domingo, 19 de febrero de 2023

Chile dulce.


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Si el sonido de un teléfono de madrugada ya suele ser mala señal en una casa, imagínate en mitad de la jungla, donde es el único que hay a kilómetros a la redonda, donde el acceso al mismo está restringido para llamadas que, bueno, perfectamente suelen ser por la mañana.
               Normalmente el destinatario de esa llamada tenía el consuelo de que no se escuchara su nombre entre el barullo de voces dando instrucciones o cuerpos trabajando, pero la noche le pertenecía a los depredadores, y estos eran tan silenciosos que dejaban que las malas noticias retumbaran como lejanos tambores de guerra.
               Los de la madrugada no tenían tanta suerte. Aunque las desgracias nunca se fijan en el ángulo de las agujas del reloj, que un teléfono te sacara de la cama parecía ser más grave que el que te sacara de tus labores. Por eso todos abríamos los ojos de a una, quedándonos quietos en la cama unos segundos antes de mirar a nuestros compañeros de cabaña y confirmar que no lo estábamos soñando. Y, cuando lo hacíamos, tocaba levantarse y salir hacia la oficina. Le lancé los pantalones a Luca, que me los había tirado justo antes de quedarse frito, y me puse los míos antes de salir. Con los pies descalzos del italiano siguiendo las huellas de los míos, bajé los escalones de la cabaña y me uní a la procesión fantasmal que se veía atraída por el teléfono como un séquito de marineros extraviados ante un canto de sirena que sabían que acabaría con sus vidas, pero al que no eran capaces de resistirse.
               Nadie dijo nada en el larguísimo minuto en que el teléfono estuvo sonando, la tensión entre nosotros creciendo con cada timbrazo. Si era algo tan urgente que no podía esperar a despertar a quien fuera el encargado de responder, por fuerza tenía que ser malo. Nuestras cabezas se giraron al unísono como las de una manada de cebras que observan cómo un guepardo le da caza a una gacela cuando Valeria atravesó el patio del campamento, introdujo la llave de su oficina en la cerradura, y entró corriendo en el interior.
               Los timbrazos dejaron de sonar y me di cuenta de que estábamos aguantando la respiración, unidos en una sincronía que no tenía nada que envidiar a la de las bandadas de pájaros que atravesaban medio mundo para encontrar aires más cálidos en invierno o las de los peces que se defendían de los depredadores convirtiéndose en un solo bloque. En nuestras cabezas retumbaba un coro de plegarias silenciosas que, sin embargo, no fueron lo suficientemente efectivas: Valeria salió con el semblante igual de sombrío como lo habíamos anticipado todos. Varios de mis compañeros tomaron aire sonoramente; yo no fui uno de esos. A pesar de que era incapaz de retener mi nerviosismo, tenía la certeza de que no diría mi nombre. Mis llamadas con Sabrae se habían dado por terminadas; nos habíamos prometido que no volveríamos a oírnos hablar hasta que no volviéramos a estar juntos, así que yo no esperaba que fuera mi nombre el que hubieran pronunciado al otro lado de la línea.
               Aun así, estaba intranquilo. Después de todo, no es agradable que te despierten en medio de la noche y te den una mala noticia delante de una familia que has adquirido hace apenas un mes. Todavía no teníamos la suficiente confianza como para rompernos sin problema delante de un grupo tan grande de personas, con algunas de las cuales sólo coincidíamos a la hora de comer. Fuera quien fuera al que reclamaran, lo sentiría por él y sería de los primeros en ofrecerle mi apoyo. La fría distancia que había entre mis nulas posibilidades de ser reclamado y las de los demás hacía que se me diera la vuelta el estómago, pero no por mí, sino por ellos: se merecían estar aquí de pie y preocuparse por sus compañeros en lugar de por sí mismos.
               Y entonces Valeria clavó los ojos en mí.
               Y dijo mi nombre.
               -Alec.
               El único nombre que conservaba desde que había nacido. El único nombre que había sido siempre mío. Si hubiera dicho Theodore, si hubiera dicho Nicholas, si hubiera dicho Whitelaw o hubiera dicho Cooper, yo tendría una excusa a la que aferrarme; no había nacido con el primero de los pares ni seguía respondiendo a los segundos de estos. Pero Alec… Alec había sido siempre mi destino: mi don y mi condena a partes iguales. Significa protector, había descubierto de pequeño, y todo en mi vida había cobrado mucho más sentido desde entonces. Había salvado a mi madre, había salvado a mi hermana, había salvado a mis amigos, y había salvado a Sabrae.
               ¿Quién iba a salvarme a mí ahora que me atacaban en mitad de la noche y yo no podía defenderme, descalzo, semidesnudo, somnoliento y con los músculos agarrotados? No podía pelear de esa guisa. No estaba lo suficientemente espabilado ni lo bastante fresco. El corazón me latía a toda velocidad, pero no me daba esa claridad que siempre había sentido justo antes de subirme a un ring, a pesar de que conocía de sobra ese ritmo desenfrenado.
               -Preguntan por ti.
               Todos los rostros se habían girado para mirarme, los ojos brillantes en medio de la oscuridad. Sentí, más que vi, a Perséfone a mi lado: se había colocado junto a mí más porque necesitaba de mi consuelo que por ofrecerme el suyo propio; ella era una de las que habían contenido el aliento cuando Valeria salió de la oficina.
                Se abrió un extraño canal entre Valeria y yo que nada tenía que ver con la manera en que el Mar Rojo se había apartado para que Moisés pudiera guiar a los judíos lejos de Egipto. No era un camino de esperanza, sino de muerte. Era, más bien, el pasillo que le habían hecho a Primrose Everdeen el día que su nombre fue anunciado para los Juegos del Hambre.
               Tomé aire y no recuerdo haberlo soltado mientras ponía un pie delante del otro, dejando de sentir el suelo bajo mis pies, la arena pegándoseme a las plantas de los pies, o las respiraciones de mis compañeros arañándome los hombros mientras avanzaba hacia Valeria como un animal a punto de ser sacrificado. Era muy tarde (o temprano, según se mire) en Etiopía, y la diferencia horaria con los dos países en que se concentraban ahora mismo mis seres queridos me hacía temerme lo peor; curiosamente, no estaba pensando en Inglaterra.
               Estaba pensando en Grecia. Creo que una parte de mí ya sabía por qué me llamaban: en cuanto los ojos de Valeria se posaron en mí, antes incluso de que pronunciara mi nombre, una palabra explotó en mi cabeza: Mamushka.
               Mi abuela siempre había gozado de una gran vitalidad; tanta, que a veces incluso bromeábamos con que nos enterraría a todos, cosa a la que ella siempre se reía y decía que no le extrañaría tampoco, porque ya no estábamos hechos de la misma pasta que lo estaba ella, aunque yo sabía que le encantaba la mezcla que había sido necesaria para tener a mi madre, y que mi madre nos hubiera hecho a mi hermana y a mí. Incluso el hecho de que yo fuera hijo de mi padre parecía no importarle.
               -Alexéi, necesitas de los venenos más potentes para hacer las mejores medicinas.
               ¿Me había llevado mis medicinas demasiado lejos? No podía dejar de preguntármelo y de repasar mis últimas interacciones con mi abuela, que se había mostrado más aburrida en Londres de lo que parecía estarlo en Mánchester, cuando hablábamos con ella una vez por semana. ¿Sacarla de su elemento había hecho que se marchitara como una flor que no tolera que la cambies de tiesto?
               Creo que incluso había hecho el típico comentario de anciana que está esperando ya con impaciencia la muerte antes de irme, pero en su momento había creído que era por pincharme. Ya no estaba tan seguro. Empecé a rezarles a los cielos, para que si había alguien ahí fuera y tuviera a bien escucharme, cambiara el curso de mi historia y no me hubiera hecho decirle mi último adiós a Mamushka sin yo saberlo. Había sido demasiado poco ceremonioso, centrado como estaba en sobrevivir a despedirme de Sabrae. La verdad es que no estaba preparado para dejar de ser su nieto.
               Tembloroso, cogí el auricular del teléfono y me lo llevé al auricular. Ni siquiera consideré la posibilidad de que quien estuviera al otro lado no entendiera griego, y así me dirigí hacia mi interlocutor. Si se trataba de Dylan, ya cambiaría al inglés.
               -Parakalo?
               Supongo que entenderás por qué me sentí aliviado cuando la voz al otro lado no podía hablarme en griego ni aunque quisiera.
               -Al-jadeó Jordan al otro lado de la línea, y durante un segundo me permití respirar.
               Sólo un segundo.
               Porque si no me llamaban desde Mykonos, sino desde Londres… es que había pasado que podía llegar a considerar peor.
               -¿Jor?-respondí, a pesar de que reconocería su voz entre la de mil millones de personas. Era mi mejor amigo, joder. Habíamos crecido juntos, entrenado juntos, vivido mil experiencias juntos. Pasaba con él más tiempo que con nadie… salvo, bueno, Sabrae, desde los últimos meses. Le reconocería incluso por su manera de respirar. ¿Qué coño hacía llamándome el notas éste y poniéndome histérico a las putas cinco de…?
               -Joder… joder, menos mal-suspiró, y me lo imaginé pasándose una mano por la cabeza, buscando las rastas que se había rapado cuando yo me desperté. Con el tiempo que le había llevado que le llegaran a la longitud que él quería, y había bastado una semana sin tenerme para renunciar a ellas. Normal que me buscara hasta en lo más profundo de la selva; algo me decía que Jordan iría al infierno con tal de recuperarme. Igual que yo con él.
               No me lo pensaría dos veces.
               -Jor, ¿qué pasa?-y entonces mi corazón empezó a correr desbocado, porque sólo se me ocurría una razón que pudiera considerar peor que el que se muriera mi abuela, una razón por la que Jordan me llamaría a altas horas de dos madrugadas distintas. Odié tener que hacer la pregunta, pero necesitaba la verdad. Tenía que ir y consolar a su familia si le había pasado algo, o correr a despedirme si aún no era demasiado tarde-. ¿Se encuentra bien Josh?
               En cuanto lo pregunté, lo supe. Era la típica lógica que no alcanzas hasta que no formulas tus dudas en voz alta y no escuchas que la respuesta está dentro de la propia pregunta, como resolver la adivinanza de “oro parece, plata no es” o caer en que “museo” procede de “musa”.
               ¿Por qué me llamaba mi mejor amigo y no mi novia?
               Premio.
               Porque los problemas eran con mi novia, y no con mi ahijado hospitalario.
               -Sí-asintió Jordan, tan agobiado que me lo imaginé pálido como una estatua de mármol. Pobre. Entre Sabrae y yo íbamos a matarlo-. Sí, sí, sí. Él está bien. Estuvo unos días pachucho, pero ya se encuentra bien y siguen adelante con los planes del trasplante. No, no te llamo por eso. Se trata de…
               -Sabrae-adiviné yo-. Se trata de Sabrae-dije, apoyándome en la mesa y negando con la cabeza-. Joder. ¿Qué pasa ahora, Jordan?
