domingo, 19 de marzo de 2023

La dirección hacia la que se orientan todas tus constelaciones.

 
Creciendo en conexión con la naturaleza en una región que se ha ganado el título de Paraíso Natural hace que veas las hermosura en todo y que en muy pocas ocasiones veas lo malo, que pienses mal de la gente o que creas que hay malas intenciones detrás de lo que la gente te hace. Siempre he tenido esta tendencia de tratar de justificar el daño que me hacían y culpabilizarme por sentir dolor incluso cuando veía a alguien sonreír mientras me abría en canal; me empeñaba en pensar que eran imaginaciones mías y que mi dolor era sólo culpa mía, por alguna especie de malentendido que la(s) otra(s) persona(s) estuviera(n) haciendo patente. Precisamente por creer que el mundo se asienta sobre cimientos hechos de nenúfares me ha costado mucho luchar por mí misma, validar mis emociones y pensar qué es lo que me merezco y qué no, cuándo me están dando de más, cuándo lo que me corresponde y cuándo me están robando.
               Lo cierto es que llevaba años así, quizá por haber sido siempre un cometa a la deriva que no se integró jamás en uno de los complicados sistemas solares sociales que se forman en el instituto, y los malos hábitos son difíciles de cambiar. El dicho de “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer” hace más bien que mal, especialmente a los que nos sentimos encerrados en una jaula que es amplia de sobra para nosotros, cuyos materiales no nos lastiman y de hecho puede que incluso nos agraden, pero que ansiamos ver qué hay más allá de donde alcanza nuestra vista.
               A finales de 2019 y principios de 2020 empecé un viaje que no terminé hasta entero de este 2023; tres años muy intensos en los que se podía leer entre líneas lo que estaba pasando en esas entradas que siempre hago en tono agradecido al final de año, porque, en parte, no puedo dejar de estar agradecida de haber sobrevivido a otro año más. Lo entiendo como un privilegio y también como la excusa perfecta para esconderme en no tratar de pedir más, porque por experiencia, cuando he pedido siempre se me ha negado lo que deseaba, como si fuera algo maquiavélico y totalmente extralimitado a mi condición ya no de ser humano, sino de amiga.
               Aprender a caminar sola de nuevo es una de las cosas que me he llevado en estos años y que más me han hecho crecer, no sólo por ver con quién puedo invertir mi tiempo y con quién no debo malgastarlo, sino porque me ha hecho ver que todo lo que estaba dispuesta a perderme por no tener con quién compartirlo eran experiencias increíblemente enriquecedoras estando sola. Mi punto de inflexión fue junio, primero, y octubre-noviembre, después; ir a una fiesta en agosto sin miedo a nada más que equivocarme de letra mientras gritaba las canciones de mi banda preferida en el mundo, ésa que ya no está y que, contra todas promesas, ya no volverá. Hacer cameos en vídeos de desconocidas me ha hecho ver que soy divertida; dejar de enviar mensajes que no obtienen respuesta en sus grupos me ha hecho ver que no soy culpable de que esos grupos se mueran y de que otras personas se equivoquen, aprovechen cualquier ocasión para entender en mis palabras un ataque, y decidan que no son hipócritas por el mismo comportamiento por el que me acusan a mí; quedarme en una posición bastante mediocre en una bolsa de empleo para un Ayuntamiento me ha hecho ver que mi valor no se define en un número ni en lo bien que lo haga en dos horas; en fin, esta peregrinación hacia la persona que soy hoy me ha hecho descubrir que no soy estúpida por mirar las cosas desde un punto de vista positivo ni por albergar esperanza, porque la verdad es que todo puede verse de varias maneras distintas.
               Los cambios son una pérdida, sí, pero también son un lastre que ya no llevas a tu espalda.
