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Aunque siempre había tanteado con los límites de la autoridad, lo cierto es que no se podía decir de mí que no fuera un buen chico, así que no me esperaba encontrarme en la situación en la que lo hacen los ladrones al final de las pelis: con una brigada entera de policías armados hasta los dientes apuntándoles con sus pistolas y gritándoles que pongan las manos detrás de la cabeza.
Ella quería que nos acostáramos porque lo que tenía en casa le superaba. Yo quería que nos acostáramos porque lo que tenía en Etiopía me superaba. Pero había aprendido por las malas lo pésimo que resulta el sexo cuando lo usas como tirita para una herida que es emocional. Cuando son las palabras las que te hacen daño, sólo las palabras pueden curarte. Cuando son las mentiras las que te empujan a un callejón sin salida, sólo la verdad puede sacarte de allí.
Así que allí estábamos los dos, desnudos físicamente y a punto de desnudarnos también metafóricamente, la tensión entre nosotros creciendo a pasos agigantados. Todo lo que le había dicho a lo largo de estas semanas me ardía en la boca como el fuego de un dragón al que le dan la orden de diezmar los terrenos de caza en los que un día fue feliz con su amo, pero tenía que confiar en que de las cenizas brotarían cosas mejores. Sabrae no se merecía esto; yo tampoco lo hacía, pero especialmente Sabrae no se merecía que este muro que yo había empezado a levantar entre nosotros en el momento en que decidí que no era lo bastante fuerte como para afrontar la verdad continuara creciendo y creciendo hasta que llegara un punto en el que ni nos viéramos las caras, ni pudiéramos tampoco escalarlo.
Joder, odiaba lo que tenía que hacerle: saber que sería yo el que tendría que abrirla en canal era suficiente para que quisiera coserme la boca con una aguja oxidada, pero si la quería tenía que respetarla, y sólo diciéndole la verdad podría darle a Saab el respeto que se merecía. Incluso cuando sabía lo muchísimo que le iba a doler.
Incluso cuando ya la tenía ante mis ojos sufriendo, luchando por respirar, tratando de procesar la traición que más dolía, porque era precisamente de quien más te la esperabas. En sus ojos alarmados pude ver que consideraba todas las cosas que a mí me habían torturado durante un mes y medio, las preguntas que había estado haciéndome desde que me bajé del avión y Valeria me castigó. Y ella tenía que dolerle incluso más, porque donde yo había tenido el consuelo de mi ignorancia, ella sabía que mi sacrificio había sido en vano. Todo por lo que yo había luchado, la luz por la que me había levantado cada mañana y que había dejado que me guiara en caminos que por lo demás eran oscuros, no era algo bueno y puro como podía serlo el Sol, sino una pobre réplica que alguna especie alienígena había creado para mantenernos encerrados en ese mundo vacío, con un status quo que sólo servía para hacernos daño.
Sabrae jadeó contra mi pecho, la brisa que antes me había dado alas ahora convertida en un huracán que haría que me estrellara.
-Madre mía, Alec… madre mía… es que te voy a matar.