               Te lo juro, como se haya tirado a un mamarracho y ahora esté rayada porque sienta que me ha puesto los cuernos cuando yo le di permiso para hacerlo, pienso llamarla ahora mismo y ponerla a vuelta y media.
               -Ha vuelto rara de Estados Unidos. Creo que ha pasado algo allí, pero no sé decirte el qué-corrigió su rumbo, como si supiera que yo me había envarado. Como le hubieran hecho daño en Yankilandia, juro por Dios y por todos mis ancestros que cumpliría las fantasías rusas que también me corrían por las venas de puto destruir ese aborto de conglomerado estatal al que los putos americanos llaman país. Lo que les haría conseguiría que Stalin y Hitler se cagaran en los putos pantalones del miedo.
               Y luego me ocuparía de Scott. Me la bufaba que medio mundo se pusiera en mi contra si me cargaba a ese hijo de puta; Sabrae estaba bajo su cuidado en Estados Unidos, allí donde Jordan no podía ocuparse de ella, y si le habían hecho daño allí era su puta responsabilidad. Le abriría en canal, tocaría un solo legendario de batería con sus puñeteras costillas y daría la vuelta al mundo en menos de 80 días con un globo aerostático que se parecería sospechosamente a sus pulmones.
               En serio. Le metería tal puñetazo que se le saldría el piercing por la nuca.
               -El caso es que ha llegado y se ha venido derecha a tu casa. Shasha y yo la hemos encontrado tirada en el sofá con todas las puertas abiertas, y… Alec, tienes que venir. Esto me viene muy, muy grande.
               -Jor, tío, lo que le haya pasado en Estados Unidos es culpa de su hermano, no tuya. Tú lo estás haciendo de puta madre. En unos días le viene la regla; tienes los bombones ya preparados para llevárselos, ¿a que sí, hermano?-Jordan asintió por lo bajo-. Pues ya está. Lo estás haciendo cojonudamente. El gilipollas de Scott, en cambio… joder, lo voy a matar. Lo voy a puto matar, Jordan.
               -Espera, espera. Creo que no le ha pasado nada malo en Nueva York, ¿sabes? O sea… creo que no podría disimularlo. Y Scott la ha tenido vigilada, creo.
               Todo lo vigilada que una estrella del pop puede mantener a su hermana pequeña mientras se dedica a hacer ensayitos por aquí, entrevistitas por allá, y corretear por las calles de la Gran Manzana practicando con su don de invisibilidad. Síp. Un trabajo de diez, vamos.
               -¿Crees? A mí no me basta con que creas, Jordan. ¿Estabas ahí? No. Pues ya está. El caso es que ella se fue y estaba bien y ahora ha vuelto y no lo está. ¿Sabes por qué?
               -No, y creo que no lo vamos a averiguar. Pero eso da igual. Shasha está con ella y ha conseguido sonsacarle qué le pasa.
               -¿Y qué le pasa?
               -Dice que te tiene que dejar.
               Me quedé pasmado. Noté que levantaba la cabeza y me encontré mirando mi reflejo extrañado, rayando la estupefacción, en la ventana de la oficina de Valeria. Como tenía la luz encendida, sólo podía verme a mí.
               -¿A mí?
               -Sí.
               Tiene ganas de echar un polvo y se sentirá culpable si lo hace y seguimos juntos, viendo que yo no dejo ni que me den besos siquiera.
               Bueno, eso tenía fácil solución.
               -Fóllatela.
               -¿Eh?
               -Que te la folles, Jordan. Me la conozco. Sé que anda desquiciada de cachonda justo antes de tener la regla. Se sentirá culpable por querer hacerlo y no tenerme ahí para desfogarse, así que escúchame bien, ¿me oyes, Jordan? Vas a ir a mi casa, vas a decirle a Shasha que se vaya, le vas a decir a Sabrae que yo os he dado permiso… no, mejor, luego me grabas con el móvil y le pones la grabación para que se lo crea… y luego te la vas a follar. Primero cómele el coño. Y ni se te ocurra apartarte cuando vaya a correrse, Jordan, que tienes una cara de ser de esos payasos que se apartan cuando las tías se corren que… buf. No quiero eso para mi novia. Y luego coges y te la tiras. En mi cama no, eso sí, ten un poco de respeto. Pero el sofá os bastará. Asegúrate de que esté cómoda y bien y que le gusta y que no le hagas daño. Si pasada media hora ves que no se ha corrido, coges y vuelves a comerle el coño. Y que se corra así. Y ya está. No creo que seas capaz de hacer que acabe si está distraída. Y por el amor de Dios, Jordan, que no se te rompa el condón, ¿eh? Ya ha tomado la píldora del día después dos veces este año y no me hace especial ilusión que la tome una tercera.
               -¿Te estás oyendo?
               -¿Me estás oyendo a mí?
               -No voy a follarme a tu novia, Alec.
               -¿Por qué?
               -¡Porque es tu novia y tú eres mi mejor amigo!
               -¡Bueno, pero es que no puedo recurrir a Scott porque, primero, no está ahí, y segundo, es su puto hermano, Jordan! ¡Tú tendrás que servir! ¿Te crees que me hace ilusión que mi piba me ponga unos tochos consentidos como los del padre de Bambi con un chaval al que le he tenido que hacer un PowerPoint para que sepa en qué agujero tiene que meterla, eh?
               -¡YO NO NECESITABA EL POWERPOINT, LO SABÍA DE SOBRA! De todas formas no sé por qué cojones estamos discutiendo esto si el hecho de que ahora Sabrae se haya vuelto se debe a…
               -Eh, eh, eh, eh. Cuidadito con cómo hablas de mi novia, chaval. Les he partido los piños a otros por bastante menos.
               -Si me dejas explicarte entenderás por qué hablo de ella así.
               -Si dejaras de hacerte el interesante y me lo dijeras de una puta vez…-ironicé, poniendo los ojos en blanco y recogiendo uno de los pisapapeles de Valeria, una talla de rinoceronte hecha con… ¿marfil? ¿No trabajábamos para una fundación de conservación de la vida animal? ¿Qué hacía esta señora con una talla en marfil?
               -Shasha dice que le ha dicho que no te merece-soltó a bocajarro, y yo fruncí el ceño.
               -Lo veníamos sabiendo-respondí, dejando el pequeño rinoceronte en la mesa-. Jordan, me has dado un susto de muerte. ¿En serio me has sacado de la cama para contarme esta mierda? ¿Tienes idea de lo reventado que estoy? No me toques los cojones. Me voy a dormir. Mañana salgo de expedición durante tres días y necesito estar fresco para que no se me meriende un leopardo o algún bicho de estos. Buenas no…
               -Gilipollas, que no te merece porque cree que no es lo suficientemente buena para ti.
               Me quedé quieto como una estatua, y me imaginé a Jordan poniendo los ojos en blanco en casa, pellizcándose el puente de la nariz y pensando “son tal para cual: igual de subnormales los dos”.
               No sabía qué decir. Es que estaba flipando, la verdad. ¿Sabrae, demasiado buena para mí? Sí, claro. Me parto. La risa máxima, vamos. Menuda comedia. Digna del Oscar, sí señor.
               -¿A esta chavala le ha dado un aneurisma en el vuelo de vuelta o siempre ha sido así de retrasada?-pregunté.
               -¿Quieres que responda?
               -¿Quieres conservar la cabeza?
               Yo podía meterme con Sabrae si me daba la gana. Que Dios cogiera a Jordan confesado como se le ocurriera decirle una palabra más alta que otra.
               -Sí.
               -Yo también tenía esa impresión. ¿Y por qué ha llegado a esa impresión? ¡No le habrá dicho nada Scott!
               -No. De hecho, Scott estaba picado con ella porque te había perdonado por ponerle los cuernos, según me dijo. Así que ella se iba un poco nerviosa a Nueva York porque pensaba que Scott se la iba a liar.
               -¿Y se la lió?
               -No.
               -Punto para él. Yo se la habría liado-me reí con amargura-. Sigue.
               -Creo que hablaron y Sabrae le dijo que tú te habías equivocado y que… no, la clave está en que Scott pensaba que te habías follado a Perséfone. Porque, a ver, Al. No es para hacerte sentir mal ni nada, pero flipas lo loca que se volvió cuando se lo dijiste. O sea, es que reaccionó como si hubieras hecho un puto trío con ella y con una gemela suya y las hubieras dejado preñadas a las dos.
               -Hombre, teniendo en cuenta el historial que tenemos los dos con el tema de Perséfone, la verdad es que no me sorprende que pienses que tienes que comparármelo con una situación así para que yo entienda lo mal que lo pasó Sabrae, porque lo sé. Pero sigue.
               -Vale, pues el caso es que le dijo que sólo os habíais besado, y entonces Scott se la quedó mirando y le dijo que era mentira. Así, sin más.
               -¿Y eso por qué?
               -A ver, Alec, porque tú no te has besado y nada más con una tía en tu vida.
               -Vale, tiene sentido. Continúa.
               -Así que Shasha dice que Sabrae se siente culpable porque mientras que Scott sólo necesitó saber que le habías dado un beso a Perséfone para darse cuenta de que era mentira, ella se lo comió con patatas y necesitó que fuera Tam la que la hiciera darse cuenta de que lo habías flipado todo.
               -¿¡Se dio cuenta por Tamika!? Dios mío de mi vida, eso que debería darle vergüenza.
               -Sabes que ella no te escucha, ¿no? No tiene sentido que te metas con Tam para vacilarla si ella no te puede oír.
               -Mm.
               Bueno, vale, tenía razón. Meterme con Tam no era divertido si ella no estaba, pero… tampoco puedo decir que me sorprendiera que, de todas las personas que me conocían, Tam hubiera sido precisamente la que le había abierto los ojos a Saab. De todos mis amigos, Tam era con diferencia la más exigente conmigo, puede que incluso más que Bey, que siempre me pedía las cosas de manera más  directa pero estaba más dispuesta a perdonarme cuando yo simplemente me negaba a dar mi mejor versión, bien por vagancia o bien por incapacidad. Tam, en cambio, jamás aceptaba de mí más que el ciento diez por ciento. Por eso la veía perfectamente sentándose en una mesa rodeada de chicas dispuestas a destriparme y ella defendiéndome como una jabata, consiguiendo incluso que las demás se batieran en retirada ignorando su superioridad numérica.
               -Así que ahora Sabrae cree que es una mala novia porque no lo ha visto venir-continuó Jordan, ajeno a mis disquisiciones-. Y debo decir que… yo también. Yo tenía mis dudas, ¿sabes, Al?-confesó-. Me parecía rarísimo que hubiera pasado nada con ninguna chica, y mucho menos con Perséfone, dado lo que os pasó en Grecia, pero… Sabrae parecía tan convencida que no me quedó más remedio que estar seguro. Sobre todo porque pensé que tú sólo se lo podrías haber dicho si estuvieras seguro de ello, porque sabes el dolor que puedes causarle y eso es lo último que quieres.
