jueves, 23 de marzo de 2023

Sabrae de agosto.


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Los poderes de Sabrae debían de ser contagiosos, ya que ahora mismo estaba flotando en el aire.
               Pero no de la forma en que flotas cuando vienes de echar un polvo bestial, o cuando tienes tiempo de sobra para acurrucarte junto a tu chica; tampoco de esa forma en la que flotas cuando te das cuenta de que estás enamorado. No. No estaba flotando como el Alec que yo era estando con Sabrae, sino como el Alec que había sido durante tantas ocasiones que parecía mentira que hubiera sido capaz de huir de allí, huir de él; alejarme de su esencia y conseguir convertirme en alguien mejor, alguien que sí se merecía a Sabrae.
               El Alec que se había visto un millón de veces pillado con las manos en la masa, abandonando la escena del crimen con manos ensangrentadas y cuyas huellas te conducían derecho al espacio en la pared en el que antes estaba el cuadro estrella del museo.
               Ese Alec. Un tío al que ya no quería volver, que se suponía que no tenía que volver a ser… y que me iba a costar todo lo que había arriesgado, los esfuerzos más dignos de mi vida, las lágrimas más amargas y el dolor de quienes más me importaban. Él siempre se había movido sobre abismos y había asumido la posibilidad de que las cosas no le fueran bien, jugándoselo todo a manos que no eran perfectas, pero ahora… ahora no podía perder lo que tenía. Había apostado de una forma demasiado arriesgada y había perdido.
               Tenía el estómago en el subsuelo, y sin embargo, a pesar de que sentía que el mundo acababa de abrirse en canal justo en el hueco entre mis pies, mi sensación de ingravidez no se correspondía con la información que me proporcionaban el resto de mis sentidos. Escuché a Valeria inhalar sonoramente, como tratando de tranquilizarse; sus ojos estaban fijos en los míos, y la bilis que me ascendió hasta la lengua y que pude paladear no era de un ser con superpoderes.
               Vi por el rabillo del ojo que Perséfone era incapaz de no reaccionar, y giró la cabeza, hecha un manojo de nervios, para mirarme como si en cualquier momento fuera a saltar sobre Valeria, o como si esperara que fuera a vaciarme un montón de armas de los bolsillos, como en las películas de delincuentes.
               Ya te has visto en otras así, me dije para tratar de calmar los latidos desbocados de mi corazón. Me había enfrentado a mastodontes que me sacaban una cabeza en el ring y nunca había perdido. Me había plantado delante de Sabrae y le había dicho que no iba a permitir que me dejara. Valeria sería pan comido comparado con lo que había pasado antes. No podía hacerme ni la milésima parte del daño que la chica a la que había ido a visitar.
               Perséfone y Valeria tenían los ojos en mí; la pelota estaba en mi tejado, y era a mí a quien le correspondía mover ficha esta vez. Sabía lo que iba a pasar a continuación, y aunque que me echaran del voluntariado sirviera para quitarme de en medio bastantes problemas, también supondría una espinita en mi corazón que sabía que no podría quitarme nunca. Mi momento era ahora, mi lugar era éste, y mi gente era aquella: intentar repetir lo que estaba empezando a hacer aquí con otra asociación, en otro rincón del mundo y más adelante en mi vida simplemente no me serviría. No me llenaría como podía haberlo hecho Etiopía, y no me permitiría sanar esas heridas que sólo yo podía curarme.
               No quería irme. No podía permitirme irme. Me había despedido de Sabrae hasta dentro de unos meses, ¿con qué cara iba a regresar yo a las pocas horas y decirle que me habían largado y que ya no podía volver? Si ya estábamos bastante desequilibrados en nuestra relación, esto no haría sino hundirme aún más, cuando necesitaba precisamente lo contrario.
               Aun así… los retazos de aquel Alec que había sido en las demás ocasiones (cuando me había escapado de casa aun estando castigado, cuando había entregado exámenes de recuperación en blanco) todavía me cubrían la piel si sabía dónde buscarlos. Si había algo bueno de él era la tranquilidad con la que siempre se había enfrentado a su destino, como el hombre que no sabe nadar y aun así se sube a un velero cuando anuncian tempestad.
               Así que me llevé la mano al bolsillo trasero de los pantalones y eché mano de mi pasaporte y mi visado. Perséfone se mordió el labio, mirando con temor los documentos cuando yo los sostuve delante de mí. Me quedé mirando el libreto de cuero del pasaporte, el león y el unicornio enfrentados como lo estaban las dos partes de mí: la que estaba desesperada porque Valeria fuera clemente conmigo, y la que esperaba ansiosa que me pusiera de patitas en la calle para poder volver con Sabrae con el rabo entre las piernas para que ella me consolara como sólo ella sabía: con su amor; si tenía suerte, también con su cuerpo.
               Le di un par de golpecitos contra la palma de la mano que tenía libre y se me escapó una risa entre dientes, imaginándome el cuadro, la forma en que mis hombros estaban hundidos, mi cabeza agachada, mis piernas separadas, preparadas para la pelea.
               Porque no me quería ir.
               Y Valeria me iba a echar.
               Le tendí el pasaporte con el visado doblado dentro mientras Perséfone contenía la respiración, y Valeria lo cogió sin romper el contacto visual conmigo. Lo abrió por la página en que lo habían sellado como si fuera una funcionaria de aduanas que hubiera hecho eso un millón de veces y, por fin, sus ojos gélidos azul hielo bajaron de mi cara en persona a mi cara en foto. Apretó la boca en una fina línea y pasó la página del pasaporte.
               -Emm…-dijo Perséfone, volviendo en sí y echando mano con nerviosismo de su propia documentación, que guardaba también en el bolsillo trasero de sus pantalones. Cuando se la tendió a Valeria, vi cómo le temblaban las manos, y un profundo sentimiento de pena por lo preocupada que estaba (por mí, por ella, o por nosotros, no sabría decir) me invadió de pies a cabeza. La rabia que había sentido sabiendo que parte de la culpa de que Sabrae quisiera dejarme era suya cuando ella era capaz de mirarme como lo había hecho en el aeropuerto se evaporó, y ocupó su lugar el instinto de protección que siempre me embargaba cuando veía a alguna de las chicas de mi vida en apuros. Quise acercarme, decirle que no pasaba nada, prometerle que todo saldría bien.
               No hice nada de eso, evidentemente. Jamás había sido de los que insultaban a las chicas, y asegurarle a Perséfone que saldríamos de ésta habría sido insultar su inteligencia. Me quedé callado, el silencio sepulcral de la habitación sólo interrumpido por el jadeo controlado de Perséfone, cuya respiración errática parecía la de un animal herido.
               Valeria no le hizo el menor caso: era una depredadora a la que le encantaban los retos, que estaba en esto por placer y no por necesidad, que buscaba las presas más difíciles porque prefería divertirse a llenar el buche.
               Y eso me cabreó. Me cabreó muchísimo. Me había metido en el boxeo porque odiaba a los abusones, había defendido a mis amigos con uñas y dientes porque odiaba a los abusones, me había dedicado a insultar a todo aquel que se hubiera metido con Scott, Tommy, Diana, Eleanor, Layla o Chad por internet porque odiaba a los abusones; me había cambiado de apellido porque odiaba a los abusones; había venido a Etiopía a echar una mano porque odiaba a los abusones. ¿Y ahora Valeria se revelaba como una más en la lista de gente a la que yo detestaba? ¿Cómo se suponía que iba a respetarla después de esto?
               Puede que Perséfone se la hubiera colado con lo que habían estado haciendo ella, Killian y Sandra mientras yo cambiaba de hemisferio, pero eso no le daba derecho a comportarse como si Pers ni siquiera estuviera allí. Conocía bien esos silencios; era producto de ellos.
               Supe en ese momento que me despertaría a la mañana siguiente en mi cama de Inglaterra, y lo único en que pude pensar mientras Valeria terminaba de examinar mi visado, como si fuera necesario recurrir a pruebas periciales para darse cuenta de que había un sello de más del que debería si yo efectivamente no había salido del país, fue: ¿Para esto no me he follado a Sabrae?
               De haber sabido que acabaríamos así, me habría tomado mi tiempo haciéndole entender que era muy lista haciendo planes de separación cuando ella y yo estábamos lejos, porque la atracción que había entre nosotros nublaba todo raciocinio.
               Esos ojos de cazadora se levantaron de nuevo para tratar de clavarme en el sitio como lo había hecho antes, cuando me había pillado con la guardia baja y no me había dado cuenta de que ya había agotado mi suerte consiguiendo que Saab se enamorara de mí.
               -Hay dos sellos de entrada en tu pasaporte-constató con una voz que me habría hecho retroceder. ¿El problema? Que yo ya no era el Alec del voluntariado. Era el puto Alec Whitelaw, ése cuyo apellido habían coreado estadios enteros, la mayor promesa del boxeo inglés de los últimos veinte años.
               Y el puto Alec Whitelaw no se achantaba sin importar lo grande que fuera su oponente.
               -Sí-respondí, levantando ligeramente la mandíbula, preparándome para el golpe. ¿Crees que me vas a hacer besar la lona? Ni de coña.
               Me he merendado a tíos el triple de grandes que tú, y el doble que yo.
                Ya que mis horas estaban contadas, al menos que merecieran la pena.
               -¿De dónde coño vienes, Alec?
               Me pasé la lengua por los dientes y, de repente, me vi en el ring, en ese último combate, pero ahora, entre mi madre y mi hermana, también estaba Sabrae. Me miraba con la misma preocupación que ellas, pero también con un orgullo y una fiera determinación que no había en las personas con las que compartía sangre. Ella me entendía como no lo hacía nadie más a los pies de aquel cuadrilátero; ni siquiera Sergei sabía hasta qué punto podían llegar a definirme esos segundos en los que yo sellaría mi legado. Sabrae, sí. Sabrae quería que me retirara campeón, y sólo por saber que tenía su apoyo, boxearía mejor, esquivaría más rápido, golpearía más fuerte.
               Le habría gustado este Alec si se hubiera dado la oportunidad de verlo en su elemento, cuando la chulería no sólo estaba justificada, sino que era necesaria.
               Y también le habría gustado verme entonces, cuando decidí hacer lo que había hecho durante toda la vida: soltar los mandos y dejar que me llevara la corriente. Si a seguir volando o a estrellarme, eso lo decidiría ella.
               Pensando haz lo tuyo, chica, esbocé mi mejor Sonrisa de Fuckboy® y solté:
               -Convención internacional de fuckboys.
               Perséfone giró la cabeza tan rápido que su coleta se convirtió en un látigo con el que  habría podido domar su mandíbula si estuviera lo suficiente atenta. El hielo en los ojos de Valeria se hizo más profundo y más sucio en el segundo en que tardé en darle mi explicación, entrelazando las manos por detrás de la espalda y separando los pies en una pose de confianza en mí mismo que… vaya. Sentía.
               Echaría de menos el voluntariado, echaría de menos a mis compañeros, echaría de menos el sentirme útil y con un propósito, y me sentiría culpable toda la vida por no haber sido capaz de hacer las cosas un poco mejor para que Sabrae no se creyera indigna de mí y no haber tenido que poner en peligro algo que podía beneficiarnos muchísimo a ambos por cuidarla, pero no me arrepentía en absoluto de haber cogido el avión. Era lo que tenía que hacer.
               Y no iba a echar de menos estar al servicio de alguien como Valeria si Valeria estaba tan dispuesta a echarme por, simplemente, tener bien claras mis prioridades y no dejar que la humedad o el sol me apijotaran los sentidos y me nublaran el juicio: por muy a favor que estuviera de las causas de conservación del planeta y de la lucha contra la extinción masiva de especies, yo mismo les prendería fuego a todos los bosques, drenaría todos los océanos y exterminaría a cada animal sobre la faz de la Tierra si eso suponía mantener a salvo a Sabrae.
               -Es que Inglaterra tiene la presidencia este semestre y se me había olvidado que tenía que ir a inaugurar los eventos.
               Perséfone abrió aún más la boca y dejó caer el brazo a su lado, todavía sosteniendo su pasaporte. Me estaba mirando como si me viera por primera vez, como si nunca me hubiera visto ponerme chulo con nadie, cuando era eso, día tras día, lo que hacía en Grecia… sólo que con un poco menos de hostilidad de la que estaba rezumando ahora.
