viernes, 23 de diciembre de 2022

Oasis.

Como ya no nos veremos hasta 2023 (¡presiento que será un gran año, ¿por qué será?! 😉), de parte de Sabrae, Alec, sus familias, la mía y yo misma, quiero desearos una feliz Navidad y un próspero año nuevo.
2023, ¡allá vamos!  
 
¡Toca para ir a la lista de caps!

Fue una de esas veces en las que el mundo se detuvo y pareció tomar aliento. De haber estado en un campo de flores, habría podido ver las alas de los abejorros ralentizarse hasta detenerse. Las luces de los coches que parpadeaban sobre la cara de Scott, dibujando siluetas de colores en la piel de mi hermano mientras éste se había movido por la habitación como un león enjaulado, ahora se mantenían durante un rato antes de desaparecer. Su halo perduraba, y Nueva York guardaba silencio esperando por mi reacción. Scott era el único que no parecía haberse percatado de la forma estruendosa en que me estaba latiendo el corazón, del súbito desplome de la temperatura en la habitación o la incapacidad de mis pulmones de hacer su trabajo y captar oxígeno del aire.
               Debería haberme inundado un profundo alivio por lo que significaban aquellas palabras de mi hermano, que suponían un cambio de paradigma con el que yo no contaba y que me habrían permitido disfrutar de mi viaje desde entonces, pero… sólo podía sentir estupefacción. Era como si Scott se hubiera puesto a hablarme en un idioma que yo no sabía que conocía, y estuviera demostrándome que lo dominaba.
               Scott siguió balbuceando por lo bajo, moviéndose a toda velocidad en un mundo lento, completamente ajeno al choque que se producía en mi interior. Dos océanos estaban colisionando en mi corazón, midiendo sus bravuras para descubrir cuál era el que iba finalmente a dominarme.
               Y entonces, por fin, pude abrir la boca de una estatua que tenía los pies anclados en el suelo como si hubiera surgido de la mismísima tierra, un obelisco arañando el cielo que nadie había escarbado, sino que había crecido de forma natural.
               -¿Cómo lo sabes?
               Yo había necesitado que Tam me convenciera de que lo que me había dicho Alec no era verdad. Jordan me había terminado de convencer de que no podía estar mintiéndome porque jamás me diría eso sin estar completamente seguro, porque sabía el daño que me habría hecho. Y yo había peleado hasta la saciedad por encontrar alguna forma de explicar lo inexplicable.
               Y ahora Scott, sin más, usaba un único nombre para apoyarse en el borde de sus presunciones y salir catapultado hacia la verdad como quien salta en un trampolín.
               Scott se detuvo y me miró, la mano en la frente, exactamente en la misma posición en la que la ponía Alec justo antes de pasársela por el pelo y volverme loca. Me pregunté la cantidad de veces que Scott habría hecho ese mismo gesto y yo no había sabido relacionarlo, pero ahora que lo veía por fin, era capaz de darme cuenta de lo idénticos que eran Alec y él. Sí, si Tommy no fuera Tommy, su mejor amigo sería Alec; simplemente porque Alec era el que lo había definido y le había esculpido a su imagen y semejanza, igual que Scott había hecho con él, dos estrellas orbitándose la una a la otra y definiendo su ruta en base a su interacción.
               -Porque es Alec-dijo sin más, como si eso fuera explicación suficiente. Pero no lo era, joder. No lo era. Alec siempre había sido Alec a lo largo de la conversación, a lo largo de estas semanas, a lo largo de los meses y años que hacía que los dos lo conocíamos. No había hecho una declaración grandiosa como él se pensaba, sino que había señalado lo obvio.
               -¿Y no era Alec hace dos segundos?-pregunté. Scott le detestaba. Había visto un odio en su mirada que no había visto reservado para absolutamente nadie más: ni los chicos que no le caían bien del instituto, ni Jake cuando se había dedicado a coquetear con Eleanor, y eso sí que tenía narices. Supongo que con él se había cortado un poco más porque Scott sabía que la culpa de que Eleanor lo estuviera castigando con su compañero era suya, y no de Jake. Pero Alec… Alec se había ganado por derecho propio que Scott lo detestara, y mi hermano lo había hecho con todas sus ganas, como si llevara esperando a abalanzarse a por él desde que lo conoció.
               Quizá se tratara de eso, después de todo. Quizá Alec jamás podría obtener unanimidad de cariño entre los Malik.
               Yo no estaba dispuesta a renunciar a él.
               -No-dijo Scott sin más, como si fuera evidente. Incluso llegó a encogerse de hombros. Me apeteció morderle un ojo.
               -¿Cómo que no?
               -Es Alec-repitió, y me señaló-. Y se trata de ti.
               -También se trataba de mí cuando pensabas que se había follado a otra tía.
               -No-contestó, negando con la cabeza y presionándose el puente de la nariz-. No-repitió-. Es totalmente distinto.
               -¿En qué es totalmente distinto? Habrían sido cuernos igual, fuera sólo un pico o hubiera llegado hasta el final, Scott. Cómo de lejos llegas no determina si has puesto los cuernos o no, sólo su magnitud.
