martes, 14 de febrero de 2023

Miel picante.


¡Toca para ir a la lista de caps!

El viaje en avión de vuelta a casa había sido todo lo que yo no me había esperado que fuera cuando me había encontrado en la misma situación días atrás. Era como si hubiera desarrollado un nuevo miedo a volar que poco tenía que ver con lo surrealista que era que varias toneladas de metal flotaran en el aire sin nada sólido que las sostuviera, las nulas posibilidades de supervivencia si algo salía mal, o el malestar que te producía el estar lejos de tu elemento: eras un animal diseñado para estar en la tierra, el cielo no es lo tuyo. Supongo que por eso me había terminado despertando del sueño que era estar con Alec sin remordimientos.
               No, la verdad es que mis ganas de vomitar no tenían nada que ver ni con la fobia a volar que yo aún no había desarrollado (o que puede que hubiera superado durante mi infancia sin yo saberlo), ni con la comida del aeropuerto o del avión, de la que yo de todos modos había probado bocado. No; tenía el estómago cerrado porque sabía que, cuanto más me alejaba del espacio aéreo estadounidense, más me alejaba de ese oasis del que había hablado Scott, un oasis en el que yo había podido estar relativamente tranquila y posponer mis decisiones. Si no era capaz de comer y miraba las nubes con nostalgia por lo intangibles que eran (algo tan esponjoso de seguro no tenía responsabilidades, ni tampoco era lo suficientemente denso como para poder sentir dolor) era porque cada minuto, cada segundo, me acercaba más a mi país, en el que pronto me estaría esperando una carta de mi novio, al que yo no sabría qué decirle, ni tampoco cómo.
               Lo último que quería era romper con él, de veras que sí. Sabía que con todas las promesas que nos habíamos hecho, con lo mal que lo habíamos pasado, con lo mal que lo había pasado él creyendo que me había hecho daño, no era justo que ahora renunciara a lo que teníamos cuando apenas habíamos tenido que empezar a luchar por nosotros. Si mientras trastabillábamos en el camino había creído que estábamos sorteando balas, ahora que me veía en un auténtico fuego cruzado no hacía sino echar de menos el dolor que habíamos compartido antes, porque al menos era de ambos y al menos nos habíamos sanado el uno al otro. Ahora era distinto: ahora era yo la que tenía un puñal en mis manos y la que debía decidir si sacrificaba nuestra relación por una felicidad de Alec de la que yo no iba a disfrutar. Una felicidad que sólo llegaría si yo me haría el harakiri. Tenía que alejarme de él por su bien, pero… no podía. Es que no podía. Es que no veía la manera de haberle prometido tanto, de haberle hecho soñar con un futuro que era de ambos y que a él le encantaba, que veía como idílico, y ahora quitárselo porque simplemente… ¿qué? ¿Se me había despejado la niebla mental y me había dado cuenta de que lo que compartíamos no podía continuar porque mis esfuerzos jamás serían suficientes?
               Creo que todo sería mucho más soportable y más fácil si yo hubiera dejado de quererle. No era tan estúpida como para creer que podría tener la inmensa suerte de que otro chico se cruzara en mi camino y me hiciera tener dudas de que lo que sentía por Alec era lo más fuerte que iba a experimentar en mi vida, porque, igual que él me juraba que le pasaba conmigo, yo ya no veía a ningún otro hombre desde que él había entrado en mi vida. Aunque debo decir que eso no tenía ningún mérito: era bueno, generoso, inteligente, divertido, sensible, guapo, y siempre me ponía por encima de sus necesidades (por eso, precisamente, nos habíamos metido en este lío; porque él se estaba conformando conmigo); y todo eso lo hacía de una manera tan soberbia que ningún otro podría igualarle. No es que no hubiera ningún otro chico capaz de reunir sus mismas cualidades y superarlo: es que no había ningún otro chico que lo superara en ninguna de ellas por separado. Así que sólo podía aferrarme a la idea de que algo dentro mí se estropeara y yo saliera de su embrujo, pero sabía que eso no iba a pasar. No iba a pasar nunca y yo… yo tenía que encontrar la manera de que Alec aceptara mi decisión, se diera cuenta de que era por su bien y siguiera adelante. No necesitaba un ancla, sino viento con el que desplegar sus alas.
               La comparación del oasis de Scott había sido muy bonita y todo eso, pero Alec no era una travesía en el desierto; Alec era una isla que necesitaba un mar de color turquesa a su alrededor, y no la sequía que era yo. Yo no había sido capaz de darle el perdón incondicional que Eleanor le había brindado a mi hermano, y sólo por eso ya sabía que yo no era más que un espejismo interponiéndose entre Alec y su supervivencia. Había alguien mejor para él ahí fuera,  y él tenía que quedarse con ella. Seguramente ya la había encontrado y yo… bueno… no hacía más que interponerme entre ellos dos.
               Me había dedicado a mirar por la ventana como una zombi durante todo el trayecto; no había cogido un libro ni una sola vez, ni tampoco me había puesto los auriculares, algo que habría hecho saltar las alarmas de mis padres si no tuvieran problemas mayores de los que ocuparse.
               Mientras Tommy, Scott y yo velábamos a Diana en su habitación de hospital, mientras yo todavía me permitía imaginarme a Alec a mi lado como si fuera factible hacerlo volver conmigo y que aliviara mi dolor, todos los integrantes de One Direction junto con sus respectivas esposas se habían reunido en una sala de espera más tranquila que la que ocupaban Layla y Chad para hablar de lo que había pasado. Todos sabían que Diana no era la persona más estable del mundo en el tema de adicciones cuando sus padres la mandaron a Inglaterra (ésa era una de las razones por las que yo sospechaba que la habían hecho ir), pero el episodio de esa noche había hecho evidente algo que les resultaba terriblemente familiar. Se habían tomado el hecho de que Diana hubiera llegado a su límite con tal de actuar, poniendo en juego incluso su vida, como una señal de que ya estaban exprimiendo a la banda al límite de sus posibilidades antes incluso de lo que les había sucedido a ellos. Después de todo, One Direction había sido todo potencial durante el tiempo que tardaron en sacar su primer disco; Chasing the Stars ya ni siquiera tenían ese descanso. Eran la repetición de algo irrepetible del pasado cristalizada. Bastaba con ver sus niveles de ventas, la manera en que estaban promocionándolos a saco, incluso más que a Eleanor, para saber que esperaban grandes cosas de ellos y que el público no decepcionaría estas expectativas.
               También eran más jóvenes. Layla igualaba en edad a Louis cuando sacaron su primer disco, y Tommy y Scott superarían en edad a Liam, Niall y papá cuando lanzaran su primer disco completo, proyectado para el invierno del año próximo, antes incluso siquiera de que Scott cumpliera los dieciocho. Y, a pesar de eso, ya les llevaban a unos límites y les quemaban de una manera en que nuestros padres se habían quemado a los tres o cuatro años de carrera, después de tours incesantes en los que los descansos se empleaban en grabar el siguiente disco.
               En aquella habitación de decoración insulsa había surgido la idea más poderosa de todas, y como no podía ser de otra manera, había sido de la mano de mi madre. Después de todo, ella tenía los conocimientos técnicos que le daban las coordenadas exactas del punto de aterrizaje en el que acabarían, mientras que los demás sólo conocían una zona aproximada que les indicaba su intuición: tenían que liberar a los chicos. Comprarían su representación a la productora y ellos mismos marcarían el ritmo de trabajo de sus hijos, consiguiéndoles una libertad por la que todos habían peleado como fieras.
               Mamá empezó a hacer llamadas al despacho para que sus socias le echaran una mano, y antes de coger el avión de vuelta a casa, ella se había encerrado en una habitación a hacer una videollamada con sus compañeras primero, y con los representantes del programa, después. Había salido de la habitación más pálida de lo que la había visto en la vida, había mirado a papá, se lo había llevado a un aparte y había hablado con él apresuradamente y en urdu para que nadie más que nuestra familia pudiera entenderlos. Toda precaución era poca por la materia tan delicada que se estaba tratando, pero incluso aunque se hubieran puesto a gritar en medio de la habitación, nadie más que yo, que estaba completamente carente de estímulos, les habría hecho caso: Tomlinson, Payne, Horan y Styles estaban igual de absortos en sus propias conversaciones, hablando de la viabilidad de sus planes, de cómo los afrontarían, y de si la banda aguantaría hasta el final del tour, tal y como habían planeado Harry y Tommy.
               Mamá había estado nerviosa también todo el tiempo previo al embarque, aunque alguien externo podía pensar que se debía a que un aeropuerto es un entorno muy hostil, lleno de peligros para una madre, que puede perder un retoño en medio segundo. Y sólo cuando el piloto encendió la luz de que se podían desabrochar los cinturones, mamá se inclinó en su asiento y anunció en voz baja, mirándonos a sus hijas de reojo:
               -Ya me he informado-se contuvo el aliento en la cabina; lo único que se escuchaba era el zumbido del motor-. Nos piden doscientos millones.
               Eri se había apartado un mechón de pelo de la cara y se había mordisqueado los labios un segundo.
               -Bueno… doscientos millones es bastante…
               Tocaban a cuarenta millones por cabeza. Era más que bastante. Papá sólo había podido alcanzar esa cifra cuando se separó de la banda, y sólo gracias a lo que le pagaron por A Whole New World, ya que con Mind of Mine apenas había conseguido aumentar su patrimonio después de las penalizaciones que le impusieron por salirse del grupo.
               -Pero nosotros también somos muchos…-reflexionó Eri, mirando a Louis. Y yo me di cuenta en ese momento de que ni siquiera tenían para poner su parte. Aunque, la verdad, me sorprendía que en mi casa tuviéramos tanto. Mamá donaba la práctica totalidad de las costas que le pagaban los contrarios a causas benéficas, y lo mismo hacía papá desde hacía varios años. Vivíamos cómodamente en parte gracias a los beneficios de lo que papá había ganado durante sus primeros años de carrera, y no teníamos que preocuparnos de las facturas de nuestros caprichos más excéntricos gracias tanto a los royalties de los trabajos de papá como a las primas de beneficios del despacho de mamá. Pero una cosa era gastarse setecientas libras en un puto mono para Nochevieja, y otra cuarenta kilos en sacar a Scott de la boca del lobo. Nos llevaría un poco de tiempo. Quizá tuvieran que grabar a trancas y barrancas el primer disco, después de todo, y…
               -No-respondió mamá-. Los doscientos son sólo por Scott.
               Se había hecho un silencio sepulcral en el avión mientras todos los ojos se posaban en papá, que tenía la cabeza gacha, se mordisqueaba el labio y se estrujaba las falanges de los dedos de una mano con la otra. Creo que papá nunca había llegado a tener tanto patrimonio. Harry, tal vez sí; era posible que lo tuviera ahora mismo si contábamos el de Noemí y el de Diana, pero… ¿doscientos millones por Scott, que solamente había hecho covers? Vale, eran covers muy buenas, mejores que las originales, pero… eran covers.
               -¿Tanto?-preguntó Eri, una mujer de negocios acostumbrada a ofertas exorbitadas. Ella se ocupaba de gestionar las ganancias de la banda, aunque delegaba gran parte de sus labores en el equipo directivo de la empresa que habían construido cuidadosamente para tener una buena red de seguridad en el caso de que… bueno, que pasaran cosas como estas-. Sherezade, lleva menos de seis meses de carrera.
               -Cuentan con hacerle sacar música en solitario dentro de tres años-explicó mamá, y Shasha levantó la cabeza y me miró. A pesar de que estaba catatónica, le devolví la mirada, y supe que las dos habíamos adivinado ya en qué pensaba papá, por qué estaba tan callado… y por qué mamá hablaba jadeante, como si le faltara el aliento. Tenía un nudo en el estómago tan apretado que le impedía respirar.
               No íbamos a poder sacarlo.
               -¿Y qué pasa?-preguntó Louis, los ojos relampagueando con determinación.
               -Que no tenemos tanto, Louis-respondió papá.
               -Seguro que sí. Y nosotros podemos prestaros…-miró a su mujer, que no decía nada-. Puedo vender los Rovers. Eso, tranquilamente, serán treinta. Puede que más si hago unas cuantas mejoras en la plantilla, les pongo las pilas, ganan algo mínimamente decente y hacemos que algún jeque se interese por ellos. Luego…
               -¿Cuánto cuesta Tommy?-preguntó Eri, que era perfectamente consciente de que Tommy no tenía tanto tirón como Scott, pero aun así, sería un buen pellizco. Si cada familia negociaba la libertad de su hijo, los Malik partiríamos con la desventaja que suponía, precisamente, la ventaja que tenía Scott en el mercado. A veces el carisma se paga caro.
               -Tommy va con la banda-dijo mamá, y añadió sin rodeos-: Cuatrocientos.
               -Joder…-Niall se reclinó en el asiento, negando con la cabeza. Vee lo miró con una angustia en la mirada que me hizo estremecer incluso en mi estado, y aferró a Avery con fuerza en su pecho. La pobrecita era una santa: dormía toda la noche del tirón y no se había quejado ni una sola vez durante el despegue. Ahora tomaba el pecho con la satisfacción de quien no sabe  siquiera de la existencia  del concepto de “preocupación”.
               Louis y Liam, por su parte, intercambiaron una mirada de entendimiento como la que acababa de tener yo con Shasha. Ellos también eran hombres de negocios, dueños de una productora que se ocupaba de lanzar al estrellato a artistas desconocidos, con lo que sabían mejor que nadie qué era lo que trataban de hacer desde The Talented Generation.
               -Están inflando los números. Es imposible que tengan esas expectativas para Scott o para la banda. Tardarían años en recuperar la inversión.
               -Son las ofertas finales-respondió mamá-. La negociación por Scott empezó en mil millones. Después de eso, creo que no os sorprenderá saber que por la banda me pidieron seiscientos. No conseguí que bajaran más porque-mamá suspiró, pasándose la mano por el pelo-. Estaba agotada. Agotada. Lo siento mucho, pero mi hijo es mi prioridad. Confío en que lo entendáis incluso aunque eso os perjudique…
               -¿Mil millones?-ladró Niall mientras Louis y Liam se miraban. Hasta mucho más tarde no supe que no estaban escandalizados por los inicios de la negociación de Scott, sino por lo mucho y bien que había luchado Sherezade si había conseguido que su precio bajara hasta los doscientos.
               -Tienen sus derechos a perpetuidad, y creen que los ganará. Saben que los ganará.
               -Lo hará-respondió papá, reclinándose en el asiento y negando con la cabeza. Louis y Liam volvieron a mirarse, y luego miraron a Niall, que asintió también con la cabeza. Las miradas bajaron, los hombros se hundieron, las manos se frotaron, y nuestras madres se miraron entre sí. La única que tenía un nivel económico parecido al de su marido era mamá, e incluso ella era incapaz de jugar en la liga en que jugaba mi padre cuando tiraba de su caché más alto, que era exactamente lo que necesitaban ahora.
               -Tendremos que ampliar el tour-dijo por fin Liam-. Hay que sacarlos de ahí como sea. Ya habéis visto cómo está Diana; que los demás estén así será cuestión de tiempo.
               -No va a haber ningún tour-respondió papá por encima de Liam, pisándolo, incluso. Se lo quedaron mirando con estupefacción: necesitaban el dinero del tour, y cancelarlo ahora supondría pérdidas que, definitivamente, no podían afrontar-. Tengo que ir yo solo. Lo siento mucho, tíos, pero es así. Tengo que hacer cosas por mi cuenta porque con la parte que me toca de la banda simplemente no basta. Promociones, una peli…-miró a mamá, que se mordió el labio y asintió con la cabeza-. Mi hijo no va a pasar por lo que pasé yo.
               -Pero, Z-Louis se inclinó hacia papá, le puso una mano en la pierna y lo miró a los ojos-. Eso te hizo fatal…
               -Prefiero morirme yo a que se muera Scott.
               Lo dijo como si fuera algo que estuviera sobre la mesa, cuando yo jamás había considerado la mortalidad de mi hermano. Eso fue lo único que consiguió sacarme de mi estado vegetativo y regresar, aunque fuera sólo por un rato, al presente, a mi familia. Lo que nos estábamos jugando entonces era mucho más de lo que alguien podría ver desde fuera: no se trataba sólo de la libertad artística de mi hermano, de que hiciera lo que él quisiera; tampoco lo era de su libertad física, de que fuera donde le apeteciera y gestionara su vida como creyera más conveniente, sino de su propia vida. De su bienestar y su salud, física y, sobre todo, mental. Scott les había dado a los productores algo que papá había tardado años, ambos con novias con las que se prometerían, y uno de ellos incluso se casaría: un perfil de mujeriego que explotar. Los que no conocieran a Scott por su voz, lo conocerían por las revistas del cotilleo. El programa se ocuparía de que todos en el país supieran su nombre, hombres y mujeres por igual. Y no hay nada que venda más que el morbo por escuchar una canción picante de un joven exótico y las consecuentes especulaciones sobre si las referencias sexuales son a su novia o a la chica de la semana con la que siempre le harían un robado demasiado estudiado. De nuevo el hijo caminaba la senda abierta por el padre, y por tanto lo hacía a más velocidad: no dudarían en echar a Scott a los tiburones si con ello conseguían vender más y más.
               Eso destrozaría a Eleanor. Y a Scott en consecuencia.
               Un solo error había puesto a mi hermano contra las cuerdas, y éste había sido tan discreto que, de no haberlo confesado en público para recuperar a la persona que más le importaba, puede que jamás hubiera trascendido. Convertirlo ahora en el entretenimiento nacional… no me imaginaba lo que supondría para ellos dos.
               Me entró vértigo de repente cuando me asaltó un pensamiento terrorífico:
               No quiero ser la hermana mayor.
               -Scott no va a morirse-aseguró Louis, la determinación de alguien que había luchado contra todo y todos por estar donde estaba. Desde muy joven le había dicho que no valía  para nada; le habían dicho que era el peor del grupo cuando la banda estaba en su máximo apogeo, y su carrera en solitario se había pospuesto, en parte, por el miedo que tenía él de fracasar. Sólo cuando se lanzó al vacío y lo recogieron con los brazos abiertos, porque él se merecía ese cariño, Louis se creyó por fin el poder que tenía. Y desde entonces era imparable.
               -Lo explotarán más que a mí porque saben que tiene más potencial-discutió papá, quien también se sabía el punto débil de Louis, igual que Tommy lo era de Scott-. Y no lo va a aguantar. Yo no lo aguanté.
               -Estás aquí.
               -Puede irme. Dejarte atrás, Louis. Pero él no dejará atrás a Tommy. Tu hijo me puede costar a mí el mío.
               Liam sacudió la cabeza, reclinándose en el asiento y mirando por la ventana, el pulgar y el índice enmarcándole la mandíbula.
               -Sus sueños no deberían pasarles factura tan rápido. Nosotros tuvimos un par de años para disfrutar antes de que nos quemaran. Esto no debería ser así.
               -Hay muchas cosas que no deberían ser así-respondió Alba, poniéndole una mano en el codo y negando con la cabeza. Louis y Eri intercambiaron una mirada, seguramente con cierta tarde de hacía muchos años, en la que habían coincidido de pura casualidad en un bar y que lo había desencadenado todo, en la mente. Una tarde que no debería haber sido así.
               Pero lo fue. Y ahora, aquí estábamos todos.
               La de cosas que podían pasar simplemente porque dos personas de mundos completamente distintos eligieron el mismo bar.
 
