domingo, 18 de diciembre de 2022

Favorito.


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Quizá suene mal lo que voy a decir, pero lo cierto es que estaba orgullosa de mí misma: definitivamente tenía un futuro como espía; se me daba de miedo trabajar a dos bandas. Puede que tuviera que ver con mi condición de adoptada y el hecho de que tuviera dos cumpleaños, no lo sabía, pero el caso es que ya había dejado de creer que era casualidad que fuera tan buena escabulléndome igual que Karlie lo era con la diplomacia. ¿Tendríamos las hijas adoptivas una predisposición innata a vivir una doble vida y ser capaces de escurrir el bulto al máximo posible?
               A decir verdad, esconderse en una metrópoli como Nueva York no tiene mucho mérito si eres alguien anónimo, y yo no lo era del todo. Lo que sí era producto de una orfebrería rayana en la magia era el hecho de que hubiera sido capaz de eludir a mi hermano, otro artista del camuflaje, hasta el último momento, cuando ya era tarde para que él se plantara delante de mí y me exigiera cumplir con mis promesas.
               Sobra decir que no había sido capaz de dormir nada en el tiempo que estuve en la habitación con Duna, Astrid y Dan. Mientras los niños se acurrucaban a mi alrededor, abrazándome y acariciándome en sueños sin tan siquiera ser consciente de ello, yo me había quedado tumbada en la oscuridad de la habitación, que reinaba salvo por un resquicio bajo la puerta por el que se colaba un haz de del vestíbulo. No dejaba de darle vueltas a la rabia que había en la mirada de Scott, en lo decidido que parecía a montarme el pollo del siglo a la mínima oportunidad que se le presentara por, después de todo, no haber sido más lista que él y haberme mantenido lejos de Alec cuando todavía no era tarde. No dejaba de ver la manera en que sus ojos llamearon al subir de mi pecho, oculto tras la camiseta de Iron Maiden que le había birlado a Alec, y encontrarse allí con los colgantes que me había regalado, prueba irrefutable, si el hecho de que luciera una camiseta suya no fuera lo suficientemente concluyente, de que lo había perdonado.
               Estaba dolida y estaba triste y también estaba furiosa con mi hermano porque no era capaz de ver más allá. Había llegado demasiado rápido a la conclusión de que Alec no me merecía que ni siquiera se había parado a pensar en si las razones que le había dado para mi dolor eran siquiera verdad. Incluso Jordan había tratado de pensar lo mejor de él, aunque luego terminara equivocándose diciendo que precisamente por lo mucho que me quería Alec no podía estar mintiéndome en algo así. Que fuera precisamente Tamika de entre todos sus amigos la que me había abierto los ojos no dejaba de parecerme cómico, casi aberrante: primero, porque había habido una época en la que yo estaba segura de que se soportaban solamente porque los dos querían a Bey y Bey los quería a ambos, y ellos no querían hacerle elegir entre ellos; segundo, porque a veces sospechaba que Tam y Alec no se caían del todo bien por la alegría con que se enzarzaban en las peleas en las que se enzarzaban; tercero, porque detrás de toda esa fachada de ira y rabia y asco el uno hacia el otro no había más que una complicidad tan sólida que sabían que podían lanzarse a sus yugulares sin que las heridas que se infligieran fueran mortales.
               Y cuarto… porque yo pensaba que Scott era más cercano a Alec de lo que lo era Tam. Alec había sido de los primeros fuera de nuestra familia en enterarse de que Scott y Eleanor estaban juntos: incluso había acudido a él cuando, en aquel primer fin de semana de muchos que pasarían juntos, a Eleanor le había venido la regla y se les habían chafado los planes. Alec era la competencia con las chicas que Scott había necesitado para alcanzar su máximo potencial. Alec había sido el único que no había tomado partido entre Tommy y Scott cuando estos se pelearon por culpa de Eleanor.
               Alec le había salvado la vida a Tommy. Había ido corriendo cuando Eleanor lo llamó histérica porque se lo había encontrado en el suelo de su casa sin saber qué hacer, y Alec había corrido toda la distancia que había entre sus casas y se había asegurado de tratar de reanimarlo hasta que llegara ayuda. Si no fuera por Alec, Tommy estaría muerto, y con él, mi hermano. Scott podría sobrevivirnos a Shasha, Duna y a mí; no sin dolor, y no sin perder algo suyo que jamás se recuperaría, pero yo sabía bien que mi muerte sólo le traería locura, pero conseguiría seguir adelante.
               El día que se muriera Tommy, si es que lo hacía antes que él, mi hermano iría justo detrás. Quizá tardara unos días, puede que incluso semanas, pero Scott no estaba hecho para vivir en un mundo sin Tommy, y Alec era la única persona responsable de que no viviéramos en un mundo sin Tommy. Había salvado a Tommy, había salvado a mi hermano, y también me había salvado a mí de una forma que jamás podría describir.
               Y Scott había sido la persona cuya opinión más le había preocupado a Alec de nuestra relación, no porque creyera en esas mierdas patriarcales sobre que tenía que responder ante los hombres de mi vida de mis sentimientos por él, sino porque sabía que Scott sería terriblemente exigente con las parejas de sus hermanas y obtener su visto bueno sería poco menos que conseguir que ellas parieran hijos suyos. En cuanto habíamos empezado y Alec se había dado cuenta de la magnitud de lo que habíamos desencadenado (y eso que no sabíamos aún lo que se nos venía encima), Alec se había asegurado de decírselo a Scott tanto para que mi hermano no pensara que estábamos haciendo nada a escondidas suyas (como si Scott tuviera algo que decir de mi vida sexual, en fin; pero entendía y respetaba los motivos de Alec), sino porque quería saber qué opinaba de él para mí. Dudaba que al final no llegáramos al mismo lugar en el que estábamos, pero que Scott nos diera su bendición había hecho que Alec se lanzara de cabeza a la piscina conmigo. Era como si mi hermano le hubiera concedido el permiso de enamorarse sin miedo de mí; hasta ahí llegaba el profundo aprecio y respeto que Alec sentía por él.
               Y Scott se lo pagaba así: detestándome por perdonarle algo que ni siquiera había hecho y que perfectamente podía ser un error, que sólo nos incumbía a nosotros, y poniéndoseme chulo cuando yo le evitaba porque no quería tener que lidiar aún con su mal humor. Todavía estaba tratando de decidir qué opinaba de mí misma por haber creído sin más a Alec; no tenía tiempo, ganas ni tampoco energías para aguantar broncas moralistas de mi hermano que, para colmo, no harían más que convertirlo en un hipócrita. Porque, ¿qué tenía él que criticar de Alec, que sólo se había besado con su follamiga de Grecia estando a miles de kilómetros de mí, cuando él le había puesto los cuernos a su novia con dos chavalas, nada menos, mientras estaban en la misma puta ciudad? ¿Quién cojones se creía Scott que era? ¿Nuestro señor y salvador? Debería besar el suelo que pisaba Alec, no mirarlo por encima del hombro. Si estaba tan dispuesto a darle la espalda a su amigo por un error que había cometido y que ni siquiera le afectaba a él, es que era simple y llanamente gilipollas. Y yo también era gilipollas por haber necesitado quince años y una simulación de cuernos para darme cuenta de que mi hermano era subnormal. Manda huevos… y que el apellido Malik fuera a sobrevivir gracias a él…
               Me había levantado de la cama y me había escurrido por la habitación en dirección al vestíbulo, demasiado enfadada como para seguir allí tumbada quieta y no despertar a los pequeños. Por su bien y por el mío, salí de la habitación, me apoltroné en una de las sillas que le daba la espalda a los edificios, y me aferré a los reposabrazos mientras la cabeza me daba vueltas y vueltas y más vueltas aún. Y luego me levanté. Y empecé a pasearme por la habitación. Me asomé al balcón. Miré cómo casi se produjeron veinte atropellos, pero en el último segundo alguien siempre reaccionaba: peatones o taxistas, unos retrocedían y enseñaban el dedo u otros frenaban y tocaban rabiosamente el claxon. Al final todo el mundo sobrevivía y seguía adelante.
               Salvo yo, que no venía la manera de escapar de aquella situación. Me comía viva la ansiedad, pero, gracias a Dios, no era el tipo de ansiedad que hacía que Alec pensara que iba a morirse. Tenía frío y no dejaba de temblar como un flan y no me encontraba cómoda en absolutamente ningún sitio. Entré de nuevo en la habitación y dejé la puerta del balcón abierta. Luego me pareció que la cacofonía de la ciudad era demasiado y la cerré. Luego el silencio se abalanzó sobre mí y volví a abrirla. Me senté en los sofás y encendí la tele. Salté de un canal a otro y, cuando me convencí de que no encontraría nada que me entretuviera, entré en HBO. Me puse a ver Sexo en Nueva York, porque me parecía guay estar viendo una serie del mismo lugar icónico en el que yo estaba, y lo quité a los cinco minutos cuando me di cuenta de que el audio estaba puesto en coreano y yo no me había dado cuenta hasta entonces. Me dolía la tripa. Me dolía la cabeza. Llamé al servicio de habitaciones y me pedí la hamburguesa más grasienta y cara que había en la carta. Caminé de un lado a otro como una gata callejera esperando ser esterilizada mientras esperaba que me la subieran. Me abalancé a la puerta de la habitación cuando llamaron y le tendí al camarero un billete de cien dólares. Me comí la hamburguesa a toda velocidad, sentada a lo indio sobre el sofá de tonos grises, y cuando me la terminé y me encontré peor todavía de la barriga, me pregunté por qué coño había hecho eso y decidí que tenía que bajar a darme un paseo para bajar la comida. Fui al baño a lavarme los dientes, ignorando completamente las manchas de grasa que había dejado tanto en el sofá como en mi ropa, y contuve las arcadas mientras me los cepillaba. Luego pensé en que, si vomitaba la hamburguesa, no tendría que ir a ningún sitio a bajarla. Y me asusté, porque nunca antes había pensado una cosa semejante. Era la ansiedad, me dije. Era la ansiedad, la ansiedad. Nada más. No se me iba a notar en ningún sitio ni iba a engordar una talla ni…
               ¡¿Por qué estoy pensando estas cosas?!, había chillado dentro de mi cabeza, escandalizada. Sí, definitivamente me estaba volviendo loca. Necesitaba distraerme con algo, necesitaba…
               Ser dueña de mi cuerpo y volver a respirar. Notaba que me faltaba el aire y me escuché jadear de manera trabajosa. Me apoyé en el lavamanos, di un par de pasos hacia atrás, inclinándome hacia delante imitando una de las posiciones de yoga más básico que hacía con mamá, y traté de tomar aire y soltarlo despacio, como me habían enseñado para calmar los nervios.
               Estaba tan llena que tuve que contener otra arcada, y me erguí de golpe. Tragué saliva despacio, muy, muy despacio, intentando recordar los ejercicios que hacía con Alec para cortar de raíz sus ataques de ansiedad, pero no me vino nada a la cabeza. La tenía completamente en blanco, si podemos contar que ir a tres mil revoluciones por minuto y no ser capaz de ver con nitidez lo que en ella se proyectaba fuera tenerla en blanco. Me agarré los colgantes, mi punto de conexión con Alec, preguntándome por qué me ponía así, cuando sabía de sobra a quién elegiría de entre mis chicos favoritos del mundo. Uno me había puesto mi nombre. El otro le daba sentido.
               Ya tenía mi pasado con Scott, y mi hermano bien podría reescribirlo para mal. Alec y yo, en cambio, teníamos todo un futuro por delante. Lo nuestro era algo tangible.
               -Es dorado, es líquido, se mueve y está vivo-me había dicho Alec. No sabía cómo era lo que me unía a Scott, pero sí sabía que no había nada por encima del dorado.
               -Es dorado, es líquido, se mueve y está vivo-recité yo en voz baja y acelerada-. Medio mundo no es nada. Es dorado, es líquido, se mueve y está vivo. Medio mundo no es nada. Medio mundo no es nada.
               Esto iba a ser más difícil de lo que yo creía.
               Vamos, nena, escuché al Alec que siempre llevaba conmigo, sólo trescientos cuarenta y siete días más.
               Abrí los ojos y miré un punto por encima de mi reflejo en el espejo, y mi cabeza dibujó a Alec allí. Me sonrió, más guapo que nunca, el pelo revuelto y el torso desnudo. Abrí la boca, boqueando cual pececito, y me giré sin poder contenerme para mirarlo, pero, claro, él no estaba allí. Estaba a seis mil…
               Mierda. Estaba a mucho más de seis mil kilómetros. Había puesto el puto Océano Atlántico entre nosotros; como si no bastara con toda África, media Europa y todo el Mediterráneo.
               Me giré y lo miré de nuevo. Sabía que no estaba allí y que me lo estaba inventando, casi alucinando, pero… era reconfortante saber que podía tirar del hilo que nos unía y sentir que él me respondía.
               -No seas tan dura con él-me dijo el Alec de mi cabeza, porque es bueno y mejor de lo que ningún Malik se merece. Ni yo, ni Scott.
