scott mientras lo abrazaba.
               -¿Qué hay, Whitelaw?
               -Ay, no me llames así, que así es como me llama tu hermana cuando quiere ponerme cachondo.
               -Quizá yo también lo quiera-Scott le guiñó un ojo y Alec se echó a reír.
               -Pero, ¿qué os ha dado a todos con Alec?-protesté. Scott tampoco me había abrazado la primera-. ¡Cerdo! ¡Mi primera palabra fue tu nombre! No merecéis nada. Sois la vergüenza de esta familia-escupí-. Me alegro de que mamá y papá no te dejen ir a ver a Blackpink. No te lo mereces-le solté a Shasha, y ella trató de calzarme una hostia, pero Max y Jordan consiguieron pararla.
               -Luego os pegáis. Cuando lleguemos a casa. Aquí hay seguridad.
               -Te habría encantado el papelón que montó, Saab. Se puso a llorar, se tiró por el suelo… en mi vida había visto tanto dramatismo. Por un momento, pensé que eras tú.
                -¿Habéis tenido un buen vuelo?
               -Me he emborrachado-anunció Tam, levantando una mano y haciendo el símbolo de la victoria. Alec la miró como si sintiera lástima de su generación por culpa de Tamika.
               -Tamika, sabes que para entrar en el mile high club no sirve con beber vodka, ¿verdad? Sólo cuentan los fluidos vaginales.
               -Cuánto he echado de menos estos comentarios-ironizó Bey, dándole un beso en la mejilla a Alec. Él le guiñó un ojo y le dedicó una sonrisa torcida traviesa.
               -Y eso que no has visto lo poco vestido que he estado últimamente. De haberlo hecho, seguro que habrías venido antes.
               -Pero no la amenaces, hombre-se rió Logan.
               -Oye, aquí falta alguien-dije, echando cuentas. Debían venir once, pero yo sólo había contado diez. Empecé a repasar mentalmente la lista de chicos y chicas, pero a Alec no le hizo falta.
               Con su hermana aún en brazos, miró a Tommy y preguntó:
               -¿Y Diana?
               Joder, es verdad. Faltaba Diana.
               -Viene dentro de unos días. Le surgió una campaña de la que llevaba tiempo detrás y tuvo que aprovecharla.
               -¡Me cago en dios!
               -¿Qué pasa?
               -Queríamos que viniera para hacer un trío-expliqué yo, poniendo la cara más neutra que pude. Fulminé con la mirada a Scott cuando éste me miró de arriba abajo.
               -¿Y me habéis pedido permiso a mí?-preguntó Tommy. Esta vez, quien miró a alguien de arriba abajo fue Alec.
               -¿Tengo que pedírtelo?
               -Es mi novia.
               -Podemos pegarnos por Diana. Yo por Diana me pegaría hasta con Sabrae.
               -Yo también, Alec-soltó Tamika, mirándolo por encima del borde de sus gafas de sol, totalmente innecesarias en interiores-. No eres especial.
               Alec apartó la vista, alzando las cejas.
               -Joder. Las sacas del armario y en una semana tienen más plumas que un pavo real del tamaño de un elefante.
               Todos se echaron a reír, pero Tam trató de pegarle a Alec.
               -¡Ata en corto a tu bicho, Sabrae, o si sigue ladrando tendré que darle una lección!
               -Sabrae no es de las que atan, a Sabrae le va que la aten a ella.
               -Me preguntaba cuánto ibas a tardar en soltarlo-comenté-. Francamente, me sorprende que hayas aguantado varios días.
               -Lo he twitteado, en realidad. Lo que pasa es que te bloqueé para que no pudieras verlo.
               -¿La ataste?-preguntó Scott, con el ceño fruncido. Por un momento pensé que se iba a poner protector conmigo, por la forma en que miró a Alec, pero luego soltó-. ¿Y por qué la soltaste? Da igual lo que te ofreciera-dio un paso hacia él-. Yo te doy el doble.
               -¿Te correrías en su cara, S?
               -Si es por mí, no te cortes-dijo Alec, y todos lo miramos-. Siempre he querido tirarme a una estrella del pop, pero Sabrae no se decide, así que…
               -No soy una estrella del pop-se quejó Scott.
               -Sí, vale, lo que tú digas, don What Makes You Beautiful hijo.
               -Él ni siquiera es estrella de nada, Al-rió Eleanor, agitándose la melena-. Quedó segundo, ¿recuerdas?
               -Pocas veces te pedí matrimonio, El.
               Riéndonos, y ya más relajados, nos metimos en el bus para ir de vuelta al pueblo de Alec. Todos sus vecinos nos miraban con descaro cuando atravesamos las calles en dirección a su casa.
               -Vale-anunció Al, levantando las manos-. Tengo ganas de ver cómo sale esto, porque no tengo ni idea de cómo nos vamos a organizar. No hay camas para todos, así que algunos tendréis que dormir en el suelo. He pensado que no os importará ser unos caballeros y cederles las camas a las damas, ¿verdad, Scott, Tommy, Max, Logan, Jordan, Tamika?-Alec aleteó con las pestañas en dirección a la interpelada, que puso los ojos en blanco.
               -Já, muy gracioso, tratar de masculina a una lesbiana-protestó Bey. Alec se volvió para mirarla.
               -No estoy tratándola de masculina. Ni siquiera la trato como a un ser humano.
               -Vale, gracias, Alec. Quieres morir, lo pillo-Tam puso los ojos en blanco y agitó la mano, haciendo amago de entrar en casa, pero Alec le cortó el paso.
               -Va en serio. Necesito vuestra palabra de que dormiréis en el suelo si no hay sitio.
               -¿Y tú dónde vas a dormir?-preguntó Mimi. Alec puso los brazos en jarras, y se pasó una mano por las muelas.
               -En mi habitación.
               -¿No deberías predicar por el ejemplo?-preguntó Scott, alzando una ceja.
               -Intenta separarme de tu hermana, a ver lo que pasa-le retó Alec, de repente muy serio. Mentiría si dijera que no me puse un poco cachonda al verlo en modo territorial. Miró a sus amigos uno por uno, y al ver que ninguno cedía, puso los ojos en blanco y agitó las llaves en el aire-. Vale, como queráis. Si queréis arriesgaros a que vuestras mujeres piensen que no valéis nada y que no tenéis ni pizca de educación, no es mi problema.
               -Si no hay camas, siempre puedes ser tú el que duerma en el suelo, Al-sonrió Karlie. Alec parpadeó despacio.       
               -Yo soy el anfitrión. Tengo que estar descansado.
               -Ya. A ti todo te viene bien, ¿verdad?-pinchó Tam. Alec miró a Bella.
               -Siento de corazón que hayas tenido que venir con este enjambre a Mykonos. Espero que tu percepción de Grecia no se vea distorsionada por culpa de la compañía. Venga, ¡adentro!-clamó, abriendo la puerta-. Y no remoloneéis. Cuanto antes empecemos a limpiar, antes terminaremos.
               -¿La casa está sucia?-preguntó Eleanor.
               -Hija, Eleanor, desde que te convertiste en la voz más prometedora de tu generación…
               -Ése soy yo-le corrigió Scott. Eleanor se giró.
               -¿Tú ganaste? No. Pues cállate.
               -Tienes que ponerla en su sitio, S-le dijo Tommy, y mi hermano asintió.
               -… te comportas como una marquesa. La casa necesita unos retoques, pero todos iremos más rápido si arrimamos el hombro, ¿no?
               -¿A qué os habéis dedicado estos días para no poder limpiar la casa?-preguntó Shasha. Pobre. Era la única que podría hacer una pregunta así.
               -¿No te han explicado papá y mamá de dónde vienen los niños, Shash?-le preguntó Scott.
               -Sí-contestó ella, girándose para mirarlo y respondiéndole, muy resuelta-, y también me han explicado que para no tener problemitas, mejor ponerse gomita. Claro que no sé con qué autoridad moral me lo han dicho.
               Todos estallamos en sonoras carcajadas, y yo perdoné a Shasha por haber saludado a Alec antes que a mí en ese momento.
               -Al próximo que me haga una puta broma con condones, le arranco la cabeza-aseguró Scott.
               -Oh, Scott, no seas rancio. No es culpa nuestra que seas de ese 0.1% de la población con el que fallan. Las bromas-se apresuró a puntualizar Alec-. Las bromas de condones.
               Scott lo miró con aburrimiento.
               -Ojalá uno de vosotros sea estéril. El mundo no puede permitirse que combinéis vuestros genes de subnormales profundos. Sí, descojonaos todo lo que queráis-ladró Scott-. El día que seáis la causa por la que se crea una banda que va a ser legendaria y se forma una pareja tan insoportable como Sabrae y Alec, me llamáis. Envidiosos. Compite contra eso, mi amor-Scott le sacó la lengua a Eleanor, y, sin más dilación, entró en la casa.
               Como llevaba teniendo por costumbre en muchos aspectos de su vida (bastantes más de los que creíamos), Scott marcó el camino a seguir. Y yo, como siempre, no podía alegrarme más de ir detrás de mi hermano.
               Porque eso significaba que estaba allí.