               Sí. Si hubiera tenido la más mínima duda, si hubiera sospechado siquiera que yo me había quedado quieto y que no había reaccionado a lo de Perséfone, se lo habría dicho. La habría llamado y habría hablado con ella y le habría asegurado que yo no me había movido y que siempre le sería fiel, pero se lo habría hecho saber porque se merecía saberlo, y porque no quería que creyera que había dejado que pasara el tiempo cuando la viera en persona y se lo contara. La sinceridad era la base de nuestra relación, y también la razón de que confiáramos tanto el uno del otro, porque suponía que nos respetábamos lo suficiente como para decirnos lo que nos había hecho daño y lo que no nos había gustado, confiando en que no se repetiría y cambiaríamos la actitud. Lo nuestro era una carrera de fondo, no un sprint, como sí habían sido mis anteriores relaciones: si yo no encajaba con un rollo de una noche, no pasa nada; en cambio, Sabrae y yo nos habíamos pulido el uno al otro para conseguir la eternidad, igual que si escogiéramos unos playeros con los que correr una maratón: tenían que quedarnos como un guante, ni demasiado pequeños, ni demasiado grandes; la medida exacta.
               Y habíamos encajado el uno en el otro. Que yo me hubiera ido había supuesto un cambio al que tendríamos que adaptarnos, pero… lo conseguiríamos. Confiaba en que sí. Estaba seguro de ello.
               -Ella no me creyó al principio. Pensó que estaba de coña. Jor, tuve que insistirle en que lo había hecho para que ella me escuchara. ¿Y ahora piensa que no confió en mí? Lleva haciéndolo casi un año. ¿No te lo dijo?
               -No hablamos de eso. Cuando hablé con ella a solas, sin Scott cabreadísimo de por medio, en ningún momento me dijo que no se lo creyera. O más bien me dijo que no había una parte de ella que te creyera del todo y otra que no lo hiciera. Estaba más centrada en encontrar la manera de perdonarte y que no la juzgaran por ello que en analizar lo que de verdad sentía, ¿sabes, tío?
               Intenté imaginarme a Jordan y Sabrae hablando de cómo yo le había puesto los cuernos a ella sin que ninguno de los dos se lo creyera realmente, y se me retorció el estómago. Porque me la imaginaba a ella perfectamente: destrozada, hecha un lío, y aun así, segura de que iba a perdonarme porque quería perdonarme. Porque me necesitaba y me quería y sabía que yo no podía vivir sin ella. Y lo más importante: ella, sin mí, tampoco.
               Y sabía de sobra por qué estaba pensando en esto ahora y por qué estaba así: había tomado la decisión de que me tenía que dejar, aunque no quisiera. Sólo estaba haciendo lo mismo que había hecho cuando salió de fiesta y casi consigue que le hagan algo impensable: dejando que las emociones la desbordaran y tomaran el control.
               Joder… los demonios de su cabeza habían encontrado una voz.
               -Al, tío, se culpa por haber pensado eso de ti. Se culpa porque cree que Perséfone…
               -Mira, me tiene hasta lo putísimos cojones con Perséfone, Jordan. Así de claro te lo digo.
               -Tío, no te lo digo para cabrearte, ni nada por el estilo…
               -Ya, ya lo sé.
               -Pero-continuó como si yo no hubiera dicho nada- es que… nunca te he visto tan ilusionado con nada como te he visto con ella, Al. De verdad. Ni con el boxeo ni con los viajes ni las vacaciones o los tríos que tienes hechos con tías. Nada. Es que nada se compara a lo que te hace Sabrae, y… a mí esto me viene grande. Muy, muy grande. No sé si voy a ser capaz de cumplir con la promesa que te hice y cuidarla como si tú estuvieras aquí.
               -Jor, tío, de verdad que lo estás haciendo de puta madre.
               -No quiero pensar en que pueda tomar la decisión y que tú no seas capaz de convencerla luego para que cambie de opinión. Sé que es muy decidida cuando se lo propone, y… yo no me veo capaz de quitárselo de la cabeza.
               Sonreí con maldad.
               -¿Sabes por qué está haciendo esto ahora? Porque yo no estoy ahí. Porque piensa que voy a dejar que se asiente tanto en la idea y se le ocurran tantos argumentos para defenderla que no voy a ser capaz de quitársela de la cabeza. Es una Tauro de manual, tío: terca como una mula; pero no cuenta con que yo soy un puto Piscis dispuesto a ir a la fosa más profunda del océano con tal de recuperarla. No se va a alejar de mí. No va a conseguir alejarme de ella.
               -Alec, te puede dar mil vueltas si quiere.
               -Me da igual. Por mí, como si me orbita más que la Luna a la Tierra. Me sigue queriendo; sé que lo hace. De lo contrario, no estaría mal. Y tiene el problema de que se piensa que yo simplemente voy a aceptar que elija por mí, sobre todo en base a las ideas de mierda que se le metieron en la cabeza sobre que Perséfone es más importante que ella.
               -Siento mucho no haber cumplido…
               -Joder, Jordan, corta ya el rollo. Lo estás haciendo genial. Te he dejado el toro más bravo para torear cuando tú no has tenido delante ni siquiera una dócil ovejita, y aun así la estás gestionando de putísima madre.
               -Aun así, me quedaría más tranquilo si vinieras cuanto antes. Sólo por si acaso.
               -Oh, Jordan, claro que voy a ir-ronroneé, oscuro-. Te pedí que me la cuidaras. Pelearme con ella es cosa mía. Y verás el pollo que le pienso montar cuando llegue a casa. Estoy cabreadísimo con ella. ¿Quién coño se cree que es para menospreciar así a mi novia? Mi futura mujer. La madre de mis hijos, joder. ¿No siendo mejor que una amiga a la que me tiraba regularmente y a la que renuncié en dos milisegundos nada más se me puso Sabrae por delante?
               Jordan no contestaba.
               -Al final va a tener razón. Ésta no sabe quién soy yo. Claro que tampoco es culpa suya: no me ha visto pelear en serio nunca. Bueno, pues mañana verá por qué coño me tuvieron que descalificar para no darle un cinturón de campeón a un chaval que se iba a retirar.
               Jordan tomó aire.
               -Así que, ¿vienes mañana?
               Puse los ojos en blanco.
               -No, Jordan, si te parece enlazo con un voluntariado que tienen en Calcuta a partir del verano que viene, y luego ya, si eso, pues me paso por casa un ratito-ironicé-. ¡Claro! ¿Te crees que le voy a dejar margen para que se prepare? ¡Ni de coña! ¿Qué nos decía Sergei? Los combates con los campeones, cuanto más tarde, mejor; los combates con los aspirantes, cuanto primero, mejor. A unos hay que cansarlos y a los otros hay que impedir que se preparen. Y Sabrae es una novata; yo soy subcampeón. Va a ser divertidísimo.
                Jordan rió.
               -Además…-añadí-, no sabes lo mal que lo estoy pasando aquí. No paro de pelármela, tío. Estoy como un mono, subiéndome por las paredes. Con un poco de suerte llego antes de que le venga la regla y lo arreglamos con un polvazo.
               Jordan se rió más fuerte.
               -Siempre estás pensando en lo mismo, tío. Estás obsesionado.
               -Amigo, cuando te des cuenta del poder que tiene lo que tienes entre las piernas si sabes usarlo… entenderás por qué yo siempre pido más. Dile a Shasha que me consiga un asiento en el próximo vuelo y que haga que me den el billete en la terminal. Me consta que sabe las conexiones que necesito hacer, así que confío en que lo gestionará.
               -Eh… me está diciendo que ya te cogió los billetes en cuanto le dije que te iba a llamar.
               -Mi hermana preferida-suspiré-. No se lo digas a Sabrae.
               -Procuraré.
               -Gracias por todo, Jor. Ah… y no te preocupes. Estás a la altura para cuidar de Sabrae. Más que a la altura. Creo que lo estás haciendo mejor de lo que lo haría yo.
               -¿Ah, sí? ¿Y eso por qué?
               -Porque no sé si yo te llamaría y te reconocería tan rápido que estoy asustado.
               Esta vez, Jordan rió entre dientes.
               -Siempre subestimándote, Al. Nos vemos mañana.
               -Hasta mañana. Y gracias, Jor. De verdad.
               -Siempre, Al.
               Colgué el teléfono y me quedé un momento apoyado en la mesa de Valeria, las manos agarrando el borde del escritorio. Sentía una extraña sensación de pesada ingravidez en el estómago, como si estuviera anclado al suelo y flotando en el espacio al mismo tiempo. La voy a ver, pensé, y a pesar de que las circunstancias tenían poco margen para empeorar… me gustó pensar que pronto la tendría delante otra vez, y podría olerla y tocarla y saborearla.
               Hacerle entender de una puta vez por todas lo que todo el mundo, incluso Perséfone, ya sabía: que no tenía que preocuparse por ninguna porque no había ninguna que se comparase con ella.
               Sonreí un momento. No dudaba de lo mucho que me costaría convencerla si ya había llegado a la fase de retrotraerse en sí misma y aislarse en mi casa, pero también confiaba en que conseguiría que recordara lo feliz que la había hecho en Mykonos y lo bien que nos lo habíamos pasado una vez superados nuestros miedos.
               Salí de la oficina de Valeria y atravesé el pasillo en dirección a la intemperie. Valeria estaba hablando con Perséfone y Luca, los únicos que quedaban de la comitiva que se había levantado: había pasado tanto tiempo hablando por teléfono que Valeria les había animado a que se fueran a la cama, y habían obedecido sin insistir demasiado en ello. Cuando nos llamaban para cosas malas, solíamos dar intimidad a la persona a la que estaban reclamando para que gestionara su luto como mejor quisiera, y eso era lo que los demás estaban haciendo conmigo.
               Luca levantó la cabeza y se me quedó mirando, de modo que Valeria se giró.
               -Valeria, ¿puedo hablar un momento contigo, por favor?
               Entramos de nuevo en su despacho y cerré la puerta. Ni me molesté en sentarme.
               -Me han llamado de casa. Tengo que irme a Inglaterra un día; es una emergencia.
               Valeria asintió con la cabeza, cruzándose de brazos.
               -No es por inmiscuirme, Alec, pero necesito saber por qué razón tienes que irte. Es para tus permisos-dijo, señalando por encima de su hombro a sus papeles.
               -Se trata de mi novia; me necesita.
               Valeria parpadeó despacio, frunciendo ligeramente el ceño.
               -De acuerdo… ¿por qué motivo?
               -Tengo que ir a verla.
