jueves, 23 de marzo de 2023

Sabrae de agosto.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Los poderes de Sabrae debían de ser contagiosos, ya que ahora mismo estaba flotando en el aire.
               Pero no de la forma en que flotas cuando vienes de echar un polvo bestial, o cuando tienes tiempo de sobra para acurrucarte junto a tu chica; tampoco de esa forma en la que flotas cuando te das cuenta de que estás enamorado. No. No estaba flotando como el Alec que yo era estando con Sabrae, sino como el Alec que había sido durante tantas ocasiones que parecía mentira que hubiera sido capaz de huir de allí, huir de él; alejarme de su esencia y conseguir convertirme en alguien mejor, alguien que sí se merecía a Sabrae.
               El Alec que se había visto un millón de veces pillado con las manos en la masa, abandonando la escena del crimen con manos ensangrentadas y cuyas huellas te conducían derecho al espacio en la pared en el que antes estaba el cuadro estrella del museo.
               Ese Alec. Un tío al que ya no quería volver, que se suponía que no tenía que volver a ser… y que me iba a costar todo lo que había arriesgado, los esfuerzos más dignos de mi vida, las lágrimas más amargas y el dolor de quienes más me importaban. Él siempre se había movido sobre abismos y había asumido la posibilidad de que las cosas no le fueran bien, jugándoselo todo a manos que no eran perfectas, pero ahora… ahora no podía perder lo que tenía. Había apostado de una forma demasiado arriesgada y había perdido.
               Tenía el estómago en el subsuelo, y sin embargo, a pesar de que sentía que el mundo acababa de abrirse en canal justo en el hueco entre mis pies, mi sensación de ingravidez no se correspondía con la información que me proporcionaban el resto de mis sentidos. Escuché a Valeria inhalar sonoramente, como tratando de tranquilizarse; sus ojos estaban fijos en los míos, y la bilis que me ascendió hasta la lengua y que pude paladear no era de un ser con superpoderes.
               Vi por el rabillo del ojo que Perséfone era incapaz de no reaccionar, y giró la cabeza, hecha un manojo de nervios, para mirarme como si en cualquier momento fuera a saltar sobre Valeria, o como si esperara que fuera a vaciarme un montón de armas de los bolsillos, como en las películas de delincuentes.
               Ya te has visto en otras así, me dije para tratar de calmar los latidos desbocados de mi corazón. Me había enfrentado a mastodontes que me sacaban una cabeza en el ring y nunca había perdido. Me había plantado delante de Sabrae y le había dicho que no iba a permitir que me dejara. Valeria sería pan comido comparado con lo que había pasado antes. No podía hacerme ni la milésima parte del daño que la chica a la que había ido a visitar.
               Perséfone y Valeria tenían los ojos en mí; la pelota estaba en mi tejado, y era a mí a quien le correspondía mover ficha esta vez. Sabía lo que iba a pasar a continuación, y aunque que me echaran del voluntariado sirviera para quitarme de en medio bastantes problemas, también supondría una espinita en mi corazón que sabía que no podría quitarme nunca. Mi momento era ahora, mi lugar era éste, y mi gente era aquella: intentar repetir lo que estaba empezando a hacer aquí con otra asociación, en otro rincón del mundo y más adelante en mi vida simplemente no me serviría. No me llenaría como podía haberlo hecho Etiopía, y no me permitiría sanar esas heridas que sólo yo podía curarme.
               No quería irme. No podía permitirme irme. Me había despedido de Sabrae hasta dentro de unos meses, ¿con qué cara iba a regresar yo a las pocas horas y decirle que me habían largado y que ya no podía volver? Si ya estábamos bastante desequilibrados en nuestra relación, esto no haría sino hundirme aún más, cuando necesitaba precisamente lo contrario.
               Aun así… los retazos de aquel Alec que había sido en las demás ocasiones (cuando me había escapado de casa aun estando castigado, cuando había entregado exámenes de recuperación en blanco) todavía me cubrían la piel si sabía dónde buscarlos. Si había algo bueno de él era la tranquilidad con la que siempre se había enfrentado a su destino, como el hombre que no sabe nadar y aun así se sube a un velero cuando anuncian tempestad.

domingo, 19 de marzo de 2023

Eri, es domingo, ¿dónde está Sabrae?