No me fue difícil ocultar mi tristeza ni aunque me preguntaran por ella cuando bajamos del avión. Llegar a Inglaterra borró mis esperanzas de un plumazo, cubriéndome bajo una capa opaca desde la que no podía ver unas estrellas que, durante quince años, habían guiado mis pasos y me habían vigilado con atención, cuidándome en la noche e indicándome el camino de vuelta casa si me desviaba del sendero. A pesar de que sabía que aún no era lo suficientemente tarde como para que se asomaran por el horizonte, tampoco me apetecía levantar la vista y comprobar si ya habían llegado: no podía dejar de pensar en cómo habían sido más brillantes que nunca mientras Alec me poseía en el muelle de Mykonos, cuando yo me creía perfecta e invencible y todo lo que él necesitaba y se merecía. Habíamos encajado demasiado bien como para no convencernos de que no estábamos hechos el uno para el otro, y ahora…
               Ahora todos se habían contagiado de mi pésimo estado de ánimo, aunque por motivos bien diferentes. Al menos mis pasos no desentonaban entre la pesadez de los de los demás: era como si hubiéramos viajado a través de un portal interdimensional que nos había llevado directamente a un nuevo mundo, con una gravedad el triple de potente que la de una Tierra que, por lo demás, tenía en éste su copia exacta. Les sonreímos con cansancio a las azafatas mientras descendíamos del avión, el viento rugiendo y enredándoles el pelo a quienes lo llevaban suelto, pero hasta ahí llegaron las energías de todos. Shasha caminaba a mi lado, con su mano lo suficientemente cerca de la mía como para hacerme saber que la tenía disponible si así lo deseaba, pero no me apetecía ningún tipo de contacto. Me sentía sucia y sola, me sentía cansada y rota, y sólo quería meterme en la cama, dormirme, y despertarme en otro mundo en el que mis dudas con Alec jamás hubieran existido y yo no estuviera segura de que le perjudicaba simplemente existiendo, estando con él.
               Mamá, que percibía mi tristeza como sólo pueden hacerlo las mujeres que te amamantan y se convierten en ese refugio que no sabes lo que vale hasta que lo pierdes, me pasó un brazo cariñoso por los hombros y me dio un suave apretón. Era un pobre consuelo comparado con los que solía darme, especialmente si contábamos con que su brazo temblaba un poco y apenas había probado bocado durante el vuelo, pero era un intento que le agradecí en lo más profundo de mi interior. Creo que a eso sí que me sentía con derecho: después de todo, tenía el corazón roto. Que fuera culpa mía era otra historia, pero al menos sentía que tenía derecho a que me consolaran, que mamá hacía bien dándome unos mimos que no iban a ser suficientes de todos modos.
               -No te preocupes por nada, mi niña-me dijo, y me hubiera gustado decirle que eso era más fácil de decir que de hacer, pero mamá sabía más que yo, había vivido más que yo, había cruzado desiertos que yo ni me imaginaba. No pude evitar preguntarme si estaría de acuerdo con la definición de lo que era el amor de Scott, si ella también se había sentido perdida hasta que encontró a papá-. Lo de tu hermano se solucionará en nada.
               Tomé aire y asentí despacio con la cabeza, notando que las lágrimas me ardían en los ojos. Otra cosa más que añadir a la lista de por qué era una mierda de persona: lo de Scott no me preocupaba ni la mitad que me preocupaba lo de Alec, y eso que lo de mi hermano era una situación más grave que la de mi novio; literalmente, de vida o muerte. Lo de Alec, en cambio, sólo había puesto en juego su soltería, su libertad y mi felicidad, las dos primeras en un platillo de la balanza que se escoraba peligrosamente en esa dirección, por mucho que yo me hubiera colgado del otro lado y agitara los pies en el aire, tratando de subirme y reequilibrar la situación.
                Lo cierto es que confiaba en que lo de Scott se solucionaría. Tristeza y culpabilidad aparte, en lo más profundo de mi ser sólo me preocupaba por el tiempo que mi hermano tendría que pasar a las órdenes de esa gente, no por si escaparía o no, pues sabía que lo haría. Había gente de sobra trabajando en ello, gente preparada como la que más; en cambio, yo estaba completamente sola con lo de Alec.
               No podía decirles nada a mis padres de lo que nos había pasado. Había conseguido mantenerlo en secreto durante casi un mes, y si lo decía ahora no sólo me caería una bronca increíble por haberlo ocultado y haberlo llevado tan mal como lo había hecho; también me harían dudar de nuevo de la determinación que estaba luchando por tomar. Conseguirían que yo creyera que parte de la culpa de esto era de Alec, cuando en absoluto era así. Yo debería conocerlo mejor. Por mucho que dijeran que no, Tommy, Scott, Jordan e incluso Tamika conocían a Alec mejor que yo, algo inconcebible en una relación como la nuestra. No éramos amigos: éramos pareja, y se suponía que yo tenía que guardarle las espaldas con la lealtad con la que lo hacía él conmigo. Estaba empezando a cuestionarme, incluso, por qué me había comportado como lo hice cuando él tuvo el accidente: ¿quizá había una parte egoísta en mi manera de cogerle la mano y luchar por él? ¿Quizá había algo dentro de mí que me empujaba a quedarme sentada un ratito más para no sentirme mal si no era suficiente con los esfuerzos anteriores? ¿Me había gustado demasiado el papel de novia mártir como para renunciar a representarlo a cada ocasión que se me presentaba?
               Odiaba esto, odiaba no saber quién era, odiaba no saber qué quería ni por qué hacía las cosas. Odiaba no poder decírselo a mi padre, no poder siquiera pensar en hablar de ello con mi madre. Odiaba tener secretos con la mujer que me había dado la vida, y odiaba estar buscando una excusa para romper la promesa que me había hecho de cuidar de Alec siempre, ponerlo por encima de todo, y acudir a ella como lo que era: una niñita asustada a la que todo le venía grande. Mamá no se merecía esto, no ahora que tenía cosas más importantes de las que preocuparse que los males de amores de su hija.
               Sabía qué era lo que debía hacer: retirarme a un rincón apartado, reflexionar, pasar mi penitencia, armarme de valor y decirle a Alec lo que pasaba. Ser sincera con él, sincera de verdad, y darle esa libertad que ya le había concedido antes de que se fuera, pero que no era libertad realmente. Me dolía profundamente pensar en él con otras chicas, y la herida supuraba si me lo imaginaba queriendo a otra que no fuera yo, pero el bien para él era un compuesto tóxico para mí que no me permitiría cicatrizar. Tenía que arrancarme la tirita de un tirón y lidiar después con el escozor. A solas.
               Apenas dormí la primera noche de vuelta en casa, y cuando mis amigas me escribieron para quedar al día siguiente, me vi con tan pocas fuerzas de fingir que todo iba bien para que no me preguntaran qué pasaba que decidí adelantar mis planes de mudanza a casa de Alec y anuncié que me marcharía nada más terminar de desayunar. Papá y mamá me miraron al unísono, asintieron con la cabeza, y luego siguieron discutiendo sobre cómo podían conseguir dinero más rápido: mamá estaba dispuesta a vender todo lo que teníamos con tal de salvar a Scott; papá quería conservar algo de la vida que habían construido mientras mi hermano aún no estaba con ellos, o cuando era pequeño, o cuando yo era una recién llegada a la familia.
               Supe que mis hermanas tenían que irse de casa también cuando papá y mamá empezaron a gritarse en el piso de abajo porque él no quería vender el piso del centro, ése en el que le había prometido pasar todo un fin de semana a Alec, igual que lo habían hecho Scott y Eleanor antes que nosotros. La ropa estaba más que prohibida allí. Me deshice por dentro al pensar que me harían un favor vendiendo ese piso: así tendría una cosa que tachar de mi lista de promesas rotas a Alec. Al menos eso ya no sería culpa mía.
               -¡Apenas lo utilizamos ya, y para cuando Sabrae sea mayor, habremos recuperado la inversión y podremos comprarle otro por si va a la universidad de Londres! ¡Puede que incluso podamos volver a comprarlo por…!
               -¡NI DE PUTA COÑA, SHEREZADE!-aulló papá como no le había escuchado gritarle a mamá en toda su vida-. ¡NINGÚN DESCONOCIDO VA A PONER UN PIE EN ESA CASA! ¡EN ESE PISO TE ENAMORASTE DE MÍ!
               -¡Mis sentimientos no van a cambiar en absoluto si lo ven…!
               -¡PREFIERO QUE SE CAIGA EL EDIFICIO ENTERO A VER A NADIE MÁS DENTRO DE ÉL!
                Shasha, que estaba sentada en mi cama, se giró y me miró con los ojos de un cuadro gótico triste. Era como si la Venus de Boticelli se hubiera confundido de escenario y en lugar de surgir en el mar, lo hubiera hecho en medio de un volcán en erupción cuya lava le quemaba la melena y le hacía salir ampollas en la piel. Yo estaba metiendo ropa de andar por casa en una bolsa de deporte que, procuré no pensar demasiado, había visto muchas veces colgada del hombro de Alec.
               -¿Me la llevas?
               -¿No eras feminista?
               -¿Qué tiene eso que ver?
               -Dices que no necesitas que ningún hombre te salve.
               -¡Pero pesa y estoy agotada!
               -Ah, ya me parecía a mí que defendíamos la igualdad hasta que dejaran de sostenernos las puertas…
               Me había picado tantas veces por culpa de esa bolsa que no sabía cómo haría para no echarla a la chimenea en cuanto rompiera con Alec. A decir verdad, no sabía cómo haría para no quemar todas mis cosas. Lo poco que todavía no me había puesto en su presencia era porque lo había comprado estando con él, y regodeándome en la manera en que me arrancaría la ropa en cuestión en cuanto se le presentara la más mínima oportunidad.
               -¿Crees que pararán hoy?-preguntó Shasha. Le había puesto unos auriculares de neón con orejas de gato a Duna, que miraba con concentración un vídeo de un grupo coreano lleno de colorido. Shasha estaba haciendo lo que yo no había sido capaz aún: estar a la altura de las circunstancias.
               Tenía que intentar sobreponerme. Scott me había dejado al mando a este lado del océano. Le había prometido que cuidaría de las chicas, y eso intentaría. La verdad, iba a romper tantas promesas que dudaba que una marcara la diferencia. Pero lo podía intentar. Me vendría bien distraerme. Puede que no me mereciera a mi novio, pero eso no quería decir que no me mereciera a mis hermanas.
               Así que me detuve, medio inclinada sobre mi bolsa de deporte, y me coloqué un mechón de pelo tras la oreja.
               -Llévate a Duna a casa de los Tomlinson. Y luego…-me giré, cogí mi mochila, saqué la cartera y le tendí un billete de cincuenta libras-. Llama a tus amigas, diles que las invitas a comer, y pasad la tarde por ahí. Mamá y papá necesitan resolver sus asuntos a solas.
               -¿Y tú qué vas a hacer?-preguntó, mirando con ciertas reservas el billete. Incluso se mordió el labio. Era más lista de lo que muchos creían, pero yo había aprendido a no subestimarla. Sabía que Shasha se enteraría si le contaba una mentira, y hacerlo sólo conseguiría preocuparla más de lo que ya lo estaba. Yo no era una buena compañía para ella, así que necesitaba alejarse de mí tanto como necesitaba hacerlo de nuestros padres.
               -Yo iré a casa de Alec.
               Su nombre era miel picante en mi lengua, un limón más ácido que ningún otro y que, sin embargo, tenía el mejor sabor que se hubiera visto nunca en ninguna fruta.
                Al ver que Shasha no cogía el billete, se lo dejé a su lado en la cama. Duna nos miró por el rabillo del ojo; a continuación, se giró, miró el billete, nos miró a ambas, e hizo amago de quitarse los auriculares. Shasha ni siquiera necesitó girarse para verla: le puso tres dedos sobre el auricular que tenía más lejos de ella, y Duna captó el mensaje.
               Shasha se revolvió en la cama, los ojos puestos en mí.
               -¿Puedo ir contigo esta vez?
               ¿Quería tener a alguien que me abrazara en cuanto me derrumbara en la primera esquina? Sí. Igual que quería no dejar a Alec. Igual que quería seguir queriéndolo y fingir que nada de lo que estábamos pasando había pasado. Igual que quería que Perséfone no existiera.
               Igual que quería que no hubiera nada por encima del oro.
               -Te vendrá bien salir y distraerte con tus amigas.
               -Es que no me apetece irme por ahí con las chicas. Además…-Shasha recogió el billete y me lo tendió-, creo que lo mejor es que restrinjamos los gastos por ahora. Creo que vamos a necesitar hasta el último de estos.
               Me entraron ganas de llorar. Puede que Shasha creyera que no era suficiente en casa, puede que le diera miedo pensar que los demás nos contentábamos con su existencia, sin celebrarla como la de los demás; puede que creyera que era la menos preferida de nadie, y puede que se comportara como la más fría de todos nosotros… pero quería a Scott igual que lo hacía yo. Que no lo demostrara no significaba que el amor no estuviera allí. A ella también le destrozaba pensar que Scott, nuestro Scott, S, nuestro hermano mayor, pudiera sufrir por perseguir sus sueños y conseguir ser feliz. Sabía que él no se merecía nada así, igual que tampoco lo hacía ella. Ni Duna. Ni mamá, ni papá.
               Yo, no estaba tan segura.
               Sonreí con tristeza, cogí la mano de mi hermana y la cerré en un puño en el que encerramos el billete.
               -No te preocupes por eso, Shash. Mamá y papá encontrarán la solución. Además… esto apenas significa nada.
               Shasha me miró con ojos suplicantes.
               -Pero yo quiero ir a casa de Alec contigo.
               -Pues no puede ser, mi vida.
               -¿Por qué no?
               Porque voy a autoinmolarme y tú no tienes por qué verlo. Porque tengo que ir acostumbrándome a estar totalmente sola en una casa vacía. Porque tengo que guardarle el luto a mi relación para poder pasar página.
               Porque… porque…
               Porque su presencia allí lo haría real. Las cosas estaban cambiando. Shasha sosteniéndome en medio del vestíbulo de Alec haría que todos los recuerdos no pudieran ser nada más que eso, recuerdos, a partir de ahora. No volvería a reírme mientras me inclinaba para atrapar a Trufas antes de que se escapara. No saborearía la comida que Annie estaría preparando en la cocina. No escucharía el sonido de la televisión en la que Dylan estaría viendo las noticias, o la música de Mimi en el cuarto de baile. No subiría las escaleras al trote para encontrarme con un Alec que ya me esperaba con la puerta abierta. No volvería a despertarme acompañada en su impresionante y comodísima cama.
               La casa de Alec era mi Versalles personal, el palacio de mi felicidad y mi luz, el lugar donde sería más feliz, convertido ahora en un museo para el disfrute de todos y el goce de nadie. Y yo era María Antonieta, paseándome por sus pasillos, mirando mi reflejo en cada uno de los mil espejos y preguntándome cómo era capaz de estar haciendo todo eso cuando tenía la cabeza bajo el brazo.
               -Porque necesito estar sola.
               Tengo que acostumbrarme a la sensación.
               Shasha hundió un poco los hombros, y la cabeza. Hizo un mohín que, de pequeña, hacía que yo quisiera consentírselo todo. Aún quería, en realidad. Pero no podía ser. Si se iba a ir de casa era para estar en un ambiente mejor, no peor.
               -¿De noche podemos ver unos realities?
               -Seguramente me quede a dormir en su casa.
               -Ah. Vale. ¿Y cuándo volverás?
               Me encogí de hombros y miré la bolsa. Había metido mudas de ropa limpia para varios días, aunque no descartaba alargar mi retiro más de lo que me permitían mis bragas, simplemente lavándolas a mano y tendiéndolas en el jardín. Estaba familiarizada con los problemas de supervivencia y no me asustaba hacer la colada como hacía cien años.
               Me las apañaría. Lo único que necesitaba era escapar de casa, ir a un sitio tranquilo y pensar y pensar y pensar. El Tíbet estaba más que descartado, pero la casa de Alec, que permanecería vacía una semana más, era un buen lugar para comenzar. Además, estaban las cartas. La última conversación que habíamos mantenido por teléfono me hacía esperar de contenido de alto voltaje, y lo último que podría soportar ahora mismo sería una carta en la que Alec no parara de adorar mi cuerpo como siempre lo hacía. Tenía que armarme de valor y encontrar el camino para alejarlo de mí antes de que esa carta atravesara la rendija del buzón, o estaría perdida, porque sería incapaz de resistirme a abrirla y luego todo iría cuesta abajo y sin frenos. Tenía aún unos días de margen: me la había enviado el sábado a última hora, según él, así que puede que la hubieran echado al buzón de la ciudad más cercana en domingo. Con suerte, el lunes mismo ya estaría entrando en la oficina de correos más cercana. Y luego, a clasificar, a trasladarse, a volar en avión, a pasar la aduana, a clasificarse de nuevo, a destinarse a Londres, y luego a mi oficina de correos más cercana, y luego, a la bolsa de mi cartero.
               Hoy era lunes. Hoy mi carta empezaba ese viaje. Por experiencia sabía que tardaban alrededor de una semana en llegar. Como mucho tendría… ¿hasta el viernes?, antes de ponerme histérica y temer la llamada que de seguro llegaría cuando estuviera en casa. Martes, miércoles, jueves, viernes. Y luego, incógnita, incógnita y más incógnita.
                Tres días asegurados, cuatro si tenía suerte. Y luego la espada de Damocles pendiendo sobre mi cabeza.
               -Puede que mañana-dije, porque una cosa era ser completamente sincera con mi hermanita, y otra dejarla a merced de sus propios miedos. Me vendría bien estar esos días sola, pero también tenía que ir a casa y ocuparme de ellas ahora que Scott no estaba para cuidarnos. Shash y Dundun eran mi responsabilidad también.
               -Mañana, ¿cuándo?-quiso saber Shasha, los ojos encogidos en una mueca de disgusto. Eran la metáfora perfecta de dos lágrimas contraídas en su rostro.
               -Mm, ¿de noche? La verdad es que no lo sé, Shash.
               Ella torció la boca y asintió con la cabeza. No dijo nada más, ni yo me vi con fuerzas de tratar de mentirle, decirle que no se preocupara y que no me echaría de menos, porque sabía que no sería así. Ya estábamos unidas antes, pero desde que Scott se había ido al programa nuestra relación no había hecho sino fortalecerse. Así que cerré la bolsa de deporte, me la colgué al hombro, le di un beso en la cabeza, otro a Duna, y bajé las escaleras al trote. Mamá y papá estaban ahora en la cocina, inclinados sobre el iPad de mamá, en absoluto silencio. Sus ceños fruncidos hacían pensar en problemas, pero la mano de papá en la cintura de mamá, y la pelvis de ella ligeramente inclinada hacia él hacían creer en una reconciliación. De todos modos les despejaríamos la casa para que pudieran expresarse con libertad sin temor a hacernos daño.
               -Me voy-anuncié, y levantaron la vista y me miraron. Los ojos de Scott y el cuerpo de Scott. Cómo no íbamos a estar todos desesperados por salvar a mi hermano si él era el eje central de la familia; el único que no se apellidaba Malik por su culpa era de quien lo había heredado todo, y tres de las cuatro personas que le debían su apellido también le debíamos la vida.
               Doscientos millones era un insulto por Scott. No había dinero en toda Inglaterra suficiente para poder comprar su libertad.
               -¿Volverás para cenar?
               -No me esperéis hasta mañana por la noche. Puede que incluso después.
               Los ojos de mamá se oscurecieron un poco de tristeza. Papá se incorporó.
               -¿Seguro que no prefieres volver antes, Saab?
               Sacudí la cabeza. A no ser que tengas una máquina del tiempo y podamos retroceder un mes…
               -Tengo planes.
               Técnicamente no era mentira, pero sabía que ellos entendieron que había quedado con mis amigas y que trataría de pasármelo bien aun las circunstancias. Necesitaba distraerme. Necesitaba lo mismo que Shasha, con la diferencia de que yo confiaba en que me haría caso y se iría con sus amigas a tratar de amenizar un poco sus tardes.
               -Eso está bien, peque. Que te diviertas.
               -Pásalo bien-asintió mamá, dándome un beso en la frente cuando me acerqué a abrazarlos. Papá me besó la cabeza y nos rodeó a mamá y a mí con los brazos, como diciendo “superaremos esto juntos”. Lo de Scott, sí. Lo de Alec, ya no estaba tan segura-. Llámanos cuando llegues y acuérdate de comprobar que todos los cerrojos estén echados cuando oscurezca.
               -Lo haré. Hasta mañana.
               -Hasta mañana, mi vida.
               Cogí el llavero con las llaves de la casa de Alec sin mirarlo ni un par de veces, por miedo a desintegrarme, y eché a andar en dirección a su calle. Que te diviertas. Pásalo bien.
               No te preocupes. Todo se arreglará. Superaremos esto juntos.
               Juntos.
               Alec y yo no íbamos a superar nada juntos. Si siguiéramos juntos, no habría nada que superar.
               Para cuando llegué a su casa, estaba apretando las llaves tan fuerte en la mano que casi me había hecho sangre. Abrí la mano, estiré los dedos, y gemí por lo bajo al notar lo agarrotados que los tenía.
               No pude evitar fijarme esta vez en el llavero que Alec me había regalado, ahora protagonista donde antes destacaban las llaves. Vi mi reflejo en la pintura nacarada con los colores blanco, rojo y azul de la bandera de Rusia, y tenía una marca específica en la base de los dedos que coincidía perfectamente con uno de los piquitos de la miniatura del Kremlin. Empezó a acelerárseme el corazón mientras recordaba lo nervioso que había estado Alec cuando me dio aquel regalo, convencido de que me gustaría mucho menos que la chaqueta de boxeadora con mi nombre y mi apellido que me había encargado para mi cumpleadopción, como si las llaves no significaran muchísimo más. Sí, la chaqueta me había encantado y la guardaba como oro en paño, pues representaba un pasado y un deporte que nos unía a ambos, pero las llaves… las llaves eran el epítome de nuestra relación. La esperanza que los dos habíamos depositado en ella, nuestros planes de futuro, los sueños entrelazados al igual que nuestras casas, que ya no eran de uno o del otro, sino de los dos. No había sitio en el que Alec pudiera entrar que me estuviera vedado, y viceversa.
               Puedes usarlas si quieres, o no, no quiero que te sientas presionada, sé que es mucha responsabilidad; si quieres, puedes devolvérmelas… había estado tan nervioso que había sido incapaz de cerrar la boca. Y yo me había hecho pequeñita en sus manos, me había colado en el bolsillo de sus camisas que llevaba justo encima de su corazón, me había acurrucado allí como la niña que se acuesta a dormir con el sonido de unos tambores tranquilizadores en la distancia, pero esta orquesta la componía un único instrumento que, con todo, conseguía ser el rey de todos.
               Y yo iba a romper ese instrumento. Ya había roto el mío, el más especial, en el que se escondían las cosas más bonitas que había sentido jamás.
               Ni siquiera sabía si tendría valor para darle las llaves a Annie una vez que volviera o si, por el contrario, me limitaría a dejarle una nota en la mesa del recibidor confesándole mis peores miedos y mis mayores pecados, reconociendo mi mezquindad por no dar la cara con esto y por las decisiones que había tomado; le diría que lo sentiría, pero que no podía hacerlo, que esperaba que lo entendiera, y que me odiaba más de lo que ella sería capaz, aunque sabía que no sería poco, por hacerle lo que le estaba haciendo a su hijo.
               No sé cómo, porque tenía los ojos anegados en lágrimas, me las apañé para meter la llave en la cerradura y giré el pomo de la puerta. Me recibió el aroma al ambientador de la casa de Alec, con ese toque lavanda que siempre relacionaría con él. Lavanda, como mi color favorito. Lavanda, como mi cama favorita. Lavanda, como mi chico favorito.
               Puse un pie tembloroso en el recibidor mientras la luz del sol me cegaba, o me daba la excusa perfecta para decir que no veía un pimiento. Tragué saliva, me ahogué con mis arcadas, y di otro paso más. Y luego, otro. Conseguí llegar, no sé cómo, al centro del vestíbulo de la casa de Alec, justo al pie de las escaleras que tantas veces había bajado, que tanta anticipación me habían producido siempre, porque sabía lo que me esperaba arriba, o lo que pronto bajaría. Un millón de promesas que se morían por ser cumplidas.
               Se me aceleró el corazón, se me encendieron las mejillas. El mundo empezó a dar vueltas a mi alrededor mientras recordaba todos los momentos en que había sido inmensamente feliz en aquel lugar. Puede que no fuera capaz de marcharme mañana, después de todo. Puede que la despedida de aquel hogar me llevara más tiempo de lo que creía, porque Alec había crecido allí, y su esencia estaba por todas partes. Necesitaba emborracharme de él antes irme. Necesitaba que me diera una sobredosis peor que las de Diana.
               Miré de nuevo el pequeño llavero con la miniatura del Kremlin, el guiño a los orígenes de Alec, al primer idioma en que yo le había dicho de manera consciente que le quería. Empecé a sentir una terrible presión en la sien, se me nubló la vista, y mis piernas amenazaron con ceder. Me apoyé en la pared, me llevé una mano a la frente, me aparté el pelo, y sentí la rabia de mi amor por él derramarse como aceite hirviendo por mi cara, precipitándose de unos ojos que no podían creerse aún lo que me proponía, o peor aún, lo que en el fondo sabían que tenía que hacer. Tenía ganas de vomitar.
               Pero me conformé con llorar. Llorar, y llorar, y llorar, y llorar, con la espalda pegada a la pared, las piernas dobladas, todo el cuerpo encogido en posición fetal mientras me deshacía. No quería irme de esta casa, no quería renunciar a las llaves, no quería dejar de ver a Alec.    
               Tú eres mi casa, escuché decirme al amor de mi vida. Y ahora iba a convertirme en una sintecho, porque, efectivamente, yo era una casa.
               Y Alec era un rey. Se merecía un palacio.
 
