lunes, 6 de marzo de 2023

Mustang.


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Pues va a ser que sí. A pesar de todo, al final, iba a ser que sí.
               A pesar de que el mundo estaba decidido a que yo cruzara la línea de meta y entrara en ese paraíso que llevaba mi nombre, y en el que me esperaban las mejores sensaciones que pudiera experimentar ningún ser humano, sensaciones que sólo la auténtica diosa que había creado todo lo demás era capaz de invocar… yo era terco como una mula y adoraba hacerme la vida más complicada.
               Supongo que por eso estaba con Sabrae. Dios nos cría y nosotros nos juntamos.
               Sabrae había ronroneado por lo bajo en un sonido que yo no me había atrevido a recordar mientras estaba en Etiopía cuando le puse las manos en la cintura y tiré de ella hacia mí, pegándola tanto a mi cuerpo que era evidente que sólo había una salida para aquella situación en la que nos encontrábamos, y la encontraríamos tras la puerta que había entre sus piernas, y cuya llave yo tenía entre las mías. Había ronroneado con ese sonido tan femenino de puro gusto que tú no eres capaz de reproducir en tu cabeza sin importar lo mucho que lo intentes, lo cachondo que estés y lo dura que la tengas, y que sabes que es tu perdición en el mismo momento en que lo oyes, y yo… pf. Yo sólo podía pensar en lo mucho que la echaba de menos, en lo guapa que era, en lo cómoda, en lo apetecible, y en lo solísimo que me había sentido rodeado de gente que no paraba de follar cuando a mí sólo me apetecía hacerlo con una chica. Una sola. Esa chica que ahora tenía entre mis manos, sobre mi cuerpo, frente a mi rostro y alrededor de mi lengua. En serio: ese sonido es como las trompetas anunciando el Día del Juicio Final, y no importaba lo mucho que lo hubiera escuchado: siempre, siempre desencadenaría en mí la misma reacción de “me da absolutamente todo igual salvo la chavala que tengo ahora delante, y nada va a ser capaz de impedir que me la folle”. No lo habían sido los paquetes acumulados en la moto en la calle cuando me había tirado a clientas de Amazon, no lo habían sido los padres de Pauline anunciando que ya habían cerrado la tienda en el piso de abajo, ni lo habían sido tampoco los novios de las chavalas con las que aún no había terminado de acostarme llegando a casa antes de lo previsto.
               Nada me impediría que me follara a Sabrae. O eso creía yo.
               Claro que, si después de todo el tiempo que llevas metiéndote en mi cabeza, todavía no te has dado cuenta de que soy gilipollas, bueno… supongo que somos dos gilipollas mirándonos el uno al otro, ¿no?
               (Es coña. Gracias por estar ahí. Aunque, bueno… yo de ti me haría un test de inteligencia, no vaya a ser que en tu familia estén perdiendo una paga).
               Tirar de ella de esa manera había hecho que, para poder estar más cerca de mí, juntara más las rodillas mientras se inclinaba para poder besarme, recorriéndome, eso sí, con dos manos que ahora parecían cien. Normalmente esa postura no era ningún impedimento para que yo le metiera mano a una chica, ya no digamos a La Chica, y aun así, más tarde descubriríamos que era un límite infranqueable para los dos.
               Pero todavía no. Yo aún estaba entregado con entusiasma a la tarea de hacerle una inspección dental minuciosa a mi novia, que se reía en mi boca y suspiraba y jadeaba y buscaba mis caricias cuando yo no se las daba. Mis manos recorrieron todo su torso, sus curvas, se detuvieron en sus pechos y nos hicieron emitir sonidos a ambos: a mí, un gruñido, porque, joder, soy fan de las tetas de Sabrae, en serio: son espectaculares, y lo digo con conocimiento de causa; y a ella, porque adoraba cuando yo le manoseaba las tetas. Ya no sólo por el puro placer que suponía recibir atenciones en esa parte sensibilizada de su cuerpo (había pavas que no sentían nada y pibones capaces de correrse si sabías cómo manosearlas, y tenía la inmensa suerte de haberme enamorado en una reina que entraba en esa gloriosa segunda categoría), sino porque sabía que me desquiciaba amasarle las peras. Los dos ganábamos: se me ponía más dura y, así, también disfrutábamos más.
               Tenía los pezones duros, los sentía a través de la tela de su vestido. Podía imaginarme lo húmeda que estaría en su entrepierna, y casi me corro imaginándome la sensación de colar la mano por entre sus bragas y acariciar esa humedad que tanto me gustaba saborear.
               Sabrae se inclinó hacia delante, haciéndose con el control, y me pasó una pierna por entre las mías mientras sus manos se metían por debajo de mi camiseta, siguiendo la línea de mis abdominales con una añoranza que me destrozó. Ella también me echaba de menos como yo la echaba de menos a ella, pero donde yo adoraba la blandura de su cuerpo y la fluidez de sus curvas, ella adoraba la dureza del mío y lo tajante de mis ángulos. Con nuestras lenguas encontrándose a medio camino de nuestras bocas, Sabrae me acarició el paquete por encima de los pantalones de chándal y volvió a ronronear.
               -Mmm-se deleitó, recorriendo mi envergadura con la palma de la mano, dibujando el contorno de mi polla ansiosa de ella con los dedos. Me estaba gustando tanto que incluso me dolía.
               Sabía cómo tenía que tocarme y estaba más que dispuesta a hacer que me corriera antes de sacármela de los pantalones, estaba claro. De no ser así, no habría continuado más allá de la base de mi polla y les habría prestado sus bien merecidas atenciones a mis huevos. Mira, el día que le dije que para hacer buenas mamadas hay que aprender a controlar las arcadas, pero para hacerlas de cine no hay que olvidarse de los huevos, estaba mejor cagando, si te soy sincero. Le había dado la clave para dejarme mentalmente destruido y lo había hecho tan alegremente simplemente porque… ¿por qué? Ah, ya me acuerdo: porque soy un subnormal al que le encanta que su novia le destroce la vida y el ego haciéndolo correrse de manera bestial en menos de un minuto.
               A modo de respuesta, la agarré por la mandíbula, le mordí el labio inferior y tiré de él. Ella sonrió con esa chulería que sólo son capaces de alcanzar las tías justo antes de que les enseñes lo empalmado que están. Ya lo saben pero, por descontado, les encanta verlo. Y no son capaces de disimular lo mucho que les encanta lo visible que es tu desesperación por poseerlas.
               Imagínate cómo debía de tener entonces el ego una chica por la que me había hecho nueve horas de avión. Si los venenos más peligrosos vienen en los frascos más pequeños, lo mismo podemos decir de los egos.
               -Joder, me estás volviendo loco, bombón.
               Se inclinó para poder volver a lamerme los labios con la punta de su lengua, rozándolos apenas por el centro, tocándome la punta de la nariz y guardándola de nuevo en su boca como si fuera un arma de destrucción masiva que sólo necesita ser disparada una vez.
               -Lo sé.
               Se pegó un poco más a mí, tirando de mi pierna con la suya y presionando sus pechos contra mi costado. Podía sentir su piercing clavándose en mi carne, y en ese momento me entraron ganas de rodearlo con la lengua, morderlo y no soltarlo hasta que ella no gritara de placer.
               -Eres mía-gruñí, clavándole los dedos en la cintura, tirando de ella para pegarla más a mí, mientras con la otra mano le acariciaba la mandíbula-. Dilo.
               -Soy tuya, mi sol-respondió.
               Y entonces se frotó contra mí. Se frotó, frotó. Presionó su sexo contra mi entrepierna y movió las caderas de una forma que me habría desquiciado si estuviera dentro de ella; que me desquiciaba cuando estaba dentro de ella.
               Se rió cuanto notó los efectos de su pequeño jueguecito en mi polla, que ahora estaba más cerca de su rodilla, y jadeó por lo bajo cuando rozó sin querer una parte especialmente sensible de su anatomía, causando efectos inesperados y ni de coña indeseados. Se separó un poco de mí para poder respirar, sus uñas clavadas en mi pecho.
               Te voy a dejar paralítica del polvazo que te voy a echar, niña, pensé durante el segundo que le permití dejarnos separados, y luego volví a la carga. No iba a dejarle tregua ni tampoco espacio para recuperar el terreno perdido: como si se me hubiera olvidado el verdadero motivo por el que había ido a visitarla, como si necesitara que me recompensara con su cuerpo por el esfuerzo que había hecho, me abalancé sobre ella dispuesto a tomar todo lo que quería, como un pirata atacando un barco repleto de tesoros cuya escolta se había perdido en el oleaje.
               Podía sentir el vínculo entre nosotros vibrando, haciéndose más y más fuerte, y sabía que, si aún conservara el don de verlo, me habría cegado con su luz rabiosa. Él también quería aquello; llevaba demasiado tiempo siendo nuestro único punto de conexión en la distancia, forzándose tanto por los kilómetros que se había deshilachado un poco por la tensión, como los cables de una cuerda de acero que llevan demasiados años sosteniendo un puente. Ahora apenas tenía tráfico, pero antes había estado tan concurrido que ni los mejores ingenieros habían sido capaces de descargarle esa tensión.
               ¿Era esto lo correcto? ¿De verdad tenía que irme después de estar con Sabrae? Al final, todo se reducía a encontrar una excusa para regresar con ella: el cumpleaños de Tommy, el cumpleaños de mi hermana, el cumpleaños de ella; que me mandara una carta diciendo que estaba embarazada cuando era evidente que eso no podía ser, porque había tenido la regla después de la última vez que lo habíamos hecho sin protección; plantarme en Inglaterra en cuanto me soplaban el rumor de que estaba pensando en dejarme. Quizá yo no era más que un satélite perdido en el espacio, ansioso por descubrir qué había más allá de la órbita de su planeta, pero que se acojonaba en cuanto dejaba de notar su tirón gravitacional y corría de vuelta con él en ese instante. En el fondo no me interesaba lo que había en las estrellas que titilaban en la distancia, tan tenues como alfileres anclando terciopelo azabache en el techo; me daba igual el sentido en que se orientaban las constelaciones si entre ellas no iba a estar con Sabrae.
               Sí, vale, había un mundo precioso y lleno de misterios ahí fuera en el que podría vivir mil aventuras, pero… ¿acaso había alguna aventura que fuera a gustarme más que acostarme con la chica de la que estaba enamorado y con la que quería pasar el resto de mi vida?
               Ya ni siquiera recordaba por qué había decidido ir al voluntariado, y no me refiero a esas razones absurdas y pagadas de mí mismo que me había contado hacía un año, cuando todavía contaba con follar con Perséfone de forma asidua en agosto y hacer lo que me diera la gana el resto del año en Inglaterra. No, me refiero a las razones que me habían convencido para no moverme de mi sitio cuando abrí los ojos después del coma y le dije a Sabrae que quería seguir adelante con mis planes, esas razones que no me habían parecido lo suficientemente fuertes como para no pedirle a mi novia que me pidiera que me quedara en casa durante uno de los mejores conciertos de mi vida, o las que me habían hecho darle el último beso, cruzar los controles de seguridad, atravesar la terminal y subirme al avión que me había llevado a Etiopía. No recordaba nada más que sus curvas y la sensación de su cuerpo en mis manos, de sus labios en los míos, su lengua saboreando la mía y yo saboreando la suya, su melena haciéndome cosquillas en la cara, en el cuello y en los hombros, o sus pestañas acariciándome las mejillas. Mi respiración sólo podía alimentarse de su respiración. ¿Cómo había hecho para marcharme y sobrevivir un mes sin ella? Debía de ser el buceador de apnea con el récord más extenso de la historia de la humanidad.
               Ni siquiera me sentía del todo humano estando con ella. Era como si… como si hubiera una energía ancestral y mística ordenándolo todo en el universo, asegurándose de que cada cosa estaba en su lugar y cada milagro necesario para que todo hubiera llegado hasta aquí hubiera sucedido, y yo fuera capaz de sentir esa energía solamente estando con Sabrae. Quizá nuestro vínculo no se me había mostrado dorado al azar. Quizá ella no me llamaba “sol” al azar. Quizá el lazo que nos unía no era más que un hilo en el inmenso tapiz del orden en el que tenían que estar las cosas, y ella y yo éramos dos astros minúsculos que componían un sistema solar binario. Después de todo, no importa en qué planeta estés: todos los atardeceres serán del mismo tono dorado, independientemente de cómo se llame la estrella que te da vida.
               Sabía que no iba a llegar a coger el avión si empezaba a hacerlo con ella. Lo sabía, y lo peor de todo es que me daba absolutamente igual. Quería esto. La quería a ella. No quería sentirme humano y roto a miles de kilómetros de distancia de Sabrae: era adicto a la sensación de infinitud que tenía cuando estábamos los dos juntos, cuando era capaz de convertirme en un dios, siquiera por unos minutos, mientras me colaba en su interior y le daba ese placer que sólo puede estar hecho de éter, igual que el manantial que tenía entre las piernas.