Y ahora que he secuestrado un domingo para empezar con esas entradas que dije que subiría mensualmente hablando de cosas aleatorias, me dirijo a ti otra vez, querida lectora. Seguramente estés confundidísima, flipando lo más grande, porque los domingos son días de Sabrae. Nada debería robárselos.

Bueno, pues tengo que darte una mala noticia que probablemente ya sospeches: hoy no habrá capítulo de Sabrae. Pero, ¡no te preocupes! No pretendo que las entradas aleatorias invadan mi calendario romántico; la explicación es más sencilla. Si me sigues en Twitter, quizá hayas leído algún tweet mío hablando de que estoy malita de conjuntivitis. Ahora me encuentro mucho mejor que cuando lo puse, cuando creía que mis ojos estaban luchando salvajemente para que no me quedara ciega (coña) (bueno, un poco preocupada sí que estaba), pero para curarme más rápido y garantizar que no haya problemas el día 23 y que el capítulo salga como normalmente, he decidido tomarme el día de hoy de relax en lugar de pasarme alrededor de 8 horas delante de la pantalla del ordenador, algo que ya de por sí no parece muy recomendable para unos ojos sanos, así que imagínate para unos un poco resentiditos.

Pero, ¡no te preocupes! Sabrae no está en peligro ni mucho menos. De hecho, cada vez tengo más ideas que no voy a ser capaz de desechar, así que no descarto que sigamos aquí dentro de 20 años. Al ritmo que vamos, podría suceder perfectamente.

Así que... ¡eso! Gracias por tu paciencia, y nos vemos el jueves 23. ¡Promesita!


Edito para poner el gif original, pero me parece que la foto queda TAN bonita que no la puedo quitar.


La dirección hacia la que se orientan todas tus constelaciones.

