¡Hola, flor! Sé
que últimamente no paro con los mensajitos, pero el caso es que quería avisarte
de que en agosto, no subiré Sabrae en fin
de semana. La razón es que es mi mes de descanso de la oposición (por
desgracia, no del trabajo) y quiero aprovechar los findes para relajarme en mi
pueblo o en la playa. Si todo va bien, mi intención es subir los martes para dejarme un poco más de
margen; de todos modos, te confirmaré en mi twitter qué día subiré
cuando sepa los días que pretenden ponerme prácticas en la academia.
¡Eso es todo, disfruta del cap! ❤
¡Eso es todo, disfruta del cap! ❤
Jo.
Der.
Incluso sin intentarlo lo más mínimo ni hacer ningún tipo de esfuerzo, mi chica sabía qué tenía que hacer para volverme absolutamente loco. No era así como había fantaseado durante las nueve horas en avión que la tendría por primera vez, pero ahora que estábamos en ello, la verdad es que no podía hacerle ascos a todo lo que Sabrae me estaba dando.
Follármela contra la pared de mi garaje, justo al lado del bulto de mi moto tapada con una sábana, no era precisamente como pretendía tenerla. A diez mil metros de altura había soñado con tenerla completamente desnuda, abierta de piernas, disponible para que yo pudiera devorarla como si fuera la última comida de mi vida y me hubieran concedido el último de mis deseos sin reparar en gastos, pero… Dios. No podía decir que la sensación de cada milímetro de su cuerpo apretando mi zona más sensible, y la preferida de ambos, fuera mejor que el sentir cómo se deshacía en mi lengua como un delicioso helado cuya composición habían sacado directamente de mi subconsciente, porque eso supondría comparar a Sabrae con una versión de sí misma que ahora mismo no tenía, y me era muy difícil establecer algún tipo de ránking en el que ella ocupara el segundo lugar, o el tercero. Incluso cuando ella era también la que estaba en la cima del todo del podio.
El caso es que no había contado en absoluto con que la experiencia de mil noches con mil chicas diferentes que tenía a mis espaldas fuera a claudicar en favor de la tormenta rabiosa que se despertaba dentro de mí cada vez que ella me miraba, ya no digamos con los vientos huracanados de mi interior cuando de repente recordaba que ella no era etérea, sino que tenía un cuerpo del que sabía sacar muy buen provecho.
Cuando me puse de rodillas detrás de ella e inhalé el dulce aroma que desprendía su sexo, abierto como una flor que había sido diseñada para que yo la disfrutara y la atesorara en mi jardín, supe que nada de lo que íbamos a hacer sería como yo había planeado en Etiopía. Claro que… ella y yo tampoco habíamos planeado enamorarnos, y aquí estábamos los dos.
-Alec-gimió mientras me hundía en sus pliegues, clavando las uñas en la pared con una fuerza que me hizo sospechar que dejaría marcas casi imperceptibles para todo el mundo salvo para mí, que las vería con luces de neón cada vez que me bajara del coche o de la moto. Llevé mi polla hasta lo más profundo de su interior, presionando la base contra sus nalgas, en las que me apetecía hundir la mano, los dedos y los dientes por igual. Le separé un poco más las piernas con mis rodillas, cargándome ligeramente su peso sobre mi cuerpo, algo que hizo estragos en mi salud mental. No sabía cómo había hecho para no correrme nada más entré en ella.
Estaba tan jodidamente apretada que, por una vez, sentí que no tenía nada que envidiarle al mamarracho de su exnovio. Fue como si tuviera su primera vez conmigo y no con él, y me diera así una oportunidad de reescribir nuestra historia: en lugar de mantenerme alejado de ella durante diecisiete años, lo haría durante dieciséis; los dos últimos años de mi existencia serían una bacanal de sexo en la que le enseñaría a Sabrae lo que había aprendido hasta entonces y descubriría más cosas con ella. No habría pensado en marcharme jamás a Etiopía, porque ella habría curado todo lo que estaba mal en mí antes siquiera de que la idea se me pasara por la cabeza. Ante nosotros tendríamos un año entero para follar lo que nos diera la gana, cuando, donde y como quisiéramos. Sería un puto sueño el tener todo el tiempo del mundo para disfrutarla, no preocuparme de ningún horario más que el de sus clases, ir a recogerla al instituto y llevármela derechita a mi habitación, donde ni siquiera le quitaría el uniforme, sino que cumpliría una de mis fantasías de meterme entre las piernas de una chica con esa falda de tablas que tan malísimo me había puesto en el pasado.
