domingo, 11 de diciembre de 2022

Invencibles.


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-Mimos-ronroneé, refugiándome en el regazo de mamá, que había echado hacia atrás el asiento de manera que pudiera tener las piernas en alto, como hacía cuando tenía mucho que leer y poco que anotar. El avión se mantenía estable en el aire en ese momento, ya atravesadas las turbulencias que el piloto nos había anunciado apenas habíamos despegado de Heathrow, pero no buscaba el calor maternal por miedo. La verdad era que yo llevaba muy bien todo lo de volar; era Scott el que se ponía nervioso con los despegues y sólo se permitía relajarse cuando el avión por fin se estabilizaba y el morro se ponía a la misma altura que las alas.
               Mamá rió, abriendo los brazos para dejarme hueco y dejando a un lado su iPad rosa. Pude ver que estaba leyendo documentación que se había traído del despacho, en la que había ido haciendo notas aquí y allá, aprovechando cada segundo incluso mientras los demás no hacíamos más que matar el tiempo leyendo, viendo películas o series, o haciendo propia la parte trasera del avión, en la que habían hecho un pequeño dormitorio diseñado no precisamente para dormir, y que a mí no me habría importado catar con Alec.
               Pero mamá no era de las que desaprovechaba una oportunidad para adelantar trabajo o se rendía fácilmente ante un reto laboral. Sin embargo, últimamente se estaba centrando mucho más en el despacho y trayéndose más trabajo a casa; dado el mes en que nos encontrábamos, dudaba que fuera por una subida de los casos. Sólo me quedaba preguntarme si lo hacía para distraerse.
               Claro que yo también podía ser una distracción tan buena, o incluso mejor, que la jurisprudencia del Tribunal Supremo de Inglaterra. Y siempre sería su trabajo preferido y prioritario: por eso me dejó hacer, envolviéndome con sus brazos y sonriendo en cuando mi piel entró en contacto con la suya. Puede que ella no hubiera sido la primera persona en tocarme cuando nací, pero seguía teniendo el poder de hacer que todo mi cuerpo entrara en un reparador estado de latencia cuando me tocaba. Mamá seguía siendo mágica, como tener los pies en la tierra o sentir que las olas perezosas te lamían unos dedos que se enterraban poco a poco en la arena, incluso a diez mil metros de altura.
               -Mi pequeñita-ronroneó mamá, los labios pegados a mi melena recogida en dos trenzas que me estaban haciendo mucho más cómodo el viaje. Ahora que no tenía a Alec conmigo para convencerme de que me dejara el pelo suelto porque le encantaba lo guapa que me hacía y lo fácil que le resultaba tontear conmigo a base de juguetear con él, había vuelto a sacrificar la belleza en pos de la comodidad-. ¿Estás nerviosa por ver a tu hermano?
               De todas las palabras que había podido elegir, mamá había acertado de lleno con la que había terminado por escoger: sí, estaba nerviosa por ver a Scott. Nerviosa en el sentido más amplio de la palabra: tenía tanto ganas de verlo como nervios y cierta ansiedad que ya no tenía tanto que ver con la anticipación. Acurrucada sobre su pecho de una manera que no podía resultarle cómoda pero por la que no se quejó, asentí con la cabeza e inhalé el aroma que desprendía su piel, a orquídeas y crema hidratante y calorcito agradable incluso en los días más sofocantes del verano.
               -Me alegro de que estés contenta-susurró, acariciándome la espalda con la yema de los dedos-. Estuviste unos días un poco apagada cuando él se fue. Sé que no está siendo fácil para ti, mi amor. Después de todo, no es lo mismo no tenerlo en casa porque está en el concurso que no tenerlo en casa porque ni siquiera está en el continente, ¿verdad?
               Asentí de nuevo. La verdad era que no sabía leer bien las emociones que tenía dentro de mí; supongo que para eso también me había vuelto dependiente de Alec, a quien le bastaba con una mirada para saber exactamente qué era lo que estaba pensando y, por descontado, cómo solucionar mis miedos.
               Estaba hecha un barullo, un griterío de vocecitas, cada una abogando por el argumento que le había tocado defender en una plaza de abastos en la que sólo había un cliente: yo. Y la verdad es que no quería escucharlas, porque si cerraba los ojos y me concentraba en mí misa, la tendencia de la multitud era clara:
               Estaba cabreada con Scott. Con Scott. Mi hermano mayor, mi persona favorita en el mundo hasta que había llegado Alec, mi primer confidente y mi guardián más infalible. Mi hermano mayor, que se estaba haciendo un nombre en el mundo de la música, que tenía al mundo a sus pies y, aun así, no se había subido a la parra y se había mostrado decidido a que fuera a visitarlo en el tour para aliviar un poco el dolor que supondría quedarme sin mi novio durante… ¿trescientos cincuenta días? Scott lo había hecho todo bien conmigo, me había cuidado y me había ofrecido una vía de escape a mis preocupaciones e incluso se había ofrecido a quedarse y que los demás hicieran el tour sin él, todo para estar a mi disposición y que yo pudiera acudir a él si lo necesitaba.
               Bueno, todo, todo bien, no. Había una cosa que Scott no había hecho bien a mi parecer, y ahora me encontraba de nuevo encerrada en ese callejón en el que lo único que parecía importar era lo que tenía delante, y no todo el camino que me había llevado hasta allí. ¿Recorrer un laberinto de mil recovecos y tener que retroceder sólo en la última pared era fracasar o triunfar? Con Alec lo había tenido claro: mi reacción tan visceral había sido producto de mi firme creencia de que es el destino, y no el trayecto, lo que importa. Había tenido la suerte de que al final trayecto y destino fueran uno, pero, ¿con mi hermano?
               Scott no le había dado a Alec el beneficio de la duda. Scott había decidido odiarlo desde el momento en que supo lo que creíamos que me había hecho. Scott se había lanzado a protegerme y estaba dispuesto a hacerle daño a Alec sólo por mis palabras. Al final todo había quedado en nada para mí, pero, ¿para Scott? ¿Se sentiría mal cuando se enterara de la verdad? ¿Querría pedirle perdón de alguna manera a Alec por haber sido mal amigo y no haberle defendido? ¿Se daría cuenta de que había metido la pata hasta el fondo dejando que unas lágrimas resacosas mías pesaran más que una vida entera los dos juntos, viéndose crecer y caerse y levantarse y ayudarse y convertirse el uno al otro en lo que estaban destinados a ser?
               ¿Se daría asco a sí mismo por dudar de él como lo había hecho yo, como yo me repugnaba a mí misma por simplemente haber sido capaz de creer, siquiera por un momento, lo peor de él?
               Ahora estábamos mejor que nunca. Tener su teléfono era un consuelo con el que yo no sabía que iba a contar, una bendición por la que no había rezado y que, sin embargo, hacía aún más luminosos mis días. Llamarlo y escuchar su voz y que me respondiera en el momento en lugar de a una semana vista era como sentir la caricia del sol sobre tu cuerpo desnudo en una playa paradisiaca. Él estaba feliz. Había encontrado por fin su propósito en la vida y había encaminado su andar hacia una ruta que le hacía bien, la primera que no era autodestructiva y que tomaba en dieciocho años de existencia.
               Yo debería estar bien. No debería sentir nervios en lo más profundo de mi ser, ni dolor de tripa ni náuseas, cada vez que pensaba en el reencuentro con mi novio dentro de… ¿trescientos cincuenta días?..., ni en qué haría cuando lo viera y si me atrevería a besarlo con una boca traicionera que había confesado unos pecados que no le pertenecían. Ahora que sabía que una parte de mí podía dudar de él, y no pensar que era mentira cuando Alec confesaba haberme hecho daño, sino en cómo podía no conocer esa faceta suya o creerse que me engañaba cuando había sido sincero, estaba dudando sobre si era digna de Alec o no. Pero él era la peor de las drogas, con el mayor de los subidones y también una tasa de adicción muy superior a la de la siguiente en la escala. Cada vez que recibía una carta suya, cada vez que abría un videomensaje, cada vez que miraba nuestras fotos, cada vez que leía las cosas que me había escrito o que yo había escrito hablando sobre él, cada vez que lo recordaba, cada vez que me masturbaba… esos miedos desaparecían. Sólo estábamos él, yo, y esa sensación de plenitud cuando estábamos juntos; la seguridad de que éramos invencibles.
               No sabía por qué, pero tenía la sensación de que Scott iba a cargarse eso en cuanto yo pusiera un pie en Estados Unidos. Y creo que por eso una parte de mí no quería bajarse del avión. Tendría que esforzarme por poner un pie tras otro, atravesar la cabina y luego la pasarela, en lugar de encerrarme en la cama que ahora mismo estaban aprovechando Liam y Alba, taparme con la sábana hasta arriba, y releer y releer su última carta una, y otra, y otra vez.
               Mi preciosísima, queridísima, valentísima Sabrae,
               Mi amor, mi luna, mis estrellas, mi cielo, mi todo. Ni siquiera hace 24 horas desde que me abriste los ojos y te diste cuenta de que no hay ninguna otra mujer que pueda compararse a ti y yo ya estoy completamente seguro de que eres la persona más trascendental que ha pisado nunca este planeta que ni siquiera es digno de ti. De no ser lo suficientemente listo como para inventarte, me habría plantado en Inglaterra ahora mismo para comprobar que eres real y no un producto de mi imaginación.
               Aún no me creo que hayas sido capaz de lograr lo imposible, que yo no crea lo peor de mí, desde tantísima distancia. Estos seis mil ciento cincuenta y seis con cincuenta y cuatro kilómetros que hay entre nosotros me están matando. Me duelen como un millón de alfileres clavándoseme en la piel por cada centímetro que hay entre nosotros. No dejo de pensar en lo mal que lo has pasado y la fiereza con la que has luchado para salvar esto que tenemos, tan puro y tan poderoso que, de ser visible a simple vista, haría apagarse de pura vergüenza al mismo sol.
