viernes, 31 de diciembre de 2021

2021, ¡gracias, adiós!

 


No hace ni quince días hablé de lo extraño que es la manera que tenemos de dividir el tiempo, y cómo, a pesar de que las fechas son una invención nuestra, no hemos conseguido establecer una fiesta internacional a escala planetaria, que todo el mundo celebre y en el que sepas que los fuegos artificiales están garantizados allá donde vayas.
               Creo que ésa es de las últimas cosas que he aprendido en este año en el que, por suerte, no me ha abandonado esa vena curiosa que me hacía (y me hace) levantar la cabeza hacia el cielo y mirar fijamente un punto para descubrir si nosotros (un “nosotros” del que me habría encantado participar de forma mucho más íntima de lo que lo hago) lo pusimos allí, o si ese punto llevaba tiempo en el cielo el día en que nosotros llegamos, y si seguirá ahí el día que nos vayamos, que cada vez parece terriblemente más cercano.
               Es en esa misma curiosidad en la que me apoyo pensando en mi futuro, por el que estoy luchando por primera vez en mi vida. Después de dar tumbos sin rumbo, de angustiarme y no ver más que una terrorífica luz al final de un terrorífico túnel hace un par de años, por fin estoy siguiendo el sendero para convertirme en la persona que me gustaría ser. Tanto en lo profesional, como en lo personal.
               En lo profesional, he descubierto lo que es tener un grupito para tomar el café, que las apariencias engañan y que puedo encontrar una amiga en una sucesora. Que las despedidas son sinceras, y que las tarjetas de regalo con firmas no son cutres, sino uno de los regalos más bonitos que pueden hacerte, especialmente cuando te dicen que te echarán de menos y, al volver de visita, descubres que es verdad. Y que, a tu manera, también eres muy, muy especial: no a todos les llama su antigua jefa para despedirse porque tu último día le coincidió en vacaciones, ni lloran quienes te enseñaron lo poco que has aprendido cuando les dices que tienen tu número para lo que necesiten, ni te dicen entre risas en una comida despedida que, sin un público tan entregado como tú, van a ser mucho más duros los lunes y todavía más cuesta arriba los viernes.
               Y en lo personal… tengo la inmensa suerte de sólo haber sumado este año, tanto amigos en el trabajo como lejanos que se han vuelto increíblemente cercanos. En el segundo año en el que no he salido de España desde que empecé a ahorrar para los veranos, he afianzado la idea de que aquí está todo lo que necesito. No podría quedarme sólo con una cosa de todas las que he vivido: todas son importantes, todas me componen y todas han formado una parte esencial de mi 2021. El año de la vacuna. El año en que celebré mi cumpleaños el día correcto con mis amigas por primera vez; el año que descubrí el dicho japonés “el tiempo que pasas con los dioses es tiempo que pasas riendo” y que no ha hecho más que reforzar cuánto tiempo he pasado en mi Olimpo personal. Probar el sushi, regalar plantas, descifrar notitas en ruso por mi cumpleaños, los maratones de películas que ya he visto mil veces y que tengo que dejar a medias porque soy un bebé, ir a un indio, comerme pastelitos recalentados que hemos llevado de paseo por media Asturias y que no son tan glamurosos como tomarme un San Francisco como si fuera Samantha Jones son los pequeños descubrimientos de este año, esos retazos de dorado en, por lo demás, una vida de plata que, a veces, no parece suficiente. Pero supongo que es como todo, ¿no? Por muy bien que suene la plata, siempre hay algo un pelín mejor por encima que hace que nos muerda un poco la envidia en la parte baja del vientre.
               Sorprendentemente, no ha pasado lo que tanto temía mientras trabajaba y me aferraba a mis últimos momentos de tiempo libre como si me fuera la vida en ello: el tiempo de estudio no ha hecho que Sabrae se resienta, y a día de hoy, seguimos tan bien como siempre, con nuevas lectoras de cuya presencia estoy inmensamente agradecida. Un cambio de escritorio me vino bien para centrarme para estudiar, pero eso es lo único que ha cambiado en mí: sigo escribiendo, sigo consiguiendo asombrarme con lo que hago, y sigo haciendo que mi vida gire en torno al número 23. Un año más, ni siquiera hago mención a que me gustaría acabar la novela en el que entra; sé que es imposible, y la verdad, me da un poco de vértigo pensar en lanzarme a otros proyectos. Así que cambiemos de tema; 200 capítulos, a pesar de ser un mundo, ni de broma son suficientes. Ya veremos si, acaso, el doble.
                Y si de algo nuevo tengo que estar particularmente orgullosa, es de la forma en que estoy aprendiendo a valorar mi tiempo y a mí misma. De la manera en que estoy consiguiendo, poco a poco, establecer límites y pedir que se cumplan, reclamar cuidados y decirme a mí misma “no me merezco esto”. Tuve la suerte de que mis primeros intentos salieran bien, y le he cogido el gusto a no sentirme decepcionada porque ya no intento tanto, ni tampoco tan fuerte. Un nuevo amigo ha hecho que vea las cosas como son, que aprecie mis esfuerzos y que no me conforme con menos, y por ello estoy muy, muy agradecida: en un año en el que lo que empieza a faltarme es tiempo, no puedo ir regalándolo por ahí sin valorarlo como se debe. Son demasiadas pelis (121, creo) y demasiados libros (15), de los que tengo que quedarme con Atomic Habits. La autopista hacia mis sueños.
               ¿Una lección? Que las personas somos estrellas, y como tales, nuestras constelaciones no se pueden forzar.
               Sólo le pido a 2022 que me trate tan bien como 2021… o, bueno, siendo un poco ambiciosa, cumplir mis propósitos de año nuevo. Y llegar completamente feliz a diciembre. Otra vez.
               Así que, ¡gracias por las lecciones, 2021! ¡Gracias por no quitarme mi optimismo! ¡Y gracias por ser el pistoletazo de salida para mi futuro! No hay mejor momento para empezar que en un año terminado en 1.
 