 
Estaba acurrucada en una esquina del sofá, mirando sin ver la televisión, con los ojos rojos y los pulmones anegados, incapaz de respirar, casi tampoco de sobrevivir, lo cual me parecía una bendición, cuando llamaron al timbre.
               Hacía tiempo que había caído la noche y yo no había hecho nada de lo que le prometí a mamá que haría: no había echado el cerrojo, ni había apagado las luces, ni había corrido las cortinas, haciendo ver que en la casa no había nadie. Más bien al contrario: la puerta que daba al jardín, que había abierto apenas había sido capaz de levantarme del suelo para ir a ocuparme de las flores de Annie, continuaba abierta a pesar del aire gélido de principios de septiembre que se me colaba por detrás. Sí que había cerrado las ventanas del piso de arriba; todas, excepto la de Alec, que ni siquiera había sido capaz de abrir. No había podido siquiera entrar en su habitación; era como si un muro impenetrable e invisible me retuviera al otro lado, igual que aquel hechizo que Hermione proyectaba alrededor de su tienda de campaña en el bosque de la peli de Las reliquias de la muerte.
               Y tenía la luz del salón encendida. Sentarme en la oscuridad seguramente habría sido más dramático, pero había descubierto un secreto placer en verme sufrir, reflejada en la pantalla de la televisión. Me dolía el estómago, pero sospechaba que no tenía nada que ver con hambre. A mediodía había hecho ensaladilla rusa suficiente para que comieran cuatro personas; me había comido casi todo el contenido de la fuente directamente de ésta, a pesar de que las patatas aún humeaban cuando las desmenucé con mis propios dedos y que la mayonesa estaba tibia por estar a la intemperie; no obstante, no la había retenido, ya que apenas había sido capaz de terminar de zampar de pura ansiedad, había mirado el plato, habían empezado a darme arcadas y había ido corriendo al baño. Luego había ido a por una tarrina de helado de chocolate a empezar, me había zampado también la mitad, y había corrido de nuevo al baño cuando me di cuenta de que me había comido un kilo entero de helado que mi cuerpo se negaba en redondo a aceptar.
               Ahora entendía un poco mejor a Diana. Las heridas que tenía debían de ser muy profundas si se hacía esto todos los días con sustancias peores que mayonesa calentorra y helado en exceso, y para colmo ella tampoco podía renunciar a ese dolor, como hacía yo. Me parecía expurgatorio y adictivo a partes iguales. Castigarme por lo que iba a hacerle a Alec me parecía una manera más fácil de recorrer el camino que debía andar sola, y por el que también habría de huir de él, estaba segura.
               No me moví al primer timbrazo, aunque sabía de sobra que, fuera quien fuera quien estuviera interrumpiendo mi noche de autocompasión, lo hacía de manera intencionada. Nadie llama al timbre de nadie a las tantas, por mucho que veas las luces encendidas y sepas que la casa está habitada. Si fuera algún vecino preocupado por la actividad inusual de la casa tenía dos opciones: usar sus propias llaves para entrar e inspeccionar lo que sucedía (como haría Jordan), o llamar a la policía y dejar que las luces rojas y azules espantaran a los ocupantes de la vivienda si eran intrusos.
               Sonó otro. Y luego otro más. Y luego un par de figuras entraron en mi campo de visión, justo por encima de la tele, enfocados como dos actores que entran en escena después de una larga representación en la que no hay más acción que una patética chica tirada en un sofá. Ambas figuras tenían la piel bronceada, pero una mucho más que otra: la más alta, la que se correspondía con un chico musculado que vivía en la casa de enfrente. La de tez más clara era la de una chica que vivía en la habitación de al lado. Jordan frunció el ceño y miró a Shasha, que se acercó a la ventana y pegó la cara al cristal, observándome con atención.
               -Puede que se haya quedado dormida sin más, Shash.
               Tenía muchas preguntas, pero ninguna me interesaba lo suficiente como para luchar contra mi peso mastodóntico y moverme. ¿Qué hacían ellos dos allí? Vale, Jordan vivía en la casa de enfrente, pero, ¿mi hermana? ¿Cómo se habían encontrado? ¿Y desde cuándo Jor llamaba a Shasha “Shash”?
               Desde que Alec la llama Shash.
               Shasha y yo establecimos contacto visual como un cervatillo y un puma. Shasha frunció el ceño y formó una nube de vaho en torno a su boca cuando dijo:
               -No está dormida.
               Jordan pegó entonces su cara al cristal y me miró también. Hizo visera con las dos manos alrededor de su cara para tapar la oscuridad que lo rodeaba, y parpadeó un par de veces mientras yo lo hice sólo una. Se relamió los labios y dio unos golpecitos en el cristal con el nudillo.
               -¿Saab? ¿Estás bien?
               Vete. Voy a dejar a tu mejor amigo y pronto me odiarás.
               Me aparté un rizo de la cara y asentí con la cabeza.
               -¿Nos abres?
               Me mordisqueé los labios y sólo conseguí mover un pie. Jordan miró a Shasha, que tenía unos ojos fijos en mí. Unos ojos que se parecían también bastante a los de mamá, ahora que lo pienso. Es decir, eran del mismo color que los de papá, pero me miraban con el mismo cariño, comprensión y preocupación femeninas. Si Shasha hubiera sido una copia exacta de mamá, sería Scott al revés: los ojos de papá en el cuerpo de mamá, salvo por esa expresión que también la hacía tirar de ella.
               -¿Voy a por mis llaves?-preguntó Jordan. Negué con la cabeza y la levanté para mirar la puerta. Estaba abierta. Sólo tenían que empujarla y podrían entrar. Creo que lo había hecho a posta por si tenía suerte, me cruzaba en el camino de algún asesino en serie, me cortaba el cuello y se acabaría todo. Sí, mi familia sufriría lo indecible, pero por lo menos no lo haría yo.
               Así de egoísta estaba siendo.
               Escuché el sonido de sus pasos por el camino de grava, el chirrido de la puerta al abrirse, y vi en el reflejo de los cristales cómo Jordan y Shasha se acercaban a mí por el salón. Jordan se inclinó para mirarme mientras Shasha inspeccionaba la casa, todavía no del todo acostumbrada a sus dimensiones y distribución. La casa de Alec era mucho más espaciosa que la nuestra, si bien probablemente la nuestra fuera más grande: donde la nuestra recordaba a un castillo, la de Alec recordaba más bien a un templo. Un templo griego, para ser más exactos. Bastante acertado, teniendo en cuenta que en él vivía un dios.
               -¿Te encuentras bien, Saab?-preguntó Jordan. Odié la preocupación que había en sus ojos, porque no tenía nada que ver con la forma en que me había mirado años atrás, cómo lo había hecho incluso hacía un año. Antes se preocupaba por mí como quien se preocupa por un extraño que se cae por la calle, quizá un poco más, por ser hermana de un amigo suyo; ahora se preocupaba por mí como si fuera su responsabilidad, porque así se lo había hecho prometer Alec. Yo era la novia de su mejor amigo, y de mi bienestar dependía el equilibrio emocional de éste. Un equilibrio que yo pronto pondría en jaque.
               Asentí despacio con la cabeza y Shasha se apartó el pelo de la cara con un gesto nervioso que… Dios mío.
               Creo que lo había aprendido de Alec.
               -Sólo estará un poco cansada, Jor. No te preocupes. Yo me ocupo de cuidarla. Vete tranquilo. Y gracias por ir a buscarme.
               Jordan la miró con una ceja arqueada.
               -¿Seguro? Mira que no me importa…
               Shasha agitó la mano en el aire.
               -No te preocupes, de verdad. Ya has hecho un montón por nosotras. Gracias.
               -Si está cansada quizá lo mejor sea llevarla a la cama. ¿Quieres que te lleve en brazos, Saab? ¿Puedes caminar? Te viene la regla pronto, ¿no?
               -No te preocupes por eso. Y puedes tirar el calendario-dije, frotándome un ojo-, creo que pronto lo vas a dejar de necesitar.
               Jordan levantó la vista para clavarla en Shasha.
               -¿Qué?
               -¿Quieres que te llevemos a la cama, Saab?-preguntó mi hermana, ignorando deliberadamente a Jordan. Reina diplomática. Karlie no tendría ninguna posibilidad contra ella.
               -Estoy bien aquí.
               -Pero…
               -En la habitación de Alec hace calor.
               No podía decirles que no quería entrar en su habitación, que me arrancaría la piel a tiras como me hicieran cruzar el umbral de su puerta. Una mentirijilla no le haría daño a nadie, ¿no?
               Ni siquiera había sido capaz de abrir la puerta, ¿cómo iba a dormir más allá? Era terreno prohibido, un santuario al que yo, que era una hereje, ya no podría volver a acceder.
               Jordan y Shasha intercambiaron una mirada que, aun silenciosa, estuvo cargada de mensajes, de preguntas y de súplicas veladas. Y no eran súplicas relacionadas con dejarme sola, sino, más bien, con quién se ocupaba de mí a partir de entonces. Jordan era mayor que yo y también había hecho una promesa que consideraba sagrada; Shasha, por su parte, era sangre de mi sangre (bueno, más o menos, pensé con amargura, y el monstruo de mi interior se retorció de puro placer al ver que había un nuevo ladrillo que añadir a mi cárcel de sufrimiento) y, aun siendo más pequeña, se sentía con más derecho y también obligación de cuidarme. Me conocía mejor que Jordan, que sólo sabía de mis días malos de oídas, gracias a voces que más bien se quejaban de que estos existieran, como era el caso de Scott, y que luego luchaban con ahínco por convencerme de que lo que me decía mi cabeza no era ni de lejos como las cosas eran realmente, como sucedía con Alec.
               -Yo me ocupo desde aquí-decidió Shasha, tendiendo una mano tranquilizadora en dirección a Jordan, que simplemente nos miró mientras Shasha se inclinaba y se sentaba junto a mí, colocándome una manta que tenía a los pies, que había dejado caer a media tarde y ni me había molestado en recoger. No porque no la necesitara, sino porque no creía merecérmela, igual que muchas cosas en mi vida: el amor de Alec, sus atenciones, la preocupación de mis padres o, ahora, el cariño de mi hermana-. Gracias, Jor.
               Jordan asintió con la cabeza. Quería discutir, decir que me cuidaría, que se lo había prometido a Alec y que, además, me había cogido el cariño suficiente después de ver el bien que le había hecho a su mejor amigo como para también preocuparse por mí con su propio corazón, y no con el espejo del que traía de Alec. Pero sabía que necesitaba estar a solas con mi hermana, y que el único con derecho a discutir sobre aquellos momentos era mi novio, no él. Había cosas que no podían delegarse, representaciones que jamás serían perfectas. Y la de Jor era así.
               -Está bien. Que te mejores, Saab-dijo, inclinándose y apartándome el pelo de la cara en un gesto cariñosísimo que yo dudaba que le hubiera dedicado a nadie fuera de su círculo de amigos. Dudaba, incluso, que se lo hubiera dedicado a Zoe alguna vez, aunque también es cierto que la americana no parecía muy dada a ese tipo de muestras de afecto-. Mañana vendré a visitarte.
               Y me dio un suave beso en la sien que me recordó tanto a los que me daba Alec cuando yo enfermaba que no pude reprimirme. No quería que me recordara a él, ni que sintiera lástima por mí, ni que me hiciera volver a repasar las razones por las que tenía que tomar la decisión de romper con Al. Simplemente quería que se marchara, y no pensar en que ese tiempo que yo creía de tranquilidad se dividía en submomentos más pequeñitos antes que todo se acabara. La perspectiva de una tempestad hace que tiembles ante cada pequeña nube y no te des cuenta del alivio que supone su sombra en un día de calor abrasador, porque no puedes dejar de preguntarte si éste es el primer jirón de la mortaja que cubrirá tu felicidad.
               -Como quieras, Jor. Dudo que tengas que hacer esto muchas veces más.
               Jordan se detuvo y miró de nuevo a Shasha. Yo no lo sabía porque nunca los había visto boxear juntos, pero cuando Alec y Jor boxeaban por parejas, el último siempre miraba al primero para ver en qué dirección iba a tirar y cubrirle las espaldas. Alec era como un macho alfa en el cuadrilátero, y Jordan, su más fiel beta. Harían lo que fuera el uno por el otro, incluyendo interponerse entre un gancho que les reventaría las costillas o cuidar de novias enfermas. Y ahora Jordan no tenía a ningún alfa guiándole para saber hacia dónde apuntar.
               No dijo nada más; mientras Shasha me acariciaba la cadera y descendiendo por mis piernas en un gesto que también era dolorosamente familiar, pues hacía dos meses lo habían hecho las manos de Alec, Jordan se dio la vuelta, atravesó el salón, subió el pequeño escalón que marcaba la zona de los sofás, y salió de la casa. Creí que Shasha hablaría al escuchar el clic de la puerta al cerrarse, o cuando los pasos de Jordan dejaran de crujir en el sendero de grava, pero mi hermana simplemente permaneció en silencio, a la espera.
               -¿Has cenado algo?-pregunté. Después de todo, soy la hermana mayor, y tampoco soy tan mala, después de todo. Soy mala persona, mala amiga y peor novia, pero llevaba haciendo esto el tiempo suficiente como para haberle cogido el tranquillo y saber qué debía preguntar y cuándo. Shasha sacudió la cabeza; pude verlo en nuestro reflejo en la ventana.
               Ahora éramos dos en casa, me di cuenta en ese instante. Así que me levanté e hice todo lo que le había prometido a mamá que haría, porque no era solo mi bienestar el que estaba en juego, sino también el de Shash. Encontré fuerzas de donde no sabía que me quedaban para incorporarme y, arrastrando los pies, me acerqué a las puertas que quedaban por cerrar, y fui echándoles el pestillo una a una hasta que estuve segura de que había convertido ese templo en una fortaleza inexpugnable. Luego fui a la cocina, saqué una pizza precocinada del congelador, la metí en el horno y miré durante quince minutos cómo se cocinaba. Más por costumbre que por preocupación por mi salud, me puse un guante y la saqué a un plato. La corté y la llevé al salón, colocándola en la mesita baja de los mandos. Shasha no se movió para coger ningún pedazo, y a mí no me apetecía tampoco probar bocado. Así que miramos cómo humeaba hasta que empezó a dejar de hacerlo, y sólo cuando la pizza estaba definitivamente fría, mi hermana se giró y me miró al fin.
               -Sé que no querías que viniera a casa de Alec-dijo, por fin-, y te prometo que no tocaré nada sin pedirte permiso antes, pero… es que no podía quedarme en casa.