               -Tú no has visto el odio con el que me miró.
               Alec se desvaneció en una nube juguetona de polvo dorado, pero yo sentí que se movía dentro de mí. Cerré los ojos e invoqué el primer lugar que se me ocurrió, porque necesitaba tenerlo conmigo, seguir viéndolo para afrontar esto juntos: su habitación en Mykonos. Estábamos desnudos y, a juzgar por la manera en que nuestras pieles resplandecían a la luz de un sol blanco que se colaba a través de la ventana, acabábamos de hacer el amor. Yo estaba abrazada a él, con una pierna entre las suyas, mi cuerpo en el hueco entre su hombro y su brazo, y él me acariciaba la espalda.
               -Siempre has tenido tendencia a pensar lo peor de los chicos que te rodean.
               El muy bobo tuvo la desvergüenza de reírse y todo y no meterse de nuevo entre mis piernas. No se puede confiar en los hombres. ¿Por qué tenía que hacerlos tan guapos Dios si no se podía confiar en ellos? Eran iguales que las ranas: cuanto más coloridas, más venenosas.
                -No de Scott-repliqué, enfurruñada.
               -Alguien tenía que ocupar mi lugar.
               -¡No tiene gracia, Alec!
               -¡Sí que la tiene!-me besó la frente y yo me derretí un poco. Y también me tranquilicé. Me pregunté qué estaría haciendo en ese momento y si estaría pensando en mí. Y si estaba mirando a través de una ventana a un universo paralelo en el que él y yo aún estábamos en Mykonos, y si habría posibilidad de colarme en él y quedarme allí para siempre-. ¿Por qué no hablas con él?
               -Porque no puede salir al escenario con un ojo morado después de que yo le pegue una paliza por intentar criticarte.
               -Antes de criticarme, que intente superarme.
               Me incorporé un poco.
               -¿Siempre eres así de subnormal, o es porque eres producto de mi imaginación?
               -Suelo ser así de subnormal, pero mi irresistible testosterona te hace pasarlo por alto. Como ahora estás completamente chiflada y me estás imaginando, no hay testosterona que valga y puedes verme tal como soy.
               -Menudo pieza estás hecho. Menos mal que follas bien.
               Los ojos de Alec se oscurecieron y se relamió los labios mientras mi entrepierna se aflojaba un poco.
               -No me insultes, Sabrae. Follo genial.
               Se colocó encima de mí. Me separó las piernas. Sonrió con maldad cuando notó mi excitación en mi piel y en mi sexo. Y, justo cuando iba a hundirse en mí mientras sus labios me rozaran los míos, la habitación se desmoronó y yo volví al hotel. A estar sola, jadeante, excitada y también chalada.
               -Genial. Bulimia nerviosa y alucinaciones. Y llevas… ¿dos horas en suelo estadounidense?-le dije a la chica del espejo, sacudiendo la cabeza. Me aparté el pelo de la cara, cerré los ojos, tomé aire y me dije que estaba demasiado cansada y demasiado nerviosa por la conversación con Scott como para pensar con claridad, y necesitaría estar completamente lúcida para aguantarme las ganas de matar a mi hermano mientras defendía a mi novio, así que...
               … necesitaba distraerme como fuera. Poner en práctica los dotes de camaleón Malik que crecían en mi familia, y rezar por que el hecho de que yo no compartiera genes con papá y con Scott no influyera en ese aspecto.
               No puedo ir por ahí sin más por Nueva York. Soy la puñetera Sabrae Malik, pensé, desilusionada.
               Y luego me di cuenta de que la puñetera Sabrae Malik no era nadie hasta que no se subía a un escenario, así que podía hacer lo que me diera la gana.
               Eso es exactamente lo que hice. Abrí mi maleta en el mismo suelo de la habitación y me quedé mirando su contenido, decantándome finalmente por una camisa blanca  de manga corta que le había cogido a Alec hacía aproximadamente un mes y que él había decidido regalarme en cuanto me vio con ella puesta, con la condición de que, de vez en cuando, se la prestara para algún “evento especial”, como bien podía ser una cita nuestra en la que decidiéramos ir combinados. Me puse un sujetador azul celeste, me abroché tres botones de la camisa para asegurarme de que no se me viera nada, y anudé la parte inferior, que me llegaría pasado el muslo en circunstancias normales. Me embutí en una falda de cuero negra, me eché crema entre los muslos para evitar rozaduras, y revolví en la maleta de mamá hasta encontrar unas sandalias negras de tiras de tacón. Puede que me arrepintiera más tarde, cuando empezaran a dolerme los pies de tanto caminar, pero entonces no tenía ganas de pensar en el futuro. Una parte de mí quería que mi familia regresara en ese momento y me encontrara así vestida, que Scott me viera llevando de nuevo algo que originalmente había sido de Alec y que se cabreara más todavía por la absoluta provocación que era mi atuendo.
               Garabateé una nota aprisa y corriendo para los niños, por si acaso se despertaban, cogí un bolso pequeño en el que metí la cartera y la tarjeta magnética que hacía las veces de llave de la habitación, y salí sin mirar atrás, apartándome los mechones de pelo que había dejado libres de mi moño deshecho detrás de la oreja. Tomé el ascensor, me retiré a un lado cuando se fue llenando con todo tipo de visitantes, y respiré tranquila cuando descubrí que nadie me había reconocido y que podría hacer el viaje espiritual en calma.
               Voy a dar un paseo, le escribí a mamá mientras salía del hotel.  Me guardé el móvil en el bolso y empecé a caminar por la acera, ignorando el tintineo del móvil dentro del bolso cuando mamá me respondió. Seguramente quería que disfrutara de mi tarde en soledad en Nueva York.
               Ver que las pocas personas que se giraban para echarme un vistazo de nuevo, como comprobando que no me habían inventado, eran hombres de todas las edades a los que les atraía mi aspecto me produjo una sensación de tranquilidad y también un subidón de autoestima, sobre todo cuando eran veinteañeros que parecían salidos de una serie de abogados o de alguna oficina acristalada de Wall Street.  Disfruté sabiendo que ellos odiarían a Alec porque Alec me tenía, no porque creyeran que fuera indigno de mí como sí le pasaba a Scott. Caminé y caminé y caminé, entrando y saliendo de las sendas de Central Park, junto a la acera cuando me apetecía un poco de alboroto y por el parque cuando quería un poco de tranquilidad y, por fin, llegué a mi destino: el Museo Metropolitano de Arte. Llevaba queriendo ir al MET desde enana, cuando veía los vestidos que le hacían a mamá para uno de los pocos eventos en los que aceptaba ir como acompañante de papá, sin tan siquiera nombre en la invitación, en lugar de por derecho propio; así que cuando había ideado mi plan para escapar, el primer sitio en el que había pensado en refugiarme había sido ese. Era, sencillamente, perfecto para la ocasión: tan inmenso que te hacían falta días para recorrerlo en su totalidad si decidías dedicarle a cada pieza en exhibición el tiempo que se merecía, me daba la posibilidad de esconderme en él el tiempo que quisiera; y estaba relativamente cerca del Four Seasons, a unos dos kilómetros que se hacían cortos si los considerabas en la totalidad de la ciudad. Veinticinco minutos caminando no eran tanto, y me habían dado tiempo para aclarar mis ideas mientras me acercaba al lugar.
               Tuve la inmensa suerte de que apenas había cola para comprar las entradas, y antes siquiera de que pudiera darme cuenta, ya había atravesado el detector de metales y comprado un folleto más bien detallado de las exposiciones que había en el momento y un plano para poder orientarme en el edificio. Vi que había anunciada una exposición sobre la moda de principios del siglo pasado y que se exhibían unas cuantas joyas de la familia real rusa en una de las salas con las exposiciones temporales, y no me lo pensé dos veces. Era un acto de rebeldía hacia mi hermano y también de comunión con Alec.
               Me senté en uno de los bancos de una inmensa sala en que se proyectaba un documental que se refería a los lujos que habían hecho caer en desgracia a la familia Romanov y me descubrí intentando descifrar las palabras escritas en diarios de la zarina o las princesas o en la correspondencia de la más alta nobleza. Algo dentro de mí se tranquilizó, aposentándose para dormitar mientras me perdía en esa pequeña burbuja de historia del hogar de Alec y me olvidaba de lo que había fuera, esperándome, y que me había hecho huir como si de una ladrona me tratara.
               Cerré los ojos y me concentré en el deje seseante de las voces de unos actores que fingían ser la familia real, y me descubrí comparando la pronunciación de unas palabras que ni siquiera conocía con las que le había escuchado a Alec cuando hablaba con su abuela o cuando le pedía que me dijera cosas en ruso. Era como tenerlo allí conmigo. Casi podía sentir su presencia al otro lado de nuestra conexión. Me imaginé en la inmensidad del espacio, pisando un suelo que no existía, con el cordón dorado bailando a mi alrededor, invitándome a que lo agarrara. Estiré los dedos y lo capturé en mi mano, y él mismo se enroscó alrededor de mi muñeca, haciéndome cosquillas y bailando en el aire al ritmo de las palabras que ninguno de los dos comprendía. Su otro extremo flotaba en dirección al infinito, perdiéndose en el oscuro mar de estrellas en el que me encontraba, pero yo sabía que Alec estaba al otro lado, tan lejos que no podía verlo, tan pequeño que parecía de mentira, pero… lo sentía.
               Tiré suavemente del hilo, en un par de tirones secos que lo hicieron tensarse. Había resistencia al otro lado. Sonreí. Y sonreí más cuando el hilo me devolvió el tirón pasados unos segundos, con la diferencia de que Alec lo mantuvo tenso donde yo sólo le había dado un toque de atención, como diciendo “¿estás bien?”.
               Ahora sí, respondí, tirando yo también del hilo, que no se resintió, sino que aumentó en grosor. Era como si el hecho de que los dos estuviéramos pensando en él a la vez le diera más fuerzas.
               Estaba tranquila. Él estaba allí. Estaba lejos, pero seguía allí. Me agarré los colgantes de nuevo, jugueteando con ellos, sintiendo su dureza en la palma de mi mano.
               No quería pelearme con Scott, pero lo haría si trataba de enfrentarme a Alec. Al menos había hecho las paces conmigo misma: me había dado cuenta de que Jordan tenía razón, de que era lógico pensar que Alec me decía la verdad simplemente porque él sabía el daño que me haría confesarme algo así. Por supuesto que estaba seguro y era normal que yo le creyera; después de todo, nos habíamos prometido sernos sinceros el uno con el otro y no ocultarnos nada. El problema era que el testimonio de Alec no era fiable, y yo debería haberme dado cuenta. Scott debería haberse dado cuenta. Le había visto en sus peores situaciones, le había escuchado sabotearse y había tenido que ver cómo se autosaboteaba cada vez que pensaba que estaba haciendo algo mal. ¿No merecía acaso el beneficio de la duda? ¿Por qué había cambiado tanto su opinión de él en tan poco tiempo? Sabía que era bueno para mí; por fuerza tenía que saberlo. Tenía que haber visto el cambio que habíamos pegado ambos por estar juntos, y tenía que ver que era bueno.
               Se me retorció el estómago al darme cuenta de que, quizá, era Scott y no Alec el que había cambiado tanto que ya no podía verlo todo de la misma manera porque su realidad también había cambiado.
               Cuando había sido amigo de Alec, las únicas preocupaciones que había tenido Scott eran tratar de superarlo en los ligues, tomarle el pelo diciéndole que lo que Scott había conseguido era mucho mejor que lo que había conseguido Alec incluso aunque Alec hubiera conseguido más, pero ahora Scott estaba jugando en otra liga. Ya no sólo no le preocupaba el éxito en las mujeres ni lo contaba en Alec porque estaba conmigo, sino que necesitaba tener gente en la que confiar. Gente a la que le pudiera pedir que me cuidara o que nos cuidara y que lo hiciera, y es cierto que Alec no lo estaba haciendo. Me estaba haciendo daño incluso sin tocar el tema de Perséfone, simplemente estando tan lejos de mí que su ausencia dolía y era tan palpable como innegable, pero, ¿no se trataba precisamente de eso madurar?
               De todos modos, eso no era culpa de Alec, me dije. Alec tenía derecho a vivir su vida y no tenía por qué cargar con las responsabilidades de lo que había hecho Scott, así que mi hermano no estaba siendo nada justo con él, y yo no iba a serlo con mi hermano si hablaba con él estando como estaba y sintiéndome como me sentía. De momento, lo mejor sería que mantuviéramos las distancias, pero Scott no quería, así que me tocaba evitarlo a toda costa.