               -Así que de eso se trata, ¿eh?-inquirió Valeria, levantándose de su silla y apoyando las manos a ambos lados de la mesa con un sonoro golpe, como si estuviera buscando la manera de no saltarme encima para no destrozarme. Le deseaba suerte intentando meterme en cintura; mamá llevaba años tratando de conseguirlo y sólo había hecho los avances que yo le había permitido. Sabrae, en cambio, era harina de otro costal.
               Pero, de nuevo, al final todo se reducía a Saab. Y si esta individua pretendía que me sintiera mal por haberme escapado del voluntariado, cogido un avión de extranjis y haberme plantado en Inglaterra para conseguir en tiempo récord que los demonios de mi cabeza dejaran tranquila a mi novia, iba de culo. A mí a terco no me gana nadie cuando decido que no pienso moverme ni medio centímetro de la posición en la que me encuentro.
               -¿Para ti todo esto es una puta broma? ¿Qué coño te crees que es esto, Alec? ¿Un resort inmersivo de lujo?
               Tú a mí no te me pongas chula, que te puedo reventar la cabeza si quiero.
               -De lujo, no sé; pero inmersivo es un rato.
               Perséfone parpadeó, un conejo presenciando una lucha de gigantes.
               Valeria también pestañeó, acusando un golpe que no se esperaba, y yo no pude evitar reprimir mi sonrisa chulita, con arqueamiento de ceja incluido, que tantas otras veces había esbozado en el cuadrilátero, cuando los tíos que eran mayores que yo recibían un gancho de izquierdas que los dejaba totalmente aturdidos y cuya impresión no debería proceder de alguien que ellos consideraban inferior en preparación y estatura. Regla número uno del boxeo, y de las peleas en general: no subestimes a tu rival.
               Puede significar tu muerte.
               -¿Ni siquiera vas a mostrar aunque sea un mínimo de arrepentimiento o de vergüenza, niño?
               Me encogí de hombros.
               -Es que no me arrepiento. Y ni de coña me avergüenzo.
               -Alec-suspiró Perséfone, recuperando su voz por fin.
               -¿Qué? Quiero que conste. Quiero que lo sepa. Lo volvería a hacer-miré de nuevo a Valeria, que echaba fuego por los ojos-. Una y mil veces si hace falta.
               -¡Te prohibí explícitamente que te fueras a follarte a tu noviecita ¿y todavía tienes la poca vergüenza de ponérteme chulo?! ¡Has hecho que tus compañeros me mientan! ¡Perséfone, Killian, Sandra…! ¡¡HA HABIDO UN ATENTADO!! ¡¡LAS POLÍTICAS DE ACTUACIÓN EN ESTOS CASOS SON MUY CLARAS, Y VOSOTROS DEBERÍAIS HABER LLEGADO HACE YA HORAS!! ¡¡¡HAS PUESTO A TUS COMPAÑEROS EN PELIGRO, ¿Y ERES TAN EGOÍSTA DE NO MOSTRARTE SIQUIERA UN POCO ARREPENTIDO?!!!
               -Pues va a ser que sí-volví a encogerme de hombros.
               Valeria se envaró.
               -Recoge tus cosas.
               -Muy bien.
               -¡No! Valeria, ¡no! Espera. ¡No puedes hacer…!-se quejó Perséfone, dando un paso hacia ella-. Valeria, tenemos derecho a irnos a casa varias veces al año. ¿No puedes simplemente quitarle uno de esos permisos y ya está? No lo volverá a hacer. ¿A que no, Alec?-me miró, suplicante.
               -Oh, nena, puedes apostar ese precioso culo tuyo a que desde luego que lo volveré a hacer si es lo necesario para salvar mi relación-me reí.
               -No lo dice en serio.
               -Sí que lo digo en serio. ¿Necesitas que te lo diga en griego para asegurarte de que entiendo lo que estoy diciéndote? Mi paso por aquí siempre iba a ser temporal; de más o menos duración, pero no tengo pensado poner en peligro lo que tengo con Sabrae, mi futuro con ella, la eternidad de la que espero que disfrutemos juntos, simplemente porque esta señora se niegue en redondo a perder en un concurso de pollas contra mí. Me encanta lo que hay aquí, pero no más de lo que tengo en casa.
               -Quítale un día de sus permisos-pidió de nuevo Perséfone-. Escúchale; le gusta estar aquí, pero sus prioridades… nosotros…-se mordió el labio-. No puedes castigarnos por cuidar de nuestra familia.
               -Quiérete un poco, Perséfone: deja de suplicar por un chico que te está diciendo a la cara que no te quiere-escupió Valeria.
               -¡Eh! No le hables así-ladré, acercándome a ella de modo que mis rodillas chocaron contra su escritorio. Teníamos las caras a centímetros de distancia-. Esto es entre tú y yo. Como se te ocurra tratar de arrastrar a Perséfone a esto, cuando acabe contigo serás uno de los ingredientes más del puré que le damos a Serrucho mezclado con sus medicinas.
               -No estás en posición de amenazar a nadie, Alec.
               -No lo dice en serio-aseguró Perséfone.
               -Ponme a prueba, Valeria. A ver hasta dónde llegamos los dos.
               -Creo que no entiendes que esto no es un concurso entre iguales, Alec. Yo mando y tú obedeces. Estoy al mando aquí por una razón, y me da igual que tu edad, o tu sexo, o la historia que hayas dejado en tu país de origen te hagan creer lo contrario: mi autoridad no está para ser desafiada, sino para obedecerla. Las reglas que yo he puesto en este campamento y que llevan funcionando y dando resultados desde mucho antes de que tú llegaras, y que seguirán funcionando cuando tú te largues de aquí, tienen su razón de ser y su utilidad. No espero que lo entiendas si a la mínima de cambio eres capaz de dejar atrás a tus compañeros con tal de intentar proteger a alguien que no parece capaz de gestionar el tenerte lejos, porque si de verdad te piensas que vas a conseguir sernos útil aquí mientras no paras de hacer malabares con tu novia es que yo tienes la capacidad mental suficiente para comprender siquiera lo más básico: que has puesto en peligro a Sandra, a Killian y a Perséfone tan alegremente. Y puedo tolerar las faltas de juicio, puedo tolerar que se me falte al respeto, puedo tolerar discusiones e intentos de cambio de criterio, pero lo que no pienso consentir es tener a alguien bajo mi techo que pone en peligro a mi gente. Gracias a Dios no ha pasado nada, pero, ¿qué habría pasado si Perséfone, Killian y Sandra se hubieran cruzado con la cédula terrorista? ¿Killian tendría que haberlos defendido a ellos tres él solito? ¿Solamente porque tú estabas en tu casa haciéndole arrumacos a tu novia?
               -Y dale. Yo no estaba haciéndole arrumacos a mi novia. Hablas de Sabrae como si fuera una mocosa insegura y necesitada a la que le da pánico perderme de vista y que me necesita hasta para respirar.
               -Es que te comportas como si Sabrae fuera exactamente así.
               -No es verdad, Valeria. Está cuidándola. Y Sabrae no es para nada así. Es todo lo contrario-la defendió Perséfone y…
               … buf. Si no fuera por Sabrae, tremendo polvazo que se habría llevado mi amiga.
               -¿Con qué cara habrías vuelto a trabajar en el santuario si fueras responsable de que Sandra y Perséfone estuvieran allí?-preguntó Valeria, y por primera vez, yo reculé. No ante la posibilidad de que les pudiera pasar eso, sino ante mi propia ignorancia de que las mujeres tenían esos miedos. Miedos sobre los que había hablado con Sabrae tantas veces que había perdido la cuenta, miedos de los que yo mismo también era un poco culpable, y ni  siquiera me daba cuenta de que también era protector: cuando llegaba el otoño y Mimi salía de bailar de noche, tenía tan asumido que tenía que ir a recogerla que ni siquiera me había parado a pensar por qué. Qué era lo que podía pasarle a ella que no me pasaría a mí.
               Podría haber hecho que Sandra corriera ese peligro, que lo corriera Perséfone, y eso sí que se merecía sopesar las opciones más cuidadosamente en la balanza.
               -Jamás existió esa posibilidad, Valeria-dijo Perséfone-. Todo lo que te he dicho es mentira; apenas nos alejamos del límite de la ciudad para acampar. Todos éramos muy conscientes de que necesitábamos a Alec para que nuestra seguridad estuviera garantizada, así que nos limitamos a trabajos más modestos mientras él regresaba. Se suponía que tú no tenías ni por qué enterarte.
               -Eso no justifica-replicó Valeria- que no regresarais en cuanto os dimos el aviso del atentado. Killian y Sandra conocen las normas. La lealtad que te tienen-clavó sus ojos en mí- les podría haber costado la vida.
               -La lealtad que le tengo yo-la corrigió Perséfone, y Valeria la miró. Y yo también. Perséfone se había llevado las manos al pecho y suspiró-. Yo los convencí de que nos quedáramos. De hecho, les hice chantaje. Les dije que no pensaba volver sin Alec. Así que podían venir inmediatamente y estar ellos dos solos, y que tú te pusieras como una fiera con ellos por habernos abandonado a nuestra suerte, o esperar y que te pusieras como una fiera con los cuatro por haber tardado más de la cuenta.
               Se me dio la vuelta al estómago. Me la imaginé en el aeropuerto, sola, apartada en un rincón, con los ojos fijos en los paneles anunciando los vuelos y oteando la terminal de llegadas, sabiendo de sobra que Killian y Sandra le habrían contado a Valeria su negativa a darme la espalda y pasando sus últimas horas en un país que le encantaba… esperándome.  Aguantándose las ganas de vomitar cada vez que veía una melena revuelta castaña que, contra todo pronóstico, no era mía.
               -¿Les has dicho que me esperarías?-pregunté, y Perséfone me miró y asintió, los ojos propios de una niña asustada ante sus propios sentimientos. Joder. Debía de haberse dado cuenta de que no iba a querer a nadie como me quería a mí mientras yo cogía un avión para irme con mi novia.
               Menuda posición más jodida en la que la había puesto. Desde luego, a Saab no me la merecía ni de broma, pero a Pers, tampoco.
               -Yo siempre te espero.
               -¿Y si no hubiera vuelto?
               -Tú siempre vuelves, Al.
               En sus ojos vi los acantilados níveos de Mykonos, el agua hecha de oro y más suave que la seda, las olas rabiosas y las estrellas más brillantes que en ninguna otra región del mundo. Vi todo lo que habíamos hecho a lo largo de esa historia en la que ahora estábamos escribiendo una secuela, y como todas secuelas, era bastante peor que la original. Justo en ese momento, a miles de kilómetros de esas playas, a miles de horas de aquel último beso que Pers y yo nos habíamos dado con una promesa que no íbamos a ser capaces de mantener, de retomarlo, como siempre, donde lo habíamos dejado al año siguiente, lo entendí: entendí por qué Sabrae se había preocupado por ella, entendí por qué le había dado miedo lo que me unía a Perséfone, entendí por qué sentía celos de lo que habíamos compartido.
               Yo también la había querido con locura. Ni de coña como a Sabrae, pero también la había querido. También estaba ligado a ella. Ni de coña como a Sabrae, con la que sentía que tenía una cadena que me aliviaba, pero Perséfone era tan parte de mí como la variedad de sitios a los que llamaba hogar y los idiomas que hablaba, tan parte de mí como mis músculos, el bronceado de mi piel o los toques dorados de mi pelo.
               Sabrae era más, por supuesto. Era todo lo que había tenido en Mykonos y lo que jamás había sospechado que habría en Londres hasta que lo encontré con ella: atardeceres preciosos oscurecidos por la lluvia, la sensación de tranquilidad escuchando una tormenta descargar sobre la claraboya con su cuerpo dándole calor al mío, los silencios cómodos sentados en el suelo de su habitación, el sexo perezoso bajo la colcha que se interrumpía con unas carcajadas, las noches de mimos porque uno de los dos estaba enfermo y el otro tenía que cuidarlo. Rincones románticos en cada esquina de nuestro barrio, árboles con nuestras iniciales talladas en su corteza. Rosas amarillas congeladas en bolas de nieve. Llamadas a altas horas de la noche. Videomensajes programados con un año de antelación. Noches de manta, peli, y como mucho un poco de magreo; tardes en la biblioteca, invadiendo poco a poco el espacio personal del otro simplemente porque nos encantaba la cara que poníamos cuando nos dábamos cuenta de que nos estaban avasallando a propósito, y no sin querer.