               Clavé la vista en uno de los jarrones con flores que Annie tenía en una esquina del salón, y que yo milagrosamente no había matado todavía. Si bien sus flores habían pasado por tiempos mejores, igual que yo, todo apuntaba a que sobrevivirían y florecerían con más belleza que nunca en un próximo ciclo de sus vidas. Yo no estaba tan segura de correr la misma suerte. De hecho, no estaba segura siquiera de que fuera a haber otro ciclo para mí.
               -No pasa nada. Al te habría acogido con los brazos abiertos, ya lo sabes.
               Al. Iba a romper con él y aun así tenía la audacia de llamarlo “Al”. Lo mío era un caso de estudio.
               No vas a dejarlo porque quieras. Vas a dejarlo porque tienes que hacerlo, y tu cabeza te dice que es tu deber, pero tu corazón es quien le pone nombre. Y siempre vas a quererlo, así que siempre será Al.
               Cerré los ojos y noté que una lágrima se entretejía entre mis pestañas. Sorbí por la nariz y me la limpié apresuradamente con la yema de los dedos.
               Shasha se acercó un poco más a mí y, entonces, me cogió la mano. Me dio un suave apretón que me hizo mirarla, hundirme en sus ojos marrones, los ojos de papá con la ternura de los de mamá. Y, Dios, si no era el ser humano más perfecto que hubiera existido jamás… en Scott había un cierto toque salvaje que honraba las circunstancias en que lo habían concebido, casi como si él mismo fuera un acto de rebeldía. Shasha, en cambio, tenía en su mirada una serenidad que sólo podía venir de las circunstancias en que la habían hecho: mamá y papá ya estaban casados por aquel entonces, y anhelaban otro hijo, esta vez era deseado y querido incluso antes de saber que venía en camino. Y yo había tenido el inmenso honor de ponerle su nombre, igual que Scott había hecho conmigo.
               Scott me había condenado llamándome Sabrae; no había ninguna otra palabra que pudiera sonar mejor en los labios de Alec, en los gemidos de Alec, en los gritos de placer de Alec. Shasha, en cambio, era tranquilidad. Equilibrio. Un círculo que no tenía principio ni fin.
               -Le echo de menos, Saab.
               ¿Qué le dices a tu hermana pequeña, que es más fría que un carámbano, a la que le cuesta terriblemente expresar sus sentimientos, cuando te dice que echa de menos a ese novio al que tú estás a punto de dejar? ¿Que es normal? ¿Que pronto dejará de hacerlo? ¿Que no parará nunca?
               ¿Que tendrá vía libre para no echarlo de menos una vez tú te quites de en medio, aunque lo hayas hecho precisamente para que pueda estar con la indicada, que no eres tú, ni tampoco tu hermana?
               -Y sé que es egoísta porque tú también le echas de menos, y… es evidente que lo de Diana te ha afectado. Estás como apagada, y yo estoy muy preocupada. ¿Te estás acordando de cuando él tuvo su accidente?
               No contesté. ¿Qué podía decirle respecto a eso? Me había acordado de su accidente, me había acordado de todo, y ahora no podía dejar de pensar en lo que había hecho y darle un nuevo sentido a las cosas.
               -No me imagino lo que debió de ser para ti.
               No, no te lo imaginas. Igual que no te imaginas que soy tan mezquina que estoy aquí sentada, deseando dar marcha atrás en el tiempo y disfrutar de ese tipo de dolor. Hay algo heroico en que te arrebaten al amor de tu vida. Apartarlo de tu lado cuando él ha hecho tanto por ti sólo te convierte en una gilipollas.
               -Pero tienes que pensar que está bien. Sólo está lejos. Pero está bien-Shasha me cogió las dos manos, buscándome con unos ojos suplicantes que me hacían trizas el corazón-. Alec no es Diana.
               No, Alec no es Diana. Alec está sano y limpio y vivirá una vida larga, y a mí se me antojará aún más larga porque la vivirá lejos de mí.
               -Sabrae-me suplicó Shasha-. Di algo.
               Tenía los ojos empañados y yo no me merecía esas lágrimas. Nadie en el mundo lo hacía, en realidad, pero yo menos aún.
               -Soy más pequeña que tú-dijo, jadeante, cansada y a la desesperada-, y soy consciente de que hay un montón de cosas que aún no sé, pero tú puedes enseñármelas. No me gusta nada verte así. Y quiero que sepas que siempre seremos hermanas, y que puedes contar conmigo para lo que quieras, igual que yo sé que yo también te tengo a ti. Y que siempre lo haré.
               Díselo. Díselo, Sabrae, me instó una voz desesperada en mi cabeza, una voz que se parecía demasiado a la de Alec. Me conocía de sobra esos trucos que me jugaba mi mente, y sabía que estaba tratando de hacerme caer en la tentación.
               Pero es que… estaba tan cansada. Todo esto era tan difícil. No podía más. Sólo quería tumbarme a dormir y no despertar. O hacerlo cuando ya hubiera pasado el tiempo de Alec y Perséfone y a él no le quedara más remedio que estar conmigo. Ser la segundona de Alec era equivalente a ser la emperatriz de cualquier hombre. Ninguna mujer en su sano juicio rechazaría ser la concubina de un dios, por mucho que tuviera que renunciar a tronos e imperios a cambio. Esa sensación de dormir en nubes doradas cuando lo hacías entre sus brazos, de flotar en un mar de estrellas cuando te poseía, de ser ligera como la mismísima luz cuando te decía que te quería, no se comparaba con nada ni con nadie. Ni todas las joyas del mundo podrían competir contra una motita de polvo de hadas. Y Alec no era polvo de hadas; Alec era el Olimpo entero.
               -No me merezco esto-dije por fin, con una voz rota que me recordó a cómo hablaba después de pasar una noche intensa con él, en sus brazos, concentrada en mi entrepierna, en hundirle las uñas en el pelo mientras recorría mis pliegues con la lengua.
               Shasha parpadeó, y juraría que había alivio en sus ojos.
               -Si crees que no puedes con ello… creo que aún no es tarde para pedirle volver.
               No había juicio en su voz, pero tampoco había una doble intención. Sabía que lo decía porque me quería y porque quería lo mejor para mí, no porque quisiera que Alec regresara con nosotras.
               Es por eso que sacudí la cabeza.
               -No, Shash. Me refiero a que no me lo merezco a él.
               Shasha volvió a parpadear de nuevo, esta vez sin entender. Lo que me proponía era tan absurdo que parecía lógico que no se le ocurriera.
               -¿Te refieres a que no te mereces que tu novio se haya ido lejos?
               -No. Me refiero a que no me merezco llamarlo mi novio.
               -¿Porque te puso los cuernos?
               -Alec no me puso los cuernos-jadeé, inclinándome hacia delante, acodándome en las rodillas, tapándome la cara con las manos y echándome a llorar. Shasha se quedó allí plantada, sin saber qué hacer. Apenas era capaz de gestionar sus emociones, como para hacerlo con las de los demás.
               -Sí, bueno, es verdad. Tienes razón. Lo siento. Yo… no quería… por favor, no te disgustes. No quería recordarte lo mal que lo pasaste cuando… Saab, de verdad-gimió-. Por favor, deja de llorar.
               -Lo he estropeado todo, Shash. Todo. Me pidió que le pidiera quedarse y no lo hice. Él no se quería ir. Y ahora estoy pagando por ello. Dios me está castigando porque no fui capaz de ver sus planes. Me lo puso en bandeja y yo lo dejé escapar. Él jamás… si yo le hubiera dicho que se quedara, se habría quedado y yo no sabría… Perséfone… él…
               -¿Qué pasa con Perséfone?-quiso saber, y había un deje protector en su voz que adoré, porque me recordó mucho a Scott y a la sensación de seguridad que sentía a su alrededor cuando era pequeña. Casi comparable a la que sentía ahora con Alec.
               A fin de cuentas, Shasha sí que era sangre de la sangre de Scott.
               -Es para él. Perséfone es la que es para él. Es la que mejor encaja con él, ella le esperó cada verano, ella ha estado ahí siempre, ella… habla su idioma materno.
               -¿Y tú no?
               -No. Yo no hablo griego.
               Shasha frunció el ceño.
               -El idioma materno de Alec no es el griego.
               -Ella no habría tenido miedo de decirle que le quería. En lugar de negarse a salir con él porque le daba miedo pillarse más, habría aceptado encantada y se habría ido con él al voluntariado. Perséfone es mejor para él que yo. Yo no le conozco; no realmente. Me sorprendió descubrir lo importante que fue para él en Mykonos, y ahora me estoy dando cuenta de que todo el mundo salvo yo reaccionó de la misma manera cuando yo conté que me había puesto los cuernos. No se lo creían. Nadie se lo creía. Al menos durante unos segundos. Y luego me veían a mí hecha mierda y pensaban que Alec no me haría eso y… Scott conoce a mi novio mejor que yo, Shasha. Tommy también. Jordan, sus amigos. Todos. Todos apostarían por él cuando yo no lo hice.
               -Sí que lo hiciste, Saab. ¡Sí que lo hiciste! Te volviste chiflada porque quisiste perdonarle al segundo pero sabías que todo el mundo te juzgaría y tratarían de hacerte cambiar de opinión. ¿Eso no es apostar por él?
               La miré.
               -Lo descalificaron.
               Shasha parpadeó.
               -¿Ein?
               -En la última final que peleó. Lo descalificaron. Iba ganando y lo descalificaron, Shasha. No se habría retirado subcampeón si le hubieran visto de verdad. Sería campeón y no tendría esa espinita clavada en el corazón. Y, ahora, aquí estoy yo, tratándolo como un subcampeón otra vez. Le descalifiqué a la mínima oportunidad. Scott no lo hizo. Tommy no lo hizo. Jordan no lo hizo.
               -Scott, Tommy y Jordan le habrían pegado una paliza de haberlo tenido delante antes siquiera de preguntar simplemente por lo que tú les dijiste.
               -¡Exacto! Yo les dije que me había puesto los cuernos, así que me creyeron porque yo me lo creí. He hablado con Scott, lo he comentado por encima con Tommy, e incluso con Jordan lo hablé antes de saber la verdad, y los tres me han reconocido que en su momento tuvieron dudas porque esto no es propio de él, pero luego pensaron que no me diría algo así si no lo creyera de verdad porque, bueno... soy su punto débil. Va a hacer lo imposible por protegerme.
               -¿Y eso es malo?
               -Sí. ¡Sí! Claro. ¿Crees que Aquiles necesitaba todas esas armaduras? Alec es más listo que él porque Alec nació después y aprendió de sus errores. Si se hubiera cubierto el talón, habría sido invencible. Alec me protegerá a mí aun a riesgo de exponerse él, con la diferencia de que él debe protegerse entero. Que yo sea donde pueden hacerle más daño no quiere decir que no puedan matarlo de mil maneras diferentes que nada tienen que ver conmigo. Así que eso está haciendo. Está conmigo porque sabe que me destrozará si me deja, aunque creo que en el fondo sabe que hay otra más adecuada para él.
               -¿Quién?-ironizó Shasha, poniendo los ojos en blanco-. ¿Lady Gaga?
               -No, imbécil. Perséfone.
               Shasha exhaló un bufido que se quería hacer pasar por risa.
               -No tienes nada que envidiarle a esa perra, Sabrae.
               -No la insultes, Shasha. Ella…
               -¿Cómo que no la insulte? ¡Esa zorra está haciendo que mi hermana se vuelva chalada! ¡ME REFERIRÉ A ESA ZORRA COMO A MÍ ME DÉ LA GANA!
               -Alec querría que hablaras de ella así.
               -Oh, sí, porque Alec estaría encantado de oírte decir esas cosas. Venga, Saab. Que ni siquiera te dejaría terminar la frase. Te conoce y te quiere tanto que creo que sabría por dónde irías en el momento en que dijeras “creo que Perséfone…” y ya no te dejaría seguir. Te pegaría un buen morreo porque es tu novio y no puede darte un guantazo, aunque sea lo que te mereces, sólo para conseguir que te callaras.
               -Vale. Entonces, olvídate de Perséfone. ¿Crees que Alec se merece estar con alguien que se traga sin más que le ha puesto los cuernos después de todas las promesas que le ha hecho?-repliqué, rabiosa. Shasha no contestó-. ¿Eh? ¿Crees que Alec tendría que estar con una chica que no sabe cómo es tan bien como sus amigos? E, incluso de haberme puesto los cuernos de verdad. ¿Crees que Alec debería estar con una chica que no se siente con fuerzas de enfrentarse a toda su familia y al resto de sus seres queridos  y que decide comportarse como una soberana puta para tratar de “ponerse a su altura” y que así nadie le reproche perdonar a su novio, porque ella es igual de guarra que él y tampoco puede evitar ponerle los cuernos a la mínima oportunidad que se le presenta?
               -Yo no me habría enfrentado a ti-respondió, cruzándose de brazos-. De hecho, me habría parecido normal.
               -¿Y eso por qué? ¿Porque es guapo?-ahora la que ironicé fui yo. Porque, vale, Alec tenía una cara que hacía que quisieras perdonárselo todo, y yo le habría perdonado encantada unos cuernos, pero… no podía dejar que mi hermana creyera que los chicos guapos tenían carta blanca para hacer cuanto quisieran. Esa idea la destrozaría.
               -No. Porque es bueno. Conmigo, con Duna, con papá y mamá, con Scott, que no se lo merece… y, sobre todo, contigo. Así que yo le habría perdonado un tropiezo. Es decir, me habría enfadado muchísimo con él por lo que te hizo sufrir, pero si tú le perdonaras, yo lo haría también. Porque sé que le quieres y que le necesitas y que no tienes por qué renunciar a algo tan especial como lo que tenéis por un error, sobre todo si ese error duró cinco segundos y sé que no se va a repetir. Porque a ver, Sabrae, ¿tú crees que se podría repetir?
               -¡Claro que no!
               -¿Y entonces por qué dices que no te lo mereces?
               -¡Porque no importa lo que yo crea ahora o no, Shasha! ¡Ahora creo unas cosas porque tengo una información que antes no tenía! No importa que yo ahora sepa a ciencia cierta que Alec jamás me haría eso, sino que hace un mes creí que era capaz.
               -¿Y por qué importa más lo que hacías antes que lo que haces ahora? Hace un año no le soportabas. Hace un año ponías los ojos en blanco cuando te enterabas de que había vuelto a Londres. ¿Eso ya no tiene ningún valor?
               -No.
               -¿Por qué?
               -Pues porque no.
               Shasha arqueó las cejas.
               -Guau. Mamá debería dar gracias de que seas demasiado joven y aún no ejerzas. La humillarías delante de todos sus colegas. Menuda abogada se está perdiendo este país.
               Tomé aire y lo expulsé sonoramente a través de la nariz. Shasha se apartó el pelo de la cara y también luchó por serenarse.
               -Escucha… creo que estás sacándolo todo de quicio un poco. Necesitas un poco de perspectiva. Alejarte un poco más…
               -¿Alejarme más? Alec está a seis mil kilómetros, Shasha. ¿Adónde coño quieres que vaya? ¿Me monto en el próximo cohete espacial que vaya a poner en órbita la NASA y me doy un paseíto por la Luna?
               -Si tan galla eres-preguntó, levantándose para mirarme desde arriba, ¿por qué estás aquí escondida en vez de hablándolo con mamá?
               Menuda hija de puta.
 