Libros leídos este año: 15.
Películas vistas este año: 121.
Total películas hasta la fecha: 1359 (103 días, 6 horas, 3 minutos).
Capítulos: 1952 (72 días, 20 horas, 2 minutos).
 

jueves, 23 de diciembre de 2021

Poseidón.

Antes de que empieces a leer, y dado que éste será el último capítulo del año, quiero aprovechar para desearte ¡feliz Navidad, feliz año nuevo, y felices fiestas en general! Nos vemos el año que viene ☺

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-¿Cómo va esa tortillita?-canturreé, acercándome a Tommy por detrás mientras revolvía en la sartén, que chapoteaba burbujitas de aceite con las que tenía que contenerme para no coger una cuchara y llevarme un buen pedacito de cielo a la boca.
               Mi humor había mejorado bastante desde la charla con Sabrae. Había empezado el día anterior con el pie izquierdo (bueno… ¿debería ser el derecho? Siendo zurdo, la verdad, no sé cómo se me aplica el refrán), de un mal humor que se había pospuesto mientras lo hacía con ella, y que no sabía a qué se debía hasta que no pusimos rumbo al aeropuerto. Me di cuenta de que, efectivamente, no quería que mis amigos vinieran. Por mucho que los quisiera, quería pasar ese tiempo con Sabrae, quería que cada precioso segundo que pasáramos juntos fuera de los dos, no comunal, como sería en el momento en que ellos aterrizaran.
               Supongo que me daba miedo pensar en lo que suponía que mis amigos vinieran en tropa a Grecia, hacinándose en mi casa como si no hubiera otra oportunidad: implicaba que venían a despedirse, que yo iba a irme realmente, y que los echaría de menos a todos. Con Sabrae era fácil vivir en una fantasía en la que el futuro simplemente no existía: con perderme en su cuerpo me bastaba para volverme loco y creer que no había nada más allá del siguiente amanecer, que no me importaba nada más allá del siguiente amanecer, que era inmune a todo lo que pudiera venir.
                Con Sabrae, Mykonos se convertía en el paraíso de una luna de miel. Nuestra estancia allí se resumiría en sexo, paseos, sexo, comilonas, sexo, mimos, sexo, sol y… ah, sí. Sexo. Nadie tenía una vida así, de modo que la ilusión me evadiría de la realidad.
               Pero con mis amigos allí presentes… la cosa cambiaba, y drásticamente. Con los nueve de siempre en ella, Mykonos se convertía en un puerto de paso, la terminal de un aeropuerto en el que cogeríamos vuelos distintos, cada uno en dirección a un punto perdido en el horizonte en el que ya no nos distinguiríamos.
               Me daba miedo lo que significaba que los chicos estuvieran allí.
               Significaba que había empezado el final.
               Claro que yo no me había dado cuenta de lo que me preocupaba hasta que no volví a irme a la cama con ella, con los párpados pesados, los músculos agarrotados, y la cabeza en otra parte. Dejé que pasara para que se quedara entre mi cuerpo y la pared, y así no corriera peligro de caerse, y me tumbé a su lado.
               -¿Vamos a hablar de lo que ha pasado antes?-preguntó, y yo la miré en la penumbra. Repasé todo lo que había hecho hasta entonces, a qué podía referirse ese “antes”… y nop. Nada.
               -Creo que vas a tener que ser un poco más específica, nena-respondí, acurrucándome a su lado y regodeándome en el aroma que desprendía su piel y que ya estaba empezando a impregnar la almohada. Me pregunté si podría llevarme la funda de su almohada a África, y de ser así, cuánto tiempo aguantaría su olor en ella antes de desvanecerse y dejarme sin nada más que unos recuerdos que no le hacían justicia.
               Alzó una ceja, y luego, se incorporó. Se inclinó por encima de mí para encender la luz, y yo no aproveché ese gesto para besarle los pechos, porque sabía que se avecinaba algo gordo si necesitaba mirarme a los ojos. Probablemente, otra bronca. Como si Karlie no me hubiera acojonado lo suficiente.
               La verdad, no sé qué bicho le había picado a mi lesbiana preferida en el mundo. Yo siempre la había defendido el primero, me había asegurado de que estuviera cómoda, e incluso había tratado de hacer de Celestina cuando había conocido a chicas a las que les fueran las tías y que me parecieran lo bastante buenas como para estar en presencia de Karlie, así que, ¿ponérseme chula ahora? ¿Después de todo lo que había hecho por ella?
               -Vale, Alec, ¿qué te pasa?-preguntó Sabrae, pasándose una mano por el pelo y dejándola a mi lado en el colchón. Torcí el gesto.
               -¿A mí? Nada. ¿Quién dice que me pase nada?
               -Creía que ya lo habíamos solucionado con la conversación que tuvimos esta tarde.