                Y lo hice muy bien. De verdad, muy bien. Así lo creía mientras me preparaba para el concierto en el baño de la suite que compartía con mis padres; a pesar de que había sido Diana la que me había dicho que me quedara en la habitación de la banda (y eso que ella ni siquiera la utilizaba, aunque a juzgar por la manera en que había mirado a Tommy supuse que eso cambiaría pronto) ya que allí me lo pasaría mejor, yo sabía que aquello partía de mi hermano y había declinado la invitación con una elegante disculpa sobre lo poco que estarían en ella debido a sus apretadísimas agendas y la necesidad que tenía yo de estar con gente, sobre todo ahora que mi novio estaba lejos. Sí, se la había metido doblada a Scott a la primera ocasión que se me había presentado, pero es que seguía cabreada con él. Que su vida hubiera cambiado no le daba derecho a olvidar los años con sus amigos ni a creerlos capaces de cosas que antes habría negado incluso aunque las hubiera presenciado de primera mano, y yo no pensaba perdonarle ni una. ¿No quería que fuera inflexible? Pues ahí lo tenía.
               Me había puesto guapa en el baño, me había tomado mi tiempo duchándome y peinándome y maquillándome como si fuera a acudir al festival más importante de mi vida y no a un concierto que ya ni siquiera tenía ese carácter de piedra angular en la carrera de mi hermano salvo por el hecho de que era el primero que hacía en el extranjero. E incluso entonces podía escudarme en eso precisamente para demorarme en el baño: la ocasión lo merecía, y yo tenía que estar perfecta. Además, podía escuchar a la banda al otro lado de la puerta, principiantes pidiendo consejos a los artistas consolidados que eran nuestros padres y que no paraban de alabar la atmósfera del Madison Square Garden, diciendo que todo iría genial y que la gente había pagado por ir a verlos a ellos, así que ya sabían qué esperarse. Scott no hacía ningún ruido, seguramente confiando en que yo saldría si creía que no estaba allí, pero, ¿dónde iba a estar, si no?
               Me permití salir del baño en el momento en que escuché que llamaban a la puerta y preguntaban por ellos; era el momento de irse a hacer las pruebas del sonido y prepararse para el gran momento. Repartí besos y abrazos y deseé suerte, fingiendo que todo estaba bien con Scott y no dejando entrever absolutamente nada de lo que pensaba de él ni de la tensión que se había instalado entre nosotros desde la última vez que nos habíamos visto y él me había hecho aquella encerrona tan fea.
                -No se me ha olvidado lo de antes-dijo no obstante mi hermano cuando se inclinó a darme un beso, y yo no pude contener una sonrisa, pues era evidente que estaba picado conmigo y que no iba a dejar que las cosas se quedaran así. Problema suyo: tenía pensado emborracharme en cuanto nos fuéramos a la fiesta de después del concierto, así que no podría tratar de convencerme de que había cometido el mayor error de mi vida perdonando a mi novio adúltero porque no tendría con quién tratar.
               -Relájate y disfruta del conci, S-ronroneé, guiñándole el ojo y devolviéndole el beso. Scott me fulminó con la mirada, incapaz de disimular por más tiempo, pero se fue con los demás y yo me vi libre.
               Me siento particularmente orgullosa de haber sido capaz también de evadirlo durante la visita adelantada al recinto; después de remolonear en el hotel y hacer un poco más de turismo, aprovechando lo que la ciudad tenía para ofrecernos, al final papá había insistido en ir antes a ver a los chicos. Dudaba que se hubiera compinchado con Scott, pero incluso si así era, yo no se lo puse nada fácil y me piré con Eleanor, Taraji y Shasha a ver la lista de canciones para la noche y los efectos del escenario durante las actuaciones. Justo cuando Scott trató de ir hacia mí, yo me colgué del brazo de Diana y le supliqué que me enseñara el Garden, con el que estaba más que familiarizada de todas las veces que había ido allí a ver a su padre.
               Al poco, el concierto empezó y yo decidí darme una palmada en la espalda mental por mi gestión de la tarde. Me permití incluso relajarme cuando todos salieron al escenario para cantar la primera canción, que era en conjunto, y salté y brinqué y coreé la letra mientras la arena amenazaba con desmoronarse. Por supuesto, no era tan grande como el Wembley, pero incluso en mi enfado con él me sentía tremendamente orgullosa de Scott y de lo que había conseguido. Porque, vale, lo teníamos mucho más fácil por nuestro apellido; él, más aún por su parecido con papá; pero el mérito de tener a todo el mundo chillando cuando se acercaba el micrófono a la boca y de hacer que casi no se le escuchara de la histeria que desataba cuando hacía una nota alta era solo suyo. Allí no había papá que valiera, influencias a las que culpar o agradecer, ni nada más que el talento de mi hermano, que lo que tenía de gilipollas lo tenía también de poderoso.
               Las canciones se fueron sucediendo, y a medida que iba pasando el tiempo yo me acercaba más y más a la rampa del escenario. Agité la mano cuando mi familia me preguntó si quería bajar a la pista y ponerme entre las barreras y los demás; me gustaba más verlo desde el backstage, donde podía apreciar mejor cada gesto disimulado orientándose o ver las caras del público, sus reacciones ante las actuaciones y la manera absoluta en que besaban el suelo que pisara cualquier artista que se atreviera a hacer alguna versión de alguna de sus canciones preferidas.
               Lo había conseguido. Había hecho de una tarde de peligros un día de experiencias, y pronto tendría tanto que contarle a Alec que tendría que mandarle un paquete en lugar de una simple carta, y eso sólo para poder explayarme todo lo que quería. Me había ganado el tiempo necesario para garantizar mi tranquilidad y disfrutar del concierto. Podía volver a ser joven, ser libre, y no perderme en la oscuridad. Claro que la oscuridad ya no me daba tanto miedo ahora que sabía a quién tenía al otro lado, iluminándome el camino y sujetándome bien fuerte para que no me perdiera. Menos mal que le había dejado irse; de lo contrario, jamás me habría dicho que había visto lo que nos unía, algo en lo que siempre pensaría a lo largo de mi vida y a lo que me aferraría cuando las cosas fueran mal.
               Ya casi estaba. No me había quedado sola en ningún momento con Scott, y él acababa de salir del camerino, en el que se había cambiado a unos pantalones negros y camiseta blanca que resaltaban todavía más el moreno de su piel y que harían que las chicas del lugar se volvieran aún más locas. Iba a salir a actuar ahora, así que, ¡libertad!
               Puede que bajara a la pista para verlo desde abajo. A mi hermano le sentaba bien estar en el escenario: se crecía como pocas personas había visto yo hacerlo, y era todo un espectáculo verlo trabajar. Que me pareciera imbécil de remate no quería decir que no me pareciera también talentoso y digno de ver lo más cerca posible. Al menos me quedaría algo de admiración por él, pensé mientras miraba cómo dejaba que le colocaran la petaca del micrófono junto a los demás.
               -Mucha mierda-dije, y lo dije de corazón. Mi sonrisa era sincera y luminosa, supongo que compensando lo mucho que lloraría cuando Scott y yo nos enfrentáramos por fin. Chasing the Stars me miraron y sonrieron, juntaron las manos y dijeron algo en voz baja antes de enfilar hacia el escenario a través de la rampa que lo conectaba con las bambalinas.
               Y entonces, cuando las luces se oscurecieron para dejar que todos se colocaran en sus sitios, Scott agarró a Tommy del antebrazo y lo hizo girarse para que lo mirara.
               -Shape of you-le dijo solamente. Tommy lo miró un segundo, luego me miró a mí, después miró a Scott otra vez, y asintió con la cabeza.
               Y a mí se me cayó el alma a los pies al darme cuenta de lo que acababa de hacer: subestimar a mi hermano. ¿En serio me creía que El Puto Scott Malik iba a rendirse sin luchar? Parecía nueva en esto.
               -¿Qué pasa? ¿Tú no sales?-pregunté, y todo el mundo pudo escuchar la manera en que me tembló la voz cuando hablé.
               -¿Hasta cuándo vas a estar en este plan, Sabrae?
               ¿Acababa de abrirse el suelo bajo mis pies, o era cosa mía?
               -No tengo ni idea de qué me hablas-respondí, apartándome un mechón de pelo de la cara y colocándomelo tras la oreja, y sólo entonces me di cuenta de que eso es exactamente lo que hace la gente cuando miente: decir que no sabe de qué le hablan cuando lleva toda la tarde pensando en mentiras con las que salir por la tangente.
               -Esta tarde te he dicho que no soy gilipollas, Sabrae. Te pasa algo conmigo y no tengo ni idea de qué es.
               -Quizá es porque son sólo imaginaciones tuyas. Estoy normal. Disfrutando de la ciudad-me encogí de hombros-. Sin más.
               -¿Y no podías disfrutarla conmigo, no?
               -¿Qué pasa? ¿Te molesta no ser el centro de mi vida en este viaje? Lo siento si crees que me estoy comportando como una hermana pequeña caprichosa, pero quiero hacer mis cosas. Además, se supone que todos los hermanos mayores quieren que sus hermanas pequeñas les dejen en paz. Especialmente los hermanos mayores que son famosos. Lo cual me recuerda…-hice un gesto con la mano en dirección al escenario, que continuaba a oscuras a pesar de que habían pasado lo menos diez segundos desde que se había apagado por última vez. Las únicas luces que se distinguían en el recinto eran las de las pulseras o palitos luminosos del público, y aun así no eran suficientes para iluminar todo lo que había para ver, que no era poco.
               Justo en ese momento, como si estuvieran esperando a mi señal, la música comenzó y los primeros acordes de Shape of you hicieron latir con luz el recinto. Se me retorció el estómago. No podían hacer eso. No estaban todos en el escenario.
                Scott ni se inmutó. Siguió mirándome a mí, y no al escenario, como si estuviéramos en su habitación o en cualquier otro lugar que tuviera ya muy visto. Si no se hubiera subido ya antes habría jurado que ni se había dado cuenta de dónde estábamos.
               -The club isn't the best place to find a lover, so the bar is where I go…-empezó Layla, y el escenario se iluminó cuando el esto de la banda cantó el “mm” detrás de ella.
               Fue ahí cuando lo entendí. Scott estaba tan decidido a saber qué me pasaba que le daba igual tirar por la borda su carrera… o la de los demás.
               -Antes habrías matado por pasarte siquiera cinco minutos conmigo-dijo, y por primera vez no había ese deje rabioso en su voz, sino que… todo era dolor-. Y ahora… estás intentando alejarme de ti por algo, y sea lo que sea, voy a averiguar qué es. Y no te lo voy a permitir, Sabrae-añadió, más decidido y más como él de lo que lo había sido nunca. Incluso dio un paso hacia mí y a mí se me encogió el corazón cuando vi la herida dentro de su cuerpo al retroceder yo.
               -No es momento de hablar de esto-murmuré en voz baja. Me sorprendió que me oyera, dado el estruendo de los gritos que tapaban la música. Supe que me oyó porque me dio una respuesta:
               -¿Y cuándo lo va a ser? Te encierras en el baño para no estar conmigo, te inventas que estás cansada y luego te vas de paseo por ahí tú sola. Quiero que disfrutes de esta noche, Saab.
               -Ya estoy disfrutando de la noche.
               -No estás disfrutando. Te conozco. Aunque estés rara, te conozco. Soy la primera persona que te vio, Sabrae. Habrías ido a la pista sin pensártelo dos veces si estuvieras bien.
               -Me apetece más estar aquí, donde nadie me moleste…
               -El público nunca te ha molestado.
               -También disfrutaría más si Scott Malik saliera al escenario a hacer lo que mejor sabe hacer y cantar con sus compañeros de banda-añadí, atreviéndome a sostenerle la mirada por fin. Scott parpadeó despacio, mirándome largo y tendido como el científico que descubre un animal exótico, con plumas y pezuñas y escamas al que no sabe dónde catalogar.
               -I’m in love with the shape of you-cantaron todos, pero no sonaban igual de bien que lo hacían cuando Scott estaba con ellos. Los miré. Estaban incompletos, igual que One Direction cuando papá se había marchado. Las armonías ya no armonizaban y las notas altas se quedaban en un rango más normal, porque nadie estaba allí para encajar la última pieza y conseguir que el puzzle estuviera entero. Así intuías lo que podía ser y el potencial que había detrás, pero faltaba lo esencial. El alma.
               Faltaba Scott.
               Como siempre, tenía que ser Scott.
               -Antes que Scott Malik soy tu hermano-respondió, y yo volví la vista hacia él. Lo tenía tan cerca que podía ver las motitas doradas y verdosas en sus ojos marrones. Esa mirada era de nuevo un puerto seguro y no el visor de un fusil buscando los puntos débiles en mi coraza.
               ­-We push and pull like a magnet do. Although my heart is falling too, I’m in love with your body.
               -Eso no lo dudo. Nunca lo he dudado, Scott. Pero ahora no es el momento de…
               -No. Tú no lo entiendes. Me la suda lo que esté pasando ahí fuera-señaló el escenario y a mí se me paró el corazón. No podía ir en serio. ¿Cómo iba a ir en serio?-. Estás mal, te pasa algo, y sé que me necesitas aunque lo niegues. Siempre me has necesitado, Saab.
