domingo, 28 de enero de 2024

Neblina lavanda.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Creí que lo llevaría mejor porque la última vez que tuve que despedirme de él, lo hacía con demasiadas hojas del calendario entre nosotros, un año lunar interponiéndose entre mi sol y yo. Demasiado tiempo como para centrarme en medirlo, tantos días que daba vértigo contarlos, demasiados latidos de corazón a solas que podían poner en peligro el reinado del único Dios al que le confiaría ciegamente mi vida.
               En julio había tenido la certeza de lo muchísimo que sufriría su ausencia, y ni siquiera contaba con el consuelo de saber cómo le iba. Mi límite y mi perdición estarían en mi imaginación, que terminarían haciéndome temer la forma en que ambos cambiaríamos.
               Por eso había querido aferrarme a todo lo que pudiera robarle al destino, como la visión de su avión despegando y su paseo ante las cámaras de seguridad.
               Esa noche, sin embargo, todo era diferente. Sólo tenía que esperar tres semanas y volvería a tenerlo conmigo; en comparación con aquello a lo que me enfrentaba en julio, cuando le dije adiós de una forma que yo creía definitiva, lo que tenía ahora frente a mí era un paseo por el parque. Además, ese parque tenía las flores de sus cartas y la sombra de los árboles de la disponibilidad con la que podía llamarlo por teléfono si algo iba mal.
               Entonces, ¿por qué ahora me latía el corazón como si me hubieran dicho que su ausencia iba a ser eterna?
               ¿Por qué era incapaz de hacer que mi cuerpo respondiera y bajarme del coche para volver a mi casa? Todavía llevaba puesta su sudadera, ésa con la que tan pocas veces lo había visto por casa, pues en cuanto se la veía ya le pedía que me la prestara, y aunque la sentía como una armadura que me protegería de todo mal, también me parecía ahora una cárcel. Me había encerrado a mí misma en el paraíso en el que había convertido Londres experimentándolo con Alec y lo había convertido en un infierno dejando que él se marchara.
               No podía bajarme del coche. Bajarme del coche lo haría todo real. Él se habría ido de verdad y yo tendría que seguir con mi vida, aunque fuera solo durante tres penosas semanas a las que sería capaz de sobrevivir, estaba segura. Malviviría como no lo había hecho nunca antes en mi vida, pero por lo menos sabía que mi condena era corta.
               Así que, ¿por qué mis piernas no me respondían?
               Miré las huellas que los pies de Alec habían dejado en la alfombrilla del coche de Dylan, terroncitos minúsculos de tierra y un puñadito de piedrecillas de grava siguiendo patrones idénticos y simétricos. A pesar de que los pies de Alec eran grandes, sus huellas ahora me parecieron minúsculas. Es lo último que me queda de que haya estado aquí.
               Lo entendí entonces: no me preocupaban mis padres, ni la bronca que tendríamos en cuanto yo volviera a casa. Sabía de sobra lo que había hecho poniéndome aquella sudadera para ir a verlos y las consecuencias no podrían darme más igual.
               Lo que me preocupaba era que regresando a casa convertiría la visita de Alec en una ilusión. Ya me había puesto la sudadera más veces, ya me había encogido en mi cama a inhalar su aroma y escuchar las canciones que él había metido en una lista con mi nombre porque le recordaban a mí, y ya había hecho todo lo que haría si regresaba a casa ahora mucho antes, cuando todo iba mal, cuando no sabía que volvería, cuando creía que ese año se convertiría en una cadena perpetua.
               Y lo cierto es que no me gustaba nada saber que no lo tendría conmigo, que había probado la miel de su esperanza y ahora tenía que zambullirme de nuevo en un mundo oscuro y cruel, uno que se esforzaba con todas sus fuerzas en meterme el dedo en la llaga y recordarme que puede que tuviera poco que esperar, pero tenía que esperarlo de todos modos. Mientras tanto, mis padres se tenían el uno al otro, Scott tenía a Eleanor, Shasha tenía a Duna. Yo estaba descolgada ahora. Atrapada en un espejismo de felicidad que se iba diluyendo entre mis dedos, como la tinta china con el poema más precioso del mundo expuesto a la lluvia, haciendo que sus palabras se pierdan para siempre en los anales de la historia.
               Todo por creer que iba a ser distinto. Por hacerme la fuerte. Por no aferrarme a él, hundir los dedos en su espalda y permitirme ser débil y suplicarle que no se fuera, que se quedara por mí. Por el contrario, había puesto una sonrisa en mi cara, me había reído mientras aún lo tenía, me había emborrachado de su presencia y había permitido que la felicidad que su boca y sus ojos inyectaban en mi torrente sanguíneo me embobaran con una esperanza que ahora era cenizas en mi lengua.
               Había tenido en mis manos un cubo de agua para detener el incendio de la biblioteca de Alejandría cuando todavía sólo ardía un papiro y me había dedicado a mirar fascinada la danza hipnótica de las llamas.
               Sólo esperaba que lo que se encontrara Alec el 11 de noviembre no fuera un completo desastre, y que yo hubiera sido capaz de sobrevivir hasta entonces.
               -¿Puedo dormir en vuestra casa esta noche?
               Necesitaba las sábanas arrugadas, la cama deshecha, la ropa que se había puesto por casa y que, quizá, conservaría aún su olor. Todo lo que él pudiera darme. Todo lo que pudiera compensar que yo no había querido ver cómo despegaba su avión, que no me había aferrado a él y a su existencia como sí lo había hecho en otras ocasiones, todo porque creía que me resultaría más llevadero el saber que la espera no iba a ser tan larga como creí en julio.
               Claro que en julio contaba con un refugio al que ahora tenía vedado el acceso.
               -Por supuesto, cielo-dijo Annie con una dulzura que empezaba a resultarme extraña, como un dibujo prehistórico en un lienzo en el Louvre, y tuve que tragarme unas lágrimas amargas al ver que no insistía en que mejor iba en busca de mi madre, porque precisamente era a ella a quien más echaba de menos y con quien más me aterraba estar.
               Sabía cuándo volvería a abrazar a Alec, pero no tenía ni idea de cuándo volvería a abrazar a mis padres.
               Dylan metió la marcha y se alejó de lo que un día fue mi hogar.
 