 
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2 comentarios:

  1. Señora lo que echaba de menos un capítulo en el saliesen todos juntos otra vez no esta pagado.
    A parte de que me ha puesto blandisima el momento moto y como ha superado Alec ese miedo y a su vez también Sabrae, me ha parecido precioso el momento de la playa y lo bonito que ha sido que hagan el amor en una playa.

    Volviendo al principio estoy deseando leer el siguiente cap y verlos a todos como una jauría amantonados porque me veo venir las risas y no puedo esperar te lo juro.

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  2. Me ha gustado un montónnn el cap !!!
    Comento cositass:
    - Me ha gustado que la discusión por la moto no se les ha ido demasiado de las manos jejejeje
    - “Los dos estábamos convencidos de que yo me interpondría entre una bala y ella; no sabíamos cómo, pero simplemente me las arreglaría.” Esta frase me ha matado.
    - Me ha hecho mucha ilusión volver a ver a Alec en una moto otra vez y me encanta que haya sido con Sabrae.
    - Sabrae embobadisima con Alec pues lógico.
    - Adoro que hayan ido a LA playa por supuesto
    - La videollamada con los 9 de siempre una fantasía
    - Cuando se rompe la cuarta pared es genial
    - Me descojono con Shasha yendo a abrazar a Alec antes que a Sabrae, mis cuñados favoritos, Me ha recordado al cumple de Sabrae cuando Sabrae más al ver a Alec que a Scott jejejejejeje
    - Que hayan llegado ya todos me hace MUCHÍSIMA ilusión, me encantan los piques y verles ahí a todos juntos.
    Estoy DESEANDO leer el siguiente con todos ahí, va a ser unas risas. <3

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