               -Tienes que salir…
               No podía renunciar a su carrera por esto. No podía quedarse allí, conmigo, si íbamos a pelearnos más tarde. Si Scott no salía yo no sería libre de poner mis cartas sobre la mesa, sino que jugaría con mi propia mano. Dudaba que Scott lo estuviera haciendo así para que yo sintiera que le debía algo, pero el caso es que, por muy nobles que fueran sus intenciones, seguía siendo su futuro y no el mío el que estaba en la cuerda floja.
               -No hasta que me prometas que me dirás qué te pasa.
               -No me pasa nada-jadeé-. Por favor, Scott…
               -Oh, I, oh, I, oh I. I’m in love with your body.
               -Me tienes aquí ahora, Saab. Sólo tienes que decírmelo.
               -Oh, I, oh, I, oh, I. I’m in love with your body.
               -No puedo.
               -Everyday discovering…
               -¿Por qué?
               -…something brand new.
               -Porque vas a cabrearte.
               -I’m in love with the shape of you.
               -Ponme a prueba.
               -One week in…-empezó Tommy, y a mí empezó a faltarme el aire. Detrás de Tommy iba Scott.
               -Sal. Scott, sal. Sal, sal, sal. Por favor. Por favor. No te lo perdonarán si no sales. No puedes renunciar a tu carrera por…
               -Estás mal.
               -Sigo con Alec-escupí, acelerada-. Y ahora sal. Por favor.
               Scott se quedó allí plantado, delante de mí, igual que una estatua que había sido de carne y hueso una vez. Era la víctima perfecta de Medusa: su expresión era de sorpresa, una sorpresa congelada durante toda la eternidad.
               -Eso ya lo sé. Llevas su ropa y sus regalos.
               -… fill up your bag and I fill up a plate.
               -Tu parte-gemí, abrazándome el vientre.
               -Tengo refuerzos-dijo sin más, y Chad entró a hacer el siguiente verso de la canción, recogiendo el testigo de Tommy-. Y tú también-añadió, y me atreví a levantar la vista y mirarlo. Siempre los vas a tener. Naciste con ellos y morirás con ellos.
               Empezó a darme vueltas la cabeza y el mundo se balanceó a mi alrededor, sacudiéndose de un lado a otro como un barco en medio de un vendaval.
               -Sabrae, te lo voy a poner jodidísimo si quieres intentar alejarte de mí.
               -No quiero pelearme.
               -Yo tampoco.
               -Pero nos vamos a pelear.
               -¿Y eso quién lo dice?
               -Tú no querías que perdonara a Alec.
               Scott se relamió los labios y se mordisqueó el piercing. Y luego, por fin, por fin, sacudió la cabeza. Como si yo no lo supiera. Como si no lo hubiéramos hablado. Puede que no me lo hubiera dicho nunca de forma explícita, pero allí estaba por fin. Su verdad y la mía, frente a frente en un campo de batalla. Eran máquinas de guerra diseñadas para destruir, inspiradas en tigres pero mejoradas: sus garras y dientes estaban hechas de acero valylrio, no de hueso. Jamás perderían su filo.
               -Perdonar a Alec no es incompatible con quererme a mí.
               -Yo no he dejado de quererte-susurré.
               -Vale, pues entonces perdonar a Alec no es incompatible con estar cerca de mí.
               -Es que no soporto que te sientas decepcionado por mí, ¿vale? Tú siempre… yo…
               Miré al escenario y sorbí por la nariz. Scott también lo hizo, por fin, y pude ver en sus ojos una cierta nostalgia. Comprendí entonces que sabía perfectamente lo que estaba poniendo en riesgo con tal de tenderme la mano y estar ahí para mí: le daba la espalda a miles de personas en el proceso, miles de ilusiones que podían romperse.
               Incluso las de Tommy.
               -Vete-le pedí.
               -No voy a ir a…
               -Hablaremos luego.
               -Prométemelo.
               -Scott, por fav…
               -Prométemelo o no salgo al escenario, niña.
               -Deja de llamarme “niña”. Nunca me habías llamado así hasta que empezó a hacerlo Alec.
               -Y a él le haces más caso que a mí, así que a ver de quién es la culpa-se rió, y yo puse los ojos en blanco y también me reí.
               -Vale, vale, vale. Te lo prometo. Ahora, por…
               -¡Menos mal! Me voy a trabajar. Dame un beso-dijo atropelladamente, inclinándose y dándome un beso en la frente, y luego salió disparado en dirección al escenario.
               -I may be crazy, don’t mind me-cantó Chad.
               -Say boy…-empezaron Diana y Scott, y Diana se giró al escucharlo cantado al lado de ella. Se rió y lo señaló con la mano mientras Scott se apresuraba a reunirse con los demás-. ¡SCOTT PUÑETERO MALIK, DAMAS Y CABALLEROS!
               -LET’S NOT TALK TOO MUCH, GRAB ON MY WAIST AND PUT THAT BODY ON ME-ronroneó Scott, agarrando a Tommy de la cintura y mirándolo de arriba abajo, para lo cual no hay explicación heterosexual-. COME ON NOW, FOLLOW MY LEAD. COME, COME ON NOW, FOLLOW MY LEAD. ¿CÓMO DICE, NUEVA YORK?
               -I’M IN LOVE WITH THE SHAPE OF YOU-bramó todo el público, y entonces, escuché a los chicos de realización, que controlaban el cuadro de sonidos, diciendo algo que todos en Chasing the Stars estaban más que acostumbrados a escuchar. Supongo que, después de todo, hay cosas que nunca cambiaban.
               -¡Subidle el micrófono a Scott!
 
Cuando el todoterreno finalmente se detuvo en la explanada frente al edificio de los veterinarios, Luca dejó todo lo que estaba haciendo en ese momento y salió corriendo para vernos a Perséfone y a mí.
               -¡Ya habéis vuelto! ¡Creía que os fugaríais en una escapada romántica o algo así!-festejó, y yo puse los ojos en blanco, pero le devolví el abrazo que me dio con una fuerza e ilusión que no me esperaba de él, pero que me entusiasmaron. Se sentía bien saber que había alguien que te echaba de menos en un lugar en el que prácticamente nadie te conocía, y eso que sólo habíamos estado fuera un día. Había escuchado que había expediciones que se pasaban fuera semanas enteras, repartiendo los animales que se iban encontrando por los distintos campamentos satélite que tenía la fundación, y había procurado no pensar mucho en ello por lo que haría eso con mi correspondencia con Sabrae. Ahora, sin embargo, también tenía que preocuparme por lo mucho que Luca me echaría de menos y, de acuerdo, lo mucho que yo le echaría de menos a él.
               -Sí, es súper romántico dormir en el suelo al lado de éste-asintió Perséfone, riéndose y aceptando la botella de agua que le tendieron nuestros compañeros.
               -¿Perdona? ¡Tendrás queja, chavala! ¡Ni que fuera la primera vez que nos quedamos fritos en el suelo tú y yo!
               La verdad era que lo que tenían de reafirmante y constructivo las expediciones, lo tenían también de incómodo. Yo al menos no había tenido que preocuparme por buscar un baño al que ir, pero todo lo demás que había pasado Perséfone también lo había sufrido yo: desde despertarme con dolor en el cuello hasta embadurnarme con crema solar y luego crema antimosquitos, porque la crema solar parecía atraerlos como la luz a las polillas, pasando por tener que mantener siempre la mente alerta por si acaso aparecía un león de detrás de un árbol y teníamos que salir a toda hostia en dirección al coche (cosa que nos había pasado no una, sino dos veces), pero… joder. Merecía la pena. Merecía la pena oler a tigre y que el agua estuviera caliente y que el sol te pegara en el cogote y te pusiera la cabeza como una puta sartén, chorrear sudor y ensuciar la ropa nada más ponértela porque estabas lleno de polvo aunque tú no lo notaras.
               Habíamos rescatado a un par de animales más: otra cebra, más o menos de la misma edad que la que ya había en el campamento, y un cocodrilo al que yo había tenido que atarle la mandíbula para que no nos arrancara un brazo o nos pegara la infección que tenía entre los dientes… o las dos cosas. Capturarlo había sido un puto espectáculo, sobre todo porque, después de que Sandra y Killian intercambiaran una mirada que lo dijo todo, decidieran que yo era el que más posibilidades tenía de escapar del cocodrilo.
               -¿Cómo decís?-pregunté cuando me dijeron que me acercara a la orilla y fingiera inclinarme.
               -Necesitamos sacarlo del agua. Ahí es más rápido que nosotros.
               -¿Y por qué tengo que ir yo?-pregunté-. ¿No podemos, no sé, tirarle unos cocos o algo así para cabrearlo y que venga a por nosotros?
               -Se irá nadando. Necesitamos que intente cazarte.
               -¿EH?
               -Todo saldrá bien, Al-dijo Perséfone-. Tiene una herida en la boca que…
               -Eso lo dices porque no eres la que se va a convertir en un solomillo con patas.
               -Serías más bien una salchicha. Ya sabes. Alto y delgado-razonó Killian, y yo lo fulminé con la mirada.
               -Si vais a usarme como un pedazo de carne, al menos que sea de primera.
               Al final resultó que me estaban tomando el pelo, pero Killian y yo tuvimos que meternos en el agua, cabrearlo, llevarlo a una zona en la que Perséfone y Sandra estaban esperando con las bridas para ponerle en la mandíbula, y lanzarnos a la vez sobre él para inmovilizarlo. Y déjame decirte que ni ocho cinturones de campeón de los pesos pesados en el mundo te podrían preparar para la experiencia que es pegarte con un cocodrilo que no entiende que le estás atando las fauces por su bien.
               -¿Dónde vamos a dejarlo?-preguntó Perséfone a Sandra una vez lo hubimos inmovilizado.
               -¿No sería mejor haberlo preguntado antes?-pregunté yo.
               -Ya hemos curado cocodrilos antes. El lago es perfecto para ellos.
               -¿Y si se escapa?-pregunté.
               -No se va a escapar.
               -Eso lo dices porque no eres tú la que ha ido a tocarle los cojones. Mira cómo me mira. Me odia y no desaprovechará la oportunidad de merendarme.
               Como si nos estuviera entendiendo, el cocodrilo flageló un extremo del remolque con tanta fuerza que casi lo hace volcar. Killian tomó aire y lo soltó despacio.
               -Nos va a costar subirlo.
               -¿Tan malo sería que lo dejáramos aquí?-quise saber.
               -Tiene el mismo derecho a que lo curemos que los herbívoros, Alec-me recriminó Sandra-. No tengas prejuicios.
               -No tengo prejuicios contra él por ser un cocodrilo, los tengo porque es un capullo.
               Le habían dado un sedante para que se estuviera tranquilo mientras lo subíamos al remolque, y me sorprendió lo muchísimo que podía llegar a pesar aquel animal que era como un dardo en el agua. Ahora Luca lo examinaba como si fuera la cosa más interesante que hubiera visto en su vida y no pudiera esperar a ponerse a jugar con él.
               -Veo que venís surtidos. ¿Qué le pasa a este grandullón?
               -Tiene una infección en la boca. Queremos tomar unas muestras para asegurarnos de que no es contagiosa.
               -Si lo es, Valeria tendrá un buen bolso pronto-comenté, y Killian se rió mientras Sandra me fulminaba con la mirada. Se quedó callado de repente cuando Sandra lo fulminó a él.
               -Iré a buscar ayuda para bajarlo y poder soltarlo.
               -Trata bien a mi querido Serrucho-dije, dándole unas palmadas sobre el hocico que hicieron que se revolviera de nuevo. Todavía estaba un poco grogui por los sedantes, pero ya se enteraba de más cosas y había decidido que me comería en cuanto se le presentara la ocasión. Que se hiciera ilusiones, porque no pensaba ir a visitar a Perséfone hasta que no se hubieran llevado a ese cabrón de vuelta a la charca de la que lo habían sacado.
               -Bueno, ¿y qué tal la experiencia?-preguntó Luca-. ¡Contadme! ¿Qué tal la sabana? ¿Habéis visto muchos depredadores? ¿Había leones? ¿Rinocerontes, tal vez?
               -¿Cuentan los rinocerontes como depredadores, Pers?
               -Bueno, son herbívoros, pero no te conviene molestarlos, así que…
               -¿Te pusiste palote?
               -¿Por ver rinocerontes?
               -No, gilipollas. Por dormir pegado a mi chica-ronroneó Luca, agarrando por los hombros a Perséfone, que se rió y sacudió la cabeza.
               -Obviamente. Soy guapísima. Apenas me dejó dormir porque tenía un tronco clavado entre las nalgas.
               -Ya te gustaría, princesa.
               -¿Confirmas o desmientes que te interrumpí una paja?
               Se me cayó la mandíbula al suelo.
               -¿Sabías lo que estaba haciendo y aun así entraste?
               -Obviamente-repitió-. Soy muy celosa, ya lo sabes.
               -Bueno, siempre puedes tirártelo y yo consolaré a Sabrae-dijo Luca, riéndose, pero por la forma en que yo lo miré se quedó callado en el acto-. Eh… creo que tengo que irme. Voy a seguir con mis tareas antes de que Valeria se pispe de que me estoy escaqueando. Espero que no le contéis a nadie antes que a mí lo que habéis hecho estos dos días, ¿capito?