               ­­-¿De verdad que no lo pillas, cría?-respondió, cogiéndome por los hombros y sacudiéndome, de forma que el mundo volvió a hacerse sonoro y a palpitar a la misma velocidad a que lo hacía mi corazón. La burbuja se había roto y Scott me había sacado de los oídos el agua que me impedía escuchar correctamente los ruidos a mi alrededor-. Yo aposté por él. Te dije que confiaras en él y le dieras lo único que se había atrevido a pedirle a nadie en su vida, y creía que él había aprovechado la primera oportunidad que se le había presentado para comportarse como un capullo que no es capaz de tenerla en los pantalones porque es así, y no hay más. Creía que había dejado de ser él. Creía que se había convertido en otra cosa y que los dos lo habíamos perdido; que lo habías perdido y que te negabas a verlo porque le quieres demasiado como para ver esos defectos que hace un año eran lo único que señalabas.
               -Sigo sin ver la diferencia entre…
               -Alec no puede imaginarse un polvo. Simplemente no puede. Mira que yo lo quiero un montón y todo eso-se llevó una mano al pecho-, pero tiene tanta imaginación como para simplemente sentarse en una silla, imaginarse que se tira a alguien, convencerse a sí mismo y luego contártelo a ti como si hubiera pasado de verdad. Un beso es algo completamente distinto. ¿Está mal? Claro que sí, y entendería perfectamente que te volvieras igual de loca por un beso que otra tía con un polvo porque, bueno… toda tu vida has sido una desequilibrada-soltó, riéndose, y yo me quedé a cuadros. No supe cómo reaccionar, ni siquiera cuando me di cuenta de que Scott estaba tratando de quitarle hierro al asunto-. Pero a no me las va a dar. Y menos con Perséfone. Lo siento, pero no voy a tragarme que se ha morreado con ella porque te echaba mucho de menos o cualquier milonga que se haya contado a sí mismo para explicarse el por qué… bueno, por qué no la vio venir y le paró los pies cuando ella le besó a él, pero…
               -¿Cómo sabes que fue ella la que le besó?
               Scott parpadeó.
               -Porque me lo acabas de decir.
               -Mm. Ya. Pero creo que si no te lo hubiera dicho tú lo sabrías igual.
               Scott dio un paso atrás, irguiéndose, agitando ligeramente la cabeza al retroceder como un ave sorprendida ante un evento que jamás se ha encontrado antes.
               -Pues porque es Perséfone.
               -¿Y qué tiene que ver?
               No sabía por qué estaba siendo tan inquisitiva, por qué necesitaba que él me dijera las razones por las que yo me había sentido mal, como si no fueran evidentes y hubieran latido por mi pecho como una hemorragia interna particularmente escurridiza y que no salía en ningún escáner, sin importar lo que dedicaras a analizarme. Necesitaba encontrarle un sentido al cambio de visión de Scott. Había pasado de odiar a Alec a ¿tratar de convencerme de que era imposible de que él me hiciera daño? Era de locos.
               Y de muy buenos amigos.
               Empecé a sospechar por qué yo mostraba dudas tan abiertamente cuando Scott respondió:
               -Porque él no te haría eso con ella. No después de lo de Grecia. ¿Tienes idea de lo que te quiere ese chico, Sabrae? No le había visto defender a nadie en mi vida como te defendió a ti, y yo ni siquiera estaba presente. Le conozco desde que somos críos; sé de sobra la tendencia que tiene a minimizar las cosas buenas que hace y a engrandecer sus meteduras de pata.
               -Algunas de las cuales son culpa vuestra-escupí sin poder frenarme. Sabía que una de las cosas que más habían enamorado a Alec de mí era mi manera de reaccionar cuando decía muchas tonterías: no le decía “cállate, Alec” a coro con el resto de sus amigos, sino que me reía. Me reía porque me hacía gracia y porque no me cansaba de él y porque sabía que tenerlo conmigo era un privilegio. Ahora lo sabía más que nunca.
               -Así que sé que, si presume de cómo te defendió en Grecia, es porque estuvo a nada de prenderle fuego a la isla por protegerte.
               Agaché la cabeza, perdida en una noche de principios de verano, en el que al susurro de la brisa marina entre las buganvillas sólo le acompañaba el aroma del limonero en el patio trasero de la casita blanca y azul de Alec. Una noche en la que un puñado de adolescentes se habían congregado en el techo a brindar bajo las estrellas para que se aseguraran de que siempre estuvieran juntos. Había sido la última noche de todos en la isla, y Alec me había mirado y me había cogido por la cintura y me había pegado a él y me había besado la sien y me había susurrado que el viaje había estado genial, después de todo. Sus amigos le habían preguntado a qué se refería con ese “después de todo”, seguros de que era una pullita para meterse con ellos, y habían alucinado al descubrir que el encontronazo con los locales ya venía de antes. Scott se había puesto como loco cuando Alec contó lo que nos había pasado durante la boda.
               -¿Te hicieron sentir mal?-preguntó, levantándose como un león protector, ya en modo hermano mayor. Alec simplemente había estirado la mano en su dirección, sosteniéndola en el aire frente a sus rodillas, y había respondido:
               -No te preocupes, tío. Ya me he encargado yo de eso.