               Las religiones monoteístas se equivocaban en dos cosas: no podía haber únicamente un dios, y si lo había, desde luego, no podía ser hombre. Me bastaba con mirar a Sabrae para darme cuenta de que el islam, el cristianismo y el judaísmo habían estado equivocados durante milenios allí donde Ariana Grande tenía razón en tres minutos: Dios es mujer. Es Sabrae.
               ¿Cómo coño vas a abandonar a tu Dios?
               Una de mis manos bajó hasta su culo y tiré un poco más de ella para aposentarla aún más encima de mí, y ella volvió a suspirar. Joder. No me entraba en la cabeza que hubiera hombres capaces de hacerles daño a mujeres que les regalaban ese tipo de suspiros.
               Y, entonces, lo recordé. Las conexiones de ideas a veces son así, tan raras y aleatorias como necesarias y determinantes. Escuchar a Sabrae disfrutar estando conmigo me hizo pensar en todo lo que estaba dispuesto a hacer por protegerla, lo que me llevó a pensar en quienes no protegían a las mujeres que tenían a su alrededor, lo que me llevó  a pensar en mi madre y en todo lo que había sufrido cuando yo era apenas un bebé, y también antes; lo que me llevó a pensar en mi padre.
               Lo que me llevó a pensar en su herencia.
               Lo que me llevó a pensar en por qué necesitaba el voluntariado. Por qué, de todos los rincones del mundo, había elegido Etiopía y había elegido esa labor. Si se hubiera tratado de irme de casa, podría haberme marchado a un piso en el centro con Jordan, Bey y Tam. Si se hubiera tratado de tomarme un año sabático, podría haber cogido el petate y haberme apuntado al plan de Tommy y Scott de irse de mochileros por Europa antes de… bueno, de que ellos cambiaran Europa por el mundo entero y la mochila por un bus con sus nombres pintados en la carrocería. Si se hubiera tratado de desfasar a lo grande, me habría pirado a Chipre, a Mallorca o alguna otra isla del Mediterráneo cuya nacionalidad no ostentara y me habría pasado un año entero sirviendo copas de madrugada, bañándome en el mar a media tarde y follándome a desconocidas a medianoche, justo antes de entrar al turno que me correspondiera.
               Pero no se trataba de eso. Se trataba del peso que llevaba cargando dieciocho años y del que tenía que librarme, de la sombra que proyectaba mi pasado y mis genes, de la persona que aún podía ver en el espejo si me concentraba lo suficiente en destacar lo malo de mí, y de entender por qué todos me querían tanto cuando yo había sido tan incapaz de quererme siquiera un ápice durante toda mi vida. Etiopía era la oportunidad que necesitaba para descubrirme a mí mismo y a mis valores, esos que se escondían detrás de mi sarcasmo y de mis bravuconadas y de mis risas chulas cuando mis amigos me decían a coro “cállate, Alec” después de que una gilipollez de calibre superior a las demás hubiera salido de mi boca.
               Se trataba de convertirme en el hombre que estaba destinado a ser desde el momento en que nací, ése que había dado un paso al frente y me había hecho tomar las decisiones correctas en momentos clave de mi vida: abraza a mamá mientras ella llora porque la están amenazando con apartarte de ella y dile que la dejarás nunca sola, aunque tengas cuatro años y no sepas qué significa eso del “nunca”.
               Coge unos guantes y aprende a boxear para proteger a Mimi de Aaron, aunque no sepas qué es eso de “boxear” ni entiendas cómo algo mullido como un peluche puede hacer daño.
               Reviéntale la cabeza a ese subnormal que ha llamado “negrazo” a Jordan, a pesar de que Jordan realmente es negro y tú a veces lo llames así; reviéntasela aunque no entiendas qué tiene de malo con trece años esa palabra, pero sí sabes perfectamente que a tu mejor amigo le ha disgustado esa palabra, ese insulto, y tú no puedes consentirlo.
               Convierte a Scott en alguien como tú cuando Ashley le ha puesto los cuernos incluso cuando no sepas que tú también eres “alguien como tú”; incluso cuando hubiera noches en que sintieras envidia de lo feliz que parecía Scott con ella y de lo fácil que lo tenía para echar un polvo mientras que tú tenías que seguir buscando y no tenías nada garantizando.
               Haz caso a mamá y a Mimi y bájate del ring antes de que sea tarde, aunque tengas dieciséis años y sólo te hayas permitido soñar con que tu familia estará orgullosa de ti si sigues por la senda que te has marcado, para la única que parece que realmente vales, y encuentres en ella tu futuro.
                Ponte territorial con Bey a pesar de que tú y ella no seáis nada más que mejores amigos cuando se sienta incómoda por las miradas cargadas de intención que le dedican los tíos a su alrededor por las minifaldas que se pone, aunque tú también fueras a mirarla así de no ser tu amiga, porque tienes dieciséis años y te cuesta mucho disimular lo salido que estás.
               Acompaña a Tam a decirles a los camellos con los que trapichea que quiere dejarlo, no vaya a ser que le hagan algo; aunque tengas diecisiete años y no vayas armado y las cosas puedan ponerse muy, muy feas.
               Hazle caso a esa llamada de alerta de dentro de ti y vete corriendo a casa de Tommy, aunque tengas diecisiete años y lidiar con un intento de suicidio de uno de tus mejores amigos te venga muy, pero que muy grande.
               Dile a Scott que estás hasta los cojones de sus gilipolleces, que deje de hacer el subnormal y que le pida perdón a Tommy, aunque lleves diecisiete años hasta los cojones de sus gilipolleces y viéndolo hacer el subnormal día sí, día también.
               Besa a Sabrae. Porque está preciosa, porque te apetece, porque estás que te subes por las paredes por su culpa y porque parece que ahora es el momento. Aunque tengas diecisiete años y lleves casi diez riéndote de ese desdén que, en el fondo, no entiendes. Ella te quería antes. Se alegraba de verte en el recreo más de lo que se alegraba de ver a Scott. Y un día la cosa cambió y dejó de soportarte.
               Pero ahora ella está bailando pegada a ti, habéis peleado juntos, os habéis sincronizado de una forma en que no lo has hecho con nadie más en toda tu vida, y te está mirando como te han mirado un millón de chicas antes, y también como no te ha mirado ninguna aún. Así que bésala. ¿Qué es lo peor que puede pasarte? ¿Que te calce un guantazo? Esa boca bien merece una bofetada.
               Sé cuidadoso con ella. Aunque tengas diecisiete años y ninguna otra chica te haya desquiciado como lo hace ésta, aunque esté buenísima y lo único que te apetezca sea hundirte hasta el fondo en su delicioso interior y saciar esa hambre que no sabías que tenías de ella. Sé cuidadoso, asegúrate de que disfruta como te asegurabas de que disfrutaban las anteriores, porque oh, tío, con esta en particular vas a querer repetir mucho. Dile que no se preocupe por ti, que no llore, que sólo necesita excitarse más. Enséñale la llave al cielo que tiene entre las piernas si se tranquiliza y se olvida de todo salvo de disfrutar.
               Pídele salir. Aunque lleves a tu espalda diecisiete años de cinismo proclamando que “a este semental salvaje no le va a echar el lazo ninguna vaquera”. Sabes que ya no te interesa correr libre por ningún campo, sino trotar dócilmente al lado de esta chica y estar a su disposición para cuando ella quiera montarte (y qué suerte tienes, cabrón, porque le encanta hacerlo).
               Pídele perdón por haberos peleado, aunque tengas diecisiete años y creas que en algunos aspectos todavía es un poco cría, y retrasada hasta niveles en que no debería serlo la primera de su clase, por hacerles caso a sus amigas. Pídele perdón y haz todo lo que ella quiera con tal de que no te aparte de su vida.
               No dejes que te dé una embolia, aunque tengas diecisiete años, la estés viendo desnuda por primera vez, y en lo único en lo que puedas pensar es en que, joder, tus ancestros tenían razón adorando a mil diosas y contando historias de hombres que se quedaban ciegos por culpa de su belleza al verlas desnudas. No. Te. Quedes. Callado. Ella creerá que no te gusta: mírala temblar, pensar en sus estrías, en esos kilitos que dice que tiene de más y que a ti te puto encantan. Dile lo que estés pensando, aunque no sea nada coherente, aunque sea sólo un “guau”, porque, seamos francos, Whitelaw, no vas a ganar ningún premio de oratoria.
               Guau.
               Muy bien, tío. Mira cómo sonríe. Con eso basta. Lo has hecho genial.
               Diles a tus amigos que llevas semanas arisco porque os vais a separar y no quieres que las cosas cambien entre vosotros, aunque tengas diecisiete años, seas un tío, y la sociedad te haya hecho interiorizar que no debes llorar. Bajo ningún concepto.
               Sal de este puto coma. En serio, tío, no puedes hacerle esto a tu familia. Lucha, puto vago de mierda. Lucha. Sobrevive. Tienes dieciocho años y toda una vida por delante. Tu historia y la de Sabrae no puede acabar en un hospital. Sobrevive, sobrevive, sobrevive.
               Estudia, aunque tengas dieciocho años de abandono escolar a tus espaldas. Permítete soñar con un futuro mejor que aquel en el que no te permitías pensar porque te daba miedo descubrir que, ahora que te habías bajado del ring, ya no te quedaba nada.
               Súbete al avión, aunque tengas dieciocho años y sólo quieras quedarte junto a tu novia. Te espera todo un mundo ahí fuera, un mundo en el que encontrarás el camino para convertirte en mí, que te he estado guiando siempre, y que está seguro de que se merece a Sabrae donde tú crees que no te la mereces. Súbete al avión y descubre que eres bueno. Súbete al avión y descubre que mereces que te quieran.
               Súbete al avión y descubrirás que los demonios de tu cabeza no son demonios, sino inseguridades. Mentiras.
               Súbete al avión y te darás cuenta de hasta qué punto has sido valiente estos últimos dieciocho años. Súbete al avión y descubre lo que en realidad eres, Alec: un luchador. Un boxeador.
               Un campeón al que le arrebataron injustamente su título. No un subcampeón. Un campeón descalificado.
               Súbete al avión y descubrirás que te los mereces, a todos ellos: a tu madre, a tu hermana, a tu abuela, a Dylan, a Sergei, a Jordan, a Bey, a Tam, a Karlie, a Logan, a Max, a Tommy, a Scott, a Chrissy, a Pauline, a Eleanor, a Shasha, a Duna, a Dan, a Sher, a Zayn, a Eri, a Louis, a Perséfone, a Luca.
               A Sabrae.
               Súbete al avión y descubre que la mereces. Que lo llevas haciendo toda la vida, desde el primer momento en que la viste, aunque ninguno de los dos recuerde lo que pasó entonces, cómo vibró el aire entre vosotros mientras el lazo que ahora os une se anudaba y ya no se soltaba.
               Súbete al avión y descubre que el lazo no se rompe. Ninguno de los dos lo puede cortar.
               Súbete al avión y descubre que ella no va a dejarte, porque no te quiere porque seas guapo, porque seas gracioso, o porque folles bien. Te quiere porque está enamorada de ti, de lo que tú eres, y eso no va a cambiar por muy lejos que estéis.
               Súbete al avión y descubre que siempre tendrás un hogar al que regresar.
               Mi mano subió de su culo a su cintura, los dedos extendiéndose por la curva de su costado, el pulgar acariciándola también.
               Pues va a ser que sí. Quién me ha visto y quién me ve.
               Tú tienes tu historia, y yo tengo la mía. Al margen de la nuestra, quiero decir, me había dicho, y no podía tener más razón. No era sólo por lo que tenía que crecer para poder ocupar el puesto que me había designado el destino, sino porque… porque me gustaba este capítulo de mi historia. No era perfecto, ni mucho menos: su ausencia ya bastaba para que hubiera siempre una nube en el horizonte, pero, a veces, el sol necesita de las nubes para hacer sus atardeceres más hermosos. Pero lo demás… me gustaba muchísimo. Me gustaban los colores que estaba descubriendo, el sentirme parte de algo mucho más grande, irremplazable y a la vez completamente irrelevante en un equilibrio que apenas me tenía en cuenta y que también me necesitaba para mantenerse como estaba, el saberme parte de algo y saber que mis acciones tenían consecuencias que podía controlar y esperar.
               No podía quedarme y perder ese avión. Cada segundo que pasaba era una posibilidad añadida al cúmulo ya bastante grande que había de que Valeria se enterara de lo que había hecho y me pusiera de patitas en la calle. Demasiada gente confiaba en mí como para fallarles ahora, y yo no les podía dejar a todos en la estacada.
