domingo, 30 de julio de 2023

Henoteísmo.

¡Hola, flor! Sé que últimamente no paro con los mensajitos, pero el caso es que quería avisarte de que en agosto, no subiré Sabrae en fin de semana. La razón es que es mi mes de descanso de la oposición (por desgracia, no del trabajo) y quiero aprovechar los findes para relajarme en mi pueblo o en la playa. Si todo va bien, mi intención es subir los martes para dejarme un poco más de margen; de todos modos, te confirmaré en mi twitter qué día subiré cuando sepa los días que pretenden ponerme prácticas en la academia.
¡Eso es todo, disfruta del cap!  



¡Toca para ir a la lista de caps!
 
Dos palabras:
               Jo.
               Der.
               Incluso sin intentarlo lo más mínimo ni hacer ningún tipo de esfuerzo, mi chica sabía qué tenía que hacer para volverme absolutamente loco. No era así como había fantaseado durante las nueve horas en avión que la tendría por primera vez, pero ahora que estábamos en ello, la verdad es que no podía hacerle ascos a todo lo que Sabrae me estaba dando.
               Follármela contra la pared de mi garaje, justo al lado del bulto de mi moto tapada con una sábana, no era precisamente como pretendía tenerla. A diez mil metros de altura había soñado con tenerla completamente desnuda, abierta de piernas, disponible para que yo pudiera devorarla como si fuera la última comida de mi vida y me hubieran concedido el último de mis deseos sin reparar en gastos, pero… Dios. No podía decir que la sensación de cada milímetro de su cuerpo apretando mi zona más sensible, y la preferida de ambos, fuera mejor que el sentir cómo se deshacía en mi lengua como un delicioso helado cuya composición habían sacado directamente de mi subconsciente, porque eso supondría comparar a Sabrae con una versión de sí misma que ahora mismo no tenía, y me era muy difícil establecer algún tipo de ránking en el que ella ocupara el segundo lugar, o el tercero. Incluso cuando ella era también la que estaba en la cima del todo del podio.
               El caso es que no había contado en absoluto con que la experiencia de mil noches con mil chicas diferentes que tenía a mis espaldas fuera a claudicar en favor de la tormenta rabiosa que se despertaba dentro de mí cada vez que ella me miraba, ya no digamos con los vientos huracanados de mi interior cuando de repente recordaba que ella no era etérea, sino que tenía un cuerpo del que sabía sacar muy buen provecho.
               Cuando me puse de rodillas detrás de ella e inhalé el dulce aroma que desprendía su sexo, abierto como una flor que había sido diseñada para que yo la disfrutara y la atesorara en mi jardín, supe que nada de lo que íbamos a hacer sería como yo había planeado en Etiopía. Claro que… ella y yo tampoco habíamos planeado enamorarnos, y aquí estábamos los dos.
               -Alec-gimió mientras me hundía en sus pliegues, clavando las uñas en la pared con una fuerza que me hizo sospechar que dejaría marcas casi imperceptibles para todo el mundo salvo para mí, que las vería con luces de neón cada vez que me bajara del coche o de la moto. Llevé mi polla hasta lo más profundo de su interior, presionando la base contra sus nalgas, en las que me apetecía hundir la mano, los dedos y los dientes por igual. Le separé un poco más las piernas con mis rodillas, cargándome ligeramente su peso sobre mi cuerpo, algo que hizo estragos en mi salud mental. No sabía cómo había hecho para no correrme nada más entré en ella.