               La desesperante necesidad de pertenecerle a alguien. La urgencia en escuchar a una chica en concreto decirte “te quiero” y saber que es con otro sentido a como te lo dicen tus amigas o tu madre. Estar enamorado y saber que estás perdido y que ya nada será igual y que aun así te puto encante, porque quien dice que no busca esto es que miente como un bellaco.
               Las cicatrices sobre esos músculos de los que tanto te enorgullecías y que tanta vergüenza te dan ahora; esas rajas rosadas que te acompañarán toda la vida y que a ti te parecen asquerosas. Hasta que ella te dice que te quites la ropa. Hasta que te dice que le encanta mirarte. Hasta que te coge la mano y te la acerca a su entrepierna y ves que está tan mojada como siempre. Hasta que te tumba en la cama y te hace vivir el momento más erótico de tu vida cubriéndote las cicatrices con maquillaje dorado y te dice que así el mundo, y tú con él, puede verte como te ve ella. Una obra de arte luminosa y hecha de oro.
               Dorado.
               Dorado donde antes eras de bronce. Dorado donde antes eras una estatua de mármol. Dorado donde antes creías que no valías nada. Dorado en una cama con una sola chica que ni de broma cambiarías por una orgía. Dorado como la luz que baña el mundo. Medio mundo no es nada. Con Sabrae, medio mundo, media galaxia, medio universo no era nada.
               Con Perséfone había bastado con medio continente, pero, ¿con Sabrae? Todo estaba en su lugar, encajado de esa forma en que sólo se equilibran las constelaciones. Ni Etiopía, ni África, ni el planeta, ni el sistema solar, ni un año, ni dos, ni cinco, ni cincuenta serían nada.
               Con Pers tenía un hilo de plata que jamás se rompería, del mismo tono de los arroyos que fluían por Mykonos y alimentaban a ese mar que era más poderoso que ellos.
               Con Sabrae tenía un lazo de oro que jamás se resentiría, del mismo tono que los rayos del sol que lo cubrían todo más allá de Grecia, o de Europa, o del continente.
               Pers y yo podríamos haber cuajado muy bien: no todo el mundo se encuentra a alguien con el que le atan hilos de plata, alguien con quien encaja así de bien y con el que disfruta tanto, pero nos había pasado algo: ese algo era Sabrae.
               Y no sabía si Pers se estaba aferrando a quien ambos habíamos sido antes de Sabrae, o si ya había adivinado que nuestro futuro había girado en una nueva dirección, pero… que estuviera así de segura… que contara tanto conmigo… a pesar de la forma en que me miró en el aeropuerto cuando me fui el día anterior, a pesar de que una parte de mí siempre le guardaría rencor porque ella, sin pretenderlo, era culpable de gran parte del sufrimiento de la persona a la que yo más quería… hizo que la primavera regresara a mí una vez más.
               Qué sensación más bonita la de darse cuenta de que eres amado.
               Y qué bonito es darse cuenta de que tú también quieres.
               -Salvo que su novia no le hubiera dejado-contestó Valeria, sentándose en la silla y reclinándose hacia atrás. Cogió la figurita de marfil que tenía encima de la mesa y jugueteó con ella entre los dedos-. Eso nos habría ahorrado a todos bastantes preocupaciones.
               -Sabrae no me ha impedido hacer nada en mi vida. Sólo me pide las cosas, nada más.
               -Si te lo hubiera pedido-se corrigió Valeria, sonriendo con maldad, como una villana que tiene los planes tan bien atados que no considera la posibilidad de perder.
               -No se lo habría pedido-respondió Perséfone, los ojos fijos en mí.
               -¿Ah, no? ¿Y eso, por qué?
               -Porque lo ama más de lo que lo ama nadie. Y sabe que necesita estar aquí-se volvió para mirarme-. Sólo aquí puedes curarte, Al. Sólo estando lejos de ella y viendo cuánto eres capaz de hacer por ti serás capaz de aceptar tus propios métodos. Ese siempre ha sido tu punto débil: valoras mil veces más los pasitos de los demás y desprecias lo indecible tus propios saltos.
               Me recorrió un escalofrío. Eso era lo que Sabrae me había dicho también hacía unas horas, ¿y ahora lo repetía Perséfone?
               -¿Tan amiguitas durante esa llamada de teléfono os habéis hecho que ya compartís consejos de cómo comerme el coco?
               -Dame un poco de crédito, Alec-ironizó Pers-. No todas las chicas que conoces llamarían a la novia de su follamigo de verano y la convencerían para que no le deje después de ponerle los cuernos.
               -Perdona, yo no soy tu follamigo de verano, Perséfone. Soy el tío que te desvirgó, lo cual me confiere cierto estatus sobre el resto de mamarrachos con que te relaciones. Y no le puse los cuernos. Tú me besaste sin provocación previa por mi parte. Si llevara un piercing en el labio y me apellidara Malik, ahora mismo andaría lloriqueando por las esquinas diciendo que has abusado sexualmente de mí. Suerte que en mi grupo ya haya pasado la fase de “si me meto coca y te echo ese polvo que llevo meses queriendo echarte, la culpa es tuya por haberme dado la coca”.
               Perséfone sonrió, confusa.
               -Me he perdido.
               -Si quieres, te paso el enlace de las memorias de Scott. Pirata. Cuando las escriba-puntualicé.
               -¿Y si no lo hace?
               Puse los ojos en blanco.
               -Estamos hablando del puto Scott Malik. Las escribirá.
               -Por muy enternecedor que me resulten las confesiones de amor adolescente, tengo mucho trabajo que hacer. Gente que sí se toma en serio lo que hace y que sabe los peligros a los que se enfrenta. Así que, si me disculpáis…-Valeria chasqueó los dedos y señaló la puerta, indicándonos que nos fuéramos.
               -Entonces, ¿se puede quedar?
               -¿He dicho yo eso?-preguntó Valeria.
               -¿A qué esta obsesión de mantenerme separado de mi novia, Pers? ¿Te jode no poder follar conmigo y has decidido que nadie puede?
               -Si te vas antes que tú, no voy a tener posibilidades de robártela.
               Me quedé plantado en el sitio.
               -Mira, Perséfone, como llegues a echar un polvo con Sabrae sin estar yo delante, es que te juro por mi madre que no os vuelvo a dirigir la palabra a ninguna de las dos en lo que me quede de vida.
               -¡FUERA DE MI OFICINA!-aulló Valeria, y tanto Pers como yo dimos un brinco. Después de todo lo que nos había escuchado decir y el tono jocoso y asqueado con el que había hablado antes, ninguno de los dos creyó que fuera a explotar ahora-. ¡Tengo muchas expediciones a las que dirigir aún de vuelta a casa, no puedo teneros aquí delante haciendo bromas y demostrándome que no os tomáis en serio lo que hacemos aquí!
               -Sí que nos lo tomamos, Valeria-respondió Pers en tono apaciguador, pero eso no hizo nada por tranquilizar a la mujer. Ésta volvió los ojos hacia mí y me miró por encima de sus gafas de gato.
               -Me aseguraré de dejarlo todo preparado para que te vayas en el primer avión.
               Hice una reverencia como las mujeres, flexionando las rodillas y abriendo los brazos.
               -No me esperaba menos de tu gestión.
               -Alec-gimoteó Perséfone, mordiéndose el labio.
               -No te preocupes, Pers. Voy a estar bien. Si no se da cuenta de que los demás están tardando en volver porque necesitan estar lo más lejos posible de ella, poco podemos hacer más que alejarnos nosotros también. Gracias por la experiencia de este mes-añadí, volviéndome hacia Valeria-. Ha sido más enriquecedora de lo que me esperaba cuando llegué.
               -Entonces, mejor marchaste cuando antes, ¿no? Alargar las cosas innecesariamente sólo lleva a estropearlas.
               -Depende de qué cosas estemos hablando.
               Sabía de sobra qué quería que durara para siempre y qué cortaría de raíz. Tenía los compartimentos bien separados en mi cabeza, y ahora que había descubierto la verdadera cara de Valeria frente a mí, estaba seguro de que alejarme de su área de influencia era lo mejor que podía sucederme. Había confiado en su criterio y en que sus intenciones eran buenas cuando me había pedido disculpas por el comportamiento de Nedjet en el santuario, cuando me había asegurado que todo lo que se hacía allí era por el bien de los demás y con fines completamente altruistas, pero ahora estaba seguro de que sólo había pecado de ingenuo, y lo que había hecho en realidad enviándome con Nedjet había sido, precisamente, ocuparse de que siempre hubiera alguien tratando de limar mis aristas y hacerme más dócil.
               Lo que ellos no sabían era que yo lucharía con uñas y dientes por conservar quién era, por mantener bien afiladas mis aristas, porque de esas aristas se había enamorado Sabrae. Las acariciaba, las besaba, las mordisqueaba de una forma en que las había vuelto valiosas. No dejaría que nadie me las quitara, porque también se las estaba quitando a ella.
               Si iban a ahorrarme once meses peleando por poder ser quien era… bienvenidos fueran. Ya se me ocurriría algo para hacer en este año en el que no tenía nada planeado; puede que consiguiera un trabajo temporal con el que ahorrar lo suficiente para el verano, cuando Saab tuviera más tiempo libre y le apeteciera hacer más cosas. O puede que Bey y Tam necesitaran un ayudante en su piso del centro, ahora que ambas se dedicarían a estudiar las veinticuatro horas del día y no tendrían tiempo para hacer las tareas del hogar. Tal vez Jor quisiera un compañero de entrenamiento ahora que tenía que ponerse aún más tocho para poder entrar al ejército, o puede que Max necesitara que le echaran una mano buscando zonas en las que fuera posible hacer negocios. Karlie agradecería tener un tutor particular de más idiomas, y yo haría de mi sueldo el tiempo que pasaría con mi amiga, nada más. Incluso cuando Tommy y Scott volvieran de la gira y se pusieran a grabar el disco tendrían cosas en las que podría echarles un cable, ya fuera apartando a las chavalas que se les lanzaban a la yugular o bloqueando a los gilipollas que se metían con ellos.
               Puede que hacer de un mundo un lugar mejor no necesitara de grandes gestos. Puede que me hubiera equivocado creyendo que tenía que buscar la redención lejos de mi casa, donde mis sombras no podían alcanzarme, pero tampoco mis buenas acciones. Quizá con regar un poco tu parcela y dejarla más verde de la que la habías encontrado fuera bastante.
               Salí de la oficina de Valeria con la cabeza bien alta y la vista fija en dirección a mi cabaña. Puede que aquella fuera la última vez que viera muchos de los edificios del voluntariado, pero no sentía ningún interés por formar nuevos recuerdos. Prefería quedarme con los momentos buenos que había pasado allí, las cosas en las que había contribuido, en lugar de convertir este sitio en uno lleno de amargura, como justo me sentía. No me parecía justo lo que me habían hecho. No deberían castigarme por ser protector y tener claras mis intenciones, o no, al menos, aplicarme un castigo tan desproporcionado. Valeria tenía razón en que había sido imprudente dejando a elección de Killian, Sandra y Perséfone que salieran a la expedición o no, pero una cosa era que me obligara a resarcirme con trabajos más duros o prohibiéndome ir a la sabana durante una temporada, y otra que me pusiera de patitas en la calle. ¿Y todo por querer a mi novia?
               No me extrañaba que los demás hubieran roto con sus parejas antes de ir allí. Parecía que Valeria estuviera librando su propia cruzada contra el amor.
               -¿Tenías que ponerte chulo como te has puesto?-preguntó Perséfone, de pie sobre las escaleras. Tomé aire, suspiré sonoramente, puse los ojos en blanco y me volví para mirarla.