 
Creciendo en conexión con la naturaleza en una región que se ha ganado el título de Paraíso Natural hace que veas las hermosura en todo y que en muy pocas ocasiones veas lo malo, que pienses mal de la gente o que creas que hay malas intenciones detrás de lo que la gente te hace. Siempre he tenido esta tendencia de tratar de justificar el daño que me hacían y culpabilizarme por sentir dolor incluso cuando veía a alguien sonreír mientras me abría en canal; me empeñaba en pensar que eran imaginaciones mías y que mi dolor era sólo culpa mía, por alguna especie de malentendido que la(s) otra(s) persona(s) estuviera(n) haciendo patente. Precisamente por creer que el mundo se asienta sobre cimientos hechos de nenúfares me ha costado mucho luchar por mí misma, validar mis emociones y pensar qué es lo que me merezco y qué no, cuándo me están dando de más, cuándo lo que me corresponde y cuándo me están robando.
               Lo cierto es que llevaba años así, quizá por haber sido siempre un cometa a la deriva que no se integró jamás en uno de los complicados sistemas solares sociales que se forman en el instituto, y los malos hábitos son difíciles de cambiar. El dicho de “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer” hace más bien que mal, especialmente a los que nos sentimos encerrados en una jaula que es amplia de sobra para nosotros, cuyos materiales no nos lastiman y de hecho puede que incluso nos agraden, pero que ansiamos ver qué hay más allá de donde alcanza nuestra vista.
               A finales de 2019 y principios de 2020 empecé un viaje que no terminé hasta entero de este 2023; tres años muy intensos en los que se podía leer entre líneas lo que estaba pasando en esas entradas que siempre hago en tono agradecido al final de año, porque, en parte, no puedo dejar de estar agradecida de haber sobrevivido a otro año más. Lo entiendo como un privilegio y también como la excusa perfecta para esconderme en no tratar de pedir más, porque por experiencia, cuando he pedido siempre se me ha negado lo que deseaba, como si fuera algo maquiavélico y totalmente extralimitado a mi condición ya no de ser humano, sino de amiga.
               Aprender a caminar sola de nuevo es una de las cosas que me he llevado en estos años y que más me han hecho crecer, no sólo por ver con quién puedo invertir mi tiempo y con quién no debo malgastarlo, sino porque me ha hecho ver que todo lo que estaba dispuesta a perderme por no tener con quién compartirlo eran experiencias increíblemente enriquecedoras estando sola. Mi punto de inflexión fue junio, primero, y octubre-noviembre, después; ir a una fiesta en agosto sin miedo a nada más que equivocarme de letra mientras gritaba las canciones de mi banda preferida en el mundo, ésa que ya no está y que, contra todas promesas, ya no volverá. Hacer cameos en vídeos de desconocidas me ha hecho ver que soy divertida; dejar de enviar mensajes que no obtienen respuesta en sus grupos me ha hecho ver que no soy culpable de que esos grupos se mueran y de que otras personas se equivoquen, aprovechen cualquier ocasión para entender en mis palabras un ataque, y decidan que no son hipócritas por el mismo comportamiento por el que me acusan a mí; quedarme en una posición bastante mediocre en una bolsa de empleo para un Ayuntamiento me ha hecho ver que mi valor no se define en un número ni en lo bien que lo haga en dos horas; en fin, esta peregrinación hacia la persona que soy hoy me ha hecho descubrir que no soy estúpida por mirar las cosas desde un punto de vista positivo ni por albergar esperanza, porque la verdad es que todo puede verse de varias maneras distintas.
               Los cambios son una pérdida, sí, pero también son un lastre que ya no llevas a tu espalda.