martes, 23 de enero de 2024

¿Qué es lo que quieres?


¡Toca para ir a la lista de caps!

-Prométeme que lo vas a intentar.
               Las ondas que sus manos despertaban en la superficie del agua de la bañera disminuyeron su intensidad un momento. Normalmente no me importaban las tormentas que finalmente se acababan, porque el sol brillaba con fuerza en un mundo que resplandecía más hermoso con su fulgor, pero… una parte de mí echó de menos la fiereza de esas olas que me lamían la piel mientras subían y bajaban por mis curvas, se colaban por los huecos que mi cuerpo formaba por debajo del agua como delfines juguetones, y juntaban las partes de mí que no estaban en contacto con Alec con él. Resultaba reconfortante que hubiera un medio físico más tangible que el aire uniéndonos; en esa bañera, incluso si estuviéramos cada uno en un rincón, siempre estaríamos en contacto gracias al agua.
               Tampoco es que ahora estuviéramos lejos, precisamente. Más bien todo lo contrario: yo estaba acurrucada contra su pecho, cobijada entre sus piernas, protegida en la fortaleza que formaban sus rodillas como un valle paradisiaco entre dos picos que me guarecían de los elementos. Allí estaba segura.
               Era el único sitio en que podría sentirme segura, incluso cuando sus caricias se detenían unos instantes, vacilantes.
               Y luego Alec continuó recorriendo la línea de mi silueta con la punta de los dedos, bajando hasta mis caderas y subiendo por mi costado, mis senos, mi codo, mi hombro y mi cuello, en el que se detenía un instante, como tomándome el pulso antes de rehacer el camino que había andado.
               Su silencio podría parecer un desafío para mí, pero en el espejo de la pared podía ver que estaba tranquilo, saboreando el momento, alargando un poco más la existencia de aquella burbuja de tranquilidad y despreocupación en la que nos sumergíamos cuando estábamos juntos.
               Estaba tan guapo… casi resultaba sacrílego mantener con él esta conversación, pero la sabía necesaria. No debía dejarme seducir por la manera en que el pelo mojado le caía sobre los ojos, aunque poco a poco se estuviera secando y ya empezaran a aparecer sus primeros rizos perezosos; tampoco debía regodearme en la forma en que sus músculos se movían, demostrando una fuerza que me encantaba sentir encima, o a mi alrededor. No debía detenerme demasiado en el moreno de su piel, en lo distinto de aquellos rincones que yo conocía tan bien, o en esa sombra de barba que ya empezaba a asomarle por la mandíbula y que no tendría el privilegio de ver en persona.
               Por mucho que me atrajera, tenía que asegurarme de que él no renunciaba a todas las oportunidades que la vida le brindara sólo por regresar conmigo.
               -¿Cómo sabes que lo voy a boicotear?-preguntó, y en el deje ligerísimamente divertido de su voz escuché que no pretendía, ni mucho menos, engañarme. Simplemente le había asaltado uno de esos momentos en que a uno de los dos de repente nos embriagaba lo intenso y especial de lo que compartíamos, lo perfecto que Alec era para mí o yo era para él, lo único e irrepetible de nuestro vínculo y lo increíble de que tuviéramos la suerte de experimentarlo juntos.
               -No vas a intentar convencerme de que no es tu intención-dije en tono neutro; no era una pregunta, pero tampoco una afirmación.