               Y sin embargo, cuanto más lo pienso más sentido me tiene todo. No he dejado de repetirte desde que te conocí (en el sentido bíblico –bueno, coránico, que eres musulmana, aunque no ejerciente– de  la palabra) que no hay ninguna otra desde que tú has entrado en escena, que no he disfrutado con ninguna como disfruto contigo, y que ni mil polvos con mil mujeres distintas podrían compararse a un beso tuyo, y es que… es verdad. Aun a riesgo de sonar tremendamente ñoño (porque eso de llamarte “mi amor, mi luna, mis estrellas”, etc., etc., etc., no es de ser ñoño, sino periodista), preferiría mil veces arder en el infierno por ser blasfemo ante tu Dios por adorarte a ti que aceptar que haya ninguna otra mujer en este mundo. Eres la única. LA ÚNICA. Cada cosa que he hecho en el pasado y que he probado con otras para hacértela a ti era un ensayo para lucirme contigo y darte lo que te mereces. Yo no podría estar con otra chica. Mi cuerpo ya no respondería al beso de otra o a las caricias de otra. Por eso no vi las intenciones de Perséfone: porque desde que probé tu boca ya no me interesan los labios de las demás. Cómo las besaba, cómo jugaba con ellas o incluso cómo me las follaba era algo que hacía de manera consciente y que yo creía que no me costaba nada hasta que te besé, jugué contigo y te hice el amor y me di cuenta de lo que es la verdadera memoria muscular. Y no es ni lo que hago al boxear ni lo que hacía embistiendo a las chicas de mi pasado, sino lo que hago contigo, cuando estamos tú y yo juntos. Así que perdóname. Siento haberte hecho pasar ese mal trago y, sobre todo, siento haber dudado del poder que tienes en mí. Te prometo que jamás volverá a pasar; de hecho, cada vez que piense en ti encenderé una velita para rivalizar con esas estrellas que te tienen que tener una envidia terrible. Así que, nada, si a los dos días de perdonarme ves que hay un haz de luz permanente en dirección sur… tírale un beso, que voy a ser yo.
                Pero, bueno. Basta de hablar de ti y de inflarte ese ego ya de por sí gigantesco que tienes. Viendo que eres enana, no es de extrañar que te creas tanto, como dicen en El diablo viste de Prada: hombre pequeño, ego gigantesco. Sí, acabo de citar a El diablo viste de Prada. Entre eso y lo grande que tengo la polla (una polla que te echa terriblemente de menos, por cierto), no me extraña que estuvieras loca por encontrar una forma de perdonarme, cuando soy el mejor partido a ambas orillas del Atlántico. (Por favor, enséñale este párrafo a Scott y grábale mientras lo lee; adoro ver cómo implosiona ante la ineludible verdad de que YO SOY MEJOR QUE ÉL). Es que, en serio. Imagínate ser El Puto Scott Malik Marca Registrada y tener que vivir en la sombra de un don nadie más alto y más sinvergüenza que tú. No me extraña que necesite reafirmarse haciéndose famoso con el repasito que le estoy dando yo.
               Me había reído en voz alta la primera vez que lo leí, y ahora no dejaba de sonreír cada vez que llegaba a esa parte, pero también me preguntaba si Alec no se estaría mostrando demasiado positivo con un Scott que no se merecía esa confianza en él… o si mi novio sospecharía de lo que mi hermano podría estar pensando, pues sabía que Scott estaba al corriente de sus últimas supuestas andanzas, y trataba de aparentar normalidad cuando lo estaría comiendo vivo la ansiedad, y todo para que yo no me preocupara.
               Me congratulo en anunciarte que, desde que me perdonaste por tener la capacidad intelectual de un cacahuete, he salido de mi cascarón y he empezado a hacer cositas. Entre las cositas en cuestión se encuentra, nada más y nada menos, bombón, el haber ido por fin a ver la sabana. Valeria, la jefa (¿te acuerdas de ella? La comandante en jefe), se las apañó para conseguir que llegara cuando se estaba poniendo el sol, y ni confirmo ni desmiento que se me escapara alguna lagrimita, y eso que no estaba sonando la canción principal de El rey león. Pero… buah, bombón. No hay palabras para describir esos colores, esa infinidad de tonos dorados (que, cómo no, me recordaron a ti), o la sensación de pequeñez que te embarga viendo que mires donde mires sólo hay prado, animales haciendo su vida y luz, luz, luz y más luz. Me he sentido en paz conmigo mismo por primera vez desde que llegué, y también por primera vez he creído que hice lo correcto viniendo, incluso aunque eso suponga separarme de ti. Ojalá pudiera enseñártelo; esta tarde volveré, pero creo que las fotos que pueda hacer no le harán justicia. Sólo me queda invitarte a que vengas. Qué pena, ¿verdad? No vas a descansar tanto de mí como en un principio pensabas.
               También tengo noticias: a primera hora, justo después de desayunar, Valeria me ha mandado llamar y me ha dicho que ya me ha asignado mi tarea fija. ¡Redoble, por favor…!
               El muy bobo incluso había dibujado un par de tambores. No me imaginaba envejeciendo al lado de nadie más que de él sólo por eso.
               Voy a participar en las patrullas que van peinando la sabana en busca de animales heridos que requieran de nuestra ayuda y a disuadir a los posibles furtivos. Sí, has leído bien: voy a disuadir a furtivos. Yo, la persona más atractiva que ha existido nunca.
               Bromas aparte, sé que cuando leas esto te vas a poner nerviosa pensando que me van a dar una ametralladora y mi trabajo será cargarme a todo bicho viviente que vea que se acerca a un elefante con intenciones deshonestas. Aunque no me falten ganas de darles a esos cabrones su merecido (creo que los dos estaremos de acuerdo en que es lo justo), quiero que estés tranquila, bombón. Todos los que son seleccionados para ir a las patrullas de la sabana tienen la opción de rechazar las tareas sin dar más explicación, y sólo a unos pocos se les ofrece esta labor precisamente por su importancia. Por eso precisamente, los que van a la sabana son los mejores, y es con diferencia de las tareas que menos accidentes tiene. Hay que estar alerta y no es un trabajo fácil, pero Valeria me ha dicho que, el año pasado mismamente, de más de doscientas incursiones que se hicieron, hubo incidentes en tan solo once. Once de doscientas es una estadística bastante buena, y yo tengo mucha suerte, viendo el mujerón que tengo por novia. ᵔᵕᵔ
               No te preocupes por mí, de verdad. Sabes que mi principal interés estando aquí es conseguir volver a tu lado, así que seré prudente y obedeceré en todo lo que me digan. Para tu tranquilidad, que sepas que siempre va un soldado en cada misión, porque son los que mejor conocen la zona y también los que tienen mejor criterio respecto de los riesgos a asumir y qué batallas elegir. Según tengo entendido, el año pasado sólo una de cada cinco misiones se toparon con furtivos de primera mano, y nadie resultó herido gracias a ellos. Lo más que haré será, posiblemente, recoger trampas y avisar de las localizaciones en que haya cadáveres de animales para los que habremos llegado demasiado tarde. Creo que eso pasa más a menudo de lo que nos gustaría a todos, así que mejor no te pongo la estadística para que no nos deprimamos ambos.
               Nuestra principal misión realmente es ésa: ayudar a la fauna, porque para combatir el furtivismo ya hay patrullas específicas del ejército (de las que vienen muchos de los militares del campamento), pero no me sentiría cómodo conmigo mismo sabiendo que estoy por ahí y no te he contado los riesgos que hay. Porque los hay. Pocos, pero los hay. De todas formas, quiero que sepas que estoy muy contento con que Valeria me haya elegido para participar en esto. Es el trabajo más importante que hace la fundación, y saber que puedo suponer la diferencia entre la vida y la muerte siquiera para un bichito ya me hace sentir mejor conmigo mismo que pasarme el año entero ayudando a reparar las cabañas o construyendo barcas para ayudar a controlar el nivel de contaminación de los ríos de la zona. Tengo la primera excursión el sábado; probablemente, el día en que te mande esta carta, y la verdad es que estoy muy ilusionado. No me imaginé que se hicieran estas cosas aquí, pero ahora que sé de las posibilidades que hay, lo cierto es que no me imagino haciendo otra cosa. Ten por seguro que prestaré toda la atención del mundo, no sólo para no cagarla, sino para poder contártelo todo con pelos y señales en cuanto vuelva al campamento. Y haré un montón de fotos, no te preocupes. No dejaré de pensar en ti en cada minuto, y me aseguraré de dejar constancia de todo lo que me pase para que no sientas que te estás perdiendo nada.
               ¿Cómo estás tú? ¿Has vuelto a salir de fiesta medio desnuda, como me dijo Jordan que habías hecho el sábado? Nena, no quiero que pases ganas de hacer nada, ya lo sabes; pero creo que hay una diferencia entre disfrutar de tu sexualidad y coger el SIDA por el aire. Por favor, toma precauciones, ¿vale? Hagas lo que hagas, ponte bragas.
               ¿Qué hay de Jor? ¿Cómo lo lleva? Dile que echo de menos ver su fea cara y tenerlo a mi lado para hacerme parecer aún todavía más guapo. Avísame cuando le llegue la carta con los resultados del acceso a la universidad: le he pedido que me escriba en el dibujo que le mandé de una polla realista (bueno, vale, la verdad es que es un boceto de una polla porque yo no soy el artista de los dos; lo eres tú, Saab), pero dudo que lo haga. Adora hacerse el interesante.
               ¿Y qué tal están los demás? Bey ya ha empezado las prácticas, ¿verdad? Dile que me escriba si quiere, aunque no sé si podré contestarle. Flipas lo que cuestan los sellos aquí, y Mbatha, la ayudante de Valeria, ya me ha avisado de que tendrán que restringirme la correspondencia si no voy a parar de recibir cartas y las voy a estar contestando a todas, y eso que de momento sólo me habéis escrito tú, Mimi y Josh. Gracias por no decirles nada de lo que pasó, por cierto. Debió de ser muy doloroso para ti, y te honra que hubieras querido protegerme incluso cuando yo no lo había hecho contigo. Realmente no te merezco.
               Cuéntame también qué tal Scott, Tommy y el resto de súper estrellas de nuestro círculo de amigos. Si abuchean a Scott, grábalo también, que no voy a querer perdérmelo. Dales recuerdos, diles que les quiero mucho y que no duden en echarme la culpa a mí por no haber comprado compulsivamente sus canciones cuando no alcancen ni el top 10.