               Estaba tan jodidamente apretada que, por una vez, sentí que no tenía nada que envidiarle al mamarracho de su exnovio. Fue como si tuviera su primera vez conmigo y no con él, y me diera así una oportunidad de reescribir nuestra historia: en lugar de mantenerme alejado de ella durante diecisiete años, lo haría durante dieciséis; los dos últimos años de mi existencia serían una bacanal de sexo en la que le enseñaría a Sabrae lo que había aprendido hasta entonces y descubriría más cosas con ella. No habría pensado en marcharme jamás a Etiopía, porque ella habría curado todo lo que estaba mal en mí antes siquiera de que la idea se me pasara por la cabeza. Ante nosotros tendríamos un año entero para follar lo que nos diera la gana, cuando, donde y como quisiéramos. Sería un puto sueño el tener todo el tiempo del mundo para disfrutarla, no preocuparme de ningún horario más que el de sus clases, ir a recogerla al instituto y llevármela derechita a mi habitación, donde ni siquiera le quitaría el uniforme, sino que cumpliría una de mis fantasías de meterme entre las piernas de una chica con esa falda de tablas que tan malísimo me había puesto en el pasado.
               Era una absoluta delicia la manera en que podía sentir los latidos de su anticipación, sus ganas de mí, la manera en que su cuerpo traicionaba lo que me había dicho en el pasado, “yo no puedo ser de nadie”, entregándose a mí para mi absoluto control, dejándome jugar con ella cuanto se me antojara.
               -Alec-repitió, suplicante, mientras me retiraba y la embestía de nuevo, sin poder creerme del todo que hubiera renunciado a esto, a la creación del mismísimo mundo en mis propias manos, por la idea de una soledad que me curaría a miles de kilómetros de casa. Puede que mis demonios no pudieran seguirme allá donde me había marchado, pero Sabrae tampoco podía hacerlo. Y mi cielo ya no se definía por la ausencia de demonios, sino por la presencia de Sabrae.
               Di un paso más hacia ella, mis rodillas justo en el hueco tras las suyas, y continué con esa deliciosa tortura en la que Sabrae cada vez estaba más y más apretada. Si no fuera por la forma en que gemía mi nombre y cómo se aferraba a una de mis muñecas mientras mantenía la otra mano en la pared, empujándose hacia mí y negándose a ceder un centímetro de terreno, me habría preocupado estar haciéndole daño.
               Si no fuera por su entusiasmo reaccionando a mi cuerpo, claro, y a lo húmeda que la había encontrado cuando me arrodillé entre sus piernas. La película que siempre me saludaba cuando le quitaba la ropa interior parecía haberse puesto sus mejores galas, como si estuviera en un festival de cine en el que su excitación fuera la única prenda que pretendiera llevar, y con la que se coronaría como la mejor vestida. No me había resistido a acariciarla con los dedos y probarla, maravillándome con el regusto dulce y chispeante tan característico de Sabrae que tantísimo había echado de menos, que tanto había evocado en mis noches machacándomela en la oscuridad o en las duchas, cuando me quedaba solo, y con cuyo ingrediente secreto todavía no había podido acertar.
               A pesar de la detestable barrera del condón, podía sentir su humedad rodeándome, atándome a ella con la misma materia que sostenía cada elemento del universo en su lugar. Eso era lo que manaba de entre las piernas de Sabrae: el orden de todas las cosas, la gravedad de los agujeros negros y la luz de cada estrella.
               -Sí, nena-gruñí, sintiendo un fuego ancestral encendiéndose dentro de mí-. Di mi nombre.
               -Alec-repitió, moviendo las caderas en esa cadencia infernal. Ardería para siempre si con eso me dejaban disfrutarla aunque fuera solo unos años; no me preocupaba nada más. Me importaba una mierda mi alma inmortal, si es que la tenía: me parecía una moneda de cambio tan válida como otra cualquiera a cambio de esto que estábamos compartiendo.
               -Buena chica. Vas a correrte gritando mi nombre, ¿de acuerdo, preciosa?-pregunté, apartándole el pelo del hombro y besándole el cuello, justo debajo del lóbulo de su oreja-. Vas a convertir mi nombre en tu primer orgasmo conmigo desde que he vuelto a casa. Me vas a hacer ese regalo, ¿verdad, bombón?
               Sabrae asintió con la cabeza, mordiéndose el labio con más y más y más fuerza mientras yo la embestía, bombeando en su interior para hinchar el globo aerostático con el que surcaría las estrellas.
               -No te oigo, mi amor.
               -Sí, sol-replicó, jadeante y… para qué mentir, me puso como una jodida moto.