Era una absoluta delicia la manera en que podía sentir los latidos de su anticipación, sus ganas de mí, la manera en que su cuerpo traicionaba lo que me había dicho en el pasado, “yo no puedo ser de nadie”, entregándose a mí para mi absoluto control, dejándome jugar con ella cuanto se me antojara.
-Alec-repitió, suplicante, mientras me retiraba y la embestía de nuevo, sin poder creerme del todo que hubiera renunciado a esto, a la creación del mismísimo mundo en mis propias manos, por la idea de una soledad que me curaría a miles de kilómetros de casa. Puede que mis demonios no pudieran seguirme allá donde me había marchado, pero Sabrae tampoco podía hacerlo. Y mi cielo ya no se definía por la ausencia de demonios, sino por la presencia de Sabrae.
Di un paso más hacia ella, mis rodillas justo en el hueco tras las suyas, y continué con esa deliciosa tortura en la que Sabrae cada vez estaba más y más apretada. Si no fuera por la forma en que gemía mi nombre y cómo se aferraba a una de mis muñecas mientras mantenía la otra mano en la pared, empujándose hacia mí y negándose a ceder un centímetro de terreno, me habría preocupado estar haciéndole daño.
Si no fuera por su entusiasmo reaccionando a mi cuerpo, claro, y a lo húmeda que la había encontrado cuando me arrodillé entre sus piernas. La película que siempre me saludaba cuando le quitaba la ropa interior parecía haberse puesto sus mejores galas, como si estuviera en un festival de cine en el que su excitación fuera la única prenda que pretendiera llevar, y con la que se coronaría como la mejor vestida. No me había resistido a acariciarla con los dedos y probarla, maravillándome con el regusto dulce y chispeante tan característico de Sabrae que tantísimo había echado de menos, que tanto había evocado en mis noches machacándomela en la oscuridad o en las duchas, cuando me quedaba solo, y con cuyo ingrediente secreto todavía no había podido acertar.
A pesar de la detestable barrera del condón, podía sentir su humedad rodeándome, atándome a ella con la misma materia que sostenía cada elemento del universo en su lugar. Eso era lo que manaba de entre las piernas de Sabrae: el orden de todas las cosas, la gravedad de los agujeros negros y la luz de cada estrella.
-Sí, nena-gruñí, sintiendo un fuego ancestral encendiéndose dentro de mí-. Di mi nombre.
-Alec-repitió, moviendo las caderas en esa cadencia infernal. Ardería para siempre si con eso me dejaban disfrutarla aunque fuera solo unos años; no me preocupaba nada más. Me importaba una mierda mi alma inmortal, si es que la tenía: me parecía una moneda de cambio tan válida como otra cualquiera a cambio de esto que estábamos compartiendo.
-Buena chica. Vas a correrte gritando mi nombre, ¿de acuerdo, preciosa?-pregunté, apartándole el pelo del hombro y besándole el cuello, justo debajo del lóbulo de su oreja-. Vas a convertir mi nombre en tu primer orgasmo conmigo desde que he vuelto a casa. Me vas a hacer ese regalo, ¿verdad, bombón?
Sabrae asintió con la cabeza, mordiéndose el labio con más y más y más fuerza mientras yo la embestía, bombeando en su interior para hinchar el globo aerostático con el que surcaría las estrellas.
-No te oigo, mi amor.
-Sí, sol-replicó, jadeante y… para qué mentir, me puso como una jodida moto.