               Tampoco le interesaban los motivos, ¿no? Quiero decir, ¿qué coño le importaba a Valeria las movidas que nos trajéramos Sabrae y yo con Perséfone? Si yo fuera Saab, no me haría ninguna gracia que mi novio fuera aireando por ahí mis preocupaciones e inseguridades con otras chicas. Proteger a Saab también empezaba por cuidar de su reputación en Etiopía, incluso aunque a ella no le importara lo que gente que no conocía y a la que no quería pensara de ella. Bueno, a mí sí me importaba. Protegerla también pasaba por ahí.
               -¿Estabais esperando un hijo y lo ha perdido?-preguntó, entrelazando las manos y hundiendo un poco en la cabeza, como diciendo siento tener que preguntarte esto, pero son las normas.
               -¿Qué? ¡No! No. No, no, no-me eché a reír y me pasé una mano por el pelo-. No, yo no habría venido si ella estuviera embarazada.
               -Entonces me temo que, si quieres irte, tendré que descontarte un viaje de los permisos que tienes concedidos por la Fundación.
               ¿Qué? No podía ser. Iba a irme sólo un día: los permisos de la fundación eran de mínimo el fin de semana, salvo que quisieras juntarlos para pasar una semana en casa con tu familia, de fiesta con tus amigos o, sinceramente, donde te diera la real gana. Y yo tenía mis permisos ya repartidos por el año: reservaba uno para el cumpleaños de Tommy, la fiesta más épica que preveíamos ese año; otro era para el cumpleaños de Mimi; y el último, para el cumpleaños y cumpleadopción de Sabrae. Tenía pensado hacer días extra a partir de enero del año que viene para generar más días que disfrutar en casa, y así poder estar en Inglaterra ya el mismo día 26 de abril y quedarme, como mínimo, hasta el 1 de mayo.
               -¡Pero eso no es justo, Valeria! Necesito mis tres viajes.
               -Lo siento, pero así son las normas, Alec-abrió los brazos-. Lo dictan desde dirección y yo no tengo nada que decir al respecto.
               -¿Vas en serio? ¿Y qué pasa si mis cuatro abuelos vivieran, y se murieran los tres mientras estoy aquí? ¿Tendría que renunciar al funeral del último porque ya habría hecho mis salidas?
               -Sabes que para los funerales y las emergencias familiares no se aplica la norma y que os dejamos ir sin ningún problema.
               -Esto es una emergencia familiar. Sabrae también es mi familia. Joder, algún día parirá a mi familia.
               -Sé que te resultará frustrante, pero así son las cosas, Alec. Escapa totalmente a mi control. La gestión de vuestros visados lleva mucho papeleo, y las salidas que tenéis autorizadas están limitadas. Además, si os dejara iros a casa para solucionar vuestros líos amorosos, no tendría gente en el voluntariado. Entiéndeme, Alec. Tu novia no es la primera que lo pasa mal porque su pareja se haya ido a la otra punta del mundo. No puedo hacer una excepción contigo. Sí que te puedo ofrecer el teléfono-dijo, haciéndose a un lado y señalándomelo con la mano abierta- las veces que lo necesites, pero no puedo hacer más. Si quieres irte, tendrás que gastar uno de tus permisos.
               -El teléfono no me sirve-respondí. Era poco menos que lo que podía hacer Jordan por convencerla-. Necesito hablar con ella en persona. Es terca como una mula.
               -Pues entonces-respondió Valeria, la viva imagen de la serenidad cuando levantó la cabeza y entrelazó las manos frente a su regazo-, ya sabes qué es lo que tienes que hacer.
               -Vale-bufé, saliendo por la puerta sin tan siquiera despedirme. Regresé a la cabaña dando grandes zancadas, y no me sorprendió encontrarme a Perséfone sentada junto a Luca en la cama de éste. Los dos se incorporaron cuando me vieron llegar.
               -¿Qué ha pasado?
               -Me ha llamado Jordan. Mi mejor amigo-aclaré, y Luca no hizo su típico comentario de “eso, échamelo más en cara”, ya que vio por mi expresión de que se trataba de algo gordo-. Me ha dicho que Sabrae me necesita, así que voy a ir a Inglaterra.
               -¿Cuándo?-preguntó Perséfone.
               -Mañana. En el próximo vuelo que salga.
               -Pero, ¡mañana tenemos la expedición!
               -Ya, bueno, pues que me disculpen los rinocerontes, Perséfone. Prometo no moverme la próxima vez que carguen contra mí.
               -Igual os la posponen-dijo Luca-. Creo que no puede salir sólo un soldado con dos veterinarias. Normas de seguridad de Valeria.
               -No la van a posponer porque Valeria no me da permiso para irme.
               -¿Qué dices? Menuda zorra.
               -Pues yo la entiendo-respondió Perséfone-. Imagínate que todos nos fuéramos cada vez que nuestros novios se rayan porque nos echan de menos.
               -Sabrae no está rayada porque me echa de menos, Perséfone.
               -Entonces, ¿qué le pasa?
               Incliné la cabeza a un lado y arqueé las cejas, como diciendo ¿de verdad crees que te lo voy a decir?, y eso fue suficiente para que Perséfone supiera que era por algo relacionado con ella. Agachó la cabeza y se mordisqueó los labios.
               -¿Y qué vas a hacer, Al?-preguntó Luca.
               -¿No es evidente?-respondió Perséfone, girándose para mirarlo-. Escaparse, ¿a que sí?
               -Qué bien me conoces, Pers. Cualquiera diría que me desvirgaste tú.
               Perséfone esbozó una sonrisa divertida y negó con la cabeza. Dio una palmada en la cama de Luca antes de levantarse, y tras mirarme y comprobar que no la necesitaba, salió de la cabaña y se fue a la suya. Mañana sería un día muy intenso para ambos, y los dos necesitábamos descansar. Luca también lo sabía, y respetó el silencio de la habitación a pesar de que era evidente que yo no podía dormir. No dejaba de dar vueltas en la cama mientras el cabreo que había mantenido a raya hablando con Jordan iba poco a poco empapándome la sangre.
               Estaba cabreado con ella, pero lo estaba aún más conmigo por no saber que el voluntariado podría hacernos esto. De haber sido mínimamente inteligente y haber pensado con la cabeza en lugar de con la polla durante las últimas semanas que había estado en casa, me habría dado cuenta de que mi ego estaba demasiado inflado cuando me decía que estaba listo para enfrentar una prueba que, me decía, sería dura pero sería capaz de superar. No debería haberle hecho tanto caso a Saab y debería haberle pedido más sinceridad a Claire, que en algunos momentos incluso había llegado a titubear con mi diagnóstico y si me haría bien el voluntariado. Me había dicho que me vendría bien tener una prueba en la que desenvolverme y en la que tuviera que confiar sí o sí en mis capacidades para saber hasta qué punto yo me menospreciaba, pero también me había dicho que no sería fácil y que debía ser paciente conmigo mismo y no fustigarme si había momentos en que todo me superara. Pero es que tenía que fustigarme, joder. Tenía novia, y mis acciones y mi dolor ya no eran sólo míos: Sabrae los compartía conmigo y sufría sus consecuencias incluso con más intensidad que yo, como era el caso.
               Aun así… me cago en Dios, tío. Que le había dicho una y mil veces que no tenía de qué preocuparse con Perséfone. Que la había obligado a gritármelo mientras la obligaba a correrse de una forma bestial. Si no le había entrado así en la cabeza, no sé qué coño más podía hacer para que se diera cuenta de que la quería a ella y a nadie más. Cojones. Hostia. Joder.
               Yo le había hecho esto. Yo la había cogido y la había puesto en un pedestal con una base hecha de naipes, y luego me había dedicado a sacudirla y me asombraba de que Sabrae tuviera miedo ahí arriba.
               Pero es que… joder. ¿Se había visto en el espejo? ¿Y había visto cómo la miraba? No había mirado a nadie así en toda mi vida, no había estado dispuesto a cambiar tanto por alguien, no había luchado por nadie como lo había hecho, lo estaba haciendo y lo haría por ella. ¿Y ahora ella pensaba que no era suficiente para mí? No me jodas. ¿La hija de un cantante archiconocido, que tenía en su casa un Grammy con su nombre, y la abogada más exitosa de su país, indigna del hijastro de un arquitecto? ¿La cosa iba en serio? A mí me tenían que estar grabando. Menuda cámara oculta estaba haciendo para el Día de los Inocentes. Me parto de risa, vamos.
               Conseguí echar una cabezadita antes de que los rayos del sol hicieran su aparición, a juzgar por el poco tiempo que transcurrió entre la llamada y estos. Me levanté, me puse de nuevo los pantalones y una camiseta, y me dirigí a la cantina, donde Perséfone y su compañera de cabaña ya nos habían cogido el desayuno. Era como si Pers supiera que no podíamos perder el tiempo y que teníamos que salir cuanto antes para que yo no me perdiera el avión. No tenía ni idea de a qué hora tenía que plantarme en el aeropuerto ni qué avión coger, pero sabía que, estando en manos de Shasha y Jordan, las cosas terminarían saliendo adelante. Me daba la sensación de que si yo me retrasaba, Shasha desconectaría algún sistema de seguridad del avión para impedir que éste despegar sin mí: ventajas de tener una cuñada hacker que está decidida a que no dejes de pasarte por su casa. Sabía que tenía mucha suerte de caerle bien a Shash, y estaba más que decidido a compensarle por las molestias que le estaba ocasionando más pronto que tarde.
               Me zampé más huevos revueltos y más beicon del que me había comido en mi vida de una sola sentada, y aunque sabía que me arrepentiría en cuanto saliera para el avión, no pude evitar metérmelos entre pecho y espalda. Perséfone estaba acostumbrada a verme comer nervioso, pero tanto Luca como Deborah fliparon bastante.
               -Te vas a dejar las tasas por estar aquí en el agua del avión-comentó Deborah, y yo me la quedé mirando y luego miré a Perséfone. Incliné la cabeza a un lado y abrí las manos sin soltar los cubiertos.
               -¿Se lo has dicho?
                -Claro que sí.
               -Ah, vale. Genial, Pers. Luego, si quieres, te ayudo a repartir folletos con mi plan maligno.
               -Es mi compañera de cabaña-se defendió Perséfone, frunciendo el ceño y mirándome con una oscura determinación que me recordó a cuando estábamos en Mykonos y trataban de convencerla para que se fuera de una fiesta para la que se había comprado un vestido especial. Perséfone no se iba de los eventos en los que estaba de estreno hasta que no despuntara el sol… o yo la arrastrara a casa para arrancárselos a tiras, una de dos. El resto de excusas que ponían nuestros amigos (la fiesta era un rollo, Fulanito está cansado, Menganito se aburre) le daban absolutamente igual, y le parecían ofensas del calibre de una invasión militar.