domingo, 23 de julio de 2023

Desierto y selva virgen.



 
Hay tres cosas en las que todo el mundo que me conocía ahora estaría más que de acuerdo, incluso aunque quizá algunas no fueran del todo verdad: la primera de ellas es que le pertenezco enteramente a Sabrae. Cada molécula que me compone tenía su nombre grabado en ella, como si a alguien pudiera olvidársele en algún momento por qué hacía yo las cosas que hacía, en quién pensaba nada más despertarme y con quién soñaba cuando me acostaba. No había distancia, física ni temporal, que fuera lo suficientemente grande como para que Sabrae perdiera un ápice de su influencia en mí.
               La segunda es que no había nada que me gustara más que complacer a la gente a la que quiero, eso ya desde pequeño. Ya fuera siendo un trasto que no para quieto y que pone patas arriba una casa en la que vive la hermanita, a la que adora; o cogiendo aviones y plantándome en mi casa sin decirle nada a nadie para que no se hicieran ilusiones que luego puede que yo no pudiera cumplir, el caso es que yo vivía para los demás. Y eso no tenía por qué ser nada malo, especialmente cuando tenías el brazo de tu chica en la cadera, su nariz acariciándote el costado y su sonrisa exhalando suspiros que pronto se convertirían en gemidos al ritmo que marcaban tus dedos acariciándole la cintura.
               Y la tercera… es que las dos primeras cosas formaban un tapiz intrincado del que no podía escaparme, como si mi vida estuviera grabada en piedra con unos cinceles tan precisos que cada detalle estaba minuciosamente terminado, hecho con lupa.
               En ese tapiz estaba ardiendo, y tenía una sonrisa de satisfacción en la cara que no haría que nadie temiera por mi vida ni por mi bienestar. Y todo, ¿por qué?, te preguntarás, porque normalmente estar en llamas no es una sensación agradable ni algo que la gente busque deliberadamente, salvo que tengan problemas psiquiátricos graves, de esos que requieren el ingreso en un centro especializado que suele protagonizar las historias de creación de los villanos más peligrosos de los cómics.
               Muy fácil: porque en ese tapiz me acompañaba Sabrae. Ella era gasolina, cerilla y fuego: era todo lo que me importaba y la razón por la que yo respiraba en Inglaterra. La fuente de la gravedad que me mantenía en mi lugar en el cosmos, exactamente en el sitio que me correspondía y que no alteraba el equilibrio de todo lo demás. Había sido mi esperanza durante esos días en el infierno de Etiopía, en el que la distancia había amenazado con volverme loco y la necesidad de ella con consumirme por dentro como si por mis venas corriera ácido en lugar de sangre.
               Y ahora, por fin, me había sacado del infierno y estaba a punto de llevarme a ese paraíso que sólo había conocido con ella, a pesar de haberlo buscado en los cuerpos de mil chicas antes que el suyo, y en el que todos mis errores y pecados encontraban su redención.
               Sabía de sobra que me había comportado como un mal amigo desde que Sabrae llegó al aeropuerto: había pasado olímpicamente de los demás, como si no hubieran hecho un esfuerzo hercúleo por llegar a mí cuanto antes, pero es que… ¿podían culparme? No. Y no se les ocurría. Podían pedirme que se lo recompensara esta noche, cuando saliéramos de fiesta (ni de coña iba a dejar que Tommy cumpliera los 18 metido en su cama, se pusiera Scott como se pusiera, y si tenía que sacarlo de sus frías manos inertes pues que así fuera), pero hasta que yo no resolviera todos mis asuntos pendientes con Sabrae, sólo tenía una dueña y señora a la que mi cuerpo le respondía.
               A ojos de alguien que no fuera alguno de mis amigos seguramente me había pasado ignorando a los demás por seguir besando a Sabrae, tocando a Sabrae, acariciando y adorando a Sabrae, pero para los Nueve de Siempre aquella vertiente insoportable mía que sólo salía cuando yo me pasaba demasiado tiempo lejos de mi novia era algo tan propio de mí como mi lengua sinvergüenza o mi chulería sin límites. Así que se habían limitado a reírse y meterse conmigo mientras yo no paraba de buscar en la boca de Sabrae ese aire fresco que no sabía que llevaba dos meses anhelando, recuperando las yemas de mis dedos a base de hundirlas en sus curvas, y haciéndome dueño de mi voz otra vez a base de decir su nombre y jadear lo guapa que estaba, lo buenísima que estaba, y las ganas que tenía de verla.