               Flipas lo que me acuerdo de todos vosotros. Os encantaría esto. Creo que voy a llorarle un poco a Valeria a ver si me deja organizar unas jornadas de visitas familiares y os venís todos en masa. Incluso ese súcubo del averno al que llamamos Tamika estaría invitada si lo consigo. Recemos para que pueda venirse y recemos aún más fuerte para que la secuestre una manada de ñus. Señor, nunca te he pedido nada.
               Me despido ya, mi amor. Gracias de nuevo por todo lo que has hecho por mí, y no me refiero sólo a lo que haría cualquier otro ser humano, como, por ejemplo, donar sangre para que mi cuerpo serrano pudiera sobrevivir al accidente. También hablo de convencerme para que viniera aquí y por ayudarme incluso en la distancia. Gracias, gracias, gracias. Te quiero, te quiero, te quiero. Cuento las horas para verte.
               Un saluCOÑA. ¿TE IMAGINAS QUE TE DIGO “UN SALUDO” DESPUÉS DE HABERTE HECHO MÚLTIPLES MAMOGRAFÍAS CON LOS DIENTES?
               Tu novio que te idolatra, como Julio César a Cleopatra,
               Al*
               *Alec Theodore Whitelaw, vamos. Para facilitarte la correspondencia con el resto de tus novios.
               PD: Oye, ya sé que soy un poco sinvergüenza pidiéndote esto, pero, ¿no me comprarías una camiseta de I NY? Siempre me han molado muchísimo y Diana no parecía captar la indirecta.
               PD2: DILE A DIANA QUE ESTÁ INVITADÍSIMA A LAS JORNADAS DE VISITAS FAMILIARES. ES MÁS, ME VOY A ASEGURAR DE QUE ME DEJAN ORGANIZARLAS SÓLO PARA PODER VERLA.
               PD3: Me apeteces ♡♡♡
               PD4: En septiembre me caduca la suscripción de Spotify Premium Estudiantes. ¿Me la cancelas? No quiero perder un año estando aquí haciendo el canelo y que luego me cobren el precio normal cuando sea un nini mantenido por ti. Gracias, mi amor ❤❤❤❤❤❤ La contraseña es Mimi1411, la primera con mayúscula. Y NO TE ME CELES, QUE NOS CONOCEMOS.
               PD5: Nada más. Chao, chao, wifey. 💘
               Había sido obediente como pocas veces en mi vida en cuanto había llegado al final de la carta por primera vez. No había perdido el tiempo: les había mandado fotos a sus amigos de las partes que hacían alusión a ellos para que también disfrutaran de su contacto, siquiera a través de mí (Tamika se había puesto como un basilisco cuando leyó lo del súcubo, y debo decir que la comprendía perfectamente, pues ella era la única que había apostado a todo o nada sin miedo por él), y había cancelado su plan de pagos de Spotify, no sin antes cotillear sus listas de reproducción privadas y regodearme en que había hecho varias dedicadas a mí. Lo último que había hecho antes de activar el modo avión había sido, precisamente, descargarme en mi móvil las listas en cuestión y acurrucarme en el asiento a escucharlas, ignorando las miradas molestas de Shasha, que contaba con que fuéramos jugando al Uno desde la pista de despegue.
               Al único al que no le había mostrado la carta de Alec había sido a Scott, y aunque una parte de mí trataba de engañarse y decirse que no se la había enseñado porque quería hacerlo en persona y ver su reacción para poder grabarla o describírsela a mi novio, la realidad era que no me apetecía compartir eso con S. Algo en mi interior me decía que no se merecía ese buen humor.
               Por eso estaba escondida en los brazos de mamá y por eso necesitaba urgentemente mimos. No estaba acostumbrada a tenerle rencor a mi hermano, ni a sentirme decepcionada por él por cosas que no tuvieran relación con sus propias cagadas.
               Es curioso: cuando Alec se había marchado, yo había visto estas vacaciones en la gira de mi hermano como un soplo de aire fresco, la posibilidad de sacar la cabeza del agua y poder tomar una gran bocanada de aire que me ayudaría a despejarme. Necesitaría huir de los lugares sobrecargados de recuerdos que eran mi barrio, mi ciudad y mi país, y que no harían más que recordarme lo que había tenido y las cosas que Alec y yo perderíamos: el aniversario de la primera vez que lo hicimos, nuestro primer Halloween, las primeras Navidades, el primer San Valentín a disfrutar de manera oficial, el primer aniversario oficial. Los edificios de Londres parecían burlarse de mí en la distancia, como diciéndome “mira lo que has tenido y a lo que te obligaste a ti misma a renunciar”, y Nueva York, con sus rascacielos burlones de los edificios de mi casa, sería el escondite perfecto para esos susurros en el viento.
               Hasta que Scott había creído sin dudar que Alec me había puesto los cuernos porque yo me había lanzado a una espiral autodestructiva, y ya me daba miedo lo que sentía por mi hermano. Estaba convencida de que él era una de las personas por las que había buscado tan desesperadamente una forma de redimir a Alec corrompiéndome yo para, así, poder justificar que continuáramos juntos. Scott me habría juzgado, incluso de forma hipócrita, por haber perdonado a mi novio por un error que bien podía no repetirse. Scott no habría querido que perdonara a Alec. Scott estaría esperando la noticia de que estaba de nuevo soltera cuando bajara del avión, y pondría mala cara y me diría que no me respetaba a mí misma si decidía ser benévola y obviar el agujero en mi alma.
               Yo solía querer ver a Scott. Acercarme a él no me producía ansiedad, sino tranquilidad. ¿Cómo podían haber cambiado las cosas tanto entre nosotros? ¿Siempre había sido así, o tener el mundo a sus pies lo había vuelto egocéntrico? ¿Había roto su promesa conmigo y había dejado que el programa lo cambiara?
               Con el pitido suave y elegante de todos los aviones, las luces indicando que había que ponerse el cinturón se encendieron, y el avión empezó un suave descenso en dirección al aeropuerto JFK. Me alejé del regazo de mi madre a regañadientes, que me guiñó el ojo y me dio un apretón en la mano antes de dirigirme a mi asiento. Recogió el iPad y, de nuevo, se puso a escribir en su pantalla unas notas que debían de correrle mucha prisa, si no tenía interés en mirar por la ventana como estaba haciendo Shasha. Mi hermana se había colocado los cascos a modo de collar, de modo que su pelo estaba atrapado en ellos, y en su rostro brillaba el reflejo del sol después de rebotar en la superficie del mar. Las olas se fueron haciendo más nítidas poco a poco, y las rutas de los barcos dejaron de ser hijas de fantasmas y nos permitieron ver quienes provocaban esos embudos que se estiraban y se estiraban hasta perderse en la inmensidad del océano. El avión se inclinó hacia un lado y por la ventanilla se asomaron los primeros vestigios de una humanidad que no era nómada, con casas de apenas un par de pisos en lo más cercano, y rascacielos arañando las nubes en el horizonte. Duna tenía la cara pegada a la ventanilla del otro lado, donde papá le había atado bien fuerte el cinturón para que entendiera que no debía soltárselo. Dan y Rob, el hermano de Layla, seguían jugando a las cartas a pesar de que ya no podían tener la bandeja del asiento de delante a modo de mesa. La pobre Astrid estaba en brazos de Eri, que la abrazaba con fuerza y le acariciaba despacio la espalda para tratar de tranquilizarla. Normalmente ella siempre le cogía la mano a Tommy y su hermano le decía que todo iría bien, pero ahora que el mayor de los Tomlinson no estaba para hacerlo, su madre había recuperado una labor que jamás le debería haber sido arrebatada. Mientras le susurraba palabras en español, Eri la encajó en el hueco entre su cuello y su pecho y siguió acunándola despacio, lanzándole una mirada de disculpa a la azafata que se dirigió hacia ella para pedirle que dejara a la niña en su asiento. Ambas mujeres sabían que era lo más seguro para la pequeña, pero también sabían que eso sería lo que más daño le haría.
               De modo que la azafata pasó de largo, comprobó que todos nos hubiéramos abrochado correctamente el cinturón, y regresó a la parte delantera del avión.
               Los rascacielos comenzaron a hacerse más y más grandes mientras el avión se deslizaba por el aire, sorteando baches imaginarios que sin embargo causaban estragos en la estabilidad emocional de Astrid. Eri chasqueó la lengua, acunando a la niña, mientras Louis se inclinaba y le daba un beso en la cabeza y le susurraba que no pasaba nada, que ya había estado en vuelos más moviditos y siempre se había comportado como una campeona, resistiendo las lágrimas como la valiente que era.
               -Wuala-admiró Duna, pegando aún más la cara al cristal, al ver los edificios de Manhattan destellando con el sol de media mañana. Aviones y barcos de todos los tamaños y formas iban de acá para allá, dominando cielo y agua y completamente ajenos a nosotros bajo la impasible mirada de unos rascacielos que ya no se inmutaban ante prácticamente nada. Me pregunté si podría verse el apartamento de Diana desde aquí, o el hotel en el que ya nos esperaban los Horan. La hermanita de Chad, Avery, había nacido hacía unos pocos días, y se habían adelantado a nosotros porque Chad no soportaba estar lejos de ella más de doce horas seguidas. Lo había pillado en mitad de un concierto que había terminado en un alarde de profesionalidad que no me sorprendía en absoluto de él, y había llegado por los pelos al nacimiento de la chiquilla, descubriendo un amor como el que nunca había experimentado y que creía que le sería negado de por vida.
               Con la bebé irlandesa en mente, deslicé la mano hacia la de Shasha, que entreabrió los dedos y dejó que se los cogiera. Ella también me había notado rara y nerviosa y puede que incluso hubiera adivinado a qué se debía, y no pude evitar preguntarme qué pensaba ella de todo lo que había pasado con Alec y con Scott. Como había cogido el teléfono cuando Alec llamó la primera vez no me había quedado más remedio que contárselo, y luego la había ido actualizando en las novedades hasta que, al fin, había podido darle la buena noticia de que todo había sido un tremendo malentendido. Shasha había sonreído, feliz, pero su semblante se oscureció cuando por fin procesó la información que acababa de proporcionarle, seguramente llegando a la misma conclusión que yo: lo de Scott era raro. Muy, muy raro.