               Les había contado las medidas que había tomado entonces, la facilidad con que les había dado la espalda a sus amigos simplemente porque no tomando parte por mí durante el conflicto habían resultado ser cómplices, y cómo le gustaba más cómo estaba ahora que sabía que podía pasearse por Mykonos completamente feliz por ir de mi mano que antes, cuando una parte de él ya había sospechado lo que efectivamente sucedió. Scott había escuchado en silencio, los ojos fijos en nosotros, y cuando Alec había terminado de contar unas hazañas de las que yo estaba tremendamente orgullosa, le pregunté:
               -¿Qué pasa?
               -Es raro que otro se ocupe de ti-respondió sin más.
               -No es otro-le había corregido Shasha, toda sabiduría a pesar de su edad e inexperiencia-, es Alec.
               -Sé que lo pasaste mal. Peor de lo que los dos habéis querido contarme-añadió-, y si Alec ha decidido callárselo es porque te afectó más de lo que quieres que lo sepa la gente. Así que él no te haría eso. Por un momento pensé que…
               Se quedó callado, meditabundo. Entrelazó las manos detrás de la espalda y se mordisqueó el piercing.
               -¿Qué?
               Tomó aire y me miró al fin.
               -Que se había tragado esa gilipollez de que te daría igual de que se follara a otras siempre que volviera a ti. Creo… que por eso me cabreé tanto con él-reflexionó-. Porque significaría que no te conoce. Claro que te va a afectar. Es tu puto novio, Sabrae. Está a miles de kilómetros de ti porque él así lo ha decidido. Si fueras tú la que se hubiera alejado, o le hubieras pedido que se quedara y él no te hubiera hecho caso…
               -Le pedí que se quedara-le corregí, y Scott me miró. Los ojos de mamá. Esos ojos que tanta comprensión y cariño habían tenido para mí, ahora estaban confusos. Yo abría la senda y marcaba el camino-. En el concierto de Wembley. No con estas palabras exactas, pero… yo quería que se quedara y Alec quería quedarse. Pero no quería que cargara con el peso de haberse ido sabiendo que… bueno, que yo no quería que se marchara. Pensé que le haría bien estar en el voluntariado-me encogí de hombros, rascándome los bordes de la uña del pulgar con la otra mano-. Y quiero que lo disfrute, Scott. De veras que sí. No quiero que se prive de nada por estar conmigo. Quiero pensar que yo le doy alas para volar, no que le he puesto una cadena y ya lo he condenado a estar siempre en el suelo.
               -A veces tener una relación es buscarte una jaula de oro y quedarte allí-contestó Scott, y yo me reí entre dientes.
               -¿Así es como Eleanor te hace sentir? Quizá las drogas aceleraran lo que estabas condenado a hacer tarde o temprano.
               -Eleanor es el oasis que me encontré en medio del desierto después de diecisiete años cruzándolo. Eso es la vida sin estar enamorado, Saab: una travesía por el desierto en la que te convences de que el calor abrasador te gusta y el suelo cambiante tampoco está tan mal. Pero, ¿quién quiere una inmensidad yerma pudiendo tener un rinconcito de descanso fértil en el que tiene todo lo que puede necesitar? No importa lo grande o pequeño que sea; al final, siempre te quedas en ese oasis porque es con lo que sueñas cada noche. No con dunas, ni con arena ardiente: con agua que te refresque y sombra bajo la que descansar. Eso es Eleanor para mí. Descanso. Perdón. La casa que no tengo cuando estoy en otro país.
               Sentí que se me formaba un nudo en la garganta al recordar hasta qué punto quería Scott a Eleanor. Había llegado a arriesgarlo todo por ella, y a veces a mí se me olvidaba que casi había perdido a Tommy por conservarla a ella.
               -No sé si me convence el símil del oasis y el desierto-dije sin embargo, y Scott rió.
               -Bueno, soy moro y tú negra, Sabrae. Hay cosas en las que tenemos que ser diferentes. De todos modos-se sentó a mi lado-, lo que trato de decirte es que hay veces que no va a ser fácil, ¿sabes? Hay veces en las que crees que ves algo más grande, o ese destino que estabas buscando sin saber muy bien cómo te orientabas, pero… tu oasis es el sitio en el que tienes que estar al final del día. Sé que Alec lo sabe. Su desierto era más abrasador que el mío, y el oasis que tú representas para él es más dulce también. Creo que él te necesita más de lo que yo necesito a Eleanor, y yo me moriría sin ella, pero…-se encogió de hombros-, no sé. No podía dejar que te echara a perder así y no detestarlo. Te jodió la cabeza-me miró, de repente duro-. Te convirtió en una persona completamente distinta. Ahora ya eres un poco más tú de nuevo, pero cuando me subí a ese avión… joder, Sabrae. Antes de que Alec se fuera, lo tenías todo para ser el típico personaje secundario con tanto carisma que le hacen un spinoff que termina siendo más largo y famoso que la serie original, como la familia Targaryen en Juego de Tronos. Pero cuando hablaste con Alec… no te merecerías ni el verso de una canción. Y yo pensaba “joder, qué injusto que el mayor talento de él haya resultado ser destrozar a una chica cuyo nombre tiene un Grammy”. Y estaba de muy mala hostia. Estoy de muy mala hostia-se corrigió-. Te podrían haber hecho muchísimo daño por su culpa, y no dudes en que le romperé la cara en cuanto lo vea dentro de un año por…
               -Trescientos cuarenta y siete días.