               -Confías mucho en hablar, nena. A veces los actos dicen mucho más que las palabras-le acaricié la cara interna del brazo, confiando en que puede que yo también me subiera al carro de los afortunados de esa noche.
               No obstante, cuando puso los ojos perdí toda esperanza, por minúscula que fuera.
               -Jamás te he visto decirles ni media palabra a tus amigos sobre sus ligues. Y sin embargo, hoy con Karlie…
               -Ah. Karlie. Ya-me di la vuelta hasta quedar con la espalda completamente pegada al colchón y me froté la cara-. Mira, nena, entiendo perfectamente que desde tu posición de…-casi le suelto algo de coña, pero logré contenerme a tiempo- oprimida, te haya ofendido lo que he hecho. Y te pido perdón si ha sido así. Pero no puedo llevarme otra bronca. Ahora mismo no.
               -No me ha ofendido que te hayas puesto en modo machito territorial homófobo en casa. Aunque si te soy sincera, evidentemente, habría preferido que no lo hicieras, pero-se encogió de hombros-. Un desliz puede tenerlo cualquiera. Yo tampoco soy perfecta-se llevó una mano al pecho-. Lo que no quiero es que sigas por este camino.
               -Que es…
               -Alec-Sabrae suspiró, cansada, y en su voz escuché a mi madre, no a mi novia. Fue el típico suspiro de “no puedo más”, no a los que me tenía acostumbrado de “no pares, por favor”-. Te estás comportando como si les tuvieras tirria a tus amigos.
               -Bueno, pues no lo hago-me defendí-. Los quiero un montón. Ya deberías saberlo.
               -Ajá. Y lo hago. La cuestión es, ¿se te ha olvidado a ti, por la razón que sea?
                La miré.
               -¿Qué quieres decir?
               -Quiero decir que la manera en que bajaste a por las chicas fue… horrible. Era como si te estuvieran molestando de verdad, y me pregunto-sacudió la cabeza, clavó la vista en sus manos-. Bueno, me pregunto si una parte de ti no estaría cabreado porque oírlas significaba que no podías fingir que tú y yo estábamos solos.
               Fue ahí cuando lo supe. Le darían un Nobel, posiblemente dos. Si fueran mínimamente listos, le darían cincuenta cada año, pero los suecos no estaban tan avanzados, por mucho servicio que le hicieran a Europa a través de Eurovisión. Era increíble la manera en que ella podía leer en mí mejor de lo que me leía yo mismo, cómo veía dentro de mi ser con la misma claridad que si estuviera sentada frente a un cuadro, justo en el ángulo desde el que el pintor querría que se contemplara. Me había sentado para hablar con ella, decirle que no era así, que simplemente me había molestado que no nos dejaran dormir después del día de locos que habíamos tenido, y que necesitábamos descansar para el siguiente, pero la realidad era que Sabrae tenía razón. Sabrae siempre tenía razón.
               Lo que verdaderamente me había molestado de Tam y Karlie teniendo sexo en la habitación de abajo ni siquiera era el hecho de que lo estuvieran haciendo salvajemente y yo no, o que no me dejaran dormir, sino que estuvieran tan endiabladamente presentes que me resultara imposible ignorar que la casa estaba llena de gente.
               Una casa que yo había deseado disfrutar a solas con Sabrae, en la que había querido follármela en cada esquina.
               -Vas a tenerme toda la vida para follarme en cada esquina de esta casa-me había prometido, pasándome una pierna por encima de las mías, tomándome del rostro y acercándose mi cara para darme un suave beso en los labios. Habíamos vuelto a tumbarnos, y de alguna forma, ella estaba casi tan encima de mí como cuando tomaba el control del polvo. Me acarició las piernas con el pie-. Deja de agobiarte como si fueras a vender esta casa, o a dejarme en cuanto volvamos a Inglaterra. Porque no vas a dejarme, ¿verdad?-coqueteó.
               -Nunca-le respondí, muy serio. Una sonrisa sensual le atravesó la cara.
               -Mi hombre-ronroneó con posesividad, y su muslo rozó mi entrepierna. Sabrae se mordió el labio, recorriéndome la mandíbula con la yema de los dedos, marcándome con medias lunas que encajaban con sus uñas-. Tan obsesionado conmigo que es incapaz de dejarse disfrutar del resto de gente a la que quiere.
               Me besó en los labios y su mano fue bajando por mi torso hasta llegar a mi entrepierna. La metió dentro de los calzoncillos y yo jadeé.
               -Me apeteces-gorjeé, besándole la sonrisa satisfecha que esbozó al notarme duro y listo para ella.
               -Y tú a mí-contestó, alcanzando mi polla y rodeándola con los dedos. Presionó suavemente y empezó a mover la mano, recorriendo toda mi envergadura mientras nuestro beso se volvía voraz, invasivo.