               No estaba rigiendo bien, y lo sabía. Para un tío que ha estado con más de un centenar de chicas antes de encontrar a la definitiva, y que se ha convertido en el  protagonista de los sueños eróticos de media ciudad, y de las pesadillas vengativas de la otra media, estaba bastante  más desesperado de lo que me correspondía.
               Pero es que no puedes probar mil bocados sin entusiasmarte cuando por fin te dan un manjar. Elegir a alguien entre una multitud hace que esa persona sea más especial, tenga más suerte. Y volverte célibe después de ser el puñetero fuckboy original hace que lo vivas todo con más intensidad… y que también tengas un par de trucos bajo la manga que te mueres por usar, no importa lo que se te ponga delante.
               Así que, sí. La verdad es que no estaba pensando en nada más que en la increíble sensación de probar de nuevo las mieles que Sabrae tenía entre las piernas y hundirme en ese puto paraíso que había entre sus muslos cuando la saqué del coche y prácticamente la arrastré en dirección a mi casa. Lo bueno de mi historial era que sabía exactamente lo que iba a hacerle para volverla tan loca que le sería imposible no suplicarme que me quedara en Inglaterra con ella, y así no tendría que preocuparme de volver a Etiopía y vivir mi penitencia. Me mantendría todo lo alejado que ella necesitara para poder seguir evolucionando, pero no lo bastante como para que el nivel de carga de sus vibradores siguiera siendo una preocupación para Saab o algo a tener en cuenta cuando caía la noche.
               Es que, joder. No puedo insistir lo suficiente en lo buenísima que estaba y lo desesperado que estaba yo por que volviera a darle sentido a cada centímetro de mi cuerpo, especialmente a los componían aquella parte de mí que tanto tiempo llevaba dormida a pesar de ser nuestra favorita.
               Por eso no me costó ningún esfuerzo apartar a un lado la felicidad que me supuso volver a ver a mi hermanita después de dos largos meses en los que ni siquiera había oído su voz cuando Mimi abrió la puerta de casa. Había impedido que Sabrae usara sus llaves porque no quería que nos interrumpieran de camino a mi habitación; sabía que sería más efectivo abrirnos paso a codazo limpio por un recibidor abarrotado que no echar a mi familia de mi habitación para que solucionaran los problemas de logística que usualmente supone vaciar una casa en la que sus ocupantes más fieles querían celebrar la vuelta de uno que había faltado durante demasiado tiempo; y, la verdad, tampoco respondía de mis actos una vez que Sabrae y yo empezáramos a subir las escaleras. Me parecería un milagro conseguir mantener la polla en los pantalones y no bajarle las bragas, subirle el vestido y comerle el coño en las escaleras como lo había hecho en Mykonos.
               Era un hombre con un objetivo, un macho con un objetivo, y no dejaría que ninguna otra faceta de mí se interpusiera entre mi misión y yo: ni siquiera la que a mí más me había gustado siempre, que era la de hermano mayor. Lo siento, Mary Elizabeth, pero eso tendrá que esperar.
               Por eso no me inmuté cuando Mimi abrió la puerta y sus ojos se ensancharon como en una película de terror, o de fantasía, en la que bastaba con ver la expresión de la actriz para morirse de miedo o curiosidad ante lo que estaba a punto de suceder.
               -¿¡Alec!?-chilló, y de normal me habría ofendido que no se esperara lo más mínimo que viniera para el cumpleaños de Tommy. En plan… venga. Ahora que ya había visto a mis amigos, y lo más importante, que Jordan había adivinado mis intenciones la última vez que me vio, que mi hermana creyera en serio que no iba a dar señales de vida me parecía un insulto.
               O me lo habría parecido si Sabrae no estuviera a mi lado, oliendo tan bien y siendo tan deliciosamente física en un contraste genial con lo poco que lo había sido durante los últimos dos meses. A pesar de que la había pensado hasta la saciedad y rememorado hasta la locura, como siempre, mi imaginación no había sido capaz de captar todos los detalles de ella que me hacían estar tan enamorado y tan dispuesto a joderme la vida por darle todo lo que ella necesitara, así que tenía mucho que ajustar dentro de mi cabeza como para poder preocuparme de lo que hicieran los demás. Acababa de descubrir un nuevo mundo con una única habitante que, a su vez, también era su diosa: esa diosa era Sabrae.
               Y ninguna otra sería capaz de hacerle sombra, ya no digamos eclipsarla.