               -¿Qué?
               -Que no falta un año para que lo veas. Faltan trescientos cuarenta y siete días-contesté, subiendo las piernas al sofá y abrazándome las rodillas. Había un agujero en mi interior en el que no quería pensar, y que luché por achacar al tiempo que todavía me quedaba para ver a Alec. Era una auténtica eternidad. Sólo esperaba que me hubiera tomado en serio cuando le amenacé con montársela si no venía en Navidad, pero para eso faltaban milenios.
               -Bueno, pues trescientos cuarenta y siete días-Scott sonrió y puso los ojos en blanco-. Voy a hacer que me las pague. Además, me lo prometió. Me dijo que te protegería cuando yo no estuviera y no lo ha hecho, y no sólo eso, te ha mandado a la puta boca del lobo simplemente porque no sabe controlar su ansiedad. Y también estoy cabreado por eso. Sabía que era muy pronto, lo sabía. Se fue por darnos una lección a todos y casi nos cuesta carísima.
               -Él todavía podría hacerme daño besando a Perséfone. Incluso si fuera accidental, si le hubiera devuelto el beso como en un principio me dijo que había hecho…
               -No-contestó Scott, tajante, negando con la cabeza-. ¿No te has fijado en lo que hace cuando papá o mamá te riñen delante de él? Se pone sutilmente entre ellos y tú. Le sale instintivo. Ésa es su primera reacción; luego recuerda que tiene que dejarlos que te eduquen y es cuando recupera la posición que tenía antes y te deja más expuesta. Y eso lo hace sólo con papá y mamá. Le pegó una paliza a Sergei sólo por insultarte en broma. Casi mata a una tía que te hizo llorar en el extranjero. Ése y no otro es el puto Alec Whitelaw. ¿De verdad te crees que Alec Whitelaw le va a devolver un beso a otra que no seas tú?-se miró las manos y se las frotó, sonriendo-. Lo que me sorprende es que no le haya soltado un guantazo a Perséfone.
               Como si lo hubiera invocado, un coche de policía pasó a toda velocidad por la calle, su sirena reverberando en las paredes y las luces azules y rojas parpadeando en los edificios.
               -Fui un subnormal por no darme cuenta antes-comentó mi hermano, con los ojos aún en la calle.
               -¿De qué?
               -De lo que le has hecho, Sabrae-se giró para mirarme-. Le he visto salir de habitaciones después de hacer una puta orgía y de la tuya después de simplemente dormir a tu lado, y sé que prefiere pasarse mil noches sin hacer absolutamente nada contigo a media hora en una orgía.
               Se me revolvió todo por dentro. Prefiero un beso tuyo que mil noches de sexo con las demás, lo escuché en mi cabeza. Me clavé las uñas en la palma de la mano tan fuerte que casi me hago sangre.
               -Él no te arriesgaría por un polvo, ya no digamos por un simple beso. Cuando tenga tantas ganas de follar que ya no piense con claridad, fijo que lo único que se le ocurre es coger un avión, plantarse en Londres e ir derechito a casa a buscarte. Nadie que tenga cuatro ases en una mano los sacrifica en busca de otra carta; sabe que ya no queda ninguna que sea más alta.
               Apoyé la barbilla en las rodillas y me quedé mirando las sombras de la pared, tratando de concentrarme en su baile incesante a medida que iban pasando los viandantes y las banderas que colgaban de las paredes del Madison Square Garden ondeaban al viento en lugar de en la rotación vertiginosa de la Tierra.
               Scott había perdonado a Alec, y a mí en el proceso; había vuelto a apostar por nosotros y se alegraba de que siguiéramos juntos. Las cosas iban bien. Todo el mundo era feliz.
               Entonces, ¿por qué en lo único en que yo podía pensar era en la novia de mierda que era al no haber batido el récord de Scott y darme cuenta de que Alec no me estaba diciendo la verdad en menos de un segundo?
 
 
Estar así y estar sin ella era un puto infierno de posibilidades. Sabía que no me las vería en una ocasión semejante en más de una semana, y, la verdad, me apetecía descargar tensión. Tenía demasiada energía en el tiempo como para continuar soportándola sin desintegrarme.
               Después de la conversación con Valeria, ésta nos había dado vía libre para incumplir los horarios del campamento (cosa que nos constaba que nunca hacía) y hacer lo que nos diera la gana mientras nos adaptábamos a la rutina de nuevo. No pensé que pasar dos días alejado del bullicio fuera a afectarme tanto, pero después del tiempo que había pasado con Sandra, Killian y Perséfone había descubierto que estaba hecho para el caos y que, por muy bien que me adaptara a que me dieran órdenes y saber qué estaría haciendo en tal momento del día, lo mejor era cuando me daban toda la libertad del mundo para gestionarme el día como yo quisiera.