               Tenía buenas sensaciones con este año, que tiene un número que me encanta y que se ha convertido en mi favorito, muy a pesar el 17; y, aunque entré de culo esas dos primeras semanas, me las he apañado para caer de pie y recuperar esa fe de esa niña que hacía años había dejado de ser, empeñada en compararme con los demás, con lo que ellos tenían y yo no, con lo que habían conseguido y yo no, y todo porque no lo deseaba ni resonaba conmigo como resonaba con ellos. Vomitar el desayuno por dejar de hablar con gente que no me quería y que me echaría en cara a la mínima oportunidad que se le presentara que hablara de cómo me hacían sentir, no poder retener nada en el cuerpo mientras esperaba a tomar posesión, pedir los días de libre disposición que me quedaban libres para no tener que volver a mi antiguo ayuntamiento y obligarme a compartir mis últimos momentos con mis amigas allí con una jefa que no había hecho sino amargarme la existencia los últimos meses, o pedirme unas vacaciones a regañadientes para desconectar en Navidades sólo fueron las pruebas por las que el universo me hizo pasar para entregarme lo que ahora tengo: ilusión por el futuro, confianza en que soy capaz, y la certeza de que, cuando te cuidas, el universo también te cuida.
               No soy mucho de pensar en la providencia y no quiero creer que mi historia esté escrita en piedra y no pueda modificarla, pero como escritora que soy, tampoco puedo dejar de apreciar esos bandazos aleatorios que luego resultan ser los giros en los que se sustenta la trama final. Ser mapa está muy bien, pero no hay nada como un buen momento brújula en el que te dejas llevar, escribes algo que no sabes cómo vas a resolver ahora, pero que más adelante tendrá más sentido incluso que tus planes originales, o te llevará a un destino mejor. Pensar hace siete años que tienes muchísima suerte por estar sentada al lado de tu mejor amiga mientras vais a una fiesta en el bus no te garantiza que hace cuatro que no quieras verla ni en pintura; creer que no podrás sobrevivir a no hablar con tus mejores amigas en dos semanas, y luego en tres meses, y luego en años no quiere decir que no vayas a lograrlo; desmontarte por cachitos para completar a los que quieres sí puede acabar contigo, como casi hace conmigo.
               El dolor es un mecanismo de defensa que te indica que algo no te hace bien y que tienes que extirpártelo: no deberías preocuparte de que tus palabras se malinterpreten, no deberías no decir nada por miedo a sentirte pesada, ni deberías pensar en no aceptar un trabajo porque te hayan dicho que lo vas a pasar mal. Simplemente tienes que probar: busca quien no te malinterprete, busca quien aprecie todo lo que le cuentas y te diga que los personajes de tus novelas parecen tus amigos por la forma en que hablas de ellos, amigos a los que les encantaría conocer; vete a ese nuevo sitio, sé tú misma con tus compañeros, y confía en que las preguntas que te hacen son consultas para resolver tus dudas y no exámenes para probar que eres tonta y no tienes ni idea de lo que has estudiado. Vete sola a esa fiesta. Vete sola a esa playa. Vete sola a ver esa película. Dile a esa amiga con la que hace tanto que no hablas que te has leído ese libro del que tanto habla. Dile a ese chico al que no conoces muy bien que a ti también te encanta esa película. No salgas de tu zona de confort: expándela; la vida ya es bastante difícil como para convertirla en una batalla eterna, pero ¿quién quiere un juego de circuito cerrado pudiendo tenerlo de mundo abierto? Hay mil sitios ahí fuera por descubrir, mil sitios que te esperan y a los que te mereces ir; mil personas ansiosas por conocerte y por que las hagas reír.
               Solo tienes que empezar a creerte que de verdad te están llamando, porque es así. Esa voz infantil que tienes dentro y que hace que lamentes no hacer algo debería tomar el micrófono y pasar a ser la cantante. Una vez que empiezas a escucharla, ya no puedes parar. Te dirá que te mereces cosas buenas, te lo creerás, y las empezarás a ver a tu alrededor.
               Te dirá que te alejes del veneno, lo harás, y te sentirás mejor. Y un día te levantarás, desayunarás, te lavarás los dientes, te vestirás, te irás a trabajar, y te darás cuenta a medio camino de que no has vomitado el desayuno, que ya no tienes ansiedad, y que ya no te apetece contarles nada, ni bueno ni malo, a los que te hicieron daño; esos a cuyo silencio creías que no ibas a sobrevivir. Has sobrevivido. Te estás cuidando. Vas en la buena dirección, ésa en la que te negabas en redondo a mirar a pesar de que tu instinto te giraba la cabeza a la mínima oportunidad.
               La dirección hacia la que se orientan todas tus constelaciones. ¿De verdad te crees más lista que tus estrellas? Prueba otra vez. Dales una oportunidad.
               Te prometo que no volverás a levantar la vista al cielo y a mirarlas igual cuando dejes que empiecen a hacer su magia.


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