               -Pers, estas son las últimas horas en bastante tiempo que vamos a pasar juntos. ¿Puedes, por favor, simplemente dejarlo correr por esta vez y no hacer que nos peleemos?
               -Tenías que decirle lo de la gilipollez ésa de la convención de fuckboys, ¿no? No podías simplemente callarte, o decirle que venías de ver a Sabrae.
                -¿Crees que habría marcado alguna diferencia?-pregunté, echando a nadar en dirección a mi cabaña. Perséfone corrió hasta alcanzarme y se puso delante de mí.
               -¡Claro! Claro que sí, Al. Valeria te apreciaba. De hecho, creo que en el fondo todavía aún lo hace.
               -Muy en el fondo.
               -Si le hubieras pedido disculpas o le hubieras explicado la situación… creo que se habría mostrado más benevolente y no habría sido tan tajante contigo.
               -Pers, la he desobedecido abiertamente. He cuestionado su autoridad y no podía permitirse dejarlo correr. Dijera lo que dijera, me terminaría echando igual. Por lo menos me he quedado a gusto.
               -¿Y de qué te tenías que quedar a gusto, si puede saberse?
               Me reí.
               -Me arrinconó y me obligó a defenderme. Me obligó a desobedecerla, Pers.
               -Así que ¿de eso se trata todo esto? ¿De los dos comprobando quién la tiene más gorda?
               -Básicamente. Por eso no podía enterarse de que me marchaba. No porque fuera a impedírmelo; los dos sabemos que no puede retenerme en el campamento contra mi voluntad, pero sí puede negarme la entrada de nuevo una vez regrese. ¿Te sorprende?-le pregunté-. No debería. Ya has visto lo que ha pasado ahí, e incluso si no hubieras estado presente, en el fondo tú también sabías que todo se reducía a que yo me las apañara para hacerlo todo a sus espaldas y que no se enterara de lo que había pasado. De lo contrario, no me habrías esperado en el aeropuerto. Si creyeras de verdad que había una posibilidad de que Valeria dejara correr esto, no habrías chantajeado a Killian y Sandra con que no te moverías del aeropuerto hasta que no me vieras volver. Lo que, por cierto, ha sido súper imprudente. ¿Y si yo me hubiera quedado, Perséfone? ¿O si hubiera tardado más en coger el avión? Me subí al que me correspondía de putísimo milagro, porque Shasha consiguió retrasarlos. ¿Qué habrías hecho si no hubiera sido así?
               -Sabía que no ibas a quedarte.
               -Creo que subestimas las ganas que tengo de follarme a Sabrae.
               -Y tú que la subestimas a ella. Sabía que te cuidaría bien mientras estuvieras en Inglaterra.
               -¿Que me cuidaría? No levanta ni dos palmos del suelo, Pers. Yo tengo 18 años, mido un metro ochenta y siete, y es posible que a final de año pase los cien kilos de puro músculo. Soy yo el que la cuida a ella. Ella es mi responsabilidad, y no al revés.
               -También tú lo eres suya.
               -Si tú lo dices…
               Subí las escaleras de mi cabaña y agarré la manilla de la puerta.
               -Sé que le ofreciste quedarte.
               Lo dijo con el mismo dramatismo con el que en las películas se suelta la bomba que hace que cambie toda la imagen que tenías de su trama. Cada diálogo, cada plano… nada es igual después de esa revelación.
               Así me sentía yo. Se lo había dicho a Sabrae en la intimidad, con nuestros cuerpos enredados, con toda su familia lo suficientemente lejos para que nadie más que ella pudiera escucharme. ¿Cómo podía saberlo Perséfone, si estaba a miles de kilómetros de distancia?
               Me giré y me la quedé mirando. Tenía los pies separados, las manos cerradas en dos puños, y me estaba fulminando con la mirada… como si toda esta situación la cabreara de manera soberana.
               -Y sé que ella te dijo que era mejor que te marcharas. Por eso estás aquí. No es por mí, ni es por Luca, ni es por nada de lo que hayas dejado pendiente. Es porque Sabrae te dijo que tenías que volver.
               Joder. ¿Cómo cojones lo sabía?
               -¿Y ahora estás defendiendo sus intereses?
               -Los intereses de Sabrae también son los míos. Las dos queremos que estés bien. Alec, sabes de sobra que no te ha dicho que vuelvas para poder presumir con sus amigas de lo bien que mantenéis vuestra relación a distancia, ni…
               Solté un bufido, riéndome.
               -Hasta donde yo recuerdo, me parece que tú no crees que lo estemos llevando muy bien. Sobre todo, por la parte que le toca.
               Perséfone parpadeó despacio, echando un poco la cabeza hacia atrás, acusando el golpe.
               -Ahora no estamos hablando de eso, aunque, para que conste, creo que tenemos un par de cosas que aclarar en ese aspecto.
               -¿Ah, sí?
               Frunció ligeramente el ceño.
               -No te me pongas a la defensiva.
               -No me estoy poniendo a la defensiva-repliqué, poniéndome, efectivamente, a la defensiva.
               Perséfone suspiró, juntó las manos, como si rezara, frente a su rostro.
               -Vamos dentro-me pidió cuando llegó un nuevo todoterreno y Valeria apareció en el descampado, apresurándose hacia los recién llegados. Abrí la puerta y dejé que pasara delante de mí, cerrándola sonoramente. Perséfone se sentó en mi cama y yo me quedé apoyado contra la puerta, las cejas arqueadas y las manos ocultas tras mi espalda. Perséfone arqueó una ceja-. ¿Te vas a hacer el digno ahora, tío? ¿Vas a enfadarte y a no respirar hasta que yo no admita que tienes razón? Pues vas de culo conmigo, guapo.
               -Mira, reina, si sigues en este plan de “yo sé más que tú y punto”, podemos ahorrarnos tu charla súper condescendiente e ir directamente al momento en que te doy la razón para quitarte de en medio y poder hacer las maletas tranquilo.
               Perséfone abrió las piernas, apoyó los codos en las rodillas y suspiró, entrelazando las manos y apoyando la frente en ellas.
               -Vale. Empecemos por el tejado, si es lo que quieres-abrió los ojos y me miró-. Sé que no debería haberte dicho lo que te dije en el aeropuerto. Sé que fue cruel y mezquino y que probablemente vayas a odiarme un poco toda tu vida por eso. Me gustaría excusarme en que tenía miedo de que las cosas acabaran como han acabado, pero… que yo tuviera miedo de que pudieran salir mal no me daba derecho a tratar de transmitírtelo a ti. No he sido una buena amiga. Debería haberte apoyado y debería haberte ayudado a convencer a los demás, y no lo hice. Así que por eso te pido perdón.
               Me quedé callado, los labios bien juntitos. Necesitaba que lo admitiera en voz alta para que pudiéramos avanzar.
               -Alec-me llamó, tratando de arrancar una respuesta de mí-. Alec, quiero que te vaya todo bien con Sabrae.
               -No me habías mirado así en tu vida, Pers. En tu vida.
               -¿Qué quieres que te diga? Porque te diré lo que sea con tal de que dejes de cerrarte en banda y me escuches.
               -¿Quién dice que me haya cerrado en banda?
               Volvió a arquear la ceja.
               -La cara que me has puesto de “a ti lo que te pasa es que estás celosa de Sabrae”.
               Me relamí los labios, cambiando el peso de mi cuerpo de un pie a otro.
               -Y esperas que me crea que no lo estás.
               -Joder, Alec, claro que lo estoy. Cualquier chica con ojos en la cara lo estaría. Y más si esa chica sabe las cosas que eres capaz de hacer. En la cama y fuera de ella. Y no me refiero sólo al sexo. Pero también eres uno de mis mejores amigos, así que quiero que seas feliz. Además, he visto la expresión con la que has vuelto. Sé sincero: en el fondo te parece de puta madre volver a Inglaterra porque eso significa que vas a estar otra vez con ella. Por eso no has querido tratar de convencer a Valeria para que te diera otra oportunidad, ¿a que sí? Porque no la quieres.
               Entrecerré los ojos, sopesando las opciones. ¿Tenía razón Perséfone? Quedarme tenía sus alicientes: me hacía sentir bien, fortalecería mi relación con Saab, y también me ayudaría a madurar. Pero volver… también tenía sus ventajas.
               Dormir con ella todas las noches era la principal, y ahora que sabía lo que era dormir solo y compararlo con ella, la verdad es que tampoco me parecía que fuera el chico más desgraciado del mundo por pasar por aquello.
               -Te gusta estar aquí-dijo Perséfone-. Pero te gusta más estar con ella. Y sabes que no puedes volver por ti mismo, pero si te echan…
               -Según tú tengo una mente retorcida.
               -Retorcida, no. Sólo estás enamorado de ella, y crees que no te la mereces. Pero, Al… hagas lo que hagas, te quedes o te vayas, siempre vas a estar equivocado. Siempre vas a merecértela. Y yo debería haberlo sabido-bajó la mirada hacia sus manos entrelazadas y se toqueteó la uña del pulgar con la mano contraria. Parecía mucho más pequeña, frágil y vulnerable. No íbamos a discutir. Sólo estaba desesperada por hacerme entender su punto de vista, y la culpabilidad que sentía porque había visto reflejado en mi rostro la manera en que me había mirado el día anterior la estaba comiendo por dentro.
               Así que me acerqué y me senté a su lado en la cama. Y luego, cuando no se movió, le cogí la coleta y le hice cosquillas en el cuello con la parte baja.
               -Para-rió, cogiéndosela, hundiendo los dedos en ella y mirándome. Sentí que me desnudaba por dentro, pero ahora que sabía qué era que te acariciaran el alma con la mirada, me di cuenta de que Perséfone nunca había sido capaz. Ni yo con ella.
               -Me cabreé bastante contigo porque pensaste que no lo conseguiría-dije. Sabrae me había enseñado que tenía que exteriorizar mis sentimientos para darles validez, lo cual era el primer paso para superarlos. No obstante, tampoco quería que Perséfone se martirizara, así que los maquillé de enfado cuando lo que habían hecho era dolerme.
                -Siento mucho haberte hecho daño pensando que no lo conseguirías-respondió ella. Porque puede que no me conociera tan a fondo como lo hacía Sabrae, pero sí lo bastante como para saber escuchar lo que yo no decía entre las palabras que sí pronunciaba. Miré hacia el frente y sonreí con amargura.
               -Y yo siento ponéroslo a todos tan difícil. A ti, a Saab, a mi familia… y a Killian y Sandra también. No quiero ni pensar en lo que les hará Valeria. Espero que no les quite las patrullas.
               -Me he asegurado de que Valeria crea que los chantajeé para que puedan seguir como hasta ahora precisamente por eso, Al. Tranquilo. Está todo en mis manos-me dio unas palmaditas en el antebrazo y sonrió.
               -Espera, ¿cómo que “Valeria crea”? ¿No los chantajeaste?
               -Puede que lo haya exagerado un poco. Estaban dispuestos a esperar por tu avión. Yo habría esperado por el siguiente, y el siguiente también, sólo por si acaso. Además, te lo debían. Ése era el plan. Tú cumpliste tu parte, y nosotros teníamos que cumplir con la nuestra. Todo habría salido rodando si no hubiera sido por ese puto atentado de mierda…-suspiró, negando con la cabeza, y yo asentí, mirando nuestras piernas pegadas.
               No me había gustado una mierda la actitud de Valeria, pero en el fondo, ahora que ya no la tenía delante y podía pensar con la cabeza y no con ese instinto ciego que me decía que todo el mundo debía postrarse a mis pies simplemente por ser hombre… la entendía. Lo que le había dicho a Pers no era una vacilada, sino que lo pensaba de verdad. Hiciera lo que hiciera, Valeria me habría echado del voluntariado porque yo no le había dejado opción. En lo que sí había margen de maniobra era si yo me iba como un señor o no, y me había dejado llevar por la pasión antes que por la cabeza.
               -Esto tenía que pasar y punto, Pers. Me la estaba jugando muchísimo. Todos lo sabíamos, y por eso no queríais que me fuera: desde fuera entiendo que la apuesta puede parecer muy arriesgada, pero desde dentro… joder, nena. Iba completamente en serio cuando le he dicho a Valeria que no me arrepentía lo más mínimo y lo volvería a hacer una y mil veces.