jueves, 20 de julio de 2023

¿Cómo no quererte eternamente?


 

Una de mis amigas del trabajo me dijo que no estaba tan emocionada con el 18 de julio como sí lo estaba con el 8 de junio, porque no paraba de hablar de Beyoncé antes de ir a verla y porque para ver a The Weeknd iba a repetir outfit, y no lo comentaba mucho. Y yo en aquel momento sí que pensaba que lo de Beyoncé iba a ser insuperable, a pesar de que había algo dentro de mí que no terminaba de encajar una extraña sensación de que con Beyoncé me había faltado algo que, por otro lado, creía que sí tendría con The Weeknd. Llámalo el tiempo esperando por este concierto (más de 3 años desde que compré confinada una entrada para verlo en otro país), llámalo el tiempo que ha estado cociéndose todo esto; los viajes en bus volviendo de la universidad escuchando Starboy de cabo a rabo, como si fueran a examinarme de ello según me bajaba, y construyendo la relación literaria que más me gusta en base a canciones que tenía la esperanza de escuchar en directo. Llámalo el ser fan de The Weeknd desde hace muchísimo más tiempo que Beyoncé a pesar de que, bueno, Beyoncé es Beyoncé. Llámalo el que yo dijera que iba a ir a verla y que todo el mundo supiera de quién hablaba inmediatamente, pero cuando decía que tenía el concierto de The Weeknd, los más educados me dijeran que qué bien, pero me confesaran más tarde que no sabían “quiénes” era aunque luego reconocían Blinding Lights; los más maleducados decían que iba a ver “a un negro americano que canta”, como si yo no pudiera definir también a sus bandas como “viejos que pegan voces frente a un micrófono” por esa regla de tres.
O puede que también estuviera el hecho de que yo creía que no me gustaban los dos últimos discos. Escuché After hours, el que originalmente iba a ir a escuchar en directo, confinada en casa y empezando una espiral que me decía que todo lo que podía salir mal del concierto saldría mal: tendría un mal vuelo, me alojaría en un hotel lejano y ruidoso, tardaría en entrar al O2, los ingleses me putearían lo que pudieran (porque buenos son ellos), y cuando volviera del concierto me encontraría con un montón de llamadas perdidas de mi madre diciéndome que no sabía dónde estaba y que fuera a buscarla a un sitio del que no me podría dar detalles. Proyecté todas mis malas sensaciones y el miedo que me daba el vivir algo yo sola en After hours, y cuando se movió la fecha y se dio opción a cancelar la entrada, una parte de mí se alivió. Además estaba cabreada con el comportamiento de Abel durante el confinamiento, así que tenía la excusa perfecta para echarme atrás y tener miedo a disfrutar de mi independencia y a disfrutar siendo independiente.
A pesar de todo, una parte de mí lamentaba no poder formar escuchar ese CAUSE I’M HEARTLESS de Abel cuando mil voces distintas le preguntaran por qué hacía lo que hacía (no se me olvida que ése fue el primer single de After hours por mucho que el mundo finja que la presentación fue Blinding lights, que no me entusiasmó tanto cuando salió como Heartless), así que escudándome en una compañía que no necesitaba y no me aportó nada, compré entradas. Inicié una cuenta atrás de un año y medio. Y Abel vio que con un recinto pequeño como el WiZink no bastaba; necesitaba más.
Y nos fuimos, entonces, al Wanda. Entré en una cola virtual que me tuvo nerviosísima a pesar de que fue bastante corta, y en unos quince minutos nada más, ya tenía mi entrada: había reconocido mi independencia y no había confundido mi soledad en las dos acepciones en que se desglosa, y que en el inglés se distinguen perfectamente. Y a esperar otra vez. A aferrarme a mi cuarta entrada para escuchar Starboy en directo; ni siquiera me atrevía a soñar con Often o con I feel it coming, a pesar del significado que tenían para mí.
Escribiendo estas líneas me he dado cuenta de por qué sólo hablaba del concierto en mis redes sociales: una parte de mí no se creía que fuera a verlo en directo, ni a escuchar las canciones que había reunido en una lista para aprendérmelas en el tren de camino a Madrid. Estaba convencida de verdad de que iba a pasar algo y que no las oiría; quizá no llegara al recinto antes de que anunciaran que se cancelaba, o quizá estando ya sentados nos dirían que hacía demasiado calor y no había manera de que el espectáculo saliera adelante. No había querido ver nada del tour para no estropearme la sorpresa, pero tampoco para no pifiarla.