               -No ha pasado nada, Luca-respondió Perséfone, de repente muy seria. Yo acepté el bocadillo que me acababa de traer Fjord, le di un bocado y se lo pasé a Pers-. Gracias.
               -¡Así me gusta! Disimulad hasta la cena. ¡Nos vemos! Ah, Al, te ha llegado una carta. La tienes encima de la cama. Tranqui, no es de Sabrae, sino de tu hermana.
               -¿Vas a volver una costumbre el marujear entre mis cosas?
               -Mbatha me la dio cuando fui a por mi correo, y si no la abrí es porque vi que era de Mary Elizabeth.
               -Mary Elizabeth-se rió Pers, dándole un mordisco a bocadillo. No estaba acostumbrada a escuchar a nadie llamar así a mi hermana: en Mykonos era sólo Mimi. A mí no solía cabrearme estando en Grecia, así que rara vez usaba su nombre completo como sí lo hacía en Inglaterra. Además, estaba el hecho de que con su apelativo cariñoso, los griegos no tenían acento diciendo su nombre, cosa que sí pasaría si les hiciéramos decirlo entero.
               -O sea, ¿que vas a abrir mis cartas si son de Sabrae?
               -Por si hay fotos picantes-se burló Luca.
               -Puto subnormal…
               Perséfone se rió y me tendió el bocadillo. Le di un gran mordisco antes de ponerme a ayudar a los veterinarios y militares a trasladar a los animales. Se suponía que ya podía descansar llegado al campamento, ya que a diferencia de ellos yo llevaría casi 48 horas sin parar de trabajar nada más que para dormir, pero me hacía sentirme bien la actividad física. Además, así no pensaría en los ojos tristes de Caramelito mientras le decía adiós. No sabía cuándo volvería a ver a la pequeña jirafa, pero le suplicaría de rodillas a Valeria que me dejara traérmelo de mascota la próxima vez que viniéramos. Había árboles de sobra con los que podría alimentarse y yo la cuidaría. No podía dejarla atrás otra vez.
               Killian y Sandra se adelantaron para hablar con Valeria sobre nuestro comportamiento durante la expedición, y una vez hubimos puesto al sinvergüenza malhumorado de Serrucho en una de las salas adaptadas para animales acuáticos de la enfermería, me senté junto a Pers sobre un tronco desgastado que hacía las veces de banco a esperar a que nos llamaran y escuchar nuestro veredicto. Perséfone dejó que le diera los últimos mordiscos al bocadillo mientras jugueteaba despacio con una manzana. Me la tendió para que le diera el primer bocado y yo me la quedé mirando; ella puso los ojos en blanco, adivinando en qué estaba pensando.
               En la antigua Grecia, que un hombre le diera una manzana a una mujer era equivalente a una proposición de matrimonio. Por eso era gracioso cuando Aladín le daba una manzana a Jasmine en la película y ella jugueteaba con ella, como diciendo “no sé, no sé”, antes de, finalmente, darle el bocado que confirmaría su unión. Habían pasado eones de esa tradición, pero había ceremonias en las que aún se mantenía, claro que la manzana solía ser mucho más vistosa que la que acababa de entregarme, deliciosa de todas maneras.
               Recordé una noche hacía meses, con una chica bien distinta a ésta, en la que le había explicado el significado de ese mito en particular mientras compartíamos la fruta que supuestamente había expulsado a Adán y Eva del Edén.
               -No va con esa intención.
               -Seguro-ironicé, recogiéndola y dándole un mordisco. Perséfone se me quedó mirando la mandíbula, incapaz de contenerse, mientras masticaba. Ignoró completamente cómo se la ofrecía, hipnotizada por el movimiento de mis músculos. Bueno, no era la primera vez que una tía a la que me había follado asiduamente se quedaba ensimismada mirándome masticar. De hecho, cuando iba a comer por ahí con Sabrae, sólo tenía que atraer su atención hacia mi boca para conseguir comer más que ella. El problema era que yo también me quedaba atontado mirando cómo se le movían los labios mientras masticaba e imaginándomelos alrededor de mi polla-. Primero me interrumpes una paja, luego te me frotas contra la polla, y ahora me regalas una manzana. ¿No te parece que vamos un poco rápido?
               -Yo no toco lo que es de otra. Soy respetuosa con la propiedad privada, no como cierta gente de cierta nacionalidad-replicó, arrebatándome la manzana, dándole un mordisco y colocándomela de nuevo en la mano. Apoyó ambas manos detrás de ella, a ambos lados del banco, y sonrió, guiñándome un ojo.
               -Lo burrísimo que acabas de ponerme diciendo que soy de otra, Pers. Buf. No lo vuelvas a hacer.
               -¿O qué? ¿Tendré que interrumpirte otra paja?-coqueteó, dándome un empujoncito con el hombro y riéndose. Me encantaba que estuviera así. Al principio de nuestra excursión la había notado tensa, como si le diera miedo acercarse demasiado a mí y cometer un error conmigo. Ahora, sin embargo, volvía a ser la de siempre. Los límites que había entre nosotros y que antes no existían estaban bien definidos, por lo que no había nada de malo en tomarnos el pelo ni flirtear un poco, siempre de broma. Los dos teníamos claro dónde descansaban mis lealtades y a quién le pertenecía no sólo mi corazón, sino también mi cuerpo.
               Me pregunté si Saab ya tendría la carta que le había enviado, si estaría pensando en mí en ese momento… y, sobre todo, en qué momento íbamos a empezar a escribirnos guarradas. Yo no podía más. O empezaba ella, o empezaría yo en la siguiente canta, cuando le contara todo lo que había vivido y le explicara punto por punto lo que tenía pensado hacerle nada más verla. Seguro que tardaría el triple en responderle tanto por la extensión como porque estaba cachondo como un mono y necesitaba pelármela. Si no me conociera y supiera lo mal que lo iba a pasar después, les pediría prestada pasta a mis padres sólo para plantarme en Londres y poder follármela como se merecía. Dios. Llevaba sin verla ya tres semanas, y me estaba volviendo loco. Creía que lo llevaría mejor, pero cada vez que pensaba en ella, cada vez llevaba menos ropa, y me suponía un esfuerzo tremendo el ponerle siquiera una camiseta con la que taparle esas fabulosas tetas y esa deliciosa entrepierna que tenía tan buena pinta, olía tan bien y sabía tan…
               Perséfone estaba aguantándose la risa.
               -¿Qué pasa?
               -No sabía que fueras tan gracioso cuando te pones súper cachondo y no puedes aliviarte. Te va a reventar una vena en la frente.
               -Pero si me calentabas por diversión constantemente.
               -Pero, ¿qué dices, Alec? ¡Si era una puta estando contigo! En cuanto te calentabas un poco, ahí estaba yo dispuesta a hacer que te relajaras.
               -Ya te gustaría a ti haber sido una puta conmigo. Serías millonaria.
               -Admite que soy más bien facilita-soltó, y yo me reí.
               -Sabes que las tías normalmente os jactáis de justo lo contrario, ¿no?
               -No tengo por qué avergonzarme de disfrutar de mi sexualidad como quiero-se encogió de hombros, jugueteando con su coleta a la que, por cierto, ya le hacía falta un buen lavado.
               -Definitivamente, tengo un tipo.
               -¿Sabrae es como yo?-preguntó de forma dramática-. ¿Sin prácticamente mecha?
               -Más bien dinamita pura. Eres una monja al lado de Sabrae.
               -Sabía que al final todo se reduce a eso-chasqueó la lengua y sacudió la cabeza, dándose un puñetazo suave en las piernas. Los dos nos reímos, pero enseguida nos callamos en cuanto vimos que Sandra venía a por nosotros. Valeria nos esperaba, nos dijo. Nos incorporamos y Perséfone hizo amago de cogerme la mano, nerviosa, pero la dejó caer a medio camino, así que yo estiré la mía y la entrelacé con mis dedos. Perséfone me sonrió con timidez y agradecimiento a partes iguales, y juntos anduvimos el camino en dirección al despacho de Valeria, que nos esperaba sentada en su mesa, tecleando en su ordenador de forma perezosa.
                -Killian me ha dicho que habéis conseguido traer un cocodrilo-dijo sin más ceremonia, y levantó la vista de sus gafas de gato. Nos miró a ambos dos, como si creyera realmente que Perséfone sería capaz de cargar con un animal así. Incluso a mí me había costado horrores levantarlo junto con Killian, y eso que el soldado estaba en muy buena forma, pero, ¿cuánto pesarían esos animales? ¿Trescientos, cuatrocientos kilos? Me parecía flipante la hazaña que había conseguido, aunque estaba seguro de que lo lamentaría al día siguiente. No quería ni pensar en cómo tenía las costillas.
               A Sabrae no le iba a hacer ninguna gracia saber que estaba haciendo esfuerzos semejantes, pero yo no podía ocultárselo.
               -¿Cuánto levantas, Alec?
               -Dos tías en una noche mala. Cuatro en una decente. Seis en una buena, aunque mi récord está en nueve. Claro que ahí era Nochevieja e iba de traje…
               Perséfone se rió a mi lado, pero Valeria puso los ojos en blanco.
               -De peso, Alec. Tu vida sexual me interesa más bien poco. Además, tengo entendido que de eso ya hace bastante, ¿verdad?-me miró con intención, y yo no pude evitar sonreír.
               -¿Mi amigo Scott te ha llamado o qué? Para la próxima que me ponga en duda, dile que sus días de gloria pasaron mucho antes que los míos. Ciento setenta sin apenas esfuerzo. Claro que eso fue antes de mi accidente. Ahora no sé muy bien dónde está mi límite-me encogí de hombros, las manos cruzadas tras la espalda-. Mi novia no me dejaba alcanzarlo. Mi récord está en doscientos treinta.
               -Impresionante-comentó Valeria.
               -Pero no creo que sea capaz de levantar a un animal que pese eso.
               -¿Por qué?
               -Porque la vez que levanté doscientos treinta, mi entrenador estaba tocándome los cojones insultando a mi novia. Y, la verdad, si me encontrara con un hipopótamo que llamara “zorrita” a mi novia, en lugar de traerlo para que lo curarais se lo vendería a un circo.
               Valeria sonrió.
               -Killian y Sandra están impresionados con vosotros dos. Sobre todo contigo, Alec.
               -Es que me paseé en gayumbos por el campamento esta mañana. No soy muy fan de vestirme antes de desayunar, así que… de corazón-me llevé la mano derecha al pecho-, no les culpo.
               -Me han dicho que sólo habéis necesitado una gacela para entender las difíciles decisiones que tenemos que tomar aquí-continuó Valeria, entrelazando las manos sobre el escritorio-. Normalmente, a los novatos les lleva tres o incluso cuatro intentos antes de por fin interiorizarlo, pero vosotros lo habéis hecho a la primera. Os felicito a los dos.
               Sí, hoy nos había tocado dejar atrás a una cría de ñu que estaba a unos trescientos metros de su manada, en la que puede que estuviera la imbécil de su madre, que la había abandonado en cuanto vio que había nacido con una deformación en una pata que le hacía cojear. Me había preguntado si en algún momento tendríamos que dejar atrás a algún carnívoro y si me darían menos pena que los herbívoros, pero no había rechistado cuando Sandra proclamó que no había nada que hacer con ella y no debíamos intervenir en el círculo. Perséfone tampoco. Creo que los dos estábamos tan entregados a la causa y tan ansiosos porque Sandra y Killian nos consideraran aptos para continuar con este trabajo que no nos costaba apartar nuestros sentimientos a un lado por eso. Éramos parte de algo más grande y nuestras conciencias ya no importaban. Dudaba que pudiera dormir bien esa noche, pero al menos tenía el consuelo de que mis acciones tenían un impacto mayor y mejor si me dejaba guiar por las opiniones de las personas que sabían más que yo.
               -Gracias-dijo Perséfone.
               -Sandra está muy sorprendida con tus capacidades, Perséfone. Dice que aprendes muy rápido y que tus nociones de Veterinaria son propias de estudiantes de tercero de carrera en países más…-Valeria buscó las palabras, pero tanto Perséfone como yo supimos que estaba pensando en países con más prestigio académico.
               -Del primer mundo-la ayudé, y Perséfone me fulminó con la mirada-. Ya sabes. Lo que harás en el Doctorado del país en vías de desarrollo que es Grecia.
               -Creo que voy a empezar a pegarte bofetadas ahora que no puedo arañarte la espalda para que aprendas la lección.
               -¿Eran castigos? No me daba cuenta-sonreí, mirando de nuevo al frente y alzando la mandíbula-. Pensaba que era porque estabas disfrutando de lo lindo. Ya sabes, como gritabas más y más fuerte y te corrías al poco…
               Valeria abrió la boca y los ojos como platos.
               -Es que follábamos-expliqué.
               -Ya. Me había dado cuenta.
