No hace ni quince días hablé de lo extraño que es
la manera que tenemos de dividir el tiempo, y cómo, a pesar de que las fechas
son una invención nuestra, no hemos conseguido establecer una fiesta
internacional a escala planetaria, que todo el mundo celebre y en el que sepas
que los fuegos artificiales están garantizados allá donde vayas.
Creo que ésa es de las últimas cosas que he aprendido en este año en el que, por suerte, no me ha abandonado esa vena curiosa que me hacía (y me hace) levantar la cabeza hacia el cielo y mirar fijamente un punto para descubrir si nosotros (un “nosotros” del que me habría encantado participar de forma mucho más íntima de lo que lo hago) lo pusimos allí, o si ese punto llevaba tiempo en el cielo el día en que nosotros llegamos, y si seguirá ahí el día que nos vayamos, que cada vez parece terriblemente más cercano.
Es en esa misma curiosidad en la que me apoyo pensando en mi futuro, por el que estoy luchando por primera vez en mi vida. Después de dar tumbos sin rumbo, de angustiarme y no ver más que una terrorífica luz al final de un terrorífico túnel hace un par de años, por fin estoy siguiendo el sendero para convertirme en la persona que me gustaría ser. Tanto en lo profesional, como en lo personal.
En lo profesional, he descubierto lo que es tener un grupito para tomar el café, que las apariencias engañan y que puedo encontrar una amiga en una sucesora. Que las despedidas son sinceras, y que las tarjetas de regalo con firmas no son cutres, sino uno de los regalos más bonitos que pueden hacerte, especialmente cuando te dicen que te echarán de menos y, al volver de visita, descubres que es verdad. Y que, a tu manera, también eres muy, muy especial: no a todos les llama su antigua jefa para despedirse porque tu último día le coincidió en vacaciones, ni lloran quienes te enseñaron lo poco que has aprendido cuando les dices que tienen tu número para lo que necesiten, ni te dicen entre risas en una comida despedida que, sin un público tan entregado como tú, van a ser mucho más duros los lunes y todavía más cuesta arriba los viernes.
Y en lo personal… tengo la inmensa suerte de sólo haber sumado este año, tanto amigos en el trabajo como lejanos que se han vuelto increíblemente cercanos. En el segundo año en el que no he salido de España desde que empecé a ahorrar para los veranos, he afianzado la idea de que aquí está todo lo que necesito. No podría quedarme sólo con una cosa de todas las que he vivido: todas son importantes, todas me componen y todas han formado una parte esencial de mi 2021. El año de la vacuna. El año en que celebré mi cumpleaños el día correcto con mis amigas por primera vez; el año que descubrí el dicho japonés “el tiempo que pasas con los dioses es tiempo que pasas riendo” y que no ha hecho más que reforzar cuánto tiempo he pasado en mi Olimpo personal. Probar el sushi, regalar plantas, descifrar notitas en ruso por mi cumpleaños, los maratones de películas que ya he visto mil veces y que tengo que dejar a medias porque soy un bebé, ir a un indio, comerme pastelitos recalentados que hemos llevado de paseo por media Asturias y que no son tan glamurosos como tomarme un San Francisco como si fuera Samantha Jones son los pequeños descubrimientos de este año, esos retazos de dorado en, por lo demás, una vida de plata que, a veces, no parece suficiente. Pero supongo que es como todo, ¿no? Por muy bien que suene la plata, siempre hay algo un pelín mejor por encima que hace que nos muerda un poco la envidia en la parte baja del vientre.
Sorprendentemente, no ha pasado lo que tanto temía mientras trabajaba y me aferraba a mis últimos momentos de tiempo libre como si me fuera la vida en ello: el tiempo de estudio no ha hecho que Sabrae se resienta, y a día de hoy, seguimos tan bien como siempre, con nuevas lectoras de cuya presencia estoy inmensamente agradecida. Un cambio de escritorio me vino bien para centrarme para estudiar, pero eso es lo único que ha cambiado en mí: sigo escribiendo, sigo consiguiendo asombrarme con lo que hago, y sigo haciendo que mi vida gire en torno al número 23. Un año más, ni siquiera hago mención a que me gustaría acabar la novela en el que entra; sé que es imposible, y la verdad, me da un poco de vértigo pensar en lanzarme a otros proyectos. Así que cambiemos de tema; 200 capítulos, a pesar de ser un mundo, ni de broma son suficientes. Ya veremos si, acaso, el doble.