domingo, 19 de diciembre de 2021

Paréntesis.

 
¡Hola, flor! Probablemente te sorprenda terminar de leer este capítulo mucho antes que los otros. Eso se debe a que no quería dejarte esperando hasta el jueves (¡que ya es 23 otra vez!) para subir uno nuevo, así que toca algo un poco más breve que me permita hacer que pasen cositas interesantes en el Día Oficial de Sabrae™. ¡Disfruta, y hasta el jueves que viene! ᵔᵕᵔ

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Al sonido de una pieza de cristal estrellándose contra el suelo y resquebrajándose en un millar de añicos le siguió un grito tan agudo que bien podría haber destrozado los restantes cristales de la casa. Yo di un brinco en el sitio, pero Alec apenas se inmutó: simplemente exhaló un suspiro cansado por la nariz que se deslizó por mis labios, se relamió los suyos, y se giró para mirar al piso superior.
               No pude evitar recorrer con adoración la silueta de su rostro, el filo de su mandíbula, la protuberancia de la nuez de su garganta… y comprendí a la perfección por qué se había enfadado en Capri. Sus amigos apenas llevaban unas horas en la casa y yo ya me moría de ganas de que se fueran por donde habían venido y nos dejaran solos.
               La sesión de limpieza había sido una absoluta locura más por la cantidad de gente que había en casa y la forma en que nos chocábamos constantemente los unos con los otros que por las tareas que había que hacer, más bien pocas, en realidad. Que hubiera doce personas en una casa que normalmente ocupaban 5 era todo un caos, y que los muros hubieran resistido la actividad de un equipo de fútbol con entrenador incluido todavía me parecía un milagro. Organizarnos para comer habría sido aún más traumático de no haberse plantado Alec en medio de la cocina, haber puesto un plato sobre la mesa y haber ordenado que todo el mundo echara lo que estaba dispuesto a gastarse para comer. Con ese dinero pidió lo que le pareció en la pizzería del pueblo, a la que tuvimos que ir a recoger el pedido ya que, de tanto como era, no se fiaban del repartidor para ir por ahí con tanta pasta.
               El único respiro que habíamos tenido él y yo después de ese día de locos acababa de terminarse, al parecer. Después de terminar con la comida, todos apelotonados en la terraza al ser el único sitio en que podíamos estar juntos con un mínimo de respeto al espacio personal que cada uno requería, sus amigos habían insistido en que nos fuéramos un rato al piso de abajo mientras ellos limpiaban, ya que “era lo mínimo que podían hacer por abrirles Alec las puertas de su casa”.
               Alec me dedicó la mirada de un cachorrito abandonado durante un par de segundos, los que tardó en darse cuenta de que, efectivamente, tal y como me había dicho antes de que dejáramos de estar solos, yo no iba a poder hacer nada con tanta gente en casa. Así que, en lugar de detenernos en su habitación, seguimos bajando las escaleras, nos sentamos en el sofá, y nos dedicamos a besarnos mientras escuchábamos el ruido de la casa atestada de gente que se preparaba para la tarde. Era lo máximo a que podía aspirar conmigo, sobre todo teniendo en cuenta que ya nos habíamos enrollado hasta los límites que imponía la ropa en otras ocasiones, nunca sin pasar más allá de lo que permitía el decoro.
               El Alec de mi presente desencajó la mandíbula, pasándose la lengua por las muelas, decidiendo si debía intervenir o no. A pesar de que adoraba a sus amigos y era plenamente consciente de que iba a morirse de añoranza cuando se marchara a África, y probablemente lamentara hasta lo más hondo de su alma no haber aprovechado al máximo el tiempo con ellos, en este momento le apetecía mandarlos de vuelta a casa de una patada en el culo.
               Asintió con la cabeza y se levantó con cansancio del sofá, frotándose la cara y suspirando de nuevo.
               -Joder, no me puedo creer que tenga que ser yo el que ponga orden-gruñó por lo bajo, y no pudo evitar echarse a reír ante lo irónico de la situación: a pesar de ser el mayor del grupo, y por lo tanto el que debería predicar con el ejemplo, Alec era responsable de la inmensa mayoría de tonterías que habían hecho sus amigos. Bien porque siempre se le ocurrían las ideas más surrealistas, o bien porque era incapaz de echarse atrás en un reto aunque le fuera la vida en ello, el caso es que si los nueve de siempre se habían metido en algún lío, era prácticamente imposible que Alec no estuviera involucrado en él. Si no era el cerebro, era el ejecutor, igual que un padre travieso que no sabe decirles que no a unos hijos que no hacen más que aprender de él.
               Habría hecho buena pareja con Bey precisamente porque ella era justo lo contrario a él: analítica, prudente, y se lo pensaba mucho antes de lanzarse a la piscina. Si no fuera por Bey, Alec se habría matado antes de cumplir los nueve años.
               Y si no fuera por Alec, el mayor riesgo que habría asumido Bey en toda su vida sería descargarse un bloqueador de anuncios para los vídeos inspiradores para estudiar de Youtube.
               Me miró un segundo por el rabillo del ojo, recorriéndome un momento para recordar por qué estaba aguantando lo que estaba aguantando (porque había sido idea mía, y había conseguido convencerlo de que no era una de las malas que yo tenía a veces, una vez cada conjunción astral) y echó a andar en dirección al piso de arriba.
               Escuché el silencio gélido de las chicas en las habitaciones cuando oyeron las escaleras crujiendo bajo el peso de Alec.