¡Shasha Malik, damas y caballeros! ¡La mejor de la camada!
 
TÚ CÁLLATE, QUE NADIE TE HA DADO VELA EN ESTE ENTIERRO.
 
Bastante me estoy callando ya, que no te interrumpo cada dos segundos porque no paras de decir gilipolleces, chavala. Pero adelante. Sigue chupando cámara.
 
¿¡Chupando cámara!? ¡¡Ésta es mi historia!! ¿De quién es el nombre que hay en la portada?
 
¿¡Quién es el personaje más icónico de la historia de los personajes icónicos que ha conseguido desbancar a Nuestro Señor Y Salvador Marca Registrada, Scott Malik, eh!? Como bien dijo Eleanor: el artista principal no sale antes que el telonero.
 
Eres igual de gilipollas que mi hermana. Igual por eso os entendéis tan bien. Quizá deberíais casaros.
 
Puede que lo hagamos.
 
Bien.
 
Bien.
 
Bien.
 
BIEN.
 
Que te follen.
 
Pues no sé a qué coño estás esperando, Sabrae, la verdad.
 
Shasha levantó la mandíbula, orgullosa como una reina nubia viendo a su pueblo prosperar.
               -Ajá. No puedes. Porque sabes que mamá se dará cuenta al segundo de que lo que pasa es que estás asustada, y te convencerá para que seas valiente. Mira, sé que debe de ser muy jodido tener a tu novio tan lejos, sobre todo después de haberte mudado a su casa y que él se haya mudado a la nuestra, pero…
               -Si le digo a mamá lo que estoy pensando, me prohibirá estar con él.
               Shasha se quedó callada, la boca entreabierta a media palabra, y yo asentí.
               -Claro, tía lista. ¿No te has parado a pensar en eso? Porque yo sí. Sé que no manejé la situación de la mejor manera, y créeme, he aprendido un montón cómo no hay que hacer las cosas. Pero mamá no lo verá así. Yo no lo veré así cuando sea madre. Querré que mi niña se aleje de quien la haga chiflar como yo chiflé con el tema de Alec. Me hará elegir. Y, Shash, ¿cómo pretendes que sobreviva sin Alec y sin vosotros? Porque, por primera vez, no os elegiré a vosotros-confesé-. Y me siento fatal por decírtelo, o por siquiera pensarlo, pero es que no me veo renunciando a lo que siento por Alec. Incluso aunque pueda renunciar a Alec, no puedo renunciar a quererlo. Y la verdad es que tampoco quiero.
               Sé que no tenía sentido que estuviera dispuesta a renunciar a ser una Malik por alguien en quien ahora yo sabía que no confiaba plenamente, pero así eran las cosas. Que lo que le había prometido una y mil veces no importara a la hora de la verdad, y que las palabras se las hubiera llevado el viento, no cambiaba el hecho de que mamá y yo tendríamos posturas enfrentadas aquí. Ella no me querría cerca de alguien que fuera capaz de hacerme tanto daño, y yo… yo lucharía por cada ápice de amor que pudiera conservar después de esto.
               -Mamá no haría eso.
               -Mamá es nuestra madre. No nos hacemos una idea de lo que puede llegar a hacer por cuidarnos.
               -Quiere a Alec.
               -También quiere a Tommy, y lo abriría en canal si eso significara liberar a Scott. Las dos lo sabemos. La única razón por la que va a pelear por la banda es porque no puede salvar a Scott sin salvar también a Tommy. Alec y yo somos independientes.
               -Yo no estoy tan segura de eso.
               -Scott y Tommy no pueden estar separados más de una semana sin ponerse malos.
               -Que la forma en que Tommy y Scott se quieren sea tóxica y tu amor con Alec sea más sano no quiere decir que lo de ellos sea más fuerte o lo tuyo más débil.
               Algo dentro de mí se revolvió. Escúchala.
               La verdad es que ya lo había pensado más veces. Que Alec y yo pudiéramos vivir el uno sin el otro hacía nuestra compañía más significativa, porque era buscada. Que nos necesitáramos no quería decir que no fuéramos capaces de separarnos. Nuestra cercanía era elegida; la de Tommy y Scott, necesaria. Imprescindible. Un delfín siempre regresa al agua porque no puede vivir fuera de ella, pero una sirena escoge mar o tierra en función de lo que más le apetezca, y el elegido puede saber que la preferencia es sincera.
               Pero esto no se trataba de amor, o no sólo de amor. Iba más allá. Iba de su composición, de la receta a seguir para conseguir el mejor plato. Y yo ya no la tenía.
               -Escucha-dijo Shasha, sentándose de nuevo a mi lado-. Sé que puede resultar abrumador, ¿vale? Crecer al lado de Tommy y Scott te jode la cabeza porque ya no sabes qué es normal y qué no lo es. Yo sólo… no quiero que tomes una decisión equivocada porque estás confundida por culpa de Scott y Tommy. Que conste que no te estoy juzgando-añadió, abriendo las manos y mostrándome las palmas-. Sé que a mí también me va a costar horrores cuando empiece con algún chico, pero… confío en que tú harás lo mismo que yo estoy haciendo ahora por ti, por mí.
               -¿Y eso es…?
               -Confía en mamá. Antes lo hacías. ¿Por qué ya no?
               -Porque ella no va a entenderme-murmuré, bajando la vista y jugueteando con un hilo de mi ropa. Tiré de él hasta quedarme con él en la mano. Shasha alzó una ceja.
               -¿Y eso por qué?
               -Porque… es… bueno, es mamá. Ya sabes-me encogí de hombros, mirándola por debajo de las cejas-. Ella no es yo. Es más bien Perséfone.
               -¿Tú crees? Porque yo creo que es más tú que Perséfone. Después de todo, papá no volvió a acostarse con ninguna mujer después de estar con ella. ¿No es eso, más o menos, lo que ha hecho Alec?
               Me reí.
               -Bueno, más o menos, sí. A su manera. Lo intentó-concedí, sonriendo, recordando cómo me había mirado y me había dicho que no iba a irse con ninguna otra más cuando decidimos ir más en serio. Sólo tenía que despedirse de Pauline y Chrissy y, entonces, sería mío y sólo mío, lo quisiera yo o no.
               -Hombre, también es más guapo que papá. Tenía más tentaciones.
               -No sabía que te gustaran blancos.
               -Me gusta Alec-se encogió de hombros-. Creo que es porque lo veo a través de tus ojos.
               -Pues estás de suerte, porque he oído que va a quedarse soltero.
               Shasha puso un ojo en blanco, y luego sonrió. Recogió la pizza, se levantó y se dirigió hacia la cocina.
               -Me va a encantar cuando intentes dejarlo, él no lo acepte y se plante en casa como si todavía viviera en Londres. Es que voy a gozarme tanto la manera en que te vas a poner pálida nada más verlo.
               -¿Por qué estás tan segura de que va a venir?-pregunté, aunque yo también lo creía. De hecho, me sorprendería que no me encontrara en algún monasterio perdido en lo más profundo del Nepal. Ni camuflándome como un leopardo de las nieves en la cordillera de Himalaya sería capaz de esconderme de él. Shasha sonrió con maldad, girándose.
               -Vale, puede que lo conozcas tan mal como dices. Es de Alec Whitelaw de quien estamos hablando, hermana-se encogió de hombros-. Y tú eres la puta Sabrae Malik. Solo estás montando todo esto porque puedes, porque él no está aquí para pararte los pies. Pero oh, tía, lo que voy a disfrutar cuando se lo digas y él te cante las cuarenta. ¿Será por carta o por teléfono? Da igual. Procuraré tener la memoria del móvil vacía. Qué emocionante. Venderé la exclusiva y liberaré a Scott yo solita. El pobre no soportará estar en mis manos-sonrió, malévola, la vista perdida en el horizonte-. Será divertidísimo. Le obligaré a hacer anuncios de supositorios-sonrió aún más-. Voy a hacer que eche de menos el programa.
               Desapareció sin más, dejándome a solas con mis pensamientos. Por descontado, sabía que Alec me montaría la de Dios es Cristo en cuanto le dijera que quería cortar, sobre todo porque no iba a ser tan ruin como para decirle que era porque ya no lo quería, la única razón que él aceptaría; pero sabía que no tenía pasta suficiente para venirse a Inglaterra, ni tampoco permisos de la organización del voluntariado, así que pasaría el tiempo, las aguas se calmarían, y aunque él volvería a casa de un humor de perros, con suerte para Navidad ya se le hubieran pasado las ganas de luchar por mí y dejaría las cosas estar. Yo simplemente tendría que aguantar el chaparrón en casa, dejar que me insultara todo lo que le apeteciera, y pirarme a vomitar de los nervios nada más colgar. No, la verdad era que la reacción de Alec era la menor de mis preocupaciones, porque sabía que sería mala de cualquier forma. Era lo único que tenía garantizado y que no podía controlar, así que estaba centrada en pensar cómo llegar hasta allí. Yo era la piedra a mover, no él.
               -Ven a explicarme cómo funciona el microondas, anda-pidió Shasha-. Que no sé para qué es la rosca.
               -Deja la rosca. Dale al +30 un par de veces y espera a que caliente.
                Mi hermana asintió, obedeció, y regresó con una pizza humeante y más blandurria. Recogió un pedazo con los dedos, la enroscó hasta hacer con ella un rollito, y le pegó un bocado. Una sonrisa orgullosa le cruzó la cara cuando yo también me incliné a por un trozo.
               -Se me ha ocurrido una idea.
               -¿Para una máquina del tiempo?
               -No, caraculo. Para lo de Alec.
               -Ah. Entonces paso. Lo siento, pero no me interesa.
               -Te la voy a contar de todos modos, porque eso hacías tú con él, y funcionó-bufé, poniendo los ojos en blanco-. Ya sé que no quieres hablarlo con mamá, y, bueno, supongo que no puedo obligarte, pero… piensa en lo bueno que es hablarlo con alguien. Alguien cualificado. A Alec mismo le sirvió de mucho hablar de sus problemas. Puede que a ti te pase lo mismo y así evites cometer el mayor error de tu vida.
               ¿De qué coño hablaba?
               -Creo que no te sigo.
               -A Alec le vino bien su psicóloga…
               Me quedé mirando a Shasha, que dio un nuevo bocado y volvió a sonreír con esa sonrisa suya de “soy más lista que tú y es vergonzoso que hayas tardado tanto tiempo en enterarte”. Pero había un problema.
               Claire había convencido a Alec de no escuchar a las voces de su cabeza. Estaba segura de que conseguiría lo mismo conmigo, cuando esas voces eran las más lúcidas que había escuchado en mi vida.
               -Paso de psicólogos.
               Shasha abrió la boca y los ojos, exagerando un gesto de sorpresa.
               -¿Por? ¿Estás dolida con ellos porque se han ido de One Direction dejando sólo un comunicado en Facebook?
               -Vete a la mierda.
 