               Lo cual incluía pegarse luchas larguísimas en las que no tenía por qué escatimar ni en tiempo ni en recursos como lo había hecho el resto del tiempo. Y eso estaba haciendo, precisamente: aprovechar las oportunidades.
               Sandra y Killian ya se habían aseado cuando nosotros salimos del despacho de Valeria, seguramente acostumbrados a las duchas relámpago y a ir a descansar a otro lado, pero ni a Perséfone ni a mí nos apetecía darnos prisa. Cada uno había ido a su cabaña a por una muda de ropa limpia y nos habíamos reencontrado en la puerta de los baños con la tranquilidad de quien no planea algo y esto surge de forma casual. Tampoco tuvimos que hablar sobre qué haríamos a continuación: me bastó con una mirada para que Perséfone supiera que no me importaba repetir ciertas cosas que compartíamos en Grecia, como ducharnos juntos después de una intensísima tarde en la playa. Estaba tranquilo como no lo había estado desde que llegué a Etiopía: sabía de sobra que Perséfone era perfectamente consciente de mis límites y los de Sabrae y que sería respetuosa con ellos. Puede que para ella fuera duro después de lo que habíamos descubierto entre nosotros, pero también sabía que le haría bien esa muestra de confianza. Las cosas entre nosotros no tenían por qué cambiar tanto que se volvieran irreconocibles.
               Así que allí habíamos estado, cada uno debajo de un chorro de agua, comentando lo que habíamos vivido y lo que nos había hecho aprender. Perséfone me dio la espalda mientras se enjabonaba la melena y yo hice lo propio enjabonándome el cuerpo, pero, por lo demás, todo siguió como había sido siempre.
               Salvo que no hubo morreos ni magreos ni nada que se le pareciera, evidentemente. Mi cuerpo sólo le pertenecía a una chica para esas cosas. Y el caso es que no sé si fue la respiración de Perséfone a mi lado, que sonaba igual que la de Sabrae; el ruido del agua golpeando contra su cuerpo como lo había hecho contra el de Sabrae, o la mera presencia de una mujer en el mismo baño que yo, con ese torrente de energía tan poderoso que sólo se instala entre un chico y una chica con una química tan potente que casi puedes palparla, pero… empecé a pensar en Sabrae. En Sabrae y en lo bien que nos lo habíamos pasado en la última ducha que yo había podido tomarme así: sin prisa, disfrutando del momento y de sus posibilidades.
               Empezó a ponérseme dura. Mi polla reclamó unas atenciones que yo sabía que no iba a ser capaz de negarle esta vez. Tenía a Sabrae demasiado nítida en mi cabeza, demasiado presente en cada cosa que hacía, como para poder resistirme a ella esta vez. Puede que hubiera sido capaz de parar hacía 24 horas, pero no lo conseguiría ahora.
               Perséfone, con esa intuición tan femenina, lo había notado. Me demostró que éramos un poco más distintos de lo que creíamos: en realidad, yo no era más que el primero de los perdedores. Pers, por el contrario, era una subcampeona. Y por eso se retiró con elegancia en cuanto notó que algo en mí había cambiado, lo físico de mi necesidad, con un simple:
               -Nos vemos luego, Al.
               Hubo un tiempo en que me habría dicho lo mismo con segundas intenciones, yo habría avanzado hacia ella, la habría puesto contra la pared, le habría separado las piernas y le habría hecho aprender por las buenas o por las malas que a mí no se me tomaba el pelo de esa manera. Pero ahora simplemente asentí, porque soy un hombre comprometido al que le encanta esperar por lo que sabe que le está esperando en casa. Le encanta detenerse a fantasear… le encanta recordar lo que ha hecho con ella…
               El agua seguía deslizándoseme por la piel en esa forma tan familiar en que lo había hecho durante mi última mañana en Inglaterra. Cerré los ojos y dejé que me lamiera el cuerpo, descendiendo y descendiendo cada vez más y más, hasta dividirse en el tronco de mi polla, que suplicaba por su contacto. La última vez que la había tenido así de dura, le había dicho a Saab que puede que le hiciera daño.
               Ella se había limitado a separar aún más las piernas, clavarme las uñas en la espalda y tirar de mí para colocarme justo frente a su entrada.
               -Esos son los polvos que más disfruto-me había confesado al oído, sus pies alrededor de mis piernas. Me había mordido el lóbulo de la oreja y había arqueado la espalda, gritando un gemido y jadeando mi nombre cuando yo la había penetrado. Joder, se sentía tan bien, tan apretada, tan perfecta, tan hecha para mí.
               Apoyé la mano en la pared de baldosas empampadas, la otra cerrándoseme en torno a la polla. Apreté con los dedos lo justo y necesario para sentir la presión que necesitaba para aliviarme, y empecé a bombear. Arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo, exactamente igual que cuando la embestía a ella. Estaba perdido en mis recuerdos, perdido en esa noche en la que más tarde nos daríamos cuenta de que Sabrae estaba ovulando, y por eso estaba así de necesitada, de ansiosa, de cachonda. Si había algo mejor que ella cuando tenía la regla por lo cariñosa que se volvía, era ella cuando ovulaba: se convertía en un putísimo animal que no era capaz de saciarse de mí.