               Tenía buenas sensaciones con este año, que tiene un número que me encanta y que se ha convertido en mi favorito, muy a pesar el 17; y, aunque entré de culo esas dos primeras semanas, me las he apañado para caer de pie y recuperar esa fe de esa niña que hacía años había dejado de ser, empeñada en compararme con los demás, con lo que ellos tenían y yo no, con lo que habían conseguido y yo no, y todo porque no lo deseaba ni resonaba conmigo como resonaba con ellos. Vomitar el desayuno por dejar de hablar con gente que no me quería y que me echaría en cara a la mínima oportunidad que se le presentara que hablara de cómo me hacían sentir, no poder retener nada en el cuerpo mientras esperaba a tomar posesión, pedir los días de libre disposición que me quedaban libres para no tener que volver a mi antiguo ayuntamiento y obligarme a compartir mis últimos momentos con mis amigas allí con una jefa que no había hecho sino amargarme la existencia los últimos meses, o pedirme unas vacaciones a regañadientes para desconectar en Navidades sólo fueron las pruebas por las que el universo me hizo pasar para entregarme lo que ahora tengo: ilusión por el futuro, confianza en que soy capaz, y la certeza de que, cuando te cuidas, el universo también te cuida.
               No soy mucho de pensar en la providencia y no quiero creer que mi historia esté escrita en piedra y no pueda modificarla, pero como escritora que soy, tampoco puedo dejar de apreciar esos bandazos aleatorios que luego resultan ser los giros en los que se sustenta la trama final. Ser mapa está muy bien, pero no hay nada como un buen momento brújula en el que te dejas llevar, escribes algo que no sabes cómo vas a resolver ahora, pero que más adelante tendrá más sentido incluso que tus planes originales, o te llevará a un destino mejor. Pensar hace siete años que tienes muchísima suerte por estar sentada al lado de tu mejor amiga mientras vais a una fiesta en el bus no te garantiza que hace cuatro que no quieras verla ni en pintura; creer que no podrás sobrevivir a no hablar con tus mejores amigas en dos semanas, y luego en tres meses, y luego en años no quiere decir que no vayas a lograrlo; desmontarte por cachitos para completar a los que quieres sí puede acabar contigo, como casi hace conmigo.
               El dolor es un mecanismo de defensa que te indica que algo no te hace bien y que tienes que extirpártelo: no deberías preocuparte de que tus palabras se malinterpreten, no deberías no decir nada por miedo a sentirte pesada, ni deberías pensar en no aceptar un trabajo porque te hayan dicho que lo vas a pasar mal. Simplemente tienes que probar: busca quien no te malinterprete, busca quien aprecie todo lo que le cuentas y te diga que los personajes de tus novelas parecen tus amigos por la forma en que hablas de ellos, amigos a los que les encantaría conocer; vete a ese nuevo sitio, sé tú misma con tus compañeros, y confía en que las preguntas que te hacen son consultas para resolver tus dudas y no exámenes para probar que eres tonta y no tienes ni idea de lo que has estudiado. Vete sola a esa fiesta. Vete sola a esa playa. Vete sola a ver esa película. Dile a esa amiga con la que hace tanto que no hablas que te has leído ese libro del que tanto habla. Dile a ese chico al que no conoces muy bien que a ti también te encanta esa película. No salgas de tu zona de confort: expándela; la vida ya es bastante difícil como para convertirla en una batalla eterna, pero ¿quién quiere un juego de circuito cerrado pudiendo tenerlo de mundo abierto? Hay mil sitios ahí fuera por descubrir, mil sitios que te esperan y a los que te mereces ir; mil personas ansiosas por conocerte y por que las hagas reír.
               Solo tienes que empezar a creerte que de verdad te están llamando, porque es así. Esa voz infantil que tienes dentro y que hace que lamentes no hacer algo debería tomar el micrófono y pasar a ser la cantante. Una vez que empiezas a escucharla, ya no puedes parar. Te dirá que te mereces cosas buenas, te lo creerás, y las empezarás a ver a tu alrededor.
               Te dirá que te alejes del veneno, lo harás, y te sentirás mejor. Y un día te levantarás, desayunarás, te lavarás los dientes, te vestirás, te irás a trabajar, y te darás cuenta a medio camino de que no has vomitado el desayuno, que ya no tienes ansiedad, y que ya no te apetece contarles nada, ni bueno ni malo, a los que te hicieron daño; esos a cuyo silencio creías que no ibas a sobrevivir. Has sobrevivido. Te estás cuidando. Vas en la buena dirección, ésa en la que te negabas en redondo a mirar a pesar de que tu instinto te giraba la cabeza a la mínima oportunidad.
               La dirección hacia la que se orientan todas tus constelaciones. ¿De verdad te crees más lista que tus estrellas? Prueba otra vez. Dales una oportunidad.
               Te prometo que no volverás a levantar la vista al cielo y a mirarlas igual cuando dejes que empiecen a hacer su magia.