 
El despacho de Fiorella era el único lugar de toda la oficina de mi madre en que había puntos estratégicos en los que podías colocarte para que no te viera nadie. Allí donde los despachos de mamá, sus socias y abogadas adjuntas de mayor potencial tenían simplemente una franja translúcida para aportar intimidad a la par que dejaban ver perfectamente que el despacho se encontraba ocupado y que por tanto no había que interrumpir, el de Fiorella estaba completamente cubierto por ese material, del techo al suelo, de manera que nadie pudiera verte si te echabas a llorar. Sí que podías intuir, por descontado, las siluetas de las abogadas paseando de un lado a otro, trotando sobre sus tacones o zapatillas de deporte mientras cargaban con sentencias que podían hacerles ganar o perder un caso, o cafés que supondrían la energía para combatirlas.
               Al igual que las siluetas de mis amigas sentadas en los sofás bajos de la oficina, justo enfrente de la puerta. Como si sus miradas fueran capaces de atravesar el cristal, hechas de láser, me revolví en el asiento al notar que me pinchaban en la espalda.
               Había pasado una noche de mierda, eso por descontado. Después de que Shasha me vapuleara antes de la pizza, me había sentado con los pies subidos al sofá a ver Fuckboy Island con ella, cada una en un extremo del sofá, hasta que ella se quedó frita, se cayó hacia delante, se dio de bruces contra el sofá, rebotó y se cayó al suelo, yo me descojoné, casi nos matamos de una paliza, y, con un mechón de pelo menos cortesía de mis peligrosísimas manos, anunció que se iba a dormir. Sobra decir que me puse como una verdadera fiera cuando la vi abriendo la puerta de la habitación de Alec, porque ya me olía que esa joven zorra estaba desesperada por reemplazarme y quería ocupar cuanto antes la habitación de mi hombre. Oye, vale, iba a dejarlo, pero ¡un poco de respeto! ¡Todavía era mi novio!
               Que Shasha durmiera en la habitación estaba descartado por un millón de motivos que iban desde que haría que las sábanas de la cama de Alec perdieran su olor, pasando porque todavía consideraba su cama mi santuario, que él no me había dicho nada de que pudiera meter a nadie en su habitación y que, ¡ah, sí! Que no me daba la puta gana que mi hermana durmiera en su habitación y punto. Me desquité un poco de la goleada que me había metido antes de cenar acordándome de toda su ascendencia, que también era la mía, y encerrándola en la habitación de Mimi. Y luego yo me había bajado de nuevo al sofá, había puesto el móvil en modo avión para no ver el mensaje de rigor saludando al amanecer de Alec y seguir torturándome, y me había acurrucado en el sofá en la misma postura en que me habían encontrado Shasha y Jordan la noche anterior. Que Shasha no pudiera dormir en la habitación de Alec no significaba que pudiera o fuera a hacerlo yo. Me sentiría una hipócrita metiéndome en la cama de Alec cuando había ido a su casa para reflexionar qué hacía con él, aunque creo que desde que había salido del hospital de Nueva York ya sabía la respuesta. Igual que cuando me dijo que me había puesto los cuernos y yo me lo creí, y decidí que iba a perdonarle en menos de lo que había tardado en procesarlo. Cuando se trataba de Alec, yo siempre sabía lo que iba a hacer en un latido de corazón. A fin de cuentas, a eso se reducía mi relación con él, ¿no? A latidos del corazón.
               Sobra decir que no había pegado ojo en toda la noche. Lo que Shasha me había dicho tenía cierto sentido para mí, y tenía que admitir que lo del psicólogo no era tan mala idea, pero luego, reproduciendo la conversación con ella en bucle, me había detenido en el hecho de que ella lo echaba de menos, ella le tenía cariño, y no podía fiarme de cuánto de lo que me decía era por ella y cuánto era por mí. Es decir… no dudaba ni un segundo de la nobleza de sus intenciones y de que ella creyera que me lo decía por mi bien, pero hasta yo tenía que admitir que el subconsciente jugaba un papel muy importante y era muy difícil entender por qué hacías según qué cosas, la razón última que te motivaba. Yo misma había tenido que hacer un viaje de introspección muy duro para llegar a la conclusión que me había propuesto defender por la mañana, y precisamente por todo el esfuerzo que me había supuesto me había negado en redondo a aceptar la opinión de nadie más que quisiera a Alec, porque todos pensarían en su dolor cuando yo hiciera lo que tenía que hacer, y decidirían que no merecía la pena, como si limpiar la herida no hiciera más daño a corto plazo que dejarla pudrirse, pero a la larga fuera mejor.
               Jordan no había faltado a su palabra y había venido a verme apenas vio que volvía a abrir las ventanas de casa de Alec: tardó menos de un minuto en llamar a la puerta, tenderme una caja de bombones de Mozart, preguntarme si me sentía bien y si necesitaba algo de él. Pues sí, mira, necesito que dejes a tu mejor amigo por mí.
               -¿Estás mejor?
               -Sí.
               No, pero tampoco era plan de detallarle que me había pasado la noche entera despierta, que había añadido a mi hermana a mi lista de enemigos, o que había consumido un día valiosísimo en la carrera por hacer el bien. Era muy difícil, todo esto.
               -¿Qué te pasaba ayer?-quiso saber, entrecerrando los ojos-. ¿Síndrome premenstrual?
               -Cansancio. Jet lag. Aún lo estoy arrastrando.
               -Am-asintió-. Oye, ¿a qué te referías con lo de que igual no tengo que venir a cuidarte muchas veces más?
               Parpadeé.
               -Puessssssss… a que no tengo ningún otro viaje a la vista y no me voy a poner así de mal.
               -A-a-a-a-a-já… vale. Me alegra saberlo. Porque, como sabrás, no me han aceptado en la escuela de aeronáutica, así que…
               -Sí, menudos gilipollas. Ellos se lo pierden.
               -Bueno, simplemente tengo que cortarme más el pelo y probar con el ejército-Jordan se encogió de hombros, pasándose la mano por la cabeza-. Pero eso me dará más tiempo para estar por aquí, cuidándote. Tal y como le prometí a Alec-me provocó, y yo parpadeé, manteniendo la cabeza bien alta.
               -Las promesas son sagradas-concedí.
               -Lo son. Me alegro de que coincidamos.
               Incliné la cabeza ligeramente a un lado, parpadeando despacio, y fui corriendo a vomitar nada más cerrar la puerta. Lo sabía. Jordan lo sabía. Había sido demasiado explícita la noche anterior, y ahora tenía que enfrentarme a él también. No era lo mismo ir contra mi hermana que contra mi hermana y él, que no dudarían en hacer piña, tal y como ya me habían demostrado, y hacerme la vida imposible para que no tuviera fuerzas para imponerme con Alec.
               Con lo que no contaba era con que mis amigas harían acto de presencia a media mañana, cuando Shasha estaba a punto de marcharse. Sospechaba que había sido él quien las había avisado para que fueran a verme y así poder confirmar sus sospechas; si Jordan podía intuir lo que pasaba, Momo lo leería en mi cara como si lo llevara escrito en la frente y, ¡ale!, a pelear también con ellas. O eso esperaba. La verdad es que no sabía muy bien qué postura tomarían las chicas, porque se habían cabreado muchísimo con Alec cuando yo les conté lo que me pasaba, y no había sido plato de buen gusto para nadie ver cómo me había vuelto loca para intentar sobreponerme.
               Creo que una parte de mí sabía que, aun sabiendo que me había hecho daño, como ahora conocían la verdad (que Alec no había hecho nada y había sido todo un terrible malentendido), no aprobarían mi decisión. Lo que no me esperaba era que lo hicieran de forma tan vehemente.
               Estaba abrazándolas, diciéndoles que las había echado mucho de menos (lo cual era verdad) y que me había dejado sus regalos en mi casa (lo cual también era verdad), y que me moría de ganas de irme por ahí con ellas (lo cual era verdad a medias; sí que quería estar con ellas, pero no me apetecía en ese momento, y menos cuando tenía pocos ánimos para disfrutarlas), pero que ahora estaba un poco liada y que habría que posponerlo (mentira), cuando Shasha hizo acto de presencia en la parte alta de las escaleras.
               -¿Os ha dicho ya que piensa dejar a Alec?-preguntó como una malvada hechicera de Disney, y Taïssa, Kendra y Momo clavaron los ojos en ella a la vez. Y luego, en mí.
               -¿Qué?-corearon. Y luego, Momo añadió-. ¿Por qué?
               Abrí la boca para responder, aunque debería haber subido las escaleras y tapar la de Shasha, porque soltó:
               -Dice que no se lo merece.
               Me hinché como un pavo, pensando “la has cagado”, porque estaba convencida de que las chicas me darían la razón… hasta que Kendra soltó:
               -Pero, vamos a ver, niña, ¿tú eres gilipollas?
               Tardé un par de segundos en darme cuenta de que me lo estaba diciendo a mí. Me volví para mirarla, y descubrí que las tres me estaban taladrando con los ojos.
               -Espero que sea una puta coña de tu hermana-escupió Momo-, porque no te imagino diciendo semejante subnormalada.
               Claro que, qué iban a decir, ¿verdad? Son mis amigas. Les preocupaba mi bienestar más que el de Alec, y sabían que eso me pondría tremendamente triste. Luego Taïssa dijo:
               -Sabrae, si rompes con Alec por eso yo no te vuelvo a hablar más en mi vida.
               Bueno, supongo que un ultimátum era lo último que me esperaba en ese momento, porque algo dentro de mí hizo clic y mi cabeza empezó a funcionar a toda velocidad. Mi cuidadosamente construida fortaleza había empezado a resquebrajarse, sus cimientos tambaleándose, simplemente conque mis amigas se pusieran así. Porque una parte de mí sospechaba que no se trataba sólo de mí. O que no tenía relación solamente conmigo, sino también con Alec. Quizá había pensado demasiado en él y muy poco en mí.
               Después de todo, cuando alguien no apuesta por una persona desde el primer momento, y luego lo defiende a muerte, es porque la persona en cuestión se lo ha ganado, ¿no? ¿No le encantaban a Alec los votos de confianza? Entonces, ¿por qué yo me negaba en redondo a dárselo a nuestra relación?
               Así que allí estaba yo, sentada en uno de los sillones de Fiorella, un vaso de agua fría goteando su condensación sobre el posavasos de su mesa, Fiorella sentada enfrente de mí, más bronceada que nunca, las piernas cruzadas, los pies cubiertos con unas sandalias de esparto y las uñas perfectamente pintadas de un tono coral que resplandecía mientras tomaba notas.
               Al principio me había costado arrancar, y Fiorella había tenido que arrancarme las palabras de la boca como si fueran billetes de quinientos y yo un banquero sin escrúpulos. Luego, Kendra se había acercado a la puerta, la había abierto y había mirado directamente a la psicóloga.
               -No la estamos oyendo hablar. ¿Está hablando?
               -No me atosigues.
               -Pues no te cierres en banda-escupió Kendra, y Fiorella la atravesó con una mirada glacial.
               -Sé cómo ocuparme de mis pacientes, gracias, querida-dijo en tono gélido, y Kendra reculó de una manera que le habría encantado a Alec.
               Supe en ese mismo momento que estaba jodida si ya estaba pensando en él como si fuera a volver a verlo y las cosas fueran a ser como hasta ahora, porque bastaba con imaginarte un escenario, por descabellado que sea, para que éste ocurra.
               Así que empecé a hablar. Hablé y hablé y hablé sin parar, hasta que se me secó la boca, hasta que me acabé dos vasos después de pausas para rehidratarme, hasta que Fiorella me tendió un trozo de sándwich vegetal que se había empaquetado para su día en la playa con Claire después de que mis tripas rugieran con rabia, cancelar su excursión por mensaje de voz y prometerle que “se lo compensaría, se lo prometía, de una forma que haría que creyera que había obtenido beneficio no pudiendo ir a la playa”. Yo pensé en la cantidad de veces que Alec me había dicho que me compensaría algo, cómo mismamente en San Valentín se había burlado de mí, haciéndome creer que no haríamos nada y luego había convertido ese día en uno de los más especiales de mi vida y de la de Duna, y empecé a hablar más deprisa.
               Como si la velocidad fuera darme la razón.
               Porque, cuanto más hablaba yo, más anotaba Fiorella. Más me miraba con gesto inteligente e inquisitivo, más se mantenía en silencio, obligándome a explicar cosas que a mí me parecían obvias y que eran completamente absurdas una vez que las verbalizaba.
               Le dije que Alec le prendería fuego a Mykonos para protegerme.
               -Lo dices como si creyeras que tú no harías lo mismo con Inglaterra por él.
               -Es que lo haría.
               -Mm-mm-asintió Fiorella, anotando en su libreta.
               Le dije que Eleanor había perdonado a Scott sin reservas.
               -Lo dices como si creyeras que tú no lo perdonarías sin reservas.
               -Es que lo haría.
               -Mm-mm-asintió Fiorella, anotando en su libreta.
               -Pero casi hago que me violen-dije atropelladamente, y Fiorella levantó la vista y me miró. Parpadeó y se inclinó un poco hacia mí.
               -¿Perdona?
               -Sí, bueno, a ver. Es que lo gestioné un poco mal, porque quise perdonarle, pero sabía que me juzgarían, así que decidí que tenía que acostarme con otro chico para así equilibrar las cosas y que nadie pudiera decirme nada. Sé que es algo estúpido, y peligroso, y no voy a volver a hacerlo ni loca, pero es lo que se me ocurrió en el momento. Aunque iba a drogarme. No me quería acordar. La verdad es que no me creía capaz-vomité las palabras igual que lo hacía Alec cuando estaba nervioso, porque lo cierto es que yo también estaba nerviosa-. Y si tenía una mala experiencia, lo bueno es que no me acordaría. Además, creo que creía que me merecía pasarlo mal y sufrir más que él. Es que él me pidió que le pidiera que se quedara, y yo me hice la heroína y le dije que se fuera, que iba a ser lo mejor para él, y luego, ¡pum!, va y supuestamente me pone los cuernos, así que yo lo interpreté como que era culpa mía, porque yo le había empujado a irse, y si no se hubiera ido no me habría puesto los cuernos, y… ay, mi madre, estoy sonando como una chalada. ¿Crees que estoy chalada, Fiorella?
               -Yo no usaría ese término para describir a un paciente nunca, Sabrae. No es clínicamente adecuado.
               -¿Me vas a recetar medicación?
               -Creo que de momento con las sesiones te basta. Sigue hablando.
               -Bueno… es que creo que también estaba dolida porque yo no me creía que pudiera hacerme eso cuando estaba aquí, ¿sabes? No le habría creído capaz de ponerme los cuernos ni aunque lo viera montándoselo con varias chicas a la vez. Pero luego se fue y me dijo eso y yo me lo creí sin más pruebas que su palabra, que debería saber que no es precisamente infalible, y… no sé, creo que me daba miedo pensar que estaba cambiando y que yo no estaba ahí para verlo. Y creo que me daba miedo pensar que puede que cuando volviera no me gustara tanto como lo hacía cuando se marchó, y que había estado en mis manos pedirle que se quedara y que fuera mío siempre, pero no lo había hecho, así que… ¿tú qué opinas?
               -Yo no opino.
               -¿No crees que soy imbécil?-pregunté, y Fiorella parpadeó-. ¿Gilipollas?-probé-. ¿Un poco subnormalita, tal vez?-Fiorella sacudió la cabeza-. ¿No opinas o no lo crees?
               -Ni opino ni… lo creo. Sólo quiero que conste. Aunque mi trabajo es no opinar. Pero, a ver, Sabrae. Te conozco desde que eras así-puso una mano a unos palmos del suelo-, y estabas obsesionada con los Ferreros Rocher. Sabíamos que Sher iba a traerte a la ofi porque veíamos cómo traía cajas y cajas de bombones para que tú tuvieras siempre a mano para comértelos cuando quisieras. Es una tradición que mantenemos en Navidades desde que tú nos visitaste por primera vez.
               -Yo me disfracé de Ferrero Rocher en mi primer Halloween, y Alec fue el único que se dio cuenta de lo que iba.
               -Es muy observador, Alec.
               -¿Eso dice Claire?
               -Claire no me habla de Alec-contestó, garabateando en su libreta, pero levantó la vista y me guiñó un ojo.
               -¿Claire y Alec hablaban del voluntariado?-Fiorella suspiró-. ¿Qué le decía él? ¿Le preocupaba? ¿Le preocupaba lo mismo que a mí? Alguna vez me lo comentó, ahora que lo pienso, pero… no volvimos a hablar de ello después de que me pidiera que le pidiera que se quedara. Así que no sé si me guardará algo de rencor. Creo que allí es feliz, pero también creo que le gustaría más estar aquí, conmigo. Puede que le preocupe lo mismo que a mí. Puede que  debiera haberle pedido que se quedara-musité, reclinándome en el asiento-. Sé que no sirve de nada lamentarse ahora, a toro pasado, pero también creo que es de sabios reconocer los propios errores, ¿no?
               -No puedes tratar de congelarlo por miedo a que deje de gustarte, Sabrae, porque tú también vas a crecer, y lo que tienen que hacer las parejas sanas es crecer juntos.
               -Es que no sé si mi pareja es sana-dije, y la frase se quedó flotando en la habitación. Yo abrí muchísimo los ojos mientras el mundo daba vueltas a mi alrededor.
               Qué.
               Acababa.
               De.
               Decir.
               Fiorella cruzó las manos sobre las piernas.
               -Interesante. ¿Por qué dices eso?
               -Yo… yo… no lo sé. No sé por qué lo he dicho. Pero si lo he dicho es porque lo creo, ¿no?
               -Puede ser. O puede que sólo sean tus nervios jugándote una mala pasada.
               -Yo… eh… no sé. Mis padres-dije de repente, y Fiorella esperó-. Mis padres me parecen una pareja sana. Se apoyan mutuamente y se han dejado crecer, pero lo han hecho juntos. No sé si Alec y yo lo conseguiremos. Desde luego, no sé si lo conseguiremos con él en África.
               -Las parejas que se separan porque crecen y no lo hacen en la misma dirección no tienen por qué no ser sanas. De hecho, insistir en continuar juntos cuando la vida os lleva por caminos distintos es síntoma de ciertas disfunciones en la pareja. Acaba provocando rencillas y rencores.
               -¿La distancia influye?
               -Depende de la pareja.
               -¿Pero lo hace sí o no?
               -Depende de la pareja-repitió, alzando los hombros.
               -Tengo quince años.
               -Lo sé.
               -Y Alec, dieciocho.
               -Muy bien.
               -Las cosas podrían ser diferentes cuando él vuelva.
               -Que yo sepa, el tiempo pasa igual en Etiopía que en Inglaterra. Según tengo entendido, la teoría de la relatividad sólo tiene sentido fuera de la Tierra.
               Cogí aire, porque sabía lo que estaba intentando. Claire lo había hecho un millón de veces delante de mí con Alec: sacando su lado sarcástico, los psicólogos conseguían que te quitaras tu propia coraza a base de exasperarte. Acelerarte suponía no ser preciso, y no ser preciso suponía que les costaría mucho más ayudarte. Así que respiré hondo, traté de centrarme en un punto concreto de la nebulosa de pensamientos que me pululaban por la cabeza, y dije:
               -Me refiero a que lo que él va a vivir es distinto de lo que voy a vivir yo. Tus perspectivas a los dieciocho no son las mismas que a los quince. Y yo todavía estoy en el instituto; él ya ha terminado y se supone que el año que viene irá a la universidad, así que estamos en momentos muy diferentes. ¿Y si esto es lo que termina de separarnos?
               -¿Por qué habría de separaros? Que yo sepa, no estáis en ningún proceso de separación. Al menos, no de momento, ¿no? Es decir, él está allí y tú estás aquí, pero habéis acordado mantener la relación. Os habéis dado unos permisos y también habéis establecido límites. El hecho de que hayáis hablado del futuro y de la posibilidad de que haya cambios en vuestra relación, y sobre todo que os hayáis comunicado qué os preocupa y qué no, ya indica que vuestra intención era la de seguir juntos cuando él regresara cuando se marchó, ¿verdad?
               -Sí-admití, encogiéndome un poco en el asiento. Pero es que era un poco más complicado que eso. Es que…
               Un momento. Había venido aquí para hablar con ella, no para callarme las cosas.
               -Es que creo que es un poco más complicado.
               -¿A qué te refieres?
               -Creo que hemos subestimado el periodo de separación.
               -Continúa.
               -Creo que no tomamos en consideración la posibilidad de que las cosas pudieran cambiar entre nosotros.
               -Eso es algo que no podéis prever.
               -Ya, pero… no sé. Es decir, que nos alejáramos el uno del otro pasados los meses, especialmente si no habláramos… creo que sería un poco normal. Puede que incluso lo hubiera aceptado, y él también. La verdad es que no lo sé. Puede que ahora nunca lo sepamos.
               -O puede que no conozcamos la alternativa, si has tomado la decisión de prescindir de la relación.
               -Yo no estoy prescindiendo de la relación. Sólo estoy… poniendo los intereses de Alec de forma prioritaria a los míos. Es lo que llevo haciendo siempre, desde que empezamos. Bueno, desde que empezamos oficialmente. Cuando empezamos de manera extraoficial, yo me puse por delante de lo que él quería y la cosa no salió bien.
               -¿Y no crees que, si no te priorizas en esto, nadie lo hará, Sabrae? Deja que me explique: mientras Alec estaba en Inglaterra, tú le priorizabas a él y él te priorizaba a ti, ¿correcto?-preguntó, abriendo las manos, y yo asentí. Fiorella las cerró en dos puños que agitó en el aire-. Bien. Esa mecánica funcionaba porque estabais el uno junto al otro y, así, las necesidades de ambos quedaban satisfechas. Sin embargo, Alec se marcha, y se enfrenta a cosas que no ha probado en su vida, experiencias que tiene que calibrar y navegar él solo, y por tanto, se vuelve su propia prioridad. Tanto por pura supervivencia, como porque ya no puede prever lo que tú necesitarás y actuar en consecuencia.
               -Yo necesitaba que se quedara-musité, rascándome la mejilla y frotándome el cuello.
               -Y sin embargo le dijiste que podía irse-dijo Fiorella, y parecía que iba a continuar, pero yo asentí.
               -Sí. Es que me parecía que era lo que necesitaba. Que yo le dijera que se fuera para poder irse. Claro que, en ese momento, yo era su prioridad. Así que supongo que puede que me lo pidiera porque sabía que yo lo necesitaba…-medité, y Fiorella sonrió.
               -Ahí quería llegar yo. Para Alec el cambio ha sido mucho más fácil porque ha cambiado todo su entorno. Ya no tiene el estímulo de lo que supone estar contigo, tener que priorizarte, protegerte, y cuidarte. Lo único que sabe de ti es lo que tú le cuentas en unas cartas que recibe cada quince días, o cuando os llamáis por teléfono para alguna emergencia.
               -La emergencia en cuestión: que estemos cachondos-me burlé, sonriendo, recordando cómo de bien me lo había pasado cuando me llamó por teléfono y me animó a que me masturbara de forma ruidosa sólo para su deleite. La verdad es que no quería renunciar a eso. Y le creía cuando me había dicho que no había hecho eso con nadie más que conmigo.
               -En cambio, tú has seguido en casa. Nada ha cambiado excepto el hecho de que Alec no está. Así que te sientes un poco vacía, sin un propósito, porque hiciste de él tu prioridad durante meses que fueron muy largos e intensos, y que han hecho que todo tu centro de gravedad pivote a su alrededor. Y podrías haber funcionado bien, y no os tendría por qué haber pasado nada, de no haber sucedido lo del beso. Estoy segura de que a Alec le afectó profundamente porque sabía el daño que te haría a ti, porque creo que él es consciente, en el fondo, de que tú te has quedado anclada en estos meses anteriores a su marcha, y que te sería mucho más difícil gestionarlo que si estuvieras en un ambiente libre de estímulos de él. Así que probablemente te dijera lo que hizo como te lo dijo: no porque creyera que tuviera importancia, sino porque sabía el impacto que iba a tener en ti. Y tenía que reaccionar contra su propio fracaso.
               Traté de digerir sus palabras. Alec había sonado nerviosísimo cuando me lo había dicho, y aunque desde el principio me había dicho que había sido un beso que para él no había significado nada, sí que había sonado como algo… más. Como si pudiera verme. Como si sintiera mi dolor.
               Como si supiera lo que iba a desencadenar todo esto.
               ¿Y si me había pedido perdón no por el beso, sino por lo que me haría a mí? ¿Y si sabía, siquiera inconscientemente, que su traición me trascendería a mí?
               -Aun así… eso no cambia el hecho de que yo le creí. Y sin embargo sus amigos y todos los demás primero pensaron que no podía ser. Que Alec no me haría algo así.
               Fiorella se inclinó hacia delante, los codos en las rodillas, y se frotó las manos.
               -Estás dándoles demasiada importancia a las primeras reacciones de los demás cuando muchas veces nosotros mismos nos olvidamos de las nuestras. Es algo normal, ya que estamos diseñados para percibir los estímulos externos a la mayor velocidad posible y actuar en base al primer impulso, pero a gestionar nuestras emociones conforme se van aposentando. Así que quiero que hagas memoria, Sabrae. Cuando Alec te dijo que te había sido infiel, ¿qué es lo primero que le dijiste?
               Me relamí los labios y me los mordisqueé despacio. Le había dicho que me había hecho mucho daño, que no me lo podía creer, que justo con Perséfone, de todas las chicas…
               -¿Cómo fue la conversación?-preguntó Fiorella, y yo me puse en guardia de inmediato.
               -Es algo privado.
               Porque puede que fuera a dejar a Alec. Puede que estuviera armándome de valor para decirle adiós. Pero ni de coña iba a dejarlo en la estacada y airear su dolor por ahí. De eso, ni hablar.
               Fiorella a duras penas fue capaz de contener el impulso de poner los ojos en blanco.
               -Sabrae, soy tu psicóloga. Si no querías contarme cosas privadas, tal vez no deberías haber venido a mi consulta hace meses.
               Se me desanudó algo en el estómago y me estremecí. Crucé las piernas.
               -Sí, es verdad. Perdón. Pues… a ver. Yo le había mandado una carta bromeando con que estaba embarazada, así que él me llamó por teléfono, y cuando seguí con el rollo dijo que necesitaba pasta para cogerse un avión y venir a cuidarme.
               -Hombres-no pudo evitar soltar Fiorella… y ahí que puso los ojos en blanco.
               -Es responsable y me quiere-le defendí, y casi pude escucharle riéndose en lo más profundo de mi cabeza-. En fin. El caso es que no pude aguantar la coña más, y me reí, y le dije que era broma, y él se enfadó muchísimo conmigo. Pero luego, cuando se tranquilizó, me dijo que tenía que contarme algo muy importante. Y que no era fácil. Luego me dijo que Perséfone estaba allí. Y yo le dije que eso estaba guay, porque así conocía a alguien, y no estaba solo… porque, la verdad, me preocupaba que nos hubiéramos precipitado y lo hubiéramos mandado a Etiopía en contra del criterio de Claire. No sé si ella te habrá dicho algo sobre si cree que estaba listo o… vale, no puedes decirme nada, lo pillo, no hace falta que me mires así. Bueno. El caso es que… yo me alegré de que Perséfone estuviera allí, porque me había convencido de que no significaba nada para él en Mykonos, y yo le creía. Y luego me dijo que se habían besado. Y yo pues… me reí. Y entonces él me dijo que no me riera, que era verdad. Y yo le dije que era muy gracioso. Y él me dijo que no era coña. Y yo le dije que ya. Y él, que sí. Y yo, pues, que no. Y él que sí. Y yo que estaba empezando a preocuparme, y que cortara el rollo. Y él pues… que no había ningún rollo que cortar. Y entonces ya se acabó el mundo.
               Fiorella parpadeó despacio, los ojos bien fijos en mí. Me aparté el pelo de los hombros y di un sorbo de mi vaso de agua, que ya estaba tibia.
               -¿Te acabas de escuchar, Sabrae?
               -Ya, bueno, es que soy un poco dramática, pero tú ya me conoces. Además, soy adolescente. Y chica. Es algo que hacemos. Ya sé que no se acabó el mundo, literalmente estoy…
               -No, Sabrae. Digo que si te acabas de escuchar. Tu primera reacción fue reírte.
               Noté que se me paraba el corazón. Que la temperatura de la habitación bajaba varios grados. Bajé la mirada y eché la vista atrás, y me vi como en una película, de lejos, jugueteando con el cordón del teléfono con curiosidad y felicidad malamente contenida. Vi claramente a mi yo del pasado, de hacía poco menos de un mes, frunciendo ligeramente el ceño mientras sonreía, prestando atención entre las interferencias.
               -Pues que Perséfone y yo nos besamos-dijo Alec al otro lado de la línea. Y yo contuve el aliento durante una eternidad que, en realidad, sólo fue un latido de corazón.
               Y entonces mi yo del pasado había echado la cabeza hacia atrás y había aullado una carcajada. Porque le parecía divertido. Porque había tenido la misma reacción que Scott, que Tommy, que Jordan, que Tamika.
               Porque no se lo creía.
              