               -No voy a decir nada-prometió Deborah, levantando una mano como si estuviera jurando en un tribunal que diría la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
               -Más te vale-dijo Luca, y cuando Perséfone y Deborah lo miraron, se encogió de hombros y dijo-: Es mi compañero de cabaña.
               -¿Cómo piensas hacer?-preguntó Perséfone al cabo de un rato, cuando yo iba por el tercer plato de huevos y Fjord me miraba con desconfianza. Joder, seguro que se había dado cuenta de que algo pasaba.
                -En cuanto salgamos, le digo a Killian que vayamos escopetados a aeropuerto. Y luego me subo al avión y dejo que me coman los demonios durante ocho horas hasta llegar a casa, le pego cuatro gritos a Sabrae, nos damos unos besos, y me vuelvo a toda mecha.
               -¿Cuánto tiempo tienes para pegarle los gritos a Sabrae?
               -No lo sé.
               -Ah, guay. Impresionante gestión, Alec-Perséfone puso los ojos en blanco y Luca pinchó con timidez un trozo de beicon.
               -¿Crees que saldrá bien?
               -Tiene que salir bien.
               -Todavía tiene que salir-respondió Perséfone-. Aún tiene que convencer a Killian. No sé yo si estará muy por la labor…
               -¿Apostamos?
               -¿Tantas ganas tienes de perder? Al, ¿por qué no gastas un permiso y punto? Quédate allí a pasar unos días. Daos unos besos y luego…
               -Ya tengo planeados todos mis permisos y no puedo renunciar a ninguno de ellos. Uno es para el cumpleaños de Tommy, otro para el de mi hermana, y otro para el de Sabrae. ¿A cuál de los tres dejo tirados por ir a verla ahora?
               -Hombre, dado que vas a verla a ella, lo justo sería que renunciaras al de Sabrae-dijo Deborah, y por la forma en que la miré supe que no iba a volver a participar en ninguna conversación conmigo hasta el año que viene.
               Fui corriendo al cuartel, donde Killian estaba cogiendo la munición y las armas, para explicarle la situación.
               -No-dijo solamente cuando terminé de contarle lo que pasaba. Ni siquiera le había expuesto mi plan aún, ni su participación en él.
               -¿Cómo que no? ¡Si todavía no sabes lo que te quiero pedir!
               -Quieres que te lleve al aeropuerto y salga a la sabana como si vinieras conmigo, y la respuesta es no, Alec. Te necesitamos en la expedición. Podemos posponerla si lo necesitas, pero no voy a salir ahí fuera y poner en peligro las vidas de Perséfone y Sandra porque Valeria no quiere hacer una excepción contigo.
               -Ya hizo una, no entiendo por qué no puede hacer más-protesté-. Por favor, Kil. Por favor. Te juro que no te voy a volver a pedir nada más en mi vida. No protestaré en ninguna misión más. Haré de cebo de cocodrilos, de leones, de hienas y de lo que se te antoje. Pero por favor. Necesito ir. No puedo perder a mi novia por esto.
               Killian tomó aire y lo soltó despacio.
               -Mis manos están atadas.
               Cogió dos pistolas y se las metió en el cinturón. Se hizo con una caja de munición y se acercó al todoterreno.
               -Vivo en un eclipse-dije, y Killian se giró y me miró.
               -¿Qué?
               -Que vivo en un eclipse. Ahora mismo no tengo sombra. Pero pronto la Luna se moverá y mi destino estará sellado. El mío y el de Sabrae. Sé que no podré hacer nada cuando el sol dibuje nuestras sombras, pero mientras tanto… vivimos en penumbra. Yo puedo elegir hacia dónde se proyecta la mía, y la forma que tendrá. Por favor, Killian. Seguro que tu pueblo tiene leyendas sobre almas gemelas, hombres que recorren continentes enteros para reunirse con sus mujeres, mujeres que son capaces de brillar en la oscuridad y a las que escuchas en el canto de las estrellas si afinas lo suficiente el oído. Sabrae es eso para mí. No puedo perderla. Vine aquí para ayudaros, pero también para demostrarme a mí mismo que puedo llegar a merecérmela, y si ella ahora decide que es ella la que no es suficientemente buena para mí, ¿a qué casa regresaré dentro de un año, Killian? Yo no puedo ser un nómada. Lo era antes, pero ahora que sé lo que es tener una casa, un templo al que ir a consolarme, no puedo volver a salir ahí fuera, echar a andar y pasarme la vida así.
               Killian me miraba con ojos fijos, como si fuera un animal que nunca antes hubiese visto. Me sentía algo especial, la verdad. Saber que Sabrae me quería y que lo pasaba mal pensando en dejarme, aunque fuera imbécil y lo estuviera considerando en serio, hacía que me creyera el ser más exótico del universo. Si fuera un pájaro, tendría plumas de todos los colores, desde azul zafiro oscuro hasta rojo rubí llameante, pasando por un glorioso oro que no podría ser más que una pincelada de lo que me unía a ella. Y sería capaz de volar más alto incluso que el sol sin que éste me abrasara.
               -No puedo poner en peligro a Sandra y Perséfone por esto, Alec. Tu amor por tu novia no vale sus vidas.
               -¿Quieres que te suplique de rodillas?
               -Quiero que te olvides de esto y punto.
               Me dejé caer de rodillas y Killian retrocedió, abriendo muchísimo los ojos.
               -Levántate del suelo, Alec.
               -Por favor, Killian. Por favor. No tenéis que iros demasiado lejos. Podéis cubrir el expediente. Por favor. Quedaos cerca para cuando yo vuelva. Será sólo un día. No tiene por qué pasar nada.
               -Que te levantes, Alec. ¿Es que no tienes ni un poco de amor propio?
               -No cuando se trata de recuperar a Sabrae.
               Killian cerró la puerta trasera del todoterreno y puso los brazos en jarras.
               -No te servirá de nada…
               -Alec, ¿qué haces?-preguntó Sandra, que venía cargando con su maletín. Me dieron ganas de llorar al verla. Ella me entendería. Era una mujer, y a las mujeres les encantan los gestos grandiosos, ¿no?
               -Quiere que lo llevemos al aeropuerto porque necesita ir a ver a su novia, porque quiere dejarlo o no sé qué.
               Sandra parpadeó.
               -Alec, eres un chico excepcional. Si ella es tan tonta como para querer dejarte, no se merece ni que muevas un párpado por ella.
               -Es que piensa que no me merece, pero yo la quiero, Sandra. Killian no quiere ayudarme, pero tú me echarás un cable, ¿verdad?-dije, acercándome a ella.
               -¡Levántate del suelo, Alec! ¿Tienes idea de cómo estás mancillando el honor de los buscadores?
               -Me importan una mierda los buscadores. Sandra, por favor.
               -No voy a poner en peligro sus vidas por un capricho tuyo.
               -Tampoco vamos a salir a la sabana con alguien que no quiere estar ahí-respondió Sandra, mirando a Killian con cierta severidad-. Deberías haberlo pensado antes. Si Alec viene en contra de su voluntad, verá menos de lo que suele ver. Y tenemos que estar alerta, todos nosotros. Te llevaremos al aeropuerto y luego estaremos por aquí cerca-decidió Sandra-, esperando a que regreses. Pero luego nada de remolonear, ¿me oyes? Tenemos que cubrir el cupo de animales rescatados de la partida, y si perdemos un día será muy complicado.
               -¡Gracias! ¡Gracias, gracias, gracias!
               -No me hago responsable cuando Valeria pida tu cabeza-dijo Killian.
               -Valeria no se enterará: esa es la idea. Y tú podrías ser un poco menos cabezota, de vez en cuando. Aunque me ha gustado eso de que no quieres ponerme en peligro.
               Killian bufó.
               -Es que es la verdad. Los soldados sabemos lo valiosas que son las vidas.
               -¿Sí? Pues los veterinarios sabemos lo necesarios que son los corazones.
                La salida me pareció lo más lento que había vivido en toda mi vida, con los coches en fila, esperando a que subieran la barrera. Íbamos los terceros: se nos habían colado por la derecha, y cuando yo hice amago de pitarles para que se apartaran, Killian me dijo que me estuviera quieto, que así levantaríamos sospechas. Cuando Valeria tachó en su lista los componentes de mi coche, se detuvo a pedirme disculpas por la “difícil decisión que se había visto obligada a tomar”, y yo me limité a asentir y no dije nada, porque dudaba que de mi boca pudiera salir algo distinto a “APÁRTESE DE EN MEDIO, SEÑORA: TENGO UNA RELACIÓN QUE SALVAR”.
               Cuando llegamos al aeropuerto, Perséfone salió corriendo conmigo, derechita a las cantinas donde tenía pensado cogerme comida y bebida para hacerme el viaje en avión un poco más ameno mientras yo recuperaba mis billetes del mostrador de la aerolínea.
               -Ha tenido suerte, señor Whitelaw. Parece ser que tenemos un dron travieso en el aeropuerto que ha impedido que su vuelo despegue en hora; de lo contrario, se habría quedado en tierra-me dijo la azafata, tendiéndome los billetes. Le di las gracias y salí corriendo hacia el control de pasaportes, en el que ya me estaba esperando Perséfone. Sabía de sobra quién tenía el control de ese dron, y no le haría esperar mucho más.
               Perséfone me tendió las bolsas con comida (me había cogido un montón de sándwiches y una botella de agua grande que me bebería, seguramente, antes ya de despegar) y se quedó conmigo mientras hacía cola para pasar los controles.
               -¿Estás seguro de lo que estás haciendo?-me preguntó, preocupada, y yo la miré-. Es decir, ¿crees que servirá de algo? Es que, Al… no dejo de pensar en que ya van dos veces que tenéis problemas en poco más de un mes. No sé. Quizá te estés precipitando y no hayas valorado aún que… bueno… puede que esto sea demasiado para ella.
               -Pues entonces empaqueta mis cosas, envíamelas y discúlpame con Luca, porque no pienso volver.
               Paso de perder a Sabrae por hacerme el héroe vendándoles las patas a cebras cojas. Prefiero ser un cobarde que, al menos, está a su lado. Ya gestionaría yo mi propio desdén; Sabrae no podía sentirse mal por el voluntariado.
               Perséfone suspiró, bajando los hombros, como si esa respuesta la decepcionara a pesar de que se la esperaba. Asintió con la cabeza, me dio un abrazo y puso la cinta de separación de los pasillos entre nosotros. Atravesé los controles, entregué mi pasaporte y mi visado, y corrí hacia la puerta de embarque, no sin antes detenerme frente a la cámara de seguridad más cercana y mirarla directamente. Como si tuviera vida propia, la cámara se orientó hacia mí, colocándome en el centro de su visión.
               Treinta segundos después, el “dron travieso” zumbaba frente a mí en la cristalera de la terminal. Cuando me giré y lo miré, hizo un tirabuzón hacia atrás en el aire, y luego se posó dócilmente en el suelo. Sonreí.