               Alec levantó la cabeza y me miró a los ojos en el reflejo del espejo de la pared. La sacudió despacio, los músculos de su cuello tensándose, los colgantes que Perséfone y yo le habíamos regalado refulgiendo contra su pecho, con la cadena del mío sumergiéndose en el agua a mi lado, oculta de la vista por el borde de esa bañera en la que encontraba la salvación cada vez que me metía en ella.
               -Hm-hm-respondió, apartándome el pelo del hombro y acariciándomelo con el pulgar-. Es precisamente por no ser sinceros por lo que nos hemos metido en este lío.
               Ni siquiera iba a molestarse en negarlo, y yo se lo agradecía. ¿Cómo podría? Tenía las marcas de mis uñas por todo su cuerpo, y las tendría durante bastante tiempo. Seguramente las luciría en Etiopía como cicatrices de una guerra de la que había salido victorioso. Y yo… yo aún tenía su piel bajo las uñas, y aunque nos estábamos bañando juntos, dudaba que hiciera el esfuerzo por limpiarme durante bastante tiempo, también. Quería estar mezclada con él hasta el día en que me muriera.
               Lo que habíamos hecho había sido animal. Sucio. Irracional. No recordaba haberme follado a Alec con esa desesperación malsana, aferrarme tanto a él que incluso me diera igual hacerle daño. Había sido completamente brutal.
               Pero también lo había sentido auténtico y sincero. Había sido lo primero auténtico y sincero que había tenido en mucho, mucho tiempo, y no podía renunciar a ello fácilmente. Así que por muy morboso que resultaran las marcas del otro que teníamos en el cuerpo, supe que ninguno de los dos renunciaríamos a ellas fácilmente.
               Me giré para encontrarme de nuevo con sus preciosos ojos, las estrellas dominantes de una constelación sobre cuyo signo quería estar protegida toda mi vida. Sabía que él estaba pensando en lo mismo que yo por la forma en que sus dedos se habían detenido en mis muñecas, seguramente recordando el momento en que me levantó las manos por encima de la cabeza y me las sujetó allí mientras me follaba contra el suelo, gruñendo en mi cuello al penetrarme con más profundidad.
               -Sí, sí… joder, Sabrae, sí…

jueves, 11 de enero de 2024

Diez años persiguiendo las estrellas.

Dicen que la vida es eso que pasa mientras haces planes, o que cuando eches la vista atrás después de haberte pasado tu adolescencia y tu juventud en casa, te arrepentirás de no haber salido más y aprovechado todo lo que el mundo tenía que ofrecerte. Esas mismas personas son las que no son capaces de recordar la fecha exacta de cosas que no aparecen en certificados de nacimiento, inician libros de familia o abren testamentos.
               Puede que yo no recuerde muchas cosas, pero sí que recuerdo lo que estaba haciendo hace hoy exactamente un año: escribir una entrada de aniversario para la gloria de un chico cuyo nombre no se suponía que se convertiría en protagonista de la novela que empezaba a escribir nueve años atrás, pero alrededor del que terminó girando todo. Hablaba en esa entrada de las ganas que tenía de empezar ese año a pesar de que el aniversario no era redondo como sí lo sería éste, y de la importancia que tenía él en mi vida hasta el punto de convertir  su cumpleaños en un día en el que se subía capítulo sí o sí. También hablaba de que podía tratar de que su nombre no fuera el primero que escribiera en esa entrada porque la historia no iba a ser técnicamente sólo suya, pero que sería mentirme a mí misma el decir que esto no se trataba de…
               … Scott.