 
Lo peor de la tormenta ya había pasado. Darme cuenta en el despacho de Fiorella de que me había comportado igual que los amigos de Alec con respecto a su confesión, dándole la misma credibilidad que ellos antes de dejar que él me convenciera, ya era suficiente para que me entraran unas dudas razonables que me hacían virar el timón en la dirección contraria. Escuchar a mamá durante años recitándole a papá sus argumentos de apertura y de cierre en los casos me habían dado nociones suficientes de Derecho como para saber que, en caso de que el tribunal considerara que había dudas razonables de la comisión de un delito, había que declarar inocente. Por eso mamá siempre iba a cuchillo, casi siempre acusación, siempre a por la duda razonable, a destruirla y dejar claro que las pruebas eran concluyentes, y los hechos, evidentes. La duda razonable era la muerte de la condena, y eso era lo que tenía yo con Alec ahora.
               Todo estaba un poco en el aire, casi bailando en la cuerda floja, pero por lo menos me estaba permitiendo tener una actitud más abierta. Mis amigas me habían acompañado de camino a casa, paseando despacio desde dos paradas de autobús más allá de lo que normalmente solíamos bajarnos para que me diera tiempo a contarles todo.
               Después de recordar cómo había sido la conversación, Fiorella se había reclinado en el sillón, sonriendo con chulería (una sonrisa muy parecida a las que me encantaban en Alec, aunque no tenían nada que envidiarle a las de la mujer) y me había dicho que, ahora que tenía una nueva perspectiva, podríamos trabajar mejor. Obcecada no le servía de nada, y por lo menos había abierto mi actitud. Yo todavía tenía la amargura de mis pensamientos oscureciéndome la visión, pero al menos estaba abierta a escuchar, a preguntar, a hablar.
               -Es que esto también me ha hecho darme cuenta de que yo no confío en Alec como creía que lo hacía, o de lo contrario jamás habría sido capaz de creer que me decía la verdad. Sobre todo sabiendo los problemas que tiene de salud mental.
               -Cuando tu pareja te insiste mucho en algo, sueles creerle. Especialmente si lo que te dice es algo que le perjudica. La gente no suele mentir por hundirse, sino por salvarse, excepto los que tienen problemas de autosabotaje. Cosa que Alec sí puede tener, pero no cuando se trata de ti.
               -De todos modos, ¿no debería replantearme entonces mi relación? Es decir, si creo que mi pareja puede hacerme daño, ¿por qué tener esa pareja en concreto? ¿Por qué no buscar otra con la que esté segura de que no sufriré?
               No es que creyera, ni mucho menos, que hubiera otro mejor que Alec. Más bien creía que estaba condenada a sufrir porque, si no podía estar con él sin pasarlo mal, lo pasaría mal por no estar con él si al final yo terminaba con otro. O con otra. La verdad, no me imaginaba siendo feliz sin Alec. No me imaginaba siendo, punto; pero, menos aún, feliz.
               -Es que todas tus parejas te van a hacer daño, lo quieran o no, Sabrae. Es algo inherente a la condición de ser humano.
               -Pero así, ¿cómo puedo confiar en Alec?
               -¿Crees que no confías en él?
               -Desde luego, no lo hago como creía que lo hacía.
               -Creo que creías que confiabas en él ciegamente. Y eres joven y te queda mucho camino por recorrer; tu relación es muy nueva y tenéis muchas etapas por las que pasar. La confianza ciega es algo tremendamente difícil de alcanzar, y desde luego, es en etapas más tardías de la relación. Hay parejas que tardan incluso años.
               -Bueno, yo conozco a Alec desde que nací. Bueno, desde que me adoptaron. No tengo ningún recuerdo sin que él esté presente.
               -Pero lleva siendo tu pareja… ¿diez meses? Eso no es nada comparado con lo que llevan algunas parejas a tu alrededor. Tu madre y tu padre, por ejemplo. Dices que aspiras a tener una relación sana como la suya. Bueno, pues piensa en todo el tiempo que llevan juntos, las cosas que han tenido que pasar; las que sabes y las que no. Si me permites un consejo, creo que te fustigas demasiado. No tienes por qué castigarte tanto por tener complejos y dudas, sobre todo a tu edad. Y especialmente en tu primera relación seria. Y más aún cuando entra en escena una chica que a Alec y a ti ya os ha provocado problemas en el pasado.
                »Sinceramente, creo que te haría bien hacerle caso a tu hermana y hablar de esto con tu madre. Puedes omitir lo de la fiesta si tú quieres, para que no se preocupe, porque ya ha pasado y no tiene sentido recrearse en lo que pudo haber pasado pero por desgracia no ocurrió, pero… tu madre conoce de primera mano la relación que tú tienes como referente. Seguro que si se lo comentas te aclarará muchas dudas. Así verás que no siempre ha sido así para tus padres. Después de todo, es parte de la naturaleza humana. Lo que estás pasando es algo normal. Los seres humanos no estamos hechos para mantener relaciones a distancia porque hasta hace treinta años aquello suponía el corte total de comunicación, y nuestro cerebro sigue programado aún para elegir a la pareja que veamos con más posibilidades de procrear. Que tu novio esté a seis mil kilómetros de distancia no hace mucho por la supervivencia de la especie.
               Mientras mis amigas charlaban animadas sobre lo que haríamos los siguientes días, ahora que me veían con ánimos renovados, yo no dejaba de repetir la conversación con Fiorella en bucle. Alec prendería fuego a Mykonos para protegerte.
               Y yo a Inglaterra.
               Eleanor perdonó a Scott sin reservas.
               Y yo a él. Incluso antes de saber que era mentira, yo ya le había perdonado.
               Los malos hábitos son difíciles de abandonar, había dicho Layla. Como pensar mal de él, había pensado yo más tarde. Pero lo había conseguido. Al final, había dejado a un lado mis prejuicios y me había permitido conocerle, y a él, presentarse ante mí tal cual era. Y oh, por Dios, si no era un ser humano extraordinario… la razón por la que existía la religión. Necesitábamos creer en un ser superior, en ingeniería divina, que pudiera idear algo como Alec.
               Ahora sólo me quedaba convencerme de que lo merecía. Y la respuesta la tenía mamá.
               Estaba tranquila. Sabía que ahora contaba con más tiempo para decidir, y que una vez decidiera, mi decisión sería irrevocable, así que más me valía que fuera sabia. Mi vida entera, mi futuro y el de Alec dependían de esto.
               -Mañana os veo, chicas. Gracias. Por todo-les dije, abrazándolas y besándolas antes de subir las escaleras del porche de mi casa bajo su atenta mirada. Me sentía optimista por el mero hecho de que ellas hubieran tratado de alejarme de la idea de apartar a Alec de mi vida. Si ellas, que al principio no habían apostado por él, habían rectificado de forma tan férrea, era porque las ideas que yo tenía de Al no se reducían sólo a mí-. ¡Hola!-saludé cuando entré en casa, cerrando la puerta tras de mí. Shasha estaba sentada en el sofá, tapada con una manta a pesar de que hacía calor, y se notaba que llevaba pantalones cortos. Papá estaba en el mismo sofá, al otro extremo, con una pierna subida al mismo y la otra colgando, un brazo sobre el respaldo y el mando de la televisión, con el que no paraba de juguetear, en la otra.
               -¡Sabrae!-chilló Duna, corriendo a mi encuentro y agitando un peluche-. ¡Adivina qué!
               -Ahora no, Dundun. Luego jugamos-le dije, empujándola suavemente por los hombros para que no se metiera entre mi piernas-. ¿Mamá ya ha vuelto?-pregunté. Sabía que había salido a seguir negociando lo de Scott y los demás, pues cuando yo me había ido del despacho de Fiorella el suyo ya estaba cerrado, pero el paseo debería haberle dado margen para regresar.
               -Acaba de llegar. ¿Por?
               -Tengo que hablar con ella. ¿Dónde está?
               -En el comedor, aprovechando la luz. ¿No subes a cambiarte?-preguntó papá, y yo miré mi ropa. Me había puesto un vestido de tirantes rojo con topos bastante fresquito para el día, pero todavía no había enfriado lo suficiente para tener que ponerme unos pantalones y una camiseta. Además, había sudado durante la caminata, así que no pasaría nada si lo ensuciaba durante la cena; era para lavar de todos modos.
               -Luego, si eso. Tengo que hablar con ella.
               -¿Le pasa algo a tu móvil? Te hemos llamado para saber si venías y no daba llamada
               -Ah, debe de habérseme quedado sin batería.
               -Entonces quizá deberías subir a cargarlo.
               -Sí, luego. Primero tengo que hablar con mamá.
               Shasha me estaba mirando como un lémur a un león, seguramente reconcomida por la culpabilidad de haberme lanzado a los tiburones. Me aseguraría de decirle que no le guardaba ningún rencor cuando hablara con mamá.
               Pero lo primero era lo primero.
               Me la encontré tecleando frente a su iPad, tocando la pantalla con su lápiz digital y frunciendo el ceño mientras analizaba unos documentos. Troté hacia ella y le di un beso.
               -Hola, cielo. ¿Duermes en casa?
               -Sí. Me he dejado las cosas en casa de Alec; mañana iré a por ellas. ¿Qué haces?-pregunté, echando un vistazo sobre sus documentos. Balances y cosas aburridas en las que ella estaba señalando números con círculos de colores neón.
               -Analizo los activos de tu padre para ver cuál puede tener más rentabilidad y cuál hay que vender en breve. Lo de tu hermano va a hacer que me saque un Máster en derecho bursátil. ¿De dónde vienes?-preguntó, mirándome.
               -He estado con las chicas. Vengo de ver a Fiorella.
               -Ah, qué bien. Espera, ¿no iba a la playa hoy? Juraría que se había pedido la tarde libre-meditó, golpeándose el labio inferior con la parte trasera de su lápiz.
               -Es que me ha hecho un favor. Creo que te pedirá el día otro día.
               -Que se lo coja, que la consulta se la gestiona ella-mamá se encogió de hombros-. ¿Por qué necesitabas verla?
               -Tenía que hablar de Alec. Y, hablando de Alec, ¿tienes un minuto?
               -¿Para hablar? Claro, cielo. Pero, ¿por qué no subes a cambiarte primero?
               -¿Es que huelo?
               -¡Claro que no! ¿Por qué?
               -No sé. Papá me ha preguntado si me iba a cambiar.
               -Bueno, es que siempre te cambias cuando llegas a casa.
               -Ya, bueno, pero tengo algo urgente que hablar contigo. ¿Puedes?
               -Si no pudiera, no te habría tenido, mi vida-respondió mamá, cerrando la tapa de la funda de su iPad-. Pero tendrá que ser rápido, ¿vale? Quiero ponerme yo con la cena esta noche. Además, creo que estás un poco sudada. ¿Seguro que no quieres subir? A ver si va a coger frío.
               -Estoy bien. Oye, mamá, ¿crees que mi relación con Alec es distinta a la tuya con papá?
               Mamá parpadeó, y luego se rió.
               -Hombre, pues eso espero-dijo, divertida-. Teniendo en cuenta que tenemos cuatro hijos en común, y que estamos casados, yo diría que un poco diferente, sí que es.
               -No olvides los Grammys, nena-rió papá desde atrás.
               -¡Ni mi doctorado, ya puestos! ¿Por qué lo preguntas, corazón?-preguntó, y yo empecé a contarle lo que había estado hablando con Fiorella. Hablé y hablé y hablé, tanto, que mamá terminó por apagar el teclado de su iPad, se fue a la cocina, me sirvió un vaso de agua, asintió con la cabeza mientras limpiaba la mesa con mi perorata de fondo, y luego se lavó las manos, y me condujo hacia el salón. Dejó el iPad en manos de Shasha, que no se abalanzó a por él como de costumbre, sino que siguió mirándonos con ojos como platos mientras Duna forcejeaba en brazos de papá, que jugaba a mordisquearle la cara y arrancarle chillidos. Aunque mi hermana suplicaba por mi auxilio, yo estaba a otra cosa y no podía atenderla.
               -… así que eso es todo, básicamente-dije, como si no llevara hablando sin parar lo menos veinte minutos-. Así que, ¿tú qué opinas? ¿Crees que es grave de verdad o que yo lo estoy exagerando un poco todo?
               -Siempre has sido muy exigente contigo misma, mi amor, pero… mira, creo que esto se merece una conversación más tranquilas, tú y yo. Tengo que ponerme con la cena o no comeremos esta semana, porque alguien no puede dejar tranquilas a sus hijas-dijo en voz más alta, y papá se rió al otro lado de la puerta y… jo, yo quería eso que ellos tenían. Quejarme de broma porque Alec no me ayudaba con la cena porque estaba demasiado ocupado jugando con nuestras hijas-. Pero suscribo todo lo que ha dicho Fiorella. El amor es el cemento, pero la confianza es la base de toda relación. Y se va afianzando y creciendo con el tiempo. Por mucho que conozcas a Alec desde pequeña… no es lo mismo tenerlo pululando por casa porque ha venido a ver a Scott que tenerlo como novio. Ningún marido o novio es Dios. No tienes que creer en ellos ciegamente desde el principio.
               Bueno, ahí sentía disentir con mamá.
               Si Dios no tenía la misma cara que Alec, era más feo y por tanto no se merecía mi idolatría como sí lo hacía mi novio.
               -Pero… si ellos lo hacen bien… al final terminas confiando más que en Dios. Ellos contestan antes si les pides algo. A veces ni siquiera tienes que rezar para hacerlo-sonrió, cogiendo un delantal y anudándoselo a la cintura. Jo. Así me sentía yo con Alec. ¿Puede que tuviera salvación, después de todo? ¿Acaso era esperanza lo que se vislumbraba al final del túnel? Todavía tenía muchos pasos que dar, pero me sentía orientada en la dirección correcta.
               Abracé a mamá y le di un beso en la mejilla.
               -Qué lista eres, mami.
               -No soy lista, lo que soy es vieja.
               -No eres vieja, Sher, eres una madurita interesante-dijo papá desde la cocina, y mamá se echó a reír.
               -¿Ves? Mi relación no es igual que la tuya porque a ti Alec no te llama “madurita interesante”.
               -Sí que dice que soy terca como una mula.
               -¿Tú? ¡No puede ser! Me pregunto a quién te parecerás. Desde luego, no a nadie de esta casa.
               Me reí y me acurruqué contra su pecho.
               -¿Te ayudo con la cena?
               -Como quieras. Siempre y cuando te cambies, señorita. No quiero que te estropees el vestido con salsa de tomate y le dejemos una manta que ya no se quite.
               -Bueeeeeeeeeeno-balé, dirigiéndome a las escaleras. Duna se echó a reír, y papá le tapó la cara, mientras yo ascendía. Los ojos de Shash seguían fijos en mí, pero ya hablaría con ella cuando estuviera más tranquila.
               Subí los últimos escalones pensando en que sí, puede que lo hubiera exagerado todo. Puede que me hubiera subestimado a mí misma igual que había subestimado a Alec durante tantos años. Puede que los malos hábitos fueran un veneno cuyo antídoto tardaría en encontrar, pero lo terminaría encontrando. Me alegraba, al menos, de haber pasado por esto sola. Estaba segura de que Alec se habría martirizado por verme tan triste y desamparada, a pesar de que todo fuera ante la perspectiva de perder el amor que sentíamos. Me pregunté siquiera si me atrevería a decírselo en la próxima carta, o si, por el contrario, lo haría cuando regresara; si lo haría más adelante, riéndonos dentro de unos años en alguna cena de amigos en la que él me miraría escandalizado; o si lo haría siquiera, sabiendo que…
               Empujé la puerta de mi habitación y me quedé clavada en el sitio. Se me paró el corazón, y luego, empezó a latirme a toda velocidad.
               -Vamos a ver-dijo…
               Sí, has adivinado bien.
               El que se suponía que estaba a seis mil kilómetros de allí.
               El Puto Alec Whitelaw. Edición Limitada.
               Inclinando la cabeza hacia un lado, sentado en una cama que había hecho más suya que mía.
               -Tengo una hora para coger de nuevo el avión y que nadie se entere de que he venido hasta aquí. ¿Crees que lo podremos solucionar en ese tiempo, o vamos a hacer que me echen del voluntariado, Sabrae? ¿Qué coño es eso de que quieres dejarme?
              