               El avión tocó tierra con tres pequeños botecitos que hicieron que Eri se aferrara a Astrid como si la vida de ambas dependiera de ello, pero pronto se estabilizó y sus alas duplicaron su tamaño para poder detener el aparato. Tomé aire y lo solté despacio, notando que los nervios de mi interior se multiplicaban por mil a cada metro que el avión avanzaba. En poco más de una hora y media tendría a Scott delante de nuevo, y temía lo que sucedería entonces: ¿podría disimular que no estaba bien con él? ¿Encontraría en mi interior el afán por perdonarlo que tan rápidamente había aflorado cuando se trataba de Alec? ¿Me preguntaría por mi novio nada más verme o preferiría ignorar el elefante en la habitación? Sea como fuere, tenía demasiadas preguntas sin respuesta en mi cabeza y muy pocas ganas de resolverlas.
               Retrasé todo lo que pude el chasquido de mi propio cinturón al liberarse, y eso que Liam, papá y Louis se pusieron en pie para sacar el equipaje de mano de los compartimentos superiores nada más enfilamos por la pista en dirección a la terminal. Duna se dedicó a corretear de un lado a otro del avión, observando todo desde los dos ángulos que proporcionaban las ventanillas, pero a mí no me respondían las piernas.
               -Buen aterrizaje, Jaden-felicitó Liam al que normalmente iba de copiloto, pero que se había cambiado con el piloto a medio camino para que éste pudiera descansar. Jaden le dedicó una sonrisa de disculpa a Eri.
               -Hacía demasiado viento y me ha costado un poco estabilizar el avión. Lamento los botes.
               -No pasa nada. Los hemos llevado muy bien, ¿verdad, Ash?-preguntó, dándole un beso a su hija, que se encaramaba a ella como un koala, pero asintió con la cabeza.
               Shasha se quitó los cascos del cuello, los guardó en su mochila y se dispuso a incorporarse. Yo estaba en medio. Tenía que levantarme.
               Mamá guardó su iPad en su bolsa y enganchó la mano de Duna antes de que ésta saliera corriendo del avión. La regañó con firmeza, ordenándole que no se separara de ella bajo ningún concepto, y se colocó detrás de Eri, que aún llevaba a Astrid en brazos. Alba acarició a la pobre niña, que aún sollozaba ligeramente, mientras Liam le entregaba a Rob su bolsa de viaje después de mucha insistencia por parte de él.
               Me concentré en los diseños de la alfombra del avión de la banda, de un color crema un poco más oscuro que el fondo de la moqueta, y a juego con la decoración del avión. Se notaba que las mujeres habían sido las encargadas de diseñar su nuevo interior, cuidando de que cada detalle desprendiera una elegancia sobria. Los asientos eran de cuero de un precioso tono maíz claro, con los refuerzos de un blanco que nadie había dejado que se corrompiera. La parte de guardar las maletas era del mismo tono cremoso que el cuero de los asientos, y las mantas y almohadas, de un tono marfil o caqui que casaba con el entorno perfectamente. Todo estaba en armonía, diseñado para complacer, justo lo contrario a como sentía ahora mi vida.
               Sólo esperaba no tener una pelea con Scott que amargara el viaje de todos los demás, sobre todo de Duna. La pobre estaba tan entusiasmada por su primera visita a Estados Unidos que dudaba mucho que consiguiera permanecer cerca de mamá durante mucho tiempo, lo cual le haría ganarse unos buenos azotes.
               -¿Estás bien, peque?-preguntó papá, poniéndome un mano cariñosa sobre la cabeza. Asentí.
               -Sólo un poco cansada.
               -Mm. Puedes echarte una siestecita en el hotel, si quieres. Nos hemos pegado un buen madrugón-comentó, y era cierto. Había ido a recoger la carta de Alec a última hora del sábado, confiando en que harían una excepción conmigo por la cantidad de correo que tenía pensado mandar, como efectivamente había sucedido. De no haberme colado en las agendas de los carteros, la carta me esperaría impaciente durante una semana en un buzón que se llenaría con propaganda y otra correspondencia que no era tan importante como lo que yo esperaba. Y luego, después de leerla por la noche, había dormido apenas unas cuatro horas antes de levantarme de nuevo para ir al aeropuerto, poder coger el avión mientras todavía despuntaba el alba, y atravesar el océano en dirección a Nueva York de forma que pudiéramos aprovechar el día allí, y no  llegar justísimos para el concierto. A juzgar por la posición del sol, la jugada nos había salido redonda.
               Puede que una siesta fuera mi excusa perfecta para eludir mis problemas durante un par de horas más. Tal vez pudiera esconderme detrás del sueño que tenía atrasado para justificar un comportamiento errático del que todos se darían cuenta.
               Encontré en eso el consuelo suficiente para salir del avión y atravesar la pasarela en dirección a la sala de recogida de maletas de los vuelos privados. Íbamos a quedarnos menos de una semana, pero aun así habíamos tenido que facturar un par de maletas. Además, Eri y Alba se habían vuelto locas y le habían comprado a Vee y Avery un montón de regalos que se morían por darle, aunque no descartaban tampoco arrasar media Nueva York antes de conocer al bebé.
               Recogí mi maleta de las manos del chico con chaleco reflectante que me la tendió con reverencia, mucho más cuidado en esa operación que el que había tenido en muchos otros vuelos antes que el mío, ninguno tan importante. Encendí el teléfono, conecté los datos, y chasqueé la lengua al darme cuenta de que no tenía Internet allí, de modo que no podría recibir el videomensaje de Alec hasta que no llegara al hotel. De repente, mis ganas por adentrarme en el país se multiplicaron por diez.
               -Papi, ¿tienes datos?
               -Sí, pero poca batería. Se me olvidó poner a cargar el móvil en el avión.
               -Oh. Louis, ¿tienes…?
               -Ya avisarás a tus amigas de que has llegado cuando estemos en el hotel, Saab. Venga; Astrid está nerviosa. Vayámonos cuanto antes-pidió mamá, sujetando con fuerza a una Duna que ni siquiera se atrevía a protestar aunque tuviera los dedos de mamá clavados a la piel.
               No tuve más remedio que obedecer. Salimos por la puerta en dirección a la aduana, entregamos los pasaportes, nos escanearon las huellas dactilares y las caras.
               -Motivo del viaje-preguntó un funcionario gordísimo y aburrido de la vida, sin tan siquiera levantar la vista para mirarnos mientras rumiaba un donut cuyo glaseado se le había pegado al bigote. Shasha, que es igual que Alec y por eso se lleva tan bien con él, soltó:
               -Venimos a acabar con el orden constitucional estadounidense.
               Shasha!-bramó mamá mientras el funcionario levantaba la cara, alucinado, y hundía la mano para apretar el botón que llamaba a seguridad. Deseé que lo lograra antes de que mamá consiguiera convencerlo de que su segunda hija estaba chiflada y no medía la relevancia de sus bromas ni el momento adecuado para hacerlas, pero su colega de garita se inclinó hacia él y le dijo a través del cristal:
               -Son los Malik. La familia de Scott Malik, el de Chasing the Stars. Hoy tienen un concierto en el Madison Square Garden. Te dije que tenía que salir antes esta tarde porque tengo que llevar a Cindy y sus amigas allí. Deja que pasen.
               El funcionario puso los ojos en blanco y asintió con la cabeza, activando la barrera para que pudiéramos entrar en su país.
               -Enséñele a su hija a escoger mejor las bromas y el lugar en que las hace, señora-le dijo a mamá, que le dio mil gracias mientras se apresuraba a empujarnos hacia el espacio vacío tras la frontera para esperar a los Tomlinson, que recibieron una bienvenida mucho más cálida que la nuestra: resultó que el primer baile que había hecho con su esposa en su boda había sido con una canción de Louis sonando de fondo, así que acababan de cancelarle los antecedentes penales a mi hermana, supongo.
                -Escúchame bien-ladró mamá nada más papá cogió a Duna-. No se te ocurra volver a hacer bromas con ese tema, ¿vale? Estamos en un aeropuerto, somos inmigrantes aquí, y, lo más importante, Shasha Amira Malik, es que eres marrón. Eres pakistaní. Eres una terrorista hasta que se demuestre lo contrario, y como mínimo te llevará diez años de conducta intachable. ¿Quieres que te lleven presa, o prefieres que te peguen un tiro a sangre fría simplemente porque tienes más melanina en la piel que ellos?
               -Creía que no me estaban escuchando.
               -Siempre te escuchan. O, bueno, en realidad, no siempre te escuchan. Siempre oyen lo que dices y esperan a que les des una oportunidad para destruirte. Me parece genial que en las pelis o en las series que ves los adolescentes se comporten como hinchas antisistema, pero tú no puedes permitirte eso aquí, ¿te queda claro?
               Shasha se quedó callada.
               -¿¡Te queda claro!?-mamá la sacudió y Shasha asintió despacio.
               -Lo siento, mamá.
               -No me basta con que lo sientas. Necesito que no lo vuelvas a hacer, Shasha. Yo no tengo el mismo poder en este país que en casa. E, incluso en casa, si quieren hacerte daño por chorradas como éstas, yo llegaré tarde.
               Recordé las palabras de Alec en la carta: los cadáveres de animales para los que habremos llegado demasiado tarde, y no pude evitar preguntarme si no se trataba de eso la existencia humana; de llegar tarde a todos lados y tratar de minimizar sus consecuencias. Corriendo más. Pidiendo disculpas que no eran sinceras.
               Pensando en echarte siestas para no ver a tu hermano.
               Con lo bien que estaba con Alec… ¿realmente tenía que fastidiarlo todo enfadándome con Scott? ¿No podía, simplemente, pasar página y pensar en que mi hermano sólo me estaba protegiendo y sólo había hecho lo mismo que había hecho yo, es decir, pensar lo peor de Alec?