               Y, egoístamente… tampoco quería renunciar al voluntariado. Lo estaba disfrutando, y no quería perder algo que me haría vivir experiencias como nadie más que yo conociera, en el que pudiera descubrirme a mí mismo y todo mi potencial. No quería poner en peligro esos once meses que me quedaban por delante, con todo lo que harían por mí y todo lo que significarían, por un polvo de cinco minutos con Sabrae. Que, vale, sigue siendo un polvo, pero de cinco minutos. ¿Iba a arriesgar una vida entera con ella por cinco minutos?
               Como te he dicho más veces… seré gilipollas, pero no soy subnormal.
               Así que no bajé más la mano: lo deseaba con todas mis fuerzas, créeme, y la fuerza de voluntad que tuve en ese momento fue superior a la de años y años de entrenamientos durísimos en los que el único objetivo era hacerme atravesar una y otra vez mis límites mentales y físicos para poder llevarlos más lejos cada vez. Encontré el consuelo y las fuerzas que necesitaba pensando en que Sabrae tenía razón: me quedaba mucho por vivir, y me encantaría poder contárselo. La verdad era que también me gustaba cartearme con ella, protagonizar una de esas historias de amor que a los dos nos gustaba tanto leer, y dejar pruebas físicas de lo que sentíamos en cada momento que pudiéramos revisitar cuando fuéramos mayores y nuestro amor hubiera cambiado, cuando la artritis ya no me permitiera dejarle la casa llena de notas en las que le decía que le quisiera y tuviéramos que refrescarnos la memoria de cómo éramos con dieciocho y quince años primero, y diecinueve y dieciséis después.
               Hostia puta… yo iba a cumplir los diecinueve en Etiopía, y Sabrae, los dieciséis. Cuántas cosas nos pasarían y nos contaríamos con entusiasmo las veces que nos volviéramos a ver, cómo íbamos a valorar el tiempo que pasáramos juntos cuando yo volviera. Viendo cómo lo estábamos haciendo ahora, y sólo llevábamos un mes separados…
               Y el sexo. Joder. Cómo iba a mejorar el sexo. Sólo cuando discutíamos podíamos echar polvos de reconciliación, y sólo cuando nos separábamos podíamos besarnos como acabábamos de hacerlo. Sinceramente, me daba incluso miedo pensar en lo que seríamos capaces de hacernos el uno al  otro en la cama una vez nos acostáramos; creo que con una semana no tendríamos ni para empezar. Quería poder besarla como lo había hecho cuando entró por fin en la habitación un montón de veces más, aunque eso supusiera sufrir echándola de menos… y deshacerme imaginándomela mientras me masturbaba leyendo todo lo que me prometía hacerme cuando volviera a estar con ella, dándole esos mismos besos por los que casi iban a desheredarme.
               A Sabrae se le aceleró la respiración cuando uno de los tirantes de su vestido, rindiéndose a la tensión, se le bajó por los hombros. Pronto seguiría el otro, y sus pechos estarían a nada de liberarse, y sería cuestión de tiempo que yo se los viera y perdiera completamente la razón.
               Tengo que marcharme ya, pensé. Y seguí besándola.
               Me tengo que ir, volví a pensar. Y seguí besándola.
               Venga, el último y me voy.
               Le di el último. Y luego otro. Y luego, otro más.
               Sabrae se bajó de encima de mí y separó un poco las piernas, lo justo y necesario para que yo pudiera meterle mano si quería. Continuó acariciándome la polla y ay, mi madre. Es vergonzoso que yo haya sido el Fuckboy Original y que ahora esta niña juegue conmigo de esta manera.
               Puede que separarme de su boca fuera una tarea en la que necesitara ayuda, pero, al menos, la única neurona que me funcionaba estaba a pleno rendimiento asegurándose de que no le acercara la mano a la entrepierna. Como se me ocurriera tocarla ahí, no había ni misión de crecimiento personal, ni multa millonaria, ni banda terrorista que pudiera sacarme de la cama de Sabrae.
               ¡Alec!, me llamó mi conciencia, que sonaba terriblemente como Sabrae. ¡Vas a perder el avión!
               Un minutito.
               No tienes un minuto.
               Bueno, entonces, cinco minutitos.
               ¡Ni de broma tienes cinco minutitos!
               Una horita. Dos. Una vida entera.
               ¡Alec! ¡Sepárate de ella YA!
               Disculpa, querida conciencia, ¿me ves cara de Tom Cruise? Porque parece que quieres que protagonice Misión Imposible: protocolo fantasma.
              
               ¿Lo pillas? ¡FANTASMA! ¡Porque me voy a ir! ¡JAJAJAJA!
 
 
Antes de que pienses que soy lerda por enamorarme de él y de sus chistes malos, quiero que recuerdes que es guapísimo (bastante más de lo que te imagines, probablemente), y que folla de cine. En una escala del uno al diez, Alec es un once.
 
 
Si te hubiera dicho esto en voz alta te habrías reído, Saab. Además, es un poco tarde para que trates de defender que no eres lerda. Querías dejarme porque creías que no me merecías. En una escala del uno al diez de lerdismo, eres un once.
 
 
Estoy bastante segura de que la palabra “lerdismo” no existe.
              
 
¡Anda, mira, como tus neuronas, bombón!
               Había nacido con estrella, después de todo. Cuando yo no era capaz de luchar contra los elementos, los elementos se confabulaban para echarme una mano. Lo de Mahoma y la montaña era bastante ilustrativo de cómo funcionaba yo, especialmente por el tema de las creencias de mi novia, y tal.
               El caso es que, incluso cuando yo no era capaz de separarme de Sabrae, Sabrae sí pudo separarse de mí. Mujeres, ¿eh? Seres crueles por naturaleza. Con razón la palabra “guerra” es de género femenino.
               Echó al cabeza un poco hacia atrás y abrió los ojos, aunque sus labios permanecieron un poco entreabiertos, en la misma posición en que los dejaba cuando esperaba a que yo salvara la distancia que nos separaba y contra la que ella no podía luchar. Buceó en mi mirada y yo sentí que me desnudaba con cuidado, buscando en mi alma unas respuestas que mi cuerpo se había resistido a darle.
               -Vas a marcharte, ¿a que sí?-preguntó. La primera de la clase, damas y caballeros. No la mejor de la camada, pero sí la primera de la clase.
               Me relamí los labios, que todavía sabían a ella (o sea, a pura delicia) y asentí con la cabeza.
               -¿Estás seguro?-volví a asentir, y Sabrae inclinó la cabeza a un lado y sonrió, una niña traviesa y consentida que sabe que va a salirse con la suya. Oh, mi amor, no tienes ni idea…-. ¿Puedo hacer algo para convencerte para que te quedes un ratito más?
               -Hombre, si me enseñas las tetas…-solté antes de poder contenerme, y Sabrae, ni corta ni perezosa, se llevó las manos a la espalda para abrirse el vestido. Abrí muchísimo los ojos y me lancé a cubrírselas con las manos, porque una cosa era tocárselas, sentírselas, pero como se las viera… adiós, muy buenas-. Sabrae, por Dios… y, créeme, yo soy el primer sorprendido de decirte esto, pero, ni se te ocurra enseñarme las tetas.
               Levantó las manos con las palmas vueltas hacia mí e inclinó la cabeza.
               -Tú mandas, hubby.
               -No me llames hubby.
               -¿Por?-me hizo ojitos-. ¿Te sientes mal por dejarme con el calentón, hubby?
               -¿Te crees que eres la única que está más salida que el pico de una mesa, chavala? Me parece que el misil de largo alcance que tengo en los pantalones debería darte una pista de cómo me siento yo ahora mismo.
               -Quizá lo mejor sería lanzarlo para evitar daños colaterales, papi-ronroneó, pasándome de nuevo la pierna por encima de la mía y dándome un beso en la comisura del labio. Suspiré sonoramente.
               -Es increíble la cruz que me toca cargar contigo, bombón.
               -Oh, así que, ¿iba a ponerme yo encima? Genial-coqueteó, apartándose el pelo del hombro y riéndose. La miré. Dios, qué guapa era. ¿Por qué no podía llevármela conmigo a Etiopía? Podría estar por el campamento pasando el día, ayudando, quizá, a las mujeres del santuario, y por la noche nos dedicaríamos a mirar las estrellas y hacer el amor debajo de ellas. Que la dejaría embarazada a los quince días era un hecho, ya que enseguida agotaríamos el cupo de condones que nos daban en la fundación, pero… la verdad, me daba lo mismo. Yo sólo quería estar con ella, despertarme a su lado, disfrutarla todos los días durante el resto de mi vida.
               Ah, ya. El crecimiento personal, y tal. Y no olvidemos de que tenía que convertirme en el mayor pringado de la historia. De nada, Michael Collins.
               Suspiré, los hombros hundidos, y le puse una mano en el culo.
               -Para.
               -No estoy haciendo nada. Para mi desgracia-añadió, haciendo un puchero, y yo me reí y le di una palmada en el culo para, a continuación, acariciárselo. Sabrae se mordió el labio, los ojos puestos en mi boca.
               -¿Desde cuándo eres tú el fuckboy de la relación?
               -Desde que está a punto de bajarme la regla y ya sabes cómo me pongo-contestó, apartándose un mechón de pelo tras la oreja y poniéndome una mano en el pecho-. Lo siento. No estoy ayudando mucho, ¿verdad?
               -El día que me queje de que te me sientes encima, nena… llama a la NASA. Me habrán abducido los alienígenas y estarán planeando la invasión al planeta a través de mí. No puedo culparles-le guiñé el ojo-, la verdad es que tengo un culo por el que podrían fundarse sectas.
               -Y ni siquiera me vas a dejar verlo-lloriqueó-. No te recordaba así de cruel, sol.
               -La naturaleza es implacable-respondí, besándole la cabeza.
               -No lo bastante-murmuró, haciendo un puchero-. Aparentemente, te ha quitado el instinto de aparearte.
               Arqueé las cejas, le cogí la mano que tenía en mi pecho y se la puse directamente en mi polla. A pesar de que la presión en ella era genial, no sabría decir quién disfrutó más con el contacto: si ella, que se relamió; o yo, que estaba a punto de reventar. Era vergonzoso, la verdad. Ya irían dos veces que me corría con ella antes de metérsela.
               -¿Te parece que he perdido el instinto de aparearme?
               -No lo digas así-se rió.
               -Así, ¿cómo?
               -¡Así! “Aparearte”, como si fuéramos animales.
               -¡Tócate los huevos! Sabrae, ¡primero, has empezado tú! Y, segundo, ¡somos animales!
               -¡Bueno, pero me refiero a animales, animales! Ya me entiendes.
               -Nena, siento tener que abrirte los ojos, pero…-sostuve su rostro entre mis manos-. Hay una zorra en esta habitación. Y, para sorpresa del público, por primera vez la zorra no soy yo.
               Sabrae se rió, asintió con la cabeza y se relamió los labios, los ojos aún puestos en mí.
               -Deja de mirarme así.
               -No te estoy mirando de ninguna manera.
               -Me estás follando con la mirada, Sabrae.
               -De alguna forma tengo que saciar este instinto de aparearme que tengo como zorra que soy, ¿no?
               Se me escapó una carcajada.
               -No te recordaba tan dramática. ¿Está Mercurio retrógrado, o algo así?
               -Eres un imbécil-protestó, dándome un manotazo en el pecho-. No voy a volver a leerte el horóscopo en la vida.
               -Total, lo que me va a decir ya me lo sé. “Querido Piscis, eres el cabrón con más suerte del mundo. No la cagues. Cuidado con Tauro; intentará llevarte por el mal camino. Mantente alerta y los pantalones bien anudados”.
               Sabrae aulló una risotada.
               -No digas bobadas o me veré obligada a sentarme en tu cara.
               -¿Es una promesa?
               -Es una amenaza.
               -Me encantan tus amenazas, nena-respondí, apartándole el pelo del hombro y acariciándole el cuello. Uf. Entendía de sobra a los vampiros: ese rinconcito de la anatomía de las chicas era adictivo, y a mí me apetecía mordérselo.
               -Pues sabrás que no tengo miedo a cumplirlas-contestó, poniéndome las manos en los hombros, empujándome hasta dejarme tumbado sobre el colchón, y sentándoseme a horcajadas encima, sobre el vientre.
               Bueno, yo lo he intentado, conciencia. Si las cosas se me complican, entonces no es culpa mía.
               Nos cogimos de las manos y entrelazamos los dedos. Sabrae me sonrió desde arriba, y con la luz que se colaba por la ventana y la manera en que le resplandecía el pelo, era imposible no creer que era una diosa. No convencerse de que era una diosa. No saber que era una diosa.
               -Qué guapo eres.
               -Mira quién habla.
               -¿Seguro que no puedes quedarte un ratito más?
               Sacudí la cabeza.
               -¿Es porque no te apetece?
               Alcé una ceja.