               Reitero: ¡Shasha Malik, damas y caballeros! ¡La mejor de la camada!
               Mientras los motores del avión rugían, tomando potencia, y éste se impulsaba por la pista de despegue, no podía quitarme de la cabeza la mirada de Perséfone.
               Y supe que estaba haciendo bien. Lo estaba arriesgando todo a una sola carta, pero era la carta correcta. No podía quedarme con Perséfone, menos aún si eso significaba perder a Sabrae, sobre todo si mi chica lo hacía para que pudiera estar con mi griega preferida.
               Perséfone me había mirado como si estuviera pensando que no iba a volverme a ver. Otra señal de que tenía que estar con Sabrae, y no con ella, como incluso ella misma me había dicho.
               Sabrae jamás habría dejado de apostar por mí. No lo había hecho ni cuando estaba prácticamente muerto, y no iba a dejar que lo hiciera tampoco ahora.
               El avión levantó el morro y empezó a elevarse en el aire, y mi estómago se dio la vuelta de repente.
               No estaba seguro de si era por la sensación de ingravidez, o porque era una realidad: lo había conseguido. La cuenta atrás había descendido precipitadamente hacia unos números mucho más manejables que en una película de artificieros te habrían puesto histérico, pero para mí eran buenos.
               La voy a ver en unas horas, pensé. Y, aunque llevaba un mes contando meses, contando semanas, contando días, de repente unas horas se me volvieron insoportables. Una pequeña eternidad. Me descubrí poniendo una mano en el asiento delantero y empujando con todas mis fuerzas con ese brazo, como si así fuera a conseguir que el avión volara un poco más rápido.
               Ni uno supersónico sería lo suficientemente veloz para lo que me esperaba a otro lado de la curvatura del horizonte.
 
 
Lo bueno de ir sin maleta era que, mientras el resto de pasajeros tenían que esperar para que les dejaran sacar la suya, yo ya podía irme a toda leche del avión. A pesar de que estaba en la fila 17, fui la primera persona en desembarcar, regañina de las azafatas por haberme levantado de mi asiento mientras el avión aún rodaba por la pista incluida, pero me daba igual.
               Verde. Qué de verde y sólo verde y gris y de vez en cuando algún azul oscuro y… joder, estaba en casa. Por muy poco tiempo, pero estaba en casa. Recorrí el pasillo de la terminal a toda hostia, el iPod que me había prestado Shasha en el bolsillo del pantalón, y llegué a la aduana en tiempo récord.
               -¿Algo que declarar?-preguntó una funcionaria aburrida que ni siquiera me miró a los ojos mientras comprobaba mi pasaporte y mis huellas dactilares. Alec Theodore Whitelaw. Nacionalidad: inglesa. Fecha de nacimiento: 5 de marzo de 2017. Pase usted. Bienvenido a casa.
                -No. Bueno…-dejé el iPod sobre su mostrador y la mujer lo miró con desconfianza. Incluso hizo una mueca, como si no entendiera-. Sólo traigo esto. Pero me lo ha prestado mi cuñada; lo compró aquí, así que no sé si…
               -¿No lleva equipaje?-negué con la cabeza y comprobó mi visado-. Pero viene de Etiopía.
               -Sí, y tengo otro vuelo en unas cuatro horas. Es que vengo a ver a mi novia.
               La señora parpadeó, sorprendida, y luego me tendió el pasaporte a toda prisa.
               -Coge la salida de los residentes de la Unión Europea; así llegarás antes a la salida de la terminal. Pásalo bien con tu novia-incluso me sonrió, ilusionada, antes de pegar un grito con rabia al siguiente pasajero, que se había quedado plantado sobre la marca de las dos huellas amarillas.
               Fui obediente por una vez en mi vida. Corrí y corrí y corrí por el aeropuerto, haciendo que todos los vigilantes de seguridad, sin excepción, me miraran, pero ninguno vio indicios en mí de que estuviera huyendo de la escena de un crimen, y milagrosamente me dejaron en paz. Pasé la zona de recogida de equipajes, esquivé asiáticos cargados con más maletas que población había en sus países, salté por encima de un carrito de dos chicas que reían con entusiasmo mientras lo empujaban con brazos excesivamente morenos, y salí por fin a la terminal.
               No me regodeé en que Sabrae habría pasado por allí hacía un par de días, o que hacía escasos metros estaba el lugar donde le había dado los últimos besos: tenía una misión que cumplir y la seguridad de que lo conseguiría. Empujé a ancianos y adolescentes por igual y me encaminé hacia la luz cegadora del exterior, que nada tenía que envidiarles a los fluorescentes del techo. En nada estaba la parada de taxis; le recitaría de memoria la dirección de Sabrae al conductor afortunado que se llevaría una buena propina de manos de Zayn y le suplicaría que triplicara el límite de velocidad. Si podía rascarle un cuarto de hora al tiempo que tenía sería más que bienvenido.
               -¡Alec, Alec, ALEC!-bramó un chico a mi lado, al que no habría dudado en embestir de haber sido tan tonto como para interponerse en mi camino. Me di la vuelta, aún corriendo, y me choqué contra un grupo de estudiantes de intercambio que chillaron de miedo al verme. Una mole negra se abalanzó sobre mí y me cogió del brazo para levantarme, estrechándome entre sus brazos con tanta fuerza que me crujieron todos los huesos del cuerpo.
               Pero yo le devolví el abrazo con la misma intensidad, porque había reconocido esa mano amiga ayudándome a incorporarme. Lo había hecho un millón de veces antes, igual que yo con él.
               -Joder, Jor, tío, no te había visto…-me eché a reír, dándole unas palmadas en la espalda y separándome para mirarlo. Hala. Tenía un poco más largo el pelo y juraría que estaba un poco más oscuro de lo habitual. ¿Se había dedicado a ir a la playa como un desgraciado sin mí? Puede que estuviera aprovechando ahora que yo no estaba para eclipsarle en belleza ni en gloria, cortesía de mis cicatrices.
               -Ibas como un cohete, tío, ¡habrías llegado antes si vinieras corriendo!-rió, dándome una palmada-. ¿Cómo estás?
               -Hablamos en el taxi, venga, que no tengo tiempo que perder. ¿Me has pillado un taxi? Porque no tenemos tiempo para ir en el metro.
               -¿Taxi? ¿Qué dices? ¡He venido en coche!
               -Hostia, ¿te ha traído tu madre? No, tío, no, no, no. Necesito ir súper rápido…
               -¿Qué dices, flipado? ¡Me he sacado el carnet!
               -¿QUÉ DICES, TÍO? ¡COÑA!
               -¡DE COÑA NADA!-gritó Jordan, sacándose la cartera, extrayendo su carnet y mostrándomelo. Joder, ¡que hacía una semana que lo tenía, el tío!
               -¡COÑA, COÑA, COÑA! ¡DE PUTÍSIMA MADRE, TRONCO! ¡DE PUTÍSIMA MADREEEEEEEEEEE!
               Jor había cumplido los dieciocho en primavera, y lo habíamos celebrado por todo lo alto atiborrándonos a dulces, comida basura y videojuegos en el cobertizo, y yo le había insistido en que se sacara el carnet para irnos por ahí de cachondeo, porque yo no tenía tiempo para hacerlo  y estudiar para mis exámenes, pero él, que era un puto egoísta, había dicho que ya lo haría en verano. “Cuando yo no estuviera para tocarle los huevos cruzando en todos los pasos de cebra para conseguir que suspendiera”, decía el muy gilipollas. Le había faltado tiempo.
               -¿A QUE MOLA? SCOTT AÚN NO LO TIENE. CHILLO DE LA EMOCIÓN CADA VEZ QUE SALE EL TEMA. LE HE AMENAZADO CON ATROPELLARLO CUANDO VUELVA DIECISÉIS VECES.
               -¡POCAS ME PARECEN!
               -¡SÍ! ENCIMA ES MUY GRACIOSO PORQUE ME LO SAQUÉ A LA SEGUNDA, CON EL LÍMITE DE FALLOS.
               Me lo quedé mirando, preocupado.
               -Eh, Jor… he venido desde muy lejos para ver a Sabrae. Por favor, dime que no vas a espetarnos contra un poste a cinco kilómetros de su casa.
               -Lo intentaré.
               Corrimos hacia la salida; resultó que lo había dejado en doble fila y tuvimos que pelearnos con los taxistas para que nos dejaran salir (ellos no fueron tan benévolos como la funcionaria del control de fronteras) y antes de que me diera cuenta, estábamos en la autopista, adelantando por izquierda y derecha sin distinción alguna.
               Me puse al día con Jordan a toda hostia, casi tanto como él estaba conduciendo.
               -Max y Bella ya están buscando una fecha para la boda; van a esperar a que vengas, obviamente, pero creo que vas a tener poco margen para elegir traje. Tam empieza la semana que viene en la Royal; Bey ya ha mirado un piso en Oxford, pero no sabe si se irá a vivir allí o si se quedará en Londres en el piso de Tam. Logan está con Niki en Grecia, y…
               -¡¡RADAR!!
               Jordan pegó un frenazo y pasamos justo cinco kilómetros por hora por encima del límite de velocidad. Suficiente para que no lo multaran.
               -Yo no he entrado en la escuela de ingeniería.
               -Putos racistas hijos de puta. ¿Pasamos al plan B?
               -La semana que viene empiezo el entrenamiento jodido con Sergei.
               -Te merendarás a esos generales. Antes de que te des cuenta, los tendrás peleándose por lamerte tu pollón negro.
               -¿Crees que me obligarán a raparme al cero?
               -¡Adelanta a ese puto caracol! ¡¡HAY UN MÍNIMO DE VELOCIDAD, MALDITO GILIPOLLAS!!-grité, sacando la cabeza por la ventanilla-.  No creo-dije, metiéndome dentro del coche de nuevo-. Vamos, no. Como lo hagan, los denuncio.
               -¿Y tú qué? ¿Qué hay de ti? No me cuentas nada en comparación con los testamentos que le mandas a Sabrae. Me ha enseñado lo que ocupan sus cartas y es vergonzoso la obesidad que parecen al lado de las mías.
               -Sólo me dedico a contarle lo mucho que echo de menos sus tetas durante 7 folios y luego en el último párrafo le digo un poco a qué me dedico-respondí, encogiéndome de hombros. Pero le conté a Jordan todo lo que había hecho hasta el momento, entrando en tantos detalles como me permitió el trayecto. No había terminado cuando derrapó al tomar la curva de la casa de Sabrae, pero decidimos dejarlo en pausa hasta que viniera a recogerme.
               -No le digas a mi madre que estoy en el país.
               -Hecho. Paso a buscarte en… ¿una hora?
               -¿Una hora? ¿Estás mal de la cabeza? Ya te llamaré. Vete a matarte a pajas o algo así. Gracias. Te quiero un huevo-dije, inclinándome a darle un beso antes de salir del coche de u n salto.