               El agua me caía por el pelo, aplastándomelo contra el cráneo y la nuca igual que lo hacía ella cuando no conseguía todo lo que quería de mí. Parecía tener mil manos, parecía volverse agua que me cubría entero igual que ahora.
               -Fóllame más-me pedía, y yo aumentaba más y más el ritmo. Me ponía como una moto escuchar la manera en que nuestros cuerpos impactaban, la música de su humedad recibiéndome, casi igual que ahora.
               Me sentía a punto de reventar. Empecé a jadear, y la Sabrae de mi cabeza me espoleó cerrando todavía más las piernas a mi alrededor.
               -Más adentro. Por favor-gimió, arqueando la espalda, apoyando una mano en el cabecero de la cama para empujarse contra mí-, eres tan grande. Esto se siente tan bien. Así, así, justo así.
               Sus tetas me animaban marcándome un ritmo que no parecía ser suficiente. El piercing me arañaba la piel. Mis músculos protestaban y a la vez celebraban mi excelente forma física, porque a más capacidad aeróbica más podía hacerla disfrutar. Sabrae me pasó las uñas por la espalda, me lamió el cuello cuando yo me dejé caer sobre ella, abriéndole más las piernas con las rodillas y entrando más adentro en su interior. La base de mi polla estaba aplastándole el clítoris, y Sabrae se echó a temblar.
               -Qué hombre-prácticamente suplicó. Empezó a respirar aceleradamente contra mi oído-. Dios mío. Por favor. Qué hombre-repitió, y a mí me volvía jodidamente majara cuando decía cosas así mientras follábamos. Seguramente pienses que es muy vainilla y que yo había escuchado guarradas que merecían enmarcarse, y no te equivocarías ni lo más mínimo, pero… me daba subidón pensar que yo era el único en el que Sabrae pensaba así. Se había tirado a críos, y luego estaba yo. Su hombre. Suyo, y de nadie más.
               -¿Vas a echarme de menos?-la había provocado yo, y Sabrae había asentido y se había mordido el labio.
               -Mm-mm.
               -No te oigo, nena-la provoqué-. ¿Me vas a echar de menos?
               -Sí.
               -¿Cuánto?
               -Mu… cho…
               -¿Echarás de menos cómo te follo?
               -Dios-rió, enroscando los pies-, sí.
               -¿Y te vas a acordar de esto?-Sabrae había jadeado, y yo me incliné a morderle el punto en que su mandíbula se conectaba con su cuello.
               -Sí.
               -¿Te vas a acordar de cómo te sientes mientras follas conmigo?-Sabrae asintió-. ¿Y cómo sientes mi polla dentro de ti?-volvió a asentir-. ¿Vas a acordarte de lo grande y lo dura que me lo pones, Sabrae?
               -Claro. Claro que sí-contestó, tirando de mí, dándome uno de los besos más invasivos de nuestras vidas. Sus uñas me arañaron el cuello y se pasearon por entre mi pelo, y yo creía que me moría.
               -Joder-jadeé en Etiopía, casi sintiendo sus dedos en mi cabeza. Tenía el corazón acelerado y me sentía a punto de explotar.
               -¿Y qué vas a hacer cuando te acuerdes de mí?
               -Me voy a masturbar.
               -¿Será suficiente?
               -Nada es suficiente cuando se trata de ti.
               Yo me había reído, había anclado las rodillas en el colchón y la había agarrado de las caderas.
               -Buena chica-dije, lamiéndole entre las tetas, besándole los pezones, y luego continuando con mi ritmo castigador.
               -Tú acuérdate de mí-me ordenó, incorporándose y colgándose de mi cuello, pegando nuestras frentes y mirándome a los ojos-. Acuérdate de esto.
               Sus caderas me acompañaban, se movían en círculos al compás de las mías. 
               Y luego se había quedado quieta un par de segundos, completamente paralizada mientras yo seguía poseyéndola. Me la había tirado las suficientes veces como para saber lo que eso significaba.
               -A… lec-convirtió mi nombre en una palabra de mil sílabas, luchando por respirar antes de correrse de una manera bestial. Se echó a temblar de pies a cabeza, lo cual producía una sensación increíble que hacía que yo siempre creyera que iba a correrme en ese momento, sin importar si llevábamos un minuto o cincuenta.
               Estaba a punto. Me ardía la polla y me sentía al límite de mis fuerzas, pero yo sabía en qué momento iba a correrme. Me lo había imaginado un millón de veces. Lo había revisitado un millón de veces.
               La agarré de la mejilla y enfoqué su cara en dirección a la mía.
               -No cierres los ojos-le dije, y Sabrae los abrió y me miró con expresión suplicante-. Quiero ver cómo hago que te corras.
               Y se había corrido. Se había deshecho entre mis manos y bajo mi cuerpo y entre mis piernas y yo… yo sólo podía pensar en lo bien que se sentía, en lo a gusto que estaba, en la manera en que había nacido sólo y exclusivamente para disfrutar de eso y de nada más que de eso, en la suerte que tenía de existir en el mismo momento y en el mismo espacio que ella, en cómo me habían elegido para ser suyo y que ella fuera mía y…
               En.
               Lo.
               Placentero.