               -Así que se podría decir que no eres la única mujer de la habitación que está encantada con mis dotes-incliné la cabeza a un lado y le guiñé un ojo.
               -Compensa soportarlo-suspiró Perséfone cuando Valeria la miró.
               -A unas más que otras-añadí, riéndome. Perséfone se rió entre dientes y me miró. Estaba feliz y, a pesar de que la sabana había dejado marcas de suciedad en ella, seguía estando guapísima. Iba a hacer muy feliz a algún cabrón excesivamente afortunado, y yo que me alegraría muchísimo por ella. No tanto por él, porque no iba a merecérsela, pero yo tampoco había hecho nada para merecérmela, ya no digamos a Saab, y aun así, mírame.
               Supongo que Dios tiene sus favoritos.
               Vaya, ¿acababa de pensar en Dios de forma no irónica? Esto de correrse en la cara de una musulmana es peligrosísimo. No lo hagáis en casa, niños. Antes de que os deis cuenta estaréis tirándoosla mirando en dirección a la Meca.
               -Quiero que sepáis que todos estamos muy impresionados, satisfechos y orgullosos con vuestro trabajo en la sabana. Y que siempre tendréis un hueco en las expediciones si así lo deseáis. Los dos-añadió, mirando con intensidad a Perséfone-. Los animales en libertad necesitan a alguien con tus habilidades, Perséfone. Eres valiosa aquí, pero creo que puedes servir para más fuera.
               Perséfone sonrió, sonrojándose, asintió con la cabeza y susurró un suave gracias.
               -De hecho… me gustaría que te replantearas la duración de tu estancia aquí, con nosotros-Valeria parecía una abuelita joven y dulce. En sus ojos había comprensión y una cierta ternura que no casaba con la reputación que tenía en el campamento. Claro que tampoco casaban las facilidades que me había dado cuando tuve los problemas con Sabrae, y aun así jamás había rechistado cuando le había pedido usar el teléfono. Era mejor de lo que todos decíamos. Menos dura y más comprensiva-. Eres demasiado valiosa como para que nos permitamos perderte, y creo que puedes aprender y ayudar mucho más estando aquí que en la universidad. Hablaré con la directiva para ver si puedo conseguirte que te hagan algún descuento. Desgraciadamente, no podemos perdonarte el importe íntegro de lo que sería una estancia anual completa, pero, dado que la iniciativa parte de nosotros y no de ti, espero que algo se pueda hacer.
               -Gracias, Valeria.
               -¿Qué te parece?
               -¿Puedo pensármelo?-preguntó, los ojos fijos en Valeria, y por la forma en que se negó en redondo a mirarme supe que parte de por lo que necesitaba reflexionar era por mí. Al fin y al cabo, la relación conmigo había cambiado, y que lo lleváramos bien durante unos días no quería decir que no fuera a explotarnos en la cara si pasaban los meses. Todo es distinto cuando planeas a un mes vista a cuando lo haces a doce. Yo lo sabía bien.
               Sabrae y yo lo sabíamos muy bien.
               -Por supuesto.
               Perséfone asintió, sonriendo con timidez.
               -Y en cuanto a ti…
               -Me imagino que no hay ningún descuento para el hombre cishetero blanco, ¿verdad?-bromeé, flexionando un poco las rodillas.
               -Y colonizador-añadió Perséfone.
               -Lo siento, no hablo Mi Nación Tuvo El Mayor Imperio De La Antigüedad Con Alejandro Magno, nena.
               -Lo comentaré con la directiva, a ver qué se puede hacer, pero ya sabéis que la Fundación es sin ánimo de lucro y nuestro margen de ahorro es más bien escaso. Cubrimos los costes de mantenimiento del campamento con las tasas que pagáis, así que…
               -Val, traaaaaaaaaaaaanqui. Estoy de coña. Estoy emparejado con una millonaria. Será por pasta.
               -Y tu padre es arquitecto.
               -No, mi padrastro es arquitecto. Ni siquiera tiene que dejarme nada en herencia si no quiere.
               -Creía que te había adoptado.
               Fruncí el ceño.
               -¿De dónde has sacado tú eso, Pers?
               -No sé. Simplemente asumí que te había adoptado y punto.
               -Es que mi padre es expresidiario-le expliqué  Valeria, que parpadeó y abrió aún más los ojos-. Violencia doméstica. Por eso estoy yo aquí. Bueno, por eso y por el cátering, que me dijeron que era cojonudo, y la verdad es que no decepciona. Pero, ¡en fin! Basta de hablar de mí. Hablemos de mí.
                -Dylan te dejará una herencia jugosa.
               -Ya, bueno, no me apetece pensar mucho en cuando Dylan la palme, así que… de todos modos, en serio, no te preocupes, Valeria. Hice horas extra como un cabrón para pagarme el voluntariado y literalmente tuve el accidente por su culpa, así que… como me descontéis siquiera un penique, me habrán extirpado un pedazo de pulmón así de gratis. Así que no te preocupes.
               Había hablado de lo mismo con Sabrae hacía tiempo. De cómo el voluntariado le daba sentido a todo lo que había pasado en mi vida, lo bueno y lo malo. Cómo no podía no irme y hacer que mis sacrificios hubieran sido en vano. Le había suplicado que me pidiera quedarme por puro egoísmo porque no me importaría mandarlo todo a la mierda por ella, pero ahora que sabía a lo que casi había renunciado no me arrepentía de que Sabrae hubiera sido fuerte y se hubiera mantenido estoica. Era difícil estar lejos de ella, pero merecía la pena. Y más la merecía aún cuando pensaba en lo que nos uniría cuando volviéramos a estar juntos.
               -Lo comentaré de todos modos. Creo que hay que premiar el talento y, ¿quién sabe?, puede que sea justo lo que necesites para hacer alguna visita a casa.
               Se me paró el corazón. Y luego, empezó a latir desbocado.
               -¿A quién tengo que tirarme?-pregunté, y Valeria se echó a reír sonoramente.
               -Considéralo una compensación por todo lo que nos vas a dar. Me gustaría que siguieras en las expediciones, Alec.
               -Y a mí también. Mi novia me ha entrenado en responsabilidad afectiva, y encima soy Piscis, así que ya he estrechado lazos con lo menos cuarenta millones de animales distintos. No puedo abandonarlos así como así.
               -Me alegra saberlo. De momento iréis juntos; creo que formáis un buen equipo, y la complicidad que tenéis es justo lo que necesitamos para que todo esto vaya como la seda. Además… has impresionado a Killian-dijo Valeria, y yo sonreí-. Cree que puedes ser aún más útil si te entrenas, así que, si te parece bien, cuando no haya expediciones, te mandaremos tareas que sean más duras físicamente para ayudarte a alcanzar tu máximo potencial. ¿Te parece bien?
               -¿Qué incluyen esas tareas?
               Valeria nos miró a ambos unos instantes, y luego estiró la mano para indicarnos que nos sentáramos. Así lo hicimos.
               -Lo que voy a contaros no puede salir de aquí, ¿de acuerdo? Mantenemos esto en secreto porque sabemos que es lo mejor para ellas. Si trascendiera lo que voy a contaros en el campamento, tendríamos que trasladarlas por su propia seguridad.
               -¿Qué pasa?-preguntó Perséfone, y Valeria tomó aire.
               -La aldea al otro lado del camino y a la que tenéis estrictamente prohibido ir es un santuario. Un santuario para mujeres víctimas de violencia sexual. Como sabréis, África tiene zonas bastante peligrosas para las mujeres. La inestabilidad de ciertas regiones hace que proliferen las guerrillas, y con ellas, la violencia sobre las mujeres.
               -El noventa y cinco por ciento de las mujeres de la zona del cuerno de África han sido agredidas sexualmente alguna vez en su vida-me había dicho Sabrae una vez, leyendo un artículo mientras yo estudiaba para mis exámenes. Jamás se me olvidaría su expresión en aquel momento. Noventa y cinco por ciento. Era casi un milagro no sufrir una violación.
               Y tenía los ojos llenos de unas lágrimas que yo sabía muy bien por qué eran. Sólo se atrevía a enseñármelas a mí porque sólo se sentía libre de hablar de su adopción conmigo.
               -¿Crees que la creadora te dejó aquí para que no corrieras ese peligro?-le pregunté, y Sabrae me había mirado con las lágrimas corriéndole por las mejillas.
               -Y puede que me dejara aquí para no tener que explicarme las circunstancias en las que nací.
               Yo no había sabido qué decirle, porque no me atrevía a mentirle en ese aspecto. Sabía mejor que nadie cómo te sentías cuando creías que eras el producto de una violación, y todo lo que yo pudiera decirle a Sabrae no serviría para tranquilizarla, sino para tratar de reafirmar sus sospechas. Así que me había inclinado, la había abrazado con fuerza, estrechándola contra mí con un brazo mientras recogía las cosas con el otro, y me la había llevado a casa, donde había dejado que llorara sobre mi pecho hasta que consiguió tranquilizarse y pudo escuchar la respuesta que yo llevaba horas construyendo.
               -Con lo luminosa que eres, creo que eres del cinco por ciento. Seguro que no quería contaminarte y confiaba en que conseguirías el futuro que te merecías.
               Ahora me daba cuenta de que mis palabras no habían sido muy acertadas, pues ninguna mujer se lo merecía ni tampoco se lo buscaba, pero habían sido consuelo para Sabrae, y con eso a mí me bastaba.
               -Con nosotros están a salvo-continuó Valeria-. Parte de la protección del ejército es para ellas, al igual que nuestros recursos. Estar bajo el amparo de la WWF hace que les lleguen los recursos que otras ONG no pueden conseguirles con la discreción de obtenerlos a través de una fundación que no se promociona como feminista, pero lo es.
               -¿Cuántas son?-preguntó Perséfone.
               -Demasiadas.
               -Sólo una ya serían demasiadas-respondí yo, cruzándome de brazos y estirando las piernas.
               -Son muchas más de una, por desgracia.
               -¿Por qué nos cuentas esto?
               -Porque el santuario necesita reformas y reparaciones constantes. Las cabañas en las que viven son idénticas a las nuestras, todo con materiales extraídos de la zona y con impacto ecológico mínimo. Tenemos un grupo especial dedicado a las reparaciones.
               -¿Y por qué no todos? Si les hacen falta manos, cuantas más, mejor, ¿no?
               -La prohibición de acercaros descansa sobre todo en que no lo hagan los hombres. Algunas han sufrido cosas inimaginables, y no pueden estar cerca de uno sin que su proceso de sanación se interrumpa. Tus tareas serán complicadas, Alec-Valeria me miró a los ojos-. Ayudarás a construir casas, comedores y enfermerías para personas que no se atreverán ni a mirarte y que retrocederán en cuanto tú te acerques. Muchos no lo soportan, incluso sabiendo que no es nada personal. Es un trabajo muy esclavo y muy poco agradecido, al menos visiblemente, aunque ellas lo necesitan y lo agradecen de corazón. Pero están tan dañadas que no pueden expresarlo, así que entendería que…
               Mi padre había violado a mi madre tantas veces que me sorprendía que mamá no sintiera terror siquiera la primera vez que otro hombre se le acercó. Le había pegado palizas, la había amenazado de muerte, y si no había intentado matarla era porque mamá había escapado  a tiempo. Mis primeros recuerdos eran de palizas y violaciones, al igual que los de Aaron que, aun así, había elegido a ese monstruo antes que a mamá.
               -Quiero hacerlo-sentencié. Para esto, exactamente, era para lo que había venido. No para alimentar mi complejo de salvador, no para ver puestas de sol preciosas, no para hacer el tondo con un montón de gente de mi edad de múltiples nacionalidades. No.
               Había venido para demostrarme a mí mismo que mi sangre no me definía, que ser hijo de mi padre no era mi condena, sino el punto de partida para andar mi camino, unos cimientos jodidos sobre los que hacer algo sólido y fuerte.
               -Te daré unos días para que te lo pienses…
               -No necesito pensármelo. Quiero hacerlo. Me da igual que no me lo agradezcan. He venido aquí a trabajar, no a que me aplaudan. Puede que escogiera hacer un voluntariado pensando precisamente en eso-dije, inclinándome hacia delante, anclando los codos en las piernas y mirando fijamente a Valeria-, y originalmente iba a irme con UNICEF y no con vosotros. Luego, mi novia me hizo ver que, por muy nobles que fueran mis intenciones, en el fondo seguía estando la base de que yo quería la validación de ayudar a unos pobres niños negros con mis poderes de salvador blanco. Venir aquí no luciría tanto, pero seguiría siendo bueno y seguiría aportando mi granito de arena sin inmiscuirme en asuntos que son culpa fundamentalmente de gente como yo. ¿Inglaterra es una nación colonizadora? Joder, que si lo somos-miré a Perséfone, y luego a Valeria de nuevo-. La culpa de que África esté como está es nuestra y de los putos franceses. No nos corresponde a nosotros colgarnos la medallita de haberla sanado cuando la hicimos enfermar, pero… sí apoyar cuando sea la propia África la que sane. Y aquí se está sanando a sí misma. Quiero compensárselo. Es lo menos que puedo hacer. Como europeo, y también como hombre. Me da igual que me odien y que no me perdonen. Incluso aunque fuera personal, yo no podría culparlas. Hay infinidad de cosas que habrán sufrido y que ni en mis peores pesadillas sería capaz de inventarme, pero también hay muchas otras que viví de primera mano y por las que sé que quien te hace ese tipo de daño no merece tu perdón. Así que trabajaré para ellas aunque no me perdonen. Es lo mínimo.