               -Ya me parecía a mí que tanto tiempo con otro tío en la habitación te iba a terminar cambiando de acera.
               -Jordan, ¿no has visto el tren de vida que llevo? Yo no estoy en ninguna acera, estoy en una autopista. Hala, con Dios. Me voy a solucionar mi relación.
               Jordan arrancó derrapando (no porque tuviera prisa ni nada, sino simplemente porque podía) y dobló la esquina igual que la primera vez. Subí las escaleras de casa de Sabrae sin poder quitarme de la cabeza que la sensación de nerviosismo de las primeras veces había regresado, pero la situación no tenía nada que ver con las anteriores. Llamé a la puerta y esperé mientras oía el jaleo al otro lado.
               Como fuera Sabrae la que abriera, la empujaría dentro y le comería la boca como estaba mandado. Y luego ya le echaría la bronca de su vida.
               Pero lo primero es lo primero.
               Mala suerte. Fue Zayn, quien abrió los ojos como platos y desencajó su mandíbula.
               -¡¿ALEC?!
               -Síp. Buenas, suegro. Paso, que voy con prisa-anuncié, colándome en la casa. Zayn me miró, pasmado, mientras atravesaba el vestíbulo y me metía en el salón. Ni siquiera había cerrado la puerta cuando Duna levantó la cabeza y se puso a chillar como si estuviéramos en una película de miedo.
               -¡Alec! ¡¡Alec!! ¡¡¡Alec!!!
               -Hola, Dundun-dije, cogiéndola en brazos rápidamente y dándole un beso en la cabeza para quitármela de encima. Shasha estaba sentada en el sofá, sonriendo con un orgullo que no sabía si era por ella, por mí o por los dos.
               No. Esa sonrisa estaba pagada de sí misma. Sabía que la relación de su hermana estaba salvada gracias a ella.
               -Shash-saludé, guiñándole el ojo.
               -Sabía que vendrías-ronroneó, estirándose como una gatita.
               -No me digas que es porque me viste en el aeropuerto.
               -Me refiero a antes. Te compré el billete nada más avisar a Jordan de lo que pasaba.
               -Ah, ¿y entonces? ¿Por qué?
               -Porque soy musulmana de nacimiento y Alecista por convicción.
               Me eché a reír.
               -Eres bastante menos gilipollas de lo que es tu hermana. ¿Por qué estoy con ella y no contigo?
               -Porque ella tiene mejores tetas.
               -Sí que las tiene-asentí, poniendo los brazos en jarras.
               -Y está enamorada de ti.
               -Sí que lo está-asentí de nuevo, cerrando los ojos.
               -Y tú de ella.
               -Oh, joder, vaya si lo estoy, piojo.
               -Y tú no me gustas de ese modo.
               -Caso cerrado.
               -Duna, ¡deja de chillar! ¡Ya sabemos que Alec está aquí, no hace falta que se entere todo el vecindario!
               -¿Dónde está Sabrae, por cierto? ¿Anda de pendoneo por ahí mientras yo cruzo el mundo para consolarla creyendo que está hecha un paño de lágrimas?
               -¿Quién dice que no está en casa?
               -El hecho de que no haya bajado corriendo al oír a Duna.
               -Touché. Está con mamá, en el despacho. Ha ido a ver a Fiorella.
               -¿Para superarme? Dudo que una lesbiana con titulación universitaria sea capaz de darle las claves para superar al fuckboy original.
               -Eso le vendría bien a Bey-comentó con aburrimiento Shasha, pasando con dramatismo una página de la revista que tenía entre manos.
               Zayn, por fin, se animó a venir con nosotras. Todavía me miraba con ojos como platos, como si fuera un fantasma o no debiera estar allí. En su defensa diré que yo no debería estar allí, pero estaba.
               -¿Cuándo vuelve?
                -No sabemos-Shasha se encogió de hombros-. ¿Le mando un mensaje para que se apure?
               -Ni se te ocurra. La única ventaja que tengo en una discusión es el factor sorpresa. Ella es más lista que yo, y yo estoy cabreadísimo, así que no renunciaré a nada que pueda ayudarme a convencer a esta mula que tenéis en casa. ¿Puedo ducharme, Zayn? Llevo todo el día metido en un avión y…
               -Hueles a fosa séptica-comentó Shasha, y yo la fulminé con la mirada. Duna no parecía muy preocupada, dado que me estaba abrazando la pierna como un koala tan posesivo como entusiasta.
               -Con esa lengua bífida que tienes te va a costar mucho encontrar marido, ¿sabes?
               -Ya me lo encontrará mi dinero por mí-se chuleó Shasha, riendo.
               Negué con la cabeza, escupí un “increíble” que hizo que ella se partiera de risa, y subí las escaleras en dirección al baño.
               Fue rarísimo estar en su casa sin que ella estuviera, ducharme sin que ella me acompañara, o ponerme la ropa que me había dejado en su casa para que ella se la pusiera cuando quisiera.
               Salí del baño apresuradamente, todavía repasando lo que había hecho en el avión. Lejos de dormir o tratar de descansar, había ido retroalimentándome de mis emociones negativas como si estas tuvieran la clave para que yo recuperara a Saab. Había sido incapaz de decidirme por una actitud: cuando ya consideraba que tenía perfectamente estructurada en la cabeza la bronca que le iba a echar, me entristecía y me decía que no debía pagar con ella las cosas que también eran culpa mía; luego me preocupaba, porque si se había encerrado en sí misma y se había negado a buscar ayuda era porque estaba peor de lo que ninguno la habíamos visto nunca, pues ella era mucho de refugiarse en sus amigos; luego volvía a cabrearme, porque hay que ser tonta para pensar que Perséfone era mejor para mí que Sabrae, especialmente con cómo me había mirado cuando yo me metí en la terminal del aeropuerto, y entonces empezaba a construir de nuevo mi bronca en base a lo que había vivido... y luego volvía a ponerme triste pensando en Sabrae triste…
               Así hasta que me había bajado del avión. En cuanto había dejado de tener tiempo para pensar y mi vida había dejado de ser una espera, el futuro se había apartado a un rincón de mi mente. Pero ahora, ahí estaba yo de nuevo: a solas con mis pensamientos, esperando sin saber cuánto tiempo me quedaba en el reloj. Si no llegaba al siguiente vuelo, pues no llegaba y punto, pero no pensaba irme de Inglaterra, haber arriesgado tanto, sin tener mi futuro con Sabrae asegurado.
               Había oído en algún sitio que querer a alguien es dejarlo libre y dejarle ir. Bueno, pues Sabrae había escogido el peor momento para poner eso en práctica. Y yo le demostraría que el que más quiere no es el que más aleja, sino el que más lucha. Sabrae había luchado por mí donde Perséfone me había dicho que me rindiera, y las situaciones no eran ni de coña parecidas. Confiaba en que Pers se habría sentado a mi lado en el hospital, esperando a que despertara, pero Sabrae nunca me habría mirado como lo había hecho Perséfone. ¿Y Sabrae decía que no me merecía? Me parto los cojones.
               Pasé la mano por el espejo del baño y me quedé mirando mi reflejo, apoyado a ambos lados del lavamanos. Sonreí al reconocer la mirada en mis ojos: ira. Por fin sabía cómo iba a reaccionar cuando la viera. Me venía bien estar cabreado, la verdad.
               Mis mejores combates habían sido conmigo rabioso. No había más que ver cómo me ponía cuando Sergei me tocaba los huevos, y cómo había podido ir a por él cuando me había cegado la rabia de que se metiera con Saab.
               Salí del baño y me encontré con que Duna me estaba esperando de pie a la puerta, los ojos fijos en mí nada más la abrí. Me tendió su peluche preferido, un oso de tela hecho con parches al que llamaba Parches. Muy original.
               -¿Jugamos, Al?
               -No puedo. He venido para hablar con tu hermana y luego me voy.
               -¿Para siempre?
               -No, mujer. Volveré en un mes. Pero eso no se lo digas a nadie, ¿vale? Será nuestro secreto.
               -¿¡No vas a volver para mi cumple!?
               -Te prometo que me pasaré contigo el resto de tus cumples, y haremos toooooooodo lo que tú quieras, ¿vale?
               -Vale. Pero, ¿por qué no podemos jugar mientras esperas a Sabrae?
               -Pues porque estoy muy enfadado con ella y tengo que aprovechar que estoy enfadado.
               -¿Por qué estás enfadado?
               -Porque es tonta.
               -Sabrae saca dieces.
               -Ya, pero puede sacar dieces y ser tonta.
               Duna apretó los labios.
               -O sea, ¿que el cole no define quién eres?
               -Tú esfuérzate a tope, estudia y, lo más importante, sé buena persona. Y no alejes a quienes más te quieren de tu lado.
               -¡Yo te quiero más que nadie y me acabas de decir que te vas a ir!
               Ay, mi madre. Como tenga que ir al despacho de Sher a gritarle a su hija mayor porque su hija más pequeña no me deja en paz…
               -Es que yo también soy tonto, Dundun.
               Por no haberme dado cuenta de lo que nos haría el voluntariado. Por no haberlo cancelado en cuanto la besé. Por no haberme quedado sin más. Por haberle pedido que me lo pidiera, sabiendo que no lo haría.
               Por haber creído que pondría su felicidad por delante de mi bienestar.
                Duna me miró de arriba abajo, perspicaz.
               -Entonces, ¿ser tonto es de guapos?
               -Supongo-rió.
               -¡Así que por eso Dan es tan tonto también!
               Pero bueno, ¿y este cambio de tema?
               -Sssupongo.
               -Todo cobra sentido-sonrió Duna-. Astrid también es tonta.
               Y bajó las escaleras toda ilusionada, creyéndose la única conocedora de los secretos del universo.
               Pobre Dan. Si supiera que Duna creía que era guapo, no dormiría de la ilusión en una semana.
               Bajé al piso de abajo y me senté en el sofá, con Duna acurrucada a mi lado en cuanto se le presentó la oportunidad. Me pidió carantoñas y se marchó muy digna cuando yo le dije que estaba cansado, y se me dobló el estómago cuando escuché el ruido de un motor en la parte delantera de la casa. Se abrió la puerta del garaje, el coche se introdujo en su interior, y Sher apareció al minuto con un bolso abarrotado de papeles colgado del brazo.
               Zayn no dijo absolutamente nada. Yo asomé la cabeza por encima del sofá mientras esperaba a oír otro par de pasos, pero nada. Sher había venido sola. Suspiró en la cocina mientras abría la nevera.
               -¿Qué tal el día, Sher?-pregunté yo, viendo el silencio de su marido. Ella volvió a suspirar.
               -Estoy hasta el coño. No quiero mirar más números en mi vida, y ni siquiera hemos empezado. No sé quién narices me mandó tener hijos.