Y si de algo nuevo tengo que estar particularmente orgullosa, es de la forma en que estoy aprendiendo a valorar mi tiempo y a mí misma. De la manera en que estoy consiguiendo, poco a poco, establecer límites y pedir que se cumplan, reclamar cuidados y decirme a mí misma “no me merezco esto”. Tuve la suerte de que mis primeros intentos salieran bien, y le he cogido el gusto a no sentirme decepcionada porque ya no intento tanto, ni tampoco tan fuerte. Un nuevo amigo ha hecho que vea las cosas como son, que aprecie mis esfuerzos y que no me conforme con menos, y por ello estoy muy, muy agradecida: en un año en el que lo que empieza a faltarme es tiempo, no puedo ir regalándolo por ahí sin valorarlo como se debe. Son demasiadas pelis (121, creo) y demasiados libros (15), de los que tengo que quedarme con Atomic Habits. La autopista hacia mis sueños.
¿Una lección? Que las personas somos estrellas, y como tales, nuestras constelaciones no se pueden forzar.
Sólo le pido a 2022 que me trate tan bien como 2021… o, bueno, siendo un poco ambiciosa, cumplir mis propósitos de año nuevo. Y llegar completamente feliz a diciembre. Otra vez.
Así que, ¡gracias por las lecciones, 2021! ¡Gracias por no quitarme mi optimismo! ¡Y gracias por ser el pistoletazo de salida para mi futuro! No hay mejor momento para empezar que en un año terminado en 1.
Libros
leídos este año: 15.
Películas vistas este año: 121.
Total películas hasta la fecha: 1359 (103 días, 6 horas, 3 minutos).
Capítulos: 1952 (72 días, 20 horas, 2 minutos).
Creo que ésa es de las últimas cosas que he aprendido en este año en el que, por suerte, no me ha abandonado esa vena curiosa que me hacía (y me hace) levantar la cabeza hacia el cielo y mirar fijamente un punto para descubrir si nosotros (un “nosotros” del que me habría encantado participar de forma mucho más íntima de lo que lo hago) lo pusimos allí, o si ese punto llevaba tiempo en el cielo el día en que nosotros llegamos, y si seguirá ahí el día que nos vayamos, que cada vez parece terriblemente más cercano.
Es en esa misma curiosidad en la que me apoyo pensando en mi futuro, por el que estoy luchando por primera vez en mi vida. Después de dar tumbos sin rumbo, de angustiarme y no ver más que una terrorífica luz al final de un terrorífico túnel hace un par de años, por fin estoy siguiendo el sendero para convertirme en la persona que me gustaría ser. Tanto en lo profesional, como en lo personal.
En lo profesional, he descubierto lo que es tener un grupito para tomar el café, que las apariencias engañan y que puedo encontrar una amiga en una sucesora. Que las despedidas son sinceras, y que las tarjetas de regalo con firmas no son cutres, sino uno de los regalos más bonitos que pueden hacerte, especialmente cuando te dicen que te echarán de menos y, al volver de visita, descubres que es verdad. Y que, a tu manera, también eres muy, muy especial: no a todos les llama su antigua jefa para despedirse porque tu último día le coincidió en vacaciones, ni lloran quienes te enseñaron lo poco que has aprendido cuando les dices que tienen tu número para lo que necesiten, ni te dicen entre risas en una comida despedida que, sin un público tan entregado como tú, van a ser mucho más duros los lunes y todavía más cuesta arriba los viernes.