               Que.
               Era.
               Ser.
               Yo.
               Porque significaba ser de ella.
               Con un rugido naciéndome en el pecho que poco tenía que envidiarles a los de los animales del otro lado del bosque, descargué toda la tensión que llevaba acumulando estas tres semanas que llevaba en el voluntariado. Me deshice en un reguero blanco que pronto se perdió en el desagüe, sólo mis manos como pobre imitación de todo lo que era mi novia.
               Cerré el grifo, me di la vuelta y me apoyé en la pared. Me quedé mirando las gotitas de lefa que habían conseguido escapar del agua, pensativo. Si Sabrae estuviera aquí sabía muy bien dónde estarían esas gotitas ahora. Casi podía escuchar su risa traviesa mientras las recogía de sobre sus tetas y se las llevaba la boca, probándolas una a una como una novia que trata de decidir el sabor que tendrá la decoración de su tarta nupcial. Si me concentraba suficiente, podía oler el aroma de su cuerpo, a sexo mezclado con sudor.
               Sabrae se había dado la vuelta, retozando en la cama en busca de aliento, y había esbozado una sonrisa satisfecha. Una sonrisa que amplió cuando yo me tumbé sobre ella y empecé a cubrirla de besos.
               -¿Te ha gustado?
               Era evidente que sí, pero no se lo preguntaba por rutina. Se lo preguntaba porque me parecía una manera de estirar el polvo, conseguir que el disfrute durara un poco más, y también de que me quisiera un poquitito más de lo que lo hacía antes de correrse. Cualquiera puede hacer que una chica se corra de una forma bestial si sabe cómo moverse, pero muy pocos están lo suficientemente enamorados como para adorarla una vez que ya ha dejado de compararte con Dios.
               -Me ha encantado. Lo adoro-me besó la cabeza y me acarició el pelo, pensativa. Tenía los ojos fijos en el techo-. Quiero que te acuerdes de esto. Cada noche, si no estás muy cansado… quiero que te acuerdes de esto y te acuerdes de que hay una chica esperándote desesperada porque vuelvas a casa.
               Yo me había reído y le había besado los labios.
               -Y tú acuérdate de que hay un chico desesperado por volver con su diosa.
               Quizá por eso sentía tanta tranquilidad; supongo que así reaccionan los creyentes más fervorosos cuando se ven en la recta final de su vida, hacen balance de éste y descubren que éste es positivo. Sabía que estaba haciendo lo que tenía que hacer, y que Sabrae me estaría esperando. No iba a ser fácil ni tampoco se nos haría corto, pero las peores travesías por el desierto son las que te llevan a los mejores oasis.
               Me dejé caer lentamente hasta quedar sentado en el suelo (no es muy higiénico, lo sé, pero estaba en trance) y cerré los ojos. Me imaginé flotando en el espacio lleno de estrellas, pero en el que me bañaba la oscuridad, salvo por el hilo dorado danzante a mi alrededor. Estiré la mano y dejé que se enroscara, cariñoso, en mi muñeca. Resplandeció cuando entró en contacto con mi piel, como si yo estuviera hecho de electricidad y necesitara de mí para poder funcionar.
               El hilo se tensó ligeramente y tiró suavemente de mí hacia el infinito, hacia un punto en un horizonte que ni siquiera existía y que hacía que yo no pudiera ver dónde acababa. Y la sentí entonces conmigo. Todo mi ser se expandió como una estrella que colapsa sobre su propio núcleo, pero yo no me sentía en el final de mi vida, sino en el principio. Sabrae.
               Lo había visto con mis propios ojos cuando había estado en coma, la manera en que nuestra conexión reaccionaba a nosotros e incluso interactuaba con nuestro contacto como para pensar que era casualidad. Poco me importaba si me lo estaba imaginando o no: decidí creer que ella estaba pensando en mí, en el vínculo dorado que compartíamos, y le lancé una pregunta al universo.
               ¿Estás bien?
               Notaba cierta intranquilidad al otro lado del hilo, como si estuviera sujetándolo con fuerza para no desorientarse. Pero esa intranquilidad desapareció, sustituyéndose por relajación, en el momento en que yo le hablé al mundo. Tiré del hilo hacia mí, como diciéndole ven conmigo.
               Lo dejé un poco suelto y esperé. El hilo jugueteó en el aire, siguiendo unas corrientes que yo no podía ver; luego, se iluminó un poco más.
               Ahora sí.
               La escuché sin voz dentro de mí, y sonreí.
               -Te quiero-le dije al universo, confiando en que ella me escucharía incluso a miles de kilómetros de distancia. Sabía que Lo Dorado se lo transmitiría.
                Me levanté y salí a los vestuarios sin dejar de reproducir en mi cabeza lo que acababa de pasar. Sentía una presencia benigna acompañándome, casi como si tuviera a un amigo mío siguiéndome y guiándome en la oscuridad, sonriendo al ver que no necesitaba de sus indicaciones para encontrar el camino correcto. No podía haberme imaginado una cosa así. Incluso en la distancia, Saab y yo nos las apañábamos para estar juntos.