Creo que por eso tampoco hablaba de ello en el trabajo, o hablaba del concierto como “el viaje a Madrid” cuando alguien me preguntaba y no como “el concierto de The Weeknd” como sí hacía con el concierto de Beyoncé.
Y entonces se encendieron las luces del escenario, las bailarinas vestidas de beduinas empezaron a desfilar por la pasarela, a bailar como un aquelarre bajo la luna y alrededor del androide femenino y yo por fin me permití relajarme y pensar que esto era real. Todo era real. Y estaba pasando. Y, joder, de qué putísima manera pasó. Ver aparecer a una figurita vestida de blanco en un escenario que tenía tremendamente cerca, más de lo que se aprecia en los vídeos, fue el último punto de sutura con el que se cerró una herida que llevaba abierta desde 2020; el último argumento para entender por qué un fuckboy piscis, pero que muy piscis, elegiría a The Weeknd como su artista preferido y se negaría a hacer nada con ninguna chica con su música de fondo hasta que no encontrara a la definitiva.
No voy a comparar a Beyoncé y The Weeknd porque creo que sus conciertos no tienen el mismo objetivo, algo que, además, creo que se refleja también en su discografía: mientras que a Beyoncé vas a verla y sus conciertos son para que disfrutes de lo trascendental que es y de la increíble suerte que tienes de que ella te permita existir en el mismo espacio temporal que lo hace ella, con The Weeknd quedas. Sus conciertos son para que él vea que hay alguien al otro lado del auricular cuando él graba. Escuchándolo sin atención o en una discoteca puede pasarte inadvertido, pero cuando te detienes un momento y piensas en que vas a escuchar según qué canciones en directo te das cuenta de que están en el setlist con un propósito, se grabaron con un propósito: eres parte del coro de Less than zero, ése en el que Abel no canta. eres el que le arranca la confesión a Abel de que no tiene corazón cuando le preguntas por qué. Tú le has convertido en ese chico estrella y le has permitido nadar durante 7 años, que ya son más de 10, con los tiburones.
Es a ti a quien no quiere perderte en Lost in the fire. Eres el único que puede juzgarle y es en ti en el único en quien él confía en The Hills. De alguna manera, Abel se las apaña para que estés en un estadio lleno de gente, con lucecitas de colores titilando en la misma cadencia que la que tú tienes en la muñeca, y con todo sientas que eres importante. Que está ahí porque tú estás. Que no has estado esperando 3 años ni han pasado por tus manos cuatro entradas por nada.
Y lo mejor de todo es que da igual lo cínica que seas o lo consciente de lo irreales que son estas relaciones parasociales entre los fans y sus famosos (no voy a poner la palabra “ídolo” aunque seguro que a él le encantaría): durante dos horas de putísima locura, de no parar de bailar ni de brincar sin temer por tus tobillos, de llevar tus cuerdas vocales al límite de sus fuerzas y casi perder la voz, de estar a casi cuarenta grados y que te dé lo mismo que te lancen chorros de fuego al aire, vuelves a tener diecisiete años y crees que un famoso te quiere, que todo lo que hace, lo hace por ti. Lo bueno es que en realidad tienes veintiséis y te han pasado más putadas que te permiten saborear mejor esa felicidad. Así que lo disfrutas más, lo disfrutas como nunca: el marearte de cansancio, el beber agua caliente, el morirte de sed, porque no te importa lo más mínimo por todo el espectáculo que tienes delante. Fueron dos de las mejores horas de toda mi vida; me atrevería a decir que, en conjunto, las mejores diez horas desde que salí de mi hotel para desvirtualizar a una amiga y volví a entrar en el hotel con un maquillaje dorado sorprendentemente on point. No me arrepiento lo más mínimo de no haber buscado con más ahínco quién me acompañara, porque Beyoncé ya me enseñó que hay experiencias que simplemente trascienden con quién las compartes, si con amigos o con miles de desconocidos. Lo único que lamento es no ser una Kardashian y no tener un equipo de cámaras siguiéndome allá donde voy para poder girarme y pedirles que me den una copia de mi concierto entero. Y creo que ni después de mil visionados sería capaz de entender por qué Abel tiene una canción que te pregunta cómo puede hacer para le quieras, y que dure para siempre.
Sinceramente, después de esta noche, lo que quiero saber es cómo no quererlo para siempre.
O cómo pensar que es un joven dios solamente en su ciudad.



lunes, 10 de julio de 2023

Tierra dulce.