               -Ya lo sé, Al. Y creo que ella podría haberte perdonado si se lo hubieras dicho como me lo estás diciendo ahora. Pero poniéndote chulo sólo le has dejado una opción, y es la opción mala. La que nadie quiere. Estoy segura de que Sabrae estaría encantada de que volvieras, pero sólo si lo hicieras en tus propios términos, a gusto contigo mismo y con las cosas bien claras. Sin cabos sueltos. Precisamente así es como vas a marcharte ahora, y… quiero que lo consideres mientras todavía estás aquí y todavía puedes hacer algo para solucionarlo, porque si te subes al avión y te marchas, luego ya no podrás volver. Sé que ella no te dijo que volvieras porque le haga especial ilusión tener a su novio en el culo del mundo, sino porque sabe que es lo que necesitas ahora mismo. Necesitas esto. Estar tú solo. Estar tranquilo. No ser el Alec de Inglaterra. Sé que el Alec de Inglaterra es una carga insoportable sobre tus hombros, y creo que sólo aquí puedes liberarte de él. Y creo que Sabrae también lo cree.
               Tenemos que ser nuestras propias personas. Tú tienes tu historia, y yo tengo la mía.
               Aparte de la nuestra, quiero decir.
               Joder.
               Había agotado mi buena suerte cuando se enamoró de mí. Porque sí, Pers tenía razón. Sabrae no querría que yo volviera en esos términos. El voluntariado era mi historia, y no me merecía que la cancelaran cuando sólo llevaba una temporada. Se merecía, al menos, once más. Se merecía un año entero, y no sólo un mes.
               -Pero…
               -¿Mm?
               -No veo lo compatible que puede ser que yo necesite estar aquí con que esté, Pers. O sea… quiero decir… no me arrepiento en absoluto de lo que he hecho. Volvería a hacerlo. Volveré a hacerlo sin dudar si es necesario. Pero Valeria también tiene razón: si yo estoy tan dispuesto a marcharme sin pensar en las consecuencias que puede tener para mi equipo o me da igual dejarlos en la estacada, ¿me merezco siquiera estar aquí? Necesitar algo no supone merecerlo.
               Perséfone tomó aire y se me quedó mirando como si yo fuera lluvia tras un larguísimo verano, como la silueta de la costa tras una travesía infinita por el mar, sin comida, sin agua.
                No necesité que me dijera lo que estaba pensando para escucharlo en sus labios. Dímelo a mí.
               -Creo… creo que todo el mundo se merece una segunda oportunidad. Y nadie se lo merece más que el chico que ha garantizado las segundas oportunidades.
               Reí por lo bajo con amargura.
               -Dejé de hacer eso hace bastante tiempo.
               -No estoy de acuerdo. Acabas de hacerlo conmigo, perdonándome.
               -Me has pedido perdón por algo que has hecho preocupándote por mí, Pers, ¿cómo no voy a perdonarte?
               -Y también lo has hecho con Sabrae-añadió, poniéndose en pie y frotándose las manos contra la pernera del pantalón-. No has dudado en coger un avión en cuanto te has enterado de que ella te necesitaba.
               -Pero eso tampoco es especial. Lo he hecho porque la quiero. Porque no quiero perderla. Porque estoy enamorado de ella y no… no me imagino viviendo sin ella.
               Perséfone sonrió con tristeza.
               -Es que de eso se trata precisamente querer, Alec: de no parar de dar segundas oportunidades.
              
 
Luca iba por el quinto pañuelo cuando yo decidí que ya era suficiente y que tenía que seguir con mi ronda de despedidas. Apenas faltaba una hora para que me fuera del campamento, y todavía tenía algunos cabos sueltos de los que tenía que ocuparme; había desistido de dejar todo atado y bien atado, y me había centrado en cerrar los capítulos que sí tenían clausura.
               Sabía que el italiano sería lo más jodido de marcharme, porque aunque siempre tendríamos una parte del otro gracias a la convivencia y a pesar del poco tiempo que habíamos pasado juntos, precisamente ese poco tiempo que no había supuesto un problema en establecer nuestra relación sí sería un problema para mantenerla. Sólo esperaba que Valeria no le negara la posibilidad de tener otro compañero de cabaña con el que estrechar lazos como  debería haberlo hecho conmigo, y que tuviera lo que tanto ansiaba y que veía en los demás ya floreciendo, mientras en nosotros estaba germinando.
               Mbatha había ido a por él para sacarlo de sus tareas y que pudiera decirle que me marchaba, y aunque sabía que ella también reprobaba mi actitud, no se me escapó que se había ido apresuradamente a ocultar las lágrimas que le anegaban los ojos. El voluntariado no sería tan productivo con ella al mando, pero desde luego me parecía más humano.
               Nos habíamos fundido en un apretado abrazo en el que no habíamos necesitado hablar para decirnos lo mucho que habíamos llegado a significar el uno para el otro, pero, por si acaso no me había quedado claro el cariño que me había cogido el espagueti, cuando se echó a llorar como una magdalena mientras yo recogía mi ropa y la guardaba en la maleta dejó poco margen de dudas.
               -Eres un tío cojonudo, Alec. Un tío de puta madre-había jadeado, sonándose estrepitosamente-. No te mereces esto. Valeria es una gilipollas por hacer que te largues. ¿¡Por qué coño tiene que hacerte esto!?
               -No le he dejado otro remedio.
               A más lo pensaba, más veía que Perséfone tenía razón y no debería haberme puesto así de chulo. El fin justificaba los medios para mí, especialmente cuando se trataba de Saab y de que ella estuviera bien, pero faltarle al respeto así a Valeria cuando sólo estaba haciendo su trabajo había sido pasarse un poco de la raya. Pero ahora ya daba igual. De poco servía lamentarse cuando, de todos modos, el resultado habría sido el mismo: yo me habría pirado igual. Puede que me hubiera ofrecido unos días para ajustar cuentas y que pudiera despedirme de esa sabana que sólo había visto en un par de ocasiones que habían sido más que suficientes para robarme el corazón, y había perdido esa oportunidad.
               -Claro que sí. Lo que pasa es que es una imbécil y una tirana. Le encanta tenernos a todos acojonados, se comporta como si le debiéramos un favor cuando es gracias a nosotros que funciona todo esto.
               -Ya, bueno, tío, pero ella es la que manda.
               Viniendo del mundo en el que venía y habiendo aprendido lo que había aprendido, sabía de sobra por lo que estaba pasando Luca. Yo mismo había cuestionado muchas veces las estrategias de Sergei en un combate, y las pocas en que le había desobedecido abiertamente me había ido bastante mal. A más grande el equipo, más firme debe ser el cuello que sostenga la cabeza que tome las decisiones, y si Valeria no se mostrara tan dura nos subiríamos a su chepa con mucha más alegría.
               Luca se había pasado farfullando en italiano el resto del tiempo, y cuando me vio recoger las fotos que había pegado a mi lado de la pared había cogido un puñado de pañuelos que arrugó con fuerza contra su rostro mientras agitaba los hombros.
               -Esto es una mierda-gimoteó. Puse los brazos en jarras y tomé aire despacio, mirándolo.
               -Ahora tengo que hacer una cosa, pero cuando vuelva, si quieres, robamos una camioneta y nos vamos a ver la sabana. Total, a mí ya no pueden echarme-me encogí de hombros.
               -¿Qué cosa?
               -Voy a decirle a Nedjet que me voy.
               -¿Por qué? Es un puto gilipollas. Seguro que se alegra y te dice alguna mierda por la que se merecería que le rompas la cara.
               -Ya me ha dicho bastantes mierdas por las que se merece que le rompa la cara, Luc. Pero me siento generoso. Le habré dado un disgusto a Valeria, pero al menos haré feliz a alguien largándome de aquí.
               -Ese subnormal no se merece que te consueles con él.
               Me reí.
               -Ya le gustaría que me consolara con él.
               Le revolví el pelo al italiano, que volvió a sonarse con un trompeteo y me miró con gesto apesadumbrado, propio de un cachorro al que dejas solo en casa cuando vas a trabajar, y atravesé la cabaña en dirección a la puerta; luego la puerta en dirección a las escaleras, luego las escaleras en dirección al suelo, luego el suelo en dirección al camino, luego el camino en dirección a la plaza principal, luego la plaza principal en dirección a la senda hacia el santuario, luego la senda hacia el santuario en dirección a la caseta de vigilancia de los militares con que lo custodiaban, y luego la caseta en dirección al lindero de los árboles. Me detuve tras la casa común, escuchando los sonidos de las voces de las mujeres, sus conversaciones y sus risas, y se me encogió un poco el corazón. Lamenté especialmente por ellas el tener que irme, pues era perfectamente consciente de que su número no hacía sino aumentar, y necesitaban todas las manos posibles para construir más casas en la que estar a gusto. En las que poder curarse.
               Mientras pasaba por delante de una de las ventanas, sentí la tentación de asomarme y echar un vistazo dentro. Sólo quería verlas aunque fuera una vez, empaparme de esos colores  que lucían en la ropa, que siempre aparecían en los documentales y de los que había visto retazos por el rabillo del ojo mientras me ocultaba de su vista. Incluso me detuve al lado de una ventana, y me incliné un momento hacia delante, considerando la posibilidad de girar un poco la cabeza…
               …pero no se lo merecían. Esto no se trataba de mí. Nunca se había tratado de mí, sino de ellas. De ellas y de su proceso de curación, su seguridad y bienestar. Yo debía ser una sombra, alguien que no estaba allí, e incluso cuando fuera a marcharme tenía que seguir siendo así. Así que, obligándome a darme por satisfecho con una de sus sombras, pasé rápidamente frente a la ventana, como me habían enseñado a hacer para que ellas no vieran nada de mí ni cuando su atención las obligara a ponerse en guardia, y llegué hasta el final de la casa común. Allí vi a varios chicos que cargaban con un tronco no sin cierta dificultad, pero rechazaron mi ayuda cuando me acerqué a ellos para ayudarles a cargar peso con un gesto de la mano. Dijeron algo que yo no comprendí; algunos de ellos no hablaban mi idioma, pero nos apañábamos por gestos.
               -¿Nedjet?-pregunté. Señalaron en dirección a una caseta sin puerta que habíamos reforzado en varias ocasiones mientras había estado allí, en la que nos ocupábamos de pequeñas reparaciones que no podíamos hacer in situ por el tema de la curación de las mujeres. Avancé por el césped procurando hacer el menor ruido posible, sintiéndome como un ladrón en un lugar en el que me necesitaban como el desierto necesita la arena para poder llamarse tal, y asomé la cabeza a la caseta. Nedjet estaba sentado sobre un taburete, con un destornillador en una mano y la polea del pozo en la otra. Otro de los muchachos estaba allí, puliendo los bordes de un barreño del que aún goteaba agua. Si se había estropeado el pozo, las mujeres tendrían que ir a por agua a algún arroyo cercano, y se colocaban sus recipientes sobre la cabeza para poder transportar más cantidad.
               Nedjet dijo algo en el idioma de los nativos, tan centrado en su tarea que ni levantó la cabeza para mirarme.
               -Soy yo.
               Cuando levantó la cabeza, ya tenía el ceño fruncido.
               -¡Hombre! Tenía entendido que estabas en la sabana. ¿Qué pasa, te has rajado? ¿Te ha relinchado demasiado cerca una cebra y te has acojonado?-se echó a reír, y el otro chico lo imitó, aunque a duras penas podría haber entendido lo que me había dicho-. Tranquilo. No muerden. Sólo tienes que mantenerte bien alejado de sus pezuñas y procurar esquivar las coces que intenten darte. Con no acorralarlas debería bastar.
               ¿Es que no se daba cuenta de que estaba tratando de desencajar la polea por el lado que no era?
               -Ha habido un atentado.
               Nedjet levantó la cabeza, y el chico a su lado también.
               -¿Cuándo?
               -Esta noche, creo.
               -¿Hemos perdido a alguien?
               Hemos. Cuando se trataba de mí y de mis tareas, yo era de fuera. Los chicos del voluntariado y los obreros de Nedjet eran entes separados. En cambio, cuando se trataba de cuidarnos, Nedjet no hacía distinciones. Eso me escoció un poco.