               -Claro que me apetece. Sabrae, ¿estoy respirando?
               -Ajá.
               -Entonces, me apetece. Pero no pue…
               -También respiras en África-respondió, juguetona, mordiéndose el labio y guiñándome un ojo. Se apoyó en mi pecho con una sola mano, mirándome desde arriba, y, Dios, si aquella no era la mejor visión que hubiera tenido en toda mi vida…
               Estaba claro que un ente superior estaba poniéndome a prueba, comprobando si sería capaz de cumplir con las condiciones que me había impuesto para poder quedarme con ella. No le defraudaría, incluso cuando eso supusiera tener que posponerla.
               -Qué hija de puta…-Sabrae se echó a reír, y si su risa no tintineó en mis costillas, reverberando dentro de mí y haciendo que mi corazón se acomodara a esa cadencia, que baje Dios y lo vea. Había conseguido sobrevivir un mes sin esta chica, y pensar en marcharme me parecía razón suficiente para que me ingresaran en una institución mental.
               Y ahí estaba yo. Pensando en marcharme.
               Intentando marcharme.
               -Para empezar, sabes de sobra que cuando digo que me apetece tener sexo, me refiero a que me apetece tenerlo contigo. Me apeteces tú, no el sexo en sí-dije, incorporándome hasta quedar a su altura. Sabrae se regodeó.
               -Hace mucho que no me decías que te apetecía.
               Me guiñó el ojo y yo me encontré preguntándome qué día de agosto había pasado a ser ella y ella había pasado a ser yo. Este deje vacilón y con un punto sinvergüenza era mío enteramente, y sin embargo no terminaba de desagradarme que ahora Saab se comportara como lo había hecho yo hasta hacía unos meses. Aunque también entendía por qué no podía conmigo a veces y la principal reacción que había obtenido de ella habían sido los ojos en blanco día sí, día también.
               -Echaba de menos oírtelo decir.
               -Pues claro que me apeteces, so boba. Pero voy pilladísimo de tiempo si quiero coger el avión. De hecho, ya voy tarde-dije, mirando de nuevo el reloj, cuyas manecillas habían corrido para castigarme por ese desliz. Se suponía que no debía estar con ella, sino en medio de la sabana de Etiopía, ayudando a animalitos heridos y escapando por los pelos de furtivos rabiosos, y no iban a permitirme robar ni un segundo más de lo que ya me había apropiado sin corresponderme-. Y, para mí, el tiempo en África no cuenta.
               -Pues qué suerte tienes-contestó, bajándose de mi regazo y sentándose a mi lado, las piernas dobladas y los pies sobre la cama. Intenté no quedármelos mirando cuando me di cuenta de que hacía mucho que no se los veía, y que los tenía monísimos.
               Supongo que esto es el amor, gente. Que te parezca monísimo hasta un pulgar.
               Claro que los pies de Sabrae eran súper bonitos. Podría haber sido una modelo de pies si quisiera. O hacerse millonaria a base de cosificar sus pies para una manada de fetichistas babosos que nunca tendrían suficiente de ella.
               -Me refiero a que allí me siento como si estuviera aguantando la respiración, y tú eres mi oxígeno-Sabrae dejó de picotearse con los dedos las puntas de un mechón de pelo que acababa de coger de su melena y levantó la vista por debajo de las cejas-. Pero no puedo, en serio, nena. O sea, échame un cable, ¿quieres? Estoy tratando de ser responsable y no me lo estás poniendo nada, pero que nada fácil. Así que dime que me tengo que ir y ya está.
               -¿Y si no quiero?
               -No me jodas, Sabrae.
               -Eso es precisamente lo que estoy intentando hacer, Alec-contestó, y yo bufé una risa. Abrió las manos-. ¡Es que no entiendo qué problema hay! Vamos un poco más rápido por la autopista y punto. Ya has conseguido que nos corramos en menos de tres minutos otras veces. La verdad, estamos perdiendo más tiempo peleándonos por esto que…
               -¿Estás de puta coña? Hace un mes que no follo contigo, tía. Si crees que con un polvo de tres minutos voy a darme por satisfecho para todo lo que quiero hacerte es que estás chalada. Ni tres días serían suficientes.
               Sabrae se me quedó mirando con la boca abierta.
               -¿Aguantaríamos follando tres días enteros?
               -Tú, no creo, porque estás en una forma física pésima-la pinché, y ella abrió los ojos todavía más que la boca y me pegó un puñetazo en el hombro mientras yo me reía-. Pero yo sí. Pero eso no viene al caso ahora. Mira, claro que me apetece meterme en la cama y que hagamos como tres millones de guarradas, pero lo que no me apetece es hacértelo rápido como si quisiera quitármelo de en medio antes de subirme al avión. Necesito toda una noche contigo. Un día entero. Una semana. Un mes. Un año.
               -No seas prepotente, Alec; ni siquiera tú, oh, don Dios Del Sexo, aguantaría un año entero sin follar.
               -Creo que subestimas la tozudez del Fuckboy Original, nena-le guiñé un ojo y ella me acarició la barbilla con toda su mano.
               -Y yo creo que he estado equivocada todo este tiempo. Quizá el Fuckboy Original sea Scott y no tú.
               -No me insultes, Sabrae-la fulminé con la mirada-. Yo creé a tu hermano, no al revés. Cuando él estaba aprendiendo a ponerse condones, yo ya llevaba rotos tres. Ya quisiera Scott tener el historial que tengo yo.
               Sabrae se rió, se inclinó hacia mí y empezó a darme besos por la cara, y yo suspiré.
               -¿Por qué siempre tengo que ser yo el responsable de los dos?
               -Porque eres el mayor-contestó, sus labios en la comisura de los míos, su sonrisa tan cerca que era igual que un imán para mi boca. Tenía que aguantar, tenía que aguantar, tenía que aguantar. Sabía de sobra lo que me estaba haciendo, porque yo se lo había hecho un montón de veces. Mierda, tenía una voluntad de hierro si había sido capaz de mantenerse firme y obligarme a estudiar cuando yo me había puesto en este plan en la biblioteca.
               -Y tú la chica. Se supone que las chicas maduráis antes.
               -Eso explica por qué todo lo que se me está pasando por la cabeza ahora mismo es para mayores de edad-coqueteó, mordisqueándome la mandíbula, y yo me reí.
               -¿No decías que no querías que me quedara?
               -No me insultes, Alec-me imitó, y yo la miré, y me apeteció morderle la cara. No en plan agresivo, sino en plan “me la quiero comer”-. Te he dicho que quiero que te quedes, pero que entiendo que te tienes que ir. Es lo mejor para los dos. Lo que no hemos discutido es cuándo te tienes que ir-sonrió, jugueteando con el cuello de mi camisa. Me guiñó el ojo desde abajo y yo volví a suspirar.
               -Como se enteren de que he venido, me echarán del programa, Sabrae.
               -Con la labia que tú tienes, fijo que lo más que harán será echarte una bronca y punto.
               -Se nota que no conoces a Valeria.
               -Lo que se nota es que Valeria no me conoce a mí. Como se le ocurra decirte media palabra más alta que otra, me marcaré un Alec y le arañaré la cara.
               Me imaginé a Sabrae apareciendo por sorpresa en el campamento, entrando en él como un torbellino, yendo derecha a la oficina de Valeria porque tiene un sexto sentido para estas cosas, y cantándole las cuarenta por haberme puesto en mi sitio tras haberla desobedecido… y me eché a reír.
               Saab me pasó de nuevo una pierna sobre las mías, pero ya no era en ese tono juguetón y sensual de antes, sino estableciendo aún más contacto entre nosotros. Me cogió una mano y entrelazó sus dedos con los míos, contemplando la unión de ambas con una expresión concentrada que hizo que me deshiciera.
               -Siento estar haciéndotelo tan complicado.
               -No es nada que no me esperara o que no quisiera, Saab. Sinceramente, me preocuparía muchísimo si me dejaras irme sin más, en plan “hala, buena suerte, nos vemos en un año”.
               -¡De eso nada! Un año es muchísimo tiempo. Me moriré de pena echándote de menos-confesó, paseando sus dedos por la cara interna de mi antebrazo arriba y abajo, arriba y abajo-. Ya lo hago, de hecho-musitó, más para sí que para mí, como si le diera vergüenza admitir que me quería.
               A mí.
               Con el que había hablado varias veces de cuántos críos queríamos tener, y de cómo nos saldrían, de a quién se parecerían más.
               -Yo también te echo muchísimo de menos, mi amor-respondí, dándole un beso en la frente. Sabrae apoyó la mejilla en mi brazo y suspiró.
               -Lo siento. Ya sé que te tienes que ir porque yo te he dicho que te tienes que ir, pero… está siendo muy duro, Al. Y no puedo evitar luchar hasta el final por cada pedacito de ti que quieras darme.
               -No tienes que luchar por ningún pedacito de mí porque ya eres dueña de todo, Saab. De todo-le levanté la mandíbula-. Sabes que no tiene nada que ver contigo, ¿verdad? No es por ti. O, bueno, sí es por ti: me habría quedado tan pancho en Etiopía si no fuera por ti. Lo que intento decirte es que… no nos merecemos echar uno rapidito para aliviarnos, porque los dos sabemos que no nos servirá. Será como darle un mordisquito a la fruta más deliciosa del mundo y luego seguir muriendo de hambre sin poder probar más bocado de ella. No quiero probarte por eso mismo; porque, si lo hago, sé que no responderé de mí-la tomé de la mandíbula y la hice mirarme-. Y no puedo arriesgarlo. Hay cosas demasiado importantes en juego; tú, para empezar. Y yo no voy a apostarte jamás. Eres lo único en mi vida que no estoy dispuesto a jugarme.
               Sabrae se relamió los labios, sonriendo, y se inclinó para darme un piquito.
               -No quiero que te vayas.
               Piquito.
               -Yo tampoco, bombón.
               Otro piquito.
               -¿Y si te retengo hasta que salga tu avión? ¿Qué harías, entonces?
               Un beso un poco más lento y un poco más profundo, una promesa ante una posibilidad que ninguno de los dos había considerado hasta entonces. Se suponía que a expedición duraría varios días, así que tenía un poco de margen de maniobra antes de que Killian, Perséfone y Sandra regresaran y Valeria se diera cuenta de que yo no estaba con ellos.
               Me imaginé lo que pasaría. ¿Realmente sería tan malo jugármela? Es decir, tampoco era arriesgarse tanto. Podía coger el siguiente avión, llegar por la noche, colarme en el campamento, avisar a Killian para que viniera a recogerme de extranjis, y…
               No, demasiado arriesgado. Había demasiadas cosas que podían salir mal, aunque no es que el premio no mereciera la pena el riesgo. Es sólo que…
               -Mira, nena, te voy a ser sincero. La verdad es que, como hagamos algo ahora, no me fío un pelo de que sea capaz de coger un avión para separarme de ti antes de que pasen, mínimo, quince días. Estoy bastante seguro de que, como me meta en la cama contigo ahora, no saldré hasta la semana que viene.
               -Suena a planazo-tonteó.
               -Suena a pl… ¡oye! ¡Me has copiado la frase!
               -Estate más espabilado la próxima vez, Whitelaw.
               -No me llames Whitelaw.
               -¿Por?
               -Ya sabes por qué.
               -Te prometo que no lo sé, Whitelaw.
               -Para.
               -Oblígame, Whit…
               No dejé que terminara la frase, tanto por mi seguridad como por la de ella. La empujé sobre el colchón, me puse encima de ella, justo entre sus piernas, y la agarré por las muñecas. Sabrae se relamió, viéndose sometida y bajo mi absoluto control. Le encantaba cedérmelo en sitios tan prometedores como éste.
               -Sabes que a este juego podemos jugar dos, ¿verdad, Malik?-pregunté, tan cerca de su cara que noté cómo mi aliento rebotaba en su piel. Sabrae jadeó en busca de aire cuando sintió el peso de mi cuerpo apoyándose sobre ella. Esto era lo que quería, y también lo que quería yo.
               -¿Y si me voy en el avión contigo?
               -¿Miss Estudios, dejando el instituto por perseguir a su novio por el mundo? Eso no es muy feminista de tu parte.
               -No, tonto: digo para estar unas horas más juntos.
               -Lo que tengo pensado hacerte no se puede hacer en los baños de un avión. Y menos después de tanto Whitelaw y tanta historia.
               -¿Qué se siente al saber que me estás dejando el hype tan por las nubes que no vas a ser capaz de alcanzar esas expectativas?
               Me eché a reír.
               -Mi niña, me parece que andas un poco perdida. Hype es mi segundo nombre-tonteé, capturándole el lóbulo de la oreja entre los dientes y tirando suavemente de él. Sabrae se revolvió debajo de mí.