¡Hola, flor! Antes de que empieces a leer, quería avisarte de que es posible que el finde que viene no haya capítulo de Sabrae. Intentaré hacer todo lo posible para poder subirlo, pero justo al lunes siguiente me voy de viaje porque tengo otro concierto (de The Weeknd, ni más ni menos, IMAGÍNATE MI ILUSIÓN FINGIENDO QUE SOY SABRALEC ENCARNADOS), y, viendo la hora a la que estoy subiendo los caps últimamente, no quiero quedarme frita y perder el tren. Además, tenemos el aliciente de que dentro de dos findes es día 23, y ya sabes lo obsesionadita que estoy con el tema de los números y de cuadrar las cosas más especiales en un día 23. No obstante, como todas tenemos muchas ganas de lo que va a pasar en estos caps, haré todo lo posible para poder subir el domingo que viene, pero no prometo nada. ¡Estate atenta al twitter de mi blog para saber si hay cap o no!
Muchas gracias por tu comprensión. Pase lo que pase, te prometo que te compensaré por tu paciencia.
 

 
Tenía entendido que íbamos a volver en metro.
               Dios. Había creído de verdad que tenía alguna posibilidad de vacilarla y tomarle la delantera, cuando lo cierto era que, por mucho que yo tuviera años de experiencia a mis espaldas, ella era la que siempre llevaba la voz cantante y me encendía con la facilidad de una chispa a un montón de pólvora. Aunque hacía bastante que le había escrito esa carta explosiva relatándole una de mis noches más locas en Londres, era también la que más había revisitado estando en el voluntariado, pero poniéndole a la chica de ese vagón la cara de Sabrae y concediéndole a mi chica el dudoso honor de conseguir que la arrestaran, de modo que recordaba cada detalle. Cada sensación.
               Me reí. Nunca había tenido ninguna posibilidad de ganar, ¿verdad que no? Siempre se había tratado de cuánto tiempo aguantaría sobre el ring, no de si me llevaría el cinturón. De si llegaría hasta el final.
               Por supuesto que no.
               O que sí, según se mire.
               -Trae ese precioso culo tuyo hasta aquí, nena. Y te dejaré elegir la manera en que me volverás loco.
               Sabrae me devolvió mi sonido preferido en el mundo: su risa. Me la imaginé apartándose un mechón de pelo de la cara, colocándoselo tras la oreja y subiendo un pie a la cama, donde se habría sentado por puro instinto: pensar en mí era pensar en la cama, nuestro rincón favorito en el mundo y donde más cosas habíamos hecho juntos, ya no sólo en el tema sexual; nos habíamos sincerado por primera vez entre las sábanas, nos habíamos reído como nunca después de acostarnos, y también habíamos llorado y regado nuestra relación empapando de paso la almohada.
               Claro que también influía el hecho de que nos estuviéramos prometiendo pasarlo como nunca y compensarnos el tiempo que habíamos estado separados… así que seguro que estaba pensando en sexo.
               -Como tú digas, sol.
               -Mm, ¿te me vas a poner en plan obediente? Qué suerte tengo-tonteé, dándome la vuelta y apoyándome en la pared al lado de la cabina, con la mano libre en el bolsillo del pantalón y la vista clavada en toda la terminal. A pesar de que era un lugar bastante impersonal, hecho para todo el mundo y para nadie en particular a la vez, no me importaría empezar a considerarla mi hogar en el momento en que volviera a ver a Sabrae allí.
               -Oh, no seas malo, mi amor. Si yo siempre me porto muy bien-ronroneó, y si no supiera que Scott seguía en la habitación, con ella, habría creído que habría separado las piernas y se había acariciado por encima de la ropa en ese punto en el que ella más me echaba de menos y yo más la deseaba. Uf. Pensar en su entrepierna era muy peligroso ahora que teníamos las mentes conectadas y compartíamos los recuerdos: los recuerdos de todas aquellas veces en que, a pesar de lo mucho que la vacilaba sobre lo terca que era y lo muchísimo que le gustaba llevarme la contraria, me había hecho caso sin rechistar: abre las piernas, Sabrae. Abre los ojos, Sabrae. Mírame mientras te follo, Sabrae. Grita para mí, Sabrae. Siéntateme encima, Sabrae. Déjame verte, Sabrae. Gime para mí, Sabrae. Aráñame la espalda. Ponme las tetas en la cara. Córrete para mí.
               Córrete en mi cara.
               Ojalá Jordan se hubiera sacado ya la licencia de aviación, porque ni trayéndomela volando sería capaz de hacer que llegara lo bastante rápido.
               Si hubiera sido por mí, habría seguido hablando con ella hasta que la tuviera delante y pudiera comérmela a besos, pero se me estaba acabando el saldo y se estaba formando cola frente a los teléfonos. Así que por mucho que me apeteciera quedarme con ella y decirle qué le haría, cómo, dónde y por dónde, dije:
               -Ven a ser mala conmigo, nena.
               -Como desees…-prácticamente gimió en el teléfono, y yo supe lo que venía a continuación-, hubby.
               Y cortó la llamada. Me quedé mirando el auricular, en el que resonaba el ruido de la línea ya interrumpida, y chasqueé la lengua y negué con la cabeza. Zorra, pensé. Había que ser cabrona. No podía hacerme esto y coger y colgar sin más. Que me esperara lo que iba a decirme no me hacía más fácil procesarlo; ni en sueños.
               Colgué el teléfono en su pestaña y me alejé de las cabinas, a las que recurrían más personas de las que me esperaba, teniendo en cuenta la independencia que nos daban ahora los móviles: desde ejecutivos que se habían quedado sin batería hasta universitarios recién estrenados procedentes de voluntariados como el mío, gente de lo más variopinta se acercaba a hacer una llamada rápida y hacer que su vida dejara de estar en pausa.
               Es increíble cómo los aeropuertos están diseñados para que tengas con qué entretenerte a cada rincón, y nada pudo distraerme mientras esperaba a que llegaran mis amigos: me fui de un lado para otro, sin atreverme a pararme demasiado a mirar las tiendas por si acaso llegaban y yo no los veía, y echaba un vistazo a los relojes que avanzaban demasiado despacio, al igual que los anuncios de los vuelos, más lentos para mí incluso que para los que iban a embarcarse en sus vacaciones tardías o sus nuevos trabajos. No sabría decir quién se desesperaba más: si las parejas de recién casados estrenando luna de miel o yo, que había vuelto a casa para vivir mi propia luna de miel. ¿Había algún concepto específico para eso? ¿Era compatible vivir tu luna de miel en tu cama, en la de tu novia, en los lugares en que había germinado vuestro amor, en lugar de afianzándolo en un rincón del mundo en el que nadie te conocía y sin expectativas?
               Dejé en una de las estanterías de las tiendas de recuerdos para los extranjeros un peluche de un lémur con ojos gigantes y vestido con el uniforme de la guardia real y regresé a las barreras que separaban a quienes tenían billete de avión de los que no. Con un ojo puesto en los teléfonos, no sé si contando con que me llamaran en cualquier momento para ir dándome actualizaciones de su situación, y otro en las puertas, me metí las manos en los bolsillos.
               Y me dispuse a hacer algo a lo que no estaba muy acostumbrado: esperar.
 