               Quizá estuviera siendo un poco dura conmigo misma, pero sentía que la situación en sí me superaba. Ojalá encontrara en Nueva York el consuelo que el vuelo hacia allí me había negado, pero dudaba que fuera capaz de hallar algo en un paraíso de recovecos que parecía creado específicamente para el escondite si no lo había logrado en el ambiente más despejado que había descubierto el hombre: la atmósfera sobre las nubes.
               Shasha caminó dócilmente, con la cabeza agachada y paso avergonzado, por detrás de mamá, que fue siguiendo la comitiva abierta por los Payne y cerrada por los Tomlinson. Astrid se había tranquilizado un poco: al menos ya no lloraba, pero todavía le quedaba tiempo para desestabilizarse en las carreteras en dirección al corazón de la ciudad. Lo que para mí era un consuelo porque me alejaba de mi hermano, para la más joven de todos era un castigo, ya que echaba tanto de menos a Tommy y Eleanor que había amenazado en su casa con coger un avión por su cuenta y plantarse en Estados Unidos ella sola, confiando en que sus hermanos estarían en el aeropuerto esperándola cuando llegara. Confieso que me daba un poco de envidia la fe ciega que aún tenía en sus hermanos, y que yo misma había tenido hacía una semana, nada más, cuando creía que podía refugiarme de cualquier cosa en Scott. Qué pena que no pudiera hacerlo de mí misma.
               Con mamá sujetando con fuerza la mano de Duna, atravesamos las puertas que daban a la salida de la terminal y automáticamente nos hicimos una piña. Así era como debíamos proceder en sitios públicos en los que cualquiera podía abordarnos: a pesar de que tanto mamá como Eri habían insistido en ello, al final Liam, Louis y papá habían decidido que llamar a sus antiguos guardaespaldas y pedirles que vinieran a recogernos al aeropuerto sería peor que atravesar nosotros mismos esos metros en dirección a la parada de los taxis, donde ya debería estar esperándonos el microbús de lujo que nos llevaría hasta la Gran Manzana. Nadie sabía a qué hora ni adónde llegaríamos, así que no habría nadie esperándonos cuando aterrizáramos, y la transición sería más fácil así que si movilizábamos a los guardaespaldas, a quienes las fans ya conocían y cuyos movimientos seguían con el mismo interés como los fans de los deportes los sorteos de los partidos de sus equipos preferidos.
               O eso creíamos nosotros.
               -Hasta luego, ¿eh?-dijo una voz burlona a nuestra derecha, una voz que yo conocía muy bien. Pero no podía ser. No había alboroto a su alrededor, ni el caos propio de cuando se presentaba en cualquier sitio, ni gritos ni desmayos ni estrés ni… no podía ser él.
               A Scott ahora lo perseguía el mundo entero. No podía estar en el aeropuerto y que nosotros no nos enteráramos.
               Y, sin embargo, en cuanto giramos la cabeza para mirar en dirección a la voz tan familiar que era imposible ignorarla, todos nos quedamos de piedra. Porque, efectivamente, allí estaba Scott: con una mano en un bolsillo y la otra envolviendo un vaso de plástico con un líquido violáceo que estaba sorbiendo perezosamente a través de una pajita transparente. Llevaba puestos unos vaqueros cortos, una camiseta de la NASA y una gorra de los New York Giants con la visera orientada hacia atrás. Nada de gafas de sol, nada de capuchas, nada de intentos de camuflarse. Lo único que no era suyo propiamente dicho, aparte de un vestuario con el que yo no le había visto en la vida, era que no llevaba el piercing del labio. Supongo que aquello habría arruinado su disfraz.
               Scott se rió al ver que nos quedábamos clavados en el sitio, mirándolo como pasmarotes.
               -¿Scott?-siseó mamá, los ojos como platos. Había aflojado la mano de Duna tanto que la niña se habría soltado si hubiera querido, pero ella también estaba tan impresionada que no se movió del sitio-. ¿Qué haces aquí?
               -Venir a buscaros, obviamente-le guiñó el ojo a mamá, dedicándole su sonrisa de Seductor™, y algo dentro de mí se encogió al recordar que así era como Alec me sonreía también. Que así era como Scott había conseguido todo lo que se había propuesto en la vida… y yo me había vuelto inmune a él, porque no sentía alivio al verlo. Sólo nervios rayanos en náuseas. No quería que estuviera aquí. Todavía no había decidido cómo comportarme con él.
               -¿Has venido aquí tú solo? Eso es peligrosísimo, mi amor. Tienes que darte cuenta de que ahora…
               -Ni siquiera tú me has visto, mamá, y me conoces mejor que nadie, así que estos yankees no tienen ninguna posibilidad-Scott rió por lo bajo, señalándolos por encima del hombro.
               -¿Cómo coño has hecho eso?-preguntó Shasha, impresionada. Liam y Louis miraron a papá, que respondió por él:
               -Igual que lo hacía yo.
               Scott miró a papá, todo orgullo y confianza en sí mismo y también un cierto agradecimiento por lo que había heredado de él, y se mordisqueó el labio justo por la zona en la que tenía el piercing, sonriéndose. Papá había sido legendario por desaparecer de la faz de la tierra cuando se le antojaba: sus fans podían pasarse meses y meses sin tener noticias de él mientras que él seguía viviendo su vida, haciendo viajes y visitando las atracciones turísticas más insospechadas sin que nadie se diera cuenta de que estaba ahí. Y lo mejor de todo era que lo hacía sin camuflarse como lo hacían los famosos la uso: todo lo contrario, papá iba a todas partes exactamente igual que iba en la banda, sin gafas de sol, sin sudaderas anchas o ropa extraña que no se le hubiera visto en más ocasiones. Era como si tuviera el don de la invisibilidad y pudiera encenderlo y apagarlo a voluntad, atrayendo la atención de la gente o repeliéndola como quien invierte las polaridades de un imán.
               Jamás había visto a papá mirarlo como lo miró entonces. Como si fuera lo más bonito que hubiera visto nunca, como si toda su existencia se basara en haber creado a Scott y haberle transmitido sus dones. Como si su único propósito en la vida hubiera sido dársela a mi hermano.
               -Es hijo mío, Sher-dijo con un orgullo en la voz que no rivalizaba por los pelos con cómo había sonado cuando, en el concierto por el 25 aniversario de la banda, le había dicho delante de 90 mil personas que había hecho un gran trabajo con Right now.
               Pero a mamá le podía más la preocupación por la impulsividad de Scott. Era más protectora que animadora. Por eso se giró y lo fulminó con la mirada.
               -Sí, el test de paternidad que os hicisteis cuando nació y que sea igual que tú a su edad no eran lo suficientemente ilustrativos. Me alegro de que haya heredado tu habilidad de camuflaje para poder confirmarlo.
 
 
-Llevo haciendo pruebas todo el día, y no me ha fallado ni una sola vez. No sé cómo coño lo hago-sonrió Scott, empujando la puerta de una de las tres suites en que íbamos a alojarnos: las suite Gotham City del Four Seasons. Atravesó la sala de estar principal en dirección a los ventanales que daban directamente a la calle, y desde los que se veía una esquina de Central Park y de la Quinta Avenida, y se giró para mirarnos, todo orgullo y regocijo. Puso los brazos en jarras y se rió, mordisqueándose el piercing que había vuelto a ponerse nada más habíamos entrado en el bus de lujo. Al final, resultó que sí que se había llevado a alguien de seguridad, pero que se había mantenido en un discreto segundo plano para no atraer la atención sobre él-. Impresionante, ¿verdad?
               -¿La habitación, o que seas capaz de esconderte entre la gente y que hayamos tardado 18 años en descubrirlo?-preguntó mamá, dejando a Duna en el suelo, que corrió a asomarse a los cristales. Empujó una puerta y se asomó el balcón, de manera que la cacofonía de la ciudad entró de lleno en la habitación. Scott miró en derredor.
               -¿Qué? No. La habitación… bueno, no está mal. Aunque deberíais ver cómo es la casa de los Hamptons de Diana. Flipé lo más grande cuando la vi. Si metes su código de alarma en Google Maps, te sale un plano con las habitaciones y todo. Me pareció la hostia. Pero no, no. Me refiero a que puedo hacer lo que me dé la gana sin que nadie se dé cuenta. ¡Y ni siquiera sé cómo hacer para controlarlo! Simplemente sucede, y punto. ¿Cómo lo hacías tú, papá?
               Apenas habíamos entrado en el coche, Scott se había puesto el piercing, se había quitado la gorra y se había puesto a explicarnos el accidente con el que había terminado descubriendo ese poder secreto suyo que, aparentemente, sólo él de todos los que conocía tenían. Habían comprobado nada más llegar al aeropuerto que su fama trascendía nuestras fronteras, con gente esperándoles en todos los rincones, tanto fans como paparazzi. Se habían pasado unos días en los Hamptons, relajándose y preparándose a partes iguales para el tour por Estados Unidos, que sería un poco diferente del que habían hecho por Inglaterra. Hasta allí, todo había sido normal: los trabajadores de la casa de Diana eran educados y estaban acostumbrados a lidiar con gente famosa, por lo que un grupo de críos alborotadores no eran nada comparados con las estrellas que Harry y Noemí habían alojado antes en sus casas, así que no servían para hacer la prueba. No obstante, el día anterior se habían trasladado ya al corazón de la ciudad para estar más cerca de los ensayos y ser más accesibles para las promociones, lo cual había hecho que el ocio se redujera a estar encerrados en el hotel o, como mucho, pasearse por las salas comunes y rezar por que la seguridad fuera suficientemente buena como para que no ocurriera ningún accidente. La productora no se hacía responsable de lo que los exconcursantes hicieran en sus ratos libres; sólo garantizaba su seguridad en los traslados para los conciertos, ensayos, entrevistas o demás trabajos de promoción que eran parte de su labor. El tiempo libre era cosa suya, al igual que lo era el cuidarse cuando no estuvieran currando.
               Tener a dos docenas de adolescentes encerrados en un hotel no era algo que nadie tuviera pensado que fuera a salir bien, pero nunca habían tenido problemas con los exaspirantes anteriores. A pesar de que sí que habían hecho conciertos en el extranjero antes, ninguno había sido tan lejos de casa ni en lugares tan concurridos, con lo que muchos de ellos bajaban a la calle y se encontraban con la bofetada de la realidad que era ser estrellas en alza en una ciudad que buscaba cometas consagrados para siquiera mirarlos dos veces. Pero, claro, entre esa gente había Malik, Tomlinson, Payne, Horan. A la única a la que podían estar mínimamente acostumbrados y que sabía cómo funcionaba la ciudad era Diana, pero ésta estaba enamorada de la atención y se daba un baño de masas cada vez que podía.