               -Vale-cedió-. Nada de polvos, captado. Pero, dime, Al. Objetivamente, ¿cuánto tiempo estamos manejando ahora mismo?
               -Ya hace más de una hora que has entrado en la habitación, así que tú me dirás.
               -No, tío, me refiero a... a qué hora se supone que tienes que estar de vuelta en el voluntariado. ¿Cuándo te van a recoger en el aeropuerto?
               Fruncí el ceño.
               -Cuando llegue el avión.
               -Tienes que hacer escala, ¿no es así?
               -Sí.
               -Estoy pensando… imagínate que tuviéramos ese par de horas que vas a tener que estar esperando en el aeropuerto para aprovecharlas cuando quisiéramos; por ejemplo, ahora mismo. ¿Qué harías con ese tiempo extra?
               -¿No es evidente?
               -Dos horas no son una semana-contestó, listilla.
               -Puede. Pero sí son suficiente para que te dé el meneo que llevas suplicando que te dé desde… ¿cuándo, Saab? ¿Hace una semana y media, cuando empezaste a rayarte con lo de cómo se lo estaba tomando tu hermano? De todas formas, ¿qué importa eso? Tengo que hacer escala como el pordiosero que soy. No tengo esas dos horas.
               Sabrae sonrió con maldad.
               -Se te olvida algo.
               -Que es…
               -Que soy millonaria.
               -Mm. ¿Quién dice que se me olvide? Te aseguro que no se me olvida. Tampoco tienes tan buenas tetas como para que yo te aguante tantas gilipolleces.
               Sabrae sonrió aún más.
               -Alec.
               -¿Qué?
               -Que tengo un avión privado.
 
 
Su cara era un poema. Tenía la boca abierta de pura estupefacción, y sus preciosos ojos castaños estaban fijos en los míos, como buscando un farol que yo no estaba echándome. Jamás había echado mano del avión hasta ahora, y lo contaminante que era me había hecho descartarlo de mis pensamientos cada vez que consideraba un medio de transporte para algún viaje importante, pero situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas.
               Me parecía muy noble que no quisiera hacer nada sólo para poder satisfacerme como yo me merecía, según él, y poder tomarse todo el tiempo del mundo disfrutando de mi cuerpo y yo disfrutando del suyo, pero yo tenía la mente en otra cosa. Alec tenía la mente fría donde yo estaba eufórica: aunque los dos habíamos superado un bache importante, cada uno a su manera, con la visita de él, mi subidón era aún mayor. No sólo había salvado mi relación, sino que, además, me había subido el ego y el amor propio a alturas que sólo alcanzaban los fuegos artificiales.
               Aproximadamente así de caliente me sentía. Porque a esa felicidad de ver mi futuro sellado, al menos al más corto plazo, y mis preocupaciones apartadas, había que añadirle el hecho de que… en fin. Estaba saliendo con Alec Whitelaw. Alec Whitelaw 2.0, si contábamos con lo guapísimo que se había puesto en Etiopía. Tenía el pelo un poco más largo y un poco más dorado, la piel más bronceada, los músculos más definidos, el cuerpo, en general, más fuerte, y había una madurez en él que me hacía querer arrancarme la ropa, separar las piernas y suplicarle que hiciera conmigo lo que quisiera.
               Y esa actitud que acababa de adoptar conmigo, poniéndome contra la cama, sujetándome por las muñecas para que no pudiera hacer nada sin su permiso explícito, desde luego, no ayudaba.
               Fue uno de esos momentos en que me veía por primera vez y se volvía consciente de quién era yo, quién era él, quiénes éramos nosotros y cuáles eran nuestras circunstancias. La última vez que le había pasado estábamos en Wembley; la primera, en Barcelona, ambas ocasiones relacionadas con conciertos en los que nos lo habíamos pasado en grande.
               Ahora le tocaba el turno a pasárnoslo en grande a nosotros dos solos, sin nadie de por medio que participara de nuestra diversión o nuestro placer.
               -¿Lo dices en serio?
               Técnicamente yo no tenía un avión a mi nombre, pero sí a mi disposición. Además, estaba convenientemente en el continente, en lugar de siguiendo a Scott y compañía por su gira mundial. No habían tenido tiempo de enviarlo todavía a Estados Unidos para que recogiera a la banda, y no me imaginaba que hubiera ningún problema si Alec lo usaba durante nueve horas, y luego lo traían de vuelta.
               Asentí con la cabeza, mordisqueándome los labios y celebrando el cambio que había notado en el humor de Alec. Me sentía un poco culpable por lo mal que se lo había hecho pasar frotándome contra él y lloriqueándole para que lo hiciéramos, no porque considerara que estaba forzando su consentimiento (se le notaba muchísimo que él también quería), sino porque sabía que le estaba  haciendo pasar por una prueba muy dura en la que no le ayudaba en absoluto con mi comportamiento. Pero no lo podía evitar. Estaba tan guapo, tan presente, tan allí, y yo tenía las hormonas tan revolucionadas tanto por su ausencia como por el momento del ciclo en el que me encontraba que sólo podía pensar en una cosa.
               Una cosa que se hacía en una postura bastante parecida a aquella en la que nos encontrábamos ahora. Por descontado, haría lo imposible para conseguir que se pusiera encima. Sabía que a él le gustaba más que me pusiera yo, pero quería sentirlo del todo. Invadiéndome y poseyéndome, sí, pero también absorbiéndome. Monopolizando toda mi atención, siendo lo único en lo que pudiera pensar.
               Tenía muy buen gusto cuando decía que su postura preferida conmigo era el Misionero: te permitía establecer una conexión con la otra persona que no había con ninguna otra. El contacto visual, la sensación de piel con piel, la facilidad para declararte mientras os movíais a la par… era increíble. Era lo que yo quería. Era lo que necesitaba después de este mes horrible en el que había dejado de saber quién era y a qué aspiraba.
               -Es decir… si tú quieres, es una opción-dije, encogiéndome de hombros, y noté que Alec aflojaba un poco las manos por la sorpresa mientras pensaba. Aun así no me moví, porque me gustaba mucho cómo estábamos, lo cerca que lo tenía, la manera en que podía notar mi pulso en sus manos, y la suave y dulce tensión en mis hombros mientras los forzábamos para que continuaran en esa posición.
               -Pero, en plan, ¿una opción en serio?
               -Una opción en serio-volví a asentir. Alec se levantó entonces, soltándome las manos, y yo no pude mantenerme en esa posición mucho más tiempo. Me acodé en el colchón y me incorporé un poco-. Oye, sé que no es una semana, pero…
               -¿Vendrías conmigo?-preguntó.
               -¿Adónde?
               -En el vuelo. ¿Vendrías conmigo?
               -¿A Etiopía? Al, yo no tengo visado para entrar en el país-me eché a reír-. Podrían detenerme nada más…
               -No tendrías por qué bajarte-contestó-. Tú sólo… monta conmigo en el avión y vuelve luego a casa.
               ¿Pasarme nueve horas a solas con él, a miles de kilómetros de altura, sin nadie que nos molestara, pues la azafata era discreta y sabía no entrometerse cuando corrías las cortinas de la parte trasera del avión? Por favor, sí.
               -En el avión no hay ninguna cama.
               -¿Quieres venir o no, Sabrae? La cama es lo de menos. Los asientos son reclinables. Y tendríamos once horas para estar juntos.
               Once horas. Eso era medio día. Estaba cansada, lo admito; la falta de sueño de la noche anterior me pasaría factura pronto, pero confiaba en que Alec hiciera de excitante en más de un sentido. No recordaba la última vez que me había vencido el sueño en su presencia, pero estaba segura que las circunstancias eran tan distintas que bien podría aguantar el tiempo que hiciera falta y que aún me quedara con él.
               -¿Once horas? Suena a…
               -…planazo-dijimos los dos, y él abalanzó sobre mí para darme un beso. Me sostuvo la cara entre las manos y me dio el pico más entusiasta que se ha dado nunca; después de todo lo que le había hecho pasar, de los disgustos y de los quebraderos de cabeza, de mi terquedad y su necesidad de obstinación para sacarme del pozo a que me había lanzado, ahora sus esfuerzos se veían recompensados con creces. Lo que él aún no sabía era que yo estaba más que dispuesta a ser obediente y hacer todo lo que me pidiera. No había hecho más que méritos durante este mes que habíamos pasado separados para que yo quisiera consentirlo: apartarse de Perséfone, marcar distancias con ella, escribirme las cartas, programarme los videomensajes, hacer que me corriera llamándome por teléfono en plena borrachera… era muy consciente de lo tremendamente afortunada que era de que él me amara, y no tenía intención de dejarle la más mínima duda de mi infinito agradecimiento.
                -Joder, te quiero. Eres listísima, Sabrae.
               Me eché a reír y no protesté cuando se separó de mí para dejar que me levantara. Aunque no le hubiera dicho nada de la titularidad del avión, sabía de sobra que era la típica cosa en la que los hijos de padres ricos nos parecemos a los hijos de padres más humildes: no era un juguete cualquiera, sino un capricho costoso que me tenía que ganar. Me tendió la mano para ayudarme a levantarme de la cama y fue detrás de mí, atravesando la casa como mi más fiel guardián.
               Bajé las escaleras prácticamente brincando, un universo de posibilidades abriéndose ante mí. Me sentía como si tuviera una mano ganadora en una partida de póker multimillonaria, una escalera que nadie podría discutirme. La suerte volvía a sonreírme ahora que mi sol me iluminaba y había podido encontrarme de nuevo.
               Mi familia estaba congregada en el salón, mis padres mirando las noticias mientras Duna jugueteaba con los brazos de papá, acariciándole los tatuajes y rellenándole los huecos libres con un rotulador rosa, y Shasha miraba algo en el iPad de mamá, que estaba acurrucada bajo el brazo de papá, con la mano de él entrelazada entre las suyas. A pesar de que mi hermana mediana estaba con los auriculares puestos, fue la primera en apreciar nuestra llegada y tomarnos el pelo.
               -¿Ya está? ¿Y la casa sigue en pie? Estás perdiendo facultades, Al.
               -No quería que se estropeara tu teclado de cumpleaños-Alec le guiñó el ojo y Shasha le sonrió.
               -Por cierto, está súper chulo. Gracias-sonrió ella.
               -Mamá, papá, tenemos que pediros una cosa-dije, ignorando las pullas de Shasha y Alec. Mamá se incorporó un poco para mirarme y arqueó una ceja, seguro que mil escenarios distintos y cada vez más desoladores pasándosele por la cabeza. ¿Qué podía querer yo que necesitara que Alec me acompañara para que me infundiera fuerzas?
               -¿Qué es, Saab?-preguntó, y yo tomé aire y me preparé para el chaparrón. Argumentar contra tu madre ya es complicado de por sí, así que cuando tu madre es una de las mejores abogadas de su país, la tarea es el triple, el cuádruple, el quíntuple de difícil.
               Y si esa abogada resulta estar especializada en Derecho Medioambiental, ya ni te cuento.
               Le apreté la mano a Alec para que me diera fuerzas y él me devolvió el apretón, y sentí que el vínculo que nos unía resplandecía a nuestro alrededor, como formando un escudo dorado que nos protegería del chaparrón.
               -¿Podemos coger el avión para que Alec vuelva a Etiopía?
               Mamá y papá se me quedaron mirando. Shasha abrió la boca, sorprendida. Y Duna, la más espabilada de todos, sólo necesitó mirar a papá un segundo para saber que tenía que irse de allí a toda pastilla. Salió de debajo de su brazo, recogió sus rotuladores, y pasó a nuestro lado, no sin antes cogerle una mano a Alec, mirarlo con aprensión, y luego marcharse sin decir nada.
               Shasha se bajó los auriculares hasta dejárselos de collar y empezó a mordisquearse las uñas, nerviosa, con los ojos fijos en papá y mamá, que ni siquiera se miraron. Sin embargo, que no hubieran establecido contacto de manera visible no tenía por qué significar que no estuvieran juntos en esto. Créeme, lo estaban.
               -No.
               Bueno, no era nada que no me esperara, me obligué a pensar para luchar contra la decepción. Yo no era de pedir cosas demasiado extravagantes; de hecho, me controlaba bastante más de lo que lo hacía, por ejemplo, Scott, que se había emperrado en que quería que le compráramos un deportivo para su decimoctavo cumpleaños.
               -¿Para que tengamos que separarte con una espátula del primer muro con el que te encuentres?-le había dicho papá, dándole una palmada-. Chaval, eres el único varón del único hijo varón de tu abuelo. Te podrás comprar un deportivo cuando hayas asegurado la supervivencia de nuestro apellido.
               -Y te hayas sacado una carrera-había añadido mamá.
               -Eso. Pero, sobre todo, lo del apellido. Carreras hay muchas, Maliks, muy pocos.