               Me habría gustado que me considerara parte de ellos. A pesar de que, como decía Luca, era un gilipollas conmigo, también entendía su postura. La gente de mi país y la de los países vecinos le había hecho mucho daño a su gente, y la rabia y el rencor generacionales son enfermedades tan difíciles de contagiar como de curar.
               -No. Estamos volviendo todos.
               -Bien-asintió Nedjet, y volvió a la polea-. Bueno, no te quedes ahí parado como si fueras retrasado, o algo. Sabes de sobra las cosas que hay pendientes. Ponte con algunas. No tengo tiempo para entretenerte.
               Le quité la polea de las manos y la giré en la dirección contraria en que lo estaba haciendo él.
               -¡Oye…!-se quedó callado al ver que apenas me costaba separar sus dos piezas, y le tendí el disco interno, en el que se había encallado la cuerda desgastada, que se había enredado también en el eje e impedía girarla. Observó con desconfianza cómo quitaba los nudos de la cuerda de la polea y se la tendí de nuevo, limpia y desarmada-. Muy bien. Pero no te creas que con esto te vas a librar de la ampliación de la fosa séptica-sonrió con maldad-. Te hemos estado esperando para empezar la obra, dado lo mucho que te gusta cavar.
               -Entonces creo que vais a tener que esperar bastante, porque no voy a estar en un tiempo.
               -Si sales mañana, no te preocupes. Esperaremos a que vuelvas. No quisiera que te perdieras la diversión-me sonrió con sus dientes blanquísimos y yo me estremecí. Que Nedjet se comportara conmigo como un psicópata cuando las mujeres a nuestro alrededor necesitaban tranquilidad era, cuanto menos, irónico, pero supongo que todo el mundo necesita una cabeza de turco y es más fácil meterse con el recién llegado.
               -Entonces te recomiendo que esperéis sentados, porque no voy a volver.
               Nedjet levantó la cabeza de nuevo, sus cejas ahora fruncidas en un ceño invertido. Ya no sonreía, sino que parecía… 
                … ¿preocupado? No podía ser.
               -¿Lo dices por el atentado? Oye, sé que es bastante impresionante cuando estás ahí fuera, pero hace años desde la última vez que alguno de los exploradores se cruzó con ellos. No va a pasarte nada.
               No le había escuchado hablarme así en todo el tiempo que hacía que le conocía, aunque sí le había escuchado hablar con las mujeres que se encargaban de decirle qué necesitaban para que lo reparáramos. Había paciencia en su voz cuando hablaba con ellas, y les cogía las manos entre las suyas y les aseguraba que nos ocuparíamos de hacer la estancia de las demás más confortable. Por supuesto, yo no entendía una palabra de lo que hablaban, pero por su lenguaje corporal y lo tranquilas que se iban ellas, más o menos captaba la esencia de la conversación.
               Así que que me hablara a mí como les hablaba a ellas era algo nuevo. Supongo que los finales siempre son sorprendentes, incluso cuando no tienes la más mínima expectativa de cambio en ellos.
               -No. No me voy a la sabana. Me vuelvo a Inglaterra.
               Nedjet frunció el ceño.
               -¿Vas a rendirte? ¿Después de todo, chaval? Qué poco heroico. No tienes cara de ser de los que tiran la toalla-sonrió, burlón, y volvió la atención a la polea-. Una lástima. Estabas empezando a desarrollar músculo y nos vendría bien otra espalda fuerte sobre la que cargar troncos. Supongo que no es igual de satisfactorio que el que tu novia te hunda las uñas en ella mientras se la metes hasta el fondo, pero sí bastante más útil-Nedjet chasqueó la lengua, sacudiendo la cabeza-. Otro que se va porque es incapaz de estar sin su hembra. Qué lástima cuando sois tontos y les prometéis que les seréis fieles; se lo suelen creer, y tarde o temprano os exigen que cumpláis vuestra promesa.
               -No me voy por mi novia-protesté-. Me voy porque Valeria me ha echado del voluntariado.
               Nedjet levantó la cabeza y me miró con la boca abierta.
               -Venía a decírtelo en persona porque quería ahorrarte la ilusión de que creyeras que me había marchado llorando y con el rabo entre las piernas, y para darte las gracias tanto por lo que me has enseñado, las oportunidades que me has dado, y por la increíble labor que estás haciendo aquí. Para que sepas que entiendo que creas que tienes la necesidad de ser un cabrón conmigo y que respeto mucho que no te salgas del personaje en mi presencia, pero… supongo que no es un personaje, después de todo. Así que despídeme de los demás. Diles que me ha encantado trabajar con ellos. Y que no lo digo con recochineo. Aunque quizá debería. ¿Queréis hacer de éste un lugar de refugio para las mujeres heridas? Tengo una idea: no tratéis de joder a los que llegan nuevos a la mínima oportunidad que se os presente.
               Ya que había quemado el puente con Valeria, podía hacer lo mismo con Nedjet. Después de todo, ella al menos había sido amable conmigo en ciertos momentos, concediéndome algunos favores que no tenía por qué (y puede que por eso hubiera sido tan tajante conmigo; tenía que hacer de mí un ejemplo ante los demás). Nedjet, en cambio, había aprovechado cada oportunidad que se le había presentado para intentar joderme; y cuando no se le presentaba ninguna, también me jodía creándolas por sí mismo.
               No puedes construir espacios seguros y de curación si basas la relación con la gente que los construye a tu lado en la inquina y el afán por darte en los morros.
               -¿Por qué te ha echado?-preguntó, poniéndose en pie. El tío con el barreño lo dejó en el suelo y nos miró a ambos, concentrándose totalmente en tratar de entendernos. Puse los ojos en blanco y suspiré.
               -¿Me estás dando la oportunidad de explicarme o sólo es la curiosidad comiéndote por dentro? Porque creo que Valeria estará más que encantada de detallarte con pelos y señales todos mis pecados.
               -Quiero conocer tu versión de los hechos, muchacho. Valeria tiene tiempo de sobra para contármela; en cambio, si es verdad que te vas, no tengo…
               -¿Cómo que “si es verdad”? ¿Por qué iba a mentir sobre esto?
               -Para dejar de venir a ayudarnos.
               -Ah, ahora os ayudo, ¿no? Soy útil, después de todo.
               -En ningún momento he dicho lo contrario-respondió Nedjet, muy digno, levantando la mandíbula con orgullo y mirándome por encima de la nariz-. Habla. ¿Qué has podido hacer que ha sido la gota que ha colmado el vaso para Valeria?
               Me reí y negué con la cabeza. Miré en derredor, preguntándome si de verdad tenía que pasar por aquello. Había ido a decirle a Nedjet que me marchaba por puro orgullo masculino y un estúpido sentido del honor que él no se merecía que le mostrara, no para que me hiciera una especie de sesión de terapia exprés con la que confesar mis pecados.
               Y sin embargo… quería que lo supiera. No tenía nada que ocultar, así que, ¿por qué ocultarlo? No lamentaba haberme escapado para ver a Sabrae; lo que lamentaba era que me hubieran pillado.
               Había calculado bien los riesgos, pero la moneda había caído del lado por el que yo no había apostado. Aun así, volvería a apostar. Una y mil veces.
               De modo que me giré y lo miré.
               -Pues mira, al final vas a tener razón, y todo, y puede que sí que sea culpa de “mi hembra”-hice el gesto de las comillas con los dedos, poniendo los ojos en blanco de nuevo. Menuda forma más repugnante de hablar de Sabrae. Es decir… sí, de acuerdo, yo mismo le había tomado el pelo en ocasiones con que ella era “mi hembra” y yo era “su macho”, y lo mismo había sucedido a la inversa, pero en ambientes muy concretos, circunstancias muy determinadas, y vestuario mucho más restringido.
               Hay cosas que dices en la cama que no dirías ni de coña estando vestido.
               -Me escapé porque necesitaba verla.
               Nedjet se echó a reír.
               -¿Echabas tanto de menos a tu novia que no podías estar más tiempo sin follártela? Bueno, no puedo decir que me sorprenda. Aunque tampoco eres el primero. Puede que sí el primero que se escapa, pero… no serías el primero que se coge vacaciones antes porque no se la aguanta más en los pantalones.
               -Me necesitaba-repliqué-, y yo fui. Porque puede contar conmigo. Y yo también la necesito. Aunque no fui por ninguna de esas gilipolleces de fidelidad de la que hablas a las que, por cierto, se puede sobrevivir. Que no hayáis tenido a ningún tío mínimamente decente que no se dé cuenta de que es mejor matarse a pajas y conservar a la única chica que te va a querer más de lo que te mereces en tu vida en vez de follarse a la primera que se le ponga por delante y perderla no quiere decir que no existamos.
               Había, al menos, cinco de nosotros en el mundo. Sí. Imbécil como soy, creo que todos mis amigos habrían hecho lo mismo que yo por la chica indicada: Scott por Eleanor, Max por Bella, Jordan por… bueno, esperaba que no fuera Zoe; Logan por… bueno, vale, puede que Logan no lo hiciera por una chica, técnicamente; y Tommy… Tommy lo haría por dos. Así compensaría a Logan.
               Mis amigos habrían hecho lo mismo que yo. Mis amigos estarían en la misma situación que yo. Y también se habrían puesto chulos frente a un tío que les sacaba una cabeza y que era todo músculo, la representación por antonomasia de lo que era un negro mastodóntico.
               La diferencia estaba en que ellos jamás se habían enfrentado a tíos así en un ring ni les habían ganado, y yo sí, así que jugaba con ventaja. Aun así, precisamente por experiencia sabía que las hostias de pavos de este calibre te podían dejar muy, pero que muy jodido.
               -Ah, y para que conste: no me la follé. Estaré cachondo como un mono, no lo niego, pero no soy un puto animal y sé controlarme.
               -¿No te merecía la pena?-preguntó Nedjet-. Sabías que Valeria se enteraría.
               -Confiaba en que no fuera así. No quería renunciar a esto-dije, haciendo un gesto con la mano en dirección a los árboles y lo que había más allá: una inmensidad que no había explorado porque, iluso de mí, creía que tenía tiempo de sobra para adentrarme en la jungla y poner en peligro mi vida ante todas sus amenazas-, ni dejar de ayudaros porque que me necesitáis, pero la familia es la familia. Y si mi novia me necesita, me da igual cómo me castiguéis. No puedo dormir por las noches si sé que está mal y no hago nada, pero aunque adoro estar aquí y lo que he estado haciendo, tanto contigo como en la sabana, ten por seguro, Nedjet, que dejarlo atrás no me quitará el sueño. Y menos aún si la tengo entre mis brazos.
               Nedjet se me quedó mirando a través de sus pupilas oscurísimas, el ceño fruncido, sus ojos escaneándome como si me viera por primera vez. Inhaló con fuerza una sola vez, su inmenso pecho hinchándose con el aire que entraba en él.
               Entonces, dijo:
               -¿De verdad querrías quedarte?
               Me relamí los labios y asentí con la cabeza. Sí. Aunque no me molara nada cómo se había puesto Valeria conmigo (y eso que reconocía que yo la había provocado sin razón), ni me gustaba tampoco cómo me trataba a veces Nedjet… las ventajas superaban con diferencia los inconvenientes.
               La única razón por la que podía siquiera considerar marcharme era estar con Saab; todo lo demás me daba igual. Y ya había hablado con ella y habíamos decidido que renunciar al voluntariado simplemente no era una opción para nosotros.
               Imagina cómo nos miraremos cuando nos pongamos al día de todo lo que hayamos hecho este año, me había dicho una vez, y en sus ojos había un amor que me había estremecido de pies a cabeza.
               Asentí. Claro que quería quedarme. Quería ese futuro con Sabrae. Quería ser interesante para ella y... serlo también para mí. Crecer. Meter la pata y no temer que me juzgaran o me lo recordaran más adelante.
               -Ven conmigo.
               -¿Adónde?
               -Que vengas y punto, Alec.
               Salió de la caseta y echó a andar…
               … por el camino.