lunes, 6 de marzo de 2023

Mustang.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Pues va a ser que sí. A pesar de todo, al final, iba a ser que sí.
               A pesar de que el mundo estaba decidido a que yo cruzara la línea de meta y entrara en ese paraíso que llevaba mi nombre, y en el que me esperaban las mejores sensaciones que pudiera experimentar ningún ser humano, sensaciones que sólo la auténtica diosa que había creado todo lo demás era capaz de invocar… yo era terco como una mula y adoraba hacerme la vida más complicada.
               Supongo que por eso estaba con Sabrae. Dios nos cría y nosotros nos juntamos.
               Sabrae había ronroneado por lo bajo en un sonido que yo no me había atrevido a recordar mientras estaba en Etiopía cuando le puse las manos en la cintura y tiré de ella hacia mí, pegándola tanto a mi cuerpo que era evidente que sólo había una salida para aquella situación en la que nos encontrábamos, y la encontraríamos tras la puerta que había entre sus piernas, y cuya llave yo tenía entre las mías. Había ronroneado con ese sonido tan femenino de puro gusto que tú no eres capaz de reproducir en tu cabeza sin importar lo mucho que lo intentes, lo cachondo que estés y lo dura que la tengas, y que sabes que es tu perdición en el mismo momento en que lo oyes, y yo… pf. Yo sólo podía pensar en lo mucho que la echaba de menos, en lo guapa que era, en lo cómoda, en lo apetecible, y en lo solísimo que me había sentido rodeado de gente que no paraba de follar cuando a mí sólo me apetecía hacerlo con una chica. Una sola. Esa chica que ahora tenía entre mis manos, sobre mi cuerpo, frente a mi rostro y alrededor de mi lengua. En serio: ese sonido es como las trompetas anunciando el Día del Juicio Final, y no importaba lo mucho que lo hubiera escuchado: siempre, siempre desencadenaría en mí la misma reacción de “me da absolutamente todo igual salvo la chavala que tengo ahora delante, y nada va a ser capaz de impedir que me la folle”. No lo habían sido los paquetes acumulados en la moto en la calle cuando me había tirado a clientas de Amazon, no lo habían sido los padres de Pauline anunciando que ya habían cerrado la tienda en el piso de abajo, ni lo habían sido tampoco los novios de las chavalas con las que aún no había terminado de acostarme llegando a casa antes de lo previsto.
               Nada me impediría que me follara a Sabrae. O eso creía yo.
               Claro que, si después de todo el tiempo que llevas metiéndote en mi cabeza, todavía no te has dado cuenta de que soy gilipollas, bueno… supongo que somos dos gilipollas mirándonos el uno al otro, ¿no?
               (Es coña. Gracias por estar ahí. Aunque, bueno… yo de ti me haría un test de inteligencia, no vaya a ser que en tu familia estén perdiendo una paga).
               Tirar de ella de esa manera había hecho que, para poder estar más cerca de mí, juntara más las rodillas mientras se inclinaba para poder besarme, recorriéndome, eso sí, con dos manos que ahora parecían cien. Normalmente esa postura no era ningún impedimento para que yo le metiera mano a una chica, ya no digamos a La Chica, y aun así, más tarde descubriríamos que era un límite infranqueable para los dos.
               Pero todavía no. Yo aún estaba entregado con entusiasma a la tarea de hacerle una inspección dental minuciosa a mi novia, que se reía en mi boca y suspiraba y jadeaba y buscaba mis caricias cuando yo no se las daba. Mis manos recorrieron todo su torso, sus curvas, se detuvieron en sus pechos y nos hicieron emitir sonidos a ambos: a mí, un gruñido, porque, joder, soy fan de las tetas de Sabrae, en serio: son espectaculares, y lo digo con conocimiento de causa; y a ella, porque adoraba cuando yo le manoseaba las tetas. Ya no sólo por el puro placer que suponía recibir atenciones en esa parte sensibilizada de su cuerpo (había pavas que no sentían nada y pibones capaces de correrse si sabías cómo manosearlas, y tenía la inmensa suerte de haberme enamorado en una reina que entraba en esa gloriosa segunda categoría), sino porque sabía que me desquiciaba amasarle las peras. Los dos ganábamos: se me ponía más dura y, así, también disfrutábamos más.
               Tenía los pezones duros, los sentía a través de la tela de su vestido. Podía imaginarme lo húmeda que estaría en su entrepierna, y casi me corro imaginándome la sensación de colar la mano por entre sus bragas y acariciar esa humedad que tanto me gustaba saborear.
               Sabrae se inclinó hacia delante, haciéndose con el control, y me pasó una pierna por entre las mías mientras sus manos se metían por debajo de mi camiseta, siguiendo la línea de mis abdominales con una añoranza que me destrozó. Ella también me echaba de menos como yo la echaba de menos a ella, pero donde yo adoraba la blandura de su cuerpo y la fluidez de sus curvas, ella adoraba la dureza del mío y lo tajante de mis ángulos. Con nuestras lenguas encontrándose a medio camino de nuestras bocas, Sabrae me acarició el paquete por encima de los pantalones de chándal y volvió a ronronear.
               -Mmm-se deleitó, recorriendo mi envergadura con la palma de la mano, dibujando el contorno de mi polla ansiosa de ella con los dedos. Me estaba gustando tanto que incluso me dolía.