               -¡ESTOY DISCRIMINADO EN ESTA PUTA CASA!-había tronado Scott hacía, aproximadamente, un año. Sus vacaciones en Chipre habían sido críticas por la cantidad de lujo que había visto por ahí y del que se había encaprichado sin remedio, igual que yo con el mono de Nochevieja… que, por cierto, me había parecido carísimo incluso cuando mamá tenía carteras que duplicaban ese precio.
               Aun así, que no corrieran a cumplir mis deseos me clavó una pequeña espinita en el corazón. No pasa nada, pensé. Son razonables y apoyan mi relación. No quieren malcriarme. Si se lo explico tranquilamente, seguro que cambiarán de idea.
               -Antes de que decidáis, dejadme al menos que os explique por qué necesitamos el avión. Alec está bastante pillado de tiempo, y…
               -La respuesta va a seguir siendo no, Sabrae-dijo mamá.
               -¡Deja al menos que me explique, mamá! Sé que contamina muchísimo y que la huella de carbono para sólo dos personas es tremenda; soy muy consciente de ello, pero no os lo pediría si no fuera esencial. Alec tiene que volver lo antes posible a Etiopía para que no lo pillen, y el avión es la única manera de que pasemos un poco más de tiempo juntos. Apenas hemos podido estar una hora, y después de este mes tan intenso, lo justo es que se nos dé otra oportunidad para recuperar el tiempo perdido.
               Papá estaba mirando a Alec de una manera que no me gustaba nada. La última vez que lo había mirado así había sido la primera noche que había pasado en mi habitación, cuando Scott y Tommy estaban peleados, él había venido a ver a mi hermano, y papá había sugerido que durmiera en el sofá del salón, o, mejor aún, en el cuarto de los juegos, bien lejos de mí. Oh, no, no, no, no. No podía ponerse territorial ahora. ¡Le necesitaba! Yo era su niñita, ¡tenía que consentirme!
               -Os prometo que se lo compensaré al planeta. ¡Alec mismo ya lo está haciendo!-me giré y lo señalé-. Ha ayudado ya a un montón de animalitos, y el avión le ayudará a seguir haciéndolo. ¿Verdad, mi amor?
               -Así es.
               -Donaré lo que quieras a la causa que tú quieras. Plantaré todos los árboles que haga falta para compensar el derroche. Por favor, mamá. No es un capricho para ir a un festival en la otra punta del mundo con mis amigas; es una necesidad para poder estar con mi novio.
               -He dicho que no, Sabrae.
               Alec tiró suavemente de mí, como instándome a dejarlo, como diciéndome “tenemos menos tiempo del que creíamos hace unos segundos, así que más vale que no lo desaprovechemos”.
               Pero a mí se me llenaron los ojos de lágrimas. Sabía que suponía un sacrificio, y estaba dispuesta a hacerlo. ¿Por qué yo no podía estar medio día más con mi novio cuando el resto de niños ricos y famosos cogían sus aviones privados los fines de semana por puro aburrimiento? ¿De qué servía la fama, la influencia y el poder si no era para hacerles favores a tus niños?
               -Mamá-gimoteé-. Por favor. Es importante para mí. Sé que el planeta es importante, pero te lo estoy pidiendo de corazón. Por favor, mamá.
               -¿No entiendes el inglés, Sabrae? No. No podéis coger el avión.
               Papá sacudió la cabeza, los ojos fijos en un punto entre la televisión y el suelo bajo ésta. Se mordisqueó el labio de la misma manera en que Scott se mordisqueaba el piercing.
               Empecé a cabrearme, a cabrearme en serio. ¿Le dejaban el piso del centro a Scott un fin de semana para que hiciera lo que le diera la gana con Eleanor y yo no podía ni coger el avión prestado dieciséis horas para poder estar con Alec, que se iba al otro puto extremo del mundo?
               El cabreo y la tristeza no son una buena combinación, como todo el mundo sabe. Te hace cometer errores y tomar malas decisiones.
               -¡¿POR QUÉ?!-bramé, y Shasha decidió que ése era el momento para irse a su habitación. Miró a Alec con pena cuando pasó a nuestro lado antes de subir al trote las escaleras, seguramente para reunirse con Duna-. ¿¡PARA UNA COSA QUE OS PIDO, Y NO ME LA PODÉIS DAR!? ¡¡SCOTT ESTÁ POR AHÍ DE COMEDIA CON SUS AMIGOS DESPUÉS DE SACARSE EL CURSO POR LOS PELOS, YO ME MATO A ESTUDIAR, Y CUANDO OS PEDIMOS ALGO LE DAIS LOS CAPRICHOS A ÉL ANTES QUE A MÍ!! ¿¡ES PORQUE ES EL MAYOR!?
               -No le levantes la voz a tu madre, Sabrae-advirtió papá mientras mamá se levantaba.
               -¡¡PORQUE TU HERMANO NO NOS PIDE COSAS QUE NO PODEMOS DARLE!!-tronó. No podía gritar en los juicios por muchas ganas que tuviera, así que tenía mucha rabia acumulada que encontraba su salida cuando estallaba en casa.
               -¡¡EL AVIÓN ESTÁ LIBRE!!-chillé, tirando todo lo que pude del brazo de Alec, que no me soltaba ni para atrás.
               -¡¡TE HE DICHO QUE NO Y PUNTO, SABRAE!! ¡¡Y NO ME LEVANTES LA VOZ!! ¿¡QUÉ COÑO TE PIENSAS QUE ES ESTO, EH!? ¿¡UN CONCURSO DE TALENTOS!? ¡¿GANA LA QUE MÁS FUERTE GRITE?! ¡¡¡¡¡PORQUE NO TIENES NADA QUE HACER CONTRA MÍ, NIÑA!!!!!!
               -¡¡MENUDA MADRE DE MIERDA ESTÁS HECHA!! ¡¡TE IMPORTA MÁS EL PLANETA QUE TU PUTA HIJA!! ¿¡O ES PORQUE TE LO PIDE LA ADOPTADA!?
               Fue tan rápido que no lo vi llegar, a pesar de que supe que vendría en cuanto esas palabras salieron de mi boca. Un tortazo de esos legendarios que te dejan sin aliento y hacen que todo te dé vueltas.
               Y, entonces, Alec tiró de mí y me puso detrás de él. Me quedé allí quieta, boqueando en busca de aire, mareada y desorientada mientras mamá me chillaba al otro lado del cuerpo de mi novio.
               -¿¡CÓMO TIENES LA AUDACIA, MOCOSA!? ¡¡¡ERES UNA SINVERGÜENZA Y LA DESHONRA DE ESTA FAMILIA!!! ¡¡ME HE MATADO A INTENTAR EDUCARTE, PERO ERES PEOR QUE UN ANIMAL SALVAJE, SABRAE!!-tronó, lanzándose a por mí. Si no fuera porque Alec estaba entre las dos, me habría zurrado otra vez.
               -Por tu bien, quítate de en medio, Alec-le dijo papá a Alec, y Alec lo miró y, bendito sea, respondió:
               -Ya, eh… ¿Zayn? No va a pasar.
               -¡¡TE HE DADO TODO LO QUE NECESITABAS, ME HE DESVIVIDO POR EDUCARTE, ME HE MATADO A TRABAJAR PARA QUE NO TE FALTE DE NADA Y PARA CONSEGUIR QUE NO TE COMA LA CABEZA ESTA JODIDA SOCIEDAD QUE TE IBA A CONVENCER DE QUE ERES PEOR QUE MIERDA POR SER MUJER, MUSULMANA Y RACIALIZADA, ¿Y ASÍ ES COMO ME LO PAGAS?!! ¡¡¿FALTÁNDOME AL RESPETO A LA MÍNIMA OCASIÓN QUE SE TE PRESENTA?!! ME IMPORTA UNA MIERDA EL PUTO PLANETA Y ME IMPORTA UNA MIERDA SI TE HE PARIDO O NO, SABRAE. TÚ NO ERES “LA ADOPTADA”, ESO PARA EMPEZAR, Y ES DE UNA RUINDAD QUE NO ME ESPERABA EN TI QUE INSINÚES QUE NO TE DEJAMOS COGER EL AVIÓN POR ESO.
               -Ahí la verdad que te has pasado un poco-comentó Alec, y yo me puse roja como un tomate.
               -ERES MI HIJA MAYOR, Y PUNTO. AHORA, QUE SI TAN DESCONTENTA ESTÁS CON LA FAMILIA QUE TE HA TOCADO, MIRA, PUEDES COGER LA PUERTA E IR EN BUSCA DE LA QUE TE PARIÓ, A VER SI LA ENCUENTRAS.
               -No te pases, Sherezade-le dijo papá a mamá.
               -Llamarme mala madre a mí. ¡A MÍ! ¡¡A mí, que me jodí las hormonas para poder darte el pecho!! ¡¡A MÍ, QUE HICE MI TESIS DOCTORAL CONTIGO EN BRAZOS!! ¿¡TODO PORQUE NO TE DEJO COGER UN PUTO AVIÓN PARA QUE PUEDAS SEGUIR FOLLÁNDOTE A TU NOVIO!? ¡¡SÍ QUE DEBO DE SER MALA MADRE SI TAN MALOS VALORES TE HE INCULCADO, SABRAE!!
               -Sher-dijo Alec con voz tranquila-, eh… entiendo que tienes que educarla, pero creo que voy a necesitar que te relajes un poco. Mira, lo ha dicho en un momento de calentón y lo siente mucho. Pero si sigues acorralándonos, creo que no voy a tardar en explotar y saltar contra ti. Y no quiero hacer eso. Pero es que no lo voy a poder evitar.
               -Me gustaría verlo-respondió mamá.
               -Y a mí también-añadió papá, fulminado a Alec con la mirada.
               -El avión está fuera de la mesa. No pasa nada, lo entendemos. No importa. En otra ocasión…-carraspeó-. Después de todo, me he buscado esto yo solito, así que lo justo es que sea yo el que encuentre la solución. ¿Bombón? ¿Quieres que me quede a dormir? Hasta que se te pase el disgusto.
               Yo no podía parar de llorar. Me daba una vergüenza terrible haber dicho eso, haber usado a mis hermanos como armas, mi linaje, las circunstancias de mi concepción, y las causas que defendía mamá. Era ruin, mezquino hasta decir basta, y sólo quería encerrarme en mi habitación y no salir, lo menos, hasta que papá y mamá llevaran diez años muertos para que no tuvieran que verme y morirse de la vergüenza por que yo les hubiera salido así.
               -Lo… siento… mucho, mamá-hipé, y mamá hundió los hombros y empezó a jadear.
               -Más te vale. Ha sido muy injusto lo que le has dicho a tu madre-dijo papá.
               -Ya lo sé.
               -Tu madre es una madre increíble y tú y tus hermanos tenéis muchísima suerte de que sea la vuestra.
               -Ya lo sé.
               -Y sabes que si no te dejamos coger el avión no es por el planeta. Tu madre le prendería fuego a todos los bosques del planeta por hacerte feliz, Sabrae.
               -Pero el resto de hijos de famosos…-empecé, porque soy tonta y egoísta y terca como una mula y no puedo dejar un tema una vez lo cojo.
               -Los padres del resto de hijos de famosos pueden permitírselo. Sabes que nosotros, ahora mismo, no.
               Me puse aún más roja si cabe; me ardía toda la cara al caer en por qué lo decía papá. Alec, sin embargo, estaba completamente a ciegas.
               -Perdón, pero, desde mi ignorancia de clase obrera, ¿lo caro de un avión no es comprarlo? Y vosotros ya lo tenéis. ¿Qué problema hay?
               -No podemos permitirnos el viaje.
               -¿Por? ¿Qué puede costar, cien mil libras? Te deben de pagar eso por una entrevista de tres minutos, Zayn. A nosotros, en cambio, nos daría la vida entera. Son once horas que Saab y yo podemos estar juntos.
               -Son más de cien mil. Y no nos lo podemos permitir ahora mismo porque queremos comprar a Scott.
               Entonces, mamá se echó a llorar.
               -No puedo darle el avión a mi hija, no puedo salvar a mi hijo… sí que voy a ser una madre de mierda, después de todo-gimió, tapándose la cara con las manos y negando con la cabeza. Me asomé por detrás de Alec, tanteando el terreno, y lo rodeé para ir a abrazarla. Mamá no se movió en un principio, pero luego, finalmente, abrió los brazos, me rodeó con ellos y pegó la cara a mi cabeza, hundiéndola en mi pelo.
               -No eres una madre de mierda, mamá. Eres genial.
               -¿Cómo que comprar a Scott?-preguntó Alec-. Pero si es vuestro hijo. Es, literalmente, tú a su edad, Zayn. ¿Por qué vais a tener que comprarlo?
               -Para sacarlo de la productora en la que está y que no lo exploten. Nos piden 200 millones.
               Alec torció la boca.