lunes, 13 de diciembre de 2021

Dejarse llevar.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Sabía que no me lo iba a poner nada fácil, y precisamente por eso llevaba recolectando sus momentos de buen humor como preciados tesoros que más tarde exhibiría en una exposición privada ante los visitantes más exigentes…
               …pero no pude evitar que se me escapara un suspiro de agotamiento. Entendía que le preocupara la moto, y tenía todo el derecho del mundo a no querer acercarse a una en lo que le quedara de vida, pero ¿realmente era necesario todo esto? Tampoco era para tanto. Habíamos hecho cosas más arriesgadas antes (por ejemplo, follármela en un balcón, con mis manos siendo lo único que impedían que cayera al vacío), y a los dos nos había puesto como motos. ¿Por qué no podía, por una vez, ponerme las cosas fáciles?
               Le había prometido que le enseñaría la isla entera, y el pueblo era sólo una diminuta parte de ésta. No esperaría en serio que nos pasáramos las vacaciones al completo metidos en un bus.
               Además, por mucho que lo entendiera, me reventaba que me estuviera montando un pollo delante de Niki. Si bien sabía que a él le gustaba Sabrae, también sabía que era malo guardando secretos, y todos en la isla estaban deseando conocer los trapos sucios de la extranjera que yo había traído para que, a su modo de ver, ocupara el puesto de Perséfone. Ni siquiera la más educada de las princesas tendría posibilidades contra Pers, pero si encima Sabrae se cabreaba así…
               No quería que pensaran mal de ella. No porque fueran a decirle algo o porque le importara algo lo que pensaran, sino porque no se lo merecía. De modo que di un paso hacia ella y, juntando las manos, le pedí:
               -¿No podemos siquiera hablarlo?
               -¿De qué quieres hablar, exactamente? ¿Del cabezazo que te debes de haber pegado esta noche para que creas que voy a dejar que te acerques a esa cosa endemoniada? ¡Porque dudo que hablarlo lo solucione!
               -La moto es el mejor medio para movernos por…
               -¡ME DA IGUAL!-bramó, inclinándose hacia delante para vomitar aquel grito como si fuera un rayo láser saliendo de su cuerpo para derrotar al villano. Joder.
               No debía entrarle al trapo. Si le entraba al trapo, tendríamos una bronca muy gorda, y no nos lo podíamos permitir aquí. Podía sentir la mirada de Niki entre las sombras, escuchando con atención para desgranar todo lo que Sabrae me estaba chillando.
               -Vale, Saab… a ver, entiendo que no te haga gracia, pero es la única manera que tenemos de movernos por la isla. Te prometí que te la enseñaría, y éste soy yo cumpliendo mi promesa. No tiene que haber ningún problema. Lo tengo todo bajo control.
               O eso esperaba. Nunca me había pasado tanto tiempo sin conducir; esperaba que fuera como andar en bici y nunca se olvidara, aunque prefería no pensar en esa incómoda sensación en la parte baja del vientre, como si tuviera una piedra tirando de mis entrañas.
               -¿¡Que no supone ningún problema!? ¡Alec, tuviste un accidente! ¡CASI TE MATAS! ¡ESTUVISTE EN COMA! ¡Te quitaron medio pulmón!
               -Ni siquiera llega a un cuarto lo que me quitaron, no seas exagerada, Sab… bombón-me corregí, porque estaba notando la cadencia sarcástica en mi voz que bien podía hacernos caer por el precipicio.