               Me puse una ropa que le había visto llevar demasiadas veces para considerarla solamente mía; a estas alturas de la película ni siquiera la compartíamos, sino que yo se la había pedido prestada y ella había tenido la inmensa amabilidad de dejar que me la llevara, porque sabía que se la devolvería. Me pregunté qué tal se lo estaría pasando en Nueva York: si estaría pensando mucho en mí, si ya me habría comprado la camiseta que le pedí, si habría conquistado la ciudad con tan solo pisarla, si estaría pensando mucho en mí, si le parecería que era demasiado agobiante o por el contrario acogedora, si estaría pensando mucho en mí, si estaría nerviosa por el concierto de Scott, y si estaría pensando mucho en mí.
               No podía esperar a recibir su respuesta y que me contara con pelos y señales lo que estuviera pasándole, poder imaginarme a su lado, viviendo a través de sus recuerdos y repitiendo las cosas que había hecho cuando estuviéramos juntos de nuevo. No podía esperar a saber qué era de su vida cuando no me tenía interfiriendo en ella, sino orbitándola como un planeta lejano.
               Al igual que tampoco podía esperar para contarle todo lo que había visto. Esos tonos dorados que me habían recordado tanto a ella, esos animales salvajes, peligrosos y hermosos que me habían recordado tanto a ella; esas estrellas, parecidas pero no idénticas a las de Mykonos que me habían recordado tanto a ella; esa sensación de estar haciendo lo correcto y siendo útil y no decepcionando a nadie, exactamente igual que me sucedía con ella; y la ilusión  que sentía al pensar en mi futuro inmediato.
               Igual que la de mi futuro de un poco después, cuando ella fuera lo único fijo en un mundo repleto de variables. Estaría bien.
               Estando con Sabrae siempre estaría bien.



             
¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺

2 comentarios:

  1. BUENO QUE TERMINES EL AÑO CON UN CAPÍTULO EN EL QUE SCOTT NO PUEDE ROBARLE MAS PROTAGONISMO A SABRALEC NI QUERIENDO ME PARECE HASTA POÉTICO. O SEA ES QUE EN MUNDO YO LEO “Eleanor es el oasis que me encontré en medio del desierto después de diecisiete años cruzándolo. Eso es la vida sin estar enamorado, Saab: una travesía por el desierto en la que te convences de que el calor abrasador te gusta y el suelo cambiante tampoco está tan mal. Pero, ¿quién quiere una inmensidad yerma pudiendo tener un rinconcito de descanso fértil en el que tiene todo lo que puede necesitar? No importa lo grande o pequeño que sea; al final, siempre te quedas en ese oasis porque es con lo que sueñas cada noche. No con dunas, ni con arena ardiente: con agua que te refresque y sombra bajo la que descansar. Eso es Eleanor para mí. Descanso. Perdón. La casa que no tengo cuando estoy en otro país” Y NO TENGO GANAS DE TIRARME DE UN PUENTE. ES QUE CHILLO JODER ESTA PERSONA ME GENERA DOPAMINA. O SEA AHORA MISMO ESTOY ABSOLUTAMENTE DESQUICIADA. TE ODIO.

    ResponderEliminar
  2. La mayoría de este cap lo voy a comentar reescribiendo frases del capítulo y te vas a tener que aguantar.
    - Scott no ha podido ser más ICÓNICO en este cap y yo no he podido gritar más (no sé qué me ha gustado más, si leerle hablar de Sabralec o el discurso sobre lo que significa Eleanor para él). Además, es que me encanta cuando las personas que rodean a una pareja son conscientes y ven lo que se quieren, es de mis cosas favoritas. Y en este capítulo no solo lo has hecho con Scott y Sabralec, sino también con Sabrae y Sceleanor.
    “Es Alec. Y se trata de ti.”
    “¿Tienes idea de lo que te quiere ese chico, Sabrae?”
    “Así que sé que, si presume de cómo te defendió en Grecia, es porque estuvo a nada de prenderle fuego a la isla para protegerte.”
    “Eleanor es el oasis que me encontré en medio del desierto después de diecisiete años cruzándolo.” “Eso es Eleanor para mí. Descanso. Perdón. La casa que tengo cuando estoy en otro país.” Lo de “perdón” me ha MATADO.
    “Sentí que se me formaba un nudo en la garganta al recordar hasta que punto quería Scott a Eleanor. Había llegado a arriesgarlo todo por ella, y a veces a mí se me olvidaba que casi había perdido a Tommy por conservarla a ella.”
    - Puedo morir de amor con Shasha diciendo “No es otro, es Alec”.
    - El final de la parte narrada con Sabrae me parece fatal, porque se viene intercambio de papeles y que Sabrae se martirice por pensar que no se merece a Alec y eso no me gusta un pelo.
    - De la parte de Alec tengo un total de 0 pensamientos coherentes (no sé por qué será) y simplemente voy a poner las siguientes frases:
    “En lo placentero que era ser yo. Porque significaba ser de ella.”
    “Igual que la de mi futuro de un poco después, cuando ella fuera lo único fijo en un mundo repleto de variables. Estaría bien. Estando con Sabrae siempre estaría bien.”
    Bueno, evidentemente me ha encantado el cap y estoy deseando leer másss!! <3

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