               Porque hoy hace diez años exactamente que el mundo vio por primera vez las palabras “Scott Malik” juntas, y ninguno de nosotros sospechaba el poder que había en ellas, la fuerza que albergaban, el inmenso mar de posibilidades que había extendiéndose por el horizonte de un nombre que sonaba demasiado bien como para que no fuera la puerta a una historia que ni siquiera yo esperaba que me reputara tanto éxito y felicidad, que no sabía que me salvaría en tantos sentidos diferentes que ni me lo imaginaba, y me aterraría saber que necesitaría salvación así.
               Igual que recuerdo cómo fue la tarde en que escribí su nombre por última vez en Chasing the Stars y lo muchísimo que sufrí poniendo ese punto final agridulce que me estuve planteando relocalizar para que todos fuéramos más felices, él el primero, debo confesar que no aparece tan nítido en mi memoria cómo fueron esos momentos copiando a una interfaz de Blogger bastante diferente a la que tengo ahora el nombre de Scott, el de Tommy, el de Diana, Layla o Chad por primera vez. Y es que diez años son muchos años, y aunque ya no ocupen mi mente con la asiduidad con la que lo hacen, y aunque sí me llenen la agenda como lo hicieron desde el principio, lo cierto es que me considero muy afortunada de poder decir que sigo encontrando en ellos un consuelo y una alegría cuando me toca hacer bailar mis dedos sobre las teclas de mi ordenador, tocando una canción que sólo contiene sus nombres. Puede que ahora sean secundarios, puede que ahora tengan menos peso o apenas hablen en determinados capítulos (y eso, si es que salen), y puede que ya no sean la causa mi inspiración y mis esfuerzos se encuentren centrados ahora en Sabrae y Alec, en Alec y Sabrae. Puede que disfrute de la libertad que me supone haber llegado a un punto en el que ya no tengo a Chasing the Stars ni para guiarme ni para limitarme.
               Puede que tenga todavía cosas que quiero contar, puntos que poner en el entramado de lo que dejé en octubre de 2017 como acabado, sólo para definir mejor la figura que estábamos dibujando entre todos.
               No podía ser de otra manera que Scott, Tommy, Diana, Layla y Chad cumplieran una década en el año del dragón, mi animal mitológico preferido de todos los tiempos, ése del que leí más aventuras de pequeña y por el que empecé a pensar en historias de mi propia cosecha, haciendo en mi pueblo lo que ahora hago en internet: contarme historias a mí misma de amores eternos, personajes que te roban el corazón y batallas épicas en las que las armas cambian, al igual que los enemigos, pero la esencia de la lucha siempre permanece: sea a lomos de un dragón esgrimiendo una espada para derrotar a un tirano al más puro estilo Eragon, o luchando contra los propios demonios con sesiones de psicólogo en Sabrae, siento que la senda que han dejado Scott y compañía sigue clara e indiscutible. Les echo de menos cuando no puedo escribirlos, aunque en mi escaso tiempo libre me cueste ponerme a ello (como me ha pasado ahora, que casi decido escribir esto mañana y descansar después de un largo día de trabajo y estudio), me siguen acompañando en mis vacaciones, y siguen siendo los protagonistas de los conciertos que me monto en mi cabeza cuando escucho música de camino al trabajo o estando por casa, recogiendo mi habitación.
               Todavía me parece increíble lo lejos que he llegado simplemente por un sueño en el que Louis no estaba conforme con el destino que les había dado a nuestros hijos, o que esta historia que empecé hace diez años sea una historia dentro de otra, y en cuya irrealidad prefiero no ahondar.