             
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2 comentarios:

  1. MIRA PARTIENDO DE LA BASE QUE ME HE VUELTO ABSOLUTAMENTE LOCA CON EL FINAL (VOLVERÉ LUEGO SOBRE ESTO) QUIERO RECALCAR QUE CASI SE ME ROMPE UNA CUERDA VOCAL DEL DESQUICIE MOMENTÁNEO QUE HE PILLADO CUANDO ZAYN HA SOLTADO: “-Puede irme. Dejarte atrás, Louis. Pero él no dejará atrás a Tommy. Tu hijo me puede costar a mí el mío” PORQUE ODIO Y A LA VEZ ADORO CUANDO HACES ESTOS FORESHADOWING ZORRA DEL AVERNO Y BUENO YA EL GUIÑO A ITS 1D BITCHES CON LO DEL BAR ME HAS REMATADO BIEN HIJA DE PUTA.

    Ahora ya me sereno un poco y me centro en hace hincapie en que el pobre Jordan de merece un piso a pie de playa y que Alec y Sabrae le hagan masajes por un tubo de aquí hasta que se muera pobre mío.

    Sasha se postula como el mejor personajes de esta temporada de ls novela porque la chiquilla no puede parar de ser una genia y basicamente la putisima ama.

    Ya lo he expresado en movimiento mi reacción a ese final y francamente expresarlo por escrito me parece hasta banal porque la manera en la que he chillado metaforica y literalmente no ha sido normal. NECESITO ESE CAPITULO PROXIMO COMO EL PUTISIMO RESPIRAR. Y LO DE QUE TIENE SOLO UNA HORA MIRA! MIRA! NO TE CANSAS D EHACERME SUFRIR TIAAAAA.

    Pd: lo de los 200 por Scott aun me tiene también chillando porque con lo de sacar musica en solitario me he acordado de la canción que le escribe a su niña y de como la conversación de el y tommy cuando explota gira en torno a Scott sacando musica y por ende aumentando el consumo de tabaco Y ME QUIERO FRANCAMENTE MORIR AHORA MISMO.

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  2. MENUDO CAPÍTULO, VOY A COMENTAR EN ORDEN PORQUE SINO ME DA ALGO.
    - Me ha encantado la referencia a los primeros capítulos, cuando Sabrae vuela de bebé y le da miedo.
    - Una vez más todo el principio me ha generado un agobio tremendo, porque aunque sabía que no iban a romper (en esta parte de la novela), no me gusta que Sabrae estuviese tan convencida al principio de hacerlo.
    - El momento de hablar de lo que costaba sacarles de la banda…osea MIL MILLONES SOLO POR SCOTT al principio, es que me he quedado –
    - “Pero él no dejará atrás a Tommy. Tu hijo me puede costar a mí el mío.” BASTA YA CON ESTAS COSAS ERI TE LO PIDO POR FAVOR.
    - “Louis y Eri intercambiaron una mirada, seguramente con cierta tarde de hacía muchos años, en la que habían coincidido de pura casualidad en un bar y que lo había desencadenado todo, en la mente. Una tarde que no debería haber sido así. Pero lo fue. Y ahora, aquí estábamos todos.” Está frase me ha parecido súper bonita, porque realmente hay muchas cosas que no te esperas que pasen y que se supone que no tienen que pasar, pero pasan y te cambian la vida.
    - La discusión por el piso del centro… Zayn negándose a venderlo porque Sherezade se enamoró allí de él…
    - Jordan es un sol de verdad.
    - El momento Sabrae y Alec hablando rompiendo la cuarta pared me ha dado la vida.
    - Shasha es la mejor osea es que la adoro, no hace más que coronarse capítulo tras capítulo:
    “Sé que puede resultar abrumador, ¿vale? Crecer al lado de Tommy y Scott te jode la cabeza porque ya no sabes qué es normal y qué no lo es. Yo sólo… no quiero que tomes una decisión equivocada porque estás confundida por culpa de Scott y Tommy.”
    “Me gusta Alec. Creo que es porque lo veo a través de vosotros.”
    “Me va a encantar cuando intentes dejarlo, él no lo acepte y se plante en casa como si todavía viviera en Londres.”
    - La sesión con Fiorella ha sido MARAVILLOSA osea estoy contentísima de que Sabrae haya acabado acudiendo a ella, porque le ha abierto los ojos por fin.
    - Zayn siendo un cantoso ha sido graciosísimo
    - Y EL FINAL, ESE FINAL OSEA ES QUE TE JURO QUE CASI ME DA UN INFARTO, ME PUSE A LLORAR DE LA EMOCIÓN. ES QUE DE VERDAD QUE MARAVILLA, MENOS MAL QUE LO HAS METIDO. Estoy deseando ver en que momento Alec ha hecho eso, la reacción de todos los Malik (especialmente Shasha) y por supuesto leerles juntos después de tanto tiempo (aunque sea una misera hora) ES QUE ME MUERO DE LA ILUSIÓN.
    No tener que esperar una semana entera para leer el siguiente la verdad que me da la vida, con ganitas de hoy jejejeje <3

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