               Todos los hombres nos lo quedamos mirando mientras Nedjet caminaba por el sendero abierto en la hierba por cientos de pasos femeninos y apenas un puñado de masculinos, estos siempre nocturnos, siempre ocultos. Nedjet se giró.
               -¿Estás sordo?-ladró. Y yo fui tras él. Bueno, no exactamente tras él: caminé a una distancia prudencial, siempre procurando que hubiera algo que me ocultara de las mujeres, que se detenían y miraban a Nedjet como si fuera un oso polar. No pertenecía a ese lugar. Aunque tampoco me pareció que estuvieran traumatizadas. Simplemente… impactadas.
               Me reuní con él tras el puesto de vigilancia de los soldados y éste me miró cuando troté a su lado, esbozó una sonrisa torcida, y continuó caminando sendero abajo.
               No se me escaparon las miradas que le lanzaron todos mis compañeros del campamento que estaban por allí cuando vieron a semejante bestia parda aparecer entre nosotros. Alguien como él ya destacaba de por sí, pero en un sitio en el que todos nos conocíamos y la población estaba más que restringida, Nedjet no sólo era una novedad, sino también una anomalía.
               -Valeria-la llamó, deteniéndose con las piernas separadas en el centro de la plaza de tierra que había frente a la oficina de ésta. Valeria, que estaba con un veterinario que acababa de regresar de la expedición con un par de animales a los que dos soldados ya estaban llevando a su enfermería, se giró y miró a Nedjet. Entrecerró ligeramente los ojos.
               Y cuando me vio a mí, los entrecerró del todo. Fue sólo un segundo, pero lo suficiente como para saber que no es que fuera a echarme: es que si me iba del país sin que me declararan enemigo público número uno, debía dar gracias.
               -Estoy ocupada, Nedjet. Por si no te has enterado, ha habido un atentado. Los todoterrenos están volviendo.
               -No te lo pediría si no fuera urgente, dadas las circunstancias, pero necesito hablar contigo.
               Y añadió en el idioma que sólo entendían los que llevaban el tiempo suficiente allí como para distinguir las briznas de hierba y el canto de los pájaros:
               -O, si lo prefieres, podemos hacerlo aquí, delante de todos tus críos.
               Valeria miró en derredor, al corro disimulado que se estaba formando en torno a nosotros. La noticia de que me marchaba ya había corrido como la pólvora, y muchos estaban acercándose a mi cabaña de forma prudencial para poder despedirse de mí, decirme que les parecía una mierda que me hubieran hecho esto, desearme suerte o aplaudirme por mi osadía y por haber encontrado la forma de escapar de allí.
               -Será un minuto-le dijo al veterinario, que asintió con la cabeza y se marchó en dirección a la enfermería para ocuparse de los recién llegados-. Mbatha, ¿me relevas?
               Mbatha dio un paso al frente, asintiendo con la cabeza, y se dirigió hacia los garajes donde se guardaban los todoterrenos.
               -Vamos-indicó Valeria, haciendo un gesto con la mano en dirección a su cabaña, guiándonos. Vi a lo lejos que Killian y Sandra nos miraban, y me costó horrores no ir y volver a pedirles disculpas. Les había caído una bronca del quince por dejar que me fuera, y Killian estaba en periodo de prueba con el tema de la sabana. Sabía que Valeria no podía permitirse perder a un conductor entrenado en el arte de la guerra como él, pero que no pudiera apartarlo de ese servicio no quería decir que no pudiera restringírselo. Ahora Killian saldría menos, seguramente. Es probable que tardara cerca de un mes en alejarse más de doscientos metros del campamento. Todo por mi culpa.
               Era lo único que lamentaba de que me hubieran pillado: las consecuencias que mis actos tendrían para los demás, que sólo habían tratado de convencerme de que no lo hiciera. Si Valeria no fuera tan terca y estuviera dispuesta a escucharnos, sabría que estaba siendo terriblemente injusta con todos excepto conmigo. Yo mismo justificaría mi castigo, pero no el de los demás.
               Entramos en la cabaña y cerramos la puerta. Nedjet me pidió que esperara en el pasillo, fuera del despacho de Valeria, mientras hablaba con ella.
               -Sabéis que voy a poder oíros todo lo que digáis, ¿verdad?
               -Quiero que lo hagas-respondió Nedjet, y cerró la puerta tras él. Me apoyé en la pared frente a la puerta de Valeria y escuché el sonido de las sillas rechinando cuando los dos tomaron asiento en ellas.
               -Espero que no valores tan poco el tiempo de ambos como para querer hablar de lo que creo que quieres hablar, Nedjet.
               -El crío me ha dicho que lo has echado, ¿es verdad?
               -Así es. Se va en una hora. Entendería que no te fiaras de él si te ha contado por qué lo he echado, pero que quieras confirmar esto conmigo me parece excesivo.
               -No puedes dejar que se vaya.
               -¿Quién lo dice?
               -Valeria, sé razonable. No dejes que te ciegue la rabia.
               -No estoy cegada por la rabia, Nedjet.
               -No quiero creerte. Prefiero pensar eso a que simplemente eres estúpida. El crío tiene ideales y los está defendiendo. ¿No crees que, con lo escaso que es eso hoy en día en gente de su edad, en gente de su procedencia, es algo que tenemos que fomentar y no castigar?
               Gente de mi procedencia. Colonizadores. Ladrones. Usurpadores. Asesinos.
               Violadores.
               Se me retorció el estómago al pensar en las pobres mujeres del santuario.
               Valeria se reclinó en su asiento, jugueteando con un bolígrafo cuya tinta se había secado hacía mucho.
               -¿Te parece una estupidez lo que ha hecho? Se ha escapado de este campamento para ir a ver a su novia, Nedjet. Después de que yo le dijera que no podía irse; no, sin pedir uno de sus permisos. ¿Sabes qué me dijo? Que no podía gastar ninguno porque ya tenía pensado cómo invertirlos todos. Si tan ocupado está, le estoy haciendo un favor dejando que se vaya. Lo está deseando.
               -Sabes que no es así, y no deberías dejar que tu orgullo herido tome las riendas de la situación. Te pusieron al frente de este campamento porque sabes tomar decisiones difíciles, ¿por qué dejas que te nuble el juicio?
               Valeria se puso de pie, inclinándose sobre la mesa.
               -¿Tengo el juicio nublado? ¿Yo? Me gustaría verte en mi situación. Me ha desobedecido abiertamente, Nedjet. Si no impongo mi autoridad, no me respetarán. Ninguno de ellos-supe que señalaba hacia afuera, a la muchedumbre silenciosa que se congregaba alrededor de la cabaña-. Tú haces lo mismo con tu gente. Sabes que no es ninguna estupidez proteger tu autoridad. Tu autoridad puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte. Más aún la mía. Mando a críos sin experiencia a la sabana, con guerrillas, cédulas terroristas y grupos de furtivos al acecho. Necesito saber que si les digo que vuelvan inmediatamente porque no están a salvo, no intentarán hacerse los héroes y no regresarán.
               -Es una estupidez ser inflexible con el talento y la gente válida-replicó Nedjet-. Te respetarán más si lo dejas pasar y demuestras que sabes perdonar. Yo te respetaré más.
               Valeria se irguió cuan alta era, los ojos fijos en Nedjet.
               -¿Qué quieres decir, que no me respetas?
               -Por supuesto que sí. Y sabes que, aunque proteste cada vez que me mandas a uno de tus cachorros prometedores, me fío de tu criterio, porque nunca se ha equivocado. Y tu criterio me lo envió. Tiene potencial-Nedjet entrecerró los dedos-. No lo malgastes enviándolo lejos. ¿Y si no vuelve? Ya no con nosotros, sino con nadie. Sabes que podrá contribuir si se le permite. Dale otra oportunidad. No andamos sobrados de gente.
               -Ya le he dado varias. Entró tarde.
               Qué hija de puta, pensé. Había entrado tarde porque no me había quedado más remedio, porque había estado ingresado casi dos meses en un puto hospital, porque había estado en coma una puta semana.
               -Y ya ha hecho en un mes más de lo que muchos harían en un año. La decisión es tuya  al final, pero quiero que sepas mi opinión-Nedjet levantó las manos, mostrándole las palmas, y se puso en pie.
               -Se ha largado del país y ha convencido a sus compañeros para que me mientan.
               -No lo veo lo suficiente cabrón como para manipular a sus compañeros para que traten de engañarte. Aunque tampoco me extraña que hayan hecho como que no ha pasado nada. Yo también trataría de ocultar mis huellas. Además, a los guapos siempre suelen protegerlos más.
               -¿Por eso quieres que se quede? ¿Porque es guapo? ¿Le ha echado el ojo alguien de entre tu gente y estás tramando algo?
               -Es el primer cachorro que me mandas que no lloriquea por las tareas que le mando ni dice que no puede hacerlas. Le he visto las cicatrices; es bastante posible que tenga costillas rotas y aun así trabaja más que mis hombres. Sabes de sobra que no dejo que se acerquen a las mujeres, pero que es guapo es evidente. Y aquí tienes suficientes chicas como para que las posibilidades de que vaya con alguna en la expedición sean tan altas que no haya manera de no tenerlas en consideración. Así que sólo hay que sumar dos y dos.
               Nedjet tenía razón. No era exactamente por ser guapo, pero había convencido a Killian gracias a Sandra, que se había convencido en cuanto le dije que me iba para ver a mi novia porque ella me necesitaba.
               Valeria se quedó callada un momento, considerando.
               -Cuando se dio cuenta de que lo había descubierto, se me puso chulo. ¿Sabes de dónde me dijo que venía? De una convención de fuckboys.
               -¿Alec? ¿Un fuckboy? No me hagas reír, Valeria. Si está obsesionado con su novia. Aprovecha cada ocasión que se le presenta para hablar de ella.
               Vaya, vaya, vaya. Apártate, Sansa Stark: tenemos un nuevo rey del desarrollo de personaje.
               -¿Cómo se supone que debo tolerar eso, Nedjet?
               -Dándote cuenta de que es inglés, Valeria. Es subnormal de nacimiento. ¿Cuántos ingleses hemos tenido aquí con más de una neurona?
               -Aun así ninguno me ha faltado al respeto como lo ha hecho él.
               -¿Y la solución es mandarlo de vuelta a su casita?
               -Así todos sabrán que no tolero las faltas de respeto.
               -No; así todos sabrán que no eres capaz de gestionarlas. Que un puto adolescente extranjero con las hormonas revolucionadas y acorralado te suelte una contestación típica de adolescente no es motivo para ponerlo de patitas en la calle y subirlo al primer avión de vuelta a su casa que salga.
               -Entonces lo que quieres es que lo perdone sin más, ¿no? Que haga lo que le salga de los huevos, total.
               -No, pero me parece excesivo que lo eches por esto. Eso es todo. Como te he dicho, la decisión es tuya, pero quiero que conozcas mi opinión. Y me gustaría que la tuvieras en cuenta para tomar tu decisión, igual que yo tengo en cuenta las tuyas.
               -¿Qué insinúas?
               -¿Cuándo he rechazado a alguno de los críos que me has mandado? Incluso a los más flacuchos. Siempre que has creído que alguno soportaría el trabajo, yo le he dado la misma oportunidad que le has dado tú. Quisiera que esta vez fuera al revés, pero, de nuevo, tú eres la que está al mando. Alec no parece muy dispuesto a discutir tu decisión, así que menos lo haré yo. Pero quiero que lo sepas: acusaré su ausencia si se marcha.
               -Muy bien-Valeria se cruzó de brazos-. Entonces, ¿qué sugieres que haga?
               -Ah, eso lo tienes que pensar tú. Para eso eres la jefa.
               -¿Reasignarle las tareas?
               -Es una opción.
               -No pienso dejar que vuelva a poner en peligro a sus compañeros otra vez con su egoísmo, y no sé si te lo ha dicho, pero a mí me ha dejado bien claro que, si tiene que volver a escaparse, lo hará. Y no me fío de él para mandarlo a la sabana.
               -Pues no lo mandes.
               Se me detuvo el corazón. ¿Cómo que no volvería a la sabana? Tenía que ser coña. ¿Para qué coño iba a quedarme entonces, si era la tarea que tenía asignada? No pretenderían en serio que me pasara ese año muerto del asco, ¿verdad?