               -¿Doscientos millones? Ponte firme, Zayn. Es tu primogénito. Y es un chapas de cuidado. Pueden pagarte más.
               -Tengo que pagarlos yo, Alec.
               -¡JODER! ¿¡Y tenéis tanta pasta!? Espera un momento, ¿por qué doscientos millones? ¿Os cobran a libra por espermatozoide, o qué hostias pasa? Córtale los huevos y listo; total, ya tiene la voz fija y no le cambiará.
               -Pedían mil millones por él, pero Sher consiguió que bajaran la oferta.
               -¿Ochocientos millones? Vaya puta leyenda, Sher. Y tú, bombón, metiéndote a intentar convencerla para que nos deje el avión. Manda huevos, nena. No tenías ninguna posibilidad. Hay que saber elegir mejor las batallas.
               -Lamento mucho no poder ayudaros, Alec, pero no podemos tener gastos demasiado…
               -Eh, no pasa nada, Sher, en serio-Alec se encogió de hombros-. Es igual. Lo entiendo. Doscientos millones es muchísima pasta, ¡sobre todo si hablamos de Scott! Claro que eso igual lo piden ahora. Si se pone chulo o algo por el estilo, puede que bajen su precio.
               -¿Tú lo harías?-preguntó papá, y Alec puso los brazos en jarras.
               -Yo no habría bajado de los mil millones, pero es problema de ellos si no saben apreciarlo por lo que realmente vale.
               Mamá hizo un puchero.
               -¿Entiendes ahora por qué necesito el avión para estar once horas más con él, mamá?-dije.
               -Pues no va a haber avión, Sabrae.
               -Qué terca es-bufó papá.
               -No es terca, es obstinada-me defendió Alec.
               Y no.
               Definitivamente, no me lo merecía.
 
 
Shasha había conseguido retrasar el avión casi una hora para que yo tuviera un poco más de margen para quedarme con su hermana, que necesitaba que la tranquilizaran después del encontronazo con sus padres. Yo había flipado bastante con la manera tan rápida en que habían escalado las cosas con Sher, ya que no me la imaginaba así para nada; sabía que tenía muchísimo carácter y que Sabrae tenía la forma de cabrearla hasta lo más profundo, pero nunca pensé que sus peleas pudieran ser así de explosivas.
               Ahora Sabrae estaba sentada en la cama, a mi lado, con las manos apoyadas en el colchón y la mirada perdida. Había intentado besarla un par de veces, y me había respondido con moderado entusiasmo, teniendo en cuenta su estado de ánimo, pero cuando se había dado cuenta de que nuestros besos sabían salados por sus lágrimas, en seguida se había retirado.
               -Siento mucho que hayas tenido que ver esto-dijo-. Supongo que no es lo que tenías en mente cuando te subiste al avión esta mañana.
               -No-torcí la boca-. La verdad es que contaba con cazarte haciendo un trío con Chrissy, Pauline y Bey. Ha sido bastante decepcionante, a decir verdad.
               Se rió a pesar de que tenía los ojos llenos de lágrimas.
               -Si estuviera con Chrissy, Pauline y Bey, no sería un trío, sino una orgía. Seríamos cuatro.
               -Contaba con que te dieras cuenta-ronroneé, acariciándole la espalda, y ella se echó a reír-. ¿Estás un poco mejor?
               -Sí, sol-respondió, subiendo los pies a la cama y acurrucándose contra mí.
               -¿Quieres que me quede?
               -Siempre, sol-me dio un beso en el costado-. Pero te tienes que ir, o te pillarán.
               Suspiré y asentí con la cabeza. Volví a mirar el reloj. Si Shasha me había conseguido una hora, teniendo en cuenta mi anterior retraso, más me valía ponerme en marcha. Saab también miró el reloj, y se puso a echar cuentas del tiempo que habíamos desperdiciado hablando sobre si lo hacíamos o no, y luego tratando de convencer a sus padres de que nos dejaran coger el avión.
               Nos habría dado tiempo a echar un polvo mínimamente en condiciones. No muy largo, eso sí, pero… lo suficiente como para saciarnos.
               Era raro estar allí, sentado, en su cama, esperando que llegara el momento de meterme en el coche y marchame a Heathrow.
               -Deberíamos haber follado cuando se nos presentó la ocasión-murmuró-. Así al menos no te marcharías con mal sabor de boca.
               -¿Vas a eructarme cuando nos morreemos por última vez?
               -No. ¿Por?
               -Entonces no me voy con mal sabor de boca.
               -¿Me estás diciendo que no habrías preferido follar ya desde el principio?
               -A-já. Pero no sabíamos que iba a pasar todo esto y, la verdad, tampoco me arrepiento de haber venido y verte-le aparté una trenza del hombro y le acaricié el cuello. Se había recogido de nuevo el pelo tras la pelea con su madre, y ni confirmo ni desmiento que se me había hecho un poco más difícil resistirme a sus encantos por el mero hecho de que ahora tenía más piel al aire.
               Sabrae giró la cabeza, me miró, y luego cerró los ojos, disfrutando del contacto.
               -Voy a echarte mucho de menos.
               -Yo ya te estoy echando de menos.
               -Pues no tienes por qué. Todavía estás aquí.
               -Ya, pero no estamos haciendo lo que a mí me apetecería estar haciendo.
               -Porque tú no quieres-sonrió, inclinándose hacia mí y besándome despacio. Un beso, dos, tres. Me reí en su boca.
               -¿Eras así de terca cuando me marché la primera vez?
               -No. La culpa de que me haya convertido en Miss Tozuda 2035 es tuya.
               -Me pregunto qué puedo hacer para que me perdones…
               Sabrae sonrió en mi boca y se acercó un poco más a mí. Sus labios aún sabían a mar, pero no había ningún deje que me preocupara ahora en ellos. Notaba que su energía había cambiado, y que había conseguido distraerla para que pensara en lo que estábamos haciendo y no en lo que acababa de pasar. La verdad es que me preocupaba un poco cómo se reconciliarían Sher y ella después de esta pelea, pero confiaba en que hubieran tenido otras igual de gordas antes, y que su relación había sobrevivido a todas.
               -Para empezar… podrías manosearme un poco. No me voy a romper, ¿sabes?
               Me reí.
               -¿Eso es lo que quieres? ¿Que nos enrollemos?
               -Por supuesto. Ya que no podemos acostarnos, al menos, un poco de magreo. Ya sabes… actividades interpersonales acordes con mi edad, en lugar de con la tuya.
               -No me pareció que estuvieras excesivamente incómoda con las actividades interpersonales acordes con mi edad en lugar de con la tuya-bromeé, y ella me guiñó el ojo.
               -Las chicas maduramos antes.
               -Y de qué manera-bufé, y ella se echó a reír. Me pasó una mano por el pelo mientras su lengua investigaba en mi boca.
               -¿Cuánto tiempo tenemos?
               -Mm, no sé, ¿cinco minutos?
               -Suficiente para que cierto fuckboy haga disfrutar a una chica.
               -Siempre que la chica prometa no empezar a desnudarse.
               -La chica lo promete.
               -Júramelo.
               -Te lo juro.
               -Por tu madre.
               -Te juro por mi madre que no me voy a desnudar, Alec, no seas pesado.
               -Bueno, pues al lío.
               Y sí, efectivamente, al lío. Cada segundo era valiosísimo, y había que…
               ¡¿Esta zorra acababa de desabrocharse el vestido?! Los malos hábitos son difíciles de abandonar, y desnudarse es de chicas malas.
               -¡¡Sabrae!! ¿Qué te he dicho?
               -Te lo he jurado por mi madre biológica y esa me da bastante igual.
               Me separé de ella.
               -Ya van tres veces hoy que sale el tema de tu adopción. ¿Quieres que hablemos de ello?
               Se mordió el labio y se lo pensó un momento, repasando sus errores y sus aciertos, sus miedos y sus sueños. Por fin, sacudió la cabeza.
               -Cuando vuelvas y tengamos más tiempo, tal vez.
               -Mi oferta de pasar la noche aquí sigue en pie.
               -Ay, Alec, de verdad, si tantas ganas tienes de dormir en casa, ¡duerme, y punto!-chasqueó los dedos frente a mí y se echó a reír.
               -¡Puede que lo haga!
               -¡No hay huevos!
               -¿¡Que no qué!?
               Sher abrió la puerta a los pocos minutos, cazándonos a Sabrae y a mí en pleno ataque de cosquillas en que le estaba enseñando lo que valía un peine. Carraspeó y sonrió.
               -Chicos, Jordan está aquí. Dice que ha quedado en que te lleva al aeropuerto.
               -Ah, sí, Sher. Es que se salta alegremente el límite de velocidad. No siente ningún respeto por su vida.
               Mi suegra suspiró, asintió con la cabeza y me deseó un buen viaje antes de dejar que me despidiera de la habitación de Sabrae. Cuando salí, sus hermanas me esperaban en el pasillo. Shasha me abrazó, me dio las gracias de nuevo por el teclado imitando a una máquina de escribir, y cuando se separó de mí, tenía los ojos húmedos.
               -Shash, ¿¡estás llorando!?
               -Y por un chico blanco, nada menos-se lamentó-. Mis amigas se van a reír de mí hasta el día en que me muera.
               Duna se hizo la digna conmigo, negándose a darme un beso hasta que yo no me puse de rodillas frente a ella y se lo pedí por favor. Entonces, me permitió darle un único beso que no me devolvió, “para que supiera lo que dolían las faltas de atención”. Me eché a reír, le di otro beso más, y cuando me levanté, empezó a chillar que me perdonaba y que le dejara, por favor, devolverle mis besos.
               Si Shasha estaba a punto de llorar con mi despedida, yo casi lloro despidiéndome de Zayn. Después de desearme buen viaje mientras me abrazaba, me miró a los ojos y me dijo:
               -Me ha gustado mucho cómo has protegido a Saab hoy. No podría estar más orgulloso del hombre al que ha escogido.
               -¿Significa eso que ya no tengo que pedirte permiso para casarme con ella?-pregunté, aunque tenía el corazón dolorido de la emoción. Zayn se rió.
               -Depende del anillo que le compres. Ya iremos viendo.
               -¡Ah, ya entiendo! Quieres que la saque de pobre, ¿verdad?
               -¡Hola! ¡Estoy aquí! ¿Siglo XXI? Soy un ser humano con derechos y no una yegua a intercambiar para la crianza.
               Jordan esperaba en la calle, apoyado en la puerta del conductor.
               -Ya era hora. Creí que tendría que llevarte yo personalmente hasta Etiopía-se quejó.
               -A ti lo que te pasa es que tienes celos de que haya estado todo el rato con mi novia y haya pasado de ti como de la mierda.
               -Pues mira, sí.
               -¿Sirve de consuelo decirte que en ningún momento me he aireado la polla?
               -¡Joder, que si sirve! Venga, arriba. Tengo muchos semáforos que saltarme para poder hacerte llegar al avión.
               Abrí la puerta trasera; ni me molesté en decirle a Jordan que pensaba ir morreándome con Sabrae hasta el final del trayecto.
               Y Bey me fulminó entonces con la mirada.
               -¿¡Vuelves a tu país y no piensas avisar a tu mejor amiga de que estás en casa!?
               -Menuda audacia la tuya asumiendo que Inglaterra es mi país, Beyoncé-la pinché, pero me lancé a comérmela a besos. Tam se rió en el asiento delantero, en el que contaba con que no me sentaría-. ¡Tam, has venido!
               -Tenía que asegurarme de que abandonabas Gran Bretaña.
               -Karlie está con la regla, ¿a que sí?
               -Síp.
               Le puse una mano en el hombro.
               -El día que le pierdas el miedo a macharte la mandíbula de salsa rosa, te volverás más poderosa que Thanos, amiga.
               Me miró por el espejo retrovisor y puso los ojos en blanco. Le dio un golpecito a Jordan en el brazo.
               -No pares en los radares. Te pago yo las multas, pero asegúrate de que se sube a tiempo al avión.
               -Sí, señora.
               No sé si me gustó que mis amigas vinieran a verme antes de que me fuera: me gustó estar con ellas, pero me quitó tiempo con Sabrae, con la que no podía perder ni un puto segundo. Para cuando llegamos a la terminal, Tam se quedó en el coche, mandándose mensajitos cargados de emoticonos con Karlie, mientras los demás nos adentrábamos en el edificio a la carrera… no sin antes darle yo un papelito a Tam que cogí del bolso de Bey.
               -¿Qué coño es esto…? “Vale por comidas de coño toda tu vida de manera gratuita”. Ew. Yo a ti no te tocaría ni con un palo, Alec-escupió, rompiendo en pedacitos el vale.
               -Me adoras-ronroneé, metiendo la cabeza por la ventanilla y plantándole un beso en la mejilla.
               -¿Por qué me has dado esto?