                Así que había chicos que habían salido sin más preocupaciones, y luego los hijos de One Direction, que tenían que lidiar con la atención en el momento en que ponían el pie en la calle. Por eso, Tommy y Layla habían decidido quedarse en el hotel, encontrando otras formas de entretenerse que nada tenían que ver con la compañía de nadie más que de ellos dos. Diana se había ido a su apartamento,  a un par de manzanas de distancia, así que la productora ni se preocupaba por ella. Chad se pasaba los días encerrado en la suite que ocupaban sus padres, dándole mimos a la pequeña Avery. Y Scott y Eleanor… bueno, ellos cargaban con el peso de la promoción de su edición. Los llevaban de acá para allá, los ponían a hacer anuncios, entrevistas, a explotar su apellido y su relación, así que no habían llevado bien lo de estar encerrados. Ni se les había pasado por la cabeza que aquello fuera una posibilidad para ellos. En cuanto tuvieron un poco de tiempo libre, Scott le dijo a Eleanor de dar un paseo por Central Park, un plan romántico que ella no pudo rechazar. Salió bien durante media hora; luego, alguien los reconoció y tuvieron que refugiarse en las tiendas de lujo de la Quinta Avenida, que tenían seguridad e impedían a fans histéricas entrar en su recinto. Eleanor encontró consuelo en gastarse su primer sueldo de famosa en vestidos de fiesta y zapatos que dolían con sólo mirarlos, pero Scott terminó aburriéndose mientras ella compraba y preguntó si había una salida exterior. Prefería que lo acosaran en la calle a tener que aguantar un minuto más sentado en los sofás de cuero más caros que un billete de ida a la ciudad viendo cómo Eleanor jugaba a los pases de modelos.
               -No te parece mal que me vaya, ¿verdad, mi amor?
               -Tú limítate a sobrevivir hasta que podamos cantar Wrong mañana, mi amor-lo había despedido mi cuñada, agitando una mano en el aire fuera de la cortina del probador. Scott se había levantado, se había metido en el probador con ella y le había dado un beso tan apasionado que Eleanor se había quedado sin aliento.
               -Por si no vuelvo-ronroneó él, mordisqueándole el piercing. Eleanor lo cogió por las solapas de la camisa y tiró de él tanto que su nariz rozó su mandíbula.
               -Asegúrate de volver. Quiero hacerlo con mi novio en cada estado de este deprimente país.
               -Ya va siendo hora de que haya Carolina del Este y del Oeste, entonces. No sólo deberían existir Carolina del Norte y del Sur-se había reído Scott, y Eleanor se había echado a reír y se había colgado de sus brazos para darle un último beso de despedida antes de que él se fuera hacia lo desconocido.
               Scott había terminado saliendo por la puerta trasera de la tienda, rodeando los edificios entre la suciedad y las ratas, y regresando a la luminosidad de la calle. Se quedó en la esquina, esperando para ver si lo encontraban, pero nadie pareció fijarse en él. Lo sortearon y lo empujaron a partes iguales, y cuando pareció que podía irse sin más, eso fue lo que hizo mi hermano: irse sin más.
               Caminó y caminó y caminó con una sensación rara en el estómago, como si tuviera algo aprisionándoselo y a la vez inflándoselo para que se lo creyera de una vez. Al principio, cruzaba calles cuando veía grupos de chicas jóvenes que iban en su dirección. Luego empezó a hacerlo sólo cuando las chicas iban comentando música que salía de los altavoces de sus teléfonos a todo volumen. Luego, sólo cuando iban escuchando música de One Direction, las versiones que Chasing the Stars habían hecho en The Talented Generation, o Just Can’t Let Her Go.
               Cerca del hotel, Scott decidió jugársela y se quedó parado al lado de un grupo de chicas que discutían sobre cómo conseguir la mejor zona en la pista mientras esperaban a que un semáforo se pusiera en verde.
               -Dicen que Scott mira más hacia la izquierda. Eso es algo que también hacía Zayn-dijo una.
               -Pues habrá que pegarse para cambiarnos los asientos-respondió otra.
               -¿Qué hacemos si no nos dejan entrar en bikini?
               -Nos dejarán. Muchos de ellos están solteros, y otros son unos mujeriegos de la hostia. Fijo que con esos bikinis de Banana Moon, conseguimos que nos llamen al backstage.
               -Dicen que Eleanor no para de hacer cosas y que tiene a Scott desatendido. ¿Creéis que le pondrá los cuernos?
               Scott se había puesto rígido al escucharlo.
               -Sí-dijeron las cinco chicas al unísono-. Por eso lo de los bikinis. Eleanor está prácticamente plana-puntualizó otra.
               -Mm. Yo tengo un sujetador lencero que da el pego-comentó una.
               -¡Pues a por él, puta!-ladró otra, levantando la mano y aullándole al viento. Scott se quedó parado en ese lado de la acera mientras ellas cruzaban la calle sin mirarlo ni una sola vez.
               Y luego, casi lo atropellan cuando echó a correr tras ellas. Quería que supieran que les había escuchado todo y que no tenían nada que hacer.
               Fue como si algo alrededor de él cambiara. La gente empezó a mirarlo y a detenerse mientras él avanzaba hacia las chicas, que caminaban extrañamente rápido para lo incómodas que parecían sus sandalias.
               -¡Eh!-dijo, pero no le hicieron caso. Es lo que tiene vivir en una ciudad en la que todo el mundo quiere captar tu atención, y no tienes segundos en el día suficientes para regalárselos a todos, así que no se lo regalas a ninguno-. ¡EH!-bramó, agarrando a una de las chicas por el brazo y haciendo que se detuviera. Y que, de paso, casi le calzara una hostia.
               -¡Que te jodan, puto baboso de mierda! ¡No estoy inte…!
               La chica se puso pálida al darse cuenta de a quién tenía delante, y sus amigas abrieron la boca, estupefactas. Sólo una atinó a sacar el móvil y empezar a grabar el rapapolvo que les echó Scott.
               -¿Quién cojones os habéis creído que sois, hablando así de mi novia? Ya podéis ir revendiendo vuestras entradas, porque como os vea desde el escenario, pienso parar el concierto y no lo reanudaré hasta que no os echen a patadas, panda de zorras prepotentes. Ni amontonadas unas encima de las otras le llegaríais a la suela de los zapatos a Eleanor, así que más os vale lavaros la boca con ácido la próxima vez que queráis hablar de ella. ¡Ah! Y Eleanor no está plana. Sus tetas son alucinantes. Literalmente perfectas. Ya os gustaría a vosotras tener las tetas de Eleanor aunque fuera sólo por todas las veces que se las he comido yo. Ale, ¡a comprar mucha ropita, sexteto de Karens!-Scott le dio una palmada en los hombros a una de ellas-. ¡Como no vengáis a mi concierto con burka, veréis la que se va a liar!
               La multitud se lo había tragado entonces, y Scott había tardado 45 minutos en recorrer menos de cien metros. Hubo momentos en que creyó que no lo contaba. Luego, consiguió entrar en el vestíbulo del hotel y subió corriendo a la suite que compartía con Chasing the Stars y su novia, que todavía no había llegado de su tarde de compras.
               -¿De dónde vienes?-preguntó Tommy, que tenía el pelo revuelto y la piel resplandeciente por lo que sólo podían haber sido unos polvos geniales con Layla-. ¿Y dónde está mi hermana?
               -No te vas a creer lo que tengo que enseñarte-respondió mi hermano, agarrando de Tommy por la muñeca y tirando de él.
               -¡Tío, tío, que tengo que vestirme!
               Diez minutos después, Tommy y él estaban sentados en la parte trasera de un taxi, Tommy encogido como un animal en el matadero que escucha los gritos agónicos de los demás, y Scott inclinado hacia delante.
               -¿¡Adónde vas!?-chilló Tommy cuando Scott abrió la puerta del taxi.
               -¡Mira lo que hago!-dijo Scott. Tommy se pegó a la puerta por la que Scott acababa de salir, sin atreverse a imitarlo, y abrió la boca, alucinado, cuando Scott se metió entre la gente y no pasó absolutamente nada. Scott se apoyó en la pared de un edificio, sonrió, subió un pie hasta colocarlo contra la pared, y se metió las manos en los bolsillos del pantalón. Esperó, esperó, esperó, y la gente siguió pasando sin hacerle el más mínimo caso.
               Tommy abrió la puerta del taxi.
               -¿Cómo coño haces…?-empezó, y un par de chicas que pasaban lo miraron, lo reconocieron y chillaron, y Tommy retrocedió en el taxi, y las chicas miraron en la dirección en que hablaba Tommy y vieron a Scott y chillaron aún más fuerte. Scott corrió hacia el taxi, que salió derrapando y se perdió entre el tráfico antes de que ellas consiguieran otro para perseguirlos.
               Hicieron la prueba en otros tres sitios, y ninguno sabía cómo, pero el caso es que nadie veía a Scott mientras él no quisiera ser visto, pero en el momento en que quería llamar la atención, todo el mundo centraba la vista en él.
               Algo que a mí me habría gustado heredar también. Me sería muy útil tener una capa de invisibilidad incorporada que me ayudara a eludir las miradas de mi hermano. Por la forma en que sus ojos no dejaban de deslizarse hacia mí, supe que estaba controlando cada uno de mis movimientos y monitorizando el momento en que nos quedaríamos solos para poder preguntarme qué tal estaba. Por la forma en que me miraba, además, supe que se esperaba que yo me echara en sus brazos cual damisela desconsolada, le dijera que ya no tenía novio, y que necesitaba quedarme con él el resto del verano.
               Iba a ser toda una decepción.