               -¡NI BOMBÓN NI HOSTIAS, ALEC! ¡ESTUVISTE EN COMA!
               -¡Tuve mala suerte, eso es todo! No va a pasar nada. ¿Cuáles son las posibilidades de que pase algo ahora, la primera vez que vuelvo a subirme a una moto después de tanto tiempo?-me fulminó con la mirada, pero me pareció que se aplacaba un poco, porque tenía razón: la gente que sobrevive a accidentes de avión no deja de coger aviones, precisamente porque las probabilidades juegan a su favor: si están en un accidente y no les pasa nada, ¿cómo van a vivir dos?-. Tarde o temprano iba a volver a subirme a una moto, así que, ¿por qué no ahora que la necesitamos? Es el momento. Además, te pareció bien que arreglara la mía. Tenías que saber que en algún momento, esto pasaría, ¿no?
               -¡QUE LA ARREGLARAS!-me recordó, señalándome con un dedo acusador-. ¡Que la arreglaras, Alec! ¡Ibas a tardar bastante en ponerla a punto, así que...! ¡No contaba con que fueras a subirte a una justo ahora, cuando ni siquiera hace un mes de tu alta!
               -Han pasado casi dos meses.
               -¡ME DA ABSOLUTAMENTE IGUAL!-tronó-. ¡ALEC, TE JURO POR DIOS QUE COMO LA ARRANQUES NO TE VUELVO A DIRIGIR LA PALABRA! ¡No voy a volver a…!-se le quebró la voz y se le inundaron los ojos, recordando lo que habíamos pasado ambos por mi accidente. Ella se había llevado la peor parte: puede que yo estuviera lleno de cicatrices de por vida, pero por lo menos no me había enterado de lo que había pasado. No había estado a mi lado, tratando inútilmente de despertarme, durante una larguísima semana. No había presenciado mis ataques de ansiedad y mis negativas tajantes a buscar ayuda.
               Contra eso era contra lo que se revolvía Sabrae. Contra la posibilidad, siquiera remota, por muy ínfima que fuera, de volver a pasar por aquello.
               -Haz lo que te dé la gana-escupió por fin-. Pero yo no pienso subirme ahí. No pienso participar en tu… lo que sea que sea esto-agitó la mano en el aire y negó con la cabeza.
               -No hemos venido porque a mí me apetezca hacer unos caballitos para hacerme el guay con la moto, Sabrae. Hemos venido porque la necesito para enseñarte la isla.
               -Pues no pienso subirme ahí-sentenció, cruzándose de brazos. Contuve un gruñido de frustración; era terca como una mula.
               Pero yo lo era más. Podía ver que estaba asustada ante la posibilidad de que volviera a pasar algo, que ella no quería jugársela… y sólo necesitaba un empujoncito para volver a creer, para volver a ser mi Saab valiente.
               No la había traído a Mykonos para quedarnos en el pueblo. Quería enseñársela entera, de cabo a rabo, y la moto era necesaria. Tenía que hacerle ver que lo necesitábamos, que las vacaciones no estarían completas sin ella, que no podría cumplir mi promesa si no cedía en esto.
               Pero, para eso, necesitaba acercarme. Ya habría distancia suficiente entre nosotros cuando me fuera de voluntariado; aquel viaje era, precisamente, para no separarnos.
               Así que di un par de pasos para acercarme a ella, y comprobé con alivio que no se apartó de mi lado. Disgustada como estaba, también se había dado cuenta de que lo estábamos enfocando por el lado equivocado.