               -Sabrae me ha dicho que fuiste tú la que se dio cuenta de que me había inventado lo del beso con Perséfone.
               -Ah. Bueno. Es que soy la única que sabe que Sabrae es retrasadita si está contigo. No fue tan difícil.
               -Dime que me quieres y me podré ir tranquilo.
               -Te quiero-y luego me cogió la mano y me miró a los ojos-. Vuelve pronto, Al.
               -A ver cómo te rompes la pierna en tu primer ensayo general.
               -Para empezar, eres un hijo de puta. Para seguir, eres un inculto. A los ensayos generales no va público.
               -Yo soy como Bad Bunny, chavala: hago lo que me da la gana.
               Bey se me echó a llorar mientras recogía los billetes para irme, justo cuando en megafonía anunciaban el cierre de las puertas de mi vuelo.
               -Vete. Vete, vete, vete. No hagas esto más duro de lo que ya es-gimoteó.
               -Bey, ¿te das cuenta de la escena que estás montando cuando me vas a ver en unos meses?
               -Despídete o perderá el avión, Bey-la instó Jordan. Y ella me cubrió de besos, me dijo que me quería, que estaba ahí para lo que necesitara, que le escribiera, y todas esas cosas que las mejores amigas dramáticas dicen en los aeropuertos. Joder, qué suerte tengo de que mis despedidas sean tan largas; significa que me quieren con locura.
               Jordan me abrazó, me dijo que me mantendría al corriente de su futuro profesional, me deseó buen vuelo y me pidió que volviera pronto. Le dije que así lo haría, y que estaría ahí de vuelta antes de lo que se creían.
               -Vas a venir para el cumple de Tommy, ¿a que sí?
               Me puse rojo.
               -¿Y tú cómo lo sabes?
               -Pues porque soy tu mejor amigo, puto anormal.
               Lo más jodido, como siempre, para el final. Sabrae esperaba a que terminara de decirles adiós a mis amigos un poco apartada para darnos intimidad, y cuando acabé, dio un par de pasos y se situó frente a mí. Agitó la falda de un lado a otro y sonrió con timidez.
               -Aquí estamos otra vez.
               -Siento un montón no haber podido darte lo que querías, mi amor. Te prometo que te lo compensaré cuando vuelva, y te alegrarás de que hayamos esperado.
               -¿En Navidad?-preguntó, mordiéndose el labio.
               Mira, niña… voy a venir para el cumple de Tommy, y para el de mi hermana, así que deja de darme la puta tabarra con Navidad, porque en un mes nos vemos otra vez… y tú eres musulmana. Se supone que no celebras la Navidad.
               -¿Al?
               -¿Mm?
               -Ven el 23.
               -¿Por qué el 23?
               -Porque quiero tenerte para mí sola 24 horas antes de tener que compartirte en la cena de Nochebuena-ronroneó-. Así que ven el 23-se apartó una trenza del hombro y sonrió-. ¿Vale?
               -Vale.
               Me parecía buen plan. El 23 era un buen número. Scott había nacido un 23; de no ser por él, no tendría a Sabrae. Cuantísimo le debía al número 23.
               -¿Saab?
               -¿Mm?
               -Quiero que sepas que no es por ti. O sea, sí es por ti, pero justo por lo contrario por lo que podrías pensar. Sí, habría echado un polvo rápido con cualquier otra en la misma situación. Con Perséfone, la primera-sus ojos chispearon de una forma curiosa cuando escuchó el nombre de la griega, pero me invitó a continuar permaneciendo callada-. Pero, contigo… no puedo. Sabía que si empezábamos llegaríamos hasta el final, y… no podía permitirme eso ahora. Primero, porque no podría coger el avión. Y segundo, porque no sería capaz de volver a macharme.
               Sabrae asintió.
               -Ya lo sé, Al.
               Di un paso hacia ella y la tomé de la cintura.
               -Eres tú, ¿vale? Siempre has sido y siempre vas a ser tú. La chica por la que me aparto de las demás, en la que pienso cuando me voy a dormir y en la que pienso al despertarme. La chica en la que me encontré a mí mismo. Me busqué en mil chicas distintas sin saber que me encontraría en ti. Así que no te subestimes. Te lo digo por experiencia, Saab. Es imposible vivir así. Y yo quiero que vivas este año para disfrutar los que vendrán a mi lado.
               Sabrae sonrió, feliz. Le acaricié la mejilla y se relamió el labio.
               -Hemos llegado lejos-comentó.
               -Y lo que aún nos queda-contesté, dándole un beso que no sería el último, pero casi-. Te veo esta noche.
               -Y yo al amanecer-contestó, y sonreí.
               -¿Qué te parecieron los videomensajes?
               -Geniales. Propios de ti.
               -Espero con ansia una reseña bien detallada de los próximos en la carta de la semana que viene. O convertiré tu vida en un infierno.
               -¿No lo es ya? Porque lo que siento por ti es bastante ardiente.
               Me eché a reír y la besé otra vez. Y otra. Y otra más. Último aviso… vale, ya voy, joder.
               -Te quiero. Me apeteces.
               -Te quiero, Al. Me apeteces. Medio mundo no es nada.
               -Medio mundo no es nada, bombón.
               Un último beso, largo profundo, en el que nos dijimos todo lo que no podríamos ni con todas las palabras de todos los idiomas a nuestra disposición. Hay cosas que, simplemente, no pueden contarse.
               Me separé de ella y pensé: acaba con ella. Así que le sonreí, le guiñé le ojo y me despedí:
               -Nos vemos, wifey.
               Y ella se rió, jugueteó con nuestras manos unidas, y respondió:
               -Chao, chao, hubby.
               Hubby. No dejé de pensar en esa palabra en todo el trayecto de vuelta, en el que estuve sorprendentemente tranquilo a pesar de todas las emociones vividas. Me parecía que había sido hacía una vida entera cuando Jordan me había llamado, y sin embargo no habían pasado ni 24 horas cuando me subí al avión de nuevo. ¿Cómo de cerca había estado de perder ese futuro con ella?
               ¿Cómo de cerca podríamos estar en otro momento? ¿Se aferraría ella a mis wifeys como yo me aferraba a sus hubbies?
               Me obligué a mí mismo a dormir en el avión y, cómo no, soñé que le echaba a Sabrae un polvazo de esos de no te menees. Joder, cuando llegara a Etiopía, Killian me mataría, porque lo primero que haría sería meterme en el baño del aeropuerto y pelármela como un mono.
               Para cuando el segundo vuelo aterrizó en la pista, no podía creerme lo que había logrado. Me había ido a Inglaterra, había salvado mi relación y había regresado como si no hubiera pasado nada. Valeria no se enteraría. Valeria no se enteraría. ¡Valeria no se enteraría!
               ¡Joder, soy un puto ninja!
               Para cuando atravesé la zona de salidas, con un nuevo sello de la aduana en mi pasaporte y mi visado, Perséfone, Killian y Sandra me estaban esperando. El suspiro de alivio que exhalaron se podría haber escuchado incluso desde mi casa.
               -Gracias a Dios-jadeó Sandra mientras Killian se abalanzaba sobre mí.
               -Espero que el polvo haya merecido la pena, porque casi nos la cargamos por tu culpa.
               -No han hecho nada-dijo Perséfone.
               -¿Cómo lo sabes?
               -Porque sé la cara que se le pone cuando ha hecho algo, y no la trae.
               -¿Y cómo sabes que no se me ha quitado en el vuelo, Pers?-pregunté, y ella alzó una ceja.
               -Porque la traías cuando llegaste.
               -¡Menos cháchara y al coche, joder! Deberíamos estar en el campamento hace dos horas.
               Eso encendió todas mis alarmas.
               -¿Qué? ¿Por qué?
               -Ha habido un atentado al oeste.
               -Pero eso es lejos de donde nosotros teníamos que estar.
               -Las normas son claras: cuando hay atentados, todos nos replegamos de vuelta al campamento, sin excepción. Venga, venga, venga.
               -Aún vamos con tiempo-dijo Sandra.
               -Sí, y sin animales rescatados.
               -Podríamos haberlos curado a todos en el camino y no haber recogido a ninguno-contestó Sandra. Perséfone me miró.
               -¿Qué tal con Sabrae?
               -Bien.
               -Luego me gustaría que hablásemos.
               -Sí, Pers. A mí también. Pero luego, ¿vale? Estoy un poco cansado.
               Sandra se dedicó a narrarme todo lo que habían hecho para que no hubiera fisuras en mi coartada, y a pesar de mi euforia, fui capaz de escucharla y de repetirle lo que habían hecho. La versión oficial era que habían encontrado a varios herbívoros moribundos por los que no habían podido hacer nada, y confiaban en que hubieran servido de alimento a un carnívoro. Había varias crías de cebra nuevas trotando por la sabana, y una cría de guepardo a la que le habían puesto un chip localizador para tener mejor controlados sus movimientos y los de su madre.
               La realidad era que se habían vuelto locos en el límite de la ciudad, adentrándose apenas en los pastos antes de volver a casa. Habían ayudado a un par de perros callejeros antes de acampar a un par de kilómetros del aeropuerto y venir a recogerme. Eso explicaría la falta de suministros, aunque no faltaban tantos como para justificar las tareas que alegaríamos.
               Pero la cosa había salido bien. Había ido, había vuelto, y Valeria no sabría nunca nada. Mis viajes estarían a salvo, al igual que lo mío con Saab.
               Mbatha nos recibió preocupadísima en el campamento, marcando al lado de nuestros nombres en su libreta que ya habíamos regresado. Todavía faltaban unos cuantos vehículos; el ataque había sido mientras despuntaba el alba, a unos cientos de kilómetros al oeste, y faltaba casi media jornada para que los más alejados llegaran. Mantenían contacto constante por radio para asegurarse de que todo iba bien y evitaban los puntos calientes.
               Mientras Killian guardaba el coche y Sandra los suministros, Perséfone y yo nos dirigimos a la oficina de Valeria. También eran las normas: cuando una expedición se interrumpía a la mitad, se informaba a Valeria de lo que se había hecho y de lo que hubiéramos visto fuera de lo común para poder descubrir posibles escondrijos de las guerrillas. En este caso, dejé que hablara Perséfone, ya que no me parecía correcto mentir sobre algo que podía hacer que unos asesinos se fueran de rositas. Valeria tomó nota minuciosa, escuchó a mi amiga, nos hizo preguntas a ambos, nos miró alternativamente y siguió tomando notas.
               -Vale, pues ya estaría. Gracias, chicos.
               Contuve un suspiro de alivio. No puedo creerme que me haya librado.
                -¿Podemos irnos?-pregunté. No sabía cuánto tiempo podría aguantar el temblor de las rodillas.
               -Una última cosa-dijo Valeria, terminando de escribir en su cuaderno. Levantó la vista y clavó los ojos en mí.
               Y me recorrió un escalofrío.
               -Enseñadme vuestros visados.




             
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2 comentarios:

  1. Bueno mira lloro de los bonita que es esta gente y la pena que me ha dado que se despidan otra vez.
    Me ha encantado el momento de Alec recordando todas las cosas que ha hecho y le han marcado a lo largo de los años y recordándose porqué tiene que volver.
    Me he muerto de penita con la discusión con Sher y aunque Sabrae ha mitado la pata pero bien casi he chillado con como Alec ha saltado a defenderla como un leon.
    La despedida en el aeropuerto me ha dolido y solo quiero que el cumpleaños de Tommy sea ya por dios.
    Por otro lado el final me ha hecho gracia porque sabía que ni de coña iba a ser tan facil todo y destacar lo de Persefone y que espero que quiera hablar con el por algo bueno y no para tocar los huevos porq con el comentario del ultimo cap cuando Alec se despide de ella ya me dio bastante pereza.

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  2. Ha sido un capítulo intenso y por supuesto me ha encantado, comento por partes:
    - Alec recordando todos los momentos que le han hecho ser como es hoy ha sido una MARAVILLA (especialmente todos los momentos de Sabrae)
    - Todos los momentos rompiendo la pared buenísimos como siempre JAJAJAJAJJA
    - Alec adorando que se estén mandando cartas que risa.
    - La discusión ha sido muy intensa, lo he pasado fatal (excepto cuando Alec ha salido a defender a Sabrae que ha sido una fantasía)
    - Madre mía la que se viene cuando hablen en serio de la adopción…
    - Shasha llorando por Alec :’( los mejores cuñis
    - Jordan sabiendo que Alec va a volver para el cumple de Tommy era de esperar.
    - Que haya visto a las gemelas me ha encantado jejejeje
    - La despedida la he llevado regu por supuesto.
    - Perséfone no para de tocar las narices y le estoy cogiendo una tirria…
    - Y el final, era evidente que Alec iba a conseguir que Valeria no se enterase de que se había ido JAJAJAJAJAJA
    Con ganitas de leer el siguiente <3

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