               -Es que el proceso de hacerlos está muy bien-ronroneé, guiñándole el ojo, y Sher pegó un grito y dejó caer el vasito de yogur que había sacado de la nevera.
               -¡¿Alec?! ¿¡Pero tú no estabas en África!?
               -¡Protesto! ¡Elucubrativo!
               -Esa palabra no existe-dijo Shasha.
               -Tú sí que no existes-respondí. Me lanzó un cojín, yo le saqué la lengua, y ella se rió.
               -¿Qué haces aquí?-preguntó Sherezade-. O sea, no es que me molestes, ni nada por el estilo. Es sólo que… ¿cuándo has llegado?
               -Hará como… ¿veinte minutos?-miré a Zayn-. Zayn lleva catatónico desde entonces. Como lo haya matado del susto y tú te hayas quedado viuda, me sale la jugada redonda, Sher. Oye, hablando de gente de infarto y tal, ¿tu primogénita hembra?
               -La primogénita hembra soy yo-dijo Shasha.
               -¿Tienes un tercio de herencia o un cuarto?-pregunté, y Shasha me tiró otro cojín-. Ya no te quedan cojines.
               -Lo cual quiere decir que me voy a lanzar a por tus huevos la próxima vez.
               -Tampoco serías la primera de tu familia.
               -Está en el despacho. Le pasa algo… y me da la sensación de que tiene relación contigo.
               Sonreí.
               -Qué conveniente que me haya presentado de la nada para verla, ¿no es así?
               -¿Has tenido algo que ver, Shasha?-preguntó Sher.
               -Ajá. ¿Vas a castigarme?
               -Lo que voy a hacer es subirte la paga. Y lo haré más cuanto más alto chille tu hermana cuando lo vea. ¿Tienes hambre, Al?
               -Sí, pero déjame así. Tengo que estar hambriento para poder gritarle. ¿Sabes cuándo va a venir?
               -No creo que tarde mucho.
               Sí que tardó mucho, la muy cabrona. Me puso tan de los nervios que tuve que pedirle un cigarro a un Zayn que por fin pudo espabilarse y salir conmigo afuera a fumar. Me tranquilicé en el momento en que di mi primera calada del cigarro, y pude pensar con más claridad entre nube y nube de humo.
               Zayn no dejaba de mirarme como si fuera ese animal exótico que hacía unas horas se había plantado ante Killian.
               -No puedo creerme que hayas venido desde tan lejos para… ¿dos horas?
               -Si se apura-dije, exhalando el humo y dando otra calada-. Dos horas era lo que tenía originalmente, contando con que ella estuviera en casa. Ahora…-torcí la boca y negué con la cabeza.
               -Joder. Es una locura.
               Miré a Zayn, que en ese momento inhalaba también, y me reí.
               -¿Qué?
               -Que yo soy Sherezade en mi relación. Yo remuevo medio mundo para encontrar a la persona con quien quiero estar.
               -¿Sabes qué significa eso?
               -¿Qué?
               -Que Sabrae es yo, así que va a escribirte canciones.
               Sonreí y di una calada, mirando el cielo azul, la silueta de Londres a lo lejos.
               -Joder, para eso he venido, Zayn. Para asegurarme de que lo hace. Me muero por escucharlas.
               Para mí era suficiente con que me dejara respirar a su lado, pero… la sola idea de que Sabrae pudiera crear algo a partir de lo que sentía por mí… me habría dado las fuerzas necesarias para recorrer el mundo entero a pie. Ahora entendía por qué decíamos que medio mundo no era nada: no lo era, de verdad que no. Al  final, si ella me necesitaba, yo estaría allí para ella, igual que ella para mí.
               Nos terminamos los cigarros y nos quedamos allí plantados, mirando el cielo, cada uno pensando en su respectiva mujer. Entonces, Shasha se asomó a la puerta y anunció que Sabrae se acercaba. Zayn y yo nos miramos, nos metimos en casa y yo me subí a su habitación. Tenía que verla a solas, tenía que hablar con ella a solas, y en un sitio en el que no nos molestaran si no queríamos.
               Se me aceleró el corazón cuando la escuché en el piso de abajo, y tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para no levantarme y bajar a buscarla en el momento. Me acerqué, eso sí, a la puerta para oír cómo hablaba con su padre, cómo este trataba de conseguir que subiera a su habitación y ella se negara porque tenía que hablar con su madre primero. A ver, niña, que te lo están dejando claro. Sube a tu puta habitación.
               Pero nada, que no hubo manera. Shasha miraba a Sabrae como un búho, esperando el apocalipsis; Duna a duras penas aguantaba callada, y Zayn… Zayn sacudió la cabeza cuando yo abrí los brazos, en plan “¿qué coño os pasa? ¡haced que suba ya!”. Escuché que se movía detrás de su madre y volví a su habitación.
               Vi que había movido la rosa amarilla de su sitio, seguramente pensando en qué haría conmigo, y empezó a hervirme la sangre otra vez. Ella no tenía nada que temer de las demás, nada con lo que compararse. Tenía los ojos de Perséfone puestos en mí, unos ojos que decían no merece la pena, no lo vas a conseguir. ¿Y los de Sabrae tenían que llenarse de lágrimas para que yo siempre siguiera viendo aquellos ojos? Es que no me daba la gana, vamos.
               Escuché que subía las escaleras y tomé aire y lo solté muy despacio. Recuerda tu entrenamiento, escuché a Sergei en mi cabeza. Tenía que esperar a que sonara el timbrazo para lanzarme a mi oponente; si lo hacía antes, me descalificarían.
               Sabrae estaba a tres metros. Luego a dos. Luego a uno. Vi su sombra en la puerta antes de que la abriera un poco más para poder entrar. La abrió y di un paso en dirección a la habitación antes de verme y… joder.
               Se desató el infierno dentro de mí y, a la vez, fue como si todas las guerras se detuvieran de golpe. Me bastó para verle la cara para cabrearme todavía más con ella, porque no sólo era más buena que Perséfone, sino también más guapa. Es que me apetecía pegarle, te lo juro, pero no en plan novio tóxico, sino en plan amigo que quiere que espabiles porque eres jodidamente retrasada, chavala.
               Y a la vez, una extraña calma se instauró en mi interior. Porque fue verla y fue como si todo lo que había salido disparado en mil direcciones diferentes regresara a su lugar, cicatrizara y no dejara rastro. Era la criatura más preciosa que ha caminado nunca por la faz de la tierra. Lo que tenía de lerda lo tenía de guapa, y lo que tenía de guapa, lo tenía de lerda.
               Las dos caras de una misma moneda, el equilibrio perfecto del universo, ying y yang.
               Sabrae se dio cuenta un segundo después de que yo estaba allí. No era un mueble aunque perteneciera a su habitación, ni me encontraba a miles de kilómetros de distancia. Se puso pálida y luego roja, y juro que sentí que el hilo dorado entre los dos se tensaba, como tirando de cada uno para pegarnos más al otro. Sabrae abrió la boca.
               Como dejes que diga tu nombre, estarás jodido, Whitelaw. Se acabará todo.
               Era ahora o nunca. El primero en lanzar el golpe ganaba. Y yo tenía razones de sobra para querer ganar como el que más.
               Era Sabrae lo que estaba en juego. A la mierda jugar limpio. Llevaba sin hacerlo casi 24 horas, porque el premio lo merecía. Haría las trampas que fueran necesarias con tal de tenerla conmigo.
               -Vamos a ver-dije-. Tengo una hora para coger de nuevo el avión y que nadie se entere de que he venido hasta aquí. ¿Crees que lo podremos solucionar en ese tiempo, o vamos a hacer que me echen del voluntariado, Sabrae? ¿Qué coño es eso de que quieres dejarme?
               Ella se puso un poco más colorada y se relamió los labios. Los dos nos dimos cuenta en ese momento. Puede que yo fuera un subcampeón del boxeo, pero ni de broma iba a perder cuando se trataba de ella. Ahí no había plata que valiera, sólo oro.
               Como el hilo que nos unía, que ya no era un hilo, ni un lazo… era, más bien, una cadena. Suerte intentando deshacerte de esto, nena.
               No pienso rendirme sin luchar.
              





             
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2 comentarios:


  1. De verdad que si amo más a Alec creo que exploto. Me parece demencial como habla de Sabrae. Lo que le dice a Killian? De puto demente.
    Me he muerto con como ha conseguido convencerlos y mira lo siento porque no quiero ser así Pero Persefone me ha tocado un poco los cojones en este cap con lo de que ya van dos veces que tienen movida en un mes y pico y que igual Saab no esta preparada mira es que lo siento pero la mandaba a la mierda.
    Estoy un pelin deseosa que se pire de vuelta a Grecia. Ya esta, ya lo he dicho.

    Por otro lado me muero con Jordan y con lo puto icónico que es, es que a el y a Sasha les voy a poner un puto piso cuando acabe toda la parte del voluntariado porque es que literalmente tienen los dos el peso de la novela sobre sus hombros.

    Por otro lado menos mal que ya vuelver a subir en nada porque me he vuelto histérica con el final del cap y como se va a desarrollar todo esto.

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  2. Sabía que este cap iba a ser de como llega Alec a plantarse en Londres para ver a Sabrae, pero aun así que rabia me ha dado que terminara justo cuando terminaba el último.
    Comento por partes:
    - Estoy adorando muchísimo a Jordan, es un amigo de 10 y la verdad es que tenía que haber visto venir que fue él quien llamó a Alec. De verdad que se merece que le pongamos una estatua o algo con todo lo que está teniendo que aguantar de Sabralec. Y encima el pobre se cree que no lo está haciendo bien.
    - Que gracia me ha hecho imaginarme a Alec diciendo “Yankilandia” PERO MÁS GRACIA ME HA HECHO IMAGINARMELO DICIENDOLE A JORDAN QUE SE FOLLE A SABRAE ES QUE ME DA ALGO CON ESTE CHAVAL.
    - Alec flipando en colores cuando Jordan le dice que Sabrae piensa que no le merece: mood.
    - Alec hablando de como Tam le exige un ciento diez por ciento me ha encantado.
    - Perséfone que se calle la boca si va a decir tonterías de Sabralec POR FAVOR Y GRACIAS.
    - Que risa Jordan diciéndole a Alec que se había sacado el carnet de conducir.
    - Alec llegando a casa de los Malik una autentica fantasía osea que risa todos menos Shasha flipando.
    - “Porque soy musulmana de nacimiento y Alecista por convicción.” La relación de Alec y Shasha la mejor y punto. Adoro TODAS Y CADA una de sus interacciones de verdad.
    - Duna diciendo que Dan es guapo ADORAMOS.
    - Cuando Sabrae le escriba canciones a Alec a mi me va a dar un infarto.
    Me ha encantado el cap, me he reído muchísimo y no puedo esperar a leer el siguiente <3

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