               Valeria sonrió; tenía los ojos húmedos.
               -Tu novia estará muy orgullosa de ti.
               Sonreí.
               -Ella ya está orgullosa simplemente con verme respirar.
               Puede que no lo pareciera, pero eso ya era toda una hazaña.
               -No es para menos. Pero ahora lo estará más.
               Me revolví en el asiento.
               -No sé siquiera si se lo contaré.
               -¿Por qué no ibas a contárselo? Es algo muy noble y que debería compartirse.
               -Porque ni siquiera debería tener que hacerlo. Ellas no deberían estar aquí-señalé con el mentón en dirección a los árboles detrás de los que se escondía el santuario-. Ayudarlas no es algo por lo que vanagloriarse, sino lo decente.
               Valeria sonrió, inclinándose hacia mí.
               -Eso es cierto. Pero que lo decente debiera ser la norma no quiere decir que no deba contarse, ¿no crees? La maldad en el mundo no debería opacar la bondad.
               Ahí tenía que darle la razón, pero tenía que pensar en ello. Sabía lo doloroso que podía ser este tema para una mujer, y más aún para Sabrae. No quería abrirle heridas que yo no estuviera allí para sanar. Ya lo había hecho una vez, y no pensaba repetirlo.
 
-Come on, Diana, we wanna say goodnight to you!-le gritó el público a la única figura al final de la pasarela en el escenario. La cara de Diana ocupaba las pantallas traseras, donde Scott, Tommy, Layla y Chad esperaban a que la música empezara. Diana sonrió y empezó a brincar, corriendo de un lado a otro mientras sonaban las primeras notas en el teclado de As it was.
               Era una sorpresa que los cinco habían preparado para la ciudad natal de Diana, y que habían presentado al final del concierto, tras comentárselo a sus compañeros y que todos estuvieran de acuerdo. Cuando pasaban por el pueblo natal de alguno de los concursantes de The Talented Generation siempre se les permitía ser los últimos en tocar, sin importar la posición en que hubieran quedado o que quizá ni siquiera hubieran tenido ocasión de cantar algo en solitario. Ya se sabía que el tour pasaría por Estados Unidos, con la correspondiente parada obligatoria en Nueva York, antes incluso de que Chasing the Stars llegaran a la final y quedaran segundos, pero incluso entonces, era evidente que Diana tendría la libertad de cantar lo que le diera la gana, y no exclusivamente Burnin’ up, la canción de Jessie J que había cantado en solitario en las pruebas del concurso.
               -Me imagino que sabéis qué necesito que hagáis antes de poder empezar-dijo la americana, ya en el centro del escenario, con el micrófono en la mano y las luces apagándose poco a poco. Apareció una cuenta atrás: tres, dos, uno. Entonces, todo el mundo habíamos chillado lo mismo, y la sonrisa de satisfacción de Diana era más porque hubieran sido capaces de adivinar sus intenciones que por el hecho de estar sola bajo los focos, algo que le encantaba y a lo que también estaba acostumbrada.
               Se había escabullido al final de la última canción para ponerse un mono de tirantes blanco con estampado de corazones rojos que no engañaba a nadie. Puede que su ropa no fuera tan estrambótica como la que se había puesto Harry en su época, pero, ¡venga ya! Era una Styles. Era evidente cuál iba a ser su elección. Además, tampoco se me ocurría mejor canción para terminar su concierto, que había sido más de ella que de nadie. El público la adoraba y adoraba que fuera la única estadounidense, que hiciera bromas con ellos y que no parara de hablar de que estaba en casa, de lo agradecida que estaba de la acogida que le habían dado y de las ganas tan tremendas que tenía de volver, ya solo con su banda, a romper récords que llevaban siendo demasiado tiempo de ingleses.
               Diana dejó de brincar y extendió una mano al aire.
               -Holding me back, gravity is holding me back. I want you to hold out the palm of your hand-giró la mano, cerrando los dedos dando un par de pasos acelerados hacia un lado-. Why don’t we leave it at that? Nothing to say-se llevó la mano al pecho- when everything gets in the way. Seems you cannot be replaced and I’m the one who will stay, oh.
               -In this world-entraron a acompañarla Tommy, Scott, Layla y Chad, que además estaba a la guitarra. Este chico podía con todo-, it’s just us. You know it’s not the same as it was. In this world, it’s just us. You know it’s not the same as it was. As it was-cantaron, mientras Diana volvía a brincar por el escenario, completamente extasiada. Una sonrisa de oreja a oreja le cubría la boca, y cuando se detuvo en seco, lo hizo mirando a alguien en el público, a un lado de la pasarela.
               -Answer the pone­. Diana, you’re no good at home. Why are you sitting at home at the floor, what kind of pills are you on?-se incorporó y se paseó hacia el final de la pasarela-, ringing the bell, and nobody’s coming to help. Your daddy lives by himself, he just wants to know that you’re well, oh…
               Chasing the Stars (no, más bien los coristas de Diana Styles) se pusieron con el estribillo, de fondo mientras cantaba Diana, y se rieron cuando ella se volvió completamente loca y corrió hacia ellos. Justo cuando llegaba la parte del puente, Diana se inclinó hacia delante, marcando el ritmo de la música con el tacón del pie que tenía adelantado.
               -Go home, get a head-empezó ella, sonriendo con chulería, estirando un mano frente a ella y haciendo un barrido frente a su cara, recorriendo todo el estadio igual que lo hacían durante el número de Grease lightning en Grease-, I don’t wanna talk about the way that it was.
               Se levantó de un salto y le tapó la boca a Scott, pero no contaba con que el resto de ingleses y el irlandés gritarían por él. Igual que Shasha, Duna, Astrid, Dan, yo y el resto de las familias.
               -LEAVE AMERICA!!!!!!!!!!!!!!
               -TWO KIDS FOLLOW HER-respondieron con rabia el estadio y Diana, ella pasándose la coleta por el hombro y yendo hacia el centro del escenario-, I DON’T WANNA TALK ABOUT WHO’S DOING IT FIRST. Hey!
               Diana pegó un brinco, el puño en el aire, todo su cuerpo flotando por un instante que se quedaría grabado para siempre en la memoria de todos los asistentes. Volvió el ritmo irresistible del teclado y…
               … se lanzó al público.
               Tommy y Scott se pusieron pálidos, aunque no más que Harry, al que incluso tuvieron que sujetar para que no fuera a por ella. Sin embargo, Chad y Layla sonreían ante su osadía, Niall directamente se descojonaba, y Louis le pidió a papá que lo subiera sobre sus hombros para poder grabar ese espectáculo mejor.
               -Será coña, espero-le dijo papá, fulminándolo con la mirada.
               -AS IT WAS. AS IT WAS. YOU KNOW IT’S NOT THE SAME…
               -Os la van a dar por cachitos-les dijo Niall a los padres de Diana, que sólo respiraron tranquilos cuando el público la devolvió al escenario en el momento justo de la última frase, cuando se disparó una lluvia de confeti y serpentinas que tuvo a  todo el mundo chillando.
               Diana se puso de rodillas y, en los últimos acordes de la canción, con las últimas notas del teclado, chilló:
               -¡TE QUIERO, NUEVA YORK!
               Todo se volvió negro, y cuando las luces se encendieron de nuevo, el escenario estaba vacío. El público empezó a rugir a modo de protesta, pero ya nadie acudiría a sus súplicas: se había acabado de verdad, al menos hasta la noche siguiente, en la que puede que Diana ni siquiera volviera a cerrar el concierto. Ya se vería; durante las noches en que habían tocado en Londres, Tommy, Scott y Eleanor se habían repartido los finales, siendo el de mi hermano el más sonoro, evidentemente.
                Me colé de nuevo en las bambalinas, donde todos festejaban, medio histéricos, lo que acababa de pasar. Incluso los que no habían estado subidos al escenario habían sentido la electricidad con la que había cantado Diana, a la que trajeron hecha un manojo de lágrimas que fue a abrazar directamente a sus compañeros de banda.
               -Gracias, chicos. Gracias, gracias, gracias. Os quiero, os quiero, os quiero. Te quiero-le dijo a Tommy, besándolo en los labios y estrechándolo con fuerza entre sus brazos-. Gracias, S-sollozó Diana, estirando una mano y tocándole el hombro. Mi hermano le guiñó el ojo y le devolvió el apretón.
               -No hay de qué, Lady Di.
               -¿Por qué te da las gracias?-preguntó Shasha.
               -La idea de que cantara As it was fue de Scott-explicó Layla, abrazando a la americana y besándole la cabeza.
               -¿A ti no te da vergüenza?-protestó papá-. Un Malik haciéndole los coros a un Styles. ¿Y en una canción de Harry? ¡Tú lo que quieres es que te desherede!
               -Pero, ¡papá! ¡No podía pedirle que cantara alguna tuya! ¡Imagínatela haciendo Dusk till dawn, la destrozaría!
               -Di más bien que se la robaría a Zayn-rió Chad, abrazando a Diana también.
               -Soy tan feliz-gimió Diana-. Tan, tan, tan feliz. No me merezco esto. No lo soporto-sollozó, dejándose besar a duras penas por Tommy, quien buscaba cada hueco en su cara, tapada por sus manos para esconder sus lágrimas, para llenarlo de besos.
               -Estamos orgullosísimos de ti, mi vida.
               Scott le sonreía a Diana con un cariño infinito, y yo recordé al chico que había sido hacía unos meses, ese primogénito chulo y algo prepotente que iba por la vida soltando perlitas del calibre “soy Scott Malik; no he nacido para hacerle los coros a nadie”. Y ahora, allí estaba. Abrazando a una de sus compañeras de banda después de haberse quedado al fondo del escenario, respetando su espacio y su momento.
               Scott había cambiado, sin duda. Pero eso no significaba que fuera para mal.
               Dejé que disfrutara de la euforia tras el concierto, y cuando por fin llegó el momento de irse a los camerinos a cambiarse y seguir celebrándolo, fui dócilmente detrás de ellos, como si me hubieran llamado o me llevaran atada y no tuviera más remedio. Pero quería hacerlo. Ahora que al menos sabía qué era lo que Scott opinaba de lo mío con Alec, podía prepararme y afrontar la conversación de la forma más adulta posible. No me pillaría por sorpresa nada de lo que habláramos; ahora que había visto al menos en qué se había convertido mi hermano, podía tratar de tener una actitud más abierta con él.
               Después de todo, si había pasado de chulearse de que jamás sería un secundario a aceptar ese papel sin rechistar, cabía la posibilidad de que también pudiera ser razonable y se dejara convencer.
               -S-lo llamé, y él se giró. Por la forma en que me miró, supe que no se esperaba que yo estuviera allí-, ¿quieres que hablemos ahora?
               Si íbamos a pelearnos, que fuera en un sitio que fuéramos a abandonar pronto, para así hacer antes las paces.
               -¿Quieres ya? Vale. Luego os alcanzo, chicos-le dijo al grupo. Sin pensarlo, me cogió de la mano y luego me la soltó, como recordando que yo podía querer tener mi espacio, pero yo sólo quería que las cosas fueran como antes con él. Quería que mi hermano me guiara por un sitio que conocía mejor que yo.
               Y él tiró de mí, conduciéndome por los recovecos del Garden hasta que llegamos a una sala acristalada que daba a la calle. Una salida de artistas que no iba a usarse esta noche, pensé, a juzgar por los candados del interior. Me pregunté si Scott me había llevado lejos para poder gritarme a gusto, y luego me dije que ya estaba bien de pensar tan mal de él siempre. Tenía que haber una explicación lógica a por qué estaba cabreado con Alec cuando no le había hecho nada.
               -Aquí hablaremos más tranquilos-dijo, y se inclinó a coger una botella de agua de una nevera que había en un rincón. Inspeccionó la habitación, y me di cuenta entonces de que nunca había estado en ella. Le imité: aparte de un par de sofás bajos de color oscuro y unas papeleras, no había mucho más mobiliario en la estancia. Sólo una planta en un rincón estirándose  desesperadamente hacia la luz. Apenas se veía la nevera, también de color oscuro, en la esquina opuesta a la calle. Me pregunté si parte de ser famoso era localizar las botellas de agua en un lugar a través de un sexto sentido que se te desarrollaba cuando te verificaban la cuenta en Twitter.
               Me tendió una botella, que acepté. Luché por abrirla, pero no fui capaz; al final, me la cogió de las manos y tuvo que abrírmela él. Me la quedé mirando un rato, pensando en las implicaciones de lo que acababa de hacer. La facilidad con que yo le tendía las cosas para que él las resolviera por mí, y me las diera ya sin problemas. ¿Era así como funcionábamos? ¿Era por eso por lo que se sentía con derecho a juzgar mis decisiones?