               Todavía no soy capaz de asimilar la importancia que tiene aún el número once para mí, aunque ahora sea más bien en efemérides y no como el reinado absoluto del número 23. Escribí la entrada del año pasado inspirada e ilusionada, creyendo que hoy sería capaz de hacer algo mejor de lo que hice entonces, pero vertí mi corazón de una manera tan visceral y amada en un momento en el que creía que el mundo iba a venírseme encima y que no recordaría este aniversario con ilusión, que simplemente creo que, por mucho que lo intente y que llame a gritos a las musas, ellas no vendrán a visitarme como lo hicieron hoy hace un año. Aun así, debo intentarlo. Les debo a ellos (a Chad, a Layla, a Diana, a Tommy, y sobre todo a Scott) reconocer que todavía me acuerdo de qué hice el 11 de enero de 2014. Cómo me cambié la vida.
               Todo porque no siento que esté volviendo hoy a un lugar que un día fue mi hogar. En el fondo, creo que nunca me he ido. Si vuelvo una, y otra, y otra vez, sobre la identidad de los personajes y hago que los conflictos a los que se enfrentan Alec y Sabrae es a quién son, es porque Scott definió hace diez años quién era. Scott, y ningún otro. Los demás inclinaron la balanza, pero el determinante fue él: era a él a quien quería proteger, era a él a quien quería ver escrito en un papel, era a él a quien me gustaría tocar y era a él a quien veía, y aún veo, cuando veo cosas de Zayn de la época en la que estaba escribiendo Chasing the Stars.
               Sí, no soy ajena a que me he perdido muchas cosas en mi adolescencia y en el principio de mis veinte, de que puede que siga perdiéndomelas ahora, pero no me arrepiento de mi sacrificio. Sigo honrada y sintiéndome afortunada de la suerte que tuve una vez cuando me senté frente a mi ordenador y empecé a pulsar las mismas teclas una, y otra, y otra vez, hasta que su inicial está medio borrada y la C podría redibujarse para convertirse en un corazón. Porque él fue mi corazón durante tres increíbles años en los que me parece imposible haber sido capaz de hacer a alguien que me marcase tanto y cuya influencia, diez años después, todavía sigo notando. Alec es como Scott, pero a la vez no se le parece; Alec se apoya en Scott y Scott se apoya en él. Es una versión más humana, mejorada, mi preferido por encima de Scott ahora que Scott es un secundario y no un personaje principal.
               Sé que hay todo un mundo ahí fuera. Soy muy consciente de ello. Aun así, también sé que la vida es corta (soy dolorosamente consciente de mi propia fragilidad y fugacidad cuando pienso en lo que me queda de Sabrae), pero, igual que hace un año, sigo angustiada pensando en qué será de mí cuando la acabe, a pesar de que tengo proyectos de sobra para entretenerme hasta el día que me muera. E incluso en esos proyectos se nota la influencia de Scott, incluso estos brillan por su luz: después vendrá la historia de Duna, luego la de Shasha o la de Mimi; con suerte podré organizarme y también escribir la de Annie. Todas tienen un elemento en común, aparte de que sus dueñas son mujeres: en todas, al menos una vez, se leerá el primer nombre que se leyó en Chasing the Stars hoy exactamente diez años.
               Así que… mundo, tendrás que esperar. Tengo acceso a algo demasiado importante como para dejarlo encerrado con peligro de desterrarlo. Tengo una angustia lacerante mordiéndome el pecho cuando pienso en qué será de mí cuando termine la historia de Sabrae.
               Y una calma en la que regodearme al saber que, pase el tiempo que pase, podré revisitar a Saab igual que revisito a Scott. Una calma que me recuerda que, diez años después, todavía estoy escribiendo su historia. Que quizá lo haga hasta el día que me muera y, si soy afortunada como lo llevo siendo diez años, seguirá habiendo personas trayendo a la vida a estos personajes y dándoles aliento con simplemente ofrecerles su tiempo; personas que espero que tarden mucho en abandonarme (o, mejor aún, que no lo hagan nunca) y que se traigan a más consigo para disfrutar con ellas del camino.
               Esa misma calma me susurra que esté tranquila, porque, diez años después… sigue siendo Chad. Sigue siendo Layla. Sigue siendo Diana. Sigue siendo Tommy.
               Sigue siendo Scott.
               Seguiremos persiguiendo las estrellas. A estas alturas es lo único que podemos hacer.