domingo, 2 de julio de 2023

Reina negra.



 
Creo que estaba adquiriendo la mala costumbre de no ser completamente sincera, porque me había dado cuenta perfectamente de la manera cargada de preocupación que me estaba dedicando Taïs y, aun así, me las estaba apañando divinamente para hacerme la loca. Sabía de sobra por dónde iba a ir la conversación, y si bien llevaba haciendo todo lo posible por evitarla, lo cierto es que me había cansado de escurrir el bulto. Bastante mal me sentía por haberle enviado a Alec una carta en la que finalmente me había decantado por romper la promesa que nos habíamos hecho hacía meses en favor de que él estuviera bien y se relajara en el voluntariado, no sólo salvándole así un poco el pellejo sino también consiguiendo que disfrutara. Me había dicho eso cada hora que había pasado desde que había terminado de redactar la carta, y me lo había repetido como un mantra cuando la eché al buzón. Después de mirar la boca un rato bastante largo, en un impulso, sintiendo que alguien había girado la esquina y me observaba con ojos inquisitivos, la había echado dentro y había sido capaz de contener la necesidad de dar media vuelta de la que volvía a mi casa y meter la mano hasta el fondo, tratando de alcanzarla.
               Sólo la vergüenza que le traería a mi familia, que bastante mal lo estaba pasando ya en las redes a raíz de mi incidente hacía dos días con las fans de Scott, que no habían dudado en contar lo que había pasado en cada perfil que tenían, había sido capaz de frenarme. Sabía que sería imposible, y no podía montar una escenita metiendo la mano en el buzón y apareciendo más tarde en las noticias como una especie de criminal adolescente. Y pedírsela al cartero cuando fuera a vaciarlo no era una opción: para empezar, no conocía sus horarios; e incluso si lo hiciera estaría el minúsculo detalle de que no iba a dármela sin importar la excusa que pusiera. La única opción sería arrebatársela, y eso era un delito que le daría un quebradero de cabeza más a mamá y que tendríamos que tratar en las sesiones de terapia con Fiorella. Como si no tuviéramos ya bastante mierda que remover.
               Hoy teníamos la primera sesión juntas, y no sabía qué esperar de ella. Aunque mamá se había mostrado mucho más amable conmigo y había tratado de comportarse como si nada hubiera pasado, por mucho que yo tratara de ponerme en su lugar, no conseguía hacerlo del todo: una parte de mí siempre insistía en verla como el enemigo y guardarle rencor por haberse interpuesto entre Alec y yo precisamente en el peor momento que atravesaba nuestra relación. Por lo menos podía dormir tranquila estando en casa, y esa misma mañana me había marchado ya pensando en mi habitación, de nuevo, como un espacio seguro, si bien no tanto como la de Alec.
               Todavía me quedaban muchas batallas que librar, no obstante. Y, aunque conocía mis límites, sabía que posponerlo sólo daría pie a que todo se complicara más. Por suerte para mí, mi rival en esta era tan comprensiva que no era tanto una enemiga como una aliada. Sabía que Taïs me entendería. Todas las chicas lo harían, en realidad. Y eso que yo no estaba jugando limpio: después de que Taïs me preguntara esa mañana si hacíamos planes esa tarde, unos planes en los que estaba implícito a lo que debíamos someternos, yo me había quedado helada un instante, y luego  me había girado hacia Momo y Ken y les había preguntado si estaban libres para ir a tomar un batido antes de que retiraran los sabores de verano de los puestos del parque. Momo y Ken habían intercambiado una mirada confundida y con algo más que se pareció mucho a un silencioso “esta tía está loca”, pero les dio tanta lástima la manera en que me había salido por la tangente que no les quedó más remedio que aceptar.
               Supongo que me había buscado yo solita que me hicieran una intervención.
               -Pues yo creo que Latín va a estar interesante-respondí, jugueteando con las bolitas de gelatina sabor a arándano que reposaban en la base de mi batido rebajado con agua. Lo había pedido así precisamente porque ya habíamos empezado octubre, y se suponía que hoy era nuestro primer día de entrenamiento en el gimnasio para Taïssa y para mí. Evidentemente, no era así, o si no yo no llevaría puestos unos vaqueros que notaba que me apretaban un poco más de lo que me resultaba cómodo para estar sentada. Sí, me había refugiado en mis amigas para tratar de despejarme, fueran las chicas, Mimi, las gemelas y Karlie o incluso Pauline y Chrissy, a quienes siempre veía en la cafetería de la primera; y normalmente los planes con todas ellas implicaban comida, casi siempre por sugerencia mía. Era muy consciente de lo que había aumentado mi peso y mi talla, pero todas ellas, que lo habían notado sin excepción, eran lo suficientemente amables como para no decirme nada. Me pregunté si suponían que bastante iba a martirizarme yo si me lo decían directamente y la forma en la que pensaba revertir la situación antes de que Alec regresara por Navidad, o si usaría las fiestas precisamente a modo de excusa de que me hubiera convertido en un pequeño ballenato (al paso que iba me parecía que subiría diez kilos como mínimo cuando Alec volviera a finales de año, y eso teniendo en cuenta mi estatura era muchísimo)-. El profe parece simpático. Y sí, vale, será difícil, pero-me encogí de hombros-, nada que no podamos hacer, creo yo.
               Di un sorbo de mi batido y las miré a todas alternativamente con ojos interrogantes. Hoy habíamos tenido nuestro primer examen de Latín, que ni confirmo ni desmiento que habíamos escogido como una de nuestras optativas porque molaba eso de poder entender las frases motivacionales que usaban los influencers y los tatuajes de los famosos, y todas habíamos terminado un poco preocupadas cuando nos pusimos a comentar nuestras respuestas en el recreo y vimos que no coincidíamos en muchas. Momo estaba convencida de que iba a suspender, y no dejaba de darle vueltas desde que lo habíamos hecho. Al menos el profesor tenía fama de ser rápido corrigiendo y enseguida saldríamos de dudas.
               -Pf. No sé por qué, pero me está costando muchísimo más estudiarla que otras asignaturas.
               -A mí también me está costando centrarme. Llevamos casi un mes de clase y todavía no me he hecho todavía a la rutina. Nunca había tardado tanto-suspiró Kendra, asintiendo con la cabeza y mordisqueando la pajita.
               -A mí me pasa igual-dijo Taïs, y puso los ojos en mí-. ¿A ti, Saab? Aunque estuvieras mentalizada, debe de ser raro no ver a Scott por los pasillos.
               Y a Alec, habría añadido si Taïssa me diera lo que yo me merecía, pero era demasiado buena para hurgar en la herida.
               -Los días son largos-concedí, agarrando el vaso y dando con él unos golpecitos que hicieron bailar a las bolitas de arándano-. Pero vosotras me ayudáis un montón-añadí, sonriéndoles, y ellas me devolvieron sonrisas corteses y sinceras a la vez. Di otro sorbo de mi batido e hice una mueca. No estaba tan rico como los de ellas, por razones evidentes.
               Tomándoselo como el pie para empezar a tantearme, Taïs se apartó una trenza de color azul eléctrico tras la oreja y puso las manos sobre la mesa. Las entrelazó y se las quedó mirando.