               -Tampoco me fío para darle nuevas tareas.
               Bueno, se cancelaba la cancelación de la sabana. Creo.
               Espero.
               Rezo.
               -Pues dale otras.
               -No tengo otras.
               -Bueno, pues yo sí que lo necesito.
               Valeria se relamió los labios, dubitativa, y pronunció mi nombre. Abrí la puerta y los miré: los dos estaban de pie, con los rostros vueltos hacia mí.
               -Me imagino que has escuchado todo lo que hemos hablado-dijo Valeria, y yo asentí y miré un segundo a Nedjet-. ¿Algo que objetar?
               -Estoy de acuerdo en todo lo que ha dicho Nedjet. Lo cual me flipa bastante, a decir verdad-Nedjet se sentó de nuevo en la silla-. Y… también tienes razón. No debería haberte dicho esa gilipollez de lo de la convención de fuckboys. Me puse chulo sin razón, y me arrepiento de veras.
               -¿Te arrepientes porque puede que te quedes o porque crees que has obrado mal?
               -Paso palabra.
               Nedjet rió entre dientes.
               -¿Tan desesperado estás por largarte que lo vas a intentar por todos los medios?-preguntó Valeria, y yo, que soy imbécil, solté:
               -Hombre, es que el calor que hace aquí, con esta humedad, es jodidamente insoportable.
               Valeria miró a Nedjet, Nedjet miró a Valeria, y yo carraspeé.
               -Perdón. Es que no lo puedo controlar. Yo, eh… si todavía está la opción sobre la mesa, me gustaría quedarme.
               -No seguirías haciendo lo que has venido haciendo hasta ahora.
               -¿Y eso es algo no negociable?
               -Sí.
               -Bueno, tenía que preguntarlo. Y, ¿qué haría entonces?
               -¿Crees que estás en posición de escoger?
               -Hombre, teniendo en cuenta que he venido para colaborar con la WWF y la WWF ya no se fía de mí… creo que tengo derecho a conocer mis opciones.
               -Se acabó la sabana para ti. Trabajarás para Nedjet mientras no te necesitemos en el campamento. Volverás a estar de reserva para tareas de apoyo, como antes de que yo llegara y te asignara las búsquedas.
               Valeria rodeó la mesa, se apoyó en ella y se cruzó de brazos.
               -Sé que la disfrutas y sé que todos os enamoráis de ella cuando salís. Si quieres irte, lo entenderé. Pero no voy a dejar que vayas a ninguna expedición nunca más, Alec. No puedo poner a tus compañeros en peligro por ti. ¿Lo entiendes?
               -Lo entiendo.
               -Así que, ¿quieres tu segunda oportunidad, chaval?-preguntó Nedjet.
               -¿Estás dispuesto a renunciar a la sabana con tal de quedarte?-añadió Valeria, alzando una ceja.
               Pensé en la sabana. En la extensión de dorado, sus atardeceres, la sensación de ser minúsculo e irremplazable a la vez. El tacto de la hierba en los dedos, bajo el saco de dormir, o crujiendo bajo los zapatos. La música constante de un mundo vivo que era ajeno a ti y del que a la vez formabas parte indispensable. La adrenalina viendo a los animales de cerca, la paz tocándolos porque ellos te lo permitían. La limpieza en el alma cuando les miraba a los ojos y sólo veía bondad en ellos; incluso cuando tenían las fauces y las garras manchadas de sangre, ninguno de ellos sería nunca malo ni podría llamarlo asesino. El dolor en el corazón cuando llegábamos tarde y teníamos que abandonar a un animal a su suerte porque no había qué hacer con él. El cansancio y el agarrotamiento de los músculos cuando regresábamos a casa.
               Casa.
               Mi casa estaba en Inglaterra, seguramente cenando a esta hora.
               Tienes que quedarte. Nos hará bien. Tienes que ser tu propia persona. Tú tienes tu historia, y yo tengo la mía.
               No podía volver. Sabrae y yo necesitábamos esto. Necesitábamos que yo me quedara e hiciera lo que me dijeran durante un año antes de volver a juntarnos para no separarnos más.
               Se me iba a hacer cuesta arriba si no volvía a acercarme a ningún animal moribundo, le acariciaba el hocico y lo tranquilizaba susurrándole que todo iría bien. Pero supongo que de eso iba precisamente todo esto: de evolucionar a trompicones, a pesar del dolor que me producía no poder volver ahí fuera, donde había descubierto un mundo tan hermoso que todos lucharían por protegerlo si tan siquiera lo vieran aunque fuera sólo una vez.
               Si no nos separamos, no tendremos besos como éste, me había dicho después de unos morreos como no me los habían dado en mi vida.
               No puedo volver.
               -Cualquier cosa con tal de quedarme. Necesito estar aquí.
               Valeria asintió con la cabeza.
               -De acuerdo. Anularé tu asiento en el vuelo de esta noche, entonces. A partir de ahora estás a entera disposición de Nedjet-dijo, señalándolo con la mandíbula, y éste me sonrió.
               -Yupi-dije sin entusiasmo. A Nedjet se le borró la sonrisa de un plumazo y miró a Valeria.
               -Creo que no era tan mala idea que se largara, después de todo.
               -Mira, cariño, no me volváis loca, ¿eh?-ladró Valeria, abriendo las manos junto a su cara-. Ya está bien.
               -¿Cómo que “cariño”?-pregunté, y los dos me miraron-. No te hacía de las que llama “cariño” a sus compañeros de trabajo.
               -Valeria es mi mujer-dijo Nedjet.
               -¡¿CÓMO QUE “TU MUJER”?!
               Valeria puso los ojos en blanco, sacudió la cabeza, y salió disparada hacia fuera, pues acababa de entrar un nuevo todoterreno, no sin antes decir:
               -Dale las gracias a Nedjet. Te has quedado por él.
               Me quedé mirando el hueco por el que ella se marchó, y luego, muy lentamente, me volví hacia él.
               -¿Estáis casados en serio?-pregunté, y Nedjet asintió, frotándose la mano en la cara, espatarrado en la silla como si hubiera envejecido cuarenta años de un plumazo. Tampoco me extrañaba. Casarse con Valeria debía de echarte mínimo quince años. Y luego la convivencia…-. ¿Por qué?
               -Alec, después de todo lo que ha pasado hoy… ¿en serio es eso lo que quieres preguntar?
               -Vale, vale. Pues, al margen de este fenómeno paranormal al que acabo de asistir… ¿qué mosca te ha picado? Tú me odias. Siempre lo has hecho y siempre lo harás.
               -Porque eres un chulo, y un sinvergüenza-respondió Nedjet, apartándose la mano de la cara y mirándome fijamente-, y mereces que te den una lección y te bajen esos humos de protagonista masculino con los que vas por la vida, pero no eres una mala persona, Alec. Eres igual que un león rabioso que ataca a las tribus porque las confunde con los furtivos. La solución no es quitarte de en medio y ya está, sino aprovechar tu potencial. Entrenarte. Hacer que camines entre nosotros. Y no caminarías entre nosotros en Europa.
                Me dio una palmada en el hombro cuando se levantó.
               -Ve a descansar. Mañana empezamos con la fosa séptica.
               -Eso será si aparezco.
               -Te conviene aparecer, mocoso.
               -Bañarme con Serrucho de repente suena increíblemente tentador…-suspiré, y me quedé un instante a sola en el despacho de Valeria cuando Nedjet salió, analizándolo todo, mirando cada detalle, y pensando en la cantidad de veces que iba a ver este lugar.
               Me marché con un estremecimiento cuando me pregunté si Nedjet y Valeria habrían follado allí.
               En el exterior se había disipado la multitud por obra y gracia de Mbatha, una segunda de abordo como nadie se la merecía. Sólo Perséfone y Luca continuaban en el claro, esperando noticias mías. Tenían los ojos rojos de tanto llorar, pero sus ojos estaban secos ahora. Me miraron con timidez, expectantes.
               -¿Ese era Nedjet?-preguntó Perséfone, y yo asentí-. Dios, vaya animal.
               -Mm-mm.
               -¿Qué te pasa, Al? Pareces… apagado.
               No podía quitarme de la cabeza todas las sensaciones que había probado y había perdido. Era como haber sido director de cine y quedarme ciego. Como ser músico y quedarme sordo. Ser chef y perder el sentido del gusto. ¿Era vida lo que me quedaba ahí?
               La hierba, la luz, los árboles, el horizonte, las siluetas, las nubes, la inmensidad… los animales. Las crías de los animales.
               -Me dejan quedarme.
               -Pero, ¡eso es genial!-gritó Luca, y miró a Perséfone-. ¿No es genial?
               Perséfone siguió mirándome, paciente. Sabía que había algo más. Siempre había algo más.
               -Pers… tú me esperaste. Aparte de por fe en Sabrae… ¿lo hiciste por algo más?
               Perséfone se relamió los labios.
               -Porque me sentía mal. No podía… no quería que lo arriesgaras todo por Sabrae, porque si salía mal, sé que volverías a creerte indigno. Te hace bien estar aquí. Estás creciendo, sanando… o lo estabas haciendo, al menos. No quería que volvieras y creyeras que yo no apostaba por ti.
               -Pues… entonces igual sí que voy a necesitar que te quedes el año entero.
               -¿Por qué?
                -Porque me han quitado ir a la sabana.
               Y entonces entendí por qué había necesitado tanto a Pers a lo largo de mi vida, y por qué la seguía necesitando ahora: era la sustituta de Sabrae cuando yo ni siquiera sabía que sustituía a Sabrae. En Mykonos lo habían entendido todo al revés: Sabrae no era mi Perséfone de invierno; Perséfone era mi Sabrae de agosto.
               Lo entendí por la forma en que me miró: sin miedo a demostrarme que se le había roto un poco el corazón. Lo entendí por lo que aquello significó: el permiso que yo necesitaba para poder derrumbarme y echarme a llorar.




             
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2 comentarios:

  1. BUENO LA MANERA EN LA QUE HE HABIDO UNOS PLOT TWIST QUE NO ME ESPERABA.
    Punto número uno, la chulearía de Alec ya sabemos todas como nos pone pero a pesar de ello y de que obviamente en esta novela se apoya todo acto de amor entre sabralec la pobre valeria tenia toda la razón del mundo vaia, yo le hubiese dado una coz.
    Por otro lado me ha encantado la conversación con Persefone y me ha sorprendido y cundido que le haya pedido perdón y reconocido su error porque vaya mi niña te me habias caido. Decir que el parrafaco que te has marcado de alec comparandolas casi me deja comatosa.
    Y bueno para terminar el tremendo plot twist de Nedjet ayudando a Alec y siendo marido de Valeria no me lo esperaba me descojono.
    Me muero de la curiosidad de ver si persefone se queda o no porque me tienes en ascuas y como conseguirá alec volver a la sabana porque sabemos de sobra q lo hara.

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  2. Me ha gustado mucho este capítulo de transición jejejeje
    - Me ha gustado mucho el principio de Alec pensando en como era y como no quiere volver a ser esa persona…
    - El momento “convención de fuckboys” era para darle un bofetón, pero mentiría si dijera que no me ha hecho gracia.
    - Toda la parte a partir del “Sabrae era más, por supuesto” me ha matado.
    - Alec diciendo que Scott escribirá sus memorias que risa.
    - Adoro lo de “Tenemos que ser nuestras propias personas. Tú tienes tu historia, y yo tengo la mía. Aparte de la nuestra, quiero decir.”
    - Luca teniendo un mental breakdown porque Alec se iba a ir MOOD. Te juro que necesito que se vuelvan inseparables y que tengan la mejor amistad del voluntariado.
    - El plotwist de que Nedjet defendiera a Alec y que SEA EL MARIDO DE VALERIA HA SIDO GENIAL, ME HA ENCANTADO.
    - Se te ha visto el plumero en este cap con lo mucho que te gusta Perséfone Eri (y que la shippeas un poquito con Alec) JAJAJAJAAJ. A mi en este cap me ha gustado mucho, pero la sigo teniendo un pelín atravesada.
    Con ganas del siguiente <3

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