domingo, 5 de diciembre de 2021

Limón.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Saab apoyó el codo en la mesa y clavó la vista en el mar hecho de ónice cuando vinieron a recoger los platos.
               -¿Todo a vuestro gusto, Alec?-me preguntó la camarera en griego, sin molestarse siquiera en usar el inglés para que Sabrae la entendiera, aunque no era para menos: desde que nos habíamos sentado, mi chica se había esforzado en llamar la atención lo menos posible.
               Y eso me parecía divertidísimo, ya que había tirado de mis hilos para conseguir que nos reservaran una mesa en la terraza del restaurante más pijo de todo el pueblo, al que venían los ricachones a regodearse tras un día de compras en los que sus mujeres habían asegurado la economía de la isla entera durante, al menos, un par de años más; y con el que muchas de mis amigas soñaban que las invitaran para que les pidieran allí la mano, en alguna de las mesas que se esparcían por el mirador con forma de ostra igual que si fueran perlas. Estábamos en el sitio más visible del restaurante, y participábamos de la vista igual que los demás.
               Lo cual hacía muchísimo más difícil para Sabrae disimular sus gemidos y la forma en que sus caderas se rebelaban contra ella, buscando una fricción con la que la incitaba el vibrador por control remoto que llevaba.
               Y del que yo, por supuesto, tenía el control.
               -Estaba todo genial.
               -Os ha quedado un poco-observó, señalando las fuentes de cerámica con dibujos en azul en los que aún quedaban biscotes con montañitas de foie y manzana caramelizada, cucharitas con gambas sobre mayonesa, aceitunas especiadas, daditos de queso, y pimientos rellenos de queso feta-. ¿Os lo pongo aparte para que os lo llevéis a casa?
               La verdad era que la mayoría de lo que me lo había comido yo, primero porque estaba famélico de tanto sexo como habíamos tenido mi chica y yo, y segundo porque ella estaba demasiado ocupada asiéndose a los bordes de la mesa como si le fuera la vida en ello como para poder meterse algo en la boca. Ahora mismo sólo le apetecía llevarse una cosa, y por mucho que a mí me entusiasmara la idea, sabía que si lo hacíamos mamá me mataría, ya que no podríamos volver a salir de casa en Mykonos durante los siguientes 120 años.
               -Pues mira, ya que lo dices, te lo agradecería un montón, Calíope-sonreí, arqueando las cejas. Sabrae me miró de reojo, pero cruzó las piernas con más fuerza, sonrojándose todavía más de lo que ya lo estaba. Una ligerísima película de sudor le cubría la piel de un fulgor que me moría por lamer, pero me estaba divirtiendo tanto viendo cómo luchaba, con apenas éxito, contra sí misma, que merecía la pena reprimir mis instintos más bajos.
               -No es nada-respondió, apilándose las fuentes en el brazo-. Enseguida os traigo los principales, ¿vale?
               -No hay prisa. Tienes el restaurante a tope-comenté, haciendo un gesto con la cabeza hacia el resto de la sala. Sabrae siguió mi gesto con la mirada, se giró lo suficiente como para echar un vistazo alrededor, y se giró de nuevo rápidamente, notando que le ardía hasta la espalda. No es coña. Vi cómo se sonrojaba por todo el cuerpo-. ¿Son por mis reseñas en internet, tal vez?
               Calíope se echó a reír.
               -No nos va mal, la verdad. Espero que dure. La universidad es cara.
               -Mm. Es un coñazo tener que ir al continente.
               -Pues sí, y el alquiler del piso no se paga solo.