               -¿Dónde están los demás?-pregunté. La sonrisa de Scott se congeló en su rostro un segundo. Sabía que algo no iba bien conmigo, pero no podía entender el qué, y eso que yo me había esforzado todo lo que había podido en fingir que las cosas entre nosotros eran normales, que estaban bien. Le había dado un beso nada más entrar en la furgoneta, le había sonreído de manera cordial durante el viaje, e incluso me había unido a las risas de los demás cuando se detuvo a narrar los momentos divertidos de su experimento, mimetizándome con el entorno exactamente igual que lo había hecho él. Y, aun así, había algo que no nos encajaba a ninguno de los dos, pero que tampoco éramos capaces de señalar.
               -Diana y El, de promo. Creo que Zoe las acompañó antes de compras, pero a esta hora ya deberían estar grabando algunas entrevistas. Chad está con Avery…
               -Eso explicaría por qué Niall no ha venido corriendo a verme-se mofó Louis, y papá frunció el ceño.
               -¿Aparte de por lo evidente: que no te soporta?
               -No soporta no poder controlar las ganas que me tiene estando cerca de mí, y le da igual que también esté mi esposa.
               -Si quiere llevarte con él, que me avise con tiempo para que pueda envolverte y ponerte un lazo en la cabeza-se burló Eri, echando mano del minibar y abriéndose una botella de agua.
               -Y Tommy y Layla están ocupados.
               Por la manera en que Scott alzó las cejas, separó las piernas, se colocó las manos por detrás de la espalda y esbozó una sonrisita de suficiencia, me di cuenta de que se alegraba y también le divertía cómo Tommy estaba aprovechando el cambio de país para no perder el tiempo. Era como si las nacionalidades de sus dos novias estuvieran invertidas, y Layla fuera la americana que recargaba energías en Manhattan, y Diana la inglesa que adoraba hacerlo con la silueta del Big Ben en la distancia. Me pregunté si Tommy tendría algo por las extranjeras.
               -Seguro que estás encantado de tener que haber hecho un hueco en tu apretadísima agenda de estrella del pop para poder recoger a tu pobre viejo en el aeropuerto, ¿eh, S?-rió Louis.
               -Estrella en alza-le corrigió papá.
               -Y del rock-añadió Scott, de nuevo esa sonrisa chulesca en su boca. No me miró, ni yo a él, cuando me acerqué a las ventanas para mirar hacia abajo. El asfalto parecía estar a kilómetros. No recordaba esa sensación de pequeñez la última vez que había estado en Nueva York, visitando a los Styles por el debut de Diana en las pasarelas, hacía pocos años. Yo era más pequeña por aquel entonces, y aun así, a pesar de que los Styles vivían en un ático, no me había dado la sensación de estar tan alejada de la calle como en aquel momento. Me había gustado la casa de Diana y su habitación me había parecido una pasada, acorde con el entorno y en cierta medida superior a él, pero esto… no terminaba de encajarme de lo que recordaba de Nueva York. Era como estar en otra ciudad completamente distinta, cuyos ángulos de luz nunca antes había visto.
               O puede que se debiera a que había visitado Nueva York relajada la primera vez, y ahora estuviera en tensión, temiéndome lo que supondría quedarme a solas con mi hermano. Estaba agotada por el viaje y necesitaba dormir mínimo doce horas seguidas, pero sospechaba que mi familia querría aprovechar el día yéndose a comer por ahí. Tenía que seguir la corriente si no quería darle a Scott la oportunidad de que me pillara por banda a solas, me interrogara acerca de Alec y me obligara a mentirle…
               … o peor: a decirle la verdad y pelearme con él. No sabía por dónde terminaríamos saliendo ambos; sólo sabía que quería quedarme eternamente en el remanso de paz en el que me había encontrado mientras surcaba las nubes. 
                -Ya te gustaría-replicó Louis, burlón. Papá se sonrió, pero no dijo nada, cuando Scott refunfuñó algo sobre que algunos no necesitaban entrar por la puerta grande para hacerse un nombre en el salón de la fama, sino que eran capaces de lograrlo por el camino más escarpado-. Cuidado, niño. Tu única canción original es un remake de una que nosotros desechamos.
               -Algo que mi banda no cometerá el error de hacer. No renunciaremos a temazos ni los enterraremos en una montaña de demos que nunca salen a la luz.
               -Eso dices ahora-Louis se acercó a la habitación que iba a ser de los Tomlinson y abrió la puerta. Examinó el interior mientras Eri se paseaba por la estancia, analizando las vistas y las salas de descanso. Por la forma en que miró con añoranza los sillones y el ángulo de la luz, supe que estaba contemplando la posibilidad de que, en algún momento de nuestra visita, pudiera sentarse y leer un buen libro. A mí no me vendría mal. No recordaba la última vez que me había concentrado en una lectura y había sido capaz de disfrutarla y empaparme con los mundos que se creaban con las palabras.
               Bueno, sí. Sí que lo recordaba. Había sido ese día que había estado en casa de los Whitelaw, cuando llegó la primera carta de Alec. Y luego yo le había escrito aquella estupidez de que estaba embarazada y todo se había ido a la mierda.
               -Todavía me queda un rato libre, ¿queréis que os enseñe la ciudad?-se ofreció Scott. No pudo resistirse a mirarme con su proposición, y yo simplemente me retiré de la ventana. El asfalto me llamaba, sí, pero ya tendría ocasión de explorar por mi cuenta. Puede que incluso yo todavía fuera inmune a la fama de Scott allí y pudiera pasear tranquila por la ciudad, perderme en sus calles y pasar el tiempo mientras reflexionaba sobre mi siguiente movimiento como una ajedrecista innata, que todavía no conoce las grandes jugadas de la historia pero que es capaz de esbozarlas en su cabeza.
               -¡Pero bueno! Llevas aquí sólo una semana, ¿y ya te crees el dueño y señor de este lugar? ¿No sabes que hemos visitado esta ciudad más veces de las que tú has venido nunca?-preguntó papá, y Scott sonrió.
               -La última vez que viniste, anciano, ¿estaban siquiera empezados los rascacielos que tenemos alrededor?
               Louis rió sonoramente.
               -Se lo has puesto a huevo.
               -Es gilipollas como lo eres tú. Es lo malo de que lo hayamos criado entre los dos.
               -¿Queréis una excursión, o no?
               -Yo paso-dije la primera, y Scott me miró, sorprendido. Siempre solía apuntarme a todos los planes. Bostecé sonoramente para intentar conseguir distraerlo-. He dormido poco esta noche y me vendrá bien recuperar el sueño. Ya sabes… para poder desfasar a gusto en tu concierto-sonreí, cansada. Creo que la sonrisa me quedó demasiado forzada, ya que me tiraba de las mejillas terriblemente, pero no podía ofrecer nada mejor. Necesitaría tomar clases de interpretación si seguía a este paso.
               -Yo me iré a eso de las cuatro. Todavía te quedaría tiempo para echarte una buena siesta antes de ir. Tienes el asiento reservado.
               -Prefiero no arriesgarme. Tu debut internacional no es todos los días.
               -Mi debut internacional ya ha pasado.
               -Irlanda no cuenta como el extranjero. A duras penas cuenta como país-dijo Louis.
               -Niall no está aquí para escucharte, ¿recuerdas?
               -Mierda, es verdad.
               -Hablo de tu debut internacional al otro lado del charco. Sé que es una noche importante para ti, y quiero estar a la altura-dije, y me salió muy natural por ser verdad. Quería estar a la altura. Quería pasármelo bien. Quería que Scott me hipnotizara como lo hacía antes, en los concursos, en los conciertos en casa, como lo había hecho en el concierto de Wembley. Quería estar entera y bien espabilada para poder disfrutar del único momento en que nuestra relación se mantendría intacta y sería como si todo fuera como antes, aunque ya no fuera así.
                Puede que tuviera rencor por cómo se había portado Scott con Alec, pero eso no hacía que fuera a dejar de admirarlo como artista. Incluso un ciego vería su potencial. Hasta un sordo sería capaz de notar el talento de su voz.
               Me entristecía tener que pensar en mi hermano de esa manera, como si él fuera mi ídolo y yo su fan, pero era mejor eso que nada, me dije.
                -Pero id vosotros si queréis-dije, mirando a mis padres y a los Tomlinson. Shasha estaba indecisa, sus ojos saltando de rostro en rostro en busca de una solución que nos satisficiera a todos-. Yo puedo quedarme con los niños. Echaré el pestillo y nos iremos a dormir la siesta, ¿os parece, peques?-dije, acuclillándome para ponerme a la altura de Duna y Astrid, que trotaron hacia mí sorteando a Scott. Mi hermano no dijo nada; simplemente se quedó allí parado, constatando que había perdido el dominio de la situación. Rehuí su mirada porque me aterraba la posibilidad de que estuviera dolido, que mi comportamiento no encajara en el entusiasmo que se esperaba de mí. ¿Y si se había asegurado de tener tiempo libre para poder pasarlo con nosotros? ¿Haría cambiar eso mi determinación a marcar las distancias hasta dilucidar lo que sentía y así poder manejarlo? Creo que no. Creo que sólo me haría sentir peor si, al final, lo que quedaba bajo el poso era sobre todo inquina.
               -A mí sí que me molaría un tour personalizado-ronroneó Shasha, hinchándose como un pavo. Me permití mirarla cuando vi de reojo que Scott se giraba para centrar toda su atención en la mediana de nosotros.
               -Guay, porque me he estado fijando en las tiendas con temática asiática que hay por la zona durante mis paseos, y creo que he encontrado sitios que te van a encantar.
               -¡Eres el mejor, S!-celebró Shasha, saltando al pecho de Scott y colgándose de su cuello. Incluso le dio un beso. La pobrecita lo debía de haber echado terriblemente de menos, pero no  se había atrevido a decir nada por miedo a que eso me desestabilizara aún más durante la última semana.
               Empezaron entonces los preparativos: mientras nuestros padres se cambiaban de ropa y se aseaban un poco, yo me encargué de que los más pequeños se pusieran sus pijamas y se metieran conmigo en la cama. Estaba lavándome los dientes y cepillándome el pelo cuando  anunciaron que se iban, y salí a la puerta a despedirme de todos ellos. Scott fue el último en hacerlo, y dejó que creciera la distancia entre Shasha, papá, mamá, Eri y Louis antes de volverse y preguntarme si estaba bien.