domingo, 7 de enero de 2024

Santuario.

¡Hola, flor! Espero que hayas tenido unas muy buenas Navidades y una muy buena entrada de año. Quería avisarte de nuevo de que la semana que viene no habrá capítulo, por la sencilla razón de que me voy de viaje (y veré a una de vosotras y todo, jeje) y voy a estar con el tiempo justo para escribir, y prefiero subir algo verdaderamente trascendental en lugar de dos capítulos que sacaría aprisa y corriendo para cumplir con mi calendario. Espero que sepas disculparme por no haber subido nada la primera semana de enero tal y como dije que haría (posiblemente) y, de nuevo, por darme un pequeño respiro.
Te prometo que te lo compensaré muy pronto. ¡Un beso, y disfruta del cap!
 

¡Toca para ir a la lista de caps!

 
Sabía que me estaba comportando como un imbécil y que no debía dejar que la rabia que me producía la situación me nublara las que, oficialmente, iban a ser mis últimas horas con Sabrae antes de volver a ese puto infierno en el que iban a castigarme por ser un buen novio. Sí, no me daba miedo decirlo; después de todo, llamar a las cosas por su nombre te evitaba muchos dolorosos malentendidos, tanto con los demás, como contigo mismo. Había sido un buen novio cuando me escapé del voluntariado para ir a ver a Saab; puede que no lo hubiera sido antes, cuando provoqué aquella situación que nos había traído hasta aquí, pero Valeria no tenía derecho a castigarme por lo que le hice a ella. Sí a Saab. Zayn y Sherezade tenían más razón de lo que podía tenerla la gerente de WWF, e incluso ellos estaban equivocados.
               Sí, estaba siendo estúpido por dejar que esa rabia se hiciera con el control de mi cuerpo, pero en mi defensa diré que traté de engañarme a mí mismo diciéndome ésta coincidía con el momento en que Sabrae se había puesto mi camiseta, cubriendo así su desnudez. Sería una causa plausible de que yo me pusiera de mal humor, algo incluso recurrente, teniendo en cuenta las otras veces en que yo me había enfurruñado, medio en broma, medio en serio, cuando ella había abandonado mi cama y había cubierto su glorioso cuerpo con alguna prenda de ropa que, por muy lujosa que fuera, no se merecía cubrir su desnudez.
               Aunque la verdad es que estaba preciosa. Es decir, estaba, a mi modo de ver, mil veces mejor desnuda, pero era mejor que estuviera frente a mí pero vestida que lejos de mí, algo que a los Malik les encantaría. Después de abrazarnos y darnos mimos un ratito más, llevando al límite la paciencia de Mimi y dejándome a mí con las ganas de una vida entera a su lado, haciendo aquello mismo que estábamos haciendo ahora, Saab se me había quedado mirando, había sacudido la cabeza y se había apartado el pelo detrás de la oreja antes de decir:
               -Deberíamos ponernos en marcha.
               -¿Para ir adónde? ¿Al juzgado?-dije de broma (aunque si ella me hubiera dicho que sí, habría cogido mi pasaporte y habría ido corriendo tras ella; me casaría en pantalones grises de chándal si hacía falta, todo con tal de mantenerla alejada de sus padres), y cumplí mi objetivo, porque ella soltó una risita y negó con la cabeza.
               -Vas a ser mi perdición, Al.
               La verdad es que aquello no sonaba mal en absoluto por todo lo que implicaba, especialmente porque ella había sido la mía, pero cuando se puso en pie, me escuché protestar entre dientes.
               -No te he dicho que esté preparado para que dejemos que entre mi hermana-me quejé, frotándome los ojos mientras ella se inclinaba por el suelo en busca de mi ropa.
               -Mimi nos va a matar como sigamos en este plan-respondió con paciencia, como quien le explica a un niño diabético por qué no puede comer más de una onza de chocolate en el cumpleaños de su mejor amigo-, y en vista de acontecimientos recientes, creo que tengo que procurarme la mayor cantidad de aliados posible.
               -Buena chica-aplaudió Mimi desde el otro lado de la pared, y Sabrae se estremeció de pies a cabeza y se giró como un resorte en dirección al origen de la voz.
               -Ew. ¡No hagas eso, Mím! Sabes que no respondo si un Whitelaw me dice eso.
               -Antes de que yo me fuera era un Whitelaw concreto el que tenía que decirte eso para que te pusieras cachonda-bufé, dejando caer mi brazo sobre el colchón y torciendo un poco la cabeza para ver cómo Sabrae se pasaba mi jersey por el torso. No se puso sujetador, y eso, debo admitir, me la puso un poco dura: ver el contorno de su piercing recortándose contra una prenda que antes había sentido sobre mi piel era algo que yo iba a tardar en superar (con suerte, toda la vida), pero me encantaban las reacciones que mi cuerpo tenía al suyo.
               -¿Habéis acabado?-preguntó Mimi desde el otro lado de la pared.