               -Bueno, menos mal que vamos a llenar un poco la hucha esta noche Saab y yo-le guiñé un ojo y Calíope se echó a reír.
               -Nunca está de más un par de euros extra-respondió-. ¿Te importaría…?-preguntó, cambiando al inglés con un suave acento que era prácticamente imperceptible para los griegos, pero que yo como nativo podía distinguir perfectamente, para dirigirse a Sabrae. Sabrae la miró con ojazos de cervatillo pillado en medio del bosque por un lobo, y retiró los codos de la mesa para que Calíope pudiera retirarle los platos con comodidad-. Gracias-sonrió la griega.
               -Gracias a ti-farfulló Sabrae, apartándose apresuradamente el pelo tras la oreja y clavando los ojos en el hueco vacío en la mesa frente a ella. Esperó a que se fuera para comentar-. Dios mío, creía que no se iba nunca. Le has dado conversación sólo por fastidiarme, ¿a que sí?
               -No tengo ni idea de qué me hablas, nena-respondí, dando un sorbo de mi copa de vino y dedicándole mi mejor sonrisa torcida. Sabrae puso los ojos en blanco, mordiéndose el labio, y sacudió la cabeza-. ¿Qué? Estás muy callada esta noche. Cualquiera diría que hace apenas un par de horas querías someterme a un interrogatorio exhaustivo para descubrir mis más oscuros secretos-me reí, cogiendo la botella de vino y rellenándole la copa-. Tendré que sacarle conversación a alguien para no aburrirme. O puede que, tal vez…-comenté, cogiendo el móvil de encima de la mesa. Sabrae se puso pálida, y luego, colorada-. Quizá necesites un aliciente.
               -Alec-gimoteó, pero yo ya había entrado en la aplicación del vibrador y se lo había activado. Sabrae cuadró los hombros, estiró la espalda y jadeó, el calor subiéndole desde los muslos hasta la cara, y explotando en un fuego artificial del color de la bandera china.
               Se tiró del vestido que llevaba puesto, el que se había comprado en el barco, para disimular la manera en que sus caderas la abandonaron una vez más. Joder, adoraba esa parte de su anatomía en particular, pues era el único rincón que siempre había hecho lo que yo quería y no lo que quería ella. Incluso cuando ella se empeñaba en decirme que no y negarme lo que yo más deseaba, sus caderas siempre me habían suplicado que les diera todo de mí. Absolutamente todo.
               Reduje la intensidad de la vibración hasta detenerla del todo, y me mordí el labio, conteniendo una sonrisa. Noté cómo la lengua se me paseaba por los dientes, algo en lo que yo nunca me había fijado que hacía hasta que Sabrae no me lo dijo.
               -Pareces un león salivando al mirar una cebra herida.
               -Puede que lo sea-le había respondido, y los dos nos habíamos echado a reír antes de enrollarnos de la forma más sucia que lo habíamos hecho en mucho tiempo.
               -Apuesto a que ya no te parece tan buena idea lo de llevarlo en sitios públicos-comenté, haciendo girar el móvil en la mesa, como si fuera una peonza. Sabrae me miró, jadeando, intentando normalizar su respiración. Creo que nunca había hecho que una chica tardara tanto en correrse…
               … lo cual había sido un tremendo error por mi parte.
               -Con lo que no contaba es con que  fueras tan hijo de puta-respondió, todavía con la voz al borde del gemido, en ese tono tan delicioso que siempre me regalaba los oídos cuando estaba dentro de ella, esmerándome en darle el placer que se merecía y que yo ansiaba. Me incliné hacia delante, sonriéndole, emborrachándome del excitación que empapaba su alma y que yo podía percibir, con la que podía fantasear.