               -Estoy genial.
               -¿Seguro?-insistió, fulminándome con la mirada. Seguía llevando su camiseta de la NASA, pero ahora se había puesto unas bermudas que ya eran más de su estilo… y un poco también el de Alec.
               -Sí. Todo en orden-respondí, abrazándome a mí misma y asintiendo con la cabeza. Scott me analizó. Detenidamente. Igual que un cazador a un punto concreto de la selva en el que sabe que hay una presa, y a la que sólo tiene que identificar en la maleza para poder lanzarse a por ella.
               Y entonces me di cuenta de que me había puesto una camiseta de boxear de Alec para dormir. Aún olía a él, pero incluso de no ser así, era evidente que era suya: yo no tenía por costumbre comprar ropa que hacía referencia a grupos de heavy metal. No, lo mío eran más bien las girlbands, el R&B y el pop de la época de One Direction. Tenía el armario lleno de ropa de Ariana Grande y Taylor Swift que había rescatado de las pujas de eBay.
               -Vale. Pues que descanses, entonces. Espero que repongas energías para seguir evitándome, porque te lo voy a poner cada vez más y más difícil.
               Mierda. Bueno, a decir verdad, era transparente cuando no me sentía bien con alguien. No podía disimularlo.
               -Yo no te estoy evitando, Scott-respondí-. Estoy cansada, eso es todo.
               -No soy gilipollas, Sabrae. Soy mayor que tú. Cuando tú vas, yo ya h venido de vuelta dos veces como mínimo.
               -Te he dicho que estoy cansada. Los niños me esperan-dije, agarrando la puerta. Scott arqueó una ceja.
               -¿Ah, sí? ¿Te preocupas por ellos y no por ti?
               -A mí no me pasa nada contigo, Scott-puse los ojos en blanco.
               -Mírame a la cara cuando me mientas, niña-escupió, y yo me reí con cinismo.
               -¿Me lo dice Scott Malik, el líder de la banda del momento?
               -No-contestó, zanjando así el tema. Se irguió cuan largo era y me atravesó con esos ojos que había heredado de mamá. Y que, por cierto, sabía usar igual de bien que ella-. Te lo dice tu hermano mayor. Tenme un poco más de respeto. Yo te puse tu nombre.
               Me quedé esperándolo. Dilo. Dilo. Métete conmigo por lo que siento por Alec.
               Dime que te doy vergüenza por no quererme a mí misma lo suficiente como para no perdonarle unos cuernos y así podré odiarte tranquila.
               Pero Scott no lo hizo. Era más listo que eso, mucho más listo. Simplemente se dio la vuelta y se alejó por el pasillo en dirección al ascensor.
               -Ya hablaremos de esto.
               -Lo espero impaciente-ironicé.
               Sólo cuando giró la esquina, sin mirar atrás, me atreví a cerrar la puerta de un portazo. Sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas al darme cuenta de lo que estaba pasando. Puede que hubiera subestimado la rabia de Scott hacia Alec y puede que hubiéramos cruzado una línea que ya jamás podríamos recuperar.
               Me obligué a mí misma a serenarme para que los niños no me preguntaran qué me pasaba y derrumbarme frente a ellos. Regresé al baño, me eché un poco de agua en la cara y me apoyé en el lavamanos mientras contemplaba mi reflejo en el espejo, buscando un poco de estabilidad. No reconocía a la chica del otro lado a pesar de que era idéntica a como yo había sido siempre, pero… yo jamás me habría peleado con Scott por un novio mío, y mucho menos, por Alec, porque estaba convencida de que él siempre lo defendería frente a mí. Así había sido siempre, cuando yo no paraba de criticarlo, cuando no soportaba su presencia, y Scott se limitaba a decir que Alec siempre sería bienvenido bajo nuestro techo en lo que a él respectaba, porque era un buen amigo que jamás le había fallado y él no iba a fallarle por mis “absurdos prejuicios contra él”. Y ahora, míranos. Mira quién era el de los prejuicios y el que no pensaba en nada de lo que estaba haciendo.
               Eso era lo que más me reventaba de la actitud de Scott con Alec. Él lo conocía desde hacía más tiempo que yo, desde más tiempo incluso que Perséfone: tenía que haber notado el cambio que él había pegado gracias a mí. Tenía que haber visto que no era posible que me hubiera hecho lo que yo había dicho que me había hecho. Tenía que haber ido más allá. Alec no se merecía a un amigo como Scott si Scott le daba la espalda tan alegremente.
               Joder, odiaba esta puta situación. Ojalá nunca me hubiera emborrachado delante de Scott y él jamás se hubiera enterado de este lío, y yo siguiera viviendo en la inopia, pensando que mi hermano era mejor persona y amigo de lo que realmente era.
               -¿Saab?-preguntó Dan, asomándose a la puerta del baño-. ¿Te encuentras bien?
               Sorbí por la nariz y asentí con la cabeza.
               -Sí. No te preocupes, bichito. Es que estoy muy cansada y un poco nerviosa por lo de esta noche.
               -¿Vas a salir a cantar otra vez?
               -No, Dan. Hoy me quedo entre el público.
               Dan parpadeó despacio.
               -¿Por qué? ¿Es porque Alec no está para verte?
               Se me encogió un poco el corazón. Que pensara en él después de todo, de sus celos y de sus envidias… me enternecía hasta límites insospechados.
               Y también me dolía. Si incluso Dan había aprendido a querer bien a Alec, ¿cómo no lo había hecho Scott, teniendo mucho más tiempo y más razones que él?
               -Sí, exacto, bichito. Yo no podría cantar si Alec no estuviera para verme.
               Me incliné y cogí a Dan en brazos, ignorando la forma en que mis músculos protestaron al hacerlo.
               -Uf, cómo pesas. Pronto ya no podré contigo y se nos acabarán estos momentos románticos.
               -Echo de menos a Alec-dijo, ignorándome completamente. Me miró con esos ojazos castaños que había heredado de su madre, y que también tenía su hermana, y mis ganas de llorar aumentaron. Dios. Iba a convertirme en un pozo de lágrimas en Nueva York, justo donde yo pensaba que iba a ser capaz de escapar a todos mis problemas. No deberían encontrarme allí. Había tantos edificios que parecía imposible que justo fueran a impactar en este.
               -Yo también, mi amor.
               -¿Crees que podrás cargarme sobre tus hombros como lo hace él en el concierto de hoy?
               -Lo puedo intentar, pero no estoy segura. Creo que no aguantaré todo el concierto como él.
               -Es que él es muy fuerte-murmuró Dan, abrazándose a mi pecho, y a mí me destrozó. Porque sí, Alec era muy fuerte. Muchísimo más que yo, eso desde luego.
               Él jamás habría dejado que la opinión que Mimi tenía de mí cayera tan bajo como lo había hecho la de Scott con él. Él le habría parado los pies. Él se habría mostrado firme. Él me habría defendido hasta la muerte. Él…
               Él tendría méritos de sobra para merecerme. Yo todavía no había empezado a trabajar para merecérmelo.




             
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2 comentarios:

  1. Bueno empiezo este capítulo haciendo hincapié en que a pesar de que esta claro que el objetivo del cap es que le queramos pegar a Scott lo has jodido enormemente al escribir el siguiente párrafo antes de empezar a narrar como de idiota esta siendo: “Porque, efectivamente, allí estaba Scott: con una mano en un bolsillo y la otra envolviendo un vaso de plástico con un líquido violáceo que estaba sorbiendo perezosamente a través de una pajita transparente. Llevaba puestos unos vaqueros cortos, una camiseta de la NASA y una gorra de los New York Giants con la visera orientada hacia atrás. Nada de gafas de sol, nada de capuchas, nada de intentos de camuflarse. Lo único que no era suyo propiamente dicho, aparte de un vestuario con el que yo no le había visto en la vida, era que no llevaba el piercing del labio. Supongo que aquello habría arruinado su disfraz.”

    La manera en la que he gritado como si me estuviesen electrocutando con unas pinzas de electrodos ha sido terrible. Pantalones cortos. En serio tia? Putos pantalones cortos? Tenéis que describirlo llevando unos jodidos pantalones cortos. Es que me quiero arrancar un pie a mordiscos solo imaginándomelo mecago en mi santa madre.

    O sea es que me he leído la carta de Alec y he debido shippar solo el 40% porque seguía pensando en LOS PUTOS PANTALONES CORTOS.

    Luego encima has hecho que les eche una bronca impresionante a unas tipejas por la calle y ME LO HE IMAGINANDO HACIÉNDOLO EN PANTALONES CORTOS.

    Pero no ha terminado ahi no, luego has hecho qje se ponga imbecil perdido y has dado hints de que va a seguir imbecil perdido con el tema de Alec proximamente y yo solo podré imaginarmelo en pantalones cortos.

    La has cagado Erika. Te odio.

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  2. Bueno creo el objetivo del capítulo estaba claro: empezar a cabrearse con Scott. Y sabes que te digo? Que lo has conseguido.
    Comento cositas:
    - La carta, como siempre, ha sido preciosa. Los finales son siempre de lo mejorcito, me hacen tanta gracia JAJAJAJAJ
    - Zayn estando orgullosísimo de Scott porque se camufla igual que él me ha puesto soft.
    - Leer a Scott defendiendo a Eleanor y siendo muy Scott me ha gustado a pesar de que me esté cabreando por lo de Alec.
    - Luego, la frase de “y que ni mil polvos con mil mujeres distintas podrían compararse a un beso tuyo” me ha recordado a una conversación que tuvieron Scott y Alec (¡¡en cts!!) en el que Alec le dice “Tu hermana. Besar a tu hermana es mejor que follarme a una desconocida” y no sé si el parallel ha sido intencionado, pero mis dieces.
    - Creo que se viene ver a un Scott de lo más hipócrita y me va a poner de muy mala leche. También se viene ver a Sabrae defendiendo a Alec y su relación con uñas y dientes y estoy deseando verlo. (Aunque me ha puesto un poco triste que se crea que ahora no lo merece por haber dudado de él, cuando se lo dijo directamente)
    Estoy deseando seguir leyendo <3

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