Y en lo personal… tengo la inmensa suerte de sólo haber sumado este año, tanto amigos en el trabajo como lejanos que se han vuelto increíblemente cercanos. En el segundo año en el que no he salido de España desde que empecé a ahorrar para los veranos, he afianzado la idea de que aquí está todo lo que necesito. No podría quedarme sólo con una cosa de todas las que he vivido: todas son importantes, todas me componen y todas han formado una parte esencial de mi 2021. El año de la vacuna. El año en que celebré mi cumpleaños el día correcto con mis amigas por primera vez; el año que descubrí el dicho japonés “el tiempo que pasas con los dioses es tiempo que pasas riendo” y que no ha hecho más que reforzar cuánto tiempo he pasado en mi Olimpo personal. Probar el sushi, regalar plantas, descifrar notitas en ruso por mi cumpleaños, los maratones de películas que ya he visto mil veces y que tengo que dejar a medias porque soy un bebé, ir a un indio, comerme pastelitos recalentados que hemos llevado de paseo por media Asturias y que no son tan glamurosos como tomarme un San Francisco como si fuera Samantha Jones son los pequeños descubrimientos de este año, esos retazos de dorado en, por lo demás, una vida de plata que, a veces, no parece suficiente. Pero supongo que es como todo, ¿no? Por muy bien que suene la plata, siempre hay algo un pelín mejor por encima que hace que nos muerda un poco la envidia en la parte baja del vientre.
Sorprendentemente, no ha pasado lo que tanto temía mientras trabajaba y me aferraba a mis últimos momentos de tiempo libre como si me fuera la vida en ello: el tiempo de estudio no ha hecho que Sabrae se resienta, y a día de hoy, seguimos tan bien como siempre, con nuevas lectoras de cuya presencia estoy inmensamente agradecida. Un cambio de escritorio me vino bien para centrarme para estudiar, pero eso es lo único que ha cambiado en mí: sigo escribiendo, sigo consiguiendo asombrarme con lo que hago, y sigo haciendo que mi vida gire en torno al número 23. Un año más, ni siquiera hago mención a que me gustaría acabar la novela en el que entra; sé que es imposible, y la verdad, me da un poco de vértigo pensar en lanzarme a otros proyectos. Así que cambiemos de tema; 200 capítulos, a pesar de ser un mundo, ni de broma son suficientes. Ya veremos si, acaso, el doble.
Y si de algo nuevo tengo que estar particularmente orgullosa, es de la forma en que estoy aprendiendo a valorar mi tiempo y a mí misma. De la manera en que estoy consiguiendo, poco a poco, establecer límites y pedir que se cumplan, reclamar cuidados y decirme a mí misma “no me merezco esto”. Tuve la suerte de que mis primeros intentos salieran bien, y le he cogido el gusto a no sentirme decepcionada porque ya no intento tanto, ni tampoco tan fuerte. Un nuevo amigo ha hecho que vea las cosas como son, que aprecie mis esfuerzos y que no me conforme con menos, y por ello estoy muy, muy agradecida: en un año en el que lo que empieza a faltarme es tiempo, no puedo ir regalándolo por ahí sin valorarlo como se debe. Son demasiadas pelis (121, creo) y demasiados libros (15), de los que tengo que quedarme con Atomic Habits. La autopista hacia mis sueños.
¿Una lección? Que las personas somos estrellas, y como tales, nuestras constelaciones no se pueden forzar.
Sólo le pido a 2022 que me trate tan bien como 2021… o, bueno, siendo un poco ambiciosa, cumplir mis propósitos de año nuevo. Y llegar completamente feliz a diciembre. Otra vez.
Así que, ¡gracias por las lecciones, 2021! ¡Gracias por no quitarme mi optimismo! ¡Y gracias por ser el pistoletazo de salida para mi futuro! No hay mejor momento para empezar que en un año terminado en 1.
Películas vistas este año: 121.
Total películas hasta la fecha: 1359 (103 días, 6 horas, 3 minutos).
Capítulos: 1952 (72 días, 20 horas, 2 minutos).