               -No tienes que correr a salvarme cada vez que yo la cague-me escuché decir, y Scott se quedó quieto. Ni siquiera se había sentado aún; probablemente estuviera pensando en romper el hielo conmigo preguntándome obviedades, del tipo si me lo había pasado bien en el concierto o si estaba tan enamorada de Alec como para perdonarle cualquier cosa. La respuesta a ambas era que por supuesto.
               -No podías abrir la botella y yo te la he abierto. Lo hemos hecho así un millón de veces. ¿Ahora supone un problema?-preguntó, sentándose frente a mí.
               -No se trata de la botella.
               -¿De qué entonces, Sabrae?
               -No te pongas a la defensiva-le pedí.
               -No estoy a la defensiva-respondió, a la defensiva. Y por un momento fue como tener a Alec delante de mí.
               Me reí.
               -Joder, pensé que podríamos hacerlo…
               -¿Hacer el qué?
               -Hablar como personas normales. Como hermanos, Scott. Y no como gente que está desesperada por discutir. Pero supongo que cuando se te mete algo entre ceja y ceja ya no hay quien te lo saque, ¿no es así?
               -Eres tú la que ha empezado, Sabrae, no yo.
               -Dios, eres igual que él-me reí, y Scott se puso en pie.
               -¿¡Igual que él!? ¿Estás de puta coña, niña? ¡Yo jamás te jodería tanto la cabeza hasta el punto de que casi consiguieras que te violen con tal de poder seguir con él!
               -¡Alec no tiene culpa de eso! ¡No tiene culpa de nada! Yo reaccioné mal. Reaccioné fatal porque no me di cuenta de lo que pasaba y… sabía que te ibas a poner así. Lo sabía, Scott. Sabía que tú y mamá y papá y mis amigas os pondríais así, y me señalaríais con el dedo si os decía que me había puesto los cuernos y luego os contaba más adelante que lo había perdonado. No ibais a dejarme perdonarlo.
               -¿Ahora la culpa es mía por querer algo mejor para ti que un tío que se pira un año a la otra punta del mundo, dejándote aquí sola, sabiendo que yo no voy a estar tampoco para poder cuidarte, y no aguanta ni tres semanas sin ponerte los cuernos?
               -Ese tío es uno de tus mejores amigos. Ese tío es por el que diste la cara cuando yo no quería salir con él. Ese tío ha impedido que Tommy muriera y ha permitido que tú estés aquí hoy. ¿No querías que pusiera respeto en tu nombre? Ponlo tú en el de Alec antes.
               -¿Cómo quieres que le respete después de en qué te ha convertido, Sabrae? Jamás en tu vida has sido tan descuidada ni tan insegura ni tan…-sacudió la cabeza-. Nunca le habrías ocultado una cosa así a mamá. Nunca. Y ahora…
               -La culpa de que yo me volviera chiflada no la tiene Alec.
               -Ah, entonces, ¿la tengo yo?
               -¡SÍ! ¡Sí, la tienes tú, Scott!
               -No me jodas, puta cría…-rió Scott, pasándose la mano por la cara.
               -¡La tienes tú, Scott! ¡La culpa es tuya! Porque sabía que reaccionarías exactamente como estás reaccionando. Como un puto hipócrita que ya no se acuerda de que incluso trató de convencerme de que le dijera que sí a Alec cuando yo no estaba preparada.
               -¡Eso es porque yo no sabía que te iba a hacer tan mal!
               -Lo que me hace mal es saber que mi familia siempre me exige la perfección. De mí y de mis parejas. Porque, ¡sorpresa, Scott! Ni yo ni Alec somos perfectos.
               -Eso es evidente. Pero yo no os pido eso a ninguno de los dos. Ahora bien, no me puedes pintar como el malo de la película cuando no quiero que estés con un pavo que te desestabiliza tanto que casi hace que te violen.
               -Alec no…
               -¡CASI TE VIOLAN, SABRAE!-bramó, agarrándome por los hombros-. ¡CASI TE VIOLAN Y YO LO IMPEDÍ POR LOS PUTÍSIMOS PELOS! ¡SI ÉL HUBIERA TARDADO UN POCO MÁS, NO QUIERO NI PENSAR EN LO QUE ESTARÍAMOS LAMENTANDO AHORA! ¿Le quieres muchísimo y no puedes vivir sin él y has decidido perdonarle? Me parece de puta madre. Bueno, no. Mentira. No me parece de puta madre; más bien me parece una puta comedia, pero es tu vida y yo no te puedo manejar como si fueras una marioneta. Lo que sí te puedo decir es que no me hace ni puta gracia. Porque no me la hace. No me la hace que te haya puesto los cuernos ni que tú llegues al extremo de volverte chiflada y pirarte de fiesta y drogarte y lanzarte a los brazos del primero que te pasa por delante sin distinguir siquiera si es un buen tío o no, porque, ¿qué habría pasado si Kendra no te hubiera colado sus llaves en el bolso, eh? ¿No crees que eso te habría jodido la cabeza más todavía? Si no te ha pasado nada es porque nosotros te protegimos. No Alec.  Y él me lo prometió. Me prometió que te protegería cuando yo no estuviera, y ni siquiera ha esperado a que yo me vaya para romper esa promesa.
               Scott se pasó una mano por el pelo, negando con la cabeza.
               -Estoy cabreadísimo con los dos. Contigo, por ser tan estúpida, y con él, por lo que te ha hecho. Eras una tía genial, Sabrae. Literalmente lo tenías todo. Eras lo que las demás no eran. Confiabas en ti y sabías lo que valías y sabías lo que querías y… ¿todo se jode por una puta llamada de teléfono? Esto tiene que venir de antes. Y yo he sido tan gilipollas como para no verlo.
               -Vaya, lo siento por no haberlo llevado con la entereza con lo que lo llevó Eleanor-escupí, y él se volvió hacia mí y se acercó hasta estar a centímetros de mi cara.
               -No te atrevas a meter a Eleanor en esto.
               Me mantuve en mi sitio, desafiante.
               -No voy a dejar que friegues el suelo con Alec sin traer a colación a Eleanor. A esto podemos jugar dos. Alec te mataría por siquiera hablarme en este tono. Tú también le pusiste los cuernos. Con dos chicas. Y a ti nadie te dice nada porque estabas drogado. ¿Y de repente Alec es el demonio si comete ese error? Eres un hipócrita, Scott. Él daría su vida por ti y tú ni siquiera estás dispuesto a dejar que se explique.
               -Yo también daría mi vida por él. Al margen de esto, es el mejor amigo que he tenido en toda mi vida. Si Tommy…-miró hacia la puerta, pensativo, y tragó saliva-. Si Tommy no fuera Tommy, estoy convencido de que mi mejor amigo sería él. Alec me ha hecho tan Scott como lo has hecho tú. Por eso estoy así, Sabrae. Porque pondría la mano en el fuego por él sin dudarlo, y la dejaría allí durante horas, creyendo que la sensación de quemazón son imaginaciones mías. Pero antes de ser amigo, yo era tu hermano. Incluso aunque tú nacieras después de que lo conociera.
               -Aun así, ¿no crees que es cosa mía si quiero perdonar o no a mi novio? Yo decido si le perdono o no. Es a a quien le habría hecho esto. Es mi novio, no el tuyo.
               -Sí, pero también es mi amigo. Entiende que no me haga ni puta gracia ser la razón de que os conozcáis, haberte animado a estar con él cuando ya os enrollabais, o haberos puesto todas las facilidades del mundo para que os enamorarais, y que ahora se folle a otra chica estando con mi hermana pequeña.
               -No se folló a otra chica-respondí, y Scott se quedó completamente quieto y me miró.
               -¿Qué? Dijiste que te había puesto los cuernos. ¿Me explicas cómo es eso de que no se folló a otra chica, entonces? Y, como me digas que se folló a un tío y eso no cuenta, te juro por Dios que te cruzo la cara, Sabrae.
               -Que la movida no es porque se follara a otra. Se besaron. Bueno, en realidad ella le besó a él.
               Scott parpadeó despacio, mirándome, procesando. Parecía estar haciendo ecuaciones de segundo grado de memoria frente a mí.
               -Habíamos llegado a un acuerdo y yo le dije que no pasaría nada si se tiraba a otras chicas, pero… el caso es que me dijo que se trataba de Perséfone. Fue eso lo que me desestabilizó. Perséfone. No él. Él no ha…
               Scott dio un par de pasos atrás. Se acercó a la puerta y miró a través de los cristales, al mundo girando a pesar de que nosotros acabábamos de detener nuestro pequeño universo. Se pasó una mano por el pelo y, entonces, puso los brazos en jarras.
               -Me cago en su puta madre. Me cago en sus putísimos muertos, joder. Yo lo mato. Lo mato.
               -Scott...
               -No. Lo voy a abrir en puto canal. Casi te violan por su culpa. Puto gilipollas de mierda. Sabía que era demasiado pronto para que se fuera. Lo puto sabía. Pidió que le dieran el alta en lugar de dejar que Claire se la diera cuando lo considerara preparado-se giró, rabioso.
               Y entonces, con el infierno ardiéndole en los ojos, soltó justo lo último que yo me esperaba escucharle decir.
               -El muy hijo de puta se lo ha imaginado.



             
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2 comentarios:

  1. Bueno empiezo este comentario haciendo a alusión a la frase que ha empezado por hacerme mierda: “El día que se muriera Tommy, si es que lo hacía antes que él, mi hermano iría justo detrás” O SEA, es que ya te vale con los foreshadowing tia, ya te vale, uno más y yo es que ya no puedo con mi vida.

    Continuo diciendo que el momento de Alec en la sabana mira es que lo adoro y la conversación con Valeria y la propuesta sobre ir a ayudar a esas mujeres es que dios voy a llorar tanto cuando narres eso y vea a Alec floreciendo como un capullito, de verdad no puedo.

    Termino hablando del putisimo scott malik y como el muy cerdo hijo de puta lleva casi una decada poniéndome malisima cada vez que roba el foco porque es que Dios mío no se como lo haces pero me dan ganas de pegar un berrido cada vez que hace cosas como darse cuenta con prácticamente NADA que el tonto de Alec se imaginó lo del beso y encima sacándose la polla arriesgando joder su Presentación en el MSG solo por dejar las cosas claras con Sabrae. Es que de verdad pfff no puedo con el tiene los huevos como melones del Día me da algo malo.

    Pd: termino recalcando el hecho de que TODAS las canciones posibles hayas hecho que canten As it was. Me meo viva Erikina.

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  2. Que engañada me tenías... Comento cositas:
    - Primero de todo, es simplemente innecesario escribir “El día que muriera Tommy, si es que lo hacía antes que él, mi hermano iría justo detrás. Quizá tardara unos días, puede que incluso semanas, pero Scott no estaba hecho para vivir en un mundo sin Tommy.” No deberías poder escribir estas cosas así te lo digo.
    - “Quién cojones se creía Scott que era? ¿Nuestro señor y salvador?” Pues un poco si que lo es, para que vamos a engañarnos.
    - El momento Sabrae imaginándose a Alec y hablando con él me ha encantado.
    - Scott negándose completamente a salir al escenario hasta que Sabrae accediese a hablar con él… muy típico del Scott que conocemos y adoramos.
    - Scott saliendo al escenario cantando “let’s not talk too much, grab on my waist and put that body on me” cogiendo a Tommy de la cintura simplemente una fantasia.
    - Luca me ha recordado a un perrito esperando a que sus dueños vuelvan a casa, adoro.
    - A Alec le va a dar algo sin follar hasta octubre, que risa por favor.
    - No sé si me gusta la idea de que Perséfone se quede todo el año…
    - La conversación con Valera me ha parecido preciosa, se va a venir llorera cuando Alec vaya al santuario. Creo que va a ser un momento muy importante para él y ya dice mucho que haya accedido a ir sin pensarlo un momento.
    - Y BUENO BUENO, AS IT WAS EN TU NOVELA, VER PARA CREER. Te aseguro que tu sufrimiento (que estoy segura no ha sido poco) ha merecido la pena, que auténtica maravilla: Diana con un mono de corazones rojos, tapándole la boca a Scott en el “leave america”, lanzándose al público, que fuera idea de Scott… es que te como la cara Eri de verdad.
    - La discusión de Scott y Sabrae muy fuerte: Scott culpándose por haberles animado a estar juntos, confesando que Alec sería su mejor amigo si Tommy no fuese Tommy (cosa que ya sabíamos, pero igualmente), Sabrae sacando a Eleanor y Scott cabreándose, Sabrae defendiendo a Alec como se merece… y Scott dándose cuenta de lo que pasó en realidad con 0.1% de información. ES QUE MENUDO FINAL DE CAP!!!!!
    Me ha ENCANTADO todo, estoy deseando leer más <3

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